Semántica, Rivano - Discusiòn General y Glosario Bàsico
Semántica, Rivano - Discusiòn General y Glosario Bàsico
Semántica, Rivano - Discusiòn General y Glosario Bàsico
DISCUSION GENERAL
A- Significa 'salir'
Tenemos en (i) que 'significar' es algo así como "traducir el objeto a una palabra
o grupo de palabras conocidas", "pasar de una palabra a otras palabras",
"explicar una palabra con otra u otras palabras". 'Significar', aquí, es "explicar el
significado", "definir". Es el significado de 'significar' que implica el diccionario
que "trata del significado de las palabras". Así, entonces, podrá leerse:
"Promiscuo ...a se dice también de una persona que lleva una vida sexual
variada y desordenada".
Algo congénito a lo anterior tenemos en (ii), sólo que aquí se pide la traducción
de una lengua a otra. Tanto en (i) como en (ii) se trata de una relación de
identidad entre dos o más palabras. Por un lado, tenemos lo que podríamos
llamar un punto de partida, y por el otro, una meta. Al ser requeridos sobre el
significado de una palabra en estos usos, se nos pide que vayamos desde el
punto de partida (la palabra por definir o traducir) a la meta (las palabras que
definen o traducen). En (ii) tenemos una función entre lenguas, mientras que en
(i) tenemos una función en una misma lengua. Advirtamos, ahora, que, en una
dimensión de las cosas, el tipo de relación semántica a que apunta (i) es
unidireccional, mientras que (ii) es bidireccional. Es decir, en la relación de
definición o explicación, no podemos intercambiar la meta por el punto de
partida y viceversa en cualquier contexto de habla. Así, no decimos ""persona
que lleva una vida sexual variada y desordenada" significa "promiscuo"". Hay
un tipo de identidad entre los lados de la relación, pero no podemos convertir
(intercambiar) estos lados sin más en la fórmula. Es distinto el caso con la
relación de traducción que (ii) implica:. Aquí, podemos decir tanto "'les choses'
significa 'las cosas'", como "'las cosas' significa 'les choses'". Pero la
adecuación de estas alternativas depende del contexto del caso: si estoy
explicándole a un francés, esta última versión será la adecuada, si un francés
me está explicando a mí, la primera.
El caso en (iii) es distinto. Allí parecemos estar indagando sobre los motivos de
alguien, o sus razones, pero también, eventualmente, las consecuencias de
algo, o los efectos.
En (vii) tenemos, claro, una función interpretativa (un psicólogo nos diría "por
excelencia"). Podemos comparar este contexto con la lectura interpretativa de
(v): el punto de partida en (vii) es aparentemente algo no lingüístico (un sueño).
Sin embargo, la pregunta se articula justamente en un contexto de lectura de
los sueños: para Freud, hay un lenguaje de los sueños: los sueños son
mensajes.Todas estas acepciones de 'significado' y 'significar', ¿no son en sí
distintos significados? ¿No es esta muestra de contextos significativos la
realización de muchos significados de 'significado' y 'significar'? ¿O diremos
que el significado de un término lo constituye el conjunto de valores, funciones,
acepciones, matices y usos que el término despliega? ¿O será cuestión de
estipular lo uno o lo otro, porque este objeto de la semántica, el significado, no
es un objeto natural, sino una creación artificial para dar cuenta de algo que, de
hecho, no sabemos qué es, y menos entendemos cómo funciona?
(En este punto surgen discusiones varias. Una línea, la de los universales
lingüísticos, nos lleva a autores como Greenberg (1966) y Comrie (1981), y
también Berlin & Kay (1969), con métodos y datos que no introduciremos en
este libro; otra nos lleva a los temas de la traducción, en autores como Nida
(1975), Steiner (1975), Booth, Foster, Rabin y otros (1958), Quine (1953),
temas que nos ocuparán breve y marginalmente; otra nos lleva a desarrollos
modernos en lógica, filosofía del lenguaje, y epistemología, un conglomerado
extenso de autores, ideas y procedimientos, con cumbres particulares en el
Wittgenstein del Tractatus, por un lado, y el de las Investigaciones, por el otro,
autor que mencionaremos, muy someramente; otra línea nos lleva a los
desarrollos clásicos de la lógica, asunto que tampoco nos ocupará en esta
ocasión.)
