Sonetos A Orfeo
Sonetos A Orfeo
Sonetos A Orfeo
Sonetos a Orfeo
ePub r1.0
Titivillus 10.07.17
Título original: Die Sonette an Orpheus
Porque la realización lectora de los Sonetos se hurta bajo una dificultad múltiple
más que mucha, el resorte que la disipará se rehúsa en cada poema de modo diferente.
Situar al lector ante ese hecho, configurar el problema de antemano, constituye el objeto
principal de estas páginas.
Los Sonetos a Orfeo fueron escritos en Muzot, en febrero de 1922, en dos breves
instancias de la creación que se entreveran en el tempestuoso momento lírico de la
terminación de las Elegías (2 a 5 de febrero la primera parte de los Sonetos, y 11 a 20 la
segunda, siendo ese día 11 la fecha aproximada de la ultimación de aquéllas). Ello invita a
considerarlos como poemas secúndanos destinados a recoger la materia más exterior de la
obra capital, como estribaciones de esa gran iluminación que venía gestándose desde Duino
y que rebosaba de pronto en el poeta, a la manera de esos otros poemas que recogen los
Spate Gedichte y que, contemporáneos de Sonetos y Elegías, tuvieron efectivamente ese
carácter cuando no en grado de tentativas incompletas o de primeras versiones. Mas según
se adentra en ellos se va afirmando en el lector el convencimiento de lo contrario. Identifica
al punto una actitud literaria nueva, una tensión matizada de límite y de figura que
justifica la forma escogida: actitud apolínea que no se debe al soneto, sino que lo determina.
En su origen, junto a las Elegías, y sobre todo junto a ese mágico, deslumbrador
fenómeno de su súbita perfección, y al lado de la indudable presencia de otras fuentes
literarias, las versiones clásicas del mito de Orfeo, la obra anterior, dispersa, y el contacto
ya antiguo y revivido ahora con la poesía francesa (Valéry, a quien Rilke tradujo,
especialmente)[2], debe señalarse la influencia, sin duda importante, de dos circunstancias
reales: la enfermedad y la muerte de Wera Oukama, que tanto impresionó al poeta, y el
espectáculo de fin de estación en el Valle del Ródano, que lo aproximaba al mundo antiguo y
obraba en él como solicitud inmediata.
La elegía de Wera, la experiencia de los campos de Muzot a los que ágil se avecina
una primavera que sube desde el Sur, y la revivencia del misterio antiguo del canto,
precipitan en los Sonetos una parte de herencia de la crisis de Duino que, falta de la larga
maduración que precedió a las Elegías, irrumpe en dos solos alumbramientos sucesivos,
como un doble mosaico de poemas cerrados y de temas dispersos sujetos a una disciplina
inaparente en la que se esconde su mayor dificultad de lectura.
La simetría entre las dos partes podría seguirse en varios planos: en el explícito
(XXI, 1 - XXV, 2, según Rilke anota), en el de la propia correspondencia temática (soneto
de Orfeo de la primera parte, I-VII, XXVI; órficos en la segunda, I-VI, II-XIII), en el de la
semejanza o parentesco de motivos (los frutos XIII-XV, 1, y las flores V-VII, 2) y, en cada
caso, según pistas concretas; la repetición de un determinado recuerdo, la resonancia
verbal, la continuidad de determinadas fuentes…, mas no parece probable que por este
camino se llegase a identificar, ni siquiera desde un solo ángulo, la misteriosa corriente que
enhebra los sonetos en acto poético. Las dos partes se completan en lo común y se añaden en
lo nuevo; son dos mitades divididas de un solo proceso de creación.
Cualquier intento de apurar la simetría tropezará con los otros dos factores
señalados, que vienen a dotar de vida y de oscuro movimiento a esa primera anatomía del
libro. Los poemas se organizan en series interferidas unas por otras y por sonetos
irruptivos, independientes. Así se produce en el lector ese complejo efecto de resurrección de
una idea temática progresiva en un grupo ya lejano de sonetos, de pronto, tras la secuencia
de otros o de un poema de origen singular que se han interpuesto o como incrustado en la
corriente mental. Ese efecto de dos leyes a que más arribamos referíamos. Ejemplo —en
paralelo— válido para las dos partes sería el del último poema de cada una: XXVI, 1, y
XXIX, 2, muerte de Orfeo y conclusión de la doctrina órfica, que inesperadamente recogen,
para cerrarla, las dos líneas vertebrales. O la reaparición anárquica, ya como temas
principales, ya como complementarios, de la melancolía de mundo antiguo, de la era
mecánica, de la infancia…, etc.
