La Constitución de 1991 y Los Pueblos Indígenas1

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La Constitución de 1991 y los Pueblos Indígenas

Las reformas constitucionales a menudo reflejan crisis de las sociedades y de


legitimidad de los gobiernos: gobiernos autoritarios y políticas de desarrollo
excluyentes. Estas crisis han estado por lo regular acompañadas de importantes
movilizaciones sociales y para el caso de Colombia con un aumento de las acciones
insurgentes.
A comienzos de los años 90 el gobierno, bajo la dirección del liberal Cesar Gaviria
Trujillo, planteó la necesidad de una nueva Constitución para superar los problemas
estructurales del país y para cerrarle el paso a un escalamiento de los conflictos
armados que amenazaban con fragmentar a la Nación colombiana. En Julio de 1991
fue expedida la Nueva Constitución Política de Colombia, producto de tres meses de
trabajo de la Asamblea Nacional Constituyente. En opinión de los entendidos en
temas constitucionales, esta ‚carta magna‘ terminó siendo una de las constituciones
más adelantadas y progresistas de América Latina. Ex-guerrilleros, sectores
progresistas del partido liberal, junto con tres indígenas que fueron elegidos y otras
fuerzas alternativas, ocuparon la mayoría de escaños en la Asamblea Nacional
Constituyente.

Para los indígenas fue algo sin precedentes en la historia de Colombia, pues sus
derechos fundamentales fueron elevados a rango constitucional. La Nación
colombiana abría así las puertas y conciliaba sus intereses con sus pueblos indígenas.

Veinte años después, no existen razones para mantener el optimismo. En parte


porque a pesar de todos los artículos de la Constitución Política de Colombia referidos
al respeto y protección de las diferencias étnicas y culturales, el Estado colombiano no
se ha identificado con un propósito de revisar el proyecto de Nación excluyente que
tenemos. Y en parte, porque mientras el Estado, abría sus puertas a los indígenas, el
gobierno de Cesar Gaviria Trujillo, se las cerraba en el campo económico, aquella
esfera que es determinante para el bienestar y para la superación de las condiciones
de oprobio y marginación que han vivido los pueblos indígenas. Se trataba pues de
una apertura constitucional, mas no económica: el Estado incluía a sus grupos étnicos
(indígenas, afrocolombianos y raizales de las islas colombianas en el Caribe) en
materia de derecho, pero los excluía por la vía de los hechos en materia económica.
Lo que el gobierno de Gaviria llamó “Apertura económica” no era una apertura hacia
adentro, hacia nosotros. La “Apertura económica” estaba pensada hacia afuera. De
esa manera el Modelo Neoliberal viene consolidando las tendencias que rechazan la
pluralidad como fundamento del régimen democrático por construir, retornando con
más ímpetu a los planteamientos integracionistas.

Hoy los problemas estructurales de la economía y sociedad colombiana siguen siendo


los mismos. Es más, se han agudizado. Los derechos conquistados por los
colombianos, aún aquellos más esenciales, tienen hoy, después de todos estos años
de vigencia de la nueva Constitución, sólo un valor programático y hacen parte de las
utopías que esperan a mejores tiempos para ser realizadas.
Ciencia, Desarrollo, Cultura y Ley son conceptos que han venido teniendo cambios
acelerados en los últimos 20 años. Ya no se acepta la validez de una sola vía en el desarrollo de
la ciencia. También ha sido cuestionada la idea de modelos universales de desarrollo económico
y social. Y a la par que se reconoce la legitimidad y la importancia de la multiculturalidad,
marcha también la idea de que en las sociedades de nuestros países y más en las regiones
alejadas del centro del país (Amazonía, Costa Pacífica, Orinoquía, etc.), los sistemas tienden,
más que a obedecer leyes, a crear nuevas leyes. El valor de los conocimientos indígenas ha sido
no solamente reconocido, sino que de ellos se ha beneficiado la humanidad. No es necesario
entrar aquí a calificar ese conocimiento y a definirlo en cuanto difiere de las distintas escuelas
de la ciencia occidental. Nos basta saber que la lógica detrás de la vida y el comportamiento y
espiritualidad de muchos pueblos indígenas se viene estudiando en términos positivos. Estos
estudios nos muestran otros sistemas de organización, producción, distribución, reproducción,
otras formas de aplicar el conocimiento y maneras diferentes de entender el desarrollo.
Y es en la medida en que crece la preocupación por la destrucción de ecosistemas y espacios
de vida, que surgen también ideas proteccionistas y preservacionistas, y emergen movimientos
y escuelas que buscan la activa participación, cuando no, la vinculación orgánica de las
poblaciones indígenas en la defensa del medio ambiente.

Las ideas en el recuadro no parecen tener eco en el Estado colombiano. A pesar de


que la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana es considerada una riqueza
(además de estar protegida constitucionalmente), el Estado tolera (y promueve)
planes de desarrollo local, regional y nacional, que desestructuran las economías y las
organizaciones de los pueblos indígenas. La necesaria autonomía que requieren los
pueblos indígenas para su desarrollo económico y social queda vaciada de contenido,
cuando el Estado instrumentaliza una visión política que concibe a la Nación
colombiana como un gran mercado, donde concurren sectores económicos en libre
competencia. La Nación deja así de ser un tejido social diverso, multiétnico y
pluricultural, que concerta las formas de Estado, del desarrollo y de la convivencia,
como lo expresa la Constitución Política.

En abierta contradicción con la Constitución Nacional, que piensa para la Nación


colombiana un reordenamiento territorial, donde primen criterios históricos,
geográficos, ambientales, ecológicos, culturales y étnicos, el Estado colombiano esta
realizando otro ordenamiento territorial con las actuales inversiones nacionales,
departamentales y municipales, centradas en macroproyectos extractivos,
agroindustriales, hidroeléctricos y de vías de comunicación. Estas inversiones, en
muchas de las cuales están vinculadas empresas multinacionales, vienen modificando
las articulaciones locales, transformando las dinámicas económicas regionales y
alterando la territorialidad de los Pueblos indígenas.

En el ámbito político, el Estado no tolera el disenso de la población frente a las


políticas neoliberales. La protesta social y la movilización de sectores sociales
afectados por estas políticas económicas, son señalados como intentos de
desestabilizar el país y erosionar el Estado de Derecho. Esta actitud del Estado es la
que también ha permitido la eclosión de comandos paramilitares, los cuales, en los
últimos años y precisamente en aquellas regiones donde se realizan o se prevén
macroproyectos, han realizado acciones militares contra la población, con los
resultados que hemos mencionado anteriormente.

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