Daniel Link El Juego de Los Cautos
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Enero de 1992
CAPÍTULO 1
Policial y verdad
Walter Benjamín**
Un gran futuro le estaba destinado (a mediados del siglo XII) a la literatura que se
atenía a los lados inquietantes y amenazadores de la vida urbana. También dicha
literatura tenía que habérselas con la masa. Pero procedía de otra manera que las
fisiologías. Poco le importaba determinar los tipos; más bien perseguía las funciones
propias de la masa en la gran ciudad. Entre ellas toma aires de urgencia una que ya un
informe policial destacaba en las postrimerías del siglo diecinueve. "Es casi imposible,
escribe un agente secreto parisino en el año 1798, mantener un buen modo de vivir en
una población prietamente masificada, donde por así decirlo cada cual es un
desconocido para todos los demás y no necesita por tanto sonrojarse ante nadie." Aquí
la masa aparece como el asilo que protege al asocial de sus perseguidores. Entre sus
lados más amenazadores se anunció éste con antelación a todos los demás. Está en el
origen de la historia detectivesca.
En los tiempos del terror, cuando cada quisque tenía algo de conspirador, cualquiera
llegaba a estar en situación de jugar al detective. Para lo cual proporciona el vagabundeo
la mejor de las expectativas. "El observador, dice Baudelaire, es un príncipe que disfruta
por doquier de su incógnito". Y si el "flâneur" llega de este modo a ser un detective a su
pesar, se trata, sin embargo, de algo que socialmente le pega muy bien. Legitima su
paseo ocioso. Su indolencia es sólo aparente. Tras ella se oculta una vigilancia que no
pierde de vista al malhechor. Y así es como el detective ve abrirse a su sensibilidad
campos bastante anchurosos. Conforma modos del comportamiento tal y como
convienen al "tempo" de la gran ciudad. Coge las cosas al vuelo; y se sueña cercano al
artista. Todo el mundo alaba el lápiz veloz del dibujante. Balzac quiere que la maestría
artística esté en general ligada al captar rápido7.
La sagacidad criminalista, unida a la amable negligencia del "flâneur", da el boceto
de Dumas Mohicans de París. Su héroe se resuelve a entregarse a las aventuras
persiguiendo un jirón de papel que ha abandonado a los juegos del viento. Cualquiera
que sea la huella que el "flâneur" persiga, lo conducirá a un crimen. Con lo cual
apuntamos que la historia detectivesca, a expensas de su sobrio cálculo, coopera en la
fantasmagoría de la vida parisina. Aún no glorifica al criminal: pero sí que glorifica a
sus contrarios y sobre todo a las razones de la caza en que éstos lo persiguen.
Las historias de detectives, cuyo interés reside en una construcción lógica, que como
tal no tiene por qué ser propia de las narraciones de crímenes, aparecen por primera vez
en Francia al traducirse los cuentos de Poe: El misterio de Marie Rogêt, Los crímenes de la
calle Morgue, La carta robada. Con la traducción de estos modelos adoptó Baudelaire el
*
Benjamín, Walter. Poesía y capitalismo (Iluminaciones II). Madrid, Taurus, 1980, pp. 54-64.
* *
Walter Benjamín (1892 -1940) quería ser el mejor crítico literario alemán. Hoy está considerado
como uno de los más grandes intelectuales del siglo, tanto en lo que se refiere a sus escritos teóricos y
críticos como a su misma biografía política. La obra de Benjamín en rigor no existe: consta de una
serie de artículos recopilados con posterioridad a su muerte. Benjamín planteaba una vasta obra que
fuera una colección de citas y fragmentos. Amigo de Theodor W. Adorno, fue incluido en la Escuela de
Frankfurt, con cuyos miembros mantuvo más de una controversia teórica, particularmente por la
resistencia de Benjamín a trabajar con categorías de mediación entre la totalidad de lo social y las
producciones culturales que analizaba. Ordenada alrededor de la experiencia urbana, las prácticas
estéticas de vanguardia y las primeras manifestaciones culturales de los medios masivos (fotografía,
cine, radio), los textos de Benjamín aparecen siempre como piedras fundamentales de toda reflexión
sobre lo contemporáneo. El fragmento aquí reproducido plantea la relación del género con
determinadas experiencias urbanas y con la formación de un imaginario característico de la burguesía
y de la pequeña burguesía.
7
En Séraphita, Balzac habla de una "visión rápida, cuyas percepciones ponen, en cambios súbitos, a
disposición de la fantasía los paisajes más opuestos de la tierra".
género. La obra de Poe penetró por entero en la suya; y Baudelaire subraya este estado
de cosas al hacerse solidario del método en el que coinciden todos los géneros a los que
se dedicó Poe. Poe fue uno de los técnicos más grandes de la nueva literatura. Él ha sido
el primero que, como advierte Valéry8, intentó la narración científica, la cosmogonía
moderna, la exposición de manifestaciones patológicas. Estos géneros tenían para él
valor de ejecuciones exactas de un método para el que se reclamaba vigencia general.
En lo cual Baudelaire se pone por completo a su lado y escribe en el sentido de Poe:
"No está lejos el tiempo en el que se comprenderá que toda literatura que se rehúse a
marchar fraternalmente entre la ciencia y la filosofía es una literatura homicida y
suicida". Las historias de detectives, las más ricas en consecuencias entre todas las
asecuciones de Poe, pertenecen a un género literario que satisface al postulado
baudelairiano. Su análisis constituye una parte del análisis de la propia obra de
Baudelaire, sin perjuicio de qué éste no escribiera ninguna historia semejante. Les fleurs
du mal conocen como disiecta membra tres de sus elementos decisivos: la víctima y el
lugar del hecho (Une martyre), el asesino (Le vin de l'assassin), la masa (La crépuscule du
soir). Falta el cuarto, que permite al entendimiento penetrar esa atmósfera preñada de
pasión. Baudelaire no ha escrito ninguna historia de detectives, porque la identificación
con el detective le resultaba imposible a su estructura pulsional. El cálculo, el momento
constructivo, caían en él del lado asocial. Y éste a su vez total y enteramente del de la
crueldad. Baudelaire fue un lector de Sade demasiado bueno para poder-competir con
Poe.
El contenido social originario de las historias detectivescas es la difuminación de
las huellas de cada uno en la multitud de la gran ciudad. Poe se dedica a este tema
penetrantemente en El misterio de Marie Rogêt, su cuento de crímenes más extenso.
Cuento que además es el prototipo de la valoración de informaciones de periódico en
orden al descubrimiento de crímenes. El detective de Poe, el caballero Dupin, no trabaja
sobre la base de inspecciones oculares, sino sobre la de los informes de la prensa diaria.
Un periódico, Le Commerciel, sostiene la opinión de que a Marie Rogêt, la asesinada, la
quitaron de en medio los criminales inmediatamente después de que hubo abandonado
la casa materna. "Es imposible que una persona tan popularmente conocida como la
joven víctima hubiera podido caminar tres cuadras sin que la viera alguien, y cualquiera
que la hubiese visto la recordaría." Esta idea nace de un hombre que reside hace mucho
en París, donde está empleado y cuyas andanzas en uno u otro sentido se limitan en su
mayoría a la vecindad de las oficinas públicas. Sabe que raras veces se aleja más de
doce cuadras de su oficina sin ser reconocido o saludado por alguien. Frente a la
amplitud de sus relaciones personales, compara esta notoriedad con la de la joven
perfumista, sin advertir mayor diferencia entre ambas, y llega a la conclusión de que,
cuando Marie salía de paseo no tardaba en ser reconocida por diversas personas, como
en su caso. Pero esto podría ser cierto si Marie hubiese cumplido itinerarios regulares y
metódicos, tan restringidos como los del redactor, y análogos a los suyos. Nuestro
razonador va y viene a intervalos regulares dentro de una periferia limitada, llena de
personas que lo conocen porque sus intereses coinciden con los suyos, puesto que se
ocupan de tareas análogas. Pero cabe suponer que los paseos de Marie carecían de
rumbo preciso. En este caso particular lo más probable es que haya tomado por un
canino distinto de sus itinerarios acostumbrados. El paralelo que suponemos existía en
la mente de Le Commerciel sólo es defendible si se trata de dos personas que atraviesan
la ciudad de extremo a extremo. En este caso, si imaginamos que las relaciones
personales de cada uno son equivalentes en número, también serán iguales las
posibilidades de que cada uno encuentre el mismo número de personas conocidas. Por
mi parte, no sólo creo posible, sino muy probable, que Marie haya andado por las
diversas calles que unen su casa con la de su tía sin encontrar a ningún conocido. Al
estudiar este aspecto como corresponde, no se debe olvidar nunca la gran desproporción
entre las relaciones personales (incluso las del hombre más popular de París) y la
población total de la ciudad9.
Dejando de lado el contexto que provoca en Poe estas reflexiones, el detective
8
Cfr. la introducción de Paul Valéry a la edición Crès (París, 1928) de Les fleurs du mal.
9
Edgar Allan Poe. Cuentos. Trad. de J. Cortázar, I, págs. 487-488, Madrid, Alianza, 1970
pierde su competencia, pero el problema no pierde su vigencia. Está, por cierto, un poco
entornado en la base de uno de los más famosos poemas de Les fleurs du mal, el soneto
A une passante:
La calle ensordecedora a mi alrededor aullaba
Alta, delgada, de luto riguroso dolor majestuoso,
una mujer pasó de una mano fastuosa
levantando, balanceando el festón y el dobladillo;
11
E. A. Poe. op. cit. I, pág. 256
1.2. Detective, posición de verdad y analista**
Jacques Lacan* *
Hemos pensado ilustrar para ustedes hoy la verdad que se desprende del
momento del pensamiento freudiano que estudiamos, a saber que es el orden
simbólico12 el que es, para el sujeto, constituyente, demostrándoles en una historia la
determinación principal que el sujeto recibe del recorrido de un significante.
Es esta verdad, observémoslo, la que hace posible la existencia misma de la ficción.
Desde ese momento una fábula es tan propia como otra historia para sacarla a la luz a
reserva de pasar en ella la prueba de su coherencia. Con la salvedad de esta reserva,
tiene incluso la ventaja de manifestar la necesidad simbólica de manera tanto más pura
cuanto que podríamos creerla gobernada por lo arbitrario.
Se trata, como ustedes saben, del cuento que Baudelaire tradujo bajo el título de La
lettre volée (La carta robada). Desde un principio, se distinguirá en él un drama de la
narración que de él se hace y de las condiciones de esa narración.
Se ve pronto, por lo demás, lo que hace necesarios esos componentes, y que no
pudieron escapar a las intenciones de quien los compuso.
La narración, en efecto, acompaña al drama con un comentario, sin el cual no
habría puesta en escena posible. Digamos que su acción permanecería, propiamente
hablando, invisible para la sala además de que el diálogo quedaría, a consecuencia de
ello y por las necesidades mismas del drama, vacío expresamente de todo sentido que
pudiese referirse a él para un oyente: dicho de otra manera, que nada del drama podría
aparecer ni para la toma de vistas, ni para la toma de sonido, sin la iluminación con luz
rasante, si así puede decirse, que la narración da a cada escena desde el punto de vista
que tenía al representarla uno de los actores.
Estas escenas son dos, de las cuales pasaremos de inmediato a designar a la primera
con el nombre de escena primitiva y no por inadvertencia, puesto que la segunda puede
considerarse como su repetición, en el sentido que está aquí mismo en el orden del día.
La escena primitiva pues se desarrolla, nos dicen, en el tocador real, de suerte que
sospechamos que la persona de más alto rango, llamada también la ilustre persona, que
*
Lacan, Jacques. "El seminario sobre La carta robada" en Escritos II. México, Siglo XXI, 1975.
* *
Jacques Lacan (1901-1981) es, de algún modo, el centro de la escena psicoanalítica de la segunda
mitad del siglo XX. Conocido particularmente por haber propugnado un "retorno a Freud" en el
sentido de recuperar los postulados originales de ¡a teoría psicoanalítica freudiana, no debe pensarse,
sin embargo, que Lacan sea un mero epígono de Freud. La teoría lacaniana (que como toda teoría
psicoanalítica es una teoría de la subjetividad) tiene su piedra basal en el lenguaje, pensado a la vez en
la tradición heideggeriana y en la tradición del estructuralismo saussureano. El "Seminario sobre La
carta robada" es un texto clave para la comprensión de la teoría de Lacan, al menos en su primera
etapa, porque en él se encuentran prácticamente todos los tópicos y relaciones que la caracterizan:
compulsión de repetición, carácter intersubjetivo del inconsciente, las series y estructuras significantes
como determinaciones del sujeto, la relación de verdad que el análisis instaura, etc... Para una
exposición del seminario algo más clara que su versión original (la opacidad es un rasgo casi militante
en Lacan y los lacanianos), conviene ver la Introducción al psicoanálisis de Jacques Lacan de Oscar
Masotta (Buenos Aires, Corregidor, 1980) que excede largamente el comentario o la exposición
didáctica. Una crítica demoledora del seminario (y por lo tanto, de todo el pensamiento de Lacan)
puede verse en La carta postal (México, Siglo XXI, 1980) de Jacques Derrida, que centra sus críticas
en la noción de sujeto y de verdad. El fragmento aquí seleccionado plantea, a partir de un análisis del
cuento de Poe, ciertos temas interesantes para tener en cuenta en relación con el género policial, cuya
matriz formal parecería coincidir con la teoría psicoanalítica. En ese sentido, la figura del detective y
su relación con la verdad es análoga a la figura del analista, ambos, para decirlo con palabras de
Lacan, héroes de la modernidad. (NC)
12
Lacan distingue a partir de 1953 tres registros: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Cada registro supone una
dimensión analítica y no deben confundirse con "etapas" o períodos, aun cuando se hable de "acceso a lo
simbólico" (a partir de la adquisición del lenguaje, por ejemplo). La tríada de conceptos (junto con la noción de
parentesco que retoma de Lévy-Strauss) le permite a Lacan analizar la familia, y por lo tanto, el complejo de Edipo
(en esta compilación hay repetidas referencias al mito de Edipo en relación con el policial), como parte de una
estructura. Hasta 1970, Lacan asigna a lo simbólico el lugar dominante en su tópica. A partir de esa fecha, cuando
Lacan intenta construir una "ciencia de lo real", lo Simbólico pierde su lugar determinante, reemplazado por lo
Real. Lacan rescribe la tópica como R.S.I., donde lo Real permanece como un "resto" inasimilable e
irrepresentable, inaccesible a cualquier simbolización.
está sola allí cuando recibe una carta, es la reina. Este sentimiento se confirma por el
azoro en que la arroja la entrada del otro ilustre personaje, del que nos han dicho ya
antes de este relato que la noción que podría tener de dicha carta pondría en juego para
la dama nada menos que su honor y su segundad. En efecto, se nos saca prontamente de
la duda de si se trata verdaderamente del rey, a medida que se desarrolla la escena
iniciada con la entrada del ministro D... En ese momento, en efecto, la reina no ha
podido hacer nada mejor que aprovechar la distracción del rey, dejando la carta sobre la
mesa "vuelta con la suscripción hacia arriba". Ésta sin embargo no escapa al ojo de
lince del ministro, como tampoco deja de observar la angustia de la reina, ni de traspasar
así su secreto. Desde ese momento todo se desarrolla como en un reloj. Después de
haber tratado con el brío y el ingenio que son su costumbre los asuntos corrientes, el
ministro saca de su bolsillo una carta que se parece por el aspecto a la que está bajo su
vista, y habiendo fingido leerla, la coloca al lado de ésta. Algunas palabras más con que
distrae los reales ocios, y se apodera sin pestañear de la carta embarazosa, tomando las
de Villadiego sin que la reina, que no se ha perdido nada de su maniobra, haya podido
intervenir en el temor de llamar la atención del real consorte que en ese momento se
codea con ella.
Todo podría pues haber pasado inadvertido para un espectador ideal en una
operación en la que nadie ha pestañeado y cuyo cociente es que el ministro ha hurtado a
la reina su carta y que, resultado más importante aún que el primero, la reina sabe que
es él quien la posee ahora, y no inocentemente.
Un resto que ningún analista descuidará, adiestrado como está a retener todo lo que
hay de significante sin que por ello sepa siempre en qué utilizarlo: la carta, dejada a
cuenta por el ministro, y que la mano de la reina debe ahora estrujar en forma de bola.
Segunda escena: en el despacho del ministro. Es en su residencia, y sabemos, según
el relato que el jefe de policía ha hecho al Dupin cuyo genio propio para resolver los
enigmas introduce Poe aquí por segunda vez, que la policía desde hace dieciocho
meses, regresando allá tan a menudo como se lo han permitido las ausencias nocturnas
habituales al ministro, ha registrado la residencia y sus inmediaciones de cabo a rabo.
En vano: a pesar de que todo el mundo puede deducir de la situación que el ministro
conserva esa carta a su alcance.
Dupin se ha hecho anunciar al ministro. Éste lo recibe con ostentosa
despreocupación, con frases que afectan un romántico hastío. Sin embargo Dupin, a
quien no engaña esta finta, con sus ojos protegidos por verdes gafas inspecciona las
dependencias. Cuando su mirada cae sobre un billete muy maltratado que parece en
abandono en el receptáculo de un pobre portacartas de cartón que cuelga, reteniendo la
mirada con algún brillo barato, en plena mitad de la campana de la chimenea, sabe ya
que se trata de lo que está buscando.
Su convicción queda reforzada por los detalles mismos que parecen hechos para
contrariar las señas que tiene de la carta robada, con la salvedad del formato que
concuerda.
Entonces sólo tiene que retirarse después de haber "olvidado" su tabaquera en la
mesa, para regresar a buscarla al día siguiente, armado de una contrahechura que simula
el presente aspecto de la carta. Un incidente de la calle, preparado para el momento
adecuado, llama la atención del ministro hacia la ventana, y Dupin aprovecha para
apoderarse a su vez de la carta sustituyéndola por su simulacro; sólo le falta salvar ante
el ministro las apariencias de una despedida normal.
Aquí también todo ha sucedido, si no sin ruido, por lo menos sin estruendo. El
cociente de la operación es que el ministro no tiene ya la carta, pero él no lo sabe, lejos
de sospechar que es Dupin quien se la hurtó.
¿Será preciso que subrayemos que estas dos acciones son semejantes? Sí, pues la
similitud a la que apuntamos no está hecha de la simple reunión de rasgos escogidos con
el único fin de emparejar su diferencia. Y no bastaría con retener esos rasgos de
semejanza a expensas de los otros para que resultara de ello una verdad cualquiera. Es
la intersubjetividad en que las dos acciones se motivan lo que podemos señalar, y los
tres términos con que las estructura. El privilegio de éstos se juzga en el hecho de que
responden a la vez a los tres tiempos lógicos por los cuales la decisión se precipita, y a
los tres lugares que asila a los sujetos a los que divide.
Esta decisión se concluye en el momento de una mirada13. Pues las maniobras que
siguen, si bien se prolonga en ellas a hurtadillas, no le añaden nada, como tampoco su
dilación de oportunidad en la segunda escena rompe la unidad de ese momento.
Esta mirada supone otras dos a las que reúne en una visión de la apertura dejada en
su falaz complementariedad, para anticiparse en ella a la rapiña ofrecida en esa
descubierta. Así pues, tres tiempos, que ordenan tres miradas, soportadas por tres sujetos,
encarnadas cada vez por personas diferentes14.
El primero es de una mirada que no ve nada: es el rey y es la policía.
El segundo de una mirada que ve que la primera no ve nada y se engaña creyendo ver
cubierto por ello lo que esconde: es la reina, después es el ministro.
El tercero que de esas dos miradas ve que dejan lo que ha de esconderse a descubierto
para quien quiera apoderarse de ello: es el ministro, y es finalmente Dupin.
