El Año Litúrgico Jesús Castellano PDF
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El año litúrgico
Memorial de Cristo
y mistagogía de la Iglesia
Biblioteca litúrgica
1
I. INTRODUCCION AL ESTUDIO Y LA
CELEBRACION DEL AÑO DEL SEÑOR
Capítulo 1º. Teología del año litúrgico ......................................................... 19
El tiempo litúrgico ................................................................................... 19
Teología del año litúrgico ....................................................................... 23
Características esenciales ....................................................................... 28
La perspectiva del Oriente bizantino .................................................... 37
Capítulo 2º. Espiritualidad del año litúrgico ................................................ 41
Capítulo 3º. Para estudiar, celebrar y vivir el año litúrgico ..................... 49
Roma, Teresianum.
Pascua de nuestra Señora
15 de agosto de 1993
BIBLIOGRAFIA
SOBRE EL AÑO LITURGICO
3. Tratados clásicos
Señalamos por su importancia algunos tratados clásicos anteriores a
la reforma del Vaticano II:
E. FLICOTEAUX, Espiritualidad del año litúrgico, Salamanca, Ed. Sí-
gueme, 1965.
C. FLORISTAN, El año litúrgico, Barcelona, Ed. Flors, 1966.
P. GUÉRANGER, L’année liturgique, Paris 1874.
E. LOHR, El año litúrgico. El misterio de Cristo en el año eclesiástico, Gua-
darrama, Madrid 1966.
J.C. NESMY, Espiritualidad del año litúrgico, Barcelona, Herder, 1965.
P. PARSCH, El año litúrgico, 4 vols. Barcelona, Herder,1960-1962.
J. PASCHER, El Año litúrgico, Madrid, BAC, 1965.
4. Instrumentos pastorales
Para poner en práctica las orientaciones pastorales y espirituales del
Año litúrgico es necesario hacer referencia a las revistas de Liturgia de cada
nación. Para España son interesantes las revistas «Pastoral Litúrgica» del
Secretariado Nacional, «Phase» del Centro de Pastoral Litúrgica de Barce-
lona, «Oración de las Horas», desde 1992 con su nuevo título «Liturgia y
Espiritualidad», del mismo Centro. Hay también valiosas aportaciones en
las revistas litúrgicas de Argentina, México, Brasil.
Son siempre valiosos los «Dossiers» del Centro de Pastoral Litúrgica
de Barcelona, entre los que destacamos por su interés práctico los siguientes
números monográficos:
2. Adviento. 4. La cincuentena Pascual. 5. Navidad y Epifanía. 8. Cua-
resma. 11. Semana Santa. 26. El sabor de las fiestas. 28. Celebrar las fiestas de
María. 34. El domingo cristiano. 44. Celebrar la venida del Señor: Adviento.
Navidad. Epifanía. 46. Oración mariana a lo largo del año. 47. Lectura de la
Biblia en el año litúrgico. 52. Pascua/Pentecostés. 57. Celebrar la Cuaresma.
61. Celebrar la Semana Santa.
Entre los números de los «Cuadernos Phase» señalamos: 14. El año
litúrgico. 24. Vivir según el domingo. 31. El sentido de la Semana Santa. 37.
Redescubrir el culto a los Santos. 43. El culto a la Virgen María. 46. Vivir el
tiempo como salvación.
14 Bibliografía sobre el año litúrgico
NB. Para cada uno de los tiempos litúrgicos remitimos a esta bibliografía
general en sus respectivos lugares, a no ser que alguna aportación merezca
ser destacada como bibliografía esencial en cada uno de los capítulos.
I.
INTRODUCCION
AL ESTUDIO Y LA CELEBRACION
DEL AÑO DEL SEÑOR
Todo estudio de un tema litúrgico merece una amplia introducción
temática y metodológica. El año litúrgico, por la complejidad de sus temas,
necesita una introducción en la que cada autor, en sintonía con las orien-
taciones de la Iglesia, trata de abrirse camino y proponer sus opciones de
método para tratar un tema de tanta envergadura.
Algunos autores empiezan a tratar el tema del año litúrgico haciendo
una teología del tiempo cósmico y una historia de la compleja realidad del
entramado celebrativo del año cultual hebreo con esas fiestas religiosas
anuales que han dejado huella en el año cristiano. Otros prefieren trazar
una línea histórica del desarrollo del año litúrgico cristiano. Otros, en fin,
proponen desde el principio su estructura actualizada.
Queremos introducir al lector benévolo en el entramado del año litúr-
gico a través de esta primera parte con una serie de capítulos que tienen
como objeto preparar el camino a una mejor inteligencia de cada uno de
los sectores del año del Señor.
En el primer capítulo queremos trazar las líneas maestras de una teo-
logía del año litúrgico, partiendo de las orientaciones del Magisterio de la
Iglesia en la síntesis de la Sacrosanctum Concilium y de una recta aplicación
de las ideas fundamentales de una auténtica teología litúrgica.
El segundo capítulo está dedicado a explicar algunos conceptos funda-
mentales que ayuden a comprender el año litúrgico desde una perspectiva,
típica de nuestra exposición, la de la espiritualidad.
En el tercer capítulo se ofrece la clave metodológica del estudio que
se hará posteriormente en cada uno de los momentos del año litúrgico.
Una clave necesaria para mantener en cierto modo la unidad intrínseca de
nuestra exposición.
De esta forma tratamos de ofrecer lo esencial para la comprensión de
los diversos temas que el año litúrgico ofrece de manera que quede per-
fectamente clara la teología, la celebración, el influjo que debe tener en la
vida de la Iglesia.
Capítulo primero
TEOLOGIA DEL AÑO LITURGICO
EL TIEMPO LITURGICO
vino Esposo. Cada semana en el día que llaman del Señor, conmemora su
resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión,
en la solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla
todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la As-
censión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del
Señor. Conmemorando así los misterios de la redención, abre las riquezas
del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en
cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles
ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación».
Este texto, que nos recuerda las enseñanzas la Encíclica Mediator Dei
de Pío XII, pone de manifiesto:
- el deber de la Iglesia Esposa de celebrar el memorial de Cristo;
- la dimensión pascual de esta memoria en el domingo y en la Pascua
anual;
- la totalidad del misterio del Señor en su preparación y manifestación, en
los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo y de su ascensión,
desde el día de Pentecostés hasta la espera de su gloriosa venida;
- se afirma la riqueza del misterio de la redención que se abre a la comu-
nión de todos los fieles, haciéndoles de alguna manera presentes estos
misterios, de modo que todos puedan entrar en contacto con ellos y ser
repletos de la gracia de la salvación.
Esta última expresión es central y nos orienta hacia la consideración de
la presencia de Cristo y de sus misterios en el año litúrgico, como veremos
más adelante.
Para ahondar en las riquezas del año litúrgico hemos de descubrir los
protagonistas concretos de cuanto se celebra. Podemos entrar en el misterio
a través de las tres dimensiones del misterio litúrgico. Es la Trinidad la que
se comunica a la humanidad en la Iglesia que es a la vez divina y humana,
sacramento de la comunión con Dios y de la unidad del género humano.
De aquí fluye la triple dimensión: trinitaria, eclesial, antropológica.
Dimensión trinitaria
La historia de la salvación es oikonómica, en el sentido que es una
actuación, revelación y comunicación de la economía salvadora de la Tri-
nidad, del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. El misterio pascual es la
revelación y la comunicación en Cristo del amor del Padre y de la comunión
del Espíritu Santo. En cada misterio de Cristo que se celebra -Navidad, Pas-
cua, Pentecostés, Epifanía, Transfiguración- no podemos olvidar el especial
protagonismo del Padre y del Espíritu Santo. Y esto no para mantener un
esquema trinitario prefijado a toda costa, sino para tener la clave total de
lectura de los misterios celebrados.
El Padre. Es el protagonista indiscutible de todo misterio del Hijo. Cada
misterio que celebramos es un don suyo. Por eso es alabado y bendecido en
la anámnesis del misterio que se celebra, reconociendo finalmente en él la
fuente y la meta de toda celebración. La eucología lo subraya ampliamente,
sobre todo en las oraciones, en los prefacios, en las preces de invocación
y de intercesión.
Cristo. Es el centro de la celebración, puesto que es El el Revelador y
el Dador de la plenitud trinitaria. Pero Cristo ha vivido sus misterios de
cara al Padre, como su enviado; toda la vida de Jesús viene del Padre y va
a él (cf. Jn 13,1), ungido y movido por el Espíritu. Celebrar cualquiera de
26 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
Dimensión eclesial
En la totalidad de la Iglesia universal y, en concreto, en cada iglesia
particular y en cada comunidad local, el misterio de Cristo es ofrecido y
comunicado a la Iglesia que queda interior y progresivamente plasmada por
las celebraciones. Una Iglesia de la esperanza y de la espera en Adviento,
modelada por la divino/humanidad de la Navidad, hecha nueva y gozosa
por la Resurrección después del largo camino bautismal de la Cuaresma.
La unidad de la liturgia -aún con las variantes propias de los diferentes
ritos- asegura a la comunidad eclesial un punto constante de convergencia,
una experiencia de camino mistérico, hecho conjuntamente a lo largo del año
por todos los creyentes en Cristo, encontrándose todos en torno al misterio de
la Navidad o en la gozosa celebración de la Vigilia pascual. Es la comunión
en la fiesta la que unifica a la Iglesia en el misterio del Señor.
La variedad de los ritos, en el sello de las propias tradiciones, incluso en
las riquezas de la misma religiosidad popular, con las legítimas iniciativas de
creatividad y adaptación cultural son también el testimonio de una misma
Iglesia que se realiza en diferentes pueblos, culturas y situaciones. Por eso a
Teología del año litúrgico 27
Dimensión antropológica
La celebración toca siempre al hombre en su profundidad antropoló-
gica, en su sentido religioso, a través del simbolismo. El año litúrgico, en
cuanto celebración del hombre nuevo, Cristo, de su camino pascual, y de
su oblación para la salvación de los hombres y de la sociedad, tiene una
fuerte carga de realismo antropológico.
La profundidad del sentido eclesial de la celebración se revela y se
mide por el realismo de los sentimientos humanos que afloran, tocados por
la santificación y expresados por el culto; la fe y el rito hacen vibrar esos
sentimientos con el misterio que se celebra; así se percibe el realismo de
Navidad o de la Pascua y se traduce en experiencias, actitudes, propósitos
de vida nueva.
El año litúrgico es arquetipo, en el sentido más profundo de la palabra,
es decir como principio tipológico de los más hondos deseos y destinos de
cada persona, de la humanidad y de la creación entera, porque celebra en
Cristo la utopía convertida en realidad, la plena realización del hombre con
la perspectiva de la vida gloriosa y eterna, pero también con la necesaria
pascua a través de la muerte, como ha acontecido en Cristo y en los Santos.
De esta humanidad ya redimida, María es icono escatológico y modelo
concreto del vivir humana /sobrenaturalmente el misterio de Cristo, como
subraya la SC 103.
La dimensión antropológica se expresa en los diferentes elementos,
formas, ritos que son propuestos para celebrar la multiforme gracia de Cristo;
la misma categoría de fiesta, de celebración, expresa a nivel antropológico
una dimensión vital y festiva que asume la existencia y la transforma para
hacer de ella una vivencia concreta de la gracia salvadora en la gratuidad
y la gracia de nuestro culto espiritual.
Se comprende en este contexto cómo hay unas exigencias concretas de
auténtica espiritualidad litúrgica que parte de unas celebraciones verdader-
amente sentidas, percibidas y comprometidas, de una auténtica mistagogía
de los misterios del Señor, con las ventajas y los riesgos de la animación, de
la creatividad, de la adaptación cultural, de la misma religiosidad popular.
Todo con el deseo de que la celebración de los misterios que nos han dado
la vida lleguen hasta lo más profundo del ser humano para transformarlo
en una humanidad nueva, según la gracia de los misterios profesados,
celebrados y vividos.
28 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
Santificación y culto
CARACTERISTICAS ESENCIALES
Unicidad
El tiempo litúrgico celebra sólo y siempre el misterio de Cristo como
centro de la historia de la salvación. En esta relación unitaria reciben su
lógica configuración todas las referencias al A.T. como preparación de la
historia de la salvación y todas las prolongaciones en las fiestas de la Vir-
gen y de los Santos como referencias al Cristo total y místico presente en
la Iglesia. En el centro de todo, como raíz y fuente del año litúrgico, objeto
fundamental del memorial litúrgico, se encuentra el punto unificador de la
historia de la salvación, pasada, presente y futura que es la Pascua. No se
puede pensar en una celebración que no haga referencia al misterio pascual
de Cristo que es siempre el objeto primordial de la celebración, en todos los
tiempos litúrgicos, en todas las fiestas, y que se proyecta como un sol en sus
infinitos rayos de luz en cada una de las celebraciones.
Historicidad
El misterio de Cristo, como la historia de la salvación, tiene un sentido
histórico, se ha revelado y realizado en el tiempo y en la historia. El año
litúrgico, mientras por una parte celebra el misterio presente eternamente
en Cristo, desglosa y hace presentes sus aspectos históricos, los recuerda
en momentos determinados, nos hace contemporáneos del misterio y de
los misterios.
Hay que notar, sin embargo, que el año litúrgico no se ha ido desarro-
llado históricamente mediante una programación que convierte la historia
de la salvación en una pura cronología, sino que insiste en el sentido salvífico
de cada uno de los momentos de la historia. Además, no es sólo el puro
criterio cronológico el que ordena esquemáticamente en el año las diversas
fiestas, ni se pueden resumir en un solo círculo de los meses lunares todas
las celebraciones sin forzar de alguna manera los ritmos del calendario.
Así por ejemplo, mientras la celebración de la Pascua tiene un fundamento
histórico y cronológico que la coloca en el marco de las celebraciones de la
primavera, con referencias históricas al momento de la pasión y resurrección
de Cristo, la celebración de la Navidad, aunque conmemora un hecho his-
tórico y salvífico, no tiene una clara referencia a la época del año en que
nació el Señor; se coloca en el solsticio del invierno que indica claramente
el origen y desarrollo de la fiesta que obedecen a otras razones históricas.
La pura cronología no es el criterio exhaustivo de comprensión del círculo
anual de los misterios.
30 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
Eclesialidad
El tiempo salvífico del año litúrgico tiene una referencia esencial
a la Iglesia, es para la Iglesia. Supone una comunidad celebrante que
hace memoria y mide su camino anual sobre el parámetro de las accio-
nes y palabras de Jesús, que vive en Cristo viviendo los misterios de Cristo
para vivir como El. Los momentos típicos del año litúrgico -la espera de
Adviento, la alegría de la Encarnación, la preparación a la Pascua y su
prolongación pentecostal, la historia del Pueblo de Dios en camino hacia
la Parusía-, son los arquetipos de una experiencia en la que tienen que
ser asimiladas, introducidas, interpretadas y salvadas las vicisitudes de
la historia, de la comunidad, especialmente en la clave central que es la
Pascua, convertida para la comunidad cristiana en punto de referencia,
para vivir de año en año, de Pascua en Pascua, hasta el ingreso definitivo
en la Pascua eterna.
Dimensión cósmica
El año litúrgico cristiano está unido a aspectos cósmicos que no se
pueden ignorar, creyendo que se trata de una absoluta originalidad cris-
tiana, o menospreciar por el hecho de descubrir sus raíces naturales. La
Pascua cristiana encuentra sus raíces más auténticas en las celebraciones
pastoriles y agrícolas de la primavera, núcleo primitivo de la Pascua hebrea.
Múltiples son, por ejemplo, los recuerdos cosmológicos primaverales de la
espiritualidad pascual según la doctrina de los Padres de la Iglesia, aplicados
a Cristo y también a la experiencia de la nueva primavera de los cristianos
en la Iglesia. También la fiesta de Navidad en Occidente y la Epifanía en
Oriente permanecen unidas al solsticio invernal, a la victoria cósmica de
la luz sobre las tinieblas, que sucede cada año aproximadamente a fines de
diciembre y comienzo del mes de enero.
Así tenemos hoy los dos ejes del año litúrgico en torno al período
del invierno -Navidad- y en torno a la primavera -Pascua- con profundo
significado en las oraciones y en los ritos. No podemos olvidar, sin embar-
32 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
go, que estas raíces cósmicas están vinculadas a las estaciones del año en
Europa y en el cercano Oriente, mientras son ajenas a otros hemisferios, en
los que los aspectos de la primavera mediterránea o del invierno europeo
son desconocidos. Por eso es importante que los aspectos cósmicos queden
siempre supeditados a los valores salvíficos.
Existen también otros elementos cósmicos unidos al tiempo litúrgico,
si bien de menor importancia efectiva, como las antiguas rogativas para
el tiempo de las diversas cosechas, con una referencia a la recolección de
las mieses y de las viñas. Existen algunos elementos celebrativos de estos
períodos en la Liturgia de las Horas y también en los textos del Misal
romano.
Fundamentalmente, la medida litúrgica en la que se elabora la perspec-
tiva de la celebración del misterio de Cristo es el año lunar, con su correspon-
diente calendario. Originalmente ha sido la semana la medida cósmica de
la celebración, con recuerdos unidos al domingo -día de la Resurrección- al
miércoles y al viernes, días de Pasión que recuerdan la traición de Jesús y su
muerte. Todavía hoy el domingo tiene un carácter pascual, recuperado con
la reforma litúrgica; el viernes subraya en algunos elementos de la Liturgia
de las Horas el misterio de la cruz.
El Leccionario de la Misa ha introducido el ciclo trienal A,B y C de las
lecturas dominicales y festivas, y el bienio de las lecturas feriales. Pero no
constituyen sino una medida puramente funcional, ya que sigue siendo el
año la medida de las celebraciones del los misterios del Señor.
Memorial bíblico
El año litúrgico cristiano tiene también sus raíces en las celebraciones
del calendario bíblico de los hebreos. Con la evidente tensión en la nove-
dad y un cierto distanciamiento. En el centro de la celebración cristiana
tenemos todavía hoy la fiesta de Pascua, con su prolongación en la fiesta
de los frutos de la tierra y del don de la ley que los hebreos celebran en la
fiesta de las Semanas, que corresponde a nuestra fiesta de Pentecostés. El
ritmo del sábado ha sido sustituido por el del domingo, pascua semanal
de la resurrección del Señor. Con otras celebraciones del pueblo de Israel
puede haber ciertas semejanzas, aunque la Iglesia ha querido subrayar
su originalidad.
