Virtudes Virgen Maria
Virtudes Virgen Maria
Virtudes Virgen Maria
María tenía la certeza de la existencia de Dios Todopoderoso, pues Ella era una joven judía que había sido
educada en la fe del pueblo judío del Antiguo Testamento. Como sus parientes y amigos, María creía en el
Dios Creador, en el Dios Todopoderoso y en el Dios Justo, que a través de los profetas se había revelado al
pueblo de Israel. María se sentía sierva como enunciaba el profeta Samuel (1Sam 3,10): “El Señor se
presentó y llamó como las veces anteriores: “Samuel, Samuel”. Respondió Samuel:” Habla, que tu siervo
escucha” y reconocía a Dios como el Señor.
Esta afirmación es muy importante pues así se entiende que María se sentía criatura frente a su Creador.
Reconocía la autoridad de Dios, y los deberes que debía cumplir para con Él.
Como consecuencia de esta fe judía en la que fue educada durante los catorce o quince años antes del
anuncio del ángel Gabriel, María rebosaba una confianza y una paz interior, que, sin duda, fueron claves para
su aceptación libre del misterio de la encarnación. Ella sabía que Dios la amaba sin mérito alguno suyo,
simplemente por ser su criatura, y que por ello le debía ciertos deberes.
En la Visitación, nos hace ver como Isabel resalta la fe de María por encima de otras virtudes, porque creyó
en el misterio de la encarnación, contra toda humana evidencia, por encima de todos los posibles
razonamientos y aun de todas las leyes de la naturaleza, y por ello, Isabel la alaba. No hay en toda la
Escritura una manifestación tan poderosa de fe como la que dio Abraham, pero aún éste tiene que ceder ante
la que mostró la Virgen María.
La idea de toda maternidad estaba completamente fuera de toda la perspectiva personal de vida, que pudiera
tener respecto a su futuro la Virgen María. Entre los judíos existía la costumbre de casar pronto a las mujeres,
para dentro del matrimonio procrear y perpetuar la propia casa y el linaje. La total entrega de Dios que María
hiciera desde niña la apartaba ya de la línea del Salvador.
El mensaje del ángel la sustraía de repente y radicalmente de sus perspectivas vitales, descubriéndola un
horizonte tan vasto e inimaginable, que era imposible penetrarlo con la pura razón. Nuestra Señora no tenía
ninguna garantía humana de que aquello iba a suceder. Que una mujer concibiera sin intervención de varón,
es algo que caía fuera de las leyes naturales, que sea Madre de Dios era impensable. Se le exigía algo de
una grandeza realmente sobrehumana, una ilimitada, absoluta y ciega creencia en la palabra de Dios, tanto
para la Encarnación como lo que iba a derivar de ella. Zacarías, el marido de Isabel, ante un hecho
infinitamente más pequeño se resistió a creer que su mujer de edad avanzada, Isabel, iba a ser madre. Le
parecía inconcebible.
En la Anunciación se asientan las bases de la ética cristiana, el Sí de la Virgen María supuso el hacer la
voluntad de Dios en su Vida, el cumplir su primer deber para con Dios.
Esta actitud de la Virgen nos puede ayudar a comprender que, por el mero hecho de existir, de ser criaturas,
tenemos unas obligaciones que cumplir para con nuestro Creador. Hoy día pocos cristianos de verdad se
plantean su vida en estos términos. La Virgen María se sentía enormemente agradecida por vivir, por el don
de la vida, de la existencia que la había dado por Amor, su Señor. El contemplar el SI de María, nos puede
ayudar a plantearnos las siguientes preguntas:
Ella no comprendía (el misterio de la Encarnación lo siguió siendo), pero creía en Dios y en su omnipotencia,
sabía que había hablado a sus antepasados judíos, conocía de las promesas hechas a su Pueblo. Creyó sin
titubeo, lo que Dios le comunicaba a través del ángel, sin pedir señales sensibles. Hubo un portentoso acto de
fe en la aceptación del mensaje. La Virgen se fió de Dios, creyó cuanto se le comunicaba y el Verbo se hizo
hombre.
El crecimiento interior y la madurez que experimentó María en el momento de la Encarnación caen fuera de lo
mesurable. Había sido trasladada a un mundo superior, más cercano a Dios. De esta experiencia mariana
podemos aprender que la fe es necesaria para todo cuanto hace referencia a un mundo superior, al mundo
sobrenatural. Es inútil querer tener ante el llamamiento de una vocación cualquiera, la señal, la prueba
sensible, que en el orden humano haga evidente la realidad sobrenatural de la vocación.