¡No hemos usado 'significar' más que en (i)! Ahora bien, tenemos una
multiplicidad de palabras para traducir 'mean'. Observemos que éstas no son
intercambiables sin más, sin por ello dejar de tener secciones en común. La
siguiente lista de contrastes es sugerente en este sentido. Los juicios (míos)
sobre la aceptabilidad de los (tipos de) enunciados van entre paréntesis,
después de los mismos y de acuerdo a la pauta siguiente: (*) = inaceptable, (?) =
cuestionable; (* ?) = más que cuestionable, pero menos que inaceptable; sin
estos juicios de aceptabilidad, el enunciado es totalmente aceptable (inteligible,
utilizable, normal, etc.):
(*?)
'perro' refiere a 'x'
¿qué quiso decir Juan con 'x'?
(*?)
¿qué significó Juan con 'x'?
¿a qué se refirió Juan con 'x'?
(?)
¿cuál fue el sentido que Juan dio a 'x'?
esto significa que habrá guerra
(?)
esto refiere que habrá guerra mañana
esto quiere decir que habrá guerra
(?)
el sentido de esto será que habrá una guerra
esto implica que habrá guerra
Los contextos anteriores juegan en forma no exhaustiva con la posibilidad de
sustituir las expresiones del caso (un método que en filosofía se conoce como
"la ley de Leibniz" y en lingüística como la sustitución paradigmática). El
resultado es que no sólo se obtienen significados distintos, sino, muchas veces,
formas no gramaticales. Los distintos términos, que en español traducían los
contextos citados de 'mean' en inglés, no son sinónimos y tienen, muchas
veces, una gramática distinta.
De modo que, bajo el criterio distributivo, es decir, de cómo la entrada del caso
combina con otras palabras, hay un entramado semántico donde participan
términos como 'significar', 'querer decir', 'tener sentido', 'implicar', 'tener la
intención de', 'referir'. Estos distintos miembros definen una familia de
significados. Pero ¿cuál es el criterio para afirmar que se trata de una familia?
Piénsese en I didn't mean to mean you, "no fue mi intención referirme a ti". La
forma más impresiona en inglés que en español: en inglés usamos la misma
forma, "mean", para expresar los significados de intención y referencia, ambos
realizados por formas distintas en español.
Los (tipos de) usos del inglés son relacionados con traducciones al español, y
éstas corresponden a distintos (tipos de) usos, pero no ya de una misma
palabra, sino de distintas palabras que tocan o calzan con la traducción del
caso. No son estas últimas, entonces, usos distintos de 'significado', sino ya un
uso de 'querer decir', otro de 'tener la intención de', otro de 'referirse a', otro de
'sentido de', otro de 'implicar', 'pensar', 'tener propósito'.
Ahora bien, al revisar los usos de 'significar' damos, por ejemplo, con el uso de
'explicar', que, como vemos, implica 'buscar usos'. Y este es un uso (acepción,
significado) que bien caracteriza, decimos, un aspecto central de la semántica
(y también, entonces, es un significado (uso) que caracteriza la actividad
misma de revisión que se iniciara con la pregunta inicial). ¿Seguimos dando
vueltas en círculo?
Una pregunta que podría ayudarnos a salir de este laberinto conceptual es: ¿es
'significado' lo mismo que 'uso'? He allí dos cuernos de minotauro: uso y
significado. Lo primero que cabe investigar es la medida de conmutabilidad de
ambos términos en contextos lingüísticos determinados. Así, la eventual
diferencia entre éstos tendría que aparecer en el contraste entre expresiones
como "¿qué significa la palabra 'perro' (en español)?", por un lado, y "¿qué uso
tiene la palabra 'perro' (en español)?", por el otro. De modo que el contraste se
reduce a [¿qué significa 'x' en L?], por un lado, y [¿qué uso tiene 'x' en L?], por
el otro (donde 'x' es cualquier término y L el lenguaje donde el término
aparece).