Sin embargo, fuera del contexto celebrativo de las fiestas, el año litúr-
gico hunde sus raíces en los acontecimientos de la historia de la salvación
cuya lectura y memoria propone a la luz del nuevo Testamento. Como
recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «El pueblo de Dios, desde la ley
Teología del año litúrgico 33
mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la Pascua, para conmemorar las accio-
nes maravillosas del Dios Salvador, para darle gracias por ellas, perpetuar
su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a conformar con ellas su
conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua de Cristo ya
realizada una vez por todas y su consumación en el Reino de Dios, la li-
turgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del
misterio de Cristo» (n. 1164).
Celebración cíclica
La vida litúrgica anual vuelve cada año al cumplirse el círculo de los
meses. Es un tiempo caracterizado por el retorno de las estaciones. Pero el
tiempo litúrgico cristiano no es el eterno y fatal retorno de las estaciones. Es
un tiempo que se repite como en una espiral progresiva y va hacia la parusía
del Señor. No es un monótono repetirse de las cosas, sino la oportunidad de
un continuo paso del Señor y de sus misterios en su Iglesia. ¡Sería terrible
que solamente se pudiese celebrar una sola vez en la vida cada uno de los
misterios de Cristo! La experiencia de la Iglesia es real. Su historia concreta
y progresiva, como la de todo fiel, tiene su devenir histórico y en ella se
inserta el ciclo correspondiente del misterio de Cristo para ser vivido con
nuevo entusiasmo, con una mayor madurez. Cada año litúrgico debe, pues,
tener aquel sabor distinto, profundizado, que brota de la distinta situación
eclesial y personal; ofrece la oportunidad de volver a celebrar en la nove-
dad lo ya vivido, su perenne crecimiento con un dinamismo de madurez
y fidelidad.
Así, en el ciclo litúrgico radica siempre una perenne novedad; cada año
es nuevo y es idéntico; idéntico en la objetividad inmutable del hoy eterno
de Cristo; nuevo en la frescura y en el entusiasmo receptivo de la nueva
celebración en el hoy de la historia.
De esta manera, los aspectos que se nos han pasado inadvertidos en un
año pueden ser celebrados en otro, y la novedad de vida que se experimenta
puede ser celebrada en la contemporaneidad con la que está presente en el
misterio de Cristo su hoy, ya que «Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre»
(Hb 13,8), pero también el hoy de la novedad eclesial, en cada comunidad,
en cada celebrante.
A.T.
P T.E.
(Christós), revelación y donación suprema del
Padre y, a la vez, dador del Espíritu, es la ple-
nitud de la historia de la salvación presente en
M. el hoy de su misterio pascual. El comprende
N. T. en sí el A.T. y el N.T. que se prolonga en el
E.V.P P.M.R. A-P
T.E.(tempus Ecclesiae), tiempo de la Iglesia.
El misterio de Cristo que se hace presente,
hecho memorial perenne en la liturgia, celebrado en el año litúrgico, com-
prende la Infancia y Vida pública, con sus palabras y gestos salvadores (I-V),
tiene como centro la Pasión, Muerte, Resurrección (PMR) que se prolonga
en el ciclo pascual con su Ascensión (A) y revierte sobre la Iglesia y la hu-
manidad en Pentecostés (P). En Cristo, pues, celebramos la historia del A.T.,
su vida, sus palabras y sus obras, su misterio pascual y su venida gloriosa.
Celebramos siempre el Cristo resucitado y en El cuanto está contenido ya
en la novedad de la Resurrección.
A la plenitud de este misterio de Cristo que se está realizando y se
comunica en la historia, pertenece el misterio mismo de la Iglesia en sus
santos, que son celebrados como quienes forman parte del misterio pascual,
y de la Iglesia histórica y real, que es asumida en su experiencia concreta del
misterio del Señor y conforme se cumple la historia es asumida en el Cuerpo
Místico glorioso, en el Cristo total glorificado que llegará a su plenitud al
final de los tiempos.
En esta celebración, María tiene un puesto relevante que nace de su
cooperación al misterio de la salvación de manera única y personal. En
efecto, la Encarnación se realiza por su consentimiento y su cooperación
materna; Ella está unida a Cristo con un vínculo indisoluble en el misterio
de la Encarnación, en la gloriosa pasión y en la efusión del Espíritu en
Pentecostés. En ella no solamente admiramos el fruto de la redención más
perfecta y completa, sino también el modelo de la cooperación que es propio
de la liturgia de la Iglesia. Es lo que el gráfico indica al poner de relieve la
presencia de María (M) en el centro mismo del misterio de Cristo. De hecho,
en la realización humano-divina de los misterios de Cristo la Iglesia ha
sido representada por María. En la liturgia de la Iglesia los fieles encuentran
su modelo en la Virgen María. Al díptico Cristo-María de la realización
de los misterios corresponde hoy el díptico Cristo-Iglesia en el memorial
actualizador de esos mismos acontecimientos. Allí en el misterio redentor.
Aquí en la celebración litúrgica. Pero hoy es celebrado el misterio de Cristo
que integra el misterio de María y de la Iglesia triunfante. La Iglesia, pues,
36 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
celebra la presencia del Señor y de la Madre con los ojos fijos en la que es su
modelo en el ejercicio del culto divino.
Este es el fundamento del papel de la Virgen en la liturgia como pre-
sencia en todas las celebraciones litúrgicas, como realidad conmemorada en
cada tiempo litúrgico, como modelo de la Iglesia para vivir cada momento
del año litúrgico con los sentimientos de la Madre de Dios. Esta es la doc-
trina que, inspirándose en SC 7 y 103, ha desarrollado la Marialis Cultus
n. 16 cuando afirma que María es excelentísimo modelo de la Iglesia en el
ejercicio del culto divino.
BIBLIOGRAFIA
Para entrar en una visión del año litúrgico desde una perspectiva
espiritual es necesario partir de algunos conceptos fundamentales de espi-
ritualidad litúrgica.
Pedagogía de la fe
La liturgia es la primera escuela de la vida espiritual de la Iglesia
(Pablo VI), «la fuente primaria y necesaria donde han de beber los fieles el
espíritu verdaderamente cristiano» (SC 14). Es el lugar por excelencia de la
evangelización y de la catequesis, como han subrayado los Sínodos sobre la
Evangelización (cf. Evangelii nuntiandi n. 43) y la Catequesis (cf. Catechesi
tradendae nn. 23 y 48); es el magisterio normalmente ejercitado por la Iglesia
en favor de sus hijos (Pío XI). Los contenidos esenciales de la fe son trans-
mitidos a través de las fórmulas litúrgicas, la Palabra de Dios predicada
y proclamada. En el año litúrgico la Iglesia ejerce de manera completa y
orgánica esta evangelización y catequesis, esta pedagogía esencial de la fe
y de la vida, llevando a todos al mismo Maestro que explica las Escrituras,
poniendo al Pueblo de Dios en grado de llegar constantemente a los mis-
terios de la Escritura en una catequesis completa y permanente que une
idealmente a todos los cristianos que viven en el mundo, en la unidad de
la misma liturgia celebrada.
Al año litúrgico se le puede aplicar la célebre frase del teólogo orto-
doxo C. Kern: «el coro de la Iglesia es una cátedra de teología». En efecto,
la riqueza de los textos bíblicos, patrísticos y litúrgicos ofrecen una trans-
misión cabal de la fe. Los gestos simbólicos y los ritos sacramentales son
una auténtica pedagogía del misterio cristiano. La Iglesia posee, pues, en
la liturgia una constante, pura y esencial escuela de espiritualidad a lo
largo del año.
Espiritualidad del año litúrgico 43
Mistagogía
La liturgia es iniciación a los misterios y a la vez comunicación y ex-
periencia de los misterios. El Sínodo extraordinario de 1985, a veinte años
del Concilio Vaticano II, ha puesto de relieve esta palabra y las exigencias
de una auténtica celebración mistagógica. Lo que la palabra anuncia y la
teología explica, la liturgia lo ofrece a la experiencia de la fe, en una comunión
-comunicación- en la que la asamblea está invitada a participar.
En el año litúrgico, de una manera particular, se hace evidente este papel
de la liturgia. Esta celebra, recuerda y actualiza todos los misterios del Señor,
invita a entrar en comunión con Cristo, el Verbo encarnado que ha muerto y
ha sido glorificado; más aún, prolonga la comunión en este misterio central
con la Iglesia glorificada ya en la Virgen María, en los santos. En Navidad
y en Pascua, en Cuaresma y en Adviento, en el tiempo ordinario y en las
fiestas de los Santos, estamos invitados a vivir las mismas realidades que
celebramos, a apropiarnos en la fe de cuanto se nos propone y comunica a
través de la palabra, las oraciones, los ritos y el misterio eucarístico.
La liturgia es, pues, la mistagogía de la Iglesia, su experiencia objetiva y
fundamental, única y necesaria, que tiene que ser llevada a la vida cotidiana,
en la síntesis de vivir el misterio de Cristo (o vivir en Cristo), a través de las
acciones litúrgicas, para vivir como Cristo en la concretización evangélica
de la propia experiencia.
En la armoniosa conjunción de liturgia y vida, a la que nos llama la
espiritualidad litúrgica y de modo particular la del año litúrgico, tenemos
la síntesis de un ministerio eclesial que hay que realizar, de una experiencia
cristiana que hay que vivir, de una experiencia cristiana fundamental capaz de
nutrir la oración y la vida, al mismo ritmo de los misterios que celebramos.
Celebración
La liturgia es celebración y tiene así la capacidad de dar sentido al
pasado, al presente y al futuro, por medio de estos momentos y tiempos
celebrativos que dan sentido completo a la vida. En la celebración se tiene
siempre la concretización de ese momento salvífico presente, pleno y a la
vez pasajero, el recuerdo conmemorativo del pasado, el compromiso hacia el
futuro. En el doble ritmo de contemplación y de compromiso, característico
de la fiesta, de gratuidad y de continuidad, cada acto litúrgico es a la vez
comunicativo de una experiencia y de un compromiso de vida.
El año litúrgico está lleno de celebraciones del único misterio de Cristo
-¡siempre y en cada una de las fiestas!- que se expresa en la diversidad de sus
44 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
BIBLIOGRAFIA
Tratados clásicos:
J. SUFFREN, L’année chrétienne... Paris 5 vols., 1640-1642.
N. LETOURNEUX, L’année chrétienne..., Paris 13. vols. 1683-1701.
J. CROISET, Année chrétienne... 12 vols., Lyon 1712-1720.
P. GUERANGER, L’année liturgique, 9 vols., Paris 1841-1866.
I. SCHUSTER, Liber sacramentorum, 10 vols., Torino 1928 y ss; versión
española: Liber sacramentorum. Estudio histórico litúrgico sobre el Misal romano,
Samos-Barcelona, 1934 y ss.
Conocer la historia
Un desarrollo cultural
La inculturación de la fe en la historia, la experiencia progresiva de
la Iglesia en cada uno de los ritos orientales y occidentales, en las iglesias
locales, en las familias religiosas, en los diversos países, la transmigración de
celebraciones y fiestas de una iglesia a otra han contribuido conjuntamente
a prolongar cada vez más los misterios que hay que celebrar y a llenar de
contenido y de ritos tales celebraciones. En la edad media -pero no sólo ni
a partir de esta época -la religiosidad popular imita, prolonga y se propone
como alternativa con sus propios ritos ante las celebraciones del año litúr-
gico. En cierto modo contribuye al desarrollo de la ritualidad en ocasiones
de gran importancia para la Iglesia como en los ritos del Triduo pascual.
Nace entonces la contraposición, o quizá mejor la integración, entre
la celebración litúrgica como anámnesis, memorial de lo acontecido, con su
núcleo fundamental en la palabra y en la eucaristía, y la mímesis, la liturgia
como imitación de lo acontecido con el desarrollo de ritos que imitan los
acontecimientos. Nace así la ritualidad que imita lo que la palabra recuerda,
como en el caso de la procesión del Domingo de Ramos, la adoración de la
cruz el Viernes santo, la procesión de la sepultura del Señor en la liturgia
bizantina y en la religiosidad popular. Una clara exposición de la liturgia
en sus orígenes históricos y en su desarrollo es necesaria para entender el
sentido genuino de un tiempo o de una fiesta.
52 Introducción al estudio y celebración del año del Señor
El contenido teológico
La celebración litúrgica
carne, Cristo es la imagen de Dios. De manera que aquello que la Palabra lleva
al oído, la imagen lo lleva a la vista, según un conocido aforismo que quiere
salvaguardar el pleno sentido de la fe del Pueblo de Dios que escucha y
cree, pero que también ve y adora. No faltan visualizaciones del misterio
litúrgico en la adoración de la Cruz, o en los símbolos que nos sugieren el
misterio de Cristo como el cirio pascual en la vigilia de la Resurrección, o la
imagen del niño Jesús en Navidad. Una adecuada catequesis iconográfica
y una oportuna inserción de las imágenes de los misterios podría ser una
buena aportación de la teología de la imagen a la celebración misma de la
liturgia.
Pastoral litúrgica
Vivir el año litúrgico significa orientar las mejores energías para hacer
participar a toda la comunidad cristiana de una manera gozosa y compro-
metida. A esto sirve especialmente la triple dimensión de la mistagogía
litúrgica. Una auténtica pastoral del año litúrgico, base de la programación
pastoral de toda comunidad cristiana debe desarrollar estas funciones:
Espiritualidad litúrgica
HISTORIA
En España
Un canon del Concilio de Zaragoza, celebrado aproximadamente en
los años 380-381, invita a los fieles a acudir a la asamblea durante las tres
semanas que preceden la fiesta de Epifanía, a partir por tanto del día 17
de diciembre. Los cristianos son invitados a huir de la dispersión de las
fiestas paganas de aquellos días, a reunirse en asamblea, a evitar peniten-
cias extravagantes (caminar descalzos, escaparse a los montes), propuestas
probablemente por las sectas que se inspiraban en el hereje Prisciliano. Pa-
rece que se trata de un período de preparación al sacramento del Bautismo
que se celebraba, según el uso oriental, asumido también por España, en
la fiesta de la Epifanía que celebraba el Bautismo del Señor. Sería, pues, al
principio una preparación bautismal en vistas de la fiesta de la Epifanía,
cuando todavía no había entrado en las iglesias ibéricas la celebración de
la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre.
Posteriormente el rito hispánico conocerá un sugestivo tiempo de
Adviento con seis semanas de preparación y con una preciosa eucología
en sus textos.
En Francia
En un sermón medieval de Adviento del abad Bernón de Reichenau
(+1048) acerca de la venida del Señor, se cita un texto atribuido a san Hilario
de Poitiers (+367), en el que el santo doctor invita a los fieles a prepararse al
Adviento del Señor con tres semanas de prácticas ascéticas y penitenciales,
tal vez como reacción a las fiestas paganas del fin del mes de diciembre.
El número de tres semanas lo motiva el texto por el simbolismo de las tres
venidas del Señor: la primera en su revelación a la conciencia, la segunda en
su manifestación mediante la ley, la tercera cuando vino por la gracia para
revelar la vocación de todas las gentes ( cf. PL 142, 1086-1087).
En el siglo V encontramos una especie de cuaresma o tiempo de pre-
paración a la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre, que comienza
seis semanas antes. Es la llamada cuaresma de san Martín, que empieza
precisamente el 11 de noviembre, fiesta de san Martín de Tours. Un dato
apoyado por el testimonio de Gregorio de Tours (+596) y referido a su
antecesor en la cátedra episcopal el obispo Perpetuo (cf. PL 71, 566). En un
sermón de San Máximo de Turín (+465) encontramos ya reflejado este sen-
tido de preparación a Navidad pero con una referencia a la dimensión de la
caridad que tiene que influir en la vida social: «En preparación a la Navidad
del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda mancha, llenemos sus
Adviento, celebración de la espera del Señor 65
tesoros con la abundancia de diversos dones, para que sea santo y glorioso
el día en el que los peregrinos sean acogidos, las viudas sean alimentadas,
y los pobres sean vestidos...» ( PL 57, 224.234).
En Rávena
La ciudad imperial de Rávena, con sus hermosas basílicas y preciosos
mosaicos, es un centro de gran vitalidad litúrgica; su influjo se extiende
a su área cultural y geográfica en el Adriático. Parece que en esta iglesia
local, puente entre Oriente y Occidente, la preparación a la fiesta de Navi-
dad tiene un carácter más destacadamente mistérico, con oraciones que se
refieren al nacimiento del Señor y a su preparación en el AT. Son testigos
de esta tradición tanto los sermones de san Pedro Crisólogo como las
oraciones del Rótulo de Rávena, publicado por L.C. Mohlberg junta-mente
con el Sacramentario Veronense. Las oraciones, según algunos autores, re-
velan el influjo de san Pedro Crisólogo. Esta preparación se orienta a la
contemplación del misterio del nacimiento del Señor más que a una serie
de prácticas ascéticas, y reviste un carácter más teológico y espiritual que
penitencial. En estos textos, tal vez por influjo del Oriente, se habla más del
misterio del Verbo Encarnado, de la colaboración de María, de la espera
de Zacarías e Isabel, como fruto de una lectura espiritual de los episodios
bíblicos que se refieren al nacimiento del Salvador. Algunos textos de esta
tradición han sido recuperados en la actual liturgia romana del Adviento,
con oraciones inspiradas en el Rótulo de Rávena.
En Roma
Un efectivo tiempo de Adviento se conoce en Roma solamente hacia
el siglo VI, si es válida la hipótesis que atribuye su instauración al Papa
Siricio. De las seis semanas iniciales, como todavía existen en el rito ambro-
siano, se pasa definitivamente, con algunas oscilaciones que registran cinco
semanas, a las cuatro definitivas, propuestas por san Gregorio Magno. El
carácter escatológico de este tiempo parece que deriva del influjo de san
Columbano y de sus monjes y encuentra resonancia en un famoso sermón
de Gregorio Magno sobre Lc 21,25-33 con ocasión de un terremoto (cf. PL
76, 1080). Así, el tema del último juicio ha caracterizado definitivamente el
sentido del primer domingo de Adviento hasta nuestros días.
La misma palabra latina adventus, aplicada primitivamente a la venida
de un personaje, del emperador, ha sido asumida por la liturgia como la
espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo, que no puede ser más que
su definitiva aparición en el mundo al final de los tiempos.
66 La celebración de la manifestación del Señor
La evolución posterior
En la sucesiva evolución del Adviento durante la edad media, se intro-
ducirán elementos típicamente relacionados con el misterio de la Navidad,
como por ejemplo: el canto Rorate coeli desuper y más tarde las antífonas
mayores del Magnificat que comienzan con la palabra O, con su hermosa
y característica melodía gregoriana. Estos textos constituyen una síntesis
de la historia de la espera del Mesías, una proclamación de sus títulos y sus
funciones, una actualización del deseo de su venida a través del grito: ¡Ven!,
que hace de la oración de los justos del Antiguo Testamento la plegaria de
la Iglesia hasta que el Señor vuelva.