Para hacer captar en su unidad el complejo intersubjetivo así descrito, le buscaríamos
gustosos un patrocinio en la técnica legendariamente atribuida al avestruz para ponerse al
abrigo de los peligros; pues ésta merecería por fin ser calificada de política, repartiéndose así
entre tres participantes, el segundo de los cuales se creería revestido de invisibilidad por el
hecho de que el primero tendría su cabeza hundida en la arena, a la vez que dejaría a un tercero
desplumarle tranquilamente el trasero; bastaría con que, enriqueciendo con una letra (en
francés) su denominación proverbial, hiciéramos de la politique de l'autruche (política del
avestruz) la politique de l'autruiche (autrui: "prójimo"), para que en sí misma al fin
encuentre un nuevo sentido para siempre.
Lo que nos interesa hoy es la manera en que los sujetos se relevan en su
desplazamiento en el transcurso de la repetición intersubjetiva.
Veremos que su desplazamiento está determinado por el lugar que viene a ocupar el
puro significante que es la carta robada, en su trío. Y esto es lo que para nosotros lo
confirmará como automatismo de repetición.
No parece estar de más, sin embargo, antes de adentrarnos en esa vía, preguntar si
la mira del cuento y el interés que tomamos en él, en la medida en que coincidan, no se
encuentran en otro lugar.
¿Podemos considerar como una simple racionalización, según nuestro rudo
lenguaje, el hecho de que la historia nos sea contada como un enigma policíaco?
En verdad tendríamos derecho a estimar que este hecho es poco seguro, observando
que todo aquello en que se motiva semejante enigma a partir de un crimen o de un
delito a saber, su naturaleza y sus móviles, sus instrumentos y su ejecución, el
procedimiento para descubrir su autor, y el camino para hacerle convicto está aquí
cuidadosamente eliminado desde el comienzo de cada peripecia.
El dolo, en efecto, es conocido desde el principio tan claramente como los manejos
del culpable y sus efectos sobre su víctima. El problema, cuando nos es expuesto, se
limita a la búsqueda con fines de restitución del objeto en que consiste ese dolo, y
parece sin duda intencional que su solución haya sido obtenida ya cuando nos lo
explican. ¿Es por eso por lo que se nos mantiene en suspenso? En efecto, sea cual sea el
crédito que pueda darse a la convención de un género para suscitar un interés específico
en el lector, no olvidemos que "el Dupin" que aquí es el segundo en aparecer es un
prototipo, y que por no recibir su género sino del primero, es un poco pronto para que el
autor juegue sobre una convención.
Sería sin embargo otro exceso reducir todo ello a una fábula cuya moraleja sería
13
Se buscará aquí la referencia necesaria en nuestro ensayo sobre "El tiempo lógico y el aserto de
certidumbre anticipada", véase p. 21 de Escritos, t. I, México, Siglo XXI, 1972.
14
El pensamiento de Lacan está armado a partir de un orden ternario que muchos analistas de su obra remiten a
la semiótica de Peirce, también permanentemente tricotómica. Peirce plantea una teoría donde los números no
funcionan ordinalmente sino cardinalmente, como único ordenamiento de su complicada teoría sobre los signos.
El uno, en Peirce, remite al ser, a lo único, a lo indivisible. El dos supone la alteridad: la pareja sujeto/objeto es
un buen ejemplo de dos. El tres se establece a partir de la relación y es, por lo tanto, el número que
correspondería al pensamiento y a las relaciones lógicas. Peirce denomina a estas ideas, "primeridad",
"segundidad' y "terceridad". El artículo de Deleuze reproducido en este volumen trabaja a partir de esta última
noción. Una exposición de Peirce y de su relación con el estructuralismo francés puede verse en el artículo de
Deleuze incluido en la Historia de la filosofía, ideas, doctrinas, T. IV (Madrid, Espasa Calpe, 1976) titulado "En
qué se reconoce el estructuralismo". Todo pensamiento ternario es necesariamente serial. Ver Peirce, Charles.
Collected Papers en Obra lógico-semiótica (Madrid, Taurus, 1987) y Link, Daniel. "Como se 1ê" en Como se lê
e outras intervenções críticas. Chapecó, Argos, 2002.
que, para mantener al abrigo de las miradas una de esas correspondencias cuyo secreto
es a veces necesario para la paz conyugal, basta con andar dejando sus redacciones por
las mesas, incluso volviéndolas sobre su cara significante. Es éste un engaño que
nosotros por nuestra parte no recomendaríamos a nadie ensayar, por temor de que
quedase decepcionado si confiase en él.
¿No habría pues aquí otro enigma sino, del lado del jefe de la policía, una
incapacidad en el principio de un fracaso salvo tal vez del lado de Dupin cierta
discordancia, que confesamos de mala gana, entre las observaciones sin duda muy
penetrantes, aunque no siempre absolutamente pertinentes en su generalidad, con que
nos introduce a su método, y la manera en que efectivamente interviene?
De llevar un poco más lejos este sentimiento de polvo en los ojos, pronto
llegaríamos a preguntarnos si, desde la escena inaugural que sólo la calidad de los
protagonistas salva del vaudeville, hasta la caída en el ridículo que aparece en la
conclusión prometida al ministro, no es el hecho de que todo el mundo sea burlado lo
que constituye aquí nuestro placer.
Y nos veríamos tanto más inclinados a admitirlo cuanto que encontraríamos en ello,
junto con aquellos que aquí nos leen, la definición que vimos en algún lugar de pasada
del héroe moderno, "que ilustran hazañas irrisorias en una situación de extravío".
¿Pero no nos dejamos ganar nosotros mismos por la prestancia del detective
aficionado, prototipo de un nuevo matamoros, todavía preservado en la insipidez del
superman contemporáneo?
Simple broma que basta para hacernos notar por el contrario en este relato una
verosimilitud tan perfecta, que puede decirse que la verdad revela en él su ordenamiento
de ficción.
CAPÍTULO 2
Antonio Gramsci* *
Michel Foucault* *
– Existía también el problema del trabajo penal: los obreros tenían una concurrencia,
un trabajo a bajo precio que habría arruinado su salario.
– Posiblemente. Pero me pregunto si el trabajo penal no ha sido orquestado
precisamente para lograr entre los delincuentes y los obreros estos malentendidos, tan
importantes, para el funcionamiento general del sistema. Lo que temía enormemente la
burguesía era esta especie de ilegalismo sonriente y tolerado que se conocía en el siglo
XVIII. Es preciso no exagerar: los castigos en el siglo XVIII eran de una enorme dureza.
Pero no es menos cierto que los criminales, al menos algunos de ellos, eran bien
tolerados por la población. No existía una clase autónoma de delincuentes. Alguien
como Mandrin era recibido por la burguesía, por la aristocracia y por el campesinado en
los lugares por los que pasaba, y protegido por todos. A partir del momento que la
capitalización puso entre manos de la clase popular una riqueza investida, bajo la forma
de materias primas, de maquinaria, de instrumentos, fue absolutamente necesario
proteger esta riqueza. Porque la sociedad industrial exige que la riqueza esté
directamente en las manos no de quienes la poseen sino de aquellos que permitirán
obtener beneficios de ella trabajándola. ¿Cómo proteger esta riqueza? Mediante una
moral rigurosa: de ahí proviene esta formidable capa de moralización que ha caído
desde arriba sobre las clases populares del siglo XIX. Observad las formidables
campañas de cristianización de los obreros de esta época. Ha sido absolutamente
necesario constituir al pueblo en sujeto moral, separarlo pues de la delincuencia, separar
claramente el grupo de los delincuentes, mostrarlos como peligrosos, no sólo para los
ricos sino también para los pobres, mostrarlos cargados de todos los vicios y origen de
los más grandes peligros. De aquí el nacimiento de la literatura policíaca y la
importancia de periódicos de sucesos, de los relatos horribles de crímenes.
– Usted distingue dos delincuencias: la que termina en la policía, y la que se pierde en la
estética, Vidocq y Lacenaire.
– Mi análisis termina hacia los años 1840, que me parecían muy significativos. Es
en este momento cuando comienza el largo concubinato de la policía y de la
delincuencia. Se ha hecho el primer balance del fracaso de la prisión, se sabe que la
prisión no reforma, sino que por el contrario fabrica delincuencia y delincuentes, y éste
es el momento en que se descubren los beneficios que se pueden obtener de esta fabrica-
ción. Estos delincuentes pueden servir para algo aunque más no sea para vigilar a los
delincuentes. Vidocq es representativo de ello. Viene del siglo XVIII, del período
revolucionario e imperial en el que ha sido contrabandista, un poco rufián, desertor.
Formaba parte de esos nómadas que recorrían las ciudades, los campos, los ejércitos,
*
Foucault Michel. "Entrevista sobre la prisión: el libro y su método" en Microfísica del poder. Madrid,
Ediciones de la Piqueta, 1980 y "La resonancia de los suplicios" en Vigilar y castigar. México, Siglo XXI, 1987.
* *
Michel Foucault (1926-1984) es uno de los más estimulantes pensadores de los últimos veinticinco años.
Difícilmente clasificable (¿crítico?, ¿historiador?, ¿filósofo?), toda su obra intenta analizar los dispositivos de
poder y disciplinamiento desarrollados durante el período de la modernidad (o, lo que es lo mismo, del
ascenso burgués). Particularmente sensible al lenguaje, ha desarrollado en varios libros la hipótesis de los efectos
discursivos: la historia, los procesos de subjetivación e individuación, las prácticas sexuales y las instituciones
serían (extremando la posición de Foucault, que es siempre mucho más sutil que la de cualquiera de sus
comentadores) efectos de prácticas discursivas. En algún sentido superador del marxismo althusseriano, su
preocupación por las prácticas de lenguaje tiende precisamente a invertir el lugar común según el cual todo sería
representación o reflejo de las relaciones estrictamente económicas. Hay una materialidad propia del poder y del
discurso que, para Foucault, determinan incluso formas de dominio económico. Una buena introducción a las
líneas principales de su pensamiento es la lección inaugural que dio en el Collège de France (El orden del discurso,
Barcelona, Tusquets, 1973) y la colección de conferencias agrupadas bajo el título La verdad y las formas
jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1986. Son clásicos sus libros Historia de la locura en la época clásica (México, FCE,
1986), Vigilar y castigar (México, Siglo XXI, 1987) y la Historia de la sexualidad (México, Siglo XXI, 1985, el tomo
I). Los fragmentos aquí reproducidos pertenecen a Vigilar y castigar y a una entrevista a propósito de ese libro, en
el que Foucault define un proceso de transformación social que va a dar en la formación de regímenes panópticos
o de vigilancia extrema. Además de ciertas proposiciones retomadas del pensamiento socialista, Vigilar y
castigar (y tal vez toda la obra de Foucault) recupera la versión de la "jaula de hierro" acuñada por Max Weber. Es
particularmente interesante el modo en que relaciona Foucault la aparición del género policial con el sistema
global de control y sujeción de los cuerpos.
circulaban. Criminalidad viejo estilo.
Después fue absorbido por el sistema. Fue a presidio, y salió convertido en
confidente de la policía, pasó a policía y finalmente a jefe de servicios de seguridad. Él
es, simbólicamente, el primer gran delincuente que ha sido utilizado como delincuente
por el aparato de poder.
En cuanto a Lacenaire, es la señal de otro fenómeno diferente pero ligado al primero:
el del interés estético, literario, que se comienza a dar al crimen, la heroización estética
del crimen. Hasta el siglo XVIII, los crímenes no eran heroizados más que de dos
modos: un modo literario cuando se trataba de los crímenes de un rey y porque eran los
crímenes del rey, o un modo popular que se encuentra en las "hojas sueltas", las coplas,
que cuentan las fechorías de Mandrin o de un asesino famoso. Dos géneros que no se
comunicaban en absoluto.
Hacia 1840 aparece el héroe criminal, héroe que no es ni aristócrata ni popular. La
burguesía se proporciona sus propios héroes criminales. Esto sucede en el mismo
momento en que se produce esta ruptura entre los criminales y las clases populares: el
criminal no debe ser un héroe popular sino un enemigo de las clases pobres. La
burguesía por su parte constituye una estética en la que el crimen ya no es más popular
sino una de esas bellas artes de las que solamente ella es capaz. Lacenaire es el tipo de este
nuevo criminal. Es de origen burgués o pequeño-burgués. Sus padres han fracasado en
los negocios pero él ha sido bien educado, ha ido al colegio, sabe leer y escribir. Esto le ha
permitido jugar en su medio un papel de líder. La forma como habla de los otros
delincuentes es característica: esas bestias brutas, cobardes y torpes. Lacenaire, él, era el
cerebro lúcido y frío. Se constituye así el nuevo héroe que ofrece todos los signos y
prendas de la burguesía. Esto va a conducirnos a Gaborian, y a la novela policíaca en la
que el criminal pertenece siempre a la burguesía. En la novela policíaca nunca un
criminal es popular. El criminal es siempre inteligente, juega con la policía una especie de
juego de igualdad.
2.2.1.
El rito de la ejecución exigía que el condenado proclamara por sí mismo su
culpabilidad por la retractación pública que pronunciaba, por el cartel que exhibía y por
las declaraciones que sin duda le obligaban a hacer. En el momento de la ejecución,
parece ser que se le daba además la ocasión de tomar la palabra, no para clamar su
inocencia, sino para atestiguar su crimen y la justicia de su sentencia. En todo caso, las
crónicas consignan buen número de discursos de este género. ¿Discursos reales?
Indudablemente, en cierto número de casos. ¿Discursos ficticios que se hacía después
circular a título de ejemplo y de exhortación? Sin duda éste fue el caso más frecuente.
¿Qué crédito conceder a lo que se refiere, por ejemplo, acerca de la muerte de Marion Le
Goff, que había sido jefe de una banda célebre en Bretaña a mediados del siglo XVIII?
Según dicen, gritó desde lo alto del patíbulo: "Padres y madres que me escucháis, vigilad
y enseñad bien a vuestros hijos; yo fui en mi infancia embustera y holgazana, comencé
por robar un cuchillito de seis ochavos... Después, robé a unos buhoneros, a unos
tratantes de bueyes; finalmente fui jefe de una banda de ladrones, y por eso estoy aquí.
Repetid esto a vuestros hijos y que al menos les sirva de ejemplo" 15. Un discurso así está
demasiado cerca, por sus términos mismos, de la moral que se encuentra
tradicionalmente en las hojas sueltas, en los papeles públicos y en la literatura de venta
ambulante, para que no sea apócrifo. Pero la existencia del género "últimas palabras de
un condenado" es en sí misma significativa. La justicia necesitaba que su víctima
autenticara en cierto modo el suplicio que sufría. Se le pedía al criminal que consagrara
por sí mismo su propio castigo proclamando la perfidia de sus crímenes; se le hacía
decir, como a Jean Dominique Langlade, tres veces asesino: "Escuchad todos mi
horrible acción infame y vituperable, que cometí en Aviñón, donde mi nombre es
execrable, por violar sin humanidad los sacros fueros de la amistad"16. Desde cierto
punto de vista, la hoja volante y el canto del muerto continúan el proceso; o más bien
15
Corre. Documents de criminologie rétrospective. 1896, p. 257.
16
Citado en L Duhamel, p. 32.
prosiguen ese mecanismo por el cual el suplicio hacía pasar la verdad secreta y escrita
del procedimiento al cuerpo, el gesto y el discurso del criminal. La justicia necesitaba
estos apócrifos para fundamentarse en verdad. Sus decisiones se hallaban así rodeadas
de todas esas "pruebas" póstumas. Ocurría también que se publicaran relatos de
crímenes y de vidas infames, a título de pura propaganda, antes de todo proceso y para
forzar la mano a una justicia de la que se sospechaba que era demasiado tolerante. Con
el fin de desprestigiar a los contrabandistas, la Compagnie des Fermes publicaba
"boletines" refiriendo sus crímenes. En 1768, contra cierto Montagne, que estaba a la
cabeza de una banda, distribuye hojas cuyo propio redactor dice: "se le han atribuido
algunos robos cuya realidad es bastante insegura...; se ha representado a Montagne
como una bestia feroz, como una segunda hiena a la que había que dar caza; las
cabezas de Auvergne estaban todavía calientes, y esta idea tomó cuerpo"17.
Pero el efecto, como el uso, de esta literatura era equívoco. El condenado se
encontraba convertido en héroe por la multiplicidad de sus fechorías ampliamente
exhibidas, y a veces la afirmación de su tardío arrepentimiento. Contra la ley, contra los
ricos, los poderosos, los magistrados, contra la gendarmería o la ronda, contra la
recaudación de impuestos y sus agentes, aparecía como protagonista de un combate, en
el que cada cual se reconocía fácilmente. Los crímenes proclamados ampliaban hasta la
epopeya unas luchas minúsculas que la sombra protegía cotidianamente. Si el
condenado se mostraba arrepentido, pidiendo perdón a Dios y a los hombres por sus
crímenes, se le veía purificado: moría, a su manera, como un santo. Pero su misma
irreductibilidad constituía su grandeza: al no ceder en los suplicios, mostraba una fuerza
que ningún poder lograba doblegar: "El día de la ejecución, frío, sereno e impasible, se
me vio hacer sin emoción la pública retractación, téngase o no por increíble. Luego en
la cruz fui a sentarme sin que tuvieran que ayudarme"18. Héroe negro o criminal
reconciliado, defensor del verdadero derecho o fuerza imposible de someter, el criminal
de las hojas sueltas, de las gacetillas, de los almanaques, de las bibliotecas azules, lleva
consigo, bajo la moral aparente del ejemplo que no se debe seguir, toda una memoria de
luchas y enfrentamientos. Se ha visto a condenados que después de su muerte se
convertían en una especie de santos, cuya memoria se honra y cuya tumba se respeta 19.
Se ha visto a condenados pasar casi por completo del lado del héroe positivo. Se ha
visto a condenados para los cuales la gloria y la abominación no estaban disociadas,
sino que subsistían largo tiempo todavía en una figura reversible. En toda esta literatura
de crímenes, que prolifera en torno de algunas altas siluetas 20, no hay que ver sin duda
ni una "expresión popular" en estado puro, ni tampoco una acción concertada de
propaganda y de moralización, venida de arriba, sino el punto de encuentro de dos
acometidas de la práctica penal, una especie de frente de lucha en torno del crimen, de
su castigo y de su memoria. Si estos relatos pueden ser impresos y puestos en
circulación, es porque se espera de ellos efecto de control ideológico21, fábulas verídicas
de la pequeña historia. Pero si son acogidos con tanta atención, si forman parte de las
lecturas de base de las clases populares, es porque en ellos no sólo encuentran recuerdos
sino puntos de apoyo; el interés de "curiosidad" es también un interés político. De
suerte que tales discursos pueden ser leídos como discursos de doble cara, por los
hechos que refieren, por la repercusión que les da y la gloria que confieren a esos
criminales designados como "ilustres" y sin duda por las palabras mismas que emplean.
Hay que referir sin duda a esta literatura las "emociones del patíbulo", donde se
17
Archivos de Puy de Dôme. Citado en M. Juillard. Brigandage et contrebande en Haute Auvergne
au XVIII siècle. 1937, p. 24.
18
Jácara de J. D. Langlade, ejecutado en Aviñón el 12 de abril de 1768.
19
Tal fue el caso de Tanguy, ejecutado en Bretaña hacia 1740. Cierto es que antes de ser condenado
había iniciado una larga penitencia ordenada por su confesor. ¿Conflicto entre la justicia civil y la
penitencia religiosa? Cf. A. Corre. Documente de criminologie retrospectiva. 1895, p. 21. Corre se
refiere a Trevedy. Une promenade à la montagne de justice et a la tombe Tanguy.
20
Aquellos a quienes R. Madrou llama los dos grandes: Cartouche y Mandrin, a los cuales hay que añadir a
Guillen (De la cultura populaire aux XVIIe et XVIIe siècles. 1964, p. 112). En Inglaterra, Jonathan Wild, Jack
Sheppard, Claude Duval desempeñaban un papel bastante parecido.
21
La impresión y la difusión de almanaques, hojas sueltas, etc., estaban en principio sometidas a un control
estricto.
enfrentaban a través del cuerpo del ajusticiado el poder que condenaba y el pueblo que
era testigo, participante, víctima eventual y "eminente" de esta ejecución. En la estela de
una ceremonia que canalizaba mal las relaciones de poder que trataba de ritualizar, se ha
precipitado toda una masa de discursos, prosiguiendo el mismo enfrentamiento; la
proclamación póstuma de los crímenes justificaba la justicia, pero glorificaba también al
criminal. De ahí que pronto los reformadores del sistema penal pidieran la supresión de
esas hojas sueltas22. De ahí que entre el pueblo provocara un interés tan vivo aquello que
desempeñaba en cierto modo el papel de la epopeya menor y cotidiana de los
ilegalismos. De ahí que perdieran importancia a medida que se modificó la función
política del ilegalismo popular.
