Disertación
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UN ANÁLISIS DESDE
FRIEDRICH NIETZSCHE
¿Qué nos lleva a nosotros, los seres humanos, a identificar la «verdad» con lo «bueno»? No
pretendo afirmar que lo verdadero y lo bueno sean una y la misma cosa o que sean
intercambiables de manera indiscriminada. Me refiero, realmente, a la pregunta por la
creencia de que la verdad es un logro moralmente bueno al hecho de darle contenido a la
verdad como algo bueno. Desde Platón, sobre todo en su diálogo La república (380 a.C.), se
ha designado lo verdadero como lo bueno; aquello que es mimético, una copia de lo real, lo
no-verdadero en estricto sentido, es repudiable. También los medievales hermanaban la
Verdad y la Bondad dentro de los cuatro grandes universales, como puede notarse en la obra
de Santo Tomás de Aquino El ente y la esencia (1252-1256). En Kant podría notarse esta
conexión en la continuidad entre la Crítica de la razón pura (1787), la Crítica de la razón
práctica (1788) y Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785), conexión
que pone de manifiesto la continuidad entre el conocimiento científico y la buena voluntad
en términos de la Razón; la Razón como principio ordenador y dominadora de la naturaleza
y los impulsos y pasiones del hombre. En Hegel, en su obra Rasgos fundamentales de la
filosofía del derecho (1821), se puede notar que la verdad es la identificación del concepto
consigo mismo y, por medio de esta identificación, se está realizando la Idea, la idea de
Libertad (el Absoluto), esto es, la superación (Aufhebung) de todas las contradicciones. Me
arriesgo mucho al identificar, desde Hegel, lo bueno con la libertad, puesto que se mezclan
órdenes del discurso bastante complejos. No obstante, espero que se comprenda la idea
principal: el hecho de la identificación tradicional entre «verdad» y «lo bueno».
Un filósofo que, a mi juicio, recoge puntos importantes y claros acerca de la razón (o más
bien el impulso) de dicha identificación es Nietzsche, en su corto pero brillante y fuerte
ensayo titulado Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873). Se me puede objetar
que, si bien Nietzsche habla de un sentido extramoral, ¿por qué pretendo hacer la relación
hacia un sentido moral? La respuesta es que la búsqueda y los efectos de la verdad no son
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extramorales, son eminentemente morales, y esa es precisamente la cuestión que procuro
resolver en este pequeño escrito.
Debe quedar claro para entender dicha relación es qué es la verdad y qué es la mentira, en
primera instancia; en segunda instancia, se debe entender el argumento de por qué la verdad
es una ilusión. La verdad es, para Nietzsche, la correcta designación de las cosas, y la mentira
es la designación incorrecta de las cosas. Por ejemplo, si un hombre con un reducido
patrimonio y unas cuantas monedas en el bolsillo dice «soy rico», habrá mentido, pues ha
designado de manera incorrecta, es decir, no-correspondiente, su estado y el signo. Si un
hombre dice «soy alemán» y realmente ha nacido dentro de ese espacio geográfico que hoy
en día llamamos Alemania, entonces habrá dicho la verdad, puesto que se corresponden
designación y estado de las cosas.
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Un primer elemento para entender el carácter ilusorio de la verdad es la arbitrariedad del
lenguaje, asunto en el que Guillermo de Ockham, con su teoría nominalista, ya se había
adelantado a Nietzsche seis siglos. El hombre suele clasificar las cosas por géneros en el
lenguaje, como el árbol, la planta, etc., cuando, en realidad, en la naturaleza no existen
géneros, por lo tanto, el lenguaje no accede a la esencia primitiva de las cosas, sino que se
vuelca sobre ellas por medio de artificios y antropomorfismos (Nietzsche, 2006, p. 22).
Ahora, lo verdadero es ilusorio no sólo porque sea algo convencional de los seres humanos,
en vez de algo necesario (es decir, que sólo puede darse de una forma y nada más), sino
porque no hay una conexión real entre nuestros conceptos, nuestros juicios y la realidad que
están expresando. He aquí la crítica más fuerte que hace Nietzsche al lenguaje y la verdad.
Nosotros, como animales vivos, percibimos las cosas, recibimos impresiones (o intuiciones
en lenguaje kantiano), ¡y las convertimos en metáforas! La primera metáfora es convertir un
estímulo en una imagen (una representación psíquica); la segunda metáfora es convertir la
imagen en un sonido, es decir, en una palabra (Nietzsche, 2006, p. 22). La figura del estímulo
ha sido convertida en una distinta figura: la imagen. La figura de la imagen ha sido convertida
en una figura distinta: el sonido. Esto quiere decir que no existe realmente una conexión entre
la palabra y la cosa, sino una transfiguración de lo que percibimos de las cosas.