El tema de las venidas y de la esperanza inspira los sermones de san
Bernardo sobre el Adviento, se actualiza en algunas estrofas de las poesías
de san Juan de la Cruz sobre el prólogo del evangelio de Juan en el que
inserta la espera y la esperanza de los justos del Antiguo Testamento. Una
espiritualidad que marca con fuerza la vida de los fieles a través de la his-
toria hasta nuestros días.
Las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario, del año 1969,
presentan así el carácter propio del Adviento: «El tiempo de Adviento tiene
una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de
Navidad, en las que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a
los hombres y es, a la vez, el tiempo en el que, por este recuerdo, se dirigen
las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los
tiempos. Por estas dos razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo
de una expectación piadosa y alegre» (n. 39). «El tiempo de Adviento em-
pieza con las primeras vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre
o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de
Navidad» ( n. 40).
En este tiempo cabe distinguir con claridad un primer período que se
extiende desde el principio de Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive
y un segundo período que va del 17 hasta el 24 de diciembre.
Adviento, celebración de la espera del Señor 67
TEOLOGIA
las profecías. Y a través de ellos se revela Cristo: « a quien todos los profetas
anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó
ya próximo y señaló después entre los hombres» (II Prefacio de Adviento).
LITURGIA
El leccionario dominical
En líneas generales, la armonización de las lecturas de los cuatro do-
mingos de Adviento en sus respectivos ciclos sigue algunos criterios.
La primera lectura es profética. Se lee especialmente Isaías, pero tam-
bién Jeremías, Miqueas, Baruc, Sofonías.
La segunda lectura es del Apóstol, con exhortaciones a la vigilancia y
a la vida digna. Son textos de Pablo, pero también de Santiago y de la carta
a los Hebreos.
El evangelio del primer domingo es escatológico. En el segundo y tercero
hace referencia al Precursor. En el cuarto se proclaman los acontecimientos
que han preparado la venida del Señor. He aquí un cuadro sinóptico de las
lecturas de los tres ciclos.
Adviento, celebración de la espera del Señor 71
La oración de la Iglesia
El Misal Romano
Los domingos y ferias tienen una eucología propia con temas carac-
terísticos de la teología y espiritualidad de este tiempo: esperanza, gozo,
conversión, renovación, el juicio del Señor.
A los dos prefacios de Adviento (la doble venida de Cristo, la espera
gozosa de la Navidad) se ha añadido ahora uno sobre Cristo Señor y Juez
de la historia y otro sobre María nueva Eva. Pero otros prefacios podrían
ser usados en Adviento en consonancia con el evangelio proclamado en los
domingos y las ferias: el de la Anunciación, cuando se lee el 20 de diciem-
bre el respectivo evangelio, y el II de la Virgen María que se inspira en las
palabras del Magnificat cuando se lee el 22 de diciembre el cántico profético
de nuestra Señora.
Son particularmente hermosas las oraciones colectas de las ferias que
preceden a la Navidad; algunas proceden del Rótulo de Rávena y han sido
oportunamente retocadas.
El tercer Domingo de Adviento conserva su característico tono de
alegría que le da la antífona de entrada, «Gaudete», y el tradicional uso
del color rosa en los ornamentos.
La omisión del Gloria en las celebraciones dominicales de Adviento
no tiene carácter penitencial, como en Cuaresma; reviste una función psi-
cológica y pedagógica: se omite en espera del canto solemne del Gloria en
la noche de Navidad.
SUGERENCIAS PASTORALES
ESPIRITUALIDAD
BIBLIOGRAFIA
Muchos textos eucológicos marianos que reflejan este tiempo del Ad-
viento se pueden encontrar en la antología: Alabanzas a nuestra Señora de las
Iglesias de Oriente y Occidente en el primer milenio, Madrid, Narcea, 1987.
Capítulo segundo
LA FIESTA DE NAVIDAD
HISTORIA
habido continuamente desde los primeros siglos una celebración que hacía
memoria del nacimiento del Señor.
Es cierto, sin embargo, que ya en el siglo III la gruta de Belén se resti-
tu-ye a los cristianos. Sobre la gruta santa Elena construyó la basílica de la
Natividad en el 326; el altar se coloca en el piso superior exactamente sobre
la gruta, con una rendija que permite contemplar el lugar donde nació el
Señor.
A finales del siglo IV, según el testimonio de Egeria, en los primeros
días de enero se celebra una solemne vigilia en la gruta de la Natividad, pero
como fiesta de la epifanía o manifestación del Señor. La gruta está adornada
con gran esplendor; de ella se parte hacia Jerusalén donde tiene lugar la
sinaxis eucarística. La fiesta se prolonga durante ocho días. Cuarenta días
más tarde, según el cómputo evangélico, se celebra en Jerusalén la fiesta de
la Presentación del Señor al templo (Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid,
BAC, 1980, pp. 266-271).
Estas fiestas, en este lugar, vividas y contadas por los peregrinos de
Jerusalén, serán motivo válido para trasladar a otras iglesias la celebración
nocturna de Navidad, y se implantará por su evocación sugestiva allá donde,
como en Roma, esta celebración ha surgido por otros motivos históricos y
celebrativos.
Belén; según la tradición, san Jerónimo trasladó allí algunas reliquias del
primitivo pesebre de Belén. El Papa Sixto III en el año 432, un año después
del Concilio de Efeso, mandó reconstruirla con mayor esplendor como
homenaje a la maternidad divina de María y la dedicó al pueblo de Dios,
como consta en la inscripción que se lee en la cima del arco de triunfo:
«Xistus Episcopus plebi Dei». Hizo adornar la nueva basílica con preciosos
mosaicos. Todavía hoy el arco de triunfo primitivo, que se puede admirar
en el esplendor de sus mosaicos, es un monumento doctrinal y litúrgico al
misterio de la Natividad del Señor con los episodios de los evangelios de la
infancia: anunciación, nacimiento, adoración de los magos, matanza de los
inocentes, presentación del Señor, sueño de José y fuga a Egipto.
Navidad hoy
TEOLOGIA
LITURGIA
La palabra de Dios
Este cuadro merece una breve explicación. Las lecturas de los tres for-
mularios de la misa dan la palabra a los testigos y evangelistas del misterio.
El profeta Isaías y el salmista David, como videntes del AT; el apóstol Pablo
y el autor de la Carta a los Hebreos, teólogos del misterio; Lucas y Juan los
evangelistas de Navidad, el primero con los detalles de la teología y de la
crónica, el segundo con la contemplación del Verbo.
Isaías, el protoevangelista, es leído como aquél que prevé y anuncia la
alegría mesiánica por la venida del Mesías Rey. David canta en sus salmos
las maravillas de Dios en su Mesías.
Pablo habla de la revelación de la gracia de Dios y de su amor a los
hombres, la divina filantropía que se manifiesta en Navidad. El autor de la
Carta a los Hebreos muestra la Palabra definitiva del Padre que nos habla
en el Hijo.
Lucas, el narrador del evangelio de la infancia, ofrece la proclamación
del relato del nacimiento del Mesías y de la adoración de los pastores, con
textos que afirman la historia con fechas, lugares y nombres, con palabras
que evocan la comprensión del acontecimiento a la luz de la fe; sus palabras
adquieren una plenitud espiritual en la misa de medianoche por el momento
en que se proclama el evangelio. Juan, con la lectura del Prólogo, nos hace
recorrer el camino del Verbo que estaba junto al Padre y se ha hecho carne.
En el Verbo Encarnado la palabra se hace eficaz, el anuncio realidad y la
profecía experiencia de salvación.
La oración de la Iglesia
La Eucaristía de Navidad
SUGERENCIAS PASTORALES
niños, que son los que sienten más esta fiesta, en la experiencia de un Dios
que se hace niño, en el maravilloso realismo de la encarnación.
Entre las sugerencias específicas para la misa de medianoche seña-
lamos, a modo de propuestas para hacer más viva la celebración, esta serie
de orientaciones litúrgico-pastorales.
Una preparación de la misa de medianoche requiere una cierta so-
briedad y una atención contemplativa. Un momento de ambientación de
cantos y de experiencias, un montaje audio-visual sobre la Navidad, pue-
de ser útil, donde no se celebra el oficio de las lecturas unido con la misa.
Particulares costumbres de religiosidad popular pueden ser insertadas en
esta preparación.
La entrada de la misa podía ser más solemne, tal vez llevando en
procesión al Niño con cantos natalicios para colocarlo desde el principio
de la misa en un lugar digno y visible. Después del saludo y en lugar
del acto penitencial, que se puede suprimir, dentro del clima de gozo del
canto inicial, se podría proclamar el anuncio del nacimiento del Salvador,
como se hace desde hace varios años en la liturgia del Papa en la Basílica
Vaticana, con un texto semejante al del Martirologio Romano (cf. el texto
más adelante). Este anuncio, precedido de una monición, debería estar
unido al solemne canto del Gloria, durante el cual se podría expresar la
explosión del gozo con el repique de las campanas, la incensación del altar,
el homenaje con flores a la imagen del Niño Jesús por parte de los más
pequeños de la comunidad, como se hace en la Basílica de San Pedro.
En el ambiente natalicio se puede dar más realce al ofertorio como
intercambio de dones con los más pobres, o hacer más gozoso y apropiado
a esta circunstancia el signo de la paz para felicitarse mutuamente con el
don de la paz y del gozo, propios de Navidad.
Al final de la celebración se puede dar a besar la imagen del Niño y
entronizarlo en el belén o en otro lugar donde quede para ser venerado por
los fieles.
No se olvide el valor que tiene la imagen de la Navidad para valorizar
también desde el punto de vista litúrgico algún gesto de veneración del Niño
o una visualización en el característico nacimiento. Conviene rercordar que la
imagen de la Navidad es tradicional y antigua. La encontramos, bajo la forma
primitiva de la adoración de los magos o del nacimiento en la cueva, en frescos
y sarcófagos de las catacumbas romanas (Priscila, San Calixto, Do-mitila). El
arco de triunfo de Santa María la Mayor es ya un gran belén en mo-saico. En
San Apolinar nuevo de Rávena se presenta a los magos que ofrecen sus dones
a la Virgen sentada con el niño en un trono y rodeada de ángeles.
La fiesta de Navidad 97
ESPIRITUALIDAD
El tema de la luz, de Cristo luz del mundo, título del prefacio I de Na-
vidad, de la manifestación luminosa del Señor en su nacimiento, es quizá
la idea central de la eucología romana, especialmente en los textos de la
misa de medianoche.
El tema de la luz recupera simbólicamente los orígenes de la fiesta,
a partir de la claridad que inunda a los pastores de Belén mientras velan
sus rebaños en la noche en que nace Jesús. Recuerda, si hay que dar fe a
algunas interpretaciones, que los judeocristianos celebraban el misterio de
la venida del Señor en la gruta de Belén, llamada caverna de la luz y de la
98 La celebración de la manifestación del Señor
vida. Ciertamente, como nos asegura la peregrina Egeria, una vigilia noc-
turna se celebraba en el lugar tradicional del nacimiento de Cristo a finales
del siglo IV, en la fiesta jerosolimitana de Epifanía. El tema de la luz evoca
la audaz sustitución de la fiesta romana del Sol Invicto por la solemnidad
cristiana del nacimiento de Cristo, Sol de Justicia.
En medio de la noche celebran las comunidades cristianas el memorial
litúrgico del nacimiento del Señor, a partir de la costumbre de la Iglesia
romana de celebrar este misterio en la Basílica de Santa María la Mayor,
con una intuición genial que ha hecho perdurar a través de los siglos la
celebración nocturna de Navidad.
Textos primitivos evocan las convicciones populares en torno al día
de Navidad como día de la luz, del sol nuevo, del sol invicto. Así escribe
por ejemplo Máximo de Turín: «No es errado que el pueblo llame a este
día santo del nacimiento del Salvador: el sol nuevo. También nosotros nos
unimos a esta costumbre. De hecho cuando nace el Salvador no sólo se
renueva la salvación de la humanidad, sino también la misma luz del sol»
(PL 57, 537).
Otro escritor anónimo recuerda: «Llaman a este día nacimiento del Sol
Invicto. Pero ¿quién es victorioso e invicto como nuestro Salvador que ha
vencido a la muerte? También lo llaman «día del nacimiento del Sol». Pero
en realidad ¿no es El, nuestro Salvador, el Sol de justicia, de quien Malaquías
escribió: «Para vosotros que teméis al Señor su nombre se levantará como
Sol de justicia y su salvación estará bajo sus alas?» La circunstancia cosmo-
lógica del solsticio de invierno, celebrado por los romanos como triunfo de
la luz sobre las tinieblas, evocaba espontáneamente para los cristianos el
Sol que nace de lo alto, la presencia entre nosotros de Cristo, luz que brilla
en las tinieblas, luz del mundo.
El ambiente de la celebración de medianoche es propicio para evocar
este misterio. En el corazón de la noche, la comunidad cristiana se reúne
en un espacio de luz que es símbolo de la fe que nace de la palabra del
anuncio. Y la luz es Cristo, Palabra y Eucaristía, como un haz de esplendo-
res que se irradia para iluminar a todos los que creen y celebran su santo
nacimiento.
En este ambiente litúrgico resuenan las palabras de la luz. Ante todo
en la liturgia de la palabra con la lectura del profeta Isaías: «El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombra y
una luz les brilló» (Is 9,2).
El texto mesiánico se convierte en profecía a la luz del anuncio evan-
gélico:« En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire
La fiesta de Navidad 99
libre velando por turno su rebaño... La gloria del Señor los envolvió de
claridad...» (Lc 2,8-9).
La oración colecta ya ha anticipado solemnemente el tema de la li-
turgia de la Palabra: «¡Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con
el nacimiento de Cristo, la luz verdadera, concédenos gozar en el cielo del
esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la claridad de su
presencia en la tierra».
El tema de la luz se enriquece con alusiones a la manifestación de la
gracia (2ª lectura) y la contemplación de la gloria (antífona de comunión).
Se subraya el tema de la luz en textos comunes como la confesión de la fe,
ya que en esta noche no se pueden olvidar las repetidas fórmulas del Credo:
«Dios de Dios, Luz de Luz»; o el acercamiento verbal del Communicantes
propio de esta misa:«la noche santa en que la Virgen María dio a luz al
Salvador del mundo...».
El prefacio I concentra y resume en acción de gracias al Padre este
misterio de Cristo, luz del mundo: «Porque, gracias a la Palabra hecha carne,
la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que
conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible».
Hay todavía dos interesantes prolongaciones del mismo tema. Cristo
se irradia con la gracia; la fe es luz que tiene que iluminar la vida. Lo dice
una de las bendiciones finales: «El Dios de bondad infinita que disipó las
tinieblas del mundo con la encarnación de su Hijo y con su nacimiento
glorioso iluminó esta noche santa, aleje de vosotros las tinieblas del pecado
y alumbre vuestros corazones con la luz de la gracia».
Así lo confirman algunos textos de la Misa de la aurora, como la antífona
de entrada que recupera el texto de Isaías proclamado en la noche (cf. Is 9,2),
y sobre todo la colecta que explicita la condición filial y bautismal de los
que participan del misterio de Cristo; una gracia que se hace compromiso
de vida: «Concede, Señor todopoderoso, a los que vivimos inmersos en la
luz de tu Palabra hecha carne, que resplandezca en nuestras obras la fe que
haces brillar en nuestro espíritu».
Navidad es misterio de luz. En el fulgor de esta noche se adivinan ya
las luces de la noche pascual. O si queremos, la luz pascual reverbera de
manera retrospectiva en el misterio del nacimiento de Cristo, del mismo
modo que la luz del kerigma de la resurrección ilumina en Lucas la narración
del nacimiento del Señor, y en el prólogo de Juan la gloria del Resucitado es
también inicialmente gloria de la Palabra hecha carne. No podemos olvidar
que, en la mejor tradición litúrgica romana, Navidad es el necesario inicio
del misterio pascual. Y que la liturgia celebra Navidad como Pascua, según
100 La celebración de la manifestación del Señor
Una gruta y un pesebre lo han acogido. Los pastores proclaman esta mara-
villa. Desde Oriente los magos traen hasta Belén sus dones; y nosotros con
nuestros labios indignos presentamos nuestra alabanza con las palabras del
himno angélico: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra...»
El prefacio II de Navidad, de manera impecable, canta el misterio de la
restauración cósmica como acción de gracias al Padre, mientras contempla
el misterio del nacimiento del Hijo unigénito, hermano nuestro: «Porque
en el misterio santo que hoy celebramos, Cristo el Señor, sin dejar la gloria
del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo; el que era
invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno,
engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir
en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este
modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre
sumergido en el pecado».
Armonía entre Dios y nosotros; entre el cielo y la tierra; paz entre lo
divino y lo humano; entre lo eterno y lo temporal; asunción en Cristo de
toda la creación, elevación del cosmos, reconciliación del hombre pecador.
Es la idea que recoge al final de la Misa una fórmula de bendición, como
augurio de paz: «Y el que por la encarnación de su Hijo reconcilió lo humano
y lo divino os conceda la paz a vosotros, amados de Dios...».
Navidad resulta en esta perspectiva litúrgica fiesta de la humanidad
entera y de la naturaleza; en la Iglesia de Cristo, lugar de la paz y de la
fraternidad; y en la liturgia de la Iglesia, donde el cosmos se hace aliado
del hombre en el culto divino, hasta en esos elementos que son fruto de la
tierra y del trabajo del hombre en los que ahora se hace presente el Verbo
hecho carne.
En la época de la Olimpíada
ciento noventa y cuatro.
En el año setecientos cincuenta y dos
de la fundación de Roma.
En el año cuarenta y dos
del imperio de César Octaviano Augusto,
mientras la paz reinaba sobre toda la tierra,
en la sexta edad del mundo.
JESUCRISTO, el Dios eterno,
e Hijo del Padre eterno,
queriendo consagrar el mundo
con su piadosísima venida,
fue concebido por obra del Espíritu Santo,
y, transcurridos nueve meses desde su concepción,
nace en Belén de Judá, de Santa María Virgen,
hecho hombre.
Este es el nacimiento
de Nuestro Señor Jesucristo,
según la carne».
cielos las estrellas, los magos sus dones, los pastores su admiración, la tierra
una gruta, el desierto un pesebre. Y nosotros, ¿qué te ofreceremos?. Nosotros
te ofrecemos una Virgen Madre» (Tropario de la liturgia bizantina).
BIBLIOGRAFIA
RAICES HISTORICAS
cierto realce en la liturgia romana renovada como fiesta del Señor, por los
hermosos textos de la misa y del oficio divino y por las lecturas patrísticas
del tiempo después de la Epifanía en las que se recogen algunas homilías
orientales sobre el misterio del bautismo de Jesús. Nos encontramos frente
a una integración Oriente-Occidente en los textos y en la espiritualidad
litúrgica de este tiempo.
