LA IDEA DE AMERICA LATINA - WALTER MIGNOLO Apuntes
LA IDEA DE AMERICA LATINA - WALTER MIGNOLO Apuntes
LA IDEA DE AMERICA LATINA - WALTER MIGNOLO Apuntes
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El título del libro más conocido de Eric Wolf, Europa y la gente sin historia, se ha convertido en una
metáfora con la que se describe ese diferencial epistémico de poder. Wolf no quiere decir que
hubo en el mundo gente sin memoria ni registro de su pasado -una idea absurda, sin duda-, sino
que según el concepto regional de historia definido en el mundo occidental desde la antigua Grecia
hasta la Francia del siglo XX, las sociedades sin escritura alfabética o las que se expresaban en
lenguas que no fuesen las seis lenguas imperiales de la Europa moderna no tenían historia. De
acuerdo con este marco de pensamiento, la historia es un privilegio de la modernidad europea, y
para tener una historia hay que dejarse colonizar, es decir, dejarse dominar, voluntariamente o no,
por una perspectiva de la historia, la vida, el conocimiento, la economía, la subjetividad, la familia
o la religión moldeada por la historia de la Europa moderna, que ha sido adoptada como modelo
oficial, con leves modificaciones, por Estados Unidos. Las perspectivas de la colonialidad, sin
embargo, surgen de la «herida colonial», el sentimiento de inferioridad impuesto en los seres
humanos que no encajan en el modelo predeterminado por los relatos euroamericanos.
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El presente trabajo se enmarca, entonces, en lo que Arturo Escobar ha dado en llamar el proyecto
de la modernidad/colonialidad. Entre las premisas que he considerado, están las siguientes:
1. No existe modernidad sin colonialidad, ya que esta es parte indispensable de la modernidad.
2. El mundo moderno/colonial (y la matriz colonial de poder) se origina en el siglo XVI, y el
descubrimiento/invención de América es el componente colonial de la modernidad cuya cara
visible es el Renacimiento europeo.
3. La Ilustración y la Revolución Industrial son momentos históricos derivados que consisten en la
transformación de la matriz colonial de poder.
4. La modernidad es el nombre del proceso histórico en el que Europa inició el camino hacia la
hegemonía. Su lado oscuro es la colonialidad.
5. El capitalismo, tal como lo conocemos, está en la esencia de la noción de la modernidad y de su
lado oscuro, la colonialidad.
6. El capitalismo y la modernidad/colonialidad tuvieron un segundo momento histórico de
transformación después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se apropió del
liderazgo imperial del que antes habían gozado, en distintas épocas, España e Inglaterra.
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Desde finales del siglo XVIII y durante el XIX, la naturaleza, como creación divina, se oponía a la
cultura, en tanto creación humana. Es decir, que no se dejó de lado la oposición entre el hombre y
la naturaleza; solo se la redefinió. La noción de «cultura» (del latín colere, que significa «cultivar o
habitar») surgió como un concepto necesario durante el proceso de secularización, porque el
término «cultura» se utilizó en el sentido de producción y creación humana, de «cultivar». En el
sentido de «habitar», «cultura» es el lugar de residencia, la ocupación de lo que se crea. Se
precisaba la «cultura» para reemplazar a la «religión» como elemento aglutinante de la
comunidad. Religio deriva del latín re-ligare, «unir». En la antigua Roma, re-ligare tenía un valor
temporal, pues religio también significaba traditio («tradición»), y un valor espacial, ya que la
religio unía a quienes compartían creencias dentro de una zona determinada. Cuando fue
necesario utilizar una palabra para designar a un nuevo tipo de comunidad cuyos lazos no tenían
que ver con la fe, se creó una nueva institución, «la comunidad de origen» o el Estado-nación,
definida en conjunto con la «cultura nacional» con el fin de crear sujetos con una «identidad
nacional». Las identidades nacionales imperiales, a su vez, establecieron una vara con la que medir
y (de)valuar las identidades nacionales de los «Estados independientes» desde el siglo XIX hasta
hoy. Las identidades nacionales imperiales controladas por el Estado sirvieron para redefinir la
diferencia colonial, siendo la «idea» de América Latina parte de ese nuevo diseño imperial.
Dicho de otro modo, la «cultura» contribuyó a la creación de la unidad nacional. Las lenguas
nacionales, las literaturas nacionales, las banderas y los himnos nacionales eran todos ellos
manifestaciones de una «cultura nacional». La «cultura» se utilizó como instrumento para nombrar
e instituir la homogeneidad del Estado-nación. Es más, como el término cobró auge en el siglo XIX,
cuando Inglaterra y Francia se montaban en la segunda ola de expansión colonial, la «cultura»
también fue útil para el propósito colonial de nombrar y definir a las culturas foráneas e inferiores.
