Borda Julio Contratos en Particular
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369. Caracteres
El contrato de compraventa tiene los siguientes caracteres:
a) Es bilateral porque implica obligaciones para ambas partes; b) es consensual porque produce todos sus efectos
por el solo hecho del consentimiento y sin necesidad de la entrega de la cosa o del precio; c) no es formal; aun en el
caso de que tenga por objeto la transmisión de inmuebles, la escritura pública exigida por el artículo 1017, inciso a, es
un requisito de la transferencia del dominio, pero no del contrato en sí, que puede ser válidamente celebrado en
instrumento privado, y aun verbalmente; d) es oneroso; e) es conmutativo porque es de su naturaleza que los valores
intercambiados (cosa y precio) sean aproximadamente equivalentes; sólo por excepción puede ser aleatorio, lo que
ocurre cuando se compra una cosa que puede o no existir.
§ 2.— CAPACIDAD
382. Enumeración
Además de las incapacidades de ejercicio mencionadas en los números anteriores, el Código establece otras de
derecho. La distinción es importante, porque en el primer caso no existe una imposibilidad absoluta de comprar y
vender, como ya hemos visto, desde que lo pueden hacer por medio de sus representantes legales o con el auxilio del
apoyo designado. En cambio, en las hipótesis de incapacidad de derecho no hay medio de celebrar el acto por sí o por
representante legal o convencional.
385. c) Albaceas
El albacea, también llamado ejecutor testamentario, que no es heredero no puede celebrar contratos de
compraventa sobre los bienes de las testamentarias que estén a su cargo (art. 1002, in fine). Aquí también se procura
evitar que ellos puedan valerse de sus funciones para perjudicar a los herederos, legatarios o acreedores.
La norma claramente excluye de la prohibición al albacea que es, además, coheredero. Desde luego, no se aplica
tampoco a los administradores de la sucesión, sobre quienes no pesa ninguna incapacidad para comprar.
La compraventa celebrada en violación de lo dispuesto por esta norma adolece de relativa.
§ 3.— EL CONSENTIMIENTO
§ 1.— LA COSA
394. El problema
A primera vista, parece razonable afirmar que las cosas ajenas no pueden venderse. Es una solución que parece
impuesta por una lógica elemental, pues ¿cómo podría venderse algo que no pertenece al vendedor? Sin embargo, a
poco que se examine el problema, se advertirá que el principio no es tan razonable como parecía. Cuando una persona
se obliga a vender algo que no le pertenece, es obvio que toma el compromiso de adquirirlo primero y luego enajenarlo
al comprador. No hay razón para prohibir tal contrato.
No es extraño, por consiguiente, que el derecho romano admitiera como válida la venta de cosa ajena, solución que
imperó sin discusiones hasta la sanción del Código Napoleón. Recuérdese que esta legislación importó una innovación
sustancial en lo que atañe a la naturaleza y efectos del contrato de compraventa. Mientras que en el derecho romano
este contrato no significa otra cosa que una obligación de transmitir la propiedad, en el Código Civil francés es
traslativo por sí mismo de la propiedad. Parecía natural, por consiguiente, que las cosas ajenas no pudieran venderse,
puesto que en tal caso era imposible que se produjera aquel efecto.
Pero, habiendo adherido nuestro ordenamiento legal al sistema romano en lo relativo a los efectos del contrato de
compraventa, resulta lógico admitir la validez de la compraventa de cosa ajena, que no es más que un compromiso a
transmitir regularmente el dominio de la cosa prometida. Por ello, el artículo 1132 dispone que la venta de la cosa total
o parcialmente ajena es válida, en los términos del artículo 1008. Y añade. El vendedor se obliga a transmitir su
dominio al comprador. Será de aplicación, entonces, lo estudiado antes (números 160 y 210).
400. Principio
Dispone el artículo 1132 que la venta de cosa parcialmente ajena es válida. Es el caso de la venta hecha por uno de
los copropietarios de la totalidad de la cosa indivisa; sin perjuicio de los derechos de los demás condóminos y los del
propio comprador que, obviamente, si compró todo, no puede ser obligado a aceptar una parte, la venta es
válida respecto de la porción del vendedor.
§ 2.— EL PRECIO
413. Enumeración
Las principales obligaciones del vendedor son: entregar la cosa vendida (lo que incluye la entrega de instrumentos,
facturas y documentación que corresponda), y garantizar para el caso de evicción y de vicios ocultos. También, está
obligado a recibir el precio. Implícita en la obligación de entregar la cosa se encuentran los deberes de conservarla
hasta el momento de la entrega y la de correr con los gastos de la entrega.
§ 1.— OBLIGACIÓN DE ENTREGA
416. a) Riesgos
Si la cosa perece sin culpa del vendedor, la venta queda resuelta; el vendedor no podrá reclamar el pago del precio,
y si lo hubiere recibido, deberá devolverlo (arg. arts. 755 y 955). Si la cosa se pierde por culpa del vendedor, el contrato
se extingue y deberá indemnizar el daño causado (arts. citados). Esto último es aplicable al vendedor moroso, que no
es culpable de la pérdida de la cosa, a menos que demuestre que la cosa se habría perdido también en poder del
comprador.
El Código Civil y Comercial no resuelve los problemas derivados del deterioro de la cosa, a pesar de la remisión que
hace el artículo 755 a los artículos 955 y 956. Ante este silencio, nos parece razonable seguir el criterio previsto en
los artículos 580, 581 y 892 del Código Civil de Vélez: (i) si la cosa se deteriora sin culpa del vendedor, el comprador
tendrá derecho a tener por resuelta la venta o a pedir una disminución proporcional del precio; (ii) si la cosa se
deteriora sin culpa del vendedor después de encontrarse en mora, está obligado a pagar los daños, a menos que
demuestre que la cosa se hubiera deteriorado también en poder del comprador; (iii) si la cosa se deteriora por culpa del
vendedor, el comprador tendrá derecho a exigir una cosa equivalente y el pago de los daños sufridos, si es que no
prefiere recibir la cosa en el estado en que se encuentra y la reparación de tales daños.
Un caso singular plantea el artículo 1151: el de la cosa mueble que, si bien no ha sido entregada al comprador, ha
sido puesta a su disposición, conforme lo dispuesto por el artículo 1149. Esta situación se asimila a la de la entrega
efectiva de la cosa mueble, pues los riesgos de daños o pérdida de las cosas, y los gastos incurridos, quedan a cargo
del comprador desde que la cosa ha sido puesta a su disposición, si ello ha sido pactado en el contrato.
¿Significa esto que el vendedor carece de toda responsabilidad sobre la integridad de la cosa mueble? No lo
creemos. Aunque el artículo 465 del derogado Código de Comercio ha desaparecido en el Código Civil y Comercial, su
solución (que el vendedor, que pone la cosa a disposición del comprador, se constituye en depositario de los efectos
vendidos) debe mantenerse por analogía, pues el vendedor conserva la tenencia de la cosa mueble y no puede usarla,
características que son propias del depósito (arts. 1356 y 1358).
El referido artículo 1151 establece también que el vendedor deja de cargar con los riesgos de daño o pérdida de la
cosa mueble, y los gastos incurridos, desde que la pone a disposición del transportista u otro tercero, pesada o medida,
pero no aclara quién asume tales riesgos. Pensamos que poner la cosa a disposición del transportista o del tercero, es
tanto como ponerla a disposición del comprador. El nuevo texto no lo dice, pero es lo razonable si se procura
interpretar el contrato de manera armónica con la Convención de Viena de 1980, que dispone que cuando se haya
puesto la mercadería en poder de porteador, el comprador asume el riesgo desde ese momento (art. 68, ley 22.765).
417. b) Mejoras
Las mejoras naturales, esto es, las que no provienen del hecho del hombre sino de la naturaleza, ocurridas entre la
celebración del contrato y la entrega de la cosa, también favorecen al dueño, es decir, al vendedor. Éste está
autorizado a exigir el mayor valor al comprador, y si este último no lo acepta, el contrato se extingue sin
responsabilidad para las partes (art. 752).
Sin embargo, desde que el vendedor se encuentra en mora, las mejoras naturales pertenecen al comprador y el
vendedor no podrá exigir un mayor precio por ellas; esta solución se desprende del principio según el cual el deudor
que ha incurrido en mora debe satisfacer todos los daños que por tal motivo ocasione a la otra parte; y por cierto, si la
cosa se hubiera entregado en tiempo, las mejoras naturales corresponderían indudablemente a su nuevo dueño, el
comprador.
Respecto de las mejoras artificiales (las que provienen del hecho del hombre), deben diferenciarse según se traten
de mejoras necesarias, o de mejoras útiles, de mero lujo, recreación o suntuarias. Respecto de las primeras, el
vendedor está obligado a hacerlas, sin derecho a percibir su valor; respecto de las segundas, se las puede llevar,
siempre que no dañe la cosa, y no tiene derecho a reclamar indemnización alguna (art. 753).
418. c) Frutos
Todos los frutos percibidos antes de la tradición de la cosa pertenecen al vendedor; pero los pendientes
corresponden al comprador (art. 754).
419. d) Productos
Los productos forman parte de la cosa y su extracción la disminuye. Está pues fuera de discusión que el vendedor no
tiene derecho a seguir extrayendo productos, desde el instante mismo en que se realizó la venta, pues ello sería
contrario a su obligación de conservación y custodia.
B.— LA ENTREGA
434. Enumeración
Las obligaciones del comprador son las siguientes: a) pagar el precio; b) recibir la cosa y los documentos vinculados
con el contrato; c) pagar los gastos de recepción de la cosa (arts. 1141).
437. Intereses
En principio, el comprador no debe los intereses del precio por el tiempo transcurrido entre el momento del contrato y
el del pago, a menos que se trate de las siguientes hipótesis:
a) Que el contrato fije intereses, lo cual es muy común en las ventas a plazos.
b) Que el comprador haya incurrido en mora (art. 768), en cuyo caso debe los intereses aunque el vendedor haya
conservado la posesión de la cosa vendida. Ellos corren desde el momento de la mora.
V — MODALIDADES DE LA COMPRAVENTA
446. La condición
Dispone el artículo 343 que la condición es la cláusula de los actos jurídicos por la cual las partes subordinan su
plena eficacia o resolución a un hecho futuro e incierto. Se trata de una condición suspensiva, si la plena eficacia del
acto jurídico está subordinada a la producción del hecho futuro e incierto, en tanto que es una condición resolutoria si la
resolución está atada a que ese hecho se produzca.
Por ello, el cumplimiento de la condición obliga a las partes a entregarse o restituirse recíprocamente, las
prestaciones convenidas, aplicándose los efectos correspondientes a la naturaleza del acto concertado, a sus fines y
objeto (art. 348).
Estas normas son aplicables a la compraventa pues ésta, como contrato que es, es también un acto jurídico. Por lo
tanto, es admisible sujetar el contrato de compraventa a una condición, sea resolutoria, sea suspensiva.
452. Remisión
Nos hemos referido al pacto comisorio, llamado por el Código Civil y Comercial como cláusula resolutoria, antes
(números 239 a 250) y allí nos remitimos.
Solo hemos de señalar ahora que, si bien la facultad de resolver el contrato, es en general útil desde el punto de
vista económico porque brinda un instrumento de coerción contra el mal cumplidor y bueno desde el ángulo moral,
porque defiende eficazmente al contratante de buena fe, hay casos en que su ejercicio resulta abusivo y contrario a la
moral, como ocurre, por ejemplo, cuando el incumplimiento es menor. En conclusión, para que pueda ejercerse la
cláusula resolutoria, es necesario que se trate de un incumplimiento de cierta gravedad.
455. Enumeración
Para que el pacto de retroventa sea válido debe reunir las siguientes condiciones: a) Debe recaer sobre bienes
inmuebles o muebles. b) Su plazo no puede exceder el fijado por el artículo 1167. c) Debe estipularse en el mismo acto
de la venta.
a) Es lícito en relación a bienes inmuebles y muebles. Hemos dicho que el Código Civil de Vélez solo permitía la
aplicación del pacto de retroventa para el caso de venta de inmuebles (art. 1380). El Código Civil y Comercial amplía
notablemente esta cuestión. Ahora puede pactarse tanto en la compraventa de inmuebles como de muebles (art.
1166). La norma aclara que si la cosa es registrable (todos los inmuebles y los muebles cuya venta deba inscribirse en
algún registro), el pacto de retroventa es oponible a terceros interesados si resulta de los documentos inscriptos en el
registro correspondiente, o si de otro modo el tercero ha tenido conocimiento efectivo. En cambio, si se trata de la venta
de una cosa mueble no registrable, el pacto de retroventa no es oponible al tercero adquirente de buena fe y a título
oneroso.
b) Plazo no superior a cinco años en los inmuebles y dos en los muebles. Los inconvenientes de la incertidumbre
que pesa sobre el dominio hacen necesario limitar el término durante el cual el derecho de rescate puede ser ejercido.
Nuestro Código establece dos diferentes plazos según se trate de cosas inmuebles o muebles (art. 1167). Si es
inmueble, el plazo es de cinco años; si es mueble, es de dos años. En ambos casos, el plazo corre a partir de la fecha
de celebración del contrato. Por lo tanto, es irrelevante la fecha de la entrega de la cosa.
Se trata de un plazo de caducidad; por consiguiente, su vencimiento se opera ipso iure sin necesidad de constitución
en mora. Se trata de un plazo perentorio e improrrogable (art. 1167, in fine).
Si las partes hubieran estipulado un término mayor, el plazo debe considerarse reducido al límite legal (art. 1167,
párr. 2º), siendo ineficaz en lo que lo exceda.
Si la cláusula se limita a establecer la retroventa sin estipular plazo, debe considerarse que se ha referido al término
legal de cinco o dos años, según el caso.
c) La retroventa debe estipularse en el mismo acto de la venta. Esto surge de la ubicación del artículo 1163 que
define el pacto de retroventa, el cual está en la sección referida a "algunas cláusulas que pueden ser agregadas al
contrato de compraventa". Si el pacto de retroventa se hubiera pactado por contrato separado, no constituye una
condición resolutoria, sino un nuevo contrato que supone dos transferencias de dominio independientes. Además, este
nuevo contrato no tendrá efectos respecto de terceros a quienes el comprador hubiera transmitido el dominio u otro
derecho real sobre la cosa, puesto que, al no figurar el compromiso de retracto en el título original, no tienen por qué
ser afectados por las obligaciones contraídas por el comprador.
471. Es indivisible
El derecho de preferencia es indivisible; por tanto si la cosa hubiera sido vendida originariamente por varios
condóminos, cada uno de ellos podrá exigir se le venda toda la cosa, si los otros covendedores no quisieran
recomprarla; pero ninguno de ellos podría pretender que se le revendiera sólo la parte que él tenía en la cosa, salvo
que ese derecho a la recuperación parcial fuera reconocido expresamente en el contrato.
B.— EFECTOS
481. Concepto
A veces el vendedor, con el objeto de asegurarse el pago total de la cosa vendida, se reserva el dominio hasta que el
precio haya sido pagado totalmente. Se trata de un poderoso medio de garantía, pues retiene la propiedad de la cosa
hasta que sea satisfecho íntegramente el precio convenido; lo que el comprador hubiese pagado será retenido por el
vendedor a título de daños o de compensación por el uso de la cosa. Desde luego, si lo adeudado por el comprador
fuese una ínfima parte del precio convenido, la pretensión del vendedor de recuperar la cosa importaría un verdadero
abuso del derecho.
482. Naturaleza jurídica
En la doctrina nacional y extranjera domina netamente la idea de que el pacto de reserva de dominio importa una
venta hecha bajo condición suspensiva: el comprador sólo deviene propietario cuando ha pagado la totalidad del
precio. El Código Civil de Vélez, siguiendo a FREITAS, había considerado, en cambio, que este pacto equivale al pacto
comisorio y debe recordarse que éste importa una condición resolutoria (art. 1376). El Código Civil y Comercial no
regula la venta con reserva de dominio, lo que permite adherir a la idea dominante, que se conforma con los términos
en el que el pacto es estipulado: el vendedor se reserva el dominio, cuya adquisición por el comprador queda
suspendida hasta el pago del precio.
489. Concepto
A veces se fija en el contrato la calidad de la cosa vendida; así por ejemplo, 1.000 quintales de trigo duro, 100
vaquillonas Aberdeen Angus de pedigree. En tal caso, el vendedor cumple entregando cosas de igual calidad a la
prometida y el comprador no podrá rehusarse a recibirlas (art. 1338).
Esta cláusula, que no está prevista en el Código Civil y Comercial (aunque sí lo estaba en el artículo 1338 del Código
Civil de Vélez) tiene un punto de contacto con la venta a satisfacción del comprador: el vendedor tiene derecho a
demostrar que la cosa entregada tiene las calidades prometidas y, como consecuencia, a exigir del comprador el
cumplimiento del contrato. Pero las diferencias son sustanciales: a) En la venta a satisfacción del comprador, éste tiene
una facultad, en cierta medida discrecional, de apreciación de las cualidades o méritos de la cosa y el juez no podrá
obligarlo a adquirirla si él ha manifestado no ser de su agrado, salvo en el caso de que su actitud sea evidentemente
injusta o abusiva. En la venta de cosa de calidad determinada, el criterio de apreciación del mérito de ella es
estrictamente objetivo. b) En la venta a satisfacción del comprador, a éste, si no le satisface la cosa, le basta con
rechazarla; y si el vendedor pretende que su conducta ha sido abusiva, será a él a quien le corresponda tomar la
iniciativa para demostrarlo; en cambio, cuando se ha prometido calidad determinada, y el comprador entendiera que la
cosa que se le ha entregado no la tiene, es él quien debe accionar. c) En la venta a satisfacción del comprador, si la
cosa no lo satisface, el contrato queda sin efecto, sin lugar a indemnización entre las partes y sin que el comprador
pueda exigir la entrega de otra que le satisfaga; muy distintas son las consecuencias de la venta de cosa determinada,
según hemos de verlo en seguida.
Es que mientras que la venta a satisfacción del comprador es un acto sujeto a una condición suspensiva (art. 1160),
la venta de cosa de calidad determinada es perfecta desde el momento de la celebración.
490. Efectos
Las ventas realizadas con esta cláusula producen ab initio los efectos normales de la compraventa: obligación del
vendedor de entregar la cosa convenida, obligación del comprador de pagar el precio. La discusión sobre si la cosa
tiene o no las calidades prometidas, debe resolverse de acuerdo a dictamen de expertos, que se expedirán teniendo en
consideración los usos del comercio.
Si la cosa no tuviese las calidades convenidas, el comprador tiene a su disposición varias acciones: a) puede pedir la
resolución del contrato por incumplimiento de sus condiciones y, desde luego, los daños consiguientes; b) puede exigir
del vendedor la entrega de otras mercaderías que reúnan las calidades prometidas; c) finalmente, puede aceptar las
mercaderías ofrecidas con reducción de precio, más la indemnización de los daños sufridos.
492. Concepto
El Código Civil de Vélez definía las ventas por junto y por peso, cuenta o medida, y las diferenciaba. Establecía que
la venta es por junto cuando las cosas son vendidas en masa, formando un solo todo y por un solo precio (art. 1339).
En cambio, disponía que la venta es a peso, cuenta o medida, cuando las cosas no se venden en masa o por un solo
precio; o aunque el precio sea uno, no hubiese unidad en el objeto; o cuando no hay unidad en el precio, aunque las
cosas sean indicadas en masa (art. 1340). La venta es a peso en el caso de venta de cereales, cuyo precio se fija por
tonelada, es a cuenta en el caso de cosas envasadas, cuyo precio se fija por unidad, y es a medida en el caso de
géneros, cuyo precio se fija por metros.
El Código Civil y Comercial establece que cuando se celebra un contrato de venta por junto, el comprador no está
obligado a recibir una parte de la cosas muebles adquiridas, excepto que así se haya convenido (art. 1159). Por lo
tanto, la regla es que el comprador no puede ser obligado a recibir una porción de las cosas prometidas, ni siquiera en
el caso de que el vendedor prometa entregarle más tarde el resto. El único caso en el que está obligado a recibir parte
de la cosa es si así se lo convino.
Además, el mismo artículo 1159 dispone que si se recibe parte de la cosa, la venta y la transmisión de dominio
quedan firmes respecto de esa parte. Y entendemos que tal firmeza sobre la parte recibida existe, incluso en el caso de
que el vendedor no entregue el faltante, lo que expresamente estaba previsto en el artículo 468 del derogado Código
de Comercio.
El artículo 1144 dispone que si el precio se fija con relación al peso, número o medida, es debido el precio
proporcional al número, peso o medida real de las cosas vendidas; en otras palabras, el precio del contrato resultará de
multiplicar el precio de la unidad de peso, de la unidad de medida o de la cosa individualmente considerada por la
cantidad final de cosas que se venden. Además, en el supuesto de que el precio se fije en relación al peso, la misma
norma aclara que en caso de duda habrá que tomarse el peso neto.
497. El problema
Una de las modalidades del negocio inmobiliario es la venta de lotes en mensualidades. En sus inicios, en estos
contratos era usual estipular que el precio se pagara en 60, 80, 100 o 120 mensualidades, con derecho para el
comprador de exigir la escrituración luego de abonadas un número determinado de cuotas. El problema que solía
plantearse era el del comprador que se atrasaba en el pago de las mensualidades; en estos casos, el contrato preveía
que quedara resuelto, sin necesidad de constitución en mora, recuperando el vendedor el inmueble con las mejoras
introducidas y conservando en su poder las cuotas ya pagadas a título de indemnización de daños y de compensación
por el uso de la cosa.
Estos planes de venta han tenido notorias ventajas, pues han facilitado el acceso a la propiedad privada a
numerosas personas de modestos recursos, que no hubieran podido desembolsar al contado el precio del terreno; han
sido, pues, un factor valioso de progreso. Pero al propio tiempo se prestaron a abusos, cuando no a verdaderas
defraudaciones, extinguiendo contratos cuando el comprador ya había pagado parte sustancial del precio o había
introducido mejoras importantes.
Con el fin de conjurar estos peligros se dictó la ley 14.005, luego reformada por la ley 23.266, que estudiaremos a
continuación.
501. Remisión
Nos hemos referido a los contratos en comisión, que el Código Civil y Comercial llama contrato para persona a
designar más arriba (número 211) y allí nos remitimos.
504. Prohibiciones
La ley expresamente prohíbe la realización de propuestas al consumidor, por cualquier tipo de medio, sobre una
cosa que no haya sido requerida previamente y que genere un cargo automático en cualquier sistema de débito, que
obligue al consumidor a manifestarse por la negativa para que dicho cargo no se efectivice. Si con la oferta se envió
una cosa, el receptor no está obligado a conservarla ni a restituirla al remitente aunque la restitución pueda ser
realizada libre de gastos (art. 35, ley 24.240).
512. Efectos
El efecto fundamental del boleto de compraventa, es, ya se ha dicho, colocar al titular del boleto en situación de
comprador y permitirle exigir del vendedor la transferencia del dominio. Además, tiene los siguientes efectos: a)
convierte la posesión adquirida por el comprador en legítima (art. 1916); b) permite al comprador oponer al concurso
del vendedor la compra del inmueble cuando ha pagado el 25% del precio y pedir la escrituración, quedando obligado a
constituir hipoteca de primer grado sobre el bien, en garantía del saldo de precio (art. 1171); y c) reunidos ciertos
recaudos, el comprador de buena fe por boleto tiene prioridad sobre los terceros que hayan trabado cautelares sobre el
inmueble vendido (art. 1170).
515. La escrituración
Las obligaciones esenciales que derivan para el vendedor de un inmueble que ha firmado boleto de compraventa
son otorgar la escritura y hacer la tradición de la cosa. A esta cuestión nos hemos referido con anterioridad (números
178 y 182) y allí nos remitimos.
517. Colisión entre el adquirente por boleto y acreedor que ha trabado cautelar
Establece el artículo 1170 que el derecho del comprador de buena fe tiene prioridad sobre el de terceros que hayan
trabado cautelares sobre el inmueble vendido si: a) el comprador contrató con el titular registral, o puede subrogarse en
la posición jurídica de quien lo hizo mediante un perfecto eslabonamiento con los adquirentes sucesivos; b) el
comprador pagó como mínimo el veinticinco por ciento del precio con anterioridad a la traba de la cautelar; c) el boleto
tiene fecha cierta; y d) la adquisición tiene publicidad suficiente, sea registral, sea posesoria.
El Código Civil y Comercial se propone claramente ampliar los efectos del boleto de compraventa, permitiendo su
oponibilidad no sólo en el concurso o la quiebra, sino también ante ciertos terceros individuales que tienen derechos
sobre el bien adquirido, precisando los recaudos que se exigen para ello.
El primer requisito que el texto exige es que el adquirente sea de buena fe. La mala fe no puede ser fuente de
derechos.
Después, la norma limita la posibilidad de oponer el boleto de compraventa a los terceros que hayan trabado
medidas cautelares sobre el inmueble vendido, siguiendo un criterio que puede considerarse mayoritario, que da
preferencia al adquirente por boleto respecto del acreedor embargante. En cambio, como se verá en el número
siguiente, el Código Civil y Comercial, al referirse exclusivamente a los terceros que hayan trabado cautelares, ha dado
prioridad, a contrario sensu, al acreedor hipotecario sobre el comprador con boleto.
La nueva norma exige que, para que el boleto sea oponible, el comprador debe haber contratado con el propietario
del inmueble conforme las constancias registrales. Además, admite que el boleto sea opuesto por quien pueda
subrogarse en la posición jurídica de quien lo hizo mediante un perfecto eslabonamiento con los adquirentes sucesivos.
La norma parece estar refiriéndose a la probable existencia de sucesivas cesiones del boleto de compraventa. En este
caso, el cesionario del boleto, que acredite la existencia de una regular cadena de transmisión hasta llegar a quien ha
vendido por boleto, podrá hacer valer tales contratos y prevalecer frente al tercero.
La norma exige, también, que el comprador haya pagado el veinticinco por ciento del precio, antes de la traba de la
medida cautelar. Como se ve, se mantiene el mismo recaudo que se impone cuando se pretende oponer el boleto de
compraventa al concurso o a la quiebra.
Otro recaudo que impone el texto legal es que el boleto tenga fecha cierta, probablemente con la idea de que ella da
seguridad. A nuestro juicio, más relevante que la fecha cierta es probar la entrega de la posesión o la publicidad
registral, en su caso. Lo curioso es que la propia norma exige que la adquisición tenga publicidad suficiente, sea
registral, sea posesoria. Y esto resulta incongruente con el recaudo de la fecha cierta.
VII — PERMUTA
520. Caracteres
Son los mismos de la compraventa: a) la permuta es consensual, porque produce efectos por el solo acuerdo de
voluntades; b) es no formal; en el caso de los inmuebles, la escritura pública exigida por el artículo 1017, inciso a, es un
requisito de la transferencia del dominio pero no del contrato en sí, que puede ser válidamente celebrado en
instrumento privado (véase número 511); c) es bilateral, porque engendra obligaciones para ambas partes; d) es
oneroso, pues las contraprestaciones son recíprocas; e) es conmutativo, porque las contraprestaciones recíprocas son
por naturaleza equivalentes.
CAPÍTULO XX - SUMINISTRO
I — CONCEPTOS GENERALES
525. Caracteres
El contrato de suministro es un contrato nominado (art. 970), típico, consensual, de cambio, oneroso y bilateral (art.
966), pues se perfecciona por el solo acuerdo de partes, supone un do ut des y genera obligaciones a cargo de ambas
partes.
Es también un contrato no formal pues no requiere de un documento especial para su celebración (arts. 969, 973,
974 y 1015), no obstante podemos entender que el Código Civil y Comercial establece una suerte de paralelismo de las
formas al disponer que la formalidad exigida (sea legalmente o por decisión de las partes) para la celebración del
contrato regirá también para las modificaciones ulteriores que le sean introducidas, excepto que éstas versaren sobre
estipulaciones accesorias o secundarias o exista disposición legal en contrario (conf. art. 1016).
Es un contrato conmutativo (art. 968) pues las prestaciones son ciertas y determinadas y se corresponden
presuponiendo un equilibrio entre ellas.
Es un contrato de duración o de ejecución continuada ya que su finalidad es producir efectos por un lapso más o
menos prolongado de tiempo, que puede estar o no predeterminado en el acuerdo (art. 887, inc. b).
En el contrato de suministro periodicidad y continuidad de las prestaciones son también un elemento que podemos
calificar como característica particular del mismo, diferenciando periodicidad de continuidad, pues en la continuidad nos
encontramos con una prestación ininterrumpida (p. ej. suministro de gas), no discontinua, ni periódica, no
percibiéndose un momento particular de ejecución, careciendo esta prestación de una individualidad propia, pues lo
importante es que comporta la no interrupción del aprovisionamiento durante la vigencia del contrato. En
la periodicidad estamos ante varias prestaciones reiteradas y repetidas en el tiempo, seguidas unas de otras (aunque
puedan variar en cantidad), teniendo lugar en fechas y períodos determinados de entrega, lo que permite
caracterizarlas con individualidad propia, aunque conexas todas ellas en función del acuerdo.
Es necesario aclarar que no basta para tener configurada la existencia de un contrato de suministro, el solo hecho de
verificarse un número de operaciones concertadas entre dos partes en un período de tiempo determinado, sino que es
necesario que concurra además un elemento propio de esta modalidad que es que esa continuidad esté
complementada con determinada conducta y servicio como el aseguramiento del aprovisionamiento de las materias
requeridas por el suministrado. Cuando el contrato de suministro no es instrumentado, no puede entenderse
configurado automáticamente por el solo hecho de verificarse operaciones periódicas entre dos partes, sino cuando se
asegura concretamente ese aprovisionamiento de materias primas o elementos para la explotación del suministrado.
Es que en este contrato se garantiza la disponibilidad constante de elementos necesarios para la continuidad operativa
o la comercialización del suministrado, lo que importa la satisfacción directa, segura y económica de sus necesidades,
sin que sea necesario la búsqueda y contratación constante de esos bienes.
II — ELEMENTOS DEL CONTRATO DE SUMINISTRO
529. Plazo
Como contrato de duración que es, el Código Civil y Comercial ha fijado límites máximos a la duración del contrato y
del suministro.
Así, el artículo 1177 dispone que "El contrato de suministro puede ser convenido por un plazo máximo de veinte
años, si se trata de frutos o productos del suelo o del subsuelo, con proceso de elaboración o sin él, y de diez años en
los demás casos. El plazo máximo se computa a partir de la primera entrega ordinaria".
Si bien el Código Civil y Comercial deja a la libertad de las partes (art. 958) la determinación del plazo del contrato,
pone un límite máximo de veinte años cuando se trate del suministro de frutos o productos del suelo o subsuelo, ya
fuere que tales productos lo sean con elaboración o sin proceso alguno de manufacturado.
En cualquier otro supuesto —p. ej., productos de la pesca fluvial o marítima o componentes de equipos
electrónicos— el plazo máximo es de diez años.
Como indica la norma el plazo se computa a partir de la fecha de la primera entrega acordada y nada impide la
renovación del contrato.
531. Prueba
El Código Civil y Comercial ha fijado como principio (art. 1019) que los contratos pueden ser probados por todos los
medios aptos para llegar a una razonable convicción según las reglas de la sana crítica, y con arreglo a lo que
disponen las leyes procesales, excepto disposición legal que establezca un medio especial. Dispone además que
los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados exclusivamente por testigos, salvo que exista
principio de prueba instrumental.
En tal sentido se considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra parte, de su
causante o de parte interesada en el asunto que haga verosímil la existencia del contrato (art, 1020, párr. 2º).
La praxis judicial ha considerado que el solo hecho de verificarse un número de operaciones concertadas entre dos
partes en un período de tiempo determinado, no acredita un contrato de suministro, pues se entendió necesario que
concurra un elemento propio de esta modalidad consistente en que el suministrante asegure el aprovisionamiento de
materias primas al suministrado.
I — CONCEPTOS Y ELEMENTOS
539. Definición
Hay locación cuando una persona (locador) se obliga a entregar el uso y goce de una cosa durante un cierto tiempo
a otra (locatario) que a su vez se obliga a pagar un precio en dinero.
Cabe notar que el Código Civil de Vélez definía a la locación en un precepto general, el artículo 1493, que
comprendía la locación de cosas, de servicios y de obra. Se trataba de un método a todas luces inconveniente, pues se
trata de contratos sustancialmente diferentes.
El Código Civil y Comercial, con buen criterio, ha diferenciado estos contratos. El artículo 1187 se limita a definir el
contrato de locación de cosas (ahora llamado simplemente locación), y por separado, regula los contratos de obra y de
servicios (antes llamados de "locación de obra" y de "locación de servicios").
Asimismo, cabe destacar que el artículo 1187 incluyó la aclaración de que el uso y goce de la cosa locada es
"temporario", dejando en claro que el Código mantiene el rechazo a la locación indefinida.
541. Caracteres
El contrato de locación tiene los siguientes caracteres:
a) Es bilateral, desde que origina obligaciones recíprocas para el locador y locatario.
b) Es oneroso y conmutativo; se supone que las contraprestaciones guardan equivalencia, es decir, que el alquiler
pactado es el justo precio del uso y goce.
c) Es un contrato de tracto sucesivo, es decir, que su cumplimiento se prolonga necesariamente a través de un
tiempo más o menos dilatado.
544. Naturaleza jurídica del derecho del locatario: ¿es personal o real?
La evolución del contenido jurídico del contrato de locación que destacáramos en un pasaje anterior (número 540) ha
puesto nuevamente sobre el tapete una vieja cuestión: el derecho que tiene el locatario sobre la cosa arrendada ¿es de
carácter personal o real?
a) La teoría clásica, basada en la tradición romanista, sostiene que se trata de un derecho personal; lo demostraría el
artículo 1201, que impone al locador la obligación de mantener al locatario en el goce pacífico de la cosa, obligación
que no tiene el titular de la nuda propiedad pues el usufructuario puede defenderse directamente por medio de las
acciones que la ley pone a su disposición; esto significa que el locatario no goza de la cosa directamente sino que es el
locador quien le hace gozar de ella. Por lo demás, si el derecho del locatario fuera real, habría que admitir las
siguientes consecuencias: 1) Las acciones existentes a su favor tendrían esa naturaleza y deberían deducirse ante el
juez donde está situado el inmueble o, si fuera un mueble, ante el juez del lugar en que se encuentre la cosa o del
domicilio del demandado (art. 5º, C.P.C.C.N.); en tanto que siendo personales, las acciones deben ser deducidas en el
lugar del cumplimiento de la obligación, o en el lugar del domicilio del demandado, o en el lugar del contrato (art. 5º,
C.P.C.C.N.). 2) Si el derecho del arrendatario es real, la cosa juzgada entre el arrendador y un tercero no le perjudica;
en tanto que producirá efectos respecto de él si se trata de un derecho personal, ya que es un causahabiente del
arrendador.
b) Frente a esta concepción tradicional, TROPLONG sostuvo la idea de que el derecho del arrendatario es de carácter
real. TROPLONG se fundó sobre todo en el texto del artículo 1743, Código Napoleón, según el cual el contrato de
locación subsiste en caso de venta de la propiedad. La circunstancia de que dicho contrato cree una situación que
debe ser respetada por el adquirente, ajeno al contrato de locación, probaría que no se trata de un derecho personal
que sólo puede hacerse valer ante el locador. Todavía puede agregarse otro argumento poderoso: el locatario tiene a
su disposición las acciones posesorias contra cualquier tercero que perturbe su posesión (art. 2238 y sigs.). Si su
derecho fuera solamente personal, si el goce de la cosa sólo la tuviera él por acción del locador, es evidente que en
caso de perturbación por un tercero, él debería dirigirse al dueño para exigirle que éste lo defienda, pero la ley le
concede una acción directa fundada en su posesión.
c) Para PLANIOL y RIPERT el derecho del arrendatario es uno de esos derechos cuyo actual contenido ha dislocado
los perfiles clásicos de la división entre derechos reales y personales. Estas categorías se distinguen sobre todo por su
grado de oponibilidad. Entre los derechos reales, oponibles a todos, y los personales, sólo oponibles al deudor, hay
otros que son oponibles no sólo al deudor sino también a un grupo determinado de personas: tal es el derecho del
arrendatario.
Parece indudable que les asiste razón a estos autores cuando sostienen que estamos en presencia de una categoría
jurídica intermedia. La teoría que sigue viendo en él un derecho personal, se sustenta sobre todo en la tradición
histórica. Pero es preciso admitir que los presupuestos económicos y jurídicos de aquélla han cambiado totalmente. En
Roma el derecho del arrendatario era rigurosamente personal, porque se atendía sobre todo a la protección de los
derechos del dueño; de ahí surgían estas consecuencias que hoy nos parecen asombrosas: el propietario podía en
cualquier momento demandar el desalojo del inquilino, aunque no hubiera vencido todavía el término del contrato,
conservando aquél sólo un derecho a ser indemnizado por los daños y perjuicios sufridos; si la propiedad se vendía, el
nuevo dueño no estaba ligado por el contrato de arrendamiento, y podía desalojar al inquilino sin resarcimiento alguno,
que sólo podía demandar al locador; frente a los terceros que perturbaban el goce de la cosa, el arrendatario no tenía
medios autónomos de defensa y debía recurrir al arrendador para que éste saliera en su defensa. Poco queda de esto
en el derecho moderno, que acentúa paulatinamente su tendencia a proteger directamente al inquilino como usuario de
la cosa, lo que denota un carácter real. Hoy en día, parece claro que los derechos del locatario no son ya protegidos
por la ley sólo como derecho creditorio respecto de un deudor, sino que se tiende a proteger la vivienda; se tiene en
cuenta no sólo la relación contractual, sino también la relación directa del locatario con la cosa. Esto debe considerarse
ya como un concepto definitivo. Insistir en que el inquilino no goza por sí de la cosa, sino que lo hace sólo por
intermedio del dueño, es hacer una afirmación que nada tiene que ver con la actual realidad económica y jurídica.
§ 2.— ELEMENTOS DEL CONTRATO
A.— CONSENTIMIENTO
548. Forma
En el Código Civil de Vélez la locación era un contrato puramente consensual; quedaba concluido por el simple
consentimiento de las partes, sin necesidad del cumplimiento de formalidad alguna. En otras palabras, podía ser
acordado por instrumento público o privado y aun verbalmente.
