Susana Bianchi

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Susana Bianchi

La época de la “Doble revolución”


En Europa, las transformaciones comenzaron en dos países rivales, Inglaterra y Francia.
Constituyeron dos procesos diferentes, pero por sus carácter paralelo y por sentar las bases
del mundo contemporáneo, fueron definidos por el historiador Eric Hobsawn como la “doble
revolución”
Ocurrió en regiones muy restringidas de Europa sin embargo sus resultados alcanzaron
dimensiones mundiales.
Estas revoluciones permitieron el ascenso de la sociedad burguesa, peo también dieron
origen a otros grupos sociales que pondrían en tela de juicio los fundamentos de su
dominación. Este ciclo se cierra en 1848, el año de la “última revolución burguesa” y en el que
Karl Marx publicaba el “Manifiesto Comunista.
La revolución Industrial en Inglaterra
¿Qué significa decir que “estalló la Revolución Industrial? En algunas regiones de Inglaterra
comenzó a registrarse un aceleramiento del crecimiento económico. El fenómeno de
“despegue” mostraba la capacidad productiva superaba límites y obstáculos y parecía capaz
de una ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios; implicaba cambios cualitativos:
las transformaciones se producían en y a través de una economía capitalista
Capitalismo: según Werner Sombart, “espíritu” que impregnaba la vida de una época. Era
una síntesis de empresa o de aventura con la actitud burguesa de cálculo y racionalidad.
Pirenne decía que el capitalismo consistía en la organización de producción para un mercado
distante. Dadas las dificultades temporales de estas conceptualizaciones, consideraremos el
capitalismo como un sistema de producción pero también de relaciones sociales. La
principal característica es el trabajo proletario. La separación entre los productores directos,
la fuerza de trabajo y la concentración de los medios de producción en manos de otra clase
social, la burguesía.
Los orígenes de la Revolución industrial
¿Cuáles fueron las condiciones específicamente inglesas que posibilitaron a los hombres de
negocios “revolucionar la producción”?
-A partir del desarrollo de una agricultura comercia la economía agraria se encontraba
profundamente transformada.
-Los cercamientos habían llevado a un puñado de terratenientes con mentalidad mercantil casi
a monopolizar la tierra, cultivada por arrendatarios que empleaban mano de obra asalariada.
-A mediados del S XVIII, el área capitalista de la agricultura inglesa se encontraba extendida y
en vías de una posterior ampliación.
-El proceso era acompañado por métodos de labranza más eficientes, abono sistemático de la
tierra, perfeccionamientos e introducción de nuevos cultivos, que configuraban una “revolución
agrícola” que permitía sobrepasar por primera vez el límite del problema de hambre.
-Los productos del campo, tanto los agrícolas como las manufacturas, dominaban los
mercados.
-La agricultura se encontraba preparada para cumplir con sus funciones básicas en un
proceso de industrialización.
-En la medida en que la “revolución agrícola” implicaba un aumento de la productividad,
permitía alimentar a más gente que no trabajaba la tierra.
-Los cambios en la agricultura fueron el motor fundamental para el nacimiento de la sociedad
industrial.
-Al modernizar la agricultura y al destruir las antiguas formas de producción campesinas –
basadas en el trabajo familiar y comunal-, la “revolución agrícola” acabó con las posibilidades
de subsistencia de muchos campesinos que debieron trabajar como arrendatarios o jornalero.
Muchos también debieron emigrar a las ciudades; se creaba así un cupo de potenciales
reclutas para el trabajo industrial.
-Al destruir las gormas de autoabastecimiento que caracterizaban a la economía campesina,
creaba consumidores, gente que recibía ingresos monetarios y que para satisfacer sus
necesidades básicas debían dirigirse al mercado.
-De allí, la constitución de un mercado interno estable y extenso. Recibieron un importante
estímulo las industrias textiles, de alimentos y la producción de carbón.
-Pero también Inglaterra contaba con un mercado exterior. Las plantaciones de las Indias
occidentales –salida también para la venta de esclavos- proporcionaban cantidad suficiente de
algodón para proveer la industria británica. Pero las colonias ofrecían un mercado en
constante crecimiento e ilimitado, para los textiles ingleses. Era un mercado sostenido por la
agresiva política exterior del gobierno británico; estaba dispuesto a destruir toda competencia.