1.4.1. Wittgenstein: "¡no pienses, mira!". En este punto puede esbozarse una
línea crítica que en el siglo XX se articula en forma particular en Wittgenstein
(1958). Porque en el intento de darle curso a esta distinción entre significado y
uso, bien podría alegarse que, finalmente, lo que subsiste son los usos. La
distinción no es tal. La presunta perspectiva desde las ideas, conceptos o
significados no es más que una suerte de ilusión. El lenguaje, las expresiones
del habla, están en uso y tienen usos. En la medida en que nos comunicamos,
están ocurriendo cosas a través del lenguaje: alguien advierte a alguien de algo
y usa ciertas expresiones para ello, que en ese contexto desempeñan un
trabajo particular; alguien explica algo a alguien y en ese acto participan
palabras; alguien recibe una instrucción de alguien con gestos, palabras, turnos
y en un contexto; alguien saluda a alguien; alguien manifiesta su enojo ante
alguien; alguien nombra una entidad ante otro; alguien describe algo a otro;
alguien insulta a otro; alguien usa palabras para coordinarse con otros en la
construcción de una casa; alguien habla para entretener a una audiencia que
paga por entretenerse, alguien usa palabras para anunciar un producto, etc. Es
desde este "ocurrir cosas" que rescatamos "significados". Pero estos
significados no son algo que pueda atribuírsele al lenguaje en sí, en abstracto,
como si las expresiones del habla tuvieran en sí, entre sus propiedades
constitutivas, significados. Como si el significado fuera un objeto estable y
esencial de o en las palabras. Tampoco sería el significado una entidad aparte
que el lenguaje evoca o refiere: un concepto abstracto o mental, por ejemplo, o
el mundo externo. Más bien se reduce el significado al hecho mismo de que los
asuntos humanos están ocurriendo en ciertas circunstancias. Allí surge el
significado. Y, con el lenguaje, las cosas están ocurriendo en la medida que
éste está en uso. La dimensión del significado es la dimensión de los usos del
lenguaje. "No indagues sobre el significado, indaga sobre el uso", es uno de los
slogans de Wittgenstein para esta orientación.
En este sentido, un Wittgenstein cuestionaría la propiedad misma de una
pregunta como '¿qué significa 'significar'?'. La pregunta es absurda porque el
término está en uso en la pregunta misma y, al estarlo, queda tácito el
conocimiento de su significado: "¿cómo que 'qué significa 'significar''? Acabas
de emplear el término bien, ¿qué más quieres saber?".
1.5. Otra bifurcación: 'significar' y 'querer decir'. Una distinción que surge
entre las funciones de traducción e intención que hemos visto, y que viene a
ampliar nuestra perspectiva en torno a 'uso' y 'significado', es la que se produce
entre el supuesto significado lingüístico, por un lado, y lo que podríamos llamar,
el propósito del hablante, por el otro. Algo así como la diferencia entre lo que un
hablante dice, por un lado, y lo que quiere decir (o lo que pretende), por el otro.
Nuevamente nos encontramos con homonimia en inglés para la designación de
estas dos funciones: ambas se expresan por el verbo mean (por lo que los
diccionarios ingleses analizan el asunto como polisemia, no homonimia, vid
infra: II:4). De allí la necesidad de hacer explícita para el inglés una distinción
que en español viene dada en el lenguaje cotidiano. A pesar de lo anterior,
resulta instructivo revisar esta distinción. Consideremos lo siguiente (cf. Hurford
& Heasley, 1983:1-7):
(i) 'prejuzgar' significa emitir un juicio sobre algo o alguien sin el conocimiento
adecuado del objeto enjuiciado.
(ii) al decir "me parece algo vago", Manuel quiso decir que no aceptaba la
propuesta.
(i) y (ii) pretenden ilustrar el contraste entre estas dos dimensiones del
significado: el significado del lenguaje (de las palabras, las oraciones), por un
lado, y el significado del hablante, por el otro. Se observará que ésta es una
distinción coherente con la anterior entre significado y uso. Piénsese en una
expresión como "el agua está sobre la mesa". En sí, se dirá, este complejo de
palabras tiene un significado lingüístico único: cada uno de los elementos
aporta un contenido estable al conjunto, y la disposición de los elementos (las
palabras) en el todo (la oración) también tiene un sentido estable: el objeto
'agua' se encuentra en la relación 'estar sobre' con respecto al objeto 'mesa'.
Eso es lo que la oración significa, independientemente de eventuales usos
particulares que esta forma obtenga. Ese es su significado lingüístico.
Cada vez que por medio de una expresión observamos o juzgamos otras
expresiones, estamos en un nivel autorreferencial. Todas las palabras que
pueden referir actos comunicativos son de este tipo, como ciertos usos de
'decir', 'escuchar', 'leer', 'recordar', 'significar', pero también un sinnúmero de
otras que pueden ser usadas en contextos dados para enfocar ("escanear")
partes del habla. Es la propiedad de reflexividad del lenguaje.
Una de las distinciones que se maneja para resaltar un aspecto de este tránsito
entre un nivel "en línea" (no-autorreferencial) y un nivel en metalínea
(autorreferencial) es la que introduce el par "uso" y "mención". Una palabra
se dice estar "mencionada" cuando aparece en contexto autorreferencial de
tipo cita, de otro modo está simplemente "en uso". Por ejemplo, en la expresión
"¿qué significa la palabra 'cónyuge'"?, la palabra 'cónyuge' se dice estar en
mención. Su uso no es el uso normal, o en línea de la palabra, sino un uso de
tipo vitrina: un objeto aparte. Esto lo destacamos encerrando las menciones
entre comillas simples en la escritura, mientras que, en el habla oral, la
mención recibe una entonación y acentuación particulares, a la vez que se
hace rodear de pausas o silencios que marcan su carácter de cita. La mención
se produce cuando el propósito de la comunicación gira sobre algún aspecto de
la misma. Cuando el lenguaje está en uso, los propósitos son otras cosas que
el lenguaje.
