De Zan Julio
De Zan Julio
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RESUMEN
La Ética ha buscado siempre las respuestas a esta misma pregunta que se plantea el
hombre en la perplejidad frente a diferentes alternativas de acción: ¿cómo debo
comportarme; qué debo hacer? Pero estas preguntas mantienen todavía un significado muy
impreciso mientras no se aclare cuál es el tipo de problemas prácticos que uno se plantea y
bajo qué aspecto se los quiere resolver. Tres alternativas —por lo menos— se presentan para
la razón práctica en su búsqueda de respuestas a las preguntas enunciadas: 1) bajo el aspecto
de los resultados a lograr y de la adecuación de los medios al fin, 2) desde el punto de vista del
hombre que es en sí bueno, o quiere serlo y desea ante todo obrar bien, cualesquiera sean los
fines que se proponga y, 3) desde el punto de vista de lo correcto, o del deber de justicia en
relación con las otras personas. Estos tres tipos de problemas son bien diferentes, requieren
usos diversos de la propia razón práctica y dan lugar a otros tantos tipos de discurso, que son
los que han privilegiado respectivamente los planteamientos consecuencialistas del
empirismo, la ética aristotélica de la buena vida y de la virtud, y la reflexión de tipo kantiano
sobre la igualdad y la reciprocidad (o la justicia) como criterio de la moralidad.
DISCURSO PRAGMATICO
Una primera clase de discursos prácticos que es preciso diferenciar son los que buscan
aclarar y resolver problemas pragmáticos. Los discursos pragmáticos, en los cuales buscamos
esclarecer problemas técnicos o estratégicos, son del mismo tipo y se ubican en el mismo nivel
de discurso que los discursos teóricos, y su validez depende del saber empírico en el que se
apoyan. Es claro que esta validez o verdad del discurso pragmático no depende además para
nada del hecho de que el actor aplique o no sus indicaciones en la acción. Pero a su vez, este
tipo de discurso tampoco influye directamente sobre las decisiones de la voluntad del actor,
sino a través de sus fines y preferencias personales, las cuales quedan fuera de estos discursos
pragmáticos. Problemas pragmáticos se nos plantean en las situaciones en que tenemos que
realizar la elección entre diversos fines posibles, o entre los medios para el logro del fin
elegido. Así, por ejemplo, con más o menos frecuencia, según los casos, se les plantea a las
personas el problema de qué hacer cuando no les alcanza el dinero para satisfacer ciertas
necesidades, o para llevar a cabo determinados planes. Frente a este problema se puede
presentar, según la posición social de la persona, un espectro más o menos amplio de vías o
medios posibles para resolver la situación, por ejemplo: tomar un crédito, vender un bien,
trabajar más duramente, o buscar otra actividad, etc. Pero al sopesar los compromisos o
exigencias requeridas para obtener los medios, se vuelve a evaluar también, por lo general, si
los planes o los fines propuestos guardan una proporción racional con la magnitud (o el costo)
de los medios y el tiempo de trabajo que habría que invertir para lograrlos, es decir, puede
cuestionarse también si vale la pena el esfuerzo que se requeriría para conseguir tales fines, y
bajo este aspecto también los fines se vuelven problemáticos. El tipo de problemas
mencionado requiere un uso pragmático de la razón, el cual tiende a la determinación precisa
de los datos empíricos que permiten una decisión racional. El resultado de un discurso
pragmático de este tipo será entonces la recomendación de los medios más adecuados y más
eficaces, del camino más seguro y más corto, o más económico, para alcanzar las metas o
valores que uno desea realizar. “Se trata de la elección racional de los medios con respecto a
fines ya dados, o de sopesar los fines posibles con relación a preferencias previamente
aceptadas.
Cuando los padres intentan aconsejar a los jóvenes, por ejemplo, acerca de la elección
de una carrera o de una profesión, el discurso se centra por lo general ya en primera instancia
en torno a los diversos fines posibles: ¿qué estudiar: medicina o economía...?; o más bien
dedicarse al comercio, buscar un empleo, etc... Lo que se evalúa en este nivel con respecto a
los fines es su factibilidad en relación con los medios disponibles, o su costo y el posible
rendimiento futuro. La cuestión del “significado final para la vida”, o del valor (en el lenguaje
de Max Scheler), no puede ser planteada ni resuelta en este nivel de problematización del uso
pragmático de la razón práctica. En el discurso pragmático, los fines entran en juego como
datos, con referencia a los cuales se seleccionan los medios y se evalúa su adecuación al fin.
