Diálogos I

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FUENTES

LOS CUATRO LIBROS

Cuadernos Monásticos 152


DE LOS DIÁLOGOS DE SAN
GREGORIO MAGNO (540-604)1

Introducción

En este año 2005 la sección Fuentes de nuestra revista estará


dedicada a los Diálogos de san Gregorio Magno, estructurados en cuatro
libros bien diferenciados y organizados, que se publicarán en cada uno
de los cuatro números correspondientes. Para justificar esta publicación
se da el hecho de tener una traducción propia de una obra tan valiosa
para la historia de la espiritualidad cristiana; además es sabido que en ella
ocupa un lugar privilegiado la vida de san Benito (Libro II), lo cual la
hace muy estimada por los benedictinos. Habitualmente el lector está
acostumbrado a leer sólo esta última vida, dejando de lado tres cuartos
de la obra que, en rigor, forman una unidad bien estructurada y debe
comprenderse como un conjunto. En efecto, toda la obra gira en torno
a la vida de santos italianos relativamente contemporáneos a san Benito,
que san Gregorio presenta con rasgos muy coloridos y maravillosos.
Por otra parte el género literario elegido por san Gregorio para
esta obra (diálogos), junto con el estilo hagiográfico utilizado (narracio-
nes de milagros), presentan cierta resistencia al hombre de hoy. Sin
embargo es importante saber que se trata de una de las obras más leídas
por los cristianos y monjes medievales, tal como queda atestiguado por
la cantidad de manuscritos que nos han llegado. Es por eso que, a modo
de introducción, se debe poner el acento en aquellos elementos que
permitan entender el mensaje tanto teológico como espiritual que en
ellos se trasmite para llegar a entender también qué fue lo que hizo de

1
Introducción del abad Fernando Rivas, osb (Abadía San Benito de Luján, Buenos
Aires, Argentina).
Traducción de la Hna. Ana María Santángelo (Abadía de Santa Escolástica, Victoria,
Buenos Aires, Argentina). 57
FUENTES

esta obra una lectura fundamental para todo cristiano entre los años
600 y 1100.
Para los benedictinos, acostumbrados a leer solamente el
Segundo Libro (con la Vida de san Benito) será un instrumento para
conocer la obra completa y releerla a la luz del conjunto. Es cierto que
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

la Vida de san Benito se entiende por sí misma y no ofrece ningún obs-


táculo para ser comprendida por el lector. Sin embargo esa Vida toma
un mensaje más rico y completo cuando se la considera dentro del con-
junto de todas las vidas que componen los cuatro libros de esta obra. Y
ello puede ser una gran contribución para enriquecer el mensaje que san
Gregorio quiere dar a los monjes que siguen su regla.

1. Vida de san Gregorio Magno

San Gregorio Magno nació en Roma el año 540, en el seno de


una familia noble. Poseían en el monte Celio la “villa” familiar que más
adelante pasará a ser el monasterio de Gregorio y desde donde partirán
los monjes que evangelizaron el sur de Inglaterra (Agustín de
Cantorbery).
El tiempo en el que nace Gregorio estaba marcado por la deca-
dencia romana, pero también por la presencia de signos de una nueva
cultura, cristiana y monástica, que constituyeron los monasterios, como
escuelas de vida no sólo personal sino también social y económica. Así
en el sur de Italia Vivarium, fundado por Casiodoro; en el centro
Montecassino, fundado por san Benito, y en el norte Bobbio, donde
morirá san Columbano. Pero junto a ellos Gregorio conoce toda una
constelación de nuevos héroes que sostienen esta nueva humanidad: los
santos, de los que hablará largamente en los Cuatro Libros de los
Diálogos. Detrás de toda esta cosmovisión cristiana hay, para san
Gregorio, un ejemplo muy concreto y palpable: su familia. Su forma-
ción cristiana no sólo fue de principios sino de ejemplos: sus padres,
Gordiano y Silvia, y sus tías, Társila y Emiliana, están en el número de
esos hombres de Dios que conoció personalmente.
Muy preparado en derecho, tal como el emperador Justiniano
había concebido al funcionario de su corte, vivió un dilema personal
acerca de la orientación de su vida. Mientras tanto es nombrado pre-
fecto de Roma. Sin embargo la situación era insostenible. Entonces
toma la decisión definitiva: convertir su palacio en monasterio y consa-
grarse al estudio de las Escrituras. De este modo se convierte en un esla-
58 bón que unirá al mundo de los Padres de la Iglesia con el medioevo que
FUENTES
estaba naciendo pero con destino incierto. Gregorio es el primer hom-
bre medieval que señala los caminos que guiarán a los cristianos en los
siguientes cinco siglos. Y lo hará con esa obra hoy muy poco conocida:
los Diálogos. Gracias a ello Gregorio da forma a ese saber nuevo, la cien-
cia espiritual, que es un saber tanto de Dios como del hombre.

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
Benedicto I lo envió como apocriciario (delegado papal) a
Constantinopla, donde pasó ocho años y consolidó su amistad con
Leandro de Sevilla (más tarde, juntos, conseguirán convertir a los visi-
godos del arrianismo a la fe católica). Vuelve a Roma para vivir el des-
bordamiento del Tíber que produjo muchas calamidades en la ciudad.
La peor de todas era la muerte de Pelagio, el Papa que sucedía a
Benedicto. Siendo diácono fue elegido nuevo Papa por el clero, el sena-
do y el pueblo. El resto de su vida añorará la vida en el monasterio que
ha debido dejar.
Escribió la Regla Pastoral, obra maestra para todo Pastor de la
Iglesia, que orientó a tantos obispos durante la Edad Media. Compuso
cuarenta homilías sobre los Evangelios. Fomentó la vida litúrgica y
compiló textos litúrgicos en el Sacramentario que lleva su nombre. Se
conserva su Epistolario, que contiene 859 cartas, las 22 homilías sobre
Ezequiel y el comentario a los libros de Job o las Morales2.

2. Los Cuatro Libros de los Diálogos

En torno al año 1987 se suscitó una polémica respecto al autor


de los Libros de los Diálogos, fruto del trabajo de investigación de F. Clark
que, en dos volúmenes, lleva el título The Pseudo-Gregorian Dialogues.
En él su autor sostiene una vieja tesis que considera que, por un silencio
que se da en los diez años siguientes a la muerte del Papa (604-614), la
obra habría sido compuesta por un discípulo que aprovechó su familia-
ridad con san Gregorio para copiar su estilo y decir que la obra habría
sido dejada por el mismo Papa, aunque el verdadero autor fuese él.

2
Hoy se excluye de su obra el Comentario al 1º Libro de los Reyes. Uno de los valores de
esta obra era el de contener algunas citas textuales de la Regla de san Benito, con lo que
se podía presumir su conocimiento de dicha Regla. Hoy se sabe que Gregorio, tal como
dice en el Segundo Libro de los Diálogos, conoció que san Benito de Nursia escribió una
regla para monjes, pero nada más. Para todo esto ver VOGÜÉ A. de, L’auteur du
Commentaire des Rois attribué à saint Grégoire: un moine de Cava, en Revue Bénédictine
106 (1996) 319-331. 59
FUENTES

Esta tesis, que rompe con catorce siglos de tradición indiscutida,


fue rápidamente refutada por importantes estudios que se pueden encon-
trar en la bibliografía. Los argumentos en contra los brinda el mismo estu-
dioso al no presentar de modo consistente sus hipótesis, haciendo muchas
veces que la obra, en cuanto a su valor histórico, tenga el carácter de una
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

novela de suspenso que no refleja plenamente la realidad.


Más allá de toda esta polémica, la tradición de 1400 años ha
suscitado estudios y reflexiones acerca de la riqueza del Libro de los
Diálogos de san Gregorio Magno. ¿Qué es lo que el Papa quiere señalar
con todos estos santos que florecen en plena decadencia del mundo
romano? Una de las respuestas es: el hombre sólo se constituye como tal
en su relación con Dios, bajo su mirada. Ante la mirada contemplativa
de Dios, ante su presencia, el hombre se hace presente a sí mismo. Es
aquel mismo asombro que hacía decir a san Agustín:

¡Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!


Tu estabas dentro de mí, y yo estaba fuera de mí mismo...Tú esta-
bas conmigo y yo no estaba contigo.

Es desde esta clave que se afirma que detrás de los personajes


tan variados que se presentan en los Diálogos se encuentra el drama del
mismo Gregorio3, Papa ocupado en los problemas del mundo, pero
lejos de esa presencia de Dios que le era tan habitual en su monasterio.
También se ha dicho que detrás de esos personajes se esconde todo
hombre4, que puede encontrar, en la variedad de personajes que aquí
encuentra, la forma de resolver esa tendencia tan destructiva a vivir
ausente a Dios y a sí mismo. Finalmente cabe decir que Gregorio busca
por medio de este género literario del diálogo que el lector se encuentre
a sí mismo ante la mirada del divino Espectador y construya su vida en
su Presencia.
El Primer Libro comienza con la vida de Honorato, monje fun-
dador del monasterio de Fundi. Con él Gregorio sienta las bases del
“hombre de Dios” que encuentra en todo monje y que él mismo había

3
VOGÜÉ A. de, De la crise aux résolutions: les Dialogues comme “histoire d’une âme”, en
Colloques Internationaux du Centre National de la Recherche Scientifique (Grégoire Le
Grand, Chantilly 1982), 305-314.
4
CONTRERAS E., El Libro de los Diálogos de San Gregorio el Grande, en CuadMon 57
60 (1981) 227-232.
FUENTES
sido, antes de abandonar ese estado de vida para ser Papa. Le siguen las
vidas de otros monjes, todos caracterizados por su aspiración por las cosas
de Dios. Siguen las vidas de tres obispos: Marcelino, Bonifacio y
Fortunato. Concluye con las vidas de tres monjes más y de un sacerdote.
El Segundo Libro es el más conocido por contener la vida de san

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
Benito de Nursia. En él Gregorio parece encontrar al monje conse-
cuente hasta el fin con su ideal de vivir en la presencia de Dios, dejan-
do para ello todo lo que estorba en el camino. Es el vir Dei, poseído del
espíritu de todos los justos, en quien Gregorio encuentra el ideal de san-
tidad. Tanto la extensión que consagra a la vida de san Benito como los
contenidos que le refiere muestran que su figura jugaba un papel muy
importante en la vida de Gregorio.
El Tercer Libro está dedicado a personajes muy variados: obis-
pos, sacerdotes y laicos, dejando la figura protagónica que los monjes
habían tenido hasta aquí. Sin embargo el verdadero protagonista sigue
siendo, a lo largo de estos tres libros, el milagro, como signo de santi-
dad y presencia divina en este mundo.
El Cuarto Libro de los Diálogos se presenta como más doctrinal,
más teológico. Sin embargo busca ser como el marco de referencia para
todo lo hasta ahora dicho y los personajes que se presentan están siem-
pre en íntima relación con el misterio eucarístico que Gregorio quiere
abordar antes de concluir su obra.

3. El hilo conductor de los Diálogos: el Misterio Eucarístico

En efecto, todo comienza con una queja característica de


Gregorio por la vida de exilio en la que se encuentra sumido debido al
pecado de Adán y a la pérdida del Paraíso, lo que a su vez se materiali-
za en las múltiples tareas y preocupaciones de su pontificado. En ese
Paraíso una de las mayores alegrías del hombre era la de “saborear las
palabras de Dios” en su presencia5, cosa que puede hacer ya en este
mundo, aunque de modo distinto, escrutando la Palabra contenida en
las Escrituras y creciendo con ella a lo largo de esta vida. Los santos son
los que desde este mundo hacen la experiencia de las cosas espirituales

5
“En el paraíso, el hombre había tenido la costumbre de saborear las palabras de Dios
(ver Gn 2,16s) y de comunicarse, en virtud de la pureza de su corazón y de la elevación
de su mirada, con los espíritus de los bienaventurados ángeles. Pero después de haber
caído hasta aquí abajo, se apartó de aquella luz espiritual que lo llenaba” (Dialog. IV,I,1). 61
FUENTES

y por eso viven en el deseo del Paraíso, que otros ni siquiera oyeron
nombrar. Sin embargo no habría santos si Dios no hubiese enviado a su
Hijo hecho carne para abrir nuevamente las puertas del Paraíso por su
Misterio Pascual. En ello consiste la fe: en la garantía de las cosas que se
esperan, en el retorno al Paraíso.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

Llegados a este punto el razonamiento hace un giro inesperado:


Gregorio, que añora la vida en el monasterio como el Paraíso, donde
vivía en la presencia del divino Espectador, cuyos ángeles le rinden
homenaje y le hacen de emisarios ante su Trono, donde la oración fluye
corriente, donde se vive en eterna comunión con todos estos santos,
todo ello, descubre Gregorio, se realiza en el Misterio Pascual de Cristo,
es decir, en la Eucaristía que por eso mismo tiene un sentido fuerte-
mente escatólogico. Dice al respecto el padre A. de Vogüé en un traba-
jo publicado después de su edición de los Diálogos en la colección
Sources Chrétiennes:

Caído del monasterio en este mundo, Gregorio decide volver a


ponerse en marcha hacia el Paraíso perdido. Pero de éste no puede
recuperar el cuadro claustral que aseguraba su quietud. Sin embar-
go una cierta medida de interioridad y contemplación es recupera-
ble. Es eso lo que se aplica a sí mismo al hablar del “sacrificio coti-
diano de las lágrimas” (Dialog. IV, LVIII) que acompaña el de la
Misa, y el de la compunción, que debe prolongar ininterrumpida-
mente los beneficios de ésta.
En el corazón mismo de esa esperanza de elevación espiritual se
encuentra evidentemente el acto mismo de la Celebración
Eucarística. En ella Gregorio tiene el sentimiento de recuperar un
instante los bienes más preciosos de su Paraíso perdido. A la hora de
la inmolación, las “cosas celestes” que ocupaban sus pensamientos en
el monasterio descienden sobre el altar y se unen a las terrestres
(Dialog.I, Prol. 3). Los ángeles con los que Adán conversaba están
también allí. El “invisible” desaparecido tras la caída no hace sino
uno con el visible... Brevemente, todo aquello de lo que antes goza-
ba su contemplación, ahora lo recibe por la fe...
Si ha perdido la vida contemplativa, Gregorio ha encontrado una
suerte de sustituto en el “misterio de Jesucristo” que celebra como
obispo. Con toda evidencia esas páginas fervientes sobre la Misa
proceden de su experiencia sacerdotal. Aunque le haya quitado lo
más querido, el episcopado le ha procurado una suerte de descubri-
62 miento del misterio eucarístico, ese descubrimiento que se hace
FUENTES
cuando se comienza a celebrar en persona. Y esta apreciación del
acto sagrado es en él mucho más vivo que el verse privado de todo
el resto. La Misa se le presenta como la única tabla de salvación que
le queda, su única esperanza de no sucumbir en la “tormenta” de los
negocios del mundo. Tal vez también el sacrificio de Cristo habla de

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
modo especial a este hombre que ha debido sacrificar su propio bien
espiritual por el servicio de la Iglesia. En todo caso es claro que, en
su existencia desolada, la hora de la celebración es aquella en la que
encuentra algo de los gozos místicos de su vida pasada.
Por otra parte, no es para él solo que dice estas cosas en la conclu-
sión al libro de los “Diálogos”. Todo ese pasaje está construido en
“nosotros”. Personalmente comprometido como primer jefe,
Gregorio no se separa de sus lectores. Es con todo ese pueblo que este
monje, hecho pastor, sale a la conquista del Paraíso. Juntos, toma-
rán la Misa como base para un esfuerzo de retorno. A partir de esta
experiencia sacramental del invisible, ellos (todo el pueblo cristia-
no) intentarán cultivar la compunción, prolongando lo más posible
los sentimientos que ella ha suscitado o reavivado6.