Y desaparecieron a medida que se desarrollaba una literatura del crimen
completamente distinta: una literatura en la que el crimen aparece glorificado, pero
porque es una de las bellas artes, porque sólo puede ser obra de caracteres
excepcionales, porque revela la monstruosidad de los fuertes y de los poderosos, porque
la perversidad es todavía una manera de ser un privilegiado: de la novela negra a
Quincey, o del Castillo de Otranto a Baudelaire, hay toda una reescritura estética del
crimen, que es también la apropiación de la criminalidad bajo formas admisibles. Se
trata, en apariencia, del descubrimiento de la belleza y de la grandeza del crimen; de
hecho es la afirmación de que la grandeza también tiene derecho al crimen y que llega a
ser incluso el privilegio exclusivo de los realmente grandes. Los bellos asesinatos no son
para los artesanos del ilegalismo. En cuanto a la literatura policíaca, a partir de
Gaboriau, responde a este primer desplazamiento: con sus ardides, sus sutilezas y la
extremada agudeza de su inteligencia, el criminal que presenta se ha vuelto libre de toda
sospecha; la lucha entre dos puras inteligencias -la del asesino y la del detective-
constituirá la forma esencial del enfrentamiento. Se está totalmente alejado de aquellos
relatos que detallaban la vida y las fechorías del criminal, que le hacían confesar sus
propios crímenes y que referían con pelos y señales el suplicio sufrido; se ha pasado de
la exposición de los hechos y de la confesión al lento proceso del descubrimiento; del
momento del suplicio a la fase de la investigación; del enfrentamiento físico con el
poder a la lucha intelectual entre el criminal y el investigador. No son simplemente las
hojas sueltas las que desaparecen cuando nace la literatura policíaca; es la gloria del
malhechor rústico y es la sombría glorificación por el suplicio. El hombre del pueblo es
ahora demasiado sencillo para ser el protagonista de las verdades sutiles. En este nuevo
género no hay ya ni héroes populares ni grandes ejecuciones; se es perverso, pero
inteligente, y de ser castigado no hay que sufrir. La literatura policíaca traspone a otra
clase social ese brillo que rodeaba al criminal. En cuanto a los periódicos, reproducirán
en sus gacetillas cotidianas la opaca monotonía sin epopeya de los delitos y de sus
castigos. A cada cual lo que le corresponde; que el pueblo se despoje del viejo orgullo de
sus crímenes; los grandes asesinatos se han convertido en el juego silencioso de los
cautos.
22
Cf. por ejemplo Lacretelle: "para satisfacer la necesidad de emociones fuertes que nos inquieta, para
hacer más profunda la impresión de un gran ejemplo, se dejan circular esas espantosas historias, de las
cuales se apoderan los poetas del pueblo y extienden por doquier su fama. Hay familia que oye un día
cantar a la puerta de su casa el crimen y el suplicio de sus hijos". (Discours sur les peines infamantes.
1784, p. 106.)
2.3. Consumo, placer, lectura*
Bertold Brecht* *
Sin duda alguna la novela policíaca muestra todas las características de una rama
floreciente de la literatura. En las encuestas periódicas sobre los "bestsellers",
ciertamente, apenas se la menciona, pero de ahí no hay que inferir en modo aluno que
no se cuente entre la "literatura". Es mucho más probable que la gran masa realmente
siga prefiriendo la novela psicológica y que la novela policíaca sea únicamente exaltada
por una comunidad de aficionados, numéricamente poderosa, aunque no abrumadora.
Entre éstos, no obstante, la lectura de novelas policíacas ha tomado el carácter y la
fuerza de una costumbre. Una costumbre intelectual.
No se puede llamar con la misma seguridad ocupación intelectual a la lectura de
novelas psicológicas (¿o habrá que decir literarias?), pues la novela psicológica
(literaria) se abre al lector a través de unas operaciones esencialmente distintas del
pensar lógico. La novela policíaca tiene por objeto el pensar lógico y exige del lector un
pensar lógico. Está cerca del crucigrama, en este sentido.
Por consiguiente, tiene un esquema y esgrime su fuerza en la variación. Ningún
autor de novelas policíacas sentirá el menor escrúpulo en situar su asesinato en la sala de
biblioteca de una quinta de recreo propiedad de un lord, aunque es de lo más poco
original. Los caracteres raramente varían y motivos para el asesinato los hay muy
pocos. Ni en la creación de nuevos personajes ni en el hallazgo de nuevos motivos para
el hecho invierte el buen escritor policíaco mucho talento o reflexión. No es eso lo que
interesa. Quien al enterarse de que la décima parte de los asesinatos ocurre en un patio
rectoral exclama: "¡Siempre lo mismo!", es que no ha comprendido la novela policíaca.
De la misma manera podría exclamar en el teatro al levantar el telón: "¡Siempre lo
mismo!". La originalidad está en otra cosa. El hecho de que una característica de la
novela policíaca sea la variación de elementos más o menos fijos es incluso lo que
confiere a todo el género su nivel estético. Es uno de los rasgos de una rama culta de la
literatura.
Por lo demás, el "siempre lo mismo" del profano se basa en el mismo error que el
juicio del hombre blanco, que dice que todos los negros se parecen. Hay gran número
de esquemas para la novela policíaca, sólo es importante que sean esquemas.
Como el mundo mismo, la novela policíaca está en manos de los ingleses. El código
de la novela policíaca inglesa es el más rico y homogéneo. Goza de las reglas más
estrictas, y éstas están consignadas en buenos ensayos literarios. Los americanos tienen
esquemas mucho más débiles y se hacen culpables, desde el punto de vista inglés, de ir
a la caza de originalidad. Sus asesinatos ocurren en serie y tienen carácter de epidemia.
En ocasiones sus novelas decaen en obras efectistas, es decir el efecto (thrill) ya no es
espiritual, sino puramente nervioso23.
La buena novela policíaca inglesa es ante todo fair. Demuestra robustez moral. To
*
Brecht, Bertold. "De la popularidad de la novela policíaca" en El compromiso en literatura y arte.
Barcelona, Península, 1973.
* *
Bertold Brecht (1900-1956) fue, además de escritor y dramaturgo, un teórico de primera línea.
Particularmente interesado en la manera en que la producción cultural podía resistir al nazismo (es
decir: en la eficacia política de la cultura) participó activamente en los debates de la década del treinta.
Bertold Brecht elaboró una teoría antiaristotélica del arte, basada en el distanciamiento. La formación
de una conciencia proletaria o revolucionaria pasaba, para Brecht, por los mecanismos desautoma-
tizantes de la vanguardia: la distancia así conseguida y la correlativa imposibilidad de identificación
con los personajes de la trama eliminarían la catarsis y producirían, en cambio, conocimiento. El
teatro de Brecht es, por tanto, un teatro consecuentemente pedagógico. Amigo de Benjamín (con
quien, sin embargo, discutía) fue especialmente criticado por Theodor Adorno y Georg Lúkacs. En el
artículo aquí reproducido Brecht interroga el modelo lógico-científico del policial. Para desarrollos
sistemáticos en esta línea ver las obras de Eco y Sebeok incluidas en la bibliografía, exposiciones
razonables de la obra de Peirce, parte de la cual aparece recopilada en el libro antes citado (cfr. nota
14).
23
Es interesante comparar este juicio de Brecht con la valoración actual de la novela negra o thriller. La
perspicacia de Brecht, sin embargo, no le permitió leer en las variedades norteamericanas del policial todo lo que
constituye precisamente un núcleo central de su obra: la relación material entre el mundo del crimen y el mundo
de la política. (NC)
play the game es cuestión de honor. El lector no es engañado, se le somete todo el
material antes de que el detective resuelva el enigma. Se lo pone en condiciones de
acometer él mismo la solución.
Es asombroso hasta qué punto el esquema fundamental de la buena novela policíaca
recuerda el método de trabajo de nuestros físicos. Primero se toma nota de ciertos
hechos. Tenemos un cadáver. El reloj está roto y señala las dos. El ama de llaves tiene
una tía rebosante de salud. El cielo esa noche estaba nublado. Etcétera, etcétera. Luego
se levantan hipótesis de trabajo que abarquen los hechos. Al añadir nuevos hechos o al
perder su valor otros ya anotados, nace la necesidad imperiosa de buscar una nueva
hipótesis de trabajo. Por último viene la prueba de la hipótesis: el experimento. Si la
tesis es buena, el asesino tiene que salir en tal y tal momento y en tal y tal lugar. Es
decisivo no desarrollar las acciones a partir de los personajes, sino los personajes a
partir de las acciones. Uno ve a la gente actuar, en fragmentos. Sus motivos son
dudosos y tienen que descubrirse por lógica. Como hipótesis decisiva de sus acciones se
toman sus intereses, y casi exclusivamente sus intereses materiales. Son éstos lo que se
busca.
Se ve aquí la aproximación al punto de vista científico y la enorme distancia con
respecto a la novela psicológica introspectiva. Todo el sistema de concepción del
escritor de novelas policíacas está influido por la ciencia.
Podemos mencionar aquí el hecho de que también en la novela literaria moderna, en
Joyce y Dos Passos, hay que constatar un cisma evidente entre psicología subjetiva y
objetiva y que incluso en el reciente verismo americano afloran tales tendencias, aunque
en este caso podía tratarse nuevamente de regresiones. Naturalmente hay que guardarse
de apreciaciones estéticas para ver la relación entre las obras sumamente complicadas
de Joyce, Döblin y Dos Passos y la novela policíaca de Sayers, Freeman y Rhode. Si, sin
embargo, se ve la relación, se descubre que la novela policíaca, con todo su primitivismo
(no sólo de tipo estético), satisface las necesidades de los hombres de una época
científica incluso más que las obras de vanguardia.
Nos divierte la manera como el escritor de novelas policíacas consigue de nosotros
juicios lógicos, obligándonos a abandonar nuestros prejuicios. Tiene que dominar para
ello el arte de la seducción. Tiene que dotar a las personas involucradas en el asesinato
tanto de rasgos poco simpáticos como de rasgos atractivos. Tiene que provocar nuestros
prejuicios. El viejo botánico filantrópico no puede ser el asesino, nos hace exclamar. De
un jardinero con antecedentes penales, dos veces por caza furtiva, se puede creer todo,
nos hace suspirar. Nos induce a error con sus descripciones de caracteres.
Advertidos mil veces (con la lectura de mil novelas policíacas), siempre olvidamos
de nuevo que sólo el motivo y la ocasión deciden. Son siempre las circunstancias
sociales que hacen posible o necesario el crimen: violentan el carácter, de la misma
manera que lo han formado. Naturalmente, el asesino es una mala persona, pero para
descubrir esto tenemos precisamente que poder colgarle el asesinato. La novela
policíaca no señala un camino más directo para descubrir su moral. Y así nos quedamos
en la pesquisa del nexo causal.
Fijar la causalidad de las acciones humanas es el placer intelectual principal que nos
ofrece la novela policíaca.
Las dificultades de nuestros físicos en el campo de la causalidad las encontramos
indudablemente por doquier en nuestra vida cotidiana, pero no en la novela policíaca.
En la vida cotidiana, por lo que a situaciones sociales se refiere, tenemos que
conformamos con una causalidad estadística, al igual que los físicos en determinados
campos. En todas las cuestiones existenciales, quizá con la única excepción de las más
primitivas, tenemos que contentarnos con cálculos de probabilidad. El que con tales y
tales conocimientos obtengamos tal y tal colocación, es algo que puede ser sumamente
probable. Ni siquiera para nuestras propias decisiones podemos aducir motivos
unívocos, y menos aún para las de otros. Las ocasiones que encontramos son extraor-
dinariamente confusas, veladas, borrosas. La ley de la causalidad funciona muy a
medias.
En la novela policíaca vuelve a funcionar: algunos ardides allanan las fuentes de
perturbación. El campo visual está hábilmente comprimido. Las conclusiones se hacen
posteriormente, partiendo de las catástrofes. De esta manera nos colocamos en una
posición, desde luego muy favorable a la especulación.
Al mismo tiempo podemos utilizar en ellas un raciocinio que la vida ha ido
desarrollando en nosotros.
Llegamos a un punto esencial de nuestro pequeño estudio de por qué las
operaciones intelectuales, que la novela policíaca nos facilita, son tan enormemente
populares en nuestro tiempo.
Hacemos nuestras experiencias en la vida de forma catastrófica. De las catástrofes
tenemos que deducir el modo como funciona nuestra vida social en común. En relación
con las crisis, depresiones, revoluciones y guerras tenemos que inferir, pensando, la
"inside story". Ya con la lectura de los periódicos (pero también de las facturas, cartas
de despido, órdenes de alistamiento, etc.) percibimos que alguien debe de haber hecho
algo para que aconteciera la catástrofe que está a la vista. ¿Qué ha hecho, pues, alguien,
y quién ha sido? Detrás de los acontecimientos que nos comunican sospechamos otros
hechos que no nos comunican. Son los verdaderos acontecimientos. Sólo si los
supiéramos, comprenderíamos24.
Sólo la historia puede ilustrarnos acerca de estos verdaderos acontecimientos en la
medida que sus actores no consiguen mantenerlos en absoluto secreto. La historia se
escribe después de las catástrofes.
Esta situación de base en que se encuentran los intelectuales, de ser objetos y no
sujetos de la historia, desarrolla el tipo de reflexión que pueden poner en práctica con
fruición en la novela policíaca. La existencia depende de factores desconocidos. "Debe
de haber sucedido algo", "algo se está fraguando", "se ha producido una situación"; esto
sienten, y el espíritu sale de patrulla. Pero la claridad no llega hasta después de la
catástrofe, si es que llega. El asesinato ha ocurrido. Pero ¿qué se ha estado fraguando
antes? ¿Qué había sucedido? ¿Qué situación se había producido? Bien, tal vez pueda
deducirse.
Este punto puede no ser el decisivo, posiblemente no es más que un punto entre
otros. La popularidad de la novela policíaca tiene muchas causas. De todos modos ésta
me parece una de las más interesantes.
24
Toda una teoría del funcionamiento de los medios masivos. Ver el texto de Mc Luhan que postula
también esta inversión de las causas y los efectos. Los acontecimientos como "catástrofes" son analizados
por Roland Barthes (ciertamente, un buen lector de Brecht) en "La estructura del suceso", fragmentos del cual
se reproducen en este volumen. Ver también el artículo "La construcción de un caso". (NC)
CAPÍTULO 3
Marshall Mc Luhan* *
Poe puso en funciones su método en muchos de sus poemas e historias. Pero donde
resulta más evidente es en la invención de la historia policíaca en que Dupin, su
detective, es un artista esteta que aclara los crímenes con un método de perfección
artística. No sólo es la novela policíaca el gran ejemplo popular de operar hacia atrás, de
efecto a causa, sino que es también la forma literaria en que él lector se ve
profundamente implicado como coautor. También es éste el caso en la poesía
simbolista, donde se requiere la participación del lector, en el proceso poético mismo,
para completar el efecto de instante en instante.
Es un quiasmo característico, que acompaña al último desarrollo de cualquier
proceso, que su última fase haya de ofrecer características opuestas a las de las fases
iniciales. Un ejemplo típico de quiasmo físico masivo, o reversión, se produjo cuando el
hombre occidental luchó con mayor denuedo por la individualidad, en tanto que
renunciaba a la idea de la existencia personal única25. Los artistas del siglo XIX
renunciaron en masa a esta personalidad única, que había sido dada por supuesto en el
siglo XVIII, cuando las nuevas presiones de las masas hicieron la carga de la
personalidad demasiado pesada. Del mismo modo que Mill luchó por la individualidad,
aun cuando hubiese renunciado al yo, los poetas y los artistas se inclinaron a la idea del
proceso impersonal en la producción artística, así como reprocharon a las nuevas masas
por el proceso impersonal en el consumo de productos artísticos. Un quiasmo similar y
relacionado con todo esto se produjo cuando el consumidor de arte popular fue invitado
por las nuevas formas artísticas a participar en el proceso artístico.
Éste fue el momento trascendental en la tecnología gutenberguiana. La separación de
sentidos y funciones, vieja ya de siglos, terminó en una unidad por completo inesperada.
La reversión por la que la presencia de nuevos mercados y nuevas masas animó al
artista a renunciar a su yo único pudo haber parecido una consumación final tanto para el
arte como para la tecnología. Fue una renuncia que se hizo casi inevitable, cuando los
simbolistas comenzaron a operar hacia atrás, de efecto a causa, en la concepción del
*
Mc Luhan, Marshall. "Reestructuración de la galaxia, o condición del hombre masa en una sociedad
individualista" en La galaxia Gutenberg. Barcelona, Planeta Agostini, 1985.
* *
Marshall Mc Luhan es uno de los más originales pensadores de la segunda mitad del siglo.
Particularmente preocupado por las cuestiones perceptivas implicadas en el desarrollo de los medios
masivos (a partir de posiciones clásicas de Walter Benjamin y Béla Bálasz), ha definido a éstos
como extensiones del sistema neurológico central del hombre. En La galaxia Gutenberg analiza las
sucesivas transformaciones de la cultura tipográfica, que coincide con lo que en otros contextos
teóricos se denomina cultura burguesa. El carácter voluntariamente fragmentario de sus libros así
como sus observaciones siempre sagaces, hacen de Mc Luhan, más allá del idealismo optimista y las
arbitrariedades que caracterizan sus escritos, un ensayista estimulante. Sus libros La comprensión de
los medios y El medio es el mensaje constituyen clásicos de la teoría de la comunicación, y de lo que
podría denominarse filosofía pop. El fragmento aquí seleccionado corresponde al último capítulo de
La galaxia Gutenberg y analiza la lógica formal del policial en correlación con el funcionamiento
global de las economías capitalistas.
25
Esta concepción de "individualidad", característica de la cultura massmediática, tiene probablemente
sus primeras formulaciones teóricas en Benjamín (ver el fragmento sobre la relación individuo/masa incluido
en este volumen) y en la obra de James Joyce (Ulyses y Finnegans Wake). Otros desarrollos posteriores
pueden encontrarse en Michel Foucault y Gilíes Deleuze, quienes mejor aprendieron la lección pop de Mc
Luhan. Naturalmente, estos últimos sostienen una versión de la política radicalmente distinta de la de Mc
Luhan. (NC)
producto artístico. Tan pronto como el proceso artístico abordó la exposición razonada,
rigurosa e impersonal, del proceso industrial, en el período comprendido entre Poe y
Valéry, la cadena de montaje del arte simbolista se transformó en un nuevo modo de
presentación, o "corriente de conciencia". Y la corriente de conciencia es una percepción
en "campo" abierto que revierte todos los aspectos del descubrimiento, hecho en el siglo
XIX, de la cadena de montaje, o de la "técnica de la invención".
Así, la técnica del juicio en suspenso, el gran descubrimiento del siglo XX en arte
como en física, es un retroceso y una transformación de la cadena de montaje
impersonal, del arte y la ciencia del siglo XIX. Y hablar de la corriente de conciencia
como distinta del mundo racional es, meramente, insistir en la secuencia visual como
norma racional y volver a introducir gratuitamente al arte en el dominio del inconscien-
te. Porque lo que quiere decirse con irracional y no lógico en muchas discusiones
actuales es, simplemente, el redescubrimiento de las transacciones ordinarias entre el yo
y el mundo, o entre el sujeto y el objeto. Tales transacciones parece que pusieron fin a
los efectos del alfabeto fonético en su arte. Esto, a su vez, reveló a la atención del hombre
nuevas dimensiones de la función del arte. A medida que los manipuladores del mercado
popular tiranizaron al artista, el artista, en su aislamiento, adquirió nueva clarividencia
en relación con el papel crucial de la invención y del arte como medio hacia el orden y
plenitud humanos. El arte ha llegado a prescribir el orden humano de un modo tan total
como los mercados de masas, que crearon la plataforma desde la que todos podemos
compartir ahora la conciencia de una nueva perspectiva y de un nuevo potencial de
belleza y de orden cotidianos simultáneamente en todos los aspectos de la vida.