Nos dice Lyons que ambas afirmaciones son verdaderas bajo distintas
interpretaciones. Las instancias de las letras son obviamente diez (2 para la "r",
3 para la "e", y 1 para la "f", la "n", la "c", la "i", y la "a", respectivamente), pero
los tipos de letras son sólo siete. La instancia es el tipado, la inscripción
(token). De modo que lo que llamamos "letra" es potencialmente ambiguo:
¿estamos hablando de letra-tipo o de letra-tipado? Lo mismo vale para las
palabras: podemos hablar de palabras-tipo, por un lado, y palabras-tipado, por
el otro. En una expresión como "mi tío Julio y mi tío Andrés" hay 7 palabras-
tipado y 5 palabras-tipo".
Cuando se dice "'di' y 'doy' son dos formas de la misma palabra", se está
implicando una distinción entre palabra-forma, por un lado, y lexema, por el
otro. En el primer caso se trata de objetos concretos (como los que sortea un
editor, dice Lyons (ibíd:18-25), o por los que cobra un traductor). La forma es la
secuencia de elementos en la unidad. La forma tiene extensión (ocupa espacio
y tiempo). El lexema, por su parte, es el concepto básico, la unidad abstracta
de una variedad de formas que se perciben como pertenecientes a un mismo
tema lingüístico.
El lexema, por otro parte, no debe confundirse con una suerte de tipo en
relación al cual sus formas son su tipado. La relación entre las unidades
teóricas de la lingüística y los elementos por éstas denotados es una de
realización bajo reglas o principios de derivación. Más importante aun: las
entidades teóricas de la lingüística moderna se definen en forma interna, en
relación a un sistema. De modo que un lexema es una unidad que se define en
términos de sus relaciones con los otros lexemas del léxico, así como un
fonema es una unidad que se define en relación a los otros fonemas del
sistema fonológico de una lengua. El lexema debe dar cuenta de la variedad de
sus formas no en el sentido de ser un molde externo para todas, sino en el
sentido de ser lo que da unidad interna a una variedad semántica en un
sistema general de relaciones.
Nótese que la forma citada que trae, por ejemplo, el diccionario, es de hecho
una de las formas del lexema en cuestión, seleccionada para nombrar el todo
por conveniencia (brevedad, neutralidad, convención, etc.). Así, por ejemplo,
suele aparecer la forma del infinitivo de los verbos como representante del
lexema en cuestión. De modo que un infinitivo como 'dar' nombra y representa
el conjunto de formas de ese verbo. La forma representa al lexema DAR, el
cual incluye entre sus formas 'doy', 'das', 'daré', 'dieron', y también 'dar', entre
otras.
Advirtamos, sin embargo, que esta forma lingüística, cua forma abstracta, no
sólo no puede repetirse, sino que no puede ocurrir en la comunicación, en el
lenguaje en funcionamiento. Simplemente no puede ocurrir, no está en su
naturaleza ocurrir en el mundo enunciado. Acaso lo que puede ocurrir es la
realización de esa forma abstracta. La forma es la misma, su realización varía.
Pero 'realización' nos lleva sin mayor reflexión a suponer una entidad detrás del
enunciado mismo. Como si el enunciado, para ser el caso, debiera partir de
una forma abstracta que pertenece a un mundo aparte. De alguna manera
estas formas se activarían para participar en la realidad comunicativa. Ese
supuesto, si bien aparentemente útil y de manejo intuitivo por nuestros hábitos
platónicos, debe mantenerse bajo una mirada crítica. Las oraciones en teoría
sintáctica generativa, por ejemplo, (el intento teórico más avanzado hasta
ahora), son unidades que sólo remotamente se relacionan con los enunciados
de una lengua. Más bien, las oraciones son formatos para la organización del
léxico, el resultado de la aplicación de ciertos principios innatos de organización
lingüística, principios que participan en la producción de enunciados,
ciertamente, pero que configuran un sistema orgánico, no una forma particular
para la producción de un enunciado. Estos principios son el objeto de estudio
de la sintaxis, un programa de investigación en el que la oración, en tanto lugar
de confluencia de las dimensiones de la fonética, la semántica, la lógica y la
sintaxis (por nombrar las más obvias), tiene un papel derivado. (Ver Chomsky,
1996, para una introducción general)
Piénsese, por ejemplo, en la expresión "me voy de aquí". Si, por ejemplo, las
referencias de persona y lugar son parte del contenido de un enunciado así,
éste va a depender de quién enuncia y dónde. De modo que la misma forma
cambia de significado dependiendo de las circunstancias.