Y un poco antes decía:

Sin embargo no basta cumplir la acción litúrgica. Ésta, para obte-


ner su efecto de gracia, debe estar acompañada de un triple esfuer-
zo: en primer lugar quien ofrece la víctima eucarística debe ofre-
cerse él mismo en sacrificio, “imitando lo que realiza”; luego debe
esforzarse por guardar continuamente en el corazón, después de la
liturgia, la compunción con la cual ha celebrado ésta; finalmente
debe perdonar a todos aquellos que lo han ofendido, condición “sine
qua non” del perdón que él mismo desea obtener para sí mismo7.

En efecto, Gregorio, el maestro de la compunción del corazón


en las Morales sobre Job, encuentra en la Eucaristía la síntesis perfecta
de toda aquella espiritualidad monástica que había aprendido de los pri-
meros santos monjes. Es más, ve en la vida de los monjes y de sus san-
tos una realización concreta y cotidiana del misterio eucarístico y pas-
cual, tal como lo presenta en la conclusión de los Diálogos. San Benito

6
Eucharistie et vie monastique, en Coll. Cist. 48 (1986) 127-128.
7
Eucharistie et vie monastique, en Coll. Cist. 48 (1986) 126. 63
FUENTES

por ejemplo, es el hombre de Dios que cada día prolonga en su celda la


compunción del corazón (Dialog. II, XVII); hace de la vida monástica
una oblación (Dialog. II, III, 14); perdona a sus perseguidores (Dialog.
II, VIII, 7), y que descubre la presencia de Cristo resucitado al decir al
visitante inesperado y providencial: “ahora sé que es Pascua porque tú
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

has venido” (Dialog. II, I, 7). En cada Eucaristía, como en la vida de


cada santo, el cielo se abre sobre la tierra y fecunda con toda suerte de
milagros la vida de sus devotos.
En las últimas expresiones del pasaje citado Gregorio dice que el
que celebra la Eucaristía debe “imitar” en su vida lo que celebra en el
culto. Este texto, que ha pasado al ritual de ordenación presbiteral, es un
claro reflejo de la espiritualidad litúrgica patrística. Según ella es en la vida
cotidiana donde se consuma el Misterio Pascual de Cristo, tal como
Ignacio de Antioquía señalaba a los romanos antes de padecer el martirio:

No me procuréis nada que no sea el ser ofrecido en libación a Dios,


ya que el altar está preparado, a fin de que reunidos en coro en la
caridad, cantéis al Padre en Cristo Jesús, pues Dios se ha dignado
hacer que el obispo de Siria se encontrase en el Occidente, enviado
desde Oriente... Soy trigo de Dios, y seré molido por los dientes de
las fieras, a fin de ser encontrado pan puro de Cristo... Entonces seré
verdadero discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ni siquiera vea
mi cuerpo. Implorad a Cristo por mí, para que, por instrumento de
las bestias, sea una víctima ofrecida a Dios (Carta a los Romanos
II,1-IV,1).

Este es el concepto litúrgico de la “imitación de Cristo” que


contienen los Diálogos de Gregorio. Según él todo lo que acontece en la
vida del cristiano es reflejo de los misterios de Cristo celebrados en la
liturgia, y principalmente en la Eucaristía.
Este misterio eucarístico-pascual, como eje de la vida de sus
santos, pero también como respuesta a su anhelo más profundo del
Paraíso perdido, anima los Diálogos desde el prólogo del Libro I hasta la
conclusión del Libro IV. Y es a partir de allí que Gregorio, contra la cos-
tumbre de su época que era la de una celebración semanal, aconseja la
Misa cotidiana, lo que está en el origen de la llamada “misa gregoriana”,
que eran treinta misas seguidas, cosa muy extraña para su época y que
la Iglesia recién oficializará de modo pleno cien años después de su
muerte. Sin embargo este detalle sería de un interés trivial si no se
64
FUENTES
entendiera que Gregorio, al concluir así los Diálogos, está diciendo que
ser monje es ser ofrenda viva. Es ser hostia (holocausto), que es lo que
dice el mismo Papa en otro texto8 pero que ahora es el marco final con
el que cierra el mensaje del Libro de los Diálogos:

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
Pero es necesario, cuando hacemos esto, que nos inmolemos a nos-
otros mismos a Dios, mediante la contrición del corazón, porque
cuando celebramos los misterios de la Pasión del Señor, debemos
imitar lo que hacemos. Esta será, entonces, una verdadera hostia
ofrecida a Dios por nosotros, si hace de nosotros mismos una hostia
(Dialog IV, LXI,1).

Como dijimos más arriba: este hilo conductor de los Diálogos es


de gran provecho para quien quiera captar la unidad de estos relatos tan
pintorescos y diversos, y para ubicar en esta referencia eucarística la vida
del venerable hombre de Dios, san Benito, que se encuentra en el cora-
zón mismo de esta obra y de la vida de san Gregorio.

4. El género literario hagiográfico

Un dato que creemos importante señalar para ayudar a la ubi-


cación del lector ante esta obra de Gregorio Magno es que durante el
período de los Padres de la Iglesia y del primer medioevo, los cristianos
no tenían el sentido de ruptura histórica que se da ahora entre los cris-
tianos del siglo XXI y los sucesos del Antiguo y Nuevo Testamento. El
hombre moderno vive una línea histórica que considera paralela a la
bíblica. Ésta tiene un carácter más fantasioso que histórico. Esto no
sucedía con el hombre de los primeros siglos de la Iglesia quien se con-
sideraba deudor y continuador de dicha historia. Esta perspectiva lo
hacía particularmente sensible a las cosas que en las Escrituras se cuen-
tan. Esta sensibilidad es la que llevaba a que san Benito dijese:

Si se trata de tiempo en que no se ayuna, después de levantarse de


la cena, siéntense todos juntos, y uno lea las Colaciones o las Vidas
de los Padres, o algo que edifique a los oyentes, pero no el
Heptateuco o los Reyes, porque no les será útil a los espíritus débi-
les oír esta parte de la Escritura en aquella hora. Léase, sin embar-
go, en otras horas (RB 42, 3-4).

8
Homilías sobre Ezequiel II,8,15-22. 65
FUENTES

Las historias de guerras y matanzas que contienen esos libros no


eran, para estos monjes del siglo VI, cosas lejanas o casi fantásticas. Era
la historia de los predecesores en la fe, a quienes estaban unidos como
un ciudadano a los próceres de su patria. Pero más todavía, cuando esa
historia era la del pueblo elegido, entonces eran más fuertes los lazos de
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

comunión y continuidad. Los cristianos de los primeros siglos se sabían


continuadores de una historia de la salvación que había comenzado en
el Antiguo Testamento, que había tenido su cumplimiento en el Nuevo,
y que en la Iglesia alcanzaba su plenitud. Con esta conciencia, los cris-
tianos, y particularmente los monjes, encontraban en las Sagradas
Escrituras algo más que un libro santo para realizar el ejercicio piadoso
de la lectio divina. Ellos encontraban, más bien, en la página sacra, un
espejo de sus vidas y un anuncio de lo que debían ser. Por eso el santo
era fácil de reconocer. Si en él se daban los rasgos de los grandes santos
de la Biblia, entonces era un signo inequívoco de que en ellos conti-
nuaba la historia de la salvación que pronto llegaría a su culminación.
Sin embargo hay que considerar el proceso inverso, que es el
que Gregorio realiza en los Diálogos: hay una lectio divina de la vida de
los grandes hombres, pero finalmente, de todo hombre. Es decir, hay
que saber leer con los ojos de Dios las cosas cotidianas que encierran,
detrás de lo monótono y habitual, una realidad fantástica, como la vida
de estos santos.
Es por esto que Gregorio presenta a san Benito con esos rasgos
marcadamente bíblicos que hacen exclamar a su diácono Pedro:

PEDRO: Lo que cuentas es admirable y del todo asombroso. Porque


a mi parecer, el agua que manó de la piedra, recuerda a Moisés (ver
Nm 20,7ss), el hierro que volvió desde lo profundo del agua, a
Eliseo (ver 2 R 6,5ss), el caminar sobre las aguas, a Pedro (ver Mt
14,28ss), la obediencia del cuervo, a Elías (ver 1 R 17,4ss), y el
llanto por la muerte del enemigo, a David (ver 2 S 1,11s). Según
lo que veo, este hombre estuvo lleno del espíritu de todos los justos.

GREGORIO: Pedro, el hombre del Señor Benito tuvo el espíritu de


Uno solo, el de Aquel que por la gracia de la redención que nos fue
concedida, llenó los corazones de todos los elegidos. Es El de quien
Juan dice: “Era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilu-
mina a todo hombre” (Jn 1,9). De Él escribió también: “De su ple-
nitud, todos nosotros hemos participado” (Jn 1,16). Porque los san-
66 tos pudieron obtener de Dios el poder de obrar milagros, pero no el
FUENTES
de transmitir este poder a los demás. Pero Este concede a sus fieles
estas señales milagrosas, el mismo que prometió dar a sus enemigos
la señal de Jonás (ver Mt 12,39 y 16,4).

La santidad se mide por signos muy objetivos, y ellos pueden

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
referirse, después del misterio de Cristo celebrado en la liturgia, a la
experiencia de los grandes personajes de las Escrituras y, por supuesto,
a Cristo. Con palabras de Calati podemos decir:

La hagiografía medieval tiene la preocupación por demostrar cómo


se vive la Sagrada Escritura para terminarla y completarla. Es el
tema general al que obedece este tipo de literatura religiosa. El
santo, en la mente del hagiógrafo medieval, particularmente el
monje santo, es aquel que realiza plenamente la economía divina
según el trazado histórico de la Biblia. Toda la trama general de
cada “vita” obedece a esta idea: se trata de poner en evidencia cómo
el hombre creado por Dios es puesto en el Paraíso histórico de la
Biblia; expulsado después por el pecado, debe retornar por la gracia
de Cristo. Obedeciendo a este tema de Historia Sagrada, cada
hagiógrafo hace gravitar la vida de su héroe en torno a un esquema
que reducimos a estos puntos esenciales: la “llamada”; la “tenta-
ción”; “amistad con Dios”; la “paternidad espiritual”; la integridad
o virginidad absoluta; la plenitud del espíritu (manifestada en los
justos del Antiguo y Nuevo Testamento)9.

Esto queda sintetizado en la famosa expresión que Gregorio


repite en otros pasajes de sus obras: la Escritura crece con el que la lee10.
Como la Escritura no queda reducida a un texto sino a la vida del
Espíritu Santo que la inspira, esa vida continúa en la Iglesia y, princi-
palmente, en aquellos grandes santos que supieron ser dóciles a sus
impulsos.
Habiendo tantos signos de la presencia del Espíritu Santo en la
vida de los justos san Gregorio elige uno en particular: el milagro, que
es el signo por antonomasia, tal como los presenta en los Diálogos.

9
CALATI B., Spiritualità monastica, en Vita Monastica 13 (1959) 8-10. El autor seña-
la que si bien se refiere a la hagiografía en general, sin embargo está pensando sobre todo
en la vida de san Benito escrita por Gregorio Magno.
10
Scriptura sancta cum legentibus crescit (Ep. L IV,31; Mor. L XX,1). 67
FUENTES

5. El Milagro.

El objeto primordial de los Diálogos es el de contar los milagros


de los santos que han vivido recientemente (s. VI) en Italia. Más allá de
lo pintoresco de ellos, Gregorio invita al lector a captar la significación
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

de los mismos. Y es aquí donde los Diálogos han suscitado todo tipo de
interpretaciones, que pueden reducirse a tres: interpretación hitórica,
simbólica, y una combinación de las dos.
En primer lugar el milagro es para Gregorio una señal de Dios
que revela la virtud de un santo. Y por eso los milagros tienen una ense-
ñanza, ante todo, moral. Los relatos dejan una enseñanza clara. Esa refe-
rencia del milagro a la virtud es el motivo mismo de los Diálogos de
Gregorio. En muchos casos el relato parece estar dirigido a las virtudes
heroicas del santo, olvidando por un momento sus milagros mismos.
De modo muy frecuente las virtudes de la humildad y la paciencia pare-
cen superar los milagros más llamativos de sus santos, incluyendo la
resurrección de un muerto.
Por ello el P. de Vogüé no duda en afirmar que para Gregorio
el milagro, siendo un signo de la virtud, sin embargo le es inferior11. Y
sigue: lo exterior no se compara a lo interior, lo visible a lo invisible. La ver-
dadera grandeza está adentro. Por eso lo que debe buscarse no son los signos
sino la vida12.
La humildad es la virtud de todos estos santos, la que edificó su
ser en conformidad con Cristo y no dejó que se perdieran en el orgullo
que suscitan las buenas obras y los milagros. Esa virtud de la humildad
es la garantía de toda su actividad, ya no sólo de taumaturgo sino tam-
bién de maestro de doctrina, como fue san Benito. Así dice san
Gregorio de san Benito:

Me sería agradable, Pedro, contarte todavía muchas cosas con res-


pecto a este venerable padre, pero a propósito pasaré por alto ciertos
detalles, ya que deseo dedicarme, con la prontitud posible, a la
exposición de los hechos de otros hombres. Sin embargo, quisiera
que no ignores que el hombre de Dios, además de tantos milagros
por los que se destacó en el mundo, se hizo célebre también de una

11
GRÉGOIRE LE GRAND: Dialogues. Introduction, bibliographie et cartes par Adalbert
de Vogüé, Eds. du Cerf, Paris 1978 (Sources Chrétiennes 251), 87.
68 12
Id.
FUENTES
manera notable en virtud de la palabra de su doctrina. Porque
escribió una regla monástica, importante por su discreción y clara
en su lenguaje. Si alguien quiere conocer más profundamente su
vida y sus costumbres, podrá encontrar en la misma enseñanza de
la regla todos los principios de su magisterio, puesto que el hombre

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
santo de ningún modo pudo enseñar otra cosa que lo que él mismo
vivió (Dialog. II, XXXVI).

El orden que Gregorio establece en la vida de sus héroes es: 1.


santidad de vida; 2. enseñanzas y 3. milagros. Sin embargo los milagros
son el sello final de que todo ello es la obra de Dios. Los tres factores
constituyen una unidad: milagros que son signos de una santidad de
vida, enseñanza que es fruto de la santidad de vida. Y así exhorta al lec-
tor a saber discernir lo importante al decir:

Pero para que no te admires por más tiempo de lo que el venerable


Santulo ha hecho exteriormente por el poder del Señor, escucha lo que
era interiormente en virtud de este mismo poder (Dialog. III, 37,9).

Finalmente, agrega el P. de Vogüé13, en el libro de los Diálogos


el milagro no está al servicio de una apolegética que confirma con ellos
la veracidad de la fe. El milagro de los Diálogos está en relación con la
virtud y su finalidad es la edificación de las almas. Y esto se da de un
modo particular en la Italia del siglo VI, cuando la Iglesia se está afian-
zando, tal como sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés. Para
Gregorio, Italia está viviendo esa consolidación de la Iglesia con signos
y prodigios que dan testimonio de los santos, como la Iglesia que nacía
en los Hechos de los Apóstoles.