Retrospectivamente, tal vez nos veamos obligados a reconocer que ha sido la era de los
mercados de masas la que ha creado los medios para un orden mundial, tanto en belleza
como en artículos de consumo26.
Resulta muy fácil establecer el hecho de que los mismos medios, que sirvieron a crear
un mundo de abundancia para el consumidor con la producción en serie, sirvieron
igualmente para apoyar los más altos niveles de la producción artística sobre bases más
seguras y más conscientemente controladas. Y, como siempre, cuando alguna zona antes
opaca se hace traslúcida, ello es porque hemos entrado en otra fase desde la que podemos
contemplar los contornos de la situación precedente con sosiego y claridad. Es el hecho
que hace factible escribir La galaxia Gutenberg. A medida que experimentamos la
nueva era electrónica y orgánica, con indicaciones cada vez más definidas de sus perfiles
principales, la era mecánica precedente se va haciendo cada vez más inteligible. Hoy,
cuando el montaje tipográfico retrocede ante los nuevos sistemas de información,
sincronizados por la cinta magnética, los milagros de la producción en masa se hacen
completamente inteligibles. Pero las novedades de la automatización, al crear
comunidades sin trabajo y sin propiedades, nos envuelven en nuevas incertidumbres.
Fue el Método de Gutenberg, de segmentación homogénea, por el que siglos de
alfabetización fonética prepararon el terreno psicológico, el que ha trazado los rasgos
del mundo moderno. La numerosa galaxia de acontecimientos y productos de tal
método de mecanización de los oficios manuales es meramente accidental al método en
sí27. Es el método del punto de vista fijo o de especialista el que insiste en la repetición
como criterio de verdad y de sentido práctico. Hoy, nuestra ciencia y nuestro método no
tienden hacia el punto de vista, sino a descubrir cómo no tener punto de vista; no es el
nuestro el método del espacio cerrado y la perspectiva, sino el de "campo" abierto y
juicio detenido. Tal es hoy el único método viable, bajo las condiciones eléctricas del
movimiento de información simultánea y total interdependencia de los humanos.
Whitehead no da detalles del gran descubrimiento en el siglo XIX, del método de
invención. Pero consiste, bien simplemente, en la técnica de comenzar al final de
cualquier operación de que se trate, y de operar hacia atrás desde este punto de partida.
Es el método inherente en la técnica gutenberguiana de segmentación homogénea, pero
hasta el siglo XIX no fue extendido el método desde la producción al consumo. La
26
Este tono marcadamente optimista, típico de Mc Luhan y siempre puesto en cuestión por sus
críticos, es subsidiario de su idealismo radical, que le impide ver (y analizar) el conflicto social. (NC)
27
Otros desarrollos en esta misma línea pueden verse en Lowe, Donald. Historia de la percepción burguesa,
México, FCE, 1986 y en Amoux, Elvira y colaboradores. Escritura y oralidad, Buenos Aires, Cursos Universitarios,
1991. (NC)
producción planeada significa que todo el proceso ha de desarrollarse en etapas exactas,
hacia atrás, como una novela policíaca. En la primera época de la producción masiva de
artículos de consumo y de literatura, como un artículo más del mercado, se hizo
necesario estudiar la experiencia del consumidor. En una palabra, se hizo necesario
examinar el efecto del arte de la literatura antes de producir nada. Ésta es la entrada
literal al mundo del mito.
Fue Edgar Allan Poe quien primero elaboró lo racional de esta conciencia última
del proceso poético y quien vio que, en lugar de dirigir la obra al lector, era necesario
incorporar al lector a la obra. Tal fue su plan en la "filosofía de la composición". Y, al
menos Baudelaire y Valery, reconocieron en Poe un hombre de la talla de Leonardo da
Vinci. Poe vio claramente que la anticipación del efecto era la única forma de lograr el
control orgánico del proceso creador.
Hitchcock tomará del cine policíaco o del de espionaje una acción particularmente
impresionante, como "matar" o "robar". Integrada en un conjunto de relaciones que los
personajes ignoran (pero que el espectador conoce ya o descubrirá antes), no tiene sino
la apariencia de un duelo rigiendo toda la acción: pero es otra cosa, pues la relación
constituye la terceridad28 que la eleva al estado de imagen mental. En consecuencia, para
definir el esquema de Hitchcock no basta decir que un inocente se ve acusado de un
crimen que no ha cometido; esto sería sólo un error de "acoplamiento", una falsa
identificación del "segundo", lo que llamábamos un índice de equivocidad. Por el
contrario, Rohmer y Chabrol analizaron perfectamente el esquema de Hitchcock: el
criminal ha cometido su crimen siempre para otro, el verdadero criminal ha cometido
su crimen para el inocente que, por las buenas o por las malas, ya no lo es. En suma, el
crimen no es separable de la operación por la cual el criminal ha "intercambiado" su
crimen, como en Extraños en un tren, o incluso ha "dado" y "devuelto" su crimen al
inocente, como en Yo confieso. En Hitchcock un crimen no se comete, se devuelve, da o
intercambia. A nuestro juicio, éste es el punto clave del libro de Rohmer y Chabrol. La
relación (el intercambio, el don, lo devuelto) no se contenta con rodear la acción, sino que
la penetra de antemano y por todas partes, y la transforma en un acto necesariamente
simbólico. No están sólo el actuante y la acción, el asesino y la víctima, siempre hay un
tercero, y no un tercero accidental o aparente como lo sería simplemente un inocente del
que se sospecha, sino un tercero fundamental constituido por la relación misma, relación
del asesino, de la víctima o de la acción con el tercero aparente. Esta perpetua
triplicación se apodera igualmente de los objetos, de las percepciones, de las afecciones.
Es cada imagen en su cuadro, por medio de su cuadro, la que debe ser la exposición de
una relación mental. Los personajes pueden actuar, percibir, experimentar, pero no
*
Deleuze, Gilles. "La crisis de la imagen acción" en La imagen-movimiento. Barcelona, Paidós, 1984.
* *
Gilles Deleuze, filósofo francés, ha dado páginas notables a quienes se interesan por problemas
estéticos. Precisamente sus dos libros sobre cine (La imagen-movimiento y La imagen-tiempo)
constituyen una lectura insoslayable de lo que ha dado en llamarse el "cine de autor". Armados a
partir-de un marco teórico extravagante (en el que se mezclan por partes iguales Bergson y Peirce)
postulan un recorrido de la historia del cine que reivindica particularmente el (por llamarlo de algún
modo) "factor de pensatividad" de la imagen fílmica. Igualmente notables son sus libros sobre Kafka
(Kafka. Por una literatura menor, con Felix Guattari. México, Era, 1980) y sobre Proust (Proust y los
signos. Barcelona, Anagrama, 1972). El Antiedipo (1974) y Mil mesetas (1980) forman el
monumental estudio Capitalismo y esquizofrenia, realizado y juntamente con Felix Guattari. En el
fragmento aquí reproducido Deleuze introduce el carácter ternario del policial. Ver una hipótesis
similar en el texto de Mc Luhan incluido en este mismo volumen.
28
La terceridad es una noción de Peirce opuesta a la primeridad y a la segundidad. Para más
información ver la nota número 14. Es precisamente a partir de un modelo semejante que Deleuze y
otros posestructuralistas definen un modelo de serie opuesto a un modelo de estructura (necesa-
riamente binario). (NC)
pueden dar testimonio de las relaciones que los determinan. Únicamente los
movimientos de cámara, y sus movimientos hacia la cámara. De ahí la oposición de
Hitchcock al Actors Studio, su exigencia de que el actor actúe con la mayor sencillez, de
que en última instancia sea neutral, pues la cámara se encargará del resto. Ese resto no es
otra cosa que lo esencial, o la relación mental. Es la cámara, y no un diálogo, quien explica
por qué el héroe de La ventana indiscreta tiene una pierna rota (fotos de coche de
carrera en su habitación, máquina de fotos rota). En Sabotaje, es la cámara quien hace
que la mujer, el hombre y el cuchillo no entren simplemente en una sucesión de pares,
sino en una verdadera relación (terceridad) que hace que la mujer entregue su crimen al
hombre29. En Hitchcock nunca hay duelo o doble: incluso en La sombra de una duda, los
dos Charlie, el tío y la sobrina, el asesino y la muchacha, toman por testigo un mismo
estado del mundo que a uno le justifica sus crímenes; es un crimen no justificarlos, y
para la otra, en cambio, no justifica producir semejante criminal30. Además, Hitchcock
aparece en la historia del cine como aquel que ya no concibe la constitución de un film
en función de dos términos, el realizador y la película que se ha de hacer, sino de tres: el
realizador, la película y el público que debe entrar en ella, o cuyas reacciones deben
hacerse parte integrante del film (y éste es el sentido explícito del suspense, pues el
espectador es el primero en "conocer" las relaciones)31.
Roland Barthes* *
Ya están revelados todos los enigmas, la gran frase hermenéutica está clausurada32.
Ahora se conocen los morfemas (o los "hermeneutemas") de esta gran frase
hermenéutica, de este período de verdad (en el sentido retórico). Son: 1) la
tematización, o marca enfática del sujeto que será el objeto del enigma; 2) el
planteamiento, índice metalingüístico que, al señalar de mil formas variadas que hay
enigma, designa al género hermenéutico (o enigmático); 3) la formulación del enigma; 4)
la promesa de respuesta (o la petición de respuestas); 5) el engaño, simulación que debe
29
Sobre estos dos ejemplos, véase Truffaut. Le cinéma selon Hitchcock. Laffont, págs. 165 y 79-82. Y pág. 15:
"Hitchcock es el único cineasta que podía filmar y hacer perceptibles los pensamientos de uno o varios
personajes sin el auxilio del diálogo". (Hay traducción castellana: El cine según Hitchcock. Alianza Editorial,
Madrid, 1974).
30
Rohmer y Chabrol (págs. 76-78) completan en este aspecto a Truffaut, quien había insistido
solamente sobre la importancia de la cifra 2 en La sombra de una duda. Estos autores demuestran que,
incluso ahí, hay relación de intercambio.
31
Truffaut, pág. 14: "El arte de crear el suspense es al mismo tiempo el de meter al público en el
asunto haciéndolo participar del film. En el ámbito del espectáculo, hacer un film ya no es un juego
que se juega entre dos (el realizador + su film), sino entre tres (el realizador + su film + el público)".
Jean Douchet ha insistido particularmente sobre esta inclusión del espectador en el film: Alfred
Hitchcock. Ed. de l'Heme. Y Douchet descubre a menudo una estructura ternaria en el contenido
mismo de los films de Hitchcock (pág. 49).
*
Barthes, Roland. S/Z. México, Siglo XXI, 1980.
* *
Roland Barthes (1915-1980), crítico, escritor, semiólogo, es uno de los más destacados autores
franceses de los últimos treinta altos. Formado primero en la lectura de Bertold Brecht, en la década
del sesenta adhirió a los principios estructuralistas, de los cuales se convirtió en un combativo
defensor. Ha producido obras notables sobre fotografía (La chambre claire), sobre literatura (El grado
cero de la escritura y S/Z), sobre el amor (Fragmentos de un discurso amoroso) y sobre la producción de
los medios masivos (Mitologías, El discurso de la moda). Ha escrito además innumerables artículos
breves. De S/Z reproducimos sus precisiones sobre el código de los enigmas (que Roland Barthes
postula como esencial a todo relato, sin distinción de género o soporte, pero que resulta
particularmente productivo para analizar textos policiales). Los fragmentos de "La estructura del
suceso" incluidos más adelante, trabajan la diferencia suceso/información a partir del análisis de
connotaciones e implícitos discursivos.
32
En S/Z Roland Barthes analiza una novela corta de Balzac, "Sarrasine", dividiendo el texto en
unidades de lectura o "lexias". En cada lexia registra el punto de partida de alguno de los códigos que
considera constitutivos del texto (el texto es considerado un tejido de voces, de códigos). El
fragmento reproducido corresponde a las últimas lexias, cuando el relato se aproxima a su fin. (NC)
ser definida en lo posible por su circuito de destino (de un personaje a otro, a sí mismo,
del discurso al lector); 6) el equívoco, o la doble interpretación, mezcla, en una sola
enunciación, de un engaño y una verdad; 7) el bloqueo, constatación de la insolubilidad
del enigma; 8) la respuesta suspendida (luego de haber sido apuntada); 9) la respuesta
parcial, que consiste en enunciar solamente uno de los rasgos cuya suma formará la
identificación completa de la verdad; 10) la revelación, el desciframiento, que es, en el
enigma puro (cuyo modelo sigue siendo la pregunta de la Esfinge a Edipo)33, un
nombramiento final, el descubrimiento y la pronunciación de la palabra irreversible.
Raymond Chandler* *
1) La novela policial debe ser efectuada con verosimilitud tanto en lo que concierne
a la situación original como el desenlace. Debe consistir de acciones verosímiles de
gente verosímil en circunstancias verosímiles, sin dejar de tener presente que
verosimilitud es en gran medida una cuestión de estilo. Esto excluye la mayor parte de
los finales tramposos y las así llamadas historias en "círculo cerrado", en las cuales el
personaje menos probable es convertido violentamente en el criminal sin convencer a
nadie. Excluye también mise en scènes tan elaboradas como la de Murder in the Calais
Coach de Christie, en la que toda la organización del crimen revela una serie de hechos
tan azarosamente unidos que nadie podría realmente creerlos. Aquí, como en cualquier
otra cosa, verosimilitud es, por supuesto, una cuestión de eficacia, no de hecho, y un
escritor puede tener éxito con un modelo que, en manos de un artista de menor
envergadura, sólo podría parecer desatinado.
2) La historia de misterio debe ser técnicamente sólida en lo que respecta a métodos
de asesinato y detección. Nada de venenos fantásticos o de efectos indebidos, tal como
muertes debidas a dosis inadecuadas, etc. Nada de silenciadores en los revólveres (no
darán resultado porque la cámara y el tambor no son contiguos), nada de serpientes que
trepen por cuerdas de campana. Si el detective es un policía entrenado, debe actuar
como tal, y poseer un equipo mental y físico adecuado a la tarea. Si es un investigador
privado o un amateur debe tener conocimiento suficiente de los asuntos policiales de
rutina como para no pasar por estúpido. La historia de misterio debe tener en cuenta el
nivel cultural de los lectores; lo que resulta aceptable en Sherlock Holmes es
inaceptable en Sayers, Christie o Carter Dickson.
3) Debe ser realista en lo que concierne a personajes, ambientación y atmósfera.
Debe basarse en gente real en un mundo real. Existe, indudablemente, un elemento de
fantasía en la historia policial. Al condensar tiempo y espacio, se viola lo probable. De
allí que, cuanto más exagerada sea la premisa básica, más realista y exacto debe ser lo
que proceda y mane de allí. Muy pocos autores de obras policiales tienen algún talento
para la creación de personajes, pero eso no significa que eso es superfluo. Los que dicen
que el problema elimina todo los demás, están tratando simplemente de ocultar la
propia incapacidad para crear personajes y atmósferas. El personaje puede ser creado de
diversas maneras: por el método subjetivo de introducirse en los pensamientos y las
emociones del personaje; por el método objetivo o dramático, como sobre un escenario,
es decir, a través de la aparición, la conducta, el lenguaje y las acciones del personaje; y,
33
La relación de Roland Barthes con la teoría psicoanalítica ha sido siempre complicada. En más de una ocasión
ha declarado utilizar conceptos teóricos del psicoanálisis sin preocuparse demasiado por su "legalidad". La
remisión a Edipo como modelo de relato (y aun como modelo de relato policial) debe entenderse como un guiño
para los lectores obsesionados por los contextos teóricos de Roland Barthes. (NC)
*
Chandler, Raymond. "Apunte sobre la novela policial" en Cartas y escritos inéditos, Buenos Aires, de la Flor,
1976.
* *
Raymond Chandler es uno de los más célebres autores de la novela negra norteamericana. Para mayores datos
ver el artículo de Fredric Jameson incluido en este mismo volumen. En al artículo aquí reproducido, Chandler
postula una suerte de poética del género.
según el caso, el método histórico en lo que se conoce ahora como estilo documental. Este
último se puede aplicar en particular a la clase de novela de detectives que trata de
apegarse lo más posible a los hechos y de transmitir tan poca emoción como un informe
oficial. Pero, sea cual fuere el método, si se quiere conseguir cierta calidad, la creación
de personajes se hace indispensable.
4) Aparte del elemento de misterio, el valor de una novela policial debe originarse
también en una historia sólida. Esta idea resulta revolucionaria para la mayoría de los
clasicistas, y de lo más odiosa para todos los creadores de segunda categoría. Es
acertada, sin embargo. Es obvio que esto no sucedería si el único motivo de interés para
los lectores fuese la resolución del enigma. Las obras de misterio que han sobrevivido a
través de los años tienen, invariablemente, las cualidades de buena ficción. Las novelas
policiales deben poseer color, vuelo y una cantidad aceptable de vigor. Se requiere una
gran destreza técnica para compensar un estilo aburrido, aunque, en ocasiones, el ardid se
aplicara al revés, especialmente en Inglaterra.
5) La novela policial debe tener una estructura lo esencialmente simple como para
que ésta pueda explicarse con facilidad, si es que llega el caso. El desenlace ideal es aquél
en que todo se hace claro en un fugaz relámpago de acción. Ideas tan buenas como para
conseguir esto son siempre raras, y el escritor que es capaz de lograrlo una sola vez
merece nuestra felicitación. No es necesario que la explicación sea breve (salvo en el
cine), y a menudo es imposible que lo sea. Lo que importa es que sea interesante en sí
misma, algo que el lector esté ansioso por oír, no una historia nueva con una serie de
personajes nuevos o irreconocibles, traídos de los pelos para justificar un argumento que
hace agua. No tiene que ser simplemente una colección abrumadoramente larga de
circunstancias minuciosas que es imposible esperar que el lector recuerde. No hay nada
más difícil de administrar que una explicación. Es posible que, excepto para el devoto
inmutable que aguantará cualquier cosa, la mejor solución sea la regla de Hollywood:
"No debe haber exposición sino bajo el calor, y que en él se acabe". (Esto significa que
una explicación debe estar siempre acompañada por algún tipo de acción, y que debe
darse en pequeñas dosis más bien que toda de golpe.)
6) La novela policial se le debe escapar al lector razonablemente inteligente. Éste, y
el problema de la honestidad, son los dos elementos más desconcertantes de la creación
de obras policiales. Algunas de las mejores historias de detectives que se hayan escrito
jamás no logran engañar al lector inteligente hasta el final (las de Austin Freeman, por
ejemplo). Pero una cosa es adivinar el asesino, y otra muy distinta ser capaz de justificar
la suposición por medio del razonamiento. Puesto que las mentes de los lectores no son
las mismas, algunos adivinarán una solución hábilmente escondida, mientras otros serán
trampeados por el más transparente de los argumentos. (¿Se podría no dar con The
Purloined Letter en cualquier actividad rutinaria de la policía moderna?) Pero no es
necesario, ni siquiera deseable, engañar al devoto verdadero de la ficción policial. Un
misterio develado a medias es de mayor intriga que uno en el cual el lector está
absolutamente perplejo. Haber horadado un poco la niebla contribuye a la autoestima
del lector. Lo esencial es que quede un poco de niebla al final para que la disperse el
autor.
7) La solución, una vez revelada, debe aparecer como inevitable. Por lo menos la
mitad de las novelas policiales publicadas quebrantan esta ley. Sus soluciones son no
sólo no inevitables, sino que es muy obvio que han sido tramadas porque el autor se ha
dado cuenta de que el asesino original se ha vuelto demasiado evidente.
