HORMACHEA
HORMACHEA
HORMACHEA
Cuando era niña, le pregunté a mi mamá por qué éramos católicos y me respondió: “Porque era la religión
más permisiva”. Y aunque en asuntos de moral sexual el mensaje de la jerarquía de la Iglesia Católica es tan
conservadora como la de los evangélicos observantes, tenemos que convenir que la conducta de los evangélicos
contiene normas o costumbres especialmente restrictivas de la libertad en materias sexuales. Mi mamá no
concordaba con el hecho que las fiestas entre los jóvenes fuera mal visto o que las mujeres evangélicas tendieran
a vestirse con particular recato o que los padres ejercieran un control severo respecto de sus hijos o que todos
tuviéramos que ser abstemios, pero sobre todo, no concordaba con el hecho que los pastores prohibieran los
métodos anticonceptivos en las mujeres que terminaban llenándose de hijos (as) profundizando la pobreza de las
clases populares. Recuerdo que tuvimos vecinos evangélicos que comprobaban lo que decía mi mamá, quizás esta
situación que me impactó de niña me hizo tener un interés particular por cómo se comportan las religiones en
relación a la política. Uno de los pasos más importantes en mi desarrollo humano fue darme cuenta que tenía la
absoluta convicción que todo empezaba y terminaba acá y que, por lo tanto, no solo no creía en dios sino que
quería abolir todo sistema se trascendencia en mi vida, con el tiempo esto me ayudó a tener la libertad que
necesita toda intelectual barrial para realizar análisis de la realidad. Consideré que mis papás ya habían dado un
paso al no preferir la religión más restrictiva para mí, pero yo tenía la responsabilidad de construir una ética atea
que prescindiera de cualquier señal sobrenatural.
Digamos que me fascina la sociología de las religiones por la implicancia que tiene en nuestras vidas y por
eso, presté especial atención a lo que pasó en el Te Deum evangélico del 10 de septiembre del 2017 donde los
evangélicos interpelaron a Michelle Bachelet, protestando contra la ley de despenalización del aborto en sus tres
causales. Me acordé de las marchas del 80 y 90 a las que acudí pidiendo no solo la despenalización del aborto sino
el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo. También me encontré con una columna de opinión en el diario
The Clinic donde el obispo evangélico chileno David Hormachea, que escribe desde Estados Unidos y luciendo sus
habilidades retóricas, responde a la pregunta ¿evangélicos divididos o con posiciones políticas distintas? “un
rotundo NO” (1-5). No a la pregunta “¿está Chile dividido? Y no a la pregunta si ¿están las iglesias evangélicas
divididas?” El objetivo de esta columna era fundamentar que los evangélicos no estaban divididos sino que solo
tenían posiciones políticas distintas y que esto se entendía, según Hormachea, después del “recorrido del Bus de
la Libertad”(1) y “los ataques a quienes están en contra de la moralidad humanista que quiere imponer el Estado
agnóstico, humanista y progresista que preside la presidenta Bachelet” (6 a la 9) e “incluso después del Te Deum”
(10).
Según Hormachea solo hay “personas sabias y necias; diversidad de opiniones y ataques irrespetuosos y
groseros” (24-5-6). Acá ya se empieza a configurar una visión dicotómica del mundo (personas sabias versus las
necias; opiniones diversas versus ataques irrespetuosos; moralidad agnóstica, humanista y progresista del Estado
versus moralidad evangélica), pero Hormachea no se hará cargo de los ataques de irrespetuosos de “extremistas
o personas controladas por sus emociones” (38-9) sino que se focalizará en las posiciones políticas al interior de
la comunidad evangélica.
