Libro Depresion y Ansiedad 2aED PDF
Libro Depresion y Ansiedad 2aED PDF
Libro Depresion y Ansiedad 2aED PDF
Coordinador
Dr Gaspar Cervera
[email protected]
Guía para el tratamiento de los trastornos depresivos o
ansiosos.
Segunda edición.
Coordinador
Dr. Gaspar Cervera
[email protected]
De hecho, aunque en las clasificaciones nosológicas como el DSM IV-TR, quizás la más usada
en nuestro país (por encima del CIE 10 de la OMS), diferencian los trastornos depresivos de los ansiosos
de forma clara y contundente, en la práctica clínica las cosas no son tan fáciles, existiendo cuadros mixtos
que desde hace años catalogamos como depresión ansiosa, con diferentes niveles de presentación de los
síntomas afectivos y ansiosos, lo cual lo hace algo más complejo.
Llegados a este punto hay que ser modestos y reconocer que estos trastornos con frecuencia
son más síndromes que enfermedades, que presentan patrones de síntomas con algunas pruebas de
validez clínica, pero raramente dispondremos de unos marcadores biológicos claros que nos sirvan para
validar los diagnósticos.
La problemática de la depresión ansiosa, así como otras cuestiones e interrogantes sobre: la toma
o no de tratamiento farmacológico versus el tratamiento psicoterapéutico, la combinación de ambas
pautas terapéuticas, el papel de las benzodiacepinas, el problema de la “posible dependencia” a los
fármacos, la evidencia de la evolución a depresión de múltiple patologías ansiosas, o el papel de la
personalidad, entre otros, siguen estando en primera fila.
En este sentido, en los últimos años los avances en el tratamiento de estos trastornos han sido
espectaculares, así los fármacos conocidos como ISRS fueron una revolución, que terminó con un último
escalón, el del escitalopram, una molécula mejorada de un fármaco (citalopram) que ya fue muy
importante. La familia de los ISRS en el último decenio se vio complementada con la aparición de un
fármaco dual, la Venlafaxina, siendo ésta la primera molécula de los duales. En los últimos años la
aparición de la Duloxetina, un nuevo dual que aportaba mejoras posológicas y de efectos secundarios,
facilitó el tratamiento de ambos tipos de trastornos.
El tratamiento farmacológico es con frecuencia (no en todos los casos) complementado con el
abordaje psicoterapéutico (siendo dicho abordaje considerado como principal, secundario, o no
procedente) según el trastorno que se presente, así como la edad, capacidad intelectual y cultural del
paciente. Sin olvidar que el paciente entienda y acepte dicho abordaje.
En la Clínica del Sistema Nervioso, de los más de 500 nuevos casos que atendemos anualmente
(desde hace varios años los siete psiquiatras y seis psicólogos), alrededor de un 80% pertenecen a ese
grupo de trastornos depresivos y ansiosos, y en mi caso el porcentaje es de más del 90%, por lo cual
arrastramos una casuística de varios miles de historias clínicas (solamente contando mis casos, son cerca
de cuatro mil) en los casi treinta años de existencia.
Todos los médicos de la clínica, y algunos de los psicólogos, compatibilizamos nuestra labor
asistencial entre la asistencia pública y la privada, por ello estamos inmersos en una realidad clínica
alejada del dogmatismo de escuela que con frecuencia lleva a la confusión a muchos pacientes, y a
algunos médicos y psicólogos no especialistas. En mi caso además, a la experiencia clínica, se suma mi
labor docente como profesor asociado de la Unidad Docente de Psiquiatría y Psicología Médica de la
Facultad de Medicina, desde hace veinte años. Creo que lo dicho explica el interés de enseñar lo
aprendido.
Por todo ello a principios del año 2009 se me ocurrió la idea de hacer una guía para el
tratamiento de los trastornos depresivos y ansiosos que pudiera dar respuesta a muchas de las dudas
que se presentan en el campo de la atención primaria de salud, con el fin de ayudar al médico de familia
que trata a una parte importante de estos pacientes.
En ella además contestamos a algunas de las preguntas que nuestros pacientes nos hicieron a lo
largo de los últimos meses al correo electrónico de la clínica, contestaciones que pueden servir para
aclarar muchas de las cuestiones que también les plantearán los pacientes a los médicos de primaria que
lleven casos semejantes.
Terminamos la obra con unas conclusiones muy prácticas sobre estos trastornos.
Para aquellas personas que no sean pacientes de la clínica y quieran hacer alguna pregunta
sobre los trastornos depresivos o ansiosos pueden hacerlo en el correo del coordinador de la guía, el
Dr. Gaspar Cervera en [email protected]
Muchas gracias.
Índice
o Depresión.
o Ansiedad.
Conclusiones.
A- Introducción. Formas clínicas de presentación.
Generalidades sobre terapéutica.
A.1 Introducción
Se calcula que en nuestro país el 25% de los pacientes que acuden a atención primaria presenta
un trastorno psiquiátrico, y que un importante porcentaje (se llega a decir que hasta la mitad de ellos) no
llega a diagnosticarse por ser formas enmascaradas de depresión o de trastornos ansiosos, que se
presentan como trastornos orgánicos, dentro del apasionante campo de la medicina psicosomática.
También hay que resaltar que la palabra “trastorno psiquiátrico” lleva aparejada connotaciones
muy negativas. Culturalmente la psiquiatría sigue asociada a la enfermedad mental grave, incurable; en
definitiva al internamiento, la locura, el suicidio, y otras situaciones que las personas temen.
Por otro lado la psicología clínica, como especialidad sanitaria, tiene otras connotaciones que
también dificultan la derivación. Muchas personas aún teniendo un nivel cultural medio- alto, cuando se
les recomienda un tratamiento psicológico lo rechaza, por cuestiones de lo más variadas y curiosas. Desde
el que tiene un familiar que estudió psicología y “ya hablará con él”, pues toman café frecuentemente; al
que dice que el ya sabe lo que le pasa y lo que tiene que hacer, y que por tanto no necesita a un psicólogo,
lo cual es un importante error, pues algunos de estos trastornos pueden ser abordados con un tratamiento
cognitivo conductual (TCC) sin tomar tratamiento farmacológico, o con unas pautas mínimas que se
pueden suspender pronto.
Por último hay que destacar una respuesta que no es rara, tanto para unos como para otros: Mire usted,
“yo ni creo en la psiquiatría, ni en la psicología”.
Como consecuencia de lo dicho, el paciente con cuadros depresivos y ansiosos, sobre todo el
trastorno por ansiedad generalizada, con frecuencia quiere ser tratado por su médico de cabecera, que
tendrá que ejercer también una “labor psicológica” o por lo menos de consejero, ante los problemas que
con frecuencia provocaron la depresión. Y lo que es más complicado, con los problemas que la depresión
le ocasiona, por tener el paciente la autoestima afectada, así como la capacidad de afrontamiento, pues el
depresivo ve “gris lo blanco y negro lo gris”.
Sin lugar a dudas el médico de familia no puede abarcarlo todo. Además, los estudiantes de
medicina no reciben en las aulas una formación adecuada, pues hoy en día la carrera de medicina es, en
buena medida, la preparación para superar el examen MIR. Ya a nivel del postgrado la cosa mejora, y el
médico de familia sí que tiene la posibilidad de formarse más y mejor en psiquiatría, aunque nunca es
suficiente, y más en una especialidad donde se está trabajando con lo más complejo del ser humano.
Hay que recordar que las llamadas formas complejas de enfermedad, asociadas a pacientes
hiperfrecuentadores de atención primaria y de urgencias, con frecuencia calificados por sus médicos
como pacientes frustrantes, esconden, con frecuencia a pacientes somatizadores, con ansiedad
generalizada y algunas formas de cuadros depresivos.
En los últimos años se ha establecido una corriente de opinión que defiende que los actuales
sistemas de clasificación psiquiátrica, elaborados fundamentalmente en el medio hospitalario y sobre
pacientes con dicho sesgo, no son satisfactorios para la atención primaria, que atiende a pacientes
neuróticos en los que es difícil establecer el punto de corte entre la normalidad y la patología.
Dicha corriente de opinión recibió un importante espaldarazo cuando la CIE y el DSM, en su
décima y cuarta edición respectivamente, elaboraron criterios diagnósticos específicos para los trastornos
mentales en atención primaria. En el caso del CIE-10 es absolutamente clínica, selecciona las 25
categorías más importantes para primaria, y constituye un mínimo que el médico de atención primaria
debe de conocer para orientar el diagnóstico y tratamiento. El DSM-IV se basa en un sistema de
algoritmos que permite establecer el diagnóstico, pero está más orientada a la investigación que a la
clínica.
Vamos a ver algunas de las formas peculiares de presentarse en atención primaria los trastornos
depresivos.
Una de las más representativas es la depresión y síntomas somáticos. Recordemos que los
síntomas de la depresión se componen fundamentalmente de cinco grandes grupos: la afectividad, el
pensamiento y la cognición, la conducta, los ritmos biológicos, y por último, aunque en ocasiones puede
ser lo primario, los síntomas somáticos.
Entre los síntomas somáticos hay que resaltar los trastornos digestivos, los dolores más o menos
localizados, y la astenia. En un segundo lugar pondríamos la anorexia, la pérdida de peso, los trastornos
del sueño, y las disfunciones sexuales.
Además de la forma que acabamos de describir, existe un cuadro que se conoce como la
depresión somatizada de Goldberg en la que el paciente presenta síntomas somáticos, que atribuye a una
enfermedad orgánica, pero se evidencia un trastorno depresivo que en opinión del médico,
adecuadamente tratado, mejoraría los síntomas físicos.
Entre los síntomas físicos destacan por orden de frecuencia: los dolores de espalda, mareos,
dolores en extremidades, flatulencias, dificultad de respirar, palpitaciones, náuseas, y dolor abdominal.
Existe un modelo de niveles y filtros también de Goldberg, que lo forman cinco niveles,
empezando por el nivel 1 de la prevalencia de patología psiquiátrica en la comunidad (260-315/1000), el
nivel 2 en atención primaria (230/1000), el nivel 3 la detectada en atención primaria (101,5/1000), el
nivel 4 que lo forman los servicios de salud mental (23,5/1000) y en el nivel 5, y último, que lo forman
los servicios de hospitalización psiquiátrica(5,71/1000).
El tercer nivel es el clave, pues constituye el paso de primaria a especializada, y se encuentra
condicionado por la gravedad del trastorno, y por facilidad de la derivación.
Así las razones aducidas por los médicos de primaria para la derivación son: la falta de respuesta
al tratamiento, necesidad de confirmación diagnóstica, y solicitud del paciente o familiares.
En cuanto a la ansiedad, hay que recordar que el DSM-IV-TR establece, dentro del grupo, a
múltiples diagnósticos que enumeraremos, pero por diversos motivos consideraremos como el más
importante el trastorno por ansiedad generalizada (TAG).
Centrándonos en él, hay que hacer algunas aclaraciones previas, el TAG surgió en la nosología
psiquiátrica en 1980, cuando la APA decidió diferenciarlo del trastorno de angustia, aunque no es fácil
dicha separación.
Los criterios que el DSM III estableció en 1980, a nivel general se mantienen hasta los actuales
del DSM IV-TR.
Estimaciones actuales, siguiendo criterios DSM, ofrecen una prevalencia anual en población
general del 3%, mientras que la prevalencia vida llega al 5%, pero si utilizamos los criterios CIE sube al
9%.
Su diagnóstico es más frecuente en las mujeres, y posiblemente se trate del diagnóstico que más
a menudo coexiste con otro, en particular con fobia social, fobia específica, trastorno de angustia, o el
trastorno depresivo, lo cual nos llevará, unas líneas más adelante, a una interesante discusión sobre las
depresiones ansiosas.
El curso evolutivo suele ser crónico, fluctuante, y con frecuentes exacerbaciones, por lo general
relacionadas con el estrés.
Por último, resaltar que los padecimientos derivados de la ansiedad no adaptativa constituyen un
importante problema sanitario, tanto por su capacidad para deteriorar la calidad de vida de los afectados,
como por su tendencia a no ser detectados y generar una carga innecesaria a los servicios de salud.
Este singular síndrome es un ejemplo más de una nosología a la que se le critica un alejamiento
de la práctica clínica de la atención primaria de salud, donde existen muchos más trastornos mixtos, de los
que se dan en especializada; e incluso de una vieja lucha dentro de la psiquiatría que es la que mantienen
los defensores del modelo categorial frente a los del modelo dimensional.
Los defensores del modelo dimensional establecen un solapamiento entre ansiedad y depresión
demostrado por la existencia de síntomas aparentemente específicos de ambas entidades que no tienen
capacidad discriminante.
Las formas de presentación de dicho cuadro se podrían resumir en cuatro. La primera sería la de
pacientes con trastornos de ansiedad asociados a síntomas depresivos; la segunda sería la inversa, pues en
los pacientes depresivos se ven con frecuencia manifestaciones ansiosas. Las otras dos serían el que sea
imposible establecer la prioridad de un cuadro sobre el otro, o en cuarto y último lugar, los trastornos de
adaptación (antiguamente reacción depresiva ansiosa) como resultado o reacción a un estrés.
Así pues, el profesional de atención primaria se encuentra con los siguientes problemas a la hora
de atender a este número importante de pacientes:
a) alta frecuencia, y muchos enmascarados que obligan a pruebas analíticas, exploratorias e
interconsultas que sobrecargan el sistema.
c) incremento progresivo de los trastornos por la problemática social de un mundo que cambia
rápidamente de valores, y que en estos momentos se encuentra en una grave crisis económica,
que incrementa multitud de factores estresantes.
Si realizásemos un retrato robot del paciente de primaria con trastornos de esta naturaleza, sería:
mujer de edad media, con relaciones conflictivas de pareja, en paro, nivel cultural medio-bajo, y con
rasgos de personalidad premorbidos específicos.
Dicho retrato robot es del paciente tipo en lo público. En las consultas privadas, aunque es muy
variopinto, destacaríamos el de: un profesional sin distinción de sexo, con altos niveles de exigencia y
responsabilidad, buen nivel cultural-económico, y con frecuencia una serie de sensibilizantes y
desencadenantes claros.
Una vez hechas las aclaraciones pertinentes de forma global, es conveniente continuar por
diferentes caminos en lo que se refiere a la ansiedad y depresión, pues ambos conceptos esconden temas
de gran complejidad.
La ansiedad es una función biológica que tiene un papel clave en la supervivencia, pues nos
sirve como aviso en condiciones de alarma frente a peligros potenciales. Solamente si la intensidad o la
duración de la repuesta ansiosa son desproporcionadas al estímulo se produce la patología ansiosa.
La ansiedad como función biológica, es una emoción comúnmente experimentada por el hombre
a lo largo de su existencia, sin embargo, la ansiedad patológica es desproporcionada a cualquier estímulo
posible y persiste por encima del nivel de adaptación. Es una respuesta a una amenaza indeterminada,
difusa y muchas veces inexistente.
La ansiedad que no es excesiva presenta aspectos positivos, ya que estimula el aprendizaje y el
cumplimiento de tareas. No ocurre lo mismo con los episodios persistentes de ansiedad intensa, los cuales
son nocivos y comprometen la autonomía del individuo. La ansiedad patológica es más profunda y
persistente, dificulta la adaptación, deteriora el rendimiento, se sitúa en el plano corporal y reduce la
libertad personal.
La ansiedad es uno de los trastornos más frecuentes en la medicina, pues sobre un 20% de las
personas que viven en los países desarrollados padecen algún tipo de las diversas formas de presentación
del trastorno. Las cifras encontradas van del 2-3% de los trastornos de pánico, al 13% de fobia social,
pasando por un 7% de ansiedad generalizada, para la población general.
Las cifras suben de forma significativa si se estudia en población clínica, pues un 25% de los
pacientes de atención primaria presentan manifestaciones clínicas de tipo ansioso, muchas de ellas
comórbidas a patologías orgánicas.
El inicio del trastorno suele darse en adultos jóvenes (20-40 años) y las mujeres se ven más
afectadas, pues son casi el doble que los varones.
Por último recordar la mayor incidencia de enfermedades psicosomáticas en estos pacientes, así
como las complicaciones de la ansiedad crónica, que pueden acabar en cuadros depresivos.