6. El Primer Libro de los Diálogos

Como guía para una lectura del Primer Libro que ahora pre-
sentamos, se debe recordar lo dicho acerca del carácter autobiográfico
con el que se abre. Gregorio se lamenta del estado espiritual en que se
encuentra debido a tener que dejar el monasterio, su retiro, su contem-
plación, y asumir las variadas tareas del primer pastor de la Iglesia.
En medio de ese dolor el recuerdo de los santos que han deja-

13
Id., 92. 69
FUENTES

do el mundo y vivido en el retiro le sirven de consuelo. En efecto, en


este Primer Libro Gregorio piensa más en la vida monástica de sus per-
sonajes que en sus milagros, esa vida que se desarrolla ante el divino
Espectador y está entregada a su servicio. Es así como Gregorio, en este
libro, presenta a monjes: tres del monasterio de Fondi, a Euquicio, fun-
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

dador del monasterio de Valeria, junto con otras figuras menos relevan-
tes. Luego son presentados personajes diversos, desde obispos hasta
sacristanes, todos ellos unidos por el signo de la santidad.
Como señala el P. de Vogüé, salvo el primer grupo de tres mon-
jes, los demás tienen la particularidad de ser presentados de a dos. Ello
se debe a que pertenecen a una misma región (la Campaña y el este de
Roma, por un lado, y la misma Roma, por otro), o los une una profe-
sión o amistad particular. Gregorio juega con los contrastes para que
cada uno de ellos resalte la figura del otro por algún rasgo particular.
Finalmente el lector debe recordar que en este Primer Libro
Gregorio va construyendo esa inclusión que pondrá de manifiesto en el
último libro que los santos, con sus vidas, han recorrido el camino de
retorno al Paraíso y que su clave secreta está en la entrega de su vida
como ofrenda, hostia viva, que se renueva y fortalece en cada Eucaristía,
y que ese es el camino que siguió el mismo Papa.

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Abadía de San Benito


C. C. 202
B6700WAC Luján
Argentina

71
TEXTO
FUENTES

CUATRO LIBROS DE LOS DIÁLOGOS


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

DEL PAPA GREGORIO SOBRE LOS


MILAGROS DE LOS PADRES ITALIANOS

LIBRO PRIMERO

Un día, abatido y triste por las excesivas preocupaciones de


algunos laicos, en cuyos asuntos muchas veces nos vemos obligados a
participar –cosa que ciertamente no deberíamos–, me procuré un lugar
solitario y favorable a la reflexión nostálgica, donde se me manifestara
con evidencia todo aquello que contrariaba mis ocupaciones, y donde
todas las cosas que solían provocarme dolor, se me presentaran ante los
ojos con toda claridad.

2. Como permanecía sentado allí muy afligido y callado duran-


te mucho tiempo, se me presentó el diácono Pedro, el muy querido hijo
mío, ligado a mí familiarmente por la amistad desde los primeros tiem-
pos de su juventud, y a la vez mi colaborador en el estudio de la Palabra
sagrada.
Al instante me vio atormentado por una gran angustia y me dijo:
“¿Ha sucedido algo nuevo, para que estés más afligido que de costumbre?”.

3. Le contesté: “Pedro, la tristeza que sobrellevo cada día, es en


mí siempre vieja por la costumbre, y siempre nueva por lo que se le agre-
ga. Es que mi espíritu acongojado, herido por mis ocupaciones, me
recuerda la situación en la que me hallaba antes en el monasterio; cómo
todo lo caduco quedaba por debajo de él; cómo se elevaba sobre todo lo
transitorio; cómo acostumbraba a pensar sólo en las cosas del cielo;
cómo, aunque retenido por el cuerpo, traspasaba en la contemplación los
límites de la carne; cómo amaba aún a la misma muerte como entrada a
la vida y premio del trabajo, aunque para casi todos ella sea un castigo.

4. Pero ahora, a causa del cuidado pastoral, padece por las pre-
ocupaciones de los hombres del mundo, y además, toda la hermosa
72 imagen de su paz se ensucia con el polvo de la tarea terrenal. Cuando se
FUENTES
dispersa en los asuntos exteriores para condescender con los otros, aun-
que permanezca el deseo de los bienes interiores, retorna a éstos indu-
dablemente debilitado. Considero entonces lo que sobrellevo, conside-
ro lo que dejé, y cuando observo lo que he perdido, se me hace más
pesado lo que soporto.

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
5. Es que ahora estoy sacudido por las olas de un vasto mar, y
golpeado en la nave de mi espíritu por las borrascas de una fuerte tem-
pestad. Al recordar la vida anterior, suspiro como si al volver hacia atrás,
la mirada divisara la costa. Y lo más grave es que mientras soy arrastra-
do, perturbado por las inmensas olas, apenas si puedo ver ahora el puer-
to que he dejado. Así son las caídas del espíritu: primero se pierde el
bien que se posee, pero no obstante, uno se acuerda de lo que ha perdi-
do. Después, cuando se aleja más, también se olvida del bien perdido, y
sucede entonces que ya ni siquiera ve, en el recuerdo, lo que antes efec-
tivamente había poseído.
Ocurre lo que dije antes: que cuando navegamos más lejos, ya
no vemos ni el puerto de reposo que hemos dejado.

6. Algunas veces, para aumentar más mi dolor, se agrega lo que


viene a mi memoria sobre el modo de vivir de quienes abandonaron,
con toda el alma, la vida del mundo. Mientras considero esa subida de
ellos, reconozco la distancia en la que yo he quedado por debajo.
Muchos de ellos agradaron a su Creador con una vida retirada: a fin de
que no envejeciera la juventud de su corazón por los negocios humanos,
el Dios omnipotente no quiso que se ocuparan en trabajos del mundo”.

7. Pero considero preferible que las cosas que hemos de decir


mediante preguntas y respuestas, en adelante las separemos por la sim-
ple anotación de los nombres de los interlocutores.

PEDRO: No sé de seguro si en Italia se haya destacado la vida


de muchos hombres por sus virtudes. Ignoro por consiguiente quiénes
te incitan a la emulación cuando te comparas con ellos. No dudo por
cierto que haya habido hombres buenos en esta tierra, pero me parece
que no han realizado milagros o prodigios, a no ser que hasta ahora
éstos hayan sido ocultados, a tal punto que carecemos de cualquier
información acerca de su existencia.

8. GREGORIO: Pedro, si yo, un pobre hombre, tan sólo men- 73


FUENTES

cionara lo que llegó a mi conocimiento acerca de hombres perfectos y pro-


bados –sea por el testimonio de hombres buenos y fieles, o sea por mi pro-
pia experiencia–, pienso que se me acabaría el día antes que las palabras.

9. PEDRO: Quisiera pedirte que me contaras algunas historias


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

acerca de ellos. No te fastidies en interrumpir aquí –dado el motivo– el


trabajo de tu exégesis, porque el recuerdo de los milagros no es menos
edificante. Por la exégesis se aprende cómo la virtud debe ser adquirida
y guardada; pero por el relato de los milagros aprendemos cómo la vir-
tud, una vez adquirida y guardada, se pone en práctica. Hay hombres a
quienes los ejemplos los inflaman más hacia el amor de la patria celes-
tial que la teoría. Además, el espíritu del que escucha, encuentra muchas
veces una doble ayuda en el ejemplo de los padres, ya que por la com-
paración con los que le precedieron, él se siente estimulado en el amor
de la vida futura, y si se imagina ser algo, se humilla cuando llega a darse
cuenta de que otros han realizado cosas mejores.

10. GREGORIO: Lo que sé por la relación de hombres vene-


rables, lo voy a narrar sin ninguna vacilación, siguiendo el ejemplo de
la Sagrada Escritura, puesto que me resulta más claro que el sol que el
Evangelio que escribieron Marcos y Lucas, no lo aprendieron por lo que
vieron, sino por lo que escucharon. Pero con el fin de evitar toda posi-
bilidad de duda para los que lean lo que digo, en cada hecho que voy a
describir, aclararé por qué autoridad me fueron relatados estos informes.
Deseo que sepas por otra parte, que en algunos relatos conservaré úni-
camente el sentido, pero en otros, además del sentido las mismas pala-
bras. Porque si para todos los personajes hubiera querido conservar las
expresiones en su forma estricta, el estilo del redactor no habría podido
transmitir adecuadamente estas versiones proferidas en un lenguaje
inculto.
Lo que voy a puntualizar, lo sé por el relato de muy venerables
ancianos.

I. Honorato, abad del monasterio de Fondi

El patricio Venancio poseía antaño una casa de campo en la


región de Samnio. Su arrendatario tenía un hijo llamado Honorato, que
desde los años de su infancia se sintió enardecido por el amor de la patria
celestial, adoptando con este fin una vida de renuncia. Su comporta-
74 miento religioso llamaba la atención. Trataba de evitar toda palabra ocio-
FUENTES
sa (ver Mt 12,36), y se dominaba practicando la abstinencia de la carne.
Un día, sus padres ofrecieron una comida a sus vecinos, y para
la comida prepararon carnes. Cuando él se rehusó a tomarlas por amor
a la abstinencia, sus parientes comenzaron a burlarse de él diciéndole:
“¡Come! ¿Podríamos acaso encontrar un pez para ti en estas monta-

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
ñas?”. Es que en aquel lugar se solía oír hablar de peces, pero jamás
nadie los había visto.

2. Mientras que se burlaban de Honorato, de repente faltó,


durante la comida, el agua para el servicio de la mesa. Un criado se fue
a la fuente con el balde de madera, conforme a la costumbre de aquella
región. Mientras que sacaba el agua, un pez entró en el balde. De vuel-
ta, el criado vertió con el agua, ante la mirada de los comensales, el pez
que para Honorato hubiera alcanzado como alimento para todo el día.
Todos se quedaron admirados, y las carcajadas de los parientes cesaron
de golpe. A partir de este momento comenzaron a respetar la abstinen-
cia de Honorato, de la que antes se habían burlado. Así un pez de mon-
taña le quitó al hombre de Dios la humillación de sufrir el desprecio.

3. Cuando ya había crecido, destacándose por sus virtudes, le


fue otorgada la libertad por su dueño antes mencionado. En un lugar
llamado Fondi, construyó un monasterio en el que se destacó como
padre de unos doscientos monjes. Allí y en toda la región de los alrede-
dores dio con su vida un ejemplo de preclaras costumbres.

4. Un día, desde el cerro que en lo alto sobresalía por encima de


su monasterio, se desprendió un inmenso bloque de piedra que, desli-
zándose por una ladera del cerro, amenazaba con destruir todo el monas-
terio y matar a todos los hermanos. El santo varón, al verlo caer desde lo
alto, invocó repetidas veces el nombre de Cristo y extendiendo la mano
derecha, le opuso el signo de la cruz y lo detuvo en su caída sobre la pen-
diente del costado de la montaña. Así lo asevera Laurencio, un hombre
piadoso. El sitio no presentaba ningún obstáculo en que hubiera podido
detenerse la piedra. Aún hoy día, a los que miran hacia el cerro, el blo-
que de piedra les parece estar como suspendido y pronto para caer.

5. PEDRO: ¿Será posible que un hombre tan excelente, y que


luego llegó a ser maestro de discípulos, no tuvo antes a su vez un maestro?

6. GREGORIO: Nunca escuché que él haya sido discípulo de 75


FUENTES

alguien, pero los dones del Espíritu Santo no están sometidos a la ley.
Ciertamente, la experiencia habitual de la vida enseña que quien no
aprendió a someterse, tampoco debe atreverse a mandar, a fin de no
enseñar a los súbditos una obediencia que él no fuera capaz de brindar
a los superiores. No obstante, hay algunos que fueron instruidos por el
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

magisterio del Espíritu, de tal modo que aunque les falte la instrucción
exterior del magisterio humano, no carecen de la ilustración del maes-
tro interior. Esta libertad de su vida no debe servir como ejemplo para
los débiles, a fin de evitar que alguno de ellos, presumiendo estar lleno
del Espíritu Santo, desprecie ser discípulo de un hombre, haciéndose así
maestro del error. El alma en la que habita el Espíritu Santo, muestra
evidentes señales de esta realidad mediante los prodigios y la humildad.
Si estos dos signos se juntan perfectamente en un alma, es evidente que
dan testimonio de la presencia del Espíritu Santo.

7. Es cierto que no se lee que Juan el Bautista haya tenido un


maestro. La misma Verdad que enseñó a los apóstoles mediante su presen-
cia física, no lo integró oficialmente en el grupo de sus discípulos. Pero le
enseñó interiormente. Exteriormente, en cambio, lo dejó en aparente
libertad. Igualmente Moisés, instruido en el desierto, conoció por un ángel
y no por un hombre, la misión que Dios le confiaba. Pero esto, como ya
dije, debe ser respetado por los débiles y no tomado como ejemplo.

8. PEDRO: Estoy conforme con lo que dices. Pero te ruego


que me digas si este padre tan grande dejó algún imitador entre sus dis-
cípulos.

II. Libertino, prior del monasterio de Fondi

GREGORIO: El muy reverendo Libertino, que había sido dis-


cípulo de Honorato y formado por él, fue prior del monasterio de Fondi
en tiempos del rey Totila. Muchas de las virtudes de Libertino fueron
dadas a conocer por narraciones dignas de fe. También Laurencio, el
hombre religioso que ya mencioné y que todavía vive, estuvo muy cerca
de Libertino en aquel entonces y solía contarme muchas cosas sobre él.
De todo lo que aún recuerdo, voy a narrar algunos episodios.

2. En la provincia de Samnio, de la que ya hablé en otra ocasión,


Libertino recorrió un camino por obligaciones del monasterio. Darida,
76 conde de los Godos, había llegado hasta ese mismo lugar con su ejérci-
FUENTES
to. El siervo de Dios fue arrojado de su caballo por los hombres del
conde. Sobreponiéndose con buen ánimo al perjuicio causado por la pér-
dida de su caballo, ofreció a los saqueadores también el látigo y les dijo:
“Tomen esto para poder guiar el animal.” Y en seguida se puso a rezar.
A continuación, el ejército del conde llegó en rápida marcha

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
hasta el río Vulturno. Allí comenzaron a golpear con las lanzas a sus
caballos y a ensangrentarlos con las espuelas, a fin de hacerlos pasar el
río. Pero los caballos, castigados por los golpes y las espuelas, podían
aguantar los sufrimientos, pero moverse no podían. Parecía que temían
el agua del río, como si estuvieran ante un precipicio mortal.

3. Al castigar a los animales durante mucho tiempo, todos los


jinetes se cansaron. Uno dijo que podía ser por culpa de ellos mismos
que tenían que padecer este inconveniente, a causa de la afrenta que
habían ocasionado al siervo de Dios durante el camino. Regresando al
momento, encontraron a Libertino postrado en oración. Le dijeron:
“Levántate y toma tu caballo”. Él respondió: “Vayan en paz. Yo no
tengo necesidad del caballo”. Pero ellos descendieron, y a la fuerza lo
hicieron subir al caballo que le habían quitado. Y en seguida se alejaron.
Y sus caballos, que antes no habían podido cruzar el río por la inmensa
corriente, ahora lo atravesaron como si su lecho se hubiera desecado. Así
sucedió que al devolverle al siervo de Dios su único caballo, ellos recu-
peraron todos los suyos.

4. Fue en aquel mismo tiempo que Bucelino llegó con los


Francos a la región de Campania. Corría el rumor de que el monasterio
del servidor de Dios poseía muchas riquezas. Al entrar en el oratorio, los
Francos furibundos comenzaron a buscar y a llamar a Libertino. Él,
mientras tanto, estaba allí mismo, postrado en oración. ¡Cosa maravi-
llosa: los Francos furiosos, que al buscarlo habían incurrido desde la
entrada contra él, no podían verlo! Así frustrados por la ceguera, se reti-
raron del monasterio sin haber logrado su propósito.

5. En otra ocasión, por asuntos del monasterio y por orden del


abad que había sucedido a su maestro Honorato, Libertino viajó a
Rávena. Por amor al venerable Honorato, Libertino acostumbraba a lle-
var siempre consigo, en un pliegue de su cinturón, las sandalias de
aquél.
Mientras que viajaba, se encontró con una mujer que llevaba el
pequeño cuerpo de su hijo muerto. Cuando ella vio al siervo de Dios, 77
FUENTES

impulsada por el amor a su hijo, le detuvo el caballo por el freno y excla-


mó con un juramento: “¡No te irás de aquí, antes de haber resucitado a
mi hijo!”.

