Dosier de Patrimonio
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Antología Documental
Teorías de la Historia del Arte
Semestre Otoño 2019
Índice
HENARES Ignacio "La Historia del Arte como instrumento operativo en la gestión y
protección del patrimonio." En CASTILLO, M.À. (ed.) Centros Históricos y conservación del
patrimonio, Fundación Argentaria, Visor, Madrid, 1998.
Sobre la Pintura
(Historia Natural Libro 35,1-30;50-165)
Plinio1
Introducción
1
Extractados de la compilación aparecida bajo el título de Textos de Historia del Arte, Editorial Visor, Madrid, 1987.
Traducción de Mª Esperanza Torrego. Los textos de la Historia del Arte incluidos en esta selección se hallan insertos
en los tres últimos libros de la Historia Natural (obra de 37 volúmenes conocidos escrita el siglo l a.c.), que están
dedicados al estudio de los metales, los colores y las piedras. Ellos constituyen un conjunto cuyo interés principal
radica en que puede considerarse el tratado de historia del arte más antiguo que ha llegado hasta nosotros.
2
Según las variantes de algunos manuscritos, también puede entenderse como “pintar con la piedra”, en cuyo caso
Plinio estaría haciendo referencia a los mosaicos.
3
El mármol numídico procedía de las canteras de Chemtú, en la actual Tunicia, en el límite de la antigua Numidia.
Su color es amarillo, a veces vetado de rojo; fue uno de los que primero se introdujeron en Roma.
4
Ciudad de Frigia cuyo mármol tenía apariencia de alabastro.
El retrato
5
Sobra la costumbre de los epicúreos de reproducir la efigie de su maestro. Cicerón (Fin. 5,1,3) dice que lo hacían
“no sólo en cuadros... sino incluso en copas y anillos”. El mismo autor (Fin. 2,31,101) habla de la costumbre de
celebrar el cumpleaños de Epicuro y las icadas, esto es, el vigésimo día del mes lunar (del griego eïkosi, “veinte”).
6
M. Valerio Mesala Corvino (64 a. de C.- 8 d. de C.)
en su gens el retrato ajeno de uno de los Levinios7. Una razón semejante hizo a
Mesala el Viejo8 publicar aquellos famosos volúmenes que había compuesto sobre
las familias, porque al atravesar el atrio de Escipión Pomponiano había visto que por
adopción testamentaría los Salvitones -pues éste era en efecto su sobrenombre-
habían trepado hasta el nombre de los Escipiones para vergüenza de los Africanos9.
Pero -que los Mesalas me disculpen por decirlo- incluso el hecho de usurpar los
retratos a los ilustres era una señal de amor a sus valerosas cualidades y mucho más
honroso que el que nadie apetezca merecer las de uno.
Tampoco se debe omitir la mención a un invento reciente: existe la
costumbre de dedicar en la bibliotecas, si no en oro ni plata sí por lo menos en
bronce, los retratos de aquellos de los cuales nos hablan en estos mismos lugares
las almas inmortales; más aún, se imaginan incluso los de aquellos que no existen, y
se materializan, de acuerdo con los deseos, rostros de los cuales la tradición no nos
informa, como ocurre con el caso de Homero. No hay, en mi opinión, un rasgo mayor
de felicidad para un individuo que el que siempre quiera saber todo el mundo cómo
fue en realidad. En Roma esta costumbre fue inventada por Asinio Polión, el primero
que, al fundar la biblioteca, hizo de los genios de la humanidad patrimonio público10.
Si tuvo como antecesores a los reyes de Alejandría y de Pérgamo, que rivalizaron en
crear bibliotecas a cual mejor, no es fácil de decir11.
Testimonios de que en otro tiempo existía un ardiente amor por los retratos
son el famoso Atico, amigo de Cicerón, que publicó una obra sobre este tema12, y M.
Varrón que tuvo la buenísima idea de insertar en su fecunda obra13 unos setecientos
retratos de hombres ilustres, impidiendo así que desaparecieran sus figuras o que el
paso del tiempo prevaleciera sobre los hombres; se le puede considerar inventor de
un regalo que incluso provocó la envidia de los dioses, porque no sólo les confirió la
inmortalidad, sino que hizo también que fueran conocidos por todas las tierras, de
manera que podían, como los dioses, estar presentes en todas partes. Y esto se lo
hizo a personas que no le eran cercanas.
7
Rama de la gens Valeria.
8
M. Valerio Mesala Rufo el Viejo, cónsul en el 53 a. de C.
9
La nobleza de la familia de los Escipiones, a la que pertenecía Escipión en Africano, vencedor de Aníbal, y
Escipión Emiliano Africano, destructor de Cartago en el 146 a. de C., no podía admitir la mezcla por adopción con los
Salvitones, una rama despreciada de la misma gens Cornelia.
10
Asinio Polión (76 a. de C. -4 d. de C.), cónsul en el 40 a. de C., fue también escritor. Además de la biblioteca, que
se encontraba en el Atrio de la Libertad, junto a la Curia el edificio guardaba una buena colección de obras de arte.
11
De las dos bibliotecas más famosas de la antigüedad, la de Alejandría, fundada por Ptolomeo l Soter (305-285 a.
de C.) y la Pérgamo, creada por Atalo l y Eumenes l, esta segunda contaba, al parecer, con los retratos de sus
fundadores.
12
Se trata de un conjunto de epigramitas sobre las acciones más importantes de los ciudadanos ilustres (Nepote
Att.), que debía de ir acompañado de los retratos de cada uno. T. Pomponico Atico vivió del 110 al 32 a. de C.
13
Son las Imagines o Hebdomades, obra en 15 libros que incluía efectivamente 700 retratos (cf. Aulo-Gelio NA
2,10). Sobre Varrón, cf. n. 145 de 34.
14
La referencia está equivocada. El Apio que menciona Plinio fue efectivamente cónsul con P. Servilio en el 259 ab
Urbe Condita, 495 a. de C. (Liv. 2,21), pero no fue el que consagró el templo de Belona. Este ültimo fue Apio Claudio
el Ciego, casi 200 años más tarde, en el 296 a. de C.
15
M. Emilio fue cónsul con Q. Lutacio Cátulo en el 78 a. de C. Sobre la Basílica Emilia, construída en el 179 a. de C.
en el lado N del Foro, y restaurada por última vez por Paulo Emilio en el 54 a. de C.
16
Los gramáticos antiguos discutían si el nombre del escudo (clipeus o clupeus) tenía que ver con celare
(“esconder”) o con cluere (“tener fama”). La que Plinio propone aquí lo relaciona con caelare (“cincelar”), suponiendo
que el nombre tiene que ver con las imagines clipeteae. En realidad, se desconoce cuál es con seguridad la
etimología de este palabra (Ernout A.A. Meillet, Dictionaire étymologique de la langue Latina, París, 1967 s.v.
clipeus).
17
Publio y Cneo Cornelio Escipión fueron derrotados en Hispania, en Cástulo y Lorca, durante la Segunda Guerra
Púnica, a manos de los cartaginenses en el 212-211 a. de C. L. Marco Séptimo y T. Fonteyo, tribuno militar y legado
respectivamente, se hicieron cargo de las tropas que quedaban como jefes tumultuario, hasta la llegada en el 211 a.
de C. del nuevo comandante, el propretor C. Claudio Nerón. La historia del escudo de Hasdrúbal la cuenta Livio (25,
12, 39 ss.), a quien sigue Plinio. Un punto no claro es el de la existencia de imagines clipeatae en el arte cartaginés.
Podría tratarse de una adaptación de lo romano a lo cartaginés del propio Livio.
18
El Capitolio ardió por primera vez en el año 83 a. de C.
19
Personaje desconocido salvo por esta referencia. La tutela capitolina consistía en el cuidado de los trofeos y
estatuas que se encontraban en el Capitolio y especialmente del perro de bronce que se encontraba en el templo de
Juno Moneta, al que Plinio se refiere en 34,38.
La cuestión sobre los orígenes de la pintura no está clara ni es tema del plan
de esta obra. Los egipcios. Los egipcios afirman que fueron ellos los que la
inventaron seis mil años antes de pasar a Grecia, vana pretensión, es evidente20. De
los griegos, por otra parte, unos dicen que se descubrió en Sición, otros que en
Corinto, pero todos reconocen que consistía en circunscribir con líneas el contorno
de la sombra de un hombre: así fue, de hecho, su primera etapa; la segunda
empleaba sólo un color cada vez y se llama monocroma; después se inventó una
más compleja y ésa es la etapa que perdura hasta hoy.
Los primeros que cultivaron la pintura de trazos, que había sido inventada
por el egipcio Filocles21 o tal vez por Cleantes de Corinto22, fueron el corintio Arídices
y Teléfanes de Sición; éstos, sin usar todavía ningún color, ya sombrean el interior
del contorno y acostumbran a escribir al lado de las figuras del nombre de los que
tratan de pintar. El primero que coloreó siluetas, utilizando, según dicen, polvos de
arcilla, fue Ecfanto de Corinto. En seguida mostraremos que éste, aunque lleva el
mismo nombre, no es el mismo que el que, según testimonio de C. Nepote23, siguió
hasta Italia a Damárato, el padre de Tarquinio Prisco, el rey de Roma, que huía de
Corintio para escapar de las arbitrariedades del tirano Císpelo24.
En efecto, la técnica de la pintura estaba ya muy avanzada incluso en Italia.
Se sabe con certeza que se conservan todavía en santuarios de Ardea25 pinturas
más antiguas que la Urbe, las cuales admiro por encima de cualquier otra, porque sin
protección alguna se han mantenido tan largo tiempo como recién pintadas;
igualmente en Lanuvio26, donde el mismo artista pintó a Atalanta27 y Helena, ambas
desnudas y de una belleza extraordinaria, aunque en la primera se reconoce a una
virgen; ni siquiera se han visto afectadas por la ruina del templo. El emperador
20
Si embargo, en 7, 205 atribuye el invento de la pintura a los egipcios. Sin duda en este pasaje sigue Plinio una
fuente griega deseosa de atribuirse el mérito.
21
Por su nombre griego se ha especulado sobre el verdadero origen de Filocles. Las propuestas han incidido, sobre
todo, en la posibilidad de que procediera de Náucratis, colonia griega en el delta del Nilo, o que fuera un comerciante
que trajo de Egipcto la técnica de la pintura.
22
Citado por Estrabón (8, 3, 12 (343)) y Ateneo (8, 346 b-c). Su datación es incierta, pero anterior al 500 a. de C. Se
le atribuyen diversas obras, entre otras una Iliupersis o Toma de Troya y un Nacimiento de Atenea.
23
Cornelio Nepote (c. 99-24 a. d. C.) escritor romano citado por Plinio en los índices de fuentes. Escribió, sobre todo,
biografías de hombres ilustres, de las cuales se conservan varias. También fue autor de una Vida de Catón el Viejo y
una Vida de Atico.
24
Císpelo fue tirano de Corinto del 657 al 580 a. d. C. Demárato pertenecía, según la tradición, a la familia de los
Baquíadas, expulsada de Corinto en el 657 a. d. C., que llegó a Tarquinia, ciudad estrusca al N de Cer y Roma. Su
hijo, Lucumón o Lucio, tomo como gentilicio el nombre de la ciudad e instalado en Roma, fue elegido como quinto
rey a la muerte de Ancio Marcio. La tradición muestra, sin embargo, líneas divergentes e interpretaciones diversas.
25
Ciudad del Lacio a 28 km. de Roma por la Via Apia, asociada estrechamente a Roma desde antiguo en las
diversas ligas y confederaciones latinas.
26
Población del Lacio de S de Roma, cercana al mar. Su rey Turno aparece en la tradición relativa a los orígenes de
Roma como uno de los más encarnizados enemigos de Eneas.
27
Las fuentes mitológicas reconocen dos Atalantas, una arcadia, famosa cazadora, y otra beocia, hábil corredora. La
primera, más conocida, tomó parte en el viaje de los Argonautas y en la cacería del jabalí Calidón. Una y otra se
caracterizan en la antigüedad por su virginidad, asociada a sus actividades típicamente masculinas.