El Código Civil y Comercial, mediante el artículo 1188 ha establecido la formalidad de que sea formulado por escrito
cuando el objeto de la locación sean inmuebles o bienes muebles registrables, ya sea en forma particular o de
universalidades que incluyen en todo o parte de dichos bienes. Las prórrogas y modificaciones de estos contratos
también tienen que ser hechos por escrito.
En cuanto a los arrendamientos rurales cabe señalar que la ley que los regula dispone que el contrato debe
celebrarse por escrito (art. 40, ley 13.246). Incluso, el contrato de arrendamiento rural podrá ser inscripto en los
registros inmobiliarios siempre que las firmas de los contratantes estén certificadas por un escribano, el juez de paz u
otro oficial público competente (art. 40, ley 13.246). Ahora bien, en el primer caso, si se hubiese omitido tal formalidad,
el contrato valdrá si se demuestra la imposibilidad de obtener la formalidad, si existe prueba instrumental o si ha tenido
principio de ejecución (art. 1020); en el segundo, el contrato será válido si se pudiere probar su existencia de acuerdo
con las disposiciones generales (art. 40, ley 13.246). De todo lo cual resulta que la forma escrita impuesta en estos
casos sólo hace a la prueba del contrato y no a su existencia.
549. Prueba
Puesto que la locación es un contrato consensual, puede probarse por cualquier medio, siguiendo las pautas de los
artículos 1019 y 1020.
2.— Capacidad
552. Condóminos
El copropietario de una cosa indivisa no puede arrendarla ni aun en la parte que le pertenece; para hacerlo, deberá
convocar a una asamblea de condóminos en los términos del artículo 1993 y determinarse en ella, por mayoría, la
posibilidad de dar el bien en locación; si hubiera empate en la decisión, deberá determinarse por la suerte (art. 1994).
563. Efectos
Se desprende del artículo 1993 que el copropietario de una cosa indivisa no puede arrendarla, ni aun en la parte que
le pertenece. Esto no significa, empero, que ese contrato esté totalmente desprovisto de efectos, pues si los tiene
cuando la cosa es ajena, tanto más ha de tenerlos cuando el locador es condómino. También aquí hay que tratar
separadamente los efectos entre las partes y con relación a los condóminos.
a) Entre las partes. Mientras los condóminos no hayan reclamado la nulidad, el contrato debe cumplirse, salvo el
derecho del locatario de buena fe de pedir la nulidad cuando se entere de la verdadera situación del dominio y de exigir
la reparación de los daños y perjuicios.
Pedida la nulidad por los condóminos, el acto es nulo incluso en la parte que corresponde al locador (arg. art. 1994,
párr. 2º); y el locatario podrá pedir daños y perjuicios, hubiera sabido o no que la cosa pertenecía al locador en
condominio, porque ese derecho surge de la obligación de garantía. Claro está que nada impediría que las partes, en
conocimiento de la situación real, acordaran que nada deberá el locador si sus condóminos reclamaran la nulidad del
contrato.
Pero si más tarde, en la división del condominio la cosa resultara adjudicada al locador, el contrato quedará
definitivamente firme.
b) Respecto de los condóminos. El acto carece de eficacia respecto de los condóminos y su acción hará caer el
contrato, no sólo en cuanto a sus partes, sino también en relación a la parte que corresponde al locador (arts. 1993 y
1994). Pero ellos podrían ratificar el contrato, sea expresa o tácitamente.
C.— EL PRECIO
El Código Civil de Vélez no establecía plazos mínimos para la locación. Sin embargo, la experiencia fue
demostrando que es bueno asegurar a los inquilinos un plazo mínimo, ya se trate de casas alquiladas para vivienda,
comercio o industria o de inmuebles rurales para la explotación agrícola o ganadera. Por ello, se fueron dictando leyes
que fueron introduciendo tales plazos mínimos. Para los arrendamientos rurales, la ley 13.264 fijó dicho plazo en tres
años; para la locación de inmuebles urbanos, la ley 23.091 diferenció dos supuestos: para las casas, departamentos o
piezas destinados al comercio o industria, tres años; para las destinadas a habitación, dos años.
El Código Civil y Comercial respetó la idea de establecer un plazo mínimo de vigencia de la locación, pero se unificó
dicho plazo tanto si el arriendo es con fines de vivienda, como si lo es con fines de comercio o industria en un tiempo
de duración único de dos años (art. 1198). Respecto del plazo mínimo de los arrendamientos rurales, se mantiene la
vigencia de la ley 13.264.
El referido artículo 1198 faculta al locatario a renunciar al plazo mínimo, siempre que esté en la tenencia de la cosa.
Además, el mismo Código reconoce al inquilino el derecho a resolver el contrato después de transcurridos los seis
primeros meses. Si se hiciera uso del derecho a resolver la locación durante el primer año de vigencia de la relación
locativa, el locatario deberá pagar al locador en concepto de indemnización el importe de un mes y medio del alquiler;
si la opción se ejercita después de un año, la indemnización será de un mes (art. 1221).
Quedan excluidas del plazo mínimo legal las situaciones enunciadas en el artículo 1199, a saber : a) las
contrataciones para sedes de embajadas, consulados y organismos internacionales, como también las destinadas a
habitación de su personal extranjero diplomático o consular; b) las locaciones de habitación con muebles que se
arrienden con fines de turismo, descanso o similares; cuando el plazo de la locación supere los tres meses, se
presumirá que no fue hecho con esos fines; c) las locaciones de espacios o lugares destinados a la guarda de cosas;
d) las locaciones de locales que exponen u ofertan cosas o servicios en un predio ferial; e) las locaciones celebradas
para el cumplimiento de una finalidad determinada, la cual debe estar expresada en el contrato y normalmente ser
cumplida en el plazo menor pactado.
Una vez vencido el plazo contractual, se extingue la locación y, conforme lo dispone el artículo 1223, debe restituirse
la cosa locada, sin que se mencione plazo adicional alguno; lo que indicaría que dicha restitución ha de ser inmediata.
Con todo, el artículo 1223, párrafo 3º, establece que promovido el pertinente juicio de desalojo y dictada su
sentencia, el plazo para ejecutarla no puede ser menor a diez días.
576. El principio
Los derechos y obligaciones que surgen del contrato de locación pasan a los herederos del locador y del locatario,
salvo pacto en contrario (art. 1189). Es una consecuencia directa del principio de que los herederos suceden en todos
sus derechos y obligaciones al causante. La solución reposa, además, en razones económicas evidentes, pues no
cabe duda de que sería extremadamente perjudicial para el locatario que su derecho dependiera de la muerte del
locador; y desde el punto de vista de éste, es bueno que ese acto de previsión que ha sido el contrato, que le ha
asegurado una renta durante un cierto tiempo, no venga a resultar fallido por la muerte del inquilino.
Sin embargo, el legislador ha entendido que estos motivos pueden ser dejados de lado por las partes, en tanto no
integran el orden público y por lo tanto, puede pactarse la extinción del contrato por la muerte de alguna cualquiera de
éstas.
La circunstancia de que los herederos del inquilino sean varios no altera la aplicación del artículo 1189; todos los
herederos continúan con las responsabilidades inherentes al contrato, debiendo dilucidarse entre ellos quién o quiénes
continuarán con el goce efectivo de la cosa.
El artículo 1189, al referirse a los herederos, comprende no sólo a los herederos legítimos y testamentarios, sino
también al llamado heredero de cuota, esto es, a quien ha sido instituido en una fracción de la herencia, sin tener
vocación a todos los bienes de ésta (art. 2488).
581. Enumeración
Pesan sobre el locador las siguientes obligaciones: a) entregar la cosa arrendada con sus accesorios (art. 1200); b)
conservarla en buen estado mientras dura la locación (art. 1201); c) mantener al locatario en el uso y goce pacífico de
la cosa (obligación de garantía, art. 1201); d) pagar al locatario las mejoras que éste hubiera introducido para hacer
posible el uso normal de la cosa (art. 1202); e) pagar las cargas que gravan la cosa (art. 1209).
Se trata de obligaciones establecidas por la ley para el caso de que las partes no hubieran convenido otra cosa.
Reina aquí el principio de la libertad contractual (art. 962), de modo tal que las partes pueden restringir o ampliar las
obligaciones que la ley pone a cargo del locador como del locatario. Hoy es usual que los contratos pongan a cargo del
inquilino el pago de las expensas comunes y, a veces, inclusive, de los impuestos y tasas que gravan el inmueble.
§ 1.— OBLIGACIÓN DE ENTREGAR LA COSA
621. Principio
Mientras el locador no haya pagado las mejoras que están a su cargo, el locatario tiene derecho a retener la cosa
arrendada. Esta atribución se refiere a cualquier clase de mejoras o reparación, sin distinción alguna. Es una medida
de coacción destinada a asegurar al locatario el pago de su crédito. Por ello mismo, el derecho de retención cesa si el
locador afianzase suficientemente su pago, a las resultas de la liquidación que oportunamente se practique en el juicio.
El derecho de retención está expresamente reconocido por el artículo 1226, el cual amplía la prerrogativa más allá
de la propia cosa, a los frutos naturales que esa cosa produzca. La norma dispone, además, que si percibe tales frutos,
deberá compensar su valor con la suma dineraria que le sea debida.
Cabe agregar que el locador no puede eximirse del pago de las mejoras haciendo abandono de la cosa porque su
obligación nace del contrato y tiene carácter personal.
§ 5.— OBLIGACIÓN DE PAGAR LAS CARGAS Y CONTRIBUCIONES
623. El principio
Al término del contrato el locador está obligado a devolver el depósito de garantía que suele exigirse al momento de
la celebración, si la cosa locada se restituyera sin otros desperfectos que los provenientes de un uso normal.
En cuanto al monto a devolver, entendemos que se trata de una obligación de valor, y por ello, dicho monto será
actualizable en los mismos términos que se hubieren pactado para la actualización de los cánones locativos; o en su
defecto por la tasa activa que apliquen los tribunales con jurisdicción en el contrato. De manera corroborante, cabe
aplicar analógicamente el artículo 2225 referido a la prenda, el cual dispone que si la cosa devenga intereses, quien la
tiene debe imputarlos al pago de la deuda.
624. Enumeración
Las obligaciones esenciales del locatario son: a) usar y gozar de la cosa conforme a lo pactado, o, en defecto de
pacto, de acuerdo con la naturaleza y destino de la cosa; b) conservarla en buen estado; c) pagar el alquiler o
arrendamiento; d) restituir la cosa al término de la locación. Tiene, además, otras obligaciones ocasionales, tales como
la de permitir la entrada del locador al inmueble en las circunstancias a que hemos aludido anteriormente (número 599)
y la de avisar al locador de toda usurpación o turbación por un tercero de la cosa locada (véanse números 608 y sigs.).
625. Concepto
Usar y gozar de la cosa es el derecho esencial del locatario, el objeto que ha tenido en mira al contratar; pero no se
trata de un derecho absoluto, sino que debe ejercerse dentro de límites razonables, poniendo la debida diligencia para
no dañar la cosa ni perjudicar al locador. En otras palabras, debe usar de la cosa cuidadosamente (Cód. suizo de las
obligaciones, art. 257 f; peruano, art. 1681, incs. 1º y 7º; paraguayo, art. 825, incs. a y c; portugués, art. 1038, inc. d);
como si fuese propia (Cód. Civil brasileño, art. 569, inc. I); poniendo la diligencia de un buen padre de familia (Cód. Civ.
francés, art. 1728, inc. 1; italiano, art. 1587, inc. 1; uruguayo, art. 1811, inc. 2; ecuatoriano, art. 1880; chileno, art. 1939;
español, art. 1555, inc. 2º; venezolano, art. 1592, inc. 1º). Son estos principios universalmente aceptados, que nuestro
Código no ha recogido en una fórmula general, sin duda por considerarlo innecesario, pero que surgen de algunas de
sus disposiciones (arts. 1205 a 1207).
Es posible que los límites del derecho del locatario hayan sido estipulados en el contrato, o que, por el contrario,
nada se diga en éste. Estudiaremos a continuación ambas hipótesis.
629. La regla
Dispone el tercer párrafo del artículo 1194 que a los efectos de este capítulo referido a la locación, si el destino es
mixto se aplican las normas correspondientes al habitacional.
Sea que las partes hayan pactado un destino mixto (en parte habitacional, en parte comercial o industrial), sea que
no se haya pactado destino alguno pero que se le ha asignado ese doble destino, y teniendo en cuenta la tradicional
protección dada a la locación con destino para vivienda, el legislador ha decidido que si existen diversidad de normas,
habrá que aplicar las referidas a la locación habitacional. No está de más tener presente la protección que los artículos
1196 y 1222 dan al locatario cuando se trata, justamente, de una locación habitacional.
637. Sanciones
El locador podrá: a) impedir su realización, mediante el interdicto de obra nueva; b) demandar la inmediata
demolición de las obras ya realizadas; c) resolver el contrato, sea porque no se ha conservado debidamente la cosa,
sea porque se ha cambiado su destino (art. 1219, incs. a y b).
Finalmente, el locador tendrá siempre la acción de resarcimiento de los daños sufridos.
639. Sanciones
Por lo común, el locador no tiene interés en que las reparaciones locativas se lleven a cabo, sino al término del
contrato; pero podrá exigir su realización aun durante su vigencia, si la omisión de ellas causare o pudiera causar un
daño mayor a la cosa.
Concluido el contrato sin hacerse las reparaciones, el locador podrá realizarlas por cuenta del locatario, o descontar
el valor de ellas de las sumas dadas en depósito.
640. Sanciones
Es posible que en el contrato o, posteriormente, el locatario se haya comprometido a la realización de ciertas obras o
mejoras. Para lograr el cumplimiento de esta promesa, el locador tiene a su disposición los siguientes recursos:
a) Si el locatario ha asumido tal compromiso sin recibir suma alguna del locador ni haberse estipulado en el contrato
una reducción de los alquileres como compensación, el locador podrá exigir judicialmente que se hagan en el plazo que
la sentencia determine, bajo apercibimiento de resolver el contrato (art. 887, inc. b). Si el contrato estipulare plazo para
la realización de las obras, la demanda por cumplimiento podrá intentarse recién cuando ese plazo se haya vencido o
cuando sea cierto que no podrán hacerse dentro del término previsto (art. 887, inc. a).
Resuelto el contrato, el locador puede reclamar además la reparación de los daños.
b) Si el locatario hubiere recibido alguna cantidad o se hubiere beneficiado con una rebaja de los alquileres como
compensación por la realización de las obras, el locador podrá exigir se lleven a cabo bajo apercibimiento de resolverse
el contrato, en cuyo caso podrá reclamar, además, la devolución de la suma entregada (o en su caso, el pago de la
diferencia de alquileres), con sus intereses.
642. Concepto
El pago del alquiler o arrendamiento es la obligación esencial del locatario, como que es el objeto que el locador ha
tenido en mira al contratar. Todo lo referente a si la fijación del alquiler es un elemento esencial del contrato, si puede
convenirse un alquiler en otros valores que no sean dinero, la forma de pago, etcétera, ha sido tratado en los números
564 y siguientes.
Sólo cabe hacer una aclaración respecto de la locación habitacional. Es práctica común en las locaciones con fines
comerciales el cobro por parte del locador del llamado "valor llave". El valor llave es una noción tomada del artículo
1º de la ley 11.867, que constituye una compensación al locador por el beneficio que él otorga al locatario al permitirle
trabajar aprovechando clientela, productos, etcétera, asociados al inmueble locado. Nada de esto existe en la locación
habitacional, y por ello está prohibido en este caso el pago de valor llave o equivalentes (art. 1196, inc. c).
645. Prueba del pago entre las partes y con relación a terceros
El Código no contiene reglas especiales en materia de prueba de pago entre las partes; se aplican pues los
principios generales establecidos en los artículos 894 y siguientes. El medio normal de prueba es el recibo (art. 896); el
recibo correspondiente a un período hace presumir el pago de todos los anteriores, salvo prueba en contrario (art. 899,
inc. b).
Con relación a los terceros, disponía el artículo 1574 del Código Civil de Vélez que aunque en el contrato esté
expresado el tiempo en que el locatario deba hacer los pagos, o cuando la costumbre lo determinase por la clase de la
cosa arrendada, él puede oponer a terceros que estén obligados a respetar la locación, los recibos de alquiler o rentas
que tenga pagados adelantados, salvo el derecho del perjudicado, si tal pago no fue de buena fe. Los terceros que
están obligados a respetar los recibos son los compradores de la cosa, los acreedores del locador, sean privilegiados o
simplemente quirografarios, y los cesionarios de los alquileres.
Ante la ausencia de normas en el Código Civil y Comercial sobre esta cuestión, entendemos que cabe mantener el
criterio de la norma derogada. En definitiva, si el locatario ha acreditado el pago del precio de la locación, y ese pago
fue hecho de buena fe, la prueba del pago es oponible a los compradores de la cosa, a los acreedores del locador y a
los cesionarios.
Sin embargo, deberá tenerse presente que los terceros, que son acreedores del locador, podrán solicitar la
declaración de inoponibilidad de los actos celebrados por su deudor (en el caso, la recepción del pago hecho por el
locatario) en fraude de sus derechos (art. 338).
656. Término del contrato de locación y fianza: hasta qué momento continúa obligado el fiador
Con gran frecuencia, luego de vencido el término del contrato originario, las partes lo continúan por acuerdo expreso
o tácito. Si el contrato establece simplemente la fianza, sin más agregado, no hay duda de que las obligaciones del
fiador concluyen al término del contrato originario, por más que luego las partes lo prorroguen. Pero lo habitual es que
el fiador se obligue como principal pagador "hasta la desocupación de la casa" o "hasta la entrega de las llaves".
Suponiendo que las partes prorroguen la vigencia de la locación, ¿continúa obligado el fiador hasta la desocupación
efectiva de la casa o, por el contrario, sus obligaciones acaban al concluir el término del contrato originario? Es ésta
una cuestión que ha dado lugar a un largo debate en nuestra doctrina y motivado decisiones contradictorias de los
tribunales, que fue superado con la sanción de la ley 25.628 que incorporó el artículo 1582 bis al Código Civil de Vélez.
El artículo 1225 ha recogido la citada norma, y dispone que las obligaciones del fiador cesan automáticamente al
vencimiento del plazo de la locación, excepto la que derive de la no restitución en tiempo del inmueble locado. Se exige
el consentimiento expreso del fiador para obligarse en la renovación o prórroga expresa o tácita, una vez vencido el
plazo del contrato de locación. Es nula toda disposición anticipada que extienda la fianza, sea simple, solidaria como
codeudor o principal pagador, del contrato de locación original.
Como se ve, la norma sanciona con la nulidad a toda estipulación por la cual se pretendiere prorrogar la obligación
del fiador más allá del vencimiento del contrato, así como también a las extensiones anticipadas; solamente el
consentimiento del fiador posterior al vencimiento del contrato, lo obliga por las deudas devengadas a partir de ese
momento.
§ 1.— GENERALIDADES
V — CONCLUSIÓN DE LA LOCACIÓN
§ 1.— CAUSALES
676. Causales
El artículo 1217 enumera en dos incisos los modos especiales que extinguen la locación, en tanto las enunciaciones
contenidas en los artículos 1219 y 1220 obedecen a resoluciones por culpa de alguna de las partes. Esta enumeración
no es taxativa; hay también otros motivos no enumerados en las normas citadas pero que surgen de otras. Veamos las
diferentes causales.
a) Término pactado.— Una vez que ha vencido el plazo de locación convenido, el contrato concluye (art. 1217, inc.
a), siempre y cuando el plazo pactado no sea inferior a los mínimos que disponga la ley en los casos en que así lo
hace.
Si se trata de inmuebles, cualquiera sea su destino, excepto que se trate de arrendamientos rurales y aparcerías, el
plazo contractual no puede ser inferior a dos años (art. 1198).
En los arrendamientos rurales y en las aparcerías, el plazo contractual mínimo es de tres años (arts. 4º y 22, ley
13.246).
En ambos casos, si el plazo pactado fuera inferior a los mencionados, el locatario tiene derecho a permanecer en el
inmueble hasta que concluya el plazo legal.
No hay plazos mínimos en la locación de cosas muebles, ni en las hipótesis que enumera el artículo 1199. Aquí el
contrato vencerá en el momento en que las partes lo han establecido.
Si el locatario continuara ocupando el bien a pesar de que hubiera vencido el plazo mínimo legal o el convenido por
las partes, según el caso, se juzgará que no existe tácita reconducción sino mera continuación de la locación, en los
mismos términos contratados (art. 1218), con la consecuencia de que el locador podrá exigir la devolución de la cosa, y
el locatario la recepción de ella, cuando quieran, mediante comunicación fehaciente. Esta comunicación es el
requerimiento a que alude el artículo 1217, inc. a), como modo de extinción del contrato.
Para desterrar cualquier duda, expresamente el citado artículo 1218 dispone que la recepción de pagos durante la
continuación de la locación, no altera lo que ella misma dispone. Con otras palabras, el hecho de que el locador siga
cobrando el precio de la locación una vez vencido el contrato, no importa la celebración de un nuevo contrato ni la
renovación del anterior; siempre es el mismo contrato, que faculta a las partes a darlo por terminado cuando quieran.
b) Plazo indeterminado.— Si el contrato es por tiempo indeterminado cualquiera de las partes puede ponerle término
cuando lo desee, siempre claro está, que si se trata de locaciones de inmuebles hubiera transcurrido el plazo mínimo
señalado en el artículo 1198 y si fueran inmuebles destinados a arrendamientos agropecuarios y a aparcerías, los
plazos indicados en el artículo 4 de la ley 13.246.
c) Pérdida de la cosa arrendada.— La pérdida de la cosa arrendada pone fin al contrato, se haya producido ella por
caso fortuito o por culpa de alguna de las partes. Si media culpa, el culpable deberá indemnizar a la otra parte los
daños, pero de cualquier modo el contrato concluye, pues carecería ya de objeto. Cabe destacar que si se trata de un
arrendamiento rural, la erosión o agotamiento del suelo permite resolver el contrato (art. 8, ley 13.246).
Cuando la destrucción es parcial, el contrato no termina ipso iure pero el locatario tiene derecho a darlo por
concluido, si no prefiere optar por una disminución proporcional del alquiler (art. 1203).
d) Imposibilidad de usar la cosa conforme a su destino.— Si el locatario se ve impedido de usar la cosa conforme a
su destino tendrá derecho a pedir la resolución del contrato (arts. 1203). Si la imposibilidad fuese sólo temporaria, el
inquilino podrá optar entre pedir la resolución o la cesación del pago del arrendamiento durante el tiempo que no puede
usar la cosa.
e) Vicios redhibitorios y evicción.— Los vicios ocultos de la cosa, tanto los que existían al momento de la celebración
del contrato como los que sobrevinieren, autorizan al locatario a resolver el contrato (arts. 1220, inc. b); si el defecto
fuera subsanable, sólo tendrá derecho a reclamar su reparación en los términos del artículo 1057; pero si el locador no
ofrece subsanarlo, renace el derecho del locatario a resolver.
Debe recordarse que no son vicios redhibitorios los que eran aparentes al momento de la celebración del contrato,
los que a pesar de estar ocultos conocía el locatario y, finalmente, los que a pesar de ser ocultos y que eran ignorados
por el locatario, éste debía conocer en razón de su oficio o profesión.
En cuanto a la evicción, también prevista en el artículo 1220, inciso b, el locatario está facultado a resolver el
contrato de locación cuando, a raíz de que el locador fue vencido en juicio iniciado por el tercero o no defendió al
locatario, ha sido privado del uso y goce de la cosa locada, total o parcialmente.
f) Caso fortuito.— También concluye la locación por casos fortuitos que hubieren imposibilitado principiar o continuar
los efectos del contrato (art. 1203).
g) Incumplimiento de las partes.— Termina el contrato, a pedido de parte interesada, si la otra ha incurrido en algún
incumplimiento que traiga aparejada esa sanción, de acuerdo con las normas especiales contenidas en los artículos
1219 (culpa del locatario) y 1220 (culpa del locador). El locador puede pedir la resolución del contrato: 1) Si el locatario
le da un destino distinto del convenido o del que surge de la naturaleza de la cosa o incurre en uso irregular (art. 1219,
inc. a). 2) Si la cosa se deteriora, a menos que el deterioro se deba a culpa del locador o de sus dependientes (art.
1219, inc. b). 3) Si el locatario abandona la cosa arrendada y no deja nadie a cargo (art. 1219, inc. b). 4) Si el locatario
hace obras nocivas. 5) Si el locatario no hace las mejoras prometidas, y conminado para que las haga en un plazo
designado, con apercibimiento de resolver el contrato, no cumple con dicho plazo. 6) Si el locatario no lleva a cabo las
reparaciones locativas y demandado por tal motivo, no cumple la sentencia que lo obliga a realizarlas. 7) Si el locatario
deja de pagar dos períodos consecutivos de alquiler (art. 1219, inc. c). 8) Si el locatario subarrienda o cede la locación
contra la prohibición del contrato o sin ajustarse a las normas de los artículos 1213 y 1214. 9) Si el locatario incurre en
uso abusivo o deshonesto de la cosa. El locatario puede pedir la resolución del contrato: 1) Si el locador incumpliere la
obligación de conservar la cosa con aptitud para el uso y goce convenidos (art. 1220, inc. a). b) Si el locador hiciere
reparaciones en la cosa que interrumpieren el uso estipulado o fueren muy incómodas y se negare a la suspensión o
rebaja del alquiler (art. 1201, párr. 2º). 3) Si el propietario vecino hiciere, conforme a su derecho, trabajos en las
paredes vecinas inutilizando por algún tiempo parte de la cosa arrendada y el locador se negare a una rebaja del
alquiler. 4) Si el locador quisiere hacer en la cosa obras que no son reparaciones. 5) Si el locador incumple las
garantías de evicción o de vicios redhibitorios (art. 1220, inc. b).
h) Acuerdo de las partes.— Es obvio que las partes tienen derecho a poner fin en cualquier momento al contrato por
mutuo disenso. Es una simple consecuencia del principio de la autonomía de la voluntad.
i) Confusión.— Se extingue asimismo la locación cuando se confunden en la misma persona las calidades de locador
y locatario, como ocurre cuando el locatario adquiere la cosa por título oneroso o gratuito o cuando sucede
universalmente al locador o viceversa.
j) Condición resolutoria.— La locación concluye cuando se cumple la condición resolutoria pactada por las partes.
Puede ocurrir, en efecto, que la vigencia del contrato se haya supeditado a un acontecimiento futuro o incierto, como,
por ejemplo, la duración del viaje a Europa del locador o la duración del destino que tiene en el país el locatario
diplomático extranjero.
k) Término del usufructo.— La locación celebrada por el usufructuario de la cosa concluye a la terminación del
usufructo, pues el usufructuario debe entregar los bienes objeto del usufructo a quien tenga derecho a la restitución al
extinguirse el usufructo (art. 2150).
l) Quiebra del locatario.— La quiebra del locador no influye para nada en el contrato de locación (art. 157, inc. 1º, ley
24.522), debiendo el locatario continuar abonando los alquileres al síndico. En cambio, si el afectado es el locatario hay
que distinguir diferentes situaciones.
Si el locatario usa el bien exclusivamente para vivienda propia y de su familia, el contrato de locación es ajeno al
concurso (art. 157, inc. 3º, ley 24.522).
Si lo utiliza exclusivamente como explotación comercial, el locador podrá pedir la resolución contractual dentro de los
veinte días de la última publicación de edictos; sin embargo, el síndico podrá solicitar que el contrato continúe
cumpliéndose y será el juez el que decida la cuestión. Pasados sesenta días desde la publicación de edictos sin
haberse dictado pronunciamiento, el locador puede requerirlo, en cuyo caso el contrato quedará resuelto si no se le
comunica fehacientemente su continuación en el plazo de diez días (arts. 157, inc. 3º, y 144, ley 24.522).
Por último, si el locatario usa el bien para vivienda y explotación mercantil al mismo tiempo, el juez deberá decidir
atendiendo las circunstancias del contrato, el destino principal del inmueble y de la locación y la divisibilidad del bien sin
necesidad de reformas que no sean de detalle. En caso de duda, o de imposibilidad de división, debe aplicarse lo
dispuesto para el caso de inmueble destinado exclusivamente para explotación comercial (art. 157, inc. 4º, ley 24.522).
m) Resolución anticipada.— En todas las locaciones de inmuebles (a excepción de los arrendamientos rurales y de
las aparcerías), el locatario tiene derecho a resolver anticipadamente el contrato, en los términos del artículo 1221. Nos
hemos referido a esta cuestión con anterioridad (véase número 574).
678. Enumeración
La conclusión de la locación tiene las siguientes consecuencias: a) obliga al locatario a restituir la cosa: b) obliga al
locador a pagar las mejoras que están a su cargo; las restantes pueden ser retiradas por el locatario siempre que no se
dañe la cosa: c) cesa el curso de los alquileres; d) se resuelven los subarriendos; e) eventualmente, si la locación se ha
resuelto por culpa del locador, nace un derecho del locatario a ser reparado de los daños sufridos y viceversa.
B.— MEJORAS
695. Plazos
La ley establece los siguientes plazos mínimos y máximos:
a) Plazos mínimos.— Los contratos de arrendamiento tendrán un plazo mínimo de tres años (art. 4º, ley 13.246, ref.
por ley 22.298).
b) Plazos máximos.— La ley no contiene disposiciones generales sobre plazos máximos. Habrá que recurrir,
entonces, a las reglas del Código Civil y Comercial, que fijan plazos máximos de veinte años cuando la cosa alquilada
tenga un destino habitacional y de cincuenta años para las cosas que tengan otro destino (art. 1197). Por lo tanto,
teniendo en cuenta que el arrendamiento rural no persigue un fin habitacional sino productivo, el plazo máximo es este
último de cincuenta años.
La ley 13.246 (ref. por la ley 22.298) prevé una hipótesis especial que debe considerarse tácitamente derogada. En
efecto, el artículo 45 dispone que en los contratos en los cuales el arrendatario o aparcero se obliga a realizar obras de
mejoramiento del predio, tales como plantaciones, desmonte, irrigación, avenamiento (es decir, obras de desagüe de
tierras anegadizas), que retarden la productividad de su explotación por un lapso superior a dos años, podrán
celebrarse por un plazo máximo de veinte años. Es una disposición lógica en el marco anterior al Código Civil y
Comercial, pues allí regía el plazo máximo de diez años que fijaba el artículo 1505 del Código Civil de Vélez. Pero
ahora ha perdido sentido desde que, como hemos dicho, se puede pactar la locación hasta un plazo de cincuenta años.
701. Enumeración
Además de las obligaciones establecidas en el Código Civil y Comercial para todo locador, el arrendador tiene las
siguientes, derivadas específicamente del arrendamiento rural:
a) Lucha contra plagas y malezas.— Está obligado a contribuir con el 50% de los gastos que demande la lucha
contra las malezas y plagas, si el predio las tuviere al contratar (art. 18, inc. d). Si en cambio, el predio estaba libre de
ellas cuando el arrendatario entró en posesión del bien, los gastos están a cargo exclusivo del arrendatario (art. 18, inc.
b).
b) Obligación de construir escuelas.— El artículo 18, inciso e), ley 13.246, contiene una disposición desde todo punto
de vista plausible. Establece que cuando el número de arrendatarios exceda de veinticinco y no existan escuelas a
menor distancia de 10 kilómetros del centro del inmueble, el arrendador debe proporcionar a la autoridad escolar el
local para el funcionamiento de una escuela que cuente como mínimo con un aula para cada treinta alumnos, vivienda
adecuada para el maestro e instalación para el suministro de agua potable.
Puesto que el propietario está obligado a "proporcionar" el local, debe entenderse que debe hacerlo gratuitamente y
que no tiene derecho a cobrar alquileres al Estado.
C.— OBLIGACIONES DEL ARRENDATARIO
702. Enumeración
Además de las obligaciones propias de todo locatario, el arrendatario de un predio rural tiene las siguientes:
a) Destino estipulado en el contrato.— El arrendatario está obligado a dedicar el suelo a la explotación establecida
en el contrato (art. 18, inc. a, ley 13.246). Pero si en el contrato se hubiera estipulado una explotación irracional, que
perjudique, degrade o agote la tierra, el arrendatario puede y debe dedicarla a una explotación conforme con la
naturaleza del suelo.
En caso de incumplimiento de esta obligación, el arrendador tiene derecho al debido cumplimiento o a la rescisión
del contrato, más los daños y perjuicios (art. 19, ley 13.246, ref. por ley 22.298).
b) Plagas y malezas.— El arrendatario está obligado a mantener el predio libre de plagas y malezas si lo ocupó en
esas condiciones y a contribuir con el 50% de los gastos que demande la lucha contra ellas, si éstas existieran al
tiempo de ser arrendado el campo (art. 18, inc. b). El otro 50% debe ser soportado por el propietario (art. 18, inc. d).
En caso de incumplimiento de esta obligación, el propietario tiene derecho a exigir su ejecución o bien la resolución
del contrato (art. 19, ley 13.246, ref. por ley 22.298), pudiendo reclamar los daños y perjuicios ocasionados.
c) Conservación de las mejoras.— El arrendatario debe conservar los edificios y demás mejoras del predio
(alambrados, molinos, aguadas, etc.), los que deberá entregar al retirarse en las mismas condiciones en que los
recibiera, salvo los deterioros ocasionados por el uso y la acción del tiempo (art. 18, inc. c).
d) Notificación al arrendador.— Cuando el arrendamiento es a porcentaje tiene obligación de hacer saber al
arrendador, con la anticipación suficiente, la fecha en que comenzará la percepción de los frutos o productos. La ley no
lo establece expresamente para el caso de arrendamiento, pero es aplicable por analogía lo dispuesto para la
aparcería por el artículo 23, inciso d). Es también una costumbre invariable, desde que se trata de la única forma en
que el arrendador pueda verificar la cantidad de frutos o productos obtenidos.
§ 2.— APARCERÍAS
A.— EFECTOS
704. Concepto
Según el artículo 21, ley 13.246, habrá aparcería cuando una de las partes se obliga a entregar a la otra animales o
un predio rural con o sin plantaciones, sembrados, animales, enseres o elementos de trabajo, para la explotación
agropecuaria en cualesquiera de sus especializaciones, con el objeto de repartirse los frutos. En esta definición se
comprenden los dos tipos de aparcería: pecuaria y agrícola. En la primera, el dador entrega animales de su propiedad
al cuidado del aparcero, quien puede trabajar en campo cedido por el dador (que es lo más frecuente) o en el suyo
propio. Como es natural, esa circunstancia influye sustancialmente en la proporción en que las partes se reparten los
productos. En la aparcería agrícola el dador se obliga siempre a entregar la tierra y, además, contribuye con elementos
y enseres de trabajo. La aparcería típica y más frecuente en nuestro campo es la mediería: el dador pone la tierra,
todos los elementos de trabajo (arados, tractores, caballos, rastras, etc.), la mitad de la semilla y contribuye con la
mitad de los gastos de recolección. A su vez, el mediero pone el trabajo, sea suyo o de los peones que requiera la
chacra, la mitad de la semilla y de los gastos de recolección. Los beneficios se reparten por partes iguales.
A diferencia del arrendamiento, la aparcería es un verdadero contrato de sociedad, en el que las partes participan no
sólo de las ganancias sino también de las pérdidas (art. 24, ley 13.246); la explotación de la chacra se hace de común
acuerdo (elección de cultivo, distribución de los sembrados dentro del predio, etc.), careciendo el aparcero de la libre
determinación que tiene el arrendatario.
No entran en el concepto de aparcería los contratos en los que el trabajador está en relación de dependencia laboral
con el patrón, no obstante percibir un cierto porcentaje de los frutos a modo de incentivo.
711. Prescripción
Toda acción emergente del contrato de aparcería prescribe a los cinco años (art. 28); es el mismo plazo genérico
que impone el artículo 2560 del Código Civil y Comercial.
719. Plazo
Si en el contrato el dador entrega además de animales un predio, regirán los plazos del artículo 4; pero si sólo se
entregan animales, el plazo puede ser libremente convenido por las partes y a falta de estipulación, se aplicarán los
usos y costumbres locales (art. 37). Cuando no hay plazo estipulado, el uso es atribuir a la aparcería una duración de
un año, al cabo del cual las partes pueden renovarla o no. Es lógico que así sea porque ése es el ciclo natural de la
crianza.
722. Objeto
Si bien el tradicional leasing se refiere a cosas muebles, nuestra legislación ha incorporado como objeto del contrato
a los inmuebles, marcas, patentes o modelos industriales y software (art. 1228). Puede abarcar, además, los servicios y
accesorios necesarios para el diseño, la instalación, la puesta en marcha y la puesta a disposición de los bienes dados
(art. 1233).
El bien, objeto del contrato, puede ser de propiedad del dador desde antes de la vinculación contractual con el
tomador (art. 1231, inc. d), pero no necesariamente. En efecto:
a) Puede el dador comprarlo a la persona indicada por el tomador (art. 1231, inc. a).
b) Puede el dador comprarlo según especificaciones del tomador o según catálogos, folletos o descripciones
identificadas por éste (art. 1231, inc. b).
c) Puede el dador comprarlo sustituyendo al tomador en una compraventa celebrada por éste (art. 1231, inc. c).
d) Puede el dador comprarlo al propio tomador (art. 1231, inc. e).
e) Puede estar a disposición del dador por título que le permita constituir leasing sobre él (art. 1231, inc. f).
I — CONTRATO DE OBRA
730. Caracteres
El contrato de obra presenta los siguientes caracteres:
a) Es bilateral, pues origina obligaciones a cargo de ambas partes; y por lo tanto, oneroso. Sin embargo, es
necesario aclarar que el artículo 1251 prevé la posibilidad de que el contrato sea gratuito, cuando las partes así o
pacten, o cuando por las circunstancias del caso pueda presumirse la intención de beneficiar.
b) Es de tracto sucesivo, porque sus efectos se prolongan en el tiempo.
c) Finalmente, es conmutativo, pues se supone que las contraprestaciones recíprocas son aproximadamente
equivalentes.
735. Forma
La ley no prescribe forma alguna para el contrato de obra, que queda concluido por el simple consentimiento, sea
verbal o escrito. Sólo por excepción, algunos contratos de obra deben llenar exigencias formales: a) El contrato de
obras públicas nacionales debe celebrarse por escrito (art. 21, ley 13.064), aunque no es necesaria la escritura pública.