Una mirada al contexto histórico del Te Deum evangélico nos hace tomar conciencia que fue instaurado
en 1975 por Augusto Pinochet, un proceso que se entiende por la distancia entre la dictadura y la Iglesia Católica,
debido a su postura radical en defensa de los derechos humanos y la necesidad del dictador de ser legitimado por
un referente religioso. De hecho, el régimen militar cortejó a los evangélicos manteniendo en la televisión estatal
programas como el de Jimmy Swaggart. El propio general Pinochet asistió a su Catedral y esto lo hizo para
contrarrestar el proceso de deslegitimación moral del régimen a causa de las violaciones a los derechos humanos,
en el que se empeñó buena parte de los Obispos y del clero católico. Martín señala que “quizás las condiciones
óptimas para la expansión evangélica existen donde la Iglesia (Católica) ha sido seriamente debilitada y la cultura
no ha sido secularizada...”(24)
El mismo obispo Hormachea asume que los dos Te Deum (el católico y el evangélico) no cumplen su
objetivo, es decir, ser solo acciones de gracia y por costumbre, ya que han adquirido “una nueva connotación” en
donde se permite apoyar o criticar al presidente de turno (50-51) y al ser esto del conocimiento de los dirigentes
políticos debería ser algo esperado por el gobierno, ya que “guerra avisada, no mata gente” (57). De esta forma,
Hormachea sostiene que el Te Deum ha desbordado su sentido originario, ampliando por la costumbre su
significación desde lo religioso a lo político. Es obvio que por el contexto en el que nace esta práctica discursiva y
social su verdadero objetivo siempre fue producir y reproducir una hegemonía discursiva que intentara “alterar
las distribuciones del poder a corto y largo plazo” (Wodak 31). Esta nueva distribución del poder generada por la
dictadura permite que el Te Deum evangélico se televisara y se visibilizara la postura de esta parte de la
comunidad. Aunque, paradojalmente, el mensaje de los protestantes es simple: no meterse en política, no
cuestionar a las autoridades y pasar la mayor parte del tiempo orando al Señor. Por este camino vendrán las
soluciones.
Hormachea insiste en que el pueblo evangélico no está dividido sino que tiene dos posiciones políticas y
al afirmar: “dividiré la sociedad en izquierda y derecha y nada más” (77-78), señala que el pastor Emiliano Soto en
una entrevista en CNN representó con su apoyo al gobierno de neoizquierda de Bachelet al sector de la comunidad
evangélica que “tienen una esperanza terrenal (no espiritual) en agnósticas como [la] presidenta”(89-91). Para
Hormachea los evangélicos de izquierda a través de esa sutil alianza con el gobierno de Bachelet solo lograron su
prioridad “un día más vacaciones y capellanes en las Fuerzas Armadas”, pero la agenda valórica del gobierno “a
favor de la píldora del día después, aborto, matrimonio igualitario, etc.” (102-104) lo ve como un gol de media
cancha. Es decir, Hormachea presenta esta alianza como ingenua por parte de esos evangélicos que han ganado
pocas cosas a costa de ver la implantación de una “agenda anti ética bíblica” de Bachelet (114-115). Hormachea
no representa la posición de su amigo Emiliano Soto sino que representa la derecha evangélica y por lo tanto está
“contra la moralidad de la neo izquierda y a favor de la moralidad absoluta” (133-34). En sus palabras esta
moralidad consiste en: “ una visión bíblica de los bienes materiales y el capitalismo; de la educación, obligatoria
con un estado que no enseña su moralidad […] de la ciencia partiendo de la base del Dios creador, que cree en la
supremacía de la ley no basada en la moral absoluta […] de la división de poderes y la libertad de conciencia, de
la beneficencia sin extremos para no producir dependientes del papá estado, visión de la mujer como persona de
valor y dignidad, y de la familia que se inicia con el matrimonio entre un hombre y una mujer” (135-149).
Todos estos pensamientos, afirma Hormachea, no serían solo los de los evangélicos derechistas
modernos, sino que sería “el legado mundial que dejó la Reforma” (152). Recordemos que a partir de la Reforma
se hace hincapié en que los principios bíblicos fueran aplicados a las relaciones humanas y a la sociedad en general.