28
Se trata del emperador Calígula. Su nombre oficial era Gayo César Germánico. Calígula (“sandalita”) era el
apelativo cariñoso que le dieron los soldados cuando, niño, acompañó a su padre, Germánico, en las campañas de
Germania.
29
Ciudad costera del Lacio al NO de Roma.
30
Al menos en la obra de Homero no hay mención alguna a la pintura, aunque sí a algunos colores (IL. 4, 141; Od.
9, 125)
31
Los Fabios son una familia patricia romana. El sobrenombre de Pictor se lo deben a su afición por la pintura
(Cicerón Tusc. 1,2,4). El primer Pictor remonta a ca. 254 a.de C.
32
El templo de Salus en Roma fue construido por C. Junio Berbulco en el 302 a. de C. en el Qurinal.
33
Este templo de planta redonda y muy antiguo, era llamado también templo de Hércules Emiliano: fue restaurado
por el cónsul Paulo Emilio, el vencedor de Pidna (168 a. de C.), utilizando para ello parte del botín. Lo decoraría el
poeta Pacuvio (ca. 220-130 a. de C.) que había escrito una tragedia sobre el tema de Pidna, de la que se conserva
algún fragmento (Ribbeck Röm. Trag. 326). Sobre el Foro Boario cf. n. 8 de 34.
34
Q. Ennio nació en cerdeña en el 239 a. de C. Pertenedió al círculo ilustrado y helenizante de los Escipiones y se le
consideraba ya en la antigüedad uno de los fundadores de la literatura romana, junto con Livio Andrónico y Nevio.
Además de tragedias, sátiras y otros poemas, eran famosos sobre todo sus Anales, que relataban la historia de
Roma desde Eneas hasta, al menos, el 179 a. de C., y que son fuente de gran parte de los historiadores posteriores.
35
Desconocido por otras referencias que no sean esta de Plinio; seguramente se trata de un descendiente de
Turpilio, del orden de los caballeros, autor de comedias contemporáneo de Terencio, muerto ca. 104 a. de C.
(Ribbeck, Com. 2ª de. 85).
36
Región de la costa N del Adriático.
37
Plinio era de Como, perteneciente como Verona a la Galia Transpadana; es posible que conociera personalmente
sus cuadros.
38
De Titedio Labedón da también noticia Tácito (Ann. 2,85).
honrado por el triunfo y nombrado por César, ya dictador, coheredero con Augusto39,
era mudo de nacimiento. El orador Mesala40, a cuya familia pertenecía la abuela del
niño, decidió que había que enseñarle pintura y esto lo aprobó el divino Augusto; el
niño había hecho grandes progresos en este arte cuando murió. Por otra parte, la
importancia de la pintura en Roma creció, me parece, gracias a Manio Valerio
Máximo Mesala41, el primero que, en el año 490 de la fundación de Roma, colocó en
un lateral de la Curia Hostilia42, un cuadro representando el combate en el que venció
a los cartaginenses y a Hierón en Sicilia43. También hizo esto mismo L. Escipión44
que colocó en el Capitolio un cuadro de su victoria asiática, y dicen que su hermano
el Africano se disgustó, y no sin razón, porque su hijo había caído prisionero en
aquella batalla45. L. Hostilio Mancino46, que fue el primero entrar en Cartago, cometió
una ofensa semejante con Emiliano47, al poner en el Foro una pintura con el plano de
la ciudad y las fases del asedio, y él mismo sentado al lado se lo contaba al pueblo,
que atendía expectante a los detalles; este hecho le valió conseguir el consulado en
los siguientes comicios. También produjo gran admiración una pintura que cubría el
frente de la escena de los juegos ofrecidos por Claudio Pulcher48 , porque la imitación
de las tejas era tan perfecta que unos cuervos, engañados por la ilusión, intentaron
posarse sobre ellas.
El primero que dió un valor oficial a cuadros extranjeros en Roma fue L.
49
Mumio , al que su victoria le otorgó el sobrenombre de “el Aqueo”. En efecto cuando
el botín se puso a la venta, el rey Atalo50 había comprado por 600.000 denarios un
cuadro de Arístides, representando a Liber Pater; admirado por el precio, empezó a
sospechar que la obra tendría algún valor desconocido para él y la recobró, a pesar
39
Q.Pedio, el abuelo (ca. 88-43 a. de C.) era nieto de la hermana mayor de César; Suetonio (Jul.83) también
testimonia que César le había hecho coheredero con Augusto.
40
Cf. n. 55 del libro 34.
41
Cónsul en el 283 a. de C.
42
La Curia Hostilia era uno de los edificios más antiguos del Foro; se hacía remontar al tercer rey de Roma, Tulio
Hostilio. Se encontraba en el lugar donde después se alzó, y aún permanece, la nueva Curia, aunque ésta adoptó
una orientación diferente. la Curia Hostilia ardió en el 52 a. de C. durante los incidentes que siguieron a la muerte de
P. Clodio (cf. n. 49 de 34).
43
Durante la 1ª Guerra Púnica, tras el desembarco de los romanos en Sicilia, se alían temporalmente Cartago y
Hierón de Siracusa, que son derrotados en mesina. No es seguro si la pintura Valeria que menciona Cicerón (Fam.
14, 2,2) ha de ser identificada con ésta, porque se supone que la Curia habría sido notablemente modificada entre
las épocas de ambos personajes.
44
L. Cornelio Escipión Asiático, hermano del Africano, venció a Antíoco III, titular del reino Seléucida, en la batalla de
la Magnesia en el 190 a. de C. Obtuvo el triunfo por esta victoria en el 188 a. de C. y lo celebró con unos juegos
espectaculares en el 186 a. de C., fecha en la que debió exponer la pintura..
45
La información no es absolutamente correcta, pues L. Cornelio Escipión, el hijo de Escipión el Africano, fue
capturado por Antíoco en el 192 a. de C. y liberado dos años más tarde, precisamente el año de la victoria de su tío
en Magnesia.
46
Comandante de la flota en el 148 a. de C. durante la 3ª Guerra Púnica. Cónsul en el 147 a. de C., un año después
de la toma y destrucción de Cartago.
47
P. Cornelio Escipión Emiliano Numantino (ca. 185-129 a. de C.) elegido cónsul en el 147 a. de C. dirigió realmente
la toma de Cartago, cuya destrucción, prohibida por un tratado, no pudo evitar.
48
Edil en el 99 a. de C. De sus juegos habla Plinio en 8,19.
49
Conquistó y destruyó Corinto en el 146 a. de C.
50
Atalo II, Rey de Pérgamo del 195 al 138 a. de C., aliado de Roma durante la conquista de Grecia.
de las múltiples quejas de Atalo, y la colocó en el templo de Ceres51; yo creo que ésa
fue la primera pintura extranjera que se expuso en Roma. Después he visto que se
ha tomado la costumbre de exponerlas también en el Foro. De aquí procede,
efectivamente, aquella broma del orador Craso52 gastó junto a las Tiendas Viejas53;
una vez un individuo citado como testigo, le instó con estas palabras: “Dime, Craso
¿por qué clase de hombre me tomas?”, “por esta clase de hombre”, respondió,
señalando en un cuadro a un galo que sacaba la lengua groseramente. En el Foro
estuvo también aquella famosa pintura de un viejo pastor con su bastón, acerca del
cual un legado teutón, cuando se le preguntó que en cuanto valoraba la obra,
respondió que no quería que le regalasen tal individuo aunque estuviera vivo y fuera
real.
Pero el mayor rango oficial otorgó a los cuadros, una vez dictador, fue
César54, al dedicar el Ayante y la Medea delante del templo de Venus Generatrix55;
después de él M. Agripa, un hombre más dado a lo rústico que a lo delicado56. En
efecto, se conserva un magnífico discurso suyo, digno del más grande de los
ciudadanos, sobre la necesidad de exponer al público todas la pinturas y estatuas:
sin duda hubiese sido preferible eso a confinarlas al exilio de las villas privadas. Pero
aquella misma severidad suya no le impidió comprar dos pinturas, un Ayante y una
Venus a los habitantes de Cícico57 por 1.200.000 sestercios; en la sala más caliente
de sus termas58 también colocó cuadros pequeños encajados en los revestimientos
de mármol, que se quitaron hace poco, cuando se remodeló el edificio.
El divino Augusto superó a todos cuando en la parte más frecuentada del
foro que lleva su nombre59 colocó dos cuadros que representan la efigie de la Guerra
y el Triunfo, así como a los Cástores60 y la Victoria. También mandó poner en el
templo de su padre César61 unas obras a las que nos referimos al mencionar a los
51
Entre el palatino y el Aventino, dedicado en el 498 a. de C. y consagrado en el 493 a. de C., la primera
construcción estable, de madera, se levantó en el 329 a. de C. Ardió en el 31 a. de C., y, tras ser restaurado por
Augusto, fue dedicado de nuevo por Tiberio en el 17 d. de C.
52
L. Licinio Craso (140-91 a. de C.), fundador de Narbona, elegido magistrado en numerosas ocasiones, fue el
orador más importante de su tiempo.
53
Esta tiendas se encontraban junto a la Vía Sacra del Foro, en el lugar que luego ocuparía la Basílica Julia. El
apelativo “viejas” les viene por oposición a “nuevas”, situadas al otro lado del Foro, junto a la Curia y la Basílica
Emilia.
54
La dictadura de César se sitúa entre el 46 y 44 a. de C.
55
Ofrecido por César en la batalla de farsalia en el 48 a. de C., fue dedicado en el 46 a. de C. como núcleo central
del Foro de César. Venus, madre mítica de Eneas, a través del hijo de éste, Ascanio o Julo, era considerada la diosa
madre (Genetrix = engendradora) y tutelar de la gens Julia.
56
Los testimonios sobre Agripa (63 a. de C.-12 d. de C.) lo describen como un hombre, sobre todo, austero, pero
amante de las artes.
57
Ciudad situada en Propóntide, hoy mar de Mármara.
58
Cf. n. 159 de 34.
59
El foro de Augusto se encontraba entre el Foro de Trajano y el de Nerva, construidos después. El templo que
constituía su núcleo estaba dedicado a Marte Vengador (cf. n, 125 de 34).
60
Cástor y Pólux, los Dióscuros (“hijos de Zeus”), hijos de Leda. Engendrados en la misma noche, Cástor era hijo de
Tindáreo y Pólux de Zeus, por lo que sólo el segundo era inmortal.
61
El templo del divino Julio fue construido en el 29 a. de C., en el lado SE del Foro, entre el templo de Vesta y la
Basílica Emiliana, lugar en el que se había alzado la pira funeraria de César.
Los colores
Hemos hablado ya de cuáles eran los colores que utilizaban sin mezclar los
primeros pintores, cuando tratamos de estos pigmentos en el libro de los metales68;
las pinturas de este género se llaman monocromas. Después diremos, al mencionar
a los artistas, quiénes fueron los innovadores, qué elementos innovaron y en qué
momentos, porque el plan de la obra emprendida exige mostrar, en primer lugar, la
naturaleza de los colores. Finalmente, el arte se trazó sus propios perfiles y
descubrió la luz y las sobras, despertando así el contraste de los colores por su
disposición alternativa. Sólo después se añadió el brillo, que no es aquí lo mismo que
la luz. Lo que queda entre luz y brillo y las sombras se llama tónos (“tensión”); la
yuxtaposición de los colores y el paso de uno a otro harmogé, (“armonización”).
62
Entre ellas la Afrodita Anadyoméne de Apeles.
63
Era la Curia Julia, empezada por César para sustituir la Curia Hostilia fue dedicada por Augusto en el 29 a. de C.
Ocupaba, con otra orientación, e llugar de la Curia anterior y parte del espacio destinado a los Comicios.
64
Se trata de una personificación de la ciudad griega de Nemea, en la Argólide, en la que se celebraban unos
importantes juegos en honor de Zeus. El anciano con bastón debe representar a uno de los jueces y la viga indica la
competición concreta conmemorada por la pintura.
65
El término latino empleado es el verbo inuro, correspondiente al griego egkaío (“grabar con fuego”). Puede
referirse al grabado de su firma por medio de algún instrumento incandescente o a la ejecución de la pintura según
la técnica de la encaústica. Esta interpretación parece la más correcta, toda vez que la pintura estaba al aire libre. la
técnica en cuestión consistía en aplicar a la tabla con los pinceles una mezcla fundida de cera y color, que fijaba el
dibujo al secarse y producía una superficie brillante.