Forman parte del contrato, según la misma disposición legal, las bases de la licitación, el pliego de condiciones, las
especificaciones técnicas y demás documentos de la licitación. b) El contrato de construcción de un buque de más de
diez toneladas debe hacerse por escrito e inscripto en la sección especial del Registro Nacional de Buques, para que el
comitente pueda hacer valer su derecho de dominio respecto de terceros (arts. 148 y 149, ley 20.094). c) El contrato de
obra subsumida en la ley de defensa del consumidor, deberá instrumentarse por escrito y conforme a presupuesto
previo (arts. 2º y 4ªley 24.240).
736. Prueba
A falta de disposiciones especiales sobre el punto, rigen las reglas generales respecto de la prueba de los contratos
(art. 1019). El contrato de obra puede probarse por cualquier medio con excepción de testigos en tanto es de
costumbre que el mismo se instrumente por escrito; pero los testigos serán útiles, si hay principio de prueba
instrumental, o principio de ejecución, como ocurre si una de las partes hubiese recibido alguna prestación y se negase
a cumplir el contrato.
Es preciso no confundir el contrato en sí mismo, con los hechos vinculados con su cumplimiento y ejecución; éstos
pueden probarse incluso por testigos.
Un problema de prueba muy frecuente se presenta respecto de los llamados adicionales ordenados verbalmente por
el comitente, que no figuran en el contrato originario. La jurisprudencia ha resuelto que en estos casos basta con el
acuerdo tácito y que ese acuerdo se presume cuando el comitente recibe la obra sin reservas.
740. Enumeración
Conforme el artículo 1256, las obligaciones del contratista y del prestador de servicios son las mismas y consisten
en: a) ejecutar el contrato conforme a las previsiones contractuales y a los conocimientos razonablemente requeridos al
tiempo de su realización por el arte, la ciencia y la técnica correspondientes a la actividad desarrollada; b) informar al
comitente sobre los aspectos esenciales del cumplimiento de la obligación comprometida; c) proveer los materiales
adecuados que son necesarios para la ejecución de la obra o del servicio, excepto que algo distinto se haya pactado o
resulte de los usos; d) usar diligentemente los materiales provistos por el comitente e informarle inmediatamente en
caso de que esos materiales sean impropios o tengan vicios que el contratista o prestador debiese conocer; y, e)
ejecutar la obra o el servicio en el tiempo convenido o, en su defecto, en el que razonablemente corresponda según su
índole.
Asimismo, el contratista debe permitir el ejercicio del control de la obra por parte del comitente (art. 1269).
Finalmente, el contratista y todos los profesionales que hayan intervenido en la obra, o hayan ejercido funciones
asimilables a aquél responden ante terceros por los daños que les resulten de la inobservancia de leyes y reglamentos
o de otros hechos ilícitos (arts. 1273, 1274 y 1277). Esta responsabilidad no surge del contrato sino de la ley.
B.— INFORMAR AL COMITENTE SOBRE LOS ASPECTOS ESENCIALES DEL CUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACIÓN COMPROMETIDA
745. Alcances
En principio los materiales para la ejecución de la obra, han de ser aportados por el contratista. Es más, el artículo
1262, in fine, señala que si las partes no aclaran lo contrario, debe presumirse dicho aporte.
Esta obligación, de la que puede ser dispensado (art. 1256, inc. c), tiene su sustento en reafirmar la autonomía del
contratista respecto del comitente; en tanto, en algunos supuestos, la provisión de materiales podría inferir no un
contrato de obra, sino una relación de empleo.
Tal como dice la norma citada, los materiales proveídos por el contratista deben ser adecuados para la ejecución de
la obra, respondiendo éste por su mala calidad, como veremos en el número 757.
D.— USAR DILIGENTEMENTE LOS MATERIALES PROVISTOS POR EL COMITENTE E INFORMARLE SI ESOS MATERIALES SON
IMPROPIOS
772. Enumeración
Las obligaciones del dueño o comitente, conforme el artículo 1257, son: a) pagar la retribución; b) proporcionar al
contratista o al prestador la colaboración necesaria, conforme a las características de la obra o del servicio; c) recibir la
obra si fue ejecutada conforme a lo dispuesto en el artículo 1256.
A su vez, el comitente tendrá la obligación accesoria de pagar a todos aquellos que hayan participado en la obra o
suministrado materiales, si no les pagara el constructor.
780. El problema
El contrato de obra se desenvuelve y cumple a través de un período de tiempo que a veces suele ser prolongado. Y
no es difícil que durante él se produzca un encarecimiento de los materiales y de la mano de obra; el contratista ve
modificado así los valores en base a los cuales fijó el precio. No es difícil que pierda toda su ganancia y aun que sufra
quebranto. Como tales variaciones se han hecho crónicas con motivo del estado de inflación en que se desenvuelve la
economía contemporánea, los contratistas de obras importantes y de larga duración los celebran bajo el sistema de
coste y costas, que les asegura el reconocimiento de los aumentos que se produzcan durante la realización de la obra
siempre que no estuvieren en mora en la ejecución de los trabajos.
Bien entendido que no se podría pactar la repotenciación de todo el precio de la obra teniendo en cuenta el
encarecimiento de uno de los materiales empleados (por ej., el cemento, el hierro, la madera), porque ello está
prohibido por la ley 23.928; pero es legítimo pactar que si el precio estimado en el contrato para un determinado
material aumenta en el momento de su inversión en la obra, se pagará ese mayor valor.
Supongamos ahora que el contrato no previera tales aumentos y que se hubiere acordado una suma fija (ajuste
alzado). ¿Tiene derecho el contratista a pedir un aumento del precio fundado en la variación de los valores de los
materiales y mano de obra? El Código Civil de Vélez resolvía el problema con un texto expreso y categórico: bajo
ningún pretexto puede pedir aumento (art. 1633). El propósito de la ley era dar estabilidad y seguridad a los derechos
adquiridos por el contrato; si las partes no previeron, como podían haberlo hecho, ninguna variación, es porque
quisieron establecer desde el primer momento una suma fija y asumieron a designio el riesgo de una variación de
precios. Si ellos disminuyen, el precio fijo favorecerá al contratista que de cualquier modo podrá cobrar la suma
pactada; si aumentan, el precio contractual beneficiará al comitente.
Como principio, la solución era sin duda alguna razonable. Pero ocurre a veces que durante el curso del contrato se
producen alteraciones verdaderamente imprevisibles del costo de la obra. ¿También en estos casos debía aplicarse
rígidamente el artículo 1633 mencionado? Indudablemente, no. Es que si se tratara de aumentos determinados por
circunstancias extraordinarias, imposibles de prever, debe reconocerse al contratista el derecho a una revisión del
precio fijado en el contrato. Esta solución ha tenido expresa recepción legal en el artículo 1255 que —siguiendo la
reforma introducida por la ley 17.711al Código Civil de Vélez— luego de reiterar la regla del texto originario,
agrega: excepto lo dispuesto en el artículo 1091. Esta última es la norma que consagra la teoría de la imprevisión. En
otras palabras, cuando la variación del valor de la cosa ha sobrevenido como consecuencia de circunstancias
extraordinarias e imprevisibles, hay derecho a reajuste.
Bien entendido que debe tratarse de acontecimientos imprevisibles. No tiene ese carácter, en una época de inflación,
el aumento del valor de la mano de obra originado en un nuevo contrato colectivo de trabajo, ni el del precio de los
materiales provocado por el aumento general de ellos, pues todo eso es perfectamente previsible. A menos, claro está,
que la inflación, que ha seguido un curso más o menos constante, se desencadene de pronto a un ritmo acelerado y
desquiciante. En tal supuesto juega también la teoría de la imprevisión.
5.— Prescripción
784. Contenido
El comitente tiene la obligación de poner al contratista en condiciones de cumplir la obra. Es una obligación de
contenido elástico: si se trata de una construcción sobre suelo, debe ponerlo en posesión de éste, proporcionarle los
planos y los materiales e instrumentos de trabajos que hubiere prometido en el contrato; si para empezar la obra es
necesario el consentimiento de un tercero o del Estado, debe gestionarlo y obtenerlo; tal ocurre por ejemplo, con la
aprobación de los planos por la administración local. Todo ello debe hacerlo en tiempo propio. Debe cumplir los actos
de verificación sin demora; si de acuerdo al contrato fuera necesaria su aprobación para los materiales o las distintas
etapas de la obra, debe hacerlo en su momento. Está obligado a pagar puntualmente las cuotas pactadas.
Esta obligación tiene también un contenido negativo: el comitente debe abstenerse de todo acto personal que
obstaculice o perturbe el normal desarrollo de los trabajos, como podría ser una fiscalización excesiva, que dificultara el
normal desenvolvimiento de la obra.
785. Sanciones nacidas del incumplimiento de esta obligación
De lo dicho en el número anterior se desprende que el deber de cooperación no es una obligación única, sino una
denominación que abraza obligaciones de distinta naturaleza e importancia. Por lo mismo, las sanciones no pueden ser
en todos los casos las mismas sino que deben adecuarse a su gravedad. Sin embargo, hay un recurso que sirve de
común denominador y que puede ser siempre esgrimido por el contratista para obligar al comitente a cumplir:
la exceptio non adimpleti contractus. Sólo debe exceptuarse el caso de que la inejecución del comitente fuera de tan
escasa importancia, que el contratista no podría negarse a cumplir con las obligaciones a su cargo sin manifiesta
violación del principio de la buena fe que debe regir las relaciones contractuales. En consecuencia, y salvo la situación
de excepción antedicha, cuando el comitente incurre en algún incumplimiento de sus deberes de cooperación, el
contratista puede suspender la continuación de la obra.
En ciertos casos, puede incluso pedir la resolución del contrato por culpa del comitente. Sin embargo, una pequeña
demora que no perjudica al contratista, no justificaría la acción de resolución.
786. Remisión
Terminada la obra, el contratista está obligado a entregarla y el comitente a recibirla. Tratamos los problemas
relativos a la recepción de la obra, en los números 795 y siguientes.
D.— OBLIGACIÓN CONDICIONAL DE PAGAR A LOS OBREROS Y PROVEEDORES DE MATERIALES CONTRATADOS POR EL
CONTRATISTA
789. Prueba de los pagos hechos por el comitente al contratista; recibos privados sin fecha cierta
La acción procede, ya lo hemos dicho, sólo en la medida de la deuda que el comitente tenga pendiente en favor del
contratista. Como los obreros y proveedores normalmente no tienen posibilidad de munirse de la prueba de que aún
existe un saldo pendiente de pago, ellos pueden intentar la acción directa sin más ni más. Es al comitente al que
corresponde producir la prueba de los pagos que ha realizado al contratista.
¿Son suficientes para tener por demostrados esos pagos los recibos privados emanados del contratista, sin fecha
cierta? Algunos fallos y autores se han pronunciado por la solución negativa: se fundan en el artículo 317 según el cual
los instrumentos privados no prueban contra terceros la verdad de la fecha expresada en ellos; agregan todavía que
siendo ésta una acción directa, los obreros y proveedores no actúan en nombre del contratista (en cuyo caso sí podrían
serles opuestos tales recibos), sino como terceros munidos de una acción propia a quienes se aplica el mencionado
artículo 317.
Por nuestra parte estamos lejos de admitir tal solución que conduce a resultados injustísimos. Si los recibos privados
otorgados por el contratista no probaran la verdad respecto de los obreros y proveedores, todos los recibos por pagos
parciales deberían otorgarse por escritura pública, única manera que tiene el comitente de evitar luego la sorpresa de
una acción que lo obligue a pagar dos veces. Está de más decir que tal modo de extender los recibos es
extremadamente impráctico y contrario a nuestras costumbres; los recibos por pagos parciales del precio se otorgan
siempre en forma privada. Pensamos pues que el recibo privado puede oponerse a obreros y subcontratistas siempre
que se refiera a trabajos ya hechos y no a pagos anticipados; en este caso, el pago anticipado acreditado en forma
privada sin fecha cierta, crea una fuerte sospecha de colusión en perjuicio de los obreros, que obliga a desestimar tal
prueba.
794. Enumeración
El contrato de obra se extingue: a) por el cumplimiento de la obra y el pago del precio; b) por desistimiento del
comitente; c) por muerte, desaparición o falencia del contratista; d) por imposibilidad del contratista de hacer o terminar
la obra; e) por voluntad de una de las partes fundada en el incumplimiento de la otra. Si la obra se ha contratado por
pieza o medida, sin designación del número de piezas o de la medida total, el contrato puede resolverse por una y otra
parte concluida que sea cada una de las piezas o partes designadas.
A estos medios propios de extinción de este contrato, hay que añadir otros que son generales, a saber: rescisión por
mutuo consentimiento, y confusión de la persona del comitente y contratista.
3.— Quiebra
F.— VOLUNTAD UNILATERAL DE LAS PARTES EN LAS OBRAS ENCARGADAS POR PIEZAS O MEDIDAS
812. Concepto
La ley 11.723 sobre propiedad intelectual lo define así: Habrá contrato de edición cuando el titular del derecho de
propiedad sobre una obra intelectual, se obliga a entregarla a un editor y éste a reproducirla, difundirla y venderla (art.
37). Este contrato suele asumir muy diversas modalidades. La más frecuente es aquella por la cual el editor toma a su
cargo la impresión, distribución y venta de la obra, obligándose a pagar al autor un porcentaje sobre cada ejemplar
vendido o sobre el producido líquido de la venta; en el primer caso, el autor percibe sus derechos desde que empieza
la venta; en el segundo el editor se cubre de sus gastos con los primeros ejemplares vendidos y luego la ganancia
líquida se distribuye en la proporción convenida. Otras veces el autor recibe una cantidad fija por una o varias
ediciones; o contribuye con una parte de los gastos de la edición para mejorar así su porcentaje sobre las ventas.
En la definición legal se habla del derecho de propiedad sobre una obra intelectual. Si bien estrictamente los
derechos intelectuales no son una propiedad, la expresión acuñada procura acentuar la firmeza de la protección que se
desea otorgar a las obras de este carácter.
El contrato de edición debe ser distinguido del de impresión, por el cual una de las partes se limita a realizar la
impresión de la obra por un precio en dinero pagado por el comitente, que puede ser el propio autor o el editor. Es un
contrato de obra típico, a la que se aplican las reglas estudiadas en los capítulos anteriores y no las del contrato de
edición. También debe distinguirse del contrato de distribución, por el cual el distribuidor recibe la edición ya pagada
por el autor y se obliga a venderla, colocándola en librerías, y asume la responsabilidad por los ejemplares que ha
entregado a los libreros para la venta; a cambio de esa tarea y responsabilidad, recibe un porcentaje sobre el precio de
venta de cada ejemplar. Aisladamente considerados, estos contratos son distintos del de edición, pero éste los
comprende; es decir, son aspectos parciales de un contrato más complejo.
813. Objeto
El contrato de edición puede tener por objeto cualquier clase de obras impresas: libros artísticos, literarios o
científicos, estampas, grabados, policromías, fotografías, grabaciones fonográficas, copias cinematográficas,
programas de computación, compilaciones de datos o de otros materiales, etcétera (art. 1º, ley 11.723, ref. por ley
25.036).
De acuerdo con los principios generales (arts. 279 y 1004, Cód. Civ. y Com.) no debe tener un objeto contrario a las
buenas costumbres; en consecuencia, sería nulo el que se propusiere la reproducción de obras contrarias a la moral o
que incitasen a la rebelión. Sin embargo, el principio de la libertad de prensa, llevado en nuestros días a límites
extremos, hará muy difícil declarar nulo un contrato de edición de una obra inmoral, si es que ésta se puede defender
de alguna manera desde el ángulo literario o artístico. Solamente la grosera pornografía será reputada como ilícita.
También sería nulo un contrato que tuviera por objeto la edición de una obra que ha caído ya en el dominio público.
815. Caracteres
El contrato de edición tiene los siguientes caracteres:
a) Es bilateral, porque genera obligaciones para ambas partes;
b) En principio, es oneroso (art. 40, ley 11.723). Sin embargo, es posible que el autor no pretenda ningún pago,
conformándose con la publicación de su obra; y que el editor, por espíritu de mecenazgo, edite la obra sin interés
económico alguno. Pero la parte que sostiene que el contrato es gratuito debe probarlo.
c) Es consensual, pues queda concluido por el mero acuerdo de voluntades.
B.— EFECTOS
817. Derechos
El autor tiene los siguientes derechos:
a) Traducir, transformar, refundir su obra (art. 38, ley 11.723). El respeto por la producción científica, artística,
literaria, hace de éste uno de los derechos esenciales del autor. Son facultades que integran el llamado derecho moral
del autor. El editor no podrá oponerse a tales modificaciones aunque le resulten onerosas, aunque sí puede exigir la
indemnización correspondiente si le originan gastos imprevistos.
También debe reconocerse al autor el derecho de suprimir su obra, siempre que indemnice al editor del daño
emergente y de la ganancia esperada; satisfecha esta indemnización o afianzado debidamente su pago, el editor no
podría oponerse a la destrucción de la obra, aunque ésta se encontrara ya publicada y en venta. Se justifica que así
sea, porque muchas veces los autores reniegan de sus anteriores ideas políticas, artísticas, religiosas, y no es posible
autorizar que contra su voluntad se siga vendiendo la obra, una vez que el interés económico del editor ha quedado
salvaguardado.
Debe señalarse que el autor conserva estas atribuciones aunque haya cobrado el precio pactado o cedido sus
derechos intelectuales al editor, porque ellas integran el derecho moral del autor, que es inalienable. La cesión del
derecho intelectual se refiere únicamente a su aspecto patrimonial; es decir se cede el monopolio de explotación que
corresponde al autor.
b) Recibir una retribución (art. 40, ley 11.723), que puede ser una cantidad determinada e invariable o un porcentaje
sobre el precio de cada libro vendido o sobre las utilidades líquidas. Si el contrato no fijara el precio, éste se
determinará de acuerdo con los usos y costumbres del lugar del contrato para ese tipo de obra (art. citado).
c) Finalmente, puede exigir que su nombre figure en el lugar de costumbre.
Expresa también el artículo 38, ley 11.723, que el autor tiene derecho a defender su obra contra los defraudadores,
aunque lo sea el propio editor. Es éste un derecho que no surge del contrato de edición, sino de su propiedad
intelectual. Permite al autor defenderse contra las ediciones clandestinas de terceros y contra el peligro, muchas veces
más grave, de que el propio editor imprima ocultamente más ejemplares de los establecidos, de cuya venta no da
cuenta. Cabe señalar que la protección del derecho de autor abarca la expresión de ideas, procedimientos, métodos de
operación y conceptos matemáticos, pero no esas ideas, procedimientos, métodos y conceptos en sí (art. 1º, ley
11.723, ref. por ley 25.036).
818. Obligaciones
El autor tiene las siguientes obligaciones:
a) Entregar al editor la obra (art. 37, ley 11.723) y hacerlo en el plazo pactado. A falta de plazo, el tribunal lo fijará
equitativamente en juicio sumario y bajo apercibimiento de la indemnización correspondiente (art. 42, ley 11.723). El
vencimiento del plazo permitirá al editor pedir la resolución del contrato. ¿Puede también reclamar el cumplimiento? Sin
duda no hay ningún obstáculo en que se pida el cumplimiento del contrato; pero si el autor hace caso omiso de la
sentencia que lo condena a entregar la obra, ésta se resolverá en el pago de daños y perjuicios. No será posible
constreñir al autor a que entregue la obra ya terminada, porque jamás una obra artística o literaria puede considerarse
concluida mientras el propio autor no lo considere así. El respeto por la creación intelectual impone esta solución.
b) Garantizar al editor la autenticidad y disfrute de la obra. El autor que suscribe un contrato de edición, debe
encontrarse en situación jurídica de poder disponer de su obra; y responde ante el editor si luego se presenta otra
persona con mejor derecho que obtiene el secuestro de la edición o bien una reparación de daños y perjuicios, sea
porque la obra pertenecía al tercero o porque el autor le había cedido anteriormente los derechos de edición.
Pero el contrato de edición no impide al autor de una obra de teatro hacerla representar públicamente ni hacer citas
de ella en obras posteriores, ni dar conferencias sobre el libro o el tema. Tampoco le impide traducirla (art. 38, ley
11.723) y hacer con la traducción una edición distinta, porque ésta va dirigida a un público diferente y se presume que
no hará competencia a la primera.
c) Si la obra pereciera en poder del autor o de sus herederos, éstos deberán al editor la suma que hubieran percibido
a cuenta de regalías e indemnizarlo de los daños causados (art. 41, ley 11.723). Sobre el intrincado problema del
monto de la indemnización remitimos al número 820.
819. Derechos
El editor tiene los siguientes derechos:
a) Imprimir, distribuir y vender la obra (art. 39, ley 11.723); va de suyo que deberá respetar las cláusulas
contractuales en cuanto a presentación, calidad de papel, tipo de letra, formato, etcétera; si el contrato no establece
nada sobre el punto, el editor tiene derecho a darle la presentación que crea conveniente y a cambiarla en las distintas
ediciones. Pero está obligado a ajustarse a los usos relativos a ese tipo de modo que no se desmerezca con una
presentación inadecuada; y no puede omitir el nombre del autor, que debe figurar en el lugar indicado por los usos.
b) Si el autor se negare o no pudiere hacer las correcciones de las palabras, el editor tiene derecho (y el deber) de
hacerlas, absteniéndose cuidadosamente de no alterar el texto original (art. 39, ley 11.723).
820. Obligaciones
Pesan sobre el editor las siguientes obligaciones:
a) Imprimir, distribuir y vender la obra. La impresión debe hacerse en el plazo señalado y a falta de él, en el que los
tribunales fijen en juicio sumario (art. 42, ley 11.723).
El editor está obligado a poner toda la diligencia que sea dable exigir de acuerdo con las costumbres y la buena fe
para lograr una buena venta; pero no garantiza el resultado.
b) Debe pagar al autor la retribución pactada y, a falta de estipulación sobre el punto, la que se fije judicialmente de
acuerdo a las costumbres (art. 40, ley 11.723). Si la retribución consistiera en un porcentaje sobre la venta de cada
libro o de las ganancias, el editor está obligado a rendir cuentas.
c) Debe respetar los originales absteniéndose de introducir en ellos ninguna modificación; sólo está autorizado —y
desde luego obligado— a corregir las erratas de imprenta, si el autor no quiere o no puede hacerlo (art. 39, ley 11.723).
d) Está obligado a registrar la obra dentro del plazo de tres meses de publicada (art. 57, ley 11.723) bajo
apercibimiento de pagar una multa igual a diez veces el valor venal del ejemplar no depositado (art. 61, ley 11.723). El
depósito de la obra es de la mayor importancia porque asegura el goce de los derechos del autor y del editor (art.
62, ley 11.723).
e) Finalmente, el editor debe responder ante el autor por la pérdida de los originales que se encontraren en su poder,
cuando se produce antes de publicada la obra (art. 41, ley 11.723).
Perdida la obra, ¿sobre qué base deben fijarse los daños y perjuicios? El problema es por demás arduo, pues el juez
no tendrá ante sí los originales que le permitan apreciar el mérito de la obra ni su posible valor comercial. La Cámara
Comercial de la Capital ha resuelto con razón que la indemnización debe cubrir no solamente el perjuicio derivado al
autor del fracaso de la edición contratada, sino que debe ser integral y abarcar todos los daños y perjuicios, para lo cual
debe tenerse en cuenta, a falta de otros elementos de juicio más precisos, el prestigio del autor, los premios obtenidos,
el mérito de sus libros anteriores, número de ediciones que alcanzaron, naturaleza de la obra, etcétera.
821. Remisión
La cesión del contrato de edición se rige por las normas de la cesión de la posición contractual, que hemos visto
antes (números 213 y sigs.) y allí nos remitimos.
A.— GENERALIDADES
823. Concepto
Según el artículo 45, ley 11.723,hay contrato de representación cuando el autor o sus derechohabientes entregan a
un tercero o empresario y éste acepta una obra teatral para su representación pública. Aunque esta disposición sólo
alude a la representación teatral, más adelante la misma ley dice que se considera representación o ejecución pública
la transmisión radiotelefónica, exhibición cinematográfica, televisiva o cualquier otro procedimiento de reproducción
mecánica de toda obra literaria o artística (art. 50, ley 11.723).
Como el de edición, este contrato suele asumir distintas modalidades. Lo más frecuente es que el autor reciba una
participación en los ingresos obtenidos; otras veces, el empresario adquiere los derechos de representación por una
suma fija. Finalmente, no es imposible concebir que el autor se avenga a no recibir retribución alguna y aun que afronte
los gastos de una representación gratuita.
826. Derechos
Los derechos del autor son los siguientes:
a) Hacer representar la obra, respetando los originales.
b) Introducir en ella las reformas, modificaciones y supresiones que estimara conveniente, salvo el derecho del
empresario de reclamar indemnización por los mayores gastos que esta intervención le signifique.
c) Recibir la retribución acordada o en su defecto, la que fije el juez según costumbre.
d) Entrar libremente al teatro o local donde se representa la obra, única manera de controlar la fidelidad de la
versión.
827. Obligaciones
El autor tiene las siguientes obligaciones:
a) Entregar la obra prometida.
b) Asegurar al empresario el disfrute de la obra; esto importa la garantía de autenticidad y el deber de indemnizar al
empresario por las consecuencias de toda reclamación de terceros fundada en este motivo.
c) Prestar la colaboración necesaria para los ensayos.
828. Derechos
El empresario tiene los siguientes derechos:
a) Representar la obra ajustándose a los originales; salvo que el contrato hubiera establecido lo contrario, le
corresponde a él elegir los intérpretes, poner en escena la obra, elegir la fecha del estreno, siempre que no la
postergue más de un año (art. 46, ley 11.723).
b) Percibir el importe de las entradas si se tratara de un espectáculo teatral o cinematográfico, con la obligación de
entregar al autor la retribución convenida.
829. Obligaciones
Pesan sobre el empresario estas obligaciones:
a) Representar la obra en la época convenida. Si no hubiere fecha de estreno acordada, se entiende que no podrá
demorarse más de un año contado a partir de la presentación de los originales por el autor, bajo pena, en caso de
demora, de pagar al autor una indemnización equivalente a la regalía de autor correspondiente a veinte
representaciones de una obra análoga (art. 46, ley 11.723). Si no se hubiere fijado término a las representaciones,
debe entenderse que el empresario está obligado a mantener la obra en cartel en tanto lo justifique económicamente la
afluencia de público. Y aunque se hubiere fijado plazo, éste caduca si el desinterés del público es tan manifiesto que no
podría continuar la representación sin grave quebranto para el empresario. No habrá responsabilidad del empresario si
la obra ha debido suspenderse o dejarse de representar por fuerza mayor, tal como un incendio que destruyera el
teatro o la prohibición de las autoridades.
b) Pagar al autor o sus derechohabientes la retribución estipulada y en defecto de estipulación, la corriente en el
lugar para ese tipo de obra.
c) Finalmente, el empresario es responsable por la destrucción parcial o total de la obra ocurrida por su culpa o dolo,
como también de que se reprodujera o representare sin autorización del autor (art. 48, ley 11.723). Desde luego, debe
mediar culpa o dolo del empresario; la pérdida por caso fortuito o fuerza mayor no le es imputable. Destruida la obra en
poder del empresario, corre por cuenta de éste la prueba de la fuerza mayor.
830. El principio
Salvo autorización del autor, el empresario no puede ceder el contrato a otra empresa, ni hacer representar la obra
por ella (art. 47, ley 11.723). Se explica que así sea porque la elección del empresario (que lleva consigo el prestigio de
su nombre, la importancia de su sala, la calidad de los intérpretes que trabajan con él) es generalmente determinante
para el autor.
Tanto menos podrá el empresario sacar de la obra más copias que las que sean indispensables, venderlas o locarlas
sin permiso del autor (art. citado). El único derecho que el contrato le ha conferido es el de representar la obra; sacar
copia de los originales y venderlos o aun donarlos o prestarlos gratuitamente importaría invadir facultades propias del
autor, cuyo derecho intelectual, en su aspecto económico, se traduce precisamente en un monopolio de explotación.
En cuanto al autor que ha prometido al empresario la entrega de una obra todavía no escrita o no terminada, es
obvio que no puede ceder el contrato, pues se trata de obligaciones contraídas intuitu personae. Una vez entregada la
obra, son aplicables las normas de la cesión de la posición contractual, que hemos visto antes (números 213 y sigs.).
834. Concepto
Se llama contrato de espectáculo el que se celebra entre el empresario de un espectáculo público (cine, teatro,
conferencias, circos, juegos deportivos, etc.) y el espectador. Además de ser un contrato de consumo, es un contrato
de adhesión en el que todas las condiciones son fijadas por el empresario.
Generalmente se refiere a un solo espectáculo; pero también se acostumbra contratar el abono a una serie de
representaciones o un ciclo de conferencias o conciertos. Puede considerarse ya desaparecida una modalidad antes
bastante frecuente, por la cual el propietario de un teatro "vendía" a perpetuidad algunas localidades o las "alquilaba"
por un tiempo fijo.
839. Responsabilidad por los daños ocurridos con motivo del espectáculo
Los espectáculos públicos constituyen en nuestros días una frecuente fuente de riesgos para los espectadores.
Particularmente las carreras de automóviles dejan a menudo un saldo trágico; también ocurren derrumbes de gradas
que no han resistido el peso de la multitud, incendios en teatros, estadios, etcétera. La empresa organizadora es
responsable por los daños, excepto que pruebe que el daño se originó en una fuerza mayor o en culpa de la víctima o
en el hecho de un tercero por el que no deba responder y reúna los caracteres del caso fortuito (arts. 1728 a 1731,
Cód. Civil y Com.).
Se ha extendido esta responsabilidad al empresario que organiza actividades de esparcimiento, como los locales
bailables, por los daños sufridos por un concurrente que fue agredido por un tercero dentro del local.
Respecto de los espectáculos deportivos, el artículo 51 de la ley 23.184, reformado por la ley 24.192, estableció la
responsabilidad del club o entidad y de la asociación participante, solidaria con los autores, por los daños que se
causaren en los estadios.
843. Caracteres
Podemos caracterizar en general al contrato de publicidad, cualquiera fuere la forma que asuma, de la siguiente
forma:
Es un contrato bilateral, pues supone la existencia de dos partes obligadas por contraprestaciones recíprocas.
Es consensual, pues queda concluido por el solo consentimiento de las partes, sin que se requiera tradición material
o simbólica de objeto alguno.
Es conmutativo, pues supone contraprestaciones equivalentes, aunque —vale decirlo— difícil de medir por su
particular característica del fenómeno publicitario.
Es oneroso. Éste el principio general, sin que ello obste a conceptuarlo como gratuito cuando el anuncio efectuado
por el avisador lo es sin cargo o como colaboración, aunque en este supuesto alguna doctrina no lo considera "contrato
de publicidad".
Es un contrato no formal, ya que no está sujeto a ninguna formalidad particular impuesta por la ley, quedando
simplemente concluido por la sola voluntad de las partes, por lo cual su prueba deberá sujetarse a las pautas generales
(art. 1019).
Es intuitu personae. Algunas de sus figuras específicas —p.ej. el de obra publicitaria— así lo suele imponer, ya que
se suele contratar con el estudio o empresa de publicidad en atención a sus calidades personales, su habilidad,
creatividad, confianza. Este carácter se ve consagrado —en cuanto al contrato de obra general— en los artículos 1259
y 1260.
Es un contrato innominado y así corresponde a la luz de lo determinado por el artículo 970.
Es un contrato típico (de tipicidad social), dada la conformación de características específicas que permiten distinguir
con fluidez a una figura jurídica de otra, características propias que conforman en el contrato de publicidad una res ipsa
loquitur que no necesita explicitarse para conocerse.
Es un contrato de colaboración o de cooperación, pues una parte de la contratación coopera con su actividad al
mejor desarrollo de la actividad económica de la otra, pero de manera independiente.
Podemos expresar también que se trata el presente de un caso de contrato multiforme ya que a nuestro criterio el
contrato de publicidad conforma un concepto base de un conjunto de formas negociales típicas y atípicas
diferenciadas, aunque con un mismo e idéntico fin: la producción publicitaria en alguna de sus formas o elementos
particulares.
846. a) Consentimiento
Sin perjuicio de remitirnos a lo dicho con anterioridad (números 40 y sigs.), cabe señalar que el consentimiento
puede no expresarse materialmente, o sea puede conformarse en una aceptación tácita de la oferta. Al no ser un
contrato formal, el de publicidad puede no tener forma alguna y quedar concluido por el solo consentimiento —aun
tácito— de las partes. En tal sentido, el silencio consistente en no oponerse a las nuevas publicaciones efectuadas y
por darse la situación excepcional prevista por la segunda parte del artículo 979, ello comporta la expresión de una
voluntad negocial integradora del contrato.
847. b) Objeto
El objeto, también en el campo del contrato de publicidad, debe reunir los recaudos establecidos por el artículo 957
del Código Civil y Comercial. Debe destacarse que no pueden ser objeto de los contratos aquellos hechos que se
hubieran prohibido (ciertas prohibiciones de publicidad de cigarrillos) o que sean imposibles, ilícitos, contrarios a las
buenas costumbres o prohibidos por las leyes o que se opongan a la libertad de las acciones o de la conciencia o
perjudiquen los derechos de un tercero (art. 1004), pautas de enorme importancia en este contrato frente a la
consecuencia que el mensaje publicitario puede llegar a tener ante los sujetos destinatarios del mismo.
c.i.) La "opus". En el contrato de publicidad, el objeto propiamente dicho es el acto de publicidad (opus), sea éste una
obra material o intelectual, traducido directa o indirectamente, mediata o inmediatamente en una publicación o anuncio
que se ajustará a los principios usual, profesional e internacionalmente aceptados en esta materia como son los de
veracidad, legalidad, autenticidad y la libre competencia. De allí entonces que la legislación comparada —y la argentina
en particular— se ha detenido a encuadrar los límites del mensaje publicitario, tanto en lo que se dice, en lo que se
muestra, como en la forma en que se dice y muestra. Así, el objeto del contrato de publicidad deberá responder a
aquellos principios de veracidad y legitimidad, evitando procesos engañosos, falsedades o exageraciones, etc.
c.ii.) El precio. También es componente del objeto del contrato de publicidad el precio que se abona como
contraprestación por ese 'acto de publicidad', contraprestación que bien puede ser en dinero o en especie. Es que el
principio general en materia de contrato de publicidad es el de su onerosidad En este sentido, el precio es también un
elemento esencial en el contrato de publicidad, como lo es para el contrato de obra o de servicios ya que el artículo
1255 no autoriza a prescindir de él, pero su ausencia no fulmina el contrato. Antes bien, la propia ley atiende al
supuesto de que no se haya fijado su monto previendo su determinación judicial.
Cuando el precio es en dinero, éste es fijado en la generalidad de los casos como una comisión o porcentaje sobre el
costo total involucrado en la contratación o en el acto de publicidad. También se suele acordar un valor fijo que puede
abonarse en dinero, en bienes o servicios.
A los efectos de la determinación y prueba del precio, dado que no se trata en el caso de la prueba de un contrato en
sí mismo, regirá a su respecto la pauta del artículo 1019, resultando idónea la prueba testimonial, sujeta su
admisibilidad a las reglas de la sana crítica, a las circunstancias corroborantes del caso y a una interpretación de las
declaraciones de las partes en su conjunto y no en forma aislada. De conformidad al precepto citado el precio en caso
de discordancia entre las partes —o en su ausencia— éste será fijado judicialmente (art. 1255).
c.iii.) Elementos que pueden integrar el mensaje publicitario. El mensaje publicitario puede conformarse con una
multitud de elementos, frases, imágenes, películas, objetos, figuras, etc. Tales elementos integran el mensaje que
conforma la opus publicitaria, contratada generalmente por el anunciante. En estos supuestos la figura, la imagen, el
objeto es la materia del arte, de la opus intelectual-publicitaria e inseparable de ella a los efectos del contrato de
publicidad, ya que tal figura, imagen u objeto no es separable a los efectos del uso publicitario requerido por el
anunciante. Por ello la empresa de publicidad o el creador no podrán reservarse derechos que pudieran impedir al
anunciante —contratante de la publicidad— el uso o utilización del mensaje, figura, imagen, una frase, etcétera,
integrativo de tal mensaje por la inescindibilidad de tales elementos del acto o mensaje publicitario.
El contrato de publicidad deberá siempre atender y especificar la propiedad del registro, pero si no se hubiere
efectuado tal aclaración, en caso de silencio, deberá reconocerse al anunciante un derecho exclusivo de uso y el
correlativo deber de la empresa de publicidad (obligación de no hacer) de no utilizar tal frase, imagen o objeto
registrado en actos publicitarios de o en competencia con el anunciante.
848. c) Plazo
Elartículo 351delCódigo Civily Comercial dispone que el plazo se presume establecido en beneficio del obligado a
cumplir o a restituir a su vencimiento, a no ser que por la naturaleza del acto o por otras circunstancias, resulte que ha
sido previsto a favor del acreedor o de ambas partes. La presunción definida por la ley queda de lado y cede ante el
pacto de las partes o las circunstancias que atañen a este negocio jurídico.
En primer lugar, digamos que en el supuesto de plazo pactado corresponderá al empresario la publicación durante
todo el tiempo acordado (en la forma, día, horario o programa en su caso que se hubiere acordado) y al anunciante el
pago acordado sin que su falta de interés en la publicación pueda afectar el cumplimiento de la prestación, ni generar
derecho alguno a eximirse del pago del precio, si no estuviere pactada cláusula alguna que autorizara a alguna de las
partes la rescisión del acuerdo.
Puede no haberse acordado plazo de duración o extensión en tiempo alguno. En este caso debe ejecutarse la obra
en el tiempo que razonablemente corresponda según su índole (conf. art. 1256, inc. e). También en este supuesto de
ausencia de plazo de duración, aun cuando se pudiere sostener por el anunciante que el empresario se excedió en el
tiempo, no podrá negar su pago puesto que debió o pudo tener conocimiento de la extensión de la publicidad efectuada
en su nombre, de allí que su silencio implicó consentimiento con la publicidad que en consecuencia correrá a su cargo.
A su vez —de no existir plazo expreso en la ejecución del contrato de publicidad— rige con mayor vigencia el
principio de buena fe, que nos lleva a presumir que el contrato no puede ser de duración indefinida, sino que éste debe
concluir en algún momento, por lo cual se impone —si el deseo de una de las partes fuere ponerle fin— el otorgamiento
de un preaviso en tiempo razonable.