Kant hablaba en este contexto de imperativos técnicos y pragmáticos que son reglas de
destreza y sagacidad, o de prudencia. Estos son imperativos condicionados que expresan lo
que “se debe” hacer en una determinada situación si uno desea lograr determinados fines. En
este tipo de discurso práctico no se plantea ninguna cuestión acerca de la validez de los fines.
Las cuestiones que se busca dilucidar no son cuestiones de validez sino conexiones de hechos.
El utilitarismo y la teoría de las decisiones racionales han elaborado procedimientos muy
refinados para resolver este tipo de problemas pragmáticos pero, como el empirismo, no
conocen otro uso de la razón en el campo práctico más que éste: “como guía de nuestros
juicios concernientes a causas y efectos” y como medio para corregir nuestras decisiones
“cuando están basadas en una falsa suposición o elegimos medios insuficientes para el fin
deseado.
DISCURSO ETICO
Los mismos casos que he dado como ejemplos llevan implicadas o presupuestas
decisiones que van mucho más allá de las cuestiones meramente pragmáticas
(independientemente de que el sujeto se las plantee o no como problemas). El joven que
busca orientación para la elección de una profesión o una carrera, por ejemplo, no sabe a
veces todavía con claridad qué es lo que quiere llegar a ser. Por eso en un primer nivel esta
búsqueda tiene que tener en cuenta las propias inclinaciones y aptitudes, a partir de un mejor
conocimiento de sí mismo, de qué es lo que más le gusta o despierta su interés y en qué tipo
de actividad podría realizarse mejor. Pero si este examen se lleva más a fondo desemboca en
la pregunta sobre qué forma de vida quisiéramos llevar, y en esto va implicado “qué persona
es uno o quisiera ser”. Es claro que no todas las elecciones triviales de la vida cotidiana
conllevan este tipo de decisiones profundas y no pueden ser llevadas por lo tanto hasta este
nivel de reflexión en el que las razones pragmáticas se evalúan (implícita o explícitamente) en
el horizonte de ese otro tipo de presuposiciones valorativas que se conectan con un
determinado ethos, pero estas opciones axiológicas profundas están implicadas o se ven
comprometidas mucho más frecuentemente de lo que pensamos. En los discursos “éticos”, a
diferencia del discurso pragmático, los fundamentos aportados por el discurso constituyen ya,
por sí mismos, las motivaciones profundas para la determinación de las actitudes del sujeto y
para sus decisiones existenciales. “No se puede realizar aquí ya, como en el caso de las
recomendaciones técnicas o estratégicas, una separación entre génesis y validez
Desde el punto de vista “ético”, en cuanto diferente del punto de vista moral, podría
considerarse como más coherente por lo tanto la posición de R. Rorty cuando, retomando la
elaboración de Wilfred Sellars afirma que: la “ética” “toma la forma de una respuesta a la
pregunta ‘¿quiénes somos nosotros, cómo llegamos a ser lo que somos y qué podríamos llegar
a ser?’, antes que la forma de una respuesta a la pregunta ‘¿qué reglas deben determinar mis
acciones?’ En otras palabras: la filosofía moral toma la forma de una narración [...] antes que la
de unabúsqueda de principios generales [...] [Y en tal sentido] el significado central de ‘acción
inmoral’ es: ‘el tipo de cosas que nosotros no hacemos’ [...] Si las hace uno de nosotros, o si las
hace reiteradamente, esa persona deja de ser uno de nosotros...”.4 Esta reducción de lo moral
a la perspectiva particularista del nosotros podría evaluarse, sin embargo, desde las
concepciones universalistas de la moral, como una regresión al nivel de la eticidad arcaica,
etnocéntrica, premoderna, o al estadio de la conciencia moral convencional, en la terminología
de Kohlberg.