Y los nuevos factores arrastrarán al plano textual más íntimo de los subtemas y de
las interalusiones, del que ya toda preocupación formal y todo rastro de figura están
absolutamente ausentes. Notemos solamente en su seno la existencia de un vocabulario
alusivo gestado en la obra total de Rilke, pero que en los Sonetos se especifica. La sola
presencia de palabras de sentido indeterminado las más veces, pero individualizadas por un
concreto uso poético, como die Feme, die Entfernungen (en la traducción las afueras)[4],
dotan al poema en que intervienen de un valor de contexto y de un nexo, por lo tanto, de
interrelación. Pero todo eso cae ya muy lejos de nuestra lectura.
Los dos ensayos de elucidación de los Sonetos a Orfeo que se han hecho lugar en la
bibliografía rilkiana durante los veinte últimos años, de Holthusen en 1947 [5] y de Agnes
Geering en 1948[6], proceden a la búsqueda de un sentido total por síntesis de los contenidos
dispersos. Tentativa más limitada, la de esta última alcanza con mayor rigor su objeto y
atina a establecer una gradación temática útil para la comprensión de la obra. Su índice
servirá de paradigma al lector que quiera recapitular sobre su propia experiencia. Es como
sigue[7]:
Mas por cuanto pretendo yo ahora mucho menos desbrozar el territorio de toma de
contacto con los Sonetos, utilizaré la tabla transcrita sólo como plano de referencia al
subrayar en lo que sigue unas líneas mucho más simples de ramificación temática.
Apuntaba, al hablar del origen de los poemas, que los hilos del pensamiento rilkiano
alrededor de los cuales éstos se construyen son la idea de la transformación y esa vena
constante en la obra del poeta a la que vuelve siempre su emoción creadora: su idea
existencial de la muerte.
Dos líneas temáticas desembocan en él: la de los Sonetos a Orfeo, es decir, los que
cantan el misterio y la función del dios, que aproxima ese poema principal por vía didáctica,
de un modo socrático (soneto del primer grupo, I en la tabla de Agnes Geerig) y la de los
sonetos de temas órficos y especulativos sobre la muerte de Wera (sonetos llamados
en la misma tabla de problema: XXV, 1, XXVIII, 2, etc.) que lo proyecta sobre nociones
concretas y lo desmenuza por vía de análisis.
Ambas corrientes, nervio de una y otra parte, absorben y cargan de sentido a una
serie de incidencias que, según su intensidad, se desarrollan en un poema, se propagan a un
grupo de ellos o se convierten en materia complementaria de una zona del libro. Así, los
temas del tiempo, de la nueva era, de la máquina, las rememoraciones, los frutos, las flores,
la infancia, las relaciones humanas, etc.
Y constituirán un tercer orden, por fin, los sonetos o las unidades estróficas
igualmente irruptivos, pero a los que la importancia del contenido levanta a la altura de la
línea principal haciéndolos apoyos autónomos del núcleo significativo y que han de ser
abordados aparte. En este plano, la poética involucrada en el canto de la historia de Orfeo,
el destino (XVII, 1, XXIII, 1 y XXII, 2), existencia (XI, 1, IV, 2), el amor (IV, 1) y el tema
de Dios (XVI, 2), del conocimiento (XXIV, 2, y XXIV, 1), etc.
SONETOS A ORFEO
La transignificación del mito clásico a la luz del idealismo rilkiano se hace súbito
lugar. El amor, fruto del poema, crea a Eurídice, que viene a confundirse con la voz misma
por la que es cantada. Muchacha casi y surgió / de esa sola ventura del canto y de la
lira. Y ese amor, al ritmo de la lira, recrea el universo como en el alma de Eurídice cantada,
lo ilumina, lo tiñe de su ser. Y durará con el poema hasta la estrofa en que éste escoja su
muerte. ¿O hallarás todavía ese tema/antes de que tu canto se consume? (Es probable
la identidad entre Wera y Eurídice en este último terceto, si no en el poema entero.) La
trascendencia que intuía el soneto anterior alcanza aquí su dimensión metafísica.
Orfeo es el poeta. La primera estrofa del soneto XI trae a la memoria del lector
páginas de los Cuadernos o de las Cartas a un joven poeta. Orfeo, que de ambos
reinos se nutre (soneto IX), canta entre la vida y la muerte. Su voz de creación se mueve
sin límite en la luz y en la sombra. Y nada es imposible para el que nomina. Todo sortilegio
es en él congruente y sencillo. Sin canto, el poema es universal e inviolable.
El noveno, del doble reino de Orfeo, vuelve sobre esa idea, abundante en el
pensamiento rilkiana, de la necesidad de la experiencia tanática en el poeta (soneto VI).