En general, deberá entenderse que el plazo no es esencial, salvo que de las particulares circunstancias ese
elemento aparezca como integrativo de un acuerdo "just in time" determinante de la voluntad contractual. En el contrato
de publicidad, la modalidad de fijar el plazo en un momento específico, suele acaecer como un elemento de suma
importancia en tanto y en cuanto muchas veces el momento del acto de publicidad es esencial a este negocio jurídico.
Un acuerdo del tipo "just in time", de plazo esencial hace pender la vida del acuerdo del efectivo cumplimiento del plazo
fijado con tal carácter, por lo cual su incumplimiento hará responsable al medio o a la agencia por todo el contrato
incumplido y por las consecuencias de tal incumplimiento.
858. Concepto
Según el artículo 1251, el contrato de servicios tiene lugar cuando una de las partes se obligare a prestar un servicio
y la otra a pagarle por ese servicio un precio en dinero (retribución). Debe añadirse que por excepción el contrato
puede ser gratuito, si así lo pactaron las partes o si por las circunstancias del caso pueda presumirse la intención de
beneficiar (art. 1251, párr. 2º).
Resulta pues menester diferenciar el contrato de servicios, actividad autónoma e independiente que ejerce un sujeto;
con el contrato de trabajo regulado en la ley nº 20.744, en donde un sujeto denominado empleado pone a disposición
de otro denominado empleador su fuerza de trabajo a cambio de un salario que si bien puede ser libremente pactado,
no puede apartarse de los mínimos que establecen las convenciones colectivas de trabajo.
861. Caracteres
El contrato de servicios es consensual, no formal, conmutativo, y normalmente oneroso. Como hemos dicho más
arriba (número 858), por excepción, el contrato puede ser gratuito, si así lo pactaron las partes o si por las
circunstancias del caso pueda presumirse la intención de beneficiar (art. 1251, párr. 2º).
865. Causales
Veremos seguidamente las causales de extinción del contrato de servicios.
a) Muerte de una de las partes. Desistimiento unilateral.— Las vicisitudes relacionadas con la extinción del contrato
por muerte de las partes o por el desistimiento unilateral del contrato las hemos tratado en los números 799 a 803, en
relación al contrato de obra, siendo aplicable dichas normas también al de servicios por ser disposiciones comunes a
ambos contratos.
b) Contratos de larga duración.— Particular análisis merecen los contratos de servicios que se han pactado para
perdurar en el tiempo en forma continuada, por cuanto el legislador ha regulado la extinción de los mismos en forma
diferenciada (art. 1279).
En este sentido, la norma marca una distinción entre los contratos que tienen un plazo de duración determinado y los
que no lo tienen. En el primer caso, los contratos se extinguirán de pleno derecho por el mero cumplimiento del plazo.
A su vez, los contratos que sean a tiempo indeterminado o que no digan nada respecto de su duración —y que por ello
se entiendan que son a plazo indeterminado— no podrán extinguirse sin previo aviso.
El artículo 1279 otorga a cualquiera de las partes en el contrato de prestación de servicios continuado y por tiempo
indeterminado, la potestad de extinguir el contrato en forma unilateral en cualquier momento, pero con la obligación de
otorgar un preaviso razonable.
Esta "razonabilidad" exigida por el legislador, puede tener una pauta interpretativa en el artículo 1492, respecto del
plazo de preaviso con el que se debe extinguir el contrato de agencia (un mes por cada año de vigencia del contrato).
Es que dichos plazos le dan tiempo suficiente al prestador del servicio para reorganizar su estructura sin el contrato
que hasta ese momento se venía ejecutando; en tanto la omisión del preaviso, extinguirá igualmente el contrato, pero
con las consecuencias de pagar las ganancias que hubiere tenido el prestador durante dicho plazo (art. 1493).
A su vez, si la extinción unilateral se efectuara por el prestador, sin el debido preaviso; será éste quien deberá
indemnizar al usuario con el equivalente al tiempo de preaviso.
867. Remuneración
Las partes podrán convenir libremente el precio de los servicios profesionales (art. 1255); vale decir, pueden
establecerlo en una suma fija o bien en una participación en el resultado de la gestión.
Tratándose de honorarios devengados en juicio, si no hubiere convenio entre las partes, ellos serán fijados por el
juez de conformidad con una escala que establecen las leyes de aranceles en cada jurisdicción; pero el conjunto de
todos los honorarios profesionales (abogados, procurados, peritos) devengados en primera o única instancia, no podrá
exceder del 25% del monto de la sentencia, laudo, transacción o instrumento que ponga fin al diferendo; sin embargo, a
los efectos del cómputo de dicho porcentaje no se tendrá en cuenta el monto de los honorarios de los profesionales
que hubieren representado, patrocinado o asistido a la parte condenada en costas (art. 730).
870. Prescripción
Los honorarios de abogados y procuradores prescriben a los cinco años (art. 2560). El plazo corre (art. 2558):
a) Si se han regulado los honorarios, (i) desde que vence el plazo fijado en resolución firme que los regula para
hacer el pago; y (ii) si no fija plazo para el pago, desde que la resolución adquiere firmeza.
b) Si no han sido regulados los honorarios, (i) desde que queda firme la resolución que pone fin al proceso; y (ii) si la
prestación del servicio profesional concluye antes, desde que el acreedor tiene conocimiento de esa circunstancia.
879. Prescripción
La acción por cobro de los honorarios médicos prescribe por cinco años; el plazo corre desde los actos que crearon
la deuda.
Si se trata de una enfermedad breve o de una operación quirúrgica, el plazo se cuenta desde que concluyó el
tratamiento, no desde el momento en que se prestaron cada uno de los servicios, pues ellos constituyen un todo
indivisible; en cambio, si la enfermedad es crónica, la prescripción corre a partir del 31 de diciembre de cada año
durante el cual se va prestando la atención médica, pues la costumbre profesional es pasar la cuenta a fin de año.
881. Remuneración
La retribución de los servicios prestados por ingenieros, arquitectos y agrimensores está sujeta a arancel (decretos
7887/1955 y 16.146/1957), que fija las retribuciones mínimas (art. 1º, dec. 16.146/1957). Este arancel es hoy indicativo
pues las partes pueden pactar libremente el honorario (art. 1255), sin que importen las declaraciones de orden público
que pudieren existir pues, en materia de honorarios, han sido dejadas sin efecto (arts. 8º y 118, dec. 2284/1991) y, en
especial, esas declaraciones de orden público han sido derogadas por el decreto 240/1999.
883. Prescripción
No existe plazo especial para la prescripción de los honorarios de arquitectos, ingenieros y agrimensores; se aplica
por consiguiente, el plazo común de cinco años (art. 2560).
894. Partes
Son parte en el contrato de transporte de cosas, el cargador y el transportista o porteador. El destinatario de las
cosas, sólo tiene acciones contra el transportista luego de que las cosas hayan llegado a destino, o que se haya
vencido el plazo para que le entreguen las cosas, y siempre que pague al transportista los créditos derivados del
transporte (art. 1304).
a) Cargador. Conforme el artículo 1296, el cargador debe declarar el contenido de la carga, identificar los bultos
externamente, presentar la carga con embalaje adecuado, indicar el destino y el destinatario, y entregar al transportista
la documentación requerida para realizarlo. Si se requieren documentos especiales, el cargador debe entregarlos al
porteador al mismo tiempo que las cosas a transportar. El incumplimiento de estas obligaciones por parte del cargador,
lo hará responsable frente al transportista o frente a terceros por los daños que sufran (art. 1297).
b) Porteador. El transportista debe trasladar los bienes que le son entregados por el cargador y entregarlos al
destinatario en el tiempo y forma indicados en la carta de porte (véase número 897) o en la guía si no existiere aquélla.
Deberá además cobrar los créditos que le haya encomendado el cargador, contra la entrega de la cosa (art. 1309).
895. Documentación
El contrato de transporte puede quedar plasmado en dos documentos; en la carta de porte, o, en su defecto, en la
guía.
a) Carta de porte. La carta de porte es el documento que el cargador entrega al porteador, en el que se detallan las
cosas entregadas para su transporte, destinatario, dirección del mismo y demás condiciones del contrato de transporte.
La emisión de este documento, es además, prueba de la recepción de la carga por parte del transportista (art. 1298). El
cargador puede, a su vez, exigir la entrega de un segundo ejemplar de esta carta de porte, que no es más que una
copia de la carta que él entregó, suscripta por el porteador (art. 1299). Este segundo documento, añade la norma
citada, es transmisible por endoso (a menos que haya sido librado de forma nominativa). Este segundo ejemplar dará
derecho a su poseedor a disponer de la carga, pudiendo darle nuevas instrucciones al transportista, las que deberán
ser anotadas en el instrumento y suscriptas por éste (art. 1303). Cualquier estipulación pactada entre el cargador y el
transportista, que no esté contenida en este segundo ejemplar de la carta de porte o en la guía (que veremos
seguidamente) no es oponible a los terceros de buena fe, portadores de ellas (art. 1301).
b) Guía. En caso de que el cargador no emitiese carta de porte, puede exigirle al transportista la expedición de una
guía (o recibo de carga), la que deberá contener los mismos elementos que la carta de porte (art. 1300). La guía
conferirá a su poseedor legítimo, iguales derechos que los otorgados por la segunda carta de porte (art. 1303).
c) Ausencia de documentos. Si el porteador no ha emitido segunda carga de porte, ni guía, sólo el cargador tiene el
derecho a modificar las instrucciones dadas al transportista, asumiendo los costos y daños que dichas modificaciones
causen (art. 1302).
904. Caracteres
El mandato es un contrato cuya finalidad es la colaboración, dado que se lo celebra para que por su intermedio se
realicen otros actos jurídicos, colaborando así con las actividades del mandante.
Se caracteriza por ser bilateral, normalmente es no formal y, por regla, es oneroso. También se ha dicho que es
preparatorio ya que hace posible la conclusión de los actos jurídicos que se encargan por su intermedio.
905. a) Forma
En cuanto a la forma, en principio el mandato no tiene que observar ninguna en particular. No obstante ella puede
resultar impuesta por el acto para el cual se ha otorgado el mandato con representación (art. 363). Vale la aclaración
porque en el mandato sin representación el tercero no tiene conocimiento de que existe un mandato, por lo cual la
accesión en la forma no cumpliría ninguna finalidad. En otras palabras, si el mandato es sin representación resulta
incompatible que se aplique esta disposición pues ante el tercero el mandatario actúa como si el acto lo hiciera en
interés propio. Ello no obsta a que a los fines probatorios entre mandante y mandatario lo aconsejable es que se
instrumente por escrito.
Es importante tener en cuenta la relación que en este caso se establece entre el mandato y la representación,
porque en virtud de esta última se impone al mandato cierta forma en determinados casos. La cuestión no se limita a
los supuestos que resultarían del artículo 1017, más allá de los alcances que se puedan dar al inciso c) en tanto
refiere todos los actos que sean accesorios de otros contratos otorgados en escritura pública, pues en sentido estricto
un mandato para realizar una compraventa de un inmueble no sería accesorio de ésta, en tanto la precede; lo
accesorio requiere de la existencia previa de lo principal. Sin perjuicio de tal observación, lo dispuesto por el artículo
363 tiene como consecuencia que si el mandato se otorga para realizar un acto o actos que se formalizarán por escrito,
en ese caso aquél debe tener forma escrita. Ese es el caso del mandato que se confiera para actuación judicial,
respecto del cual, el Código Civil y Comercial elimina la exigencia de escritura pública que contenía el Código Civil de
Vélez (art. 1184, inc. 7). No obstante, al momento subsisten normas procesales locales que lo tienen por exigencia,
circunstancia que deberá ser resuelta por la jurisprudencia, en cuanto al posible conflicto normativo.
906. b) Onerosidad
El Código Civil y Comercial sigue el criterio que tenía el artículo 221 del Código de Comercio derogado en cuanto al
carácter oneroso del mandato (art. 1322). Por el contrario, el artículo 1871 del Código Civil de Vélez establecía una
presunción de gratuidad, la cual no era absoluta pues aún sin estar pactada la retribución, si el objeto del mandato eran
atribuciones o funciones que por ley se imponían al mandatario o trabajo atinente a su profesión o modo de vivir, debía
considerarse oneroso.
En cuanto al modo de retribuir la tarea del mandatario, a falta de acuerdo la remuneración es la que establecen las
disposiciones legales o reglamentarias aplicables, o el uso. A falta de ambos, debe ser determinada por el juez (art.
1322).
En este sentido, el citado artículo establece el orden que debe observarse en la determinación de la retribución:
primero lo pactado, en segundo lugar las normas positivas aplicables o el uso y a falta de todo ello, será establecida
por vía judicial.
Si se trata del desempeño de la abogacía, corresponde atender a lo dispuesto por las leyes que regulan el ejercicio
de la profesión en la respectiva jurisdicción, las que contienen ciertas normas de orden público y por lo tanto, no
disponibles para las partes.
¿Cuándo debe pagarse la retribución? Salvo que se haya pactado en contrario, el mandatario puede exigirla una vez
que haya cumplido el mandato, con independencia de que el tercero, con el cual contrató, cumpla la prestación debida.
La retribución es debida al mandatario cualquiera que sea el resultado de su gestión, salvo pacto en contrario. Ello
sin perjuicio de que si ella se hubiera fijado en un porcentaje sobre el provecho resultante para el mandante, el
resultado influirá de modo directo sobre su monto.
En el caso de que el mandatario no haya cumplido la gestión, carece de derecho a la retribución, aunque fuera
impedido por una razón de fuerza mayor que no sea el hecho del propio mandante.
908. Sujetos
Tanto las personas humanas (arts. 22 y sigs.) como las jurídicas (arts. 141 y sigs.) tienen la posibilidad de celebrar
contrato de mandato y de ser mandantes o mandatarias. En cuanto a las personas jurídicas, debe aclararse que el
mandato sólo puede otorgarse para posibilitar el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación. Además, si la
persona jurídica es mandante, el mandato debe ser conferido por quien ejerza su representación legal, conforme a las
normas que regulen su existencia y funcionamiento (art. 158).
909. Consentimiento
El mandato puede ser conferido y aceptado expresa o tácitamente. Si una persona sabe que alguien está haciendo
algo en su interés, y no lo impide, pudiendo hacerlo, se entiende que ha conferido tácitamente mandato. La ejecución
del mandato implica su aceptación aun sin mediar declaración expresa sobre ella (art. 1319, párr. 2º).
El Código establece, por lo tanto, que el mandato puede ser conferido de modo expreso o tácito.
En general, el consentimiento en el mandato no queda plasmado en un único acto, a modo de declaración de
voluntad común, como ocurre en otros contratos; tampoco hay impedimento para sea de este último modo. Lo habitual
es que se exteriorice de modo expreso por medio de un acto en el cual el mandante otorga el apoderamiento y ello es
aceptado por el mandatario en forma tácita mediante el efectivo ejercicio de las facultades recibidas. Es el caso de
aceptación tácita.
No sólo la aceptación puede darse de modo tácito sino el mandato en sí. En efecto, el Código dispone que así ocurre
cuando una persona sabe que alguien está haciendo algo en su interés, y no lo impide, pudiendo hacerlo. Es una
aplicación en particular de los principios en materia de manifestación de la voluntad (arts. 262, 263 y 264).
Nada de ello incide en la formación del consentimiento, el cual habitualmente precede en forma verbal al acto en el
cual queda plasmado el mandato, por cuanto nadie faculta a otra persona (para que ésta actúe en interés de aquél)
porque sí, a la espera de que el mandatario lo acepte o no; esta realidad no puede ser desconocida al momento de
analizar esta institución.
Otra cuestión es la representación aparente legislada en el artículo 367. En este supuesto la apariencia no está
referida al mandato en sí mismo, sino al poder de representación. La situación implica que el tercero entiende que se
encuentra tratando con un representante cuando en verdad no lo es. En este supuesto el papel del representado es
decisivo pues determina la creación de la apariencia. Ya sea con sus actos, ya sea por omisiones, contribuye a generar
un escenario en el cual el tercero puede creer razonablemente que está interactuando con un representante. Ante la
pasividad del representado, consciente de ello, se equipara al representante aparente con un verdadero representante;
se entiende que ha otorgado tácitamente poder suficiente (art. 367). Es un supuesto en el cual debe estarse a la
apariencia, en protección de los terceros de buena fe.
El mandato tácito tampoco debe confundirse con la gestión de negocios, prevista por el Código Civil y Comercial en
el Libro Tercero (Derechos Personales), Título V (Otras fuentes de las obligaciones), Capítulo 2. Las diferencias que
pueden señalarse son las siguientes: i) en cuanto al acto jurídico en sí, la gestión es un acto unilateral en tanto el
mandato es bilateral y de fuente contractual; ii) la gestión de negocios puede tener por objeto actos materiales o
jurídicos, en cambio en el mandato sólo se admite como tal un acto jurídico; iii) la gestión debe consistir en realizar un
acto útil en beneficio del gestionado; iv) la gestión la realiza el gestor por propia iniciativa, sin mediar encomienda
alguna del gestionado.
910. Capacidad
Con relación al mandante, si el mandato tiene por objeto actos de administración, basta con que tenga capacidad
para administrar sus bienes; en cambio, si tiene por objeto actos de disposición, se requiere que el mandante tenga
capacidad para disponer. Si bien, hoy en día, los recaudos de tales capacidades son sustancialmente iguales, quedan
casos en los que se mantiene la diferencia, como ocurre con los emancipados, quienes pueden administrar libremente
sus bienes pero tienen restricciones para disponerlos.
Algo más compleja es la situación del mandatario.
El mandato puede ser conferido a una persona incapaz, pero ésta puede oponer la nulidad del contrato si es
demandado por inejecución de las obligaciones o por rendición de cuentas, excepto la acción de restitución de lo que
se ha convertido en provecho suyo (art. 1323).
La incidencia de la incapacidad del mandatario puede ser analizada desde dos perspectivas; una en su relación con
el mandante y otra referida a los efectos que produce entre éste y el tercero.
En el caso de que el mandato haya sido otorgado a un incapaz, ello no afecta la validez de los actos que el
mandatario celebre con el tercero. El fundamento radica en que en el mandato (cuando es con representación) la
vinculación tiene lugar entre el mandante y el tercero, por lo cual la capacidad del mandatario no tiene, en principio,
relevancia. No obstante lo establecido en ese sentido por el artículo 1323, la situación sólo parece factible en temas de
poca entidad, pues no es razonable encomendar a alguien la realización de negocios que no están en sus posibilidades
comprender. Es una figura de posible aplicación en relaciones familiares o de similar confianza, imaginable en orden a
actos jurídicos simples; sin embargo, el precepto no contiene límites, por lo que puede darse en otras situaciones.
La validez del vínculo concertado por el mandatario no podrá ser cuestionada ni por el mandante ni por el tercero,
quienes quedarán obligados en los términos de lo pactado.
En cuanto al mandatario, en su relación con el mandante, podrá invocar la nulidad del contrato si fuera demandado
por inejecución de las obligaciones o por rendición de cuentas. El mandatario sólo estará obligado a restituir aquello
que haya resultado en su provecho (art. 1323), lo cual resulta concordante con el principio general en materia de
nulidad del contrato por incapacidad de una de las partes (art. 1000).
La regla por la cual los incapaces pueden ser mandatarios tiene una larga tradición jurídica, y se explica porque
como el mandatario, cuando obra con representación, lo hace en nombre del mandante, el acto se reputa ejecutado por
éste, quien debe tener la capacidad requerida por la ley para el acto del cual se trate.
Por ello cuando el poder ha sido otorgado a favor de un incapaz, el mandante está obligado por todos los efectos de
la ejecución del mandato, tanto respecto del mandatario como de los terceros con los cuales éste hubiera contratado.
Esto significa que la ley autoriza a las personas capaces a valerse de un mandatario incapaz, pero deben hacerlo a su
propio riesgo.
En lo que se refiere a que el mandatario no puede ser demandado por incumplimiento de las obligaciones es
necesario considerar dos cuestiones. La primera vinculada con las obligaciones del mandatario hacia su mandante, la
cual se encuentra alcanzada por los términos del artículo 1323, como ya hemos visto. La segunda se configura cuando
el mandatario incapaz actuase sin representación, en cuyo caso lo hace en interés del mandante pero en nombre
propio (art. 1321). Este caso está regido por el artículo 388 que dispone que la nulidad relativa sólo puede declararse a
instancia de las personas en cuyo beneficio se establece; y, excepcionalmente, puede invocarla la otra parte, si es de
buena fe y ha experimentado un perjuicio importante. Con otras palabras, el mandatario incapaz puede alegar la
nulidad del acto jurídico pero el tercero solamente lo podrá hacer si fuera de buena fe y hubiera experimentado un
perjuicio importante.
911. Objeto
El objeto del contrato se rige por las reglas generales para todos los contratos (arts. 1003 y sigs.). Consiste en que el
mandatario realice uno o más actos jurídicos en interés del mandante, con la vasta extensión que el concepto de estos
últimos implica (acto voluntario lícito que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o extinción de relaciones o
situaciones jurídicas, art. 259). No se encuentran comprendidos como objeto del mandato el encargo de realizar actos
materiales; ellos se rigen por las normas correspondientes a los contratos de servicios, de obra o de trabajo, entre
otros, según la clase de actos materiales a realizar. Pese a ello, el mandato no pierde su naturaleza de tal por la
circunstancia que el mandatario se obligue a ciertas prestaciones que no sean propiamente actos jurídicos, en tanto
sean accesorias y subordinadas a la principal.
A su vez cada mandato tendrá un contenido diverso en orden a la finalidad con la cual se lo haya conferido. Así
podrá ser otorgado a favor de un abogado para que represente al mandante en un juicio (poder especial) o en cualquier
clase de juicios (poder general); o a favor de otra persona para administrar uno o más bienes, para venderlos, para
comprar otros, etcétera.
También habrá que tener en cuenta que hay actos jurídicos que no pueden celebrarse a través de mandatario. Así,
por ejemplo, la facultad para testar es indelegable (art. 2465). Tampoco se puede contraer matrimonio por mandatario;
si dos personas que están domiciliadas en lugares lejanos uno de otro quieren casarse, deberán cumplir con los
recaudos del llamado matrimonio a distancia (art. 422).
914. Subrogación
No obstante lo señalado en el punto precedente, el Código establece que tanto el mandante como el tercero pueden
subrogarse en los derechos del mandatario que ha actuado sin representación; la previsión parece razonable pues en
definitiva son respectivamente titulares de intereses propios (art. 1321, párr. 2º). Por lógica para que pueda tener lugar
tal subrogación, resulta condición indispensable que, con posterioridad a la celebración del acto, el tercero tome
conocimiento que la persona con la cual contrató no lo hacía en interés propio sino de otra que era su mandante.
Si el tercero ignora que su contraparte es un mandatario, por ser un mandato sin representación, el mandatario no se
puede excepcionar ante aquél invocando su carácter de tal. En tanto se exteriorice esa situación, el mencionado
tercero podrá actuar en forma indistinta contra ambos.
919. d) Reserva
El mandatario tiene la obligación de mantener reserva, es decir, conservar en secreto, toda la información que
adquiera con motivo del mandato que, por su naturaleza o circunstancias, no está destinada a ser divulgada (art. 1324,
inc. d). La información que adquiera con motivo del mandato debe ponerla a disposición del mandante. La reserva no
rige cuando la información ha sido obtenida para ser divulgada, pues en tal caso no hacer esto último implicaría un
incumplimiento del mandato.
Se trata de obligaciones que derivan del deber de fidelidad, lealtad y reserva contemplado para el representante en
el artículo 372, inciso a), pero que resultan de ineludible aplicación a todo mandato.
934. Concepto
Hay gestión de negocios cuando una persona asume oficiosamente la gestión de un negocio ajeno por un motivo
razonable, sin intención de hacer una liberalidad y sin estar autorizada ni obligada, convencional o legalmente (art.
1781).
Frente a esta figura cabe cuestionarse en qué medida merece ser protegida por la ley. Para brindar una respuesta
adecuada en preciso tener en cuenta que constituye un peligro alentar una conducta que significa inmiscuirse en los
negocios o los bienes de terceros. Por otro lado cabe ponderar que en general esa intervención se encuentra inspirada
por un propósito noble que es impedir un daño al dueño del negocio o de los bienes.
Como consecuencia de lo expresado, la regulación legal de la institución comprende una doble preocupación:
necesidad de evitar una intromisión molesta o dañosa en los negocios ajenos; necesidad de no perjudicar a quien ha
realizado una gestión útil para otra persona.
Dado que la gestión de negocios es una actuación unilateral del gestor, que la asume por iniciativa propia, éste se
encuentra en cierta inferioridad de derechos respecto a un mandatario, pero le confiere más derechos que los que
surgirían del simple enriquecimiento sin causa.
Tanto en la gestión de un negocio ajeno como en el caso del mandato, se actúa en beneficio de un interés ajeno, el
del dueño de la cosa; en el primer caso este último no ha dado ninguna orden para ello y lo contrario ocurre en el
segundo supuesto.
La existencia o no de orden por parte del dueño resulta de suma importancia, por lo cual las consecuencias legales
no son idénticas, que hemos de ver más adelante. Empero, en cualquiera de los dos casos quien gestiona realiza actos
o gestiones por cuenta de un tercero y por ello está obligado a poner en su tarea la misma diligencia.
La similitud de ambos institutos, salvo en cuanto a la gestación, es muy grande, a punto tal que las normas del
mandato se aplican supletoriamente a la gestión de negocios. Además, si el dueño del negocio ratifica la gestión,
aunque el gestor crea hacer un negocio propio, se producen los efectos del mandato, entre partes y respecto de
terceros, desde el día en que aquélla comenzó. Incluso, el propio Código establece que las normas del mandato se
aplican supletoriamente a la gestión de negocios (art. 1790). Todo esto nos lleva a apartarnos del método del Código y
tratar este tema a continuación del mandato.
938. Capacidad
El gestor de negocios debe tener capacidad para contratar, pues de lo contrario no podría obligarse válidamente por
las consecuencias de su gestión. Ahora, si de todos modos la gestión es realizada por un incapaz y de ella le resultare
al dueño algún beneficio, éste responderá en la medida de tal ventaja recibida.
La gestión de negocios efectuada por un incapaz de obligarse no le genera obligaciones, sino en la medida de su
enriquecimiento.
En cuanto al dueño del negocio, no necesita capacidad para resultar obligado por las consecuencias de la gestión,
pues ésta no requiere su consentimiento sino que las obligaciones le son impuestas por ley. Será el gestor quien quede
obligado personalmente frente a terceros (art. 1784) y sólo se liberará de las obligaciones en tanto el dueño ratifique la
gestión o asuma las obligaciones, en tanto con ello no afecte a terceros de buena fe (art. citado).
940. a) Aviso
El gestor debe avisar sin demora al dueño del negocio que asumió la gestión, y aguardar su respuesta, siempre que
esperarla no resulte perjudicial (art. 1782, inc. a); además, debe continuar la gestión hasta que el dueño del negocio
tenga la posibilidad de asumirla por sí mismo, o en su caso, hasta concluirla (art. 1782, inc. c). Desde ya nada impide
que esta intervención del dueño sea realizada por pedido de su representante legal, en caso de que lo tuviera o a
través de un mandatario.
La finalidad de esta obligación es permitir que el gestionado (es decir, el dueño del negocio) tome conocimiento de lo
actuado por el gestor y resuelva qué quiere hacer al respecto. Luego de ello el gestor debe esperar las instrucciones
que aquél le imparta; esto es así, a menos que la espera trajese un perjuicio a los intereses del dueño del negocio. El
gestionado podrá dar instrucciones o hacerse cargo de su negocio por sí o por medio de un representante.
El gestor no puede abandonar la gestión asumida, sino que debe conducirla hasta su fin, excepto que el dueño se
encuentre en condiciones de atenderla por sí mismo. Esta obligación cesa con la ratificación por el gestionado o bien
cuando le prohíba al gestor continuarla.
950. Enumeración
En principio, el dueño del negocio, en tanto ratifique la gestión o asuma las obligaciones del gestor, queda sometido
a las propias de un mandante (arts. 1789 y 1790).
El Código requiere, en cuanto a la gestión, que sea "conducida útilmente", aunque la ventaja que debía resultar no
se haya producido o haya cesado (art. 1785). La utilidad alude a idoneidad en la forma de conducir el negocio. En tal
caso el gestionado se encuentra obligado:
a) A reembolsar al gestor el valor de los gastos necesarios y útiles, con los intereses legales desde el día en que
fueron hechos.
b) A liberar al gestor de las obligaciones personales que haya contraído a causa de la gestión.
c) A reparar al gestor los daños que, por causas ajenas a su responsabilidad, haya sufrido en el ejercicio de la
gestión.
d) A remunerarlo, si la gestión corresponde al ejercicio de su actividad profesional, o si es equitativo en las
circunstancias del caso.
Los alcances de estas obligaciones son los propios de un mandante (arts. 1789, 1790, 1328). Sin embargo la
equiparación de las obligaciones del dueño del negocio con las del mandante, no es total. El gestor, en principio, no
tiene derecho a retribución salvo que sea profesional y haya actuado como tal al realizar la gestión, o que resulte
equitativo en las circunstancias del caso (art. 1785, inc. d).
También puede suceder que el dueño no se vea obligado a responder ante el gestor en cuanto su rol de titular del
negocio y en virtud de la ratificación o asunción de las obligaciones, sino en virtud del principio enriquecimiento sin
causa (arts. 1794 y 1795); es decir, sólo en la medida del beneficio que le ha reportado la gestión, juzgado al momento
de su terminación.
En la hipótesis de que los dueños sean dos o más personas, y a diferencia de lo que establecía el artículo 2299 del
Código Civil de Vélez, su responsabilidad es solidaria (art. 1788, inc. b).
953. Causales
El Código Civil y Comercial establece que la gestión concluye cuando el dueño le prohíbe al gestor continuar
actuando. El gestor, sin embargo, puede continuarla, bajo su responsabilidad, en la medida en que lo haga por un
interés propio (art. 1783, inc. a). También se extingue la gestión cuando el negocio concluye (art. 1783, inc. b).
Además de estos dos supuestos, la gestión también concluye cuando el dueño del negocio asume por sí la actividad
que desarrollaba el gestor (art. 1782, inc. c).
959. Concepto
Como una primera aproximación al tema podemos decir que la consignación se caracteriza por ser un contrato en el
que el consignatario recibe del consignante un bien mueble, con el objeto de venderlo a su propio nombre y rinda luego
los resultados de su operación.
El contrato de consignación —o comisión como lo definía el derogado Código de Comercio— es un contrato en virtud
del cual una persona (consignatario) actuando por cuenta de su mandante (consignante), realiza a nombre
propio negocios determinados. Se advierte de la norma derogada que en la consignación la persona consignataria va a
desempeñar tales negocios, obrando a nombre propio o bajo su propia razón social. Puede entonces resaltarse en esta
relación jurídica un mandato implícito en el negocio, de allí que el Código Civil y Comercial va a definirlo en el artículo
1335 de la siguiente forma: Hay contrato de consignación cuando el mandato es sin representación para la venta de
cosas muebles.
Más allá de que la norma citada remite supletoriamente a las normas del mandato, tenemos en la consignación a
una parte (consignatario) obligándose a realizar uno o más actos jurídicos (venta de cosas muebles) en interés de otra
(consignante). La operación de venta se va a realizar a nombre del consignatario (mandatario) y, por tanto, la relación
jurídica se establece entre éste y el tercero contratante, permaneciendo el mandante (consignante) ajeno a dicha
relación, por lo cual no existe relación jurídica alguna entre éste y el tercero contratante.
974. Caracteres
De lo expresado hasta este momento podemos señalar que los caracteres del contrato de corretaje son los
siguientes:
a) Se trata de un contrato bilateral por cuanto las partes se obligan recíprocamente (art. 966).
b) Es consensual, pues se perfecciona por el solo consentimiento de las partes y aun con el silencio ante el actuar
del corredor (conf. arts. 979 y 1346, párr. 1º).
c) Es no formal, pues la ley no exige forma alguna para su validez (art. 969). El propio artículo 1346 permite advertir
que para la existencia del contrato de corretaje basta la conformidad tácita de la partes, traducida en la simple
aceptación de la intervención del corredor en el negocio, sin protesta ni reserva.
La circunstancia de que la ley nº 25.028 haya implementado la creación de carreras universitarias específicas para
martilleros y corredores, no incide sobre el carácter formal o no formal del contrato, pero impone una específica
calificación a la persona que pretenda actuar como corredor. Pero a su vez —tal como ha resuelto la jurisprudencia—
esa imposición no descarta que otros profesionales, como los abogados, puedan matricularse como tal, ya que la ley
indica "títulos habilitantes con arreglo a reglamentaciones vigentes" (CNCom., Sala C, 14/2/2003, "I.G.J. c. Marceillac",
E.D. t. 204, p. 173). Sí debe recordarse que la matriculación en una jurisdicción no extiende sus alcances a otras
jurisdicciones.
d) Si bien se ha sostenido que es un contrato accesorio, por nuestra parte entendemos que es un contrato principal
que tiene por objeto lograr la celebración de otros contratos, que pueden o no ocurrir, lo cual no lo hace accesorio, sino
que lo califica como un contrato de colaboración que se esboza en distintas etapas. En una primera etapa nace la
relación de intermediación con la intervención del corredor profesional que lleva la propuesta; en una segunda etapa,
lograda la conformidad de la otra parte interesada en el negocio propuesto, el corredor las pone en contacto para que
concluyan el negocio, el cual —perfeccionado— da lugar al nacimiento del derecho a la comisión.
982. Concepto
Muchos son los contratos que obligan a una de las partes a guardar y conservar la cosa del otro. El mandatario debe
guardar las cosas cuya administración le ha sido confiada; el contratista, las cosas que se ha comprometido a reparar;
el comodatario la que se le ha prestado; el transportador las que lleva de un lugar a otro. Pero en todos estos casos la
obligación de guarda es accesoria de otra principal, que constituye el verdadero objeto del contrato. En el contrato de
depósito, en cambio, la finalidad esencial es precisamente la guarda de la cosa. Habrá, por tanto, depósito cuando una
de las partes entrega a la otra una cosa con la sola finalidad de custodiarla hasta que aquélla la reclame. Así lo define
entonces el artículo 1356 al señalar que habrá contrato de depósito cuando una parte se obliga a recibir de otra una
cosa con la obligación de custodiarla y restituirla con sus frutos.
983. Objeto
En nuestro derecho, la cosa objeto del depósito puede ser mueble o inmueble. Esta solución importa una anomalía
en el derecho comparado; salvo contadas excepciones, las restantes legislaciones sólo permiten el depósito de cosas
muebles. VÉLEZ SARSFIELD defendía esta solución en la nota al artículo 2182 del anterior Código Civil, diciendo que no
se encuentra razón para decir que una persona que cierra su casa y deposita en otra las llaves, no efectúa un depósito
sino una locación de servicios, pues el objeto del acto ha sido depositar la casa, aunque subsidiariamente se exija
algún servicio del que la recibe; y agrega que el secuestro judicial no es sino un depósito (aunque no contractual) y
nadie niega que puede ser de cosas inmuebles. A pesar de la indudable fuerza de la argumentación, parece preferible
limitar la esfera de acción del contrato de depósito a las cosas muebles. Esta limitación, hoy generalmente aceptada,
obedece a la estructura especial de este contrato, cuyas reglas tienen como finalidad asegurar la restitución de las
cosas que serían susceptibles de desaparición.
984. Caracteres
El contrato de depósito tiene los siguientes caracteres:
a) Es en principio oneroso, pero puede ser gratuito si las partes lo acuerdan así (art. 1357). Aclara la norma a su vez,
que la gratuidad sólo versa sobre la remuneración que le es debida por el depositante al depositario, pero que aún en
estos supuestos, se le deben a este último los gastos razonables en los que incurra para la conservación del bien.
Claramente, el requisito de razonabilidad será ponderado en última instancia por el Juez en el caso concreto, pero
entendemos que pueden servir como pautas de determinación las siguientes reglas: a) la relación entre el gasto y el
valor del bien; b) el grado de necesidad del gasto respecto de la necesidad de su conservación. Cuando el depósito es
oneroso, el depositante debe pagar la remuneración establecida por todo el plazo del contrato, a menos que se hubiese
pactado su reducción si el depositante reclamase la restitución de la cosa antes del vencimiento del contrato (art. 1360,
párr. 1º).
b) Se trata de un contrato bilateral, aun cuando fuese gratuito. En efecto, si bien las obligaciones recaen
principalmente sobre el depositario, que debe cuidar de la cosa y luego restituirla al depositante, este último está
obligado a entregar la cosa para su cuidado. Si el contrato fuese oneroso, el depositante deberá además pagar la
remuneración convenida. Y en ambos casos deberá reintegrar los gastos efectuados por el depositario, si los hubiera.
c) Es un contrato consensual, pues basta el mero acuerdo de voluntades para que sea exigible.
d) Es un acto de confianza del depositante en el depositario. Esta confianza está en la raíz del contrato y, según
hemos de verlo, gobierna sus efectos de una manera permanente.
985. Distinción con otros contratos
Hemos dicho ya, que en numerosos contratos una de las partes recibe de la otra una cosa que está obligada a
guardar y conservar, sin que por ello sean depósitos, porque la obligación de guardar resulta accesoria de otra principal
que es la que se tiene en mira al contratar; en tanto que en el depósito, la guarda y conservación es la obligación única
o casi única. Ordinariamente, basta con esto para una clara distinción conceptual; pero con frecuencia, los contratos
asumen formas atípicas en las que el encuadre jurídico no resulta sencillo. Debe considerarse que no hay depósito
cuando una persona deja una cosa en casa de alguien, aunque sea con su consentimiento, si ella no ha contraído una
obligación de guarda, tal como ocurre con el abrigo o el paraguas que deja en la percha el visitante, el cliente de un
profesional (médico, abogado, etc.), o de una casa de comidas. Aunque es muy similar la situación de los efectos
dejados por el obrero en la fábrica (ropa, bicicleta, etc.), la tendencia contemporánea a proteger el trabajo ha hecho
prevalecer la solución de que el patrón debe considerarse responsable de su daño o extravío como un depositario.
Pero habrá depósito si una de las partes ha asumido claramente una obligación de guarda, como ocurre cuando el
propietario del cine, teatro, restaurante, club, etcétera, organiza un guardarropa con un empleado encargado de su
cuidado, sobre todo si se entregan tickets.