Una vez que las metáforas han derivado en palabras, se violenta su individualidad, el hombre
hace uso de su razón y abstrae lo semejante para generar conceptos. El concepto es la
disolución de la diferencia que posee cada una de las impresiones y las metáforas, es la
abstracción que convierte las cosas en una sola forma: el concepto. Con el pasar del tiempo
el humano se habitúa tanto al uso de estas metáforas, de este artificio de los conceptos que,
en medio de su olvido, hace pasar las ilusiones por verdades; el hombre termina asumiendo
que estas figuras retóricas son verdades sobre el mundo. También surge el problema de que
las metáforas formadas a partir de los estímulos son personales, no coindicen con otras como
experiencias idénticas, por lo tanto, el concepto carecería realmente de objetividad. El
hombre se engaña al creer que el concepto es una vía hacia la verdad, así como el sordo se
engaña al creer que las figuras de Chladni son una vía hacia la experiencia del sonido
(Nietzsche, 2006, p. 23). De esta forma, toda jerarquía conceptual es una construcción
arquitectónica de los seres humanos. El hombre busca la verdad en los conceptos que él
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mismo ha creado, como un hombre que cree encontrar en un lugar un objeto que él mismo
ha escondido y, después de haberse topado con dicho objeto, cree haber encontrado una
novedad, un conocimiento. De hecho, toda verdad y todo conocimiento se dan dentro de los
límites impuestos por el hombre mismo, bajo sus propias reglas, sus designaciones y sus
convenciones. ¿Dónde se halla, pues, la identificación entre lo verdadero y lo bueno?
Primero que todo, la verdad es buena porque, al ser convencional, sirve a los hombres para
pactar entre ellos, de alguna forma les permite consolidar su existencia como sujetos sociales.
Dentro de la sociedad, la verdad es aquello que se busca y se premia como cumplimiento de
estos contratos, como seguimiento de la regla, aspecto que redunda en beneficios para los
contratantes. Toda designación correcta ha de redundar en algún beneficio, así como las
designaciones erróneas pronostican el perjuicio. Si un hombre dice «entren a este sitio, no es
peligroso» y resulta que el susodicho sitio es una cueva de osos, la designación de «lugar-no-
peligroso» es falsa con su correlato en la realidad, puesto que los humanos convienen en que,
por ejemplo, los animales salvajes representan un peligro para la integridad de su especie. En
este sentido, la verdad es un instrumento pragmático, ya que la verdad guarda estrecha
relación con la bueno en términos de beneficios para la vida práctica. No parece tener ningún
sentido rechazar una designación errónea si no supone consecuencias perniciosas para la
sociedad. La mentira se denuncia porque produce un mal práctico en la sociedad, y ésta
expulsa al mentiroso, al no confiable de su seno. Imaginemos que alguien se para en la mitad
de la plaza a gritar que el cielo es de color verde. Aunque no exista una relación necesaria
entre la palabra y el objeto designado, la sociedad ha pactado que el cielo es de color azul. A
tal sujeto se le tomará como loco y mentiroso, como alguien molesto y que no puede ubicarse
correctamente bajo las normas de la vida gregaria.
Por otro lado, la relación entre verdad y lo bueno proviene del ser humano como un ente
artístico, como un animal estético. La metáfora es una creación humana, así como todo el
edifico conceptual sobre el cual se erige la filosofía y la ciencia. Dice Nietzsche (2006) que
en la conexión aparente entre sujeto y objeto siempre habrá algo más allá de la experiencia,
quedará un espacio reservado irremediablemente para la poetización y la retórica (p. 30). La
metáfora y la metonimia que usamos para organizar el mundo y lograr el conocimiento es
manifestación clara de la actitud creadora del ser humano. Las figuras retóricas son una
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oposición a las meras intuiciones primitivas; la palabra y el concepto elevan al ser humano
por encima de otros animales. Su actitud racional y estética domina las meras facultades
empíricas del hombre, le permite adornar y embellecer el mundo, hacer su mundo, ilusionarse
con su mundo, hacerlo suyo, a su medida. Lo que es bueno en el hombre es su capacidad
artística, la facultad que tiene de crear.
Por último, el hombre, por medio de la verdad, busca escapar del engaño, del sufrimiento. El
hombre trastoca cualquier realidad en su verdad, en una ilusión con la que se sienta conforme,
que organice los hechos bajo sus propios criterios y a su conveniencia. El ser humano como
artista busca dominar la vida; el hombre se siente a gusto “tomando como real solamente la
vida disfrazada de apariencia y belleza” (Nietzsche, 2006, p. 37). La especie humana vive
bajo los designios de sus propias ilusiones y en virtud de ellas disfrutan de felicidad y
serenidad. La verdad como fingimiento e ilusión le proveen al hombre la comodidad, el
dominio, el orden y todos los elementos que le procuran, a su vez, una vida alegre. Por eso
la verdad suele identificarse con lo bueno, porque nos muestra el mundo tal cual estamos
inclinados a verlo.
BIBLIOGRAFÍA