2 - en Los Negocios y en El Placer - Carolina Gattini PDF
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Carolina Gattini.
Prólogo
Me llamo Robert Doyle, llevo un traje italiano a medida que me sienta como un
guante y un reloj de oro en mi muñeca. Me siento como si fuera un idiota, me
siento como si fuera mi hermano, Jonathan Doyle.
Todos me miran como si no pudieran creer que estoy aquí, en una enorme
sala de reuniones donde los principales accionistas me estudian de arriba abajo,
sólo les falta el monóculo... Después de pasar casi dos años en Tailandia todo
esto me parece una broma, o una pesadilla. Pero tengo que defender mi posición
en este mundo cruel donde los negocios son como la presa de un montón de
tiburones. Soy un buscador de sensaciones, diagnosticado, he buceado en aguas
llenas de tiburones de verdad, pero estas experiencias son demasiado peligrosas.
Sinceramente no creo que esté hecho para esto, para los negocios, pero no tengo
más remedio. Mi hermano se ha casado y ha decidido "cortarme el grifo", por lo
que ya no podré mantener mi vida tal cual la he conocido. Él ha renunciado a
seguir en Nueva York y ha dejado todo a mi cargo mientras se divierte con su
querida esposa. Nunca he odiado a mi hermano, pero estoy experimentando
ciertos sentimientos encontrados...
Estas cosas no se le pueden hacer a alguien como yo, no estoy
acostumbrado. Lo bueno de ser el hermano pequeño durante mucho tiempo es
que nadie espera nada de ti, ese es el trato no escrito en el universo desde el
origen de los tiempos. Además, no me gustan las responsabilidades, siempre he
huido de ellas como de la peste. Tampoco me gusta que me miren todos como si
fuera retrasado.
A mi derecha tengo una panda de vejestorios que prefiero no describir, a
mi izquierda se han sentado los "jóvenes", tal vez en otro universo sean jóvenes,
en éste sólo son "menos viejos". Bueno, y no sólo hay accionistas, también han
venido acompañados de sus abogados, etc. Pero todos y cada uno tienen algo en
común, creen que soy un inútil.
Una de las accionistas, en el lado de los vejestorios, me mira como si
hubiera matado a uno de sus hijos. Me dan ganas de gritarle que no he cometido
ningún crimen. Pero no me dejaré intimidar, ni por ella ni por la cuatrojos con
pinta de abogaducha reprimida sexualmente que hay sentada tras ella. Al lado de
los "jóvenes" hay otro espécimen que me mira sonriendo, como si estuviera
esperando que metiera la pata en cualquier momento. Yo no necesito esto, no lo
quiero. Será mejor que renuncie y llame a mi hermana. Ella se ocupará de estos
idiotas.
—Disculpen, tengo que hacer una llamada —me limito a decir mientras el
poco agradecido público cuchichea ante mi anuncio.
Ya sé que esperaban algo más elocuente tras citarlos a todos con lo difícil
que es.
Me voy de la sala con toda la dignidad de la que soy capaz y cierro la
puerta dejando escapar un suspiro mientras lo hago.
—¿Señor? —dice Francis, mi secretario.
—Llama a mi hermana y cítalos mañana para que se reúnan con ella, y les
dices que estoy enfermo.
—Su hermana tiene doce años —me recuerda sin perder la calma, pero
mirándome como si hubiera perdido la cabeza.
—Sí, pero saca muy buenas notas en el colegio, que por cierto es un buen
colegio, habla cuatro lenguas perfectamente, y además en matemáticas es la
mejor de su clase, creo que es superdotada. Y lo más importante: tiene mucho
temple, clave para enfrentarse a ese grupo de ahí dentro. ¿No crees?
—No voy a responder a eso.
—He dado una orden y tienes que cumplirla.
—No estamos en el ejército. Además, a mí me paga su hermano.
—Pues entonces no me llames señor, que me creo que mando. Y tutéame.
—¿Bob?
—Bob suena a perro. Robert está mejor.
—Pues entonces, Robert —remarca mi nombre con un tono agudo—,
entra ahí y haz tu trabajo o lo perderemos todos —me ordena ahora levantándose
de su silla tras la mesa y cambiando el tono amable por otro más duro.
Suspiro y cierro los ojos, tiene razón... Debo entrar ahí.
Aún estoy decidiéndome cuando la puerta de esa infernal sala se abre y
aparece la cuatrojos que me miraba esperando que hiciera alguna estupidez,
bueno, como me miraban todos, pero ésta es más repelente, me recuerda a una
compañera del colegio que creía saberlo todo.
—Tengo una reunión dentro de una hora, ¿va a tardar mucho? —me
pregunta con una voz demasiado aguda incluso para aquella compañera de
colegio.
—¿Megan? —pruebo por si se trata de aquella niña, que ha crecido y ha
llegado a mi vida de nuevo para amargarme la existencia en mi etapa adulta con
su voz aguda.
—No —se limita a responder antes de darse la vuelta frunciendo el ceño.
Aún es más repelente y fea cuando hace ese gesto de desprecio.
Francis viene hasta mí y me da una palmadita en la espalda para
infundirme valor.
Vuelvo a entrar con pasos lentos pero aparentemente decididos y me
coloco frente a la mesa, presidiéndola en la cabecera. Tengo un montón de
carpetas apiladas frente a mí que recuerdo que debía dárselas a ellos. Un
secretario a mi derecha y otra secretaria a mi izquierda esperan mi orden para
entregárselas a cada uno de los accionistas minoritarios que rodean la mesa. Yo
les hago un gesto afirmativo con la cabeza y las distribuyen.