DISCURSO MORAL
Las cuestiones pragmáticas referentes a los medios más eficaces para el logrode
determinados fines se plantean en el marco de la relación sujeto-objeto, desde la perspectiva
egocéntrica de los propios sujetos (individuales o colectivos) de la acción; en esta perspectiva
los otros se tienen en cuenta solamente como medios, o como condiciones objetivas, cuyos
intereses y posibles reacciones hay que tener en cuenta para el desarrollo de los planes de
acción de cada uno en orden a la consecución de los propios fines. En los juegos de interacción
estratégica los actores toman sus decisiones en base al criterio de sus propios intereses, como
egoístas autointeresados. La regulación de la conflictividad siempre latente bajo tales
presupuestos, la limitación de los procedimientos estratégicos permitidos en estos juegos de
interacción, y el criterio para la exclusión de los medios que son moralmente inaceptables,
requieren un cambio de perspectiva. “Sin un radical cambio de perspectiva y de actitud, el
conflicto interpersonal no puede ser ni siquiera percibido por los participantes en cuanto
problema moral [...] La pregunta ‘qué debo hacer’ cambia de sentido una vez más tan pronto
mis acciones afectan los intereses de los otros y conducen a situaciones de conflicto que deben
ser reguladas con imparcialidad, es decir, desde el punto de vista moral (de la justicia)”
Los discursos morales (ya sea que tematicen la posible fundamentación de normas o la
aplicación de las normas adecuadas a cada situación) son “un negocio meramente cognitivo”,
advierte Habermas, y no ofrecen por lo tanto ninguna compensación para la desconexión del
juicio moral con respecto a las motivaciones que mueven a la acción, a la fuerza de las
pasiones y de los impulsos vitales que ellos mismos exigen poner fuera de juego en la
deliberación, como condición de la imparcialidad. La validez de los mandamientos morales es
independiente del hecho de que los propios suejtos logren reunir la fuerza necesaria para
cumplir lo que ellos mismos tienen que reconocer como lo correcto. Pero la voluntad llega a
ser verdaderamente autónoma en la medida en que obra efectivamente conforme a la razón y
a los principios morales porque únicamente entonces obedece sólo a su propia ley. Esta
manera de vincular recíprocamente la autonomía de la voluntad, la racionalidad y el deber
moral es característica de la ética kantiana. Esto no quiere decir, sin embargo, que los juicios
morales sean capaces de producir por sí mismos un obrar efectivamente autónomo. Podría
decirse incluso que Kant había confundido en cierto modo voluntad autónoma con voluntad
autosuficiente (u omnipotente). Y es así como pudo pensar que era posible prescindir en la
ética de las motivaciones empíricas, los intereses y los sentimientos del sujeto. Podría
pensarse que la exigencia de un punto de vista imparcial, que pretende trascender la
subjetividad de la perspectiva de los participantes en el discurso, equivale a poner a la filosofía
moral en la misma actitud de tercera persona objetivante y pretendidamente neutral del saber
científico. Cabría preguntarse entonces si es posible en esta materia la pretendida objetividad
de un observador externo, y además, si esta actitud no cierra más bien todo acceso a la
comprensión de las pretensiones de validez del mundo vivido, que es lo que se trata de
comprender, de justificar o discutir en el discurso moral. Podemos estar aquí, por cierto,
enteramente de acuerdo con estas objeciones.
Podría decirse que las teorías contemporáneas de la Ética normativa han tenido en
cuenta las críticas de Hegel al formalismo de la moralidad kantiana, y en tal sentido su
planteamiento es postkantiano; pero el procedimiento del discurso reclama para sí también la
competencia para la crítica de las pretensiones de validez inherentes a la “ética”. El ethos
sustancial es reconocido en esta relación solamente como punto de partida del examen crítico.
