Poesía Buenos Aires
Poesía Buenos Aires
Poesía Buenos Aires
Edición facsimilar
publicación dedicada exclusivamente a la poesía que iba a alcanzar en
nuestro medio una dimensión y una repercusión que, por inusitadas,
acaso ni siquiera imaginaron sus propios protagonistas. A lo largo de
diez años y durante treinta números, una serie de nombres singulares
y en muchos casos significativos se fueron acercando, algunos en
forma más o menos continuada, constituyendo de algún modo el
30
PANTONE Process Black C PANTONE Process Cyan C PANTONE Process Magenta C PANTONE 248 C
C: 0% M: 0% Y: 0% K: 100% C: 100% M: 0% Y: 0% K: 0% C: 0% M: 100% Y: 0% K: 0% C: 0% M: 57% Y: 100% K: 0%
Poesía Buenos Aires
Edición facsimilar
Poesía Buenos Aires
Edición facsimilar
Tomo I
1950-1955
Aguirre, Raúl Gustavo
Poesía Buenos Aires : edición facsimilar / Raúl Gustavo Aguirre ; con prólogo de Rodolfo
Alonso. - 1a ed. - Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2014.
v. 1, 556 p. ; 35x26 cm.
ISBN 978-987-1741-92-2
Contacto: [email protected]
ISBN: 978-987-1741-92-2
IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Índice
Tomo I
Palabras previas 7
por Horacio González
Índice general 25
N° 1. Primavera de 1950 33
N° 2. Verano de 1951 39
N° 3. Otoño de 1951 43
N° 4. Invierno de 1951 51
N° 5. Primavera de 1951 59
N° 6. Verano de 1952 67
N° 7. Otoño de 1952 71
N° 8. Invierno de 1952 83
N° 9. Primavera de 1952 91
Palabras previas
por Horacio González
Poesía Buenos Aires es una revista que parece impalpable; tiene fechas y autores reconocidos, pero goza de
la dádiva de lo imperceptible para el trajín de la historia. Es como si no hubiera ocurrido, o hubiera ocurrido
en cualquier otro lugar. ¿Pero no avisa en su nombre que es poesía y que lo es en una ciudad determinada
cuyo nombre pronuncia? La localización que el título invoca no es para decir que la poesía se hace en Buenos
Aires, sino que toda ciudad y aun toda historia es una cuestión poética. Bajos los auspicios de René Char,
e. e. cummings, Wallace Stevens, Francis Ponge, se suceden los poemas-manifiestos de Raúl Gustavo Aguirre y
Edgar Bayley, sus dos animadores, dramáticos exponentes del universo poético como un absoluto enigmático
y sellado en sí mismo con lacre sagrado.
No veo otra forma de señalar su verdadera y asombrosa fuerza: la que reina en su propia atmósfera vital,
como flotando sin sostenes de tiempo o espacio, con su ensimismamiento etéreo. Es una revista de poesía pero
obsesionada por las proclamas editoriales, a modo de manifiestos y ensayos –como los de René Menard– que
buscan la alquímica unión de la línea; es prosa con la voz poética del ser, que no oculta demasiado el hecho de
que los autores de esta gran aventura editorial conocen las opiniones de Heidegger sobre el tema.
Pero Poesía Buenos Aires no es escolástica de observancia alguna. Se pone y se saca sus nombres.
“Invencionismo”. Poco ayudan ahora cuando la interrogamos en su calidad de investigación poética aún vigente,
y cuando percibimos por sus aberturas laterales que de ahí salen un Urondo, una Pizarnik, un Lamborghini.
La revista de la poetización del misterio del existir, que descubrió la austeridad junto al sufrimiento de las
palabras, se escribe durante una década: del 50 al 60. Ignora a sus contemporáneas. La historia real es su propia
historia poética. Si había que inventar algo en términos del logos poético, allí estaba el elevado programa de la
poesía o la nada. En tres ocasiones se filtra en ella la otra historia, en sendas cáusticas notas. Acepta de buen
grado la caída del gobierno en el año 1955; critica luego algunos aspectos antidemocráticos de este mismo
gobierno, y pide incisivamente la libertad de uno de sus colaboradores ocasionales, entonces preso: el gran
poeta entrerriano Juan Laurentino Ortiz. Poemas de Macedonio Fernández también militan en las páginas
extraordinarias de Poesía Buenos Aires, que se inventó a sí misma y dejó ver de forma más original el mundo
que ya había sido inventado antes de ella. La Biblioteca Nacional pretende contribuir, con la publicación de
este facsimilar, a retomar estas esenciales discusiones.
| 9
Bertrand Russell entendió que “el lenguaje nos arrastra hacia la generalidad”. Por eso, quizás, también
nosotros –antes de que la arrasadora marea de mediocridad globalizada amenazara con mimetizarlo todo–
seguíamos todavía utilizando números de décadas con la pretensión de designar momentos significativos
de nuestra poesía contemporánea. Hubo así una “generación del cuarenta” en la que solo parecían convivir
elementos neoclásicos y neorrománticos, una “generación del cincuenta” que se proponía –y se impuso– como
vanguardista, es decir como ruptura, y una “generación del sesenta” públicamente interesada en acercarse a las
mayorías en dicción y temas. Claro que la vaguedad de esa denominación apenas cronológica servía, así, de
coartada para cubrir síntomas mucho más conflictivos y por lo tanto mucho más ricos. El aire de la época no
afecta a todos por igual, y no es suficiente haber nacido o publicado más o menos en las mismas fechas para
sentir o expresarse de manera afín. Pero también es verdad que hay líneas que se tienden, problemas que se
perciben, cuestiones que se dirimen, más abierta y francamente en una época que en otras. Y que en algunas
ocasiones especiales llegan a impregnarlas casi por entero, lo cual no niega que el asunto muchas veces ya venga
también de antes y, lógicamente, se continúe después.
Para intentar definir apenas por la cronología a la llamada “generación del cuarenta”, no solo habría
que olvidar que fue en 1944 que apareció el único número de la revista Arturo y con él la Asociación Arte
Concreto-Invención, uno de los momentos (y de los movimientos) más rigurosos y exigentes del arte de
vanguardia en la Argentina, sino también que por esos años ya estaban escribiendo –y precisamente allí– no
solo Edgar Bayley y Simón Contreras (Juan Carlos Lamadrid), sino también, por otro lado, Alberto Girri,
Enrique Molina y Olga Orozco. Si bien en los dos últimos, y sobre todo en ella, podía llegar a percibirse
un cierto aire elegíaco muy del momento, también es verdad que ya germinaban en el conjunto diferencias
fundamentales con su contexto.
Que por supuesto no es tan solo literario. Aunque habían transcurrido apenas dos décadas desde lo que
se considera la primera manifestación de la vanguardia en nuestro país, el martinfierrismo, ínterin el mundo
había conocido la injusta derrota de los republicanos españoles y se encontraba enzarzado en una cruenta
batalla para detener al Eje encabezado por el nazismo alemán. En el país, se habían vivido ya los presupuestos
que describe el investigador Loris Zanatta en Del Estado liberal a la Nación Católica, y, de un nuevo golpe
militar, la revolución de 1943, estaba surgiendo el principal protagonista de un movimiento político-social
que llevaría su nombre, el peronismo.
En el curso de su tan admirada como controvertida gestión, si bien podía encontrarse entonces a un
ministro de Salud como Ramón Carrillo, no deja de volverse relevante para nuestro asunto la gestión de un
ministro de Educación como el Dr. Ivanisevich, quien al inaugurar el XXXIX Salón Nacional se pronunció de
esta manera: “Ahora los que fracasan, los que tienen ansias de posteridad sin esfuerzo, sin estudio, sin condi-
ciones y sin moral tienen un refugio: el arte abstracto, el arte morboso, el arte perverso, la infamia en el arte”,
un arte que, “no cabe entre nosotros”. Y define a sus cultores como la “última expresión de los desorbitados
anormales estimulados por la cocaína, la morfina, la marihuana, el alcohol y el snobismo”1.