Mientras que la civilización europea se dividió en culturas nacionales, la población del resto del
mundo tenía «cultura», pero no civilización. Los «latinos» de América del Sur tenían una cultura,
moldeada en parte en complicidad con los ideólogos franceses de la «latinidad», pero no eran
civilizados, pues las antiguas civilizaciones azteca, inca y maya ya estaban confinadas a un pasado
olvidado. Eso llevó a que los «latinoamericanos» fuesen considerados europeos de segunda clase
que carecían de la ciencia y la compleja historia de Europa. Durante la Guerra Fría, esa imagen se
extendió a todo el Tercer Mundo. Aun así, esos macrorrelatos eliden el hecho de que, en la
cosmología indígena, la naturaleza y la humanidad no necesariamente se oponen, y que la
«civilización» no es más que una descripción que los europeos hacen de su propio papel en la
historia. Para los pueblos indígenas, los opuestos pueden coexistir sin negarse. Como sostiene el
intelectual y activista quechua Ariruma Kowü, de Otavalo, Ecuador: «El mundo andino se apoya
sobre dualismos complementarios»
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Es necesario respetar una condición: en este momento, no debe perderse de vista la diferencia
colonial, porque es probable que los criollos de ascendencia europea de América (América Sajona
y América Latina) y los del resto del mundo sigan pensando que civilización y barbarie son
categorías ontológicas, por lo cual quizá les cueste aceptar los procesos de civilización y las
historias indias (o islámicas, en otro contexto). No existen civilizaciones fuera de Europa, y si las
hay -la islámica, la china y la japonesa (de acuerdo con la clasificación de Huntington; véase el
capítulo 1)-, son parte del pasado y hubo que acercarlas al presente de la civilización occidental.
Esa es la diferencia colonial que no debe perderse de vista. Es inadecuado seguir pensando que el
futuro implicará la «defensa de la civilización occidental» contra los bárbaros. Así como los
bárbaros son ubicuos (podrían estar en las llanuras, en las montañas o en las grandes ciudades),
también lo son los civilizados.
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Hoy en día resulta difícil pensar que
los incas y los aztecas no vivían en América y más aún que no vivían en
América Latina. Hasta comienzos del siglo XVI, el continente no figuraba
en los mapas porque no se había inventado la palabra ni había nacido
la idea de un cuarto continente. El territorio existía y los pobladores también,
por supuesto, pero ellos daban su propio nombre al lugar donde vivían:
Tawantinsuyu a la región andina, Anáhuac a lo que en la actualidad
es el valle de México y Abya-Yala a la región que hoy en día ocupa Panamá.
Los pobladores originarios no conocían la extensión de lo que luego
se denominó «América». En Europa, Asia y África nadie sabía de la existencia
del territorio que se llamaría Indias Occidentales y más adelante
América, ni de los pueblos que lo habitaban, que luego serían conocidos
como indios. América cayó del cielo -literalmente hablando- que Américo
Vespucio estaba observando cuando descubrió que las estrellas que
veía desde el sur del Brasil de hoy en día no eran las mismas que solía ver
desde el Mediterráneo. Lo confuso del asunto es que una vez que el continente
recibió el nombre de América en el siglo XVI y que América Latina
fue denominada así en el siglo XIX, fue como si esos nombres siempre
hubiesen existido.
«América» nunca fue un continente que hubiese que descubrir sino
una invención forjada durante el proceso de la historia colonial europea
y la consolidación y expansión de las ideas e instituciones occidentales.
Los relatos que hablan de «descubrimiento» no pertenecían a los habitantes
de Anáhuac ni de Tawantinsuyu sino a los europeos. Debieron
transcurrir 450 años hasta que se produjera una transformación en la
geografía del conocimiento, y así lo que Europa veía como un «descubrimiento
» empezó a considerarse una «invención». El marco conceptual
que permitió dar ese giro surgió de la conciencia criolla del mundo
de habla hispana y portuguesa.
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Hacia fines del siglo XVII surgió un nuevo grupo social que, no bien
hizo su aparición, quedó fuera de la historia, el de los criollos de ascendencia
española y portuguesa. Aunque no sufrieron la misma marginación
que los indios y los africanos, los criollos tampoco formaban parte
de la historia, pues fueron un grupo que quedó ubicado entre los
límites de lo humano -más allá de los cuales estaban los indios y los africanos-
y la humanidad propiamente dicha, representada por los europeos.