66
Desconocidos.
67
Cf. n. 108 de 34.
68
Cf. 33, 117: “Antiguamente pintaban con cinabrio los cuadros que ahora llaman monocromos. También emplearon
el minio de Efeso, que dejaron de utilizar porque dificultaba mucho la conservación de la obra. Además, ambos
colores se consideraban demasiado chillones; por eso pasaron al ocre rojo y al ocre sinópico, de los cuales hablaré
en el lugar correspondiente. El cainabrio se adulteraba con sangre de cabra o serbas trituradas. El precio del
auténtico era de 50 sestercios la libra.”
Por otro lado, hay colores austeros y ricos. Unos y otros los produce la
naturaleza o las mezclas. Los ricos -que le proporciona al pintor el que encarga la
obra69- son el minio, el armenium, el cinabrio, el chrysocolla, el índigo y el rojo
púrpura70; los demás son austeros. De todos ellos, unos son naturales y otros
artificiales. Son naturales el rojo sinópico, el ocre rojo, el blanco de Egipto, el blanco
de Melos, el blanco de Eretria y el oropimente71; los demás son fabricados, primero
los que hemos mencionado al hablar de los metales, y también entre los colores más
comunes, el ocre amarillo, albaydale, usta, sandáraca artificial, sandyx, rojo de Siria y
atramentum.72
Cuatro colores únicamente -de los blancos, el de Melos; de los ocres, el
ático73; de los rojos, el de Sínope de Ponto; de los negros el atrementum- pintaron
aquellas obras inmortales Apeles, Etión, Melantio y Nicómaco, pintores celebérrimos,
cada uno de cuyos cuadros se vendía por el precio de los tesoros de ciudades
enteras. Pero ahora que invaden las paredes púrpuras y que la India nos trae el limo
de sus ríos y la sangre de sus dragones y elefantes74, no hay nada noble que
mencionar en el terreno pictórico. Desde luego, todo era mejor cuando la riqueza era
menor. Esto es así porque, como antes hemos dicho, se atiende el valor de las
cosas, no al del espíritu.
No voy a dejar de mencionar la locura que reina en nuestra época en el
terreno pictórico. El emperador Nerón ordenó pintar un retrato suyo de medidas
colosales, en un lienzo de 120 pies, insólito hasta ese momento. Cuando se terminó
69
Debido a su alto precio, como indica el mismo Plinio.
70
Todos ellos se obtienen de materias raras o exóticas; el minio es sulfuro de mercurio; el armenio se obtenía de la
pulverización de la lapis arsenicus, es decir de la malaquita y la azurita, y quizá de la mezcla de ambas; la chriscolla,
literalmente “goma de oro”, era el nombre que recibía la malaquita; el índigo se obtiene de hojas de algunas plantas
que, remojadas y machacadas, proporcionan una sustancia de color azul añil; el rojo púrpura se obtenía de la
sustancia colorante del caracol marino, múrice.
71
El rojo sinópico procedía de Sínope, en la costa S del mar Negro; su componente principal es el óxido de hierro. El
ocre-rojo (rubrica) designa, en general, cualquier tierra con componentes férricos. El blanco de Egipto (paraetonium)
era carbonato cálcico -la creta común en alguna mezcla de silicio, magnesio y fosfatos; esta combinación se ha
identificado en la Cirenaica, en la costa mediterránea africana, actual Libia. El blanco de melos, en el Egeo, es otro
tipo de carbonato calcídico difícil de diferenciar del blanco de Eritrea, en Eubea, sino por cantidades mínimas de
sustancias diferentes. El oropimente (“pigmento de oro”) es sulfuro de arsénico, de color amarillo anacarado, que se
encuentra también de forma natural en la naturaleza.
72
El ocre amarillo (ochra) designa el sector de la gama de los ocres que no ha sufrido ninguna calcinación. El
albaydale (cerussa) es carbonato básico de plomo. Usta designa tanto al albaydale quemado, también conocido
como sandáraca artificial, como un ocre rojo producto de la calcinación de tierra con una gran cantidad de hierro;
aquí la referencia es al segundo, pues la sandáraca es mencionada a continuación.
El nombre de sandaraca responde también a dos sustancias: el rejalgar, o sandáraca natural, bisulfuro de
arsénico, de color rojo, y por otro lado, como se ha mencionado, el albaydale quemado. Puesto que la primera
sustancia se encuentra en estado natural, la referencia de Plinio en este pasaje, debe ser a la segunda. Sandyx era
el resultado de quemar una mezcla de cerusa y ocre rojo a partes iguales. El rojo de Siria se obtenía mezclando
sandyx y rojo sinóptico.
El atramentum designa, en principio, cualquier tipo de negro, pero especialmente es el nombre que se da a la
combinación de sustancias como la resina con la pez y otras. En 31-49 describe Plinio la naturaleza de cada uno de
los colores mencionados, su procedencia mineral y los lugares donde se encuentran.
73
El ocre ático es quizá otra forma de citar el color resultante de la calcinación del albaydale, usta, que, como relata
en otro lugar, fue descubierto en Atenas.
74
El limo de los ríos de la India debe indicar el índigo, la referencia alos dragones y elefantes quizá remita al pasaje
donde Plinio relata la lucha de un dragón y un elefante en un río; otra explicación sería considerar que se refiere otra
denominación del cinabrio : “sangre de dragón”.
la pintura en los jardines de Mayo75, ardió con la mejor parte del jardín alcanzada por
un rayo. Un liberto suyo, al ofrecer en Ancio76 un espectáculo de gladiadores, llenó
los pórticos públicos con una pintura, según tenemos constancia, que representaba
el aspecto real de todos los gladiadores y los portadores de armas. este gusto,
después de múltiples siglos, está muy desarrollado en pintura, si bien los
espectáculos de gladiadores los empezó a pintar y a exponer en público C. Terencio
Lucano77. Este, en memoria de su abuelo, por quien había sido adoptado, hizo
combatir en el Foro durante tres días a treinta pares de gladiadores y colocó la
pintura de estas luchas en el bosque de Diana78.
75
Se encontraban en el Esquilino, cerca de los dos Mecenas.
76
En Ancio poseían los emperadores una villa en la que nació el propio Nerón.
77
Quizá se trat de un triumvir monetalis. Su datación incierta, se sitúa entre el 135 y el 126 a. de C.
78
Entre Lanuvio y Túsculo sobre la vía Apia, junto al lago Nemi, que recibió su nombre del nemus Dianae “bosque
de Diana”.
79
E. A. C. Wasianski, Immanuel, Kant in seinen letzten Iebensjahren ( Uber immanuel Kant, 1804,
vol. III), reimpreso en Immanuel Kant, sein leben in darstellungen von Zeitgennossen, deutsche
Bibliothek, Berlín, 1912, pág. 298.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
80
Para las citas de Lutero y de Erasmo de Rotterdam ver la excelente monografía Humanitas
Erasmiana de R Pfeiffer (Studien der Bibliothek Warburg, XXII, 1931). Es bien significativo el
hecho de que Erasmo y Lutero rechazarán la astrología judicial o fatalista por razones del todo
distintas: Erasmo se llegaba a creer que el destino humano dependiera de los movimientos
inalterables de los cuerpos celestes, pues una tal creencia hubiera significado la negación de la
responsabilidad y del libre albedrío del hombre; Lutero, porque habría significado una limitación de
la omnipotencia de Dios. Por eso creía Lutero que el significado de los terata, como los terneros de
ocho patas, etc., que Dios puede hacer que aparezcan a intervalos irregulares.
81
Algunos historiadores parecen incapaces de admitir las relaciones de continuidad y las
distinciones al mismo tiempo. Es innegable que el humanismo, y todo el movimiento renacentista,
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 16
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
no surgieron igual que Atenea de la cabeza de Júpiter. Pero el hecho de que Lupo de Ferrieres
corrigiera los textos clásicos, que Hildeberto de Lavardin sintiera un gran afecto por las ruinas de
Roma, que los eruditos franceses e ingleses del siglo XII rehabilitaran la filosofía y la mitología
clásica, y que Marbodo de Rennes escribiera un hermoso poema pastoril sobre su modesta finca
rústica, no significa que su perspectiva fuera idéntica a la de Petrarca, mucho menos a la de Ficino
y Erasmo. Ningún hombre de la Edad Media podía concebir la civilización de la Antigüedad como
un fenómeno concluso en sí mismo e históricamente distanciado del mundo contemporáneo. Por
lo que yo sé, el latín medieval no tenía equivalente alguno para los términos humanísticos de
«antiquitas> o de «sacrosancta vetustas>. Y así como resultó imposible para la Edad Media
elaborar un modo de perspectiva fundado en la representación de la distancia fija entre el ojo y el
objeto, así también le era imposible concebir distintas disciplinas históricas fundadas en la
representación de una distancia fija entre el presente y el pasado clásico. Ver E. Panofsky y F.
Saxl, <Classical Mytliology in Medieval Art >, Studies of the Metropolitan Museum, IV, 2, 1933, pág.
228 y siguientes, particularmente pág. 263 y ss., y más recientemente, el interesante artículo de W.
S. Heckscher, «Relics of Pagan Antiquity in Mediaeval Settings>, journal of the Warburg Institute,
I, 1937, pág. 204 y ss.
82
Ver J. Maritain, «Sign and Symbol», Journal of, the Warburg Institute, I, 1937, pág. 204 y ss.
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 17
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
que sabemos acerca de ellos, de distinguir las operaciones tan complejas que
esto supone, de un proyecto preconcebido que podría trazarse en un dibujo en
vez de materializarse en piedras y maderos.
Los signos y las estructuras del hombre son testimonios o huellas
porque, o mejor en la medida que, expresan ideas separadas de los procesos de
señalización y de construcción a través de los cuales se realizan. Estos
testimonios tienen, por consiguiente, la propiedad de emerger fuera de la
corriente del tiempo, y es precisamente en este aspecto que los estudia el
humanista. Éste es, fundamentalmente, un historiador.
También el científico se ocupa de testimonios humanos, especialmente
de las obras de sus predecesores. Pero se ocupa de ellos no como objeto de
investigación, sitio como objeto que le ayuda a investigar. En otros términos, se
interesa por tales testimonios no en la medida en que emergen fuera de la
corriente del tiempo, sino en la medida en que ésta los absorbe. Si un científico
moderno lee a Newton y a Leonardo Da Vinci en el original, no lo hace como
científico, sino como un hombre interesado por la historia de la ciencia, y por
tanto, por la civilización humana en general. En otros términos, lo hace como un
humanista, para quien las obras de Newton o de Leonardo da Vinci poseen una
significación autónoma y un valor duradero. Desde el punto de vista
humanístico, los testimonios o huellas del hombre no envejecen.
Así pues, mientras la ciencia intenta transformar la variedad caótica de
los fenómenos naturales en lo que podría denominarse un cosmos de la
naturaleza, las humanidades pretenden transformar la variedad caótica de los
testimonios del hombre en lo que se podría llamar un cosmos de la cultura.
A pesar de cuantas diferencias haya en cuanto a materia y
procedimiento, existen algunas sorprendentes analogías entre los problemas de
método que se le plantean al científico, por una parte, y los que se le plantean al
humanista, por otra83.
En los dos casos, el proceso de investigación parece iniciarse con la
observación. Sin embargo, tanto el observador de un fenómeno natural como el
escrutador de un testimonio humano no sólo están subordinados a los límites de
su campo de visión y al material de que disponen. Al dirigir su atención hacia
83
Ver E. Wind, Das experiment und die Metaphysik, Tübingen,1934. Del mismo autor, «Some
points of Contact between History and Natural Science>, en Philosophy and History, Essays
Presented to Ernst Cassirer, Oxford, 1936, pág. 255 y ss. (Con un instructivo debate sobre las
relaciones entre los fenómenos, los instrumentos y el observador, por otro lado, y los hechos
históricos, los documentos y el historiador, por el otro).