Y en este último sentido la ética discursiva es también posthegeliana, y reactualiza contra
Hegel el punto de vista de Kant, afirmando la superioridad del juicio moral sobre la tradición,
las costumbres y las instituciones que pueden ser injustas o insensibles a ciertos derechos y a
las nuevas exigencias de justicia. Las formulaciones de Apel son bien claras con respecto a la
reciprocidad de las relaciones de la interacción comunicativa del mundo de la vida “ética” y el
discurso moral reflexivo: “La primacía sustantiva de las normas [mejor sería decir de los
valores] del mundo de la vida, que son las que dan en la praxis el contenido al discurso moral, y
el primado de la autorreflexión trascendental del discurso filosófico [en el orden de la
fundamentación], no se excluyen, sino que se requieren mutuamente.
La reflexividad crítica del discurso moral presupone siempre los contenidos “éticos” del
mundo de la vida (el ethos) y no puede nunca cuestionar in toto sus presuposiciones. En esto
los éticos discursivos se han dejado instruir por la comprensión del círculo hermenéutico de la
precomprensión, a través de Heidegger y de Gadamer. No ignoran ni rechazan el
reconocimiento de este a priori de la facticidad y de la historicidad, que es como el abecé de la
filosofía continental y especialmente de la tradición alemana. El discurso práctico tiene lugar
por otro lado cuando se ha producido en el mundo de la vida un conflicto o el cuestionamiento
de una norma previamente aceptada. Normalmente no es el discurso filosófico el que
introduce o genera desde fuera de la praxis los cuestionamientos (aunque también puede
hacerlo). La necesidad del discurso se plantea entonces como medio para volver a reconstruir
los consensos quebrados y resolver los conflictos a fin de que sea posible un nuevo
entendimiento intersubjetivo que permita retomar la interacción comunicativa). La
autorreflexión del discurso moral presupone por cierto una diferencia y un distanciamiento
frente al mundo de la eticidad histórica objetiva, pero no se trata ya de la autorreflexión de la
pura conciencia subjetiva, conforme al paradigma del solipsismo metódico, sino que se trata
del discurso como institución pública del reconocimiento intersubjetivo y de la resolución
racional y razonable de los desacuerdos y conflictos acerca de pretensiones de validez en las
relaciones interpersonales y en la vida social en cuanto comunidad de comunicación. Los
discursos prácticos se sitúan ya en el espacio público de la vida social y de las instituciones de
la eticidad; en la medida en que estas últimas, a su vez, se pueden considerar también en parte
(en el Estado de derecho y conforme al principio de la legitimación democrática) como
realización u objetivación de pretensiones de validez objetiva reconocidas, o de consensos
sociales logrados mediante anteriores discursos y renovados en la interacción comunicativa
cotidiana, parece entonces que “ética” y moral no deberían ya contraponerse, sino que en la
sociedad moderna tienden a compenetrarse (o al menos a solaparse, para emplear una
expresión de Rawls), en el sentido de una institucionalización de la moralidad y de una
moralización de la eticidad, sin que nunca pueda desaparecer sin embargo su diferencia,
porque con ello se le quitaría el piso a la autonomía de la conciencia moral y al juicio crítico
independiente.
Este “ocultamiento” del que habla Ricoeur, es el que tiene lugar, me parece, por
ejemplo, en A. MacIntyre, en quien se borra la diferencia de los dos modelos de la identidad:
“Soy hijo o hija de alguien [...] ciudadano de esta o aquella ciudad, miembro de este o aquel
gremio o profesión [...] Como tal heredo del pasado de mi familia, mi ciudad, mi tribu, mi
nación, una variedad de deberes, herencias, expectativas correctas y obligaciones. Ellas
constituyen los datos previos de mi vida, mi punto de partida moral. Estas ideas posiblemente
parezcan extrañas e incluso sorprendentes desde el punto de vista del individualismo
moderno, según el cual yo soy lo que haya escogido ser, y siempre puedo, si quiero, poner en
cuestión lo que aparece como meros rasgos sociales contingentes de mi existencia [...] Según
el punto de vista narrativo del yo, sin embargo, la historia de mi vida está siempre embebida
en la de aquellas comunidades de las que derivo mi identidad. He nacido de un pasado, e
intentar desgajarme de ese pasado de manera individualista es deformar mis relaciones
presentes. La posesión de una identidad histórica y la posesión de una identidad social
coinciden. Tengamos presente que la rebelión contra mi identidad es siempre también un
modo posible de expresarla.