Entre los trastornos de ansiedad destaca como prototípico el trastorno por ansiedad generalizada,
que se caracteriza por una marcada ansiedad, que produce tensión, inquietud, temor indefinido,
impaciencia e intranquilidad, acompañada de síntomas fisicos variables y múltiples preocupaciones.
Los síntomas físicos que acompañan a la ansiedad son muchos, destacando entre los más
importantes: cefalea, disnea, taquicardia y palpitaciones, dolor torácico, dispepsia y diarrea, boca seca,
mareo, temblor, sudoración, y polaquiuria. Todo ello acompañado de una hiperactivación que produce
falta de concentración, distraibilidad, reacciones de alarma e insomnio. Es evidente que sin terminar de
citarlos todos, ya hay en los síntomas descritos todo un tratado de patología general.
Resaltar que entre los factores desencadenantes destaca el estrés crónico ambiental.
Desde una perspectiva psicobiológica la ansiedad se traduce, sin entrar en la discusión de si son
previos o a posteriori, en disfunciones de varios sistemas de neurotransmisión, entre ellos los gabérgicos,
noradrenérgicos, y serotoninérgicos, como los fundamentales; y en la disfunción de un sistema anatómico
funcional, como es el sistema límbico.
El tratamiento, desde un punto de vista general de los trastornos de ansiedad, y centrándonos de
forma preferencial en la ansiedad generalizada, exige un diagnóstico previo, que en ocasiones no es fácil.
Desde el punto de vista farmacológico, el empleo de las benzodiacepinas debe de ser cuidadosamente
evaluado, por el riesgo de “cronificación del tratamiento” con o sin dependencia asociada.
El tema de la capacidad de producir dependencia de las benzodiacepinas es controvertido, pues
solamente se produce en una serie de circunstancias que no son muy frecuentes. Parece que dicha
dependencia se produce en un porcentaje del 15 % de los pacientes, que suelen ser aquellos que las toman
durante largos periodos de tiempo, y sobre todo cuando se trata de moléculas de alta potencia y vida
corta.
Frente a lo dicho, las benzodiacepinas mejoran rápidamente los síntomas de ansiedad, y son muy
fáciles y cómodas de usar, entre otras cosas por sus escasos efectos secundarios y su rapidez de acción.
Todo ello hace que raramente el médico se resista a su utilización como tratamiento de elección en
cuadros moderados, o como tratamiento de inicio mientras el tratamiento que se instaure, con el ISRS o el
antidepresivo dual escogido, hace efecto.
El otro gran grupo de trastornos del presente libro, el de la depresión, es tan complejo y
variopinto como el de la ansiedad.
La depresión se puede considerar como una alteración del estado de ánimo, el cual se encuentra
anormalmente bajo. Es una de las patologías psíquicas más frecuentes, pues la prevalencia vida llega al
15%.
La clínica del trastorno, además del humor depresivo, la inhibición del pensamiento, y afectación
de la psicomotricidad, presenta frecuentemente síntomas corporales como el dolor, los trastornos
digestivos, la falta de apetito, pérdida de peso, e insomnio.
Dentro de los trastornos del ánimo, además de la depresión se encuentran otros, siendo uno de
los más característicos e importantes, el trastorno bipolar.
En los trastornos depresivos se constata una mayor frecuencia de casos en las mujeres, hecho al
que se ha buscado tres explicaciones:
En primer lugar causas biológicas, sobre todo de tipo neuroendocrino, que explicarían la
depresión postparto e incluso el síndrome disfórico premenstrual.
En segundo lugar cognitivo, pues las mujeres desarrollarían más fácilmente un esquema
cognitivo semejante al de indefensión aprendida y serían más propensas a un estilo rumiativo de
respuesta.
Por último las muy importantes causas psicosociales, pues las mujeres están más expuestas a
ciertas formas de estrés, a acontecimientos vitales estresantes y tienen claras desventajas
sociales.
El primer papel que debe tomar el médico es decidir si se deriva o no el paciente a especializada.
En dicha decisión tiene un peso específico el pensar que pueda precisar alguna ayuda psicoterapéutica,
pues el de primaria puede medicar pero no tiene acceso a la figura del psicólogo clínico. Dicho tema está
en vías de solución en el Reino Unido, donde además de los servicios de salud mental, el psicólogo
también tendrá cabida próximamente en primaria, para resolver muchos temas psicopatológicos, entre
ellos los trastornos depresivos y ansiosos de menor gravedad, con vistas a evitar sobrecargar los servicios
de especializada que deben dedicarse a cuadros de mayor entidad.
Seguramente ese día desaparecerán las orientaciones psicologicistas versus medicamentosas, y se
verán los beneficios del tratamiento integrado también, o quizás de forma “preferente”, en esos cuadros
leves o moderados que si no son bien tratados acaban en graves.
Como veremos el consejo terapéutico que el médico de primaria pueda dar a sus pacientes, hasta
que algún día se pueda disponer de la figura de “psicólogo de atención primaria de salud”, se considera
como una forma de psicoterapia inespecífica pero muy eficaz en trastornos depresivos y ansiosos con
desencadenantes medioambientales más o menos claros.
Así es preciso conocer la evidencia de que existen grupos de riesgo, como pueden ser las
personas que viven solas (sobre todo viudas o separadas), que tienen poca red social, que padecen
problemas crónicos de salud, u otros como: el paro, problemas económicos, y una larga lista que
podríamos confeccionar, y que son candidatos a presentar trastornos de tipo depresivo ansioso.
Por otra parte no se puede negar que existen una serie de barreras que dificultan el proceso de
identificación, y consecuentemente de tratamiento, de los trastornos depresivos y ansiosos en atención
primaria. Dichas barreras serán por parte del médico, o por parte del paciente.
- nivel de conocimientos.
- autoconfianza en el manejo de psicofármacos.
- interés por indagar sobre síntomas psicológicos.
- disponibilidad de tiempo.
Por parte del paciente hay que destacar las siguientes barreras:
Dichas barreras existe la posibilidad de superarlas, para ello hay que establecer las siguientes
estrategias en la entrevista clínica:
De todas formas hay que recordar que con frecuencia el tratamiento farmacológico debe de
completarse frecuentemente con un consejo terapéutico (CT), o un tratamiento psicoterapéutico cognitivo
conductual (TCC) con psicólogo clínico, si se dispone de el a través de servicios municipales o de ONGs,
pues el Sistema Nacional de Salud todavía no lo oferta fuera de los Servicios de Salud mental, que por lo
general suelen estar sobrecargados, y alejados, en el caso de las áreas rurales.
El CT del médico de primaria con frecuencia no es suficiente y hay que recurrir al arsenal
terapéutico que la moderna psicofarmacología nos ofrece.
Vamos a realizar una revisión práctica y clínica, como se pretende que sea toda la guía, de la
farmacología clínica en los trastornos depresivos y ansiosos.
La duda que se tiene a la hora de realizar la revisión es de si hacerlo por familias farmacológicas,
o por enfermedades. Por diversos motivos, entre ellos los de mayor comprensibilidad, se realizará por la
farmacología.
Los ansiolíticos son los fármacos, que como su nombre indica, se usan para acabar con la
ansiedad. En la actualidad dicho nombre no sería adecuado, pero somos prisioneros de la historia también
en psicofarmacología.
Es interesante recordar que los ansioliticos tienen una larga historia, que aunque anterior, hay
que plantear que comenzó con los barbitúricos, continuó con los meprobamatos, y terminó a finales de la
década de los 50 del pasado siglo, con el descubrimiento de las benzodiacepinas.
En la actualidad otros fármacos, como la pregabalina, son una opción razonable de tratamiento
del trastorno de ansiedad generalizada, con la salvedad que por sus efectos secundarios al inicio del
tratamiento, así como por la franja terapéutica, queda reservada su indicación casi exclusivamente al
campo de la especializada.
Los antidepresivos también resultaron una revolución terapéutica en épocas donde la depresión
mayor grave no tenía otra posibilidad terapéutica que la terapia electroconvulsiva (TEC), y entonces la
TEC no era ni de lejos la terapia poco cruenta que es hoy.
Los primeros antidepresivos pertenecian a dos familias muy distintas, los inhibidores de la
monoaminooxida (IMAOs) hoy abandonados, y los triciclicos (ADT), que siguen teniendo sus usos, pero
están en franco declive, sobre todo por sus efectos secundarios.
La gran familia que puso en crisis a los ADT fueron los inhibidores selectivos de recaptación de
la serotonina (ISRS) siendo de todos ellos la “estrella” el Prozac (fluoxetina), que por otra parte no fue el
primero, pues se le adelantó el Dumirox (fluvoxamina).
Recordemos que dicho fármaco fue título de un famoso superventas llamado Hablando con
Prozac, que podría calificarse como el primer libro de divulgación científica que tocaba algo sobre
tratamiento integrado.
En lo que respecta al tratamiento integrado, que veremos más a fondo en el siguiente capítulo, el
TAG abordado de forma conjunta con tratamiento farmacológico y TCC resultó positivo en atención
primaria con una menor derivación de pacientes a los especialistas a los seis meses.
Como principios generales se debe comenzar por unos buenos cimientos, haciendo un diagnóstico
adecuado. Por lo general en primaria los cuadros son de intensidad leve o moderada y relacionados con
estresores psicosociales.
Por todo ello los principios generales sobre terapéutica, para el médico de primaria, se deben
enfocar a: aliviar los síntomas y aconsejar sobre solución de problemas.
El CT debe fundamentarse en una actitud empática con el paciente, usar un lenguaje claro, permitir
que exprese sus dudas, y saber calibrar los estresores, así como las respuestas a ellos.
Si fracasaran las terapéuticas descritas debe remitirse al paciente al especialista, entre otras cosas
por la tendencia a la encronización de estos trastornos, que sin resultar graves pueden mermar mucho la
calidad de vida de los pacientes.
En la depresión. De nuevo tenemos que hacer referencia a las guías del sistema nacional de salud,
en este caso a la Guía de práctica clínica sobre el manejo de la depresión mayor en el adulto,
www.guiasalud.es/egpc/depresion/index.html, que establece en relación a la psicoterapia que el TCC, o
la terapia interpersonal (TIP) como alternativa razonable, son eficaces en la depresión.
En las formas moderadas o incluso graves se deben aplicar entre 16 y 20 sesiones durante un
período de seis meses, y debe recomendarse un tratamiento farmacológico que representa un tratamiento
de primera línea, incluso los fármacos deben usarse en depresión leve si hay antecedentes de fases
depresivas moderadas o graves, u otra comorbilidad psiquiátrica o médica. También si el paciente los
solicita, pues hay que reconocer que no todos los pacientes tienen la suficiente motivación o tiempo para
hacer tal número de sesiones
Hay que hacer una evaluación completa de los síntomas, para asegurar el diagnóstico, y determinar
la intensidad. Es capital descartar las ideas de muerte y las ideas delirantes.
Un médico de primaria debe saber manejar dos o tres de los ISRS, así como los antidepresivos
duales. Si se tiene un especial interés por el tema hay que conocer y saber manejar algún antidepresivo
con otros mecanismos de actuación, como la mirtazipina.
A nivel del CT, con cierto interés y tiempo, el médico de primaria podrá ayudar al paciente; y si no
mejora entre cuatro y seis semanas debe ser remitido al especialista, que valorara la pauta, así como la
posible necesidad de una psicoterapia más específica con el psicólogo clínico.
El tratamiento psicoterapéutico sigue siendo una opción de primer orden, y con frecuencia asociado
a un antidepresivo, con una salvedad, que las primeras semanas la pauta debe ser complementada con
ansiolíticos.
En los últimos años se imponen nuevos fármacos para el abordaje de estos cuadros. En primer
lugar los ISRS, luego destacan los antidepresivos duales, con efecto sobre la serotonina y noradrenalina.
En este sentido la aparición de fármacos como la venlafaxina, y de forma más reciente una molécula
como la duloxetina más fácil de usar, fueron dos armas poderosas para poder enfrentarnos con unos
fármacos eficaces a los padecimientos de nuestros pacientes depresivos y con ansiedad generalizada.
También aquí con frecuencia se precisará del abordaje psicoterapéutico, sobre todo en los
trastornos claramente reactivos a estresores psicosociales, que suelen ser los más numerosos.
Un tema que preocupa a los médicos y los pacientes es el de la recaída, pues el 50% de los
pacientes tienen un segundo episodio, y la recurrencia sube al 70% tras dos episodios y hasta el 90%
después de tres. Con esas cifras de recaídas una cuestión de capital importancia es el mantenimiento del
tratamiento durante un tiempo prolongado.
Aunque no hay reglas fijas se recomienda el mantener el tratamiento entre seis y doce meses tras la
recuperación, así como el hacer un descenso progresivo del mismo y nunca la supresión brusca pues se
han descrito síndromes de supresión cuando se hace de forma brusca. En la práctica el tiempo medio de
los tratamientos es de un año.
En los próximos capítulos de la obra se tocaran con más amplitud los trastornos depresivos y
ansiosos, pero desde un posicionamiento realista, con algo de base teórica, pero con mucho componente
práctico, que pueda ayudar a aquellos compañeros que tratan a sus pacientes a diario, en zonas alejadas
donde la consulta de salud mental se encuentra a muchos kilómetros, y además dan cita tras muchas
semanas de la petición.
Resumiendo, compañeros que sufren a diario los frecuentes trastornos psicopatológicos que
padecen sus pacientes, en una sociedad donde el estrés y otras circunstancias psicosociales (algunas de
ellas temporales y otras que han llegado para quedarse, dentro de los grandes cambios sociales
producidos) incrementan el sufrimiento y la tendencia a la angustia del ser humano.
Bibliografía
Chinchilla A. La depresión y sus máscaras. Madrid, Panamericana, 2008.
Cuesta L. Guía para el diagnóstico y tratamiento de los trastornos psiquiátricos en asistencia
primaria. Barcelona: Editorial Glosa, 2003.
Lobo A, Campos R. Los trastornos de ansiedad en atención primaria. Madrid: Emisa, 1997.
Vallejo J, Gastó C. Trastornos afectivos: ansiedad y depresión. 2ª ed. Barcelona: Masson, 2000.
Vázquez-Baquero JL. Psiquiatría en Atención Primaria. Madrid: Biblioteca Aula Médica, 1998.
B. La medicación y la psicoterapia en los trastornos depresivos y
ansiosos: el tratamiento integrado. El consejo terapéutico en
atención primaria.
Es evidente que dicho tratamiento podría darse por una sola persona, en este caso un psiquiatra
con buena formación en psicoterapia, y en ese sentido queremos destacar la labor del Prof. Manuel
Gómez Beneyto, catedrático de psiquiatría de la Universidad de Valencia y maestro de la mayoría
psiquiatras, y algunos psicólogos, de nuestra clínica, ejemplo de psiquiatra integral.
La mayoría de las veces por diversos motivos, entre ellos el que un buen número de psiquiatras
no tienen suficiente formación en psicoterapia, el tratamiento integrado se lleva a cabo por dos
profesionales que trabajan, codo con codo, en una misma clínica, un médico psiquiatra y un psicólogo
clínico.
También sería, en algunos casos, posible hacer ese tratamiento entre dos profesionales que
trabajen en clínicas separadas, pero la necesidad de intercambiar información y opiniones de forma
frecuente, lo hace de hecho muy difícil, cuando no imposible.
Una vez realizada la aclaración hay que resaltar que dicha forma de intervención es
relativamente moderna, y que los primeros datos científicos al respecto son de finales de la década de los
70, y proceden de EE.UU. También en esa época comenzamos nosotros a trabajar en esa línea en nuestra
clínica.
En los treinta años transcurridos desde estas primeras aportaciones, los datos que nos dan las
investigaciones en neurociencias, nos hacen entender como funciona el tratamiento integrado y qué es lo
que sucede dentro de esa compleja estructura que es el cerebro humano. Sirva de ejemplo que el
hipocampo que es vital para el aprendizaje y la memoria, produce células nuevas diariamente, y que la
psicoterapia, que al fin y al cabo es un proceso por medio del cual los pacientes adquieren nuevos
recursos para mejorar sus capacidades de afrontamiento, produce un cambio en la función y estructura
cerebral.
El término psicoterapia se utiliza hoy en muy diversas acepciones, una de las más aceptadas
establece que se trata de un proceso de comunicación interpersonal entre un profesional experto y un
paciente, que tiene como objeto producir cambios para mejorar su salud mental.
