Jonas Huye de Jehova

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Cuando el creyente desobedece a Dios conscientemente

Jonás huye de Jehová (Jonás 1:1-17)


No quería estar con nadie. Estaba muy enojado. Lo único que deseaba era dormir y
dormir. Con estos síntomas, cualquier psiquiatra podría haberle hecho un diagnóstico
presuntivo.
Durante muchos años, tuve una idea incorrecta sobre la historia de Jonás y el gran pez
que se lo tragó, hasta que un día me di cuenta de que ese pequeño libro tiene una
enseñanza tremenda, no sólo para los niños, sino especialmente para los adultos. Yo
interpretaba que cuando Jonás les dijo a los marineros que lo tiraran al agua, estaba
reconociendo su culpabilidad y quería recomponer sus errores tomando una decisión
heroica. Sin embargo, un día descubrí un hecho muy simple: ¡Jonás nunca había leído el
libro que lleva su nombre! El no sabía lo que iba a suceder. Estoy absolutamente
convencido de que si Jonás hubiera sabido que al ser arrojado al agua lo estaría
esperando ese gran pez con la boca abierta para tragárselo, ¡no hubiera pedido que lo
echasen al mar!
Este pequeño libro está repleto de hechos maravillosos. Comienza diciendo: “La palabra
del Señor vino a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad, y
predica contra ella; porque su maldad ha subido a mi presencia”. Jonás odia a la gente de
Nínive. Ese pueblo ha atacado a su nación. Como buen patriota aborrece a aquellos que
invadieron y destruyeron su país.
Los habitantes de Nínive eran muy crueles. Cometieron atrocidades contra las mujeres,
los niños y los ancianos. Jonás no podía olvidar todo lo que había escuchado y lo que él
mismo había visto con sus propios ojos. Y ahora, el Señor le dice a Jonás que vaya a
predicar a esa ciudad. El profeta ha quedado, como diríamos nosotros, “traumatizado”.
Jonás desea que Dios los castigue y los destruya. No quiere darles la posibilidad de que
se arrepientan y Dios los deje sin castigo.
Para nosotros, esto quizás sea difícil de entender. Sería como si en 1946, después de la
Segunda Guerra Mundial, les hubiésemos pedido a los judíos esparcidos por el mundo
una colecta para ayudar a los nazis que en los campos de concentración torturaron y
mataron a sus familiares. Jonás es un hombre que está lleno de prejuicios y no sabe que
Dios rebosa de amor y compasión. Jonás odia a la gente de Nínive. Han transcurrido
2.700 años desde la historia de Jonás y las cosas no han cambiado mucho. Los
sentimientos entre los habitantes de esas regiones del planeta siguen siendo muy tensos.
Jonás entonces decide huir de la presencia de Dios. Cree que si se aleja lo suficiente,
Dios no va a poder encontrarlo. Es así que decide huir hacia Tarsis. A veces, los jóvenes
que han conocido el evangelio quieren “huir”, pero no saben que el Señor los alcanzará
de la misma manera que lo hizo con Jonás. ¡Y cuántas veces nosotros, como el profeta,
hemos sido heridos y actuamos como queriendo huir de Dios! ¡Cuántas veces queremos
ir a ese lugar interesante que se llama “Tarsis”! Las Escrituras nos relatan lo que había en
Tarsis. En (1 R 10:22), leemos que Salomón “tenía en el mar la flota de Tarsis con la flota
de Hiram; y una vez cada tres años venía la flota de Tarsis trayendo oro, plata, marfil,
monos y pavos reales”. Por supuesto que el oro y la plata nos hablan de las riquezas
temporales. El marfil se obtiene de los colmillos de los elefantes y es un producto muy
apreciado; con él se pueden hacer hermosísimos adornos. Los pavos reales nos hablan
de la hermosura, el orgullo y la vanidad. Y los monos, por supuesto, son muy graciosos.