84
Ver, Por ej. : E. Panofsky, “Uber die Reihenfolge der vier Meister von Reims” (Apéndice),
jahrbuch fur Kunstwissensschaft, 1927, pág. 77 y ss.
85
Debo esta expresión al Profesor T. M. Greene.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
86
A. Blunt, “Poussin Notes on Painting>, journal of the Warburg, institute, I , 1937, pág. 344 y ss.,
alega (pág. 349) que la afirmación de Poussin «La fin de l'art est la délectation”, es de procedencia
más o menos medieval>, pues «la teoría de la délectatio, como signo por el que se reconoce la
belleza, es la clave de toda la estética de San Buenaventura, y puede muy bien ser de allí, a través
probablemente de algún vulgarizador, de donde dedujera Poussin su definición>. Sin embargo,
aun si la terminología de Poussin se hallara influida por una fuente medieval, existe una gran
diferencia entre afirmar que la delectatio es una cualidad distintiva de todo lo bello, ya sea natural o
fabricado por el hombre, y afirmar que la delictatio es el fin del arte.
87
Ver M. Geiger, “Beitrage zur panomenologie des aesthetischen Genusses”, jahrbuch fur
Philosophie, 1, Parte 2, 1922, pág. 567 y ss. Además, E. Wind, Aesthetischer und
kunstwiessenschaftlicher Gegentand, Diss. phil. Hamburgo, 1923, reimpreso parcialmente bajo el
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
título “Zur Systematik der kunstlerischen Probleme” Zeitschrift fur Aesthetik und allgemeine
Kunstwiessenschaft, XVIII, 1925, pág. 438 y ss.
88
El funcionalismo no significa, estrictamente hablando, la introducción de un nuevo principio
estético, sino una delimitación estrecha del dominio estético. Cuando preferimos el moderno casco
de acero al escudo de Aquiles, o consideramos que la “intención” de un discurso legal debiera
centrarse decisivamente en la materia tratada y no ser desviada hacia la forma «(Más substancia
con menos arte>, como justamente dijo la reina Gertrudis), Nos limitamos a exigir que las armas y
los discursos legales no sean tratados como obras de arte, es decir, estéticamente, sino como
objetos prácticos, o sea, técnicamente. Sin embargo, hemos llegado a considerar el
“funcionalismo” como un postulado en vez de un entredicho. La civilización clásica y la
renacentista, en la creencia de que una cosa simplemente útil no puede ser “bella” (“non puo
essere bellezza e utilitá”, como dice Leonardo da Vinci; ver J. P. Richter, The Literary Works of
Leonardo da Vinci, Londres, 1883. Num. 1445), se caracterizaban por una tendencia a extender la
actitud estética a creaciones que son “por naturaleza”, prácticas; nosotros hemos extendido la
actitud técnica a creaciones que son “por naturaleza” artísticas. También esto es una infracción, y
en el caso de la «línea aerodinámica» el arte ha tornado su desquite. En sus orígenes, la «línea
aerodinámico» era un principio genuinamente funcional fundado en los resultados de las
investigaciones científicas acerca de la resistencia del aire. Su dominio legítimo era, por
consiguiente, la especialidad de los vehículos ultrarápidos y las estructuras sujetas a la presión de
un viento de extrema intensidad. Pero cuando esta solución de carácter particular, y básicamente
técnica, vino a interpretarse como un principio estético y general, que expresaría el ideal
contemporáneo de la “eficiencia” ( “streamline your mind!”, “ ¡aerodinamizad vuestra mente!”), y se
aplicó a los sillones y a las cocteleras, se experimentó la necesidad de “embellecer” esta “línea
aerodinámica”, científicamente fijada; finalmente fue nuevamente transferida al dominio de su
competencia originaria en una forma absolutamente no funcional. El resultado es que hoy tenemos
menos casas y muebles funcionalizados por el ingeniero, que vehículos y trenes des-
funcionalizados por los diseñadores.
nuestros propios ojos cómo se trasladaban los fetiches y los utensilios de las
tribus africanas desde los museos etnológicos a las exposiciones artísticas.
Sin embargo, una cosa es evidente: cuanto más se equilibre la relación
entre la importancia concedida a la «idea» y la atribuida a la «forma», con tanta
mayor elocuencia manifestará la obra lo que se denomina su «contenido». Este
contenido, en cuanto distinto del tema tratado, puede ser descrito, según las
palabras de Peirce, como aquello que una obra transparenta pero no exhibe. Es
la actitud fundamental de una nación, un período, una clase social, todo credo
religioso o filosófico: todo esto cualificado inconscientemente por una
personalidad y condensado en una obra. Es obvio que esta involuntaria
revelación quedará tanto menos explícita cuanto más deliberadamente haya sido
acentuado o bien suprimido uno de los dos elementos, esto es, idea o forma. Tal
vez sea una máquina para hilar la manifestación más impresionante de una idea
funcional, y quizá una pintura abstracta constituya la manifestación más
expresiva de la forma pura, pero una y otra poseen en común un mínimo de
contenido.
IV. Al definir la obra de arte como un «objeto que fabricado por el hombre
reclama ser estéticamente experimentado», tropezamos por primera vez con una
diferencia básica entre las humanidades y la ciencia natural. El científico,
ocupándose como es su misión de los fenómenos naturales, puede proceder
inmediatamente a analizarlos. El humanista, en cambio, ocupándose como se
ocupa de las acciones y de las creaciones humanas, debe empeñarse en un
proceso mental de carácter sintético y subjetivo: debe mentalmente realizar de
nuevo las acciones y recrear las creaciones. En realidad, es a través de este
proceso que salen a la luz los objetos reales de las «humanidades». Pues es
bien claro que el historiador de la filosofía y el historiador de la escultura se
ocupan de los libros y de las estatuas no en cuanto que éstos existen
materialmente, sino en la medida en que tienen un significado. Y es igualmente
evidente que este significado tan sólo puede aprehenderse mediante la
reproducción, y por consiguiente la literal «realización», de las ideas que se
hallan expresadas en los libros y en las concepciones artísticas que se
manifiestan en las estatuas.
Así pues, el historiador del arte somete su «material» a un análisis
arqueológico racional, a veces tan meticulosamente exacto, exhaustivo y
elaborado como cualquier investigación física o astronómica. No obstante,
constituye él mismo su propio «material» mediante una recreación estética
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 26
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
89
Sin embargo, hablando de “recreación” es importante subrayar el prefijo «re». Las obras de arte
son conjuntamente manifestaciones de «intenciones» artísticas y objetos naturales, a veces
difíciles de aislar de su contorno material y sujetos siempre a procesos físicos de envejecimiento.
Así pues, al experimentar estéticamente una obra de arte realizamos dos actos enteramente
distintos, pero que psicológicamente se funden en una única Erlebnis: nosotros construimos
nuestro objeto estético recreando la obra de arte según las “intenciones” de su autor, y creando al
propio tiempo libremente una serie de valores estéticos comparables a los que conferimos a un
árbol o a una puesta de sol. Cuando nos entregamos a la impresión que en nosotros producen las
estatuas de Chartres, desgastadas por el tiempo, no podemos dejar de gozar como un valor
estético la pátina y la exquisita morbidez de los contornos; pero este valor, que implica tanto el
placer sensual producido por particular juego de Iuz y de color como el más sentimental que se
origina de la “antigüedad” y de la “autenticidad”, nada tiene que ver con el valor objetivo, o artístico,
que los autores comunicaron a sus esculturas.
Desde el punto de vista de los canteros góticos, el desgaste que el tiempo habría de acarrear a las
estatuas no solo era algo irrelevante, sino positivamente indeseable: trataban de proteger sus
estatuas mediante una capa de color que, de haberse conservado en su frescura original, hubiera
malogrado probablemente una buena parte de nuestro goce estético. En cuanto un espectador
más, el historiador del arte se halla plenamente justificado para no destruir la unidad psicológica
del Alters-und-Echt-heits-Erlebnis y Kunst-Erlebnis. En cambio, profesionalmente, debe distinguir lo
más posible, la experiencia recreativa de los valores intencionales impresos por el artista en la
estatua, de la experiencia creativa de los valores accidentales transmitidos a un pedazo de piedra
antigua por la acción de la naturaleza. Y tal distinción no es a menudo tan fácil de hacer como a
primera vista parece.
ellos vería, pero lo que ve tiene que ser interpretado estilísticamente, igual que lo
que percibe a simple vista.
La verdadera respuesta radica en el hecho de que la recreación estética
intuitiva y la investigación arqueológica estén de tal forma relacionadas entre sí,
que de nuevo constituyen lo que hemos llamado una <situación orgánica>. No
es verdad que el historiador del arte primero constituya su objeto mediante una
síntesis recreadora y después inicie su indagación arqueológica, como se
adquiere primero el billete y Iuego se sube al tren. En realidad, estos dos
procesos no son sucesivos, sino interactuantes; no sólo sirve de base la síntesis
recreadora a la investigación arqueológica, también la investigación arqueológica
cumple idéntica función respecto al proceso recreador, y los dos trámites se
cualifican y rectifican recíprocamente.
Todo aquel que se encare con una obra de arte, ya sea que la recree
estéticamente, o bien la investigue racionalmente, ha de sentirse interesado por
sus tres elementos constitutivos: la forma materializada, la idea (esto es, en las
artes plásticas, el tema) y el contenido. La teoría pseudo-impresionista según la
cual «la forma y el color nos hablan de la forma y del color, y nada más» es
sencillamente falsa. La unidad de esos tres elementos es lo que viene a
realizarse en la experiencia estética, y todos ellos concurren por igual a lo que se
llama el goce estético del arte.
Por consiguiente, la experiencia recreadora de una obra de arte no
depende únicamente de la sensibilidad nativa y del adiestramiento visual del
espectador, sino también de su propio bagaje cultural. No hay ningún
espectador que sea del todo «ingenuo». El espectador «ingenuo» de la Edad
Media tenía mucho que aprender, y algo que olvidar, antes de poder apreciar la
estatuaria y la arquitectura clásica, y el espectador «ingenuo» del período
postrenacentista mucho tenía que olvidar, y algo también que aprender, antes de
poder apreciar el arte medieval (por no mencionar el primitivo). Así, el
espectador «ingenuo» no sólo goza, sino que también, inconscientemente,
valora e interpreta la obra de arte, y no hay nadie que pueda reprocharle el que
lo haga sin preocuparse de que su valoración e interpretación sean justas o bien
erróneas, y sin tomar en cuenta que su propio bagaje cultural aporta algo al
objeto de su experiencia.
El espectador «ingenuo» difiere del historiador del arte en que este
último tiene conciencia de la situación, Sabe que su propio bagaje cultural, tal
cual éste sea, no puede coincidir con el de los hombres de otros países y de
otras épocas. Por consiguiente, trata de salvar sus lagunas profundizando lo
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 28
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
más posible en el conocimiento de las circunstancias bajo las que se crearon los
objetos de sus investigaciones. No sólo se dispondrá a recoger y verificar toda
la información factual disponible en cuanto al medio, el estado de conservación,
la época, la autoría, la destinación, etcétera, sino que también cotejará la obra
con otras que pertenecientes al mismo género, y analizará aquellos textos que
reflejen las convenciones estéticas de su lugar de procedencia y de su época,
todo ello con objeto de conseguir una valoración más «objetiva» de su calidad.
Deberá asimismo consultar viejos textos de teología o de mitología para poder
identificar el tema de que se trate, e intentará, además, fijar su «lugar» histórico,
y aislar la aportación individual de su creador de las de sus antecesores y
contemporáneos. Estudiará igualmente los principios formales que rigen la
representación del mundo visible, o tratándose de arquitectura, la utilización de
lo que pueden llamarse rasgos estructurales, con objeto de edificar así una
historia de los «motivos». También observará la interacción entre las influencias
de las fuentes literarias y el efecto de las tradiciones autónomas de
representación, con el fin de fundamentar una historia de las fórmulas
iconográficas, o «tipos». Y de igual manera hará todo lo posible para
familiarizarse con las actitudes sociales, religiosas y filosóficas de otras épocas y
países, y esto al objeto de corregir su propio sentir subjetivo de cara al
contenido90. Sin embargo, conforme haga todo esto, se modificará
correlativamente su percepción estética en cuanto tal, adaptándose
progresivamente a la «intención» original de las obras. Así, lo que el historiador
del arte hace, en contraste con el aficionado «ingenuo», no es erigir una
superestructura racional sobre una base irracional, sino desarrollar sus
experiencias recreadoras de manera que se ajusten a los resultados de su
investigación arqueológica, confrontando al mismo tiempo con continuidad los
resultados de su investigación arqueológica con los datos de sus experiencias
recreadoras.