En dicha definición se excluye a las intervenciones que persiguen otros objetivos como el
autoconocimiento, el desarrollo personal, o el acceso a otras experiencias más o menos interesantes.
En último lugar la psicoterapia supone la posibilidad de construir una visión del problema
presentado por el paciente, en el que éste aparece como implicado personalmente en el origen, el
mantenimiento, o las posibilidades de resolución del mismo.
Llegados a este punto se podría hacer una crítica a la toma de medicación, y de hecho algunos
“integrístas” entre los que se cuentan tanto médicos psiquiatras como psicólogos clínicos, lo hicieron, y
no nos engañemos lo hacen, aunque es una fracción cada vez más pequeña.
Su argumento es que la medicación fomenta una postura pasiva y dependiente en el paciente. Es
evidente que cualquier clínico, sea médico o psicólogo, que se enfrenta al sufrimiento que los trastornos
depresivos y ansiosos producen, independientemente de su formación, será un defensor del uso de la
medicación por la importante reducción de síntomas que produce, por la mejora en las llamadas funciones
autónomas (memoria, pensamiento, atención, y concentración) y por aumentar la seguridad en la relación
terapéutica.
En nuestra experiencia muchos pacientes no se beneficiarían del tratamiento psicoterapéutico,
que puede ser el principal, sin la ayuda que les da el fármaco, el cual en ocasiones puede ser solamente
sintomático.
Seguro que también se unirán a dicha opinión los miles de pacientes que recibieron un
tratamiento integrado y bien planificado tras un apropiado diagnóstico.
El análisis científico de los tratamientos de los trastornos depresivos y ansiosos con respecto a la
eficacia de lo psicoterapéutico versus medicamentoso es difícil, en la mayoría de los casos hay
importantes críticas metodológicas que hacen sospechar que existe interés en que los resultados sean unos
u otros.
Frente a estos posicionamientos biológicos o psicológicos se encuentra el intermedio del
tratamiento integrado, que como todo punto de equilibrio es difícil de encontrar, entre otras cosas por
precisar una sintonía entre profesionales que no es fácil de adquirir.
Una forma de demostrar la eficacia de un tratamiento son los metaanálisis de estudios, en este
sentido en la actualidad existe total evidencia de la mayor eficacia del tratamiento integrado. Así tanto en
los cuadros depresivos como ansiosos, en su globalidad, con inclusión de todas las categorías diagnósticas
del DSM-IV TR, resultó mejor. Sin duda hay estudios en los cuales la farmacoterapia fue igual o mejor
(los llamados cuadros más graves y endógenos) frente la psicoterapia (cuadros más leves y reactivos).
De cualquier forma hay que recordar que los términos de endógenos o reactivos (con la salvedad
de los trastornos adaptativos) no se utilizan, aunque en la práctica son conceptos que tenemos
interiorizados los clínicos que llevamos muchos años en el campo asistencial.
Por lo general el tratamiento integrado es ofrecido por el médico, por lo menos en nuestra
clínica, pues la inmensa mayoría de los pacientes piden visita médica.
De cualquier forma una vez iniciado, tanto el médico como el psicólogo deben tener un buen
conocimiento del papel que juega el tratamiento del otro, y poder responder de forma puntual, sobre las
dudas, y también hay que decirlo, miedos del paciente. Así veremos en el último capítulo de nuestro libro
cómo las personas tienen miedos infundados y prejuicios sobre lo que les pasa, y sobre la terapia. Y estas
dudas frecuentemente son incrementadas por algún vecino, conocido o amigo que terminará de confundir,
para perjuicio del propio interesado que puede iniciar un largo y doloroso camino de búsqueda de la
“terapia milagrosa”, que le puede llevar al empeoramiento, cuando no desesperanza o encronización.
Hay que resaltar que ningún tratamiento resultará efectivo sin una franca relación empática con
ambos profesionales, y además el médico debe estar preparado para responder, o incluso explicar aunque
no se le pregunte, sobre el tiempo de latencia (tema capital que retomaremos), los efectos secundarios, las
dosis, el tiempo de la toma de tratamiento, el miedo a la dependencia, y otros temas que pueden llegar a
agobiar al paciente. Algunos de estos temas serán abordados en un próximo apartado contestando a las
dudas y cuestiones planteadas por nuestros pacientes.
Con frecuencia es preciso utilizar escalas de evaluación (en nuestra clínica la Hamilton de
ansiedad y la Beck de depresión) que permiten objetivar psicométricamente la evolución del cuadro.
El tratamiento integrado llega a ser tal (de una forma plena) cuando una parte del mismo se
centra en el conocido como enfoque terapéutico cognitivo para el cumplimiento farmacológico.
Esto es especialmente importante cuando se descubre, en estudios de principios del año dos mil,
que entre un 50 y un 60% de los pacientes es, al menos, incumplidor. En este sentido se ha defendido la
terapia cognitiva como idónea para mejorar el cumplimiento farmacológico.
Entre los factores del incumplimiento se encuentran: la calidad de la relación terapéutica, los
efectos secundarios, ausencia de marcado malestar, y desconocimiento de los riesgos que se corre si el
proceso continúa.
Es evidente que a este nivel el papel del psicólogo es primordial, pues tiene mayor número de visitas y de
mayor duración, que las que tiene el médico.
Aunque el tratamiento integrado debería estar inmerso en todos los niveles de intervención, en la
práctica solamente se hace a nivel ambulatorio, y curiosamente más en el sector público que en el
privado, donde la integración del psicólogo es, trabajando “codo con codo” con el médico, la norma
habitual.
A nivel privado es relativamente reciente y parcial, ya que la mayoría de los psicólogos privados
trabajan en Gabinetes con otros psicólogos. Hay que resaltar que muchos de estos Gabinetes suelen tratar
problemas de índole menor (autoestima, problemas de pareja, timidez, ansiedad y depresión leves….) y
raramente entidades clínicas de cierto calado, lo cual dificulta a sus integrantes el formarse en el
tratamiento integrado.
Es evidente que hasta la aparición del sistema PIR el psicólogo con inquietudes se formaba a
través de una serie de Masters y Cursos en los que la práctica clínica era escasa, y de baja calidad, cuando
no nula. Casi todo era teoría.
El sistema PIR permitió realizar una formación realista, en la que el psicólogo residente con una
práctica supervisada se forma viendo, y tratando en equipo a multitud de casos en consultas ambulatorias,
unidades de hospitalización, tanto de infanto-juvenil como de adultos, incluyendo especialidades como
neurología, trastornos adictivos, alimentarios, etc.
Frente al sistema PIR, algunos profesionales de la Psicología optaron por integrarse en clínicas,
donde, como es nuestro caso, se hacen cientos de primeras visitas al año de pacientes que cubren todo el
espectro de la psicopatología con una gran presentación de los trastornos depresivos y ansiosos.
En este sentido la Clínica del Sistema Nervioso fue pionera hace veinte años pues realizó una apuesta de
integración, mucho antes que la psicología fuese reconocida como carrera sanitaria, incluso cuando
muchos psicólogos seguían apostando por un modelo psicosocial frente a una psiquiatría que se debatía
entre dos polos, el psicobiológico y el psicosocial.
Una vez revisada la historia que nos permite entender el retraso de la implantación del
tratamiento integrado, se haría un flaco favor al mismo si no se reconoce que tiene sus dificultades, y
vamos a revisarlas:
1- En primer lugar, que se produzca un conflicto con respecto a quién es el gestor del caso. Si el
problema que presenta el paciente es solamente de psicoterapia, se deriva al psicólogo y tema
solucionado. No procede el tratamiento integrado. En algunos casos graves la ayuda del
psicólogo es muy limitada y tampoco se presenta problema, pero muchos casos (la mayoría de
los trastornos depresivos y ansiosos) se encuentran en “tierra de nadie”, o de todos. Aquí es
donde pueden surgir dificultades con el tratamiento integrado. En principio, en nuestra clínica el
médico ejerce, por lo general, como gestor del caso, aunque el psicólogo le ve más veces. El
entendimiento entre los profesionales es la norma, y el beneficio del paciente el fin, por lo cual
se superan facilmente las posibles diferencias. También es verdad que hay un sesgo de selección
que hace que nuestros pacientes tengan un nivel de afectación medio-alto, que muchos ya han
pasado por manos de otros psicólogos, y que buscan en nuestra clínica el tratamiento médico
farmacológico, o el integrado.
2- Para evitar el punto uno, es primordial la comunicación, ya sea personalmente, por teléfono, a
través de notas, o por correo electrónico. Lo más importante de la comunicación es la
repercusión de la misma en la terapia, y la única forma de mantener un nivel adecuado de
comunicación es trabajar en el mismo espacio físico, e incluso compartir la misma secretaria,
que también es una persona importante en los canales de comunicación de una clínica.
3-No olvidemos que en un trabajo como el nuestro, hasta los más pequeños detalles repercuten
en el resultado final, pues pueden provocar problemas de transferencia y contratransferencia. En
ocasiones el derivar el médico al psicólogo puede ocasionar en el paciente angustia y que llegue
a pensar en cierto rechazo o cansancio del médico. Lo mismo se podría decir en el caso
contrario, cuando el psicólogo deriva al médico, y el paciente piense que se cansó de él, o peor
todavía que tiene un “desequilibrio químico”. Todas estas cuestiones tienen que ser tratadas con
especial esmero para evitar que en vez de ayudar acabemos perjudicando a los pacientes.
También se han aportado otros elementos de juicio que dificultan el tratamiento integrado. Así
los posibles efectos negativos de la medicación sobre la psicoterapia serían por la reducción de síntomas
que conllevaría una posible bajada de la motivación
para la psicoterapia, y en otro sentido, pero también hay que decirlo, como posibles efectos negativos de
la psicoterapia se apunta, sobre todo, el incremento de costos.
Creemos que ambos argumentos son éticamente muy discutibles por diversas razones y que no
debemos entrar en ellos.
Ahora bien el componente psicoterapéutico del tratamiento integrado con frecuencia no es fácil.
Aunque el psicólogo sea la parte que soporta mayor peso asistencial sobre el caso se dan una serie de
circunstancias, tanto en el ejercicio público como privado, que hay que tener en cuenta.
En lo público, el paciente tiene que acudir al centro de salud mental a lo largo de 20 sesiones,
son consultas por la mañana que interfieren el trabajo habitual, que obligan a desplazamientos en
ocasiones largos. Además la psicoterapia exige un cierto esfuerzo, y por lo general cuando empieza a
producirse una franca mejoría del cuadro con el fármaco (entre tres y cinco semanas) el paciente puede
perder cierto interés en continuar. En lo privado, a lo dicho hay que añadir un coste económico que hace
bajar aún más la motivación.
Aquí es cuando la labor de equipo debe aflorar, y tanto el médico como el psicólogo deben
apoyar dicho tratamiento, con la salvedad de que con frecuencia si no hay más psicopatología que la
afectiva y ansiosa, el número de visitas puede ser menor, así como la frecuencia. En esta línea hay una
clara divergencia entre la realidad clínica de los que hacemos tratamiento integrado en la práctica
cotidiana y lo que se lee en algunos trabajos, tanto de base biológica como psicoterapéutica, que tratan
con muestras muy sesgadas y que son para defender, en buena medida, los planteamientos teóricos de los
autores.
Llegados al nivel del capítulo donde nos encontramos, se ve que el tratamiento integrado precisa
de algo, que ya nombramos pero que hay que resaltar pues es capital, la comunicación.
Si algo debe saber un médico o un psicólogo que trabaje con pacientes depresivos y ansiosos es
saber comunicar. Los profesionales sanitarios invertimos entre el 85 y el 90% del tiempo (y el tiempo es
oro) en comunicarnos con nuestros pacientes o compañeros.
Se establece que la comunicación es buena para el paciente y para el profesional.
En el caso del paciente mejora su satisfacción, también el cumplimiento terapéutico y el pronóstico.
Recordemos que sobre un 50% de los pacientes no siguen de forma adecuada el tratamiento, y eso es por
lo general por falta de confianza, la cual se relaciona de forma importante con la capacidad de comunicar
y de empatizar con el paciente. De saber ponerse en el lugar del otro, en definitiva dejar que actúen las
recientemente descubiertas neuronas en espejo. En efecto, si no se toma de forma adecuada, y para ello
hay que saber comunicar con el paciente.
El problema es que aunque se puede mejorar, la capacidad de comunicación, como otras muchas
capacidades de gran importancia en nuestro trabajo, tiene algo de caracterial y personal. Siempre existirá
quien tenga más y mejor capacidad de comunicación que otros, peor dotados a ese nivel.
Para pasar del campo teórico al práctico vamos ya a realizar la formulación e implementación de
un plan de tratamiento, y para ello usaremos como modelo de intervención los cuadros depresivos-
ansiosos, pues en los siguientes capítulos del libro se podrán ver de forma separada ambos grupos de
trastornos. Aquí los veremos de forma unitaria y global.
La cuestión de las relaciones entre la ansiedad y la depresión tiene unas dimensiones pronósticas
y terapéuticas que sobrepasan el nivel teórico. No es raro observar depresiones con una gran carga de
ansiedad o cuadros ansiosos acompañados de sintomatología depresiva.
Lo que es sumamente frecuente son las marcadas relaciones clínicas entre la ansiedad y la
depresión, especialmente en lo que concierne a las crisis de angustia y los trastornos depresivos, ya que
la vinculación con la ansiedad generalizada precisa mayor delimitación y estudios más específicos.
Las diferencias entre las depresiones puras y las relacionadas con crisis de angustia es
importante, pues aunque por lo general las primeras pueden tener mayor gravedad, también presentan
mayor porcentaje de curación.
Con frecuencia la combinación de ambos tratamiento está indicada de forma especial en los
pacientes donde los rasgos de personalidad premórbidos sean significativos, así como en aquellos que se
objetiven desencadenantes psicosociales claros.
Por último, en aquellos en los que el tratamiento único no termina de dar una respuesta
satisfactoria.
Es un campo todavía reciente pero parece que, frente a los doctrinalismos de escuela se
impondrán las concepciones ecléctico-integradoras que permitirán ajustar el tipo de tratamiento a las
características específicas de cada paciente, y el tratamiento integrado con las dos modalidades, fármaco y
psicoterapia, lejos de competir entre sí, se complementen en un importante porcentaje de los pacientes
depresivos y/o ansiosos.
Es posible que para ello los actuales sistemas de clasificación y el concepto mismo de
enfermedad deban ser revisados a modelos más dimensionales que categoriales.
El C.T no es más, ni menos, que escuchar con especial atención al paciente y ayudar a dar
sentido a su angustia, con el empleo de explicaciones; desarrollando una alianza terapéutica con el
paciente, aceptándolo, comprendiéndolo y empatizando con su situación.
El C.T por parte del médico de primaria, forma parte de un cambio de modelo, que en cierta
medida es nuevo, pero también tiene mucho de vuelta a los orígenes. Así en los últimos años la formación
enfatiza que la actuación médica debe de cambiar de un abordaje centrado en el médico, al centrado en el
paciente.
Un tratamiento centrado en el paciente pretende explorar el problema real, prestando más
atención a las inquietudes del paciente, a sus preocupaciones, y a sus teorías sobre su enfermedad.
Todo ello se traducirá en una mejor comunicación médico- paciente ( nuevamente sale la
comunicación como factor clave), que llevará a una mejor cumplimentación del tratamiento, satisfacción,
y a la postre, estado de salud.
Cada día hay más evidencia que el tratamiento de los trastornos psíquicos no debe únicamente
estar dirigido a los síntomas mediante el uso de medicamentos, pues aunque los fármacos sean muy
efectivos, el C.T puede incidir de forma muy positiva en la resolución de los problemas sociales y
psicológicos asociados.
Se puede emplear con efectividad un amplio número de abordajes de C.T para ayudar a los
pacientes durante un periodo conflictivo, o para que entiendan y sepan afrontar un problema puntual.
Se han descrito los principales problemas que en primaria pueden ser objeto de tratamiento con
el C.T, y que a modo de resumen serían:
Como pudimos ver el médico de primaria que tenga interés por el tema del tratamiento integrado
en muchos de los trastornos depresivos y ansiosos, podrá a través del C.T, ayudar a sus pacientes con
garantías de estar aplicando un tratamiento que en la actualidad se considera como el más idóneo.