Tendría que haber hecho esto de las carpetas mucho antes, porque así se
habrían entretenido leyendo y no mirándome. Y ahora que lo pienso, podría
haber puesto una pantalla con una proyección, así habría desviado su atención.
Me lo apunto mentalmente para la próxima, aunque preferiría que no hubiera
una próxima.
—Parece correcto —dice uno del lado de los vejestorios, un abuelo
canoso y con gafas de culo de vaso—. Pero el problema que yo veo, y creo que
estamos todos de acuerdo en esta mesa, es que no nos fiamos de usted.
—Me ofende —digo sobreactuando, colocando mi mano izquierda sobre
mi pecho.
Veo a la cuatrojos poner los ojos en blanco y a la vieja a su lado negar con
la cabeza.
—No hemos venido a perder el tiempo —dice otro en el lado de los
"jovenes", parece el típico chulo de Wall street, no puede llevar más gomina en
la cabeza...
—El problema es que tiene la mayoría de acciones —dice una mujer a su
lado, esa no lleva gomina, lleva peluca, creo, porque ese pelo tan cardado no es
normal.
Y por fijarme en todas estas tonterías es por lo que jamás me dediqué a los
negocios como hizo mi hermano.
—Estoy dispuesta a comprar las acciones y ocuparme yo mismo de la
empresa —asegura el viejo de las gafas de vaso.
—Ya quisiera yo, pero no puedo hacerlo, me temo que tendrán que
soportarme. Legalmente es como si estuviéramos casados. Nos tenemos que
aguantar mutuamente.
Se oye un murmullo que empieza a subir de tono. Luego se ponen a
discutir unos con otros y yo me siento.
La señora sentada con la cuatrojos se levanta para hacerse oír y por alguna
razón que desconozco todos se callan.
—Como segunda accionista, tengo una propuesta que hacer. Les cito
mañana a la misma hora.
Y la tía se queda tan ancha, recoge su carpeta y se va, seguida de la
gafotas.
Bueno, y ¿yo que hago? ¿qué pinto aquí?
Decido concluir la reunión y todos asienten recogiendo sus cosas al igual
que hago yo, un poco incómodo por la situación.
—Francis, ¿quién es esa?
Él me mira frunciendo el ceño sin saber de quién hablo.
—La vieja y la gafotas.
—Son dos huesos duros, no me atrevería a llamarlas así. Ni siquiera en
privado.
Capítulo 1.
Ha conseguido que me ponga un traje, pero he elegido uno que bien sería
digno de un gigoló. El traje es blanco y lo he acompañado de unas gafas de sol
doradas. Vamos en su coche, se ha empeñado en conducir ella alegando que no
se fía de mí. También me ha dicho que vendrá a por mí cada mañana. Tengo
miedo de nuevo.
—No pienso perder mi empleo, he trabajado mucho para que un niñato
malcriado me arruine la vida.
—¡Pero si eres tú la que me la está arruinando!
—Llevas arruinándote tú solo desde que naciste.
—No, llevo viviendo y siendo feliz desde entonces hasta esta mañana,
cuando has aparecido en mi habitación como la niña de la maldición. Todavía se
me ponen los pelos de punta.
Ella está algo tensa, lo noto en que conduce un poco más deprisa, y ahora
tengo más miedo que antes.
—Me daría vergüenza ser como tú —dice en un tono bajo, como si
hablara para ella misma.
—Deberías de refunfuñar menos. ¿No tienes un novio que te eche un
polvo para que te tranquilices?
—Esa es la típica respuesta machista que diría un idiota.
—Imaginaba que no tendrías novio... —digo mirando por la ventanilla.
—Tú tampoco tienes novia. Y no me extraña...
—Pero lo mío es por decisión propia, lo tuyo viene impuesto... Sólo hay
que verte —le espeto con voz burlona negando con la cabeza.
La oigo resoplar y acelera al mismo tiempo. Creo que hasta que deje de
conducir voy a dejar de burlarme de ella, no vaya a ser que nos matemos.
Cuando lleguemos al edificio Doyle seguiré...
Capítulo 2.
—Lo siento, Isabella, no sé qué decir. Creo que a estas alturas lo único
que le importa es que le he quitado su asignación para poder seguir viviendo en
algún lugar perdido del mundo sin hacer nada y rodeado de lujos.
—No puedo trabajar así —me quejo. Si tuviera un sofá lleno de cojines
como el que tiene Robert Doyle, no dudaría ahora mismo en tirarlos todos al
suelo como ha hecho esta mañana.
—Te paso a mi padre, a ver si él te puede ayudar —es lo último que me
dice Jonathan, antes de ponerme en espera.
—Hola, Isabella, me han hablado de ti, encantado de conocerte —dice la
voz masculina al otro lado del teléfono.
—Igualmente...
—¿Te está dando problemas mi pequeño?
—Me temo que sí.
—Era un diablillo, era el terror de las niñeras, y luego de las profesoras.
Nadie podía con él... Bueno, ahora que lo recuerdo hubo una que sí, se llamaba...
no recuerdo ahora cómo se llamaba, pero lo tenía domado como a un gatito.
—Es crucial averiguar el nombre y localizarla —digo con un atisbo de
esperanza.