El invencionismo, es decir Edgar Bayley, dando un paso más allá del creacionismo (no es casual que en
Arturo se publique un poema de Vicente Huidobro, aunque también es sintomático que lo acompañe otro de
Murilo Mendes, el gran modernista brasileño), se proponía desprender a la imagen de toda representación,
devolviéndole “una realidad independiente y autónoma”, porque “nunca una obra ha valido por su capacidad
de acuerdo con una realidad cualquiera, exterior a ella, sino por su capacidad de novedad, vale decir, desplaza-
miento de valores de sensibilidad ejercidos por una imagen”. En consecuencia, “el valor estético no es incum-
bencia del acuerdo con una realidad, sino de la condición de la propia imagen.”
Poco después, en 1948, Juan Jacobo Bajarlía edita Contemporánea, una revista que pese a resistir solo dos
años, logra el “feliz encuentro” entre el invencionismo y un significativo grupo de muy jóvenes poetas: Raúl
Gustavo Aguirre, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Jorge Enrique Móbili. En 1950, Aguirre (en un comienzo
acompañado por Móbili) presenta el primer número de Poesía Buenos Aires, una publicación dedicada exclusi-
vamente a la poesía que iba a alcanzar en nuestro medio una dimensión y una repercusión que, por inusitados,
acaso ni siquiera imaginaron sus propios protagonistas.
A lo largo de los años, una serie de nombres singulares, y en muchos casos significativos, se fueron
acercando, algunos en forma más o menos continuada, constituyendo de algún modo el núcleo duro de la
publicación mientras que otros lo hicieron de manera ocasional, o tangencial, o recurrente. Casi ninguno
de ellos parecía impulsado con exclusividad por un proyecto literario; Nicolás Espiro, entonces estudiante
de medicina y luego psicoanalista en Madrid, después de haber codirigido durante muchos años la revista,
nunca se decidió a publicar un libro propio. Y muchos tampoco fueron poetas, o solamente poetas. Wolf
Roitman, otro temprano codirector, muy pronto se radicó en París donde desarrolló una obra de artista
10 |
visual; el músico Daniel Saidón, o Jorge Souza, un escultor concreto, también amigo y huésped entrañable,
al mismo tiempo que responsable directo del diseño gráfico. ¿Y cómo no destacar a Juan Carlos Paz, el
insobornable líder de la música dodecafónica, un intelectual de avanzada con cuya exigente madurez me
tocó coincidir siendo adolescente, todos los sábados después del almuerzo, en el mismo Palacio do Café de
la avenida Corrientes 743, al lado de la casa de Aguirre, mientras esperaba la reunión habitual con el grupo
de la revista?
Había que haber vivido en Buenos Aires a comienzos de la década de los cincuenta para visualizar cómo,
sin habérselo propuesto, desde una publicación absolutamente independiente y dedicada en forma exclusiva a
la poesía, que solo tiraba quinientos ejemplares, de carácter prácticamente artesanal, y que cumplió al pie de
la letra su propósito de “no devenir institución”, se cambiaron los modos de escribir y de vivir la poesía en la
Argentina.
El desafío que propone evaluar hoy los efectos de una revista como Poesía Buenos Aires, cuyos treinta números
se publicaron entre 1950 y 1960, implica algunas dificultades; quizá la menor, y que hasta puede resultar
beneficiosa, resida en el hecho de sentirme de algún modo juez y parte, ya que sin habérmelo propuesto, pasé
a ser su miembro más joven. ¿Pero, cómo pensar esa aventura en tiempos de anomia y banalización, en los que
no parece imperar código ni valor alguno? ¿Cómo imaginar, en la actualidad, que escribir poesía totalmente en
minúsculas y sin signo alguno de puntuación resultara entonces agresivamente insólito e inusitado? ¿Que fuera
estruendosamente escandaloso abandonar la métrica y la rima, la ilación gramatical o sintáctica y renunciar a
transmitir algún mensaje, descripción o sentimiento más o menos explícito? ¿Cómo aceptar incluso el riesgo
que implicaba, cuando se recuerda que las telas expuestas por algunos pintores concretos llegaron a ser tajeadas?
Otras dificultades surgen directamente del asunto mismo: la publicación nunca sostuvo un dogma
explícito; el llamado “grupo Poesía Buenos Aires”, que a veces, sobre todo al principio, se concentra por
asiduidad y estilo, en otras ocasiones amplía sus límites hasta difuminarlos. De allí que no siempre se llegara a
percibir desde afuera la existencia de lo que me permití denominar “núcleo duro” que, por lo demás, persistió
a través de los años alrededor de Aguirre; de allí también que en ocasiones se hablara de manera indistinta de
revista o de movimiento cuando, en realidad, no siempre coincidieron en sus alcances.
Ese paradigma de lo que debía ser una revista de vanguardia en la década del cincuenta, se inicia ya
en el primer número con el reconocimiento explícito y al mismo tiempo acotado de su auténtico linaje:
el invencionismo poético que, indisolublemente ligado con el arte concreto, había surgido en aquel único
número de la revista Arturo. Un breve pero significativo texto de Edgar Bayley afirma en la entrega inicial de
Poesía Buenos Aires: “Y es porque algunos de nosotros hemos trabajado a veces dentro de esta conciencia, que
se ha adoptado para designarla, sin insistir demasiado en ello y a título provisorio, la palabra invencionismo”.
Como si fuera premonitorio de la deriva orgánica con que los mejores exponentes de Poesía Buenos Aires,
sin dejar de apostar siempre enérgicamente por la poesía moderna, iban a irse alejando de toda rigidez, de
cualquier ortodoxia, ya en ese número inicial, quien apareciera como el patriarca de la “escuela” la minimiza
y elude endiosarla. Al cumplirse el tercer aniversario de la revista, el hombre que la hizo posible, Raúl
Gustavo Aguirre, dirá claramente que “Poesía Buenos Aires tendrá a bien no devenir institución”, y al cerrar
el número 25 (otoño de 1957), reiterará el derrotero: “Ninguna fórmula, ninguna receta, en conclusión,
queda de todos estos años. Una vez más hay que decirlo: no sabemos qué es la poesía y, mucho menos, cómo
se hace un poema.”
Una afirmación que entraña otra dificultad: al mismo tiempo que su presencia y su perduración suelen
ser considerados con razón como un momento de cambio fundamental en la teoría y en la práctica de la
poesía argentina, resulta difícil precisar conceptualmente ese “espíritu nuevo” que, por lo demás, a lo largo del
tiempo, no se manifestó en todos sus integrantes de la misma manera. Vivido más bien como una experiencia,
en absoluto ajena a las meras ambiciones literarias, y deseado finalmente –y acaso sin saberlo– más bien como
una evidencia, el poema no responde a ortopedias o códigos, a recetas o fórmulas, a programas o efusiones.
Recordemos que si bien su director, Raúl Gustavo Aguirre, había comenzado por un dominio de la poesía
tradicional que no solo fue reconocido por un Premio Iniciación de la Comisión Nacional de Cultura sino
también por la invitación a colaborar en Sur (que abandonó pronto voluntariamente), y que Mario Trejo había
debutado con los sonetos de Celdas de la sangre y Alberto Vanasco con sus Cuartetos y tercetos definitivos, hubo
otros que empezaron directamente por la vanguardia, como es el caso del creador de aquel invencionismo
cuyo descubrimiento los transformó en conversos, Edgar Bayley, o como Francisco Urondo y yo mismo, que
entramos directamente en materia, sin transitar previamente por métrica y rima.
