Ontología de Los Valores
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Ontología de Los Valores
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efectiva, existencial acción, ni en cuanto a los elementos
que integran su esencia.
Entonces, de aquí se han podido sacar dos consecuencias.
La primera consecuencia es la siguiente: los valores no son
cosas ni elementos de las cosas. Y de esta consecuencia pri-
mera, se ha sacado esta otra segunda consecuencia: puesto
que los valores no son cosas, ni elementos de las cosas,
entonces los valores son impresiones subjetivas de agrado
o desagrado, que las cosas nos producen a nosotros y que
nosotros proyectamos sobre las cosas. Se ha acudido enton-
ces al mecanismo de la proyección sentimental; se ha acu·
dido al mecanismo de una objetivación, y se ha dicho: esas
impresiones gratas o ingratas, que las cosas nos producen,
nosotros las arrancamos de nuestro yo subjetivo y las pro-
yectamos y objetivamos en las cosas mismas y decimos que
las cosas mismas son buenas o malas, o santas o profanas.
Pero si consideramos atentamente esta consecuencia que
se ha extraído, tendremos que llegar a la conclusión de que
es errónea, de que no es verdadera. Supone esta teoría que
los valores son impresiones subjetivas de agrado o desagra-
do; pero no se da cuenta esta teoría de que el agrado o
desagrado subjetivo no es de hecho ni· puede ser de derecho
. jamás criterio del valor. El criterio del valor no consiste en
el agrado o desagrado, que nos produzcan las cosas, sino
en algo completamente distinto; porque una cosa puede pro-
ducirnos agrado y sin embargo ser por nosotros considerada
como mala; y puede producirnos desagrado, y ser por nos·
otros considerada como buena. No otro es el sentido conte-
nido dentro del concepto del pecado. El pecado es grato,
pero malo. No otro es el sentido contenido en el concepto
del "camino abrupto de la virtud". La virtud es difícil de
practicar, desagradable de practicar, y sin embargo la repu-
tamos buena. Como dice el poeta latino: "Video mellara
proboque, deteriora sequor". "Veo lo mejor, y lo aplaudo,
y practico lo pe0r". Por consiguiente, la serie de las impre-
siones subjetivas de agrado o desagrado no coincide ni de
hecho ni de derecho, con las determinaciones objetivas del
valor y del no-valor. Este argumento me parece decisivo.
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Pero si fuera poco, podrían afiadirse algunos más, entre
otros, el siguiente: acerca de los valores, hay discusión posi.
ble; acerca del agrado o desagrado subjetivo, no hay discu
sión posible. Si yo' digo que este cuadro me es molesto y
doloroso, nadie puede negarlo, ya que nadie puede compro·
bar si el sentimiento subjetivo que el cuadro me produce, es
como yo digo o no, que enuncio algo cuya existencia en rea·
lidad es íntima y subjetiva en mi yo. Pero si yo afirmo
que el cuadro es bello o feo, de esto se discute; y se discute
lo mismo que se discute acerca de una tesis científiCa; y los
hombres pueden llegar a convencerse unos a otros que el
.cuadro es bello o feo, no ciertamente por razones o argu·
mentos como en las tesis cientfficas, sino por mostración
de valores. No se le puede demostrar a nadie que el cuadro
es bello, como se demuestra que la suma de los ángulos de
un triángulo es igual a dos rectos; pero se le puede mostrar
la belleza; -se le puede descorrer el velo que cubre para él
la intuición de esa belleza; se le puede hacer ver la belleza
que él no ha visto; señalándose la, diciéndole: vea usted, mire
usted. Es la única manera de hacerlo cuando se trata de
estos objetos.
Por consiguiente, de los valores se puede discutir, y si (2)
se puede discutir de los valores es que a la base de la dis·
cusión está la convicción profunda de que son objetivos,
de que están ahí, y de que no son simplemente el peso o
residuo de agrado o desagrado,- de placer o de dolor, que
queda en. mi alma después de la contemplación del objeto.
Por otra parte, podríamos añadir que los valores se des.
cubren. Se descubren como se descubren las verdades cien·
tíficas. Durante un cierto tiempo, el valor no es conocido
como tal valor, h~sta que llega un hombre en la historia,
o un grupo de hombres, que de pronto tienen la posibilidad
de intuirlo; y entonces lo descubren, en el sentido pleno de
la palabra descubrir. Y ah{ está. Pero entonces no aparece
ante ellos como algo que antes no era y ahora es; sino como
algo que antes no era intuido y ahora es intuido.
De modo que la deducción o. consecuencia que se extrae
del hecho de que los valores no sean cosas, es una conse·
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cuencia excesiva; porque por el hecho de que los valores no
sean cosas, no estamos autorizados a decir que sean impre-
siones puramente subjetivas del dolor o del placer. Esto
empero nos plantea una dificultad profunda.