6. Pero él, para quien tal milagro no tenía precedente, se espan-


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

tó ante el juramento de esta petición. Habría querido apartarse de la


mujer, pero no encontró la manera como hacerlo y se quedó vacilante.
Yo por mi parte, quisiera saber qué gran combate se libró en su corazón.
Allí entraron en colisión la humildad de la vida religiosa y la compasión
por una madre, el temor de aventurarse con lo extraordinario y el dolor
por no ayudar a una mujer privada de su hijo. Pero para la mayor glo-
ria de Dios, la compasión venció en este corazón virtuoso que, por
haber sido vencido, fue valeroso. Este corazón no habría sido virtuoso
si la bondad no lo hubiera vencido. Por eso descendió, dobló la rodilla,
alzó las manos hacia el cielo, sacó las sandalias de su cinturón y las puso
sobre el pecho del niño muerto. Mientras que se puso a orar, el alma del
niño volvió a su cuerpo. Lo tomó de la mano y lo devolvió vivo a la
madre que se puso a llorar, mientras que él prosiguió el viaje interrum-
pido.

7. PEDRO: ¿Qué podemos decir acerca de esto? Este gran


milagro, ¿se debe al mérito de Honorato o a la oración de Libertino?

GREGORIO: Para realizar un milagro tan sorprendente, han


sido necesarios la fe de esta mujer y el poder de los dos hombres. Según
mi opinión, Libertino pudo hacerlo porque había aprendido a poner su
confianza más en la fuerza de su maestro que en la suya propia. Al poner
las sandalias de Honorato sobre el pecho del cuerpecito muerto, opinó
que el alma del santo obtuviera sin duda lo que él pedía. Se recuerda el
caso paralelo de Eliseo (ver 2 R 2,13s). Él llevaba la capa de su maestro
y llegando al río Jordán, golpeó las aguas sin poder separarlas. Pero de
repente se le ocurrió decir: “¿Dónde está, entonces ahora, el Dios de
Elías?”, y al golpear el río con la capa de su maestro, se le abrió el cami-
no entre las aguas.
¿Te das cuenta, Pedro, de la importancia que tiene la humildad
para provocar milagros? Eliseo pudo producir el milagro de su maestro
recién después de invocar su nombre. Puesto que había llegado a la
humildad guiado por su maestro, pudo hacer él mismo lo que había
hecho el maestro.
78
FUENTES
8. PEDRO: ¡Completamente de acuerdo! Y dime: ¿No habrá otra
cosa más que nos podrías contar acerca de él, para nuestra edificación?

GREGORIO: La hay, ciertamente. Pero ella sirve más bien para


aquellos que estén dispuestos a imitarla. Por mi parte, creo que más gran-

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
de que los milagros y prodigios es la virtud de la paciencia.
Un día, el que gobernaba el monasterio después de la muerte del
venerable Honorato, se enardeció violentamente contra el venerable
Libertino, de tal manera que lo agredió con sus manos. Y porque no
pudo encontrar una vara para castigarlo, agarró uno de los escaños para
los pies y le golpeó la cabeza y la cara, dejando todo su rostro hinchado
y amoratado. Libertino, duramente herido, se calló y se retiró a su lecho.

9. Al día siguiente, él tenía que despachar unos asuntos por exi-


gencias del monasterio. Después de rezar los himnos de Maitines, se fue
hasta el lecho del abad y le pidió humildemente la bendición. El abad,
sabiendo en qué medida aquél era honrado y querido por todos, pensó
que después de la injuria que él le había infligido, Libertino quería
abandonar el monasterio. Le preguntó: “¿A dónde quieres ir?”.
Libertino le contestó: “Hay que liquidar un asunto del monasterio, mi
padre, a lo que no me puedo sustraer. Me he comprometido ayer para
ir a arreglarlo hoy. Es hacia allí adonde pensaba ir”.

10. Entonces, el abad se dio cuenta de lo que había hecho. Él


vio su brutalidad y su dureza y por el otro lado la humildad y la dulzu-
ra de Libertino. Entonces saltó del lecho, se echó a los pies de Libertino,
confesó que era él el que había pecado, que él era el culpable, él quien
había inferido una tan cruel afrenta a un hombre tan grande y tan dis-
tinguido. Pero a su vez, Libertino se echó en tierra y se arrojó a los pies
del abad, atribuyendo a su propia falta lo que había sufrido, y no a la
severidad del abad.
Y éste fue el desenlace final: El padre fue llevado a una gran
mansedumbre y dulzura. Así la humildad del discípulo se había trans-
formado en maestra del maestro.

11. Él entonces salió para arreglar los asuntos del monasterio.


Unos cuantos hombres notables y nobles que siempre lo apreciaban
mucho, se mostraron muy intrigados y lo preguntaron con inquietud
qué le había pasado, para que tuviera un rostro tan hinchado y amora-
tado. Él les contestó: “Fue ayer por la tarde –y será por causa de mis 79
FUENTES

pecados– que con mi cabeza choqué contra un escaño, y ahora tengo


que soportar las consecuencias”. De esta manera, el santo varón guar-
daba en su corazón el respeto tanto a la verdad como a su maestro, sin
delatar el vicio del padre ni incurrir en el pecado de la mentira.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

12. PEDRO: ¿No será probable que Libertino, este hombre


venerable, sobre quien has contado tantos prodigios y milagros, haya deja-
do, en una comunidad tan grande, algunos imitadores de sus virtudes?

III. El monje hortelano de este mismo monasterio

GREGORIO: Félix, con el sobrenombre de “el Encorvado”, al


que tú mismo has conocido bien, y que hace poco fue prior de este
monasterio, me contó muchas cosas admirables acerca de los hermanos
del monasterio. Voy a pasar por alto algunos sucesos que recuerdo, ya que
tengo prisa para referirme a otros temas. Pero hay una historia que qui-
siera contar, puesto que estimo que de ninguna manera deberé omitirla.

2. En este monasterio vivía un monje que se destacaba por su


vida santa. Era hortelano. Un ladrón se había acostumbrado a acercar-
se, a trepar por encima del cercado y a sacar ocultamente las legumbres.
El hermano plantaba muchas de ellas y encontraba pocas. Veía que
algunas estaban aplastadas por las pisadas, y otras arrancadas.
Recorriendo todo el huerto, encontró el camino por donde acostum-
braba a llegar el ladrón.
Al ir y venir por el huerto, descubrió una serpiente a la que
ordenó: “¡Sígueme!”. Al llegar al lugar por donde solía entrar el ladrón,
le dio a la serpiente la siguiente orden: “En el nombre de Jesús, yo te
ordeno que vigiles esta entrada y no permitas que ingrese por aquí el
ladrón”. Al instante, la serpiente se extendió con toda su longitud a tra-
vés del camino. Y el monje se volvió al monasterio.

3. Mientras que todos los monjes, conforme a su costumbre,


hacían la siesta del mediodía, el ladrón apareció y trepó el cerco. Pero
en el momento en que quiso poner los pies en el huerto, vio de repen-
te la serpiente estirada que le cerraba el paso. Fuera de sí de terror, huyó
hacia atrás, y su pie quedó atrapado, por el zapato, en una estaca del
cerco. Así, esperando la vuelta del hortelano, quedó colgado con la
cabeza hacia abajo.
80
FUENTES
4. A la hora acostumbrada llegó el hortelano y encontró al
ladrón colgado del cerco. Entonces le dijo a la serpiente: “¡Gracias a
Dios! Has cumplido lo que te encargué. Ahora puedes retirarte”. Al
punto, la serpiente desapareció. Entonces, volviéndose hacia el ladrón,
le dijo: “¡Y bien, hermano! Dios te entregó en mis manos. ¿Por qué te

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
has atrevido tantas veces a robar lo que los monjes han recolectado con
su trabajo?”. Al decir esto, liberó su pie del cerco en el que se había
enganchado, y lo bajó a la tierra sano y salvo. Después le dijo:
“Sígueme”. Y mientras que el ladrón lo seguía, lo llevó hasta la entrada
del huerto y le ofreció, con gran dulzura, las legumbres que el ladrón
habría querido llevarse, y le dijo: “Anda y no robes más en adelante.
Pero cuando tengas necesidad, entra por aquí a buscarme, y lo que tú
hubieras querido llevarte con gran fatiga y con la culpa del pecado, yo
te lo daré por el amor de Dios”.

5. PEDRO: Realmente, veo que yo estaba muy equivocado al


pensar que no había Padres en Italia capaces de hacer milagros.

GREGORIO: Me he enterado por relación del venerable


Fortunato, abad del monasterio de los Baños de Cicerón, y de otros
hombres venerables, de lo que voy a contar a continuación.

IV. Equicio, abad del distrito de Valeria

Equicio, un hombre muy santo de la región de Valeria, fue muy


admirado por todos a causa de los méritos de su vida. Fortunato tenía
un trato muy familiar con él.
A causa de su gran santidad, Equicio se transformó en padre de
muchos monasterios de aquella provincia. Siendo joven, el ardor de la
sangre provocó en él una lucha agotadora. Pero las angustias de su ten-
tación hicieron su oración más solícita y activa. Puesto que a este res-
pecto estaba buscando un remedio junto a Dios omnipotente y en con-
tinuas oraciones, durante una noche tuvo la sensación como si fuera
castrado por la intervención de un ángel. En esta visión le pareció que
el ángel había extirpado toda incitación de sus órganos genitales, y
desde ese momento se vio liberado de la tentación, como si a su cuerpo
le hubiera sido quitado el sexo.

2. Confortado por este milagro debido a la gracia de Dios omni-


potente, comenzó a dirigir también a mujeres, así como hasta entonces 81
FUENTES

había dirigido a hombres. Sin embargo, constantemente aconsejaba a sus


discípulos que no se confiaran fácilmente en seguir su ejemplo. Podrían
caer en la tentación, al arrogarse un don que no habían recibido.

3. Durante el tiempo en el que fueron apresados los hechiceros


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

de la ciudad de Roma, Basilio, el más destacado en practicar las artes de


la magia, huyó disfrazado de monje y llegó a Valeria. Se dirigió al reve-
rendísimo Castorio, obispo de Amiterno, para que él lo confiara al abad
Equicio y lo mandara a su monasterio, con el fin de facilitarle un
encuentro más íntimo con Dios.
Entonces, el obispo se fue al monasterio, llevando consigo a
Basilio como monje, y rogó al siervo de Dios Equicio que lo recibiera
en su comunidad. Apenas el santo varón miró a Basilio, dijo: “En éste
que tú me recomiendas, padre, yo no veo un monje, sino un diablo”. El
obispo respondió: “Estás buscando un pretexto para no cumplir con lo
que se te pide”. El siervo de Dios en seguida contestó: “No. Yo denun-
cio a este hombre como tal, según yo lo veo. Pero para que no pienses
que me niego a obedecer, haré lo que ordenas”. Y entonces, Basilio fue
recibido en el monasterio.

4. Algunos días después, el siervo de Dios se ausentó bastante


lejos del monasterio, para instruir a unos fieles acerca del anhelo de la
vida eterna. Durante su ausencia sucedió en un monasterio de vírgenes
que estaba bajo su dirección, que una de las vírgenes que tenía, según lo
que a la carne corrupta se refiere, un aspecto hermoso, comenzó a tener
fiebre con fuertes delirios. Clamaba, o más bien aullaba: “Voy a morir,
si el monje Basilio no viene a devolverme la salud mediante sus pode-
rosos remedios”.
Pero durante la ausencia del padre del monasterio, ninguno de
los monjes se animaba a entrar en la clausura de las vírgenes, y aún
mucho menos, a enviar a aquel que recién había llegado, y cuyo modo
de vida los monjes todavía no conocían.

5. Rápidamente enviaron al siervo de Dios Equicio un mensaje,


anunciándole que aquella monja estaba atormentada por altas fiebres y
que pedía insistentemente la visita del monje Basilio. Al oír esto, el santo
varón sonrió desdeñosamente y dijo: “¿No dije yo que éste era un diablo
y no un monje? ¡En seguida, échenlo de la casa! En cuanto a la servido-
ra de Dios que tiene la fiebre y el delirio, ¡ya no se preocupen! En ade-
82 lante, ella ya no tendrá fiebre ni demandará la presencia de Basilio”.
FUENTES
6. El monje mensajero regresó y comprobó que la virgen con-
sagrada a Dios había recuperado la salud a la hora indicada por el sier-
vo de Dios Equicio, a pesar de que estaba tan lejos. Equicio, mediante
este prodigio, había seguido el ejemplo del Maestro que, invitado para
ir a ver al hijo de un funcionario real (ver Jn 4,46-53), le restituyó la

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
salud con una sola palabra, de modo que aquel padre, al volver a su casa,
se dio cuenta de que su hijo había recuperado la vida en el mismo
momento en el que él había oído decir, de la boca de la Verdad, que
estaba vivo.
Todos los monjes, cumpliendo la orden de su abad, echaron a
Basilio de su habitación del monasterio. Una vez expulsado, Basilio dijo
que con sus artes mágicas había suspendido en el aire frecuentemente el
monasterio de Equicio, pero que no había podido perjudicar a nadie en
el monasterio. Poco tiempo después, al enardecerse el celo del pueblo
cristiano, Basilio fue arrojado al fuego en la ciudad de Roma.

7. Un día, una de las servidoras de Dios de aquel mismo


monasterio de vírgenes, entró en el huerto. Al ver una lechuga que exci-
taba su apetito, ella la mordió ansiosamente, olvidando bendecirla con
el signo de la cruz. Pero al instante el diablo agarró a la religiosa y tomó
posesión de ella. Puesto que la atormentaba, el hecho fue anunciado de
urgencia al abad Equicio, para que acudiera en seguida y luchara contra
el diablo con la oración. Apenas el abad llegó al huerto, el diablo que
tenía agarrada a la religiosa, empezó a gritar por la boca de ella como
para justificarse: “¿Qué he hecho yo? ¿Qué he hecho yo? Yo estaba sen-
tado sobre una lechuga, y vino ella y me mordió”. Muy indignado, el
hombre de Dios le ordenó terminantemente que desapareciera y no vol-
viera a habitar en una servidora de Dios todopoderoso. El diablo se fue
al instante, y ya no tuvo en adelante ningún poder para tocarla.

8. Un hombre noble llamado Félix, de la provincia de Nursia,


padre de Castorio que ahora vive con nosotros aquí en la ciudad de
Roma, vio que el venerable Equicio viajaba de lugar en lugar para pre-
dicar con empeño, sin haber recibido la ordenación sacerdotal. Un día
se dirigió a él y le dijo con la familiaridad de un antiguo conocido: “Tú
que no has recibido las órdenes sagradas y no has recibido del pontífice
romano, tu superior, la licencia para predicar, ¿cómo te atreves entonces
a predicar?”. Apremiado por esta pregunta, el santo varón explicó cómo
había recibido la licencia para predicar, con estas palabras: “Todo lo que
tú me estás diciendo, yo mismo también me lo había preguntado. Pero 83
FUENTES

una noche, en una visión, un joven apuesto se me acercó y puso sobre


mi lengua un instrumento de médico, una lanceta, y me dijo: «He aquí
que he puesto mis palabras en tu boca. Vete a predicar». A partir de este
día, aunque lo quisiera, no podría dejar de hablar sobre Dios”.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

9. PEDRO: Quisiera enterarme también de las obras de este


abad de quien se comentan dones tan grandes.