—Jonathan, ¿te acuerdas de cómo se llamaba aquella niñera que tuvo
Robert? —le oigo decir de fondo tras oír un golpe seco que casi me deja sorda.
Creo que ha dejado el teléfono en la mesa.
—Era extranjera, no me acuerdo. Podríamos buscarla en los archivos,
debe figurar su nombre en alguna parte.
Oigo unos pasos y un portazo.
—¿Hola?
Ya no oigo nada más, me han dejado colgada. Thomas es igual que su
hijo, o al revés. No puede ser... Me he convertido en la nueva niñera de un Doyle
sin disciplina.
Me echo sobre la cama y me dan ganas de llorar, no quiero hacer este
trabajo, no quiero volver a ver a ese estúpido que no ha hecho otra cosa en todo
el día que descalificar mi aspecto y mi trabajo. Cada cosa que decía era un
motivo para insultarme, yo así no puedo trabajar.
—¿Has conseguido algo? —pregunta mi compañera de piso entrando en
mi habitación.
—Nada, su padre es igual que Robert y la conclusión es que soy su nueva
niñera.
—Niñera... —repite acercándose a mi cama.
—Tal vez te podría dar algún consejo. Tengo un alumno bastante difícil.
Subo mis gafas por el centro y enfoco la vista en ella. Ha captado mi
atención.
Helen es profesora de niños de primaria. Y ahora que recuerdo el
comportamiento de Doyle de esta mañana, con los cojines y el que ha tenido
durante todo el día... creo que sus consejos son bastante necesarios.
—Mañana tengo que recogerlo en su piso, otra vez —digo al borde de las
lágrimas.
—¿Qué sabemos de él?
—Es un niñato malcriado que no ha hecho nada en su vida, salvo vivir del
cuento gracias a la asignación que ha recibido desde que terminó los estudios. Se
ha dedicado a gastar el dinero de su familia en alcohol y en buena vida. También
que ha estado los últimos dos años en Tailandia vestido de payaso y haciendo
yoga.
—Tendrá elasticidad —supone pensativa antes de echarse sobre la cama
para mirar al techo. Yo la imito y me acuesto también moviendo el culo hacia
abajo para no darme en la cabeza con la pared.
—Y una capacidad para desquiciarme...
—Puedo imaginarlo.
—¿Conoces algún sicario?
—Yo he pensado lo mismo alguna vez, pero es más fácil que eso. Se llama
refuerzo positivo.
—¿Es algo así como darle un bombón a un mono cuando acierta la
solución a un problema?
Helen rompe a reír y asiente.
—Algo así. Tienes que encontrar algo que lo motive a obedecerte.
—Yo pensaba en algo que lo amenace para obedecerme.
—También sirve.
—¿Qué haces con el niño que te da problemas?
—Pues básicamente necesita mucha atención. Cuando se porta bien se la
presto y lo premio con mi presencia, cuando se porta mal sólo obtiene soledad y
aburrimiento.
—Parece fácil, el problema es que Doyle sólo quiere que me vaya, no que
esté con él. Y no es que yo tenga otro interés distinto, por mí le daría lo que
quiere y no volvería a verle en mi vida.
—Creo que con los niños es más fácil.
Ambas seguimos mirando el techo resignadas mientras suena de fondo en
la radio James Taylor, Fire and Rain. Eso espero yo también, los días soleados de
la canción, porque me estoy metiendo en el ojo de la tormenta.
—Deberías hacerle entender quién manda y que tiene que obedecerte. Que
no va a hacer siempre lo que quiera. Que sólo lo hará cuando tú le dejes. Y que
vas a ser una pesadilla para él, que no le vas a dejar ni a sol ni a sombra.
—Me da repelús pensar que mañana tengo que volver a verle.
Isabella no ha venido a buscarme. Tal vez lo que pasó ayer fue demasiado
fuerte para ella. Tal vez tema encontrarse con algo peor que el trío, tal vez tema
que vuelva a tener una erección por su culo, que ya le expliqué que es algo
automático debido al contacto. No es que me atraiga en absoluto. Jamás.
Y justo cuando estoy pensando que por fin ha dimitido y me he librado de
ella suena el detector de movimiento que instalé en la puerta para que no me
vuelva a pegar un susto de muerte.
No pensaba ir a trabajar hoy, no tenía ganas de verla. Además, estoy
cansado.
—No puedo llegar a entender cómo puedes ser tan irresponsable —me
grita y el sonido agudo de su voz en estos momentos me va a matar.
—Si sólo pudieras bajar el tono un grado te lo agradecería —le ruego
alzando mi cabeza de la almohada.
—He tenido que venir desde la oficina porque firmamos dentro de una
hora y no habías llegado aún. En mi ilusa cabeza había pensado que respetarías
el horario por la importancia que tiene hoy en concreto.
Deja el maletín encima de la cama de un golpe y muevo las piernas hacia
mí, porque la escena me ha recordado a Kathy Bates cuando le lleva el papel al
escritor del que es fan número uno...
A continuación lo abre y empieza a sacar papeles.
—Todo esto lo he tenido que hacer sola, porque el "señorito" no se ha
dignado en aparecer desde ayer.
—Te odio —digo al borde de las lágrimas.
—Es mutuo. Sal de esa cama o te sacaré yo —me amenaza.
—Inténtalo, sabes que duermo desnudo.