Pero, ¿no tienen las oraciones un significado en sí, independiente del contexto
de uso? La respuesta a esta pregunta va a depender de cómo concebimos el
significado. Si lo concebimos como ciertas relaciones semánticas del sistema
lingüístico, podremos abstraernos de los usos lingüísticos. Pero una
abstracción así es más problemática de lo que aparenta.
(falta el punto 7)
8.1. Los asuntos involucrados en los aún vagos temas mencionados son varios.
Uno se refiere a la revisión de la noción de 'realidad' que pueda estar implicada
o supuesta en algún desarrollo sobre referencia. De acuerdo a una teoría
referencial del significado, que parte de nociones preteóricas o datos primarios
de interpretación acerca de cómo las palabras significan, el significado de una
expresión es alguna entidad, evento, relación, o cualidad que la expresión
refiere (evoca, nombra, representa - son términos intercambiables en este nivel
aún coloquial de reflexión). Este algo que la palabra refiere se concibe como
algo aparte de la expresión, un objeto con existencia y propiedades
independientes. Por otro lado, en el habla cotidiana se dice que las palabras
"tienen" un significado, o que dos palabras "significan la misma cosa", o que
hay que "buscar" o "encontrar el significado" de una palabra, o que una palabra
"ha perdido su significado" o "ha obtenido un nuevo significado", o "ha
cambiado su significado", etc. El habla cotidiana trae, entre otras, una
concepción metafórica de los significados como objetos, ora en las palabras,
como algo propio de éstas, ora fuera de ellas, como algo independiente. Estos
enfoques cotidianos no son siempre compatibles, pero de hecho se emplean en
forma alternante, sin que los sinsentidos y contradicciones subyacentes
perturben la comunicación cotidiana. Las teorías referenciales encuentran en el
supuesto de la realidad independiente de los objetos, por un lado, y la
concepción metafórica de los significados como objetos independientes, por el
otro, una base para sus edificaciones. Estas deben especificar en forma
coherente la relación referencial y lo que estos supuestos objetos, los
significados, puedan ser.
La realidad, el supuesto ámbito donde se encuentran estos objetos que son los
referentes, debe transformarse rápidamente en una entidad más abstracta que
la que suponíamos inicialmente, elaborarse para que esta teoría referencial del
significado tenga algún curso. Esta adaptación es posible e implica un nivel
superior de definición y formalización. El mundo referido ya no es el mundo sin
más, el mundo físico, sino una dimensión más comprehensiva, un mundo de
objetos y relaciones que responden a las exigencias del lenguaje bajo el criterio
explicativo referencial. La teoría tiene que poder dar cuenta de términos como
'pero', 'yo', 'no', y otros como 'Zeus', 'hoyos negros', 'bondad'.
8.2. Frege: sentido y referencia. Frege, en Über Sinn und Bedeutung ("Sobre
sentido y referencia", 1892), introduce el par sentido-referencia. Una palabra
expresa su sentido y refiere su referente (en forma menos feliz, en algunas
traducciones y comentarios se habla de que la palabra denota su denotación).
Las palabras (los nombres propios y las descripciones definidas o singulares)
tienen referencia y sentido (Bedeutung y Sinn, respectivamente). Por su
subjetividad y variabilidad individual, Frege ha descartado del análisis las
representaciones mentales o directas que las palabras pueden evocar en las
personas, la asociación individual de ideas personales. El análisis sólo
considera el fenómeno de la referencia y el del sentido de las palabras. Eso es
lo objetivo. Las ideas (mentales) que acompañan a los enunciados se
distinguen de las proposiciones (gedanke) que éstos expresan: las primeras
son privadas, las segundas no tienen dueño. Una misma proposición puede y
suele activar asociaciones (ideas, imágenes) distintas en distintas personas y
en la misma persona en distintas ocasiones, sin por ello dejar de ser la misma
proposición. Las proposiciones son entidades abstractas en una dimensión
propia, ni mental, ni física, más bien, de tipo platónica.
8.2.1. La referencia del término 'Luna' es la misma que la del término 'el satélite
natural de la Tierra', pero sus sentidos son distintos. Cuando se afirma "la luna
es el satélite natural de la tierra" se ha dicho algo informativo. En cambio nada
se ha dicho cuando se afirma "la luna es la luna". De modo que la información
contenida en la primera afirmación no es el tipo de información contenida en la
segunda. Lo que se afirma es la relación entre las partes involucradas; de
modo que el tipo de relación en estas dos afirmaciones es distinto.