Bibliografía
Key J. tratamiento integrado en los trastornos psiquiátricos. Barcelona: Ars Médica, 2002.
Chinchilla A. La depresión y sus máscaras. Madrid, Panamericana, 2008.
Cuesta L. Guía para el diagnóstico y tratamiento de los trastornos psiquiátricos en asistencia
primaria. Barcelona: Editorial Glosa, 2003.
Lobo A, Campos R. Los trastornos de ansiedad en atención primaria. Madrid: Emisa, 1997.
Vázquez-Baquero JL. Psiquiatría en Atención Primaria. Madrid: Biblioteca Aula Médica, 1998.
C.1. Clínica de los Trastornos Depresivos: sintomatología,
epidemiología, evolución y tratamiento
De entre todos los trastornos mentales que hemos pretendido abordar de una forma breve y
sencilla en este libro, son los trastornos depresivos lo más importantes por su frecuencia y por el
sufrimiento que generan a nuestros pacientes.
C.1.1. Epidemiología
En nuestro medio, según el estudio europeo de epidemiología de las enfermedades mentales, los
trastornos afectivos son muy frecuentes en la población general con una prevalencia a lo largo de la vida
del 10,4% y una prevalencia anual del 4,0%. Por lo tanto, en un momento dado en España hay unos dos
millones de individuos con depresión. Las cifras de prevalencia tanto si consideramos a lo largo de la vida
como en un año en concreto, son el doble para las mujeres que para los hombres. Es decir, una de cada 6
mujeres y uno de cada doce hombres experimentarán un trastorno depresivo a lo largo de su vida.
Habitualmente la edad de inicio de la depresión se sitúa entre los 20 y los 40 años, siendo además más
frecuente (entre 1,5 y 3 veces) en aquellos sujetos con antecedentes familiares de depresión. Por otro lado
también se ha observado que la depresión es más común entre personas separadas, viudas y divorciadas,
si bien son los varones casados presentan menor riesgo que los que nunca se han casado, mientras que las
mujeres casadas presentan mayores tasas que las que nunca se han casado.
La elevada frecuencia con que se dan las depresiones se refleja en que aproximadamente el 10%
de consultas de adultos y el 15% de las de ancianos al Médico de Atención Primaria están relacionadas
con la depresión. La depresión se asocia con más frecuencia a otras enfermedades mentales y médicas y
de hecho con frecuencia la consulta está motivada por dolor, problemas de sueño, problemas
gastrointestinales o irritabilidad que en realidad está enmascarando la depresión o el trastorno de
ansiedad. Muchos pacientes con trastornos de ansiedad tales como el trastorno por estrés postraumático,
el trastorno por crisis de angustia, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo compulsivo
y la fobia social tienen además una depresión. Entre los pacientes con trastorno por estrés postraumático,
un 48% sufrirán un trastorno depresivo en algún momento de su vida. Así mismo, más del 65% de los
pacientes con crisis de pánico tendrán también un episodio depresivo. Entre los pacientes con un trastorno
de ansiedad generalizada, el 42% tendrán un episodio depresivo en su vida. Aproximadamente 67% de
enfermos con trastorno obsesivo compulsivo tendrán también una depresión y entre los pacientes con
fobia social del 34% al 70% podrán experimentar un episodio depresivo.
Es importante tener en cuenta que la mayoría de pacientes con depresión van a presentar al menos
otro episodio depresivo a lo largo de su vida. De hecho, el riesgo de recidiva de la depresión aumenta
progresivamente con cada nuevo episodio depresivo de tal modo que incluso una vez tratados, el riesgo
de recurrencia de un nuevo episodio es del 50% tras un primer episodio, mientras que el riesgo asciende
al 70% tras dos episodios y al 90% tras 3 episodios. Esto es de gran importancia de cara a la prevención,
máxime considerando que el riesgo de recaída disminuye a medida que se alarga el tiempo de remisión, y
a la identificación precoz de los primeros síntomas de una recaída. Finalmente, es importante tener en
cuenta que en la actualidad la depresión es considerada por la Organización Mundial de la Salud como la
cuarta enfermedad causante de discapacidad en el mundo y para el 2020 las estimaciones es que sea ya la
segunda causa, por lo que se ha convertido en una de las enfermedades que con más frecuencia
encontramos en atención primaria y en las consultas privadas de salud mental.
C.1.2. Etiología de los trastornos depresivos
Muchos factores pueden contribuir a la aparición de depresión. Para algunas personas, un
número de factores parecen estar involucrados, mientras que para otras, un solo factor puede causar la
enfermedad. En algunas ocasiones, la gente se puede deprimir sin ninguna razón aparente. Sin embargo,
la ciencia, a través de números estudios defiende, como nosotros opinamos, que la depresión en una
enfermedad mental con factores biológicos, psicológicos y sociales, en ocasiones propios del pacientes
pero en otras con influencias del entorno.
El rótulo de Trastorno Depresivo, es coincidente con una de las subcategorías de los trastornos
del estado de ánimo recogidos en el manual de clasificación de enfermedades mentales DSM-IV-TR. En
este manual se remarca que la característica fundamental sintomática de los trastornos depresivos viene
determinada por el denominado Episodio Depresivo Mayor, cuyos criterios son:
A. Presencia de cinco (o más) de los siguientes síntomas durante un período de 2 semanas, que
representan un cambio respecto a la actividad previa; uno de los síntomas debe ser: estado de
ánimo depresivo o pérdida de interés o de la capacidad para el placer.
1. Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi cada día según lo indica el
propio sujeto (p. ej., se siente triste o vacío) o la observación realizada por otros (p. ej.,
llanto).
2. Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas
las actividades, la mayor parte del día, casi cada día (según refiere el propio sujeto u
observan los demás)
3. Pérdida importante de peso sin hacer régimen o aumento de peso (p. ej., un cambio de
más del 5 % del peso corporal en 1 mes), o pérdida o aumento del apetito casi cada día.
5. Agitación o enlentecimiento psicomotores casi cada día (observable por los demás,
no meras sensaciones de inquietud o de estar enlentecido)
Esta breve descripción de los cambios que caracterizan la entidad de Trastorno Depresivo, puede
entenderse mejor clasificando la alteraciones en tres niveles:
Por todo ello podemos afirmar que el Trastorno Depresivo afecta de un modo global a la persona,
produciéndose cambios que alcanzan multitud de áreas de su comportamiento, lo que supone por parte del
médico o psicólogo evaluar sistemáticamente multitud de aspectos, de entre los cuales estarán, aquellos
aspectos que hayan podido originar y/o mantener el actual estado depresivo.
C.1.4. Diagnóstico
El diagnóstico de la depresión es clínico. Deben descartarse, en primer lugar, causas orgánicas,
medicamentosas o tóxicas compatibles con un cuadro similar al de un trastorno depresivo, pero es en
último término la entrevista clínica la que ofrece los datos necesarios para el diagnóstico, cuando se
cumplen los criterios establecidos.
Una buena evaluación diagnóstica debe incluir una historia médica completa. ¿Cuándo
comenzaron los síntomas, cuánto han durado, cuanto de serios son?. Si el paciente los ha tenido antes, el
médico debe averiguar si los síntomas fueron tratados y qué tratamiento se dio. El médico también debe
preguntar acerca del uso de alcohol y drogas, y si el paciente tiene pensamientos de muerte o suicidio.
Además, la entrevista debe incluir preguntas sobre otros miembros de la familia. ¿Algún pariente ha
tenido depresión y, si fue tratado, qué tratamientos recibió y qué tratamientos fueron efectivos?
Así mismo, se recogerá información de aquellos contenidos objetos de evaluación relevantes
para su tratamiento como pueden ser: el nivel de actividad actual de la persona, las habilidades personales
y sociales que posee y las estrategias de afrontamiento en relación con el problema.
Existen también varios cuestionarios estandarizados que pueden ayudar a discriminar si existe o
no un trastorno depresivo: como el Inventario de Depresión de Beck, la Escala de Depresión de Zung, el
Test de Depresión de Goldberg o el Test de Depresión de Hamilton.
De todos los cuestionarios utilizados para evaluar la depresión, el más ampliamente utilizado es
el Inventario de Depresión de Beck (BDI, BDI-II), creado por Aaron T. Beck y que de forma habitual es
utilizada por los autores de esta obra. Es un auto cuestionario que consta de 21 preguntas de múltiple
respuesta. Es uno de los instrumentos más comúnmente utilizados para medir la profundidad de una
depresión. Las versiones más actuales de este cuestionario están diseñadas para ser utilizadas en personas
a partir de 13 años de edad. Está compuesto por ítems relacionados con síntomas de depresión como la
desesperanza e irritabilidad, cogniciones como la culpa o sentimientos como estar siendo castigado, así
como síntomas físicos relacionados con la depresión, como la fatiga, la pérdida de peso y de apetito
sexual.
Los clínicos utilizamos el término depresión de una forma pretendidamente precisa. Forma parte
de esta precisión la identificación de unos patrones definitorios y la clasificación del tipo de depresión,
como puntos referenciales a la hora de plantearse la intervención terapéutica. Tanto los patrones
definitorios de depresión como la clasificación en tipos de depresión han sido abordados en el apartado
anterior, por lo que nos centraremos en describir los distintos tipos de tratamientos psicológicos que han
demostrado una mayor eficacia científica y terapéutica dentro del ámbito de la depresión, haciendo un
mayor hincapié en el tratamiento cognitivo-conductual.
Teoría conductual. Entiende la depresión como una falta de refuerzos que hace que el que la
padece no actúe, la inactividad lleva al deprimido a no encontrar refuerzos en la sociedad y por lo tanto la
depresión se perpetúa. Desde esta teoría el tratamiento consistiría en la programación de actividades que
comienzan a dar al sujeto los refuerzos que necesita.
Tras el comienzo se establece una realimentación positiva. Pero, dado que uno de los problemas
que plantea el paciente depresivo es que dice no tener fuerzas para hacer nada, que cuando se le cure la
depresión y se sienta bien es cuando saldrá y hará las cosas que le apetecen, se trataría de plantearle lo
contrario, cuando te mueves te refuerzas y te sentirás bien y con ganas de seguir. En este sentido, la
programación de actividad física gradual (caminar, por ejemplo) puede suponer un estímulo positivo en la
recuperación. Dentro de la terapia de Conducta se pueden reconocer seis procedimientos terapéuticos:
1. Programa de Actividades Agradables.
2. Entrenamiento en Habilidades Sociales
3. Curso para el Afrontamiento de la depresión
4. Terapia de Autocontrol
5. Terapia de Solución de Problemas
6. Terapia Conductual de Pareja
Los antidepresivos son un grupo extenso y muy diverso de fármacos utilizados debido a su amplio
perfil farmacológico para un amplio abanico de indicaciones y que además del propio trastorno depresivo
incluye entre sus indicaciones el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo-compulsivo, el
trastorno de pánico, la bulimia nerviosa o el trastorno por estrés post-traumático.
En cualquier caso una característica común de los antidepresivos es que todos ellos presentan un
período inicial de latencia de aproximadamente 3-4 semanas hasta que empiezan aparecer sus efectos
beneficios y durante el cual puede aparecer efectos secundarios específicos de los diversos tipos de
antidepresivos. El desconocimiento de ello por parte de los pacientes les lleva al abandono del
tratamiento.
Los antidepresivos se clasifican en varios grupos químicos y presentan una amplia diversidad de
acciones neurofarmacológicas. Se agrupan en función del mecanismo acción primario de acción que lleva
al efecto antidepresivo, tal como se enumera a continuación:
En resumen, la depresión en una de las enfermedades mentales más frecuentes y que con mayor
prevalencia encontramos en nuestras consultas. Su etiología es multifactorial, con aspectos tanto
orgánicos como psicológicos. Es por ello que consideramos muy importante su diagnóstico, que permita
después afrontar un tratamiento que en la mayoría de los casos debe ser integrado.
Bibliografía
Beck AT, Rush JA, Shaw BF, Emery G. Terapia comitiva de la Depresión. Bilbao: Descclée de
Brouwer. Biblioteca de Psicología. 1983
Espada Sánchez, J.P.; Olivares Rodríguez, J.; Méndez Carrillo, F.J. Terapia Psicológica Madrid,
Pirámide. 2007.
Gabilondo A, Rojas-Farreras S, Vilagut G, Haro JM, Fernández A, Pinto-Meza A, Alonso J.
Epidemiology of major depressive episode in a southern European country: Results from the
ESEMeD-Spain project. J Affect Disord. 2009.
García Higuera, J. La depresión: Tratamiento cognitivo conductual. Madrid: Colegio oficial de
psicólogos.
Heerlein, A. Interpersonal Psychotherapy in the Treatment of Major Depressive Disorder. Revista
chilena de neuro- psiquiatría 2002: 4(1).
Pérez Álvarez,M.; García Montes. Tratamientos psicológiocos eficaces para la depresión.
Psicothema 2001: 13 (3): 493-510.
Stephen M Stahl. Stahl's Essential Psychopharmacology: Neuroscientific Basis and Practical
Applications. New York. Cambridge University Press 2008.
Vázquez, Carmelo; Nieto, Marta y cols. Tratamiento Psicológico en un caso de Depresión Mayor. En
José Pedro Espada; José Olivares y cols. Terapia Psicológica. Casos Prácticos. Madrid: Ediciones
Pirámide. 2007.
Vallejo Pareja, Miguel A. Depresión. En Miguel A. Vallejo Pareja. Manual de Terapia de Conducta.
Volumen I. Madrid: Ediciones Dykinson. 1998.
Vallejo Pareja, M.A. Manual De Terapia de Conducta. Madrid: Dykinson-Psicología, 1998.
C2- Clínica de los Trastornos ansiosos: sintomatología,
epidemiología, evolución y tratamiento
Los trastornos de ansiedad son uno de los trastornos mentales más prevalentes en la población
general y, por tanto, motivo de consulta muy habitual tanto en Atención Primaria como en consultas de
Salud Mental. En la Tabla se exponen los diferentes cuadros clínicos o trastornos de ansiedad, tomando
como referencia los criterios establecidos en el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-IV-TR)”.
En este capítulo nos vamos a centrar en los llamados trastornos por ansiedad, y dentro de ellos en
un tipo de trastorno, el Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG).
C.2.1 Epidemiología
Los trastornos ansiosos son muy frecuentes en la población general con una prevalencia muy
alta. De hecho, Entre el 15 y el 20% de la población española sufre un episodio de ansiedad cada año, y
entre el 25 y el 30% lo padece al menos una vez a lo largo de su vida. Además, de este grupo de
población, aproximadamente un 20% desarrolla un trastorno de pánico con o sin agorafobia. Estos datos
nos demuestran claramente, que este tipo de trastornos son muy habituales en la población. Para verlo de
una forma más global, podríamos añadir que un 7% de la población general sufrirá a lo largo de su vida
un trastorno de pánico y/o agorafobia.
Los estudios sobre Fobia Social indican cifras de prevalencia que van entre el 1’5% y el 3’5% de
la población general. La edad de comienzo, que es anterior a la de otros trastornos de ansiedad, se sitúa
entre los 15 y 20 años, sin embargo, este tipo de personas suelen solicitar ayuda tarde, tan tarde como
entre los 7 y los 20 años de estar sufriendo el problema, ya que hoy en día en nuestra sociedad la timidez
se considera algo normal. Por esto, se ha comprobado que acuden a consulta demandando ayuda para otro
tipo de problemas muy relacionados con su problema: depresión, abuso de sustancias, etc.
En esta línea, según un estudio realizado sobre pacientes de atención primaria en España,
siguiendo criterios del DSM-III-R, se han encontrado unos resultados de una prevalencia de 13.8% para
trastornos de ansiedad. En cuanto a síndromes más concretos arrojan cifras de ansiedad generalizada de
7.3%, un 3% de trastorno de pánico y un 3% de trastorno obsesivo compulsivo.
C.2.2 Etiología
Respecto a los factores que se han demostrado relacionados con la aparición de trastornos de la
ansiedad en general, y del TAG en particular, se han demostrados aspectos tanto biológicos como
psicológicos y sociales (modelo bio-psico-social). Dentro de los biológicos destaca, alteraciones a nivel
de los sistemas de neurotransmisión cerebral tanto serotoninérgicos como noradrenérgicos. Estas
alteraciones, relacionadas también con la sintomatología depresiva y con el dolor, serán más ampliamente
especificadas en el apartado de tratamiento farmacológico, por su importancia a la hora de elegir el
tratamiento.