GREGORIO: Las obras, Pedro, son la consecuencia de un don


divino, y no el don divino la consecuencia de las obras. De lo contrario,
la gracia ya no sería la gracia (ver Rm 11,6). Los dones preceden toda
obra, pero la obra subsecuente puede hacer crecer también los dones.
Pero, para que no te sientas defraudado acerca del conocimiento de su
vida, el muy reverendo Albino, obispo de la iglesia de Rieti, lo conoció
muy bien, y unos cuantos que han podido informarse acerca de él, toda-
vía viven. Pero, ¿por qué quieres conocer aún otras obras, cuando la
pureza de su vida estaba en concordancia con su celo por la predicación?

10. Tan grande era el fervor que lo consumía para ganar las
almas para Dios, que, no contento con presidir los monasterios, visita-
ba las iglesias, los pueblos, las aldeas, y hasta las casas de cada uno de los
fieles, en fin, cualquier lugar, para mover los corazones de los que lo
escuchaban, hacia el amor de la patria celestial. Era muy sencillo en el
modo de vestirse y ostentaba un aspecto tan pobre, que cualquiera que
no lo conocía, habría rechazado hasta devolverle el saludo. Para sus via-
jes solía elegir el más ordinario de todos los caballos que podía encon-
trar en el monasterio, utilizando como aderezo una cuerda, y como silla
de montar una piel de carnero. Llevaba consigo los libros sagrados en
bolsas de cuero que colgaban a su derecha e izquierda. En cualquier
parte adonde iba, abría la fuente de las Escrituras para regar los prados
de las almas.

11. La noticia de la fama de su apostolado llegó hasta la ciudad


de Roma, y puesto que la lengua de los aduladores mata con sus caricias
el alma de quien gusta escucharlos, algunos clérigos de aquel entonces
se quejaron con lisonjas frente al obispo de esta sede apostólica, dicien-
do: “¿Quién es este hombre inculto que se ha arrogado la autoridad de
predicar y que se ha atrevido a usurpar, siendo un pobre ignorante, el
oficio de nuestro señor apostólico? Que se envíe pues, si así te parece
84 bien, a alguien que lo haga comparecer aquí; así aprenderá cuál es el
FUENTES
alcance de las normas eclesiásticas”.
Suele ocurrir frecuentemente que en un espíritu ocupado en
mil negocios, la lisonja se introduce muy fácilmente, si no es rechazada
de inmediato junto a la misma entrada del corazón. El pontífice dio su
consentimiento a la propuesta de sus clérigos. Equicio tendría que ser

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
conducido a la ciudad de Roma, para que aprendiera cuáles eran exac-
tamente sus competencias.

12. Sin embargo, al delegar con este encargo al defensor Juliano


que más tarde fue obispo de Sabina, el pontífice le recomendó que tra-
jera a Equicio con todos los honores, para que el siervo de Dios no
sufriera ninguna molestia a consecuencia de esta citación.
Juliano que con gusto quiso corresponder a los deseos de los
clérigos, viajó rápidamente al monasterio de Equicio. Éste estaba ausen-
te. Encontrando allí a unos copistas que estaban escribiendo, Juliano les
preguntó dónde estaba el abad. Le contestaron: “Está cortando el pasto
en el valle debajo del monasterio”.

13. Juliano tenía un criado arrogante y rebelde a quien apenas


él mismo conseguía hacerse obedecer. Lo envió para que le trajera sin
tardanza a Equicio. El criado se fue y se precipitó hacia el valle con toda
la impetuosidad de su carácter. Echó un vistazo sobre todos los segado-
res que estaban allí y preguntó quién era Equicio. Al enterarse de quién
se trataba, y al verlo aún desde una buena distancia, se sintió presa de
un inmenso desaliento, de miedo y de fastidio, y apenas pudo moverse
con pasos inseguros. Temblando llegó hasta el hombre de Dios, abra-
zando y besando sus rodillas y anunciándole que su maestro había veni-
do para visitarlo. El siervo de Dios le devolvió el saludo y le ordenó:
“Toma este pasto verde y lleva el forraje a los animales sobre los que
ustedes han llegado. En cuanto a mí, me falta poco que hacer. Voy a ter-
minar el trabajo, y luego te seguiré”.

14. Mientras tanto, el encargado de la misión, el defensor


Juliano, se preguntaba con gran sorpresa por qué se retardaba tanto la
vuelta de su criado. En este mismo momento lo vio regresando y lle-
vando sobre el hombro un fardo de heno recogido en el campo.
Sumamente enojado, le gritó: “¿Qué quiere decir esto? Yo te envié para
traer a un hombre, y no para llevar heno”. El criado respondió: “El que
tú buscas, ya me está siguiendo”. Y en efecto, el hombre de Dios se acer-
caba, calzado con sus zapatos con clavos, y cargando un haz de heno 85
FUENTES

sobre el hombro. Estaba todavía lejos, y el criado indicó a su señor que


era aquél a quien estaba buscando.
Juliano, mirando al siervo de Dios, lo despreció por su aspecto y
se dispuso, con espíritu altanero, a dirigirse a él. Pero a medida que el sier-
vo de Dios se acercaba, un pavor insuperable invadió el alma de Juliano.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

Empezó a temblar, y tartamudeando trató de manifestar el fin de su


misión. Con espíritu humillado cayó junto a sus rodillas, le pidió que
rezara por él y le explicó que su padre, el pontífice apostólico, quería verlo.

15. El venerable Equicio comenzó a dar gracias efusivamente a


Dios, asegurando que, por medio del sumo pontífice, iba a recibir los
favores de la gracia divina. Al instante llamó a los hermanos, les ordenó
que fueran a preparar en seguida los caballos, y empezó a apremiar insis-
tentemente al que había venido a buscarlo a que debieran partir de
inmediato. Juliano replicó: “¡Imposible! Estoy extenuado por el viaje.
Hoy ya no puedo partir”. El santo respondió: “Tú me afliges, hijo mío.
Es que si no partimos hoy, mañana será demasiado tarde”. Pero obliga-
do por el cansancio del que había venido a buscarlo, el siervo de Dios
se quedó en su monasterio durante la noche.

16. Al rayar el alba de la mañana siguiente llegó, sobre un caba-


llo totalmente extenuado por una carrera sin tregua, un criado llevando
una carta para Juliano, con la orden de no incomodar al siervo de Dios
ni permitir que él se alejara del monasterio. Juliano preguntó por qué se
había cambiado la decisión. Se enteró de que en la misma noche en la
que él había sido enviado para buscar a Equicio, el pontífice se había
asustado en extremo a causa de una visión: ¿por qué se había atrevido a
mandar a alguien para obligar a comparecer al hombre de Dios?

17. Juliano se levantó, y al encomendarse a las oraciones del


hombre venerable, agregó: “Tu padre te ruega que no te fatigues, y que
por eso no hagas el viaje”. Al escuchar estas palabras, el siervo de Dios
contestó apenado: “¿No te dije ayer que si no partíamos al momento,
ya no sería posible viajar?”. Luego, para demostrar su caridad al que
había venido a buscarlo, lo retuvo algún tiempo en su habitación y le
dio, a pesar de su resistencia, una recompensa por su desempeño.

18. Date cuenta entonces, Pedro, con qué atención Dios vela
sobre los que han aprendido a despreciarse a sí mismos en esta vida.
86 Interiormente han de ser contados entre los ciudadanos de honor, los
FUENTES
que hacia afuera no tienen vergüenza de ser despreciados por los hom-
bres. Al contrario, son despreciables ante los ojos de Dios aquellos que
se inflan, ante sus propios ojos y los de sus prójimos, por el apetito de
la vanagloria. Por eso la Verdad dice a ciertos hombres: “Ustedes son los
que se justifican a sí mismos ante los hombres. Pero Dios conoce sus

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
corazones, porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta
despreciable para Dios” (Lc 16,15).

19. PEDRO: Estoy muy sorprendido de que se haya podido


engañar a un pontífice tan eminente respecto a un hombre de tanta
santidad.

GREGORIO: ¿Por qué te admiras, Pedro, de que nos equivo-


camos, nosotros que somos hombres? ¿Acaso te has olvidado de que
David, que solía tener el espíritu profético, dictó una sentencia contra
el hijo inocente de Jonatán, después de escuchar la denuncia de un súb-
dito mentiroso? (2 S 16,1-4; ver 19,24-30). No obstante, puesto que era
David quien hizo esto, a él lo miramos como justo en consideración de
un secreto juicio de Dios, aunque no entendamos, conforme al criterio
humano, cómo su sentencia haya podido ser justa. ¿Por qué te admiras
entonces de que a veces seamos engañados por la boca de los mentiro-
sos, nosotros que no somos profetas? En realidad, la abundancia de las
preocupaciones desgasta la mente de cada obispo. Y cuando el espíritu
está dividido por la solicitud de muchos asuntos, se debilita para cada
uno en particular. Y cuanto más es absorbido por una cosa cualquiera,
con tanta mayor superficialidad se ocupa de las demás.

PEDRO: Es cierto, es muy cierto lo que dices.

20. GREGORIO: No debo callarme sobre lo que, acerca de


este santo, oí decir por boca de mi antiguo abad, el muy reverendo
Valencio.
Él decía que cuando el cuerpo de Equicio estaba enterrado en
el oratorio del mártir san Lorenzo, un aldeano había colocado sobre su
tumba un recipiente lleno de trigo, sin tener en consideración qué gran
hombre yacía allí, y sin preocuparse de nada por venerarlo. De repente
se levantó un torbellino desde el cielo, y mientras que todas las demás
cosas permanecían en su lugar sin moverse, el recipiente que había sido
puesto sobre el sepulcro, fue arrancado y tirado lejos. Así, con toda evi-
dencia, todos tuvieron que reconocer el gran mérito de aquel cuyo cuer- 87
FUENTES

po yacía allí.

21. De lo que aquí agrego, me enteré por el relato del venera-


ble Fortunato, al que estimo mucho por su edad, su vida y su sencillez.
Cuando los Longobardos invadieron la provincia de Valeria, los
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

monjes abandonaron el monasterio del muy reverendo Equicio para


refugiarse en el oratorio de san Lorenzo, junto a su sepulcro. Los
Longobardos, furibundos, irrumpieron en el santuario y empezaron a
arrastrar hacia afuera a los monjes, con la intención de torturarlos o de
degollarlos. Uno de ellos gimió, gritando en su dolor: “¡Ay, san Equicio!
Tú permites que nos arrastren consigo, ¿y no nos defiendes?”. A este
grito, de inmediato el espíritu inmundo se apoderó de los furiosos
Longobardos. Cayeron en tierra y fueron atormentados durante tanto
tiempo, que también todos sus demás cómplices que estaban en las cer-
canías, llegaron a entender que nadie ya podía atreverse a profanar un
lugar sagrado.
Así el santo varón defendió a sus discípulos, y también más
tarde prestó su protección a muchos que se refugiaron en su santuario.

V. Constancio, sacristán de la iglesia de san Esteban, cerca de la ciu-


dad de Ancona

De lo que voy a narrar, me cercioré por uno de mis hermanos


en el episcopado. Él vivió durante muchos años como monje en la ciu-
dad de Ancona, y el ejemplo de su vida religiosa fue edificante. Algunos
ancianos que viven con nosotros y que vienen de aquella región, pue-
den confirmar lo que cuento.

2. Junto a la ciudad de Ancona se halla la iglesia del mártir san


Esteban, y en ella cumplía el oficio de sacristán el venerable Constancio.
La fama de su santidad se difundía por todas partes, porque él se sentía
totalmente desprendido de las cosas terrenales, y con toda la fuerza de
su alma vivía inflamado por el solo anhelo del cielo.
Un día faltó el aceite en esta iglesia, y el siervo de Dios no tenía
nada para alimentar el fuego de las lámparas. Entonces llenó con agua
todos los candelabros de la iglesia y colocó adentro, como de costum-
bre, las mechas de papiro. Al ponerles fuego, el agua en las lámparas
ardió como si hubiera sido aceite.
Piensa, Pedro, cuál debía ser la perfección de este hombre que,
88 obligado por la necesidad, pudo cambiar la naturaleza de un elemento.
FUENTES
3. PEDRO: Lo que escucho es del todo admirable. Pero dese-
aría conocer el grado de humildad que era capaz de observar ante su
propia mirada, en su interior, él que en lo exterior se destacó tanto.

GREGORIO: Con razón te preguntas cómo puede salir airosa

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
el alma que se ve rodeada de milagros, ya que sucede con frecuencia que
los prodigios que se operan hacia afuera, hieren por su fuerza de seduc-
ción el espíritu hacia adentro. Pero será suficiente si llegas a conocer un
episodio de este venerable Constancio, para que sepas de inmediato cuál
fue su humildad.

PEDRO: Después de haberme contado este milagro tan llama-


tivo, tienes que informarme ahora solamente acerca de la humildad de
su alma.

4. GREGORIO: Puesto que la noticia de su santidad se había


difundido enormemente, muchas personas de distintas provincias dese-
aban ansiosamente verlo. Un día llegó de lejos un aldeano para verlo.
Casualmente ocurrió en este mismo momento que el santo varón, a lo
alto de una escalerilla de madera, se ocupaba en alimentar las lámparas.
Era un hombre de estatura muy pequeña y de aspecto endeble y des-
preciable. Cuando el aldeano que había venido para verlo, preguntó por
él y exigió con importunidad que se lo indicaran, los que lo conocían se
lo señalaron. Pero los imbéciles juzgan a los hombres conforme a su apa-
riencia. Y porque lo vio pequeño y sin porte distinguido, en absoluto
quiso creer que éste fuera Constancio. En su mentalidad primitiva se
presentó una completa incoherencia entre lo que le habían dicho y lo
que veía, y le parecía imposible que alguien que era un enano para la
vista, pudiera ser el gran hombre que se había imaginado conforme a su
fama. Unos cuantos le confirmaron que éste era realmente Constancio.
Entonces se burló de él y lo despreció diciendo: “Yo había creído que
era un gran hombre, pero éste de hombre no tiene nada”.

5. Cuando el hombre de Dios oyó esto, lleno de alegría dejó las


lámparas que estaba alimentando, descendió rápido, se echó al cuello
del aldeano y lo abrazó con gran amor, y lo besó con la ostentación de
un profundo agradecimiento por haberlo despreciado así: “Tú eres el
único que con tu mirada has descubierto mi modo de ser”.

6. Este hecho permite medir la humildad interior de 89


FUENTES

Constancio, que amó tanto más a este aldeano rústico, cuanto que éste
se había burlado de él. Lo que uno es secretamente en la conciencia, lo
revela una afrenta inferida. Porque así como los orgullosos se compla-
cen en los honores, así los humildes fácilmente en el desprecio. Cuando
aparecen abyectos a los ojos de otro, se regocijan, puesto que compren-
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

den que esta opinión corrobora la que en su conciencia ya tenían sobre


sí mismos.

PEDRO: Tal como lo veo, este hombre fue grande hacia afuera
por sus milagros, pero aún más grande interiormente por la humildad.

VI. Marcelino, obispo de la ciudad de Ancona

GREGORIO: Esta Iglesia de Ancona tuvo un obispo de una


vida venerable que se llamaba Marcelino. El mal de la gota había para-
lizado sus facultades para caminar de una manera extremadamente
dolorosa, de modo que los encargados de su servicio tenían que llevar-
lo en caso de necesidad.
Un día, a consecuencia de un descuido, la ciudad de Ancona se
halló expuesta a un incendio. Puesto que el fuego se enfureció, todos
corrieron para extinguirlo. Pero a pesar de que se esforzaban en echarle
agua, las llamas seguían creciendo, de modo que ya amenazaban con
destruir toda la ciudad. Cuando el fuego había invadido los lugares más
cercanos y ya había consumido alguna parte de la ciudad, sin que nadie
pudiera oponerle ninguna resistencia, llegó el obispo llevado en brazos.
Impulsado por la necesidad del peligro, ordenó a los hombres de su ser-
vicio que lo llevaban: “Pónganme directamente frente al fuego”.