La configuración geopolítica de los instrumentos con que se medía
la naturaleza de los seres humanos en base a una idea de la historia que los
cristianos occidentales consideraban la única idea verdadera y aplicable a
todos los habitantes del planeta llevó al establecimiento de una matriz colonial
de poder, a dejar a determinados pueblos fuera de la historia para
justificar la violencia en nombre de la evangelización, la civilización y,
más recientemente, del desarrollo y de la democracia de mercado.
La «modernidad» entendida como la dirección de la historia cuyo objetivo
y modelo era Europa ha sido atribuida a Max Weber, en ese aspecto
seguidor de Hegel. En los últimos años, a fines de la década de 1980, el sociólogo
peruano Aníbal Quijano desenterró la «colonialidad», en tanto lado
oscuro de la modernidad y perspectiva histórica de los condenados, los
marginados de la historia contada desde el punto de vista de la modernidad,
desde la cual es difícil ver o reconocer la colonialidad, que hasta resulta un concepto perturbador. Y
desde el punto de vista del segundo grupo
de actores, los condenados, aunque la colonialidad proponga una perspectiva
que transforma el conocimiento y la historia, la modernidad es inevitable.
Para los primeros actores, la modernidad tiene una sola cara y su
densidad es simple; para los segundos, en cambio, tiene dos caras y su densidad
es doble. Comprender la coexistencia de esos dos grandes paradigmas
equivale a entender de qué manera ocurre la transformación en la geografía
y la geopolítica del conocimiento. Mi punto de vista se enmarca
abiertamente en el segundo paradigma, en la doble densidad de la modernidad/
colonialidad.
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¿Cómo operaron esos dos conceptos intrincados, la modernidad y
la colonialidad, en tanto dos caras de una misma realidad, para dar forma
a la idea de «América» en el siglo XVI y a la de América Latina en el
siglo XIX? El término «modernidad» ha estado en boga desde hace
unos cuarenta años, y a pesar de que existen distintas opiniones y definiciones,
hay coincidencias en cuanto a su significado básico. Desde la
perspectiva europea, la modernidad se refiere a un período de la historia
que se remonta al Renacimiento europeo y al «descubrimiento» de
América (idea que comparten los académicos del sur de Europa, es decir,
de Italia, España y Portugal) o bien a la Ilustración europea (idea
que sostienen los académicos y los intelectuales y reproducida por los
medios en los países anglosajones -Inglaterra, Alemania y Holanda- y
un país latino -Francia-). Desde la perspectiva del otro lado, el de las
ex colonias portuguesas y españolas de América del Sur, la idea propuesta
por los académicos e intelectuales es que el progreso de la modernidad
va de la mano con la violencia de la colonialidad. La diferencia
radica en qué parte de la historia local es la que se narra. La teoría
de la «invención de América» propuesta por O'Gorman fue un punto
de inflexión que puso sobre el tapete una perspectiva que no existía antes
o no era reconocida en los relatos imperiales de Europa.
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Quizá el duplo modernidad/colonialidad nunca haya sido tan evidente como en el gobierno de
George W. Bush.
Por mor de claridad, es conveniente considerar la «modernidad/colonialidad
» como dos caras de una misma moneda y no como dos formas
de pensamiento separados: no se puede ser moderno sin ser colonial, y si
uno se encuentra en el extremo colonial del espectro, debe negociar con
la modernidad, pues es imposible pasarla por alto. La idea de América
no puede separarse de la colonialidad: el continente en su totalidad surgió
como tal, en la conciencia europea, como una gran extensión de
tierra de la que había que apropiarse y un pueblo que había que evangelizar
y explotar. «Colonialidad» es un término mucho menos frecuente que «modernidad», y muchos
tienden a confundirlo con «colonialismo
», aunque, claro está, los dos conceptos están relacionados. «Colonialismo
» se refiere a períodos históricos específicos y a lugares de
dominio imperial (español, holandés, británico y, desde principios del
siglo XX, estadounidense); «colonialidad», en cambio, denota la estructura
lógica del dominio colonial que subyace en el control español,
holandés, británico y estadounidense de la economía y la política del
Atlántico, desde donde se extiende a casi todo el mundo. En cada uno de
los períodos imperiales del colonialismo -con predominio de España (siglos
XVI y XVII), Inglaterra (desde el siglo XIX hasta la Segunda Guerra
Mundial) o Estados Unidos (desde principios del siglo XX hasta nuestros
días)- se ha mantenido la misma lógica aunque el poder haya cambiado
de manos.
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A
lo largo del período de reestructuración política y económica de la segunda
mitad del siglo XX, la tecnología moderna vuelve innecesaria la
colonización a la vieja usanza. No obstante, Estados Unidos tiene bases
militares en lugares estratégicos (Oriente Medio y América del Sur, por
ejemplo). Asimismo, la ocupación de Irak y la posterior presión de Estados
Unidos para designar un gobierno favorable al poder del imperio 2
reflejan con claridad el método actual del colonialismo.