Ella me mira y se da la vuelta no sin antes ver cómo se le han enrojecido
las mejillas.
Decido levantarme para ponerla nerviosa y me acerco lentamente.
—¿Quieres que firme?
—¡Claro! No estaría aquí si no fuera porque te necesito. Y ya no da
tiempo a preparar los poderes. Y si retrasamos la firma Emmett se puede echar
atrás.
—Y todo sería un desastre —susurro en su cuello cuando al fin estoy tras
ella.
Noto cómo se sobresalta
—Todo sería un desastre. ¿Quieres acabar con la empresa de tu familia
porque tienes sueño?
—Tengo mucho sueño —he tenido que remarcar la pronunciación de la
palabra mucho para que entienda su importancia.
—Yo tengo más sueño. He dormido tres horas y aquí estoy como si nada
hubiera pasado.
—¿Tres horas? —pregunto rodeándola y colocándome frente a ella, que
intenta evitar mirar más abajo de mis ojos.
Veo complacido cómo se enrojece y sonrío.
Philip y John no van a ayudarme a deshacerme de Isabella, y viéndola así
de incómoda se me ocurren algunas ideas para trastornarla y que se vaya
definitivamente de mi vida.
—¿Trabajando hasta tarde? —le pregunto acercándome más a ella.
Se gira hacia la cama para evitarme y da un paso.
—No, y por si el egocentrismo que te invade no te deja ver la realidad, los
demás también tenemos una vida. La diferencia es que somos responsables —
afirma sermoneándome como de costumbre.
—No me interesa la vida de los demás y menos la tuya.
—Pues haz el favor de vestirte y salgamos de esta casa de una maldita vez
—dice perdiendo los nervios definitivamente.
Se va de mi habitación y al fin la pierdo de vista. Tengo que deshacerme
de ella como sea, es que me recuerda muchísimo a aquella niña repelente del
colegio..., si es que podría ser su gemela mala, o algo peor.
Mientras me visto oigo sus gritos diciéndome que me de prisa. Pero no
puedo darme más prisa porque estoy pensando en cómo librarme de ella y no
consigo idear nada coherente. Tal vez podría buscarle un novio que se la folle y
ya de paso que la hunda después para que me deje tranquilo entrando en una
depresión.
Voy ideando todo mientras me pongo la camisa, tengo un amigo en Nueva
York, lo conocí en Bali, hace tres años, es propietario de un negocio muy
interesante llamado Host Ny. Por probar...
Acabo de ponerme los pantalones abrochando el último botón y ya lo
tengo todo hilado. No soy capaz de esperar y llamo a Richard para que me envíe
a uno de sus chicos lo antes posible.
—Richard, tenemos que hablar —digo en un tono de voz bajísimo.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, es que no puedo hablar ahora, estoy siendo secuestrado —susurro.
—¿Secuestrado? —dice alarmado—. ¿Dónde estás?
—En mi casa, es una mujer y está loca, necesito tu ayuda. Quedamos esta
tarde en Sullivan's.
—¿Pero no te estaban secuestrando?
—Sí, pero luego me des-secuestra. Ya te contaré.
Cuelgo cuando la loca vuelve a aparecer en el umbral de la puerta de mi
habitación para sermonearme de nuevo.
—Ya voy, pesada. No puedo darme más prisa.
—¡Pero si estabas hablando por teléfono!
El resto del camino en el interior de su coche lo dedico a hacer oídos
sordos a sua comentarios y a seguir ideando cómo me voy a vengar de ella. Es
que no la soporto desde que la vi con el resto de accionistas mirándome con
desprecio a través de sus gafotas. Llevo toda la vida aguantando ese tipo de
miradas, como si no fuera capaz de hacer nada bien. Por eso me gusta
demostrarles que tienen razón, que incluso soy peor de lo ellos creen. No
quisiera hacer algo correctamente y decepcionarles... Pero mi hermano y mi
cuñada me han hecho una buena jugarreta y ahora estoy atrapado entre la espada
y la pared, o mejor dicho, entre Isabella y los accionistas.
¿De qué me sirve tener la mayoría de acciones si no me hace caso nadie?
Si todos creen que voy a hundir la empresa, o que cualquiera de ellos, como por
ejemplo la gafotas de Isabella, puede hacer mi trabajo mejor que yo. Pues que lo
hagan ellos. Yo lo intenté cuando me presenté ante el consejo de administración,
lo intenté varias veces, incluso antes de reunirlos a todos. Y aún así no me dieron
ni un voto de confianza. Pues que me dejen en paz y me dejen trabajar a mi
modo o que tomen de su propia medicina. Estoy harto. Es que ni siquiera Francis
me toma en serio.
Cuando llegamos al edificio del abogado del cliente con el que
firmaremos, Isabella detiene el coche y no deja de mantener el contacto visual
conmigo como si me fuera a escapar.
—¿Cuánto durará esto?
—¿Acaso tienes prisa? —me pregunta apretando la mandíbula.
—Pues he quedado esta tarde.
—Una hora, después puedes ir como quieras y con quien quieras. Yo
tampoco tengo ganas de verte más —afirma dando un portazo al salir del coche.
En realidad creo que disfruta amargándome, pero no lo admitirá, eso lo
tengo claro como el agua.
Hemos perdido toda la mañana para nada. Al final no hemos firmado nada
y se ha pospuesto para dentro de dos días. Estoy esperando a Richard en un pub
irlandés en el que nos hemos encontrado algunas veces desde que llegué a Nueva
York.
