El Mounstruo de Colores

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EL MONSTRUO DE COLORES

Es un recurso para trabajar las emociones con los más pequeños. De una manera muy gráfica
(usando el color como eje central del relato) aprenderemos a identificar las distintas emociones.
Se comparte un recopilatorio de actividades y materiales que se puede hacer después de leer el
cuento y que apoyan el trabajo emocional.

Competencia Socio-Emocional que trabaja: Autoconocimiento

Actividades Recomendadas:

Identificar Emociones

Objetivo de la actividad:
El monstruo de colores identifica cada emoción con un color de esta manera es muy fácil para los
niños poder identificar las emociones de manera gráfica y además ayudamos a etiquetar las
distintas emociones. La propuesta de esta actividad es justamente ejercitar este conocimiento de
vocabulario emocional.

Descripción de la actividad:
1. Fabricaremos 5 monstruos con cada una de las emociones, coloreando cada uno de ellos.
2. Fabricaremos supuestos con tarjetas con situaciones en las que se de cada una de las emociones.
3. Leeremos juntos (adulto) o de manera individual, cada uno de los supuestos.
4. Colocaremos la tarjeta en el monstruo correspondiente.

Ejemplo
“El mejor amigo de Carlos se irá a vivir a otra ciudad, ¿cómo se siente Carlos?” Los niños deberían
poner la tarjeta al lado del monstruo-azul-triste.

EMOCIÓNETRO

Objetivo de la actividad
Hay veces que es complejo saber expresar aquello que nos pasa, así que un emociómetro es un
buen material para que cada día, cada uno de nosotros exprese de manera gráfica cómo se siente.
Descripción
1. Dibujaremos un monstruo en una cartulina de cada color según la emoción, podemos hacerlo los
adultos o bien los niños dependiendo de las edades.
2. Colocaremos escrito el nombre de la emoción en la cartulina.
3. Engancharemos las cartulinas una detrás de otra creando un “mural” con cada emoción.
4. Buscaremos pinzas distintas (una identificadora de cada niño/adulto).
5. La idea es colocarlo en un lugar de fácil acceso para que puedan cambiar la pinza cuando quieran.
6. Periódicamente pediremos a los niños que expliquen el porqué de su estado, tomando de esta
manera consciencia de que determinados hechos nos generan determinadas emociones.

LA RUEDA DE LAS EMOCIONES

 Objetivo:

Ser conscientes de por qué nos sentimos tristes, alegres, enfadados etc. Os proponemos hacer una
rueda de las emociones y jugar con ella.

Descripción:
La idea es que cada niño fabrique su propia rueda de las emociones, les proporcionaremos una
plantilla para que: coloreen y recorten la rueda (importante identificar cada emoción con el color
correspondiente): Se pueden dividir por grupos y jugar de varias maneras con la rueda.
 Adivina cómo me siento. Mímica.
El concursante gira la rueda y debe expresar con mímica la emoción que le ha tocado, los demás
tienen que adivinar. De esta manera trabajamos la gestualidad, detectar las emociones en los
demás (lenguaje no verbal):

 Explica un día que te sentiste así.


El concursante debe explicar una situación referente a la emoción que le ha tocado los demás
tienen que adivinar de qué emoción se trata.

Ejemplo
Es importante, también, que empecemos a trabajar con ella las sensaciones internas que preceden
a las manifestaciones impulsivas. El objetivo es ayudar a la niña a detectar su estado de activación
fisiológica previa a los ,

EL VOLCÁN

Muchos niños identifican la sensación que viven justo antes de “explotar” como una especie de
calor interior intenso e incontrolable acompañado de fuertes emociones que no pueden reprimir y
preceden irremediablemente al episodio disruptivo.

Una buena estrategia para que el niño empiece a tomar conciencia del problema y pueda
comenzar a controlarlo, consiste en hacerle visualizar todo el proceso en forma de imágenes.
Podemos ayudar al niño a imaginarse que en su interior hay un volcán que representa toda su
fuerza y energía, pero, a veces, se descontrola y se produce la erupción. Cuando empieza a
enfadarse, el volcán (que estaría situado de forma imaginaria en la zona del estómago) se calienta
y empieza a producir lava caliente hasta el punto que, si no lo controlamos, estalla.
De lo que se trata es de ayudar al niño a que identifique las propias sensaciones internas previas al
estallido y, así, poder controlarlo.