Cuando los nuevos intereses comenzaron a prevalecer, la India fue sistemáticamente
desindustrializada y se transformó a su vez en receptora de los textiles ingleses.
-Y esto nos lleva al factor que explica la peculiar posición de Inglaterra en el S XVIII: el
gobierno. La “gloriosa revolución” de 1688, había instaurado una monarquía ilimitada por el
Parlamento integrado por la cámara de Los Comunes y por la cámara de Los Lores. Inglaterra
estaba dispuesta a subordinar su política a los fines económicos.
El desarrollo de la Revolución Industrial –La etapa del algodón
Según Eric J. Hobsbawn, el mercado exterior fue la “chispa” que encendió la Revolución
Industrial. Además considera que la primera manifactura que se industrializó –el algodón-
estaba vinculada esencialmente al comercio ultramarino. El mercado interno desempeñó el
papel de “amortiguador” para las industrias de exportación frente a las fluctuaciones del
mercado.
Otros historiadores como Giorgio Mori ponen el acento en el mercado interno. Consideran que
el impulso para la industrialización provino fundamentalmente de la demanda interna; de la
existencia de una masa de consumidores en constante expansión por los precios bajos de los
nuevos productos sobre todo textiles.
Para responder a una creciente demanda era necesario introducir una tecnología que
permitiera ampliar esa producción. La primera industria “en revolución” fue la industria de los
textiles de algodón.
La necesidad de introducir innovaciones tecnológicas que aceleraran el proceso de hilado hizo
que en 1870 exigieran la producción en fábricas.
El aumento del hilado multiplicó el número de telares y tejedores manuales. La abundancia del
hilado y la apertura de mercados en el continente europeo llevaron también a la introducción
del telar mecánico.
La industria algodonera por su tipo de mecanización y el uso masivo de mano de obra barata
permitió una rápida transferencia de ingresos del trabajo al capital y contribuyó al proceso de
acumulación.
La etapa del ferrocarril
Las primeras dificultades se constataron a mediados de la década de 1830, cuando la
industria textil atravesó su primera crisis. La producción se había multiplicado, pero los
mercados no crecían con la rapidez necesaria; los precios cayeron, los costos de producción
no se reducían. Descontento social que durante esos años se extendió por Gran Bretaña.
Las demandas militares tampoco eran la vía para transformar a Gran Bretaña en un país
descollante en la producción de hierro.
El crecimiento de las ciudades generaba un constante aumento de la demanda de carbón,
principal combustible doméstico.
La producción de carbón fue lo suficientemente amplia como para estimular el invento que
transformó radicalmente la industria: el ferrocarril. La primera línea de ferrocarril “moderna”
unió la zona minera de Durham con la costa.
La construcción de ferrocarriles, vagones, vagonetas y locomotoras y el extendido de vías
férreas, generaron una demanda que triplicó la producción de hierro y carbón, permitiendo
ingresar en una fase de industrialización más avanzada.
El alto costo de la construcción de ferrocarriles presentaba un problema, luego éste se
convirtió en su principal ventaja. Las primeras generaciones de industriales habían acumulado
riqueza en tal cantidad que excedía la posibilidad de invertirla o gastarla. Las construcciones
ferroviarias movilizaron acumulaciones de capital con fines industriales, generaron nuevas
fuentes de empleo y se transformaron en el estímulo para la industria de productos base.
El ferrocarril fue la solución para la crisis de la primera fase de la industria capitalista.
Las transformaciones de la sociedad
La expresión Revolución Industrial fue empleada por primera vez por escritores franceses en
la década de 1820. Y fue acuñada con explícita analogía con la Revolución Francesa de 1789.
Se consideraba que si ésta había transformado a Francia, la Revolución Industrial había
transformado a Inglaterra. Los cambios podían ser diferentes pero eran compatibles en un
sentido: habían producido una nueva sociedad. Esta expresión implicó la idea de profundas
transformaciones sociales.
Desde Lord Byron hasta Robert Owen, dejaron testimonios disímiles pero que coincidían en
describir a esa sociedad con términos pesimistas: el trabajo infantil, el humo de las fábricas, el
deterioro de las condiciones de vida, las largas jornadas laborales, el hacinamiento en las
ciudades, las epidemias, la desmoralización, el descontento generalizado.
