Pensamiento y Lenguaje Vigotsky Lev
Pensamiento y Lenguaje Vigotsky Lev
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W. R. Daros*1
Introducción
1.- Es sabido que el vocablo educación remite a variados conceptos. Con frecuencia
se lo ha reducido a pedagogía, como si lo esencial de la educación consistiese en una con-
ducción del niño (paidós – agogué). Otras veces, se lo ha acotado a la fase nutricia de los
humanos (educare: alimentar).
* William Daros es Doctor en Filosofía por la UNR. Se ha graduado también en Italia y se ha desempeñado como
investigador principal del CONICET. Ha publicado números libros y artículo, principalmente, en el área de la
filosofía de la educación. E-mail: [email protected]
El autor agradece a la Universidad Adventista del Plata (UAP) la beca otorgada para el desarrollo de una investi-
gación en la que se incluye este artículo.
Más adecuado parece ser el vocablo educar (e-ducere), entendido como un sacar o
desarrollar las posibilidades que poseen las personas, un pasar de las posibilidades a la rea-
lización de lo que se puede llegar a ser. Entonces el proceso educativo toma el matiz de una
formación, de la adquisición (con inteligencia, esfuerzo y perseverancia, en medio de adver-
sidades) de una forma de ser. Y se trata de una forma de ser típicamente humana, integral e
integradora, porque en ella se requieren e incluyen tanto la afectividad (y la actividad física),
como la inteligencia (y las formas complejas de relacionar y relacionarse) y la libertad (que
no es solo elección; sino, además, implicación con los valores, con la voluntad perseverante
y responsabilidad para con lo elegido).
Las experiencias educativas suelen carecer, frecuentemente, de uno o varios de estos
aspectos: se generan, entonces, solo personas inteligentes, o afectuosas o autoritarias; perso-
nas disarmónicas en sí mismas y con los demás.
2.- Mas la educación no es un proceso biológico o natural, sino un logro que requie-
re arte. Ella expresa, etimológicamente, en abstracto, el proceso de adquisición y logro de
hábitos en las formas de ser, de hacer, de pensar, de sentir, de querer, etc.
A esta adquisición (adquisitio: aumento) la llamamos aprendizaje (ad-prehendere:
tomar hacia sí o para sí). La educación consiste, entonces, etimológicamente, en un proceso
de desarrollo mediante el aprendizaje o adquisición de hábitos para enfrentarnos con los
problemas de la vida en sus variados aspectos, los cuales la adjetivan (educación informal,
formal, intelectual, de la voluntad, estética, deportiva, lingüística, tecnológica, etc.). Fre-
cuentemente, lo que se aprende es puesto fuera de la persona, como una materia extraña; y
se olvida, de este modo, que el principal objeto a aprehender es la persona misma que pasa
de un estado de no-dominio-de-sí, a su adquisición de este dominio. Este ha sido el mensaje
filosófico que va desde la Grecia clásica a nuestros días.
3.- Ahora bien, lo que se puede aprehender tiene un doble objeto: a) los objetos que
nos rodean (materiales o verbales e intelectuales); b) y los objetos que son acciones del suje-
to, partes nuestras: posibilidades o potencialidades.
Los objetos, en efecto, decían los filósofos, especifican nuestros actos y éstos especi-
fican nuestras potencias. Lo visible o lo visto es objeto del acto de ver y de la potencia visiva
o vista; conocible o conocido es objeto del acto de conocer y de la potencia intelectiva o
inteligencia; lo apetecible o deseable es objeto para nuestro querer o potencia de la voluntad.
Sólo la acción libre -al ser por definición libre-, no sometida a objeto alguno previo, no tiene
objeto que la defina, sino que es el sujeto quien la dirige y se responsabiliza de lo que elige.
Los actos de nuestras potencias o potencialidades son actos propios de nuestra natu-
raleza, esto es, del bagaje con el cual nacemos. Éstos son actos de las personas a través de las
potencias que ellas tienen; pero el acto libre es el único acto directo de la persona.
El acto de conocer un objeto material presupone el acto de sentir y percibir un objeto.
Un acto de querer presupone un acto previo de conocimiento: no se quiere sin saber qué se
quiere. Se da pues una jerarquía natural en nuestras acciones. Incluso un acto libre presupone
objetos conocidos y queridos, pero no a tal punto que determinen la acción de la persona; los
objetos de los actos con los que queremos son una condición para elegirlos y realizarlos, pero
no son suficientes para determinar nuestra acción, pues en este caso dejarían de ser libres.
