Este documento resume la obra de Félix González-Torres, un artista cubano-estadounidense que desarrolló nuevas modalidades de práctica artística interactiva utilizando estrategias como pilas de pósters y dulces para que el público consuma. Aunque su trabajo fue radicalmente innovador y desafió las actitudes racistas, homofóbicas y militaristas de la época, el autor expresa preocupación sobre si el público actual comprende plenamente los contextos políticos e históricos que inspiraron la obra de González-Tor
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Este documento resume la obra de Félix González-Torres, un artista cubano-estadounidense que desarrolló nuevas modalidades de práctica artística interactiva utilizando estrategias como pilas de pósters y dulces para que el público consuma. Aunque su trabajo fue radicalmente innovador y desafió las actitudes racistas, homofóbicas y militaristas de la época, el autor expresa preocupación sobre si el público actual comprende plenamente los contextos políticos e históricos que inspiraron la obra de González-Tor
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El Ojo Breve / Félix González
Por
Cuauhtémoc Medina
(31-Mar-2010).-
Félix González-Torres: Somewhe- re / Nowhere Algún lugar /
Nin- gún lugar, Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC)
Desde que recuerdo, el tra- bajo de Félix Gonzá- lez-Torres
(1957-1995) meproduce una angustiosa ambiva- lencia. Por un lado, es innegable la significación de un artista que en una carrera que apenas abar- có una década, engendró moda- lidades de práctica tan radical- mente novedosas. Su utilización de estrategias de distribución masiva y consumo interactivo por medio de pilas de pósters e instalaciones de dulces que el público va tomando en la sala de exhibición, como una moda- lidad de “don” financiada por la institución, la galería o el colec- cionista, es ciertamente uno de los capítulos más brillantes de lo que Gerardo Mosquera descri- bió como la “perversión del mi- nimalismo”: el desafío de la es- tética pasiva y espectacular del objeto minimal y la reducción lingüística/fotográfica del arte conceptual, por medio de inter- vención pública y sentimental. González-Torres usó la demo- cratización del arte para desa- rrollar metodologías que inci- taban el deseo de adquisición y complacencia, literalmente ha- ciendo que el público asimilara la obra con el placebo de un dul- ce en el paladar. Al mismo tiempo, la adapta- bilidad de sus instalaciones y ob- jetos hechos con series de focos comerciales y cortinas de cuen- tas de plástico se acomodó a una nueva situación donde la inter- vención del espacio de exhibi- ción representaba una mayor in- teracción entre curadores, insti- tución y artista. No tengo duda de la singu- laridad que representa González- Torres en haber encontrado la manera de rebasar la condición racista, homofóbica y patriótico- militarista de la era de las “gue- rras culturales” de la época de Reagan y Bush I, mediante un trabajo que apelaba a la socie- dad sin una agresividad identita- ria que derivaba en auto-margi- nación. La condición política de González-Torres consistía en ha- ber sabido plantearse qué podía ser una “infiltración” del sujeto del capitalismo, de una manera a la vez autocrítica y eficaz para dar sitio a una posición entonces aparentemente imposible: la de un cubano gay neoyorkino, un postmarxista lector de Althus- ser y un activista que murió, co- mo su propia pareja, en la epide- mia del SIDA. Aun así, una de las caracte- rísticas del trabajo de González- Torres fue actuar en un contex- to, en lugar de hacer que el ob- jeto de intervención acarreara evidencias como motivo de re- flexión. Fuera de la zona de con- flicto donde su trabajo ejercía una función radical, como obje- to de arte sin más, los pósters y dulces de González-Torres tienden a carecer de “marco” conceptual. Guardo como una de mis peores pesadillas el recuerdo de los basureros alrededor de la Bienal de Venecia del 2007 en que el Pabellón Americano ren- día homenaje a González-To- rres: llenos a reventar de pósters desechados por el público que los poseía sin verlos unos dos minutos, para criticarlos me- diante el desecho como un arte obsoleto. Trasladado a otro con- texto político y cultural, ¿cómo es que González-Torres opera? El público del MUAC atiborra las salas el fin de semana, deglu- te paletas de caramelo y recoge pósters. ¿Percibe que las golosi- nas aluden a los colores del pa- triotismo americano? ¿Entiende que llena su cuarto de papeles que lo invitan a reflexionar con- trala intolerancia y la persecu- ción? No lo sé. Imagino que sin una curaduría que rodee esas obras de las imágenes de la cri- sis del SIDA, y la ofensiva de Re- agan contra la cultura desatada por las fotos de Mapplethorpe, los dispositivos de González-To- rres son sólo una ceniza comer- cial sin más esperando al mo- mento en que el papel se vuel- va un material suficientemente lujoso para que recuperen valor como documento de una época donde el desperdicio de celulo- sa era legible como generosidad. Quizá sin el marco de violen- cia, queda sólo el lado mimético del producto: el disfraz sin la in- filtración.
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