2. Así lo hicieron y lo colocaron en el lugar hacia donde toda


la fuerza de las llamas parecía precipitarse. Entonces, de un modo admi-
rable, el incendio comenzó a replegarse sobre sí mismo como si quisie-
ra dar a entender, mediante la violencia de su retroceso, que no podía
pasar por encima de un obispo. Ocurrió entonces que la llama del
incendio, detenida por esta barrera, sufrió en sí misma como un frío
mortal, y que en adelante ya no se atrevió a tocar ningún otro edificio.
Apreciarás, Pedro, todo lo que hay aquí de santidad: un hom-
bre debilitado por la enfermedad se queda sentado, y con una oración
extingue el incendio.

90 PEDRO: Es así: lo estoy meditando y me asombro.


FUENTES
VII. Nonnoso, prior del monasterio en el monte Soracte

GREGORIO: Ahora te contaré algo que pasó en un lugar veci-


no de aquí. Me refiero a lo que me han contado el venerable obispo
Maximiano y Laurión –tú te acordarás de él, de este monje anciano–;

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
ambos viven todavía.
Laurión recibió su formación monástica del muy santo
Anastasio en el monasterio de Subpentoma, que está cerca de la ciudad
de Nepi. El venerable Anastasio tenía un trato íntimo con Nonnoso,
prior del monasterio situado sobre el monte Soracte, a causa de la
vecindad de su vivienda y de la vida ejemplar de ambos, y de su celo
común por perfeccionarse en la práctica de las virtudes.
El prior Nonnoso vivía bajo un abad muy riguroso, pero él
soportaba sus mañas siempre con una admirable ecuanimidad. Por con-
siguiente gobernaba a los hermanos con mansedumbre, y con su humil-
dad lograba desviar frecuentemente la cólera de su abad.

2. Su monasterio estaba situado en lo más alto de la montaña,


y no se encontraba allí ningún lugar llano para instalar ni la más peque-
ña huerta. Sin embargo, al costado de la montaña había un sitio dimi-
nuto, pero éste fue cubierto por un enorme pedazo de roca.
Un día, al venerable Nonnoso se le ocurrió la idea que este
terreno podría ser explotado al menos como huerta de legumbres, si
aquella enorme roca no ocupara un espacio tan grande. Calculó, sin
embargo, que ni cincuenta yuntas de bueyes hubieran podido remover
una mole tan grande. Descartando entonces la posibilidad de hacer el
trabajo mediante el esfuerzo humano, acudió al amparo divino, y en el
silencio de la noche se entregó a la oración. Al llegar la mañana, cuan-
do los hermanos vinieron al lugar en cuestión, vieron que esa piedra tan
enorme se había alejado hacia una mayor distancia, y que en conse-
cuencia había dejado libre un amplio espacio para los hermanos.

3. En otra ocasión, cuando el hombre venerable estaba lim-


piando las lámparas de vidrio en el oratorio, una de ellas se le cayó de
las manos y se estrelló contra el suelo en mil pedazos. Temiendo el vehe-
mentísimo enojo del abad, recogió rápidamente todos los fragmentos de
la lámpara, los colocó delante del altar y se entregó a la oración con fuer-
tes gemidos. Cuando alzó la cabeza después de la oración, encontró
íntegra la lámpara que, lleno de temor, había recogido hecha pedazos.
Así, en dos milagros, imitó el poder de dos Padres: por la mole 91
FUENTES

rocosa, la acción de Gregorio que movió una montaña; y por la repara-


ción de la lámpara, el prodigio de Donato que restituyó un cáliz roto en
su integridad inicial.

4. PEDRO: Presenciamos, según lo que veo, unos milagros


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

nuevos hechos conforme a ejemplos antiguos.

GREGORIO: ¿Te gustaría conocer en los hechos de


Nonnoso, algo que resulta ser, en este caso, la imitación de Eliseo?

PEDRO: Por supuesto, lo deseo ardientemente.

5. GREGORIO: Un día, ya no había nada del antiguo aceite


en el monasterio. Se acercaba el tiempo de la recolección de las aceitu-
nas, pero éstas no aparecían en los olivos. El abad decidió entonces que
los hermanos se fueran hacia los alrededores, para ayudar a los campe-
sinos en su recolección de aceitunas y obtener así, como salario de su
trabajo, un poco de aceite para el monasterio.
A eso, el hombre de Dios Nonnoso se opuso con toda humil-
dad, para evitar que con estas salidas lucrativas hacia las afueras del
monasterio, los hermanos pudieran sufrir algún daño en sus almas.
Pero, puesto que en los árboles del monasterio se veían algunas pocas
aceitunas, ordenó que ellas fueran recogidas y puestas en la prensa, y
que se le llevara lo poco de aceite que de ellas pudieran obtener.

6. Así se hizo. Los hermanos le llevaron al siervo de Dios


Nonnoso el aceite recogido en una pequeña vasija. En seguida, él lo
puso delante del altar, hizo salir a todos, y oró. Después llamó a los her-
manos y les ordenó que llevaran el aceite y echaran de él un poco en
todas las vasijas del monasterio, de suerte que todas parecieran estar
impregnadas por la bendición de este aceite. Inmediatamente hizo
cerrar las vasijas, así vacías como estaban. Al día siguiente, cuando las
abrieron, estaban todas llenas.

PEDRO: Comprobamos a diario cómo se realizan las palabras


de la Verdad que dice: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también traba-
jo” (Jn 5,17).

92
FUENTES
VIII. Anastasio, abad del monasterio de Subpentoma

GREGORIO: En esa misma época, el venerable Anastasio a


quien ya antes mencioné, era notario de nuestra santa Iglesia romana,
en la que yo colaboro por la voluntad de Dios. Deseando estar libre

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
solamente para Dios, él abandonó sus archivos, se retiró al monasterio
de Subpentoma –lugar al que ya me referí–, y vivió allí durante muchos
años, ejercitándose en las obras de la santidad y dirigiendo el monaste-
rio con solícita vigilancia.

2. Este lugar está dominado por una roca inmensa, y hacia


abajo se abre un profundo precipicio. Una noche, cuando Dios omni-
potente había dispuesto recompensar ya los trabajos del venerable
Anastasio, se oyó una voz desde lo alto de la roca. Ella decía pausada-
mente: “¡Ven, Anastasio!”. A este llamado siguió la mención de los
nombres de otros siete hermanos. Después se produjo un corto silencio,
y luego la voz llamó a un octavo hermano. Toda la comunidad había
oído la voz con claridad: sin duda, los que habían sido llamados, tenían
que morir dentro de poco.

3. Pocos días después, el venerable Anastasio murió, él en pri-


mer lugar. Los demás entregaron su alma siguiendo el orden en el cual
habían sido llamados desde lo alto de la roca. En cuanto al hermano a
quien la voz había nombrado después de una pausa, éste vivió algunos
días más, y después también él murió. Así se evidenció que el tiempo de
silencio que la voz había dejado pasar, significaba que se le concedía una
pequeña prórroga para vivir.

4. Pero sucedió algo admirable. Cuando el venerable Anastasio


entregó su alma, había en el monasterio un hermano que no quería
sobrevivirlo. Arrojado a sus pies, empezó a implorarle con lágrimas: “En
nombre de Aquel con quien te vas a unir, no me dejes sobrevivirte en
este mundo más que siete días”. Y antes del séptimo día, también él
murió. Pero él, en aquella noche memorable, no había sido llamado
junto con los demás, de modo que resulta evidente que solo la interce-
sión del venerable Anastasio había podido causar su muerte.

5. PEDRO: Puesto que este hermano no había sido llamado


junto con los otros y que, no obstante, fue quitado de esta existencia
terrenal por la intercesión del hombre santo, ¿no hay que pensar que 93
FUENTES

quienes gozan de un favor especial junto al Señor, pueden obtener, a


veces, hasta ciertas cosas que no han sido predestinadas?

GREGORIO: Seguramente no se puede obtener lo que no ha


sido predestinado. Pero lo que los santos realizan orando, está predesti-
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

nado a ser obtenido gracias a la oración. Porque la misma predestina-


ción del reino eterno está dispuesta por Dios omnipotente de tal mane-
ra, que los elegidos lleguen allí trabajosamente, mereciendo obtener así
mediante sus ruegos lo que Dios todopoderoso, ya antes de los siglos,
ha dispuesto concederles.

6. PEDRO: Desearía que me demuestres con mayor claridad


que la predestinación puede ser favorecida gracias a las oraciones.

GREGORIO: Mi aserción, Pedro, puede ser demostrada rápi-


damente. Seguramente sabes que el Señor le dijo a Abraham: De Isaac
nacerá la descendencia que llevará tu nombre (Gn 21,12). También le
había dicho: Yo te he constituido padre de una multitud de naciones (Gn
17,5). Y nuevamente le prometió: Yo te colmaré de bendiciones y multi-
plicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está
a la orilla del mar (Gn 22,17). De estos textos resulta con evidencia que
Dios todopoderoso había predestinado la multiplicación de la raza de
Abraham por medio de Isaac. Y sin embargo está escrito: Isaac oró al
Señor por su esposa, que era estéril. El Señor lo escuchó, y su esposa Rebeca
quedó embarazada (Gn 25,21). Si entonces la multiplicación de la raza
de Abraham por medio de Isaac estaba predestinada, ¿por qué recibió
una esposa estéril? Pero consta, con toda evidencia, que la predestina-
ción se cumplió a causa de las súplicas, porque el hombre que estaba
predestinado a multiplicar la raza de Abraham, consiguió el poder de
tener hijos gracias a la oración.

7. PEDRO: Puesto que la lógica del raciocinio ha esclarecido el


secreto, ya no me queda ninguna duda.

GREGORIO: ¿Te gustaría que te cuente algo de Toscana, para


que sepas qué hombres vivían allí, y cuán avanzados estaban en el cono-
cimiento de Dios omnipotente?

PEDRO: En verdad, te lo pido insistentemente.


94
FUENTES
IX. Bonifacio, obispo de la ciudad de Ferentino

GREGORIO: Había un hombre de una vida venerable, con el


nombre de Bonifacio, que en la ciudad de Ferentino ocupó el cargo de
obispo, y que se mostró realmente digno de su oficio. El presbítero

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
Gaudencio, que todavía vive, cuenta sobre él muchos milagros. Puesto
que él había sido formado en su servicio, su testimonio es tanto más
verídico, cuanto él fue a la vez testigo y actor.

2. Esta Iglesia de Ferentino vivía en una extrema pobreza, y ésta


es la condición favorable para mantener a las almas buenas en la humil-
dad. Su única fuente de recursos era una viña que un día fue devastada
de tal modo por el granizo, que solamente en un pequeño número de
vides quedaban apenas unos escasos y pequeños racimos. Cuando el
muy reverendo obispo Bonifacio entró en la viña, dio gracias efusiva-
mente al Dios todopoderoso, porque vio que ahora se hallaba en apu-
ros a causa de su total pobreza.
Pero como ya era el tiempo justo para que los racimos que
habían quedado pudieran madurar, Bonifacio puso, conforme a su cos-
tumbre, un guardián en la viña, ordenándole que la cuidara con solíci-
ta vigilancia.

3. Un buen día le mandó al presbítero Constancio, su sobrino,


que preparara todas las botellas del obispado, y que untara con pez
todos los barriles, igual que en los años anteriores. Cuando su sobrino,
el presbítero, escuchó esto, se extrañó muchísimo a causa de esta orden
aparentemente insensata: ¡que preparara las botellas, cuando no había
vino! Sin embargo, no se atrevió a solicitar una explicación de esta
medida. Obedeció y preparó todo como de costumbre.
Entonces el hombre de Dios entró en la viña, recogió los raci-
mos, los llevó al lagar, ordenó que todos salieran y se quedó allí solo en
compañía de un pequeño niño. Hizo entrar al niño en el lagar y pisar
aquellos pocos infortunados racimos. Después, con sus propias manos
recogió en una pequeña vasija lo poco de vino que salió y lo repartió,
como en forma de bendición, en todos los barriles y en todas las bote-
llas que habían sido preparados. Aquel chorrito de vino apenas alcanzó
para echar un diminuto residuo de líquido en todos los recipientes.

4. Cuando había volcado así en todas partes una gota del vino
nuevo, llamó a su sacerdote y le ordenó que hiciera venir a los pobres. 95
FUENTES

Entonces el vino empezó a subir en el lagar, de modo que pudo llenar


todos los recipientes que habían traído los pobres. Cuando vio que éstos
estaban ampliamente satisfechos, hizo salir al niño del lagar, cerró la
bodega, la aseguró dejándola sellada con su propio sello, y se fue en
seguida a la iglesia.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

Tres días después llamó al sacerdote Constancio, y después de


haber rezado abrió la bodega. Vio que los recipientes, en los que había
volcado aquella ínfima cantidad de líquido, rebosaban de vino, de tal
manera que éste habría desbordado e inundado el suelo, si el obispo
hubiera tardado un instante más en entrar.

5. Entonces ordenó al sacerdote con amenazas que nunca jamás


hablara a nadie de este milagro, mientras que él viviera. Él temía que
hubiera podido ser alcanzado ligeramente por la vanidad interior, debi-
da a la popularidad que le habría causado este hecho maravilloso, capaz
de engrandecerlo en lo exterior delante de los hombres. Además, él
seguía el ejemplo del Maestro, que para instruirnos a anhelar la humil-
dad, ordenó a sus discípulos en lo que se refería a él, que no hablaran
de ninguna manera acerca de lo que habían visto, hasta que el Hijo del
hombre resucitara de entre los muertos (ver Mt 17,9).

6. PEDRO: Puesto que aquí se presenta una ocasión oportuna,


quisiera preguntarte por qué nuestro Redentor, después de haber devuel-
to la vista a dos ciegos, les ordenó que de eso no hablaran con nadie; pero
ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región (Mt
9,31). ¿Acaso el Hijo unigénito, coeterno con el Padre y el Espíritu
Santo, deseó algo que no haya podido realizar, o sea, no era capaz de
mantener en secreto este milagro del que él quería que se callara?

7. GREGORIO: Nuestro Redentor, todo lo que ha hecho en


su cuerpo mortal, nos lo entregó como ejemplo para nuestra conducta,
a fin de que siguiendo sus huellas, conforme a nuestras fuerzas débiles
y sin tropezar con nuestras acciones terrestres, avancemos en el camino
de la vida. Cuando hizo el milagro, ordenó que no hablaran de él de
ninguna manera, y a pesar de todo se habló de él, para que así sus ele-
gidos, siguiendo los ejemplos de su enseñanza, tengan la voluntad de
ocultar las cosas grandes que están haciendo, pero que en provecho de
los demás ellas sean publicadas forzosamente. Así alcanzan para sí una
gran humildad, porque desean que sus obras queden ignoradas, y a la
96 vez un gran provecho, porque sus obras son publicadas. El Señor, en
FUENTES
consecuencia, no ha querido algo sin ser capaz de que se cumpliera, sino
que dio un ejemplo de su doctrina, para enseñarnos acerca de lo que
deben querer sus miembros, y de lo que les puede suceder aún en con-
tra de su consentimiento.

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
PEDRO: ¡De acuerdo con lo que dices!