8) La novela policial no debe tratar de hacer todo al mismo tiempo. Si es una historia
de resolución de enigma, funcionando en un frío clima mental, no puede ser también una
historia de aventuras violentas o apasionado romance. Una atmósfera de terror destruye
el pensamiento lógico. Si se trata de una historia de tensiones psicológicas que conducen
a la gente al asesinato, no puede incluir también el análisis desapasionado de un
investigador experto. El detective no puede ser héroe y amenaza al mismo tiempo; el
asesino no puede ser una atormentada víctima de las circunstancias y también un villano
sin remisión.
9) La novela policial debe castigar al criminal de una manera u otra, sin que sea
necesario que entren en funcionamiento las cortes de justicia. Contrariamente a lo que se
cree, esto no tiene nada que ver con la moralidad. Es parte de la lógica de la forma. Sin
esto, la historia es como una acorde sin resolución en música. Deja un sentimiento de
irritación.
10) La novela policial debe ser razonablemente honesta con el lector. Esto se lo dice
siempre, pero sólo raramente se comprenden todas sus implicancias. ¿Qué es honestidad
en este respecto? No es suficiente exponer los hechos. Deben ser expuestos con
imparcialidad, y deben pertenecer a ese tipo de hechos a partir de los cuales puede
funcionar la deducción. No se deben ocultar al lector las claves más importantes, ni
ninguna otra; pero, además, no se las debe distorsionar por medio de falsos énfasis. No
hay que presentar hechos sin importancia de manera de hacerlos prodigiosos. Las
inferencias a partir de hechos son moneda corriente de un detective, pero deben revelar
lo bastante de su pensamiento como para mantener al lector pensando con él. La teoría
básica de toda obra policial es que, en algún punto de su desarrollo, un lector de
suficiente agudeza podría cerrar el libro y develar la médula del desenlace. Pero esto
implica más que la mera posesión de los hechos; implica que se puede esperar que el
lector ordinario y lego saque de estos hechos conclusiones acertadas. No se puede
imponer sobre el lector un conocimiento especial o raro, ni una memoria fuera de lo
normal para los detalles insignificantes. Porque si éstos fueran necesarios, el lector no
tendría en realidad elementos para la solución, sino simplemente los paquetes sin abrir
en que éstos venían envueltos.
Es, evidentemente, mucho más que una artimaña, aceptable o de las otras, el que el
detective resulte siendo el criminal, ya que, por tradición y definición, el detective es el
que anda detrás de la verdad. El lector tiene siempre una garantía implícita de que el
detective es honrado, y esta regla debe ampliarse de modo de incluir a todo narrador en
primera persona o a cualquier personaje bajo cuyo punto de vista se narre la historia. La
omisión de hechos por parte del narrador como tal o por el autor, mientras pasa por
mostrar los hechos tal como los ve un particular personaje, es un flagrante acto de
deshonestidad. (Dos son las.... razones de que la violación de esta regla en The murder of
Roger Ackroyd no me haya arrastrado a la indignación. [1] La deshonestidad se explica
con mucho talento, y [2] la organización de la historia en su totalidad y de sus dramatis
personae deja bien claro que el narrador es el único asesino posible, de modo que para
el lector inteligente el desafío de la novela no es "¿Quién cometió el asesinato?", sino
"Seguime de cerca y agarrame si podés".)
Se hace claro a esta altura que todo el problema de la deshonestidad es una cuestión
de intención y énfasis. El lector cuenta con ser-engañado, pero no por una pavada. Sabe
que puede interpretar mal alguna clave, pero no porque no fue capaz de conocer a fondo
química, geología, biología, patología, metalurgia y media docena de otras ciencias.
Sabe que puede olvidar algunos detalles que luego resultan ser-importantes, pero no si
los tiene que recordar al precio de recordar mil trivialidades sin la más mínima
importancia. Y si, como en algunas novelas de Austin Freeman, la cuestión de la prueba
exacta depende del conocimiento científico, el lector cuenta con que un cerebro
medianamente atento logre detectar al criminal, aunque se necesite un especialista para
arrojar completa luz sobre el crimen.
Debe añadirse para cerrar esta cuestión que el problema del juego limpio de la
novela policial es puramente profesional y artístico y que no tiene en absoluto un
significado moral. El meollo de la cuestión está en si se despistó al lector dentro de las
reglas de juego limpio o si se usaron golpes bajos. No hay posibilidad de perfección. La
absoluta franqueza destruiría el misterio. Cuanto mejor sea el escritor, más lejos irá con
la verdad, y con mayor sutileza envolverá lo que no pueda decirse. Y este juego de
destreza no sólo no tiene leyes morales, sino que cambia constantemente las leyes por las
que opera. Y tiene que hacerlo; el lector se hace día a día más astuto. Puede ser que en la
época de Sherlock Holmes, si el mayordomo acechaba afuera de la ventana de la
biblioteca con algo cubriéndole la cabeza se hiciese sospechoso. Hoy en día esa conducta
lo libraría de toda sospecha de inmediato. Pues el lector contemporáneo no sólo se niega
a seguir tal fuego fatuo como cosa natural, sino que está en constante alerta ante los
esfuerzos del escritor por hacerle dirigir la mirada hacia lo erróneo y pasar por alto lo
acertado. Toda cosa por la que se pasa ligeramente se vuelve sospechosa, todo personaje
que no se menciona como sospechoso es sospechoso, y todo lo que hace al detective
morder la punta de su bigote y aparecer pensativo es debidamente dejado de lado por el
lector sagaz, sin que se le dé la menor importancia. A este escritor particular le parece a
menudo que el único método razonablemente honesto y efectivo que queda de engañar
al lector es hacerle ejercitar la mente en los puntos erróneos, hacerle resolver un
misterio (puesto que está casi seguro de resolver algo) que lo haga aterrizar en una senda
secundaria, pero que toque sólo tangencialmente el problema central. Y aun esto
requiere una que otra trampita.
Addenda
1) La perfecta obra policial no puede escribirse. Siempre hay que sacrificar algo. Se
puede tener sólo un valor supremo. Ésta es mi queja contra la novela deductiva. Su
valor supremo es algo que no existe: un problema que se resiste al tipo de análisis que
un buen abogado hace de un problema legal. No es que tales novelas carezcan de
intriga, pero de ninguna manera pueden equilibrar sus puntos flojos.
2) Se ha dicho que "nadie se preocupa por el cadáver". Esto es un disparate; es
desperdiciar un elemento valioso. Es como decir que el asesinato de una tía no importa
más que el asesinato de un desconocido en una ciudad que jamás se ha visitado.
3) Una serie policial muy raramente da lugar a una buena novela policial. El efecto
del telón reside en que no se dispone del próximo capítulo. Cuando se unen los
capítulos, los momentos de falso suspenso resultan sólo engorrosos.
4) El interés por lo amoroso casi siempre debilita la obra policial, pues introduce un
tipo de suspenso que resulta antagónico con la lucha del detective por resolver el
problema. Las cartas ya están barajadas y, en nueve de diez casos, elimina por lo
menos dos sospechosos útiles. El único tipo efectivo de interés amoroso es el que trae
aparejado un riesgo personal para el detective pero que, simultáneamente y de manera
instintiva, se siente como un mero episodio. Un detective verdaderamente bueno nunca
se casa.
5) La paradoja de la novela policial es que, mientras su estructura nunca, o en muy
contadas ocasiones, resiste el examen riguroso de una mente analítica, es precisamente
en ese tipo de mente donde despierta mayor interés. Existe, por supuesto, un tipo de
lector sediento de sangre, así como existe un tipo de lector preocupado con el personaje
y el tipo de la experiencia sexual vicaria. Pero, considerados todos juntos, constituirían
una minúscula minoría en comparación con el tipo de lector sagaz, a quien le gustan
las historias de misterio justamente por sus imperfecciones.
Es una forma que jamás ha sido realmente dominada, y los que profetizaron su
decadencia y caída se han equivocado por esa misma razón. Puesto que nunca fue
perfeccionada, su forma nunca se volvió fija.
6)Muéstrame un hombre o una mujer que no puedan soportar las obras policiales y
me mostrarás a un tonto, un tonto inteligente quizá, pero tonto al fin.
Tzvetan Todorov* *
*
Todorov, Tzvetan. "Tipología de la novela policial" Fausto, III: 4 (Buenos Aires: marzo-abril 1974).
* *
Tzvetan Todorov es un conocido teórico estructuralista. Gran parte de su obra está constituida por
sistemas clasificatorios y taxonomías cuya eficacia puede discutirse pero que suministran una entrada
clara y ordenada a cada uno de los problemas tratados.
sobre la literatura en general como sobre una obra, atendiendo a una convención tácita
según la cual ordenar diversas obras en un género es desvalorizarlas. Esta posición tiene
una buena explicación histórica: la reflexión literaria de la época clásica, que se
interesaba más en los géneros que en las obras, manifestaba además una tendencia
penalizante: la obra era juzgada negativamente si no obedecía de manera cuidadosa a
las reglas del género. Esta crítica buscaba, pues, no solamente describir los géneros, si
no también prescribirlos: la barrera de los géneros precedía la creación literaria, en lugar
de sucedería.
La reacción fue radical: los románticos y sus retoños actuales se negaron no sólo a
obedecer las reglas de los géneros (era su pleno derecho), sino también a reconocer la
existencia misma de esa noción. Por otra parte, la teoría de los géneros ha permanecido
singularmente poco desarrollada hasta nuestros días. No obstante, en la actualidad es
comprobable la existencia de una tendencia a buscar un intermediario entre la noción
muy general de literatura y esos objetos particulares que son las obras. El atraso
proviene, sin duda, del hecho de que la tipología implica y es implicada por la
descripción de esas obras particulares; precisamente, esta última tarea se halla lejos aún
de haber obtenido soluciones satisfactorias: en tanto no se pueda describir la estructura
de las obras, habrá que contentarse con comparar los elementos mensurables, como es el
caso de la métrica. Pese a toda la actualidad de una investigación sobre los géneros, no
es posible comenzarla sin hacer avanzar antes la descripción estructural: sólo la crítica
del clasicismo podría permitir deducir los géneros a partir de esquemas lógicos abstractos.
Al estudio de los géneros se suma una dificultad suplementaria, la cual tiene que ver
con el carácter específico de toda norma estética. La gran obra crea, en cierta medida,
un nuevo género, y, al mismo tiempo, transgrede las reglas hasta entonces vigentes de
otro. El género de La cartuja de Parma, es decir, la norma a la que esta novela se
refiere, no es la novela francesa de comienzos del siglo XIX; es el género "novela
stendhalina", que es creado precisamente por dicha obra, y por algunas otras. Podríamos
decir que todo gran libro determina la existencia de dos géneros, la realidad de dos
normas: la del género que transgrede, dominante en la literatura precedente, y la del que
crea.
Hay, sin embargo, un feliz dominio en el que esta contradicción no existe: el de la
literatura de masas. La obra maestra literaria habitual no entra en ningún género que no
sea el suyo propio; pero la obra maestra de la literatura de masas es, justamente, el libro
que mejor se inscribe en su género. La novela policial tiene sus normas; proceder
"mejor" de lo que ellas reclaman es, al mismo tiempo, hacer mucho menos: quien quiere
"embellecer" la novela policial hace "literatura", no novela policial. La novela policial
por excelencia no es aquella que transgrede las reglas del género, sino la que se
conforma a ellas: El secuestro de la señorita Blandish es una encarnación del género, no
una superación. Si se hubieran descrito adecuadamente los géneros de la literatura popu-
lar, no habría lugar para hablar de sus obras maestras: es la misma cosa; la mejor novela
será aquélla de la cual no haya nada que decir. Éste es un hecho muy poco destacado y
cuyas consecuencias afectan todas las categorías estéticas: estamos hoy en presencia de
una ruptura entre sus dos manifestaciones esenciales; ya no hay en nuestra sociedad una
sola norma estética, sino dos; no se pueden medir con las mismas medidas el "gran" arte
y el arte "popular".
Poner en evidencia los géneros internos de la novela policial promete ser, pues,
relativamente fácil. Pero para esto es necesario comenzar por la descripción de las
"especies", lo que quiere decir también por su delimitación. Tomaremos como punto de
partida la novela policial clásica, que conoció su hora de gloria entre las dos guerras y
que podemos denominar "novela de enigma". Se ha intentado ya muchas veces precisar
las reglas de este género; pero me parece que la mejor caracterización global es la que
propone Michel Butor en su novela El empleo del tiempo. George Burton, autor de
muchas novelas policiales, explica al narrador que "toda novela policial es construida
sobre dos muertes, la primera de las cuales, cometida por el asesino, no es más que la
ocasión de la segunda, en la cual él es la víctima del matador puro al que no se puede
castigar: el detective", y que "el relato... superpone dos series temporales: el tiempo de
la investigación que comienza después del crimen, y el tiempo del drama que conduce a
él".
En la base de la novela de enigma encontramos una dualidad que va a guiarnos en
su descripción. Esta novela no contiene una historia sino dos: la historia del crimen y la
historia de la investigación. En su forma más pura, estas dos historias no tienen ningún
punto común. He aquí las primeras líneas de una novela "pura": "En una pequeña tarjeta
verde se leen estas líneas escritas a máquina: 148, calle 71 Oeste: Odell Margaret.
Asesinato. Estrangulada hacia las veintitrés horas. Departamento saqueado. Joyas
robadas. Cuerpo descubierto por Amy Gibson, dama de compañía". (S. S. Van Dine. El
crimen de la Canaria.)
La primera historia, la del crimen, ha concluido antes de que comience la segunda.
Pero; ¿qué ocurre en la segunda? Poca cosa. Los personajes de esta segunda historia, la
historia de la investigación, no actúan, aprenden. Nada puede ocurrirles; una regla del
género postula la inmunidad del detective. No es posible imaginarse a Hércules Poirot o
Philo Vance amenazados por un peligro, atacados, heridos ni, con mayor razón,
muertos. Las ciento cincuenta páginas que separan el descubrimiento del crimen de la
revelación del culpable están consagradas a un lento aprendizaje: se examina indicio tras
indicio, pista tras pista. La novela policial de enigma tiende así hacia una arquitectura
puramente geométrica: El crimen del Orient Express (de A. Christie), por ejemplo,
presenta doce personajes sospechosos, el libro consta de doce interrogatorios y,
nuevamente, de otros doce, prólogo y epílogo (es decir, descubrimiento del crimen y
descubrimiento del culpable).
Esta segunda historia, la historia de la investigación, goza pues de un status muy
particular. No es por azar si es contada frecuentemente por un amigo del detective, que
reconoce explícitamente su propósito de escribir un libro: la historia consiste, en
realidad, en explicar cómo puede cumplirse el relato mismo, cómo es escrito el libro
mismo. La primera historia ignora enteramente el libro, es decir, no se reconoce nunca
libresca (ningún autor de novelas policiales podría permitirse indicar el carácter
imaginario de la historia, tal como ocurre en la "literatura"). La segunda historia, en
cambio, está obligada no sólo a tener en cuenta la realidad del libro, sino que ella es
precisamente la historia de ese mismo libro.
Podemos caracterizar esas dos historias, además, diciendo que la primera, la del
crimen, cuenta "lo que efectivamente ocurrió", en tanto que la segunda, la de la
investigación, explica "cómo el lector (o el narrador) toma conocimiento de los hechos".
Pero estas definiciones no son las de dos historias que contienen la novela policial, sino
las de los dos aspectos de toda obra literaria que los formalistas rusos descubrieron hace
cuarenta años. Los formalistas distinguían, en efecto, la fábula y el asunto de un relato,
considerando a la fábula como lo acontecido en la vida, y al asunto como la manera en
que el autor nos lo presenta. La primera noción corresponde a la realidad evocada, a
acontecimientos semejantes a los que se producen en nuestra vida; la segunda, al libro
mismo, al relato, a los procedimientos literarios de los cuales se sirve el autor. En la
fábula no hay inversión en el tiempo, las acciones siguen su orden natural; en el asunto,
el autor puede presentarnos los resultados antes que las causas, el fin antes que el
principio. Estas dos nociones no caracterizan dos partes de la historia o dos historias
diferentes, sino dos aspectos de una misma historia, son dos puntos de vista sobre la
misma cosa. ¿Cómo es, entonces, que la novela policial llega a hacerlas presentes a
ambas, a ponerlas una junto a la otra?
Para explicar esta paradoja es necesario primero recordar el status particular de las
dos historias. La primera, la del crimen, es en verdad la historia de una ausencia: su
característica más justa es que ella no puede estar inmediatamente presente en el libro.
En otras palabras, el narrador no puede transmitirnos directamente las réplicas de los
personajes que están implicados en dicha historia, ni descubrirnos sus gestos: para
hacerlo debe, necesariamente, pasar por intermediario de otro (o del mismo) personaje
que contará, en la segunda historia, las palabras escuchadas o los actos observados. El
status de la segunda es, lo hemos visto, notoriamente exagerado: es una historia que no
tiene importancia alguna en sí misma, que sirve solamente de mediadora entre el lector y
la historia del crimen. Los teóricos de la novela policial han estado siempre de acuerdo
en que el estilo, en este tipo de literatura, debe ser perfectamente transparente,
inexistente; la única exigencia a la cual obedece es la de ser simple, claro, directo. Se ha
intentado incluso -lo que es significativo- suprimir enteramente esta segunda historia:
una casa editorial publicó verdaderos expedientes, compuestos por informes policiales,
interrogatorios, fotos, impresiones digitales, mechones de cabellos, incluso; esos
documentos "auténticos" debían conducir al lector al descubrimiento del culpable (en
caso de fracasar, un sobre cerrado y pegado a la última página contenía la respuesta del
juego; por ejemplo, el veredicto del juez).
Se trata, entonces, en la novela de enigma, de dos historias, la primera de las cuales
está ausente pero es real, la otra se halla presente pero resulta insignificante. Esta
presencia y aquella ausencia explican la existencia de las dos en la continuidad del
relato. La primera comporta tantas convenciones y procedimientos literarios (que no
son otra cosa que el aspecto "asunto" del relato), a los cuales el autor no puede dejar sin
explicación. Esos procedimientos son esencialmente de dos tipos, inversiones
temporales y "visiones" particulares; el tenor de cada información está determinado por
la persona que la transmite; no existe observación sin observador: por definición, el
autor no puede ser omnisciente, como en la novela clásica. La segunda historia aparece,
entonces, como el lugar en el cual todos esos procedimientos son justificados y
"naturalizados": para conferirles un aire "natural" ¡el autor debe explicar que escribe un
libro! Y es por temor de que esta segunda historia no se vuelva opaca por sí misma o
proyecte una sombra inútil sobre la primera que se ha insistido tanto en la
recomendación de mantener el estilo neutro y simple, de hacerlo imperceptible.
Examinemos ahora otro género en el interior de la novela policial, el cual fue creado
en los Estados Unidos poco antes y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial,
el que ha sido incorporado en Francia a la "serie negra"; podemos llamarla novela
negra, aunque este término tenga también otra significación. La novela negra es una
novela policial que fusiona las dos historias o, dicho de otro modo, suprime la primera y
da existencia a la segunda. Ya no se nos narra un crimen anterior al momento del relato:
el relato coincide con la acción. Ninguna novela negra ha sido presentada en forma de
memoria: no hay punto de llegada a partir del cual el narrador abarcará los
acontecimientos pasados, ni sabemos si llegará vivo al fin de la historia. La prospección
sustituye a la retrospección.
No hay historia que adivinar, no hay misterio, en el sentido en que estaba presente
en la novela de enigma. Pero el interés del lector no disminuye por esto: aquí se
comprende que existen dos formas de interés totalmente diferentes. La primera puede
ser denominada curiosidad; su marcha va del efecto a la causa: a partir de un cierto
efecto (un cadáver y ciertos indicios) se debe hallar la causa (el culpable y lo que
impulsó al crimen). La segunda forma es el suspenso y en este caso se va de la causa al
efecto: se nos muestran primero las causas, los datos iniciales (los gangsters que
preparan malignos golpes), y nuestro interés está sostenido por la espera de lo que
acontecerá, es decir, por los efectos (cadáveres, crímenes, peleas). Este tipo de interés era
inconcebible en la novela de enigma, pues sus personajes principales (el detective y su
amigo, el narrador) estaban, por definición, inmunizados: nada podía ocurrirles. La
situación se revierte en la novela negra: todo es posible y el detective arriesga su salud
si acaso no su vida.
