Sostenibilidad Agropecuaria
Sostenibilidad Agropecuaria
Sostenibilidad Agropecuaria
Lo que hoy ocurre en el planeta con las alteraciones climáticas sin precedentes, la pérdida
de los bosques, la contaminación y agotamiento de los recursos naturales, y la crisis
alimentaria es una realidad que debe analizarse para asumir estrategias que en el futuro
próximo permitan mitigar o adaptarse a los efectos del cambio climático. Se trata de
establecer políticas productivas y educativas que posibiliten el desarrollo sostenible, sin
comprometer las necesidades de las futuras generaciones. Este es el concepto de
sostenibilidad o sustentabilidad.
Sustentabilidad Y Desarrollo
Por eso se habla de la interacción entre sustentabilidad del ambiente y desarrollo, por
cuanto lo que se busca es el crecimiento económico y social de los países, el bienestar de
las poblaciones del planeta, pero de tal forma que el ambiente y los recursos naturales
estén en equilibrio entre sí, y con el hombre y animales de una manera armónica y
dinámica. En el papel, estos conceptos resultan simples de comprender y aceptar. Pero la
realidad muestra otra cara mucho más cruel, en la que la codicia del hombre parece no
tener límites: se destruyen los recursos naturales y el ambiente, se amenazan especies
animales en pro de una supuesta mejor economía e indicadores macroeconómicos
auspiciosos, pero solo para unos pocos. En muchos países, las cuestiones ambientales
ocupan un primer plano en debates y agendas sociales y políticas. Y deberían también
ocuparlo en aquellos que todavía permanecen indiferentes o escépticos a esta realidad.
Agricultura Sostenible
1. Los sistemas de producción y las políticas e instituciones que sustentan la
seguridad alimentaria mundial son cada vez más insuficientes.
2. La agricultura sostenible debe garantizar la seguridad alimentaria mundial y al
mismo tiempo promover ecosistemas saludables y apoyar la gestión sostenible de
la tierra, el agua y los recursos naturales.
3. Para ser sostenible, la agricultura debe satisfacer las necesidades de las
generaciones presentes y futuras de sus productos y servicios, garantizando al
mismo tiempo la rentabilidad, la salud del medio ambiente y la equidad social y
económica.
4. Para conseguir la transición global a la alimentación y la agricultura sostenibles, es
imprescindible mejorar la protección ambiental, la resiliencia de los sistemas, y la
eficiencia en el uso de los recursos.
5. La agricultura sostenible requiere un sistema de gobernanza mundial que
promueva la seguridad alimentaria en los regímenes y políticas comerciales, y que
reexamine las políticas agrícolas para promover los mercados agrícolas locales y
regionales.
Desafíos clave
La actual trayectoria de crecimiento de la producción agrícola es insostenible, debido a sus
impactos negativos sobre los recursos naturales y el medio ambiente. Una tercera parte de
la tierra agrícola está degradada, hasta el 75 por ciento de la diversidad genética de los
cultivos se ha perdido y el 22 por ciento de las razas de ganado están en riesgo. Más de la
mitad de las poblaciones de peces están plenamente explotadas y, en la última década,
unas 13 millones de hectáreas de bosques al año fueron transformadas para otros usos.
Los desafíos globales a los que nos enfrentamos son la creciente escasez y la degradación
rápida de los recursos naturales, en un momento en que la demanda de alimentos,
piensos, fibra y los bienes y servicios procedentes de la agricultura (incluyendo los cultivos,
la ganadería, la silvicultura, la pesca y la acuicultura) está aumentando rápidamente.
Algunas de las tasas más altas de crecimiento demográfico se prevén en zonas que
dependen de la agricultura y que ya tienen altas tasas de inseguridad alimentaria. Otros
factores - muchos de ellos interrelacionados - complican la situación:
La competencia por los recursos naturales se intensificará cada vez más. Esto pueden
causarlo la expansión urbana, el antagonismo entre los diversos sectores de la agricultura,
la expansión de la agricultura a coste de los bosques, el uso industrial del agua, o el uso
recreativo de la tierra. En muchos lugares esto está resultando en la exclusión de los
usuarios tradicionales del acceso a los recursos y de los mercados.