El imperialismo puede
recibir nombres diversos pero siempre conlleva alguna forma de colonialismo:
es difícil imaginar un imperio sin colonias, aunque las colonias
adopten formas distintas en distintos momentos históricos. 3
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La colonialidad pone de manifiesto las experiencias y las ideas del
mundo y de la historia de aquellos a quienes Fanón denominó les damnés
de la terre («los condenados de la tierra», que han sido obligados a
adoptar los estándares de la modernidad). Los condenados se definen
por la herida colonial, y la herida colonial, sea física o psicológica, es una
consecuencia del racismo, el discurso hegemónico que pone en cuestión
la humanidad de todos los que no pertenecen al mismo locus de enunciación
(y a la misma geopolítica del conocimiento) de quienes crean los parámetros
de clasificación y se otorgan a sí mismos el derecho a clasificar.
La imposibilidad de ver las historias y las experiencias que no están incluidas
en la historia del cristianismo de Occidente tal como la consideran
los laicos europeos, que hunde sus raíces en el griego y el latín y se
difunde en las seis lenguas vernáculas imperiales (italiano, español, portugués,
francés, alemán e inglés), ha sido el sello distintivo de la historia
intelectual y de sus consecuencias éticas, políticas y económicas.
«egología» (marco de conocimiento cuyo centro y punto de referencia
es el «yo» en lugar de «Dios»), la conciencia europea en auge a
partir de Descartes
Para relatar las experiencias, los sentimientos y las
visiones del mundo distintas de las del relato europeo y su marco filosófico
de referencia, es necesario alejarse de la noción del conocimiento
fundada en la teología y la egología, que oculta sus cimientos geopolíticos,
y acercarse a una noción cuyas raíces geopolíticas se adentran en las
historias de las fronteras y no en las historias territoriales inventadas por
los expansionismos europeo y estadounidense.5
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Por lo general, los europeos no tuvieron
la necesidad de asimilar las lenguas y los marcos de conocimiento indígenas;
en cambio, la situación de los pueblos indígenas (y de los africanos
transportados al Nuevo Mundo) era distinta, porque ellos no tuvieron
más opción que adoptar las lenguas y los marcos de conocimiento europeos.
Con todo, las ideas no se matan: sobreviven en
los cuerpos, pues son parte de la vida. El pensamiento fronterizo florece
en la región andina bajo el nombre de interculturalidad y también en el
resto del mundo, en especial en las zonas de Europa donde residen inmigrantes
africanos, asiáticos, sudamericanos y caribeños. El pensamiento
fronterizo, que históricamente ha sido la única condición posible para
los pueblos indígenas, adoptó formas particulares entre los esclavos africanos
y los criollos de ascendencia africana, así como entre los criollos
descendientes de españoles y portugueses.
La
visión de los hechos y la concepción del mundo aportadas por los hombres
de armas o los jesuítas españoles (y luego, por los viajeros y los filósofos
franceses y británicos) estaban arraigadas geográfica e históricamente
en lenguas, memorias e historias que poco tenían que ver con la
visión y la concepción del mundo de los intelectuales que hablaban
aimara o náhuatl, cuyas geografías y biografías se apoyaban en otras memorias e historias.
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El funcionamiento
de la matriz colonial puede pasar inadvertido, y cuando sale a la
superficie, se lo explica por medio de la retórica de la modernidad, ase- gurando que la situación
puede «corregirse» con «desarrollo», «democracia
» o una «economía fuerte», por ejemplo. Lo que algunos consideran
«mentiras» del gobierno de Estados Unidos son en realidad parte de
una «retórica de la modernidad» codificada, que a todos promete la salvación
y así distrae la atención de las consecuencias opresivas de la lógica
de la colonialidad. Para implementar esa lógica se necesita la retórica
que elogia la modernidad, como se vio desde el primer momento en el
caso de Irak. Mientras el capital y el poder se van concentrando en menos
manos y la pobreza crece en todo el mundo, la lógica de la colonialidad
se vuelve cada vez más opresiva y despiadada. Desde el siglo XVI, la
retórica de la modernidad se ha nutrido del lenguaje de la salvación,
acompañado por la apropiación de grandes extensiones de tierra en el
Nuevo Mundo y la explotación masiva de la mano de obra india y africana,
justificadas por la creencia en la prescindencia de la vida humana:
la de los esclavos. Así, cuando hoy en día algunos cristianos enarbolan
las banderas de los «valores a favor de la vida», reproducen una retórica
que desvía la atención de la creciente «devaluación de la vida humana»
puesta en evidencia por los miles de muertos en Irak. Entonces, no es con
la modernidad que se superará la colonialidad, pues es precisamente la
modernidad la que necesita y produce la colonialidad.
