La Alegria Era Otra Cosa PDF
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Resumen
Cada vez es más frecuente encontrar a personas para quienes el tiempo de navi-
dad resulta insoportable. A menudo esto ocurre por el contraste entre una ale-
gría por decreto –que se supone que hay que vivir en estas fechas– y situaciones
vitales complejas y en ocasiones muy difíciles, que no permiten mucho júbilo:
problemas, pérdidas, fracasos personales... En realidad la alegría evangélica es
bien diferente del buen humor por decreto. Es necesario recuperar algunas cla-
ves de dicha alegría para poder celebrar una Navidad auténticamente cristiana,
en las horas buenas y en las horas malas. El autor propone algunas pistas para
una espiritualidad de la alegría. Partiendo de los relatos navideños y ofreciendo
una reflexión sobre la gratitud, la complejidad, el descentramiento, la dificultad
y la búsqueda de profundidad, cada vez más necesaria en nuestra cultura.
PALABRAS CLAVE: Navidad, espiritualidad, gratitud, maniqueísmo, hondura.
Abstract
It is becoming more and more common to find people for whom the Christmas
period is unbearable. This is often due to the contrast between happiness by de-
cree –or the obligation to feel happy during this period– and complex, real-life
situations and difficult occasions that do not allow for much joy: problems,
losses, personal failings... In reality, evangelical happiness is very different from
a good mood by decree. It is important to recapture some of the key features of
this happiness in order to celebrate an authentic Christian Christmas, through
both the good and the bad times. The author proposes some clues for obtaining
a spiritual happiness, based on Christmas stories and by offering a reflection on
gratitude, complexity, spiritual decentralization and the difficulty of and search
for profoundness, which is increasingly necessary in our culture today.
KEY WORDS: Christmas, spirituality, gratitude, Manichaeism, depth.
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Cada vez hay más personas que no soportan la Navidad. Así como sue-
na. Gente que, por distintos motivos, cuando se acercan unas fechas que
parecen asociadas a celebración, encuentro, fiesta y júbilo, experimentan
una desazón profunda. No encuentran motivos para la alegría. Se sien-
ten fuera de lugar o desencajados en ese clima de euforia que parece ins-
talarse en el ambiente, en los medios y en las calles. En muchos casos, lo
que más desean es que pase pronto. Personas que lloran la ausencia de
un ser querido, quizás una muerte –siempre prematura, a veces incom-
prensible–. Hombres o mujeres que tienen que lidiar con situaciones de
fracaso o de angustia. Presos en las cárceles, que piensan en sus familias
lejanas. Padres de familia que viven con impotencia el vértigo de tener
que estirar presupuestos ya estrechos para hacer frente a una exigencia
consumista desmesurada, sin querer defraudar a sus críos. Personas que
se sienten solas, en unas fechas que parecen asociadas a los encuentros,
abrazos y afectos.
Imagina a las personas en esas situaciones vitales problemáticas. E ima-
gina (no hace falta mucho esfuerzo para ello) que esas mismas personas
Cultivar la gratitud
¿El vaso está medio lleno o medio vacío? He ahí una buena cuestión. Y
depende de cómo respondamos a ella, en la vida cotidiana, se nos tacha-
rá de optimistas irredentos o de pesimistas impenitentes. Lo que está en
juego no es una cuestión de carácter o afabilidad; es la capacidad para
instalarnos en la gratitud o en la queja. La gratitud no es una obligación
cortés para niños bien educados: «¡niño, da las gracias!». O sí lo es. Pero
es mucho más que eso. Es la capacidad para reconocer lo que, en la pro-
pia vida, hay de oportunidad, de bendición y de bueno. En esta socie-
dad nuestra, indignada y beligerante por tantos motivos, la gratitud pa-
Descentrarse
«Bienvenido a la república independiente de tu casa», propone una pu-
blicidad mundialmente conocida. Es un buen eslogan, y si pega con
fuerza es porque se hace eco de un tipo de mirada muy frecuente: la mi-
rada egocéntrica. Tú eres la medida de todas las cosas. El mundo se de-
bería amoldar a ti, y el criterio básico de interpretación de la realidad eres
tú. Tu estado de ánimo, tu situación vital, tus circunstancias... Pero eso
deja fuera de vista la realidad que no toca tu vida. Eso te ciega a un
mundo mucho más amplio. No es de hoy la tentación de prescindir de
lo ajeno. «Ande yo caliente, ríase la gente», reza un conocido refrán.