Dijo Leonardo da Vinci: «Dos debilidades que se apoyan
recíprocamente suman una fuerza.»91 Las dos mitades de un arco no pueden
siquiera tenerse derechas; el arco entero sostiene un peso. Del mismo modo, la
investigación arqueológica es ciega y vacía sin la recreación estética, y la
90
Para los términos técnicos utilizados en este párrafo, ver la introducción de E. Panofsky a los
Studies in Iconology reproducida aquí en las págs. 45-75.
91
Il Códice Atlántico di Leonardo Da Vinci nella Bibloteca Ambrosiana di Milano, ed. G. Piumati,
Milán, 1894-1903, fol. 244 v.
92
. Ver M.J. Friedländer, Der Kenner, Berlín, 1917, y E. Wind, Aesthetischer und
kunstwissenschaflicher Gegenstand, loc. cit. Friedländer advierte con razón que un buen
historiador del arte es, o al menos llega a ser, un Kenner wider Willen. En cambio, un buen
conocedor podría ser calificado de historiador del arte malgré lui.
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 31
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
93
Ver E. Panofsky, “ Ueber das Verhältnis der Kunstgeschichte zur Kunsttheorie”, Zeitschrift für
Aesthetik und allgemeine Kunstwissenschaft, XVIII.1925, pag. 129 y ss., y E. Wind, “ Zur
Systematik der künstelerichen problemen”, ibid., pag. 438 ss.
94
Ver H. Sedlmayr, “ Zu einer strengen Kunstwissenschans”, Kunstwissenschafliche forschungen,
I, 1931, pag. 7 y ss.
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 32
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
huellas helados, paralizados, que como dijimos «emergen fuera del curso del
tiempo», las humanidades se proponen captar el proceso en cuyo curso se
produjeron dichos testimonios y se convirtieron en lo que ahora son96.
Al conferir así una vida dinámica a estos testimonios estáticos,
en lugar de reducir hechos transitorios a leyes estáticas, las humanidades no
chocan con las ciencias naturales sino que las complementan. En realidad, unas
y otras se presuponen y se necesitan a un mismo tiempo. La ciencia - aquí
encendida en el sentido verdadero del término, o sea, como una búsqueda
serena y autónoma del conocimiento, no como algo que estuviera subordinado a
fines «prácticos»- y las humanidades son hermanas, pues tienen su origen en
ese movimiento que con toda la razón se ha llamado el descubrimiento (o dentro
de una más amplia perspectiva histórica, el redescubrimiento) del mundo y del
hombre a un mismo tiempo. Y como juntas han nacido y renacido, juntas
morirán y resucitarán si así lo quiere el destino. Si la civilización antropocrática
del Renacimiento tiende, como así lo parece, a una suerte de «Edad Media a
contracorriente» (una satanocracia contrapuesta a la teocracia medieval), no
sólo entonces las humanidades, sino también las ciencias de la naturaleza, como
nosotros las conocemos, desaparecerán y nada quedará excepto lo que esté
sometido a los dictados de lo infrahumano. Pero ni aun entonces perecerá el
humanismo. Fácil es encadenar y torturar a Prometeo, pero el fuego que su
antorcha ha encendido nunca se extinguirá.
Una sutil diferencia existe en latín entre scientia y eruditio y en inglés
entre knowledge y learning. Scentia y knowledge, que denotan más bien una
posesión mental que un proceso del mismo tipo, pueden identificarse con las
ciencias naturales; eruditio y learning, que más bien señalan un proceso que una
posesión, con las humanidades. La meta ideal de la ciencia parece ser algo así
como la competencia; la de las humanidades, algo parecido a la sabiduría.
Escribió Marsilio Ficino al hijo de Poggio Bracciolini: < La historia es
necesaria, no sólo para hacer agradable la vida, sino también para conferir a
ésta un significado moral. Lo que es en sí mortal, a través de la historia
conquista la inmortalidad; lo que se halla ausente deviene presente; lo viejo se
96
. Para las humanidades no es un ideal romántico, sino una necesidad metodológica el “ revivir “
el pasado. ¿ Cómo pueden expresar el hecho de que los testimonios A, B y C se hallan
relacionado entre sí? Sólo bajo la condición de demostrar que aquél al que se debe el testimonio A
debió conocer los testimonios B y C ( o testimonios relacionados con idéntico tipo ), o que debió de
conocer un testimonio X , que a su vez fue la fuente de B y C, o que debió de conocer B, mientras
que el autor de B , debió de conocer C., etc. Les es tan indispensable a las disciplinas
humanísticas pensar y expresarse en términos de “ influencias “ , de “ líneas de evolución “, etc.,
como para las ciencias naturales el expresarse en términos de ecuaciones matemáticas.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
97
Marsilio Ficino, carta a Giacomo Bracciolini (Marcilii Ficini Opera omnia, Leyden , 1676, I. Pag.
658 ): “ res ipsa ( scilicet, historia ) est ad vitam non modo oblectandam verumtamen moribus
instituendam summopere necessaria. Si quiedem pèr se mortalia sunt, immortalietatem ab historia
consequuntur, quae absentia, per eam praesentia fiunt, vetera iuvenescunt, iuvenes cito
maturitatem senis adaequant. Acsisenex septuaginta annorum ob ipsarum rerum experientiam
prudens habetur, quanto prudentior, qui annorum mille et truim milium implet aetatem ! Tot vero
annorum milia vixisse quisque videtur quotannorum acta didicit ab historia .”
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 36
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
Hoy en día, los historiadores del arte han tenido que ceder a otros grupos
profesionales su en otro tiempo privilegiada posición en la vida cultural de su
país. En el historiador del arte ya no se ve a aquella persona que puede
solucionar los problemas de nuestro tiempo o articular las visiones de un sistema
de valores culturales. El que una vez fuera amplio inbito de lo cultural, ha ido
disminuyendo en las sociedades modernas hasta tener un significado periférico y
ya no vital. Si al historiador del arte aún se le ve y considera, en general, en el
papel del esteta, que está al margen de los problemas actuales, o, aún más
exactamente, en el del falso esteta o pedante, como Friedrich Nietzsche los
caracterizó tan brillantemente, se está haciendo un mal uso de la Estética como
coartada. En cambio, las palabras de Wilhelm von Humboldt de principios del
siglo XIX siguen manteniendo su vigencia: <Nunca se repetirá lo suficiente que
el placer estético es absolutamente imprescindible para una nación, si quiere
aspirar a cualquier cosa de orden superior > Y Franz Kugler, en su calidad de
jefe del Negociado de Asuntos Artísticos de Prusia, consideraba que su labor
consistía en, examinar detenidamente las relaciones del arte, su posición
respecto a la vida y en la vida, lo que el artista exige al mundo y lo que el mundo
exige al artista, y contribuir a la organización de estas relaciones.
En comparación con los cambios políticos y sociales del siglo XIX y principios del
XX, que, directa o indirectamente, habían sido iniciados, en parte, por
historiadores del arte, las repercusiones del historiador del arte actual en la
sociedad son insignificantes. Las revoluciones tecnológicas las han realizado
científicos, técnicos e inventores y los más recientes cambios sociales,
promotores políticos y económicos. Winckelmann influyó en su tiempo, porque
no se limitó a cuestiones estéticas, sino porque incluyó en sus análisis el
feudalismo de la sociedad barroca, los fundamentos políticos de la democracia
griega y muchas otras cosas, es decir, porque estaba en condiciones de unir el
Arte y la Historia del Arte con los sentimientos vivos de la sociedad. Era el
mismo caso de Goethe, Ruskin, Btirckhardt y Warburg, pero parece que, en la
segunda mitad del siglo, ha perdido su importancia.
Naturalmente, contra estos argumentos se puede argüir que, a partir del siglo
han sido decisivas otras actividades, que no pueden compararse a las categorías
culturales de los siglos XVIII y XIX. Pero resulta definitiva la constatación de que
los cambios políticos y sociales se han acelerado en una medida sin igual en la
Historia del Arte y que esta ciencia no ha sabido responder a estas importantes
transformaciones con una remodelación estructural. Como sucedía antes,
también en nuestra época sigue siendo válido el que las cuestiones de
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 39
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
supervivencia económica y del poder político son sólo partes de una más amplia
estrategia de supervivencia cultural.
Una de las razones del ahondamiento de esta estrategia cultural de
supervivencia es la falta de capacidad del historiador del arte para comprender la
importancia del arte contemporáneo e integrarlo en el contexto de la evolución
artística. Como en todos los tiempos, también hoy son los artistas, que articulan
con sus trabajos lo que une a nuestra época con el pasado, así como las nuevas
posibilidades que se han ido añadiendo, quienes pueden conciliar al hombre con
su nuevo entorno 5. Los historiadores del arte están hoy tan concentrados en el
arte del pasado, al que también pertenece el arte actual, que quedan relegados
al olvido importantes vínculos entre el pasado y el nuevo entorno. No hay
ninguna duda de que los artistas contemporáneos aspiran a alcanzar nuevas
metas, a las que los historiadores del arte no prestan la debida atención.
No obstante, en nuestro tiempo hay esfuerzos que intentan superar estas
contradicciones entre producción y reflexión artística. Cuanto más, cuando los
artistas también estudian hoy Historia del Arte, y no es raro que los historiadores
del arte trabajen como artistas. Con vínculos de este tipo se podría crear una
nueva base, a partir de la cual volver a constituir como ciencia la Historia del Arte
vigente. Nuestra época es pluridimensional y el hecho de que el arte popular, el
arte para la élite, el arte aplicado o la gran cantidad de nuevos medios, que han
surgido en nuestro tiempo, no se puedan continuar considerando por separado,
exige un cambio de actitud frente al Arte. A unas barreras, como las existentes
entre distintos campos de investigación o entre distintas disciplinas, le
corresponden otras en lo tocante al examen. La libertad, que resulta de un
cuestionamiento de estos límites, se puede comparar a un caos fructífero y
necesario, que, como la creciente superación de la historia de los estilos aún
dominante, es indicio de un nuevo desarrollo 6.
Así como la, antigua, Historia del Arte consideraba compatibles elementos del
pasado como fuerzas que se constituían nuevamente, la nueva Historia del Arte
también debe entenderse como una energía múltiple, que confronta de forma
fructífera nuestra generación con una tradición, que ha sido sometida a revisión.
Si siempre se debe continuar una tradición, también la totalidad de la tradición
existente, la suma del saber sobre el arte del pasado, se debe considerar,
examinar y constituir en otro nivel desde un punto de vista nuevo y crítico.
Desde Leopold von Ranke hasta los resultados de Jacques Derrida se ha
mantenido vivo el principio, que el primero formuló a principios del siglo XX en su
diario: La historia se reescribe constantemente... Para Conrad Fiedler, los
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La conservación de monumentos.
Hermann Bauer
“Monument” es más preciso que la palabra alemana “Denkmal”. Pero sobre todo,
“Pflege” (“conservación”) de monumentos denotas inadecuadamente, lo que, de
hecho, se pretende decir:la preservación de aquellos objetos del pasado que
merezcan serlo. La cuestión sobre la que tratará la “conservación de
monumentos” es (relacionada con aquella sobre el sentido de los museos): ¿Por
qué y cómo deben ser protegidas las “obras de arte” del pasado?”.
Cuando Rafael fue nombrado primer “conservador de monumentos” en
Roma, se trataba de preservar antigüedades, hasta entonces consideradas
precedentes y documentos de la antigua grandeza. A la vuelta del siglo XIX
surge, por primera vez, la percepción de “obras de arte” como monumentos. El
artículo de Goethe sobre la catedral de Estrasburgo98 es profético: se descubre
un monumento nacional, y un monumento así sólo sirve para ser conservado.