Los depósitos hechos en los bancos por sus clientes están sujetos a las disposiciones específicas para el contrato de
depósito bancario (arts. 1390, 1391 y 1392); así como las cosas depositadas en las cajas de seguridad tendrán su
regulación en los artículos 1413 a 1417. Nos remitimos a los números 1033/37 y 1043
A.— CAPACIDAD
991. Forma
La celebración del contrato de depósito no exige el cumplimiento de formalidad alguna. En consecuencia, puede
hacerse aun verbalmente. Sin embargo, cuando el depositario es un propietario de las llamadas casas de
depósito, está obligado a entregar recibo sobre las cosas recibidas, describiendo su naturaleza y características (art.
1377, inc. a). Esta formalidad, si bien no afecta a la existencia del contrato, tendrá repercusión sobre su prueba.
992. Prueba
El contrato de depósito no posee, en principio, normas específicas respecto de su prueba, por lo que se lo podrá
probar por todos los medios aptos para llegar a una razonable convicción (art. 1019).
Sin embargo, y tal como hemos dicho en el punto anterior, el artículo 1377, inciso a), dispone la entrega al
depositante —que deja sus bienes en una casa de depósito— de un recibo donde consten las cosas dejadas y su
descripción. En este sentido, entendemos que en el contrato de depósito toma particular importancia el último párrafo
del artículo 1019, que prohíbe la prueba de testigos para aquellos contratos que sean de uso instrumentar. Es que el
contrato de depósito puede darse de diferentes maneras, y de acuerdo a tal tipología, será aplicable o no la exigencia
de una prueba diferente a los testigos. Así, si estamos en un supuesto de depósito, en el que el depositario es
comerciante y ejerce su actividad a través de una casa de depósito, o si el depositario contrata a su vez a otra persona
extraña al depositante para que guarde la cosa, se aplica la prueba del artículo 1377, inciso a); empero, no cabría igual
exigencia en los casos de depósito necesario por situaciones imprevistas, o en los casos en el que el depositario es un
familiar o alguien cercano al depositante, siendo en estos casos aceptable la prueba de testigos.
§ 3.— EFECTOS
995. Enumeración
Conforme el artículo 1358, el depositario tiene las siguientes obligaciones: a) guardar y conservar la cosa que se le
entrega, con la diligencia que usa para sus cosas o que corresponda a su profesión; b) abstenerse de usar la cosa
depositada; c) restituirla al término del contrato o cuando el depositante lo exija, con sus frutos.
Además, si el depositario ejerce su actividad como comerciante mediante una casa de depósito, deberá, además de
las obligaciones enunciadas: a) dar recibo por las cosas que les son entregadas para su custodia, en el que se
describa su naturaleza, calidad, peso, cantidad o medida; y, b) permitir la inspección de las cosas recibidas en depósito
al depositante y a quien éste indique (art. 1376).
Entendemos además que como obligación accesoria, tendrá que respetar y guardar secreto, no pudiendo, como
parte de este deber, abrir o acceder a las cosas depositadas en cajas o bultos cerrados.
1.— Obligación de guarda
999. Alcance
El depositario no puede usar la cosa depositada (art. 1358). Al tratarse de una norma supletoria, nada obsta a que el
depositante autorice al depositario a utilizarla ya sea expresamente, ya sea tácitamente conociendo su uso y no
evitándolo. Si, violando sus obligaciones legales, el depositario la usare, debe los daños causados conforme el principio
de la reparación integral.
Cuando el depósito es de dinero, lo que constituye un supuesto de depósito irregular —al menos que se entregue en
un saco o caja o bulto cerrado—, hay una transferencia del dominio de la cosa y, por tanto, el depositario queda
autorizado a usarlo y a disponer de él como le plazca, aunque se lo prohíba el contrato (art. 1367). Por lo tanto, esta
norma sólo puede tener aplicación en el caso de que el dinero se haya entregado en saco o caja o bulto cerrado, que el
depositario hubiera abierto.
1001. Responsabilidad de los herederos del depositario que han enajenado la cosa
Los herederos del depositario que hayan enajenado de buena fe la cosa mueble, ignorando que se trataba de un
depósito, sólo están obligados a restituir al depositante el precio recibido, y si el precio aún no ha sido pagado, deben
ceder el crédito (art. 1366). Es una solución de excepción, pues los herederos deberían responder de la misma manera
que el propio depositario, vale decir, indemnizando al depositante todos los daños sufridos, que no se calcularán sobre
la base del precio recibido sino del valor real de la cosa en el momento de la restitución. La excepción se funda en una
razón de equidad, para no perjudicar al heredero de buena fe. Por el contrario, los que sabían que la cosa era
depositada y la vendieron, están sujetos a las reglas ordinarias: responden por el valor de la cosa y los restantes
daños.
En cambio, si la hubieren donado, están obligados a devolver su valor. En efecto, aunque el artículo 1366 sólo se
refiere a la enajenación, y ella puede ser gratuita u onerosa, es claro que la norma se refiere a esta última, toda vez
que deja a salvo el derecho del depositante sobre el precio. En la donación no hay precio y sería inadmisible que el
depositante perdiera todo derecho a reclamo alguno.
1002. A quién debe hacerse la restitución
La cosa depositada debe restituirse al depositante o quien éste indique. Si el depósito es en interés de un tercero, no
se puede entregar la cosa sin el consentimiento de éste (art. 1363).
Si el depósito ha sido hecho por un administrador de bienes ajenos, acabada la administración, el depósito debe ser
devuelto a la persona representada en atención a que ha cesado la causa de la representación. Si el depositante
hubiera perdido la administración de sus propios bienes, la restitución debe hacerse a la persona a la cual hubiere
pasado la administración a los fines de evitar que los bienes queden exentos de la órbita del administrador. Así, si el
depositante deviene incapaz, las cosas deberán ser entregadas a su apoyo, o si se le ha decretado la quiebra, al
síndico.
Puede ocurrir que quienes deban recibir el depósito sean varios, porque fueron múltiples los depositantes o porque
fallecido el depositante, lo sucedieron varios herederos. Si los interesados se ponen de acuerdo en quién ha de recibir
el depósito, el depositario cumple entregándolo a dicha persona; pero si no hay acuerdo, la cosa debe consignarse
judicialmente.
1006. Compensación
En el depósito regular, la compensación es improcedente, porque en éste el objeto debe ser siempre una cosa no
fungible y la naturaleza de ésta no es compatible con la compensación. En tanto, en el depósito irregular, la obligación
de restituir puede compensarse con créditos que tenga el depositario contra el depositante en razón de las normas que
rigen la extinción de las obligaciones por compensación (arts. 921 y sigs.). No hemos de obviar que el artículo 930,
inciso g), establece que no es compensable la obligación de devolver un depósito irregular, pero esta norma es, en
verdad, inexplicable; tratándose de cosas fungibles (requisito necesario del depósito irregular) no se ve ninguna
explicación razonable para exceptuar el caso de las normas generales de la compensación.
1008. Alcance
Cuando el depósito consiste en una caja, saco o bulto cerrado, el depositario debe abstenerse de abrirlo, a menos
que estuviera autorizado por el depositante. Esta autorización se presume: 1) si el depositante ha entregado las llaves
de la caja al depositario, a menos que, no obstante esa circunstancia, le hubiera prohibido abrirla; 2) si las órdenes del
depositante no pudieran cumplirse sin abrir la caja, saco o bulto.
Pero el depositario no sólo debe respetar el secreto del depósito entregado en caja cerrada; está también obligado a
no divulgarlo si por cualquier acontecimiento (apertura de la caja con o sin autorización del depositante, sea por hecho
del depositante, del depositario o por caso fortuito) llegare a conocer su contenido.
Si bien estos deberes se encontraban legislados expresamente en los artículos 2205 a 2207 del Código Civil de
Vélez y que no han sido reproducidos en el Código Civil y Comercial, entendemos que la obligación de guardar secreto
es parte del principio general de la buena fe, y por lo tanto, constituye una obligación accesoria en cabeza del
depositario.
1009. Enunciación
Además de las obligaciones hasta aquí enunciadas, las casas de depósito tendrán las siguientes obligaciones: a) dar
recibo por las cosas que les son entregadas para su custodia, en el que se describa su naturaleza, calidad, peso,
cantidad o medida; b) permitir la inspección de las cosas recibidas en depósito al depositante y a quien éste indique
(art. 1377).
Respecto de la primera de las obligaciones, ya nos hemos referido en los números 992 a 994 y allí nos remitimos.
En cuanto a la restante obligación, el dueño de la casa de depósito está obligado a permitir al depositante, o a
quienes éste indique, acceder a las cosas depositadas a los fines de constatar tanto su integridad, como el
cumplimiento de las demás obligaciones contractuales pactadas (por ej., el modo especial de ejercer el cuidado). Ante
la negativa del depositario, el depositante podrá requerir la orden judicial pertinente y ejercer su derecho con auxilio de
la fuerza pública bajo la forma de medida cautelar, tutela anticipada o de diligencia preliminar, según sea el caso.
B.— OBLIGACIONES DEL DEPOSITARIO EN EL DEPÓSITO IRREGULAR
1011. Enumeración
Pesan sobre el depositante las siguientes obligaciones:
a) Reembolsar al depositario los gastos razonables que hubiera hecho para la conservación de la cosa depositada y
para su restitución (art. 1357). La ley se refiere a los gastos ordinarios de conservación (art. 1357), pero también a los
extraordinarios que fueren notificados o que se hubieren efectuado en forma urgente para el cuidado de la cosa, si se
tratare de un depósito oneroso (art. 1360, párr. 2º).
También debe el depositante los gastos de traslado de la cosa al lugar de restitución acordado en el contrato o
posteriormente, si es diferente del lugar en que la cosa debió ser custodiada (art. 1361).
b) Indemnizar al depositario de los perjuicios que le ha ocasionado el depósito. Por ejemplo, si las cosas dadas en
depósito poseen un vicio que causan daños a bienes del depositario o de otros depositantes.
c) Pagarle la remuneración pactada. El artículo 1360 establece que el pago debe ser por todo el plazo por el que se
haya pactado el depósito, aun cuando el depositante exigiere su restitución en forma anticipada; salvo pacto en
contrario.
d) Recibir la cosa que le restituye el depositario en tiempo oportuno. Si constituido en mora no la recibiere, debe los
daños consiguientes.
La responsabilidad del depositante por las indemnizaciones debidas al depositario no está limitada al valor de la
cosa, ni podría pretender eximirse de su pago haciendo abandono de ella.
§ 4.— FIN DEL DEPÓSITO
1013. Concepto
Dice el artículo 1368, que el depósito necesario es aquel en que el depositante no puede elegir la persona del
depositario por un acontecimiento que lo somete a una necesidad imperiosa, y el de los efectos introducidos en los
hoteles por los viajeros. Dejaremos por ahora de lado el depósito hecho en hoteles por viajeros, que será objeto de un
estudio especial en el capítulo siguiente, y nos limitaremos al depósito necesario stricto sensu.
La ley hace una enunciación general que caracteriza al depósito necesario: la existencia de un acontecimiento de
fuerza mayor que someta a la persona a una necesidad imperiosa de entregar sus bienes a otra, sin la posibilidad de
elegirla. Serían los casos en que el depósito ha debido hacerse por estar el depositante sometido a una situación
crítica, causada por incendio, saqueo, ruina, etcétera. El problema de si ha existido o no necesidad imperiosa de hacer
el depósito es cuestión que queda librada a la prudente apreciación judicial; pero no basta una simple dificultad ni
mucho menos una mera conveniencia, por evidente que fuera. Tampoco hay depósito necesario en el concepto del
artículo 1368, cuando el depositante se ve obligado a hacerlo no porque medien circunstancias de fuerza mayor, sino
porque se lo impone un contrato celebrado con terceras personas.
1032. Introducción
En la Sección 2ª del Capítulo referido a los "Contratos Bancarios", se tratan los "Contratos en Particular",
regulándose aquellos negocios prevalecientes en la actividad bancaria.
Veamos esos negocios.
1039. a) Préstamo
El préstamo bancario se define en el artículo 1408 como el contrato por el cual el banco se compromete a entregar
una suma de dinero, obligándose el cliente prestatario a su devolución y al pago de los intereses convenidos. La
fórmula alcanza a una amplísima variedad de modalidades de financiamiento bancario, por caso préstamos cambiarios,
créditos para el consumo, para inversión, créditos en cuenta, créditos de firma y créditos con garantías.
Por su amplitud y la libertad de contratación consagrada en el artículo 958, las cuestiones relativas a las condiciones,
plazos e intereses, quedan sujetas a los términos de la convención en tanto se trata de un contrato nominado (art. 970),
sin prejuicio de su integración en los términos del artículo 964.
Tratándose de obligaciones de dar sumas de dinero resultan aplicables las disposiciones relativas a ellas, en
particular lo dispuesto en los artículos 765 y 766, este último en desarmonía con el anterior, pero aplicable al préstamo
bancario para sostener el funcionamiento sistémico de los contratos bancarios. Es que si los depósitos deben
restituirse en la moneda de la imposición (art. 1390), lo mismo debe aplicarse al préstamo bancario. La restitución en la
moneda de la misma especie es además una obligación explícita, extendida al pago de los intereses (art. 1408), tal
como también sucede en el contrato de mutuo en general (art. 1525).
1040. b) Descuento
El descuento bancario se define en el artículo 1409 como el contrato en el que el titular de un crédito contra terceros
se obliga a cederlo a un banco, y éste se obliga a anticiparle el importe del crédito. Es razonable que de tal anticipo se
deduzcan los intereses correspondientes, tal como lo expresan los fundamentos de la Comisión Redactora del Código.
La norma añade que el banco tiene derecho a la restitución de las sumas anticipadas, aunque el descuento tenga
lugar mediante endoso de letras de cambio, pagarés o cheques y haya ejercido contra el tercero los derechos y
acciones derivados del título.
De la definición del artículo 1409 resulta que el banco otorga un préstamo cobrando anticipadamente los intereses, y
el cliente le transfiere un crédito suyo contra un tercero, permitiéndole al banco recuperar directamente la suma
entregada. En su defecto, el deudor debe devolver el anticipo, en tanto el banco tiene el derecho a la restitución,
aunque el descuento haya operado mediante el modo de letra de cambio, pagaré o cheque y ejercido contra el tercero
los derechos y acciones derivadas del título, sin resultado positivo.
Se trata de una operación de crédito con acumulación de al menos dos deudores, el descontado y el tercero, a los
que se pueden agregar (i) endosantes si antes los títulos fueron negociados, o (ii) los aceptantes de las letras de
cambio.
Los contratos o las operaciones que se celebran en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires suelen ser sobre
acciones, obligaciones negociables, debentures, certificados de participación emitidos por fideicomisos financieros,
todos los cuales podemos englobar en el concepto de títulos privados. Se realizan también operaciones sobre títulos
públicos.
Es de destacar que si bien el artículo 470 del Código Civil y Comercial requiere necesariamente el asentimiento del
cónyuge para enajenar o gravar las acciones o títulos nominativos no endosables y los títulos no cartulares (p. ej.,
acciones escriturales), se hace expresa excepción a las acciones autorizadas para la oferta pública y negociables en
bolsas y mercados, sin perjuicio de la aplicación del artículo 1824.
A su vez las distintas operaciones o contratos mencionados, pueden celebrarse de contado (operaciones que se
liquidan al tercer día hábil), o a término, cuando el contrato debe cumplirse en un plazo fijado al concertarlo.
Pueden hacerse operaciones de pase cuando se compra un activo para un cliente y simultáneamente para el mismo
se lo vende a un vencimiento posterior; operaciones sobre cauciones; operaciones de futuros (cuando se fija un precio
de futuro de la especie o activo negociado) y operaciones o contratos de opciones (el precio de la opción es la prima),
por la cual si la opción es de compra, la parte se obliga a venderle a la otra determinada cantidad de una especie o
activo al precio fijado y al término convenido.
Respecto de estas opciones podría generarse algún inconveniente en las opciones de largo plazo, a la luz de lo
determinado por los artículos 994 y 996 pues el primero limita el uso y ejercicio de las opciones reguladas en el
segundo artículo al plazo de un año, lo que entorpece aquellas operaciones de largo plazo u operaciones sobre
opciones de acciones de largo término. Pensamos que más adecuado hubiera sido la solución que se plasmara en la
reforma del Código Civil Peruano, por ley 27.420 (art. 1562), en el que los contratos de opción pueden celebrarse por
cualquier plazo y sólo si se omite el plazo la opción se limita al término de un año.
1050. Caracteres
Se trata de un contrato consensual pues se perfecciona con el simple consentimiento de las partes. El contrato se
celebra sin obligación de ninguna de las partes de efectuar remesas, sino simplemente regulando la futura actividad de
las partes. El Código Civil y Comercial (art. 1430) destaca este carácter consensual cuando define al contrato como
aquel por el cual las partes se comprometen a inscribir en una cuenta las remesas recíprocas que se efectúan y se
obligan a no exigir ni disponer de los créditos resultantes de ellas hasta el final de un período, a cuyo vencimiento se
compensan, haciéndose exigible y disponible el saldo que resulte.
Siguiendo la vieja definición del derogado Código de Comercio, este contrato es también de carácter bilateral pues
impone obligaciones recíprocas a las partes intervinientes (conf. art. 966).
También se trata de un contrato oneroso y conmutativo. Oneroso por cuanto las ventajas que el contrato procura a
una de las partes le son concedidas en función de una prestación que efectuó o se obliga a efectuar (conf. art. 967) y
es conmutativo porque las ventajas para todas las partes son ciertas (conf. art. 968). No hay ventaja o beneficio que
dependa de un acontecimiento incierto, sino que éstas surgen de las remesas efectuadas y del saldo resultante que
determinará quién es acreedor o quién es el deudor.
Se trata la cuenta corriente de un contrato no formal, pues la ley no exige a su respecto ninguna formalidad para su
validez (conf. art. 969), pues las facturas, remitos, cheques, resúmenes bancarios y hasta los asientos de los libros
contables solo servirán para acreditar las remesas efectuadas, pero no para la existencia del contrato, el cual se regirá
—en el sentido de su prueba— por lo determinado en el artículo 1019.
Es también un contrato principal, ya que existe por sí mismo sin necesidad de otro acuerdo, y si bien opera como un
contrato marco que aglutina distintas operaciones (remesas), tampoco es un contrato normativo o preliminar, pues
tiene validez por sí mismo, sin necesidad de otro contrato, ni obliga a celebrar otros contratos (conf. art. 994).
Finalmente es un contrato nominado, pues se trata de un negocio específicamente regulado por la ley (arts. 1430 y
sigs.) y en razón de su propia naturaleza es un contrato de duración.
Explicados los caracteres del contrato, nos hemos de detener en lo que, entendemos, es la característica esencial y
definitoria de la cuenta corriente: que produce la transformación del crédito que se incorpora a la cuenta corriente, pues
éste pierde su individualidad y su exigibilidad.
En efecto, cada parte al efectuar una remesa, renuncia a su derecho de exigir el contravalor de tal remesa, la que se
incorpora a la cuenta corriente, mientras ésta mantenga su vigencia. Al contabilizar la remesa en la cuenta corriente se
paraliza la exigibilidad natural del crédito nacido por la operación jurídica que ella implica, quedando supeditado su
cobro a las resultas de la operatoria de la cuenta, en una suerte de pacto de non petendo que, a diferencia del artículo
775 del derogado Código de Comercio, no genera novación del crédito emergente de la remesa, por lo que persistirán
(conf. art. 1434) las garantías personales y reales de los créditos anotados.
Ello así, los créditos o remesas incorporados a la cuenta corriente pierden esa autonomía propia y —aunque no se
novan— pasan a ser simples asientos de la contabilidad de la cuenta corriente, para integrar la masa de remesas
acreditadas, las que no pueden ser objeto de liquidación individual, sino que conformarán —a través del saldo final—
una obligación única.
El saldo definitivo viene así a sustituir a todos los créditos y débitos (remesas) inscriptos en la cuenta corriente.
Esta característica es una de las que lleva a diferenciar a la cuenta corriente de las cuentas simples o de gestión,
como veremos más adelante (número 1061).
1051. Contenido
Cualquier negocio jurídico entre las partes del cual surja una relación de crédito o débito entre ellas puede constituir
el contenido de la cuenta corriente.
Cada uno de esos créditos o débitos será una partida o asiento de la cuenta y cada uno de ellos constituye la
remesa de la que habla la definición del artículo 1430.
En tal sentido dispone el artículo 1431 que todos los créditos entre las partes resultantes de títulos valores o de
relaciones contractuales posteriores al contrato se comprenden en la cuenta corriente, excepto estipulación en
contrario.
De lo expuesto por la norma, advertimos que las partes pueden acordar en el contrato de cuenta corriente qué
remesas o qué tipo de remesas se incluirán o excluirán de la cuenta.
Tal como expresara la jurisprudencia puede partirse del principio de que en la duda, todas las prestaciones y créditos
valuables en dinero, es decir aptos para su compensación, son del dominio natural de la cuenta corriente, pues de otro
modo quedaría al solo arbitrio de una de las partes excluir de la cuenta las remesas que mejor les pareciera (Conf.
CNCom. Sala D, 15/8/1983, "Cía. Italiana de Aceros S.A. c. Batisti Hnos. S.A.", L.L. t. 1985-B, p. 24).
Expresamente —en concordancia con lo expuesto— la norma citada prohíbe incorporar a una cuenta corriente los
créditos no compensables (enumerados en el artículo 930), ni los créditos ilíquidos o litigiosos. De lo indicado por la
norma y sujeto a la cláusula "salvo encaje" (art. 1435), entendemos que los créditos dudosos pueden ser objeto de una
remesa en la cuenta corriente.
1057. Resúmenes de la cuenta corriente. Garantía del saldo. Acción de rectificación del saldo
Tal como lo dispone el artículo 1432, inciso a), salvo convención en contrario, lo períodos de liquidación de la cuenta
corriente son trimestrales. Cada tres meses —en el curso de la duración del contrato— se produce la liquidación de la
cuenta para determinar el saldo exigible.
El resumen de la cuenta corriente y su saldo se determina formando las dos masas de ingresos y egresos, las
columnas del debe y del haber. Con su resultado se efectúa la compensación entre ambos hasta el monto de la deuda
menor (art. 921), con lo cual se obtendrá el saldo adeudado por una de las partes.
Esto nos impone distinguir el llamado 'cierre parcial' de la cuenta que se produce trimestralmente (salvo pacto en
contrario, como vimos), para determinar quién es deudor y quién es el acreedor de la cuenta; del 'cierre final' que se
produce al finalizar o extinguirse la cuenta o concluir el plazo de su duración.
A su vez —tal como dispone el artículo 1433, inciso b)— en el caso del 'cierre parcial', dicho saldo generará
intereses y eventualmente, el mismo (si no se abona) podrá ser considerado como remesa del siguiente período —sea
el pactado por las partes, sea el trimestral que el Código establece en caso de silencio— (conf. art. 1432, inc. d).
Aun cuando guarden similitud, no debe confundirse el resumen de la cuenta corriente con la rendición de cuentas
(art. 858 y sigs.), pues en el caso que estamos estudiando no se debe cumplir con el detalle descriptivo y documentado
de cómo se llega al saldo (parcial o final), ni con las referencias o explicaciones necesarias para su comprensión, ni —
menos aún— acompañar comprobantes de ingresos y egresos, pues tales documentos (facturas, remitos, etc.) ya se
encuentran en poder de ambas partes y asentados en sus recíprocas contabilidades.
Asimismo, el artículo 1438 establece que "los resúmenes de cuenta que una parte reciba de la otra se presumen
aceptados si no los observa dentro del plazo de diez días de la recepción o del que resulte de la convención o de los
usos. Las observaciones se resuelven por el procedimiento más breve que prevea la ley local.
De lo dispuesto por la norma advertimos que puede haber dos tipos de aceptación del resumen de cuenta y su saldo:
expresa y tácita. La primera, la aceptación expresa no genera problema alguno. Sólo cabe señalar que si el acreedor
pretende la ejecución del saldo, el resumen de cuenta deberá estar suscripto con firma del deudor certificada por
escribano o judicialmente reconocida (art. 1440, inc. a).
La aceptación constituye en deudor obligado a la parte y dicho saldo puede llevarse a una nueva cuenta como
primera remesa o al siguiente período (sea el pactado por las partes, sea el trimestral que el Código establece en caso
de silencio) en igual forma, como ya hemos visto.
En defecto de una aceptación expresa, puede darse una aceptación tácita del resumen y su saldo y ello ocurrirá si el
receptor del resumen deja transcurrir diez días (o el plazo que sea de uso y costumbre) desde su recepción, sin
ninguna observación. Entendemos que en este caso la norma ha fijado un plazo máximo, por lo que los usos y
costumbres aplicables deberían ser aquellos que fijen un plazo menor y no mayor, en razón de la celeridad propia de
este tipo de negocios, que impone no dejar en la incertidumbre las operaciones mercantiles. Incluso, debe
contemplarse que el plazo se ha visto reducido de un mes (art. 73, Cód. de Comercio derogado) que se entendía
aplicable a la aceptación tácita de la cuenta, a solo diez días en el Código Civil y Comercial.
El saldo de la cuenta corriente —tal como dispone el artículo 1439— puede ser garantizado con hipoteca, prenda,
fianza o cualquier otra garantía. Esta disposición no pretende fijar que la garantía deba prestarse una vez aprobado
expresa o tácitamente el resumen de la cuenta, sino que las garantías mencionadas pueden otorgarse con anticipación
al resumen o al saldo adeudado (conf. arts. 1577 y 2187).
Más allá de las observaciones a la cuenta que menciona el artículo 1438, segundo párrafo, el Código Civil y
Comercial no regula la acción de rectificación de la cuenta o del saldo de cuenta, tal como lo preveía el artículo 790 del
Código de Comercio derogado, disposición que fue ampliamente aplicada analógicamente a la cuenta corriente
bancaria en su momento.
Entendemos que los casos de errores de cálculo o de registración, podrán ser cuestionados judicialmente y
requerida la rectificación del saldo final de la cuenta por aplicación analógica del artículo 862, in fine; por lo que la
acción que nace con la recepción del saldo, no queda sujeta a prescripción, sino que caducará al año de recibido dicho
saldo.
1058. Cobro ejecutivo del saldo de la cuenta corriente
La exigibilidad del saldo (parcial o final) resulta de su aceptación expresa o tácita. El artículo 1440 ha habilitado la vía
ejecutiva directa para el cobro del saldo de la cuenta corriente, la que queda expedita en cualquiera de los siguientes
casos:
a) Si el resumen de cuenta en el que consta el saldo está suscripto con firma del deudor certificada por escribano o
judicialmente reconocida. El reconocimiento judicial se debe ajustar a las normas procesales locales y puede ser
obtenido en forma ficta, lo que lleva a la aplicación de las normas previstas en los diferentes códigos procesales.
b) Si el resumen está acompañado de un saldo certificado por contador público y notificado mediante acto notarial en
el domicilio contractual, fijándose la sede del registro del escribano para la recepción de observaciones en el plazo del
artículo 1438. En este caso, el título ejecutivo queda configurado por el certificado notarial que acompaña el acta de
notificación, la certificación de contador y la constancia del escribano de no haberse recibido observaciones en tiempo.
No advertimos la necesidad de una doble instancia de observaciones, ni el encarecimiento contable y notarial del
procedimiento. En efecto, si el resumen ya ha sido remitido de conformidad a lo determinado por el artículo 1438 y han
transcurrido los diez días, la aceptación tácita se ha producido; y si hubo observaciones también se debió cumplir con
la vía judicial del segundo párrafo de esa norma, lo que con su resultado dejaría habilitada la ejecución por el saldo
judicialmente reconocido sin necesidad de otro trámite.
Por ello, ¿cuál es la razón para habilitar un nuevo período de diez días para observaciones por sobre aquel del
artículo 1438? ¿Cuál el sentido de la constancia notarial adicionada a la certificación contable, si con esta última ya hay
presunción suficiente del saldo?
Entendemos que hubiera bastado con la sola existencia del inciso a) del artículo 1440 para habilitar la vía ejecutiva y
pensamos que en la operatoria de la cuenta será esa la vía elegida por los acreedores en la eventual ejecución de la
cuenta.
1060. Prescripción
La operatoria analizada nos permite advertir que mientras la cuenta corriente es operativa (hasta tanto se produzca
el cierre parcial o de un período o el cierre final) ninguna de las partes puede exigir a la otra el pago de un crédito
anotado en cuenta. Ello es así, pues, las operaciones debitadas o acreditadas pierden su autonomía y, en
consecuencia, no existe propiamente un acreedor ni un deudor hasta el cierre parcial o final en que se produce la
compensación.
De allí que el plazo de prescripción de las acciones que puedan surgir de la cuenta corriente —acción que nace con
la exigibilidad del saldo (parcial o final)— recién comienza a correr desde que queda aprobado expresa o tácitamente el
saldo.
Entendemos que el término de prescripción —por el modo operativo de la cuenta corriente— es el bianual del
artículo 2562, inciso c), sin perjuicio de lo expresado respecto de la acción de rectificación de la cuenta corriente o de
su saldo, que caducará al año por aplicación analógica del artículo 862, in fine, conforme indicamos en el número 1057.
1061. Cuentas simples o de gestión. Diferencias con la cuenta corriente
Hemos expresado que en la cuenta corriente los créditos o remesas incorporados a la cuenta pierden autonomía
propia y pasan a integrar la masa de remesas acreditadas, las que no pueden liquidarse individualmente, sino que
conforman —a través del saldo final— una obligación única, por lo que el saldo final sustituye a todos los créditos y
débitos (remesas) inscriptos en la cuenta corriente y es ejecutable por sí mismo, conforme hemos visto en el número
1058.
De lo expresado podemos entonces extraer una serie de diferencias entre la cuenta corriente y las cuentas simples o
de gestión, que son:
a) La cuenta corriente es jurídicamente un contrato autónomo, mientras que la cuenta de gestión es una operación
contable y no una relación jurídica particular.
b) Las remesas acreditadas en la cuenta corriente pierden su individualidad, mientras que en la cuenta simple o de
gestión cada operación mantiene su individualidad y no genera propiamente una "remesa" acreditable o debitable para
compensar en su saldo parcial o final.
c) En la cuenta corriente tenemos una bilateralidad entre las partes que se conceden créditos recíprocos y no se los
exige sino a través del saldo final, mientras que en la cuenta simple o de gestión tenemos una relación unidireccional
emergente de la operación individual o de cada una de ellas.
d) Reiterando lo expresado en la cuenta corriente, hay créditos recíprocos y una compensación de todas las remesas
periódicamente o al final de la cuenta, dos aspectos que no operan en las cuentas simples o de gestión.
En el sentido indicado se ha resuelto que las cuentas que no reúnen todas las condiciones enunciadas (concesión
recíproca de crédito, remesas no imputables a empleo determinado, etc.), son cuentas simples o de gestión, en las que
las partes se encomiendan gestiones recíprocas en favor de uno u otro, no perdiendo ninguna de las operaciones su
individualidad. No existe, por lo tanto compensación final, ni producción automática de intereses (C1ªCiv., Mendoza, 1ª.
Circ., 22/06/2009, Reg. Sent. Nº 40267). En la cuenta simple las partidas no cambian su naturaleza por ingresar en
ella, incluso los créditos mantienen la acción que los protege primitivamente y, como es lógico, no puede regirse por las
normas de la cuenta corriente.
I — DISPOSICIONES GENERALES
1064. Caracteres
De las características definitorias de estos contratos asociativos, podemos indicar como comunes las siguientes:
En primer lugar podemos calificarlos como contratos nominados (art. 970) ya que tienen un nomen iuris y una
regulación particular.
Son todos ellos contratos consensuales, pues se perfeccionan por el solo acuerdo de partes.
Son en general plurilaterales, aunque nada impide que sean bilaterales (art. 966) pues generan obligaciones a cargo
de las partes intervinientes, sean éstas dos o más, algunas de esas obligaciones a favor de los otros intervinientes, y
en general a favor de la organización o a favor del fondo operativo del contrato.
Se tratan de contratos onerosos (art. 967) en el sentido de que los beneficios que otorgan estos contratos son
concedidos en función de los aportes u obligaciones asumidos por los intervinientes. La existencia de un fin de lucro
directo o no, no empece esta característica.
Por expresa disposición de la norma legal se tratarían ellos de contratos no formales pues el Código (art. 1444)
indica que "no están sujetos a requisitos de forma". Si bien esta pauta se aplica al contrato "negocio en participación",
como veremos no resulta así respecto de las demás formas reguladas, ya que —a contrario de lo determinado por el
citado artículo 1444 y conforme el artículo 969— los artículos 1455, 1464 y 1474 disponen elementos necesarios que el
contrato debe contener, lo que los transforma así en contratos formales.
Podemos también caracterizar a estos contrato como conmutativos (art. 968) pues las prestaciones son ciertas y
determinadas y se corresponden presuponiendo un equilibrio entre ellas.
En general son contratos de duración o de ejecución continuada ya que su finalidad es producir efectos por una
determinada operación que se extiende en el tiempo o por un lapso más o menos prolongado de duración (p.ej. 10
años, art. 1455, inc. b); o bien la duración de la obra o suministro (arts. 1463 y 1464 inc. b).
II — NEGOCIOS EN PARTICIPACIÓN
1069. Definición
Este contrato es organizado por el Código Civil y Comercial (art. 1448) limitándolo para la realización de una o más
operaciones determinadas, a cumplirse mediante aportaciones comunes a nombre personal del gestor del negocio, y
su utilidad radica indudablemente en que pueden realizar en conjunto lo que las partes no podrían aisladamente.
Este tipo de contrato —por definición— se caracteriza por su transitoriedad, ya que sólo puede tener por objeto una o
más operaciones determinadas.
No es un sujeto de derecho, pero nos preguntamos: ¿Qué ocurriría si este negocio en participación excede su propio
objeto caracterizante de una o más operaciones determinadas? ¿Qué ocurre si esas "más" operaciones determinadas
se transforman en el desarrollo de un objeto más amplio, extendido en el tiempo y hasta diversificado?
Entendemos que dos alternativas podrían darse en el caso.
Podríamos estar ante un supuesto específico de la libertad de contenidos (art. 1446) con la salvedad que
comentamos anteriormente, o bien podríamos estar entrando en una actuación asimilable analógicamente a las
sociedades no constituidas regularmente, pues superaría cualquiera de las pautas generales de este Capítulo para
atenderlo sólo como un contrato y los propios interesados habría abusado de la forma contractual ingresando en un
campo de responsabilidad propio de las formas reguladas en la sección IV, Capítulo I de la Ley General de
Sociedades.
El negocio en participación es una suerte de negocio parciario, esto es que en su naturaleza son contratos bilaterales
o plurilaterales, conmutativos pero con una cierta álea vinculada al negocio.
Como indica la ley, este negocio parciario no es un sujeto de derecho, es un contrato que necesariamente se limita a
una bilateralidad estructural, pues en el mismo solo encontramos dos partes diferenciables, dos distintos centros de
interés: por un lado, el o los gestores del negocio, y por el otro lado, el o los partícipes que son los capitalistas,
inversionistas del negocio.
1070. Partes
Dos son las partes que intervienen en esta nueva forma contractual de contratos asociativos, aunque cada una de
estas partes puede estar integrada por una o más personas humanas o jurídicas. Estas partes son: (a) el o los gestores
del negocio y (b) el o los partícipes inversionistas del negocio.
(a) Gestor o Gestores: Tal como expresa el artículo 1449 el gestor es el que lleva adelante una o más operaciones
determinadas que forman el objeto de este contrato. El gestor actúa, comercializa y gestiona el negocio acordado con
los partícipes, frente y con los terceros y éstos adquieren derechos y asumen obligaciones solo con el gestor, que por
eso adquiere ante ellos una responsabilidad ilimitada.
Si actuara más de un gestor, éstos serán solidariamente responsables ante los terceros con quienes contraten.
(b) Partícipe o partícipes: De conformidad a lo determinado por el artículo 1450 el partícipe es un inversionista del
negocio, un capitalista que no interviene en el negocio, ni actúa frente a los terceros en la consecución de aquellas
operaciones determinadas, objeto del contrato. Es el que efectúa el aporte económico sin gestionar el negocio
acordado, aporte que se efectúa en cabeza del gestor del negocio, gozando del derecho de acceso a la documentación
relativa al negocio, a la información sobre éste y a la rendición de cuentas del gestor (art. 1451).
IV — UNIONES TRANSITORIAS
1080. Antecedentes. Definición. Caracteres
Esta figura —plasmada en nuestra legislación por la ley nº 22.903 a la ley 19.550 como unión transitoria de
empresas— tuvo por objeto incorporar en nuestro país una figura similar al joint venture del derecho sajón, facilitando
un específico emprendimiento unitario, sin que dicha relación los llevase a la constitución de una relación permanente.
Se buscó a través de ella la integración y coordinación de los medios y posibilidades de los integrantes para ejecutar
un negocio común, generándose una estructura complementaria de aquella particular e individual de los partícipes,
para la obtención de un beneficio o lucro específico, para lo cual la ley fijó pautas concretas y limitativas de la
estructura así regulada.
El Código Civil y Comercial mantiene la figura incorporada por la ley nº 22.903, modificando su denominación por el
más simple de unión transitoria (UT), manteniéndose esa asimilación al joint venture contractual sajón.
Dispone el artículo 1463, que habrá contrato de unión transitoria cuando las partes se reúnan para el desarrollo o
ejecución de obras, servicios o suministros concretos, dentro o fuera de la República. Podrán —en virtud de este
contrato— desarrollar o ejecutar las obras y servicios complementarios y accesorios al objeto principal.
Podemos decir así que son características del contrato de unión transitoria (UT) las siguientes:
Es consensual, pues se perfecciona por el solo consentimiento de las partes, aunque serán oponibles a terceros
recién con su registro (art. 1447).
Es plurilateral, aunque nada impide que sea bilateral.
Es intuitu personae, pues se tiene en cuenta las cualidades particulares de los partícipes para el logro de la obra,
servicio o suministro específico.
Es un contrato de coordinación en pos de un resultado específico.
Es formal, pues requiere de específicas formalidades como la escritura pública (o por instrumento privado certificado
notarialmente) y en función del contenido particular del contrato exigido por la ley.
Es de ejecución continuada, ya que se extenderá por todo el plazo de la obra, servicio o suministro.
Es oneroso, pues ello surge de que las ventajas económicas que genera la actividad recaen directa o indirectamente
en el patrimonio de los participantes.
Finalmente, es nominado, pues está regulado especialmente por la ley.