TEOLOGIA
CELEBRACION LITURGICA
El calendario litúrgico
La palabra proclamada
El leccionario ferial
En las ferias que van desde el 29 de diciembre, ya que los otros días
tienen lecturas propias en las memorias de los santos Esteban, Juan
evange-lista y los niños inocentes se hace una lectura continua de toda
la primera carta de san Juan, que ya se empezó a leer el 27 de diciembre,
fiesta del mismo Juan. Los evangelios se refieren a las manifestaciones
del Señor. En efecto, se leen los acontecimientos de la infancia de Jesús,
tomados del evangelio de san Lucas (29 y 30 de diciembre), el primer
capítulo del evangelio de san Juan (31 de diciembre al 5 de enero) y las
Tiempo de Navidad, Epifanía, Bautismo del Señor 113
La oración de la Iglesia
SUGERENCIAS PASTORALES
ESPIRITUALIDAD
las bodas de Caná convertiste el agua de las tinajas en sabor del vino. Por eso
te pedimos, oh Dios, Trinidad infinita, que nos limpies por dentro de toda
causa de pecado y nos concedas que con toda pureza podamos celebrar los
sagrados misterios de este día» (Missale hispano mozarabicum, p. 162).
BIBLIOGRAFIA
del ayuno cuaresmal hasta constituir cuarenta días exactos, sin contar los
domingos, en los que no se ayuna.
Igualmente la Pascua encuentra una gozosa prolongación en Pentecostés
o cincuentena pascual, llamada gran domingo o fiesta prolongada, coronada
precisamente con la fiesta de Pentecostés, día final del tiempo de Pascua.
Así, del primitivo núcleo de la Vigilia pascual, nace el desarrollo
orgánico de una larga preparación y de una simétrica prolongación que
poco a poco se llenará de celebraciones y de vida litúrgica hasta hacerse
un tiempo comprometido de la vida de la Iglesia, un arco de casi cien días:
los cien días pascuales que la Iglesia vive cada año en torno al misterio
pascual de Cristo.
Capítulo primero
LA CUARESMA:
CAMINO DE LA IGLESIA
HACIA LA PASCUA
HISTORIA
Los orígenes
dan a su día una medida de cuarenta horas del día y de la noche. Y una tal
diversidad de observantes no se ha producido ahora, en nuestros tiempos,
sino ya mucho antes, bajo nuestros predecesores...» (Historia Eclesiástica. V,
24,12-13; texto en Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica I, Madrid, BAC,
1973, pp. 334-335).
Este ayuno inicial presenta una primera estructura de una semana de
preparación, especialmente en Roma, convertida después en tres semanas en
las cuales se lee el evangelio de Juan y, finalmente, en cuarenta días de ayuno,
inspirados en los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto.
Este ayuno de cuarenta días se realizaba desde la sexta semana antes
de Pascua. Pero estando de por medio seis días dominicales en los cuales
no se ayunaba y queriendo completar el número simbólico de los cuarenta
días, se prolongó, anticipando el comienzo al miércoles anterior a la sexta
semana antes de Pascua y se computaron los dos días de viernes y sábado
antes de Pascua, para completar los cuarenta días. En realidad este último
ayuno era del todo particular, casi total, como parece indicar Hipólito en La
Tradición apostólica n.33: «Para cumplir con el ayuno de Pascua, nadie tomará
nada antes de que se haga la oblación...Si alguien se encuentra enfermo y
no puede ayunar dos días, ayunará el sábado solamente por necesidad,
contentándose con pan y agua» ( Hipólito de Roma, La tradición apostólica,
Salamanca, Ed. Sígueme, 1986, p.110).
Actualmente es éste el cómputo matemático que hace de nuestra
Cuaresma un período de cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles
de Ceniza y el Jueves Santo, de los cuales cuarenta de ayuno, excluyendo
precisamente los seis domingos -cinco de Cuaresma y uno en la Pasión
del Señor o domingo de Ramos- y añadiendo los ayunos del Viernes y
del Sábado Santo que pertenecen ya al Triduo Pascual. Posteriormente se
añadieron otros domingos de preparación a la Cuaresma (Quincuagésima,
Sexagésima, Septuagésima).
En el siglo IV encontramos suficientes testimonios de una organización
del período cuaresmal que compromete a la Iglesia entera y a algunos de sus
miembros con gran riqueza de motivaciones y de contenidos. La peregrina
Egeria describe minuciosamente los ayunos cuaresmales que se practican
en Jerusalén y el itinerario de los catecúmenos con sus celebraciones y sus
catequesis, atestiguadas también por Cirilo de Jerusalén ( cf. Itinerario de la
Virgen Egeria, Madrid, BAC, 1980, pp. 276-279 y 311-317).
Desde el siglo IV hasta el VII-VIII, tenemos el período áureo de la
Cuaresma cristiana, con fuerte carácter bautismal, expresada también con
los ritos del catecumenado y las lecturas feriales y dominicales de la liturgia
La Cuaresma: camino de la Iglesia hacia la Pascua 127
Motivaciones y contenidos
Cuaresma en Roma
Cuaresma hoy
TEOLOGIA
El protagonista
Los evangelios de los domingos de Cuaresma, en los tres ciclos, pero
sobre todo en el primero (A), que es el modelo para la Iglesia, nos presenta
a Cristo como protagonista. El se retira al desierto para orar, se transfigura
en la montaña, encuentra a la Samaritana y la salva, le presentan al ciego de
nacimiento y lo cura, llora la muerte del amigo Lázaro y lo resucita.
El es dueño de la historia y avanza hacia el misterio pascual sembrando
la salvación. La lectura del evangelio de Juan, a partir de la IV semana de
Cuaresma, pone de relieve este camino que Jesús cumple conscientemente
hacia la Pascua, en contraste con sus adversarios, plenamente consciente
de su sacrificio «para reunir a los hijos de Dios dispersos por el mundo» (
cf. Jn 11,52).
El modelo
El tiempo de Cuaresma y su duración simbólica de cuarenta días
tienen su modelo en Cristo que se retira al desierto para orar y ayunar,
que combate y vence al diablo con la palabra de Dios. Es emblemático que
el evangelio del primer domingo de Cuaresma en los tres ciclos ponga
de relieve esta ejemplaridad. Una idéntica y complementaria dimensión
del misterio pascual nos la proponen en los tres ciclos los evangelios del
segundo domingo con el relato de la Transfiguración. Aquí aparece Jesús
en oración, pero en una oración que es gloria y anticipa de alguna manera
su glorificación definitiva. Para la Iglesia es tiempo de purificación y de
iluminación según la termi-nología del Ritual de la Iniciación de Adultos,
especialmente para los iluminandos, pero también para todos los fieles
llamados a revivir estas dimensiones del bautismo cristiano. La lucha y la
gloria, la tentación y la glorificación, son una anticipación simbólica y real
de la cruz y la resurrección, en Cristo y en el cristiano.
El maestro
La distribución de las lecturas evangélicas durante las ferias de Cua-
resma refleja el deseo de la Iglesia de orientar a toda la comunidad a la
escucha del Cristo maestro en los temas fundamentales de la vida cristiana,
132 La celebración de la Pascua
LITURGIA
a) El leccionario ferial
En la Introducción al Ordo Lectionum Missae (ed. 1981), se expresa el
criterio de selección de las lecturas del único ciclo cuaresmal ferial: «Las
lecturas del evangelio y del AT se han escogido de manera que tengan una
mutua relación, y tratan diversos temas propios de la catequesis cuaresmal,
acomodados al significado espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la
cuarta semana se ofrece una lectura semicontinua del evangelio de san
Juan, en la cual tienen cabida aquellos textos de este evangelio que mejor
responden a las características de la Cuaresma» (n. 98).
Podemos resumir así esta temática que después otros autores tratan
de especificar día tras día:
La Cuaresma: camino de la Iglesia hacia la Pascua 135
b) El leccionario dominical
Más amplio en sus perspectivas y más articulado en su catequesis es
el leccionario dominical en los tres ciclos A, B, C.
Son interesantes estas anotaciones del citado Ordo lectionum Missae en
cuanto se refiere a los criterios de elección de las lecturas del AT, del Apóstol
y de los evangelios.
«Las lecturas del AT se refieren a la historia de la salvación, que es uno
de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie
de textos que presentan los principales momentos de esta historia, desde
el principio hasta la promesa de la nueva alianza».
«Las lecturas del Apóstol se han escogido de manera que tengan relación
con las lecturas del evangelio y del AT y haya, en lo posible, una adecuada
conexión entre las mismas».
«La lecturas del evangelio están distribuidas de la siguiente manera:
en los domingos primero y segundo, se conservan las narraciones de las
tentaciones y de la transfiguración del Señor, aunque leídas según los tres
sinópticos. En los tres domingos siguientes, se han recuperado, para el año
A, los evangelios de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrec-
ción de Lázaro; estos evangelios, por ser de gran importancia en relación con
la iniciación cristiana, pueden leerse también en los años B y C, sobre todo
cuando hay catecúmenos. Sin embargo, en los años B y C hay también otros
textos, a saber: en el año B, unos de san Juan sobre la futura glorificación
de Cristo por su cruz y resurrección; en el año C, unos de san Lucas sobre
la conversión» ( n. 97).
Resulta así un panorama amplio pero complejo que merece ser conside-
rado en su conjunto teniendo delante un cuadro sinóptico de las lecturas.
136 La celebración de la Pascua
AT Apóstol Evangelio
Una atenta lectura del cuadro de las lecturas nos ofrece este balance:
Lectura vertical:
AT: momentos progresivos de la historia de la salvación.
Ap: catequesis progresiva en relación con el evangelio.
Ev: misterio de Cristo; el hombre confrontado con Cristo.
AT Apóstol Evangelio
Lectura vertical:
AT: progresivas alianzas de Dios con su pueblo.
Ap: progresiva catequesis en relación con el AT y el Evangelio.
Ev: misterio de muerte y de glorificación del Hijo.
La Cuaresma: camino de la Iglesia hacia la Pascua 139
Lectura horizontal:
Domingo 1º: el diluvio y la alianza con Noé (AT) - el diluvio figura del
bautismo (Ap) - Jesús tentado y vencedor (Ev).
Domingo 2º: sacrificio de Isaac y alianza con Abrahán (AT) - Dios ha sacri-
ficado al Hijo (Ap) - Jesús transfigurado: el Hijo amado sobre
el cual vela el Padre (Ev).
Domingo 3º: ley y alianza con Moisés (AT) - Jesús crucificado revelación de
la sabiduría de Dios para todos (Ap) - Jesús templo de Dios
que anuncia su misterio de pasión y de resurrección (Ev).
Domingo 4º: Dios no traiciona la alianza y libera a los prisioneros (AT)
- muertos por los pecados pero resucitados por la gracia (Ap)
- El amor de Dios manifestado en Cristo que no juzga, sino
que salva (Ev).
Domingo 5º: promesa de la nueva Alianza (AT) - la oración y la obediencia
del Hijo (Ap) - la oración de Jesús (¡Getsemaní de Juan!) y el
valor de su sacrificio que atrae a todos hacia él (Ev).
de los creyentes frente a los judíos que piden milagros y a los griegos que
reclaman sabiduría. En el cuarto se anuncia el misterio de la cruz que salva
del pecado y nos da la gracia. En el quinto, en conexión con el tema de la
oración de Cristo en el evangelio de Juan, el autor de la Carta a los Hebreos
nos recuerda la oración y la obediencia del Hijo.
Como en los otros ciclos, el tema de las tentaciones en el desierto y
la transfiguración en la montaña, marca la catequesis de los dos primeros
domingos, con las características narrativas del evangelista Marcos. Jesús en
el desierto, empujado por el Espíritu, tentado por Satanás, vence y procla-
ma la conversión y la acogida del evangelio al principio de su predicación.
Jesús transfigurado, resplandeciente de luz, promete la resurrección futura.
En los otros tres domingos podemos descubrir con el evangelista Juan una
progresiva proclamación litúrgica de la glorificación de Cristo, el Hijo amado
del Padre. Jesús camina conscientemente hacia el desenlace final de su hora.
En cada uno de estos textos podemos encontrar un aspecto del misterio de
Cristo iluminado por un simbolismo especial.
El domingo tercero presenta el episodio de Jesús en Jerusalén, en los
días de Pascua. Promete una señal que se refiere a sí mismo como templo
verdadero y definitivo que tiene que ser destruido en la pasión y que será
reedificado por el Padre y el Espíritu en la gloria de su resurrección. Juan,
en efecto, presentará en la pasión a Cristo como el templo verdadero del
que brotan las aguas vivas ( Jn 19,34) según la profecía de Ez 47,1 y ss. y la
visión de Ap 22,1-2.
El cuarto domingo presenta el anuncio del Hijo que desciende del seno
del Padre y de la exaltación gloriosa de Jesús, con un simbolismo del AT, el
de la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto como signo
y causa de salvación (cf. Nm 21,4-9). El Crucificado exaltado será fuente de
vida para quien cree en él, juicio de salvación o de condena según la actitud
que se tenga hacia su persona. Es luz para los que quieren ver.
El quinto domingo propone un texto de Juan que tiene múltiples re-
ferencias a la exaltación de la pasión y de la gloria. Estamos de nuevo ante
la proximidad de la Pascua y los griegos quieren ver a Jesús. El habla de la
hora de la glorificación que ilustra a partir del símbolo de grano de trigo
que se rompe en la tierra para dar la vida a la espiga nueva. Es la lógica
pascual de la muerte para la resurrección. Cristo es el grano de trigo que
muere, la Iglesia la espiga repleta de fruto. El misterio del grano de trigo es
la ley misma del seguimiento. Pero el texto se enriquece con la oración de
Jesús que Juan anticipa antes de la pasión, aunque con idénticos acentos:
la turbación de Jesús y su angustia, la petición al Padre para que lo libre
La Cuaresma: camino de la Iglesia hacia la Pascua 141
AT Apóstol Evangelio
Lectura vertical:
AT: episodios progresivos de la historia de la salvación vividos en la fe.
Ap: catequesis progresiva en relación con el evangelio y el AT.
Ev: Cristo llama a la conversión y perdona.
Lectura horizontal:
Domingo 1: la fe inicial de Israel (AT) - la fe en Cristo (Ap) - Jesús tentado
y vencedor (Ev).
Domingo 2: la fe de Abraham y la Alianza (AT) - llamados a la transfi-
guración de nuestros cuerpos (Ap) - Cristo transfigurado
revelador del Padre, fundamento de nuestra fe (Ev).
Domingo 3: un Dios que se revela como liberador (AT) - también los cris-
tianos aprenden del camino de los Padres del desierto (Ap)
- llamados a la conversión (Ev).
Domingo 4: la Pascua en la tierra prometida, se renueva la Alianza (AT)
- llamados en Cristo a ser reconciliados (Ap) - Dios Padre
espera la conversión del hijo pródigo (Ev).
Domingo 5: Dios hace nuevas las cosas, en el futuro del hombre (AT)
- llamados a la resurrección (Ap) - el perdón de la adúltera
(Ev).
Las oraciones que la Iglesia propone en RICA nn. 160-180 podrían ser
usadas en celebraciones penitenciales o de la palabra, para profundizar el
sentido de los tres evangelios proclamados.
Recordemos finalmente el rito del Effetá, con su significado simbólico
para el cristiano, al cual se le abren los oídos para escuchar la palabra de
Dios, y los labios para la oración de alabanza al Señor. Es la capacitación
para el pleno diálogo de la salvación (cf. DV 2).
Iconos de la Cuaresma
La Cuaresma bizantina
PASTORAL
ESPIRITUALIDAD
En perspectiva eclesial
La Samaritana
Es la tipología del hombre en busca de felicidad, que se encuentra
caído en el pecado y convertido en esclavo. Sólo cuando acepta la verdad
de su condición es salvado.
Cristo va en busca de esta mujer. Se revela a sí mismo y revela a la
mujer su condición, pero no se queda en el pecado; va más allá y descubre
en ella - además del pecado - la sed de la verdadera felicidad que sólo Dios
puede saciar. El se pone delante con aquel “Yo soy” fuente de felicidad.
150 La celebración de la Pascua
El ciego de nacimiento
Es el tipo de hombre sumergido en las tinieblas del pecado; no ve. Es
una situación moral que compromete a él y a los suyos. Es la tipología de
la ceguera del hombre incapaz de ver la verdad y de actuarla.
Cristo se pone ante él para salvarlo y librarlo de esta situación. El es
la luz del mundo: “Yo soy” la luz; lo cura de esta enfermedad congénita
y abre su corazón a la fe en él.
El bautismo es una iluminación; es« photismós»; el hombre es ilumi-
nado para conocer la verdad de la historia y de las cosas, pero también
para penetrar en la realidad de los misterios divinos que son revelados
en Cristo.
Lázaro resucitado
Es la tipología del hombre destinado a la muerte, expresión de la
condición del hombre por el pecado; es “un ser para la muerte”. La muer-
te condiciona la vida del hombre que vive sometido a la esclavitud del
pecado por miedo a la muerte (cf. Hb 2,15). Tiene el instinto de la muerte
que lo lleva a gozar de la vida, porque “comamos y bebamos que mañana
moriremos”.
Cristo está ante él como uno que tiene poder sobre la vida y sobre la
muerte: “Yo soy” la resurrección y la vida. En él es derrotada la muerte y
todos los condicionamientos que llevan al hombre al pecado.
El bautismo es una nueva creación, palingénesis, es un misterio de
muerte y resurrección para aquél que acepta a Cristo y en él acepta el morir
para vivir, morir a sí mismo y al pecado para no convertirse en esclavo por
miedo a la muerte, sino vivir para Cristo en la alegría de una vida nueva.
En estas tres tipologías hay una respuesta al problema del hombre.
Una respuesta progresiva a la antropología concreta. Cristo revela y salva.
Y la vida en Cristo del bautismo pone al hombre en la nueva antropología
en la cual se entra a través del arrepentimiento y la conversión. Esta es la
lección fundamental de la Cuaresma.
La Cuaresma: camino de la Iglesia hacia la Pascua 151
BIBLIOGRAFÍA
HISTORIA
Los protagonistas
En la controversia narrada por Eusebio el gran protagonista es el
Papa Víctor, que amenaza con excomulgar a los obispos del Asia Menor
por motivo de su celebración pascual, fijada el 14 del mes de Nisán. A esta
amenaza de excomunión responde Polícrates, obispo de Efeso. Interviene
como mediador y hombre pacífico, según su nombre, Ireneo, obispo de Lyon,
oriental de nacimiento ya que había nacido en Esmirna, pero que vivía en
Occidente y seguía el uso de la iglesia de Roma.