Las antiguas aristocracias no sufrieron cambios importantes, con las transformaciones
económicas pudieron engrosar sus rentas. Los nobles ingleses no tuvieron que dejar de ser
feudales porque hacía ya mucho tiempo que habían dejado de serlo y no tuvieron grandes
problemas de adaptación frente a los nuevos métodos comerciales ni frente a la economía que
se abría en la “época del vapor”.
Para las antiguas burguesías mercantiles y financieras los cambios implicaron sólidos
beneficios. Muchos de ellos se habían beneficiado por un proceso de asimilación: eran
considerados caballeros, con su correspondiente casa en el campo, con su esposa tratada
como “dama” y con hijos que estudiaban en Oxford o Cambridge, dispuestos a emprender
carreras en la política. El éxito incluso podría permitirles ingresar en filas de la nobleza.
El proceso de industrialización generaba muchos “hombres de negocios”. Muchos habían
salido de los más modestos orígenes. Habían consolidado sus posiciones y a partir de 1812,
comenzaron a definirse a sí mismos como “clase media”. Como tal reclamaban derecho y
poder. Estaban dispuestos a derribar los privilegios de los aristócratas y a combatir contra las
demandas de los trabajadores que no se esforzaban lo suficiente ni estaban dispuestos
totalmente a aceptar su dirección.
Al cabo de una o dos generaciones, la vida se había transformado radicalmente. Pero el
cambio no los desorganizó. Contaban con las normas que les proporcionaban los principios de
la economía liberal y la guía de la religión. Eran hombres que trabajaban duro. Permanecían
en las fábricas desde muy temprano hasta la noche controlando y dirigiendo los procesos
productivos. Su austeridad era resultado de la ética religiosa, pero también constituía un
elemento funcional para esas primeras épocas de la industrialización, donde las ganancias
debían invertirse. Esta nueva burguesía industrial fue la clase triunfante de esta Revolución.
Con la producción en la fábrica surgió una nueva clase social: el proletariado o clase obrera;
pero según Eric J. Hobsbawn utilizó hasta 1830 el término “trabajadores pobres” para referirse
a lo que constituyeron la fuerza laboral.
En las primeras etapas de la Revolución Industrial se esforzó el sistema de trabajo
domiciliario. La hilandería se transformó en una ocupación de tiempo completo casa vez más
dependiente de una fábrica o de un taller. El sistema domiciliario comenzaba a transformarse
en un trabajo “asalariado”.
Resultó clave la mano de obra femenina e infantil. Constituyeron la gran mano de obra de los
nuevos empresarios.
Los “trabajadores pobres” pasaron a ser “case obrera fabril”, sus características eran:
proletarios-fuerza de producción con carácter colectivo-incremento de la división del trabajo-el
tipo de trabajo entraba en conflicto con las tradiciones-para los empresarios constituyó una
ardua tarea desterrar la costumbre del “lunes santo”-el trabajo fabril se medía en días, horas y
minutos.
A la larga los trabajadores incorporaron e internalizaron la nueva medida de tiempo del trabajo
industrial. Y con esto comenzará la lucha por la reducción de la jornada laboral. Frente a la
resistencia se forzó a los trabajadores mediante un sistema de coacciones que organizaba el
mercado de trabajo y garantizaba la disciplina.
Leyes como la Ley de Pobres de 1834 castigaban con la cárcel a los obreros que no cumplían
con su trabajo, o recluían a los indigentes en asilos transformados en casas de trabajo.
El metodismo insistía particularmente en las virtudes disciplinadoras y el carácter sagrado del
trabajo duro y la pobreza. Por otro lado, proveyó de formas de asistencia a los que por
enfermedad o diversos problemas no podían trabajar.
Hasta mediados del S XIX mantuvo su vigencia la teoría de “fondo salarial”, que consideraba
que cuanto más bajo fueran los salarios de los obreros más altos serían los beneficios
patronales.
El desarrollo urbano de la primera mitad del S XIX fue un gran proceso de segregación que
empujaba a los trabajadores pobres a grandes concentraciones de miseria alejadas de las
nuevas zonas residenciales de la burguesía.
El hacinamiento, la falta de servicios públicos, favoreció la reaparición de epidemias, como el
cólera o el tifus.
La experiencia, la tradición, la moralidad pre-industrial no ofrecían una guía adecuada para un
comportamiento idóneo y capitalista. De ahí, la desmoralización y el incremento de problemas
como la prostitución y el alcoholismo.