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De niños, íbamos al zoológico y nos entreteníamos mirando a los monos, viendo cómo
saltaban y se colgaban de las ramas con sus colas. Por supuesto, no hay nada de malo
en mirar a los monos y a los pavos reales. Pero cuando el entretenimiento nos distrae de
cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida, sobrevienen las tragedias. Cuando aquel
profeta es enviado por Dios a predicar un mensaje, él prefiere ir a la ciudad de los monos
y los pavos reales.
El versículo 4 nos presenta el primer hecho extraordinario en este libro: “Pero el Señor
lanzó un gran viento sobre el mar, y se produjo una enorme tempestad, de manera que el
barco estaba a punto de romperse”. Aquel que todo lo controla ha decidido enviar una
tormenta. El versículo 5 nos dice: “Pero Jonás había bajado al fondo del barco, se había
acostado y se había quedado profundamente dormido”. Observe que Jonás se apartó del
resto de la gente. No quería estar con nadie. Creo que esto no es normal. Este es
probablemente su primer viaje marítimo y uno esperaría que Jonás estuviera interesado
en todo lo que sucede. La primera vez que hice un viaje largo en avión, estaba tan
emocionado que me quedé sin dormir toda la noche. Tenía que viajar sobre la cordillera
de los Andes, de Chile hacia Colombia. Por eso, creo que el hecho de que Jonás se haya
apartado de la gente y se haya echado a dormir, no es normal. Lo que sucede es que
Jonás está profundamente deprimido. El aislamiento y el sueño excesivo son síntomas
muy frecuentes de la depresión.
En el versículo 6 se nos relata que el capitán se acerca a Jonás y le dice con voz
prepotente:
― ¿Qué te pasa, dormilón?
Me imagino a Jonás medio dormido. Abre uno de sus ojos, se masajea la cara con la
mano y responde:
― A mí no me pasa nada; estaba tomando una siesta.
La voz autoritaria del capitán, ahora enojado, se vuelve a escuchar:
― ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás él se fije en nosotros y no perezcamos.
¡Qué triste es que un pagano amoneste a un creyente porque no ora! Las personas nos
observan y esperan ciertas conductas de quienes profesamos la fe. El profeta de Dios
debería ser quien exhortara a los demás a elevar su oración a Dios. Es su oportunidad de
dar testimonio al capitán y a toda la tripulación de que hay un Dios, el Señor de los
Ejércitos, que oye la oración y que puede calmar la tormenta. Pero no lo hace. Y cada vez
en que hay un conflicto entre lo que el creyente cree y lo que hace, se produce un daño
emocional que produce inestabilidad psicológica.
Al principio, Jonás cree que podrá escabullirse de la situación, pero uno de los marineros
se le ocurre una idea:
― ¡Venid y echemos suertes para saber por culpa de quién nos ha sobrevenido este mal!
Y aquí tenemos el segundo hecho excepcional. No sabemos cuántos pasajeros había en
ese barco, pero no importa: “Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás” (Jon 1:7).
Ignoramos qué procedimiento se utilizó para echar suertes. En la marinería antigua,
cuando había que elegir a alguien de entre toda la tripulación, el procedimiento más
común y sencillo consistía en ver quién sacaba de una bolsa, al azar, un poroto oscuro de
entre un montón de porotos blancos. Me imagino la cara de Jonás durante el proceso. De
haberse usado un procedimiento similar, Jonás no disimularía su fastidio cada vez que la
mano de un tripulante mostrara un poroto blanco. Me imagino a Jonás. De pronto, se

