Claves de Personalidad. Del Libertino Demoniaco

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Claves de personalidad.

del libertino demoniaco

En principio podría parecer extraño que un hombre visiblemente deshonesto, infiel y sin interés en

el matrimonio atraiga a una mujer. Pero a lo largo de la historia, y en todas las culturas, este tipo ha

tenido un efecto implacable. El libertino ofrece lo que la sociedad no permite normalmente a las

mujeres: una aventura de placer absoluto, un excitante roce con el peligro. Una mujer suele sentirse

agobiada por el papel que se espera de ella. Se supone que debe ser una delicada fuerza civilizadora de

la sociedad, y anhelar compromiso y lealtad de por vida. Pero, a menudo, su matrimonio y relaciones no

le brindan romance ni devoción, sino rutina y una pareja invariablemente distraída. Es por eso que

persiste la fantasía femenina de un hombre capaz de entregarse por entero; un hombre que viva para la

mujer, así sea sólo un instante. Este reprimido lado oscuro del deseo femenino halló expresión en la

leyenda de Don Juan. Al principio, esta leyenda fue una fantasía masculina: el caballero audaz que

podía tener todas las mujeres que quisiera. Pero en los siglos XVII y XVIII, Don Juan transitó lentamente

del aventurero masculino a una versión más feminizada: un hombre que sólo vivía para las mujeres. Esta

evolución fue producto del interés de las mujeres en ese argumento, y resultado de sus deseos

frustrados.

El matrimonio era para ellas una forma de servidumbre por contrato; pero Don Juan ofrecía placer

por el placer mismo, un deseo sin condiciones. Cuando una mujer se cruzaba en su camino, él no

pensaba más que en ella. Su deseo era tan fuerte que ella no tenía tiempo de pensar ni preocuparse por

las consecuencias. Él llegaba de noche, concedía un momento inolvidable y desaparecía. Quizá para

entonces ya había conquistado a miles de mujeres, pero eso no hacía sino volverlo más interesante; el

abandono era mejor que no ser deseada por un hombre así. Los grandes seductores no ofrecen los

apacibles placeres que la sociedad aprueba. Tocan el inconsciente de una persona, los deseos

reprimidos que claman por ser liberados. No creas que las mujeres son las criaturas frágiles que a

algunos les gustaría que fueran. Como a los hombres, también a ellas les atrae enormemente lo

prohibido, lo peligroso, incluso lo un tanto perverso. (Don Juan termina yéndose al infierno, y la palabra
raice [libertino, en inglés] se deriva de rakehell, el hombre que rastrilla el carbón en el infierno; el

componente diabólico es parte importante de esta fantasía.) Recuerda siempre: para actuar como

libertino, debes transmitir una sensación de oscuridad y riesgo, con objeto de sugerir a tu víctima que

participa de algo raro y estremecedor —una oportunidad para satisfacer sus propios deseos lascivos.

Para actuar como libertino, el requisito más obvio es la capacidad de soltarte, de atraer a una

mujer al periodo puramente sexual en que pasado y futuro pierden sentido. Debes poder abandonarte
al

momento. (Cuando el libertino Valmont —basado en el duque de Richelieu—, en la novela epistolar de

Lacios del siglo XVIII, Las amista des peligrosas, escribe cartas evidentemente calculadas para tener

cierto efecto en su víctima selecta, Madame de Tourvel, ella adivina a todas luces sus intenciones; pero

cuando esas cantas la hacen arder de pasión, empieza a ceder.) Un beneficio adicional de esta cualidad

es que te hace parecer incapaz de controlarte, muestra de debilidad que agrada a una mujer. Al

abandonarte a la seducida, le haces creer que sólo existes para ella, sensación que refleja una verdad,

por temporal que sea. La mayoría de las centenas de mujeres que Pablo Picasso, consumado libertino,

sedujo al paso de los años tuvieron la sensación de ser las únicas que él en verdad amaba. Al libertino

jamás le preocupa que una mujer se le resista, ni, en realidad, ningún otro obstáculo en su camino: un

marido, una barrera física. La resistencia no hace otra cosa que espolear su deseo, incitarlo aún más.