2. La felicidad de la Virgen María, su esperanza y su sufrimiento
María fue feliz, plenamente feliz, desde la Anunciación hasta Pentecostés, pasando por la Pasión. Fue feliz
porque en cada momento hizo la voluntad de Dios, y no a ciegas, sino aceptando voluntariamente en cada
momento lo que le pedía, meditando las cosas en su corazón, enamorándose de Dios, viviendo no solo los
mandamientos sino cumpliendo gozosamente las bienaventuranzas, asumiendo con todas sus consecuencias
la naturaleza misma de Dios, el Amor, y su propia naturaleza humana, amando hasta el fin de sus días
terrenales y continuando amando desde el Cielo a todos sus hijos. (cf. María, camino de perfección, Santiago
Martín).
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad
nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos, no en nuestras fuerzas, sino
en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. Corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el
corazón del hombre.
La esperanza es disfrutar de lo que no se tiene, porque se sabe que se va a tener aquí y en la vida eterna. La
esperanza y a quién la pose, le dota de una paz interior y una certeza de la victoria final.
“Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración” (Rm
12,12).
La esperanza nos da fuerza para luchar aquí por el trabajo, la unidad familiar, la salud, los hijos, el
matrimonio, la patria, los amigos. La esperanza te mantiene firme y alegre.
María en muchos momentos de su vida vivió de la esperanza, especialmente en los momentos más duros,
difíciles y llenos de sufrimiento, María reaccionó ante la Cruz con ESPERANZA.
En el dolor, el cristiano puede sentir la presencia real de Cristo. A los cristianos nos gusta la Cruz porque ella
es portadora de Cristo, no porque nos guste sufrir o hacer sufrir a los demás.
María ante la cruz no huyó, María encontró alivio en su Hijo, a través de la esperanza en las promesas hechas
por Dios todopoderoso. María no divinizaba el dolor, si lo podía evitar lo hacía pero cuando no podía,
encontraba en su Hijo Jesucristo, el alivio constante y suficiente para seguir esperando, contra toda esperanza
humana.
El hombre de hoy está sumergido en la cultura de la muerte, y de la huida del dolor y el sufrimiento. Está
perdiendo una ocasión única de estar con Cristo, de fortalecerse con y en Él, de aumentar su capacidad de
superación y de seguir luchando por un mundo mejor.
María supo estar en la Cruz, allí donde los discípulos huyeron, serena y entera, no huyó de sus propios
problemas ni de los ajenos. Mantuvo la esperanza hasta el final, no se rindió porque sabía que las guerras las
ganan los soldados cansados!
María adoptó un comportamiento práctico, muy femenino, no enunció discursos en los momentos de dificultad,
solo estuvo allí, con el que sufre, ofreciendo la esperanza de su Hijo, el Salvador de los hombres (cf. María
camino de Perfección, Santiago Martín).
Es necesario que imitemos a María en su comportamiento ante el dolor, la enfermedad, las contrariedades y
el sufrimiento, propios y ajenos. No huir. Es necesario dotarnos de la virtud de la esperanza para no
desfallecer, implorarla de Dios, para seguir caminando. María nos dejó un admirable camino de esperanza
para recorrer junto a ella.
Podemos por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (Rm 8,28-30) y hacen su
voluntad (cf. Mt 7,21) .En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, perseverar hasta
el fin (cf. Mt 10,22) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las buenas obras
realizadas en la Tierra con la gracia de Cristo.
La esperanza cristiana tiene su origen y modelo en la esperanza de Abraham, colmada en Isaac, de las
promesas de Dios y purificada por la prueba del sacrificio:
“Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de
acuerdo con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia” (Rm 4,18).
Vivir con la certeza y la esperanza, en que después de la muerte, está la vida eterna donde Dios nos esperará
con las manos abiertas y con su misericordia divina.
3. La Virgen María y la caridad
La Caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios.
La Caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del
amor divino.
Santiago Martín en su libro María, camino de Perfección, nos habla de la caridad de María en su visita a
Isabel, denominándolo un viaje de Caridad. Lo que motivó a María para ir a visitar a su prima, en cuanto supo
que estaba encinta, no era la curiosidad humana, el morbo de saber si Dios había cumplido la promesa hecha
a Zacarías, ni tampoco la pura motivación humanista de ayudar al prójimo necesitado (además Isabel
probablemente contaba con criados que la podían atender) sino lo que la motivó fueron motivos religiosos
,que la llevaron a emprender una obra concreta de Caridad auténtica: viajar hasta la actual Ain-Karim, situada
hacia el Sur, en la montaña de Judea, durante varios días de viaje, debió ser para Nuestra Señora un viaje
hermosísimo, meditando en su corazón todo lo que el Arcángel Gabriel le había anunciado.