He perdido toda la mañana con las estupidas historias de Isabella. He
madrugado para nada. Pero lo importante ahora es que veo a Richard acercarse a
la mesa donde le espero para llevar a cabo mi idea.
—Si te soy sincero estoy aquí más por curiosidad que por amistad —
admite sonriendo mientras se sienta frente a mí.
—Sé que sonaba raro.
—Sonaba raro de cojones.
Richard me mira alzando las cejas mientras le explico mi situación, la de
Isabella y cómo me han ido las cosas durante las últimas dos semanas.
—Así que por eso no te he visto desde entonces —responde él tras mi
relato—. Es verdad que te ha secuestrado.
—Es una amargada.
—¿Cómo es?
—Es una gafotas repelente. Creo que es la mejor descripción que puedo
hacer de ella.
—¿Tienes alguna foto? Tendré que dársela al hombre que envíe para
seducirla —añade a modo de explicación, que no le he pedido.
—Bueno, no tengo ninguna, pero en la web de la empresa, o tal vez en las
fotos de la última reunión de accionistas haya alguna.
Richard saca una tablet del maletín que lleva siempre consigo, y que había
dejado a un lado de la mesa, y comienza a buscar en la web.
—Gafotas... gafotas —repite susurrando mientras busca en las imágenes.
—No hace falta que lo repitas tanto.
—¡Ésta debe ser! —exclama dándole la vuelta a la tablet para emseñarme
la imagen mientras señala con el dedo.
—Exacto —confirmo frunciendo el ceño. No lo hago aposta, es que cada
vez que veo a Isabella me entra una rabia...
—Tengo que decir que la había imaginado mucho peor.
—¡¿Peor?! ¿Se puede ser peor?
—No es tan fea como la describías antes. Es que te has obsesionado y te
cae tan mal que la ves así.
—¿Tú te estás oyendo? —pregunto sacando mi móvil y buscando la foto
de alguna modelo sexi para compararla y que se de cuenta de lo que es la
belleza.
—Sí, esa chica lleva horas de maquillaje y toda la vida preparándose para
hacerse esa foto. Ésta lleva toda la vida preparándose para que no se fijen más
que en su trabajo. La única diferencia es que sus trabajos son distintos, pero no
ves más allá de eso.
Yo empiezo a balbucear enseñándole de nuevo la foto de la modelo
dejando el móvil delante de él apoyado en la mesa. Muevo las manos delante de
una foto y otra como si fueran dos palas para que se fije bien.
—Pero... Pero... ¿La has visto?
—La veo —asegura riéndose de mi reacción—. Pero si no viera las
posibilidades de la gente no tendría negocio. Veo las posibilidades y también las
inseguridades. Lo veo casi todo —afirma con demasiada seguridad.
—Pues tal vez deberías operarte la vista.
—Veo mejor que tú. No está tan mal.
—Admítelo, no te la follarías, no la tocarías ni con un palo.
—No sería para tanto —dice con la mayor tranquilidad del mundo. Hoy
me está poniendo muy nervioso—. Mi trabajo es ver más allá de las
apariencias... Descubrir las posibilidades de mis empleados, los deseos de las
clientes, qué será lo mejor para ofrecerles.
—Si todo eso está muy bien, pero es que no creo que veas bien la foto.
Él vuelve a reírse y asiente con la cabeza.
—Está bien, enviaré al mejor profesional del que dispongo para hacer lo
que me has pedido.
—Te pagaré el doble si la humilla en público, cuando la deje.
—¿Quieres que haya sexo? Eso incrementará sustancialmente el precio.
Ya la has visto...
—Al fin te das cuenta de que es fea como un grano. Por supuesto, quiero
el pack completo.
Él estira su brazo tras levantarse y yo le imito. Nos damos la mano y
vuelve a reírse mientras toma asiento de nuevo.
Capítulo 6.
Sofía, Helen y Jenny me miran incrédulas mientras bebo de una sola vez
el combinado que he pedido. No necesito ni tomar aire para acabarlo. Tengo tal
nivel de estrés que creo que soy capaz de beber otro sin respirar.
—Tranquila o acabarás en coma —me advierte Sofía—. Te lo digo por
experiencia.
—Hazle caso, no bebas más, o espera una hora al menos para la siguiente.
—Tal vez no sea tan mala idea, eso del coma. Así no tendría que volver a
ver a Doyle.
—No digas eso. Tampoco verías a tipos como aquel de allí —señala Sofía
con la barbilla hacia un moreno que podría ser modelo.
—Esos sólo están para que los veamos, no podemos hacer otra cosa con
ellos.
—¿Pero qué dices? Yo pienso coger a uno de esos y hacer mucho más que
mirarlo —asegura Sofía acercándose al morenazo.
Helen me mira y se encoge de hombros, porque piensa igual que yo, son
demasiado para nosotras. Es que ni siquiera los feos se fijan en nosotras...
Bueno, Helen tiene más suerte, ella siempre encuentra alguien cuando quiere. Yo
por más que salgo no encuentro a nadie...
—No me extraña que no ligues con esa actitud —dice Jenny.
—No es una actitud, es una realidad. Hay que aceptar la realidad, soy fea.
Lo dice hasta Robert Doyle.