4.- Los objetos de nuestros actos son finalidades para ellos y son valiosos -valores-
para esos actos. Pero los actos, a su vez, no son actos en el vacío, sino actos de las potencias
de las personas; y las personas se califican, con los buenos actos, como buenas personas.
¿Mas cuáles actos son buenos y cuáles no? Un acto bueno es, según la ética teleoló-
gica, el que cumple con su fin, el que alcanza su finalidad. Mas el acto superior a todos los
demás, por estar en manos de las personas es el acto libre.
En este contexto, se advierte que la educación implica un largo proceso en el cual va-
mos desarrollándonos como seres humanos, y como persona humana. Esto se logra especial-
mente cuanto el sujeto humano adquiere el ejercicio de la libertad y responsabilidad en ese
ejercicio, en el contexto de un proyecto de vida, en el cual las acciones están jerarquizadas
por los valores. Por cierto que, en el hombre, siguen existiendo procesos biológicos y físicos,
y condiciones materiales e históricas; pero esos procesos no son típicamente humanos si los
hombres no pueden decidir sobre ellos.
La educación es un proceso hacia la libertad y la responsabilidad por el cual nos
aprehendemos como personas, haciéndonos cargo críticamente de nuestras acciones y, espe-
cialmente, de nuestras elecciones y de sus consecuencias, en un contexto social. La libertad
no es buena moralmente por el mero hecho de elegir -lo que generaría una libertad absoluta-;
sino que se requiere, para serlo, que lo que elija sea bueno para las personas.
Se da, entonces, también aquí una jerarquización en lo que aprendemos: no es tan
importante -aunque es frecuentemente necesario- aprender física, química, matemática, arte,
etc., como lo es aprender a manejarnos, a decidir y responder por nuestros actos libres. Con
los actos libres surge la moralidad personal. La persona se convierte en la sede viviente de los
derechos pero, también, de los deberes.
5.- La formación puede ser entendida como una materia que recibe forma y es
plasmada desde afuera; y esta es la concepción conductista y solamente sociológica de la
educación. Pero también puede ser pensada como la manera en la que cada persona, en el
ejercicio de sus posibilidades, se da, en la interacción social, una forma de ser (formación).
La persona humana se construye en la interacción, la cual a veces facilita, y otras entorpece,
la adquisición de una forma de ser acorde a los proyectos de las personas y comunidades.
La educación no es una cuestión de contenidos impuestos por la cultura; sino que la edu-
cación implica una forma de adquirir esa cultura que desarrolla, organiza y reorganiza (da forma
a) las posibilidades de ser, en particular, las posibilidades de sentir, convivir, conocer y decidir.
7.- El ser humano es, radicalmente, un ser afectivo (viviente, afectado por su entor-
no); pero el logro de una personalidad con autodeterminación moral será la forma perfec-
cionada de organización de sí, la culminación del proceso de “adueñarse de sí mismo en la
mayor responsabilidad”, en un contexto social.
El fin principal de la educación consiste en dar forma a la afectividad, ayudada de
la razón intelectual y de la voluntad libre. Como no se puede modelar a las personas adultas
por la fuerza y desde afuera, sin generar un procedimiento inmoral, el problema se halla en
encontrar el medio y los métodos más convenientes para ayudar a las personas, desde que son
niños, a que la construyan por sí mismos (autoeducación).
La educación termina siendo, pues, una autoformación: el proceso para darse a sí
mismo y por sí mismo una forma de ser, estar, actuar, etc. Mas la educación se ha centrado,
8.- Ahora bien, la voluntad y la libertad (o voluntad libre) no puede ser movida por
una cosa física: ella requiere conocimiento y deseo o apetencia previas.
En este contexto, todo el proceso educativo debe contar con la participación protagó-
nica de quien se educa: la educación es autoeducación, aunque ésta requiere -sobre todo en la
infancia- de ayuda externa (en lo que consiste la enseñanza y la heteroeducación).
La educación termina siendo, pues, una forma de ser (de la que se sigue una forma
de obrar, de estar, etc.) con la que cada sujeto humano se va construyendo y es él el principal
responsable de lo que llega a ser. Cada uno es el artífice de sí mismo.
9.- Tanto J. J. Rousseau como Jean Paul Sartre estimaban que las personas son, en
última instancia y radicalmente libres: la libertad constituye a las personas. “L´homme n´est
rien d´autre que ce qu´il se fait... L´homme est liberté”5.
