El Judaísmo en La Música
El Judaísmo en La Música
El Judaísmo en La Música
Estimados,
Tengo el agrado de adjuntarles el artículo "El Judaísmo en la Música" de
Richard Wagner publicado bajo el seudónimo "K. Freigedank"
(K. Librepensador) los días 3 y 6 de septiembre de 1850 en el "Leipziger
Musik Zeitung" (diario musical de Leipzig) que fuera difundido en este
Forum,
por primera vez en Argentina, el día 4 de octubre de 2003, que generó un
prolífico y excelente intercambio de opiniones y a su finalización, envié
el siguiente:
Nota preliminar
Wagner publicó este opúsculo en el Leipziger Musik Zeitung (Diario musical de
Leipzig), editado por Brendel, en dos partes, los días 3 y 6 de septiembre de
1850.
Había transcurrido una semana del estreno de Lohengrin (Leipzig, 28.VIII.50),
al que asistió Jacobo Meyerbeer, que había protegido inicialmente a Wagner y
es el “compositor judío contemporáneo” al que maltrata al final de su escrito.
Veinte años después, probablemente instigado por Cósima, Wagner reeditó “El
judaísmo en la música”, bajo su firma y con algunos retoques insignificantes.
Existen, por ejemplo en “Mi vida” y en su correspondencia, otras múltiples
pruebas de su anti semitismo.
RICHARD WAGNER
“El Judaísmo en la Música” – 1850
A partir del momento de nuestra evolución social en que cada vez más
abiertamente, el dinero confiere nobleza y da realmente poder, ya no fue
posible negar a los judíos –los que hasta entonces tenían un único oficio, el de
obtener ganancias sin trabajo verdadero, es decir, la usura--, el título de
nobleza de la sociedad moderna ávida de dinero, al que por otra parte, lo
aportaban ellos mismos.
Rechazado en la forma más hiriente por ese pueblo, el judío culto, que por
otra parte es incapaz de comprender su espíritu, es devuelto a su propia raza,
cuya comprensión permanece para él mucho más fácil. Que lo quiera o no,
debe surtirse en esa fuente, pero solamente puede absorber un cómo, pero
nunca un qué.
Del mismo modo que en esta jerga, con una indigencia de expresión
notable, las palabras y las construcciones se mezclan sin orden una sobre las
otras, así también el músico judío enreda las formas y los estilos diferentes de
todos los maestros y de todos los tiempos. Encontramos allí, amontonadas en
el caos más confuso, las particularidades formales de todas las escuelas.
Como en todas estas producciones sólo se trata de hablar, y nunca de unos
temas que valgan la pena de ser expresados, resulta que esta charla
solamente puede convertirse en algo mínimamente atrayente para el oído si a
cada instante se ofrece alternando medios exteriores de expresión, una nueva
provocación a la atención.
Ese nos mostró que un judío puede ser dotado del mismo talento
específico más hermoso, poseer la educación más perfecta y más amplia, la
ambición más elevada y más delicada, sin poder jamás, por medio de todas
esas dotes, obtener ni una sola vez que nuestro corazón y nuestra alma se
vieran embargados por esa impresión incomparable que esperamos del arte,
puesto que sabemos que éste es capaz de eso, porque lo sentimos un número
infinito de veces en cuanto un héroe de nuestro arte abría la boca, por así
decirlo, para hablarnos. Los críticos de profesión que está compenetrados por
la misma convicción que nosotros, deben confirmar, puesto que es a ellos a
quienes toca hacerlo, por medio de pruebas sacadas de las particularidades de
las obras artísticas de Mendelssohn, ese fenómeno que tiene una cereza
incuestionable. Bastará aquí, para explicar nuestro sentimiento general,
recordar que no podríamos sentirnos cautivados al oír música de este
compositor, si solamente se presentaba a nuestra imaginación, siempre más o
menos ávidas de distracciones, la exposición, el arreglo, la confusión de los
motivos más finos, más hermosos y más artificiales, como en un caleidoscopio,
con formas y colores en movimiento, pero que nunca fuimos alcanzados en
momentos en que esas figuras de estilo deberían haber expresado
sentimientos del corazón más íntimos y más profundamente humanos.[3]