Así pues, además, existen cuestiones de carácter sociológico y de educación emocional que hacen
que reacciones lógicas ante determinadas situaciones se conviertan en una vorágine de emociones
incontroladas, negativas muchas veces, que hacen que quién se ve envuelta en ellas quede atrapado en
una situación de angustia duradera en el tiempo. Las emociones juegan un papel importante en la
regulación de los sistemas que afectan a la salud. En esta línea, los eventos emocionalmente estresantes
inundan el organismo de cortisol, la hormona del estrés por excelencia. En dosis fisiológicas esta
hormona nos pone en alerta y organiza nuestro comportamiento para que seamos capaces de defendernos.
Pero en grandes dosis nos agota, debilita, desorganiza y nos deprime, cuestiones que en una gran mayoría
de casos se encuentran a la base de los problemas de ansiedad.
A continuación y antes de entrar de lleno en la descripción de los trastornos que nos ocupan, es
conveniente recoger de manera general los síntomas que se encuentran a la base de cualquier trastorno de
ansiedad. A tal efecto, los contextualizamos dentro de los ámbitos en que éstos se manifiestan, sin olvidar
que tanto su descripción como su contextualización suponen el punto de partida en el proceso
psicoterapéutico que se explicará en apartados posteriores. Brevemente, podemos resumirlos en tres
aspectos:
C.2.4 Clínica
CRISIS DE ANGUSTIA O TRASTORNO DE PÁNICO
Se define brevemente como la experiencia de aparición brusca (súbita) de intenso miedo
acompañado de síntomas fisiológicos. Así pues, se considera como característica principal de una crisis
de angustia su aparición aislada y temporal de miedo o malestar intenso, en ausencia de peligro real y de
un impulso a escapar. Su duración es variable alcanzando su máxima expresión en los primeros diez
minutos, apareciendo durante la misma al menos cuatro de los síntomas siguientes: 1) Palpitaciones,
sacudidas del corazón o elevación de la frecuencia cardiaca, 2) Sudoración, 3) Temblores o sacudida, 4)
Sensación de ahogo o falta de aliento, 5) Sensación de atragantarse, 6) Opresión o malestar torácico, 7)
Náuseas o molestias abdominales, 8) Inestabilidad, mareo o desmayo, 9) Desrealización o
despersonalización, 10) Miedo a perder el control o volverse loco, 11) Miedo a morir, 12) Parestesias
(sensación de entumecimiento u hormigueo), 13) Escalofríos o sofocaciones.
La valoración de gravedad de las crisis va a depender del número de síntomas experimentados y
no de la intensidad de los mismos. Los criterios para el diagnóstico exigen también un número mínimo de
crisis, o bien que tras la crisis se haya producido un mes de miedo persistente a la repetición de las
mismas (ansiedad de anticipación). Una vez que el enfermo ha sufrido el ataque, su reacción inmediata es
acudir a un servicio de urgencias, en el que tras descartar manifestaciones orgánicas, mediante la
exploración física que incluye auscultación y electrocardiograma, se le diagnostica como crisis de
angustia, se le administra un tranquilizante y se le envía al domicilio. En general, el paciente queda
sobrecogido ante la incertidumbre y la duda de creer que su problema no ha sido valorado de forma
adecuada.
La ansiedad característica de las crisis de angustia puede diferenciarse de la ansiedad
generalizada, que describiremos más adelante, por su naturaleza intermitente y su gran intensidad. En
relación a las crisis, podemos diferenciar tres tipos: a) Inesperadas (sin relación con estímulos
situacionales). El individuo percibe el ataque de pánico como espontáneo y sin ninguna causa. b)
Situacionales (desencadenadas por estímulos ambientales) y c) Predispuestas por una situación
determinada. Similares a las situacionales aunque no siempre existe una asociación con el estímulo, ni el
episodio aparece inmediatamente después de la exposición.
AGORAFOBIA
Se caracteriza por la aparición de ansiedad o comportamiento de evitación en lugares donde
escapar puede resultar difícil, o bien donde es imposible encontrar ayuda en el caso en que aparezca en
ese momento una crisis de angustia o síntomas similares. Los temores agorafóbicos suelen estar
relacionados con un conjunto de situaciones características, entre las que se incluyen estar solo fuera de
casa; mezclarse con la gente o hacer cola; pasar por un puente, o viajar en autobús, tren o automóvil.
Estas situaciones se evitan (por ejemplo se limita el número de viajes), se resisten a costa de un malestar o
ansiedad significativos por temor a que aparezca una crisis de angustia o síntomas similares a la angustia,
o se hace indispensable la presencia de un conocido para soportarlas.
Las situaciones temidas por los pacientes con agorafobia comparten dos características comunes y
relacionadas: por una parte, son situaciones que limitan los movimientos o la posibilidad de escape y, por
otra, los agorafóbicos temen, no tanto encontrarse en una situación particular, sino el no estar con gente o
no encontrarse en una situación que les proporcione una situación de seguridad.
Un aspecto a tener en cuenta a la hora del diagnóstico es la grave interferencia de este trastorno en
el funcionamiento familiar, laboral y social del paciente, que ve circunscrita su movilidad a los límites de
su casa o a situaciones en que pueda contar con compañía. Por tanto, no es extraño que se asocien otros
aspectos psicopatológicos, siendo uno de los más prevalentes el TAG.
FOBIA ESPECÍFICA
Las fobias constituyen el trastorno psíquico más frecuente en el mundo, siempre que no
incluyamos el criterio de gravedad. Gente de toda condición y edad sufren temores irracionales, excesivos
y fuera de control que conducen a la evitación de la situación u objeto temido. La situación temida puede
ser variada, pero las características que definen una fobia son las siguientes:
La persona que la padece desarrolla un miedo muy intenso, llegando al pánico y al terror cuando
está o imagina estar ante la situación que teme.
El enfermo reconoce que el temor sobrepasa todos los límites razonables y por supuesto desborda
la amenaza real que la situación fóbica plantea.
La respuesta fóbica es automática, no controlable e invasiva; es decir, domina todos los
pensamientos y sentimientos del sujeto dentro de un mundo imaginario de amenazas.
La persona sometida al estímulo fóbico sufre todas las respuestas psicofisiológicas que se asocian
a una situación de miedo extrema (palpitaciones, dificultad para respirar, temblor, sudoración y
un deseo angustioso de salir de esa situación.
La persona evita a toda costa enfrentarse al objeto y situación temidos, por lo que desarrolla una
serie de comportamientos, a veces complejos, tendentes a eludir cualquier posibilidad de que el
enfrentamiento tenga lugar.
Los comportamientos de evitación, la anticipación ansiosa, o el malestar provocados por la(s)
situación(es) temida(s) interfieren acusadamente con la rutina normal de la persona, con las
relaciones laborales (o académicas) o sociales, o bien provocan un malestar clínicamente
significativo.
La categoría diagnóstica de fobia específica puede incluir un gran número de fobias, las cuales no
comparten necesariamente las mismas características clínicas En este sentido, se han establecido
diferencias entre las diversas fobias específicas en cuanto a edad, y tipo de comienzo, sexo, patrón de
respuesta fisiológica, experiencia emocional subjetiva, antecedentes familiares y curso y respuesta al
tratamiento. No obstante, podemos establecer cinco grandes grupos de entre las fobias específicas más
comunes:
1. Tipo animal. El miedo es causado por uno o más tipos de animales, siendo los más temidos las
serpientes, arañas, insectos, gatos, ratones y pájaros.
2. Tipo ambiental. El miedo es provocado por situaciones naturales tales como tormentas, viento,
alturas, agua, oscuridad, etc.
3. Tipo sangre-inyecciones-daño. El miedo es inducido por la visión de sangre/heridas o recibir
inyecciones u otras intervenciones médicas invasivas.
4. Tipo situacional. El miedo es inducido por situaciones específicas como: transportes públicos,
túneles, puentes, ascensores, aviones, coches (conducir o viajar), lugares cerrados.
5. Otros tipos. Se incluyen situaciones como evitación fóbica de situaciones que pueden provocar
atragantamiento, vómito o adquisición de una enfermedad; en los niños, evitación de sonidos
intensos o personas disfrazadas.
FOBIA SOCIAL
El motivo último por el que una persona se engloba dentro de esta categoría diagnóstica es el
miedo a sentirse en ridículo en presencia de personas desconocidas. A causa de estos temores, el sujeto
restringe sus actividades de comunicación, tratando de no encontrarse en ningún momento frente a un
grupo que lo observe. En este contexto, las situaciones peores para el fóbico social son tener que hablar
en público, comer, beber o escribir en presencia de otros. Los criterios complementarios para el
diagnóstico de fobia social son los que aparecen continuación: 1) La exposición a las situaciones sociales
temidas provoca casi invariablemente una respuesta de ansiedad. 2) La persona reconoce que este miedo
es excesivo o irracional. 3) Las situaciones sociales o actuaciones en público temidas se evitan o se
afrontan con malestar intenso. 4) Las conductas de evitación, anticipación ansiosa o el malestar general
por las situaciones interfieren en el funcionamiento diario del individuo, las relaciones interpersonales, y
le producen un malestar significativo. 5) En personas menores de 18 años la duración del cuadro debe
prolongarse como mínimo 6 meses. 6) El miedo o el conducta de evitación no se deben a los efectos
fisiológicos directos de una sustancia tóxica o de una enfermedad médica y no pueden explicarse mejor
por la presencia de otro trastorno metal y 7) Si hay una enfermedad médica u otro trastorno mental, el
temor descrito no se relaciona con estos procesos, es decir, el miedo no surge ante el hecho de
tartamudear, de sufrir un ataque de pánico, de temblar, etc.
Una cuestión que habría que especificar dentro de este cuadro clínico, es el hecho de si los
temores se relacionan a la mayoría de las situaciones sociales, cabe la posibilidad de considerar también
el diagnóstico adicional de trastorno de la personalidad por evitación. Además los síntomas
psicofisiológicos presentes en la fobia social son la sudoración, el temblor, la taquicardia y,
especialmente, el rubor facial. Son síntomas visibles y abiertos, por tanto, a la observación de los demás.
Los pacientes tienden a percibirlos como señales de incapacidad, de defecto y, en última instancia de falta
de valía personal, lo que conduce a devaluar su autoestima. De manera, que no es casual que estos
síntomas fisiológicos se conviertan en el problema fundamental para el paciente, por lo que esto nos
aproxima al concepto de que la fobia social tiene como núcleo el enfrentamiento con el temor al
rendimiento ante los demás o, a la inversa, al fracaso.
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), desde su descripción por Esquirol en 1863, ha
constituido un reto para todos aquellos que han intentado descubrir sus causas, su evaluación y su
tratamiento. El TOC no es una categoría homogénea. En El DSM-IV es clasificado como un trastorno de
ansiedad, pero existe una amplia comorbilidad con diferentes trastornos, tales como ansiedad, depresión,
anorexia nerviosa, trastornos por tic, trastornos de control de impulsos o del espectro autista (trastorno
Asperger). Además, existe también una alta comorbilidad de los pacientes con TOC con trastornos de la
personalidad (el 75% de los pacientes asocian al menos un trastorno de personalidad). Sin embargo,
podemos establecer un perfil característico en los pacientes con TOC: se trataría de pacientes con altos
niveles de ansiedad, con facilidad para fatigarse y que evitan situaciones que puedan causarles daño.
El TOC es uno de los cuadros de ansiedad más frecuentes en el que, a diferencia de otros en los
que el peligro percibido por el paciente es un objeto o situación externos, en el caso del TOC el suceso
peligroso es un pensamiento, imagen o impulso internos que el individuo trata sistemáticamente de evitar
sin demasiado éxito. En definitiva, se caracteriza por la presencia de obsesiones y compulsiones.
Las obsesiones se definen por pensamientos, imágenes o impulsos intrusivos que son
considerados por el paciente como inaceptables, absurdos y disparatados y ante los cuales trata de
resistirse y eliminar. Su aparición se asocia a altos niveles de ansiedad y a una necesidad imperiosa de
neutralizar dicha obsesión y sus consecuencias. Las más comunes son: ideas de contaminación, impulsos
agresivos hacia uno mismo u otras personas (sentir el impulso de matar), ideas sobre la ocurrencia de
daños accidentales (“explosión de gas, producir un accidente de tráfico”), ideas sobre aspectos religiosos
(“blasfemar, dudas religiosas”), pensamientos intrusivos de contenido sexual, necesidad de simetría y/o
orden, tonadillas musicales pegadizas, contar objetos
Las compulsiones se definen por conductas y/o pensamientos que el sujeto realiza, en función de
unas reglas preestablecidas, con el objetivo de neutralizar el contenido obsesivo y reducir, así, la ansiedad
producida por su aparición. Las más comunes son: revisar, ordenar, arreglar, lavarse, limpiar. Es
importante tener en cuanta que las compulsiones no son siempre conductas motoras, sino que pueden ser
encubiertas, en el que el pensamiento neutralizante es idéntico a la obsesión. Del mismo modo, es posible
encontrar la presencia de conductas ritualistas manifiestas sin que exista una obsesión precedente. En
estos casos el paciente anticipa la aparición del pensamiento intrusito y para evitar su aparición, realiza la
conducta compulsiva como evitación del mismo.
De otro lado, la ansiedad, la preocupación o los síntomas físicos provocan malestar clínicamente
significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. En el
caso de los niños y adolescentes tienden a preocuparse excesivamente por su competencia o la calidad de
su actuación en el ámbito escolar o deportivo. Otros temas de preocupación son la puntualidad, los
acontecimientos catastrofistas (terremotos, guerra nuclear). Los niños con TAG pueden presentarse como
perfeccionistas, conformistas, inseguros de sí mismos e inclinados a repetir trabajos por pura
insatisfacción de no ser perfectos. También buscan demasiado la aprobación y ser tranquilizados en
exceso en relación a su actuación y preocupaciones.
Como criterio último de diagnosis, las alteraciones que sufren los pacientes con TAG no han de
deberse a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (drogas, fármacos) o a una enfermedad médica
(por ejemplo el hipertiroidismo) y, no aparecer exclusivamente en el transcurso de un trastorno del estado
de ánimo, un trastorno psicótico o un trastorno generalizado del desarrollo.
C.2.5. Tratamiento
C.2.5.1 Tratamiento psicológico
TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA
El tratamiento psicológico de elección para el TAG, de acuerdo con la evidencia empírica, es el
cognitivo conductual. Considerando que el presente libro tiene el cometido de servir como guía sencilla y
útil para el tratamiento de los trastornos depresivos o ansiosos, en las siguientes líneas nos centraremos en
describir este tipo de tratamiento, sin detenernos en otros tipos de terapia que también pueden resultar
eficaces para el tratamiento del TAG. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es un tratamiento que suele
incluir información adecuada sobre los procesos psicológicos que intervienen en el desarrollo y
mantenimiento del TAG y el pánico, el entrenamiento en relajación, respiración controlada,
reestructuración cognitiva, exposición interoceptiva, (auto)exposición en vivo y auto registros. El
tratamiento psicológico de orientación cognitivo conductual, no solo se limita al empleo de las técnicas
descritas en el apartado anterior, para que el paciente modifique sus conductas. Supone también, entre
otras cosas, escuchar con atención lo que el paciente tiene que decir y buscar qué aspectos personales,
sociales, familiares, etc., son responsables del problema. Esto es, comprender al paciente y su entorno. El
médico o el psicólogo intervienen también para motivar al paciente, generar seguridad, así como
conseguir su implicación en el tratamiento y contribución a alcanzar los objetivos terapéuticos.
El tratamiento es breve y focalizado en los problemas actuales. Breve se refiere al uso del tiempo
adecuado para lograr los objetivos planteados, si bien la duración varía en relación al diagnóstico, la
coexistencia de otros diagnósticos que compliquen el cuadro, la historia personal, el tiempo de evolución
de la enfermedad y los recursos personales. Además debe ser focalizado, porque trata directamente los
problemas que perturban la vida del paciente, investiga los estímulos que los provocan y sus
consecuencias y brinda a la persona herramientas y técnicas para ganar control sobre sus síntomas,
iniciando así el camino para la erradicación de los mismos. El objetivo final es la recuperación de un
estilo de vida y autonomía personal normales, libre de estados de ansiedad inapropiada o preocupación
excesiva.