Cuando Picasso seducía a Francpise Gilot, le rogó que se resistiera; necesitaba resistencia para

incrementar la emoción. En todo caso, un obstáculo en tu camino te brinda la oportunidad de demostrar

tu valía, tanto como la creatividad que pones en las cosas del amor. En la novela japonesa del siglo XI,

La historia de Genji, de la dama de la corte Murasaki Shikibu, al libertino príncipe Niou no le inquieta la

repentina desaparición de Ukifune, la mujer que ama. Ella ha huido porque, aunque interesada en el

príncipe, está enamorada de otro hombre; sin embargo, su ausencia permite a Niou hacer hasta lo

indecible por encontrarla. Su súbita aparición para arrebatarla hacia una casa en lo hondo del bosque, y

el valor que muestra al hacerlo, la apabullan. Recuerda: si no enfrentas resistencias y obstáculos, debes

crearlos.
La seducción no puede avanzar sin ellos. El libertino es una personalidad extrema. Descarado,

sarcástico e ingenioso, lo que piensen los demás no le importa. Paradójicamente, esto no hace sino

volverlo más seductor. En la cortesana atmósfera de Hollywood, en la época del imperio de los estudios,

cuando la mayoría de los actores se portaban como borreguitos, el gran libertino Errol Flynn destacó por

su insolencia. Desafiaba a los directores de los estudios, hacía bromas inmoderadas y se deleitaba en su

reputación de supremo seductor de Hollywood, todo lo cual aumentó su popularidad. El libertino


precisa

de un telón de fondo convencional —una corte anquilosada, un matrimonio aburrido, una cultura

conservadora— para brillar, para ser apreciado por la bocanada de aire fresco que aporta. Jamás te

preocupes por excederte: la esencia del libertino es llegar más lejos que nadie. Cuando el conde de

Rochester, el libertino, además de poeta, más famoso de Inglaterra en el siglo XVU, raptó a Elizabeth

Malet, una de las damas jóvenes más asediadas de la corte, se le castigó debidamente. Pero he aquí

que, años después, la joven Elizabeth, aunque cortejada por los mejores partidos del país, eligió a

Rochester por esposo. Al exhibir su atrevido deseo, él se distinguió del montón. La radicalidad del

libertino va aparejada con la sensación de peligro y tabú, e incluso el dejo de crueldad que lo rodea.

Éste fue el atractivo de otro libertino y poeta, uno de los mayores impudentes de la historia: Lord

Byron. Byron aborrecía todas las convenciones, y lo demostraba sobrada y gustosamente. Cuando tuvo

una aventura con su hermanastra, quien le dio un hijo, se aseguró de que toda Inglaterra lo supiera.

Podía ser en extremo cruel, como lo fue con su esposa. Pero todo esto no hacía sino volverlo mucho más

deseable. Peligro y tabú apelan a un lado reprimido en las mujeres, las que supuestamente deben

representar una fuerza cultural civilizadora y moralizante. Así como un hombre puede caer víctima de la

sirena por su deseo de liberarse de su masculino sentido de responsabilidad, una mujer puede sucumbir

al libertino por su anhelo de liberarse de las restricciones de la virtud y la decencia. Es frecuente, en

efecto, que la mujer más virtuosa sea la que se enamore en mayor grado del disoluto. Entre las

cualidades más seductoras del libertino está su habilidad para lograr que las mujeres deseen reformarlo.

¡Cuántas no creyeron que domarían a Lord Byron! ¡Cuántas no pensaron ser aquella con la que Picasso
pasaría finalmente el resto de su vida! Explota esta tendencia al máximo. Cuando te sorprendan en

flagrante libertinaje, echa mano de tu debilidad: tu deseo de cambiar, y tu imposibilidad de conseguirlo.