Solo hay dos momentos en los que se intenta manifestar con claridad un criterio coherente de grupo: la
Antología de una poesía nueva (1952)2 y el número 13-143 de la revista (primavera de 1953-verano de 1954),
dedicado a presentar una “Imagen de la nueva poesía” donde aquel núcleo duro es congregado bajo el rótulo
de “Poetas del espíritu nuevo”, el primero de cuatro apartados. Los restantes se dedicaron a la poesía madí, al
surrealismo y a una extensión más laxa del llamado “espíritu nuevo”. Es en esas publicaciones y también en los
primeros números de la revista, donde se manifiesta de manera más visible la resonancia del invencionismo. Y
en ambas tuvo principal protagonismo, y tal nivel de exigencia que dio lugar incluso a acaloradas polémicas,
Raúl Gustavo Aguirre, autor de la antología y responsable, con Nicolás Espiro, de la gestión y redacción
del mencionado número de la revista, que incluía estrictas evaluaciones críticas. El mismo Aguirre, con su
desmedida y habitual generosidad, incrementaría mucho más el panorama cuando ya en 1979 publique una
amplia antología de la publicación. No solo la titulará El movimiento Poesía Buenos Aires4 sino que incluirá
Alrededor de Poesía Buenos Aires | 11
en ella a todos los poetas argentinos publicados en la misma, incluso a los desplazados del “espíritu nuevo”
en aquel número de 1953-1954, que dio lugar al entredicho con los surrealistas. De modo tal que, mientras
la Antología de una poesía nueva incluye solo ocho poetas, en El movimiento Poesía Buenos Aires el número
asciende a cuarenta y tres, que van desde Macedonio Fernández a Alejandra Pizarnik.
En este recuento quizá resulte de interés señalar que ninguno de los poetas ligados con Poesía Buenos Aires
concluyó (y en la mayoría de los casos ni siquiera inició) la carrera universitaria de Letras, mientras que sí lo
hicieron prácticamente todos los integrantes de Contorno, la otra gran revista del período. Y también que,
aunque no faltó quien nos acusara entonces de afrancesados o de europeizantes, el tango de los cuarenta era
para no pocos de nosotros como el mismo aire que respirábamos. Nuestra devoción se inclinaba también por
la vanguardia tanguera, de Julio De Caro a Horacio Salgán; hubo amistad con Enrique Mario Francini y con
Argentino Galván; Piazzolla contestó con una larga carta manuscrita el envío de mi primer libro, mientras
que Bayley y Juan Carlos Lamadrid dirigieron juntos una revista más que significativa: Conjugación de Buenos
Aires (tres números, en 1951), en la que se codeaban De Chirico y Carlos de la Púa, el lunfardo con las tesis de
Tomás Maldonado. Sin olvidar que el mismo Lamadrid le dio letra a Fugitiva de Astor Piazzolla, lo mismo que
haría Mario Trejo con Los pájaros perdidos. Es que, precisamente, aquella devoción, esas vivencias, tampoco
requerían relumbrones exteriores ni retóricos, estaban en el fondo de una sensibilidad. Y alguna vez me he
preguntado si la musicalidad y la invención, incluso de lenguaje, de muchos de esos tangos inefables no habrá
tenido que ver con el humus mismo de nuestra condición y, en consecuencia, también de nuestra creatividad.
Si el invencionismo fue, por lo menos en un comienzo, de algún modo nuestro linaje, no es sino lógico
inferir que en gran medida nos llegó por intermedio de Edgar Bayley (1919-1990). Aún así, nunca se dio desde
un empaque magistral, porque si algo lo caracterizó, como intelectual y como artista, fue el ejercicio de una
meridiana capacidad de raciocinio, de una luminosa claridad de pensamiento que, casi desde un comienzo y de
una forma quizás orgánica, constitucional, innata, siempre se mantuvo vigilante de sus posibles desbordes. Una
fecunda riqueza existencial y un hondo y fundamental apego a la vida mitigaron en Bayley un quizá entrevisto,
imaginado o temido riesgo de posibles carencias y excesos. Claro que a ello deberíamos añadir, con la idea de
ir precisando su retrato para quienes no lo conocieron, una no menos intrínseca aversión por la solemnidad
y la grandilocuencia, por la autosuficiencia y la falta de sentido del humor. Siempre y no pocas veces hasta en
demasía, se manifestó contra ellas pagando, con dignidad indeclinable, el precio de quienes saben mantenerse
ajenos a toda componenda, a toda manipulación, a todo conciliábulo. Una ética que en gran medida, siempre
tamizada por las personalidades particulares, puede servir para identificar el espíritu del grupo.
Es verdad también, como ya dije, que ello no hubiera sido posible sin la capacidad de armonía y concre-
ción de Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983) que, como bien dijo Jorge Enrique Móbili, “llevaba nuestros
sueños a la imprenta”. Si la impronta de Bayley era exigente y burlona pero arisca y distante, y a veces hasta
espectacular en sus apariciones tan inusitadas como resonantes, la presencia (y la generosidad inagotable,
íntima) de Aguirre fueron una cálida constante. Él había asumido lo que llamó “una continua obsesión”,
consistente en la apuesta realizada consigo mismo de cubrir treinta números en diez años. Muchas veces
aceptó aparecer codirigiendo lo que solo a él debía su existencia y cuidó a los otros descuidándose a sí mismo;
muchos de los primeros textos de Bayley se publicaron por su iniciativa, no pocas veces incluso entre rezongos
del autor. Y bien sé yo la extrema generosidad con que me abrió las puertas desde mis primeros pasos. Y quizá
porque el gesto resulta absolutamente inhabitual en estos dominios, fue también levadura y fermento que nos
contagió su límpida entrega a la mejor poesía.
En la constelación que configura el grupo reunido durante la década de los cincuenta alrededor de Poesía
Buenos Aires, si Raúl Gustavo Aguirre fue el astro fijo que da coherencia a todo el sistema, Edgar Bayley cons-
tituyó una presencia permanente aun sin ser de los íntimos que se reunían cada semana; se movilizaba en otros
círculos, realizaba otros movimientos planetarios, otras elipses, otras parábolas; procedía por alusiones, por
entradas imprevistas, por apariciones repentinas, por descuidos, por presencias insólitas, por papeles olvidados
que sin embargo para él eran fundamentales: nunca se comportaba de manera convencional, en el sentido
incluso administrativo del término. Quien había llegado a ser no solo jefe de escuela sino también exigente
teórico de un movimiento poético que, como el invencionismo, acentuaba en términos casi inimaginables la
rigurosidad y el desprendimiento de todo lo accesorio, de todo lo que no fuera esencial para su exigente sentido
del lirismo, en un gesto poco usual sabía ponerse límites a sí mismo. Ya entonces se manifestaban dos caracte-
rísticas notables de Edgar Bayley: su profunda capacidad de razonamiento y, al mismo tiempo, su capacidad
para establecer un límite humano a esa rigurosa inteligencia.
Así ocurre cuando, en el último número de Poesía Buenos Aires, en la cual llegó a figurar como codirector,
publica uno de sus lúcidos ensayos, “Breve historia de algunas ideas acerca de la poesía”. Mientras realiza un
análisis, quizás un balance de sus propias teorías que van evolucionando a lo largo del tiempo en el sentido de
ser cada vez más amplias y menos rígidas (“no creo, en modo alguno, en la superioridad estética de los caminos
insólitos”), mantiene lo que tenían en el fondo de renovadoras sin poner el acento exclusivamente en lo formal,
algo de lo cual, por otro lado, se había cuidado casi desde un comienzo: habla allí, con claridad, del “no poder
hacer otra cosa” pero, también, lúcidamente, “de la jerarquía de esa forzosidad”.