Schinkel, en 1813, apela al Rey de Prusia: el descubrimiento y conservación de
los monumentos antiguos es deber del Estado. En 1835 se organiza por el
estado la conservacón de monumentos artísticos en baviera; en 1843, en Prusia,
se nombra un conservador; en Sajonia, en 1894, se crea una comisión para el
mantenimiento de lso monumentos artísticos; la legislación sobre protección de
monumentos se realiza en los estados alemanes, esencialmente a partir de1900.
En Austria se crea la “Comisión central para el descubrimiento y protección de
los monumentos arquitectónicos”, en 1853. desde 1882, en Inglaterra se
protegen también, por ley, las obras de Arte privadas, al igual que en Italia desde
1902, mientras que en Francia, ya desde 1887, el Ministerio de Cultura, a través
de una “Comission des monuments historiques”, podía supervisar laintegrdiad de
los edificios antiguos99.
Cuando el Papa manda proteger las antigüedades en Roma, es por que
deben ser conservados los monumentos del pasado y de la antigua grandeza
que sirvan de precedente y legitimación. Cuando más tarde, en el Romanticismo,
los “monumentos” son sólo protegidos legalmente, sino “reconstruidos”, entra en
juego el concepto de “monumento nacional”. La serie de anteriores
restauraciones lo pone en claro. En 1817 se comienza a reconstruir el
Marienburg; en 1831, la catedral de Bamberg; en 1842, la catedral de Colonia.
La Teoría del Arte romántico-nacional llevó adelante la historia, en tanto
98
J.W. GOETHE, “Von deutscher Baukunst”, en : Goethes Werke, edit. bajos los auspicios de la
Gran Duquesa Sophie von Sachsen, Weimar, 1887-1919, l Parte, t. 37, páginas 137-151:
“Herstellung des Strassbürger Münster”, ibid., t. 49, pp. 168-175; cfr. U. KULTERMANN,
Geschichte der Kunstgeschichte. Der Weg einer Wissenschaft, Viena- Düsseldorf, 1966, pp. 128 y
ss.
99
Para la historia de la restauración de monumentos, véase A. GEBESSLER, “Die Denkmalpflege”,
en : Das Münster, 28, Munich, 1975, pp. 1 y ss.
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100
A. RIEGL, “Der moderne Denkmalkultus, sein Wesen, seine Entstehung (1903) ”, en : A. RIEGL
Gesammelte Aufsätze, de. de K. M. Swoboda, Ausburgo-Viena, 1929, páginas 144-193.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
101
Ibid., p. 170.
102
Ibid., p. 186.
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103
M. DVORÁK, Katechismus der Denkmalpflege, Viena, 1916, pp. 221 y ss.
104
A. GEBESSLER, “Die Denkmalpflege”, op. cit., pp. 6 y ss.
105
Ibid., pp. 4 y ss.; ID., “Von umgehen mit der Ganzheit”, en: 26. Bericht des Bayerischen
Landesamten fur Denkmalpflege 1967, Munich, 1968, pp. 196 y ss.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
Françoise Choay
106
Ibid., pp. 196 y ss.
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Monumentos históricos.
Récords de público.
La emoción de la memoria.
Arte y escritura.
El hechizo rememorativo.
años, puedan hacerse las más bellas postales de París en este sitio» (Le Quotidien
de Paris, 11 de septiembre de 1982).
La voluntad artística.
Ignacio Henares
del eclecticismo como nueva categoría del gusto, aplicable tanto a la percepción
de la antigüedad como a su conservación. El propósito reformador es patente a
lo largo del texto, que continúa:
«Se ha dicho además, y con igual razón, porque no se hacía otra cosa que
reproducir una verdad ya consignada anteriormente, que cada mudanza, ora sea
en los elementos que constituyen las pasadas sociedades, ora en sus enlaces y
puntos de contacto, había dado origen a otra análoga en la arquitectura... Y
ciertamente; todo proyecto completo de organización social tiene que determinar
de la manera más exacta, las relaciones que unen los distintos elementos, así
como también el arreglo de la familia, en la cual aparecen los primeros vínculos
sociales, y después las relaciones de familia á familia, de distrito á distrito, y de
provincia á provincia: acabado este trabajo, se puede dar por hecho que se ha
redactado el programa de las diversas necesidades que ha de satisfacer la
arquitectura doméstica, y que se manifiestan en la familia, tal cual este proyecto
de organización social la había constituido; programa, que la arquitectura deberá
seguir en sus estudios, y que imprimirá un carácter especial á sus obras.»
El énfasis puesto en los valores de la arquitectura civil y doméstica se revela
como muy directo heredero del espíritu que va a presidir el Decreto de los
convencionales de 1794. La relación entre las construcciones y el estado social
de los pueblos no se ha desmentido jamás. Aquí se puede ver muy claramente
cómo el Romanticismo sintetiza los valores de racionalidad, que contienen una
gran preocupación de tipo social de la que deriva el programa exacto de lo que
debe contener el inventario de los monumentos españoles. Estos reformadores
románticos van a realizar nueve clasificaciones estilísticas, desde la España
romana y la España gótica, hasta las monarquías cristianas herederas
inmediatas de la gótica, los siglos XI y XII y los primeros años del XIII, además
de la España bajo la dominación de los árabes, la Baja Edad Media que empieza
con los últimos años del reinado de Fernando, la que comienza con los primeros
años del siglo XVI, la dinastía austríaca y finalmente la España bajo los reinados
de la Casa de Borbón.
Con la definición de estas nueve claves artísticas e ideológicas se establecerá
un programa muy completo, que implica una incuestionable modernidad histórica
y social: «En la clasificación que acaba de indicarse de los monumentos
arquitectónicos de España, deben estos figurar no solo examinados en su
conjunto, sino también en sus detalles: de tal manera, que nada puedan echar
de menos el arte, la filosofía y la historia». Proponen además calificar las cuatro
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La lámpara de la verdad
John Ruskin
1. Existe una semejanza marcada entre las virtudes del hombre y las luces
del globo en que habita, igual graduación de fuerzas hasta los confines de su
dominio, igual oposición de sus contrarios, igual crepúsculo en su punto de
contacto, zona algo más larga que la línea por la que se desliza el mundo por la
noche, penumbra extraña de las virtudes, sombría región de controversias en la
cual el celo se convierte en impaciencia, la templanza en austeridad, la justicia
en crueldad, en superstición la fe, y en donde todo se esfuma en las tinieblas.
4. Pudiera creerse también, y esta fue idea bastante extendida, que el arte de la
pintura no se propone otro fin que el de engañar, cuando por el contrario procura
representar los objetos con tanto claridad como puede ser posible. Por ejemplo,
deseo dar la idea de una montaña o de una roca, y comienzo por describir la
forma. Pero las palabras son insuficientes; dibujo entonces y digo: "Tal era su
forma". Después reproduciría gustoso el color, y como las palabras no
bastarían, pinto y digo: "Tal era su color". Este procedimiento continúa hasta
que la escena entera parece que existe. Puede originarse gran placer en esta
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Luego puede decirse, de una manera general, que la arquitectura será más
noble cuanto más evite todos estos procedimientos falsos. Entre éstos, sin
embargo, existen ciertas especies que, gracias a su uso frecuente o a otras
circunstancias, se han despojado de este carácter de falsedad, hasta el punto de
parecer admisibles. El dorado no es, por ejemplo, un engaño en arquitectura,
porque no lo toma nadie por oro. Pero en orfebrería sí lo es, porque puede
confundirse; debe ser condenado por esta razón. Surgen, pues, al aplicar las
reglas de lo verdadero, no pocas excepciones y no pocas sutilidades de
conciencia. Examinémoslas todo lo brevemente que podamos.
9. Tal vez la fuente más fecunda de este género de decadencia contra el cual
debemos prevenirnos en esta época nace bajo "una forma extraña", de la que no
es fácil determinar las leyes propias y los límites. Quiero hablar del uso del
hierro. La definición del arte de la arquitectura que dimos en el primer capítulo
es independiente de los materiales empleados; habiendo sido, por tanto,
practicada esta arte hasta comienzos del siglo XIX en arcilla, en piedra y en
madera, resulta que el sentido de la proporción y las leyes de la construcción
están basados, el uno por entero y el otro en gran parte, sobre las necesidades
nacidas para el empleo de estos materiales, y que el uso, en parte o en todo, de
una armazón metálica sería, por lo tanto, considerada como descartada de los
primeros principios del arte. De una manera abstracta no se concibe por qué el
hierro no se podría emplear tan bien como la madera, y está cercano el
momento en el cual se formule un nuevo código de leyes arquitectónicas,
adaptándose a la construcción metálica. Pero creo que la tendencia de nuestros
gustos actuales y de nuestros recuerdos es la de limitar la idea de la arquitectura
al trabajo no metálico, y no falta razón. Si la arquitectura es la primera de las
artes que se perfecciona, precederá siempre, como precedió en sus comienzos,
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10. Que se me conceda o no este punto, es absolutamente cierto que toda idea
relacionada con las proporciones, las dimensiones, la decoración o la
construcción, del modo que estarnos acostumbrados a obrar y juzgar, depende
de la presuposición de materiales idénticos; como me siento personalmente
incapaz de sustraerme a la influencia de estos prejuicios y supongo que les
acontecerá lo mismo a mis lectores, se me permitirá tal vez suponer que la
verdadera arquitectura no admite el hierro como material de construcción, y que
las obras, semejantes a la flecha central fundida de la catedral de Rouen o las
techumbres y pilares férreos de nuestras estaciones y de algunas iglesias, no
son obras arquitectónicas en el sentido artístico de la palabra. Por esto es
natural que los metales puedan y deban entrar alguna vez en una cierta medida
en la construcción, como sucede con los clavos en las construcciones de madera
y el incrustado y las soldaduras en la arquitectura de piedra. No podemos negar
al arquitecto gótico el derecho de sostener estatuas, pináculos y ornamentos con
la ayuda de barras de hierro. Si concedemos este derecho, no podemos menos
que permitir a Brunelleschi su cadena de hierro alrededor de la cúpula de
Florencia o a los arquitectos de Salisbury sus ligaduras de hierro labrado en la
torre central. Si no queremos, por tanto, caer en el viejo sofisma de los granos y
el montón de trigo nos es necesario encontrar una regla que nos consienta
detenernos en alguna parte. La regla es que los metales se pueden emplear
como cemento o argamasa y no como sostén. Los otros cementos son a
menudo tan resistentes, que se podría más fácilmente romper las piedras que
separarlas, y sin perder por esto su carácter de arquitectura el muro se convierte
en una masa sólida: no se explica, desde luego, por qué cuando una nación ha
adquirido el conocimiento y la práctica del hierro, no le utiliza en tallos o cuñas
en lugar del cemento para dar la misma o mayor fuerza de adherencia sin que se
separe en lo más mínimo de los tipos y del modelo de arquitectura hasta
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
11. Ahora bien, este límite así trazado es un límite supremo y es conveniente en
todas las cosas no aproximarse sino con moderación al extremo límite de lo
legítimo. Si el empleo del hierro (que no pasando de cierto límite no destruye la
naturaleza de la escultura), se prodiga y se renueva, llegará hasta la
degradación de la obra, del mismo modo (y esto es nuestro punto principal) que
a su probidad. El espectador no conoce nada de la cantidad ni de la fuerza del
cemento empleado, pero concibe generalmente las piedras del edificio como
separables; su aprecio de la habilidad del arquitecto se basará, pues, en gran
parte, sobre la concepción de esta condición y en las dificultades que de ella
dependan. Se es desde luego más sincero. Y el estilo de la arquitectura gana
en vigor y en ciencia usando sólo la piedra y la argamasa para conseguir el
mejor resultado posible con la fuerza de la una y la resistencia de la otra, y a
veces conviene sacrificar una gracia o confesar una debilidad mejor que atender
a la una y disimular a la otra por medios rayanos en la falta de probidad.