Una vez que el niño se ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que
ponga en marcha recursos para parar el proceso.
Debemos, pues, encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada niño
a la hora de hacer frente a la impulsividad y auto controlarse. Hay estrategias muy simples que
consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente respirar varias veces
profundamente al tiempo que se da interiormente auto instrucciones (Para, Stop, Tranquilízate,
Contrólate etc.

Para niños muy impulsivos, es probable que les cueste cierto tiempo y práctica desarrollar estos
hábitos. En estos casos, podemos darles también la instrucción de que cuando se noten muy
activados intenten separarse físicamente de la situación como método para tratar de evitar el
episodio (apartarse de un niño que le insulta, ir a su habitación ante una reprimenda, etc.). Todo
ello debe llevarse a cabo bajo supervisión del adulto y teniendo en cuenta la edad del niño. Los
niños más pequeños (menos de 5 años) tendrán más dificultades para trabajar con auto
instrucciones.

b) El Semáforo

Uno de los problemas recurrentes que nos encontramos cuando trabajamos con niños impulsivos
y/o hiperactivos es que no son conscientes de su estado de activación y eso les conduce
irremediablemente al conflicto. Esto es especialmente problemático en la escuela.
Una estrategia que empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semáforo. La
estrategia es simple: se trata de avisar al niño o grupo de alumnos (proporcionarles feedback)
cuando se están empezando a activar.
Imaginemos la siguiente situación:

Juan es un niño de 8 años muy impulsivo e hiperactivo. Difícilmente aguanta quieto en su sitio más
de 5 minutos en clase. La maestra lo ha castigado sistemáticamente pero el niño parece ya
insensible al castigo. Tampoco sabe decirnos el motivo que le impulsa a levantarse y, a veces,
molestar a los compañeros con los que acaba entrando en conflicto.
En este caso, la maestra, puede decirle al niño privadamente que como no desea castigarle más y
quiere ayudarle a controlarse, van a establecer una especie de “pacto secreto”: Voy a colocar en la
pizarra (pared, panel u otro) un papel (o cartulina cortada en redondo) que irá cambiando de color
según como tu estés. Cuando veas la verde es que todo va bien. Si ves la amarilla: ¡Precaución!
debes tener cuidado ya que eso indica que estás empezando a hacer cosas y estás en peligro de
llegar al castigo. Finalmente, si colocamos la roja, quiere decir que deberá cumplir un correctivo al
no conseguir controlarse.
Aconsejo utilizar el código visual cuando se trata de niños con necesidades educativas especiales.
En la escuela ordinaria, puede ser más adecuado utilizar como señal de aviso (en lugar del color
amarillo) algún movimiento concreto del maestro/a. Este método es más discreto y tiene la
ventaja que suele pasar desapercibido por el resto del grupo. Por ejemplo: “Cuando veas que te
miro y doy dos golpecitos con mi bolígrafo o cuando me toque la nariz, etc…”

Lo importante aquí es trabajar en la identificación de las sensaciones previas a las conductas


impulsivas y fomentar en el niño su reconocimiento como paso previo a la incorporación de
recursos de autocontrol. Si el niño ha trabajado, paralelamente, alguna técnica de relajación o
estrategia alternativa de afrontamiento, podrá intentar ponerla en marcha cuando note la
activación o se le avise de ella. Por ejemplo podemos (según edad y características del niño)
enseñarle a que cuando se note activado procure respirar profundamente al tiempo que se da
auto instrucciones: “Tranquilo”, “Cálmate”, etc…
En casos de niños especialmente conflictivos podemos darle instrucciones para que se separe
físicamente de la situación o vaya fuera a un espacio abierto. Insisto en la necesidad de adaptar
todo esto a las circunstancias del niño y, en su caso, a la de los centros escolares.
La técnica del semáforo es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las que
todos los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación del grupo en
casos en los que haya riesgo de conflicto.
c) La Relajación