María estaba lo suficientemente motivada espiritualmente para emprender ese viaje, sabía que el encuentro
con su prima Isabel no era casual, era la persona que Dios le ponía delante para
Compartir gozosamente la Encarnación del Verbo, y además era un indicio a tener en cuenta, que en la
Anunciación, el ángel la había mencionado a Ella y a su futuro hijo: Juan el Bautista. María sabía que debía
haber una conexión entre ambos sucesos. Pues la moción interior que la hizo viajar a casa de su prima, era
algo sobrenatural y extraordinario, que experimentaba en su Ser.
Pero además María emprendió el viaje también como una obligación, como un deber que tenía para con Dios
de Amarle a Él y al prójimo: en este caso Isabel. Pero hay más ocasiones en el Evangelio, en que Nuestra
Señora actúa con una caridad ardiente: en las bodas de Caná, al sentir compasión ante la escasez de vino en
la boda de unos novios; en la Pasión, acompañando a Su Hijo y a las demás mujeres en el trance a la muerte;
durante los días previos a Pentecostés, ayudando a los discípulos a superar la incertidumbre de la
Resurrección de su Hijo y después, colaborando en todo lo que podía, en la Iglesia naciente.
Hoy día María se hace presente en el mundo de miles maneras. El aumento de las apariciones marinas en el
último siglo y en el presente, muestran la Caridad de María, el Amor hacia sus Hijos, que no vacila en seguir
luchando por nuestra conversión. Aunque hayamos fallado, Ella es invocada en la Iglesia con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora (cf. Lumen Gentium).
4. La Virgen María y la unidad de la iglesia
Tenemos que imitar a María en este punto, avanzar en la unidad en la familia, entre los compañeros de
trabajo, en la Iglesia, en nuestra nación, sabiendo amar y sabiendo ceder. Estar unidos en nombre de Cristo.
Que lo que nos una sea el Amor a Cristo, amar con el estilo de Cristo, respetando las normas morales
sabiamente enunciadas por la Iglesia Católica.
Sin unidad no hay testimonio de caridad y sin él no habrá conversiones, no hay evangelización.
María como Madre desea fervientemente la unidad de sus Hijos, y como Madre que es, nos indica que
debemos amar primero a los más cercanos, para así, ejercitados en el amor doméstico, podamos amar a los
más alejados.
Su amor es un amor sin límites, sin esperar nada a cambio, que perdona y sabe cuándo tiene que ser
perdonado (Juan Pablo II declaraba que el perdón a los terroristas, se puede realizar, cuando hay garantías
de un arrepentimiento sincero).
María supo perdonar a los discípulos que huyeron de la cruz, a los sacerdotes judíos que acusaron
indebidamente a su Hijo, a la autoridad romana que lo clavó en la cruz. María les perdonó porque los amaba a
pesar de todo.
María era portadora de paz, y por ello sembraba unidad a su alrededor: gracias a su amor mantuvo a los
discípulos indecisos después de la Cruz, unidos hasta Pentecostés. Y con su amor maternal, inundó de una
caridad ardiente la Iglesia naciente que ha llegado hasta nuestros días.
Dios solo está donde hay Caridad, porque Él mismo es Amor (cf. Deus Caritas est, Benedicto XVI) y donde
hay caridad, hay perdón y unidad. María como Madre de Dios y como Madre Nuestra, es la expresión perfecta
de la Caridad y de cómo el Amor puede impregnar todos los actos cotidianos y singulares de nuestra
existencia, haciéndolos únicos e irrepetibles
5. La Virgen María y la humildad y la docilidad
El Real Diccionario de la Lengua Española (RAE) define en su primera acepción, la humildad como la virtud
que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar con este conocimiento.
Esta definición nos puede ayudar a adentrarnos en la virtud mariana por excelencia. La propia Virgen María
en su Magnificat, hace una expresión bellísima de esta virtud. A través del saludo de su prima Isabel Bendita
tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
¿Pero cómo pudo María practicarla con tanta radicalidad? Porque tenía las prioridades de las cosas bien
puestas, tenía su cabeza y su corazón bien amueblados. Sabía que Dios era el primero y que Ella era criatura
frente al Creador. Reconocía que lo bueno que hacía era don de Dios. Atribuía la belleza y bondad de las
cosas, de las criaturas, a su Autor: Dios.