Para hacer frente al gran ritmo de cambio y a la creciente incertidumbre, hay que concebir
a la sostenibilidad como un proceso, y no como un punto final determinado que hay que
alcanzar. Esto, a su vez, requiere el desarrollo de marcos de gobernanza, de financiación,
técnicos, y políticos, que apoyen a los productores agrícolas y a los gerentes de recursos
involucrados en un proceso dinámico de innovación. En particular:
Los desafíos relativos a las poblaciones de recursos vivos y las tasas de utilización de los
recursos naturales a menudo trascienden las fronteras nacionales. Los mecanismos de
gobernanza y los procesos internacionales deben apoyar el crecimiento sostenible (y la
distribución equitativa de beneficios) en todos los sectores de la agricultura, protegiendo
los recursos naturales y desalentando los daños colaterales.
Alternativas que contrarrestan la problemática agroalimentaria
La crisis alimentaria se suele considerar como una mera insuficiencia coyuntural en la producción
agrícola. Esta concepción solo contempla la punta de un iceberg, la parte visible de un fenómeno
más vasto y complejo. Si bien la caída de la producción agrícola es un elemento importante del
problema, este no puede reducirse a una insuficiencia en la oferta agrícola. EI problema cobra un
significado más rico si rebasamos la esfera restringida de 10 agrícola para ubicarlo en el terreno de
10 alimentario. Por eso no hablaremos de crisis agrícola, sino de crisis agroalimentaria. EI gastado
enfoque tradicional concluye que la crisis consiste en una interrupción cuantitativo de un proceso
de crecimiento agrícola y que la salida radica en reanimar la producción, mediante el estímulo a
los factores que en el pasado provocaron dicho crecimiento. Por el contrario, aquí se mantiene
que la crisis agroalimentaria no consiste en que la producción crezca de manera insuficiente -la
recuperación de las tasas históricas de crecimiento de los alimentos es un elemento necesario,
pero no suficiente para eliminarla-, sino en que no será posible satisfacer una demanda popular
básica (alimentos para comer mejor) dentro del modelo alimentario vigente y mediante las
políticas y concepciones tradicionales. Si la meta es abatir los elevados niveles de desnutrición
existentes al mismo tiempo que se logra la autosuficiencia alimentaria, se requiere, además de un
mayor dinamismo de la producción, que los alimentos puedan llegar a los desnutridos, 10 cual
implica cambios de fondo en el modele alimentario prevaleciente.
El primer paso a tomar es construir una agricultura fuerte, es decir un sector agropecuario
que produzca los alimentos y las materias primas que la población requiere (seguridad
alimentaria y alimentos para todos) y que ofrezca en malos y buenos ingresos a sus
integrantes. Ello implica transformar los esquemas tradicionales de
A menudo se denomina como ‘crisis alimentaria” a realidades muy diferentes, como las
hambrunas, la especulación con los alimentos, los envenenamientos originados por la
agricultura industrial o el acaparamiento de tierras en países del Sur. Pero una cosa es
clara: todos estos problemas están originados por el modelo económico y por la
agricultura industrial. Y la alternativa también es resulta evidente: más soberanía
alimentaria y agroecología.
Algo no va bien cuando el diccionario –o nuestro uso del mismo– se queda sin recursos. Al
drama de levantarse por la mañana, cada mañana, y no saber qué vas a poder comer tú y
tu familia, lo llamamos crisis alimentaria. Cuando comer pepinos, brotes de soja o carne de
cerdo puede –dicen– causarte una indigestión, lo llamamos crisis alimentaria. Y si de la
noche a la mañana, por arte de birlibirloque, los precios de la canasta alimentaria suben
por las nubes, a eso… ¿cómo lo llamamos? Pues sí, crisis alimentaria evidentemente.