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la palabra
«religión» empezó a utilizarse para designar a comunidades de fe,
mientras que «nación» (natío) quedó reservada para nombrar a comunidades
de nacimiento. Con la secularización y el nacimiento del Estado
moderno en el siglo XVIII, la «nación» reemplazó a la «religión» y así
surgió un nuevo tipo de comunidad imaginaria. La noción de «cultura»
fue reformulada y pasó a ser sinónimo de «cultura nacional» (lengua, literatura,
símbolos patrios, historia). Las personas empezaron a sentirse
parte de un Estado-nación y también de una comunidad religiosa determinada.
Las etnias designaban comunidades, que no necesariamente se
vinculaban con características físicas.
Cuando el término «raza» (principalmente en el siglo Xix) reemplazó a
«etnia» y así se puso el acento en la «sangre» y el «color de la piel» en desmedro
de otras características de la comunidad, «raza» se transformó en
sinónimo de «racismo». El «racismo» surge cuando los miembros de cierta
«raza» o «etnia» tienen el privilegio de clasificar a las personas e influir
en las palabras y los conceptos de ese grupo. El «racismo» ha sido una matriz
clasificatoria que no solo abarca las características físicas del ser humano
(sangre y color de piel, entre otras) sino que se extiende al plano interpersonal
de las actividades humanas, que comprende la religión, las
lenguas (en primer lugar, el griego, el latín, el inglés, el alemán y el francés;
en segundo lugar, el italiano, el español y el portugués; en tercer lugar, el
árabe, el ruso y el bengalí; y después, el resto) y las clasificaciones geopolíticas
del mundo (Oriente-Occidente, Norte-Sur; Primer, Segundo y Tercer
Mundo; el Eje del Mal, etc.).
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Al
encontrarse frente a grupos de personas que hasta el momento desconocían,
los colonizadores cristianos de las Indias Occidentales (o Indias a
secas) definieron a los individuos basándose en su relación con los principios
teológicos del conocimiento, considerados superiores a cualquier
otro sistema existente. A mediados del siglo XVI, Las Casas proporcionó
una clasificación de los «bárbaros» que, claro está, era una clasificación
racial aunque no tuviese en cuenta el color de la piel. Era racial porque
clasificaba a los seres humanos en una escala descendente que tomaba los
ideales occidentales cristianos como criterio para la clasificación. La categorización
racial no consiste simplemente en decir «eres negro o indio,
por lo tanto, eres inferior», sino en decir «no eres como yo, por lo tanto,
eres inferior», designación que en la escala cristiana de la humanidad incluía
a los indios americanos y los negros africanos.
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Tras definir las cuatro clases de bárbaros, Las Casas presenta una
quinta, no incluida en la clasificación inicial: la barbarie contraria. En las
cuatro primeras, la barbarie respondía a criterios específicos; en cambio,
la barbarie contraria podía aplicarse a cualquiera, pues se refería a todos
los que se dedicaban activamente a debilitar al cristianismo, como los «terroristas
» de hoy en día.
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Cuando la primera
y la segunda generación de criollos de ascendencia europea que habitaban
lo que hoy son las dos Américas, América Latina y América
Sajona, asumieron el poder, se apropiaron del nombre del continente y
empezaron a llamarse «americanos». Los indios y los negros quedaron
fuera del juego. Hoy en día, los movimientos indigenistas que han surgido
en todo el continente, desde la Antártida hasta el Ártico, proponen el
nombre de «Abya-Yala» (véase el capítulo 3). 13 Eso significa que
«América Latina» es el nombre del continente habitado por pueblos de
origen europeo, algo difícil de comprender debido al éxito de la lógica de
la colonialidad en su intento por mostrar que «América Latina» es a la
vez un subcontinente y una idea presente en la conciencia de todos los
que lo habitan. Los afroamericanos (de América del Norte, del Sur y el
Caribe) aún no han reivindicado su postura respecto del nombre del
subcontinente inventado por europeos y apropiado por criollos de origen
latino y anglosajón. No obstante, en Ecuador y Colombia, los pueblos
afroandinos usan el término «la gran co-marca» (el prefijo «co-»
utilizado con el mismo sentido que en «cooperación»), que denota la
idea de un gran territorio compartido con una raíz común. La «idea» de
América Latina es, en el plano ontológico, la que habita en la conciencia
de los criollos y los mestizos que se identifican con la historia y la ascendencia
europea. En algún momento del pasado, los indígenas y los pueblos
de ascendencia africana pudieron haber asumido que ellos también
vivían en América «Latina», pero ese ya no es el caso (véase el capítulo
3). «América Latina» no es el lugar donde residen, a pesar de haber pasado
toda su vida en un territorio denominado así. El nombre de la masa
terrestre podría haberse modificado, pero la conciencia de ser «latinoamericanos
» no se altera ni cambia de nombre con tanta facilidad. La
modificación del nombre es una cuestión que requiere consenso en el
campo del derecho internacional. El cambio de conciencia requiere un
proceso de autoanálisis por parte de quienes se identifican (o son identificados)
como «latinoamericanos».