La TCC se basa en la Psicología Experimental, en las Teorías del Procesamiento de la
Información y en las Teorías del Aprendizaje. Participa de una concepción multidimensional del TAG,
según la cual estaría compuesta, al menos, por tres sistemas que pueden actuar de forma independiente:
conducta motora, reactividad fisiológica y cambios subjetivos-cognitivos. Su eficacia ha sido estudiada y
probada en numerosos estudios, oportunamente publicados en libros y revistas especializadas. Está
dirigida a identificar y cambiar las ideas erróneas o pensamientos automáticos (aspectos cognitivos) y las
conductas no deseadas, limitadas o condicionadas por la ansiedad o el temor (aspectos conductuales) que
contribuyen a generar síntomas y circunstancias propicias para el desarrollo y mantenimiento del TAG.
Debemos destacar que durante la intervención el paciente precisa implicarse activamente en el
tratamiento, de tal forma que además de las sesiones con el terapeuta, debe desarrollar las diferentes
tareas asignadas por el psicólogo.
En general, las estrategias de tratamiento de los trastornos de ansiedad, de acuerdo con la terapia
cognitivo conductual, utilizan una serie de técnicas que suelen combinarse en su aplicación, atendiendo
básicamente a dos consideraciones: la naturaleza del trastorno y las características del paciente. A
continuación describimos brevemente las técnicas más utilizadas.
Técnicas cognitivas. Las técnicas cognitivas están basadas en la consideración de que el proceso
de percepción -consciente o no- de los estímulos que generan ansiedad, así como las actitudes y estilos de
vida del paciente, tienen un papel relevante en el origen y mantenimiento de los trastornos de ansiedad.
Así mismo, se considera que instruir al paciente en el conocimiento sobre el propio trastorno, su origen y
factores que contribuyen a su mantenimiento es una parte importante en el tratamiento. Por tanto, en su
aplicación generalmente hay que comenzar por dar información sobre el trastorno, establecer
compromisos para su implicación en el tratamiento y su consideración como sujeto activo en el proceso
de curación. Básicamente se debe ayudar a identificar pensamientos negativos, errores en la interpretación
de la realidad y tendencias individuales que generan ansiedad para después instruir al paciente a cambiar
estas tendencias o procesos. Todo ello implica la plena participación del paciente en el proceso de
tratamiento.
Técnicas de relajación y respiración. Enseñan a las personas a relajarse, contribuyen a disminuir
la activación fisiológica, destensar los músculos y respirar correctamente. Requieren una práctica diaria.
Existen diversos tipo de técnicas de relajación: muscular progresiva, respiración, imaginación y, la
técnica más utilizada, la relajación muscular progresiva de Jacobson. Entrenar en técnicas de relajación
puede acarrear beneficios en otros aspectos de la vida del paciente.
El Principio de la Exposición. El cambio de los patrones cognitivos por otros más adaptativos no
es suficiente por sí mismo para el éxito en la terapia en determinados trastornos de ansiedad.
Especialmente en los TOC, la Agorafobia, o las fobias específicas es necesaria la exposición a los
estímulos temidos para obtener un éxito en el tratamiento. Algunas investigaciones demuestran que los
tratamientos que no incluyen el ingrediente de la exposición, no muestran efectos perdurables. Durante la
intervención se resalta la necesidad de exponerse a las situaciones temidas, acercándose a los estímulos
que provocan la ansiedad (bajo situación de control), todo ello bajo el principio de aproximaciones
sucesivas y progresando de menor a mayor dificultad. El principio del refuerzo es fundamental (premiarse
por los éxitos, y corregir ante los fracasos, en lugar de castigarse).
Entrenamiento en Habilidades Sociales. Diversos estudios apuntan la existencia de una relación
inversamente proporcional entre la ansiedad y el comportamiento socialmente hábil. Tal es así, que en las
intervenciones realizadas con programas de entrenamiento en habilidades sociales, no sólo se obtiene de
forma directa una mejoría de estas, sino que, de forma indirecta parecen facilitarse importantes
reducciones de la ansiedad, incluso en sus manifestaciones clínicas. Principalmente la ansiedad social está
muy relacionada con la falta de habilidades sociales. Terapéuticamente consideramos las habilidades
sociales como conductas manifiestas; es decir, un conjunto de estrategias y capacidades de actuación
aprendidas y que se manifiestan en situaciones de relaciones interpersonal, incluyendo comportamientos
verbales y no verbales, específicos y discretos y están dirigidas a la obtención de reforzamientos sociales
tanto externos como internos o personales (autorrefuerzo, autoestima). Las habilidades sociales se
organizan en distintos niveles de complejidad, los cuales mantienen una cierta jerarquía, cuyas estructuras
se desarrollan desde un nivel molar (p.ej: habilidades de interacción social), hasta llegar a uno molecular
(p.ej: mantener contacto ocular), habiendo pasando por niveles intermedios (p.ej: decir "no").
TRASTORNO DE PÁNICO
Desde la perspectiva de la Terapia Cognitiva (TC) la persona que sufre Trastorno de Pánico (TP)
recurrentes lo hace debido a una tendencia a interpretar de forma errónea y catastrófica las sensaciones
corporales que experimenta (ej. estoy teniendo un ataque cardíaco, no podré respirar y me moriré, me
estoy volviendo loco, voy a perder el control, etc.). Estas interpretaciones erróneas dan lugar a un
incremento de la ansiedad, lo cual a su vez incrementa las sensaciones y se produce un círculo vicioso que
culmina en un TP. El tratamiento de los TP incluye varios componentes todos ellos pensados para ayudar
a la persona a identificar y someter a prueba la adecuación de sus interpretaciones y para ayudarla a
sustituir tales interpretaciones por otras más realistas. Por una parte, un componente educativo en el que
se explica a la persona lo que ocurre en un TP. Por otra un importante componente cognitivo en el que se
ayuda a la persona a identificar y retar las interpretaciones erróneas. También se incluye la exposición
controlada hacia las sensaciones temidas que pueden desencadenar un ataque de pánico, como la
hiperventilación, o focalización de la atención hacia determinadas sensaciones corporales subjetivas, con
el objeto de que el paciente recupere la seguridad pierda el miedo al pánico y cesen sus predicciones
negativas acerca de las consecuencias de los síntomas.
Una intervención complementaria que aumenta la eficacia en el tratamiento, consiste en el
entrenamiento en relajación aplicada. Se trata de una variación del entrenamiento en relajación progresiva
de Jacobson. El entrenamiento suele durar unas 10-12 sesiones. Durante las primeras dos sesiones se
explica a la persona la base lógica del procedimiento y de qué forma éste le podrá ayudar a vencer el TP.
Se entrena a la persona en el procedimiento de tensión-relajación y, gradualmente, se introduce la
relajación sin tensión (relajación por evocación), la relajación condicionada, la relajación diferencial y la
relajación rápida. A lo largo de todo el proceso, se insiste en que la persona identifique los signos de
ansiedad que desencadenan las situaciones temidas y que aprenda a utilizarlos como señales para poner en
marcha la relajación. Al final, la persona tiene que ser capaz de poner en marcha la nueva habilidad que
supone la relajación ante las situaciones tanto de pánico como agorafóbicas.
AGORAFOBIA
En el tratamiento psicológico de la agorafobia podemos destacar dos tipos de intervenciones
eficaces: la exposición y/o autoexposición en vivo. El procedimiento de exposición se explicará con más
detalle, por su similitud, en el aparatado destinado a las fobias específicas, e implica que el paciente se
exponga en la vida real y de un modo sistemático a las situaciones que teme y evita. Las variantes más
utilizadas en el procedimiento de exposición no difieren en eficacia; y se utilizan en función de las
características del paciente, unas implican una mayor asistencia por parte del terapeuta, mientras que otras
son básicamente técnicas supervisadas de autoexposición.
Estas variantes son: a) Exposición prolongada, más o menos gradual, a cada situación, con la
asistencia del terapeuta y permaneciendo en la misma hasta que la ansiedad se reduce significativamente.
b) Exposición autocontrolada más autoobservación, el proceso es el siguiente: tras 2-5 sesiones con el
terapeuta, de autoexposición gradual en la que se permite el escape temporal a un lugar donde el paciente
se sienta más seguro (por ejemplo, abandonar un gran almacén, trasladarse a una zona menos concurrida
o situarse cerca de la puerta) en el caso de experimentar una ansiedad excesiva; luego registra el tiempo
pasado fuera y vuelve a la situación. c) Práctica programada, se siguen las pautas de la Exposición
prolongada y graduada que sigue las pautas descritas, pero la asistencia del terapeuta durante la misma es
realizada por el cónyuge o un amigo. El terapeuta mantiene unos pocos contactos con el paciente, éste
lleva un diario de sus prácticas y cuenta, al igual que su compañero, con un manual de autoayuda, que es
el elemento diferenciador más importante de esta variante.
En los tres supuestos se produce una progresión en función de los avances con la exposición a
distintas situaciones y aumentando la dificultad hasta conseguir una autonomía normal en su vida
cotidiana. No está del todo claro si es mejor una periodicidad diaria o semanal de la Exposición, aunque,
evidentemente los pacientes que más y mejor cumplen con las actividades de autoexposición tienden a
mejorar más. En líneas generales en todos los casos es conveniente experimentar algo de ansiedad cuando
se afrontan las situaciones evitadas, pero no tanta que interfiera con el procesamiento emocional de las
señales de miedo. En general puede ser recomendable, existen pacientes que no quieren ayuda o bien se
determina que el paciente puede efectuar las tareas por sí mismo, implicar a personas significativas
(cónyuges, padres) en la terapia con el fin de discutir y cambiar los patrones de interacción que pudieran
estar impidiendo la superación de los problemas agorafóbicos. También suelen haber menos abandonos
del tratamiento. En el caso de los adolescentes, los padres pueden ser incluidos en el tratamiento de un
modo similar al descrito para el compañero.
FOBIAS ESPECÍFICAS
Las fobias específicas se definen como miedos persistentes e irracionales ligados a estímulos o
situaciones específicas que pueden conducir a la evitación de dichos estímulos o situaciones. El miedo
fóbico se manifiesta en respuestas motoras, cognitivas y fisiológicas que pueden diferir entre individuos.
Así, mientras que unos son capaces de soportar la situación temida, aunque con un gran malestar
subjetivo y fisiológico, otros se caracterizan principalmente por mostrar una marcada evitación de la
situación a la que temen. Para el tratamiento de las fobias se utilizan distintas técnicas que tienen como
elemento común la exposición al estímulo temido, ya que de las teorías explicativas conductuales se
desprende que dicha exposición, en ausencia de las consecuencias temidas, tendrá como resultado la
extinción de las reacciones fóbicas. Las técnicas de intervención difieren en alguno de los siguientes
parámetros: a) en la forma en que se presenta el estímulo temido (directamente o indirectamente, tiempo y
tasa de exposición, etc.); b) en el tipo de respuesta de los pacientes ante el estímulo fóbico; c) en el tipo de
ayudas para la inducción de la respuesta del paciente (terapeuta presente, modelado del terapeuta, etc.); o
d) en la utilización o no utilización de estrategias de control cognitivo para que los pacientes aprendan a
modificar las respuestas cognitivas frente a los estímulos temidos.
La exposición en vivo es considerada como el tratamiento más potente para las fobias
específicas. Sin embargo existen algunas excepciones. La elección de exposición en imágenes es
preferible en aquellos casos donde la exposición real sea difícilmente manipulable por parte del terapeuta,
como por ejemplo el miedo a las tormentas y, especialmente, a los truenos o relámpagos; miedo a viajar
en avión, especialmente en aquellos casos donde el despegue ocupe un lugar predominante o el miedo se
incremente principalmente ante las turbulencias. Además, debemos considerar la exposición en imágenes
como alternativa frente a la real en aquellos casos en que el paciente muestre serias reticencias a la terapia
de exposición con estímulo fóbico real. También es apropiada cuando se advierte el posible abandono de
la terapia si se les va a someter directamente al estímulo fóbico o ante la experiencia de pánico intenso
que dificulta cualquier habituación con la presencia del estímulo fóbico real.
En líneas generales la exposición prolongada es mejor que la corta, el procedimiento habitual
sería:
1. El paciente se compromete a mantenerse en la situación de exposición hasta que la ansiedad
desaparezca y no escapar de la situación durante el tratamiento.
2. Se anima al paciente a aproximarse al estímulo fóbico lo máximo posible y a mantenerse hasta
que la ansiedad disminuya o desaparezca por completo.
3. Cuando la ansiedad disminuye se le insta al paciente a que se aproxime más al estímulo
fóbico, a que permanezca hasta que disminuya la ansiedad, y a que se vaya acercando lo máximo
posible.
4. La sesión de terapia termina únicamente cuando el nivel de ansiedad se ha reducido un 50%
del valor más alto, o cuando ha desaparecido por completo.
La exposición masiva y prolongada incrementa su eficacia si el terapeuta modela los primeros
acercamientos y si es posible dar una información razonable al paciente del porqué del método, del
propósito del tratamiento. En aquellas fobias donde la presentación del estímulo fóbico pueda realmente
verse libre de todo peligro real, es decir, que la exposición al estímulo fóbico no es seguida de ninguna
consecuencia temida, se incrementará la eficacia. Por ejemplo, la fobia a animales (arañas, gatos, perros,
ratones, etc.), a las alturas, a lugares cerrados, son candidatos a que se aplique este tipo de exposición.
Lo característico de la mayoría de las terapias que incluyen componentes cognitivos a la terapia
de exposición radica, justamente, en facilitar instrumentos que predispongan al paciente a tal exposición.
Esto es, la preocupación de muchos terapeutas se centra en evitar posibles sabotajes que el paciente puede
poner en marcha (consciente o inconscientemente) a la hora de tenerse que enfrentar a algo
profundamente temido. Además, no podemos olvidar que algunos pacientes han tenido la experiencia de
verse sometidos al estímulo fóbico, y no sólo no han salido de tal experiencia «curados», sino que, por el
contrario, han incrementado y sensibilizado su fobia. La exposición debe ser una herramienta bien
argumentada para pacientes con tales experiencias.
FOBIA SOCIAL
La fobia social es un trastorno que se caracteriza fundamentalmente por el miedo persistente y
acusado a situaciones sociales o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas, exposición
que tiende a producir invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad (puede ser generalizada o
específica a ciertas situaciones). Los aspectos esenciales de la fobia social son recogidos plenamente por
el modelo cognitivo, que valora como núcleo central el contenido de los pensamientos que las personas
que padecen este trastorno tienen, es decir, el miedo a tener una exposición inadecuada ante los otros, a
hacer el ridículo, lo que les lleva a mantener también un estado de alerta y vigilancia ante este tipo de
peligros. En la fobia social es el contenido de los pensamientos el elemento que más interés ha suscitado,
y los estudios sobre ese contenido muestran consistentemente la orientación cognitiva de los
pensamientos y la distorsión de sus autopercepciones.
El abordaje terapéutico en este trastorno el tratamiento de exposición en estos casos es similar al
de la mayoría de las fobias, pero la intervención cognitiva adquiere una dimensión especial y va dirigida
fundamentalmente hacia las ideas irracionales, y pensamientos automáticos negativos, intentando cambiar
los sentimientos de inseguridad y buscando incrementar su autoestima.
TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es uno de los trastornos de ansiedad cuyo tratamiento
puede considerarse como más difícil, además los pacientes no suelen reconocer lo excesivo de sus
obsesiones o compulsiones y tienen poca conciencia de la enfermedad. Las obsesiones se definen, tal y
como se ha explicado anteriormente, como pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes que se
experimentan como ajenos, intrusos e inapropiados y que causan ansiedad y malestar. Estos
pensamientos, de mayor entidad que las preocupaciones más o menos excesivas de la vida normal, son
combatidos por el paciente, quien, aun reconociéndolos como propios, se ve incapaz de controlarlos. Las
compulsiones vienen definidas como comportamientos o pensamientos de carácter repetitivo, incluso
reglado, a los que se ve impelido el paciente en respuesta a la obsesión y, con la finalidad de reducir la
ansiedad y el malestar generado por ésta. Aun cuando la compulsión no está ligada de forma realista o
proporcionada a combatir la ansiedad o el malestar percibido.