Frege lleva este análisis de los nombres al nivel de la oración. Es decir, trata
los enunciados afirmativos como nombres. Así, un enunciado, más allá de
expresar un sentido, que es la parte proposicional de éste, también tiene
referencia, que remite el enunciado al mundo de los hechos haciéndolo
verdadero o falso de acuerdo a las circunstancias. Frege concibe la referencia
posible de los enunciados como lo verdadero y lo falso: Los enunciados
distintos varían en sentido, pero su referencia sólo puede ser lo verdadero o lo
falso. De modo que todos los enunciados verdaderos tienen la misma
referencia, lo verdadero. Este resultado, si bien sorprendente, es coherente con
el tipo de análisis lógico-proposicional que Frege maneja, a saber, una lógica
extensional o de valor de verdad. En cálculo proposicional lo mismo da el
significado o sentido de una proposición. Lo que importa es su valor de verdad:
Dos oraciones con el mismo valor de verdad pueden sustituirse en cualquier
compuesto lógico, resultando en el mismo compuesto en su totalidad. Al
sustituir un enunciado como "el satélite de la Tierra no tiene agua" por otro
como "la Luna no tiene agua" mantengo un mismo valor referencial para ambos
enunciados y, por ello, un mismo valor de verdad. Puedo usar indistintamente
ambos en compuestos lógicos, sin alterar por ello el valor del compuesto en su
totalidad. Dado que son sólo dos los valores referenciales posibles de los
enunciados, se desprende que cualquier enunciado verdadero puede sustituir a
otro de igual valor de verdad (igual referencia) en un compuesto lógico sin
alterar el valor total del mismo. (Estos aún oscuros resultados obtendrán más
claridad a partir del Wittgenstein del Tractatus. Hay que señalar también que
Frege trata en forma separada afirmaciones complejas con verbos como
"pensar", "creer", "suponer", "juzgar", también llamados "verbos de actitudes
proposicionales", desarrollo que no presentaremos acá.)
8.2.2. Russell. Son varios los asuntos y problemas que surgen del tipo de
análisis que Frege realiza. La bibliografía obligada al respecto es vasta y no
podremos hacernos cargo acá de ella, más que brevemente. El trayecto
bibliográfico obligado en estos temas, comenzando con Frege, pasa por
Russell (1905) y Strawson (1950). Tanto en Frege como en Russell, el intento
es el de dar cuenta de ciertos aspectos del lenguaje natural en un sistema
formal de relaciones lógicas. Ambos encuentran problemas, que derivan de la
rigidez de la lógica de dos valores y la imposición de evitar paradojas y
contradicciones al momento de dar cuenta en formato lógico del significado y la
referencia de las palabras. Este marco semántico lleva a ciertas
interpretaciones que se alejan de las que importan en el lenguaje cotidiano. Así,
por ejemplo, Russell llamó "descripciones definidas" a expresiones del tipo "el
satélite natural de la tierra", "el autor de Veinte Poemas de Amor" y "el amigo
de mi tía Julia". Son, en términos de Frege, palabras con sentido y referencia.
Pero Russell tenía un problema con estos términos, a saber, que podían decir
algo significativo y sin embargo no "denotar" o referir ningún objeto en la
realidad, como cuando se afirma que "no existe el segundo satélite de la tierra"
o que "el cuadrado de un círculo no es algo que pueda lograrse", o que "el
lugar El País de las Maravillas es un lugar inexistente", etc. El problema, para
Russell, consistía en que estas descripciones definidas, que no tienen
referente, podían encontrarse en afirmaciones verdaderas. Bajo el esquema de
verdad objetiva de Russell, lo anterior requería tratar estas expresiones, no
como nombres propios, es decir, expresiones con un referente en la realidad
(referente que era el significado del nombre), sino como complejos distintos. No
expondré en detalle el desarrollo técnico de Russell ni las razones que hay
para seguirlo en su análisis. Un cierto residuo aristotélico de la noción de
substancia hay en la imposición de referencia para las descripciones definidas.
La solución de Russell es concebir estas descripciones definidas como
expresiones en las que el supuesto sujeto singular de la afirmación desaparece
como tal en el análisis y, así, deja de producir contradicción. Por ejemplo, la
afirmación "no existe el segundo satélite de la tierra" es verdadera e
inicialmente paradójica en que, no habiendo un objeto referido por la expresión
"el segundo satélite de la luna", no hay en la realidad objetividad (substancia)
que le corresponda. Sin embargo, la afirmación es verdadera. Pero no puede
ser una verdad sobre el objeto "el segundo satélite de la tierra". Este no existe.