Sin embargo, cuando en ciertas partes del edificio muy bellas y perfectas, y tan
delicadas y ligeras como se pudieran desear, su construcción y seguridad están
de cierta manera subordinadas al empleo del hierro, no lo condenamos con tal
de que se haga con él todo lo que pudiera hacerse con una buena argamasa y
una buena albañilería, y con tal que la confianza en la ayuda del hierro no
entrafle ninguna negligencia en el trabajo. Sucede con esta autorización como
con la del uso del alcohol: el hombre lo puede usar en caso de enfermedad, mas
no para alimentarse.
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
huesos hubiera sido hecha de diamante, serían éstos tan ágiles como la
langosta y otros animales habrían sido creados tal vez más colosales que los
que pueblan el globo. En otros mundos nosotros podemos quizá imaginar
creaciones semejantes: una creación distinta para cada elemento, y los
elementos son infinitos. Mas aquí Dios ha ordenado que la arquitectura animal
fuese marmórea, no silícea ni diamantino: todos los medios son buenos para
llegar al último grado de fuerza y de elevación dentro de los límites de esta
limitación tan grande. La mandíbula del ictiosaurio está hecha de piezas
remachadas; la pierna del megaterio tiene un pie de espesor, la cabeza del
miodonte está dotada de un doble cráneo; nosotros, en nuestra sabiduría, no
habríamos dado al reptil una mandíbula de acero y al miodonte una cabeza de
fundición, olvidando el ran rinci io e testimonia toda creación de que el orden y el
sistema son cosas más nobles e importantes que la fuerza. Pero Dios nos
muestra en El, por extraño que esto pueda parecer, no sólo la perfección de la
autoridad, sino lo perfecto de la obediencia - obediencia a sus propias leyes -: en
los movimientos pesados de las más enormes de sus criaturas, recordarnos por
su esencia divina misma este atributo de la perpendicularidad de la criatura
humana "que blasfema contra su propio sufrimiento y no cambia".
15. Por tanto, la pintura, reconocida como tal, no debe ser falsa. Que sea sobre
madera, sobre piedra o, como parece lo más natural, sobre yeso, importa poco.
Cualquiera que sea el material, la pintura le hará más precioso. No se podrá
sostener que nos engaña ocultando la materia que recubre y de la que no da
ninguna idea. Cubrir el ladrillo de yeso y éste de frescos es perfectamente lícito.
Es un género de decorado tan deseable, que aparece constantemente en las
grandes épocas. Se ven en Verona y Venecia, privadas hoy día de más de la
mitad de su antiguo esplendor, que provino más de sus frescos que de sus
mármoles. El yeso en este caso debe considerarse corno la preparación con
que se recubren los paños de pared o las telas. Pero cubrir los ladrillos de
cemento y dividir este cemento por las junturas para imitar la piedra, es mentir.
Este procedimiento es tan bajo como noble el primero.
Si es lícito pintar, ¿será lícito pintarlo todo? En tanto que la pintura se manifiesta
como tal pintura, sin duda alguna; pero si esta convicción se pierde y se quiere
suponer real la cosa pintada, no. Veamos algunos ejemplos. En el camposanto
de Pisa, cada fresco está encuadrado de un adorno compuesto de motivos de
color en plano de una gran elegancia. Ninguna de sus partes ofrece el esfuerzo
del relieve.
La realidad de una superficie plana así manifestada, y las figuras, aunque de
tamaño natural, no engañan, y el artista está en libertad de dar vuelo a todo su
poder y llevarnos a través de los campos, de los plantíos y de las profundidades
de un agradable paisaje o bien de encantarnos con la dulce luz de un cielo
secundarias. Y tal vez lo sean para la religión (si bien hay muchos a quienes,
como a mí, estos objetos les son un verdadero obstáculo para el reposo del
espíritu y del alma, reposo que debe preceder a las prácticas de la devoción),
pero no así para la firmeza general de nuestro juicio y de nuestros sentimientos.
Mirarnos seguramente, no ya con tolerancia, sino con cariño, las formas de
cosas materiales que acostumbramos a asociar a nuestro culto, pero estaríamos
preparados para descubrir o reprender la hipocresía, la bajeza y el disfraz en
otros géneros de decorado, si consintiésemos desfigurar de manera tan
inconveniente los objetos que pertenecen al más solemne de todos los cultos.
17. La pintura, sin embargo, no es lo único con que pueden disimularse, o mejor
aún, simularse los materiales; como hemos visto, el ocultarlos no es una mala
acción. El blanqueo por la cal, por ejemplo, que puede con frecuencia
rechazarse (no siempre) como un medio de disimulo, no puede ser combatido
como una falsedad, puesto que se presenta como lo que es, y no intenta el
blanqueador afirmar nada sobre el material que oculta. El dorado, a
consecuencia de su frecuente empleo, ha llegado también a ser inocente y se le
toma por lo que es: un velo y nada más. Es, en cierto modo, permitido. No digo
que sea bueno- es uno de los procedimientos de magnificencia de los que más
se ha abusado, y dudo que, de cualquier modo que lo usemos, pueda
contrarrestar (por ser tan frecuente su vista y la suposición de su falsedad) la
pérdida de placer experimentada en la contemplación de todo objeto de
verdadero oro: creo que el oro ha sido destinado a no ser visto sino rara vez y a
ser admirado como una cosa preciosa, y desearía a veces que todo lo que brilla
fuese oro o que no brillase lo que no lo fuera. La misma Naturaleza no se libra
de estas similitudes, pero ella ha recurrido para estos efectos a la luz yo, por mi
parte, profeso un cariño muy grande al arte piadoso de otros tiempos para
separarme de sus fondos deslumbrantes y de sus radiantes nimbos. Sólo debe
usarse con respeto para expresar la magnificencia o la santidad, no por vanidad
pródiga o para la pintura de insignias. No es éste el momento de tratar de su
utilidad ni de su color. Aquí investigamos tan sólo lo que es lícito, no lo que es
de desear. En cuanto a otros disfraces de la superficie, tales corno el polvo de
lapislázuli o la imitación de mosaico en piedras de color, no hay apenas
necesidad de hablar. El rinci io se a licará i almente a todos: toda simulación es
mala. Está además prohibido por la excesiva fealdad y la apariencia insuficiente
de estos procedimientos, como lo ha probado recientemente ese estilo
renovador que ha desfigurado la mitad de las casas de Venecia con sus ladrillos
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
18. Es un hecho bien conocido que lo que se toma como iglesias de mármol, no
es en casi ninguna ocasión más que una obra de incrustación de rnármoles
sobre muros de ladrillo tosco, construidas para este objeto con ciertos resaltos:
estos bloques, que parecen macizos, sólo son placas.
En este caso, la cuestión de la honradez está colocada en el mismo terreno que
en el dorado. Si aparece netamente como un revestimiento de mármol y no
simula ni tiene una pared de mármol, no hay mal en ello; y como nada hay tan
evidente como esto, cuando se emplean piedras de gran precio, tales como el
jaspe o la ofita (que se convertirían no ya en un cúrni.ilo de gastos extravagantes
y vanos, sino a veces en imposibilidad absoluta de encontrar cantidades
suficientes para poder construir), ningún recurso puede suponerse fuera del
plaqueado.
No se puede asimismo alegar nada contra él por su duración; la experiencia ha
probado que dura en perfecto estado de conservación tanto como cualquier otro
género de decorado. Se la puede considerar como un arte de mosaico en
grande escala sobre un fondo de ladrillo o de otra materia. Cuando se pueden
encontrar buenas piedras, es un procedimiento que se debería cultivar a fondo y
practicar con frecuencia. A pesar de esto, así como estimamos más el fuste de
una columna cuando éste es de un solo bloque y no rechazamos la pérdida de la
materia o de valor en los objetos de oro, de plata, de ágata o de marfil macizos,
creo que las paredes serían vistas con un gozo más legítimo si se las pudiera
construir enteramente de una materia tan noble. Si pesamos concienzudamente
las exigencias de los dos principios de los cuales hemos hablado hasta aquí - el
sacrificio y la verdad -, más valdría a veces reducir el decorado exterior que
disminuir el valor y la estabilidad ocultas de lo que hacemos. Creo que el día
que viésemos la verdad en estas materias, se conseguiría un dibujo mejor y un
decorado menos ostentoso quizás, aunque más estudiado y bien hecho.
Recordemos, en efecto, respecto a los puntos que hemos examinado, que al
trazar los límites de la ciencia no hemos tenido en cuenta los de esa rectitud
elevada que rechaza la licencia. Así ocurre que no hay falsedad y sí, por el
contrario, belleza en el empleo del color exterior, siendo lícito diseñar ya
pinturas, ya motivos de ellas, sobre toda superficie que parezca reclamar un
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 88
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
19. La última forma de la falsedad que nos proponíamos censurar era, como se
recordará, la sustitución del trabajo manual por el de molde o de máquina, o a la
que de un modo general calificaremos de mentira de producción.
Dos razones de igual importancia militan contra esta práctica: la primera, que
todo trabajo a molde o a máquina es malo como trabajo; la segunda, que es
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innoble. Hablaré primero de su mala calidad, que no es una razón suficiente por
sí sola para no emplearle si no hubiera otra. Pero su falsedad, monstruosa a mi
parecer, es susceptible de determinar el que sea rechazado de una manera
absoluta y sin la menor reserva.
El decorado, como he hecho notar con frecuencia, tiene dos orígenes o fuentes
de atracción perfectamente distintas: la una, la belleza abstracta de sus formas,
que nosotros supondremos por un momento idénticas, ya sean debidas al
trabajo manual, ya al mecánico; la otra, el sentimiento del trabajo humano y del
gasto de esfuerzo. Podemos tal vez darnos cuenta de la real grandeza de esta
última influencia, considerando que no hay en ninguna hendidura de cualquier
ruina un ramito de hierbas que no tenga una belleza bajo todos sus aspectos
casi igual, y en algunos otros inconmensurablemente superior a la de la
escultura más labrada y acabada de sus piedras -, que todo nuestro interés por
esta escultura y toda nuestra emoción ante su riqueza es diez veces inferior a la
mata de hierba cercana; que nuestro sentimiento de su delicadeza, mil veces
menos delicado; que nuestro sentimiento de sus atractivos, un millón de veces
menos admirables ... hasta que nos llega a resultar la obra del hombre pobre,
torpe y trabajosa. Su verdadero encanto depende de que podamos descubrir en
ella un testimonio de ideas, de intenciones, de pruebas y osadías, de conquistas
y de gozosos triunfos. Una mirada experta podrá leer en ella todo esto, y
suponiendo que esto sea obscuro, lo adivinará o supondrá.
En ello reside el valor de la cosa, corno en ello reside el valor de todo lo que
calificarnos de precioso. El precio de un diamante nace de la concepción del
tiempo consagrado a su descubrimiento antes de ser tallado. Esto tiene un valor
intrínseco del cual carece el diamante, cuya belleza real no es mayor, bien
mirada, que la de un vidrio. Así, pues, valiéndonos de esta comparación, y aun
suponiendo que el adorno debido al trabajo manual no se distinguiera del debido
al mecánico lo que un diamante auténtico de otro químico, y que el uno pudiera
por un momento burlar la mirada del constructor, corno el otro el examen de un
joyero, y que sólo un estudio atento pudiera diferenciarles, a pesar de todo, y así
como una mujer elegante desdeñaría llevar alhajas falsas, un arquitecto que se
respete desdeñaría estos falsos adornos. Su empleo es una mentira tan
solapada e inexcusable como cualquier otra; es servirse de objetos que
pretenden un valor que no tienen; que pretenden haber costado y ser lo que no
han costado ni son. Es, pues, una impostura, una prueba de mal gusto, una
inconveniencia y un delito. Arrojadlas, rompedlas, dejad antes vacíos su sitio
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 90
Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
sobre la pared. Nadie tiene necesidad de adornos en este mundo- pero a todos
nos es necesaria la integridad. Todas las bellas invenciones que se imaginaron
no valen una iiientira. Dejad vuestras paredes tan lisas y desnudas como una
tabla o construídlas de barro cocido y de paja picada, pero no las enyeséis con
mentiras.
Tal es, pues, nuestra ley general. La considero más imperativa que todas las
que he prohibido. Considero estos actos de falsedad los más viles y superfluos;
la ornamentación es cosa accesoria y completamente indigna si es falsa. Sin
embargo, a pesar de nuestra ley, hay algunas excepciones relativas a ciertas
substancias particulares y a su empleo.