También podemos resaltar dos aspectos que caracterizan al contrato de unión transitoria:
a) La transitoriedad de la unión, que no podrá ir más allá en el tiempo que la obra, servicio o suministro (aunque
excedan los diez años de los agrupamientos o aunque la tarea sea continuada o discontinuada); y
b) La especificidad y limitación del objeto a una obra, servicio o suministro.
Al igual que las agrupaciones de colaboración, las uniones transitorias no constituyen sociedades ni son sujetos de
derecho, pero a diferencia de aquéllas tienen un fin específico de lucro o beneficio directo a distribuir entre los
partícipes.
1083. Resoluciones
A diferencia de las agrupaciones de colaboración, el artículo 1468 dispone que los acuerdos y resoluciones de la
unión transitoria se deben adoptar siempre por unanimidad, excepto pacto en contrario.
No obstante debemos aclarar:
i) La unanimidad es requerida para toda decisión —incluyendo incorporación de nuevos miembros—, salvo
indicación en contrario del contrato o en la ley.
ii) La ley indica que bastará la mayoría absoluta de miembros para los acuerdos o resoluciones relacionados con la
remoción del representante en caso de existir "justa causa" para ello (art. 1465, in fine).
Entendemos que todo acuerdo o resolución tomado en violación a la norma legal o al contrato podrá ser impugnada
por los miembros que hayan votado en contra o se hayan abstenido, siendo de aplicación analógica lo regulado por el
artículo 1456 para las agrupaciones de colaboración.
Remitimos respecto de toma de decisiones, impugnación de las mismas, mediación y cláusula compromisorias o
arbitrales a lo expresado en el número 1077.
V — CONSORCIOS DE COOPERACIÓN
1085. Características
Los consorcios de cooperación no son personas jurídicas, teniendo naturaleza contractual.
Su característica es la de ser acuerdos consensuales y se trata de contratos plurilaterales de organización.
Son contratos formales ya que la ley impone (art. 1473) que el contrato debe otorgarse por instrumento público o
privado con firma certificada notarialmente, e inscribirse conjuntamente con la designación de sus representantes en el
Registro Público que corresponda.
Se trata de contratos onerosos, indicando expresamente el artículo 1472 que los resultados que genere la actividad
desarrollada por el consorcio de cooperación se distribuirán entre sus miembros en la proporción que se determine en
el contrato; caso contrario, dichos resultados se distribuirán por partes iguales entre todos los partícipes.
Como ya expresamos, a los consorcios les queda prohibido en su objeto (o en el desarrollo de su actividad) el tener
función de dirección o de manejo de la actividad de sus miembros.
1086. Contenido del contrato
Del mismo modo en que lo hace para los otros contratos asociativos, el Código Civil y Comercial va a fijar los
contenidos que el contrato del consorcio de cooperación debe contener. Así debe incluir:
a) El nombre y datos personales de los miembros individuales, y en el caso de personas jurídicas, el nombre,
denominación, domicilio y, si los tiene, datos de inscripción del contrato o estatuto social de cada uno de los
participantes. Las personas jurídicas, además, deben consignar la fecha del acta y, la mención del órgano social que
aprueba la participación en el consorcio. Como se puede apreciar pueden ser partes las personas humanas o jurídicas
y respecto de éstas se encuentren las constituidas regularmente o no (arts. 21 y sigs., Ley General de Sociedades).
Las personas jurídicas extranjeras deberán cumplir con el recaudo del artículo 118 y siguientes de la citada ley, en
cuanto a su inscripción en el Registro Público respectivo.
b) El objeto del consorcio. En tal sentido —por definición— el mismo consistirá en facilitar, desarrollar, incrementar o
concretar operaciones relacionadas con la actividad de sus miembros o bien mejorar y acrecentar sus resultados,
quedándoles prohibido tareas de dirección de sus miembros.
c) El plazo de duración del contrato. A diferencia del régimen anterior, se incluye ahora —sin un límite temporal— la
determinación del plazo de duración del contrato.
d) La denominación, que se forma con un nombre de fantasía integrado con la leyenda "Consorcio de
cooperación". Al igual que en la agrupación de colaboración se puede utilizar un nombre de fantasía para la
denominación de la organización del consorcio. Es responsabilidad del representante de que en toda actuación del
consorcio de cooperación, sea exteriorizado el carácter de consorcio y su designación (art. 1476).
e) La constitución de un domicilio especial para todos los efectos que deriven del contrato, tanto respecto de las
partes como con relación a terceros. No se trata en el caso del domicilio legal del artículo 74, sino solo del domicilio
especial del artículo 75 que será atributivo de jurisdicción.
f) La constitución del fondo común operativo y la determinación de su monto, así como la participación que cada
parte asume en el mismo, incluyéndose la forma de su actualización o aumento en su caso. A diferencia de las
anteriores modalidades de contratos asociativos, en el presente se aclara la posibilidad de actualización y aumento del
fondo común operativo.
g) Las obligaciones y derechos que pactan los integrantes. Según la modalidad del contrato pueden las partes
acordar derechos y deberes particulares para el desarrollo de la actividad común o particular de cada miembro.
h) La participación de cada contratante en la inversión del o de los proyectos del consorcio, si existen, y la proporción
en que cada uno participa de los resultados. Más allá de los aportes que eventualmente se acuerde que cada miembro
integre para el desarrollo de la actividad común, la ley (art. 1472) ha fijado que respecto de los resultados que genere la
actividad del consorcio de cooperación, estas se distribuyen entre sus miembros según fije el contrato y, en su defecto,
por partes iguales.
i) La proporción en que los participantes se responsabilizan por las obligaciones que asumen los representantes en
su nombre. De conformidad a lo que dispone el artículo 1477, el contrato podrá establecer la proporción en que cada
miembro del consorcio de cooperación responderá por las obligaciones asumidas por el representante en nombre del
consorcio. En caso de silencio del contrato todos los partícipes serán solidariamente responsables.
j) Las formas y ámbitos de adopción de decisiones para el cumplimiento del objeto. Dispone la norma que el contrato
debe prever la obligatoriedad de celebrar reunión consorcial para tratar los temas relacionados con los negocios
propios del objeto, cuando así lo solicite cualquiera de los participantes por sí o por representante. Estas resoluciones
se adoptarán por mayoría absoluta de las partes, excepto que el contrato haya dispuesto otro tipo de mayoría,
unanimidad u otra forma de cómputo. Respecto de la impugnación de las decisiones del consorcio, mediación y
cláusulas compromisorias o arbitrales, entendemos aplicables por analogía las disposiciones de las agrupaciones, por
lo que remitimos brevitatis causa a lo expuesto en el número 1077.
k) La determinación del número de representantes del consorcio, nombre, domicilio y demás datos personales, forma
de elección y de sustitución, así como sus facultades, poderes y, en caso de que la representación sea plural, formas
de actuación. En caso de renuncia, incapacidad o revocación de mandato, el nuevo representante se designa por
mayoría absoluta de los miembros, excepto disposición en contrario del contrato. Igual mecanismo se debe requerir
para autorizar la sustitución de poder.
l) Las mayorías necesarias para la modificación del contrato constitutivo. En caso de silencio, se requiere
unanimidad.
m) Las formas de tratamiento y las mayorías para decidir la exclusión y la admisión de nuevos participantes. En caso
de silencio, la admisión de nuevos miembros requiere unanimidad.
n) Las sanciones por incumplimientos de los miembros y representantes.
ñ) Las causales de extinción del contrato y las formas de liquidación del consorcio.
o) Una fecha anual para el tratamiento del estado de situación patrimonial por los miembros del consorcio. Es
responsabilidad del representante poner anualmente a consideración y aprobación de los miembros los estados de
situación patrimonial correspondientes.
p) La constitución del fondo operativo, el cual debe permanecer indiviso por todo el plazo de duración del consorcio.
1087. La administración y los deberes del representante
Si bien dentro del contenido del contrato —respecto de la administración del consorcio— la ley dispone que debe
indicar la fecha para el tratamiento del estado de situación patrimonial, expresamente el artículo 1475 impone que el
contrato contenga además las reglas sobre confección y aprobación de esos estados de situación patrimonial, como
también la atribución de resultados y rendición de cuentas, que reflejen adecuadamente todas las operaciones llevadas
a cabo en el ejercicio mediante el empleo de técnicas contables adecuadas. Entendemos que aunque el contrato no fije
estas pautas o reglas, las mismas se deberán sujetar a las reglas de uso y costumbre en el manejo contable.
De conformidad con el artículo 1476, el representante debe llevar los libros de contabilidad que correspondan y
confeccionar los estados de situación patrimonial respectivos. Los movimientos y operaciones deberán consignarse en
los libros respectivos (Diario, Caja, Inventario y Balances) llevados con las formalidades establecidas en la ley (arts.
320 y sigs.).
Está a cargo del representante de la unión transitoria llevar también un Libro de Actas en el cual se deben labrar las
correspondientes a todas las reuniones que se realizan y a las resoluciones que se adoptan.
1094. Consentimiento
El consentimiento en este contrato es prestado, salvo excepciones, por adhesión a cláusulas que son predispuestas
por el preponente. No obstante hay que aclarar que aunque así se presente en la generalidad de los casos, no
necesariamente debe serlo de tal modo.
Ambas partes pueden ejercer con amplitud la libertad de contratar, pero en el caso del agente, lo habitual es que
aparezca reducida su libertad contractual. Es decir, el agente no tiene posibilidad de convenir sin restricciones el
contenido del contrato. Esto último obedece a la marcada diferencia de potencial económico que en la mayoría de los
casos, se presenta entre las partes, pese a la igualdad jurídica de las personas contratantes.
En el contrato de agencia, el agente puede contratar con el preponente o no hacerlo, pero las condiciones son
establecidas por este último, al menos en las cuestiones de mayor importancia. Se trata de una contratación en la cual
hay libertad de contratar, pero sujeta a condiciones invariables, pues no existe libertad contractual, al menos en los
aspectos fundamentales.
El consentimiento en el contrato de agencia se forma por adhesión. Ello se advierte en lo siguiente: a) las cláusulas
son predispuestas por el preponente en virtud de que tiene, por lo general, superioridad económica y/o técnica; b) el
agente sólo tiene la alternativa de aceptarlas o no contratar; no se admiten en principio contra-ofertas, salvo en
cuestiones accesorias.
Conviene aclarar que aunque el contrato de agencia responde al esquema de un contrato por adhesión, no se trata
en modo alguno de una contratación prevista para ser realizada en masa, sino de modo más o menos uniforme para
toda la red de comercialización.
No obstante, dado que las partes son sujetos que asumen una actividad empresarial, no deben trasladare sin más
las normas que protegen a quienes prestan su conformidad sin participar de la redacción de los términos contractuales,
en virtud de un contrato destinado a satisfacer ciertas necesidades; aquí el escenario no es equiparable. En las
vinculaciones entre partes que ejercen el comercio, y tal como lo ha señalado la Corte Suprema de Justicia, el día 4 de
agosto de 1988, en el caso "Automóviles Saavedra S.A. c. Fiat Argentina S.A." (E.D. t. 133, p. 121) será necesario
atender de un modo especial no tanto al contenido de las cláusulas sino al modo en que se han ejercido las facultades
que ellas otorgan.
1096. Forma
En cuanto a la forma que debe observar el contrato de agencia, el artículo 1479, tercer párrafo, dispone que debe
instrumentarse por escrito, aunque no se impone nulidad por la inobservancia de ello, por lo cual se trata de una
exigencia al sólo efecto probatorio.
Si no se hubiera cumplido con la forma escrita, resultan aplicables las previsiones de los artículos 1019 y 1020, en
virtud de los cuales podrá probarse por otros medios si existe principio de prueba instrumental o comienzo de
ejecución.
1100. Exclusividad
El artículo 1480 establece que el agente tiene derecho a la exclusividad y para parte de la doctrina es una nota
esencial y tipificante. No obstante, disentimos con tal apreciación por cuanto el artículo 1499, referido a la no
competencia luego de la extinción del contrato, establece que ello puede pactarse cuando el contrato prevé la
exclusividad del agente en el ramo de negocios, lo que pone en evidencia que la exclusividad no necesariamente debe
existir, porque de lo contrario esta norma sería incongruente.
Además, desde que el texto relaciona las diversas clases de exclusividad con la conjunción "o", ello no resulta
conciliable con obligatoriedad.
En consecuencia, la exclusividad es sólo una de las posibilidades previstas para este contrato, aunque por cierto en
la República Argentina es lo habitual.
Es conveniente aclarar que la exclusividad puede estar referida a diversos aspectos: i) territorial o zonal; ii) de marca;
iii) de provisión de producto. Y el artículo 1480 alude de modo particular a la exclusividad en el ramo de los negocios en
una zona geográfica o respecto del grupo de personas, expresamente determinados en el contrato.
En cuanto a la exclusividad territorial opera a favor del agente en tanto importa que el preponente no puede autorizar
a otro agente en el mismo territorio o zona, y por ello debe respetar la asignación que le ha realizado. De modo
correlativo, el agente tiene la obligación de respetar la zona establecida para desarrollar su actividad, absteniéndose de
actuar fuera de ella, ya sea por sí o por interpósita persona.
Pese a la mentada exclusividad, el agente no está impedido de serlo a su vez de otros principales, aunque los
negocios que con tal motivo emprenda no podrán referirse al mismo ramo de negocios salvo consentimiento expreso
de las partes involucradas.
Esta prohibición que tiene el agente para desarrollar actividades en competencia comprende la imposibilidad de
comercializar productos del mismo modo aunque mediante por otras figuras tales como la concesión o la distribución,
en el mismo territorio.
De lo dicho se advierte que la exclusividad del agente es un derecho a su favor pero también importa una obligación
a su cargo. Por su parte, el preponente tiene la obligación de respetarla y el derecho de hacerla respetar.
Pese a la señalada obligación del principal, cabe contemplar la posibilidad que sea dejada de lado la exclusividad,
mediante un pacto, señalando casos de exclusiones territoriales por circunstancias especiales.
La exclusividad no impide que se pueda pactar, como es habitual, que el preponente se reserva el derecho de
realizar por sí o por medio de una sociedad del grupo económico cierto tipo de ventas directas o modalidades
especiales y ello más allá de que, a diferencia del contrato de concesión (art. 1504, inc. b), no haya sido contemplado
de modo expreso. En efecto, no media ninguna razón de orden público para impedir que ello sea de tal modo, lo cual
por otra parte así se refleja en nuestro mercado, tal como ocurre por ejemplo cuando se trata de ventas al Estado, a
integrantes del cuerpo diplomático, o a ciertas entidades privadas, entre otras.
Como resulta de lo analizado más arriba el agente puede contratar sus servicios con varios empresarios, pero no le
está permitido aceptar operaciones del mismo ramo de negocios o en competencia con las de uno de sus preponentes,
sin que éste lo autorice en forma expresa (art. 1481).
1102. Caracteres
Habiendo explicado las notas principales sobre el contrato de agencia se puede concluir que éste presenta los
siguientes caracteres: a) bilateral; b) oneroso; c) de duración; d) formal; e) de colaboración.
1103. El objeto del contrato
Hemos afirmado antes que el objeto del contrato es la prestación debida, esto es, el hecho o bien prometido (conf.
art. 1004, véanse números 149 y sigs.).
Ahora bien, para determinar, en particular, cuál es el objeto del contrato de agencia, debemos señalar que la
vinculación jurídica entre las partes no está dada por una sumatoria de diversos contratos, aunque pueda ser un
negocio jurídico complejo. Por ello se impone discernir cuáles son las prestaciones esenciales que deben estar
presentes. Son éstas y el modo particular en que aparecen entrelazadas lo que permite diferenciar el contrato de
agencia de otros contratos, en especial de aquellos que integran cauces jurídicos para la comercialización. Así
podremos establecer cuál es el conjunto de derechos y obligaciones que justifican la celebración del contrato.
El objeto del contrato de agencia es la promoción de los negocios del preponente que el agente debe desarrollar en
forma empresarial. Este objeto contractual determina las obligaciones del agente, que apuntan a promover los negocios
del principal, en los ramos y productos (o servicios) que se pacten y bajo las condiciones determinadas por este último.
Si bien el Código enumera obligaciones de las partes (arts. 1483, 1484 y concs.), tanto aquellas como los
respectivos derechos se ordenan a la finalidad que cada parte ha tenido en vista al celebrar el contrato.
Por otra parte, cabe señalar que, en lo que se refiere al agente, su principal interés está dado en obtener el derecho
a intervenir en la comercialización del producto o servicio que el preponente proveerá al consumidor y con ello obtener
una ganancia.
Desde la perspectiva del preponente, su interés radica en disponer de una actividad generadora de negocios sin las
desventajas propias de una gran organización propia destinada a ello (costos y riesgos de diversas clases).
Por último, conviene apuntar que en los contratos de comercialización es importante advertir dos miradas diferentes.
Una es la perspectiva estática, que sólo permite apreciar un modo de organización de las obligaciones bilaterales
entre preponente y agente. Otra es la funcional, desde la cual se lo concibe como un instrumento de constitución de
una unidad de empresas integradas para la comercialización de productos o servicios.
1109. a) Rescisión
El artículo 1076 regula la rescisión bilateral, es decir, por la voluntad concurrente de ambas partes y que salvo
estipulación en contrario produce efectos sólo hacia el futuro, sin perjuicio del derecho de terceros; en dicho convenio
acordarán los términos en que decidan desvincularse.
Además el artículo 1077 contempla que el contrato puede ser extinguido total o parcialmente por la declaración de
una de las partes, mediante rescisión unilateral, revocación o resolución, en los casos en que el mismo contrato, o la
ley, le atribuyen esa facultad. En consecuencia la finalización del vínculo a instancias de la voluntad de una sola de las
partes, puede serlo por tres modos diferentes. En cuanto a la rescisión unilateral produce efectos sólo para el futuro
(art. 1079, inc. a). Estas modalidades resultan aplicables a los contratos de duración limitada transformados en
contratos de duración ilimitada.
1110. b) Resolución
La resolución produce efectos retroactivos entre las partes, y no afecta el derecho adquirido a título oneroso por
terceros de buena fe (arts. 1079, inc. b, y 1084). Sus causales son contempladas, como tales, por el artículo 1494. En
él se prevén: a) muerte o incapacidad del agente; b) disolución de la persona jurídica que celebra el contrato, que no
deriva de fusión o escisión; c) quiebra firme de cualquiera de las partes; d) vencimiento del plazo; e) incumplimiento
grave o reiterado de las obligaciones de una de las partes, de forma de poner razonablemente en duda la posibilidad o
la intención del incumplidor de atender con exactitud las obligaciones sucesivas; f) disminución significativa del
volumen de negocios del agente.
Vale recordar que, salvo disposición legal en contrario, la resolución produce efectos retroactivos entre las partes
(art. 1079, inc. b).
Si se observan las causales indicadas por el artículo 1494, se advierte que en ninguna de ellas el efecto puede ser
retroactivo y ello pese a que la letra de la norma no cumple con lo indicado por el artículo 1079, inciso b), pues no
aclara que en tal caso la llamada "resolución" carece de efectos retroactivos.
La cuestión se ve con nitidez desde que los supuestos comprendidos por el artículo 1494 y de un modo particular por
el objeto del contrato de agencia, la extinción del contrato en tales casos nunca podría tener efectos retroactivos.
Lo señalado llevaría a pensar que existiría una contradicción normativa entre los artículos 1079, inciso b), y 1494,
salvo que entendamos que este último en realidad alude a supuestos de "extinción del contrato" y no de "resolución", lo
cual por cierto violenta la literalidad del texto. Otro modo de conciliar las normas es recurrir al mentado primer párrafo
del artículo 1079, cuando dice excepto disposición legal en contrario y entender que la excepción se halla implícita en
el artículo 1494.
Ninguna de las dos alternativas nos parecen ortodoxas y si bien en algunos de los supuestos la solución puede venir
dada por el ordenamiento especial aplicable, como en el caso de la disolución de la persona jurídica, incluida la causal
de quiebra, sería muy ponderable que una ley de erratas estableciera que el contrato de agencia "se extingue" en lugar
de "se resuelve" (art. 1494).
Por cierto esta observación no se ve despejada por el artículo 1495 que regula la manera en que opera la resolución,
la cual no se vincula con los efectos sino con la forma en que se produce. Así lo será de pleno derecho en los casos de
los incisos a) a d) del artículo 1494, y por lo tanto sin que tenga lugar el preaviso ni declaración de la otra parte. En el
supuesto de incumplimiento grave o reiterado en las condiciones establecidas por el artículo 1494, inciso e), será la
parte cumplidora la que pueda resolver directamente el contrato. El caso del artículo 1494, inc. f), requiere que se
cumpla con el preaviso, aspecto que se desarrolla más adelante; ello en tanto el agente no haya incurrido en
disminución del volumen de los negocios durante dos ejercicios consecutivos, en cuyo caso el preaviso no excederá de
dos meses, cualquiera haya sido la duración del contrato e incluso si es de plazo "determinado".
Un supuesto particular de extinción lo constituye el caso en que la persona jurídica preponente se fusione o se
escinda y con ello se cause un detrimento sustancial en la posición del agente. Si ello ocurre deberá abonarle las
indemnizaciones del artículo 1497 y, en su caso, las del artículo 1493, pues así lo dispone el artículo 1496.
(i) La extinción del contrato con plazo cierto.— Las partes pueden convenir que el contrato tenga un plazo cierto, por
lo cual sabrán desde su celebración el que día en concluirá; en tal caso deberán observar lo pactado y allí no se exige
preaviso.
En los casos en que el plazo cierto no sea respetado, ello dará lugar a un amplio campo indemnizatorio, comprensivo
de diversos aspectos, ya sea a título de daño emergente como así también por lucro cesante (arts. 1737/1740) y
eventualmente, si el agente fuese una persona humana (art. 19) y se hallase debidamente probado, también podría
tener lugar el resarcimiento del daño moral (art. 1741) aunque en esta materia el criterio jurisprudencial es restrictivo.
Si del daño emergente se trata, la decisión de los tribunales es variada en cuando a los conceptos que pueden
integrarlo. Entre los rubros controvertidos encontramos la indemnización del valor llave, los gastos de instalación y
desinstalación, la indemnización al personal, la resolución de contratos celebrados para realizar la explotación (locación
de inmuebles), entre otros.
(ii) Plazo (incierto) indeterminado. El preaviso.— La cuestión atinente a la resolución, en sentido propio, también
llamada rescisión unilateral, y los derechos que ella confiere al agente, es una de aquellas de más interés tanto en la
doctrina como en la jurisprudencia.
Para poder dar por concluido en forma unilateral un contrato de agencia con plazo (incierto) indeterminado, el Código
ha impuesto la obligación de otorgar un preaviso, es decir de avisar con antelación a la otra parte la decisión de darlo
por terminado. En tanto se observe el preaviso que establece la ley no se requiere invocar una causa justa para dar por
concluida la relación.
La previsión normativa (art. 1492) debe aplicarse tanto a los contratos de "duración limitada" (rectius plazo cierto)
como a los que habiendo sido celebrados de tal modo se han convertido en contratos de "duración ilimitada"
(rectius plazo —incierto— indeterminado).
La finalidad del preaviso es evitar resoluciones intempestivas, para lo cual se fija una pauta legal relativa a la
anticipación con la que se debe anoticiar a la contraparte. La extensión del preaviso es de un mes por cada año de
vigencia del contrato. En el caso que el contrato se hubiese celebrado por un plazo inicial cierto y luego se transforma
en (incierto) indeterminado, a los efectos del cálculo de la extensión del preaviso, debe computarse la duración que
precedió a esa conversión (art. 1492). La norma añade que el final del plazo del preaviso debe coincidir con el final del
mes calendario en el que aquél opera, y que las partes pueden prever plazos de preaviso superiores a los establecidos
legalmente.
La jurisprudencia es unánime en cuanto a que, en estos contratos, cualquiera de las partes puede resolver el
contrato sin justificación alguna y en todo momento.
Mediante esta anticipación en comunicar la voluntad de resolver, se persigue que las partes puedan readecuar su
actividad. En lo que hace al agente, la jurisprudencia ha señalado que el preaviso adecuado tiene por finalidad
permitirle un cierre ordenado o un redireccionamiento de su actividad hacia otro negocio. En la actualidad el carácter
adecuado del preaviso no lo fijarán, en principio los jueces, sino que viene determinado por el artículo 1492.
La omisión en que se incurra en dar el preaviso o su insuficiencia, confiere a la otra parte el derecho a una
indemnización. Ésta consiste en una suma equivalente a las ganancias dejadas de percibir en igual período (art. 1493).
Por el contrario, cumplido el preaviso no tendrá lugar una indemnización por la conclusión del contrato.
Es conveniente saber que aunque nuestra jurisprudencia ha definido al preaviso como el tiempo necesario para
readecuar la empresa o lograr un cierre ordenado, la práctica nos ha revelado que, en gran cantidad casos, la extinción
del contrato de agencia produce el cierre definitivo de la explotación comercial del agente, derivando muchos de ellos
en una quiebra.
Sin perjuicio de que el preaviso en este contrato no es una creación de la jurisprudencia, de la doctrina ni del
legislador argentinos, puesto que se advierte su antelación en normas y jurisprudencia extranjeras, es de señalar que el
modo en que se dispone su cálculo implica una severa contradicción. En efecto, se aprecia con facilidad que, desde la
óptica de las inversiones y su recuperación, cuanto menor tiempo haya transcurrido desde el inicio de ejecución del
contrato, mayor será el perjuicio, ya que el que hubiese transcurrido puede resultar insuficiente, no sólo para lucrar sino
para recuperar las inversiones.
De tal modo, puede advertirse, que para la fijación del plazo o eventualmente el cálculo de la indemnización que lo
sustituya, no se toman en cuenta la relación que existe entre inversión, amortización y lucro. Curiosamente, la
resolución temprana que acarreará mayor perjuicio, dará lugar a menor compensación. Además, hasta tanto el negocio
se halle comercialmente establecido en un lugar, sus ganancias tampoco suelen ser las más destacadas de su
previsible evolución, lo cual magnifica la desproporción.
Como mero ejemplo, se puede decir que si la resolución se produce en el primer año el perjuicio es muchísimo
mayor que si tiene lugar en el segundo, pues la posibilidad de amortización ha sido menor y así sucesivamente.
Tampoco se ha tomado en cuenta para establecer el plazo de preaviso, las nuevas inversiones que
el preponente haya demandado al agente desde que se celebró el contrato, puesto que de haber tenido lugar y según
su importancia, pueden generarle un daño adicional; es que en tal caso reaparece el tema de la amortización y una
rentabilidad acorde con ella.
Con anterioridad a la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial (1/8/2015), las decisiones judiciales que
fijaban un plazo de preaviso como elemento adecuado para resolver un contrato con plazo (incierto) indeterminado, por
lo general, no tomaban en cuenta las variables que hemos señalado más arriba, referidas a inversión, amortización y
rentabilidad. En tal sentido se ha seguido el criterio sentado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en la ya
referida causa "Automóviles Saavedra c. FIAT Argentina", cuya doctrina, aunque referida al contrato de concesión,
resulta de aplicación a todo contrato de comercialización.
La indemnización legal que sustituye el preaviso, puede no resultar adecuado para atender en cabal forma los
perjuicios que ocasione una resolución cuando ésta haya sido abusiva.
(iii) Compensación por clientela.— La compensación por clientela, establecida por los artículos 1497 y 1498, implica
que cuando tiene lugar la extinción del contrato, ya fuese "por tiempo determinado o indeterminado", el agente —que
por su labor ha incrementado de modo significativo el giro de las operaciones del preponente— tiene derecho a una
compensación, en tanto su actividad anterior pueda continuar produciendo ventajas sustanciales a dicho principal. Este
derecho corresponde a los herederos cuando la extinción se produce por muerte del agente.
La extensión de esta compensación puede convenirse entre las partes; de no ser así, será fijada judicialmente. En tal
caso no puede exceder del importe equivalente a un año de remuneraciones, neto de gastos, promediándose el valor
de las percibidas por el agente durante los últimos cinco años, o durante todo el período de duración del contrato, si
éste es inferior. Esta compensación no impide al agente reclamar los daños derivados de la ruptura por culpa
del preponente.
Como excepciones se establece que no hay derecho a compensación por clientela cuando la extinción del contrato
se debe al incumplimiento del agente; tampoco cuando es éste quien lo da por terminado, a menos que la terminación
esté justificada por incumplimiento del preponente; o por la edad, invalidez o enfermedad del agente, que no permiten
exigir razonablemente la continuidad de sus actividades.
(iv) Cláusula de no competencia.— Las partes pueden pactar cláusulas de no competencia por el agente luego de la
finalización del contrato, si éste preveía su exclusividad en el ramo de negocios del principal. La validez de una
cláusula así está supeditada a que la restricción no sea superior a un año y se aplique a un territorio o grupo de
personas que resulten razonables, habida cuenta de las circunstancias del caso (art. 1499).
I — CONTRATO DE CONCESIÓN
1112. Concepto
El artículo 1502 al definir el contrato de concesión expresa: Hay contrato de concesión cuando el concesionario, que
actúa en nombre y por cuenta propia frente a terceros, se obliga mediante una retribución a disponer de su
organización empresaria para comercializar mercaderías provistas por el concedente, prestar los servicios y proveer los
repuestos y accesorios según haya sido convenido. La norma abarca también a los contratos por los que se conceda la
venta o comercialización de software o de procedimientos similares, pues así lo dispone el artículo 1511, inciso a).
Esta definición comprende las notas esenciales del contrato de concesión: a) la actuación del concesionario, frente a
terceros, esto es, en nombre y por cuenta propia; b) la puesta a disposición de su organización empresarial; c) la
provisión de productos por el concedente; d) la prestación de los servicios adecuados a los productos; e) la venta al
público de los repuestos y accesorios de las mercaderías incluidas en el objeto principal.
Consideramos que debieron incluirse asimismo dos aspectos importantes. Uno de ellos es que la comercialización
se hará bajo la marca del concedente, pues no sólo la práctica así lo ha determinado, sino que, además, todo operador
que recurre a este contrato, pretende el derecho a usar la marca a los fines de la promoción y venta del producto
(mercaderías como las denomina el Código Civil y Comercial). En efecto, el derecho al uso y la exhibición de la marca
es un derecho vital para el desarrollo del concesionario, por ello es acertado que el Código prevea que es una
obligación del concedente permitir su uso por aquél a los fines del contrato (art. 1504, inc. e); esta disposición
complementa la definición del artículo 1502.
El referido uso de la marca, contrariamente a lo que se ha sostenido en alguna jurisprudencia, no se concede en
forma gratuita, sino contra la puesta a disposición del concedente de una estructura empresarial que desarrollará el
negocio por parte del concesionario. Ambas contraprestaciones deben mantenerse por todo el plazo de contrato.
El otro aspecto que no se ha incluido, y que juzgamos vital, es la duración, que permite satisfacer en forma adecuada
la ecuación "inversión-amortización-beneficio", bajo un esquema contractual de colaboración.
El artículo 1502 no comprende la llamada concesión privada, sino sólo la que se conoce como concesión comercial.
El objeto de una y otra es diverso; en la primera se vincula con la prestación de ciertos servicios, por ejemplo, el de
restaurante, en los cuales la venta de productos es complementaria del servicio y ellos tampoco, por lo general, son
provistos por el concedente; en la segunda, diremos por ahora que el objeto está dado por la comercialización que el
concesionario hará, bajo su propio riesgo, de los productos de cierta complejidad técnica que el concedente le
proveerá; también asume el concesionario obligación de prestar servicios de postventa.
La denominación dada al contrato de concesión (comercial o privada) y a sus partes, reconoce su origen en el
contrato de concesión del derecho público, debido a ciertas semejanzas que presentan. En ambos, la parte que otorga
el derecho (concede el derecho), lo hace respecto de una actividad que le compete por sí y de la cual no se desprende
sino en forma temporal y por lo común de modo parcial. La finalidad perseguida para conceder la actividad al
concesionario tiene diversas causas: optimización de recursos; limitación de riesgos y mayor eficiencia.
1113. Metodología
El Código ha sistematizado los contratos de comercialización en capítulos sucesivos, puesto que todos cumplen la
función de dar un cauce jurídico a modalidades típicas de esa actividad económica.
En cuanto al de concesión, su tipicidad legal aparece en el derecho argentino con la sanción de la ley nº 26.994,
aunque ya la tenía desde el punto de vista social. En su reglamentación se ha seguido, sin alteraciones de fondo, el
Proyecto de 1998.
Las normas sobre concesión no tienen un general carácter imperativo, salvo en lo que se refiere al plazo del contrato
y al mínimo del preaviso (arts. 1492 y 1508) o de la indemnización que lo sustituya (arts. 1493 y 1508).
1115. Caracteres
La concesión es un contrato:
a) Bilateral, por cuanto resultan obligaciones para ambas partes.
b) Oneroso, pues el concedente confiere al concesionario el derecho a vender sus productos utilizando para ello su
marca, dentro de una zona y con un régimen (en principio) de exclusividad, y, a cambio, obtiene el derecho de exigir al
concesionario que afecte su estructura empresarial para el desarrollo de la comercialización acordada. Concedente y
concesionario obtienen una ventaja con su celebración; por su prestación obtendrán una contraprestación.
c) Conmutativo, en tanto las obligaciones de cada una de las partes resultan ciertas y determinables.
d) No formal, toda vez que no está sujeto a ninguna forma, no obstante que lo habitual es que sea celebrado por
escrito.
e) Nominado; la tipicidad legal del contrato de concesión en el derecho argentino (o su carácter nominado) aparece
con la sanción de la ley nº 26.994, que aprueba el Código Civil y Comercial.
f) Por adhesión. Los contratos de concesión son redactados de forma más o menos uniforme por el concedente para
toda su red de comercialización y en principio no se admiten contraofertas sobre sus cláusulas sustanciales o que sin
ser tales tengan significativa importancia en el desarrollo del negocio. Por ello, es común que se lo denomine como un
verdadero Reglamento de Concesión.
El concesionario tiene plena libertad para celebrar el contrato o no hacerlo ("libertad de contratar") pero su "libertad
contractual" se encuentra sensiblemente acotada, ya que no existe la posibilidad de convenir sin restricciones el
contenido del contrato.
g) De duración. La duración es una característica esencial para que el contrato de concesión cumpla la finalidad para
la cual es celebrado. El plazo debería estimarse observando, al menos, un tiempo adecuado para que puedan
cumplirse los fines que las partes tuvieron en vista al celebrarlo, teniendo en cuenta la inversión, su amortización y una
renta proporcional. Sin embargo, el Código da una pauta mínima objetiva y obligatoria, que es de cuatro años.
h) Intuitu personae, pues las cualidades personales de las partes son determinantes para celebrar el contrato.
Aunque es habitual que se trate de sociedades, el sustrato humano, conformado por accionistas y directores en el caso
de las anónimas, o bien por los socios y gerentes si fuese una sociedad de responsabilidad limitada, determinan ciertas
características de esa persona de existencia ideal a la que de una forma u otra se vinculan.
Para el concedente la celebración del contrato significa un acto de cierta confianza en las aptitudes empresariales
del concesionario en el ramo de productos que sean objeto de la concesión. El éxito del negocio del concesionario
depende en buena medida de sus aptitudes para la comercialización de las mercaderías de las que se trate; su buen
desarrollo comercial repercutirá directamente en el concedente. Además, la conducta reprochable del concesionario
frente al adquirente del producto, puede acarrear serios problemas al concedente, por aplicación de las normas
protectorias de consumidor. Por otra parte se encuentra en juego nada menos que el prestigio de la marca del
concedente.
Por todo ello, al tiempo de celebrarse un contrato de concesión, el concedente tendrá en cuenta el conocimiento que
el futuro concesionario tengan del negocio que emprenderá, su seriedad, su solvencia económica y la reputación que
tengan en el mercado.
A su vez, para el concesionario, la marca y calidad del producto elaborado o importado por el concedente, será una
cualidad que tendrá en cuenta para celebrar el contrato.
i) De colaboración, por cuanto el contrato de concesión se origina en la necesidad económica de complementación y
descentralización, que se concreta en la inserción del concesionario en la red de comercialización del concedente, sin
que exista subordinación jurídica. De tal modo se concreta una función de colaboración en la actividad económica del
concedente.
j) De agrupamiento, en tanto el concedente —al organizar la comercialización a través de una red— genera una
estructura de agrupamiento vertical que, pese a ello, no implica una organización común ni subordinación jurídica.
k) Asimétrico, pues, no obstante ser un contrato bilateral, oneroso y conmutativo, lo cierto es que el cúmulo de
obligaciones que asume el concesionario es mayor que las asumidas por el concedente, quien por otra parte se
reserva el derecho a modificar algunas que le son propias.
1120. c) Provisión
Es una obligación del concedente la de proveer al concesionario de una cantidad mínima de mercaderías que le
permita atender adecuadamente las expectativas de venta en su territorio o zona, de acuerdo con las pautas de pago,
de financiación y garantías previstas en el contrato (art. 1504, inc. a). Se trata de una prestación esencial del contrato,
pues sólo se puede cumplir con su objeto mediante la oportuna provisión del producto o mercadería. Por su parte, el
concesionario debe mantener la existencia convenida de mercadería; y, si no se hubiese convenido ello, la cantidad
suficiente para la continuidad de los negocios y la atención al público consumidor (art. 1505, inc. a).
Se relaciona con esta obligación la que también se impone al concedente respecto a los objetivos de ventas, los
cuales deben ser fijados y comunicados al concesionario de acuerdo con lo convenido (art. 1504, inc. a, in fine).
Otro aspecto importante, que tiende establecer un trato igualitario entre los concesionarios que integran la red de
comercialización, es que la provisión comprende todas las mercaderías fabricadas o provistas por el concedente (art.
1503, inc. b), por lo cual quedan incluidas tanto las elaboradas en el país como las que importadas, cualquiera sea el
modelo y versión, incluso los nuevos.
1126. El plazo
El plazo del contrato de concesión es de suma importancia pues se trata de un contrato de larga duración, en el cual
deben operar las variables: inversión, amortización y rentabilidad proporcional. Ya hemos dicho que el artículo 1011
establece que en los contratos de larga duración el tiempo es esencial para el cumplimiento del objeto, de modo que se
produzcan los efectos queridos por las partes o se satisfaga la necesidad que las indujo a contratar. Y también dijimos
que la norma añade que las partes deben ejercitar sus derechos conforme con un deber de colaboración, respetando la
reciprocidad de las obligaciones del contrato, considerada en relación a la duración total.
Siguiendo el concepto impuesto por la citada norma, el Código ha establecido un mínimo de cuatro años, con
carácter imperativo, por cuanto, si se pacta uno menor, o si el plazo es indeterminado, se lo considerará vigente por el
plazo legal (art. 1506).