Para Hormachea, este legado permitió que “los países más ricos del mundo sean los fundamentados en valores
judeo/cristianos y los más pobres, hasta ahora, sean los países ateos”(153-57). En conclusión, para este obispo los
cristianos que creen en estos valores bíblicos “tienen la obligación de rechazar un gobierno como el de la
presidenta Bachelet, no solo en el Te Deum, sino principalmente en las urnas”. (157-62). El evangélico chileno más
influyente en Chile vive en Estados Unidos y señaló, a propósito de las elecciones de este país que en “EE.UU había
un gigante dormido, que era el pueblo evangélico, la clase media de este país, que por años creyó las ofertas de
los demócratas. Pero por primera vez, hasta universidades cristianas que antes se oponían al voto ─como la Liberty
University─ apoyaron a Trump”. (2)
Tenemos entonces un contexto discursivo que permite este tipo de texto y que nos hace profundizar sobre
la importancia de la comunidad evangélica que según el censo de 2013 representa el 16,62% de la población, es
decir, 3,5 millones de personas, de las cuales 2,5 millones estarían habilitadas para votar. Este mundo cuenta con
2.500 iglesias reconocidas legalmente en Chile y más de 15 mil pastores a cargo de la evangelización. Un mundo
que políticamente, a lo largo de la historia, ha transitado por diversos espectros, desde el radical, hasta algunos
donde han apoyado a la dictadura. Es muy probable que un evangélico vote por quien esté en contra del
matrimonio homosexual y en contra del aborto en todas sus definiciones. Los candidatos que se posicionen sobre
estos temas, ahí se medirá el voto del mundo evangélico. (3)
Es innegable que la comunidad evangélica ha ido adquiriendo un poder político electoral que permite que
el obispo Hormachea tenga un espacio para varios de sus artículos en The Clinic. Recordemos que este medio
noticioso es un semanario dirigido por Patricio Fernández Chadwick (reconocido bacheletista) que se caracteriza
por el humor político social y que nace en 1998, año en el que el dictador chileno Augusto Pinochet fue arrestado
por delitos de lesa humanidad en la clínica The London Clinic. En este enmarañamiento de hilos discursivos
podemos observar que The Clinic viene cubriendo noticias sobre David Hormachea desde que este a través de un
video interviniera en la discusión política chilena llamando a votar en las primarias por Manuel José Ossandón.(4)
Por lo tanto, se superponen planos discursivos donde lo discursivo religioso termina interviniendo
mediáticamente el discurso político chileno con la finalidad de imponer la visión de la derecha evangélica sobre la
visión de los evangélicos de neoizquierda que, según Hormachea, han apoyado a Bachelet.
En conclusión, el The Clinic se transforma en un dispositivo político donde se vuelve a articular un símbolo
colectivo potente que marca nuestra historia al dividirnos en chilenos de derecha y de izquierda; división
agudizada después del golpe de Estado de 1973. El discurso de Hormachea y que viene registrando este semanario
actualiza esta división desplazándola a la comunidad evangélica con la finalidad de producir manifestaciones
(como el Bus de la Libertad) y votos a favor de los candidatos de derecha que representarían mejor los valores
bíblicos de los evangélicos en mira a las elecciones presidenciales chilenas. La idea de Hormachea es despertar al
“gigante dormido” que sería la clase media evangélica que por años le dio el voto a los demócratas en Estados
Unidos, pero que al darle el voto a Trump fue determinante en su triunfo electoral. En Chile pasó lo mismo porque
a pesar que la comunidad evangélica le dio el voto por años a los candidatos de neoizquierda ahora, exhortados
por Hormachea, se lo dio a los candidatos que representen verdaderamente sus valores bíblicos, es decir, los
candidatos de derecha y ultraderecha.
NOTAS
(1) El “Bus de la Libertad” llegó a Chile en julio del año 2017 y recorrió Santiago y Valparaíso como símbolo
de una campaña internacional impulsada originalmente por la organización religiosa “Hazte Oír” y actualmente a
cargo del Observatorio Legislativo Cristiano. Este bus tuvo como principal objetivo estar en contra de la libertad
de identidad de género en los menores de edad. Hormachea señaló que el paso del Bus de la Libertad por Chile
logró que “la sociedad se diera cuenta que el gigante estaba dormido, pero es grande” en el artículo de Jonás
Romero Sánchez “David Hormachea y su cruzada contra la ideología de género”, The Clinic, 23 Julio, 2017 en
https://www.theclinic.cl/2017/07/23/david-hormachea-cruzada-la-ideologia-genero/ revisado 10 de octubre del
2017.
(2) Romero Sánchez, Jonás. “David Hormachea y su cruzada contra la ideología de género”, ídem.
(3) Víctor Hugo Moreno, “En busca del voto evangélico” en Revista Qué Pasa
http://www.quepasa.cl/articulo/politica/2017/04/en-busca-del-voto-evangelico.shtml/, revisado el 13 de
octubre, 2017.
Obras citadas
Fairclough, N. “Discurso y cambio social”. Cuadernos de Sociolingüística y Lingüística crítica 3. Buenos Aires:
Instituto de Lingüística, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Wodak R. y Meyer M. “De qué trata el análisis crítico del discurso (ACD). Resumen de su historia, sus conceptos
fundamentales y sus desarrollos” pp.17-34 en Wodak, R. y Meyer, M. (Eds.). Métodos de análisis crítico del
discurso. Barcelona: Gedisa, 2003.