La exposición con prevención de respuesta ha demostrado ampliamente ser el tratamiento
psicológico de elección para el TOC. La prevención de respuesta, es una técnica muy específica para los
TOC, supone instruir al paciente para que demore la realización de la compulsión o ritual (generalmente
de comprobación o limpieza) que va ligada a la obsesión, esta demora que en principio suele ser muy
breve, progresivamente se va dilatando hasta conseguir la prevención total de las respuestas compulsivas.
Es importante señalar que la cronicidad no es un factor relevante de pronóstico, aunque el
problema haya persistido durante años, puede desaparecer o paliarse en pocas semanas. El efecto
terapéutico es menor en aquellos pacientes que inician el tratamiento deprimidos y ansiosos, o con una
pobre adaptación social, conyugal o laboral.
Por último realizaremos unos consejos y especificaciones prácticas respecto a los tratamientos
más utilizados.
Benzodiacepinas: Las benzodiacepinas tienen diversas indicaciones, siendo un instrumento clave
en el manejo farmacológico de los trastornos de ansiedad por sus efectos ansiolíticos. Por tanto son
fármacos de uso habitual en crisis de angustia, ansiedad somatizada, síntomas obsesivos o fóbicos.
Además de estas indicaciones, las benzodiacepinas se usan como hipnóticos, inducción a la anestesia
(midazolam), relajantes musculares o anticomiciales. Su efecto es agonista puro del receptor GABA, su
metabolización es principalmente hepática y se eliminan a través de la orina. Hay que tener en cuenta cual
es la vida media de la benzodiacepina a usar para calcular las tomas diarias. Salvo en excepciones
concretas, siempre es preferible emplear aquellas que son de vida media larga o las formulaciones retard
de algunas de vida media corta (alprazolam) para facilitar la cumplimentación y minimizar los posibles
problemas de dependencia de benzodiacepinas. Se reservan las benzodiacepinas de vida media corta, en
general, para su uso en ancianos, hepatópatas o cualquier situación que implique un enlentecimiento en su
metabolización y por tanto su acumulación plasmática.
Es importante conocer que las benzodiacepinas se deben de retirar siempre de forma progresiva
para evitar síndromes de retirada, ya que en casos de consumo importante en los que se retiran de forma
brusca, se puede inducir cuadros graves de convulsiones, cuadros confusionales o muerte. Los efectos
adversos más frecuentes de las benzodiacepinas son sedación, mareo, hipotonía muscular, fatiga,
enlentecimiento psicomotor, sequedad de boca o estreñimiento. Hay que destacar especialmente la
interacción de las benzodiacepinas con el alcohol, que podría ocasionar depresión respiratoria con graves
consecuencias. Las sobreingestas voluntarias de benzodiacepinas son relativamente habituales, sobretodo
en pacientes con intentos autolíticos de repetición; en estos casos se utiliza Flumazenil como antídoto.
Las benzodiacepinas más utilizadas en la práctica habitual agrupadas en función de su vida
media, son las siguientes:
- Vida media muy corta (menos de 6 horas): Midazolam
- Vida media corta (6-14 horas): Loracepam y Alprazolam
- Vida media intermedia (12-24 horas): Bromazepam y Clonazepam
- Vida media larga (más de 24 horas): Diacepan y Cloracepato
Antidepresivos. Los ISRS y los ISRN han demostrado que son el tratamiento eficaz y de elección
a medio y largo plazo del TAG puesto que su acción es curativa, mientras que los ansiolíticos sólo alivian
temporalmente. Los estudios realizados a largo plazo en el tratamiento del TAG con ISRS e ISRN
apuntan a un mismo nivel. Por otra parte, dentro del grupo de los ISRN, la Duloxetina y la Venlafaxina,
presentan eficacia similares y en ambos casos se recomienda emplear dosis variables de dichos fármacos (
entre 75 y 300 mg diarios de Venlafaxina y de 60 a 120 mg diarios de Duloxetina). Sin embargo, en el
caso de la Venlafaxina hay que tener en cuenta la existencia de HTA previa del paciente puesto que puede
provocar aumentos de tensión arterial, además en nuestra experiencia la duloxetina es mejor tolerada por
lo pacientes, sobre todo en las franjas altas de las dosis.
Es importante hacer una buena exploración psicopatológica del paciente con TAG para
diagnosticar y tratar patologías comórbidas como la depresión. Esto influirá a la hora de elegir el
antidepresivo teniendo en cuenta su potencia antidepresiva y efecto sobre síntomas que no son
propiamente ansiosos, pero que se asocian con frecuencia como la apatía, la anhedonia, anérgia o la
hipotimia.
Así pues, el tratamiento de elección son los antidepresivos serotoninérgicos. Los más utilizados,
por lo general, son la clomipramina y los ISRS.
La clomipramina es un potente, aunque no selectivo, inhibidor de la recaptación de serotonina.
Es un antidepresivo tricíclico de potente acción antidepresiva y antiobsesiva. Por contrapartida tiene
efectos secundarios de tipo anticolinérgico (sequedad de boca, estreñimiento, visión borrosa, etc) que
hace que su tolerancia sea regular en algunos pacientes. Las dosis que se emplean en el tratamiento del
TOC estarían entre 150 y 300 mg diarios.
Los ISRS, tienen todos efecto antiobsesivo, teniendo cada uno de ellos sus peculiaridades
individuales. Algunos pacientes responden mucho mejor a un ISRS que a otro, por lo que si con un
determinado ISRS no se obtiene respuesta, una opción terapéutica sería cambiarlo por otro. Las dosis a
las que se emplean los distintos ISRS y algunas particularidades:
- Fluoxetina: 40–80 mg. Muy buen perfil antiobsesivo.
- Sertralina: 200–300 mg. Es el ISRS de elección en el TOC en niños y en pacientes con
insuficiencia renal.
- Citalopram: 40–80 mg. Actualmnete se usa escitalopram por su mayor potencia y perfil
prácticamente idéntico.
- Escitalopram: 20–40 mg. De elección en hepatopatías y sujetos polimedicados, presenta
escasas interacciones farmacológicas.
- Paroxetina: 20–80 mg. Buen control de los síntomas ansiosos. Se asocia con más
frecuencia que otros ISRS al síndrome de retirada.
- Fluvoxamina 150–300 mg. Presenta mayor número de interacciones.
Cuando la respuesta es parcial o no hay mejoría se pueden usar otras estrategias, siendo las más
habituales las siguientes:
- Cambiar el antidepresivo usando otros fármacos de acción noradrenérgica asociada a la
serotoninérgica como la Duloxetina o la Venlafaxina.
- Asociar ISRS a clomipramina (escitalopram y sertralina son los que con mayor facilidad se
asocian).
- Añadir antipsicóticos atípicos a dosis bajas.
- Se podrán usar de forma concomitante benzodiacepinas u otros fármacos de acción
ansiolítica para tratar otros síntomas ansiosos.
Es importante tener en cuenta ciertas particularidades y diferencias entre el tratamiento con
antidepresivos del TOC y de la depresión, especialmnete que el inicio de la respuesta suele ser más lento
en el TOC que en la depresión y que las dosis eficaz de fármacos antidepresivos es mayor en el TOC que
en la depresión.
Fobia Social
Se desconoce la base biológica de la Fobia Social, pero por el tipo de síntomas que aparecen en
esta patología como son el temblor, las taquicardias y el rubor facial se sospecha de una hiperactividad
noradrenérgica. En pacientes fóbicos sociales es importante, para poder identificar y tratar, investigar si
existe consumo abusivo de alcohol, ya que muchos de ellos utilizan la capacidad desinhibir del alcohol
para vencer su fobia.
El tratamiento de elección en general de la Fobia Social son los antidepresivos ISRS, aunque los
ISRN también son una buena elección por las aleraciones noradrenérgicas pero, sobretodo, si existe
clínica depresiva franca concomitante.
Los fármacos de acción beta-bloqueante son útiles para situaciones concretas que provoquen
síntomas de Fobia Social autolimitados, por ejemplo hablar en público. Sin embargo, cuando el problema
es generalizado, estos fármacos no son efectivos.
Fobia específica
Aunque por lo general el tratamiento es psicoterapéutico, principalmente basado en la exposición
progresiva, en numerosas ocasiones es necesario recurrir a los psicofármacos para facilitar la terapia, por
el malestar que genera la propia fobia o por presentar patología asociada. La pauta de tratamiento sería
similar a la de la Fobia Social.
En cualquier caso, en la mayoría de los casos el tratamiento integrado dará mejores resultados,
sobre todo en los que la clínica manifieste que el cuadro no es ni leve ni moderado.
Bibliografía
Arnow BA, Hunkeler EM, Blasey CM y cols. Comorbid depression, cronic pain, and disability
in primary care. Phichosom Med 2006;68(2):262-8.
Caballo V. Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos psicológicos:
Trastornos de ansiedad, sexuales, afectivos y psicóticos. Madrid: Siglo XXI, 1997.
Cano A. La ansiedad. Claves para vencerla. Málaga: Editorial Arguval, 2004.
Chocrón L, Vilalta J, Legazpi I y cols. Prevalencia de Psicopatología en un centro de atención
primaria. Atención Primaria 1995;16:586-90.
Echeburúa E. Avances en el tratamiento psicológico de los trastornos de ansiedad. Madrid:
Pirámide, 1992.
López-Ibor JJ. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR).
Barcelona: Masson, 2002.
Marks IM. Miedos, fobias y rituales. Barcelona: Martínez Roca, 1991.
Punset E. Brújula para navegantes emocionales. Madrid: Aguilar, 2008.
Roca E. Como superar el pánico (con o sin agorafobia). Valencia: ACDE Ediciones, 2005.
Saiz J. La Ansiedad. Barcelona: EMEKA Editores, 1993.
Stein D, Hollander E. Tratado de los trastornos de ansiedad. Barcelona: Ars Médica, 2004.
Vallejo J, Leal C. Tratado de Psiquiaría. Barcelona: Ars Médica, 2005.
Vallejo MA. Trastorno de Ansiedad generalizada. En: Manual de Terapia de Conducta. Vallejo
MA (eds). Madrid: Ediciones Dykinson, 1998.
Vázquez C, Nieto M y cols. Tratamiento Psicológico en un caso de Trastorno por Angustia. En:
Terapia Psicológica. Casos Prácticos. Espada JP, Olivares J (eds). Madrid: Ediciones Pirámide,
2007.
D- Trastornos de personalidad del Grupo C: Por evitación, por
dependencia, obsesivo compulsivo, o no especificado
D.1. ¿Qué es un trastorno de personalidad?
El estudio científico de la personalidad humana es una de las áreas de investigación y teorización
psicológicas más importantes y con mayor tradición. Seguramente por esto, resulta bastante difícil
encontrar una definición de “personalidad” que satisfaga a todos los profesionales. Con todo, la mayoría
de especialistas coincide en destacar la complejidad de la “personalidad” humana, y en incluir en su
concepto un amplio y variado conjunto de características (intrapsíquicas, comportamentales, biológicas y
socioculturales), que se manifiestan en una amplia gama de situaciones y contextos, con los cuales
interaccionan, y que hacen que un individuo sea él mismo, y no otro. Con todo una de las definiciones
más aceptadas de la personalidad la describe como el conjunto de rasgos emocionales y conductuales
relativamente estables y predecibles, que caracterizan a una persona en su vida diaria. Estos rasgos y
conductas determinan la manera, que cada uno posee, de relacionarse con los demás y de enfrentarse con
el mundo. La normalidad de la personalidad se refleja en la flexibilidad y adaptabilidad con que un sujeto
se enfrenta al medio y en que la percepción y conductas típicas se traduzcan en un incremento de la
satisfacción personal.
Uno de los elementos clave de la personalidad, es el hecho de que permanece estable a lo largo de
toda la vida, aspecto importante, porque sirve para establecer un punto de partida fundamental, ya que
cuando hablamos de una personalidad patológica o trastornada, hacemos referencia a todo el modo de ser
de un individuo, y no a aspectos parciales. Por otro lado es a través de la interacción de la disposición
constitucional de cada individuo y de las respuestas de su medio ambiente, que las personas van
adquiriendo un repertorio de rasgos y conductas, profundamente grabados y difíciles de modificar. Es
decir, que en la infancia el ser humano se comporta espontáneamente, según su temperamento y su
carácter, mientras que va aprendiendo que conductas son recompensadas por su familia o personas
significativas y cuáles no son permitidas, hasta llegar a cristalizar un repertorio de las mismas,
predominantemente en un sentido. El temperamento hace referencia a la predisposición constitucional a
reaccionar de un modo particular a los estímulos y consiste en la herencia o al conjunto de las bases
biológicas de la personalidad y por lo tanto es difícil de cambiar o modificar. Por su parte, el carácter es
la suma de los rasgos de la personalidad relativamente estables de una persona y sus modos habituales de
respuesta que se forma a partir de los hábitos de comportamientos adquiridos durante la vida.
En lo que respecta a los trastornos de personalidad (TP), estos se definen como patrones
permanentes de experiencia subjetiva y comportamiento que se apartan de lo esperado en la cultura del
sujeto, se inician en la adolescencia o principio de la edad adulta, son estables y con ellos el paciente sufre
o hace sufrir a los demás. Estos rasgos son rígidos e inadaptados. Los trastornos de la personalidad se
definen por los extremos de los rasgos de la personalidad y la manera inflexible con que estos rasgos se
manifiestan. Entre las características diferenciales de los TP frente a otros trastornos mentales se incluye
su omnipresencia, es decir, las anomalías del individuo se hacen patentes en una gran variedad de
comportamientos, sentimientos, experiencias internas y, además, en circunstancias muy diversas; es decir,
el individuo siempre, o en la mayoría de las ocasiones se comporta o expresa de un modo muy similar,
independientemente de lo que requiera la situación.
Finalmente, otro aspecto importante y a tener en cuenta, además del sufrimiento y malestar intenso
que sufre el individuo, es el hecho de que no suele haber conciencia de enfermedad; es decir, el sujeto no
es consciente de que su modo de ser es la causa fundamental de su malestar. Las personas con un
trastorno de la personalidad no se sienten ansiosos por sus conductas desadaptativas, ni perciben el dolor
que producen en otros, por lo que hay dificultad en las relaciones interpersonales. Así mismo, pueden o
no causar malestar psicológico en el individuo afectado. Por este motivo no es habitual que las personas
con TP busque por sí mismas tratamiento psicológico o psiquiátrico por su problema, sino que son otros
problemas o circunstancias sociales las que empujan o fuerzan al individuo a solicitar algún tipo de
ayuda.
La versión cuarta del Manual Diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV), los
clasifica en el Eje II, y los caracteriza como “pautas persistentes de experimentar y comportarse, que no
se corresponden con lo que sería de esperar en función del contexto sociocultural del individuo, y que se
manifiestan, como mínimo, en 2 de los de los ámbitos en los que se desarrolla la vida de la persona:
cognitivo, afectivo, funcionamiento interpersonal, o control de impulsos”
De forma simplificada los TP pueden agruparse en tres grandes conjuntos teóricos, con ciertas
similitudes clínicas:
Grupo A: “Los extraños, raros o excéntricos”, se incluye en este grupo el trastorno
paranoide, el trastorno esquizoide y el trastorno esquizotipico de la personalidad.
Se trata de sujetos con personalidades caracterizadas por conductas hurañas, inusuales,
excéntricas o peculiares.
Grupo B: “Los dramáticos, emotivos, impulsivos o inestables, en este grupo tenemos el
trastorno antisocial, el límite, el histriónico y el trastorno narcisista de la personalidad.
Se caracterizan por una marcada y en ocasiones extrema inestabilidad emocional extrema y
dificultades para controlar los impulsos, así como por desajuste emocional, conducta errática
y en ocasiones tendencia al dramatismo y a una gran emotividad.
Grupo C: “Los ansiosos o temerosos”, con el trastorno de la personalidad por evitación, TP
por dependencia y el trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad.
Los sujetos con alguno de los diagnósticos de este grupo presentan un nivel de ansiedad y/o
miedo exagerado, motivado por el temor a perder el control (de uno mismo, de otros
significativos, de las situaciones, etc.)