El párrafo final del artículo citado aclara que si ha continuado la relación contractual, después de vencido el plazo
convenido o fijado por la ley, y sin especificar antes el nuevo plazo, el contrato se transforma en uno de tiempo
indeterminado.
II — CONTRATO DE DISTRIBUCIÓN
1131. Concepto
El Código no brinda una definición del contrato de distribución por lo cual corresponde determinar su concepto
conforme lo entiende la doctrina y la jurisprudencia.
Ante todo es necesario tener presente la distinción entre la distribución comercial como actividad económica en
general y el contrato específico de distribución, el cual constituye una modalidad de los contratos de comercialización.
Teniendo en cuenta la aclaración precedente se puede afirmar que hay contrato de distribución cuando una parte
llamada distribuidor se obliga a comercializar los productos que la otra parte denominada distribuido se obliga a
proveerle, realizando su actividad en nombre y riesgo propios, bajo un esquema de vinculación estable y de
cooperación.
Es un contrato en el que existe un vínculo de colaboración pero sin subordinación jurídica. La subordinación técnica
y económica no puede ser determinada en abstracto, dependiendo de diversas variables de cada contratación,
pudiendo mencionarse en tal sentido la clase de producto comercializado, la existencia o no de exclusividad, entre
otras.
Por lo general la actividad del distribuidor no comprende obligaciones de post-venta del producto.
1134. Caracteres
La distribución es un contrato:
a) Bilateral, por cuanto resultan obligaciones para ambas partes.
b) Oneroso, en tanto el distribuido vende los productos al distribuidor quien a su vez los revende, ya sea a otros
distribuidores —si fuese mayorista— o a los consumidores. Esta reventa se encuentra autorizada, por lo general para
una zona determinada en el contrato.
c) Conmutativo, toda vez que las obligaciones de cada una de las partes resultan ciertas y determinables desde un
inicio.
d) No formal, pues siguiendo en este aspecto al contrato de concesión, no está sujeto a ninguna forma.
e) Innominado. Es un contrato que tiene una denominación reconocida por la doctrina y la jurisprudencia aunque no
en el sentido previsto por el artículo 970. El artículo 1511, inciso b), lo menciona de modo expreso, pero no ha sido
tipificado de modo particular, sino por remisión a las normas sobre el contrato de concesión, en cuanto "sean
pertinentes".
f) Por adhesión. Cuando el contrato se formaliza por escrito, es redactado de forma más o menos uniforme por el
distribuido para toda su red de comercialización y en principio no se admiten contraofertas sobre sus cláusulas
sustanciales o que sin ser tales tengan significativa importancia en el desarrollo del negocio.
El distribuidor tiene plena libertad para celebrar el contrato o no hacerlo ("libertad de contratar") pero su "libertad
contractual" se encuentra sensiblemente acotada, ya que no existe la posibilidad de convenir sin restricciones el
contenido del contrato.
g) De duración, por cuanto es un contrato destinado a mantener la vinculación en el tiempo, en vistas a que se pueda
cumplir la finalidad para la cual fue celebrado. Al respecto vale, en principio, lo dicho al analizar el contrato de
concesión, aunque las inversiones del distribuidor suelen ser significativamente menores a las de un concesionario.
h) Intuitu personae, en tanto las cualidades personales de las partes son determinantes para celebrar el contrato por
similares consideraciones efectuadas al tratar el contrato de concesión.
i) De colaboración. El contrato de distribución se origina en la necesidad económica de complementación y
descentralización, que se concreta en la inserción del distribuidor en la red de comercialización del distribuido, sin que
exista subordinación jurídica, todo ello para colaborar en la actividad económica del primero.
j) De agrupamiento, por cuanto el distribuido —al organizar la comercialización a través de una red— genera una
estructura de agrupamiento vertical que, pese a ello, no implica una organización común ni subordinación jurídica.
1135. Objeto del contrato
El objeto del contrato está dado por las prestaciones que se deben las partes. En consecuencia se puede afirmar
que, en el caso de la distribución, se configura por la obligación que asume el distribuidor de realizar la
comercialización de los productos del distribuido y que éste se obliga a proveer, todo ello en un vínculo estable de
colaboración.
1137. Concepto
El artículo 1512, primer párrafo, dispone que: Hay franquicia comercial cuando una parte, denominada franquiciante,
otorga a otra, llamada franquiciado, el derecho a utilizar un sistema probado, destinado a comercializar determinados
bienes o servicios bajo el nombre comercial, emblema o la marca del franquiciante, quien provee un conjunto de
conocimientos técnicos y la prestación continua de asistencia técnica o comercial, contra una prestación directa o
indirecta del franquiciado.
Luego, en los párrafos siguientes, la norma formula precisiones que delimitan los alcances de los términos
contemplados en el párrafo primero. En tal sentido determina que el franquiciante debe ser titular exclusivo del conjunto
de los derechos intelectuales, marcas, patentes, nombres comerciales, derechos de autor y demás comprendidos en el
sistema bajo franquicia; o, en su caso, tener derecho a su utilización y transmisión al franquiciado en los términos del
contrato (párr. 2º). Y añade que el franquiciante no puede tener participación accionaria de control directo o indirecto en
el negocio del franquiciado (párr. 3º).
La finalidad de la franquicia es multiplicar un negocio exitoso de modo que el franquiciado pueda vender o prestar un
servicio tal como lo ha hecho el franquiciante.
En la franquicia se aprecia una relación contractual entre un franquiciante y un franquiciado en la cual el primero
ofrece o es obligado a mantener un interés permanente en el negocio del segundo en aspectos tales como el know-
how y la asistencia técnica; el franquiciado opera bajo un nombre comercial conocido, un método y/o un procedimiento
que pertenece o que es controlado por el franquiciante, y en el cual el franquiciado ha hecho o hará una inversión
sustancial en su propio negocio con sus propios recursos.
1138. Caracteres
La franquicia es un contrato:
a) Nominado, a partir de la vigencia de la ley nº 26.994, que aprobó el Código Civil y Comercial; sin embargo, desde
antes, se le reconocía su tipicidad social.
b) Bilateral, por cuanto genera obligaciones para franquiciante y franquiciado, cuyo detalle efectuamos al
considerarlas en particular.
c) Oneroso, en tanto ambas parte obtienen una prestación a su favor.
d) Conmutativo, pues desde su celebración cada parte sabe las ventajas que le reporta. Para el franquiciante es
contar con la estructura empresarial que aportará el franquiciado y las ventas que ello generará; para este último
disponer de una metodología de comercialización exitosa.
e) De duración. Es que el tiempo constituye un requisito esencial para que produzca los efectos que las partes han
tenido en vistas al celebrarlo, pues sólo mediante un vínculo estable puede atenderse la relación que existe entre
inversión, amortización y renta proporcional.
f) Por adhesión, ya que las cláusulas son predispuestas por el franquiciante, sin que el franquiciado tenga mayor
margen para negociarlas.
g) Intuitu personae, pues se tienen en cuenta las condiciones personales de las partes; el franquiciante aprecia las
capacidades del franquiciado para llevar adelante el negocio, en tanto este último apreció las bondades del producto y
la metodología utilizados por el primero.
h) De colaboración, toda vez que cada una de las partes colabora al mejor desenvolvimiento de los negocios de la
otra. El franquiciante brindando sus conocimientos y experiencia; el franquiciado replicando el negocio de su
contraparte con ventaja económica para ésta. En otras palabras, el franquiciante expande sus negocios sin asumir el
riesgo de nuevas inversiones en tanto el franquiciado aprovecha la ventaja de comercializar una marca conocida y un
método probadamente exitoso.
i) Que no afecta la competencia. El contrato de franquicia, por sí mismo, no debe ser considerado un pacto que
limite, restrinja o distorsione la competencia, de acuerdo a lo previsto de modo expreso por el artículo 1523. Esta
disposición ha sido fundamentada en que la franquicia es en la Argentina un negocio que beneficia a los pequeños
inversores y no se han verificado estas situaciones.
1141. Terminología
El artículo 1513 define diversos términos atinentes al contrato de franquicia que es necesario tener en cuenta para
comprenderlo. En primer lugar, diferencia clases de franquicia, comprendiendo la mayorista y de desarrollo; asimismo,
establece qué debe entenderse por sistema de negocios.
La franquicia mayorista es aquella en virtud de la cual el franquiciante otorga a una persona física o jurídica un
territorio o ámbito de actuación nacional o regional o provincial con derecho de nombrar sub-franquiciados, el uso de
sus marcas y sistema de franquicias bajo contraprestaciones específicas. Como se aprecia, en esta franquicia, el
franquiciado tiene derecho a ejercerla en todo un territorio, ya sea regional o nacional, con la potestad de nombrar sub-
franquiciados, multiplicando el negocio.
La franquicia de desarrollo es aquella en virtud de la cual el franquiciante otorga a un franquiciado denominado
desarrollador el derecho a abrir múltiples negocios franquiciados bajo el sistema, método y marca del franquiciante en
una región o en el país durante un término prolongado no menor a cinco años, y en el que todos los locales o negocios
que se abren dependen o están controlados, en caso de que se constituyan como sociedades, por el desarrollador, sin
que éste tenga el derecho de ceder su posición como tal o sub-franquiciar, sin el consentimiento del franquiciante.
Como se aprecia, la franquicia de desarrollo también está prevista para ejercerse dentro de todo un ámbito regional o
nacional. Sin embargo, a diferencia de la mayorista, aquí el franquiciado —quien desarrolla la actividad a través de
múltiples locales o negocios— no puede ceder su posición como tal ni sub-franquiciar, sin el consentimiento del
franquiciante. Además, se establece un plazo mínimo de vigencia de cinco años.
El sistema de negocios es el conjunto de conocimientos prácticos y la experiencia acumulada por el franquiciante, no
patentado, que ha sido debidamente probado, secreto, sustancial y transmisible. Es secreto cuando en su conjunto o la
configuración de sus componentes no es generalmente conocida o fácilmente accesible. Es sustancial cuando la
información que contiene es relevante para la venta o prestación de servicios y permite al franquiciado prestar sus
servicios o vender los productos conforme con el sistema de negocios. Es transmisible cuando su descripción es
suficiente para permitir al franquiciado desarrollar su negocio de conformidad a las pautas creadas o desarrolladas por
el franquiciante.
1144. Plazo
En cuanto al plazo, el Código remite a lo establecido en el artículo 1506, primer párrafo, para el contrato de
concesión (art. 1516). Sin perjuicio que lo atinente al plazo en el referido contrato ha sido analizado antes (números
1126 y sigs.), la cuestión merece algunas consideraciones en orden a armonizar lo dispuesto por los artículos citados.
Recordamos que el artículo 1506, primer párrafo, dispone: El plazo del contrato de concesión no puede ser inferior a
cuatro años. Pactado un plazo menor o si el tiempo es indeterminado, se entiende convenido por cuatro años. A su
vez, el artículo 1516 establece que es aplicable el artículo 1506, primer párrafo. Empero, añade: Sin embargo, un plazo
inferior puede ser pactado si se corresponde con situaciones especiales como ferias o congresos, actividades
desarrolladas dentro de predios o emprendimientos que tienen prevista una duración inferior, o similares. Al
vencimiento del plazo, el contrato se entiende prorrogado tácitamente por plazos sucesivos de un año, excepto expresa
denuncia de una de las partes antes de cada vencimiento con treinta días de antelación. A la segunda renovación, se
transforma en contrato por tiempo indeterminado.
La interpretación armónica de las normas aplicables (arts. 1516 y 1506), nos lleva a concluir que:
a) El plazo mínimo del contrato de franquicia es de cuatro años.
b) Si el plazo convenido es menor se entiende celebrado por cuatro años.
c) Si no media denuncia de cualquiera de las partes notificada con treinta días de anticipación al vencimiento del
plazo (cuatro años), éste se considera prorrogado por un año y luego por otro año más.
d) Si antes del vencimiento del segundo año no es denunciado de la misma forma, el plazo se convierte en (incierto)
indeterminado.
e) Se admite un plazo menor a cuatro años si se corresponde con situaciones especiales como ferias o congresos,
actividades desarrolladas dentro de predios o emprendimientos que tienen prevista una duración inferior, o similares.
La franquicia es un contrato de duración, por la ya mencionada exigencia de la relación entre inversión, amortización
y lucro proporcional. Vale a su respecto las consideraciones formuladas con respecto a los contratos de agencia y
concesión (véanse números 1107, 1126 y 1127).
1145. Exclusividad
De acuerdo a lo normado por el artículo 1517: Las franquicias son exclusivas para ambas partes. El franquiciante no
puede autorizar otra unidad de franquicia en el mismo territorio, excepto con el consentimiento del franquiciado. El
franquiciado debe desempeñarse en los locales indicados, dentro del territorio concedido o, en su defecto, en su zona
de influencia, y no puede operar por sí o por interpósita persona unidades de franquicia o actividades que sean
competitivas. Las partes pueden limitar o excluir la exclusividad.
Tal como lo hemos considerado al analizar la exclusividad en los contratos de agencia y concesión, se trata de un
aspecto renunciable y por lo tanto no esencial, aunque sea habitual. Lógica consecuencia es que, si franquiciante y
franquiciado nada hubieran previsto sobre el tema, debería considerarse que media exclusividad, pues en la medida
que el Código autoriza a prescindir de algo, parece lógico concluir que esa característica la entiende implícita, salvo
pacto en contrario.
La exclusividad se contempla para ambas partes. En lo que hace al franquiciante, implica que no podrá autorizar otra
franquicia en el territorio asignado al franquiciado sin que medie su consentimiento; este último tampoco podrá operar
fuera de los límites establecidos.
La exclusividad para el franquiciado comprende los locales autorizados, dentro del territorio concedido o, en su
defecto, en su zona de influencia. La prohibición de operar fuera de dichos ámbitos, alcanza no sólo la actividad que
lleve a cabo por sí mismo, sino que, además, tampoco podrá hacerlo por interpósita persona. Del mismo modo tiene
vedado realizar, en los citados ámbitos, actividades en competencia con el franquiciante.
1146. Restricciones
El Código enumera algunas restricciones en cuanto a los alcance del contrato de franquicia. En efecto, el artículo
1518 —luego de dejar a salvo que las partes convengan en contrario— dispone que:
a) El franquiciado no puede ceder su posición contractual ni los derechos que emergen del contrato mientras está
vigente, excepto los de contenido dinerario. Esta disposición no se aplica en los contratos de franquicia mayorista
destinados a que el franquiciado otorgue a su vez subfranquicias, a esos efectos. En tales supuestos, debe contar con
la autorización previa del franquiciante para otorgar subfranquicias en las condiciones que pacten entre el franquiciante
y el franquiciado principal. Esta restricción es consecuencia del carácter intuitu personae, por lo cual al franquiciante no
le resulta indiferente quien es el franquiciado. Esta restricción no opera en los supuestos de franquicias mayoristas,
dado el objeto que ellas tienen según lo analizado más arriba.
b) El franquiciante no puede comercializar directamente con los terceros, mercaderías o servicios comprendidos en
la franquicia dentro del territorio o zona de influencia del franquiciado. Esta restricción se origina en la exclusividad que
rige entre las partes.
c) El derecho a la clientela corresponde al franquiciante. El franquiciado no puede mudar la ubicación de sus locales
de atención o fabricación.
En el aspecto referido a la clientela, el criterio legal se sustenta en que la clientela se genera por la presencia,
calidad y prestigio de la marca del franquiciante, que constituye el elemento conocido por el consumidor.
Respecto a la imposibilidad que tiene el franquiciado para mudar la ubicación de sus locales de atención o
fabricación, debe tenerse presente que su determinación es una facultad del franquiciante, quien es el verdadero
conocedor del negocio y el cual, según su localización, podría verse afectado.
1148. Responsabilidad
En cuanto a las responsabilidades que se derivan de la actuación de las partes, el artículo 1520 dispone que se
tratan de personas independientes y no mantienen una relación laboral. Por ello el franquiciado debe indicar
claramente su calidad de persona independiente en sus facturas, contratos y demás documentos comerciales; esta
obligación no debe interferir en la identidad común de la red franquiciada, en particular en sus nombres o rótulos
comunes y en la presentación uniforme de sus locales, mercaderías o medios de transporte (art. citado, párr. final).
La independencia señalada determina algunas consecuencias que es necesario tener en cuenta, ya que son
expresamente contempladas por el Código.
a) El franquiciante no responde por las obligaciones del franquiciado, excepto disposición legal expresa en contrario
(art. 1520, inc. a). Esta disposición es de gran trascendencia, por cuanto refuerza la autonomía de las partes y en
particular se complementa con lo dispuesto en el inciso b) del mismo artículo, que constituye una aplicación del mismo
criterio pero en relación específica a las cuestiones laborales.
b) Los dependientes del franquiciado no tienen relación jurídica laboral con el franquiciante, sin perjuicio de la
aplicación de las normas sobre fraude laboral (art. 1520, inc. b).
La relevancia de esta previsión es significativa por cuanto disipa incertidumbres en cuanto a las responsabilidades
del franquiciante en materia laboral, con relación a los dependientes del franquiciado y a las obligaciones laborales que
de ella se derivasen.
La cuestión es muy importante si se tiene en cuenta que el artículo 30 de la ley nº 20.744 (de Contrato de Trabajo)
establece que "Quienes cedan total o parcialmente a otros el establecimiento o explotación habilitado a su nombre, o
contraten o subcontraten, cualquiera sea el acto que le dé origen, trabajos o servicios correspondientes a la actividad
normal y específica propia del establecimiento, dentro o fuera de su ámbito, deberán exigir a sus contratistas o
subcontratistas el adecuado cumplimiento de las normas relativas al trabajo y los organismos de seguridad social. Los
cedentes, contratistas o subcontratistas deberán exigir además a sus cesionarios o subcontratistas el número del
Código Único de Identificación Laboral de cada uno de los trabajadores que presten servicios y la constancia de pago
de las remuneraciones, copia firmada de los comprobantes de pago mensuales al sistema de la seguridad social, una
cuenta corriente bancaria de la cual sea titular y una cobertura por riesgos del trabajo. Esta responsabilidad del
principal de ejercer el control sobre el cumplimiento de las obligaciones que tienen los cesionarios o subcontratistas
respecto de cada uno de los trabajadores que presten servicios, no podrá delegarse en terceros y deberá ser exhibido
cada uno de los comprobantes y constancias a pedido del trabajador y/o de la autoridad administrativa. El
incumplimiento de alguno de los requisitos harán responsable solidariamente al principal por las obligaciones de los
cesionarios, contratistas o subcontratistas respecto del personal que ocuparen en la prestación de dichos trabajos o
servicios y que fueren emergentes de la relación laboral incluyendo su extinción y de las obligaciones de la seguridad
social".
Se advierte que el artículo 1520, inciso b), desliga al franquiciante del riesgo de tener que afrontar deudas laborales
y/o previsionales del franquiciado, en tanto no se acredite la existencia de un fraude laboral.
La previsión se fundamenta en que el franquiciante no cede la explotación del negocio sino su know-how y el uso de
la marca, nombre y demás elementos que hacen a la comercialización del producto o servicio.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación ya se había expedido en los autos "Rodríguez, Juan Ramón c. Compañía
Embotelladora Argentina S.A. y otro", el día 15 de abril de 1993 (J.A. t. 1993-II, p. 718) en cuanto que el artículo 30 de
la Ley de Contrato de Trabajo no resulta aplicable en los casos de contrato de distribución, concesión, franquicia y
otros en los cuales la actividad normal del fabricante excluye las etapas realizadas por el distribuidor o concesionario,
término que alcanza también al franquiciante. En la misma línea también falló en las causas "Sandoval, Daniel O. c.
Compañía Embotelladora Argentina", el 18 de julio de 1995 (J.A. 1995-IV, p. 97) y "Luna c. Agencia Marítima Rigel y
otros", el día 2 de julio de 1993 (D.J. t. 1994-1, p. 758).
c) El franquiciante no responde ante el franquiciado por la rentabilidad del sistema otorgado en franquicia, lo cual es
consecuencia de que este último actúa por riesgo propio, sin garantizar el éxito de la explotación (art. 1520, inc. c).
1153. Antecedentes
El Código Civil de Vélez Sarsfield, siguiendo una larga tradición jurídica reguló —distinguiéndolos— dos tipos de
préstamos: el mutuo o préstamo de consumo y el comodato o préstamo de uso, distinción justificada porque en uno el
prestamista o mutuante entrega la cosa en propiedad al cocontratante mutuario y en el otro se entrega solamente la
tenencia, conservando el prestamista comodante, el derecho de dominio. La diferencia está en la naturaleza de la cosa
que se presta, esquema que ha mantenido el Código Civil y Comercial, resaltando la diferencia entre el mutuo que
tiene por objeto cosas fungibles (art. 1525) y el comodato que lo tiene solo sobre cosas no fungibles (art. 1533), lo que
impuso necesariamente una distinta regulación legal.
El mutuo fue entendido siempre en el Código Civil de Vélez (art. 2242) como un contrato real, o sea que sólo se
perfeccionaba con la entrega de la cosa, pero si el mutuo era comercial, muchos autores entendían que el contrato era
consensual, pues se perfeccionaba con el mero consentimiento de las partes, ya que el artículo 559 del
derogado Código de Comercio establecía que si nada se ha estipulado acerca del plazo y lugar en que deba hacerse la
entrega, debe verificarse luego que la reclame el mutuante, pasados diez días de la celebración del contrato y en el
domicilio del deudor. En función de esa norma mercantil se superaba la limitación del artículo 2244 del Código Civil de
Vélez que parecía limitar la promesa de mutuo oneroso incumplida, a la indemnización de daños, pero no habilitaba el
reclamo de su cumplimiento, como surgía posible a la luz de lo determinado por ese artículo 559 del Código de
Comercio.
El Código Civil y Comercial en tal sentido ha obviado el problema regulando al mutuo como consensual, siguiendo la
práctica usual de la negociación empresaria que había admitido el cumplimiento forzoso de la 'promesa de mutuo', y la
usual operatoria que representaban los 'convenios de asistencia financiera', que impedían en los hechos por esa propia
operatoria, que se configuraran como contratos reales o que solo se perfeccionaran con la entrega de la cosa.
1154. Concepto
Ha dispuesto el artículo 1525 que hay contrato de mutuo cuando el mutuante se compromete a entregar al mutuario
en propiedad, una determinada cantidad de cosas fungibles y este se obliga a devolver igual cantidad de cosas de la
misma calidad y especie.
El Código Civil de Vélez —a diferencia de la norma transcripta— disponía (art. 2241) que la cosa a entregar debía
ser consumible o fungible aunque no fuera consumible (las consumibles se extinguen con su solo uso y las fungibles
pueden sustituirse unas por otras). Entendemos que la norma respecto solo de cosas fungibles es adecuada, pues lo
importante y definitorio a nuestro criterio es que la devolución lo sea en cantidad, calidad y especie igual a la
entregada.
No hay una identidad necesaria entre las cosas consumibles y las fungibles, aun cuando tengan un paralelismo casi
constante, pues puede ocurrir esa inequivalencia con los ejemplares de la misma edición de un libro, que no son
consumibles pero sí son fungibles si están intactos, sin anotaciones, dedicatorias, etcétera; o con un vino de cosecha
muy vieja y prácticamente inhallable, que es consumible, pero no será fungible. Es que el que presta sólo pretende que
se le restituya otra cosa en la misma cantidad y de la misma especie y calidad. Se desprende así que la cosa
entregada pasa a la propiedad del mutuario, tenga o no conciencia de ello, de allí la necesidad de devolver igual
cantidad en igual calidad y especie. Consecuencia de esa transmisión del dominio es que el mutuario cargará con los
riesgos de la cosa y su obligación de devolver igual cantidad de cosas equivalentes se mantendrá aunque las recibidas
por él se hayan deteriorado o perdido por fuerza mayor.
A contrario de la definición del artículo 1525, si en el contrato se estipula la devolución de cosas distintas, ya no
podrá considerarse que estemos ante un mutuo, aunque así lo llamen las partes, sino permuta o compraventa, pero el
compromiso de devolver una cantidad mayor o menor que la recibida no va a desnaturalizar al contrato de mutuo.
1155. Caracteres
El contrato de mutuo tiene los siguientes caracteres:
Se trata de un contrato consensual pues —a diferencia de como lo regulara el Código Civil de Vélez (art. 2242)— se
perfecciona como tal por el solo consentimiento de los intervinientes.
También se trata de un contrato bilateral pues por definición (art. 1525) las partes se obligan recíprocamente la una
hacia la otra, una comprometiéndose a entregar determinada cantidad de cosas fungibles y la otra a reintegrar igual
cantidad de cosas de igual especie y calidad.
Se trata de un contrato, por regla, oneroso, pues así lo indica la ley (art. 1527), en razón de que las ventajas que le
procura a una de las partes, le son concedidas en función de una prestación que la otra ha hecho o se obliga a hacer.
Sin embargo, la norma citada admite que sea gratuito si así lo hubieran convenido los contratantes.
Se trata finalmente de un contrato nominado pues se encuentra específicamente regulado por la ley (arts. 1525 y
sigs.).
1162. Prescripción
El Código Civil y Comercial no ha previsto una norma particular para la prescripción liberatoria respecto de las
acciones que nacen del contrato de mutuo.
En tal sentido debe entenderse que rige en principio el plazo de prescripción general de cinco años del artículo 2560.
Este término lo será respecto del reintegro del capital dado en mutuo, pues respecto de los intereses, deberá
entenderse que —en tal aspecto— rige el plazo de prescripción de dos años en función de lo determinado por el
artículo 2562, inciso c), que así lo fija para todo lo que se devenga por años o plazos periódicos más cortos, salvo el
reintegro del capital cuando lo deba ser en cuotas.
Finalmente respecto de cualquier acción de daños que pudiera emerger de lo normado —entre otros— por los
artículos 1526, 1529, 1530, etcétera, regirá el plazo de tres años del artículo 2561, segundo párrafo.
CAPÍTULO XXXIX - COMODATO
1163. Definición
El artículo 1533 establece que hay comodato cuando una parte se obliga a entregar a otra una cosa no fungible,
mueble o inmueble, para que se sirva gratuitamente de ella y restituya la misma cosa recibida.
A diferencia del préstamo de consumo, no hay aquí transferencia de la propiedad; el prestatario sólo adquiere un
derecho personal de uso de la cosa. Además, el uso debe ser gratuito; desde el momento en que se paga algo por él,
deja de ser comodato para convertirse en locación.
1164. Características
El comodato tiene los siguientes caracteres:
a) Es un contrato consensual, por lo que la promesa de entrega de la cosa obligará al comodante a cumplir con ella y
otorgará al comodatario acción de cumplimiento.
b) Es un contrato gratuito. Que el comodante no pueda recibir retribución sin desnaturalizar el contrato, no significa
que deba necesariamente carecer de todo interés en él. Así, por ejemplo, quien presta su casa durante su viaje a
Europa a unos amigos, puede tener interés en que se la vigilen, impidiendo daños y robos; quien presta un caballo
durante cierto tiempo, puede contar con la ventaja de no gastar en alimentación.
c) Es un contrato celebrado intuitu personae.
d) Es un contrato bilateral, puesto que ambas partes resultan obligadas; el comodante a permitir el uso de la cosa
por el tiempo pactado; el comodatario a cuidarla y devolverla en su momento.
e) El comodato puede revestir carácter comercial como medio de ejecución de algunos modernos contratos
comerciales. Tal el caso de la distribución comercial o el suministro, donde determinados envases para la
comercialización son objeto de comodato (garrafas, tanques, contenedores, etc.). Otros ejemplos de los que estamos
hablando son los siguientes: (i) los contratos de telefonía móvil, de televisión por cable, digital o satelital, o de provisión
de Internet, en los que se incluye la entrega en comodato del aparato de telefonía celular, decodificador,
antena, modem, etcétera; (ii) el seguro de automotor con préstamo de un vehículo en caso de siniestro, (iii) la entrega
de prismáticos o "lentes 3D" en un teatro o cine, y (iv) la entrega de carritos en supermercados o aeropuertos. Como
puede advertirse, en general se trata de contratos de consumo o, al menos, de relaciones de consumo, lo cual —de
alguna manera— mengua el carácter gratuito de estos comodatos accesorios.
1167. Capacidad
Se discute si para dar una cosa en comodato se requiere capacidad para disponer de los bienes o basta con la de
administrarlos. En favor de la primera opinión se hace notar que se trata de un acto gratuito, cuyo significado
económico puede ser a veces muy importante; en favor de la segunda, que el préstamo es esencialmente un acto de
cortesía y complacencia, que no empobrece al comodante, quien siempre conserva la propiedad de las cosas.
Hagamos notar que, en nuestro derecho, este problema tiene interés en lo que atañe a la capacidad de los
emancipados y de los cónyuges. Los emancipados no pueden disponer de los bienes recibidos a título gratuito (arts. 28
y 29). Los cónyuges, en el régimen de comunidad, no pueden disponer de los bienes registrables de carácter
ganancial, sin el asentimiento del otro cónyuge (art. 470) o la supletoria autorización del juez (art. 457).
Es obvio que, en ambos casos, lo que se ha querido evitar es la enajenación de los bienes; que, en ambos, el
principio de libre administración debe interpretarse con amplitud. Por lo tanto, no cabe duda de que los menores
emancipados y los cónyuges tienen capacidad para dar sus bienes en comodato sin depender de autorización alguna.
1168. Objeto
Es claro que sólo podrán ser objeto de un contrato de comodato aquellas cosas que estén destinados a ser usadas
por el comodatario, sin consumirse en sí mismas, en tanto, en este supuesto, tendremos un contrato de mutuo.
Aclara sin embargo el artículo 1534 que el objeto del comodato podrán ser cosas fungibles, únicamente, cuando el
comodatario se obligue a restituir las mismas cosas que le fueron entregadas en comodato. Es el caso del vino de vieja
cosecha e inhallable en el comercio, que puede ser objeto de comodato si se presta para ser exhibido en una
exposición, por ejemplo, y devuelto a su finalización.
¿Pueden prestarse los derechos? Algunos autores han sostenido la opinión afirmativa, en cuyo apoyo brindan como
ejemplos los siguientes derechos que podrían darse en comodato: el derecho personal de caza, el abono a un teatro o
para viajar en ciertos medios de transporte. En nuestra legislación sólo las cosas pueden ser objeto de comodato; la
solución nos parece correcta, porque el llamado préstamo de un derecho no es otra cosa que su cesión gratuita; hablar
en ese supuesto de comodato, es confundir ambos contratos sin ventaja alguna.
CAPÍTULO XL - DONACIÓN
1187. Caracteres
En el régimen del Código Civil y Comercial, la donación presenta los siguientes caracteres:
a) Es un contrato a título gratuito; no hay contraprestación del donatario. El cargo que suele imponer a veces el
donante no tiene carácter de contraprestación, sino de obligación accesoria. Tampoco desvirtúan el carácter gratuito
del contrato algunas obligaciones que la ley impone al donatario, como la de pasarle alimentos al donante, en caso de
que le sean necesarios, y de guardarle lealtad.
b) Es formal y en algunos casos, solemne; remitimos sobre este punto al número 24.
c) Es irrevocable por la sola voluntad del donante.
A.— CONSENTIMIENTO
B.— CAPACIDAD
C.— OBJETO
D.— FORMA
E.— PRUEBA
1221. Principio
La donación es un contrato unilateral que en principio no impone obligaciones sino al donante. Todo lo más, el
donatario tiene una obligación general de gratitud, de la que nos ocuparemos en seguida; pero ella no se refiere al
cumplimiento del contrato en sí mismo, sino a una conducta permanente que es razonable exigir de quien ha recibido
un beneficio. Pero puede ocurrir que en el mismo contrato el donante imponga al donatario ciertas obligaciones
accesorias llamadas cargos, que no dependen de la naturaleza del contrato sino de estipulaciones especiales; de ellas
nos ocuparemos más adelante.
1228. Concepto
Se llaman donaciones mutuas aquellas que se hacen dos o más personas recíprocamente. Difícilmente un acto tal
puede considerarse hecho a título gratuito; en verdad, la donación prometida por una de las partes ha sido tenida en
mira por la otra al hacer su promesa recíproca; el acto es oneroso, no gratuito. No se justifica, entonces, que se les
aplique el régimen de las donaciones; por más que las partes lo hayan llamado donación, lo que hay es más bien una
permuta. Pero no hay que exagerar la analogía. En las donaciones recíprocas, si bien cada una de las partes tiene en
mira lo que recibirá de la otra, en cambio ninguna de ellas manifiesta preocupación por la equivalencia de las
contraprestaciones. Por consiguiente, el acto no podrá impugnarse por lesión.
El Código Civil y Comercial no regula este tipo de donaciones, aunque las reconoce en el artículo 1560 al establecer
ciertos efectos. Tampoco exige que tales donaciones deban hacerse en un solo acto, como sí lo disponía el Código
Civil de Vélez (art. 1819).
El mentado artículo 1560 establece que la nulidad de una de las donaciones mutuas, afecta a ambas; en cambio, la
ingratitud o el incumplimiento de los cargos sólo perjudican al donatario culpable.
1229. Concepto
El concepto de donación remuneratoria ha sido definido en el artículo 1561, estableciendo que: son donaciones
remuneratorias las realizadas en recompensa de servicios prestados al donante por el donatario, apreciables en dinero
y por los cuales el segundo podría exigir judicialmente el pago.
Si, en cambio, se trata de recompensar servicios que no dan lugar a acción judicial, no hay donación remuneratoria
sino simple. En consecuencia, no lo es la efectuada por un deber moral de gratitud, ni la que se hace como
recompensa a los buenos servicios prestados por un servidor a quien se le han pagado puntualmente sus sueldos.
¿La propina es una donación remuneratoria? Preferimos la opinión que lo niega. Aunque la propina no es
estrictamente obligatoria, ambas partes tienen más bien la conciencia de dar y recibir una retribución de servicios que
una liberalidad. A su vez, la jurisprudencia del fuero del Trabajo, en algunos supuestos ha considerado a la propina
como parte integrativa del salario.
1230. Régimen legal
Las donaciones remuneratorias están sujetas al siguiente régimen legal:
a) La aceptación de la donación remuneratoria equivale a la aceptación del pago de los servicios; en consecuencia,
el donatario no podrá en adelante cobrarlos judicialmente. Es lógico que así sea, porque el donante ha entendido
pagar, sólo que lo ha hecho con generosidad, pagando más de lo que debía.
Por el contrario, la simple donación (hecha sin intención remuneratoria) no priva a quien prestó el servicio del
derecho a reclamar su pago.
b) En la medida en que importa una remuneración equitativa de los servicios prestados, se reputa un acto oneroso
(art. 1564). En consecuencia, está sujeta a la acción por evicción y por vicios redhibitorios y no puede ser reducida por
inoficiosidad ni da lugar a colación, ni puede ser revocada. En cambio, en cuanto excede de la justa retribución, está
sujeta al régimen legal de las donaciones simples.
c) El artículo 1561, in fine, introdujo un requisito formal para que la donación remuneratoria sea considerada tal: debe
constar por escrito en el documento donde se plasma la donación, lo que se tiene en mira remunerar. Si ello falta, se
considerará que la donación es simple.
1237. Beneficiarios
La reversión condicional no puede ser estipulada sino en beneficio del donante. Si el contrato la estableciere en
provecho del donante y de sus herederos o de un tercero, la cláusula sólo será válida respecto del primero y se
considerará como no escrita respecto de los últimos (art. 1566, párr. 2º). Esta disposición se propone evitar que se
prolongue durante mucho tiempo el estado de incertidumbre sobre el dominio de las cosas donadas.
1246. Prescripción
El plazo de prescripción para ejercer la acción revocatoria por la inejecución de los cargos es el ordinario de cinco
años previsto en el artículo 2560.
Resulta importante determinar a partir de qué momento comienza a correr dicho plazo. Necesariamente la respuesta
debe considerar el tipo de cargo de que se trate. Diferente es, por ejemplo, que el cargo consista en entregar una cosa
a una persona determinada, o que se trate de exhibir ciertas cosas en un lugar público. En el primer caso, el
incumplimiento podría ser ignorado por el donante en la medida de que el beneficiario no lo reclamara, con lo cual, el
plazo debe correr a partir del momento del efectivo conocimiento del hecho. En el segundo, en cambio, no hay
posibilidad de que el incumplimiento no sea conocido, y ello influye en el momento a partir del cual comienza a correr la
prescripción.
1251. Fundamento
El donatario tiene un deber de gratitud hacia el donante. En el plano moral, este deber se manifestará sobre todo por
hechos positivos; en derecho, en cambio, se satisface con una conducta pasiva. Lo que se sanciona son los actos que
revelan ingratitud. En un solo caso se exige un hecho positivo: la prestación de alimentos al donante que carece de
medios de subsistencia.
Cuando el donatario ha faltado al deber de gratitud, la ley le permite al donante revocar la donación.
1259. Concepto
Cuando como consecuencia de la celebración de un contrato, una de las partes resulta acreedora de la otra, el
cumplimiento de las obligaciones de ésta dependerá en última instancia de su solvencia; ni siquiera es suficiente
garantía la solvencia actual, porque muy bien puede ocurrir que un deudor originariamente solvente deje de serlo más
tarde —precisamente cuando tiene que cumplir con sus obligaciones— como consecuencia de negocios
desafortunados. El acreedor puede precaverse contra esta eventualidad, mediante las siguientes garantías: a)
las reales, que consisten en gravar un bien del deudor con un derecho real de hipoteca, prenda, anticresis, warrants,
etcétera; b) personales, que consisten en extender la responsabilidad derivada del contrato a otras personas, de tal
manera que para que el acreedor quede en la imposibilidad de cobrar su crédito, será menester que tanto el deudor
originario como el garante, caigan en insolvencia. Esto aumenta notoriamente las probabilidades de que el crédito será
satisfecho, sobre todo porque el acreedor se encargará de exigir un garante de conocida fortuna. La forma típica de
garantía personal es la fianza.
Según el primer párrafo del artículo 1574 hay contrato de fianza cuando una persona se obliga accesoriamente por
otra a satisfacer una prestación para el caso de incumplimiento. Aunque con cierta falta de claridad, la norma revela
que la fianza es un contrato, pues se necesita el acuerdo de voluntades entre el fiador y el acreedor, cuyo crédito es
garantido. No se requiere, en cambio, el consentimiento del deudor afianzado, aunque él es por lo común el principal
interesado en la fianza, ya que sin ella la otra parte no se avendrá a contratar. Y no interesa su consentimiento ni su
misma oposición, porque la relación obligatoria se establece entre fiador y acreedor. Es verdad que eventualmente, si
el fiador paga, el deudor resultará obligado frente a él; pero ésta es la consecuencia de todo pago por otro, haya o no
fianza, de tal modo que ésta no agrava en modo alguno sus obligaciones.