He presentado la oposición entre novela de enigma y novela negra como una
oposición entre dos historias y una sola; pero ésta es una clasificación lógica y no
histórica. Para aparecer, la novela negra no ha tenido necesidad de producir ese cambio
preciso. Infortunadamente para la lógica, los géneros no se constituyen en conformidad
con las descripciones estructurales: un género nuevo se crea en torno de un elemento
que no era obligatorio en el anterior: los dos codifican elementos diferentes. Por esta
razón es que la poética del clasicismo se perdía en la búsqueda de una clasificación
lógica de los géneros. La novela negra moderna se constituyó no en torno de un
procedimiento de presentación, sino en torno del medio representado, en torno de
personajes y costumbres particulares; dicho de otra manera, su característica
constitutiva está en sus temas. Así la describía en 1945 su promotor en Francia, Marcel
Duhamel: uno encuentra en ella "la violencia bajo todas sus formas, y más
particularmente las más viles y la masacre". "La inmoralidad está en ella, tanto como los
buenos sentimientos". "Hay amor también preferentemente bestial, pasión desordenada,
odio sin piedad...". En efecto, es alrededor de ciertas constantes que se constituye la
novela negra: la violencia, el crimen, sórdido con frecuencia, la amoralidad de los
personajes. Obligatoriamente, además, la "segunda historia", la que se desenvuelve en el
presente, alcanza aquí un lugar central; pero la supresión de la primera no es un rasgo
obligatorio: los primeros autores de la "serie negra", D. Hammett y R. Chandler,
conservan el misterio; lo importante es que el misterio tendrá aquí una función
secundaria, subordinada y no central, como en la novela de enigma.
Esta restricción en el medio descrito distingue también la novela negra de la novela
de aventuras, aunque tal límite no será muy neto. Uno cae en la cuenta de que las
propiedades enumeradas hasta aquí, el peligro, la persecución, el combate, se
encuentran también en una novela de aventuras; sin embargo, la novela negra conserva
su autonomía. Es necesario distinguir muchas causas en ese hecho: el relativo eclipse de
la novela de aventuras y su sustitución por la novela de espionaje; luego su inclinación
por lo maravilloso y exótico, que la aproxima, por un lado, al relato de viajes, y por
otro, a las actuales novelas de ciencia ficción; en fin, una tendencia hacia la descripción,
que sigue siendo totalmente extraña a la novela policial. La diferencia en el medio y las
costumbres descritos se agrega a todas esas distinciones; y es ella precisamente la que ha
permitido a la novela negra constituirse.
Rasgos a primera vista insignificantes pueden encontrarse codificados en uno u otro
tipo de novela policial: un género reúne particularidades situadas a diferentes niveles de
generalidad. Así, la novela negra, a la cual toda preocupación sobre los procedimientos
literarios le es extraña, no reserva sus sorpresas para el último párrafo del capítulo; en
tanto la novela de enigma, que legaliza la convención literaria explicitándola en su
"segunda historia", terminará frecuentemente el capítulo con una revelación
particularmente sorprendente ("Usted es el asesino", dice Poirot al narrador en El
asesinato de Roger Ackroyd). Por otra parte, algunos rasgos de estilo en la novela negra
le pertenecen con exclusividad. Las descripciones están hechas sin énfasis, fríamente,
inclusive cuando se trata de acontecimientos extraordinarios; puede decirse "con
cinismo" ("Joe sangraba como un puerco. Increíble que un viejo pueda sangrar de esa
manera", Horace Mc Coy. Adieu la vie, adieu l'amour...). Las comparaciones connotan
cierta rudeza (descripción de las manos: "sentía que si sus manos nunca hubieran
oprimido mi garganta, él me haría salir sangre por los oídos", J. H. Chase. Garcés de
femmes!). Basta con leer un pasaje para caer en la cuenta de que tenemos una novela
negra en las manos.
No es sorprendente que entre esas dos formas tan diferentes haya podido surgir una
tercera que combina sus propiedades: la novela de suspenso. De la novela de enigma la
novela de suspenso conserva el misterio y las dos historias, la del pasado y la del
presente; pero rechaza reducir la segunda a un simple descubrimiento de la verdad.
Como en la novela negra, es la segunda historia la que ocupa el lugar central. El lector
está interesado no sólo por lo que ha ocurrido sino también por lo que va a ocurrir más
adelante, se interroga tanto sobre el porvenir como sobre el pasado. Los dos tipos de
interés se encuentran, pues, reunidos aquí: la curiosidad de saber cómo se explican los
acontecimientos ya pasados; y el suspenso también: ¿qué va a ocurrirles a los personajes
principales? Recordemos que en la novela de enigma esos personajes gozaban de
inmunidad; aquí ellos arriesgan su vida sin cesar. El misterio tiene una función diferente
de la que desempeñaba en la novela de enigma: es, primordialmente, un punto de
partida; el interés principal reside en la segunda historia, la que se desarrolla en el
presente.
Históricamente, esta forma de novela policial apareció en dos momentos; sirvió de
transición entre la novela de enigma y la novela negra, y ha existido
contemporáneamente con esta última. A esos dos períodos corresponden dos tipos de
novela de suspenso. El primero, que podría llamarse la "historia del detective
vulnerable", está atestiguada sobre todo por las novelas de Hammett y de Chandler. Su
rasgo principal es que el detective pierde su inmunidad, se hace golpear, herir, arriesga
su vida sin cesar, en pocas palabras, está integrado al universo de los otros personajes,
en lugar de ser en él un observador independiente, como lo es el lector. Estas novelas son
clasificadas actualmente como novelas negras a causa del medio que describen, pero
según su composición creemos que se relacionan más bien con las novelas de suspenso.
El segundo tipo de novela de suspenso ha querido precisamente desembarazarse del
medio convencional de los profesionales del crimen, y retornar al crimen personal de la
novela de enigma, conformándose enteramente a la nueva estructura. De ellos resulta
una novela que podría denominarse la "historia del sospechoso detective". En este caso
un crimen es cometido en las primeras páginas y las sospechas de la policía recaen
sobre una persona determinada (que es el personaje principal). Para probar su inocencia,
esta persona debe hallar al verdadero culpable, aunque para lograrlo ponga en peligro su
propia vida. Puede decirse que, en este caso, dicho personaje es al mismo tiempo el
detective, el culpable (a los ojos de la policía) y la víctima (potencial de los verdaderos
asesinos).
Ernst Mandel* *
*
Mandel, Ernst. Crimen delicioso. Historia social del relato policíaco. México, UNAM, 1986.
* *
Ernst Mandel es uno de los más importantes teóricos del marxismo de inflexión trotskista y vocación revisionista.
Entre otras definiciones célebres, se le debe la categorización de "capitalismo tardío", que serviría para caracterizar el
desarrollo de las sociedades capitalistas hacia fines del siglo xx. Es, además, uno de los más importantes revisores de
la teoría clásica del valor. En los fragmentos de su libro Crimen delicioso aquí reproducidas, Mandel insiste en una
lectura típicamente sociológica del género.
Robert Parker y, en especial, el Ruger Maria Lemming del autor holandés R.
Ferdinandusse, este último un detective aficionado que se gana la vida escribiendo
horóscopos, se va metiendo en el medio hippy de Amsterdam y, al tiempo que colabora
con la policía, desarrolla un modo de pensar altamente crítico respecto de los valores
aceptados (En Het hoofd werd op de tafel gezet, 1970).
En su ensayo "El sencillo arte de asesinar", Raymond Chandler de hecho
conceptualizó el cambio, ubicando sus inicios en la obra de Hammett. Fue un
rompimiento abrupto con la nobleza del relato policíaco clásico, especialmente en lo que
se refiere al crimen basado en motivos psicológicos individuales como la avaricia y la
venganza. La corrupción social, sobre todo entre los ricos, se desplaza ahora hacia el
centro de la trama, junto con la brutalidad, un reflejo tanto del cambio en los valores
burgueses, provocado por la Primera Guerra Mundial, como del impacto del hampa
organizada.
Pero aunque el cambio de escenario y ambiente es lo suficientemente real, se
mantiene la inconfundible continuidad de los detectives privados de tipo tradicional
como Sherlock Holmes, lord Peter Wimsey, Albert Campion, Philo Vance, Ellery Queen
y Nero Wolfe: la búsqueda romántica de la verdad y la justicia per se. Sam Spade,
Philip Marlowe, Nestor Burma y Lew Archer podrán parecer personajes tiesos, cínica-
mente carentes de cualquier ilusión en el orden social existente, pero, en el fondo,
siguen siendo unos sentimentales, defensores de damiselas en desgracia, del débil
oprimido por el fuerte. En un pasaje clásico de "El sencillo arte de asesinar", el propio
Chandler describe esta combinación de cinismo y romanticismo:
Por estas calles del demonio ha de pasar un hombre libre de culpa y de cualquier
temor. El detective, en este tipo de relato, debe ser un hombre así. Es el héroe, lo
es todo. Ha de encarnar al hombre de una pieza, común y corriente, y fuera de lo
común al mismo tiempo. Ha de ser, en pocas palabras, un hombre de honor por
instinto, por inevitabilidad, sin conciencia de ello y, ciertamente, sin que exista la
menor mención al respecto.
La pregunta es: ¿por qué? ¿Cómo se explica la extraordinaria atracción ejercida por
la novela policíaca? ¿Qué necesidad psicológica satisfizo y aún satisface el relato
policíaco en millones de gente? ¿Porqué se volvió esa necesidad particularmente aguda
en un momento determinado grosso modo, de los años treinta a los cincuenta y no 50
años antes o, digamos, 30 años después? Sabido es que un artículo de consumo pierde
su valor de intercambio si carece de valor utilitario. El colosal éxito comercial del relato
policíaco atestigua la existencia de tal valor. Pero, ¿en qué consiste exactamente?
Al hablar de una necesidad psicológica debemos tener cuidado al definir el término
con mayor precisión si queremos evitar asunciones ahistóricas y, por tanto, incorrectas,
pues es bastante común encontrar referencias simplistas a algún impulso agresivo
inconsciente, tendencia sanguínea instintiva o deseo de muerte, que se considera el
puntal para la popularidad del relato policíaco. Ahora parece evidente per se que tales
impulsos inconscientes, pasiones inconfesables y apetitos reprimidos, legado del pasado
animal de nuestra especie, hacen posible la popularidad y consumo masivo de relatos
criminales. Pero que algo sea posible no significa que sea siempre realizable. La
dificultad para explicar el incremento de relatos policíacos masivamente producidos en
términos de pasiones humanas e impulsos es la misma que encontramos si intentamos
explicar, por medio de la psicología individual, fenómenos básicamente históricos: no
resulta convincente explicar los cambios por medio de factores permanentemente
activos; dicho de otro modo, explicar el cambio por medio de la ausencia de cambio, el
movimiento por medio de la estabilidad, la discontinuidad por medio de las fuerzas
continuamente en operación.
Con objeto de entender la expansión masiva del relato policíaco que comenzó
durante los años treinta y cuarenta, tenemos que relacionarla con otro fenómeno social:
la transformación de las "viejas" clases medias en "nuevas". Conforme el número de
granjeros independientes, artesanos y comerciantes disminuyó, aumentó el número de
técnicos, oficinistas y empleados de las famosas industrias de servicio. El trabajo
asalariado se introdujo en las actividades llamadas "profesionales" a una escala masiva.
Estas transformaciones sociales implicaban una inmensa ampliación de la organización
capitalista del trabajo, bajo la cual millones de personas se hallaban recientemente
agrupadas. Fue esta gente (y en menor medida en los altos estratos del proletariado
industrial) la que propició el mercado masivo de las novelas policíacas. Según Colin
Watson (Crime Writers) los lectores de Agatha Christie son gente suburbana
"respetable", en especial, mujeres: las bibliotecas de préstamos privados constituían una
fortaleza de los devotos de Christie. Los lectores de Alistair Mac Lean, según John
Sutherland (Fiction and the Fiction Industry, p. 97), son hombres en su mayoría, semi o
incultos, de clase media media o media alta, y cincuentones o viejos. De acuerdo con
una encuesta organizada a propósito del libro Murder Ink (p. 440) de Dilys Winn – a
menos de que se trate de un engaño – los lectores de novelas de misterio tienen, en su
mayoría, entre 25 y 35 años, dicen tener licenciaturas universitarias, y son, con bastante
frecuencia (en orden decreciente) abogados, maestros, bibliotecarios y mujeres que
trabajan en casa al menos en los Estados Unidos. La necesidad del tipo de texto
proporcionado por el relato policíaco puede, por tanto, tener su origen en
requerimientos psicológicos específicos (colectivos) de estos estratos sociales, bajo el
impacto de su objetiva proletarización.
La decadencia de la agricultura y el inmenso éxodo del campo a la ciudad, el
monstruoso crecimiento de las áreas conurbanas metropolitanas (de manera mucho más
acelerada a mediados del siglo XX que a mediados del XIX), la distancia cada vez
mayor entre la casa y el trabajo, la galopante contaminación del ambiente, el polvo, el
ruido, la intensificación de la tensión nerviosa ejemplificada en la cinta transportadora:
todos estos fenómenos crean una fuerte necesidad de distracción. Esta necesidad se
satisface con cigarros y alcohol, con el cine y, también, entre los sectores alfabetizados
de la sociedad, con el relato criminal, tal como, en una etapa posterior, se satisfaría con
la televisión, mucho de cuyo contenido tendría una función y contenido análogos.
La literatura policíaca se convierte en el opio de las "nuevas" clases medías en el
sentido estricto de la fórmula original de Marx: como una droga psicológica que distrae
de las insoportables faenas de la vida cotidiana3434. Al leerlo, la atención queda
capturada a tal extremo que se le olvida a uno todo lo demás; ¡y sólo Dios sabe que bien
vale la pena olvidarlo! Sin embargo, tal como lo apunta Leo Kofler, es un opio muy
especial: mientras que la religión intenta ofrecer la autorrealización humana de un modo
fantástico, las drogas intentan alcanzar la libertad humana de un modo puramente
destructivo (Soziologie des Ideologischen, p. 118). Sólo queda por añadir que los relatos
policíacos dan a la distracción una realización puramente pasiva, sin esfuerzo alguno o
sacrificio por parte del individuo clasemediero. No sólo capturan ("suspenden") la
tensión, sino que también cosquillean en los nervios de una manera muy particular y
deliciosamente malévola.
Podemos llevar lo que Marx afirmaba acerca del criminal que rompe la monotonía
y la seguridad cotidiana de la vida burguesa a los terrenos de un público mucho más
amplio. La proletarización cada vez mayor del trabajo intelectual y de "servicio", así
como el crecimiento de las "nuevas" clases medias, no significan exclusivamente un
aumento en la tensión nerviosa de millones de gente. También proyectan un aumento en
la monotonía, uniformidad y estandarización del trabajo y de la vida. Pero esto, a su
vez, produce la necesidad de un escape al menos temporal. Para una población
alfabetizada, el relato criminal representa un medio ideal para huir de la monotonía de
la vida diaria y para dirigirse, en cambio, a aventuras vicariamente disfrutadas. La
anhelada seguridad de una vida protegida, ideal material de las clases medias, tiene el
contrabalance de una inseguridad delegada. Los lectores llevan a cabo en la fantasía lo
que secretamente ansían hacer, pero a lo que nunca se animan en la vida real: ¡volcar la
carretilla de las manzanas!
Por último, tampoco resulta tan asombroso el hecho de que la gente alfabetizada se
obsesione con los relatos de misterio. Después de todo, como alguna vez apuntó Ernst
Bloch, ¿acaso toda la sociedad burguesa no está operando como un gran misterio? Ahí
está uno, metiéndole esfuerzo a su pequeño negocio y, de pronto, todo se viene abajo
por razones misteriosas (los precios comienzan a bajar, las tasas de interés aumentan,
los mercados se reducen), y no porque uno tenga la culpa. Ahí está uno, trabajando
como esclavo, obedeciendo todas las reglas impuestas por las máquinas y los capataces,
avanzando lo más posible en la feroz lucha por la vida y... lo despiden de repente. Peor
aún, uno se ve inesperadamente afectado por una recesión, por una larga depresión,
hasta por una guerra. ¿Quién es responsable de todo esto? Uno ciertamente no.
Tampoco lo son los vecinos o los conocidos. Ciertos misteriosos conspiradores, tras
bambalinas, seguro tendrán algo que ver en el asunto. Habrá que esperar que algunos de
los misterios se aclaren para sentirse menos enajenado.
Ricardo Piglia* *
34
Resulta interesante observar que los Don Nadie ligados al fisgoneo estatal, por ejemplo, la GCHQ británica en
Cheltenham, parecen sentir estas frustraciones de modo particularmente penetrante debido a la ambigüedad de su
trabajo. El Sunday Times (15 de abril de 1984) reportó que George Franks, el oficial de la radio de la GCHQ
encontrado muerto en su hogar en Sussex, fue el cuarto hombre que murió repentinamente en dos años. Las
muertes ocurridas provocan una pregunta importante: ¿acaso los oídos ocultos británicos están trabajando bajo
demasiada presión?
*
Piglia, Ricardo. "Introducción" a Cuentos de la serie negra. Bs. As., CEAL, 1979.
* *
Ricardo Piglia es uno de los más reconocidos escritores argentinos actuales. Desde Respiración
¿Cómo definir ese género policial al que hemos convenido en llamar de la serie
negra según el título de una colección francesa? A primera vista parece una especie
híbrida, sin límites precisos, difícil de caracterizar, en la que es posible incluir los
relatos más diversos. Basta leer La jungla de asfalto de Burnett, ¿Acaso no matan a los
caballos? de Mc Coy, El cartero llama dos veces de Cain, El largo adiós de Chandler o La
maldición de los Dain de Hammett para comprender que es difícil encontrar aquello
que los unifica. De hecho el género se constituye en 1926 cuando el "Capitán" Joseph
T. Shaw se hace cargo de la dirección de Black Mask, pulp magazine fundado en 1920
por el muy refinado crítico Henry L. Mencken. El "Capitán" (personaje digno de un
film de Samuel Fuller, típico en la mitología de la literatura norteamericana) campeón
de sable, afecto al póquer y al whisky de maíz, no escribió nunca una línea pero fue el
verdadero creador del género (Esto es, sin duda lo que reconoce Hammett al dedicarle
Cosecha roja su primera novela.) Shaw cumple en la historia de la literatura
norteamericana el mismo papel mítico que aquel jefe de redacción del Toronto Star que
Hemingway, le enseñó a escribir en prosa (un eco de la importancia que tiene el editor
en la definición de la narrativa norteamericana lo da en estos años Harold Ross, director
del New Yorker. Los cuentos de Salinger, Updike, Cheever, entre otros, llevan, en más
de un sentido el sello de la revista). Shaw le dio a Black Mask una línea y una
orientación y todos los grandes escritores del género (antes que nada Dashiell Hammett,
pero también Horace Mc Coy, William Burnett Raoul Whitfield, James Cain,
Raymond Chandler) publicaron sus primeros relatos en la revista. De entrada definió un
programa: su ambición era publicar un tipo de relato policial "diferente del establecido
por Poe en 1841 y seguido fielmente hasta hoy". Determinado, en el comienzo, por su
diferencia con la policial clásica, el género encuentra allí, provisoriamente, su unidad.
Así podemos empezar a analizar esos relatos por lo que no son: no son narraciones
policiales clásicas, con enigma, y si se los lee desde esa óptica (como hace, por
ejemplo, Jorge Luis Borges) son malas novelas policiales.
Lo que en principio une a los relatos de la serie negra y los diferencia de la policial
clásica es un trabajo diferente con la determinación y la causalidad. La policial inglesa
separa el crimen de su motivación social. El delito es tratado como un problema
matemático y el crimen es siempre lo otro de la razón. Las relaciones sociales aparecen
sublimadas: los crímenes tienden a ser gratuitos porque la gratuidad del móvil fortalece
la complejidad del enigma. Habría que decir que en esos relatos se trabaja con el
esquema de que a mayor motivación menos misterio. El que tiene razones para cometer
un crimen no debe ser nunca el asesino: la retórica del género nos ha enseñado que el
sospechoso, al que todos acusan, es siempre inocente. Hay una irrisión de la
determinación que responde a las reglas mismas del género. El detective nunca se
pregunta por qué, sino cómo se comete un crimen y el milagro del indicio, que sostiene la
investigación, es una forma figurada de la causalidad. Por eso el modelo del crimen
perfecto que desafía la sagacidad del investigador es, en última instancia, el mito del
crimen sin causa. La utopía que el género busca como camino de perfección es construir
un crimen sin criminal que a pesar de todo se logre descifrar. En este sentido si la
historia interna de la narración policial clásica se cierra en algún lado hay que pensar en
El proceso de Kafka que invierte el procedimiento y construye un culpable sin crimen.
