En - El .Maelstrom TOOP CajaNegra
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UN DESCENSO
7. Edgar Allan Poe, “Un descenso al Maelström”, en Cuentos, trad. de Julio Cortázar,
Madrid, Alianza, 1996, vol. 1, p. 143.
fenómeno. “Cierta vez, un oso que trataba de nadar de Lofoden a Moskoe
fue atrapado por la corriente y arrastrado a la profundidad, mientras rugía
tan terriblemente que se le escuchaba desde la costa”.8
Un anciano cuenta su experiencia de haber sido arrastrado al remo-
lino. Al borde del abismo, “el rugido del agua quedó completamente
apagado por algo así como un estridente alarido… un sonido que po-
dría usted imaginar formado por miles de barcos de vapor que dejaran
escapar al mismo tiempo la presión de sus calderas”.9 La embarcación
en la que navegaba da vueltas y vueltas a toda velocidad por el cinturón
de resaca que rodea “su horrible borde interior”, hasta sumergirse final-
mente entre las paredes negras de un embudo giratorio. La descripción
del descenso evoca el mecanismo de un tocadiscos vertical gigante:
“Una y otra vez dimos la vuelta, no con un movimiento uniforme sino
entre vertiginosos balanceos y sacudidas, que nos lanzaban a veces a
unos cuantos centenares de yardas, mientras otras nos hacían completar
casi el circuito del remolino. A cada vuelta, y aunque lento, nuestro
descenso resultaba perceptible”.10 19
8. Ibíd., p. 146.
9. Ibíd., p. 154.
10. Ibíd., p. 157.
11. Ibíd., p. 161.
DESTROZADO Y BLOQUEADO
clase para la cual no me había preparado bien. Una ansiedad banal, para
nada rara ni durante el sueño ni durante una clase real, pero la situación
era algo diferente. Estaba dando una clase en un curso vespertino de
literatura norteamericana, exponiendo sobre la novela de William
Faulkner El ruido y la furia. Como siempre en los sueños, no había len-
guaje ni lógica consciente, pero parte de mi tesis destartalada era que una
influencia importante en el Faulkner de esa época había sido la técnica
boxística de Louis Jordan. Los fanáticos del jump blues y del boxeo ad-
vertirán inmediatamente el anacronismo y la confusión de nombres.
Mientras hablaba a los estudiantes les pasaba imágenes de una pelea de
Joe Lewis. Cómo lograba que esas conexiones tuviesen sentido en la
clase, no lo sé. Como podría haber dicho Louis Jordan a modo de co-
mentario: “¿De qué sirve ponerse sobrio (si te vas a emborrachar otra
vez)?”. Lo que el sueño revela es un extraño vínculo entre la idea de la
improvisación como pugilato –sin duda estimulada por un dúo tan exi-
gente e implacable, a su manera, como aquel primer round legendario
entre Thomas “The Hitman” Hearns y Marvin “Marvellous” Hagler– y
el así llamado fluir de la conciencia del primer capítulo de El ruido y la
furia, un comienzo espectacular aunque inicialmente desorientador, un
aflojamiento de la lengua que comparte algunas características con la
música improvisada: principalmente, la confusión y la polifonía de voces
contrastadas con una intensa perspectiva personal, el cambio de registros
y la manipulación del tiempo, el habitar entre voces interiores, un don
de lenguas de lo vernáculo, lo elusivo, lo microauditivo, lo turbulento y
conflictuado: “Qué le pasa, dijo Luster. Es que no puede dejar de llorar y
jugar con el agua como los demás [...]. Y a la gente no le gusta tener delante
a un tonto. Trae mala suerte”.12
Al terminar la actuación, me había quedado parado en un lugar que
parecía conferir invisibilidad, observando, esperando, escuchando. Una
persona nueva a todo el asunto se acercó y me dijo: ¿Por qué no todo
el mundo sabe que existe esta música? ¿Por qué no es celebrada y pre-
sentada en grandes salas de concierto ante enormes audiencias? Ardía
22 de entusiasmo, bajo el efecto del shock de lo nuevo. Otra persona
acotó que no siempre era tan buena como esta. Bueno, dije, ¿pero no
es eso cierto de toda música, ya sea compuesta, improvisada, popular,
esotérica, aclamada por la crítica, clásica, vieja, nueva o lo que sea?
Algunas cosas son geniales; el resto es mediocre, y cada tanto imperdo-
nable. La música improvisada presenta muchas dificultades y sin duda
una de ellas es su poca fiabilidad, su renuencia o incapacidad para co-
locarse a sí misma en un lugar desde donde puedan formarse juicios
consistentes y organizarse un sostén estable. En la práctica, puede ser
un caso de rutinas repetidas en un estado de aturdimiento en blanco,
pero ya se trate de mentes en blanco o de la ira de una energía concen-
trada, la esperanza es la misma: que brote una música sin precedentes.
Magra esperanza, y sin embargo sucede.
431 Agradecimientos
435 Discografía