Dentro de la moralidad pre-industrial se consideraba que el hombre tenía derecho a trabajar,
pero que si no podía hacerlo tenía el derecho de que la comunidad se hiciera cargo de él.
Pero esto era incompatible con la lógica burguesa que basaba su triunfo en el “esfuerzo
individual”; también su lógica era la asociación entre pobreza y pecado. La “caridad” burguesa
funcionaba como motor de degradación más que de ayuda material.
Frente al arduo trabajo y la desmoralización, el único camino de la clase trabajadora era la
rebelión. Con bases de otras revoluciones y movimientos anteriores, pronto surgió la
organización y la protesta. Como señala Edward P. Thompson, la clase obrera fue “hecha” por
la industria, pero también se hizo a sí misma en el proceso que permitió el pasaje de la
“conciencia de oficio” a la “conciencia de clase”.
A finales del S XVIII, el ludismo se basó en la destrucción de las máquinas que competían con
los trabajadores en la medida que suplantaban a los operarios, luego esta forma de lucha
continuó empleándose como forma de expresión para obtener aumentos salariales y
disminución de las jornadas de trabajo. Hacia 1811 y 1812 el movimiento ludita adquirió tal
extensión que las leyes implantaron la pena de muerte para los destructores de las máquinas.
Las demandas no se restringieron a la mejora de las condiciones de trabajo ni al aumento de
los salarios, sino que también aparecieron reivindicaciones vinculadas con la política. El
jacobismo había dotado a los viejos artesanos de una nueva ideología, la lucha por la
democracia y por los derechos del hombre y del ciudadano. No fue coincidencia que en 1792
se publicara la obra de Thomas Paine, “los derechos del hombre”, y que el zapatero Thomas
Hardy fundara la primera Sociedad de Correspondencia, asociación que agrupaba a los
trabajadores.
Las demandas de los trabajadores de una democracia política coincidieron con las apariciones
de las nuevas “clases medias” a una mayor participación en el poder político. La lucha se
centró en la ampliación del sistema electoral. El problema radicaba en que antiguos condados
anteriormente densamente habitados habían disminuido su población, pero conservaban la
mayoría en la representación parlamentaria; pero al contrario, centros densamente poblados,
como las nuevas regiones industriales, carecían de representación.
En 1824, se anuló la legislación que prohibía asociarse y comenzaron a surgir los sindicatos,
culminando en 1830 con la formación de la Unión General de Protección al Trabajo. La lucha
por la ampliación del sistema político culminó con la reforma electoral de 1832. Se suprimían
los “burgos podridos”, se otorgaba representación a los nuevos centros industriales y
acrecentó el número de electores al disminuir la renta requerida para votar. Esto excluía a la
clase obrera de los derechos políticos.
En 1838, la Asociación de Trabajadores de Londres confeccionó un programa que se llamó la
Carta del Pueblo: se exigía el derecho al sufragio universal, idéntica división de los distritos
electorales, dietas para los diputados, etc.
La revolución francesa
La política y la ideología se formaron bajo el modelo de la Revolución Francesa. Francia
proporcionó el vocabulario y los programas de los partidos liberales y democráticos de la
mayor parte del mundo, y ofreció el concepto y los contenidos del nacionalismo.
Los orígenes de la revolución
Se habían producido profundos cambios en l ámbito de las ideas y de las concepciones del
mundo.
Los “filósofos” Ilustración habían destronado a la teología: la religión estaba fuera de lo
racionalmente verificable, es decir, del conocimiento científico. El pensamiento se alejaba de
lo sagrado para afirmar sus contenidos laicos. La naturaleza divina del poder real no era
aceptado por los filósofos que propusieron una nieva instancia de legitimación, la opinión
pública.
Como señala Roger Chartier, los cafés, los salones, los periódicos, habían creado la esfera
pública de la política, es decir, espacios donde los individuos hacían un uso público de la
razón.
Las jerarquías sociales y las distinciones de órdenes sostenidas por el Estado absoluto, no era
reconocida por la esfera pública.
La “opinión pública” no significa que fuese considerada la opinión de la mayoría. La “opinión
pública” era la opción de los hombres ilustrados y la “opinión de los hombres de letras”
opuestos al “populacho” de opiniones múltiples y versátiles. La frontera estaba dada por los
que podían leer y escribir y entre quienes no podían hacerlo. Los hombres ilustrados eran
quienes debían erigirse en “representantes” del pueblo. A fines del S XVIII esta nueva cultura
política se transformaba en un tribunal al que era necesario escuchar y convencer.