Los relatos de la serie negra (los thriller como los llaman en Estados Unidos) vienen
justamente a narrar lo que excluye y censura la novela policial clásica. Ya no hay
misterio alguno en la causalidad: asesinatos, robos, estafas, extorsiones, la cadena
siempre es económica. El dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única razón
de estos relatos donde todo se paga. Allí se termina con el mito del enigma, o mejor, se
lo desplaza. En estos relatos el detective (cuando existe) no descifra solamente los
misterios de la trama, sino que encuentra y descubre a cada paso la determinación de las
relaciones sociales. El crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista
artificial (1980) hasta Plata Quemada (1997) sus novelas no han dejado de suscitar admiración y
polémica. Ha publicado, además, cuentos y ensayos sobre literatura argentina. Ha sido uno de los más
fervientes admiradores del policial norteamericano, a cuya difusión en la Argentina ha contribuido
con colecciones que dirigió para diferentes editoriales a partir de la década del setenta. El artículo aquí
reproducido es una lectura inteligente y personal de la novela negra, que se ha transformado en la
mirada clásicamente argentina sobre el género.
desde el crimen: en ella (para repetir a un filósofo alemán) se ha desgarrado el velo de
emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones personales hasta reducirlas a
simples relaciones de interés, convirtiendo a la moral y a la dignidad en un simple valor
de cambio. Todo está corrompido y esa sociedad (y su ámbito privilegiado: la ciudad)
es una jungla: "el autor realista de novelas policiales (escribe Chandler en El simple arte
de matar) habla de un mundo en el que los gangsters pueden dirigir países: un mundo
en el que un juez que tiene una bodega clandestina llena de alcohol puede enviar a la
cárcel a un hombre apresado con una botella de whisky encima. Es un mundo que no
huele bien, pero es el mundo en el que usted vive. No es extraño que un hombre sea
asesinado pero es extraño que su muerte sea la marca de lo que llamamos civilización".
En el fondo, como se ve, no hay nada que descubrir, y en ese marco no sólo se
desplaza el enigma sino que se modifica el régimen del relato. Por de pronto el detective
ha dejado de encarnar la razón pura. Así, mientras en la policial clásica todo se resuelve
a partir de una secuencia lógica de hipótesis, deducciones con el detective inmóvil,
representación pura de la inteligencia analítica (un ejemplo a la vez límite y paródico
puede ser el Isidro Parodi de Borges y Bioy Casares que resuelve los enigmas sin moverse
de su celda), en la novela policial norteamericana no parece haber otro criterio de
verdad que la experiencia: el investigador se lanza, ciegamente, al encuentro de los
hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación produce, fatalmente,
nuevos crímenes. El desciframiento avanza de un crimen a otro; el lenguaje de la acción
es hablado por el cuerpo y el detective, antes que descubrimientos, produce pruebas.
Por otro lado ese hombre que en el relato representa a la ley sólo está motivado por el
dinero: el detective es un profesional, alguien que hace su trabajo y recibe un sueldo
(mientras que en la novela clásica el detective es generalmente un aficionado, a
menudo, como en Poe, un aristócrata, que se ofrece desinteresadamente a descifrar el
enigma). Curiosamente es en esta relación explícita con el dinero (los 25 dólares diarios
de Marlowe) donde se afirma la moral; restos de una ética calvinista en Chandler, todos
están corrompidos menos Marlowe: profesional honesto, que hace bien su trabajo y no
se contamina, parece una realización urbana del cowboy. "Si me ofrecen 10.000 dólares
y los rechazo, no soy un ser humano", dice un personaje de James Hadley Chase. En el
final de El gran sueño, la primera novela de Chandler, Marlowe rechaza 15.000. En ese
gesto se asiste al nacimiento de un mito. ¿Habrá que decir que la integridad sustituye a
la razón como marca del héroe? Si la novela policial clásica se organiza a partir del
fetiche de la inteligencia pura, y valora, sobre todo, la omnipotencia del pensamiento y
la lógica abstracta pero imbatible de los personajes encargados de proteger la vida
burguesa, en los relatos de la serie negra esa función se transforma y el valor ideal pasa
a ser la honestidad, la "decencia", la incorruptibilidad. Por lo demás se trata de una
honestidad ligada exclusivamente a cuestiones de dinero. El detective no vacila en ser
despiadado y brutal, pero su código moral es invariable en un solo punto: nadie podrá
corromperlo. En las virtudes del individuo que lucha solo y por dinero contra el mal, el
thriller encuentra su utopía. No es casual, en fin, que cuando el detective desaparezca de
la escena la ideología de estos relatos se acerque peligrosamente al cinismo (caso Chase)
o mejor, cuando el detective se corrompe (caso Spillane) los relatos pasan a ser la
descripción cínica de un mundo sin salida, donde la exaltación de la violencia arrastra
vagos ecos del fascismo. Asistimos ahí a la declinación y al final del género: su
continuación lógica serán las novelas de espionaje. Visto desde James Bond, Philip
Marlowe es Robinson Crusoe que ha vuelto de la isla.
La transformación que lleva de la policial clásica al thriller no puede analizarse según
los parámetros de la evolución inmanente de un género literario como proceso
autónomo. Es cierto que la novela policial clásica se había automatizado (en el sentido
en que usan este término los formalistas rusos) pero esa automatización (denunciada por
Hammett y Chandler y parodiada en novelas como La ventana alta y El hombre flaco) y
el desgaste de los procedimientos no puede explicar el surgimiento de un nuevo género,
ni sus características. De hecho, es imposible analizar la constitución del thriller sin
tener en cuenta la situación social de los Estados Unidos hacia el final de la década del
20. La crisis en la Bolsa de Wall Street, las huelgas, la desocupación, la depresión, pero
también la ley seca, el gangsterismo político, la guerra de los traficantes de alcohol, la
corrupción: al intentar reflejar (y denunciar) esa realidad los novelistas norteamericanos
inventaron un nuevo género. Así al menos lo creía Joseph T. Shaw quien al definir la
función de Black Mask señalaba que el negocio del delito organizado tenía aliados
políticos y que era su deber revelar las conexiones entre el crimen, los jueces y la
policía. En 1931 declaró: "Creemos estar prestando un servicio público al publicar las
historias realistas, fieles a la verdad y aleccionadoras sobre el crimen moderno de
autores como Dashiell Hammett, Burnett y Whitfield". En este sentido la novela policial
se conecta con un proceso de conjunto de la literatura norteamericana de esos años. El
pasaje de los twenties al New Deal está signado por la toma de conciencia social de los
escritores norteamericanos. El ejemplo más notable es el de Scott Fitzgerald (hay que
leer su Notebook donde se define como socialista o analizar en ese marco El último
magnate y las notas que acompañaron la redacción de esa novela) pero el proceso
alcanza también a Faulkner (basta ver su saga de los Snopes) y por supuesto a
Hemingway (que en los años 30 no sólo trabaja por la República Española e integra el
Comité de escritores antifascistas, sino que colabora en New Masses, periódico del PC).
Son los años de la literatura proletaria, de la Partisan Review en la que Edmund Wilson,
Lionel Trilling y Mary McCarthy defienden posiciones radicals; los años en que Dos
Passos publica su trilogía (USA), Steinbeck Viñas de ira, Michael Gold Judíos sin dinero,
Caldwell El camino del tabaco, Hemingway Tener y no tener (cuyo primer capítulo,
publicado antes como cuento con el titulo de On trip across es un modelo de thriller);
los años en que empiezan a publicar sus libros, desde la misma óptica, Nathaniel West,
Katherine Ann Poner, Daniel Fusch, Nelson Algren, John O'Hara. Los escritores de
Black Mask están ligados a esa tendencia: el caso de Hammett (también él colaborador
de New Masses) es el más conocido y Lilian Hellman lo ha narrado, con cierta
incómoda distancia, en el retrato biográfico que prologa Dinero sangriento.
El thriller surge como una vertiente interna de la literatura norteamericana y la
constitución del género debe ser pensada en el interior-de cierta tradición típica de la
literatura norteamericana (lo que podríamos llamar el costumbrismo social que viene de
Ring Lardner y de Sherwood Anderson) antes que en relación con las reglas clásicas del
relato policial. En la historia del surgimiento y la definición del género el cuento de
Hemingway Los asesinos (1926) tiene el mismo papel fundador que Los crímenes de la
calle Morgue (1841) de Poe con respecto a la novela de enigma. En esos dos matones
profesionales que llegan de Chicago para asesinar a un ex boxeador al que no conocen,
en ese crimen por encargo que no se explica y en el que subyace la corrupción en el
mundo del deporte, están ya las reglas del thriller, en el mismo sentido en que las
deducciones del caballero Dupin de Poe preanunciaban toda la evolución de la novela de
enigma desde Sherlock Holmes a Hércules Poirot. Por lo demás en ese relato (y en el
primer Hemingway) está también la técnica narrativa y el estilo que van a definir el
género: predominio del diálogo, relato objetivo, acción rápida, escritura blanca y
coloquial. (No es casual que Chandler haya comenzado por escribir una parodia de
Hemingway, The sun also sneezes, "dedicado sin ninguna razón al mayor novelista
norteamericano actual: Ernest Hemingway" o que Hemingway se llame uno de los
personajes de Adiós, muñeca.) Por lo demás en 1931aparece Santuario de Faulkner que
puede ser considerada una de las mejores novelas del género y que tiene un papel clave
en su transformación. Porque el desarrollo del thriller hacia formas cada vez más
alejadas del relato policial propiamente dicho (como de un modo u otro lo practicaban
Hammett o Chandler) está marcado por la primera novela de James Hadley Chase, El
secuestro de la señorita Blandish (1937) que no es más que una remake de Santuario.
El thriller es uno de los grandes aportes de la literatura norteamericana a la ficción
contemporánea. Nacido en una coyuntura histórica precisa, literatura social de notable
calidad, el género se cristaliza y culmina en la década del 30: El largo adiós de Chandler
(1953) marca su final y es ya un producto tardío. Los que siguen, siendo excelentes
(como Chester Himes, D. Henderson Clarke, Kenneth Fearing o David Goodis, para
nombrar a los mejores) se desligan cada vez más de esa tradición y en el fondo no hacen
más que repetir o exasperar las fórmulas establecidas por los clásicos.
3.5.3. Sobre Raymond Chandler*
∗
Fredric Jameson*
Hace mucho tiempo, en la época en que escribía para las pulp magazines35,
incluí en un cuento una frase de este tipo: "Se bajó del auto y cruzó la vereda
bañada de sol hasta que la sombra del toldo sobre la entrada tocó su rostro
como el contacto de agua fresca". La eliminaron al publicar el cuento, porque
no iba a gustarle a los lectores: sólo servía para interrumpir la acción. Me
decidí a probar que estaban equivocados. Mi teoría era que los lectores
solamente creían no interesarse más que en la acción, y que, en realidad,
aunque no lo sabían, lo que les interesaba a ellos, y a mí, era la creación de
emoción a través del diálogo y la descripción36.
Que para Raymond Chandler la narrativa policial significaba algo más que un mero
producto comercial, adecuado a las necesidades del entretenimiento popular, puede
inferirse del hecho de que se encontró frente a ella en una etapa tardía de su vida,
dejando atrás una larga y exitosa carrera en el mundo de los negocios. Cuando en 1939,
a la edad de 50 años, publicó su primera y mejor novela, El sueño eterno, ya llevaba una
década estudiando el género. Los cuentos cortos que escribió en ese período son en su
mayor parte esbozos de las novelas, episodios que más tarde transcribiría textualmente
como capítulos de textos más largos; y esta técnica la desarrolló imitando y
reelaborando los modelos producidos por otros escritores policiales, en un aprendizaje
deliberado y consciente que llevó a cabo en la época en la cual la mayoría de los
escritores ya se han hallado a sí mismos.
Hay en especial dos aspectos de su experiencia previa que parecen dar cuenta del
tono personal de sus libros. Cuando la Gran Depresión del 30 le hizo perder su trabajo,
ya había vivido quince años en Los Ángeles como ejecutivo de la industria del petróleo,
tiempo suficiente para captar lo que la atmósfera tenía de único, y en una buena
posición para entender qué es el poder y bajo qué formas aparece. Por otro lado, aunque
americano de nacimiento, vivió desde los ocho años en Inglaterra y se educó en una
escuela pública inglesa.
Chandler se consideraba en primer lugar un estilista, y fue precisamente esa
distancia respecto de la lengua americana lo que le permitió utilizarla tal como lo hizo.
En esto se parece a Nabokov: el que escribe en un lengua adoptada es de por sí un
estilista por la fuerza de las circunstancias: nunca puede dejar de ser consciente de la
lengua que usa, las palabras nunca dejarán de serle problemáticas. La actitud ingenua e
irreflexiva hacia la expresión literaria está, para estos autores, proscripta, porque sienten
en el lenguaje una especie de resistencia, de densidad material. Aun los clichés y frases
hechas, que para cualquier hablante nativo ya no son del todo palabras sino
comunicación instantánea, adquieren en su boca una resonancia extranjera, se colocan
entre comillas, se exhiben como especímenes de interés especial: sus frases son
collages de materiales heterogéneos, extraños retazos lingüísticos, coloquialismos,
nombres de lugares, dichos, laboriosamente recortados y pegados en una ilusión de
*
F. R. Jameson: "On Raymond Chandler" en Most, G. y Stowe, W. (eds.), The Poetics of Murder. N.Y., HBJ,
1983. Traducción de Carlos A. Gamerro especialmente para este volumen.
* ∗
Fredric Jameson es un crítico y teórico anglosajón enrolado dentro de las corrientes de inspiración
marxista. Particularmente interesado en la definición de los límites y alcances de la modernidad y la
postmodernidad, también es un crítico literario y analista del discurso de reconocido prestigio. El presente
artículo está tomado de una antología íntegramente dedicada al estudio del policial. Se trata de un estudio
comprensivo de la obra de Raymond Chandler, pero además es una interpretación de la función del policial
desde una perspectiva culturalista.
35
Revistas baratas populares impresas en papel de pulpa, como la famosa Black Mask en la que tanto Hammett
como Chandler escribieron sus primeros relatos. (NC)
36
Carta del 7 de mayo de 1948 a Frederick L. Allen.
discurso continuo. En este aspecto la situación de quien escribe en una lengua prestada
resulta emblemática de la situación del escritor moderno en general, pues para ambos
las palabras se han vuelto objetos. La novela policial, en tanto forma sin contenidos
ideológicos, sin un mensaje político o social explícito, permite tales experimentos
estilísticos en su forma pura.
Y ofrece otra ventaja suplementaria: no es casual que los principales cultores del
arte por el arte en la novelística más reciente, Nabokov y Robbe Grillet, casi siempre
organicen sus obras en torno de un crimen: Le voyeur o La Maison de Rendezvous, Lolita o
Pálido fuego. Estos escritores y sus contemporáneos representan algo así como la segunda
ola del impulso modernista o formalista que dio origen al gran modernismo de las dos
primeras décadas del siglo xx. Pero en estas obras el modernismo era una reacción
(eficaz) contra la narración, contra el argumento. En estas últimas, por el contrario, el
elemento decorativo y vacío del asesinato cumple la función de dar a una materia
esencialmente no argumental la ilusión del movimiento, la función de entregar esa
materia a los arabescos formales gratificantes del enigma en proceso de develación.
Podría decirse que el verdadero contenido de estos libros llega a ser casi escénico: los
moteles y pueblos universitarios del paisaje americano, la isla de Le Voyeur, las agrisadas
ciudades de provincia de Les Gommes o de Dans le labyrinthe.
De manera similar, se puede considerar a Chandler un pintor de la vida en los
EE.UU.: no a partir de la construcción de esos modelos en gran escala de la experiencia
americana que nos ofrece la gran literatura, sino a partir de cuadros fragmentarios de
escena y lugar, percepciones fragmentarias a las que, por una paradoja formal, la
literatura seria no puede acceder.
Consideren, por ejemplo, una experiencia cotidiana perfectamente insignificante:
dos personas se encuentran casualmente en el palier de un edificio de departamentos.
Veo a mi vecino abriendo su buzón; nunca lo había visto antes, nos echamos rápidas
miradas, me da la espalda mientras tironea la pila de revistas atascadas en el interior. En
su cualidad fragmentaria, un instante semejante expresa una verdad profunda sobre la
vida en EE.UU. Con su percepción de alfombras manchadas, escupideras llenas, puertas
de vidrio que cierran mal, la escena testifica el raído anonimato de los puntos de
encuentro entre una lujosa vida privada y otra, todas paralelas, mónadas cerradas, detrás
de cada puerta de cada departamento privado. Un triste desconsuelo de salas de espera y
estaciones de ómnibus, espacios descuidados de la vida en común que taponan los
intersticios entre los compartimientos de las vidas privadas de la clase media. Se me
ocurre que una percepción como ésta depende por su misma estructura del azar y del
anonimato, de la mirada fugaz dada al pasar, como desde las ventanillas de un ómnibus
mientras la mente se encuentra absorta en alguna preocupación más inmediata. Su
esencia consiste en ser inesencial y por eso se le escapa al equipo detector de la gran
literatura. Conviertan la escena en una epifanía joyceana y el lector se verá obligado a
tomar ese momento como el centro de su mundo, como algo directamente imbuido de
un sentido simbólico. Cuando algo semejante sucede, la cualidad más frágil y preciosa
de tal percepción se ve irrevocablemente dañada: su levedad se pierde, ya no puede ser
apenas entrevista, descartada a medias.
Intenten, en cambio, colocar esa misma escena dentro del marco de la novela policial
y verán cómo todo cambia: me entero de que el hombre que había visto ni siquiera vive
en mi edificio, que lo que hacía no era abrir su buzón sino el de la mujer asesinada. De
golpe, mi atención vuelve sobre la escena desdeñada y renueva su percepción, la realza,
sin por eso dañar su estructura. De hecho, pareciera como si ciertos momentos llegaran a
ser accesibles sólo a costa de un fuera de foco intelectual (como los objetos situados en
los bordes de mi campo visual, que desaparecen cuando me vuelvo para mirarlos de
frente). Proust lo sintió agudamente. Su estética está íntegramente basada en el
antagonismo entre la espontaneidad y la conciencia de sí. Según Proust sólo podemos
estar seguros de que hemos vivido, de que hemos percibido, después del momento de la
experiencia. Para él, cualquier proyecto para encontrarse con la experiencia cara a cara
está siempre condenado al fracaso. De manera menos ambiciosa, la particular estructura
temporal de la mejor narrativa policial es un pretexto, un marco de organización para
una percepción aislada como la que hemos descripto.
Es a la luz de esta particularidad que debe estudiarse la conocida diferencia de
atmósfera entre la narrativa policial inglesa y la americana. En sus Conferencias en
América Gertrude Stein señala que el rasgo esencial de la literatura inglesa es la
infatigable descripción de la "vida cotidiana", de la rutina vivida y su continuidad, en la
cual las posesiones son diariamente recontadas y evaluadas, en la cual la estructura
básica es una estructura de ciclos y repeticiones. La vida americana, el "contenido"
americano, por el contrario, carece de forma: es siempre un proceso de reinversión, una
tierra sin mapas en la que la noción misma de experiencia se ve cuestionada, en la que
el tiempo es una sucesión indeterminada de la cual sobresalen apenas unos pocos
instantes decisivos, explosivos, irrevocables. Así, el asesinato que tiene lugar en el
plácido pueblito inglés o en el club londinense rodeado por la niebla puede leerse como
una interrupción escandalosa de la continuidad apacible, mientras que la violencia
callejera de la gran ciudad americana aparece como un destino secreto; una némesis al
acecho bajo la superficie de fortunas apresuradamente adquiridas, del crecimiento
anárquico de la ciudad, o de las vidas particulares sin permanencia. Y sin embargo, en
ambos casos, el momento de la violencia, aparentemente centra], no es más que una
desviación. La verdadera función del asesinato en la placidez pueblerina consiste en
hacer sentir con mayor fuerza la cotidianidad de la vida inglesa, mientras que la
violencia en la narrativa policial americana tiene como principal efecto permitir que se
la experimente en retrospectiva, en el puro pensamiento, sin riesgos; un espectáculo
contemplativo que ofrece no tanto la ilusión de la vida sino la ilusión de que la vida ya
ha sido vivida, de que hemos entrado en contacto con las fuentes atávicas de esa
experiencia que los americanos siempre han convertido en un fetiche.
