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Eva Knallinsky
1. Introducción
Son pocas las instituciones que han tenido que hacer frente a cambios
sociales y educativos tan profundos como la familia.
Los valores que caracterizaban la institución familiar: estabilidad, fi-
delidad, exclusividad, procreación, ya no tienen la misma significación.
Los modos de vida íntima se han modificado profundamente pero el
afecto se impone como un valor esencial.
La religión tiene menos influencia sobre el modo de vida de las fami-
lias y aparecen nuevas creencias. Aumenta la influencia de los expertos
y de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, sobre los com-
portamientos parentales y familiares. Los valores que priman están liga-
dos al consumo, a la promoción individual y a la gratificación inmediata.
Los fenómenos intrafamiliares parecen irreversibles, ya no hay un
solo modelo de familia, sin embargo existe una dimensión de permanen-
cia. La familia es el único contexto que permanece constante.
La familia sigue siendo el lugar principal de las relaciones de afecto
entre niños y adultos, de transmisión de valores y herencia humana, de
solidaridad entre las generaciones, de educación, de socialización y de
construcción de la identidad.
Las relaciones familiares determinan valores, afectos, actitudes y mo-
dos de ser que el niño va asimilando desde que nace.
El acceso de la mujer a la vida laboral es uno de los fenómenos sociales
que más han influido sobre los modos de vida familiares. La actividad
profesional de la madre es cada vez más frecuente y ello lleva, en muchos
casos, a un aumento en la relación entre abuelos y nietos ya que tienen
que encargarse de su cuidado.
La madre debe conciliar su vida familiar con su vida profesional ya
que la organización familiar suele estar más bajo su responsabilidad en la
mayoría de los casos. La herencia del pasado es intensa. El reparto de las
tareas domésticas continúa siendo desigual. Como si las mujeres fueran
prisioneras de su pasado interiorizado.
La articulación entre la vida familiar y la vida profesional resulta proble-
mática. Requiere que los padres compriman el tiempo profesional, el tiempo
doméstico, el tiempo destinado a la educación de los niños y el tiempo libre.
Para facilitar la armonización entre la vida familiar y la vida profesio-
nal se trata de encontrar nuevos ajustes y de desarrollar nuevas fórmulas
de acompañamiento.
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La familia y la escuela son los dos pilares fundamentales sobre los que se
construye el proceso educativo y sus funciones son complementarias. De ahí
la necesidad de que trabajen juntas, se entiendan y colaboren mutuamente.
La escuela y la familia son las dos instituciones que a lo largo de la
historia se han encargado de cuidar, nutrir, socializar, educar y preparar
a las nuevas generaciones para insertarse adecuadamente en el mundo
social y cultural de los adultos.
La falta de comunicación y comprensión entre el hogar y la escuela es,
con frecuencia, la razón fundamental de una deficiente adaptación, un
escaso rendimiento y del fracaso escolar de los niños y jóvenes.
Los padres están preocupados por la escolaridad de sus hijos. El éxi-
to de los niños en la escuela se ha convertido, para la mayoría de los
padres, en una meta importante.
De una forma o de otra la escuela forma parte de la vida cotidiana de
cada familia.
Cada vez más los padres quieren hacerse oír, tomar parte, expresar
sus opiniones con respecto a la tarea educativa.
Hay que descartar la idea de que los padres están desinteresados por
la escuela; su inhibición y absentismo generalmente constituyen la ex-
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Notas bibliográficas