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pone pálido como un muerto. A él le toca el único poroto de color oscuro. Aquellos
hombres recios lo miran con los ojos llenos de ira y le dicen:
― ¡Tú eres el culpable, nuestra vida está en peligro por tu causa!
Y luego viene el interrogatorio:
― Decláranos por qué nos ha sobrevenido este mal. ¿Qué oficio tienes y de dónde
vienes? ¿Cuál es tu país, y de qué pueblo eres?
Jonás dice la verdad y da una respuesta detallada:
― Soy hebreo y temo al Señor, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.
Aquellos hombres temieron muchísimo y le preguntaron:
― ¿Por qué has hecho esto? ― pues entendieron que huía de la presencia del Señor, ya
que él se lo había declarado.
El interrogatorio de los marineros es completamente lógico. “Si dices que tu Dios hizo el
mar, ¿cómo podías pretender escapar por mar?”. La respuesta de Jonás, en cambio, es
incongruente. “Soy hebreo y temo a Dios”. ¿Cómo es posible decir que teme a Dios si lo
está desobedeciendo? Es como si dijéramos: “Temo a Dios, pero yo me voy a salir con la
mía. Voy a hacer la voluntad de Dios cuando concuerde con ella”. Jonás ha decidido
desobedecer a Dios de forma deliberada. ¡Cuántas lágrimas han provocado aquellos que
hacen lo que está mal, sabiendo que está mal, y sin embargo siguen adelante y lo hacen!
En el versículo 11, leemos: “Y le preguntaron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se
nos calme?”. Y es en este momento cuando Jonás pierde la oportunidad de que el libro
que lleva su nombre tenga un solo capítulo en vez de cuatro. ¿Qué hubiera sucedido si en
ese instante Jonás hubiera caído de rodillas y hubiera clamado a Dios pidiendo perdón
por su rebelión? ¿Qué hubiera acontecido si en ese instante se hubiera desgarrado sus
vestidos y golpeado el pecho y hubiera clamado arrepentido por la misericordia y el
perdón de Dios? No me cabe la más mínima duda de que el Señor lo hubiera perdonado.
Jonás no podía ignorar las palabras del (Sal 51:1-3): “Ten piedad de mí, oh Dios,
conforme a tu misericordia. Por tu abundante compasión, borra mis rebeliones. Lávame
más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones”.
Ni tampoco las palabras del (Sal 103:10): “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras
iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados”.
Pero no. Jonás no quiere arrepentirse. Ha llegado a un punto en que prefiere morir antes
que hacer la voluntad de Dios.
Qué deplorable es cuando un creyente, en su desobediencia, llega a este punto. He
conocido a muchas personas cuyo compromiso con Dios parecía irrevocable, pero algo
pasó, y se desviaron, y se tornaron a desobedecer a Dios en forma consciente y
voluntaria. Creo que todos tenemos un poco de Jonás dentro de nosotros mismos. El
apóstol Pablo lo reconoce al decir en (Ro 7:18): “Yo sé que en mí, a saber, en mi carne,
no mora el bien. Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”.
Los marineros entonces apremian a Jonás “porque el mar se embravecía más y
más” (Jon 1:11). Es como si el Señor, en su omnipotencia, estuviera aumentando la
intensidad de la tormenta en forma progresiva. Los marineros tratan en vano de volver a
tierra. Es claro que no lo pueden hacer. Jonás tiene que tomar una decisión: arrepentirse
y pedir perdón a Dios o persistir en su decisión de huir de él. Y esto es lo que finalmente
hace: “Levantadme y echadme al mar, y se os calmará; pues yo sé que por mi causa os
ha sobrevenido esta gran tempestad” (Jon 1:12).