Pero en la reseña de personajes aparecen otros Papas de Roma: Aniceto,
Pío, Higinio, Telesforo, Sixto, que fueron tolerantes con el uso de los asiáti-
cos. Por parte del Asia Menor, se habla de otros obispos; el más importante
es Policarpo, del cual se refiere un viaje suyo a Roma en el que Aniceto,
hablando con este insigne obispo de Esmirna, le confía la presi-dencia de
la celebración de la Eucaristía.
La cuestión
La controversia versa sobre la fecha de la celebración de la Pascua y
no (probablemente) sobre el sentido de la celebración.
158 La celebración de la Pascua
Interpretaciones de la controversia
Todavía hoy son distintas las interpretaciones que se dan a esta famosa
controversia. Para algunos se trata de una cuestión de fechas acerca de la
celebración y del ayuno. Para otros se trata de una diferente realidad con-
tenida en la celebración: para los cuartodecimanos se trataría de celebrar la
Pasión, para las otras Iglesias se trata de celebrar la Resurrección; pero esta
interpretación es insostenible a la luz de los textos de hondas resonancias
pascuales centradas en la victoria de Cristo. Para otros se trata de una distinta
acentuación, pero no de un contenido distinto. Otros sin embargo opinan
que a diferencia de las Iglesias del Asia que celebran una fiesta anual de
la Pascua el 14 de Nisán, la Iglesia de Roma solamente conoce una pascua
semanal, no anual.
Fin de la controversia
De todos modos, bien pronto la controversia es superada. En el siglo III
no existen más noticias acerca de una celebración del 14 de Nisán, sino que
todos celebran la Pascua el domingo siguiente. En Roma encontramos muy
pronto establecida una fiesta anual de Pascua. En el Concilio de Nicea (a.
325) se regula la cuestión pascual, pero no en el sentido de la controversia,
ya superada, sino para fijar una misma fórmula del cómputo del plenilunio
de Pascua en toda la Iglesia.
El decreto de Nicea se impuso con dificultad en la Iglesia, pero poco
a poco llegó a prevalecer. El cambio del calendario gregoriano en 1582
no fue adoptado por el patriarca Jeremías de Constantinopla ni por la
Iglesia rusa. Esto explica la diversidad del cómputo pascual: todavía hoy
existen divergencias sobre la fecha de la Pascua y se busca una solución
para poder celebrar siempre juntas todas las Iglesias de Oriente y Oc-
cidente en una fecha fija un domingo de abril la Pascua del Señor. Una
declaración a propósito está contenida en el Apéndice de la Constitución
Sacrosanctum concilium. Se espera la decisión de la Asamblea panortodoxa.
Pero la cuestión, en lo que respecta a la revisión del calendario civil, está
en estudio en la ONU.
160 La celebración de la Pascua
Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas que son señaladas aquí y allí
por los Padres, es necesario recordar:
El relato de la creación y quizás el sacrificio de Abrahán, el éxodo del
pueblo hebreo Ex 12-14, el evangelio de la Resurrección.
Entre los salmos vienen citados el 117 y los salmos bautismales 22 y 41
(42) con su referencia a las aguas bautismales y a los otros sacramentos.
Sobre estas lecturas los Padres dictan sus homilías, caracterizadas por
un tono lírico kerigmático, mistagógico; con referencias poéticas a la prima-
La celebración anual de la Pascua del Señor 165
Una verdadera y propia Laus cerei, canto de alabanza en honor del cirio,
símbolo de Cristo Luz, tal como lo tenemos ahora en la liturgia romana, está
atestiguada desde el siglo IV por Jerónimo. Pero el texto actual de la Iglesia
romana, que ha tenido muchas variantes en los siglos sucesivos, remonta
por lo menos al siglo VII y no debe ser atribuido a personajes como Agustín
o a Ambrosio, como algunos han pretendido.
cuello, todos llevan ramos, unos de palmas, otros de olivo; y así es llevado
el obispo en la misma forma que entonces fue llevado el Señor».
Lunes, martes y miércoles se tienen otras celebraciones; el miércoles
toda la gente participa conmovida en la conmemoración de la traición de
Judas: «los lamentos y gemidos son tales que es imposible no conmoverse
hasta las lágrimas en aquel momento».
El jueves, además de la celebración de la Eucaristía, se hacen vigilias
de oración y de lecturas para recordar la agonía de Jesús en Getsemaní.
El viernes se leen todos los textos del AT y del NT que se refieren a la
pasión y se venera la cruz, con gran conmoción, lágrimas y sentimientos
de dolor.
El sábado «se preparan las vigilias pascuales en la iglesia mayor»,
que después se hacen «como entre nosotros», con la particular y sugestiva
lectura de la Resurrección ante el sepulcro vacío. La fiesta continúa durante
todo el domingo «como entre nosotros».
Las noticias de Egeria son importantes para la historia de la Semana
Santa por el modo con que se celebra ya en la época primitiva. En efecto, se
trata de una celebración de carácter popular, con plena participación y fatiga
de la gente; se realizan algunas ritualizaciones para hacer más concreto y
expresivo el misterio del que se leen los pasajes evangélicos.
En estas celebraciones participan muchos peregrinos. De la Iglesia
madre de Jerusalén, esta Semana Santa será transportada a otras Iglesias,
donde surge el deseo, por ejemplo, de tener lugares semejantes a aquéllos
de Jerusalén y poder venerar la reliquia de la Santa Cruz, como acontece
en Santa Cruz de Jerusalén en Roma, que se convertirá en la estación del
Papa el Viernes santo en la Ciudad eterna.
la pasión en la que encuentra un gran eco el deseo del pueblo de revivir los
misterios en el ámbito de la religiosidad popular.
tiene el Jueves Santo. No sólo por lo que supuso en la vida de Jesús que
vivió este momento en trance «pascual», de pasión y de gloria vislumbradas;
que conscientemente sustituyó la cena ritual de una Pascua antigua con la
institución de una cena nueva de la Pascua definitiva. El «haced esto como
memorial mío no se entiende totalmente si no se supone esta sustitución.
Como si dijera: «De ahora en adelante cuando celebréis la Pascua, celebradla
como memorial mío, de mi pasión salvadora». A eso hacen alusión el pan
y el vino, cuerpo entregado y sangre derramada para la liberación de los
pecados y la participación en la alianza nueva. La resonancia pascual del
Jueves Santo es también importante para la Iglesia que en ese día puede
acentuar el sentido pascual de la Eucaristía, misterio de la Pascua del Se-
ñor, síntesis de todos los misterios, memorial de la pasión redentora y de
la resurrección salvadora.
La Pascua, pues, necesita empezar ritualmente cada año donde empezó,
en el misterio del Cenáculo. Y la institución de la Eucaristía, el «nacimiento
del cáliz», como se llamaba antiguamente la misa vespertina del Jueves
antes de que éste se incluyera en el Triduo Pascual, necesita ser colocada
ahí, en ese marco de la Pascua del Señor, en esa referencia total a la pasión
y a la resurrección, a la alianza y a la expiación, a la dimensión eclesial y
escatológica de la última Cena; para que nadie la reduzca en su grandeza
total, nadie la utilice en un devocionalismo empequeñecedor, nadie la des-
centre de su perspectiva total que es precisamente la Pascua; para que sea
siempre «memorial» del misterio pascual de Cristo.
Si el momento culminante del Triduo Pascual es la celebración euca-
rística de la Vigilia, cuando Cristo Resucitado y glorioso se hace presente a
la Iglesia Esposa con su cuerpo y su sangre gloriosos, transidos de pasión
y pletóricos de la fuerza del Espíritu, no se puede olvidar que todo fue
anunciado en el Cenáculo y que la Iglesia no ha perdido la memoria, sino
que ha conservado en el corazón la palabra que permite celebrar la Pascua
de Jesús con el nuevo rito por El instituido: «Haced esto como memorial
mío». Por eso es sugestivo el comentario de Pablo a estas palabras que
quiere hacer comprensibles a los griegos de Corinto, que no saben lo que es
el «zikkaron» bíblico, la celebración de un memorial: «Cada vez que coméis
este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Kyrios, del Señor, hasta
que vuelva» (1 Co 11,26). Palabras que algunas liturgias actuales como la
ambrosiana, en una antigua anáfora del Jueves Santo que ahora es común
para todos los días, ponen en labios de Jesús con esta sugestiva fórmula:
«Cada vez que hagáis esto, hacedlo en conmemoraci6n mía: anunciaréis
mi muerte, proclamaréis mi resurrección, esperaréis confiados mi retorno
hasta que de nuevo venga a vosotros desde el cielo».
La celebración anual de la Pascua del Señor 179
saben todos aquellos que han sido hechos dignos del misterio altísimo y
eterno» ( PG 39,906). Y san Agustín, con más vigor todavía, quiere calmar
las nostalgias que los cristianos de Hipona tienen de las fiestas pascuales
con esta enjundiosa anotación: «La celebración cotidana de la Pascua debe
servirnos como continua meditación de todas estas cosas. No hemos de
creer que estos días de Pascua sean tan fuera de lo común que lleguemos
a descuidar la memoria de la pasión y de la resurrección que hacemos
cuando cada día nos nutrimos de su cuerpo y de su sangre. Sin embargo, la
presente solemnidad tiene el poder de recordar a nuestra mente con mayor
claridad, excita con más fervor y nos alegra con más intensidad, ya que al
celebrarla a distancia de un año nos pone ante la mirada la memoria de lo
que aconteció» ( Sermo Wilmart, 9,2, citado por Cantalamessa, La Pasqua...
p. 229-230). Más sintético y claro todavía Juan Crisóstomo: «Cada vez que
con conciencia pura te acercas a la Eucaristía celebras la Pascua. Pascua es,
en efecto, celebrar la muerte del Señor» (PG 48,870).
CELEBRACION LITURGICA
La Vigilia Pascual
Después de un día de silencio, de oración y de ayuno, nos disponemos
a celebrar la Pascua, el paso, la Resurrección del Señor. La Vigilia Pascual
es la Pascua del Señor y la Pascua de la Iglesia, origen y raíz de todo el
año litúrgico. La estructura actual recupera el pleno sentido de la antigua
celebración pascual en el corazón de la noche. Debe ser celebrado como
vigilia completa hasta las primeras horas del alba, sin anticipaciones que
tergiversan el sentido simbólico y real, sin reducciones que desvirtúan el
sentido y el gozo de esta noche esperada durante todo un año.
En esta celebración de la Vigilia reciben su consagración pascual las
palabras, las oraciones, los sacramentos y los símbolos de la Iglesia, que son
prolongaciones e irradiaciones de la Pascua. Todo es nuevo, todo confiere
novedad a la Iglesia en los grandes símbolos cristológicos y litúrgicos.
Estos grandes símbolos son: la asamblea santa, que es siempre la Es-
posa y la comunidad del Resucitado. El tiempo nuevo, que es siempre, de
noche y de día, tiempo pascual insertado ya en nuestro hoy que es Cristo.
La espera vigilante, celebración de la presencia y del retorno definitivo del
Resucitado. La luz pascual, que desde el Génesis al Apocalipsis bajo el signo
de Cristo luz del mundo lo inunda todo. El fuego nuevo, que recuerda la
columna de fuego y el fuego del Espíritu encendido por el Resucitado en
los corazones de los fieles. El agua regeneradora, signo de la vida nueva
en Cristo, fuente de la vida. El crisma santo de la unción espiritual de los
bautizados. El banquete nupcial de la Iglesia: en el pan y en el vino de la
Eucaristía tenemos el banquete escatológico, la comida del Resucitado y con
el Resucitado. El canto nuevo del aleluya pascual, himno de los redimidos,
cantar de los peregrinos en camino hacia la patria.
Todos los otros símbolos son pascuales: la cruz, el altar, el ambón, el
La celebración anual de la Pascua del Señor 189
La liturgia de la luz. Con la lógica bendición del fuego nuevo para en-
cender la nueva luz, se recuerda que estamos en la noche donde todo se
renueva en aquél que hace nuevas todas las cosas. El cirio es bendecido y
adornado porque es símbolo de Cristo luz. La procesión de las tinieblas a
la luz, la peregrinación de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, guiada por la
columna de fuego, iluminación bautismal que cada uno recibe de Cristo
para ser siempre hijo de la luz.
190 La celebración de la Pascua
SUGERENCIAS PASTORALES
gozosa de la noche santa, para que toda la Iglesia sea envuelta en las mismas
gracias de la celebración pascual. Se podría, por ejemplo, hacer la aspersión
al principio de la Misa con el agua bendecida en la noche santa y renovar
en la profesión de fe las promesas bautismales.
Donde el cementerio está cercano a la iglesia, se podría ir después de
la Misa o después de las Vísperas a expresar la fe en la resurrección, tam-
bién para los fieles difuntos, en el mismo domingo o en uno de los días de
la semana de Pascua.
Estas son las sugerencias pastorales que cada uno puede verificar en
su posibilidad y oportunidad para hacer más comprometida la celebración
del misterio de la Pascua del Señor.
ESPIRITUALIDAD LITURGICA
Estikirás de Pascua
Este texto de la liturgia bizantina que se canta en la noche de Pascua
y en las Vísperas, se cantaba también en Roma delante del Papa en lengua
griega, para subrayar la comunión de la Iglesia indivisa en el misterio de la
Pascua. Lo proponemos por su valor teológico, poético y espiritual, que re-
cuerda los más antiguos textos de la Iglesia en la celebración de la Pascua.
Día de la Resurrección.
Resplandezcamos de gozo por esta fiesta.
Abracémonos, hermanos, mutuamente.
Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian
y perdonemos todo por la resurrección
y cantemos así nuestra alegría:
BIBLIOGRAFIA
INDICACIONES HISTORICAS
La raíz bíblica
La primitiva celebración
El cuadragésimo día
Algunas iglesias mantienen para el tiempo pascual la medida de cua-
renta días («tesserakonte»). Poco a poco surge la celebración de la Ascensión
del Señor en el día cuadragésimo, como testimonian muchas homilías de
Padres orientales y occidentales. San Agustín recuerda que la Ascensión es
una de las fiestas fijas que con la Pascua y Pentecostés se celebran por toda
la tierra (Ep. 54,1:PL 33,200). León Magno, el gran teólogo occidental del
misterio pascual, ha dedicado a la Ascensión del Señor bellísimas homilías.
212 La celebración de la Pascua
El quincuagésimo día
En un principio es el día que cierra la celebración pascual. Por el influjo
del cuadragésimo día se asigna a esta solemnidad una plenitud particular.
Juan Crisóstomo la describe con estas palabras: «Hace poco que hemos
celebrado la fiesta de la cruz, de la pasión, de la resurrección, y después de
la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo al cielo. Ahora finalmente hemos
llegado al culmen de los bienes y a la capital (metrópolis) de todas las fies-
tas» (PG 50,463).
La peregrina Egeria señala en su Itinerario la rica celebración de este día
en Jerusalén, con una estación en el monte Sión, en la hora de tercia, en el
lugar del Cenáculo y por la tarde en el Imbomón, la capilla de la Ascensión
en la cima del Monte de los Olivos (Itinerario, pp. 304-309).
Posteriormente prevalece y se arraiga un doble sentido de esta fiesta.
Es como un reflejo de Pascua por el uso de administrar el bautismo y la
celebración de una vigilia de oración. Es también la fiesta del Espíritu Santo,
aniversario, de su venida sobre los Apóstoles. Se trata de una visión correcta
de las cosas, aunque falta a veces una exacta conexión con el tiempo pascual
y el sentido de la plenitud pascual que es el don del Espíritu, prometido y
anticipado en la pasión y en la glorificación de Cristo. Pronto, a partir del
siglo VII, prevalecerá esta teología y se asignará una octava a la fiesta de
Pentecostés, que los simbolistas medievales justificarán como una celebración
de los siete dones del Espíritu Santo. Pentecostés será llamado «Pascha
roseum», Pascua rosada o granada, con el sentido de la fiesta de los frutos
Pentecostés o tiempo Pascual 213
del Espíritu, y también Pascua del Espíritu Santo, según una terminología
popular que Santa Teresa de Jesús recuerda.
El deseo de pasar de la anámnesis a la mímesis en esta fiesta, lleva a ritua-
lizar durante el canto del Gloria o de la Secuencia la efusión con una lluvia
de pétalos de rosas rojas o con el lanzamiento de pábilos encendidos como
pequeñas llamas, o también con la liberación de palomas u otras aves.
Sin duda, uno de los legados más preciosos de la Edad Media para la
fiesta de Pentecostés es la secuencia de oro Veni, Sancte Spiritus, compuesta
por el arzobispo de Canterbury Esteban Langton (+ 1228). Esta composición
sustituyó definitivamente el texto de Nokter Bálbulo (+ 912), que empezaba
con las palabras Sancti Spiritus adsit nobis gratia. Junto con la invocación del
Aleluya, Veni, Sancte Spiritus, reple..., la Secuencia de oro de Pentecostés
constituye el ejemplo de una magnífica oración teológica, entre los más
hermosos textos sobre el Espíritu Santo. Se puede comparar y completar
con la llamada «oración mística» de Simeón el Nuevo teólogo (+ 1022) que
se parece por su tono y su contenido.
Los textos de la liturgia romana que se prolongaban durante la octava
de Pentecostés, como meditación del misterio del Espíritu Santo, daban un
esplendor espiritual a esta fiesta que parecía así desembocar todavía en
otra fiesta de total plenitud divina: la solemnidad, de origen medieval, de
la Santísima Trinidad.
TEOLOGIA
LITURGIA
El leccionario ferial
He aquí las indicaciones de la Ordenación general de la lecturas de la
Misa n. 101 :
«La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, como los
domingos, de modo semicontinuo. En el evangelio, dentro de la octava de
Pascua, se leen los relatos de las apariciones del Señor. Después, se hace una
Pentecostés o tiempo Pascual 217
lectura semicontinua del evangelio de san Juan, del cual se toman ahora textos
de índole más bien pascual, para completar así la lectura ya empezada en
Cuaresma. En esta lectura pascual, ocupan una gran parte el discurso y la
oración del Señor después de la Cena.
Se leen los Hechos de los Apóstoles de forma semicontinua para indi-car
que el tiempo pascual es el tiempo de la Iglesia, nuevo Israel, nacida de la
Pascua del Señor y animada por el Espíritu del Resucitado. Para el evangelio,
después de la primera semana en la que se leen las apariciones del Resucita-
do, se leen pasajes del evangelio de Juan que pueden ser interpretadas como
sacramentales: Jn 3 (catequesis a Nicodemo), Jn 6 (catequesis sobre el Pan de
la Vida), Jn 10 (el Buen Pastor), Jn 12 (la Luz del mundo), Jn 14-17 (el discurso
de la Cena y la oración por la unidad), Jn 21 (las últimas apariciones)».