Nos parece, conveniente, sin embargo, distinguir la naturaleza del sujeto humano,
y su persona ontológica, de la personalidad humana: ésta no es el sujeto que nace, sino lo
que él mismo construye libremente sobre el sujeto nacido. La persona es la que domina los
actos6, por eso, no son excusas los condicionamientos y las pasiones hasta el punto de eximir
de responsabilidad. Una persona no tiene excusa de ser avasallada por las pasiones, desde
el momento en que ella, irresponsablemente, no se ha hecho lo suficientemente fuerte como
para ser la que domina libremente sus actos.
10.- Cuando la persona no logra ser persona, esto es, ser dueña y responsable de sus
actos, entonces queda pegada a las adicciones. Una adicción es la indicadora de la depen-
dencia del sujeto que ha quedado sujetado a un objeto: las drogas, como los vicios, generan
aislamiento en las personas y dependencia en los actos respecto de sus objetos.
Esta sujeción indica que el sujeto no ha logrado ser auténtico: él mismo, señor de
sí. Ha poseído libertad pero la ha vendido por el placer del objeto que lo seduce. Hoy, como
siempre, se juega en educación la disyuntiva de dar prioridad al placer o a la libertad; la
forma más coordinada de actuar ante esta disyuntiva, se halla en dar prioridad a la libertad
responsable y, subordinadamente, al efecto de placer que su ejercicio implica.
La búsqueda desmedida del placer, y la falta de libertad para dominarse en pos de
otros valores que no lo lleven a la autodestrucción, suelen ser los signos de los tiempos de
la inmadurez. Cuando se ha dado predominio a un objeto de placer, todo lo demás pasa a un
plano secundario y se convierte en estorbo para el único objeto que termina dominando a
quien es seducido. La búsqueda de placer no es, en sí misma, necesariamente dañosa: sólo
lo es cuando ese placer es el resultado de un acto que subvierte la jerarquía de los valores de
la persona humana. Y esta jerarquía queda subvertida cuando se pierde la libertad y el placer
instintivo ocupa el lugar prioritario.
Se trata de la realidad que antiguamente se llamaba “la formación del carácter”7, esto
es, del surgimiento de personas que eran ellas mismas, como portadoras de un sello de ser
12.- Las instituciones, (en especial, los padres en cuanto institución familiar) poco
pueden influir en los hijos, si no son valores para ellos. Los ejemplos valiosos arrastran más
que las ideas, pues éstas dan gozo a la inteligencia pero aquéllos mueven las voluntades y se
proponen como elegibles para la libertad de los hijos.
La libertad es la forma de elegir que no tiene una forma determinada desde afuera;
es libre quien es causa de sus actos: la libertad radica en las personas. Cada uno se educa
elaborando un dominio de sí, críticamente en un contexto social.
El “yo personal”, en su inicio, está indefinido y débil. Por ello, la educación, en su
inicio, es, en gran parte, ayuda heterónoma; pero la finalidad de la educación yace en que
cada persona se haga capaz de autodeterminación libre, frente a una escala de valor.
13.- Los instintos no pueden mover la voluntad por imperio o violencia, sino me-
diante una blanda persuasión, como quien invita, ruega, solicita. En algunos casos los instin-
tos pueden obrar de acuerdo a sus leyes, pero la voluntad puede no adherir a esas tendencias.
Por el contrario, la voluntad puede querer algo sin que los instintos puedan oponerse. La vo-
luntad por su parte puede mandar imperiosamente a los instintos, aunque los actos de mando
no siempre se conviertan en acciones realizadas, por ejemplo, debido a circunstancias que
son impedimentos externos a la voluntad misma.
Dicho en otras palabras, los instintos animales gobiernan a veces en la naturaleza
humana y sobre la voluntad con un gobierno político (esto es, con el consentimiento tácito o
expreso de la voluntad); mientras que la voluntad libre gobierna al instinto con un gobierno
despótico (con o sin el consentimiento de las fuerzas instintivas).
14.- Educar, pues, en cuanto es formar para que cada persona sea dueña de sí, es
educar para la búsqueda de valores que mueven a las personas, pero sobre todo para hacerse
capaz de elegir y no perder la libertad en esas elecciones.
16.- El instinto, ciego como es, no duda en dañar a cualquiera con tal de satisfacerse.