—Como vuelva a oír hablar de él... A ver, a ese tipo le dio mucho el sol en
algún viaje que haría al desierto, no puedes basarte en lo que dice. Por otro lado
lo que tienes que hacer es arreglarte más. Mañana nos vamos de compras.
Jenny todo lo arregla yendo de compras. Pero tal vez tenga razón, y de
verdad necesito un hombre porque a veces me acuerdo de Doyle y de su
erección... Encima le parezco horrible. Es un cabrón.
Helen acaba su trabajo y me miro al espejo, menos mal que es más sensata
que las otras dos, y que las otras dos no están presentes.
—¿Qué tal?
—Pues imagino que bien, porque tampoco veo definición —me vuelvo a
quejar por enésima vez de no tener gafas.
—Yo te veo discreta, elegante y con un punto sexi. Me gusta cómo te ha
quedado el pelo, un poco ondulado en las puntas, pareces una niña sexi. Una
lolita.
Levanto una ceja incrédula ante sus palabras. Una lolita... Lo que hay que
oír.
—No pongas esa cara. Yo creo que es tu estilo pero más sexi. Hay que
explotar tus puntos fuertes. Y ese es uno, eres pequeñita, pareces más joven, y
ahora súper sexi.
Otra vez quisiera ser Mike Tyson, o Hulk, ya que dicen que el verde me
sienta bien. Hulk vestido de hada del bosque... Ojalá tuviera poderes... A los
superhéroes les pica un bicho, por ejemplo una araña, y adquieren sus poderes o
su fuerza, o sus habilidades... A mí una vez me picó una chinche por la noche,
pero cuando desperté no me convertí en superchinche... en realidad fue bastante
desagradable. Prefiero no recordarlo..., será mejor ir a trabajar, pienso bajando
los hombros resignada. No me atrevo a conducir hoy sin las gafas, estoy un poco
mareada, así que iré en metro...
—Suerte.
Francis me mira con una sonrisa dibujada en sus labios cuando levanto la
cabeza de mi café con una frase motivacional en la taza que dice así: "Tú puedes
con todo". Deja las carpetas que le he pedido sobre la mesa y me da un repaso
bastante descarado.
—Vaya cambio. Es una pena que no esté aquí Robert para verlo —deja
caer con alguna intención. No sé si llegará a darse cuenta de que no me gusta, de
que le odio. El día que nos pilló con mi mano sobre la de Doyle sólo quería que
dejara de hacer ruido sobre la mesa, pero él se imagina todavía que hay algo...
—No es por Doyle —digo su apellido a drede para marcar distancia con
Robert, porque Francis se monta unas películas...
En ese momento recibo un mensaje en el móvil, es Gareth. Después de
estar dudando una hora entera sobre si debía escribirle he decidido decir un
simple "Hola" por probar. A los cinco minutos casi exactos tenía un mensaje de
él que me devolvía el saludo y me preguntaba cómo estoy. Nos hemos puesto a
chatear con el móvil con mensajes que llegan cada cinco o diez minutos. Hay
que reconocer que el cambio que me han obligado a hacer con mi apariencia ha
surtido efecto, no suelo chatear con ningún hombre, y menos que esté interesado
minímanente en mí... Tenía razón Sofía, nunca se sabe dónde se va a conocer a
alguien... Y debo haber sonreído al leer el mensaje, porque Francis se da cuenta
de todo y me sugiere:
—Yo acortaría un poquito más la falda.
—¿Cómo?
—Para el chico con el que has quedado.
—¿Cómo sabes que he quedado con alguien?
Él toma asiento frente a mí y se relaja como si fuera a hablar conmigo
durante un buen rato. A veces me pregunto qué hizo que el otro Doyle, Jonathan,
decidiera contratar a este hombre y, sobre todo, no despedirle. Se toma unas
confianzas que dudo que Jonathan soportara bien.
—En realidad es muy fácil, Robert no ha venido y tú no has ido a por él,
por lo tanto no te has quitado las gafas y maquillado para él... Has recibido un
mensaje que te ha cambiado la cara en menos de una milésima de segundo, y por
último y no menos importante, me has pedido que dejara tu agenda libre a partir
de las siete.
—No me he quitado las gafas por nadie, me las tiró una amiga porque dice
que me sientan mal. Si por mi fuera no llevaría estas lentillas que me van a dejar
los ojos secos como pasas.
Él me mira sorprendido y recalcula sus elucubraciones.
—¿Y cómo están ahora esos ojos?
—Pues no están tan secos porque tengo ganas de llorar cada vez que
pienso en que no firmaremos el contrato con Emmett por culpa de Robert.
—Entonces no debería decirte que ha llamado para aceptar las nuevas
condiciones.
—¿En serio? ¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Cuándo nos ha citado?
—Mañana por la mañana. Y no lo he dicho antes porque tengo que admitir
que tenía curiosidad por el cambio que has hecho. Te sienta muy bien —asegura
levantándose y dando por concluida su visita de cotilla integral.
Suena de nuevo el móvil y él me dirige una mirada sonriente antes de salir
del despacho de Doyle, donde me he asentado ante su ausencia como si fuera la
dueña de todo.
Pero no es Gareth, es la secretaria de Margaret. Me cita para dentro de
media hora aquí, en el despacho de Doyle. Pero él no está, y si descubre que en
lugar de trabajar está durmiendo o haciendo Dios sabe qué...