En mi experiencia personal, el contacto con los jóvenes reunidos alrededor de la ahora legendaria revista
me inició en una amistad fundamental y en una aventura resplandeciente. Con dieciséis años, y todavía en
el colegio secundario, recorriendo las galerías de arte y librerías de la calle Florida, en una mesita baja de
Viau, descubrí algunos ejemplares del número 5. Sentí como un llamado, intuí una afinidad instintiva y, a
12 |
pesar de la timidez, les mandé una carta aduciendo que formaba parte de un grupo. Con su respuesta me
invitaron a un encuentro en el Palacio do Café, era el 3 de octubre de 1951 y esperaban Aguirre, Nicolás
Espiro, Wolf Roitman, que estaba por irse a París, y Daniel Saidón; conservo el libro que me regaló esa
noche Aguirre con su dedicatoria: “A Rodolfo Alonso y su barra” (inexistente, como dije, pura excusa). Al
otro día yo cumplía diecisiete años. Y ellos iban a ser mi verdadera barra, aunque eran todos mayores que
yo. Leyeron allí mismo mis poemas y Espiro, un crítico muy incisivo, me señaló que había que tener sumo
cuidado con las palabras “prestigiosas”. Sentí en seguida lo que para mí sigue siendo Poesía Buenos Aires:
una mezcla de fraternidad y de exigencia. Eras aceptado inmediatamente y se te abría un crédito, pero la
poesía era una cosa seria. (Algo que después descubrí, con injustificada sorpresa, ya había sostenido Raúl
González Tuñón a quien por aquel entonces no frecuentábamos: “que todo en broma se toma. / Todo,
menos la canción.”) Una experiencia que nunca dejaba de ser ética y estética al mismo tiempo, la entrega a
la poesía no puede ser a medias, ni secundaria, o como decía Espiro: “Se puede ser poeta y otra cosa, pero
no otra cosa y poeta”.
Poco antes de acercarme a la revista me había tocado descubrir por mi propia cuenta, y como una doble
iluminación, primero a César Vallejo, una presencia todavía indeleble, en los anaqueles de un exiliado repu-
blicano español, y casi simultáneamente a Roberto Arlt, cuyas primeras ediciones se encontraban en librerías
de viejo junto a grandes pilas vírgenes de las heroicas reediciones de Raúl Larra para su editorial Futuro.
Todavía no era su hora, que estaba por llegar, pero ambos fueron fundamentales para mí. Así como no mucho
después, ya en la revista, me alcanza de improviso otro casi desconocido entonces: Macedonio Fernández, cuya
edición mexicana de su único libro de poemas5 (póstuma, y no por su iniciativa), prologada por un paraguayo,
también encontré apilada en una librería de viejo cuando, de hecho, casi nadie se acordaba de él. Un ejemplar
bellamente encuaderno en rojo y que ilustra esa magnífica fotografía donde empuña, orgulloso, la guitarra que
Macedonio no sabía tocar. Libro que enseguida hice circular, proponiendo la publicación de sus poemas en
Poesía Buenos Aires, donde alcanzó a aparecer en el último número.
Ya entonces, como vimos, Edgar Bayley se presentaba en el grupo más o menos estable que se había ido
conformando como un astro a la vez próximo y lejano, pero con órbita propia. Si por un lado se aceptaba
entonces abiertamente que la aparición de Arturo y la constitución de la Asociación Arte Concreto-Invención,
eran las fuentes de nuestra genealogía, al amparo de la rigurosa Diosa Razón y de los más despojados y rigu-
rosos exponentes de las artes visuales y del lirismo –los pintores concretos y los poetas invencionistas–, también
es verdad que, por otra parte, la evolución de Bayley y de la gran mayoría de los más asiduos participantes de
Poesía Buenos Aires iba a irse alejando, por propia maduración, por propia deriva, de cualquier ortodoxia y del
más mínimo asomo de dogmatismo.
Porque si los concretos y los invencionistas comenzaron poniendo el acento con énfasis en la “no expre-
sión, no representación, ningún significado” pero también en la “alegría” y en la “negación de toda melancolía”
(como dice de manera explícita la primera página de Invención 2, de Edgar Bayley, 1945), en el primer número
de Poesía Buenos Aires –cinco años después–, como ya dije, es el propio Bayley quien, al final de un pequeño
suelto titulado “Invencionismo”, se preocupa por aclarar que esa designación se realiza “sin insistir demasiado
en ello y a título provisorio”. En 1952, su “Realidad interna y función de la poesía”, un texto que luego iba a
dar título a su primer libro de ensayos, y que Poesía Buenos Aires reimprimió como folleto después de publi-
carlo en dos números de la revista, decía más que claramente: “he querido poner el espíritu crítico al servicio
de la inocencia”.
Entre los poetas, claro, casi todos amigos entrañables, el núcleo duro (además de Aguirre y Espiro, casi
permanentes, y del Bayley inusitado, de un Móbili que se aparta ya casi al inicio) incluye al santafesino Paco
Urondo, a Luis Iadarola, a los hermanos Néstor y Osmar Luis Bondoni, que venían de Capilla del Señor, a
Ramiro de Casasbellas, que pronto iba a ser expropiado por el periodismo, al detonante Jorge Carrol final-
mente afincado en Guatemala. Y, aunque un poco más lejanos, al porteño y circunspecto Alberto Vanasco, al
no menos porteño y escurridizo Mario Trejo, de rara inteligencia y hábitos casi exclusivamente nocturnos, a
los más jóvenes Fernández Moreno: Manrique y Clara, a Rubén Vela, a un temprano Omar Rubén Aracama,
a Elizabeth Azcona Cranwell. En las ediciones de la revista muchos de nosotros íbamos a publicar por primera
vez, y algunos a traducir por primera vez, aunque también se acercaron algunos poetas menos asiduos con el
grupo y de poéticas tan diferentes entre sí como por ejemplo Leónidas Lamborghini, Francisco Madariaga o
Alejandra Pizarnik,
El movimiento dio la posibilidad de conocer, junto a seres humanos de calidad excepcional: poetas,
escritores o amigos de los poetas (entrañables compañeros que sin necesidad de escribirla la encarnaban, eran
la poesía), a músicos como Juan Carlos Paz o Francisco Kröpfl, artistas plásticos como Libero Badii o Alfredo
Hlito, a Juan L. Ortiz y a Oliverio Girondo. Si Girondo, compartido con los surrealistas, era la presencia
viva de un vanguardismo encarnado, casi orgánico, Juan L. Ortiz, recluido en su provincia pero consciente
del universo-mundo, tan atento a los reinos animal y vegetal como a lo esencialmente humano, también la
injusticia, ajeno por naturaleza a cualquier mezquina astucia, a cualquier componenda, fue para nosotros –y
para mí en particular– la prueba viviente, el testimonio orgánico de la poesía asumida como manera de vivir.
Tantas milagrosas coincidencias se extendieron muy temprano a otros países y a otros continentes, y así
me fue dado conocer a Giuseppe Ungaretti y a Saint-John Perse, contar con el aprecio de Carlos Drummond
de Andrade y de Murilo Mendes, de René Char, de Achille Chavée, de René Ménard y del chileno Andrés
Sabella, y contar con la amistad tan generosa como exigente de Milton de Lima Sousa (el único brasileño al
Alrededor de Poesía Buenos Aires | 13
que se puede considerar prácticamente miembro del grupo), de António Ramos Rosa o de Fernand Verhesen,
entre otros. Esos contactos fecundantes, que me fueron construyendo como hombre y como artista, que cons-
tituyeron mi iniciación y mi alimento, son una de las mercedes más valiosas que debo agradecerle, igualmente,
a Poesía Buenos Aires.
De Aldo Pellegrini6, pionero del surrealismo en América Latina, recuerdo también la encendida polémica
con que, en defensa de aquel movimiento, que consideraba agredido, replicó desde su revista Letra y línea al
número 13-14 de Poesía Buenos Aires. Que a su vez insertó en su número siguiente, como suelto, un panfleto
amarillo titulado “El profesor y la poesía”, que intuyo elaborado por Bayley. Nada de lo cual impidió que con el
tiempo esa amistad se intensificara hasta el punto de concluir con la dedicatoria del citado volumen antológico
El movimiento Poesía Buenos Aires. Fue él, Pellegrini, quien me propuso traducir autores en versiones que luego
resultaron memorables: la primera traducción latinoamericana de Pessoa, anticipada en el último número de
la revista (y donde aparecían por primera vez en castellano todos los heterónimos), y una amplia antología
de Ungaretti. La relación con el grupo de los surrealistas argentinos: Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Fran-
cisco Madariaga, Juan Antonio Vasco, Carlos Latorre, Julio Llinás, fue paralela a mi más activa colaboración
con Poesía Buenos Aires, los dos movimientos de vanguardia en la poesía argentina de los años cincuenta. No
pocas veces me tocó incidir para que se volviera a publicar en la revista, donde habían aparecido algunos de
sus primeros poemas, a mi querido y admirado Francisco Madariaga. Y desde entonces conservo la generosa
amistad de Osvaldo Svanascini, tan cercano al surrealismo, si es que no miembro asiduo sí fraternal cofrade
de aquel o nuestro grupo.