El leccionario dominical
«Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del evangelio rela-
tan las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen Pastor están
asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los domingos quinto, sexto y
séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del
Señor después de la última cena. La primera lectura se toma de los Hechos
de los Apóstoles, en el ciclo de los tres años, de modo paralelo y progresivo;
de este modo, cada año se ofrecen algunas perspectivas de la vida, testimonio
y progreso de la Iglesia primitiva. Para la lectura apostólica, el año A se lee la
primera carta de san Pedro, el año B la primera carta de san Juan, el año C el
Apocalipsis; estos textos están muy de acuerdo con el espíritu de una alegre
fe y de una firme esperanza, propio de este tiempo» (OLM 100).
La elección de las tres lecturas para los seis domingos de Pascua (siete
con el Domingo de Resurrección) está guiada por este criterio de lectura
progresiva y en cierto sentido concordada.
Más en concreto, el evangelio del domingo II es siempre fijo: se lee la
narración de la aparición de Jesús a los ocho días en el cenáculo y la duda
de Tomás. El domingo III de Pascua narra las apariciones del Resucitado.
El domingo IV se leen diversos pasajes para los tres ciclos de Jn 10: el Buen
Pastor. Los domingos V-VII se proclaman pasajes de los cc. 14-17 de Jn,
textos del discurso de la Cena.
La lectura de la Biblia en el oficio de lecturas de la Liturgia de las Ho-
ras propone de forma ordenada los textos de los Hechos de los Apóstoles
( para un segundo año de las lecturas) y de las Cartas de Pedro, de Juan
y del Apocalipsis (para el primer año). La selección de las lecturas breves
propone los textos fundamentales de los escritos apostólicos acerca de la
resurrección del Señor y la vida nueva de los cristianos.
218 La celebración de la Pascua
La Ascensión
Aunque en la mayoría de las naciones no se observa su fecha cro-
nológica y se traslada al domingo siguiente, mantiene todo su esplendor
litúrgico y toda su belleza y profundidad doctrinal en los textos del Misal
y de la Liturgia de las Horas.
Ha sido notablemente enriquecido el mensaje litúrgico de la fiesta con
la amplia selección de las lecturas del Leccionario:
Pentecostés o tiempo Pascual 219
Pentecostés
Preparada por los textos litúrgicos alusivos al Espíritu Santo en los
días después de la Ascensión, más en la Liturgia de las Horas que en el
Misal y en el Leccionario y dotada de una especial vigilia, la solemnidad de
Pentecostés reviste en la liturgia un notable esplendor. A ello contribuyen
los textos eucológicos y la riqueza de las lecturas de la palabra de Dios.
El Misal propone la celebración de la misa vespertina (o nocturna) en
forma vigiliar, con una apropiada monición inicial y con una serie de lecturas
bíblicas, entremezcladas con oraciones, como en la Vigilia Pascual.
SUGERENCIAS PASTORALES
ESPIRITUALIDAD
El misterio de la Ascensión
«Cuando fuiste elevado a la gloria, oh Cristo nuestro Dios, ante la mi-
rada de tus discípulos, las nubes te arrebataron con tu cuerpo. Se abrieron
las puertas del paraíso y el coro de los Angeles exultó de gozo y alegría y
las potencias celestiales cantaban diciendo: Portones, alzad los dinteles,
que va a entrar el Rey de la gloria. Mientras los discípulos atemorizados te
decían: No te alejes, buen Pastor, de nosotros; envía sobre nosotros tu Espí-
ritu santísimo como guía y fortaleza de nuestras almas» (Liturgia bizantina
de la Ascensión).
Yo ya la conocía.
Porque conservaba en el corazón su palabra:
Resucitaré al tercer día.
C. ¡Aleluya! ¡Nada es ya como antes!
BIBLIOGRAFIA
ELEMENTOS HISTORICOS
Evoluciones posteriores
TEOLOGIA
Una somera teología del domingo como día del Señor puede ser ex-
puesta desde diferentes puntos de vista. Escogemos dos: los nombres y los
aspectos.
Desde los nombres, una teología del domingo
El domingo tiene incluso en la variedad de sus nombres un sentido
de plenitud y una riqueza polivalente. Es el mismo sentido que expresan
los nombres en las lenguas modernas que conservan su significado original
cristiano: domingo, día del Señor; otros mantienen la huella de sus remi-
niscencias paganas: día del sol; otros el sentido del misterio pascual: día
de la resurrección en las lenguas eslavas; y hasta de su sentido festivo de
reposo, en otras lenguas. Detrás de estos nombres se encierra una hermosa
teología.
El día del Señor. Día señorial, día que está todo él lleno de la presencia
del Señor, que le pertenece, que reclama el encuentro con el Señor en la
palabra, en la asamblea, en torno al altar y en la cena del Señor. Eusebio
de Alejandría lo llama también «¡el señor de los días! principio de la crea-
ción, principio de la resurrección, principio de la semana» (PG 86,416). La
dedicación exclusiva de todo el día a Cristo es la forma explícita de hacer
concreta esta denominación.
El día del sol. La denominación pagana del día del Sol fue para los cris-
tianos fácil de aplicar a Cristo, desde el momento en que el simbolismo del
sol, rey de la creación, fue aplicada al Mesías en el cántico de Zacarías (Lc
1,78-79). Célebre es la expresión de san Máximo de Turín: «El domingo es
para nosotros un día venerable y de fiesta, porque es el día en que nuestro
Salvador fue exaltado y resplandeció como el sol, tras haber disipado las
tinieblas del infierno con la luz de la resurrección. Por eso este día, para los
hijos de este mundo, tiene el nombre del día del sol, porque Cristo, Sol de
justicia, lo ha iluminado con su resurrección» (Hom.in Pent.: PL 57,371). El
domingo recuerda el misterio de Cristo en el símbolo regio del sol, como
cantan muchos himnos. En efecto es el día que nace con el sol que es Cristo;
un día que declina sin que conozca su ocaso el sol de los cristianos, Cristo
que es luz sin ocaso, como canta el pregón pascual, «luz que no tiene noche»
como dice Santa Teresa de Jesús (Vida 28,4).
LITURGIA
El calendario litúrgico
Todos los domingos del año litúrgico son domingos pascuales, pascua
semanal, incluso aquellos que caen en los tiempos litúrgicos especiales: Ad-
viento, Navidad, Cuaresma, Pascua. Refiriéndonos a los que son llamados
domingos per annum o del tiempo ordinario, señalamos que son 33 ó 34, aunque
algunos son ocupados por celebraciones especiales de fiestas propias del
Señor (Cristo Rey) o trasladadas (Ascensión, Corpus Christi). Tienen por
tanto una preferencia sobre otras fiestas y comienzan con las vísperas del
domingo que nos introducen en el día nuevo, día del Señor.
El leccionario dominical
PASTORAL
Nuevas posibilidades
La celebración de la misa dominical, ya a partir de las primeras vís-
246 El domingo, día del Señor y de la Iglesia, Pascua semanal
Nueva mentalidad
Es necesario recuperar para el domingo todo un sentido positivo y
gozoso, toda una conciencia filial hacia Dios y eclesial hacia los hermanos,
para que más allá del precepto, exista una verdadera motivación de fe que
lleva a la celebración y la caracteriza de manera digna del Señor Resucitado
que está presente en la Iglesia. A nivel celebrativo, es necesario animar la
247
ESPIRITUALIDAD
ser ese «Regina coeli, laetare», que aun siendo propio del tiempo pascual,
pone el punto final, con aire de Pascua, a una jornada que ha celebrado el
misterio de la Resurrección.
BIBLIOGRAFIA
HISTORIA
años» (Ga 4,10). «Que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida,
o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados» (Col 2,16). La sobriedad
cristiana en cuanto a celebraciones litúrgicas, contrastada con la exuberante
religiosidad pagana, podía ser de escándalo para los paganos que no veían a
los cristianos excesivamente dados a prácticas rituales. Si en otras ocasiones
se les echará en cara que no tienen ni templos ni altares, y pretenden ser
los adoradores del Dios vivo, se les podía también recriminar la ausencia
de fiestas en su calendario.
Para los cristianos, sin embargo, toda la vida es una celebración continua.
En efecto, el tiempo es del Señor. Cristo llena todo el tiempo del cristiano,
que es una fiesta continua, contra cualquier prescripción de la ley judía sobre
el culto o superstición pagana en la observancia de los días festivos.
La fuerza de la memoria
Influjos posteriores
Poco a poco, por las leyes de la evolución litúrgica, una parte de los
días de la semana se va cargando con las conmemoraciones de los mártires y
santos, hasta ocupar prácticamente toda la semana. Por otra parte, aumenta
el sentido devocional asignado a cada uno de los días de la semana; a la
257
antigua y tradicional visión del domingo como día del Señor y de la Resu-
rrección se añade normalmente la celebración del viernes como memoria de
la pasión y más tarde del sábado en la Edad Media como día de la Virgen
María. Otras devociones van llenando los otros días con una tendencia que
es semejante en Oriente y en Occidente, aunque con diversos matices.
El tiempo ordinario se fue caracterizando como celebración de esos
espacios que quedaban sin llenar entre Epifanía y la preparación cuaresmal
(semanas después de Epifanía) y entre la fiesta de la Trinidad y el primer
domingo de Adviento (semanas después de Pentecostés).
Dentro del tiempo ordinario, ritmado por la celebración semanal de
la pascua en los domingos, y medido con frecuencia por el ritmo de la vida
agrícola, se colocaron las rogativas y las témporas.
Las rogativas, instituidas hacia el año 475 por san Mamerto obispo de
Vienne en Francia, tuvieron su origen en las súplicas para que Dios alejase
de su pueblo las calamidades y se dignase obtener y conservar los frutos de
la tierra. Las cuatro témporas tenían también un objetivo semejante; eran
semanas de oración y de acción de gracias por los frutos de la tierra y para
el ofrecimiento de las primicias.
Un cuadro que hoy no corresponde de la misma manera a las ciudades
y a los campos, por lo que esas celebraciones no se pueden asignar de la
misma manera a todas las situaciones de la Iglesia extendida por todo el
mundo.
TEOLOGIA
aparente monotonía del único sacrificio eucarístico, celebrado todos los días,
es precisamente lo que da valor a cada jornada del cristiano y la convierte en
pascua cotidiana, como ya decían en su tiempo los Padres de la Iglesia para
que los cristianos no quedasen con insaciable nostalgia de Pascua.
Decía san Juan Crisóstomo: «La Cuaresma se hace sólo una vez al año;
sin embargo la Pascua se celebra tres veces a la semana o tal vez cuatro, o
mejor cada vez que lo queremos. Pascua no consiste en el ayuno, sino en la
oblación y en el sacrificio que se realiza en cada celebración...Cada vez que
con conciencia pura te acercas a la Eucaristía, celebras la Pascua, porque
Pascua es anunciar la muerte del Señor» (PG 48,867). El mismo recordaba
a los cristianos, al pasar del tiempo pascual al tiempo ordinario, que «cada
asamblea es una fiesta» por la presencia del Señor en medio de sus fieles
(PG 54, 669). San Agustín habla de la «celebración cotidiana de la Pascua»
en la Eucaristía.
La Eucaristía aparece, pues, como el viático cotidiano en la historia
monótona y ferial de los hombres, la Pascua diaria que da sentido pleno al
trabajo y al descanso, a la enfermedad y a la muerte, al gozo y a la esperan-
za del cristiano. Así lo canta un hermoso texto de la liturgia actual, el VI
pre-facio dominical del tiempo ordinario: «En ti vivimos, nos movemos y
existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las
pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura,
pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias
del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos».
Sin embargo, podemos decir que la realidad cotidiana nos ofrece el todo
de la Eucaristía y su tremenda monotonía, envuelta en la inmensa variedad
de la palabra de Dios, siempre nueva cada día. Se trata en realidad de una
preciosa y paradójica monotonía, que nos dice que Dios no tiene más que
decirnos y que darnos que el misterio pascual de su Hijo. Así el misterio
de la Pascua cotidiana se conjuga con la riqueza y variedad de la oración
y de la palabra, con la sinfonía de aspectos del misterio de Cristo que se
proclaman y que se oran en la Iglesia y que son como el comentario que
jamás se agota del misterio insondable de Cristo.
Feliz espacio de la palabra y de la oración, de la Eucaristía de Cristo
y de la vida de la Iglesia, el tiempo ordinario es tiempo del Señor, tiempo
fuerte de la perseverancia en el que se profundiza y asimila en el misterio
de los cristianos el misterio pascual de Cristo.
260 El tiempo ordinario: presencia del Señor en el camino de la Iglesia
LITURGIA
El calendario litúrgico
La celebración de la Eucaristía
El leccionario ferial
1 Hebreos 1 Samuel
2 « «
3 « 2 Samuel
4 « 2 Samuel; 1 Reyes 1-16
5 Génesis 1-11 1 Reyes 1-16
6 « Santiago
7 Eclesiástico (Sirácida) «
8 « 1 Pedro; Judas
9 Tobías 2 Pedro; 2 Timoteo
10 2 Corintios 1 Reyes 17-22
11 « 1 Reyes 17-22; 2 Reyes
12 Génesis 12-50 2 Reyes; Lamentaciones
13 « Amós
14 « Oseas; Isaías
15 Exodo Isaías; Miqueas
16 « Miqueas; Jeremías
17 Exodo; Levítico Jeremías
18 Números; Deuteronomio Jeremías; Nahúm; Habacuc
19 Deuteronomio; Josué Ezequiel
20 Jueces; Rut «
21 1 Tesalonicenses 2 Tesalonicenses; 1 Corintios
22 1 Tesalonicenses; Colosenses 1 Corintios
23 Colosenses; 1 Timoteo «
24 1 Timoteo «
25 Esdras; Ageo; Zacarías Proverbios;
Eclesiastés (Qohelet)
26 Zacarías; Nehemías; Baruc Job
27 Jonás; Malaquías; Joel Gálatas
28 Romanos Gálatas; Efesios
29 « Efesios
30 « «
31 « Efesios; Filipenses
32 Sabiduría Tito; Filemón; 2 y 3 Juan
33 1 y 2 Macabeos Apocalipsis
34 Daniel «
ORIENTACIONES PASTORALES
La celebración de la Eucaristía
ESPIRITUALIDAD
El misterio de la Iglesia
cipación de la Iglesia. Hay una realidad mistérica que desciende como gracia
cada día desde el cielo; pero hay también una realidad eclesial, una historia
cotidiana que la palabra ilumina y la Eucaristía y la oración de cada día
asume, para hacer la historia de salvación. Si la liturgia es la celebración del
misterio de Cristo en la existencia cristiana, la realidad histórica del trabajo,
de los gozos y alegrías, de las tristezas y de los dolores de la humanidad
forman parte de la trama de ese tiempo ordinario.
Así la Iglesia vive en el año litúrgico su propia historia con el ritmo de
la fiesta y de lo cotidiano, con la novedad de los tiempos litúrgicos que giran
en torno al misterio del Verbo Encarnado y del Crucificado-Resucitado.
Así, el tiempo ordinario, vivido como tiempo de gracia, en el ritmo de
santificación y culto de la liturgia, da a toda la vida de la Iglesia esta opor-
tunidad de ser una celebración del misterio de Jesús en su vida ordinaria,
tanto en su misteriosa vida oculta como en su vida pública, que constituyen
el principio del culto nuevo; y ser a la vez una mistagogía, experiencia es-
piritual de la Iglesia, que valoriza su vida cotidiana.
Es siempre el misterio de Pascua el que se hace presente en cada jornada
del tiempo ordinario, con la Eucaristía que es la Pascua cotidiana y consagra
así cada fragmento del tiempo de la Iglesia como liturgia de alabanza y
presencia salvadora de Cristo en medio de la comunidad.
BIBLIOGRAFIA
EVOLUCION HISTORICA
Entre las fiestas más antiguas del Señor, unidas indirectamente con los
tiempos del ciclo litúrgico actual, hemos de recordar las dos más primitivas.
La primera en orden cronológico parece ser la de la Presentación del Señor
al templo, ya recordada. La segunda es la fiesta de la Anunciación del Señor.
Aunque la celebración de este misterio se introduce primero en el ciclo na-
talicio, queda fijada claramente, a partir del siglo VI en Oriente y en el siglo
VII en Roma, en la fecha del 25 de marzo, como fiesta autónoma, aunque
274 Otras celebraciones
LITURGIA
Liturgia de la Palabra
Is 7,10-14; 8,10: la profecía del Enmanuel.
Salmo 39: aquí vengo para hacer tu voluntad.
Hb 10,4-10: el ingreso de Cristo en el mundo.
Lc 1,26-38: el anuncio a María.
278 Otras celebraciones
Mensaje oracional
En las oraciones, el tema de la fiesta se conjuga con una amplia alu-
sión a los misterios de la Redención: Encarnación, Pasión, Resurrección. El
prefacio de tono mariano presenta a Cristo como primogénito de la nueva
humanidad y Salvador de las gentes.
La situación de la fiesta de la Anunciación del Señor durante el tiempo
de Cuaresma (a veces incluso hay que trasladarla al tiempo pascual) resulta
a veces difícil de enmarcar teológicamente. Hay que dar a esta fiesta su pro-
pio significado a la luz del misterio pascual -muerte y resurrección- como
sugieren las lecturas y la oraciones de la liturgia: una Encarnación para la
salvación de la carne mediante la asunción de la naturaleza humana en el
misterio de la muerte y de la resurrección.
Liturgia de la Palabra
Ml 3,1-4: la entrada del Señor en su templo.
Salmo 23: que se abran las puertas y entre el Señor.
Hb 2,14-18: se hizo semejante a sus hermanos.
Lc 2,22-40: la presentación en el templo.
Mensaje oracional
Es importante la monición de entrada, que da sentido a la celebración
y la procesión de la luz, que comenta ritualmente la expresión de Simeón:
Lumen Gentium! Se repite el tema del encuentro de Dios con su pueblo.
Los textos de las oraciones y el prefacio son de una gran sobriedad y
belleza.
Las fiestas del Señor 279
Liturgia de la Palabra
Ciclo A:
Ex 34,4b-6-8-9: revelación de Dios a Moisés.
Cántico de Daniel.
2 Co 13,11-13: saludo trinitario.
Jn 3,16-18: Dios manda a su Hijo para salvar al mundo.
Ciclo B:
Dt 4,32-34.39-40: Dios se revela a Moisés.
Salmo 32: dichoso el pueblo elegido por Dios.
Rm 8,14-17: habéis recibido el Espíritu de hijos.
Mt 28,16-20: el bautismo en el nombre de la Trinidad.
Ciclo C:
Pr 8,22-31: la Sabiduría de Dios.
Salmo 8: grandeza de Dios y del hombre.
Rm 5,1-5: el amor de Dios derramado en nuestros corazones.