Los síntomas depresivos pueden aparecer en cualquier paciente con un TP. Sin embargo, los
síntomas así como los rasgos de tipo afectivo forman parte de la presentación de determinados TP dentro
de los grupos dramático (grupo B) y ansioso (grupo C). Mientras que la inestabilidad afectiva se
corresponde con uno de los criterios diagnósticos del trastorno límite de la personalidad y la puesta en
escena de de emociones rápidamente cambiantes es característica del trastorno histriónico de la
personalidad, la sensibilidad al rechazo, un rasgo que a menudo se asocia con síntomas depresivos, es
característica de dos de los TP del grupo C, el TP por dependencia y el TO por evitación. La clínica de un
syndrome depresivo en un paciente con un TP a menudo resulta un reto diagnóstico de difícil resolución.
Los TP del grupo C, es decir los TP del espectro ansioso comparten unos rasgos condutuales que
podrían estar relacionados con una mayor vulnerabilidad a la ansiedad. Así no sorprendería que la
comorbilidad entre el TP por evitación y la fobia social pede llegar a ser del 90%, especialmente si
consideramos que los individuos con TP por evitación se caracterizan por un exceso de ansiedad
anticipatoria relacionada con la posibilidad de un hipotético rechazo futuro y de tal modo evitan las
interacciones sociales. Por otro lado, en algunos casos concretos, como por ejemplo el trastorno obsesivo-
compulsivo, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de angustia, la depresión mayor o la
distimia, las tasas de comorbilidad con TP del grupo C también son especialmente altas. En general, su
comorbilidad con trastornos de ansiedad (fobia social, ansiedad de separación y trastorno obsesivo-
compulsivo) suele ser frecuente y, según algunos estudios, estos TP actúan como marcadores de
vulnerabilidad para la aparición de los trastornos de ansiedad mencionados. Así mismo, la presencia de
sintomatología depresiva (o un estado de ánimo disfórico o hipotímico), es una característica frecuente de
estos individuos.
Finalmente, desde el punto de vista de los rasgos básicos de personalidad, los tres comparten la
presencia del “neuroticismo” como el rasgo más característico.
El sujeto, hace todo lo posible para no tener que realizar actividades que impliquen relacionarse
con otras personas, por miedo a ser criticado o rechazado. Le resulta difícil abrirse a los demás, por temor
a sentirse avergonzado o ridiculizado. Se muestra tímido, retraído e inhibido en situaciones sociales
novedosas, sobre todo con personas desconocidas. Tiene una visión negativa de si mismo, y se considera
inferior a los demás, socialmente inepto y poco interesante. Todos estos rasgos además típicamente deben
haber comenzado al al principio de la edad adulta,
El trastorno suele comenzar en la niñez en lo que sería una fase prodrómica con sentimientos
exagerados de vergüenza, aislamiento, miedo a los desconocidos y a las situaciones nuevas. Poco a poco
estos sujetos van volviéndose más vergonzosos socialmente, y a medida que van creciendo se vuelven
más evitadores en cuanto a relaciones sociales, y el conocer gente nueva.
La investigación sobre su etiología es escasa, las principales aportaciones apuntan que se hallan
involucrados factores de aprendizaje social de evitación, originados de experiencias tempranas de
rechazo, criticas o desprecios sobre la valía del sujeto, (provenientes de adultos y pares), en una historia
de carencia de refuerzos positivos, y junto a la presencia de características o rasgos de personalidad
innatos, con una elevada carga genética, tales como la introversión y el neuroticismo extremos.
El principal afecto es la disforia, una combinación de ansiedad y tristeza, relacionada con el temor
a exponerse en situaciones sociales o de trabajo. Su baja tolerancia a la disforia les impide desarrollar
métodos para superar la timidez y afirmarse eficazmente.
En cuanto al curso, tampoco hay muchos datos absolutamente concluyentes. En cualquier caso
como ocurre con el resto de TP este en particular coincide con el resto en que se manifiesta síntomática al
final de la adolescencia. En general, parece que el área de funcionamiento más afectada, es el de las
relaciones sociales (muy limitadas y escasas), en donde puede haber historia de abusos y explotación por
parte de las personas de las que dependen.
Por otro lado es importante destacar que, en la evolución del trastorno son relativamente
frecuentes la aparición de trastornos mentales de gravedad variable como: episodios depresivos mayores,
trastornos de angustia con agorafobia, fobia social y trastornos somatoformes (hipocondría) y
disociativos, así como el abuso y dependencia de sustancias.
En realidad, hay pocos datos fiables que permitan establecer una clara patogenia del TP por
dependencia. Puede que ciertos patrones de crianza, como enfermedades físicas crónicas o padres poco
indulgentes que prohíben la conducta independiente, pueden ser importantes para el desarrollo del
trastorno. Los factores genéticos/constitucionales (sumisión innata), también pueden contribuir a la
etiología como sugieren algunos estudios con gemelos. Los factores culturales y sociales también pueden
tener un papel importante: la dependencia es considerada no solo normal sino además deseable en algunas
culturas.
Las evidencias más sólidas, aunque la mayoría de ellas procedentes de estudios empíricos,
sugieren la utilización de estrategias terapéuticas de tipo cognitivo-conductual. Hay que tener presente
que por sus características clínicas nos encontramos ante un grupo de pacientes que requieren amplia
experiencia y habilidades específicas por parte del terapeuta que deberá buscar una alianza terapéutica
adecuada con el paciente.
Bibliografía
Belloch, Amparo; Fernández-Álvarez, Héctor. Trastornos de la Personalidad. Madrid: Editorial
Síntesis, Madrid, 2005.
Beck, AT, Freeman A, Davis DD, et al. Terapia Cognitiva de los Trastornos de Personalidad.
Ediciones Paidós, Barcelona, 2005.
Cervera G, Haro G, Martínez-Raga J (Eds.). Trastorno límite de la personalidad. Paradigma de la
comorbilidad psiquiátrica. Editorial Médica Panamericana, Madrid, 2005.
Espada Sánchez, JP, Olivares Rodríguez J, Méndez Carrillo FJ. Terapia Psicológica. Editorial
Pirámide, Madrid, 2007.
Perris C, Blackburn IM, Perris H. Cognitive Psycotherapy: Theory and Practice. Springer-Verlag,
London, 1998.
Vallejo Pareja MA. Manual de Terapia de Conducta. Dykinson-Psicología, Madrid, 1998.
E- Dudas y cuestiones planteadas por los pacientes
Durante varios meses se ofreció en nuestra clínica a los pacientes con trastornos depresivos o
ansiosos, el poder plantear por correo electrónico las dudas y cuestiones que consideraran de interés,
haciéndoles saber que se trataba de sacar entre todas ellas las más interesantes para plasmarlas, junto a la
respuesta, en un libro que se estaba elaborando.
Como anécdota hay que resaltar que se realizó una búsqueda en Google, a finales de Mayo del
2009, sobre “opiniones sobre la depresión y la ansiedad” dando 331000 y 336000 referencias. La
búsqueda sobre “dudas y preguntas” de las mismas cuestiones, nos dieron 269000 y 390000. Cifras tan
altas demuestran el interés que despiertan dichas cuestiones.
Con respecto a la calidad de las diferentes páginas, como es lo normal en Internet, existían páginas de
gran nivel y otras en los que era muy bajo. Incluso algunas que representarían un verdadero problema en
caso de que los pacientes les hicieran caso. Pero esas son las dos caras de la autopista de la información.
Los correos recibidos, casi medio centenar, fueron agrupados en varios apartados según las
cuestiones que planteaban.
Al final los apartados son tres: 1) Origen de los trastornos. 2) Evolución y pronóstico. 3) Formas
clínicas y tratamientos.
Vamos a realizar una síntesis de las preguntas de cada apartado, así como de las respuestas dadas
por nosotros, esperemos que ello ayude a aclarar algunas de las cuestiones que los pacientes puedan
plantear a los profesionales de atención primaria, y complemente la función didáctica y de compartir
experiencias que el libro pretende.
Quizás el llevar casi treinta años prestando asistencia hace que en algunos casos llegamos a tratar
varias generaciones, lo cual crea en las personas miedos al respecto.
Sin duda hay una mayor prevalencia a padecer trastornos tanto depresivos como ansiosos en
algunas familias.
Las investigaciones realizadas muestran que entre los familiares de sujetos con trastornos de
ansiedad tales problemas son mucho más comunes que entre las familias control.
Los estudios con gemelos también sugieren una predisposición a sufrir ansiedad como síndrome
y como síntoma. También hay influencias familiares y genéticas evidentes en el trastorno por angustia,
agorafobia y fobias. Por último la concordancia es mayor entre los gemelos monocigóticos.
La relación entre esa tendencia y la presentación de trastornos específicos es compleja, pero
existe.
Es un tema al que no hay que darle mayor importancia, y el clínico debe dar tranquilidad al
respecto. Solamente en cuadros graves, con alta prevalencia de suicidios por ejemplo, se debe de valorar
de forma especial y tener más control del caso, alargar más los tratamientos, etc, etc.
Con respecto al desarrollo de los trastornos esta comprobado que, ver como los padres
reaccionan ante los estímulos de la vida cotidiana, si predomina un patrón de ansiedad, preocupación o
desesperanza, tiene un efecto muy poderoso en el desarrollo de la ansiedad, a esta influencia la
denominamos técnicamente aprendizaje vicario, y tiene unos efectos muy duraderos, pues desde niños
nos impregnamos de los estilos de conducta de nuestros padres otros familiares o personas de influencia
de nuestro entorno, sin apenas darnos cuenta.
Otra perspectiva muy interesante, es que papel pueden desempeñar los familiares que conviven
con pacientes con trastornos ansioso depresivos. Aquí la estrategia puede variar, dependiendo de la
persona y su situación anímica, afectiva, profesional etc. Pero existe un denominador común:
comprensión. Nadie sufre porque quiere, si tenemos un familiar que sufre algún trastorno debemos
proporcionarle nuestra comprensión, nunca hacerlo culpable de su trastorno, pues por esta vía estamos
complicando su recuperación. La comprensión, que implica no necesariamente tener que entender lo que
le pasa, sino simplemente el apoyo y transmitirle siempre que no debe desesperar, así como la
colaboración con las indicaciones que, en su caso, se le proporcionen desde la intervención clínica,
constituyen la mejor aportación para la recuperación.
En el capítulo de los trastornos por ansiedad también pasa algo parecido con respecto a el TAG,
y en cuanto a formas claramente de evolución más larga, y en ocasiones crónica, el ejemplo sería el
trastorno obsesivo compulsivo.
En cualquier caso, independientemente de las formas graves y crónicas, que por desgracia las
hay, la mayor parte de los trastornos que van mal y se cronifican, es por incumplimientos terapéuticos,
pues ya vimos que el porcentaje de pacientes incumplidores del tratamiento es muy alto. En este sentido
el tratamiento integrado ayuda también a una mejor respuesta, y a un importante descenso de malas
evoluciones clínicas.
Son formas en las que la afectación del estado de ánimo es secundaria o poco significativa,
predominando otros síntomas como pueden ser los dolores y disfunciones en sistemas y aparatos, la
irritabilidad, y el malestar difuso e inespecífico.
Solamente con una buena exploración psicopatológica, y para que engañarnos con la negatividad
a múltiples análisis y pruebas, se puede llegar a la sospecha. Luego la buena respuesta al tratamiento
constituye una confirmación diagnóstica.
En la práctica clínica esta diferenciación es clave a la hora de dar el alta a un paciente depresivo,
pues sabemos que “el gato escaldado teme al agua” y que los pacientes pueden presentar auténtico horror
a una recaída, pues los síntomas de una depresión mayor son de tal calado que se sufre de solo pensar que
se pueden volver a presentar.
Los datos que damos para diferenciar dichos trastornos son que la depresión es un cuadro estable
y progresivo, que va a más de forma casi diaria, que no depende del medio, que el paciente va sumando
síntomas y que no antes de dos semanas puede hacerse el diagnóstico, que por otra parte siempre es
clínico. En último lugar, y ante la duda, hay que consultar con el especialista.
Es quizás una de las respuestas más difíciles. Cuando uno de los médicos de la clínica ve un
paciente tiene que tomar una serie de decisiones en cascada.
La primera es que el tema por el que consulta el paciente tenga una repercusión psíquica, y que le pase
algo sobre lo que se pueda actuar, sea sobre la causa, o sobre las consecuencias.
En caso negativo hay que decirle al paciente que no procede por nuestra parte tratamiento alguno. Son
pocos los casos en los que sucede algo así.
En caso de precisar ayuda hay que discernir si esa ayuda es solo farmacológica o precisa ayuda
psicoterapéutica. La descripción que se termina de hacer, en la frase anterior, es un reduccionismo pues si
los médicos psiquiatras nos dedicásemos solo a prescribir fármacos tendríamos uno de los trabajos más
horribles de la medicina y es justo lo contrario. El médico aquí tiene que comprender lo que le pasa al
paciente, empatizar con él, realizar un diagnóstico ( que ya incluye tratamiento y pronóstico) y ver si
además del tratamiento que como mínimo le mejorará, puede beneficiarse de una ayuda psicoterapéutica.
Dicha ayuda no es “charrar con un profesional”, es un tratamiento contrastado, con una técnica
específica, llevada a cabo por un profesional entrenado, por lo general un psicólogo clínico, con muchos
años de formación teórica y práctica supervisada…etc etc. No hay que confundir a los miles de
licenciados en psicología que no ejercen la profesión, o lo hacen en otros ámbitos, sirva de ejemplo la
selección de personal, con el psicólogo clínico.
A la hora de derivar, o no, se tienen en cuenta muchas variables, siendo las más importantes: el
diagnostico, la edad, el nivel cultural, así como el interés y la capacidad del paciente para entender y
aceptar dicho tratamiento, que tiene sus costes de tiempo, esfuerzo, y económicos.
En cualquier caso un tratamiento integrado solo dará de sí todo su potencial en un equipo muy
solidario y acostumbrado a trabajar así; donde los narcisismos y egoísmos de los profesionales se
encuentren completamente superados, cosa que dicho sea de paso no es fácil, y precisa de equipos muy
conjuntados.
En el caso de la ansiedad generalizada las herramientas son más, pues además de los descritos
(ISRS, Venlafaxina, y Duloxetina), hay que valorar a la pregabalina.
En cualquier caso, en el inicio de la pauta, sea la que sea, puede ser necesario el uso de
benzodiacepinas que pueden controlar el trastorno ya en las primeras 24-48 horas, pauta que se irá
reduciendo según mejore el paciente con el otro tratamiento.
De nuevo hay que romper una lanza por el tratamiento integrado en muchos de los pacientes.
Lo cierto es que aquellos que llevamos muchos años en la práctica clínica, debemos de decirles a
estos pacientes que tienen toda la razón, que hay casos que solamente responden a las benzodiacepinas,
las cuales fueron en muchas ocasiones “satanizadas”, y que pueden y deben seguir con su pauta, por
supuesto con su control médico.
Hay cuadros de tipo depresivo, que sin ser graves, deterioran la calidad de vida de muchas
personas por su persistencia. Muchos de ellos responden a fármacos seguros y eficaces, con pocos efectos
secundarios (como es típico con la paroxetina el paciente refería una afectación moderada en su potencia
sexual) que permiten a muchas personas llevar una vida confortable con esa mínima pauta.
Por otra parte los sensibilizantes y desencadenantes añaden complejidad al tema, ya resuelto por
los avances neurocientíficos, que establecen una visión ecléctica de dichos trastornos, los cuales se
consideran como más endógenos o reactivos, en un modelo teórico psicobiológico de la enfermedad.
En primaria un buen porcentaje de los trastornos son encubiertos y se presentan como trastornos
orgánicos poco claros, o en el mejor de los casos como psicosomáticos, y preferentemente reactivos.
Las formas más graves, que se tratan en especializada, parecen estar más relacionadas con
factores endógenos, pero aun en ellas, con frecuencia tienen un papel importante los llamados factores
estresantes desencadenantes.
En los casos que presenten síntomas de más intensidad hay que recurrir al incremento de la
prescripción, o tratamientos más potentes y eficaces, que por otra parte son fáciles de usar, como la
pregabalina para el trastorno por ansiedad generalizada (TAG), y los ISRS, o los antidepresivos duales,
tanto para el TAG como en los cuadros depresivos. También aquí, al inicio, pueden ser útiles las
benzodiacepinas.
Para terminar un mensaje optimista, la inmensa mayoría de los pacientes responden bien al
tratamiento siempre que sea el adecuado a cada caso, pues aquí cada persona es un mundo y la
individualidad en el abordaje es primordial.