8. GREGORIO: Todavía algunas palabras, algunos recuerdos,


sobre la obra del obispo Bonifacio. Puesto que estamos evocando su
memoria, hemos de considerar aún lo que sigue.
Una vez estaba cerca la fiesta del mártir san Próculo. En el lugar
vivía un hombre noble llamado Fortunato, que con gran insistencia
pidió al venerable obispo que pasara por su casa para darle la bendición,
después de haber celebrado la misa solemne en honor del bienaventu-
rado mártir. El hombre de Dios no pudo negar lo que le exigía la cari-
dad a causa del pedido de Fortunato.
Así, después de haber celebrado la misa solemne, acudió a la
mesa de Fortunato. Pero antes de haber rezado un himno a Dios, se pre-
sentó delante de la puerta un hombre con un mono, y al mismo tiem-
po golpeó un címbalo: era uno de esos bufones acostumbrados a pedir
el sustento de su vida. El santo varón, disgustado a causa de este ruido,
dijo: “¡Ay, ay! ¡Este hombre miserable está muerto; este hombre misera-
ble está muerto! Yo he venido a la mesa para comer, todavía no he abier-
to los labios para alabar a Dios, y él, llegando con su mono, golpeó el
címbalo”. Sin embargo, agregó: “Vayan, y por caridad denle de comer y
de beber. Pero yo les digo que está muerto”.

9. Este hombre infortunado, después de haber recibido pan y


vino de la gente de la casa, quiso salir por la puerta, cuando de repente
una enorme piedra cayó desde el techo sobre su cabeza. Aplastado por
el golpe, fue levantado y apartado del lugar ya casi muerto. Y al día
siguiente, según la sentencia del hombre de Dios, se murió.
Pedro, debemos considerar qué respeto hay que manifestar a
los santos, puesto que son templos de Dios. Y cuando un santo se sien-
te provocado a la cólera, ¿quién entonces es excitado a la ira sino el que
habita en este templo? Tanto más hay que temer la indignación de los
justos, cuanto en su corazón está presente Aquel que tiene el poder de
inferir la sanción que le parece adecuada.

10. En otra ocasión, su sacerdote y sobrino Constancio vendió 97


FUENTES

su caballo por doce monedas de oro. Las puso en su caja fuerte y salió
ocupado en otro asunto. Imprevistamente llegaron al obispado unos
pobres, pidiendo insistentemente que el obispo san Bonifacio socorrie-
ra su indigencia, dándoles alguna cosa. El hombre de Dios no tenía
nada para darles. Muy afligido empezó a buscar una salida, a fin de que
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

los pobres no tuvieran que salir de allí sin haber recibido nada. De golpe
se le ocurrió que Constancio, su sacerdote y sobrino, había vendido su
caballo de silla, y que debía de haber guardado el precio en su caja fuer-
te. En la ausencia de su sobrino se fue a donde estaba la caja, y piado-
samente violento forzó su cerradura, tomó las doce monedas de oro y se
las repartió entre los pobres, según mejor le pareció.

11. Luego, el sacerdote Constancio volvió de su asunto, halló


su arca quebrada, sin encontrar allí el dinero que había recibido por la
venta del caballo. Comenzó a gritar con gran alboroto y a aullar com-
pletamente furibundo: “¡Todos aquí pueden vivir; yo soy el único, en
esta casa, que no dispone de los medios para vivir!”. A este parloteo acu-
dieron el obispo y todo el personal del episcopado. El hombre de Dios
trató de tranquilizar a su sobrino con suaves palabras, pero él le contes-
tó en son de amenaza: “¡Todos viven contigo; yo soy el único, aquí, que
no puede vivir contigo! ¡Devuélveme mi dinero!”.

12. Impactado por este griterío, el obispo entró en la iglesia de


la bienaventurada siempre virgen María, y extendiendo su manto, elevó
las manos y comenzó a pedir de pie, que pudiera recibir la gracia de cal-
mar la locura del sacerdote enfurecido. Al dirigir la mirada sobre el
manto, por entre sus brazos extendidos, descubrió de repente en uno de
sus pliegues doce monedas de oro tan resplandecientes, como si hubie-
ran salido del crisol en ese mismo instante.

13. Saliendo en seguida de la iglesia, las arrojó hacia el sacer-


dote enfurecido y le dijo: “¡Aquí tienes las monedas que buscaste! Pero
has de saber que después de mi muerte, tú no serás obispo de esta
Iglesia, a causa de tu avaricia”. Esta grave sentencia conduce a pensar
que el sacerdote tenía la intención de destinar esas monedas para pagar
su promoción al episcopado. Pero la palabra del hombre de Dios preva-
leció: su sobrino Constancio terminó la vida desempeñándose como
simple sacerdote.

98 14. En otra ocasión vinieron dos Godos para solicitar la hospi-


FUENTES
talidad de Bonifacio, alegando que estaban dirigiéndose hacia Rávena.
Él les dio un pequeño recipiente de madera lleno de vino, que tal vez
les podría servir para un desayuno en el camino. Ellos se sirvieron de él
hasta llegar a Rávena, bebiendo conforme a la costumbre conocida de
los Godos. Durante varios días permanecieron en la ciudad, sirviéndo-

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
se del regalo del santo varón para su ración diaria. Hasta el momento en
el que volvieron a Ferentino junto al padre venerable, en ningún día
habían dejado de beber. Sin embargo, el vino de este pequeño recipien-
te nunca les faltó, como si, en este pequeño vaso de madera que el obis-
po les había dado, el vino no hubiera tenido solamente un aumento,
sino un verdadero nacimiento.

15. Recientemente llegó también de esta región hasta nosotros


un anciano clérigo, que nos contó sobre el obispo Bonifacio ciertas
cosas que no debemos pasar por alto.
Dijo que un buen día Bonifacio entró en un huerto hallándo-
lo cubierto por una gran cantidad de orugas. Al ver que todas las legum-
bres iban destruyéndose, se dirigió hacia las orugas: “¡Las conjuro en el
nombre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, que salgan de aquí y no
coman más de estas legumbres!”. Al instante, en virtud de las palabras
del hombre de Dios, todas salieron. Ni una sola se quedó dentro de
todo el recinto del huerto.

16. Pero, ¿por qué maravillarse de los prodigios que estamos


narrando? Ellos datan de la época de su episcopado, cuando él ya había
madurado junto a Dios omnipotente en dignidad y en la vida ascética.
En cambio, lo que podría ser más admirable, es lo que este clérigo ancia-
no atestiguó con respecto a la juventud de Bonifacio.
Efectivamente dijo que, en el tiempo en el que como niño vivía
con su madre, cuando salía de la casa, de vez en cuando volvía sin la
camisa y frecuentemente hasta sin la túnica, porque en cuanto encon-
traba a alguien desnudo, lo vestía desvistiéndose a sí mismo, con el fin
de ser revestido, ante los ojos del Señor, con su gracia. Su madre solía
increparlo muchas veces, diciendo que no era razonable que él, siendo
a su vez pobre, regalara su ropa a los pobres.

17. Un día, ella entró en el granero y vio que casi todo el trigo,
que ella había preparado como provisión para todo el año, había sido
expendido por su hijo en favor de los pobres. Ella se castigó a sí misma
con bofetadas y golpes de puño, por haber perdido así casi todas sus 99
FUENTES

provisiones del año. Entró de improviso Bonifacio, el niño de Dios, e


intentó consolarla con sus palabras más insinuantes. Puesto que ella no
admitió ninguna palabra de consuelo, él le rogó que saliera del granero
en el que, de todo el trigo, había quedado muy poco. El niño de Dios
se puso a rezar. Salió poco después y acompañó a su madre de vuelta al
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

granero, al que encontró más rebosante de trigo que antes, cuando ella
se alegraba de haber recogido lo necesario para todo el año. Al ver este
milagro, la madre misma, arrepentida, empezó a permitirle que pudie-
ra regalar, puesto que él podía recibir tan rápidamente lo que pedía.

18. Ella solía criar gallinas en el patio, delante de su casa, pero un


zorro que venía de las cercanías se las llevaba. Un día en el que el joven
Bonifacio se hallaba en este patio, el zorro vino según su costumbre y se
llevó una gallina. Bonifacio se fue en seguida a la iglesia y, postrándose en
oración, dijo en alta voz: “¿No te importa, Señor, que yo no pueda comer
de la cría de mi madre? Porque las gallinas que ella alimenta, se las come
el zorro”. Él se levantó después de la oración y salió de la iglesia. Poco des-
pués volvió el zorro, soltó la gallina que tenía agarrada entre los dientes, y
cayó muerto a su vez bajo la mirada de Bonifacio.

19. PEDRO: Es del todo admirable cómo Dios se complace en


atender las oraciones de los que confían en Él, aun en asuntos de poca
importancia.

GREGORIO: Esto, Pedro, es la consecuencia de una sabia dis-


posición de nuestro Creador. A causa de las cosas pequeñas que recibi-
mos, debemos esperar otras más grandes. El niño santo y sencillo fue
atendido en cosas de poca importancia, para que aprendiera en lo peque-
ño, cuánto tenía que esperar de Dios para asuntos de gran alcance.

PEDRO: Me convence lo que me estás diciendo.

X. Fortunato, obispo de la ciudad de Todi

GREGORIO: Otro hombre que se destacaba por su vida vene-


rable en este mismo país, fue Fortunato, obispo de la Iglesia de Todi,
que gozaba de la gracia de tener un inmenso poder para ahuyentar a los
malos espíritus. A veces expulsaba legiones enteras de demonios de los
cuerpos de posesos, y en virtud de su celo por practicar la oración cons-
100 tante, triunfaba sobre la muchedumbre de ellos que a él se oponía.
FUENTES
El amigo íntimo de este hombre fue Juliano, defensor de nues-
tra Iglesia, el que no hace mucho murió en esta ciudad. Por él me he
enterado de lo que voy a contar. Muchas veces, él estaba presente en los
acontecimientos de la vida cotidiana de Fortunato, y por consiguiente
guardaba en la boca, como dulce miel, estos recuerdos que han de ser-

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
vir para nuestra ilustración.

2. Una noble señora de la región vecina de Toscana tenía una


nuera. Poco tiempo después del casamiento de esta última, la señora fue
invitada, junto con su nuera, para tomar parte en la dedicación de la
capilla del mártir san Sebastián.
Durante la noche que precedió a la dedicación de esta capilla a
la que ella debía ir, la joven esposa, vencida por el deseo carnal, no pudo
abstenerse de la relación sexual con su marido. A la mañana, el deleite
consumado de la carne espantó su conciencia, pero el decoro la obliga-
ba a presentarse en la capilla. El respeto humano fue más fuerte que el
temor del juicio de Dios, y así ella partió junto con su suegra para asis-
tir a la dedicación de la capilla.
Pero en cuanto las reliquias del mártir san Sebastián fueron lle-
vadas a la capilla, el espíritu maligno se apoderó de la nuera de esta
señora y comenzó a atormentarla delante de todo el pueblo.

3. El sacerdote de la capilla, al ver a la mujer atormentada vio-


lentamente, sacó en seguida un mantel del altar y la cubrió. Pero al ins-
tante el diablo se apoderó también de él. Es que al querer presumir de
un don que excedía sus fuerzas, tuvo que reconocer, al verse así maltra-
tado, lo poco que valía en realidad. Los que estaban presentes sacaron a
la joven fuera de la capilla y la llevaron a su casa.

4. El antiguo enemigo ejercitó sobre ella sus continuas vejacio-


nes. Sus parientes, que sentían hacia ella solamente un amor carnal, la
acosaban a fuerza de este amor y, para conseguir su curación, la entre-
garon a los hechiceros, a riesgo de destruir totalmente su alma, con el
pretexto de mejorar temporalmente su salud corporal mediante los
recursos de la magia. Con este fin, ella fue llevada al río y sumergida en
el agua, y allí los hechiceros se afanaban, con sus interminables encan-
tamientos, por hacer salir al diablo que se había apoderado de ella. Pero
a causa de una admirable disposición de Dios omnipotente, mientras
que por aquella maniobra perversa un solo demonio fue expulsado, al
instante toda una legión hizo irrupción en ella (ver Mc 5,9; Lc 8,30). A 101
FUENTES

partir de este momento, ella empezó a agitarse con tantas sacudidas y a


proferir tantos gritos y exclamaciones, cuantos espíritus estaban allí para
posesionarse de ella.

5. En este momento, después de entrar en consejo, sus parien-


Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

tes reconocieron su falta contra la fe, y llevándola al venerable obispo


Fortunato, se la confiaron. Después de haberla acogido, él se dedicó a
la oración durante unos cuantos días y unas cuantas noches. Se esforzó
por rezar con tanto mayor empeño, cuanto sintió en contra suyo den-
tro de un solo cuerpo, el frente de batalla de toda una legión. Después
de varios días él la devolvió de tal modo sana y salva, como si el diablo
jamás hubiera ejercido sobre ella ningún derecho de propiedad.

6. En otra ocasión, el santo siervo de Dios omnipotente expul-


só de un hombre un espíritu inmundo. Este espíritu maligno, antes del
anochecer, eligió la hora despoblada de hombres y, disfrazado de pere-
grino, se puso a dar vueltas por las calles de la ciudad y a gritar: “¡Oh,
el santo obispo Fortunato! ¡Fíjense en lo que ha hecho: ha echado de su
casa a un peregrino! Estoy buscando un lugar para descansar, y en su
ciudad no encuentro ningún sitio”.
Entonces un hombre que estaba calentándose, junto con su
esposa y su pequeño hijo, en su casa, al lado de las brasas, al oír la queja
de aquel hombre, y para saber lo que el obispo le había hecho, lo invi-
tó a entrar en su casa y a sentarse a su lado junto al fuego. Y mientras
que charlaban, el espíritu maléfico asaltó al pequeño niño y lo arrojó en
las brasas, causando así de inmediato su muerte. Injuriado, el infeliz
padre pudo reconocer por una parte a quién él había recibido, y por
otra, a quién el obispo había expulsado.

7. PEDRO: ¿Qué tenemos que opinar en este caso? ¿El antiguo


enemigo se atreve a cometer un asesinato dentro de la casa de quien, en
virtud de la hospitalidad, lo ha invitado a su hogar, por considerarlo
como peregrino?

GREGORIO: Muchas cosas, Pedro, tienen la apariencia de ser


buenas, pero no lo son, porque no se han hecho con la debida intención.
A este respecto, la Verdad afirma en el Evangelio: Si el ojo está enfermo,
todo el cuerpo estará en tinieblas (Mt 6,23). Porque, dado que la intención
inicial es perversa, es depravado todo lo que sigue, aunque tenga la apa-
102 riencia de ser correcto. Así a mí me parece que este hombre que aparen-
FUENTES
tando ejercer la hospitalidad, ha sido privado de su hijo, no había obra-
do movido por la bondad, sino por la falta de respeto para con su obis-
po. El castigo que siguió, pone en evidencia que la acogida precedente
no estaba exenta de culpa. Porque hay quienes buscan hacer el bien con
la intención de deslucir el mérito de las acciones de los demás: ellos no

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
se complacen en el bien que hacen, sino en la alabanza de este bien con
la que destruyen a los demás. En nuestro caso considero que este hom-
bre, que recibió como huésped al espíritu nefasto, pensó más en la vana-
gloria que en la obra de caridad porque, presuntuosamente, aparentaba
obrar mejor que el obispo, puesto que había acogido a aquel que el hom-
bre de Dios, Fortunato, había echado de su casa.

PEDRO: En efecto, es así como tú dices. Porque el resultado del


episodio demuestra que en el procedimiento faltaba la recta intención.

8. GREGORIO: En otra ocasión, un hombre había perdido la


potencia visiva de sus ojos. Lo llevaron a Fortunato. El hombre pidió y
obtuvo el favor de su intercesión. Porque en cuanto el varón de Dios, des-
pués de haber rezado, hizo el signo de la cruz sobre sus ojos, al instante le
fue devuelta la claridad de la luz, y la noche de la ceguera desapareció.