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Cuando Gerardus
Mercator trazó su mapamundi en 1542, representando al Nuevo
Mundo como un continente separado, contribuyó a la creación de una
identidad «americana» que no tenía en cuenta ni Anáhuac, ni Tawantinsuyu
ni Abya-Yala. Esa supresión se conceptualizó como «modernidad
», como si la modernidad fuese una fuerza histórica necesaria con derecho
a negar y suprimir todo lo que no se ajustara a un modelo de
historia del mundo considerado como «un proceso histórico esencial».
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Los hechos tuvieron mucho que ver con la complicidad cada vez
más estrecha entre el cristianismo (y el saber cristiano) y la evolución
del capitalismo y sus efectos en la industria cultural: la cartografía, la
publicación y la circulación de libros, y la autoridad de los libros publicados,
entre otras cuestiones. Sin esa relación, el capitalismo y el mundo
en que vivimos, América incluida, serían muy distintos.
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La idea de «descubrimiento
» es la versión imperial, dominante, de los hechos (la versión que se
convirtió en «realidad», la dimensión ontológica de la historia que combina
los hechos con la interpretación que se hace de ellos), mientras que
la idea de «invención» abre una puerta a la posibilidad del saber decolonizador.
Así, si «descubrimiento» es una interpretación imperial, «invención
» es más que una interpretación distinta, es un intento por decolonizar
el saber imperial. No se trata de decidir cuál de las dos es la
verdadera. No se trata de saber cuál «representa los acontecimientos
con mayor precisión» sino cuál es el diferencial de poder en el campo
del saber. Lo que tenemos aquí son dos interpretaciones, una que brinda
la visión imperial y otra que propone la visión decolonial. Ambas
coexisten en dos paradigmas distintos. El imperial sostiene e impone la
visión dominante (impartida por la enseñanza primaria y secundaria y
divulgada en la cultura popular y por los medios de comunicación). El
paradigma decolonial lucha por fomentar la divulgación de otra interpretación
que pone sobre el tapete una visión silenciada de los acontecimientos
y también muestra los límites de una ideología imperial que
se presenta como la verdadera (y única) interpretación de esos mismos
hechos
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(PROEYCTO DECOLONIAL)
Eso quiere decir, precisamente, que los proyectos decoloniales deberían ser
pluriversales y no universales como los proyectos de la modernidad occidental.
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(QUE ES EL OCCIDENTALISMO)
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LA «AMERICANIDAD» DE AMÉRICA
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Así, la idea de
«América» es parte del relato histórico europeo, ya que a los millones de
personas que poblaban el «territorio» no se les permitía narrar sus propias
historias. Ellos tenían relatos diferentes del origen y la evolución de
los seres humanos, del concepto de «humano» en sí, del conocimiento o
la organización social, por dar solo algunos ejemplos. Las diferencias,
sin embargo, fueron anuladas por la matriz colonial de poder. De hecho,
la Cristiandad y, más tarde, la filosofía y la historia secular europea eliminaron
o absorbieron las «otras historias».
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(EL TRIUNFO DE LA MATRIZ COLONIAL)
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«América Latina» y el primer
reordenamiento del mundo
moderno/colonial
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(LA SEPARACION DE AMERICA LATINA Y SAJONA)
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La modernidad no
es tampoco un ente que de Europa se desplaza y «llega» a una América
Latina ya existente que la estaba esperando. Muy por el contrario, América
Latina es una de las consecuencias de la reconfiguración del mundo
moderno/colonial provocada por el doble proceso de decolonización
del continente americano y emancipación del europeo.
