Seleccción de Microcuentos
Seleccción de Microcuentos
Seleccción de Microcuentos
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un
siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy
bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran
rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas
comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni
ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo)
hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se
parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un
hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra
celda circular...El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros
escriben.
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas
tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia
numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo
al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña
botella con un papel en el interior. "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el
mensaje.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la
mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en
ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz
iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano?
Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase
por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado
vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de
disección. He hecho justicia».
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página
50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes,
señor juez.
-Huye a Samarra.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan
lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
LA MANZANA - ANA MARÍA SHUA
El pueblo, complacido, lo sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan
perfecto como su predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
- No - dijo el niño -. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El
capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los
años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de
bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su
demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó
irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto
predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron
daño a nadie.
Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido
de la
Un ciego, con su bastón blanco, en medio del desierto llora sin poder encontrar su
camino porque no hay obstáculos. Alejandro Jodorowsky.
Y luego, había el niño de nueve años que mató a sus padres y pidió al juez clemencia
porque él era huérfano. Carlos Monsivais.
EL NIÑO QUE GRITABA: ¡AHÍ VIENE EL LOBO!, de Guillermo Cabrera Infante
(Cuba)
Un niño gritaba siempre “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” a su familia. Como
vivían en la ciudad no debían temer al lobo, que no habita en climas tropicales.
Asombrado por el a todas luces infundado temor al lobo, pregunté a un fugitivo
retardado que apenas podía correr con sus muletas tullidas por el reuma. Sin dejar de
mirar atrás y correr adelante, el inválido me explicó que el niño no gritaba ahí viene el
lobo sino ahí viene Lobo, que era el dueño de casa de inquilinato, quintopatio o
conventillo donde vivían todos sin (poder o sin querer) pagar la renta. Los que huían
no huían del lobo, sino del cobro –o más bien, huían del pago.
Moraleja: El niño, de haber estado mejor educado, ¡bien podría haber gritado “Ahí
viene el Sr. Lobo”! y se habría ahorrado uno todas esas preguntas y respuestas y la
fábula de paso.
EL DINOSAURIO
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Augusto Monterroso.
EL HOMBRE INVISIBLE
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello. Gabriel Jiménez Emán
CUENTO DE HORROR
LA ÚLTIMA CENA
El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida. Ángel García
Galiano.
MOLESTIA
Sentí una molestia muscular, era la quinta vez que yo nacía. Enrique Vila-Matas.
CRUCE
Cruzaba la calle cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado. Arturo
Pérez Reverte.
Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su
pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la
obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía
recordar dónde lo había metido. Luisa Valenzuela
PALABRAS PARCAS
Abelardo, Arsaín, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista
acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante
ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión
apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho.
Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado.
Absuelto: autodefensa. ¡Ay! Luisa Valenzuela
EL ESPEJO CHINO
LA GORRA
Nadie logró dar con una explicación lógica para el sorprendente hecho, pero el día que
Nando, el cartero del barrio, fue atropellado por un tranvía, iba vestido únicamente con
su gorra. Kaveri
EL POZO
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la
familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie
jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje. Luis Mateo Díez
EL LOCO
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y
aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar,
reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar
con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con
vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene
que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso
ahora, cada día es igual al anterior. Jordi Cebrián
LA EXTRANJERA
Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.
Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira
hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra
la muralla de rocas. Él le pide: Ámame.
Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas
muertes. Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas
perdidas y los encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio.
Ella quiere saltar porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no
pregunta, tampoco ella le responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un
país hundido. No resulta fácil decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora
abre los ojos para ver el naufragio de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar
su rabia. Ella le pide: Mátame. Nuria Amat
...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida
que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas
tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas
noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante
de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su
concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que
abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida. Gabriel
García Márquez
Si quisiera podría ir recorriendo todas las habitaciones e ir contando todos los azulejos
y todas las fracciones de azulejo que van cubriendo el suelo. Podría abrir el gas de la
cocina y al cabo de unas horas encender un cigarrillo. Podría cortarme los cabellos y
echarlos a la tortilla. Degollar al periquito. Oler la pared, golpear la pared, pintar la
pared. Mirar el mar, hervir las tortugas, comerme las uñas, fundir seis o siete velas,
romperme la cara a macetazos, arrojarme por las escaleras... Pero como siempre, al
final cojo la ventana y me la guardo en el bolsillo. Anónimo.
UN TIPO
Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos parques temáticos. En invierno se
vestía de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le diagnosticaron síndrome
de doble personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía dentro de la careta cuando le
hacían una foto. Murió el año pasado. Un chaval precoz de once años con pelo largo y
ojos guionados le prendió fuego a la poliamida con la punta de un cigarro.
El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad perseguido,
la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y naranja. Cada uno de
esos trajes representaba una personalidad y una temporada, igual que el olor a pipas
impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer guarda el único traje de trabajo
dentro del ropero, en un sepulcro hecho con miles de bolitas de alcanfor, como si fuera
un monumento marca ACME. Murió en verano, así que es Silvestre el que yace en el
armario. Fabio Rodríguez de la Flor
EL BOLI