Ella había sido elegida para ser Madre de Dios, era una obra grande que le exigía un cierto desapego de las
cosas del mundo. Esta actitud humilde le sirvió para pasar las pruebas más duras, en aquellas circunstancias
en que no se le trató como se debía. También la práctica de la humildad la ayudó a aceptar los imprevistos de
la vida sin quejarse, al contrario, aceptándolos humildemente sabiendo que Dios los permitía por algún motivo
desconocido para Ella en ese momento.
El apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos (cf. Rm 12,1-2) ya nos decía que no nos ajustásemos a este
mundo, sino transformados por la renovación de la mente, para que supiéramos discernir lo que es voluntad
de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Es de suma importancia no perder de vista que la humildad es la verdad: un hombre o mujer son humildes en
la medida que son verdaderos, en la medida que ven la verdad de las cosas. La soberbia aniquila en el
hombre la capacidad de ver las últimas realidades, aquellas que por ser profundas requieren penetración, todo
el mundo sobrenatural.
El hombre que cree poder algo por sí mismo es un monstruo cegado por el orgullo, injusto con Dios. No ve
que hasta vivir minuto a minuto, para respirar y moverse, y pensar, necesita la acción de Dios. No ve tampoco
que está tarado por el pecado original, con el entendimiento sujeto a error, con la voluntad a merced de
cualquier impulso. No percibe su impotencia, su libertad esclavizada por el pecado. Se apoya exclusivamente
en sí mismo, en su inteligencia, en su habilidad, en su fuerza, en su poder, en su capacidad como si se las
hubiera dado a sí mismo, como sino se las debiera a nadie. Por eso el soberbio es también, por esencia,
injusto. Humanamente se desconoce a sí mismo, pues ignora, por principio, lo que él es por esencia: imagen y
semejanza de Dios.
Pero ahora se trata de la expresión de esa humildad. Lo primero atañe a la inteligencia y lo segundo a la
voluntad. Es cuando entra aquí la docilidad.
La Virgen María no vivió pendiente de sí misma, sino pendiente de Dios, de su voluntad. Por eso era tan
consciente de su insignificancia, sintiéndose incapaz de todo, pero sostenida por Dios. La consecuencia fue el
entregarse, el vivir para Dios. Sólo el humilde puede ser dócil.
6. La Virgen María y su pureza
El Real Diccionario de la Lengua Española (RAE) define la pureza como cualidad de puro y en su segunda
acepción, como virginidad y doncellez.
Estas definiciones nos ayudan a penetrar en los misterios de la Inmaculada concepción, parto virginal y
pureza de María.
Siguiendo el libro “Sin Pecado concebido” de Joseph Torras Bages, podemos leer nada más al comenzar sus
páginas, María es la pureza. El autor nos explica que Dios siendo la luz esencial y que toda la luz viene de Él,
es por eso también la pureza por esencia, y es tal la pureza divina, que todas las cosas, tanto las espirituales
como las materiales, pueden contemplarse en aquella purísima Substancia, que es la fuente cristalina de toda
la existencia. Toda la creación está contenida en Dios y en Él veremos todas las cosas cuando hayamos
llegado a la eterna felicidad de la Gloria.
Esta inmensa pureza de Dios quiso el Señor que fuese reflejada en una privilegiada criatura, en la Inmaculada
Virgen María, a quién escogió por sagrario de su Hijo eterno. María es la más pura de las criaturas por
designio divino y por eso quiso reposar en sus entrañas cuando quiso hacerse hombre.
Sólo a Dios se le puede aplicar los atributos o perfecciones diciendo que son infinitos, es decir sin término ni
medida; más los Santos Padres de la Iglesia, con gran exactitud teológica, proclaman infinita la pureza de
María. La pureza de María no tiene límites ni medida, corresponde a la plenitud de su gracia, su Concepción
es anterior al mundo del pecado, es una Concepción divina. Ella engendrada por Dios desde toda la
eternidad, se mantuvo siempre pura y así pura nació en la Tierra, pues estaba destinada a ser la restauradora
de la pureza en el linaje de los descendientes de Adán y Eva.
Jesús es la misma esencia divina y Jesús es el fruto del santo vientre de María. Por el fruto se conoce al
árbol, y el árbol es quien nos proporciona el fruto; por tanto si Jesús es quien purifica el corazón del hombre,
siendo Jesús el fruto de María, es evidente que toda la pureza, el olor angélico y divino, que es el aire que
respiran las almas puras es proporcionado a los hombres por la Inmaculada Virgen María.