Por un lado hemos visto que, como quiera que los juicios
de valor se distinguen de los juicios de existencia porque
los juicios de valor no enuncian nada acerca del ser, resulta
que los valores no son cosas. Pero acabamos de ver, por
otra parte, que los valores tampoco son impresiones subje·
tivas. Esto parece contradictorio. Parece que haya un dilema
férreo que nos obligue a optar entre cosas o impresiones
subjetivas. Parece como si estuviéramos obligados a decir:
o los valores son cosas, o los valores son impresiones subje.
tivas. Y resulta que no podemos decir ni hacer ninguna de
esas dos afirmaciones. N o podemos afirmar que son cosas,
porque no lo son; ni podemos afirmar que sean impresiones
subjetivas, porque tampoco lo son. Y entonces dijérase que
hubiese llegado nuestra ontología de los valores a un calle-
jón sin salida. Pero no hay tal callejón sin salida. Lo que
hay es que esta misma dificultad, este mismo muro en que
parece que nos damos de tropezones, nos ofrece la solución
del problema. El dilema es falso. No se nos puede obligar
a optar entre ser cosa y ser impresión subjetiva; porque hay
un escape, una salida, que es en este caso la auténtica forma
de realidad que tienen los valores: los valores no son ni
cosas ni impresiones subjetivas, porque los valores no son,
porque los valores no tienen ~sa categoria, que tienen los
objetos reales y los objetos ideales, esa primera categoría
de ser. Los valores no son; y como quiera que no son, no
hay posibilidad de que tenga alguna vaEdez el dilema entre
ser cosas o ser impresiones. Ni cosas ni impresiones. Las
cosas son; las impresiones también son. Pero los valores
no son. Y, entonces, ¿qué es eso tan raro, de que los valores
no son? ¿Qué quiere decir este no ser? Es un no ser que
es algo; es un no ser muy extrafio.
Pues bien; para esta variedad ontológica de los valores,
que consiste en que no son, descubrió a mediados del siglo
pasado el filósofo alemán Lotze la palabra exacta, el tér.
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mino exacto: los valores no son, sino que valen. Una cosa
es valer y otra cosa es ser. Cuando decimos de algo que
vale, no decimos nada de su ser, sino decimos que no es
indiferente. La no-indiferencia constituye esta variedad on-
tológica que contrapone el valer al ser. La no-indiferencia
es la esencia del valer. El valer, pues, es ahora la primera
categoría de este nuevo mundo de objetos, que hemos deli-
mitado bajo el nombre de valores. Los valores no tienen,
pues, la categoría del ser, sino la categoría del valer; y
acabamos de decir lo que es el valer.
El valer es no ser indiferente. La no-indiferencia consti-
tuye el valer; y, al mismo tiempo, podemos precisar algo
mejor esta categoría: la cosa Que vale no es por eso ni
más ni menos que la que no vale. La cosa que vale es algo
que tiene valor; la tenencia de valor es lo que constituye
el valer; valer significa tener valor, y tener valor no es
tener una realidad entitativa más, ni -menos, sino simple-
mente no ser indiferente, tener ese valor. Y entonces nos
damos cuenta de que el valor pertenece esencialmente al
grupo ontológico que Husserl, siguiendo en esto al psicólogo
Stumpf, llama objetos no independientes; o dicho en otros
términos, que no tienen por sí mismos sustantividad, que
no son, sino que adhieren a otro objeto. Así, por ejemplO,
-psicológicamente, no lógicamente- el espacio y el color
no son independientes el uno del otro; no. podemos repre-
sentarnos el espacio sin color, ni el color sin espacio. He
aquí un ejemplo de objetos que necesariamente están adhe-
ridos el uno al otro. Ahora bien; ontológicamente podemos se-
parar el espacio y el color; pero el valor y la cosa que tiene
valor no los podemos separar ontológicamente y.esto es
lo característico: que el valor no es un ente, sino que es
siempre algo que adhiere a la cosa y por consiguiente es lo
que llamamos vulgarmente una cualidad. El valor es una
cualidad. Llegamos con esto a la segunda categoría de esta
esfera_ La segunda categoría es la cualidad. Los valores
tienen la primera categoría de valer, en vez de ser; y la
segunda categoría de la cualidad pura.
Vamos' a . examinar esta segunda categoría, la cualidad. (3)
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¿de qué? Pues, de las cosas mismas. Ah! está la fusión
completa, la unión perfecta con todo el resto dp. la realidad.
Por lo demás, este problema de la unidad de lo real, es
un problema al cual hoy, tOdavfa, no puedo dar una con-
. testación plenamente satisfactoria; por una razón: porque
aún nos queda el último objeto. Nos queda por estudiar el
último objeto de aquellos en que hemos dividido la ontolo-
gía; y ese último objeto precisamente es el que tiene en su
seno la raíz de la unidad del ser. Nos queda por estudiar, la
vida como objeto metafísico, como recipiente en donde hay
todo eso que hemos enumerado: las cosas reales, los objetos
ideales y los valores. Nos queda todavía la vida, como el
recipiente metaffsico, como el estar en el mundo. Esa unidad
u objeto metafísico que es la vida, es 10 que estudiaremos en
la próxima lección; y en ella, entonces, encontraremos la
raigambre más profunda de esa unidad del ser.
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