Un embrollo semántico por falta de lucidez. El capitalismo es lo que tiene, que nos
latifundiza los conceptos y los disimula creando el eufemismo único: crisis alimentaria para
no tener que sonrojarse hablando de hambre, pérdida de soberanía alimentaria,
especulación, envenenamientos industriales…
Las crisis alimentarias, cualquiera de estas, no son algo coyuntural. Si realmente se quiere
entender el porqué, se debe analizar el contexto en el que se producen para desvelar las
causas importantes, las estructurales. Dejar de mirar el dedo que apunta a la luna. Afrontar
que desde la instauración de la globalización capitalista y el consecuente
desmantelamiento de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es de
carácter estructural. La alimentación dejó de ser un derecho humano para convertirse en
un negocio, y el hambre, las intoxicaciones y los encarecimientos explotan sin control.
Estas crisis no se habrían alcanzado sin las políticas destructivas que desde hace años han
provocado que muchos países produzcan para exportar, en detrimento de su mercado
nacional y su campesinado local. Se destruyeron las producciones nacionales de alimentos
forzando al campesinado a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales,
mientras que a su vez esos mismos países debían comprar sus alimentos a estas
multinacionales en el mercado mundial.
México, después de 16 años del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norte América), ha
pasado de ser exportador a dependiente de maíz. Hoy en día, México importa el 30% de su
consumo de maíz y –evidentemente– los precios del producto ya no dependen de
variables nacionales. En 2007 los precios del maíz se dispararon hasta niveles muy altos y
provocaron la así denominada “crisis de la tortilla mexicana”.
Hasta 1992 la agricultura campesina indonesia abastecía de soja al país. Pero cuando el
país abrió sus fronteras a los alimentos importados, la soja barata de EE UU inundó el
mercado. Se destruyó la producción nacional y actualmente el 60% de la soja que se
consume en Indonesia es de importación. Los precios récord de enero de 2008 de la soja
de EE UU condujeron a una crisis nacional, cuando el precio del tempeh y del tofu –la
carne de los pobres– se dobló en pocas semanas [ ].
Según la FAO, el déficit alimentario [1] en el oeste de África aumentó un 81% en el periodo
1995-2004. La importación de cereales creció en ese periodo en un 102%, la de azúcar en
un 83%, la de productos lácteos en un 152% y la de aves en un 500%. Sin embargo, de
acuerdo con el FIDA [2] (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) esta región tiene el
potencial de producir alimentos suficientes. La Unión Europea forzó a los países de la ACP
(países de África, del Caribe y del Pacífico), al llamado Acuerdo de Colaboración
Económica, para liberalizar el sector agrícola con efectos adversos predecibles para la
producción alimentaria.
Son solo algunos ejemplos que muestran como el avance del sistema internacional de
comercio y cada uno de los acuerdos de liberalización que se firman, son un paso más en
la pérdida de la soberanía nacional en materia alimentaria.
Una falta de soberanía alimentaria que está creciendo los últimos años por el fenómeno
del acaparamiento de tierras. El apropiamiento de tierras para fines agroindustriales
(agrocombustibles, cereales para piensos, etc.) ha venido observándose desde 2008
cuando nuevos inversores empezaron a controlar tierras agrarias en Asia, África y América
del Sur. En un primer momento, se justificó bajo la premisa de que esas tierras las
necesitaban para lograr la seguridad alimentaria de sus países de origen. Sin embargo,
pronto se evidenció la entrada de bancos inversores, grupos privados de capital o fondos
económicos y similares que sabían que podían ganar mucho dinero en la agricultura,
teniendo en cuenta el alza en los precios de los alimentos.
Según informa GRAIN “han cambiado de manos –o están en proceso de hacerlo– más de
40 millones de hectáreas, más de la mitad en África, por un valor estimado de más de
100.000 millones de dólares. En casi su totalidad, son tierras fértiles con acceso a riego”.
Dentro de este contexto, con la pérdida de soberanía alimentaria, dos son, a entender de
los análisis más competentes, los motivos que provocan el actual aumento de precios de
las materias primas: la especulación de los fondos de inversión y similares en estos bienes
y el aumento del consumo de granos para los agrocombustibles.