A.— SUJETOS
B.— OBJETO
1276. Concepto
El artículo 1998 del Código Civil de Vélez disponía que la fianza puede ser legal o judicial. En verdad, no se trata de
dos categorías diferentes, una impuesta por la ley y otra por los jueces, puesto que éstos no podrían imponerla sino
fundados en la ley. En el fondo, se trata de dos denominaciones distintas de una misma cosa. Ejemplo de esta fianza
es la llamada contracautela, o sea la garantía (real o personal) que exigen los jueces para hacer lugar a ciertas
medidas precautorias, tales como embargos, inhibiciones, etcétera.
Si bien el Código Civil y Comercial no regula este tipo de fianza, dispone que el fiador no puede invocar el beneficio
de excusión si la fianza es judicial (art. 1584, inc. c), lo que implica que sigue existiendo.
Más allá de cómo se constituye esta fianza, el fiador es siempre voluntario. La ley no exige jamás que alguien preste
su propia fianza contra su voluntad; la exigencia se refiere al deudor, a quien se le impone el ofrecimiento de un fiador
que se presta voluntariamente a servir de garantía y cuya aceptación corresponde al juez, no al acreedor (como, por el
contrario, ocurre en la fianza convencional). La ley prescinde en estos casos de la voluntad del acreedor, porque como
la prestación de la fianza es una exigencia de la misma ley, si la aceptación dependiera del eventual acreedor,
resultaría que a éste le bastaría con rechazar los fiadores propuestos, cualquiera que fuera su solvencia, para privar a
la otra parte de los derechos que la ley le confiere. Por ello basta con que la solvencia sea suficiente a criterio del juez.
1283. Principio
El fiador puede oponer todas las excepciones y defensas propias y las que correspondan al deudor principal, aun
cuando éste las haya renunciado (art. 1587).
Es que el hecho de que el deudor renuncie a invocar una excepción o defensa propia, no puede obstar a que el
fiador haga valer tal excepción o defensa, pues resulta inadmisible que el deudor principal empeore la situación del
fiador. El fiador podrá invocar, por lo tanto, cualquier causa de liberación o de nulidad o rescisión de la obligación, que
hubiese sido renunciada por el deudor.
La única excepción a la regla de que el fiador puede oponer al acreedor todas las excepciones que personalmente
tenga o las que tenga su deudor afianzado está dada por la incapacidad del deudor, que no puede ser invocada por el
fiador para excusar su responsabilidad, tal como lo dispone el artículo 1576.
Para terminar es necesario señalar que el artículo 1587 no aclara respecto de si es aplicable o no a la fianza
solidaria. Sin embargo, considerando que tanto la fianza simple como la fianza solidaria constituyen obligaciones
accesorias, y recordando aquello de que donde la ley no distingue el intérprete no debe distinguir, cabe concluir que el
fiador solidario goza de los derechos establecidos en este artículo 1587. Entendemos que el mismo derecho tiene el
fiador principal pagador, pues éste no deja de ser fiador respecto del deudor principal (véase número 1275).
1285. La regla
El artículo 1586 establece que el fiador cuenta con todo el plazo otorgado al deudor principal para cumplir con la
obligación, aun en el caso de que éste se hubiera presentado en concurso preventivo o se hubiese decretado su
quiebra. Si se quiere eludir esta disposición, el acreedor deberá convenirlo de manera expresa.
La norma apunta al contrato de tracto sucesivo, pues si fuese de cumplimiento instantáneo, el incumplimiento del
deudor acarrea la exigibilidad inmediata y plena de la deuda al propio deudor y, consiguientemente, al fiador.
Pero cuando se trata de un contrato de tracto sucesivo, el incumplimiento parcial del deudor (el de una cuota, por
ejemplo) no faculta al acreedor a cobrar toda la deuda al fiador, sino que éste podrá cumplir la obligación de la manera
convenida, a menos que se hubiera acordado lo contrario de manera expresa.
Conviene insistir: si se quiere exigir al fiador el pago íntegro de la deuda que ha sido convenida como de tracto
sucesivo, cuando el deudor ha incumplido, es necesario pactarlo de manera expresa o establecer la caducidad de los
plazos.
1293. Principio
Aunque el deudor es el principal interesado en la fianza, pues ella suele ser la condición para que la otra parte de su
consentimiento para celebrar el contrato principal, la fianza no produce efectos entre deudor y acreedor, puesto que se
trata de un contrato celebrado entre éste y el fiador.
1297. Principio
La fianza queda extinguida, como cualquier obligación, por alguno de los modos de liberación establecidos en los
capítulos 4 y 5 del Título I, del Libro Tercero, del Código Civil y Comercial. Aunque en todos estos casos el fiador queda
liberado, los efectos de la extinción no son siempre los mismos. En algunos, el fiador queda liberado quedando intacta
la obligación del deudor principal; tal ocurre, por ejemplo, con la renuncia o remisión de deuda hecha por el acreedor en
favor del fiador. En otros, se produce una novación en la obligación del deudor principal: queda liberado respecto del
acreedor, pero pasa a ser deudor del fiador. Así sucede con el pago hecho por el fiador al acreedor.
1301. Caracteres
El contrato oneroso de renta vitalicia tiene los siguientes caracteres:
Es oneroso porque las ventajas que procuran a una parte le son concedidas a cambio de otra prestación que ésta ha
hecho o se obliga a efectuar (art. 967).
Es bilateral, puesto que ambas partes se obligan recíprocamente la una hacia la otra (art. 966), en particular una se
obliga a entregar el capital y la otra la renta.
Es aleatorio, porque las ventajas o desventajas que para las partes supone el contrato, dependen de un
acontecimiento incierto (art. 968) como lo es la duración de la vida de la persona humana designada en el contrato.
Es de tracto sucesivo, pues las obligaciones del deudor de la renta se prolongan en el tiempo y se cumplen
periódicamente.
Es consensual, porque se perfecciona por el solo acuerdo de voluntades y porque a la luz del nuevo Código todos
los contratos serían consensuales. Era un contrato real en el derogado Código Civil pues se perfeccionaba con la
entrega del capital.
Es formal, pues la ley exige —con igual criterio que el artículo 2072 del Código Civil de Vélez— la instrumentación
por escritura pública (conf. arts. 969, 1552 y 1601).
Es nominado, pues está especialmente regulado por los artículos 1599 y siguientes.
1302. Elementos
De acuerdo con lo que establecen los artículos 1599 y 1601, el contrato oneroso de renta vitalicia supone los
siguientes requisitos esenciales:
a) La entrega de un capital, sea en dinero o en otra prestación mensurable en dinero (bienes muebles o inmuebles,
títulos, acciones, bonos, etc.), entrega ésta que efectuará el acreedor de la renta al deudor de ella. Ese capital se
entrega en propiedad, de modo que hay una transferencia definitiva del dominio a favor del deudor de la renta.
b) La existencia de una renta, cuyo pago será en forma periódica (arts. 1599 y 1602) durante la vida de una o más
personas ya existentes, determinadas en el contrato. Normalmente, la renta se paga a la persona que entregó el
capital, pero nada se opone a que el beneficiario sea un tercero o varias personas (art. 1603). En su modalidad típica la
renta está referida a la vida del beneficiario; pero puede estarlo también a la vida del deudor y aun a la de un tercero.
El artículo 1602 habla de periodicidad en el pago de la renta, por lo que es lícito pactar que la renta sea mensual,
trimestral, semestral, etcétera.
c) ¿Existencia de una garantía? A este respecto el Código Civil y Comercial genera alguna confusión, ya que el
artículo 1607 establece que si el deudor de la renta no otorga la garantía a la que se obliga o si la dada disminuye,
quien entrega el capital o sus herederos pueden demandar la resolución del contrato debiendo restituirse solo el
capital. Sin embargo, no debe entenderse a la garantía como un elemento necesario o esencial para el contrato
oneroso de renta vitalicia, no obstante lo cual nada impide que se exija o se pacte tal garantía a cargo del deudor de la
renta, en cuyo caso operará la disposición citada, sobre la cual volveremos (véase número 1306 b).
d) La forma. Dispone el artículo 1601 que el contrato oneroso de renta vitalicia debe celebrarse por escritura pública.
Pero nos preguntamos si esta formalidad es exigida por la ley con carácter solemne o simplemente ad probationem. Si
bien es cierto que el artículo 1601 exige escritura pública, debemos recordar que el artículo 969, al hablar de contratos
formales, dispone de una manera general que los contratos a los que se exige una forma particular lo es solo para que
éstos produzcan efectos propios sin sanción de nulidad, pues valen como contratos en los que las partes se obligaron a
cumplir con la expresada formalidad. Por ello pensamos que hay que distinguir: si la renta es onerosa, la formalidad
debe considerarse solo ad probationem; pero si la renta es gratuita se le aplicarán las reglas de las donaciones para las
prestaciones periódicas o vitalicias (conf. art. 1552), por lo que la escritura es una exigencia solemne, bajo estricta
pena de nulidad y, por tanto, ineludible.
II — JUEGO Y APUESTA
1308. Concepto
Siendo los conceptos de juego y apuesta de los más vulgares, resulta sorprendente la dificultad en que se han
encontrado los juristas para precisarlos en el plano del derecho. ¿Se trata de contratos distintos? Y si, como
tradicionalmente se admite, lo son, ¿cuál es la base sobre la que debe hacerse la distinción?
a) Para algunos autores que siguen una idea insinuada ya en el derecho romano, el juego supone la participación
personal en los ejercicios de destreza física o mental, sobre cuyo resultado se arriesga una postura; la apuesta, en
cambio, recae sobre hechos o circunstancias que son extrañas a los contratantes, como ocurre cuando los
espectadores apuestan sobre el resultado de un partido de fútbol, de un match de box o sobre si ocurrirá o no tal
acontecimiento político, etcétera.
b) Para otros, la distinción debe fundarse esencialmente en el motivo que inspira a las partes: la apuesta tiende a
robustecer una afirmación, en tanto que el juego tiene por objeto una distracción o una ganancia.
En verdad, se trata de una disputa estéril. En todo el mundo, juego y apuesta tienen un régimen jurídico común,
están sujetos a idénticas normas legales. Y jurídicamente sólo merecen ser considerados como conceptos distintos los
que se hallen enlazados a efectos diferentes. No hay, pues, interés en precisar una diferencia que no tiene contenido ni
vigencia efectiva.
Este último concepto es el que entendemos que ha recogido el Código Civil y Comercial en el artículo 1609, dando
solamente la definición de "juego" (hay contrato de juego si dos o más partes compiten en una actividad de destreza
física o intelectual, aunque sea sólo parcialmente, obligándose a pagar un bien mensurable en dinero a la que gane),
pero regulando en las sucesivas normas los mismos efectos y consecuencias, tanto para el "juego", como para la
"apuesta".
No está de más señalar que los contratos de juego y apuesta son bilaterales, onerosos y aleatorios, en tanto las
ventajas dependen de un hecho futuro e incierto respecto del momento en que se los celebró.
1311. Distinción entre los juegos que originan una obligación civil (tutelados) y los que dan nacimiento a una
obligación civil no exigible (no prohibidos)
El artículo 1611 se aparta del texto que contenía el artículo 2055 del Código Civil de Vélez y ya no distingue entre las
apuestas hechas sobre el resultado de ejercicios de fuerza, destreza de armas, corridas u otros semejantes y las que
se conciertan sobre el resultado de otros juegos. La norma del Código Civil y Comercial, se limita a señalar que
carecen de acción de cobro sobre la prestación prometida en un juego de azar puro; por lo que una interpretación a
contrario sensu indicaría que los juegos o apuestas donde intervengan de alguna forma los participantes, ya sea
mediante el uso de la fuerza o del intelecto, sí tendrán el derecho a perseguir el cobro en sede judicial. El sentido de
esta regulación, ya desde antaño, ha sido estimular competencias que contribuyan al perfeccionamiento del cuerpo y el
intelecto de los participantes, y al propio tiempo alejen a los competidores de otras diversiones malsanas. Por este
motivo, sólo deben considerarse comprendidos en esta categoría los juegos en los que participan los propios
apostadores; en cambio, quedan fuera de ella y por consiguiente, no dan lugar a una acción civil, las apuestas hechas
sobre las competiciones de terceros, que aunque dependen en buena medida de la habilidad personal de los
jugadores, no benefician a los competidores.
Se admite también que las apuestas sobre carreras de caballo, automóvil, motocicleta, lancha, yates, etcétera, tienen
efectos civiles siempre que se hubieran concertado entre los propios competidores.
Pero no basta con que se trate de juegos de destreza física para abrir la acción, en tanto, se requiere además que el
juego no se encuentre prohibido por leyes locales, por cuanto de estarlo, sería un contrato con objeto ilícito, y no se le
podría otorgar acción de cobro al ganador.
Cabe ahora preguntarse si un juego en el que está excluida la destreza física, pero que ha sido autorizado y
reglamentado por las leyes locales, da acción civil para el cobro de las apuestas. El Código ha optado por la tesis
afirmativa en el artículo 1612, en tanto mediare oferta pública. Señala la norma que las apuestas y sorteos ofrecidos al
público confieren acción para su cumplimiento. Aclara la norma además, que en la oferta debe individualizarse quién es
el oferente, pues éste es el responsable frente al participante o apostador; caso contrario, será responsable quien emite
la publicidad, lo que guarda coherencia con las normas de protección del consumidor.
§ 2.— EFECTOS
1319. Compensación
La deuda de juego no puede ser compensada con otros créditos, pues le falta la condición de ser exigible (art. 923,
inc. c). Pero nada se opone a la compensación convencional; vale decir, que una declaración de voluntad emanada del
deudor de la apuesta en la que da su consentimiento para que se la compense con un crédito civil que tiene respecto
del ganador, produce los efectos del pago.
1323. Loterías
La reglamentación de las loterías y rifas ha sido delegada por el Código Civil a las leyes locales (art. 1613). El
régimen de las loterías nacionales o provinciales es un problema de derecho administrativo.
1324. Rifas
Para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las rifas han sido reglamentadas por la ley 538.
Los establecimientos educacionales, sanitarios u organizaciones sin fines de lucro pueden realizar rifas, concursos
o kermesses, siempre que la organización, explotación, difusión, distribución, expendio y administración se encuentre
exclusivamente a su cargo y no constituya una actividad habitual. La autoridad de aplicación debe establecer los
requerimientos, su monto máximo y su sistema de control (art. 14).
La organización, explotación, difusión, distribución o expendio de juegos de apuesta que se realice transgrediendo
las disposiciones legales —importando sobremanera el hecho de que se desobedezcan los requerimientos de la
autoridad de aplicación—, son susceptibles de ser sancionados (art. 15).
Con frecuencia ocurre que en la fecha prevista no ha podido venderse sino una cantidad insuficiente de números,
por lo cual la sociedad promotora de la rifa decide postergarla. ¿En qué situación quedan los tenedores de los números
premiados según el sorteo de la Lotería Nacional previsto originariamente? No cabe duda de que la sociedad
promotora no puede por sí sola postergar la rifa, pues la adquisición de un billete significa la concertación de un
contrato bilateral de adhesión. Pero cabe preguntarse si las autoridades administrativas pueden conceder autorización
para hacerlo. La cuestión ha motivado numerosos pronunciamientos. Según algunos, las atribuciones del Poder
Ejecutivo para postergar la rifa son amplias, pues de esa manera se favorece el cumplimiento de los fines de orden
público perseguidos por la rifa. Por el contrario, otros fallos han negado facultades a las autoridades administrativas
para postergar un sorteo, a menos que éste no hubiera podido realizarse por causa de fuerza mayor; tales
pronunciamientos se fundan en que el sorteo es un contrato cuyas cláusulas no pueden ser modificadas
unilateralmente por una de las partes; y un cambio de fecha es una modificación contractual. En una posición
intermedia, se ha decidido que las autoridades administrativas pueden autorizar la prórroga, siempre que exista un
motivo serio; pero en todo caso se ha exigido una publicidad eficaz y oportuna.
Esta última jurisprudencia es la que tiende a prevalecer. Nos parece una solución razonable. Las rifas no son un
contrato común del derecho civil. Están en principio prohibidas; sólo se permiten con una autorización del Estado
condicionada a que los fondos que se recauden se destinen a una obra de interés social. Este objeto es el que legitima
la rifa y, por consiguiente, toda la relación contractual debe ser juzgada a su luz. Cuando existen razones serias para la
postergación, la administración que ha concedido el permiso puede autorizarla, siempre que se la anuncie con una
debida y eficaz publicidad. Adviértase que una prórroga razonable no perjudica a nadie, porque en el momento de
decidirse nadie ha sacado premio; no se ve qué interés legítimo puede invocarse en contra de ella.
1325. Recurso para decidir una división de condominio o cuestiones litigiosas o dudosas
La suerte es un recurso usado con frecuencia en la división de la cosas comunes y particularmente en las particiones
hereditarias. Las partes forman de común acuerdo los distintos lotes y la atribución se deja librada a la suerte. De esta
manera se asegura que todos han de poner el mayor empeño en formar los lotes del modo más parejo posible y que
luego nadie podrá quejarse de que le tocó uno de menor valor que los otros. Es un procedimiento práctico cuyos
resultados obligan a las partes en la misma forma que si la atribución de los lotes se hubiera hecho de común acuerdo,
en tanto opera la autonomía de la voluntad.
También se admite que la suerte pueda hacerse valer como medio de concluir una cuestión dudosa o litigiosa. Así,
por ejemplo, dos personas alegan tener derechos exclusivos sobre una misma cosa. En lugar de llevar el debate a
pleito, deciden definir sus derechos a la suerte, aceptando por adelantado el resultado. Tal compromiso produce todos
los efectos de una transacción, en tanto, es una forma de poner fin a una cuestión litigiosa.
I — CESIÓN DE DERECHOS
1330. Forma
El Código Civil y Comercial ha establecido como principio general para la forma de la cesión de derechos, que ésta
debe ser hecha por escrito. La forma escrita es indispensable aunque la obligación originaria no la tuviere, como puede
ocurrir con una deuda asumida verbalmente. No obstante, la ausencia de forma escrita, en modo alguno genera la
ineficacia del acto, ya que podrá probarse el mismo por cual medio apto para llegar a una razonable convicción de su
existencia según las reglas de la sana crítica, con la limitación de que no puede ser exclusivamente probado por
testigos (art. 1019).
Ésta es la regla general, aunque en algunos casos —como veremos— se exigirá la escritura pública; y, en otros,
podrá prescindirse incluso de la forma escrita.
a) Exigencia de escritura pública.— Como excepción al principio general de que basta el instrumento privado como
formalidad de la cesión, el Código Civil y Comercial requiere expresamente la escritura pública en los siguientes casos:
(i) En la cesión de derechos hereditarios (art. 1618, párr. 2º, inc. a).
(ii) Cuando se trata de la cesión de derechos litigiosos (art. 1618, párr. 2º, inc. b). Por derechos litigiosos, debe
entenderse todo derecho que está sujeto a controversia judicial, sea respecto de su existencia, posibilidad de hacerlo
valer en juicio, extensión, cantidad, etcétera; pero no basta que se trate de un derecho dudoso, mientras no haya
acción iniciada, pues aquí no hay litigio. La norma expresamente indica que será recaudo ineludible la escritura pública,
si la cesión involucra derechos reales sobre inmuebles, caso contrario podrá sustituirse la escritura pública por acta
judicial hecha en el mismo expediente, siempre que el sistema informático asegure la inalterabilidad del instrumento.
(iii) La cesión de derechos derivadas de un acto instrumentado por escritura pública (art. 1618, párr. 2º, inc. c). Cabe
preguntarse si la exigencia legal se refiere a los derechos que deben, por disposición de la ley, ser instituidos en
escritura pública o si también alude a aquellos que, no requiriéndola, han sido constituidos voluntariamente en esa
forma por las partes contratantes. Nos inclinamos por la segunda opción, pues estimamos que —por carácter
transitivo— aquello que fue instrumentado en escritura pública debe cederse por el mismo modo de acuerdo al principio
de paralelismo de las formas que instruye el artículo 1016, por el cual "la formalidad exigida para la celebración del
contrato rige también para las modificaciones ulteriores que le sean introducidas, excepto que ellas versen solamente
sobre estipulaciones accesorias o secundarias o que exista una disposición legal en contrario".
b) Innecesariedad de la forma escrita.— La ley también prevé supuestos en no es necesaria la forma escrita para la
instrumentación de la cesión.
El artículo 1618, primer párrafo, segunda parte, exime la forma escrita para los casos de transmisión de títulos por
endoso o por entrega manual. Así los títulos al portador pueden ser cedidos o transferidos por la simple tradición de
ellos (art. 1837). Sin embargo, si el título al portador ha generado una acción judicial, la cesión del crédito litigioso
emergente de ese título al portador debe hacerse por escritura pública o por acta judicial.
Los títulos a la orden no requieren de un instrumento formal por escrito, bastando para su transferencia su endoso
(art. 1838, párr. 1º).
c) Forma de la notificación del deudor cedido en el factoraje.— A diferencia de la notificación de la cesión de
derechos del artículo 1618, los derechos de crédito cedidos en función de un contrato de factoraje deben notificarse al
deudor cedido por cualquier medio que evidencie razonablemente la recepción por parte de éste (arts. 1428 y 1019), o
que se acredite que éste haya tenido conocimiento de tal cesión. De allí que si el deudor abona su deuda sin estar
notificado, pero se hallaba en conocimiento de la cesión por el factoraje realizado (conf. art. 1264, párr. 2º, Cód. Civ.
Italiano), no procede de buena fe y no queda liberado. En este caso, debe entenderse válida la notificación por
correspondencia certificada (nos remitimos al número 1341).
II — CESIÓN DE DEUDAS
V — CONTRATO DE FACTORAJE
1345. Concepto
La transacción es un contrato por el cual las partes, para evitar un litigio, o ponerle fin, haciéndose concesiones
recíprocas, extinguen obligaciones dudosas o litigiosas (art. 1641). He aquí un ejemplo: un médico demanda a su
cliente por pago de $ 40.000; el demandado sostiene deber solamente $ 10.000; durante el trámite del pleito llegan a
una transacción por la cual se fijan los honorarios en $ 25.000. El médico ha cedido parte de los honorarios a que se
creía con derecho para asegurarse el pago de $ 25.000; el cliente paga más de lo que cree adeudar para no verse en
el riesgo de ser condenado a una suma mayor.
1346. Requisitos
Para que la transacción esté configurada es preciso: a) que haya acuerdo de voluntades; b) que las partes hagan
concesiones recíprocas, es decir que cedan parte de sus pretensiones a cambio de que se les asegure el carácter
definitivo de las restantes; c) que por esas concesiones se extingan obligaciones litigiosas o dudosas.
Obligación litigiosa es la que está sujeta a juicio. No tan preciso, en cambio, es el concepto de obligación dudosa. Se
acepta que debe considerarse tal toda obligación sobre cuya legitimidad y exigibilidad exista duda en el espíritu de las
partes, quizá profanas en Derecho, aunque la duda no fuera posible entre peritos o especialistas. La duda puede
resultar no solamente de la legitimidad misma del pretendido crédito, sino de la dificultad para probar el título de la
deuda, el monto de los daños sufridos, etcétera. Incluso, puede afirmarse que es una cuestión dudosa aquella que
todavía no ha sido sometida a juicio, pues no existe certeza de la solución final ni constituye aun una cuestión litigiosa.
Solamente no pueden transarse aquellas obligaciones cuya existencia y monto no son discutidos por el deudor.
1348. Caracteres
La transacción tiene los siguientes caracteres:
a) Es un contrato (art. 1641) oneroso, conmutativo, formal y nominado.
b) Es de interpretación restrictiva (art. 1642). El fundamento de esta norma es que la transacción importa siempre
una renuncia y las renuncias son de interpretación restrictiva (art. 948). La idea, con todo, debe ser tomada con
cuidado. Está bien que la renuncia sea de interpretación restrictiva cuando es unilateral; pero cuando es bilateral —
como ocurre en la transacción—, parece más razonable resolver la duda en el sentido de la mayor reciprocidad de
intereses.
c) Es declarativa y no constitutiva de derechos, aunque el Código Civil y Comercial no haga mención a ello. En
efecto, la transacción no tiene por objeto crear o transmitir nuevos derechos a las partes, sino
simplemente reconocer los existentes.
Finalmente, debe señalarse que durante la vigencia del Código Civil de Vélez, la transacción constituía un
acto indivisible, de tal modo que si una de las cláusulas de la transacción era nula, era nulo todo el acto (art. 834). La
cuestión ha cambiado sustancialmente en el Código Civil y Comercial pues la nulidad de una disposición no afecta a
las otras disposiciones válidas, si son separables; más aún, solamente si no son separables porque el acto no puede
subsistir sin cumplir su finalidad, se declara la nulidad total (art. 389, párr. 2). Ampliaremos este tema más adelante
(número 1356).
1349. Capacidad
La capacidad se rige por las reglas generales ya vistas con anterioridad (número 84 y sigs.) y allí nos remitimos.
Sin embargo, debe señalarse que el Código Civil y Comercial establece, de manera expresa tres prohibiciones (art.
1646). En efecto, no pueden hacer transacciones:
a) Las personas que no puedan enajenar el derecho respectivo. Hemos dicho antes, que la transacción
es declarativa y no constitutiva de derechos, por lo que no puede haber en ella una verdadera enajenación. Entonces,
¿cómo se explica norma? Es que, a la vez de reconocerse un derecho preexistente, en la transacción también se hace
abandono de una pretensión o de un derecho que se creía tener. En este sentido, hay una disposición; y de allí que se
exija para transigir capacidad para disponer el derecho transado.
b) Los padres, tutores, o curadores respecto de las cuentas de su gestión, ni siquiera con autorización judicial. La
norma amplía las prohibiciones impuestas a los padres (art. 689, párr. 2º) y a los tutores y curadores (arts. 120 y 138).
c) Los albaceas, en cuanto a los derechos y obligaciones que confiere el testamento, sin la autorización del juez de
la sucesión. Esta prohibición se justifica en el hecho de que la función del albacea es ejecutar las disposiciones
testamentarias, dando cumplimiento a la voluntad del testador, lo que no se aviene con la noción de la transacción. De
todos modos, la norma deja abierta la posibilidad de que el juez la autorice, cuando así convenga.
D.— EFECTOS
E.— NULIDAD
1357. Introducción
Los conflictos y desacuerdos son moneda diaria en la interacción humana y mucho más en el campo de los
negocios. El orden social no tiende a hacer desaparecer el desacuerdo o el conflicto, sino a instrumentar los medios de
superarlos, con el fin de asegurar un grado razonable de equilibrio entre los miembros de la sociedad y una adecuada
paz social.
El arbitraje fue un medio de solución de conflictos desde los inicios de la lex mercatoria, una forma práctica y
pragmática de solucionar los diferendos en ferias y mercados a poco de la caída del Imperio Romano. De allí
que CHIOVENDA expresara que el arbitraje no es un mero resultado del pasado, pero tampoco es una panacea, ni un
anticipo de mejor justicia futura. Es una herramienta útil y efectiva para obtener una decisión de equidad en cualquier
controversia sobre derechos disponibles.
El arbitraje ha sido definido como una institución de justicia privada por la cual los litigios son sustraídos a las
jurisdicciones de derecho común para ser resueltos por individuos especializados e investidos de la misión de juzgarlos
de conformidad a principios generales, usos y costumbres previamente acordados.
Tenido en cuenta en las Ordenanzas de Bilbao primero, y luego regulado en el Código de Comercio de España de
1829, nuestro Código de Comercio de 1862 receptó en los artículos 448 y 449 la solución arbitral para todas las
cuestiones que se suscitaran entre socios con motivo del funcionamiento de la sociedad, disolución, liquidación o
partición. También el Código Civil de Vélez preveía el sometimiento de ciertas cuestiones al juicio de árbitros (art. 2706)
o establecía consecuencias por tal sometimiento (arts. 2113, 3324, 3988), o lo prohibía (arts. 3383, 3390). En otros
casos, fijó la necesidad de otorgar poder especial para comprometer en árbitros una cuestión y sus límites (arts. 1881,
inc. 3, y 1882). Finalmente, establecía dos casos en los que se necesitaba la decisión arbitral: a) para fijar la parte del
socio industrial, cuando los socios no la acordaban y la prestación de los socios capitalistas era de partes desiguales
(art. 1781); y b) para fijar la remuneración por el trabajo o servicio que una persona prestara, siempre que se tratare de
un trabajo o servicio que fuese de su modo de vivir, cuando las partes no hubieren acordado el precio (art. 1627),
aunque respecto de este último caso existió un antiguo plenario de la Cámara Civil de la Capital Federal que remitió el
conflicto a sede judicial. De todos modos, como puede apreciarse, no hubo un desarrollo legislativo metódico del
arbitraje. La ley 5177 de la Provincia de Buenos Aires, en su artículo 19, estableció como función de los Colegios de
Abogados la aplicación del arbitraje para la solución de controversias.
En el derecho comparado es de destacar la creación en 1926 en Estados Unidos de Norteamérica de la American
Arbitration Association y la adopción por UNCITRAL (CNUDMI) en el año 1977 de reglas sobre arbitraje en los
negocios internacionales (UNCITRAL Rules) que se transformaron luego en la Ley Modelo sobre Arbitraje Comercial
Internacional de 1985 (modificadas en el año 2006), normas que fueran precedidas por la Convención de las Naciones
Unidas sobre el Reconocimiento y la Ejecución de las Sentencias Arbitrales Extranjeras (Convención de Nueva York de
1958).
Acertadamente ha dicho VIÑALS BLAKE citando a HABSCHEID que "el Estado de Derecho entiende que la jurisdicción
no debe ser necesariamente un asunto exclusivamente suyo. Antes bien permite en una muy extensa medida el
ejercicio de la jurisdicción por personas privadas: árbitros y amigables componedores".
1362. Forma
El contrato de arbitraje se encuadra como un acuerdo formal, ya que el artículo 1650 dispone que el acuerdo de
arbitraje debe ser escrito y puede constar en una cláusula compromisoria incluida en un contrato o en un acuerdo
independiente o en un estatuto o reglamento".
En este sentido también deben entenderse más amplias las disposiciones de la Ley Modelo de UNCITRAL pues si
bien establece que debe constar por escrito, ello puede emerger tanto de un documento firmado por las partes, de un
intercambio de cartas, télex, telegramas u otros medios de telecomunicación que dejen constancia del acuerdo; puede
también surgir de un intercambio de escritos de demanda y contestación en los que la existencia de un acuerdo sea
afirmada por una parte sin ser negada por otra; e, incluso, será una forma escrita de contrato de arbitraje, la referencia
hecha en un contrato a un documento que contiene una cláusula compromisaria constituye acuerdo de arbitraje
siempre que el contrato conste por escrito y la referencia implique que esa cláusula forma parte del contrato. Este
último criterio resaltado, es también el adoptado por el artículo 1650, en su segundo párrafo.
De conformidad con lo que surge del mencionado artículo 1650, cabe entender que la forma escrita o el vínculo
contractual, puede surgir de:
a) Una cláusula compromisoria, que es aquella por la cual las partes deciden someter todos o algunos aspectos del
contrato en el que se inserta al arbitraje, sustrayendo de su conocimiento a los jueces naturales, teniendo así un doble
carácter: (i) el de una convención como acuerdo especial y (ii) como pacto procesal pues su efecto es producir
consecuencias procesales al derogar la jurisdicción normal y traer la incompetencia de los jueces ordinarios,
atribuyendo jurisdicción a los árbitros o amigables componedores.
b) Un acuerdo independiente o compromiso arbitral, que es aquel en el que las partes fijan todas las cuestiones
relativas al arbitraje, elección de árbitros, tipo de proceso, término de prueba, plazo de laudo, recursos, etcétera.
c) Un estatuto o reglamento, específicamente referido a los arbitrajes institucionales, en el que existe una entidad
especializada que dispone de un estatuto o reglamento con tribunal y procedimiento específico.
d) Su incorporación por referencia. Tal como expresamos, el artículo 1650 ha establecido como otra forma en que
puede concretarse el contrato de arbitraje, la de su inclusión por referencia hecha en un contrato a un documento que
contenga una cláusula compromisaria. Ello constituye acuerdo de arbitraje siempre que el contrato conste por escrito y
la referencia implique que esa cláusula forma parte del contrato, lo que fija sus recaudos en dos aspectos: que conste
por escrito en algún contrato y que la referencia citada implique que la cláusula arbitral forma parte del contrato.
1371. Caracteres
Los caracteres que este contrato exhibe son los siguientes:
a) Es un contrato bilateral (art. 966), pues genera obligaciones recíprocas para constituyente (fiduciante) y para el
administrador (fiduciario). El primero entrega bienes o activos y el segundo —a cambio de una remuneración— debe
administrarlos de acuerdo con lo acordado.
b) Es un contrato oneroso (art. 967), ya que el beneficio que procura a una de las partes no le es concedido sino por
una prestación que ella ha hecho o se obliga a hacer a la otra.
c) Es un contrato formal, aunque de una formalidad ad probationem (art. 969) pues si bien puede documentarse por
instrumento público o privado, requiere de inscripción en el Registro Público y un determinado contenido y plazo que la
ley indica. Además, para su constitución, puede requerir escritura pública u otras formas determinadas, según la
naturaleza de los bienes fideicomitidos.
¿Qué ocurre si no se cumple con la formalidad de instrumento público, en los casos en que ella es exigida? El
contrato valdrá como promesa de otorgar el instrumento público (art. 1669, 2ª parte).
Finalmente, cabe señalar que es posible incorporar bienes que requieran de su formalización a través de instrumento
público, luego de celebrado el contrato. En este caso, es suficiente con el cumplimiento, en esa oportunidad, de las
formalidades necesarias para su transferencia, debiendo transcribir en el acto respectivo el contrato de fideicomiso (art.
1669, 3ª parte).
Un tema complejo es la oponibilidad del fideicomiso a terceros. En efecto, el Código Civil y Comercial se limita a
establecer la necesaria inscripción registral del contrato de fideicomiso (art. 1669). Si se trata de un fideicomiso que
tenga por objeto bienes registrables, no hay problemas: la inscripción deberá practicarse en el lugar que corresponda a
esos bienes. Pero la cuestión se complica en los supuestos en los que el fideicomiso tenga por objeto bienes no
registrables, debiendo añadirse que no se ha creado un registro especial de fideicomiso. En este caso, teniendo en
cuenta que se ha establecido que la inscripción se haga en el Registro Público que corresponda, es razonable afirmar
que deberá practicarse en el lugar en que se encuentren los bienes.
El cumplimiento de los requisitos exigidos de acuerdo con la naturaleza de los bienes respectivos es esencial para
que el carácter fiduciario de la propiedad tenga efectos frente a terceros (art. 1683).
d) Es generalmente un contrato de tracto sucesivo, pues existe periodicidad en la administración, en la percepción de
la remuneración y a veces también en las daciones a los beneficiarios, las cuales no se agotan en un solo instante.
e) Es un contrato nominado (art. 970) ya que fue originariamente regulado en la ley nº 24.441 y actualmente en
el Código Civil y Comercial (arts. 1666 y sigs.).
f) Es usualmente un contrato utilizado en operaciones bancarias y financieras a la vez que en el campo inmobiliario.
1386. Extinción
Debemos distinguir entre la cesación del fiduciario (véase número 1377) de la extinción del fideicomiso. En el primer
caso, el fideicomiso no se extingue, sino que continúa en la persona del sustituto. En el segundo, el fideicomiso
concluye definitivamente.
Conforme con el artículo 1697, el fideicomiso se extingue por:
a) El cumplimiento del plazo o la condición a que se ha sometido, o el vencimiento del plazo máximo legal.
Si el plazo fijado es superior a los treinta años, deberá tenerse por concluido el fideicomiso a los treinta años (art.
1668). Si la extinción del fideicomiso está sometida al cumplimiento de cierta condición, deberá tenerse por cumplida
cuando se cumplan los treinta años desde el momento de la constitución del fideicomiso, excepto que antes de ese
tiempo, se determine indudablemente que el acontecimiento no sucederá, en cuyo caso entendemos que la
imposibilidad de cumplimiento de la condición hará extinguir el contrato.
b) La revocación del fiduciante, si se ha reservado expresamente esa facultad. La revocación no tiene efecto
retroactivo; y, además, es ineficaz en los fideicomisos financieros después de haberse iniciado la oferta pública de los
certificados de participación o de los títulos de deuda.
Respecto de los bienes fideicomitidos, aun en caso de revocación por el fiduciente, los contratos de locación que los
afecten seguirán vigentes hasta la conclusión del término pactado. Pero, además, para que tenga efectos respecto de
terceros, la revocación deberá inscribirse en el registro respectivo. La revocación —como bien dice la norma— es
ineficaz en los fideicomisos financieros una vez que la titulización o securitización haya entrado en su faz de oferta
pública. La facultad reservada de revocar el fideicomiso —extremo que supone una limitación en la transmisión de los
bienes— debe entenderse de interpretación restrictiva.
c) Cualquier otra causal prevista en el contrato. Por lo tanto, deben ser supuestos especiales previstos por las partes
de modo expreso.
Cabe advertir que no debe tratarse de fórmulas de extinción abiertas o puramente discrecionales. Así a las causales
previstas por la ley, caben añadirse otras tales como la extinción total de los bienes fideicomitidos, ya que el
fideicomiso queda sin objeto; o la usucapión, expropiación o colocación de los bienes fideicomitidos fuera del comercio.
La muerte del fiduciante no extingue el fideicomiso, puesto que éste se ha constituido en beneficio de terceros;
tampoco la del fiduciario, que será reemplazado por el sustituto.
El artículo 1698 dispone que, producida la extinción del fideicomiso, el fiduciario está obligado a entregar los bienes
fideicomitidos al fideicomisario o a sus sucesores, a otorgar los instrumentos y a contribuir a las inscripciones
registrales que correspondan. Pero, entendemos también que si el fideicomisario ha muerto sin dejar herederos, el
fideicomiso se extingue y los bienes deben retornar al fiduciante o sus herederos, por aplicación de lo que dispone el
artículo 1672, párrafo final.
FIN