Con tantas mujeres a tus pies, ¿qué puedes hacer? La víctima eres tú. Necesitas ayuda. Ninguna mujer

dejará pasar esta oportunidad; son singularmente indulgentes con el libertino, por su prestancia y

simpatía.

El deseo de reformarlo esconde la verdadera naturaleza de su deseo, la secreta emoción que

obtienen de él. Cuando Bill Clinton fue pillado en pleno libertinaje, las mujeres salieron de inmediato en

su defensa, y hallaron toda excusa posible en su favor. El hecho de que, a su extraña manera, el

libertino esté consagrado a las mujeres lo vuelve adorable y seductor para ellas. Por último, uno de los

bienes más preciados del libertino es su fama. Nunca restes importancia a tu mala reputación, ni

parezcas disculparte por ella. Al contrario: acéptala, auméntala. Ella es la que te atrae mujeres. Son

varias las cosas por las que debes ser conocido: tu irresistible encanto para las mujeres; tu incontrolable

devoción al placer (lo que te hará parecer débil, pero también una compañía excitante); tu desdén por

lo convencional; una vena rebelde que hace que parezcas peligroso. Este último elemento puede

ocultarse un poco; en la superficie sé atento y cortés, pero no dejes de hacer saber que tras bastidores

eres incorregible. El duque de Richelieu divulgaba sus conquistas tanto como podía, con lo que

estimulaba el deseo competitivo de otras mujeres de sumarse al club de las seducidas. Lord Byron atraía
a

sus víctimas propicias gracias a su mala fama. Una mujer puede ser ambivalente ante la fama de Clinton,

pero bajo esa ambivalencia hay un interés profundo. No dejes tu reputación al azar, o al rumor; es tu
obra

maestra, y debes producirla, pulirla y exhibirla con la atención de un artista.

Símbolo. Fuego. El libertino arde en deseos que encienden los de la mujer a la que seduce. Son

extremos, incontrolables y peligrosos. Él puede terminar en el infierno, pero las llamas que lo rodean

suelen hacerlo mucho más deseable para las mujeres.El libetino demoniaco.

A principios de la década de 1880, algunos miembros de la alta sociedad romana comenzaron a


hablar de un joven periodista de reciente aparición, un tal Gabriele D'Annunzio. Esto era de suyo

extraño, porque la realeza italiana despreciaba enormemente a todo aquel que no pertenecía a su

círculo, y un reportero de sociales era casi tan vulgar como indigno. Los hombres de alta cuna, en

efecto, le prestaban poca atención. D'Annunzio no tenía dinero, y apenas unas cuantas relaciones, pues

procedía de un ambiente de estricta clase media. Además, para ellos era soberanamente feo: bajo,

fornido, de tez oscura y picada y ojos saltones. Los hombres lo juzgaban tan poco atractivo que le

permitían de buena gana circular entre sus esposas e hijas, seguros de que sus mujeres estaban a salvo

con ese adefesio y felices de poder librarse de tal cazador de chismes. No, no eran los hombres

quienes hablaban de D'Annunzio; eran sus esposas. Presentadas a D'Annunzio por sus maridos,

aquellas duquesas y marquesas terminaron invitando a ese hombre de apariencia extraña; y cuando

estaba a solas con ellas, su actitud cambiaba repentinamente. En cuestión de minutos, las damas

estaban embelesadas.