Cuando aparece el uso de la razón, el hombre puede advertir el ser y precio de las cosas, el
desorden que a veces establecen los instintos, y reprende por su debilidad a la voluntad. La
voluntad puede pues subir al trono, tomar una nueva eficacia, y exigir que nada se haga sin la
orden o consentimiento de la libre voluntad. En las acciones libres, la elección precede a todo
lo que hace la voluntad. La fuerza ejecutiva de la libertad es una fuerza práctica, nervio y
vigor de la libertad, que es posibilitada y robustecida por la razón, al indicarle al hombre cuál
es el ser -valor- de las cosas. Los grandes valores (lo que se desea ser) son capaces de exigir
esfuerzo, disciplinar u ordenar las acciones de las personas, prefiriendo unas y posponiendo
o negando otras.
La libertad, pues, se halla unida a la verdad, para ser verdadera libertad. Darse una
forma de ser libre -formarse- es darse una forma de ser, pero abierta a la verdad. En este
sentido, la educación es liberadora de lo que puede reducir a servidumbre a la persona huma-
na. También en este sentido, cabe recordar que la verdad hace libre. Verdad y libertad no se
oponen sino que se complementan y dignifican mutuamente: una verdad impuesta disminuye
la dignidad humana; y una libertad en la cual el sujeto no reconoce libremente la verdad es
arbitrio caprichoso. La verdad no solo da dignidad a la libertad, sino que, además, le señala
un límite a la libertad de la persona, sin imponérselo. La verdad impuesta tiene su origen en
el fanatismo; la libertad que no reconoce la verdad de las cosas, acontecimientos y personas,
es arbitrariedad y despotismo.
17.- El niño -y los seres humanos en general- deben entonces aprender que, para el
mayor bien de la persona, deben elegir libremente ante dos alternativas: a) seguir lo correc-
to, lo justo, esto es, el reconocimiento del ser de cada cosa, acontecimiento o persona; b) o
dejarse seducir por los bienes subjetivos que instintivamente se le presentan y que ya han
experimentado desde hace algunos años.
Se trata de una fuerte lucha: por un lado los bienes sensibles, experimentales, de
los que prueba una acción real y vivísima; por el otro, una simple norma, una fría ley de lo
correcto, que le muestra el camino a seguir; pero que no le da ninguna fuerza para seguir
adelante. Una sola cosa, sin embargo, afirma la razón: que esta norma (el ser de cada ente; la
persona, por ejemplo) posee un valor. La razón lo exige, lo elija o no lo elija el hombre. Por
ello, en los actos injustos, el ser humano entra en contradicción consigo mismo: entre lo que
conoce y lo que decide hacer.
El ser humano, que es radicalmente afectivo, puede, pues, recibir ayuda de un trato
afectivo; pero ésta es una ayuda momentánea y cualquier otro afecto o placer mayor la puede
anular.
Cuando, por el contrario, una idea verdadera, clara, grande, reflexionada, experi-
mentada es libremente asumida por el hombre, la persuasión que genera robustece la fuerza
práctica de la libertad, y esa idea se convierte en un ideal y en una finalidad digna de ser
lograda. Son los grandes ideales, las ideas nobles, generosas, las dominadoras del ánimo, la
guía y madre de los héroes.
18.- Los grandes hombres generan grandes personas. Desgraciadamente, pocos ayudan
a dar este ejemplo de vida social contemporánea; predomina más bien el abandono afectivo y la
ausencia de los ejemplos de grandes personalidades, reconocidas por la sociedad. Las grandes ac-
ciones son, con frecuencia, ignoradas o ridiculizadas por los medios masivos de comunicación, en
donde se estimula el goce del placer inmediato y la picardía; se alaba el desorden y la imprevisión
como estilo de vida10; “uno” vive en el “se” de la inautenticidad, y casi todo lo demás es demolido
y desacralizado por la risa superficial, incluso ante la violencia y la muerte. Los colores impactan-
tes, las imágenes fugaces y los sonidos ensordecedores, presentan la vida como una diversión y
anulan las condiciones para una actitud objetiva y crítica ante las injusticias.
Todo privilegio resulta abatido... Todo lo original es aplanado, como cosa sabida
hace largo tiempo, de la noche a la mañana. Todo lo conquistado ardientemente se vuelve
vulgar. Todo misterio pierde su fuerza...11
Las instituciones educadoras (familias, escuelas, etc.) sienten el acuciante llamado
a formar para una profesión con rápida salida laboral, (incluso, a veces, con subdesarrollo
mental); y poco cuidado ponen en las exigencias de valores fundamentales para formar la
voluntad de los futuros ciudadanos y prepararlos para el esfuerzo, para la convivencia recí-
proca, para el respeto a la ley y a la justicia social, para la búsqueda de transparencia en las
acciones con responsabilidad pública.