20. Una de ellas está en el empleo del ladrillo. Puesto que se sabe desde el
principio que ha sido moldeado, no hay razón para que no se moldee de
diferentes formas. Nadie habrá de suponer que hubieron de ser tallados y no
engañará por consecuencia para que se le conceda el crédito que no merece.
En los países llanos, lejos de toda cantera de piedra, se puede, legítima y
felizmente, aprovechar el ladrillo para la ornamentación, y aun para una
ornamentación trabajada y delicada. Las molduras en ladrillo del palacio Pepoli,
en Bolonia, y las de alrededor del mercado de Vercelli, figuran entre las más
ricas de Italia. Veamos asimismo los trabajos en teja y en porcelana. Los
primeros han sido empleados, aunque de un modo grotesco, con éxito en la
arquitectura doméstica de Francia, en donde se insertan tejas de color en
losanges que forman el cruce de las maderas de la viguería; los Della Robbia se
han servido admirablemente de las segundas en Toscana para bajorrelieves
exteriores. En cuanto a estas últimas, en rechazando a veces la mala
distribución de colores inútiles, no podemos de ningún modo condenar su
empleo, toda vez que, cualesquiera que sean sus defectos, poseen la ventaja de
su duración y la circunstancia de exigir más habilidad para manejarlos de la que
se requiere en el mármol. No es, en efecto, la materia, sino la ausencia de
trabajo humano lo que quita a la obra todo su valor. Un trozo de tierra cocida o
de yeso de París trabajado por la mano del hombre, vale todos los bloques de
Carrara tallados a máquina. Es posible y hasta frecuente que los hombres
degeneren en máquinas hasta el punto de que la labor humana presente todos
los caracteres de un trabajo mecánico. Ya hablaré de la diferencia que debe
establecerse entre el trabajo manual vivo y muerto. No exijo por el momento lo
que nos es lícito asegurar: toda piedra, desde el momento que nosotros la
suponemos esculpida por la mano del hombre, no la debemos esculpir a
Magister en Arte mención Patrimonio > Semestre Otoño 2010 91
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21. Necesito referirme a la exposición que el profesor Willis nos hace del origen
del rosetón en el capítulo VI de su Arquitectura en la Edad Media. Desde su
publicación, estoy sorprendido de oír hablar de tentativas hechas para resucitar
la inadmisible y absurda teoría de su origen imitativo de las formas vegetales; y
digo inadmisible, porque el menor conocimiento sobre la arquitectura gótica
primaria enseñaría a los partidarios de esta teoría el hecho sencillo de que la
imitación de estas formas orgánicas disminuye a medida que la obra es más
antigua hasta llegar a los primeros modelos, en los cuales no existe. No hay
sombra alguna de duda, para quien esté familiarizado con una serie de ejemplos
seguidos, de que el rosetón tiene su origen en el alargamiento gradual al vaciar
un escudo de piedra, que habitualmente sostenido por el pilar central, ocupaba la
parte alta de las primeras ventanas. El profesor Willis limita quizá sus
observaciones de una manera un poco absoluta a la doble subarcatura. Pero en
la iglesia de los Eremitani, en Padua, hay un interesante ejemplo de estos
vaciados en un alto escudo simplemente adornado de trébol; mas la forma
frecuente y típica es la de la doble subarcatura, decorada con calados diversos
en el espacio que la separa del arco superior o con un simple trébol sobre el arco
redondeado en la Abbaye-aux-Hommes, de en o con uno de cuatro hojas muy
lindamente proporcionadas en el triforium de En y el coro de Lisieux; o de cuatro,
seis y siete como en las torres del crucero de Rouen, o con un trébol
sobrepuesto toscamente con otro de cuatro hojas en Coutances o por encima
una multitud de los mismos dibujos puntiagudos y redondeados, produciendo
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Antología Documental > Teorías de la Historia del Arte
22. Se nota que, durante esta evolución, todo el interés depende de los calados
y de sus formas, es decir, de sus luces vistas desde el interior y no de los
espacios de piedra intermediarios. Toda la gracia de la ventana reside en el
contorno de estos huecos. Estos rosetones, vistos desde el interior, aparecen
como estrellas distantes entre sí, y que luego se aproximan y engrandecen hasta
que nos dominan, ocupando todo el espacio con su luz. En esta imagen de la
estrella tenemos el origen de la forma grande, pura y perfecta del rosetón gótico
francés. En el momento en que la rudeza de los espacios intermediarios fue, por
último, conquistada, la claridad se extiende hasta su plenitud, sin perder su
unidad radiante, su potencia y su primera razón visible de conjunto, como
rosetón y decorado a la vez. Un ejemplo encantador puede verse en los
arbotantes de la puerta septentrional de la catedral de Rouen. He dado una
muestra exquisita.
Para que el lector pueda comprender toda la verdadera belleza de esta obra
gótica y cómo se une a la fantasía y a las reglas, convendrá que examine al
detalle las secciones de molduras (descriptas en el capítulo IV, página 168) y
vea e ese dibujo pertenece a un período en el cual se efectúa en el espíritu de la
arquitectura gótica el cambio más importante que ha tenido lugar jamás en la
evolución natural
de un arte.
Su rosetón marca una línea entre el abandono de un gran principio dominante y
la adopción de otro- detención tan notable, tan clara y tan visible en el transcurso
de los siglos, que aparece a los ojos del viajero como la alta y lejana cresta de
una cadena de montañas que ha cruzado. Esta fue la gran vertiente del arte
gótico. Antes de esto todo había sido ascensión, después todo descenso, y
ambos, a decir verdad, por caminos abruptos y pendientes variadas -, ambos
interrumpidos, como los desfiladeros de los Alpes, por grandes trozos de
montañas, masas aisladas o ramas de la meseta central y por extensos valles.
Tras la línea continua de los pasos humanos se puede seguir hasta la cima
gloriosa. . . "Como una zona de plata, brilla a lo lejos con abandono, atrayendo
las miradas sobre más de un círculo destrozado, sobre más de un borde o de un
trozo que paulatinamente se arruina. Y tanto por encima como por debajo
aparece. . mientras ella asciende como si fuera nueva". En este punto, en el
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momento en que se está lo más próximo al cielo, los arquitectos arrojarán por
última vez una mirada hacia atrás sobre el camino recorrido, y lo abandonarán,
dejando su luz matinal por un horizonte nuevo, vitalizados algún tiempo aún por
el sol de occidente, pero sumergiéndose a cada paso en una sombra cada vez
más fría y más triste.
24. El lector habrá notado que hasta la postrer expansión de los vaciados se
consideraba a la construcción rígida e inflexible, como lo es en realidad. Lo fue
del mismo modo durante la época de que he hablado, cuando el rosetón era aún
severo y puro, delicado a no dudarlo, pero perfectamente sólido.
Al terminar el período de detención, el primer indicio de cambio serio fue como
una dulce brisa que pasó a través del rosetón afiligranado, haciéndole
estremecer. Esta brisa ondula como el hilo de una tela de araña movido por el
viento; pierde su esencia como estructura de piedra; reducida a la tensión del
hilo, se la empieza a considerar como dueña de su flexibilidad. El arquitecto se
muestra complacido de este nuevo capricho e investiga el modo de realizarlo. Al
cabo de algún tiempo, las barras del rosetón se destacan a la vista como si
estuvieran entrelazadas igual que las mallas de una red. Era éste un cambio
que sacrificaba una gran parte de la verdad- sacrificaba la expresión de las
cualidades de la materia, y por deliciosos que fuesen los resultados en sus
primeras manifestaciones, al final se tornan perjudiciales.
Notemos la diferencia entre la suposición de ductilidad y la de la estructura
elástica antes señalada, comparándola con la de semejanzas a la forma del
árbol. Este parecido no fue buscado, sino necesario y fatal; resultaba de las
condiciones naturales de fuerza en el soporte o tronco y de esbeltez en los
nervios o ramas, mientras que otras condiciones de semejanza sugeridas eran
también perfectamente verdaderas. Una rama de árbol, aunque fuerte en un
cierto sentido, no es dúctil; es tal firme en su forma corno un nervio de piedra: las
dos serán flexibles en ciertos límites, pero en sobrepasándoles se romperán las
dos, mientras que el tronco del árbol no se plegará más que el pilar de piedra.
Pero cuando se supone en el rosetón la tenuidad del cordón de seda- cuando se
niega a la materia toda su fragilidad y su peso; cuando todo el arte del arquitecto
se empeña en negar los atributos de la materia y las primeras condiciones
necesarias a su trabajo, el engaño aparece, y premeditado, librándose de la
acusación de mentira positiva, únicamente por la visibilidad de la superficie de
piedra y revocando todas las rosáceas que afecta en la medida exacta de su
presencia.
27. La misma torpeza con que los antiguos arquitectos afrontaron, a medida que
surgían, cada una de las dificultades que esto presentaba, indica su aversión por
el sistema, su repugnancia a detenerse ante semejante disposición. Es todavía
más inhábil la unión de los arcos superiores o inferiores del triforium de
Salisbury, que continúa en la sombra, siendo todas sus pinturas vaciadas,
molduras idénticamente trabajadas con una sencillez perfecta. Pero cuando la
atención de los constructores se fue deteniendo, como hemos visto, las líneas de
las molduras en lugar de depositarse en los espacios limitados, estas líneas
empezaron a guardar una existencia independiente dondequiera que se hallaban
y diferentes molduras se asociaron con trabajo para obtener alguna variedad en
las líneas de intersección. Ahora bien, debemos mostrarnos justos con los
arquitectos posteriores, en quienes se observa un sentimiento de proporciones
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más refinado que en el de los artífices primitivos. Se nota primero en las bases
de los pilares divididos o molduras de arco en las que las columnas más
pequeñas tenían en un principio sus bases formadas por la base continuada de
la columna central o de otras columnas más grandes con las que estaban
agrupadas. Mas luego se comprendió que la dimensión de la moldura, si bien
era buena para la base de una gran columna, no lo era para la base de una
pequeña, y cada columna tuvo su base independiente. Primero la de las más
pequeñas vino a terminar sobre la de las más grandes, y cuando se complicaron
las secciones verticales de la una y de la otra, se consideró a las bases de las
columnas más pequeñas como si existiesen en las más grandes, y el sitio de su
elevación se calculó con un escrúpulo y una precisión singulares. En una base
trabajada de columna dividida como las de la nave de Abbeville, se creería que
las columnas más pequeñas fueron todas terminadas primero hasta el suelo,
cada una con su base completa y complicada, y que después la base envolvente
del soporte central había sido cubierta por encima de arcilla, dejando salir por
algunas partes sus puntas y sus ángulos como aristas de cristales agudos. La
cantidad de virtuosismo técnico que representan algunos de estos trabajos es a
veces maravillosa; los cortes más sorprendentes, de tenuísimo espesor, están
allí calculados, así como las sutilísimas formas salientes, apenas perceptibles sin
ayuda del tacto. Es imposible encontrar un modelo de este género inteligible sin
algunos perfiles bien hechos.
28. Existe, sin embargo, en esta clase de desarrollo mucho que admirar y a la
vez que combatir. Las proporciones eran tan bellas como complicadas, y por
duras que fuesen las líneas de intersección, se oponían de manera exquisita al
dibujo en flor de las molduras interpuestas. Pero la fantasía no se detuvo aquí,
sino que ascendió de la base hasta el arco, y no encontrando allí suficiente
ocasión para manifestarse, sube los capiteles a las cabezas mismas de las
columnas cilíndricas (no podemos menos de admirar - aunque rechazándola- la
audacia de estos hombres que desafiaron la autoridad y la costumbre de todas
las naciones del globo por espacio de tres mil años) para dar a las molduras de
los arcos la apariencia de surgir del pilar lo mismo que la habían hecho perderse
en la base y no terminar en el ábaco del capitel ... hasta que, por último, no
encontrando suficientes direcciones naturales para tanta intersección como
deseaban, trazaban curvas por todos lados deteniendo y aun cortando las
extremidades cuando se excedían del punto de intersección. Este estilo fue
exagerado después en Suiza y en Alemania a consecuencia de la imitación en
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