Pero si algo descubrimos, a menudo, es que solo descentrarse permite
poner las cosas en perspectiva, y esa perspectiva ayuda a relativizar los
propios dramas y a no absolutizar tampoco las alegrías. Si la alegría o
la tristeza solo dependen de uno mismo, triste burbuja es esa. Hay mu-
chas cosas maravillosas sucediendo alrededor, milagros cotidianos que
abren la esperanza en algunas vidas. Hay episodios de humanidad que
invitan a llorar de contento y alivio. Hay mucho bien en torno. Y
abrirse, mirarlo y saber valorarlo es necesario en nuestras horas som-
brías. No desde la envidia o el resentimiento, sino porque el bien es po-
sible. Del mismo modo, y a la inversa, hay muchas heridas que san-
gran, golpes, tragedias grandes o pequeñas alrededor. Y saber mirarlas
es necesario. Es importante que el corazón lata acompasado con el
mundo y abierto a su complejidad. Una alegría o una tristeza egocén-
trica siempre serán incompletas.
Navidad es también la fiesta del descentramiento. Cada personaje es ca-
paz de abrirse a otras realidades, sin quedar atrapado en su laberinto in-
terior. José se abre a María. María al ángel. Ambos hacen que su vida
pivote en torno al niño, lo que incluye tener que marchar a Egipto, exi-
liados. Los pastores salen de sus noches al raso para asomarse a la bue-
na noticia de un recién nacido en un pesebre. Los magos abandonan sus
costumbres para buscar, en el camino, respuesta a su pregunta por el
sentido. Herodes sería, en este caso, el paradigma de la cerrazón. Incapaz
de salir del cálculo de sus propios intereses y conveniencias, solo va a de-
jar tras de sí una memoria de dolor y destrucción.
Aceptar la dificultad
«Si te decides a servir al Señor, prepárate para la prueba». Este precioso ver-
sículo del libro del Eclesiástico es la constatación de algo evidente: nadie
dijo que la vida fuera fácil, y mucho menos la vida tomada en serio. Pe-
ro tal vez, en este mundo mediático nuestro, el acento se quiere poner
demasiado a menudo sobre la cara amable de la vida. El éxito rápido, de-
jar de lado los contratiempos y las preocupaciones, salir de los baches
cuanto antes... Parecería que tener que bandearse en la tormenta, lidiar
con la dificultad o tener que afrontar crisis en distintos aspectos de la vi-
da es señal de fracaso e incompetencia. Algo habrás hecho mal, ¿no?
Aquí nos toca, de nuevo, abrazar una realidad que tiene su cruz, como
tiene su cara. Alegría no es únicamente lo que uno siente cuando la vida
sonríe y te palmea en la espalda. Hay también una alegría posible cuan-
do se te pone el viento en contra o cuando te toca afrontar situaciones
adversas. La alegría, en este caso, se llama sentido. No se trata de que no
tengas que enfrentarte a lo difícil, sino de que sepas por qué lo haces. Es,
probablemente, una cuestión de motivos.