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(EL BARROCO, LA INVASION DE AMERICA Y LA MODERNIDAD)
Para algunos, el barroco también está ligado al «nacimiento» de la modernidad. En el siglo XVII, la
economía europea
-en especial en España, Portugal, Francia e Inglaterra- atravesaba un período
de enorme prosperidad gracias a las riquezas producidas en las colonias:
las «Indias Occidentales» de la Península Ibérica, las «West Indies»
de Inglaterra y las «Antilles» de Francia. El apogeo de las artes y las ideas
en Europa y sus colonias va de la mano del desarrollo económico surgido
de las minas de oro y plata, las plantaciones de caña de azúcar, café, tabaco
y algodón, la apropiación de la tierra y la explotación de la mano de
obra indígena y africana. Mientras que en el siglo XVI las potencias imperiales
de las tierras «descubiertas» hacía poco eran España y Portugal, y la
riqueza provenía de la extracción de metales preciosos, el siglo XVII marcó
el ascenso de la esclavitud y las plantaciones caribeñas, y los países europeos
con salida al Atlántico se beneficiaron de la mano de obra colonial.
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(ASIMILACION Y DISENCION BARROCA DE CRIOLLOS COMO DECOLONIZACION)
luego de
la derrota definitiva de las élites indígenas a principios del siglo XVII,6 la
población criolla sintió la herida colonial y se hizo cargo de la diferencia
colonial en sus dimensiones económica, política, social y racial. Claro está
que, como en todas las situaciones, hubo criollos que hicieron todo lo
posible por asimilarse y acomodarse con la élite ibérica que detentaba el
poder. La asimilación es y sigue siendo una reacción posible frente a la diferencia
colonial: el colonizado no es uno de ellos, pero busca convertirse
en uno de ellos. La otra respuesta posible es el disenso. Mientras que
con la primera reacción se reprime la herida colonial, con la segunda se
abre el camino hacia la rebelión y los modos de pensar distinto. El «barroco
de Indias» fue un conjunto de expresiones artísticas y filosóficas
iracundas, surgidas del seno de la diferencia y la herida colonial. Con él
nació la conciencia crítica de los criollos.
(INDIAS OCCIDENTALES)
«América Latina» como tal no existía en las colonias; lo que había era un conjunto de virreinatos
unificados con el nombre de«Indias Occidentales»)
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Con «poscolonial» me refiero aquí al período que siguió a la disolución del régimen
colonial gobernado desde la metrópoli y a su sustitución por un
régimen nacional con autoridades criollas. En ese cambio surgió el colonialismo
interno, y «América Latina», en tanto proyecto político y ético,
fue el ethos de esa nueva forma de colonialismo.
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( EL SOFISMA DEL PROGRESO)
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(QUE ES LA LATINIDAD)
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En el siglo XIX, los blancos eran básicamente los criollos y, por tanto,
los «latinos» de ascendencia europea. En la conformación racial del
Virreinato de Nueva Granada entre 1750 y 1810, por ejemplo, se mantenían
los principios de «pureza de sangre», con la sustitución de la fuerte
configuración religiosa de España, que clasificaba a la población en moros,
cristianos y judíos,16 por la distinción según el color de la piel. La diferencia
clave aquí es que, mientras que los judíos y los moros tenían religiones
equivocadas, vistas desde la concepción cristiana predominante,
los indios (y también los africanos) no tenían religión. 17 Más aún, si bien
tanto los españoles peninsulares como los criollos entraban dentro de la
categoría de blancos, su jerarquía dependía de la pertenencia a la metrópoli
o a las colonias. Así, la mezcla de sangre pasó de ser una cuestión de
creencias a ser un tema de color de piel. Cuando Kant hizo su distribución
de los pueblos por color y continente, el principio de clasificación
no era fruto de la razón pura, sino que se derivaba de la experiencia colonial
española en el Nuevo Mundo. Mientras que la Inquisición española
recurrió a la «pureza de sangre» como principio legal para controlar
a la población cristiana y separarla de los moros y los judíos (algo
similar a lo que ocurrió en América), la élite criolla local transformó ese
principio legal en una diferenciación social de hecho entre los criollos de
origen español, los mestizos y mulatos, y los indios, zambos y negros,
clases que configuraron la pirámide racial colonial (en orden descendente).
La herida colonial no es ni más ni menos que la consecuencia de ese
discurso racial.
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(EUROCENTRISMO)
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Los cambios
en la concepción de la «naturaleza» acompañaron los cambios en las
ideas sobré: las divisiones continentales y el orden mundial. Cuando la
misión civilizadora fue reemplazada por el proyecto de desarrollo llevado
a cabo por los países imperiales, el Tercer Mundo se equiparó con el
estado de «naturaleza», equivalencia que se mantiene aún hoy, es decir
que quedó separado de la «industria» y la «ciencia» del progreso que han
puesto al Primer Mundo a la cabeza en el imaginario sobre la evolución
del mundo. Si en el siglo XVI la «naturaleza» se pensaba en relación con
las tierras y los territorios que debían reproducirse en los mapas o como
el espectáculo del mundo a través del cual podía conocerse a su Creador,
a partir del siglo XIX la «naturaleza» se convirtió en la materia prima y el
combustible de la Revolución Industrial y de la maquinaria del progreso
y la acumulación de capital, que avanzaban en un único sentido. Esa
transformación añadió valor a la división continental existente, y la «naturaleza
» se asoció con América del Sur, Asia y África en una relación
cada vez más estrecha. Por lo tanto, la idea de «América Latina» surgió junto con el valor de América del
Sur como «naturaleza» y el posicionamiento
de los nuevos países imperiales de Europa como fuentes de «cultura
» (universidad, Estado, filosofía, ciencia, industria y tecnología).