La solución consiste en analizar esta expresión en sus partes componentes,
que sí tienen denotación. La afirmación debe analizarse más o menos así: "es
falso que hay un y sólo un objeto que es tanto un segundo objeto como satélite
de la tierra". El análisis, como se ve, ha borrado la expresión "el segundo
satélite de la tierra", y la ha sustituido por dos términos generales (que denotan
conjuntos de entidades), a saber, "segundo objeto" y "satélite de la tierra".
Así, por ejemplo, podrán enfocarse estos productos, las verdades, como
objetos intencionales de actos mentales. Las verdades, esta gama incierta de
tipos de productos del mecanismo proposicional que hemos descrito, pueden
se juzgadas, creídas, pensadas, es decir, ser "objeto" de estos "actos
proposicionales". Pero el mecanismo descrito de producción de verdad no está
en función de procesos contemplativos, sino de propósitos prácticos en
actividades humanas. No son estos productos objetos preestablecidos a los
que la mente se acerca, sino crecimientos específicos, ni son creaciones del y
para el ambiente mental, sino productos de un mecanismo en función de
propósitos externos. Es decir, no tiene curso aquí la inercia solipsista de una
fenomenología.
Así, por ejemplo, este tipo de estudios podría aplicarse al lenguaje de las
hormigas. Supongamos que alguien describe un mecanismo de producción
comunicativa entre hormigas. Obviamente, estos productos no serán objeto de
interés de la metafísica; datos así no cambian las verdades necesarias de la
filosofía, pero sí cabría llamarlos mecanismos de producción de verdad en el
sistema comunicativo de las hormigas, en el sentido de historia natural que
aquí se pretende para la noción de verdad. Acaso las funciones de sentido y
referencia, de algún modo, son pertinentes para dar cuenta del sistema
comunicativo de las hormigas, en general, y de sus mecanismos de producción
de verdad, en particular. Acaso no. No es éste un asunto que pueda
determinarse puramente sobre la base de consideraciones conceptuales. (Para
todo el desarroll anterior, ver, Rivano, E. 2002)
La idea de mesa, entonces, se identifica, ora con una forma única en una
realidad ideal, eterna, incambiable, que es lo característico de la variante
platónica o realista, ora con la representación mental de mesa, o su definición
mental, lo que caracteriza al conceptualismo lingüístico.
Los problemas con estas variantes son varios. Por ejemplo, no podemos
observar las formas platónicas ideales originales, sino sólo las copias ¿Cómo
es posible entonces que las identifiquemos como copias de esos ideales?
Platón nos dirá que lo hacemos porque recordamos las formas originales: éstas
están, de algún modo, con nosotros desde que nacemos, son innatas. Pero, si
están las formas con nosotros, ¿por qué es necesario postular otro ámbito de
realidad distinto al humano, a la mente? Si lo que tenemos es la certeza innata
de estas formas inscrita en nuestras mentes, basta con elaborar a partir de esa
supuesta inscripción innata las descripciones y explicaciones del caso. Pero
esto último nos lleva a un conceptualismo o mentalismo. Y, si los conceptos
están en las mentes humanas, ¿cómo podemos establecer, por ejemplo,
identidad de significados, no sólo entre expresiones, sino de una misma
expresión en dos sujetos distintos y hasta en el mismo sujeto en ocasiones
distintas? Porque tampoco podemos observar estas representaciones
mentales. ¿Cómo determinar si se ha producido la misma idea o concepto o
imagen o significado en dos mentes? ¿Y diremos, desde la perspectiva
mentalista, que el significado de expresiones como "Caperucita Roja",
"máquina", "automóvil" (por tomar casos simples), ha cambiado, si resulta que
las imágenes o conceptos a éstas asociados cambian de sujeto a sujeto o en
un mismo sujeto en ocasiones de uso distintas? El resultado es que nada
podemos fijar en términos de los significados lingüísticos. Estos serían
funciones de nuestras asociaciones mentales. El lenguaje se transforma en
asunto privado, oculto y caótico. Los significados son entidades que se
producen en las mentes de los sujetos y mueren con éstos. Bajo la premisa de
que las actividades asociativas, de creación de imágenes y de conceptos son
individuales, debemos concluir que el significado, concebido a través de estas
actividades mentales, es asunto privado. La comunicación humana se torna
misteriosa desde esta perspectiva. ¿Cómo es posible que dos mentes, cuyas
actividades asociativas, de producción de imágenes y de conceptos, son,
supuestamente, tan diferentes, logren entenderse a través del lenguaje, que
emplea significados que no son otra cosa sino estos mismos productos
mentales tan dispares?