Esa refulgente y contagiosa edad de oro de los primeros años de la revolución surrealista formó parte
de mis propios mitos, pero fue justamente por respeto a la integridad de sus convicciones éticas y estéticas,
tan arduamente defendidas por André Breton, que nunca acepté ser llamado surrealista. No estaba en mi
naturaleza entregarme completamente, de fondo, a ninguna ortodoxia, así fuera (como en este caso)
subversivamente heterodoxa. Lo cual no quita que compartiera muchas, la mayoría de sus banderas, y que
admirara profundamente a poetas como Paul Éluard, René Char, Jacques Prévert, Robert Desnos, Georges
Schehadé, Aimé Césaire, René Daumal, Achille Chavée, la gran prosa de André Pieyre de Mandiargues o la
presencia inmolada de Antonin Artaud, un hombre cuya temperatura nunca lograremos igualar. De alguna
manera mis opiniones sobre el tema han quedado reflejadas, luego, en mi libro No hay escritor inocente.
Aunque, como es sabido, la generosa y eficaz persistencia de Raúl Gustavo Aguirre, que tan nítida-
mente supo calificarla como “una continua obsesión”, consiguió completar su propósito de cubrir diez
años con treinta números, que están allí como hecho concreto, siento que de algún modo el período más
intenso, en todos los sentidos, se abre a partir del número 13-14 (primavera de 1953-verano de 1954)
y se cierra de algún modo en 1957, cuando con Francisco Urondo (que me convocó a colaborar con él)
concretamos la “Primera reunión de arte contemporáneo”, realizada en Santa Fe para la Universidad
Nacional del Litoral. No solo porque a lo largo de esos años los escritores que comienzan a reiterarse en
la revista van evolucionando de una manera orgánica, por su propio devenir, nunca dogmáticamente, en
una práctica que por medio de la creación, la traducción y la reflexión terminará por provocar un cambio
muy profundo en el derrotero de la teoría y la práctica de la poesía en nuestro país, sino también porque
ello se irá dando en relación y consonancia con un espíritu de modernización que implicaba el contacto
con otros artistas de vanguardia de iguales o similares orígenes, por lo general músicos y artistas visuales,
pero también arquitectos y diseñadores, cuyo clímax y canto del cisne (en tanto tendencia colectiva, no
individual) se va a dar precisamente en esa reunión santafesina, de cuyos resultados testimonia un volumen
editado al año siguiente.7
A partir de entonces los caminos individuales y colectivos, no solo de los poetas y los artistas, comienzan
a intrincarse y a entrar en conflicto de manera creciente. Los años sesenta verán nacer otras poéticas, a veces
contradictorias entre sí y también con ese “espíritu nuevo” que veníamos rastreando en Poesía Buenos Aires.
Pero la selección de Poesía argentina (incluyó solo diez autores), editada en 1963 por el Instituto Di Tella,
reconoció a la revista con la inclusión de tres de sus miembros; en una antología que, por haber sido el
único contacto explícito con la poesía de una institución que llegó a ser paradigma de los años sesenta, pudo
considerarse sintomática.
Poesía Buenos Aires, entonces, no se limitó a proponer apenas una dirección estética, sino también ética y
vital; suscitó una actualización de nuestra poesía que no se basaba solo en la traducción (siempre denominada
allí versión) de significativos autores, sino en la propia práctica creadora y reflexiva con un espíritu que mientras
promovía la seriedad y el ahondamiento mantenía un talante de libertad propia y ajena, de antisolemnidad y
de exigencia, de desprendimiento y humor, de entrega sin usufructo o posesión.
Del grupo se dijo, no sin algo de razón, que había elegido la tierra de nadie, por fuera de los diferentes
espacios de poder, tanto de la cultura oficial del peronismo gobernante, decorativamente populista y en ciertos
matices reaccionaria, como de la otra cultura oficial con la que rompimos o no queríamos tomar contacto:
los suplementos literarios de los grandes diarios, la revista Sur, los premios literarios, la misma Facultad de
Letras o una Academia Nacional que aún mantenía cierta influencia, y también con las empresas editoriales
que por aquella época solo publicaban literatura, incluso de la buena. Y tampoco podíamos comulgar con el
mal llamado “realismo socialista”, autoritariamente regimentado por el Partido Comunista. Por edad y por
gusto, quizá aún pervivían en nosotros rudimentos románticos del poeta maldito, del artista honradamente
al margen pero no sin sentirse implicado, cuando no cuestionando. Además, se había descartado el énfasis
14 |
(ya devaluado acaso por su desmedida frecuentación) en lo patriótico superficial, en el gaucho declamado,
o en otros temas retóricos afines, que desde el regionalismo a la porteñidad, igualmente muy concurridos,
considerábamos entonces meramente ornamentales. Es por eso que, en el momento de evaluar la publicación,
parece atinado considerar tanto lo que se publica como lo que no se publica.
Para señalar con claridad el calibre de Raúl Gustavo Aguirre, por ejemplo, baste solo mencionar esto: en
las Obras completas de René Char, magníficamente editadas por Gallimard para su exigente Bibliothèque de
la Pléiade, la primera traducción al castellano que aparece registrada es el número 11-12 (1953) de la revista,
cuyas treinta y dos páginas dedicadas en su totalidad al gran poeta francés fueron devotamente seleccionadas,
traducidas, editadas y anotadas por Aguirre, en una primicia que constituye a la vez una de las mejores
perspectivas para calibrar con nitidez los dominios y el alcance de Char.
Cuando se me pregunta si el grupo Poesía Buenos Aires se consideraba de vanguardia suelo contestar
afirmativamente, sobre todo al pensar en el comienzo cuando Espiro dice: “Nunca dejaremos la vanguardia”.
Aunque el concepto de vanguardia, demasiado bélico, no me satisface del todo, probablemente también por
sus relaciones con Marinetti (¡ese vanguardista que pudo llegar a ser académico del fascismo!), admiré y sigo
admirando el bello resplandor, apasionado y rebelde, de las vanguardias de comienzos del siglo XX.
Claro que, como después vio Umberto Eco, al analizar las derivaciones del Grupo 63 en Italia, no es
lo mismo decir “vanguardista” que “experimental”. En el primer término percibe, más que la intención de
modificar al arte, una voluntad de destruirlo, mientras que el segundo propone la creación de una manera
diferente para un público nuevo, que también debe ser creado. Si así fuera, vanguardistas podrían ser
considerados únicamente aquellos dadaístas atravesados por el nihilismo, mientras que Poesía Buenos Aires
resultaría claramente experimental. Ya en uno de los primeros números se dice: “Toda conquista social que
tienda a aumentar el número de los que pueden ver, a expensas del de los que no pueden ver, es de inmediato
una conquista de la poesía”. Y es evidente que se trata de una postura que implica opiniones estéticas, sí, pero
también políticas y sociales.
Nunca fue demasiado habitual, ni siquiera entre los escritores, la adopción de posturas fuertemente
reflexivas; sin embargo, en aquel brillante grupo de jóvenes creadores que convocó Arturo, y que al año
siguiente fundó la Asociación Arte Concreto-Invención, tanto el poeta Edgar Bayley como dos pintores, su
hermano Tomás Maldonado y Alfredo Hlito, no solo fueron artistas, jefes de escuela y teóricos, sino verda-
deros intelectuales, extraordinariamente dotados para la formulación teórica y abarcadora, a tal punto que, en
todos ellos, la producción ensayística iba a resultar tan significativa como la obra de creación.