Uno de los mejores aliados en nuestra lucha por ayudar a los niños impulsivos, lo constituyen, sin
duda, los diferentes métodos de relajación. Podemos utilizar técnicas adaptadas a las diferentes
edades y necesidades. Además la relajación, bien efectuada, no presenta ningún tipo de
contraindicación y puede ser aplicada a la mayor parte de la población.

d) Canalizar la energía

La impulsividad, hemos ya comentado, que podemos interpretarla como un estado de activación


que nos prepara, a nivel orgánico, para una respuesta inmediata ante una situación que no
toleramos o interpretamos como hostil a nuestros intereses o hacia nosotros mismos. No
obstante, esta pronta activación, puede ser especialmente útil si se canaliza en forma de
actividades reguladas. Por ejemplo, en cualquier actividad deportiva, los niños impulsivos pueden
beneficiarse si aprenden a canalizar esta activación para potenciar sus destrezas. Las artes
marciales que combinan concentración y despliegue de fuerza inmediata pueden ser
especialmente útiles para aprender a controlar impulsividad (salvo en el caso de niños que,
además, presente un componente antisocial o de agresividad con las personas).

Entre nuestros deportistas de elite se encuentran numerosos jóvenes diagnosticados de TDAH en


la infancia.
En definitiva, cualquier práctica deportiva es especialmente útil en estos niños y nos ayudará a
regular su comportamiento.
e) Ejercicios para potenciar aprendizaje

El niño impulsivo no tan sólo presentará problemas en su conducta sino que su perfil de
funcionamiento, le acarreará dificultades en aquellas tareas que requieren de atención sostenida
(lectura) o coordinación viso motriz fina (escritura).
Por tanto, resulta de suma importancia trabajar, también desde casa, con ejercicios para mejorar
estos aspectos. Al respecto, recomendamos ejercicios de papel y lápiz como (según edad), el
pintado de mándalas, los laberintos, ejercicios de discriminación de las diferencias, etc. En el
siguiente enlace podrá encontrar numerosos recursos para trabajar la atención y, también, la
impulsividad:

Otro recurso que nos puede ayudar son los juegos de mesa. Recomendamos especialmente el
juego de Damas y el Ajedrez. En ambos, es necesario pensar antes de responder (lo contrario a la
impulsividad), además, los niños, deben situarse en unas coordenadas espaciales para mover las
fichas, lo que incrementa su capacidad viso motriz.
Finalmente, señalar un último recurso que podemos aplicar en casa para ayudar a los niños que
tienen dificultades con la grafía o la escritura. Frecuentemente, el niño impulsivo, presenta
dificultades para escribir correctamente y suele agrandar la escritura o deformarla
significativamente con escaso control sobre las coordenadas espaciales. En estos casos, podemos
trabajar con el niño utilizando los mándalas, laberintos u otros pero teniendo especial cuidado en
que primero aprenda a relajar el brazo y la mano. El niño impulsivo cuando coge el lápiz lo hace de
forma rígida y suele tensar todo el brazo. Deberemos darle instrucciones para que, antes de
empezar a dibujar o escribir, el brazo deje de estar tenso. Para ayudarle podemos, por ejemplo,
decirle que deje el brazo completamente muerto (podemos alzárselo con nuestra mano e indicarle
que cuando soltemos, el brazo debe caer a plomo. Si es así el brazo está relajado). Una vez
relajado podemos situar nuestra mano encima de la suya y ser nosotros los que vayamos
escribiendo (dibujando o coloreando) al tiempo que el niño procura seguir teniendo el brazo
relajado. Una vez más, lo importante es que el niño vaya discriminando entre tensión y distensión
(activación versus relajación).