9. Otra historia: el caballo de un soldado se había puesto rabio-


so, de una rabia tal que apenas si podía ser sujetado con la fuerza de
unos cuantos hombres. A los que podía atacar, los desgarró con sus
mordeduras. Finalmente, sujetado de cualquier manera por todos, fue
llevado al hombre de Dios. Éste hizo, con la mano extendida, el signo
de la cruz sobre su cabeza, y en el acto el caballo cambió toda su rabia
en mansedumbre, de tal modo que resultó más tranquilo que antes de
aquella rabia furiosa.

10. Entonces el soldado, al ver a su caballo transformado de su


locura instantáneamente, por el poder de un milagro, se decidió a obse-
quiarlo al hombre santo, el cual rechazó el ofrecimiento. Pero el solda-
do insistió con sus ruegos para que el regalo no fuera despreciado. El
santo varón optó por una solución intermedia: escuchó benévolamente
la insistencia del soldado, pero no estuvo conforme en aceptar una
recompensa por un milagro. Ofreció, como condición previa, un precio
conveniente, y después aceptó el caballo que le fue ofrecido. Si no lo
hubiera aceptado, habría ofendido al soldado. Incitado por su delicade-
za, compró el caballo que no le era necesario. 103
FUENTES

11. Acerca de estos milagros, no debo callar lo que he oído decir


hace unas dos semanas. Me han presentado a un anciano pobre, y yo me
he sentido siempre fascinado por la conversación con los ancianos. Le
pregunté con interés de dónde venía, y él me contestó que venía de la
ciudad de Todi. “Te pregunto, padre –le dije–, ¿has conocido al obispo
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

Fortunato?”. Él respondió: “Ah, sí, lo conocí muy bien”. A lo que yo


repliqué: “Dime por favor si conoces algunos milagros de él. Hazme
caso y dame a conocer qué hombre fue él”.

12. “Este hombre –dijo el anciano– se diferenció del todo de


los hombres que vemos actualmente. Porque cualquier cosa que pidió
de Dios omnipotente, la consiguió de inmediato. Yo voy a contar uno
solo de sus milagros, que en este momento se me ocurre. Un día, los
godos llegaron a las cercanías de la ciudad de Todi. Apurándose por lle-
gar a la región de Rávena, habían arrebatado a dos niñitos pequeños de
una propiedad que dependía de la ciudad de Todi.

13. Cuando el asunto fue comunicado al santísimo varón


Fortunato, de inmediato envió a alguien para que hiciera venir hacia él
a estos godos. Los saludó afablemente, tratando primero de aplacar su
aspereza, y luego abordó el tema de su objetivo principal: «Les daré el
precio que ustedes exigen, pero devuelvan a los niños que se han lleva-
do. ¡Que el favor de ustedes me otorgue este regalo!». Entonces el que
parecía ser el jefe, respondió: «Pide otra cosa, no importa cuál, y nos-
otros estamos dispuestos a concedértela, pero a estos niños no los devol-
veremos de ningún modo». El hombre venerable lo amenazó con suavi-
dad: «Me causas pena, porque no escuchas a tu padre. No trates de con-
tristarme, porque ello podría causarte alguna desgracia». Pero el godo se
quedó aferrado a su decisión brutal y se retiró con la negativa.

14. Al día siguiente volvió otra vez al obispo para despedirse


definitivamente. Con las mismas palabras, Fortunato le rogó nueva-
mente por estos niños. ¿Devolverlos? ¡Ni idea! El godo no quiso con-
sentir a ello de ninguna manera. Con tristeza, el obispo contesto: «Yo sé
que no será para tu provecho, si no me haces caso». Pero el Godo, no
teniendo en cuenta en absoluto estas palabras, volvió a su cuartel, hizo
montar en caballos a los niños por los que Fortunato había intercedido,
y los despachó delante suyo junto con sus hombres. Él también subió a
su caballo y siguió de inmediato.
104 En Todi, al llegar frente a la iglesia del bienaventurado apóstol
FUENTES
Pedro, su caballo se resbaló, él se cayó junto con el caballo, y su muslo
se quebró de modo que el hueso quedó dividido en dos partes. Lo levan-
taron y lo llevaron al cuartel. Rápidamente hizo volver a los niños que
había despachado delante suyo, y mandó decirle al venerable varón
Fortunato: «Te ruego, padre, que me envíes a tu diácono».

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
l5. El diácono llegó junto al enfermo postrado. Éste hizo venir
a los niños que se había negado categóricamente a devolver al obispo, y
se los entregó al diácono con estas palabras: «Vete, y dile a mi señor el
obispo: «Porque me has maldecido, he sido herido; pero recibe ahora a
estos niños por los que has rogado, e intercede por mí, te lo pido». El
diácono recibió a los niños y los llevó al obispo. El venerable Fortunato
le dio en seguida agua bendita y le dijo: «Vete rápido y rocía al herido».
El diácono se fue, entró junto al Godo y le roció el muslo con el agua
bendita. ¡Cosa del todo sorprendente y milagrosa! Apenas el agua ben-
dita tocó el muslo del godo, las partes del hueso fracturado se unieron,
y el muslo quedó restituido a su estado anterior. Al instante, el hombre
se levantó del lecho, subió al caballo y continuó su viaje, como si nunca
hubiera sufrido un accidente. El asunto se arregló de esta manera: aquel
que no había querido someterse a la obediencia ni devolver a los niños
al santo varón Fortunato por el precio del dinero, los dio gratuitamen-
te, subyugado por el castigo”.

16. Después de este cuento, el anciano deseaba referir aún otras


historias sobre Fortunato. Pero habían llegado algunas personas de cuya
dirección espiritual yo me había encargado, y el día ya tocaba a su fin. No
pude escuchar por más tiempo otros relatos sobre los hechos del venerable
Fortunato, de los que siempre me gusta enterarme en cuanto es posible.

17. Pero el otro día, el mismo anciano me contó sobre él un


suceso aun más admirable. Me dijo: “Había en la ciudad de Todi un
hombre que se destacaba por su bondad, llamado Marcelo, y que vivía
con sus dos hermanas. Cayó enfermo y murió al atardecer del sagrado
día del Sábado Santo. Su cuerpo, que debía ser trasladado bastante lejos,
no pudo ser enterrado el mismo día. En vista de este retraso del sepelio,
sus hermanas, afligidas por su muerte, acudieron llorando al venerable
Fortunato y clamaron a voz en grito: «Sabemos que observas la vida de
los apóstoles, que purificas a los leprosos y que devuelves la vista a los
ciegos. Ven y resucita a nuestro muerto». Desde que él se había entera-
do del fallecimiento del hermano de ellas, también él se puso a llorar 105
FUENTES

por su muerte y les respondió: «¡Retírense y no hablen de esta manera!


Ésta es la voluntad de Dios omnipotente, a la que ningún hombre se le
puede oponer». Mientras que ellas se retiraron, el obispo permaneció
muy triste a causa de su muerte.
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

18. Al día siguiente, el domingo, antes del amanecer, llamó a sus


dos diáconos, se fue a la casa del difunto, entró en el lugar donde yacía
el cuerpo exánime, y allí se puso a rezar. Terminada la oración, se levan-
tó y se sentó junto al cuerpo del difunto. A media voz llamó al muerto
por su nombre: «¡Mi hermano Marcelo!». Y él, como ligeramente dor-
mido y despertado por esa voz cercana y a la vez suave, abrió los ojos, y
mirando hacia el obispo dijo: «¡Oh! ¿Qué has hecho? ¡Oh! ¿Qué has
hecho?». A lo que el obispo contestó: «¿Qué he hecho yo?». Y Marcelo
respondió: «Ayer vinieron dos que me sacaron de mi cuerpo y me lleva-
ron a un lugar hermoso. Pero hoy ha sido enviado uno para decir:
Llévenlo de vuelta, porque el obispo Fortunato ha venido a su casa».
Después de haber pronunciado estas palabras, se recobró en seguida de
la enfermedad y permaneció en esta vida durante mucho tiempo”.

19. No hemos de creer, por lo demás, que perdió el hermoso


lugar que había obtenido. No cabe duda de que, gracias a las oraciones
de su intercesor, pudo vivir mejor después de la muerte quien ya antes
de esa muerte había procurado agradar al Señor omnipotente.
Pero, ¿para qué extendernos respecto de la vida de Fortunato,
puesto que actualmente poseemos la documentación de tantos milagros
realizados junto a su tumba? En efecto, él libera a los endemoniados y
cura a los enfermos, cada vez que la gente se lo pide con fe. Así como
acostumbraba a hacerlo mientras vivía, del mismo modo continúa
haciéndolo constantemente allí donde se halla su osamenta.

20. Pero yo quisiera, Pedro, enfilar la temática de mis cuentos


otra vez hacia la provincia de Valeria, porque con respecto a ella he
podido enterarme de muy notables milagros, y eso de la boca del vene-
rable Fortunato, de quien hice mención mucho más arriba (ver III,5
etc.: Fortunato, abad del monasterio de los Baños de Cicerón). Él viene
a visitarme frecuentemente, y aún ahora, cuando me habla de los hechos
de los antiguos, me siento colmado cada vez de una nueva satisfacción.

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FUENTES
XI. Martirio, monje de la provincia de Valeria

En esta provincia vivía un hombre llamado Martirio, un siervo


muy devoto de Dios omnipotente, que hizo como testimonio de su vir-
tud el siguiente milagro.

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
Un día, sus hermanos estaban cociendo un pan debajo de la ceni-
za y habían olvidado grabar en él el signo de la cruz, puesto que era cos-
tumbre en esta provincia marcar los panes amasados con un trozo de
madera, de suerte que parecían estar divididos en cuatro partes. Llegó el
siervo de Dios y fue advertido por los hermanos de que el pan no había
sido señalado con la cruz. El pan ya estaba debajo de las brasas y cubier-
to por la ceniza. “¿Por qué no lo han marcado?”, preguntó Martirio, y al
decir esto, trazó con el dedo el signo de la cruz en dirección de las brasas.
En este mismo momento se oyó, desde el lugar donde se hallaba el pan,
un gran estallido, como si se hubiera roto un gran vaso dentro del fuego.
Después, cuando el pan estaba cocido, lo sacaron del fuego y vieron que
estaba marcado con una cruz, trazada no por el contacto, sino por la fe.

XII. Severo, presbítero de esta misma provincia

En esta región hay un valle que se llama Valle de Interorina, y


al que muchos en su dialecto lugareño llaman Valle de Interocrina. Allí
se destacó un hombre por su vida del todo admirable. Se llamaba Severo
y era sacerdote de la iglesia de la bienaventurada madre de Dios y siem-
pre virgen María.
Había llegado el último día de la vida de un padre de familia, y
éste le hizo llegar al sacerdote, por medio de mensajeros enviados de
prisa, el pedido de que viniera a verlo con la mayor prontitud posible.
Tendría que interceder con sus oraciones por sus pecados, y él haría peni-
tencia por sus maldades, para así poder expirar liberado de sus culpas.
Ocurrió que el sacerdote estaba ocupado en la poda de su viña.
Él dijo a los mensajeros: “Vayan adelante, y yo les voy a seguir”. Viendo
que le quedaba muy poco que hacer para terminar su trabajo, se demo-
ró algún tanto para poner fin a esta tarea tan insignificante. En cuanto
había terminado, se puso en camino para ver al enfermo. Pero en el
camino, se encontró con los que antes habían venido a verlo. Le salie-
ron al paso diciendo: “¿Por qué has tardado, padre? No te apures más,
porque ya ha muerto”. Al escuchar estas palabras, él empezó a temblar,
y a voz en grito empezó a acusarse como culpable de la muerte.
107
FUENTES

2. Sollozando llegó junto al cuerpo del difunto, y delante de su


lecho cayó en tierra anegado en lágrimas. Llorando fuertemente, dio
golpes con la cabeza contra el suelo y exclamó que él era el culpable de
su muerte. Entonces, de repente, el que estaba muerto recobró la vida.
Al ver esto, todos los numerosos asistentes se pusieron a gritar de estu-
Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero

por, y después empezaron, aún con mayor fuerza, a llorar de alegría.


Preguntaron al resucitado dónde había estado y de qué mane-
ra había vuelto. Él dijo: “Unos hombres horribles y espantosos me con-
ducían. De su boca y nariz salía un fuego que yo no podía soportar.
Cuando me estaban conduciendo a través de lugares oscuros, de repen-
te, mientras que caminábamos acompañados por otros más, un joven de
hermosa apariencia vino a nuestro encuentro y dijo a los que me con-
ducían: «Lleven a éste de vuelta, porque el sacerdote Severo está lloran-
do. El Señor lo ha entregado a sus lágrimas»”.

3. Severo se levantó en seguida del suelo y le ayudó, mediante


su intercesión, a hacer penitencia. Durante siete días, el enfermo resu-
citado hizo penitencia por sus faltas cometidas. El día octavo, del todo
alegre, abandonó su cuerpo.
Te ruego que reflexiones acerca de este suceso: ¡Con qué aten-
ción el Señor trató a su amado siervo Severo! No aguantó que él estu-
viera triste ni siquiera por un momento.

4. PEDRO: Estos hechos son realmente admirables, y me doy


cuenta de que hasta este momento yo no sabía nada de ellos. ¿Pero
cómo puede ser que en la actualidad ya no se pueden encontrar hom-
bres de esta talla?

GREGORIO: Por mi parte, Pedro, creo que en este siglo y aún


ahora siguen existiendo muchos hombres iguales a aquéllos. No se
puede decir que no son iguales que ellos, aludiendo que no hacen los
mismos milagros. Porque el criterio verdadero acerca del valor de una
vida se funda en la virtud que se manifiesta en las obras, y no en la
ostentación de hechos milagrosos. Hay muchos que no hacen milagros,
pero que sin embargo no son inferiores a quienes los realizan.

5. PEDRO: Dime, por favor: ¿Cómo es posible demostrar que


hay hombres que no hacen milagros, y que sin embargo no son dife-
rentes de los que los hacen?
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FUENTES
GREGORIO: ¿No sabes acaso que el apóstol Pablo, en calidad
de príncipe de los apóstoles, es hermano de Pedro, del primero de los
apóstoles?

PEDRO: Claro que lo sé, no puede haber duda, ya que, si bien

Los Cuatro Libros de los Diálogos de san Gregorio Magno (540-604). Libro primero
es el más pequeño de todos los apóstoles (ver 1 Co 15,9s), no obstante
trabajó más que todos.

GREGORIO: Te acordarás bien: Pedro pudo caminar sobre el


mar (ver Mt 14,28s), mientras que Pablo, en el mar, sufrió el naufragio
(ver 2 Co 11,25). Así que sobre el mismo elemento por donde Pablo no
pudo pasar con un barco (ver Hch 27,14-38), allí Pedro lo hizo cami-
nando a pie. Resulta, pues, evidente que el poder de los dos fue dife-
rente en cuanto al milagro, pero que el mérito de los dos no es diferen-
te en el cielo.

6. PEDRO: Es del todo acertado lo que dices, lo reconozco. Y


ahora me doy cuenta con certeza de que hay que indagar la vida y no
los milagros. Pero puesto que los milagros que siguen realizándose, dan
testimonio de una vida buena, te ruego una vez más que me informes
acerca de los que aún pueda haber, para alimentar mi hambre con ejem-
plos de hombres buenos.

7. GREGORIO: Quisiera contarte, en alabanza del Redentor,


una parte de los milagros del hombre venerable Benito. Pero para dar
cumplimiento a este propósito, me doy cuenta de que el tiempo que
hoy nos queda, no puede alcanzar. Dispondremos, por consiguiente, de
mayor libertad, si con este fin nos reservamos otra ocasión.

FIN DEL LIBRO PRIMERO

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