Jn 16,12-15: Jesús revela al Padre y al Espíritu.
280 Otras celebraciones
Mensaje oracional
Las oraciones y el prefacio presentan la teología del misterio trinitario.
Las antífonas y los himnos de oficio ofrecen una contemplación de la vida
íntima trinitaria.
Con la contemplación del misterio trinitario, en su relación de inti-
midad y comunión, la Iglesia quiere poner de relieve la fuente y la meta de
la economía de la salvación, la comunión de las personas, la Trinidad, que
es la imagen de la Iglesia como comunión.
Liturgia de la Palabra
Ciclo A:
Dt 8,2-3.14b-16a: el maná del desierto, pan del cielo.
Salmo 147: alaba al Señor Jerusalén.
1 Co 10,16-17: un solo pan, un solo cuerpo.
Jn 6,51-58: revelación del Pan de vida.
Ciclo B:
Ex 24,3-8: ratificación de la alianza con la sangre del cordero.
Salmo 115: elevaré el cáliz del Señor.
Hb 9,11-15: la sangre de Cristo, sacerdote de la nueva Alianza.
Mc 14,12-16.22-26: institución de la Eucaristía.
Ciclo C:
Gn 14,18-20: Melquisedec ofrece pan y vino.
Salmo 109: tú eres sacerdote para siempre.
1 Co 11,23-26: Pablo recuerda la institución de la Eucaristía.
Lc 9,11b-17: multiplicación de los panes.
Las fiestas del Señor 281
Mensaje oracional
Los textos de la misa y del oficio son de santo Tomás, aunque es una
lástima que se haya perdido el equilibrio original en la actual reforma del
oficio divino. Preciosa la Secuencia que canta el misterio: un tratado teoló-
gico de la Eucaristía en poesía litúrgica. Le faltaba a esta fiesta un prefacio
propio, que ahora el misal de Pablo VI contiene en una doble versión que
glosa los contenidos del misterio eucarístico.
En la perspectiva de la institución de la Eucaristía en el contexto pascual
del Jueves Santo, esta fiesta -del Cuerpo y de la Sangre del Señor- celebra el
misterio de la presencia, del sacrificio, de la comunión, del sacerdocio de
Cristo. La procesión teofórica, o mejor eucarística, expresa una dimensión
de culto, de adoración, de presencia del Dios con nosotros, de una Iglesia
en camino con su Señor por las rutas del mundo, por las ciudades y por los
pueblos.
Liturgia de la Palabra
Ciclo A:
Dt 7,6-11: un pueblo elegido y amado.
Salmo 102: la misericordia infinita de Dios.
1 Jn 4,7-16: Dios es amor.
Mt 11,25-30: Jesús, manso y humilde de corazón.
Ciclo B:
Os 11,1.3-4.8c-9: el amor esponsal de Dios hacia Israel.
Is 12: sacaréis aguas con gozo.
Ef 3,8-12.14-19: la sabiduría del amor de Cristo.
Jn 19,31-37: el corazón traspasado: sangre y agua.
282 Otras celebraciones
Ciclo C:
Ez 34,11-16: el Mesías, pastor de Israel.
Salmo 22: el Señor es mi Pastor.
Rm 5,5b-11: el amor de Dios derramado en nuestros corazones.
Lc 15,3-7: la parábola del buen Pastor y de la oveja perdida.
Mensaje oracional
El corazón de Cristo es la fuente de todo bien (colecta 1ª), de aquí el
deber de una digna acción de gracias y reparación. El prefacio ofrece la
síntesis teológica de la fiesta: el corazón traspasado del que brotan sangre
y agua, los sacramentos de la Iglesia, para beber con gozo en el corazón de
Cristo que es la fuente de la salvación.
El mensaje litúrgico de esta fiesta hay que colocarlo en la profundi-
zación del misterio de Navidad, manifestación del inmenso amor de Dios
en el Verbo encarnado y en el misterio pascual de Cristo (muerte salvado-
ra) con la efusión de su Espíritu, sangre y agua que brotan de su corazón
traspasado. Tiene también una perspectiva eclesial: del corazón de Cristo
brotan los sacramentos de la Iglesia, y del costado de Cristo, el sacramento
de la Iglesia Esposa.
Liturgia de la Palabra
Ciclo A:
Ez 34,11-12.15-17: Dios pastor y juez de Israel.
Salmo 22: el Señor es mi pastor.
1 Co 15,20-26.28: Cristo resucitado entrega el reino al Padre.
Mt 25,31-46: el último juicio del Rey acerca del amor.
Ciclo B:
Dn 7,13-14: el poder del Hijo del hombre.
Salmo 92: el Señor reina vestido de majestad.
Ap 1,5-8: ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes.
Jn 18,33b-37: Jesucristo se proclama Rey ante Pilatos.
Las fiestas del Señor 283
Ciclo C:
2 Sm 5,1-3: la unción de David como rey.
Salmo 121: vamos con gozo a la casa del Señor.
Cl 1,12-20: nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
Lc 23,35-43: acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.
Mensaje oracional
Las oraciones presentan la perspectiva justa en clave bíblico-teológica
del señorío de Cristo: sentido cósmico de su realeza, horizonte escatológico
de su reinado, petición de los dones de la paz y de la unidad. La mejor sín-
tesis de la fiesta la ofrece el prefacio. Cristo ha sido ungido como rey, se ha
ofrecido como víctima en la cruz. Ha sometido a sí todas las cosas. Su reino
es eterno y universal, reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia,
de justicia, de amor y de paz.
La fiesta sintetiza una serie de celebraciones del misterio de Cristo
como Señor, Rey, Sacerdote, contenidas ya en Navidad, Epifanía, Pascua,
Ascensión. Como último domingo del año litúrgico, presenta también la
perspectiva de la segunda venida, del juicio universal, de la entrega del
reino al Padre para que Dios sea todo en todos. Es como el sello del año
litúrgico, que se abre a la esperanza escatológica de la Iglesia, reino de Dios
en germen en esta tierra, orientada al cielo.
Liturgia de la Palabra
Ciclo A:
Sir 3,3-7.14-17a: honrar a los padres.
Salmo 127: dichosos los que temen al Señor.
Cl 3,12-21: la vida doméstica en el amor
Mt 2,13-15: toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto.
284 Otras celebraciones
Ciclo B:
Gn 15,1-6; 21,1-3: la descendencia de Abrahán.
Salmo 104: el Señor es nuestro Dios.
Hb 11,8.11-12.17-19: la fe de los patriarcas.
Lc 2,41-52: Jesús presentado en el templo.
Ciclo C:
1 Sam 1,20-22.24-28: el nacimiento de Samuel.
Salmo 83: dichosos los que viven en tu casa.
1 Jn 3,1-2.21-24: nos llamamos y somos hijos de Dios.
Lc 2,41-52: Jesús entre los doctores.
Mensaje oracional
Todas las oraciones acentúan el modelo ideal para las familias cristianas.
Faltaría un prefacio que expresase mejor este misterio. En la perspectiva
mistérica de Navidad, evitando el fácil moralismo y también el idealismo
del modelo, absolutamente original, de la Sagrada Familia, se podría pre-
sentar el misterio del ingreso de Cristo en una familia concreta, judía, en el
dinamismo de una historia y de una fidelidad. Es también una presentación
inicial del misterio de Nazaret, el silencio de Cristo en la normalidad del
trabajo y de la vida sencilla, en la que se forja su preparación mesiánica.
No se debe perder de vista la originalidad y la comunión en el designio de
Dios de los tres personajes: Jesús, María, José. Cada uno con su vocación
y su misterio.
Liturgia de la Palabra
Dn 7,9-10.13-14: visión del Hijo del hombre.
Salmo 96: el Señor reina por encima de toda la tierra.
2 Pe 1,16-19: hemos sido testigos de la montaña santa.
Ciclo A: Mt 17,1-9: la transfiguración.
Ciclo B: Mc 9,2-10: la transfiguración.
Ciclo C: Lc 9,28b-36: la transfiguración
Mensaje oracional
Las oraciones acentúan la gloria de Cristo y la revelación de su filiación,
que se refleja en nuestra adopción filial y en nuestra transformación en Cristo.
Bello el prefacio que hace referencia al misterio de la Iglesia anticipado en
la transfiguración del cuerpo de Cristo como destino de gloria.
Esta fiesta del Señor, por la importancia que tiene en Oriente, y por la
riqueza de significado, debería tener más relieve en una celebración solem-
ne y gozosa, con una vigilia de oración, con cantos y un estilo apropiado,
especialmente en los monasterios o en la coincidencia, como a veces resulta
en tiempo de agosto, con la celebración de un día especial de retiro o du-
rante los Ejercicios Espirituales. Es una fiesta del Señor en la que se refleja
el destino del cristiano, la posibilidad de la deificación, como ya notaban
los monjes del siglo XIII y XIV.
Liturgia de la Palabra
Num 21,4-9: la serpiente levantada en el desierto: Cristo.
Salmo 77: un Dios misericordioso.
Fl 2,6-11: el misterio de la cruz y de la exaltación de Cristo.
Jn 3,13-17: el Hijo de Dios será exaltado.
Mensaje oracional
Las oraciones y el prefacio resaltan la elevación de Cristo en la Cruz,
el misterio del Crucificado en su exaltación redentora. Más que exaltación
de la cruz es la fiesta de la exaltación de Cristo en la cruz. La celebración
de esta fiesta propone contenidos teológicos de la Cuaresma y del Viernes
Santo en particular. Hay que recordar la devoción de los cristianos a la
señal de la cruz y los himnos dedicados desde antiguo al árbol de la cruz
gloriosa de Jesús.
Las celebraciones de las fiestas del Señor que la Iglesia nos propone
ofrecen la posibilidad de fijar nuestra atención en alguno de los misterios
de Cristo, en los inagotables aspectos de la multiforme gracia de Cristo.
En realidad no hay ninguno de estos aspectos que no esté ya fundamen-
talmente contenido en los tiempos litúrgicos, si se tiene sensibilidad para
descubrirlos en la palabra de Dios proclamada y en las oraciones de la
Iglesia. Sin embargo, a través de esa celebración especial, se manifiestan con
mayor claridad en la conciencia eclesial. Algunas de ellas que no tienen una
fecha fija de la semana, pueden recobrar todo su esplendor cuando caen en
domingo y por ser fiestas del Señor se celebran en lugar del domingo del
tiempo ordinario.
Estas fiestas son momentos propicios para una programación pastoral.
Así por ejemplo, la fiesta de la Presentación del Señor al templo constituye
en algunas iglesias locales una ocasión propicia para poner de relieve la
presencia y el compromiso de la vida consagrada. La fiesta de la Sagrada
Familia congrega, en el clima de Navidad, a las familias cristianas en la
parroquia y es ocasión propicia para resaltar su misión en la Iglesia y en la
sociedad. Con ocasión de la fiesta del Corpus Christi se renueva el sentido
Las fiestas del Señor 287
El misterio de la Encarnación
«Hoy se inaugura nuestra salvación y se revela el misterio secular: el
Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la Gracia. Con él
saludemos también a la Madre de Dios: ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo!» (tropario bizantino de la Anunciación).
Contemplación de la Trinidad
«Señor, dueño de todas las cosas, Señor del cielo y de la tierra y de toda
criatura visible e invisible. Tú te sientas sobre un trono de gloria y escrutas
los abismos. Tú no tienes principio, eres invisible, incomprehensible, indes-
criptible, inmutable; Padre de nuestro Señor Jesucristo, del Dios grande y
Salvador, esperanza nuestra. El es imagen de tu bondad, impronta igual a su
modelo, manifestador del Padre, palabra viviente, Dios verdadero, sabiduría
eterna, vida, santificación, poder, luz verdadera; de quien procede el Espíritu
Santo, el Espíritu de la verdad, el don divino de la filiación, las arras de la
herencia futura, las primicias de los bienes eternos, el poder vivificante, la
fuente de la santificación...» (anáfora griega de San Basilio).
288 Otras celebraciones
Oración a Cristo
«Oh Jesús, cordero inmaculado, tú eres para mí padre y madre, amigo
y hermano. Tú eres el todo. Y todo está en mí. Tú eres el que es, y nada
hay fuera de ti. Refugiaos también vosotros, hermanos. Y cuando hayáis
comprendido que sólo en él está vuestra vida, se cumplirá en vosotros la
promesa de poder gozar lo que ojo no ha visto, ni oído ha escuchado, ni
el corazón del hombre ha podido imaginar. Concédenos, Señor, lo que has
prometido. Gloria a ti hasta el fin de los tiempos» (plegaria del siglo III en los
hechos apócrifos del apóstol Pedro).
La victoria de la cruz
«Hoy el árbol de la vida, elevado desde la profundidad de nuestra
tierra, fortifica nuestra fe en la resurrección de Cristo que fue clavado en ella.
Exaltada la cruz por las manos del sacerdote, muestra la ascensión de Cristo,
que dio a nuestra naturaleza humana decaída el derecho de ciudadanía en
los cielos. Las cuatro extremidades del universo han sido santificadas hoy
con la exaltación de tu cruz con sus cuatro ramos, oh Cristo, Dios nuestro»
(exaltación de la cruz, tropario del rito bizantino).
BIBLIOGRAFIA
J. BELLAVISTA, Sobre las solemnidades del Señor en el tiempo ordinario:
Phase 70 (1972) 347-354.
P. JOUNEL, Las fiestas del Señor en el tiempo per annum, en La Iglesia en
oración. Introducción a la liturgia, Barcelona, Herder, 1987, pp. 987-999.
J. LOPEZ, Tiempo ordinario, en Nuevo Diccionario de Liturgia,1967-1972.
R. GONZALEZ, Otras fiestas del Señor, en La celebración de la Iglesia. III,
Salamanca, Ed. Sígueme, 1990, pp. 197-211.
Capítulo segundo
LA PRESENCIA DE LA VIRGEN MARIA
EN EL AÑO LITURGICO
EVOLUCION HISTORICA
del calendario litúrgico caracterizada por una cierta revisión de las fiestas
de la Virgen María. Una muestra de ello es la sobriedad con que aparece
el 8 de diciembre una simple memoria de la Concepción de María. Tras un
período de fixismo litúrgico, poco a poco van entrando en el Misal romano
otras fiestas marianas, ya sea por influjo de la devoción de los Papas, ya
sea por el fenómeno de extensión a la Iglesia universal de conmemoracio-
nes propias de algunos calendarios particulares, ya sea por un desarrollo
armónico de la fe y de la piedad, con un cierto influjo de las nuevas fiestas
de Cristo y sus correspondientes fiestas marianas.
En el siglo XVII, Inocencio XI introduce en 1683 la fiesta del santo nombre
de María, fijada por Pío X en la fecha del 12 de septiembre. Inocencio XII en
1696 extiende al rito romano la memoria de la Virgen de la Merced.
En el siglo XVIII, Clemente XI en 1716 universaliza la fiesta del Rosario,
establecida en 1571 por el papa dominico san Pío V. Benedicto XIII extiende
en 1726 al calendario romano la fiesta de la Virgen del Carmen.
En el siglo XIX, Pío VII introduce en el calendario universal la fiesta
de los Dolores de la Virgen en el domingo después de la Exaltación de la
Santa Cruz; memoria que Pío X fija en la fecha del 15 de septiembre.
En el siglo XX, Pío X establece la memoria de la Virgen de Lourdes en
1907 al acercarse la conmemoración de los 50 años de las apariciones. Pío
XI instituye en 1931 la fiesta de la Maternidad de María. Pío XII extiende a
la Iglesia en 1944 la memoria del Corazón inmaculado de María. El mismo
Papa introduce en 1954 la fiesta de María Reina.
Contenidos y características
Las Misas de la Virgen constan de un misal y de un leccionario. Ambos
tienen sus premisas doctrinales, llamadas Orientaciones generales. Son impor-
tantes también las del leccionario, porque ponen de relieve la ejemplaridad
de la Virgen como oyente de la Palabra.
Una lectura de estas Orientaciones generales ofrece la clave de com-
prensión de los 46 formularios, su inserción en el año litúrgico, su destino
especial a los santuarios marianos, aunque no exclusivamente y las normas
que rigen su uso.
Son muy oportunas las brevísimas introducciones a los tiempos litúrgi-
cos de Adviento, Navidad, Cuaresma, Tiempo pascual y Tiempo ordinario,
porque en breves pinceladas se justifica ampliamente la intuición teológica
de esta distribución de formularios.
La distribución se ha hecho con esta visión: misas para el tiempo de
Adviento, para el tiempo de Navidad, para el tiempo de Cuaresma, para
el tiempo pascual. Para el tiempo ordinario se asignan tres secciones, que
subrayan algunas características de la vocación y misión de María y de su
presencia en al camino del pueblo de Dios.
Todo esto lo hemos señalado en su lugar oportuno al hablar de la
presencia de María en los diversos tiempos litúrgicos.
Como se puede observar con una atenta lectura de los formularios y de
las introducciones a cada tiempo, la presencia de María en el año litúrgico
ha quedado enriquecida notablemente, aunque sea simplemente desde el
punto de vista de estos formularios de Misas. La presencia y la ejemplaridad
de la Virgen cobran nuevo vigor, no sólo en Adviento y en Navidad, sino
también en Cuaresma y en el tiempo pascual. Por otra parte la memoria de
la Virgen en el tiempo ordinario se enriquece con múltiples modulaciones
teológicas, las que vienen de su presencia en la vida de la Iglesia. Se ha lle-
gado al final de un largo recorrido histórico. La Iglesia cuenta ahora con un
verdadero monumento de piedad que es a la vez una auténtica pedagogía
espiritual mariana. La atención que las Orientaciones generales dan a la pre-
La presencia de la Virgen María 297
TEOLOGIA
ridad de la Virgen en el misterio del año litúrgico, hay que poner de relieve
esa serie de motivaciones que han contribuido de diversas formas a reali-
zar la evolución histórica que hemos notado anteriormente. Estos factores
evolutivos son: una mejor comprensión del misterio de la Virgen a través
de la palabra de la revelación; la definición de algunos dogmas marianos a
través de la tradición como fundamento, y la profundización de la doctrina
mariana por medio del magisterio de la Iglesia como autoridad definitiva;
la reflexión teológica y la experiencia espiritual que han ayudado a penetrar
ciertos aspectos del misterio. La misma vida de la Iglesia, especialmente de
las iglesias particulares y de las familias religiosas, ha asumido esa particular
presencia mariana, que en los santuarios, las advocaciones y devociones,
presenta claramente o una intervención del misterio de la Virgen que sale
al paso de una Iglesia (como en Guadalupe) o de una Iglesia que acoge la
presencia de María en la comunidad diocesana, como en gran parte de las
fiestas patronales de María en las iglesias locales.