La muerte y el intercambio —metamorfosis— con las cosas son los dos solos medios
de encadenar lo humano en el orden total. Fluencia, existencia, creación, son proclamadas
como destino consciente; es necesario el abandono a cada forma, a cada estado limitado por
la separación, para que el hombre —que ha de manar como fuente— se cumpla en el
todo y sea conocido por el conocimiento.
Mas la ley no se dirige tan sólo al poeta, sujeto de la vida extrema y de sus ardientes
exigencias, sino también al hombre en cuanto a tal. El último poema del libro repite en un
tono más íntimo los mismos preceptos a un amigo de Wera, a un desconocido, hermano
del poeta en la tristeza. Siente, amigo silencioso de múltiples afueras… De nuevo es
dicha la necesidad de la transformación, del sacrificio en la exaltación del todo, de la
metamorfosis, de su conciencia; y se cierran soneto y obra con dos versos lapidarios, que
fijan una definición de la doctrina total:
El segundo verso de este mismo poema, cómo tu aliento aún los espacios
ensancha, enlaza con el primer soneto de la segunda parte: Atmen (Respiración, oh tú,
invisible poema), ejemplo válido para todos los desarrollos del tema del intercambio
morfológico de esa sustancia fluente, pánica, de la naturaleza. Del orfismo en las cosas que
el lector ha tropezado ya en series anteriores. Así en los sonetos frutos (variación sobre
temas de Valéry)[11], de las flores[12], etc.
Dichos temas forman como un ala del problema cuya conexión con los poemas
centrales nos dan los sonetos XVII y XXI, 2.
El testimonio religioso de los Sonetos es de doble naturaleza. Por una parte, hacen
frecuente alusión a un más allá inmediato a Orfeo, a una divinidad de origen estético,
investida en el poema de la forma plural de los dioses antiguos, pero que representa al dios-
imagen de Rilke, al dios producto del conocimiento poético. Por otra, expresan una
profunda experiencia, reviven el dios inútil de las Elegías.
Del lado de los dioses, entre los cuales y nosotros media Orfeo triunfador de la
muerte (soneto VII, 1), se inclinan las invocaciones de gloria. Ellos, tan sólo para quienes es
audible el canto (soneto XIX, 2), culminan el ámbito de la celebración, el mundo y el
pensamiento órficos. Desde ellos, como de altos poderes, se derrama la música (soneto XXV,
1), a una inquebrantable prueba de sí mismos, que, como sombra, oscurece el empeño de los
hombres (soneto. VII, 1). Dueños de los corazones (soneto XXVII, 2), fueron en otro tiempo
generosos, inexigentes otorgantes de una concordia que los hombres olvidan y que el poeta
quisiera, en cambio, de nuevo alcanzar (soneto XXIV, 1).
Dios, en tanto que honda vivencia, es cantado por su parte en un único soneto
(XVI, 2).
Entre unos y otro se trama un grupo de alusiones mixtas en las que se patentiza a
veces la dualidad, como en los casos del soneto XXVII, 2 (entre los dioses a quienes
infinitamente pertenecen los corazones y el Demiurgo, encarnación del tiempo destructor,
del poder de aniquilación, como un dios lautreamoniano) y del soneto XXIV, 2 (entre los
dioses gnósticos y el que acoge al final, dios de misericordia), buen ejemplo entre ambos de
la doctrina rilkeana del dios de naturaleza especulativa. O asimismo de invocaciones de
difícil interpretación, como la del soneto IX, 2, operada en la superposición de dos imágenes
contrarias: la del dios de justicia, terrible, radiante como un dios primitivo, y la del dios de
verdadera suavidad, que en el último verso es descrito en términos que le acercan al Dios
cristiano, como un Jesús niño aprendido en una tabla gótica[13].
XVI, 2El soneto XVI, 2, uno tal vez de los más difíciles, contrapone en su primera
estrofa el Ser de Dios a la actitud de los hombres. Dios como un todo inmóvil, silencioso, es
herido constantemente por la insistencia con que el género humano —abrupto porque
quiere saber— se pregunta y atenta a su verdad serena. Serena —sosegado—, disperso y
recrudecido califican en armónico: Dios, equilibrio de los seres, no es partícipe, sino
participado (verteilt) por ellos, y recrudecido como una llaga por su insistencia. La imagen
de la llaga filtra su contorno doloroso desde el primer verso al soneto entero, modificando
todo el sentido. Así, en los versos siguientes parece abrir el camino a una evocación posible
del Cristo de Pasión, que no se apoya en su sola lectura. Acoge Dios la ofrenda, inmóvil,
oponiéndose al libre acabamiento. Textualmente acabar se refiere a la lacerante actitud
nuestra.