La respuesta nominalista a este tipo de preguntas es que lo único universal son
los nombres, las palabras. Las palabras son objetos relativamente estables en
su forma externa y son lo que se intercambia en la comunicación y el
entendimiento humanos. Tanto los objetos del mundo como los fenómenos
mentales son cambiantes y pueden ser vistos desde infinitas perspectivas. En
cambio las palabras configuran un sistema relativamente estable de entidades.
Los nominalistas simplifican,. entonces, los problemas de los significados, de
los universales, de las ideas, del entendimiento postulando que son las
palabras lo que tiene valor universal. El costo es que se eliminan de la
discusión algunos temas cuyo estudio despierta un interés permanente, tales
como el de la capacidad de abstracción humana, la intuición del contenido
universal en la manifestación particular, la descripción de las representaciones
mentales de los hechos del mundo, la imaginación y la conceptualización.
Tenemos, por lo pronto, que tanto 'el perro del vecino' como 'el árbol' son
expresiones con referencias objetivas en la realidad (un perro en particular y un
árbol en particular). Ahora bien, obviamente la forma 'el perro del vecino' y el
objeto en la realidad que esta secuencia refiere no son la misma cosa. El perro
(el objeto) no es parte del lenguaje. En cambio 'el perro' (la forma, la secuencia
hablada, etc.) sí lo es. De modo que tenemos dos entidades: la expresión 'el
perro del vecino' y el animal del vecino. La relación entre estas entidades es la
referencia. A la expresión se la llama "expresión referencial" al objeto referido
se le llama "referente". Se observará que la relación formal o externa entre el
nombre y su referente es arbitraria. Es decir, lo mismo da cómo se manifiesta
en una comunidad dada, en una lengua dada, esta relación de referencia. Lo
mismo da que a un perro se le nombre 'perro' en una lengua y 'talo' en otra.
Pierce llamó a esto la manera simbólica de representar un signo su significado
y la distinguió de otras maneras, motivadas, de significación, a saber, la icónica
y la indexical. Sería icónico, por ejemplo, representar a un perro con un dibujo
de un perro en un letrero; y sería indexical representar a un perro indicando con
el dedo a un perro en la realidad. Se aprecia que tanto la iconicidad como la
indexicalización son, no obstante distintas, maneras ambas motivadas o
"naturales" de representación. La manera simbólica de representar, en cambio,
es arbitraria. En ella la relación entre el significante y su significado, para
emplear nomenclatura estructuralista, no está motivada por rasgos de
semejanza entre las partes, ni de dirección o proximidad real entre éstas. No
hay vínculo natural entre los sonidos de una palabra y su significado, sea éste
un referente, una idea, o cualquier otra cosa. Esa es una de las propiedades
del lenguaje humano, que lo distingue de otros sistemas de comunicación en
otras especies.
Contextos de uso como éste nos permiten ver las dimensiones que aquí
tratamos y que han interesado modernamente al estudio del significado en el
lenguaje, a saber, la dimensión interna del sistema, por un lado, y la de la
actividad comunicativa en la que el lenguaje participa, por el otro. Así, vemos
en este diálogo, por un lado, que la instrucción de búsqueda de significado
(turno 2) se cumple en la medida en que se produce un término conocido, el
que se entrega como el significado requerido (turno 3). El significado de una
palabra aparece como un objeto del mismo tipo que la palabra; otro trozo de
lenguaje. Este tipo de contexto juega con y da pie a nociones cotidianas y otras
más sofisticadas sobre la naturaleza del significado en el lenguaje. El
significado aparece como algo que está en las palabras, y se determina con
otras palabras. Si bien podemos inventar un término especial para el detalle
específico del significado de una palabra, de modo que a cada unidad
significativa de su contenido le llamamos un "sentido", o un "sema" suyo, etc.
éstas son, de hecho, otras palabras que, sacadas de este contexto específico
descriptivo, y puestas en el plano de uso del que vienen, a su vez tienen
significados, y pueden ser descritas por otras palabras que detallan su
contenido. Esto, ad infinitum.
Por otro lado, decíamos, el contexto que nos guía también deja ver la
dimensión pragmática o de actividad que la instrucción de significado está
implicando. Básicamente, esta instrucción se satisface en la medida en que el
"significado" entregado logre que la actividad retome su curso. Es decir, el
papel que tiene la expresión 'qué significa 'evacuar'' en este contexto es 'no sé
cómo operar con esa palabra', o 'no sé qué hacer'. La función de significado
aquí es la exigencia de un retomar el curso de la acción de alguna manera.