De aquí, pues, los elementos que pueden ayudarnos a comprender la
presencia actual de la Virgen en el año litúrgico, marcada por la renovación
teológica del Vaticano II, que ha puesto de relieve el aspecto cristológico y
eclesial de estas celebraciones marianas.
En el tiempo de Adviento
La MC de Pablo VI enuncia sintéticamente la importancia de este tiem-
po: «Así durante el tiempo de Adviento la liturgia recuerda frecuentemente
302 Otras celebraciones
orientada hacia el Hijo que espera, sierva fiel del misterio que le ha sido
confiado a su obediencia de fe.
En el tiempo de Navidad
La evidente riqueza de referencias a María contenidas en los evangelios
de este tiempo, que narran el nacimiento del Salvador y los episodios que
le siguen, hacen del tiempo de Navidad «una prolongada memoria de la
maternidad divina, virginal, salvífica de aquella que, conservando intacta su
virginidad, dio a luz al Salvador del mundo (canon romano, Communicantes
durante la octava de Navidad)» (MC 5).
En este tiempo, además de la narración del acontecimiento central:
«María... dio a luz a su hijo primogénito...» (Lc 2,7; evangelio de la misa de
medianoche), se propone repetidamente la alusión a la visita de los pasto-
res «que encontraron a María, a José y al niño...»; se celebra la fiesta de la
sagrada Familia (domingo dentro de la octava de Navidad), que menciona
la presencia de María junto a José en Belén y en Nazaret; se alude a la cir-
cuncisión e imposición del «nombre Jesús, como había sido llamado por el
ángel antes de ser concebido en el seno de la madre» (Lc 16,21: evangelio del
1 de enero); se recuerda la Presentación de Jesús en el templo (evangelio del
29 y 30 de diciembre, donde se leen las palabras de Simeón a María sobre la
espada que le atravesará el alma y la adoración de los magos: «Entraron en
la casa, vieron al niño con María, su Madre...»: evangelio de Epifanía). La
reforma litúrgica ha recuperado para este tiempo también la solemnidad de
la Madre de Dios (1 de enero), de la que hablaremos más adelante.
El tiempo de Navidad es un ciclo breve que va desde las vísperas y
la misa vespertina de la vigilia de Navidad hasta la fiesta del Bautismo de
Jesús, (domingo después del 6 de enero); pero es un ciclo intenso, en el que
los motivos marianos que ofrecen el misal, el leccionario y la Liturgia de las
Horas son insistentes. La falta de contenidos marianos en los prefacios de
Navidad y de Epifanía la suple especialmente la mención del Communicantes
natalicio en el canon romano y las memorias propias de las otras plegarias
eucarísticas. La solemnidad de la Epifanía nos muestra a María «sede de la
Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los magos al Re-
dentor de todas las gentes» (MC 5). Diversos formularios de las misas del
tiempo de Navidad conceden espacio a la maternidad de María: la oración
sobre las ofrendas de la fiesta de la sagrada Familia; las tres oraciones del
1 de enero, las colectas del lunes, martes y sábado entre el 2 de enero y la
Epifanía.
Todo el tiempo de Navidad idealmente se prolonga hasta la Presentación
304 Otras celebraciones
Será bueno, no obstante, dejar otros elementos, tal vez superfluos, que
no se podrían introducir armónicamente en las celebraciones de la liturgia
romana. Se podría, en cambio, favorecer una digna celebración del Sábado
Santo en cuanto tal para revivir la experiencia fuerte de María en el intervalo
entre la cruz y la resurrección. Las tradiciones latina y oriental conservan
materiales aptos para la composición de una celebración de lectura y de
plegarias que colme el vacío celebrativo del Sábado Santo y sugiera una
intensa esperanza pascual, como la que florecía en el corazón de la Madre
del Crucificado. Es de desear que se difunda la celebración de la Hora de la
Madre, como se la ha llamado, siguiendo propuestas ya experimentadas.
Durante todo el tiempo pascual hasta Pentecostés, la Liturgia de las Horas
se concluye en Completas con el júbilo del Regina caeli. En el formulario de
la misa del común de la santísima Virgen antes de la Ascensión y durante la
preparación próxima a Pentecostés hay elementos válidos para una catequesis
sólida que quiera partir de la presencia de María en estos misterios. De todos
modos, la sobriedad de referencias marianas en este tiempo litúrgico es una
invitación a fijar con María los ojos y el corazón en el rostro del Resucitado y
a meditar sus palabras haciendo la exégesis a la luz de la resurrección. Tal vez
hubiera merecido algún ulterior rasgo mariano la fiesta de la Ascensión del
Señor, como sugieren los iconos de esta fiesta según aparece en el Evangelia-
rio de Rábula (s. VI) y otros iconos antiquísimos del Sinaí, en los que María
ocupa el puesto central como madre de los discípulos de Jesús y figura de la
Iglesia. Dígase lo mismo de Pentecostés y de su preparación en los últimos días
del tiempo pascual, aunque falte una mención en los formularios litúrgicos:
lo exige la presencia de María según Hch 1,14, que la señalan activamente
presente en el cenáculo en la espera del Espíritu (cf. la colecta común de la
santísima Virgen después de la Ascensión).
de Cristo, luz de las naciones, que comparte los sufrimientos de aquél que
será signo de contradicción.
También esta fiesta se coloca en el dinamismo de la encarnación hacia
el misterio pascual. «Debe ser considerada, para poder asimilar plenamente
su amplísimo contenido, como memoria conjunta del Hijo y de la Madre, es
decir, celebración de un misterio de salvación realizado por Cristo, al cual
la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del Siervo sufriente de
Yahvé, como ejecutora de una misión referida al antiguo Israel y como mo-
delo del pueblo de Dios constantemente probado en la fe y en la esperanza
del sufrimiento y por la persecución» (MC 7).
de este dogma mariano en su sentido positivo. Ante todo, con una serie de
nombres de gran envergadura teológica aplicados a María: preservada de
toda mancha de pecado original, llena de gracia, digna Madre de Cristo,
comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de
limpia hermosura, Madre del Cordero sin mancha, virgen purísima, abogada
de gracia, ejemplo de santidad. Se subraya el sentido cristológico y eclesial
del misterio de la Inmaculada Concepción, como bien comenta Pablo VI en
la MC: «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la
preparación radical (cf. Is 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio
de la Iglesia sin mancha ni arruga» (MC 3). Hay que notar, como canta este
prefacio, el bello paralelismo entre la Virgen purísima y Cristo, «Cordero
inocente que quita el pecado del mundo», y su ejemplaridad para la Iglesia a
fin de que también ésta sea inmaculada, y se resalta su función de «abogada
de gracia y ejemplo de santidad para el pueblo cristiano».
Entre los textos nuevos hay que señalar el prefacio, inspirado amplia-
mente en el texto de LG 68; nos ofrece una bella síntesis del significado
cristológico y eclesial de la solemnidad. MC 6 centra el sentido de la fiesta
en la perfecta configuración de María con Cristo resucitado. En la Liturgia
de las Horas esta temática halla un claro desarrollo en la gozosa plegaria
eclesial, inspirada más en el Cantar de los cantares que en los textos apó-
crifos, que brota de la contemplación de la Virgen como icono escatológico
de la Iglesia.
los que había sido aprobada en 1667, fue extendida a la Iglesia universal
por Pío VII en 1814. Tiene un notable contenido teológico, pues recuerda
la presencia de María al pie de la cruz. Antes de la reciente reforma tenía
una anticipación el viernes que precede al domingo de Ramos; todavía
hoy, colocada después de la fiesta de la exaltación de la santa Cruz (14 de
septiembre), se convierte en «ocasión propicia para revivir un momento
decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo
exaltado en la cruz a la Madre que comparte su dolor, como recuerda la
colecta (MC 7).
ORIENTACIONES PASTORALES
Ejemplaridad en el servicio
En la Concepción de María
«Se cumplen los oráculos de los profetas. La montaña sagrada se ha
desprendido hasta el seno de Ana. Se levanta la escala divina. Se está prepa-
rando el trono del Rey y el lugar por donde él ha de pasar. Ya florece la zarza
ardiente. El arbolillo del ungüento sagrado ya destila y el río que hace que
fluyan las corrientes de agua que sanan la esterilidad de Ana... El universo
entero celebra en este día la concepción de Ana que se realizó por voluntad
divina. Ana ha concebido a aquella que de una manera inefable concebirá a
su vez al Verbo de Dios» (del oficio bizantino de la Concepción de Ana).
En la Anunciación de la Virgen
«Te saludamos con el Angel Gabriel: Salve, llena de gracia, el Señor
está contigo. Alégrate, hermosa paloma que has engendrado para nosotros
el Verbo de Dios. Salve, Virgen María, purísima y verdadera Reina. Salve,
honor de nuestra estirpe. Tú has dado a luz al Enmanuel. Te lo pedimos,
Virgen María. Acuérdate de nosotros, abogada fiel, tú que estás en presen-
cia de nuestro Señor Jesucristo, para que perdone nuestros pecados» (de la
liturgia etiópica).
323
La presencia de la Virgen María
BIBLIOGRAFIA
HISTORIA
En los orígenes del culto de los santos está sin duda alguna el influjo
profundo y ejemplar del culto de los mártires. Siguiendo la costumbre de
conmemorar los aniversarios de los difuntos, el recuerdo anual de la muerte
gloriosa de algunos cristianos que habían ofrecido su vida por Cristo, con-
fesando con firmeza su fe, se convirtió muy pronto en una celebración que
recordaba no tanto el día de su muerte sino el de su nacimiento a la nueva
vida; por eso se le llamó dies natalis. Una denominación marcada por la espe-
ranza que viene del misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo.
Ya en el siglo II tenemos testimonios de la celebración del aniversario
de la muerte de Policarpo, el santo obispo mártir de Esmirna. Las Cartas
La celebración del misterio de Cristo en las fiestas de los santos 329
TEOLOGIA
Culto y santificación
La dimensión fundamental de la celebración de un santo pertenece al
misterio de la salvación como gozosa proclamación de la santificación realizada
en los santos y como glorificación vivida por ellos. La celebración de su memoria
hace revivir la gracia de la santificación para la Iglesia con la proclamación
de la palabra y la participación de la eucaristía, en la que los santos no inter-
fieren el movimiento santificante que viene de Dios Padre, por Cristo y en el
Espíritu a la Iglesia; más bien su memoria, al confirmar la fuerza santificante
de la palabra y de los sacramentos en su vida, acrecienta, por decirlo así, la
ejemplaridad para todo el pueblo de Dios. Algo semejante se puede decir
en la dimensión cultual. No son los santos objeto de glorificación propia, sino
ocasión de glorificación de Dios y demostración clara de que la gloria de Dios
es el hombre vivo y la vida del hombre es la visión de Dios, según la certera
expresión de san Ireneo. Nos unimos en la liturgia a la glorificación que los
santos tributan en el cielo a aquél que es el solo santo, el maestro divino de
la perfección, la fuente y el origen de toda santidad.
Dimensión trinitaria
En la celebración de la memoria de los santos hay, pues, una impres-
cindible celebración del misterio trinitario.
Celebramos en Dios Padre a aquél que es perfecto y a cuya perfección
tienen que conformarse todos los discípulos de Jesús (Mt 5,48) y cuya vo-
luntad es la santificación de todos sus hijos (1 Ts 4,3; Ef 1,4); en los santos
no sólo el Padre es glorificado, sino que resplandece su designio salvador
y la eficacia de su amor.
Todos los santos son discípulos de Jesús, miembros de su cuerpo; todos
reflejan la imagen, cada cual a su modo, de ese arquetipo de la santidad
realizada que es el primogénito entre todos los hermanos, al cual tienen
que conformarse todos según el plan divino (Rm 8,29). El misterio pascual
de Cristo resplandece en sus santos y la perseverante eficacia de su acción
santificadora en la Iglesia se hace tangible en la liturgia, que nos ofrece la
ejemplaridad de su multiforme gracia, tal como aparece en cada uno de los
santos. En la multitud de los santos queda reflejada la eficacia y la riqueza
de las palabras del evangelio vivido por los santos.
La celebración del misterio de Cristo en las fiestas de los santos 333
El aspecto eclesial
A nivel eclesial, los santos demuestran efectivamente que la Iglesia es
santa por vocación y tal santidad se manifiesta concretamente en sus hijos.
Son los santos y santas presentes a lo largo de todas la épocas de la historia,
en las diversas latitudes de la geografía del mundo, en la estupenda riqueza
y variedad de los carismas evangélicos. Son santos y santas que expresan
la santidad universal en los diversos estados de vida y en las diversas eda-
des, porque todos están llamados a la santidad. Por eso la Iglesia venera su
memoria, mira su ejemplo, implora su intercesión, goza de su presencia y
aspira a alcanzar con ellos la plena comunión en la gloria.
La santidad reflejada por las celebraciones del año litúrgico es como
la celebración de la presencia del evangelio a través del tiempo y el espacio
en aquellos que, viviendo la palabra de Dios, han quedado transfigurados
por esa misma palabra en el cielo.
La dimensión antropológica
En la dimensión antropológica, la celebración de los santos ofrece a la
Iglesia esos rostros humanos, de todo pueblo, lengua y nación, que son
transparencia de la gracia en su propia humanidad. La colaboración con
la gracia es sólo una expresión más de esa bondad divina con la que Dios,
según la expresión de Agustín en uno de los prefacios de los santos, al co-
ronar sus méritos corona su propia obra. En los santos, pues, resplandece la
dimensión antropológica de la santificación que ellos han acogido, del culto
de la liturgia y de la vida que ellos han actualizado en su propia existencia.
Los santos son plenitud de humanidad redimida y santificada, auténticas
obras maestras de la gracia de Dios.
En ellos es glorificado el Padre, fuente, autor y meta de la santidad;
resplandece el rostro de Cristo, maestro y modelo único de la santidad
334 Otras celebraciones
evangélica, se manifiesta la gracia del Espíritu Santo que hace de los san-
tos auténticos portadores del Espíritu, pneumatóforos. La Iglesia aparece
santa en sus hijos. La humanidad alcanza el ideal de su vocación humana
y evangélica.
LITURGIA
Misa de la vigilia:
Hch 3, 1-10: los milagros de Pedro en nombre de Jesús.
Salmo 18: a toda la tierra alcanza su pregón.
Gl 1,11-20: se dignó revelar a su Hijo en mí.
Jn21,15-19: pastorea mis ovejas.
SUGERENCIAS PASTORALES
RASGOS DE ESPIRITUALIDAD
Tres palabras clave que la Iglesia nos propone en el prefacio I de los san-
tos: el ejemplo de su vida que estimula y alienta para acercarnos al único mo-delo
de la santidad en la variedad de sus expresiones; la ayuda de su interce-sión:
los santos interceden por nosotros; haciendo memoria de ellos se renue-va
nuestra conciencia de indigencia y nuestra confianza para implorar su ayuda
fraterna; la participación en su destino: en la doble faceta de esta comu-nión,
sentimos que los santos son de nuestra estirpe, han hecho nuestra mis-ma
experiencia; ahora están ante nosotros como garantía de que seremos lo que
ellos son en la gloria, como ellos fueron lo que nosotros somos en la tierra.
BIBLIOGRAFIA
AA.VV., Las fiestas de los santos (= Dossiers CPL 62) Barcelona 1994.
AA.VV., El sabor de las fiestas (= Dossiers CPL 26) Barcelona 1984
P. JOUNEL, Santos, culto de los, en Nuevo Diccionario de Liturgia, pp.
1873-1892.
ID., Le renouveau du culte des saints dans la liturgie romaine, Roma, Ed.
Liturgiche, 1986.
F. PELOSO, Santi e santità dopo il Concilio Vaticano II, Roma, Ed. litur-
giche, 1991.
CONCLUSIÓN
Introducción ................................................................................................ 7
Bibliografía sobre el Año Litúrgico ........................................................ 11
I. INTRODUCCION AL ESTUDIO Y LA
CELEBRACION DEL AÑO DEL SEÑOR
BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................... 39
352 Indice
BIBLIOGRAFIA ................................................................................. 47
II. LA CELEBRACION DE LA
MANIFESTACION DEL SEÑOR
HISTORIA ................................................................................................. 63
En los orígenes del Adviento cristiano ........................................ 63
Adviento hoy en la Iglesia occidental .......................................... 66
TEOLOGIA ................................................................................................. 67
Adviento, tiempo de Cristo: la doble venida .............................. 67
Adviento, tiempo del Espíritu: el precursor y los precursores .. 68
El cumplimiento de las profecías ................................................. 69
LITURGIA ................................................................................................. 70
La palabra de Dios en el Adviento .............................................. 70
La oración de la Iglesia .................................................................. 72
Adviento en la liturgia bizantina ................................................. 73
ESPIRITUALIDAD .................................................................................... 74
El misterio de Cristo que viene .................................................... 74
Adviento, tiempo de la Iglesia misionera y peregrina .............. 75
Adviento, tiempo por excelencia de María, la Virgen de la es -
pera ................................................................................................. 76
Textos eucológicos para la meditación y la celebración ............. 78
BIBLIOGRAFIA ........................................................................................... 79
HISTORIA ................................................................................................. 81
En los orígenes de la celebración litúrgica .................................. 81
La fiesta romana de la Navidad ................................................... 83
Esplendor teológico y litúrgico de la Navidad ........................... 85
El influjo de la Edad Media .......................................................... 86
Navidad hoy .................................................................................... 87
TEOLOGIA ................................................................................................. 88
Navidad a la luz de Pascua ............................................................ 88
¿Simple memoria o sacramento? ................................................... 89
Nacimiento de Cristo, nacimiento de la Iglesia .......................... 90
La trilogía de la Navidad: la paz, la alegría, la gloria .............. 91
LITURGIA ................................................................................................. 92
La palabra de Dios ......................................................................... 92
La oración de la Iglesia .................................................................. 93
La Eucaristía de Navidad .............................................................. 94
Navidad en la liturgia bizantina ................................................... 94
ESPIRITUALIDAD ...................................................................................... 97
Navidad: el misterio de Cristo, Luz del mundo ........................ 97
Navidad: restauración del universo ............................................. 100
Navidad: el admirable intercambio de la encarnación .............. 101
La Virgen María en el misterio de Navidad ............................... 103
Textos eucológicos para la meditación y la celebración ............ 104
Capítulo 3º. Tiempo de Navidad, Epifanía, Bautismo del Señor ... 107
IV. EL DOMINGO,
DIA DEL SEÑOR Y DE LA IGLESIA, PASCUA SEMANAL
V. EL TIEMPO ORDINARIO:
PRESENCIA DEL SEÑOR
EN EL CAMINO DE LA IGLESIA
BIBLIOGRAFIA............................................................................................. 288
BIBLIOGRAFIA............................................................................................. 347