Sólo la muerte colma nuestra sed de Dios, y bebemos en él si nos llama, como en una
fuente de la que el rumor, tan sólo, se escucha en este reino.
El último terceto concluye con una evasiva imagen del Silencio, al que nosotros,
estrépito, hacemos violencia.
XXIV y XXVII de la segunda parte. Los tres se sustentan en la idea de que el tiempo
efímero del hombre, en tanto que convive con la intemporalidad de su obra (soneto XXII),
del resultado de su conocimiento (soneto XXIV), puede ser trascendido (soneto XXVII).
Sólo en el tiempo destructor se esconde la posibilidad de permanecer. El tiempo órfico es
cambio, sucesión, desvanecimiento y simultáneamente ocasión de canto, de existencia
nueva imperecedera.
Pero como en la teoría toda, en el tema del tiempo señala Rilke la actitud negativa,
contraria, de los hombres, que asedia la verdad olvidada. El soneto XXII, 2XXII, 2, alude a
la Nueva Era, que repetidamente cantó en la primera parte.
Pero el vértigo pasa sin dejar huella alguna. Era de vértigoXVIII, 1., de
aturdidor estrépito es esta que bajo el signo de lo Nuevo nos envuelve, era de la máquina
vengativa, que exige ser exaltada y obedecida. Lo mecánico, la máquina avasalladora,
enemiga del silencio y de la hermosa inseguridad de la mano magnífica, aglutina en el
poema unX, 2. subterráneo clamor contra un mundo inhumano, cúbico y anónimo, en
continua amenaza. La velocidad y el poder,XXII-XXIII, 1. fruto de las fuerzas tomadas a
préstamo por los engendros mecánicos, hacen presa en el orgullo de las generaciones. De
grado en grado las apartan de la fecunda demora del mundo. Las cosas son morosas,
oscuridad y claridad, la flor y el libro (soneto XXII, 1). En las palabras dichas a los
aviadores (soneto XXIII, 1), quiere Rilke advertir a todos el peligro y la esperanza.
En contraste con las evocaciones del mundo antiguo, la amargura por nuestra
historia explica el matiz de elegía que la presencia del tiempo inocula en la obra en todas
sus funciones temáticas.
C. Barral
A lo largo de los últimos treinta años, mis relaciones con la poesía de Rilke, que fue
elemento importante en la constitución de mi personaje literario y ha tenido presencia
frecuente en mis aventuras imaginativas, han pasado por fases muy diferentes. Repetidas
veces he vuelto a releer los Sonetos a Orfeo y alguna vez he intentado replantearme la
traducción de alguno de esos poemas con una voz más madura y, sobre todo, desde una
inteligencia más experimentada del texto. Incluso he retraducido algún soneto. Pero al
plantearme la reedición de la vieja versión de 1954, tras una relectura muy atenta, he
comprendido que mis diferencias de punto de vista sobre la lengua rilkeana son demasiado
importantes como para aplicarlas en forma de corrección a unos textos en su día tan
trabajados según una lectura y con un lenguaje personal en los que ya no me reconozco. He
optado, pues, por limitarme a enmendar algunos errores evidentes y he desechado, en
cambio, algunas posibles mejoras introducidas en algún momento anterior del que tampoco
guardo yo muy clara memoria.
C. Barral
y el tránsito es en él obediencia.
VI
es en él congruente y sencillo.
intuirá y cantará
la infinita alabanza.
no perderá jamás
En el estanque el reflejo
a menudo se sumerge:
Aprende la imagen.
eternas y suaves.
X
¿O ellos son los dueños, los que duermen junto a las raíces
a su dulzura. Os ha pertenecido.
Se quiebran todavía.
se curva en lira.
XVIII
crujir y trepidar?
Profetas vienen
a ensalzarlo.
al estrépito,
Contempla la máquina,
mira cómo se venga y gira
sin gratitud,
arrastra y sirve.
XIX
tu preludio prosigue,
dios de la lira.
nos es revelado.
consagra y glorifica.
XX
se encerraba en él.
Te ofrezco su imagen.
XXI[16]
pronto ha de pasar,
nos inicia.
ni en el empeño de volar.
oscuridad y claridad,
la flor y el libro.
XXIII
aventajado en el provecho,
Ola única
y apresador de espacio.
Más aún que las redes o el lazo, te sé, fleco de vela marina
al libre acabamiento.
de lo terrestre aprendemos.
Mudos son los peces… se pensó en otro tiempo. Mas ¿quién sabe?