Para comenzar, D'Annunzio tenía la voz más maravillosa que ellas hubieran oído jamás: baja y

grave, con articulación silabeada, ritmo fluido y entonación casi musical. Una mujer la compararía con

campanarios repicando a lo lejos. Otras decían que esa voz poseía un efecto "hipnótico". También las

palabras que emitía eran interesantes: fiases aliteradas, locuciones preciosas, imágenes poéticas y un

modo de elogiar capaz de derretir el corazón de una mujer. D'Annunzio había alcanzado el dominio

del arte de adular. Parecía conocer la debilidad de cada mujer, a una la llamaba diosa de la

naturaleza; a otra, incomparable artista en ciernes; a otra más, figura romántica salida de las páginas

de un novela. El corazón de una mujer latía con fuerza mientras el periodista describía el efecto que

ella ejercía en él. Todo era sugerente, y aludía a sexo o romance. En la noche, ella ponderaba sus

palabras, y recordaba poco de lo que él había dicho, porque nunca decía nada concreto, pero mucho

de lo que le había hecho sentir. Al día siguiente, esa mujer recibía de él un poema que parecía haber

escrito especialmente para ella. (En realidad D'Annunzio escribía docenas de poemas similares, cada

uno de los cuales adaptaba a su víctima prevista.) Luego de varios años de haberse iniciado como
reportero de sociales, D'Annunzio se casó con la hija del duque y la duquesa de Gállese.

Poco después, con el firme apoyo de damas de sociedad, empezó a publicar novelas y libros de

poesía. La cantidad de sus conquistas era notable, pero la calidad también: no sólo marquesas caían a

sus pies, sino, asimismo, grandes artistas, como la actriz Eleonora Duse, quien lo ayudó a convertirse

en respetado dramaturgo y celebridad literaria. La bailarina Isadora Duncan, otra mujer que acabó

cayendo bajo su hechizo, explicaría su magia: "Gabriele D'Annunzio es quizá el mejor amante de

nuestro tiempo. Y esto pese a que sea de baja estatura, calvo y feo (excepto cuando la cara se le

ilumina de entusiasmo). Sin embargo, cuando se dirige a una mujer que es de su gusto, su rostro se

transfigura, y él se convierte de súbito en Apolo. [...] Su efecto en las mujeres es sorprendente. La dama

que lo escucha siente de pronto que su espíritu mismo y su ser se elevan". Al estallar la primera guerra

mundial, D'Annunzio, entonces de cincuenta y dos años, se alistó en el ejército. Aunque carecía de

experiencia militar, tendía al dramatismo, y ardía en deseos de mostrar su valor. Aprendió a volar, y

dirigió misiones peligrosas, aunque muy eficaces. Al fin de la guerra, era el héroe más condecorado de

Italia. Sus hazañas lo volvieron gloria nacional y, tras la guerra, fuera de su hotel se congregaban

multitudes, en cualquier ciudad italiana. El les hablaba de política desde un balcón, y clamaba contra el

gobierno italiano en turno.

A un testigo de uno de sus discursos, el escritor estadunidense Walter Starkie, le decepcionó en

principio el aspecto del famoso D'Annunzio en un balcón en Venecia: era menudo, y parecía grotesco.

"Sin embargo, poco a poco comencé a caer bajo la fascinación de su voz, que penetraba en mi

conciencia [...] Nunca un gesto apresurado, brusco [...] Pulsó las emociones de la multitud como lo

haría un consumado violinista con un Stradivarius. Los ojos de miles estaban fijos en él, como

hipnotizados por su poder." El sonido de su voz y las poéticas connotaciones de sus palabras eran

también lo que seducía a las masas. Con el argumento de que la Italia moderna debía reclamar la

grandeza del imperio romano, D'Annunzio inventaba consignas que el público coreaba, o hacía

preguntas de intensa carga emocional. Halagaba a la multitud, la hacía sentir parte de un drama. Todo
era vago y sugestivo.