—Francis —grito desesperada, tengo que recoger a Doyle y traerlo hasta
aquí aunque sea a rastras y aparentar que estamos trabajando durísimo. Si no, el
resto de accionistas me van a mandar al pueblo de mi abuela materna, un pueblo
precioso en la costa alfitana...
—¿Qué pasa? —pregunta entrando en mi despacho y observando
boquiabierto cómo atrapo mi maletín y mi bufanda al vuelo, como en una escena
de alguna película de artes marciales, seguro que estos movimientos tienen
mucho ying o yang o feng shui.
—Si llega Margaret y no estoy aquí todavía con Robert, diles que estamos
reunidos con Emmett, ultimando los términos del acuerdo y que volveremos
enseguida.
Se me ha olvidado llamarlo por su apellido, pero no creo que en estas
circunstancias eso importe mucho.
—De acuerdo —oigo su voz colándose por las puertas del ascensor justo
antes de cerrarse.
Capítulo 7.
—¿Qué has hecho? —pregunta Philip entrecerrando los ojos pero con una
sonrisa pícara en los labios.
Llevamos una hora en mi despacho y no he querido explicarle el motivo
por el que Isabella no está, ni por qué he recurrido a él para terminar los
documentos.
—Sólo le he dado a Isabella lo que necesitaba.
—¿Y qué necesitaba? Si puede saberse.
—Necesitaba un hombre.
—¿Y ese hombre eres tú?
—Claro que no, ¿estás loco? Ni muerto me acercaría a ella.
Él no me contesta, vuelve a bajar la cabeza para revisar las condiciones de
compra y los términos legales para la firma de mañana. Yo lo observo confuso.
No cree que hable en serio. ¡Claro que no me acercaría a ella!
—¿He ganado la apuesta? ¿Habéis encontrado algo sucio sobre el pasado
de Isabella?
—De momento no, pero estas cosas tardan su tiempo... También apostaste
otra cosa... Aunque no hay forma de verificarlo, fue una estupidez de John.
—Sí hay forma de verificarlo. Sólo tengo que preguntarle al tipo con el
que ha quedado.
—Yo sé por experiencia que los Doyle consiguen lo que quieren, pero si le
preguntas al tipo con el que ha quedado si es virgen... Tal vez la respuesta no sea
la que esperas y vaya en forma de puñetazo.
Yo le sonrío y niego.
—Puedo preguntarle a su jefe ahora mismo, lo tengo en el móvil —
aseguro levantándolo a la vez de la mesa.
—¿A su jefe?
—Es un antiguo amigo. Está todo planeado.
—No sé si quiero saber lo que estás tramando —asegura suspirando y
echándose para atrás en su silla.
Estoy deseando que acabe esto, porque con este contrato los Doyle
habremos recuperado la credibilidad, la empresa subirá como la espuma, y podré
deshacerme de la tutela de Isabella. En realidad lo que más me preocupa de su
cercanía es que empiezo a necesitarla. Me gusta estar con ella, me gusta hablar
de quién querría ser ella para acabar conmigo. Cada día quiere ser un personaje
de algún cómic para derrotarme. Intento no sonreír cuando dice que quiere ser el
doctor Xavier, e intento no recordar anoche cuando fui a verla. No pude soportar
la idea de que estuviera con el hombre que envió Richard para seducirla y
hacerla añicos. De hecho le llamé en cuanto ella se fue por la tarde y le dije que
anulara todo. Y no pude soportar saber que estaba con otro tipo y tuve que ir a su
casa a esperarla para comprobarlo. No sé qué me pasa con ella, pero cada vez
soporto menos estar a su lado, porque tengo miedo de no poder estar sin ella. Sé
que suena extraño pero es así.
Mientras esperamos a los abogados que están releyendo por enésima vez
los documentos, Isabella recibe un mensaje de un tal Gareth, lo veo en su móvil
gracias a mi agilidad en el movimiento del cuello, y a que soy más alto que ella.
—¿Qué haces? —se queja ocultando su móvil para que no vea lo que
escribe.
No entiendo por qué sigue recibiendo mensajes de ese tipo, si le dije a
Richard que abortara el plan. De todas formas creo que en cuanto hable con
Margaret acabará nuestra relación laboral. Eso espero, porque no creo que pueda
soportar estar tanto tiempo con ella sin poder tocarla. Por si fuera poco, ella me
odia. No es un odio normal, es un odio acérrimo. No es la primera persona que
me odia así, pero sí es la primera que no me gusta que lo haga. Y no sé por qué
me ocurre esto, precisamente con ella. Normalmente me da igual lo que piensen
los demás, de hecho cuanto más piensan que soy un inútil o que no hago nada,
más intento demostrarles que tienen razón. Pero por alguna razón ahora no
quiero que ella piense eso sobre mí. Me gustaría que no frunciera el ceño como
hace siempre que me mira, me gustaría que me sonriera como hizo ayer, cuando
fuimos a comprar las gafas. Cuando me hablaba de cómics o cuando le acaricié
los labios y me miró confusa. Prefiero la confusión a la mirada de odio habitual.
Como la de ahora. Me mira de arriba abajo mientras los abogados leen los
documentos. Al menos estamos sentados, así no se da cuenta de que tengo una
erección.
—¿Estás nervioso?
—¿Por qué lo dices?
—Estás sudando...
Si supiera lo que estoy pensando sudaría ella también. Pero es que yo me
pregunto por qué tiene que llevar una blusa abierta hasta donde se alcanza a ver
el inicio de sus pechos. Además, con la diferencia de altura casi veo hasta el
pezón.