En primer lugar, debe quedar claro que el niño tiene dificultades para regular su estado de
activación. Por eso siempre suelo recordar que: “No es tanto que no quieran autocontrolarse sino
que no pueden”. Una vez activados (descargas hormonales conjuntamente con emociones
intensas de frustración) tienen que efectuar alguna acción (rabietas, huída, agresión, lanzamiento
objetos, etc.). Ello no quiere decir que seamos tolerantes, sino que desde la comprensión de lo
que pasa podemos ayudarle de forma más eficaz. A este respecto, hay que señalar, que la mayoría
de niños impulsivos suelen luego arrepentirse y se comprometen a no volver a hacerlo cuando se
lo razonamos. No obstante, vuelven a recaer en los mismos comportamientos disruptivos al
tiempo que manifiestan una cierta perplejidad o inquietud al verse superados por sus propios
actos y no saber por qué vuelve a ocurrir. También puede suceder que estos episodios se
refuercen si con ello el niño consigue lo que quiere y, por tanto, puede aprender a manipularnos a
través de ellos.
El niño debe aprender, aunque aceptemos el hecho de que tiene dificultades para controlarse, que
sus actos tienen consecuencias. Por ello, contingentemente a las rabietas, conductas desafiantes,
agresiones u otros, deberemos ser capaces de marcar unas consecuencias inmediatas (retirada de
reforzadores, tiempo fuera, retirada de atención, castigo, etc.). Por ejemplo si ha lanzado objetos,
deberá recogerlos y colocarlos en su lugar; si ha insultado deberá pedir disculpas, etc. Deberemos,
pero, esperar a que se tranquilice para aplicar las contingencias marcadas.
Es muy importante que cuando se produzca un episodio de impulsividad extrema (rabieta,
insultos, etc.) los padres, maestros o educadores mantengan la calma. Nunca es aconsejable
intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos momentos. Esto complicaría las
cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y tranquilos pero, a la vez contundentes y decididos. Por
ejemplo, ante las rabietas incontroladas de los más pequeños, decirle: “Mamá (o papá) están
ahora tristes con tu comportamiento y no queremos estar contigo mientras estés así”. Los padres
se retiran buscando una cierta distancia física (según las circunstancias: calle o casa) pero también
afectiva. De esta forma, el niño, recibe a nivel inconsciente un mensaje muy claro: Así no vas a
conseguir las cosas.
Contingentemente a estas actuaciones, también podemos introducir las medidas correctoras
(castigo): “Cómo has insultado a papá (o mamá) hoy no podrás ver los dibujos que tanto te gustan
(o no jugarás a la play, etc.). Papá está triste porque no quiere castigarte, pero tiene que hacerlo
para ayudarte a mejorar”.
No entrar en más discusiones o razonamientos en el momento de activación por parte del niño.
Nunca decirle que es malo sino que se ha portado mal durante unos momentos y que eso puede
arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo con otros niños que
son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle primero los aspectos positivos que
probablemente tiene al mismo tiempo que le señalamos los que debe corregir.
Hay que insistir en la necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño cuando queramos
corregir sus actos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias entre los
padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las rabietas u otras se
incrementarán. Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando, llorando o fuera de
control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No podemos pedirle a gritos a un
niño impulsivo que se esté quieto y callado.
No basta con saber contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños requieren
también que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más adelante se dan
algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben ser hechas en caliente sino en frío
cuando las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es por la noche antes de acostarse.
6- Estrategias para corregirla

Recordar que la impulsividad como rasgo de temperamento puede deberse, en parte, a


predisposiciones genéticas pero la propia experiencia vital del niño y las condiciones de su entorno
determinarán, la intensidad, frecuencia y forma en la que finalmente se expresa. Un ambiente
familiar tranquilo y colaborador es el mejor aliado para corregir conductas.
Veamos ahora algunas estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas
según edad.

Para los más pequeños (hasta 5 o 6 años) ante las manifestaciones impulsivas (rabietas, gritos,
lloros, etc.) deberemos aplicar la retirada de atención física y afectiva tal como hemos explicado
anteriormente y, si procede (según intensidad o características del episodio), aplicar algún
correctivo. No basta con saber establecer límites o castigar, deberemos completar el trabajo con
ejercicios de de vinculación afectiva como leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación por la
noche antes de dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar con ellos y analizar lo
que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y capacidad del niño. A los más pequeños les
costará entender los razonamientos basados en la lógica o moral adulta, por tanto, evitar
excesivas explicaciones.

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