Que esa exigente y fecunda tradición se haya mantenido con hondura y rigor en Poesía Buenos Aires,
donde aparecieron medulares ensayos de Bayley, Aguirre y Espiro, e incluso uno de Hlito, o que yo mismo
venga a sospecharme ahora, tantos años después, como un tardío pero ojalá legítimo descendiente de ese
ademán, supera con mucho los simples ámbitos de las cuestiones individuales o de grupo. Esta vertiente del
arte moderno en la cultura argentina de mediados del siglo veinte es también, como otros patrimonios derro-
chados de nuestro país, “una riqueza abandonada” (Bayley). Que ello no haya sido aún cabalmente asumido
entre nosotros quizá llegue a atribuirse a la desventurada errancia de nuestra sociedad y nuestra cultura, primero
hacia la indiferencia cuando no al olvido, y luego hacia la banalidad, acaso formas de lo mismo.
Aun así, esas personalidades y esos textos constituyen la evidencia de una corriente original dentro del
cuerpo de la poesía argentina contemporánea, una tendencia que renunció a la vez al sentimentalismo y a la
retórica, a la grandilocuencia y al cerebralismo, al formalismo y a lo patético; que corrió el riesgo de mante-
nerse fuera de todos los circuitos supuestamente prestigiosos para no aislarse de la vida. Y si fueran necesarias
más pruebas del testimonio de su irradiación, no deberíamos limitarnos a buscarlas solamente en los poetas.
Aunque Néstor Bondoni fue siempre el único narrador ligado al grupo, ya que a Alberto Vanasco lo conside-
rábamos ante todo poeta, es tal vez comprensible que nuestro casi contemporáneo, otro narrador injustamente
postergado, Néstor Sánchez, afirmara en las páginas del diario El Mundo, en 1966:
“En la Argentina (con subdesarrollo o no) se dio una poesía –claro que no más allá del poema– de una
importancia fundamental. Me refiero a los poetas no oficiales (no oficiales de la izquierda y la derecha literarias)
que no solo divulgaron con sus revistas la experiencia de las vanguardias europea y latinoamericana, sino que
además asimilaron esa experiencia, la hicieron propia e incluso algunos superaron el epigonismo, se negaron
a la trampa del ‘compromiso’ o el dinosaurio Boedo versus Florida. Revistas de trescientos a quinientos ejem-
plares como Poesía Buenos Aires, A partir de cero, Letra y línea, y algunas otras que no solo demostraban la
referida ceguera ‘oficial’ sino que preparaban el camino para la continuación de una posibilidad que por lo
general estancarían los prejuicios y los cursos del profesorado de Letras.”
Aunque no demasiado frecuentada en estos tiempos y en apariencia dejada de lado cuando no obviada
u obturada, esa poética no cesará de fluir si es que –como lo creo– está viva, no dejará de ofrecerse, incesan-
temente, al margen del desprecio o del rechazo, como evidencia del lenguaje y rostro del hermano, razón y
corazón, llama temblorosa en la tierra de nadie. Y no solo será así porque la revista ofreció, por ejemplo, antes
de que recibieran el Premio Nobel, a Pablo Neruda, Odiseo Elytis, Eugenio Montale o Boris Pasternak. O
porque, además de los nombres del grupo, con su sello aparecieron los primeros libros de Leónidas Lamborghini
o Alejandra Pizarnik. Y aunque Juan Gelman no figuró en sus páginas, él mismo me reconoció como difícil
que hubiera escrito de igual manera si no hubiera existido Poesía Buenos Aires.
Alrededor de Poesía Buenos Aires | 15
En este rescate supongo que a no pocos sorprenderá tal vez la reflexión de Ricardo Piglia en Crítica y
ficción:
“(Pareciera que Sur solamente ha influido a los escritores que formaban parte del grupo, pero esa influencia
quizás deba atribuirse a Borges, lo que es otra cuestión.) En lo que podemos llamar los años de mi formación
yo buscaba y leía otras revistas, en especial Contorno, pero también Centro, Poesía Buenos Aires. Comparada con
esas publicaciones (o incluso con otras anteriores como Martín Fierro o Claridad) se ve que la marca de Sur es
el eclecticismo: en sus páginas circulaban textos diversos, de calidad e interés muy desparejos. Por lo demás el
carácter ‘antológico’ de Sur ya fue criticado por el mismo Borges.”
Para cerrar provisoriamente esta reflexión quisiera acercar lo que considero un testimonio clave recogido
en Trabajos, el libro póstumo de Juan José Saer:
“En los años cincuenta, había varias revistas literarias que circulaban bastante, pero dos sobresalían entre
todas ellas por razones diferentes, y hasta podría decirse antagónicas: Contorno y Poesía Buenos Aires. La primera,
dirigida por David Viñas, practicaba una revisión crítica de la literatura argentina, con un enfoque fuertemente
político y sociológico, pero con un innegable rigor académico. Dos de sus colaboradores se cuentan todavía
entre mis mejores amigos –Adolfo Prieto y Noé Jitrik–, pero mis preferencias literarias iban hacia la vereda de
enfrente. Poesía Buenos Aires, aparte de haber contribuido más que ninguna otra publicación a la difusión de
las principales corrientes poéticas del siglo XX, reveló sobre todo una nueva generación de poetas argentinos y
una nueva manera de concebir el trabajo poético. Edgar Bayley, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Leónidas
Lamborghini, Hugo Gola, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, colaboraban con frecuencia en la revista, que
publicó también, en algunos casos, los primeros libros de algunos de ellos. Raúl Gustavo Aguirre, su director,
es probablemente el poeta argentino más intensamente implicado en la difusión y en la reflexión sobre los
nuevos caminos de la poesía mundial en la segunda mitad del siglo XX.”
Aunque, como bien decía uno de esos logrados lemas que solían acompañar en su primera etapa al título
de la revista, “el juicio final será ante la poesía”.
Notas
1
Diario La Nación, Buenos Aires, 22 de septiembre de 1949. Ver El arte concreto en la Argentina, de Nelly
Perazzo, Buenos Aires, Gaglianone, 1983.
2
Antología de una poesía nueva, selección, prólogo y notas de Raúl Gustavo Aguirre, Buenos Aires, ediciones
Poesía Buenos Aires, 1952. Incluye a: Juan Carlos Aráoz de Lamadrid, Edgar Bayley, Mario Trejo, Omar
Rubén Aracama, Raúl Gustavo Aguirre, Jorge Enrique Móbili, Nicolás Espiro y Wolf Roitman.
3
Poetas de hoy: Buenos Aires, 1953, selección y notas de Raúl Gustavo Aguirre y Nicolás Espiro, Poesía Buenos
Aires, nº 13-14, Buenos Aires, primavera de 1952-verano de 1954. Incluye: Poetas del espíritu nuevo – I (Edgar
Bayley, Juan Carlos Aráoz de Lamadrid, Juan Jacobo Bajarlía, J. Alberto Molenberg, Mario Trejo, Francisco José
Madariaga, Jorge Enrique Móbili, Raúl Gustavo Aguirre, Natalio Hocsman, Nicolás Espiro, Wolf Roitman,
Omar Rubén Aracama, Rodolfo Alonso, Jorge Carrol, Alberto Vanasco, Osmar Luis Bondoni); Poetas madí
(Carmelo Ardén Quin, Gyula Kosice, Diyi Laañ); Poetas surrealistas (Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Carlos
Latorre, Juan Antonio Vasco, Julio Antonio Llinás); Poetas del espíritu nuevo – II (Rogelio Bazán, Fernando
Birri, Miguel A. Brascó, Carmen Bruna, Ramiro de Casasbellas, Raquel Colombres, Mauricio Dupuy, Clara
Fernández Moreno, Daniel Giribaldi, Antonio Muñoz Ramos, Francisco Pápez, Alberto Polat, Emilio Rubio,
Osvaldo Svanascini, Francisco Urondo, Rubén Vela).
4
El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960), selección, prólogo y notas de Raúl Gustavo Aguirre,
Buenos Aires, Fraterna, 1979, 500 pp.
5
Poemas, de Macedonio Fernández, México, Editorial Guarania, 1953. Prólogo de Natalicio González.
6
Sólo dos años después de que el movimiento se iniciara en París, Aldo Pellegrini funda en 1926 el primer
grupo surrealista fuera de Francia, con el cual publica en 1928 y 1930 los dos únicos números de su revista Que.