Ella vuelve a fruncir el ceño y me ofrece un pañuelo.
—Nunca estás en tu sitio —se queja como si fuera una profesora y yo un
niño de párvulos.
—La culpa es tuya.
Ella va a contestar, pero en ese momento Emmett hace su aparición y al
fin va a acabar esto. Nos pide que no nos levantemos y se sienta frente a
nosotros en la enorme mesa de reuniones haciendo un gesto con la cabeza a
modo de saludo. Le dirige una mirada que Isabella ni siquiera percibe, pero yo sé
lo que está pensando, lo mismo que yo. Debe estar pensando en echarla sobre la
mesa y tirar todos esos papeles y carpetas al suelo y metérsela hasta que grite.
Mejor dejo de pensar en esas cosas o me pondré peor. Menos mal que ha dicho
que no nos levantemos.
—Creo que podremos hacer más negocios juntos —dice firmando al fin.
Lo que ha costado llegar a esto. Aunque ahora no estoy tan contento. No sé si
quiero que Margaret se lleve a Isabella. Ya no sé qué quiero.
—Encantada —dice ella alcanzando el montón de documentos que le pasa
Emmett para que lo firmemos nosotros.
Me da una patada por debajo de la mesa y yo toco su pierna para pararla, y
no puedo evitar dejar mi mano en su rodilla más tiempo del que debería.
—Encantado —digo para evitar que me vuelva a dar una patada.
Tengo que apartar la mano de su rodilla para firmar, la mano que ella no
ha movido, sino que ha dejado la pierna donde estaba y ha dejado mi mano sobre
ella. No sé qué pensar de ello. A veces me confunde y otras creo que me sigue
odiando. Pero ¿cómo no me iba a odiar?, creo que quiero ver algo donde no lo
hay.
La miro de nuevo cuando acabamos con todos esos papeleos que me están
dando mareo y Emmett se acerca a nosotros para darnos la mano.
—He quedado para comer, pero otro día podríamos quedar y hablar sobre
proyectos futuros —propone Emmett dándole la mano a Isabella y
manteniéndola sujeta durante más tiempo del razonable. Me estoy sintiendo muy
incómodo y me están dando ganas de darle un puñetazo.
—Claro —dice Isabella con una sonrisa—. Estaremos encantados.
—Por supuesto —digo sin la menor intención de hacerlo. No me gusta
cómo mira a Isabella. Y no creo que esté pensando precisamente en hacer
negocios con ella, al menos no el tipo de negocios que se hacen en un despacho
delante de un ejército de abogados. Aunque pensándolo bien eso podría ser una
escena muy buena de una película porno, pero prefiero no pensar en ello ahora,
sobre todo cuando Isabella se acerca a mí y la puedo oler perfectamente.
Isabella me reprende mientras estamos en el ascensor a solas y yo me
limito a observarla y a intentar contenerme, porque cada vez me pone peor y
sólo intento mantener la calma.
—¿Estás escuchando algo de lo que te digo? —pregunta mirándome
enfadada.
—La verdad es que no —digo encogiéndome de hombros.
—Eres imposible —reconoce cuando se abren las puertas del ascensor y
sale disparada como si estuviera el diablo dentro.
La sigo más lento y veo cómo contesta en la calle a un mensaje en su
móvil y justo cuando sale del edificio sube a un coche, un coche que reconozco.
Y un conductor que aún reconozco más, es Richard. ¿Por qué Richard recoge a
Isabella? Contraté los servicios de su empresa para que sedujeran a Isabella y
luego la dejaran plantada. Pero anulé aquel plan estúpido, de hecho ni siquiera le
he pagado. ¿Qué hace Richard con ella ahora? De pronto todo empieza a encajar.
Richard no envió a ningún empleado, es él mismo el que se ha encargado de
ella... Él dijo que le gustaba, que se la follaría. No puedo creer que sea tan
capullo. Tampoco puedo creer que yo sea tan idiota, bueno sí puedo creer esto
último, llevo toda la vida demostrándoselo a los demás y ahora me lo he
demostrado a mí mismo.
Tengo que avisar a Isabella de que Richard es un manipulador y que sólo
quiere follársela y dejarla tirada... Claro que si le digo eso, me preguntará por
qué sé lo que pretende, por qué sé quién es él y que yo soy un idiota. Bueno, eso
último ya lo sabe, pero va a pensar que soy un capullo, además. Es decir, va a
pensar peor de mí y, sobre todo, que no tengo remedio.
Desde luego Richard es inteligente. Claro que, ha hecho su pequeño
imperio de la nada, y para eso hay que serlo. No sólo inteligente, sobre todo no
hay que tener escrúpulos para el negocio al que se dedica. No puedo hacer nada
para avisarla sin quedar en evidencia, encima no puedo acercarme a ella sin que
piense que realmente me gusta, porque cada vez que la miro ella me mira con
desconfianza. Lo tiene todo hilado, desde luego, pero yo no me voy a quedar de
brazos cruzados.
De momento me limito a enviarle un mensaje al móvil y decirle que deje a
Isabella, que es mía. Él me responde unos segundos después: “En los negocios y
en el placer, todo vale” Es algo que dicen los Doyle, pero nunca lo entendí de
todo. No me gusta esa respuesta y le contesto un simple “No”.
Esto no quedará así, voy a pensar por primera vez en mi vida.