De hecho muchos de estos contratos de futuro no tienen por qué ejecutarse. La mayor
parte de ellos son acciones especulativas que se venden o compran en función de las
previsiones de oferta y demanda. Una supuesta alta demanda será siempre el tractor que
llevará hasta las nubes al precio de futuras e imaginarias cosechas. Hay que denunciar
claramente como la demanda también se construye falsa y artificialmente: “las cosechas
son malas”; “la sequía ha sido muy importante”; “los países emergentes demandan más
carne”… son mensajes tendenciosos de profetas con corbata. Un estudio de Lehman
Brothers de 2008 cifraba que desde 2003 el índice de especulación de las materias primas
se había incrementado un 1.900%, de 13 a 260 billones de dólares [3]. De tal importancia
es este factor especulativo que según la Eurocámara, es responsable de un 50% por ciento
del aumento de los precios.
¿Quién gana?: las empresas de inversión y especulación y las empresas que controlan el
suministro de las materias primas. ¿Quién pierde? los países que han aumentado su
dependencia de las exportaciones a causa de la pérdida de soberanía.
La otra causa señalada del aumento de precios, es el aumento de consumo de materia
prima para los agrocombustibles con la evidente competencia entre ellos y los
comestibles. La producción de etanol (se extrae a partir de la remolacha, caña de azúcar,
sorgo, cebada, trigo, yuca y maíz) en los últimos años se ha multiplicado por cinco.
Mientras que el aumento de la demanda de cereales para consumo humano ha sido
armónico durante los últimos años, ha crecido vertiginosamente su uso como futuro
combustible. Solo en EE UU, durante 2010, se destinó el 35% de maíz al consumo nacional
de bioetanol. El dato es importante porque dicha potencia cosecha el 40% de la
producción mundial, lo que significa que solo con datos de EE UU, el 14% del maíz
mundial se dedicó a la alimentación de coches.
Pero mayor es el riesgo que genera –también como factor especulativo– la dedicación de
más tierras a su producción. Son muchos, cada día más, los ejemplos que pueden darse.
Uno lo encontramos en Nigeria, país que pretende que su producción de yuca sea
destinada a la producción de bioetanol. Lo mismo sucede en la India con la producción de
sorgo [4]. Según se refleja en un estudio de Africa Biodiversity Network, se pretende
transformar un tercio de la selva de Mabira (la mayor reserva natural de Uganda) en una
plantación de caña de azúcar para la producción de etanol. Proyectos similares se quieren
llevar a cabo en Tanzania, Zambia y Benín.
Son muchas las voces que denuncian desde hace años este apropiamiento de tierras
fértiles para la producción de agrocombustibles. Una de esas voces es Food First. Esta ONG
norteamericana denuncia que en los últimos tres años la inversión de capital de riesgo en
agrocombustibles ha aumentado ocho veces. La conversión de tierras (expulsando
violentamente de ellas a las y los campesinos en muchas ocasiones) para estos
monocultivos está generando inflación, pérdida de biodiversidad, dependencia alimenticia
y pérdida de la soberanía alimentaria.
Según un informe confidencial del Banco Mundial publicado por The Guardian [5] “sin el
aumento de biocombustibles, el maíz y el trigo global no se habrían visto reducidos
apreciablemente y los aumentos de precios por otros factores habrían sido moderados”.
“¿A quién alimentar primero, a los camiones o a la gente?” se preguntaba Flavio Valente,
de FIAN-Red de Acción e Información Alimentos Primero. La cada vez mayor demanda de
combustible automovilístico no solo está expulsando a miles de campesinos de sus tierras
sino que, además, les está condenando a la hambruna aumentando el precio de los
alimentos.
La crisis invisible
Según los datos más habituales este modelo de agricultura industrial y globalizada es
responsable de un 30% de todas las emisiones de gases con efecto invernadero
provocadas por los seres humanos, y asciende hasta un 44-57% según cálculos más
completos de la organización GRAIN.
Si Lester Brown vinculaba en Foreign Policy, la erosión del suelo, el agotamiento de los
acuíferos, la pérdida de tierras agrícolas, el estancamiento de los rendimientos de los
cultivos en países avanzados, a eventos relacionados con el cambio climático, nos
encontramos ante una espiral peligrosa: la agricultura industrial calienta el planeta y un
planeta caliente perjudica a la agricultura.