[1]
Agnes Geering: Veruch einer Einführung in Rainer Maria Rilkes Sonette an
Orpheus. Frankfurt am Main, V. Joseph Knecht, 1948, p. 15. <<
[2]
Rilke publicó en 1925 su traducción de dieciséis poemas de Valéry
(«Valery Gedichte»), algunos de ellos traducidos años antes en Muzot. Not.
Canfique des colonnes, Les Grenades, Le Cimentière marin, Ode secréte, Palme, cuya
influencia gravita sobre los Sonetos. <<
[3]
Muzot, 4 de enero de 1922. <<
[4]
Escojo repetidamente en la versión castellana la expresión las afueras
renunciando a los matices de los distintos derivados de -fern en el texto original,
porque me parece ser aquel término arraigado ya con un sentido muy arcano al de
uso rilkeano en la poesía castellana posterior a Guillen (vgr. el poema «Las
afueras», de Según sentencia del tiempo, J. Gil de Biedma, Laye, 1953), <<
[5]
Hans Egon Holthusen: Rilkes Sonette an Orpheus Versuch einer Interpretation.
Munich, Neuer Filser Verlag, 1937. <<
[6]
Geering: Op. cit. <<
[7]
Geering: Op. cit., pp. 28-29, 68-89. <<
[8]
«Man muss sterben, weil man sie kennt»… <<
[9]
El poema al unicornio (soneto IV, 2) lleva esa idea de la creación poética a
su pleno desarrollo. <<
[10]
Véase un análisis de este soneto: Else Buddeberg, R. M. R.: «Sei Abscheid
voran…» Das 13. Sonett den 2. Teil der Sonette an Orpheus. Einer Interpretation.
Hambutgo, Ellerman, 1947. <<
[11]
Véase, sobre los sonetos XIII y XIV, 1, Carlos Barral: Temas de El
Cementerio Marino en los Sonetos a Orfeo. Barcelona, Laye, 21. <<
[12]
Idem, sobre los sonetos V-VIII, 2, Carlos Barral: «Un aspecto de los
Sonetos a Orfeo». Madrid, Ínsula, 100-101. <<
[13]
Sobre las fronteras del deísmo de Rilke y el Cristianismo, véase Gabriel
Marcel: «Rilke Temoin de l’espirituel», en Homo Viator. <<
[14]
En la segunda estrofa del soneto se alude a las tumbas de la célebre
necrópolis de Allyscamps, en Arlés, de la que se habla en los Cuadernos de Malte
Laurids Bridge (Todas las notas de los poemas son acotaciones del propio Rilke). <<
[15]
Este soneto está dedicado a un perro. En la expresión «la mano de mi
Señor» se pone de manifiesto la relación existente entre el poeta y Orfeo, que
aparece aquí como su Señor. El poeta quiere guiar esa mano, para que también ella,
en virtud de su participación y entrega infinitas, bendiga al perro, que casi como
Esaú (es decir Jacob —Génesis XXII, 27, 29—) se cubre de vello sólo por aspirar a
una herencia de su corazón a la que no tiene derecho: hacerse partícipe de lo
humano en la alegría y en la desgracia. <<
[16]
Esta canción de primavera se origina como glosa a una música
estrictamente de danza, que oí cantar a los monaguillos de un pequeño convento
de monjas durante la misa, en Ronda (en el sur de España). Los niños, siempre con
ritmo de baile, cantaban una letra desconocida para mí, al son de triángulo y
tamboril. <<
[17]
A Wera. <<
[18]
Desde antiguo se atribuyeron al unicornio significados de virginidad que
la Edad Media revivió. Según ellos, se supone que ese ser, que para los profanos no
existe, es en el «espejo de plata» que la virgen le tiende (véanse los tapices del siglo
XV) y «en ella» como en otro más puro y más secreto espejo. <<
[19]
La antigua rosa era una simple «agabanzo» amarilla y roja, con los colores
de la llama. Así florece entre nosotros, en Wallis, en únicos jardines. <<
[20]
Verso cuarto: El cordero (de las estampas) que habla sólo a través de la
divisa escrita en la cinta. <<
[21]
Se hace referencia a la práctica de un uso de caza propio de las comarcas
del Karst, consistente en la introducción en la caverna de un trapo suspendido,
que, agitado de un modo especial, provoca la atemorizada salida de sus
subterráneas guaridas de las palomas de gruta, de pálida coloración, que son
entonces abatidas. <<
[22]
Réplica a las canciones infantiles de primavera de la primera parte de los
Sonetos. <<
[23]
A Wera. <<
[24]
A un amigo de Wera. <<