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(LA RELACION DE MODERNIDAD Y COLONIALISMO)
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(EL EUFEMSIMO DEL DESARROLLO CIVILIZACION, MODERNIZACION Y
COLONIALIMSO)
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(la latinidad silencio los indígenas y africanos)
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(EDUCACION DECOLONIAL)
Tal como enseñan los intelectuales y líderes indios y africanos, tiene más sentido anclar
el pensamiento en las fracturas de la historia colonial y el diferencial
colonial de poder que en la historia que promulgan los libros de
sociología y economía que pretenden contar la «verdad» sobre el mundo.
CAPITULO 3
Después de América Latina: la herida
colonial y la transformación epistémica
geopolítico-corporal
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(AMERICA LATINA EXPLOTADA)
La idea global de «América Latina» explotada por los Estados imperiales
de la actualidad (Estados Unidos y los países imperiales de la Unión
Europea) se construye alrededor de la noción de que el subcontinente es
un territorio extenso y una fuente de mano de obra barata, con abundantes
recursos naturales y destinos turísticos exóticos con hermosas playas
caribeñas, una región que da la bienvenida a viajeros, inversores y explotadores.
Esa imagen se creó durante la Guerra Fría, cuando «América
Latina» pasó a formar parte del Tercer Mundo y se convirtió en principal
objetivo para la implantación de modelos neoliberales, comenzando
por Chile, durante la presidencia de Augusto Pinochet (1973), y siguiendo
en la Argentina de Carlos Saúl Menem (1989) y en Bolivia, durante el
gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993). Por eso, muchas empresas
tecnológicas importantes decidieron instalarse en la Argentina
después de la crisis, pues allí el salario anual de los técnicos locales ronda
los 10.000 dólares, mientras que en Estados Unidos, por el mismo tipo
de trabajo, el salario, incluidos los beneficios, sería de 50.000 o 60.000
dólares por año.
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Los principios del ALCA no son menos ilusorios o engañosos que sus
objetivos. El primer principio establece que las partes se comprometen a
fomentar la prosperidad económica, fortalecer los lazos de amistad y
cooperación y proteger los derechos humanos fundamentales. Pero este
principio se contradice con los hechos a diario. La prosperidad económica
significa que la riqueza se concentra en menos manos. La amistad se
convierte en persecución mediante presiones corporativas y normas que
favorecen más a los dueños de la tierra, los accionistas y los banqueros
que a la población de los países que participan del acuerdo. Todos los objetivos
y principios son la evidencia de que los misioneros del siglo XVI
han cambiado de hábitos y ahora cuentan las hectáreas de tierra y las
acciones adquiridas en lugar del número de almas ganadas para la religión.
El ALCA es solo uno de los ejemplos recientes de la pujante retórica
de la modernidad que oculta su contraparte malintencionada: la colonialidad.
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Más allá de las esferas del sistema interestatal y los flujos financieros
internacionales, la lucha por la vida es una lucha por el saber y la liberación
(o decolonización) de las subjetividades que estaban controladas
por el Estado y el mercado (y, por supuesto, por la Iglesia). Hay
movimientos sociales que cuestionan seriamente la epistemología de la
diferencia colonial que mantiene la distribución desigual de poder. Así
como la teología de la liberación, manifestada desde la perspectiva de teólogos
«latinos» disidentes, contribuyó a la concienciación en el siglo XX,
la conciencia crítica y la liberación (decolonización) serán el aporte de los
actores que han sido excluidos de la idea eurocéntrica de «latinidad».La
disociación de ese concepto y la creación de un «después de América
Latina» son parte de la iniciativa de indios, afrolatinos, mujeres de color,
gays y lesbianas. El liderazgo nace de la energía de cada localidad y de la
historia de la colonización del saber y el ser. Ya no es admisible que el liderazgo
provenga de los proyectos eurocéntricos de liberación, estén estos
enmarcados dentro de la teoría de la liberación o del marxismo socialista.
«La verdad» debe de estar en otra parte.