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¡Jonás prefiere morir antes que arrepentirse y hacer la voluntad de Dios! ¿Por qué no se
tira él mismo al agua si sabe que esa es la solución? Quizás no tenga suficiente voluntad
para hacerlo. Creo que la respuesta de Jonás expresa su deseo de morir. Está pidiendo
que le ayuden a acabar con su vida. Y esto se llama suicidio. Jonás cree que si lo echan
al agua, en pocos minutos estará muerto y se habrán terminado todos sus problemas.
Pero el suicidio no es una solución.
Como dije al inicio de este capítulo, Jonás nunca había leído el libro de Jonás. Y si esto
parece obvio, lo que quiero enfatizar es que él ignoraba lo que iba a suceder. Creo
firmemente que si Jonás supiera que la bocaza abierta de un gran pez de afilados dientes
estaba pronta a engullirlo de un solo bocado, ¡nunca hubiese pedido que lo echaran al
mar!
La narración continúa en el versículo 14: “Entonces clamaron al Señor diciendo: ¡Oh
Señor, por favor, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre! No nos hagas
responsables de sangre inocente, porque tú, oh Señor, has hecho como has querido!”. Sin
duda, estos toscos “lobos de mar” comprenden las implicaciones morales de lo que están
por hacer, y no quieren asumir la responsabilidad de participar de la muerte de un ser
humano. Después de todo, Jonás había pagado su pasaje para que llevaran a destino y
no para ser arrojado al mar.
¿Cómo es posible que Jonás crea que su Dios no lo va a perdonar? ¿Cómo es posible
que no considere la posibilidad de arrepentirse? Jonás prefiere la muerte antes que hacer
la voluntad de Dios, con la cual discrepa.
Seguramente, Jonás piensa que su cuerpo va a sumergirse rápidamente bajo las aguas y
que en pocos minutos perderá el conocimiento. Y allí se acabará todo. Jonás “ganaría” y
el Señor habría “perdido”. Pero nuestro Dios es un Dios de misericordia. El le quiere dar a
Jonás una segunda y una tercera oportunidad. Este es el gran mensaje para nosotros en
el día de hoy. Dios tiene un plan y se va a cumplir absolutamente en todos los detalles.
Nosotros podemos resistirnos a hacer su voluntad. Pero él, en su misericordia, puede
darnos una segunda y una tercera oportunidad ― y a veces más ― para cumplir con sus
propósitos.
Dice el versículo 15: “Entonces levantaron a Jonás y lo echaron al mar, y el mar cesó de
su furia”. Tan pronto como el cuerpo de Jonás golpeó el agua, se hizo una clama absoluta.
Los marineros nunca habían visto algo semejante. En cierta oportunidad, los discípulos
despertaron a Jesús porque afrontaban una gran tormenta en el lago de Galilea y
creyeron que iban a perecer, pero el Señor “reprendió al viento y al oleaje del agua; y
cesaron, y se hizo bonanza” (Lc 8:24).
Cuando los marineros que habían arrojado a Jonás en el mar vieron que la tormenta
había cesado repentinamente, “temieron grandemente al Señor; le ofrecieron un sacrificio
e hicieron votos” (Jon 1:16).
Si el plan de Jonás se hubiera cumplido, su libro tendría un sólo capítulo en vez de cuatro.
Pero Dios tiene perfecto control de todo lo que sucede. Las Escrituras nos dicen que no
cae un gorrión en el suelo sin que él lo sepa.
Me imagino el momento en que los marineros alzan a Jonás sobre la borda del barco; me
imagino cómo abre los ojos con horror ante las olas siniestras. Al tocar el agua, durante
una fracción de segundo, su cuerpo experimenta un frío intenso. Si pudiéramos verlo con
una cámara submarina en cámara lenta, ahora veríamos a Jonás con su rostro lleno de
pánico. Segundos después de sentir el intenso frío del agua, le sobreviene otra sensación.
Espera una muerte inmediata, pero, para su sorpresa, se da cuenta de que puede
respirar. Le zumban los oídos y le cuesta mantener el equilibrio. El lugar donde está se