Conclusión
21.- La afectividad, que es la raíz de nuestras vidas, no queda regulada sino por el
conocimiento y la elección de la voluntad libre. La experimentación individual y la reflexión
en común, la acción y la teoría, la reciprocidad y la autodeterminación parecen ser elemen-
tos fundamentales en el surgimiento de los sentimientos morales y en la organización de la
voluntad que desembocan en una mejor integración del yo y en una regulación más eficaz de
la vida afectiva. Cuando el deber es momentáneamente más débil que un deseo preciso, la li-
bertad es capaz de restablecer los valores según su jerarquía anterior, al tiempo que postula su
conservación ulterior, y de esta manera hace que domine la tendencia de menor fuerza refor-
zándola. Una personalidad fuerte no elige mecánicamente lo que requiere menos esfuerzo y
da más placer momentáneo; sino que es capaz de posponer ciertos goces y elegir libremente,
reforzando la necesidad de un esfuerzo mayor que le permitirá lograr, en el futuro, una forma
de vida más plena y armónica.
Si bien la educación ha sido entendida, a veces, como la adquisición de una forma de
ser (formación), en nuestros tiempos (de crecimiento demográfico aún explosivo, de notables
cambios culturales, de ejercicio de la libertad y de los derechos con atenuación o crepúsculo
de los deberes sociales, de inseguridad social reinante12), requiere recordar, posibilitar y re-
forzar la organización de las personas íntegras, dueñas de sí mismas13, mediante una jerarquía
clara de valores superiores a las respuestas instintivas y de hedonismo inmediato. Esos valo-
res superiores a la diversión, pasajera y fatua, son los que posibilitan, a largo plazo, el logro
de las finalidades más beneficiosas y humanas14.
NOTAS
1 Ortega y Gasset, J. Obras Completas. Madrid, Alianza, 1983, Vol. III, 542; V, 89; III, 214.
2 Dewey, John. Democracy and Education. New York, The Free Press, 1966, p. 72.
3 Dewey, John. Op. Cit., p. 136.
4 Piaget, J. El criterio moral en el niño. Barcelona, Fontanella, 1974, p. 80.
5 Sartre, J-P. L´existencialisme est un humanisme. Paris, Ángel, 1968, pp. 22, 37.
6 “El hombre se diferencia de todas las otras creaturas irracionales en esto: que es señor de sus actos (dominus
suorum actuum). Aquinas, TH. Summa Theologica, I-II, q. 1, a. 1. “Lo que tiene dominio de su acto, es libre
de obrar; es libre quien es causa de sí. Lo que actúa por otro, al obrar debido a cierta necesidad, está sujeto a
servidumbre” (Summa contra Gentiles, III, c. 112).
7 White, E. G. La educación. Buenos Aires, Editora Sudamericana, 1978, pp. 225-229.
8 Rosmini, A. Antropologia in servizio della scienza morale. Milano, Fratelli Bocca, 1954, n. 640.
9 Idem, n. 642.
10 MAFUD, J. Psicología de la viveza criolla. Contribuciones para una interpretación de la realidad social
argentina y americana. Bs. As., Distal, 1988, p. 316. Aguinis, M. El atroz encanto de ser argentinos. Bs. As.,
Planeta, 2002, p. 13. Giardinelli, M. El país de las maravillas. Los argentinos en el fin del milenio. Bs. As.,
Planeta, 1998, p. 264. Harrison, L. El subdesarrollo está en la mente. Madrid, Playor, 1987, p. 201.
11 Cfr. Heidegger, Martín. El ser y el tiempo. México FCE, 1974, nº 27, p. 144.
12 Cuesta Álvarez, B. Globalización, pobreza y responsabilidad solidaria en Estudios Filosóficos, 1996, nº 130,
p. 453-510. Trigeaud, J. L´Homme Coupable. Critique d´une Philosophie de la Responsabilité. Bourdeaux,
Bière, 1999. Perales, M. Luces y sombras de la escuela actual: La escuela ante los retos de la posmodernidad
en Educación (Madrid), 2002, nº 4, p. 2001-238.
13 Cfr. Foucault, M. El gobierno de sí y de los otros. Bs. As., FCE, 2010.
14 Cfr. Zekiyan, B. La dialettica tra valore e contingenza. Dalla fenomenologia culturale verso una rifondazione
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