El tema del momento era la posesión de la ciudad de Fiume, justo al otro lado de la frontera, en

la vecina Yugoslavia. Muchos italianos creían que el premio a su país por haberse unido a los aliados

en la guerra debía ser la anexión de Fiume. D'Annunzio defendía esta causa; y dada su condición de

héroe de guerra, el ejército estaba listo para apoyarlo, aunque el gobierno se oponía a toda acción. En

septiembre de 1919, rodeado de soldados, D'Annunzio dirigió su infausta marcha sobre Fiume. Cuando

un general italiano lo detuvo en el camino y amenazó con dispararle, el poeta se abrió el abrigo para

exhibir sus medallas y exclamó, con magnética voz: "Si ha de matarme, ¡apunte aquí!". Atónito, el

general rompió a llorar. Se unió a D'Annunzio. Cuando el poeta entró a Fiume, se le recibió como

libertador.

Al día siguiente fue declarado jefe del Estado Libre de Fiume. Pronto pronunciaba discursos

todos los días desde un balcón en la plaza principal de la ciudad, hechizando a decenas de miles sin

el auxilio de altavoces. Iniciaba toda clase de celebraciones y rituales rememorando el imperio

romano. Los ciudadanos de Fiume dieron en imitarlo, en particular sus proezas sexuales; la urbe se

convirtió en un burdel gigantesco. El era tan popular que el gobierno italiano llegó a temer una marcha

sobre Roma, la que, de haberse efectuado en ese momento, teniendo D'Annunzio el apoyo de gran

parte del ejército, habría podido culminar exitosamente. El poeta habría aventajado así a Mussolini, y

cambiado el curso de la historia. (No era fascista, sino una suerte de esteta socialista.) Pero decidió

quedarse en Fiume, que gobernó durante dieciséis meses, hasta que el régimen italiano lo derribó al

fin, a fuerza de bombas. La seducción es un proceso psicológico que trasciende el género, salvo en el

par de áreas clave en que cada género tiene su propia debilidad. El hombre es tradicionalmente

vulnerable a lo visual.

La sirena capaz de inventarse la apariencia física indicada seducirá en grandes cantidades. La

debilidad de las mujeres son el lenguaje y las palabras; como escribió la actriz francesa Simone, una

de las víctimas de D'Annunzio: "¿Cómo podrían explicarse las conquistas [del poeta] sino por su
extraordinario poder verbal y el timbre musical de su voz, puesta al servicio de una excepcional

elocuencia? Porque mi sexo es susceptible a las palabras, lo embrujan, quiere ser dominado por ellas".

El libertino es tan promiscuo con las palabras como con las mujeres.

Elige términos por su aptitud para sugerir, insinuar, hipnotizar, elevar, contagiar. Las palabras

del libertino equivalen al aderezo corporal de la sirena: son un poderoso entretenimiento sensual, un

narcótico. El libertino usa demoniacamente el lenguaje porque no lo concibe para comunicar o

transmitir información, sino para persuadir, halagar y causar confusión emocional, tal como la

serpiente en el jardín del Edén se sirvió de palabras para hacer caer a Eva en tentación. El caso de

D'Annunzio pone de manifiesto el vínculo entre el libertino erótico, que seduce a las mujeres, y el

libertino político, que seduce a las masas. Ambos dependen de las palabras. Adapta a tu propia

situación la personalidad del libertino y descubrirás que el uso de las palabras como sutil veneno tiene

infinitas aplicaciones. Recuerda: lo que importa es la forma, no el contenido. Cuanto menos reparen

tus víctimas en lo que dices y más en lo que les haces sentir, tanto más seductor será tu efecto. Da a tus

palabras unelevado sabor espiritual y literario, el mejor para insinuar deseo en tus involuntarias presas.

Pero ¿cuál es entonces esta fuerza con que Don Juan seduce? Es el deseo, la energía del deseo sensual.
El

desea en cada mujer la totalidad de la feminidad. La reacción a esta pasión gigantesca embellece y

desarrolla a la persona deseada, la cual se enciende en acrecentada hermosura al reflejarlo. Así como el

fuego del entusiasta ilumina con fascinante esplendor aun a quienes traban con él una relación casual,
así

Don Juan transfigura en un sentido mucho más profundo a cada mujer. —Saren Kierkegaard, O esto o

aquello.

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