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mueve para todos lados y es muy oscuro. A veces gira hacia la derecha; otras veces,
hacia la izquierda. De pronto, parece subir hacia la superficie y Jonás siente una fuerte
presión sobre sus oídos. Aquel que quería viajar al zoológico de Tarsis, con los monos y
los pavos reales, ahora ha sido puesto por Dios en el acuario.
Jonás es la primera persona que ha estado en un “submarino biológico”. El versículo 17
nos dice: “Pero el Señor dispuso un gran pez que se tragase a Jonás. Y éste estuvo en el
vientre del pez tres días y tres noches”. Dios, en su misericordia, le ha dado otra
oportunidad a Jonás.
El mismo Jesús menciona claramente esta historia y le reitera validez. En (Mt 12:40)
leemos: “Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez,
así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.
Observemos que la comparación que nuestro Señor hace con Jonás tiene que ver con los
tres días en el sepulcro. En ningún momento se hace una comparación de Jesucristo con
Jonás en cuanto a su carácter. Jonás fue desobediente. Jesucristo fue “obediente hasta la
muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fil 2:8).
Jonás se lleva la decepción más grande de su vida cuando se da cuenta de que no se
muere. En el versículo 9 del capítulo 2, pronuncia una de las frases más importantes del
Antiguo Testamento: “¡Las salvación pertenece al Señor!”.
Esta historia está llena de lecciones para mí. ¿Será posible que Dios ame a personas que
a mí me desagradan? ¿Será posible que usted y yo tengamos que aprender más del
carácter de Dios?

Dios hace maravillas actuando sobre la naturaleza


Los lugares mencionados en el libro de Jonás pueden ubicarse sin mayores
inconvenientes. Tarsis, probablemente, corresponde a la antigua Tartesia, en el sur de
España, cerca de Cádiz. Nínive estaba situada enfrente de donde hoy está la ciudad de
Mosul, en Iraq. Dios obró en lugares reales y se nos presenta como aquel que tiene
perfecto control de la naturaleza. El puede controlar el viento y su intensidad progresiva.
Puede enviar un pez de un tamaño especial y apropiado a cierto lugar para tragar a un
hombre sin destruirlo.
Encuentro varios hechos insólitos en este relato.
En primer lugar, se describe una tormenta que parece dirigida desde un “control remoto”.
Podemos inferir como sucesos extraordinario el hecho de que el barco está a punto de
romperse pero no se rompe.
En segundo lugar, se echan suertes y esta cae sobre Jonás.
Luego, el mar se calma de inmediato cuando Jonás es arrojado a él. Es interesante que
marineros de gran experiencia, que habían visto muchísimas tormentas, se asombraron
del modo sobrenatural con que se produjo la calma.
Una vez que Jonás está sumergido, el Señor envió un gran pez al lugar preciso y en el
momento exacto.
¿Y qué podremos decir del hombre que tenía un 99,999 por ciento de posibilidades de
morir y Dios en su providencia impidió que esto sucediera?
Se pueden observar tres etapas definidas en cuanto a Jonás. En primer lugar,
desobedece el claro mandato que Dios le ha dado. En segundo lugar, se aísla; se separa

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del resto de la gente y se va al “fondo del barco” a dormir. Estos son síntomas bien claros
de depresión.
En tercer lugar, como hemos dicho, al pedir que lo echaran al mar, realmente está
decidiendo un suicidio aunque esta no fuera su única alternativa.
Pero Dios cumple su plan más allá de la voluntad contraria del profeta y, en su infinita
misericordia, actúa con poder sobre la naturaleza para salvarlo y darle una nueva
oportunidad para reencauzar su vida.

Algunos temas para la predicación y el estudio por grupos


• Los propósitos de Dios para la vida de cada creyente.

• Dios tiene perfecto control sobre su creación y sobre la vida de cada persona.

• El Dios misericordioso que nos da una segunda y una tercera oportunidad.

• El plan de Dios en la vida de cada creyente.

Preguntas para reflexionar y discutir


• ¿En qué áreas específicas de su vida se ha resistido, o se resiste, a obedecer a
Dios?
• ¿Qué sucede cuando se persiste en la desobediencia? Mencione algunas
consecuencias específicas que haya podido experimentar en su propia vida.
• Haga una lista de las áreas de su vida en la que Dios le haya ofrecido una segunda
y una tercera oportunidad para corregir sus errores.
• ¿Por qué el creyente no debe considerar el suicidio como solución?

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