En los Cuadernos de Quejas de 1789 quedó explícito que se había producido la
desacralización de la monarquía. Era a demás una sacralidad que había cambiado su
naturaleza, no estaba entregada por Dios sino por la misma Nación. Cartier sostiene que esta
desacralización fue lo que hizo posible las profanaciones revolucionarias.
Durante el S XVIII Francia fue la principal rival económica de Inglaterra en el plano
internacional: había cuadriplicado su comercio exterior y contaba con un dinámico imperio
colonial. Francia era la más poderosa monarquía absoluta de Europa y no estaba dispuesta a
subordinar la política a la expansión económica.
Los economistas de la Ilustración, los fisiócratas, habían planteado que era necesario una
eficaz explotación de la tierra, la abolición de las restricciones y una equitativa y racional
tributación que anulara los viejos privilegios. Consideraban que la riqueza no estaba en la
acumulación sino en la producción, para que prosperara era necesario levantar las trabas, dar
libertad a los productores, a las empresas, al comercio. Pero estos intentos fracasaron
totalmente. El conflicto en los intereses del antiguo régimen y el ascenso de nuevas fuerzas
sociales era más agudo en Francia que en cualquier otra parte de Europa. La “revolución
feudal” fue la chispa que encendió la revolución.
Vovelle decía que la revolución fue el producto del conflicto entre la aristocracia feudal y las
burguesías vinculadas a las nuevas actividades económicas y la considera el paso necesario
para el traspaso del poder de una clase social a otra y el establecimiento de la sociedad
moderna. Pero esta posición enfrentada por las corrientes “revisionistas” que niegan la
existencia tanto de una reacción mobiliaria como de una verdadera burguesía en la Francia
del S XVIII.
Niegan por lo tanto el carácter de revolución “burguesa” a los conocimientos que
desencadenaron a partir de 1789. Consideran que entre algunos sectores de la burguesía y de
una nobleza “liberal” había amplio consenso respecto a la necesidad de reformas.
Ante las posiciones “revisionistas”, Hobsbawn rescata nuevamente el carácter de revolución
“burguesa”.
Para Hobsbawn, el punto de partida está en el papel jugado por periodistas, profesores,
abogados, notarios que defendían un sistema que no se basaba en el privilegio y el
nacimiento, sino en el talento. Al defender un nuevo orden social, estos burgueses sentaron
las bases para las posteriores transformaciones
Las etapas de la Revolución
La asamblea de Notables, que reunía a la aristocracia, en una cerrada oposición a la medida,
exigió a la corona la convocatoria de los Estado Generales. Estos Estados representaban a
los estamentos de la sociedad –el clero, la nobleza y el estado llano- y, ante los avances de la
monarquía absoluta no se reunían desde 1615.
En síntesis, la revolución comenzó con la rebelión de la nobleza que intentaba afirmar sus
privilegios frente a la monarquía. Pero, los efectos fueron distintos a los esperados. La
convocatoria de los Estados Generales, la elección de los diputados, la redacción de los
Cuadernos de Quejas, provocaron una progunda movilización que ponía en tela de juicio todo
el andamiaje del antiguo régimen.
Los Estados Generales aún recogían la visión de la sociedad expresada en el modelo de los
“tres órdenes”: los que rezan –el clero-, los que guerrean –la nobleza- y los que trabajan la
tierra –los campesinos-.
El clero y la nobleza, reunían a los órdenes privilegiados; como resultado del cambio social, el
Tercer Estado o Estado llano incluía no sólo a los campesinos sino a todos los grupos que
carecían de privilegios: burguesía mercantil y financiera, artesanos, manufactureros,
profesionales, pequeños comerciantes, ricos, arrendatarios, etc.
Los sectores populares intervinieron activamente haciendo incluir sus reivindicaciones en los
Cuadernos de Quejas, que constituían el mandato que debían asumir los diputados.
Ante la falta de acuerdos, ante la negativa de la corona de aceptar la reunión conjunta de los
tres Estados, el Estado llano o Tercer Estado se auto-convocó en una Asamblea Nacional.
Pero, en la coyuntura, los objetivos de sus integrantes cambiaron: se propusieron redactar una
constitución que según el modelo que proporcionaba Inglaterra, limitara el poder real.

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