7
Primera reunión de arte contemporáneo 1957, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1958. Introducción
de Francisco Urondo, dirección gráfica de Alfredo Hlito.
16 |
Referencias bibliográficas
Abós, Álvaro, “Palacio do Café”, en Al pie de la letra. Guía literaria de Buenos Aires, Buenos Aires, Mondadori,
2000, pp. 118-120.
Aguirre, Raúl Gustavo (Selección, prólogo y notas), Antología de una poesía nueva, Buenos Aires, Poesía
Buenos Aires, 1952.
––, El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960), Buenos Aires, Fraterna, 1979.
Alonso, Rodolfo, “Vida y pasión del surrealismo”, en No hay escritor inocente, Buenos Aires, Librería del
Plata, 1985.
––, “Veníamos a abrir puertas”, en Fondebrider, Jorge (Compilación y prólogo), Conversaciones con la poesía
argentina, Buenos Aires, Libros de Tierra Firme, 1995, pp. 287-297.
––, “Una difícil esperanza”, en Obras, de Edgar Bayley, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999, pp. 11-20.
––, “No usamos el lenguaje, somos lenguaje”, reportaje en revista El perseguidor, Buenos Aires, nº 9, verano
2001/2002, pp. 14-20.
––, “Maneira de viver”, en Antologia pessoal, bilingüe, Brasilia, Thesaurus, 2003, pp. 19-36.
––, “Señales de vida”, en Canto hondo, antología 1952-2002, Valencia, Universidad de Carabobo, Venezuela,
2004, pp. 7-28.
––, “Aviso al lector desprevenido”, en A favor del viento, poesía reunida 1952-1956, Buenos Aires, Argonauta,
2004, pp. 9-29.
––, “Luz de razón”, en Dejen en paz a la Gioconda, de Alfredo Hlito, Buenos Aires, Infinito, 2007.
––, “Antes y después de Poesía Buenos Aires”, en Historia crítica de la literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik
(volumen VII: Rupturas, dirigido por Celina Manzoni), Buenos Aires, Emecé Editores, 2009, pp. 71-87.
––, Poesía Buenos Aires (1950-1960) / Antología íntima, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2010.
Bayley, Edgar, Realidad interna y función de la poesía, Buenos Aires, Poesía Buenos Aires, 1952.
––, Obras, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
Becco, Horacio Jorge (Selección y bibliografía), Poetas argentinos contemporáneos, Buenos Aires, Extensión
Cultural Dos Muñecos, 1977.
Bondoni, Néstor, Travesía, Buenos Aires, Poesía Buenos Aires, 1956.
Cófreces, Javier (Selección y prólogo), Poesía Buenos Aires (x 10), Buenos Aires, Leviatán, 2001.
Eco, Umberto, “El Grupo 63, el experimentalismo y la vanguardia”, en De los espejos y otros ensayos, Barcelona,
Lumen, 1988.
Fernández, Macedonio, Poemas, México, Editorial Guarania, 1953. Prólogo de Natalicio González.
Fondebrider, Jorge, Freidemberg, Daniel y otros (Selección y notas), “Dossier Poesía Buenos Aires”, en
Diario de Poesía, nº 11, diciembre de 1988.
Freidemberg, Daniel (Selección, prólogo y notas), La poesía del cincuenta, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1981.
––, “La poesía del cincuenta”, en Capítulo. La historia de la literatura argentina, número 123, Buenos Aires,
Centro Editor de América Latina, 1981.
Fundación Sales, 25 poetas argentinos contemporáneos, Buenos Aires, 2005.
Hlito, Alfredo, Dejen en paz a la Gioconda [textos inéditos sobre arte], edición, prólogo y notas de Rodolfo
Alonso, Buenos Aires, Infinito, 2007.
Instituto de Cultura Duilio Marinucci, 23 poetas argentinos contemporáneos, Buenos Aires, 1998.
Instituto Torcuato Di Tella (Selección), Poesía argentina, Buenos Aires, Editorial del Instituto, 1963. Prólogo
de Enrique Oteiza.
Instituto Torcuato Di Tella (Selección), Poesía argentina, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2010.
Prólogos de Rodolfo Alonso y Enrique Oteiza.
Montejo, Eugenio, “La juventud de Poesía Buenos Aires”, en El taller blanco, Caracas, Fundarte, 1983, pp.
103-108.
––, “Raúl Gustavo Aguirre”, en El taller blanco, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1996.
Perazzo, Nelly, El arte concreto en la Argentina, Buenos Aires, Gaglianone, 1983.
Pessoa, Fernando, Poemas, selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Buenos Aires, Fabril, 1961.
Piglia, Ricardo, “Sobre Sur”, en Crítica y ficción, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1990, pp. 129-135.
Saer, Juan José, Trabajos, Buenos Aires, Seix Barral, 2005, pp. 192-193.
Samoilovich, Daniel, “Función de la poesía y oficio de poeta”, en Punto de vista, nº 12, julio-octubre de 1981.
Sánchez, Néstor, “Apuntes a favor de un género algo inexistente”, en diario El Mundo, Buenos Aires, domingo
23 de octubre de 1966.
| 17
Seabra, José Augusto, “La generación de Poesía Buenos Aires”, en diario La Gaceta, Tucumán, domingo 27
de mayo de 2001.
Ungaretti, Giuseppe, Poemas escogidos, selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso, Buenos Aires,
Fabril, 1962.
Uribe, Basilio, “El aporte de una revista de poesía”, en diario La Prensa, domingo 25 de mayo de 1980.
Urondo, Francisco (Introducción), Primera reunión de arte contemporáneo 1957, Santa Fe, Universidad
Nacional del Litoral, 1958. Dirección gráfica de Alfredo Hlito.
Verhesen, Fernand (Selección, traducción y prólogo), Poésie vivante en Argentine, Bruselas, Le Cormier, 1962.
Zanatta, Loris, Del Estado liberal a la Nación Católica, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.
Fuentes: Revista Poesía Buenos Aires, números 1 al 30, Buenos Aires, 1950-1960.
18 |
Fe de erratas
En el nro. 16/17, página 187 del primer tomo de esta edición, el poema tierra redonda figuró con una
transposición de líneas, por razones tipográficas, que altera su forma. El texto correcto es el que sigue:
tierra redonda
rodolfo alonso
Y en el nro. 30, página 318 del segundo tomo de esta edición, en la penúltima línea del poema Parábola, de
Murilo Mendes, donde dice “Los labios sueñan” debe leerse en cambio “Los sabios sueñan”.
| 19
Aguirre, Raúl Gustavo, Cuerpo del horizonte (poemas), 1951, 128 pp.
Móbili, Jorge Enrique, Convocaciones (poemas), 1951, 32 pp.
Aguirre, Raúl Gustavo (selección, prólogo y notas), Antología de una poesía nueva, 1951, 96 pp.
Bayley, Edgar, Realidad interna y función de la poesía (ensayo), 1952, 40 pp.
Apollinaire, Guillaume (selección, versión y nota de Raúl Gustavo Aguirre), 1953, 16 pp.
Éluard, Paul (selección, versión y nota de Raúl Gustavo Aguirre), 1953, 16 pp.
Aguirre, Raúl Gustavo, Bayley, Edgar, Brascó, Miguel, de Casasbellas, Ramiro, Trejo, Mario, Urondo,
Francisco, Guatemala, 1954, 20 pp.
Aguirre, Raúl Gustavo, La danza nupcial (poema), 1954, 12 pp.
de Casasbellas, Ramiro, El doble fondo, 1954, 24 pp.
Vela, Rubén, Verano, 1954, 16 pp.
Jacob, Max (selección, versión y nota de Raúl Gustavo Aguirre y Ramiro de Casasbellas), 1954, 16 pp.
Bayley, Edgar (selección y nota de Raúl Gustavo Aguirre), 1954, 24 pp.
Vanasco, Alberto, Ella en general (poesía), 1954, 56 pp.