¿Fue fácil el camino de María, el de José, el de los magos o el de los pas-
tores? De sobra hemos dejado claro, hasta este momento, que no. No era
fácil la opción de María y de José. Les complicaba la vida y les ponía en
tesituras que ni habían imaginado. Desde el primer momento el «sí» de
María la va a llevar a convertirse en blanco de murmuraciones y sospe-
chas; a vivir sin saber; a guardar en su corazón cosas que no siempre
comprendía; a lanzarse a un camino que la llevará a dar a luz en un cu-
chitril; a exiliarse a Egipto; a no entender a un hijo cuyas palabras, a ve-
ces, eran muy duras –incluso hacia ella– y a verle morir clavado en una
cruz, como un malhechor. Un itinerario semejante tendrá que recorrer
también José, fiándose de un sueño y volcando su vida en el cuidado de
este niño sorprendente. No era fácil tampoco la vida de los pastores, con
su dosis de soledad y fracaso, y sin embargo eso no les privó de estar
abiertos a una buena noticia. Los magos, por su parte, tuvieron que sor-
tear la trampa y el engaño de un Herodes deseoso de acabar con lo que,
para él, era una amenaza. Pero en ninguna de esas vidas tuvo la dificul-
tad la última palabra. De hecho, es tal vez la conciencia de lo incierto de
cada una de esas vidas, de lo que en ellas hay de vulnerable, lo que hace
que, cuando nos imaginamos que todos ellos confluyen en esa escena del
Nacimiento, su alegría resulte tan real, frente a otras alegrías artificiales
de obligado cumplimiento.
Profundizar en el evangelio
Hoy en día se habla mucho del contraste entre superficialidad y hondu-
ra. Se habla del gusto por quedarse en la epidermis de las cosas y de lo
complicado que resulta entrar en el terreno del matiz, en la entraña de
las cosas. Es fácil pensar a base de titulares, de tuits, de eslóganes cortos.
Pero es insuficiente. No sé si hay que pretender darle trascendencia a to-
do lo que ocurre, profundidad a cada reflexión, o sentido a cada aconte-
cimiento. Probablemente no. Pero, en algunas cuestiones, sí.
Es posible vivir a base de puras fachadas. En la educación, en las ideolo-
gías, en la comunicación o en la religión, por poner algunos ejemplos.
Entonces se construyen hermosos discursos –sin que necesariamente sig-
nifiquen nada–. Son propuestas sin realidad detrás, nacidas para venirse
abajo ante un soplo de viento, porque el andamiaje sobre el que se sos-
tienen es ligero y efímero. Frente a ello, se hace necesario ir buscando
discursos y concepciones de la vida y del mundo un poco más sólidos,
donde encuentre uno apoyos para explicarse lo que, en la vida, es, de en-
trada, menos amable: el sufrimiento, la limitación, el mal que a tantos
golpea; pero también para explicarse lo bueno: el amor, la justicia, la vo-
cación profunda de cada ser humano...
Se puede leer la Navidad desde la superficie. Sería, entonces, una facha-
da de iconos fácilmente identificables: nieve, musgo, un niño rubicun-
do, tallas hermosas, nacimientos, música, regalos, letras amables para vi-
llancicos casi eternos, un río, un molino, ángeles alados... y junto a eso,
La esperanza
¿Puede haber, pese a todo, ocasiones en que la alegría no sea posible, o
al menos no ahora? ¿Hay situaciones en las que una persona se encuen-
tra tan golpeada y zarandeada por la vida y las circunstancias que no con-
sigue levantar cabeza? Sí, claro que puede ocurrir. A veces la alegría solo
será la memoria de otras épocas, o la esperanza de tiempos mejores. Pe-
ro eso no es poco. La esperanza es, probablemente, otro nombre para la
alegría. Pasa por la negativa para rendirte a lo inmediato, por saber que
el camino continúa. Por mirar hacia delante, sabiendo que nunca llovió
que no escampara.
Epílogo abierto
Yo me atengo a lo dicho:
la Justicia,
a pesar de la Ley y la Costumbre,
a pesar del Dinero y la Limosna.
La Humanidad,
para ser yo, verdadero.
La Libertad,
para ser hombre.
Y la Pobreza,
para ser libre.
La Fe, cristiana,
para andar de noche
y, sobre todo, para andar de día.
Y, en todo caso, hermanos,
yo me atengo a lo dicho: ¡la Esperanza!
(Pedro Casaldáliga)