El Cántaro Roto
El Cántaro Roto
El Cántaro Roto
Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de
estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando,
racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz
contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.
Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna
agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la
espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un
cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras
redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y
las mujeres bahándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente
cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos
esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la
cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso
precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida
cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?
Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin
dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre
contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de
turquesa?
Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando
sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces,
tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la
espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y
recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y
nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran
árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros
nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del
bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo
que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores
gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia
afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle
su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del
astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al
punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde
empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el
agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como
un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer
enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y
los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.
Octavio Paz.