Fernández Moreno, Baldomero, La mariposa y la viga (aforismos, edición crítica, en parte inédita), 1955, 32 pp.
Urondo, Francisco, Historia antigua, 1956.
Alonso, Rodolfo, Buenos vientos, 1956, 16 pp.
Bondoni, Néstor, Travesía (relatos), 1956, 48 pp.
Aguirre, Raúl Gustavo, Alonso, Rodolfo, Bayley, Edgar, Bondoni, Osmar Luis, Fernández Moreno,
César, Giribaldi, Daniel, Gola, Hugo, Trejo, Mario, Urondo, Francisco, Vanasco, Alberto, Diez
poemas de amor (antología), 1956, 20 pp.
Pizarnik, Alejandra, La última inocencia (poemas), 1956, 24 pp.
Azcona Cranwell, Elizabeth, La vida disgregada (poemas), 1956, 32 pp.
Drummond de Andrade, Carlos (selección, traducción y nota de Ramiro de Casasbellas), 1957, 16 pp.
Bondoni, Osmar Luis, Poemas, 1957, 24 pp.
Elliff, Osvaldo, Poemas solos, 1957, 16 pp.
Aguirre, Raúl Gustavo, Cuaderno de notas (aforismos), 1957, 16 pp.
Lamborghini, Leónidas, Al público (poemas), 1957, 16 pp.
D’Ornellas, Manuel, Conquista del mar y la arena, 1957, 16 pp.
Bullrich, Santiago, Oda telegráfica a Tenochtitlán, 1957, 32 pp.
Porro, Mario, La vigilia y la roca (poemas), 1957, 16 pp.
Giribaldi, Daniel, Agua (poemas), 1958, 16 pp.
Urondo, Francisco, Dos poemas, 1959, 20 pp.
Urondo, Francisco, Breves, 1959, 40 pp.
Alonso, Rodolfo, Gran Bebé, 1960, 16 pp.
Urondo, Francisco, Lugares, 1961.
Poesía Buenos Aires
1950-1955
Nros 1-20
26 | Índice general
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 27
28 | Índice general
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 29
30 | Índice general
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 31
32 | Índice general
34 | Número 1. Primavera de 1950
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 35
36 | Número 1. Primavera de 1950
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 37
38 | Número 1. Primavera de 1950
40 | Número 2. Verano de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 41
42 | Número 2. Verano de 1951
44 | Número 3. Otoño de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 45
46 | Número 3. Otoño de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 47
48 | Número 3. Otoño de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 49
50 | Número 3. Otoño de 1951
52 | Número 4. Invierno de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 53
54 | Número 4. Invierno de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 55
56 | Número 4. Invierno de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 57
58 | Número 4. Invierno de 1951
60 | Número 5. Primavera de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 61
62 | Número 5. Primavera de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 63
64 | Número 5. Primavera de 1951
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 65
66 | Número 5. Primavera de 1951
68 | Número 6. Verano de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 69
70 | Número 6. Verano de 1952
72 | Número 7. Otoño de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 73
74 | Número 7. Otoño de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 75
76 | Número 7. Otoño de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 77
78 | Número 7. Otoño de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 79
80 | Número 7. Otoño de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 81
82 | Número 7. Otoño de 1952
84 | Número 8. Invierno de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 85
86 | Número 8. Invierno de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 87
88 | Número 8. Invierno de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 89
90 | Número 8. Invierno de 1952
92 | Número 9. Primavera de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 93
94 | Número 9. Primavera de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 95
96 | Número 9. Primavera de 1952
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 97
98 | Número 9. Primavera de 1952
100 | Número 10. Verano de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 101
102 | Número 10. Verano de 1953
104 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 105
106 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 107
108 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 109
110 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 111
112 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 113
114 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 115
116 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 117
118 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 119
120 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 121
122 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 123
124 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 125
126 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 127
128 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 129
130 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 131
132 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 133
134 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 135
136 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 137
138 | Número 11-12. Otono - invierno de 1953
140 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 141
142 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 143
144 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 145
146 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 147
148 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 149
150 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 151
152 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 153
154 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 155
156 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 157
158 | Número 13-14. Primavera de 1953 - verano de 1954
160 | Número 15. Otoño de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 161
162 | Número 15. Otoño de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 163
164 | Número 15. Otoño de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 165
166 | Número 15. Otoño de 1954
168 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 169
170 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 171
172 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 173
174 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 175
176 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 177
178 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 179
180 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 181
182 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 183
184 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 185
186 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 187
188 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 189
190 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 191
192 | Número 16-17. Invierno - primavera de 1954
194 | Número 18. Verano de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 195
196 | Número 18. Verano de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 197
198 | Número 18. Verano de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 199
200 | Número 18. Verano de 1955
202 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 203
204 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 205
206 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 207
208 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 209
210 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 211
212 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 213
214 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
Poesía Buenos Aires. Edición facsimilar | 215
216 | Número 19-20. Otoño - invierno de 1955
COLECCIÓN REEDICIONES & ANTOLOGÍAS
Obras publicadas
1. Contorno
Edición facsimilar de la revista dirigida por David e Ismael Viñas
Prólogo de Ismael Viñas
2. Masas y balas
Liborio Justo
Prólogo de Daniel Campione
3. Metafísica de la pampa
Carlos Astrada
Compilación y estudio preliminar de Guillermo David
4. Plan de operaciones
Mariano Moreno
Prólogo de Esteban de Gori. Estudios críticos de Norberto Piñero y Paul Groussac.
Investigación bibliográfica de Mario Tesler
10. El payador
Leopoldo Lugones
Estudios preliminares de Horacio González, Noé Jitrik, María Pia López, Oscar Terán y Javier Trímboli
12. Literal
Edición facsimilar
Edición facsimilar
publicación dedicada exclusivamente a la poesía que iba a alcanzar en
nuestro medio una dimensión y una repercusión que, por inusitadas,
acaso ni siquiera imaginaron sus propios protagonistas. A lo largo de
diez años y durante treinta números, una serie de nombres singulares
y en muchos casos significativos se fueron acercando, algunos en
forma más o menos continuada, constituyendo de algún modo el
30
PANTONE Process Black C PANTONE Process Cyan C PANTONE Process Magenta C PANTONE 248 C
C: 0% M: 0% Y: 0% K: 100% C: 100% M: 0% Y: 0% K: 0% C: 0% M: 100% Y: 0% K: 0% C: 0% M: 57% Y: 100% K: 0%
Poesía Buenos Aires
Edición facsimilar
Poesía Buenos Aires
Edición facsimilar
Tomo II
1956-1960
Aguirre, Raúl Gustavo
Poesía Buenos Aires : edición facsimilar / Raúl Gustavo Aguirre ; con prólogo de
Rodolfo Alonso. - 1a ed. - Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2014.
v. 2, 342 p. ; 20x13 cm.
ISBN 978-987-1741-92-2
Contacto: [email protected]
ISBN: 978-987-1741-92-2
Tomo I
Palabras previas 7
por Horacio González
Índice general 25
N° 1. Primavera de 1950 33
N° 2. Verano de 1951 39
N° 3. Otoño de 1951 43
N° 4. Invierno de 1951 51
N° 5. Primavera de 1951 59
N° 6. Verano de 1952 67
N° 7. Otoño de 1952 71
N° 8. Invierno de 1952 83
N° 9. Primavera de 1952 91
Tomo II
1. Contorno
Edición facsimilar de la revista dirigida por David e Ismael Viñas
Prólogo de Ismael Viñas
2. Masas y balas
Liborio Justo
Prólogo de Daniel Campione
3. Metafísica de la pampa
Carlos Astrada
Compilación y estudio preliminar de Guillermo David
4. Plan de operaciones
Mariano Moreno
Prólogo de Esteban de Gori. Estudios críticos de Norberto Piñero y
Paul Groussac. Investigación bibliográfica de Mario Tesler
10. El payador
Leopoldo Lugones
Estudios preliminares de Horacio González, Noé Jitrik, María Pia López,
Oscar Terán y Javier Trímboli
12. Literal
Edición facsimilar