II
Un reportero policial de Nueva York escribió una vez que al cruzar las luces
verdes del precinto policial estás saliéndote de este mundo y entrando en un
lugar fuera de la ley.
Por un lado, nos muestra aquellas partes del paisaje americano que tienen el carácter
impersonal y desgastado de las salas de espera públicas: edificios de oficinas venidos a
menos, el ascensor con su escupidera y el ascensorista sobre un banquito a su lado;
interiores deslucidos de oficinas, la de Marlowe en particular, vistas a toda hora del día,
aun en aquella hora en que nos hemos olvidado de que las oficinas existen, en la tarde
avanzada, cuando las otras oficinas están a oscuras; o a la hora más temprana, cuando
aún el tráfico no ha comenzado. Departamentos de policía, habitaciones y recepciones
de hotel, con sus características palmeras en maceta y sus sillones hinchados, alojamien-
tos con encargados que trabajan al mismo tiempo en algún negocio ilegal. Todos estos
lugares se caracterizan por pertenecer al costado colectivo o masivo de nuestra
sociedad: lugares ocupados por personas sin rostro y que no dejan ninguna huella de su
personalidad tras de sí. En suma, la dimensión de lo intercambiable, de lo inauténtico:
Mujeres que debieran ser jóvenes salen de las casas de departamentos con
rostros como cerveza rancia; hombres con los sombreros ladeados para
cubrirles los ojos atentos, observando la calle por sobre la mano que protege la
llama del fósforo; intelectuales gastados con tos de fumador y sin dinero en el
banco; polis con caras de granito y ojos decididos; coqueros y dealers; gente
que no era nada especial y que lo sabía, y, de vez en cuando, incluso algunos
hombres que van a sus trabajos. Pero éstos salen muy temprano, cuando las
anchas veredas rajadas están todavía vacías y cubiertas por el rocío37.
En el arte europeo es más frecuente que en el nuestro encontrar este tipo de materia
social: como si estuviésemos dispuestos a escuchar cualquier secreto, aun el peor,
mientras no sea éste, anónimo y sin rostro. Basta comparar los rostros de los actores y
participantes de cualquier película europea con los que aparecen en las películas
americanas para advertir la ausencia en las nuestras de la lente de grano grueso, y la
desemejanza entre lo que ofrece el producto y los rasgos de las personas que vemos en
las calles. Lo que hace que esto resulte difícil de observar es que nuestra visión del
mundo está condicionada por el arte que conocemos, y éste nos ha entrenado para no
ver qué textura tienen realmente los rostros de la gente común, y para investirlos del
glamour de la fotografía.
El otro polo de la vida americana al que accede Marlowe es el opuesto del anterior: las
grandes fortunas, con su séquito de sirvientes, choferes y secretarios, y rodeándolas, las
diversas instituciones encargadas de proteger la riqueza y de mantenerla en su
privacidad: los clubs en las montañas, donde sólo los socios son admitidos, con rutas
privadas patrulladas por policías privados; las clínicas donde es posible obtener-drogas;
los cultos religiosos; los hoteles de lujo con sus detectives de hotel; los casinos flotantes
anclados más allá del límite de las tres millas; y, un poco más lejos, la corrupta policía
local que maneja un municipio en nombre de un solo hombre o familia, y las variadas
actividades ilegales que surgen para satisfacer al mundo del dinero y a sus actividades.
Pero la imagen que Chandler traza de América también tiene sus contenidos
intelectuales: es la realidad inversa, más sucia y concreta, de una ilusión intelectual
abstracta sobre los EE.UU. El sistema federal y la arcaica Constitución federal ha creado
en los americanos una imagen doble de la política de su país, un sistema doble de
políticas que nunca se intersectan entre sí. Por un lado, una política nacional
deslumbrante cuyas figuras rectoras están investidas de carisma y cuyas prácticas
políticas externas aparecen rodeadas de irrealidad y distinción, con programas
económicos que parecen tener contenidos intelectuales gracias a la apropiación de
ideologías del liberalismo o el conservadurismo. Por el otro, la política local con sus
pequeños odios, su omnipresente corrupción, sus arreglos y su perpetua preocupación
por asuntos mezquinos y materialistas como los servicios cloacales, las ordenanzas, los
impuestos a la propiedad, etc... Los gobernadores están entre uno y otro mundo. Pero
llegar a senador implica, para un intendente, por ejemplo, una metamorfosis exhaustiva:
debe transformarse en animal de otra especie. De hecho, las cualidades que se perciben
en el macrocosmos político son ilusorias, son la proyección del opuesto dialéctico de las
cualidades reales del microcosmos político: todos están convencidos de la suciedad de la
política o de los políticos a nivel local; y como todo es visto en términos de interés, la
ausencia de codicia se convierte en algo deslumbrante.
Al igual que los padres cuyos defectos resultan invisibles para sus hijos, los
políticos de la esfera nacional parecen, salvo alguna sorprendente excepción ocasional,
estar más allá de los intereses personales, y esto confiere a su desempeño profesional un
prestigio especial, eleva sus personas hasta un nivel retórico completamente diferente.
A nivel del pensamiento abstracto, el efecto de la permanencia preestablecida de la
Constitución en este país es el de dificultar el desarrollo de un pensamiento político
especulativo, y de reemplazarla por el pragmatismo dentro del sistema, el cálculo de
influencias respectivas y de posibilidades de compromiso. A lo abstracto se adhiere una
suerte de reverencia, a lo concreto un cinismo aceptado. Al igual que en ciertos tipos de
obsesión mental y disociación, el americano es capaz de observar con perspicacia la
injusticia, el racismo, la corrupción y la incompetencia educativa en el nivel local,
mientras que al mismo tiempo mantiene un optimismo sin límites en lo que se refiere a
la grandeza de la nación tomada en su totalidad.
La acción de los libros de Chandler transcurre en el interior de esta microsociedad,
en la oscuridad de un mundo local donde no llegan los beneficios de la Constitución
federal, en un mundo sin Dios. La medida en que esto puede producir un shock literario
depende del hábito, en la mente del lector, de otorgar a la política este estatuto doble:
37
De La ventana siniestra
las imágenes de personas cayendo atrapadas en las redes de alguna autoridad local o
comunal, como si se tratara de un país extranjero, tienen el poder de asombrarnos
porque estamos habituados a considerar al país como un todo homogéneo en lo que a
justicia se refiere.
En esta otra cara del federalismo el aparato de poder local resulta inapelable, el
imperio de la fuerza bruta y el dinero es absoluto y no existe ningún oropel teórico que
lo enmascare. En una tenebrosa ilusión óptica, la jungla reaparece en los suburbios.
En este sentido, podemos considerar la honestidad del detective como un órgano de
percepción, una membrana irritable que sirve para indicar, con su sensibilidad, la
naturaleza del mundo que la rodea. Porque si el detective es deshonesto, su trabajo se
limita al problema técnico de cómo obtener el éxito en la tarea encomendada. Si es
honesto, en cambio, es capaz de sentir la resistencia de las cosas, lo que permite una
visión intelectual de lo que le sucede en el nivel de la acción. Y el sentimentalismo de
Chandler, que se adhiere a los esporádicos personajes honestos de los primeros libros,
pero que adquiere su mayor fuerza en El largo adiós, es el reverso y el complemento de
esta visión, un descanso momentáneo, una compensación: si todo es observado bajo la
misma luz, no hay mucha posibilidad para la sutileza o para el desarrollo de una gran
variedad de sentimientos: sólo encontraremos una tonalidad fundamental y su opuesta.
El viaje del detective es episódico porque se mueve en una sociedad atomizada,
fragmentaria. En los países europeos la gente, por más solitaria que sea, está
comprometida con la sustancia de la sociedad; su misma soledad es social; su identidad
está inextricablemente imbricada con la de los demás por un nítido sistema de clases,
por una lengua nacional, en lo que Heidegger describe como Mitsein, el estar-junto-a-
otros.
Pero la forma de los libros de Chandler refleja esta separación inicial entre las
personas en los EE.UU., su necesidad de verse conectados unos con otros a través de
alguna fuerza exterior (el detective, en este caso) si es que alguna vez encajarán entre sí
como las piezas de un rompecabezas. Chandler proyecta esta separación también en el
espacio: aun en el apiñarse de las multitudes en las calles, las diversas soledades nunca
se funden en una experiencia colectiva. Cada sórdida oficina está separada de las otras,
cada habitación es el alojamiento de una persona que ignora quién vive en la habitación
contigua. Es por esto que el leitmotiv más característico de los libros de Chandler es la
figura que, parada en un mundo, se asoma de manera distraída o atenta a otro:
Del otro lado de la calle, dando directamente a la vereda, había una funeraria italiana,
prolija, callada y reticente con sus paredes de ladrillo pintadas. Pompas Fúnebres
Pietro Palermo. La delgada escritura de neón verde atravesaba la fachada. Un hombre
alto de traje oscuro salió por la puerta principal y se apoyó en la pared blanca. Era
muy bien parecido. Tenía la tez oscura y una elegante cabeza con el pelo gris acero
peinado hacia atrás. Extrajo algo que a la distancia parecía ser una cigarrera de
esmalte negro y plata, o platino, la abrió lánguidamente con dos de sus alargados
dedos morenos y eligió un cigarrillo de borde dorado. Guardó la cigarrera y
encendió el cigarrillo con un encendedor de bolsillo que parecía hacer juego con
ella. La guardó a su vez, se cruzó de brazos y, entrecerrando los ojos, se quedó con la
mirada fijas en el vacío. Del extremo del cigarrillo inmóvil ascendía una delgada
voluta de humo que ascendía recta junto a su rostro, como el humo de una fogata a
punto de apagarse en el amanecer38.
39
De Adiós, muñeca
Tuve que aprender norteamericano igual que si hubiera sido un idioma
extranjero. Para aprenderlo, tuve que estudiarlo y analizarlo. Como resultado,
cada vez que uso slang, coloquialismos, lenguaje malicioso o cualquier otro
tipo de lenguaje no convencional, lo hago deliberadamente. El uso literario
del slang representa un estudio en sí mismo. He comprobado que hay sólo dos
tipos que tienen algún valor: el slang que se ha establecido en el lenguaje, y el
slang que uno mismo inventa. Todo lo demás está propenso a ponerse fuera
de moda antes de alcanzar la imprenta40.
Y también el comentario sobre el uso que O'Neill, en su The Iceman Cometh, hace
de la expresión "the big sleep" como sinónimo de muerte,
"aparentemente convencido de que se trata de una expresión aceptada en el mundo del
hampa. Si es así, me gustaría saber de dónde proviene, porque yo inventé la
expresión"41.
Pero el slang tiene una naturaleza eminentemente seriada: existe con la misma
objetividad que un chiste, pasando de mano en mano, siempre a otra parte, nunca del
todo propiedad del usuario. En este sentido el problema literario del slang constituye, en
el microcosmos del estilo, un paralelo respecto del problema de la sociedad seriada
misma, que nunca está presente del todo en sus manifestaciones, que no posee un centro
privilegiado, que nos pone ante la alternativa imposible: o un conocimiento objetivo y
abstracto de su totalidad a nivel léxico, o una experiencia de vida concreta de sus
inservibles partes componentes.
III
40
Carta del 18 de marzo de 1949 a Alex Barrish.
41
Carta del 18 de mayo de 1950 a Hamish Hamilton.
objetos de admiración y nostalgia; pero ellos son más resultado que causa, y no
constituyen los rasgos más significativos de la época.
La atmósfera de un período determinado se cristaliza en primer lugar en sus objetos:
los sacos cruzados, los nuevos vestidos largos, los peinados esponjosos, la línea de los
automóviles. Pero esta nostalgia de época es diferente de la evocación de piezas de
museo, pues lo que desea no es el estilo de vida pasado sino más bien los objetos mismos.
Se dirige a un mundo como el nuestro en sus condiciones generales: industrialismo,
capitalismo de mercado, producción en masa, sólo que más simple que el actual. En
parte se trata de una fascinación por lo fechado, lo envejecido, el paso del tiempo: como
ponerse a mirar nuestras viejas fotos en ropa pasada de moda para adquirir una
impresión directa del cambio o de la historicidad (la existencia del cine como forma
explica en gran medida la intensidad de esta nostalgia: no sólo podemos ver el pasado,
vivo, ante nosotros, sin recurso a la imaginación; también podemos percibir
personalmente este pasado en la perspectiva de actores jóvenes a los que nos hemos
acostumbrado a ver como más viejos). Pero esta historicidad es ella misma un producto
histórico. Está lejos del ciclo ritual de las estaciones, tanto como los cambios de la moda
en el vestido. Es una forma rápida de cambio íntimamente ligada con la producción o
comercialización de objetos para la venta.
Está claro que un mundo como el de la posguerra plantea al artista que intenta
registrarlo problemas de difícil solución. Está lleno de problemas que son meramente
espirituales, "psicológicos" en nuestra terminología más convencional, que no parecen
encontrarse en una relación directa u observable respecto de las realidades objetivas de
la sociedad. En su pureza mayor, presentados en sí mismos, estos problemas se pierden
en sutilezas extremas e introspecciones banales; mientras que la presentación de la
realidad objetiva en sí misma se vuelve, para el lector moderno, algo fuera de moda y
sin relación con su experiencia vivida.
Pero los efectos más inmediatos y visibles de esta situación son estilísticos. En la
época de Balzac los objetos manufacturados tenían un interés novelístico intrínseco, que
no consistía solamente en su carácter de índices de los gustos o personalidades de sus
dueños. Son los propios contemporáneos, en este momento inicial del capitalismo
industrial, los que los están inventando y comercializando, y los libros narran la historia
misma de su evolución y explotación, o los colocan como mudo telón de fondo de los
personajes, para dar testimonio del mundo que se estaba creando y del grado de
desarrollo que las energías humanas habían alcanzado.
Los libros de Chandler pertenecen, por el contrario, a una era de productos estables,
en la cual el sentimiento de la energía creativa ya no se encarna en el producto: éstos
simplemente están allí, en un fondo industrial permanente que ha llegado a parecerse a la
naturaleza misma. Aquí, la tarea del autor consiste en hacer el inventario de estos
objetos, en demostrar, gracias a la exhaustividad del catálogo, la eficacia de su manejo
del mundo de las máquinas y los productos industriales; y es en ese sentido que
funcionan las descripciones de muebles o de vestimentas femeninas en Chandler: como
una nominación, una marca de experiencia y saber práctico. Y en los límites de esta
clase de lenguaje, el nombre de las marcas mismas:"Pasé a su lado y entré a una
agradable habitación en penumbra, con una alfombra china color damasco que parecía
ser cara, sillas profundas, lámparas blancas y un enorme Capehart en el rincón";
"Extraje una botella de Old Taylor a medio llenar del profundo cajón del escritorio"; "El
olor dulzón de su Fátima me envenenaba el aire" (por supuesto que es Hemingway el
principal representante de este estilo de dejar caer nombres de marcas al azar, pero era
una costumbre muy extendida en la literatura de los años treinta).
Para cuando nos topemos con ese inventario de todo lo típico de los EE.UU., la
Lolita de Nabokov, veremos que la actitud hacia los objetos cambia significativamente.
Precisamente porque desea que sus descripciones sean representativas, Nabokov duda
en usar los nombres de marca de los productos. La justificación estética, que esa lengua
es de naturaleza diferente a la de la narración y que no puede introducirse sin más en
ella, es parte de una comprensión más general: que el objeto físico hace rato que ha
perdido su carácter de permanencia. Al igual que las "sustancias" de la filosofía, las
matemáticas o las ciencias físicas, el objeto ha perdido su esencialidad para convertirse
en el locus de una serie de procesos, el lugar de encuentro entre la manipulación social
y la materia prima humana. Cuando Nabokov utiliza nombres de marcas, no son sino
nombres inventados a imagen de los reales, y por lo tanto está dando cuenta no del
producto sino del proceso de nominación. Pero por regla general lo que hace es
describir la mezcolanza de productos comerciales en el paisaje de los EE.UU. desde
fuera, como pura apariencia, sin hacer referencia a su funcionalidad: pues en la nueva
cultura de los cincuenta la funcionalidad, la utilización práctica para satisfacer la
necesidad y el deseo ya no tiene mayor importancia.
Las botellas de Coca-Cola y las latas de sopa Cambell's de Warhol representan una
actitud distinta hacia los objetos: un intento de aprehenderlos no en su realidad material
sino en su realidad históricamente fechada; un momento y un estilo del pasado. Son
fetiches a través de los cuales buscamos volver a una época donde había una cierra
distinción entre los objetos, donde el paisaje de lo fabricado era todavía relativamente
sólido. Las imágenes de Warhol son un recurso para que nos concentremos en un
producto comercial único, con la esperanza de que nuestra visión de todos los otros que
nos rodean se vea transformada, de que nuestra nueva mirada les otorgue la profundidad
o solidez que no tienen, el significado de los objetos o productos recordados, la solidez
física y las dimensiones de aquel viejo mundo de la necesidad.
El tipo de dibujo de la historieta cumple en gran medida la misma función para el
mundo de la cultura, congestionado, al igual que las ondas del aire, con trozos y
fragmentos de historias, personajes imaginarios, fantasías baratas prefabricadas de todo
tipo, incluso donde la verdad histórica o periodística se ha asimilado a los productos de
la industria del entretenimiento. De golpe todas las figuras o formas flotantes se
simplifican, se delinean exageradas, se inflan y se reducen al tamaño de un sueño diurno
infantil. El paso al objeto fijo, la pintura, se realiza imitando la manera en que el niño
consume los libros de historietas, manipulándolos y usándolos como objetos.
Pues la nostalgia de este mundo pasado opera con tanta fuerza sobre las formas
como sobre los contenidos de sus materiales. Humphrey Bogart, por ejemplo, representa
claramente al héroe que sabe manejarse en la peligrosa anarquía del mundo de los años
treinta y cuarenta. Lo que lo distingue de las otras estrellas de la época es que puede
mostrar su miedo, y ese miedo es el órgano que le permite percibir y explorar el oscuro
mundo que lo rodea. Bogart se relaciona, por su imagen, con Marlowe (con quien
coincide, fugazmente, en la versión cinematográfica de El sueño eterno) y es el
descendiente del héroe de Hemingway, perteneciente a un momento anterior del mismo
período, en el cual aún es muy marcado el rasgo del conocimiento puramente técnico.
Por otra parte, también hay una dimensión formal en su reviva/, seamos o no
conscientes de ello. Pues nuestro reconocimiento de Humphrey Bogart como héroe
cultural incluye la nostalgia por las películas de 50 minutos en blanco y negro en el cual
estábamos acostumbrados a verlo, y además de eso, por la época en que los filmes se
realizaban en pequeña escala, según un modelo fijo, una serie de pequeñas obras en
lugar de las producciones aisladas, gigantescas y costosas de hoy (esta evolución en la
industria cinematográfica es paralela al movimiento que en la literatura seria lleva de las
formas fijas del siglo XIX a las formas del siglo XX, caracterizadas por la invención
personal y la clara conciencia individual del estilo utilizado).
La percepción de los productos con los que está equipado el mundo que nos rodea
precede y da forma a la percepción de las cosas en sí mismas. En un principio
utilizamos los objetos, y sólo con el tiempo aprendemos a apartarnos de ellos para
contemplarlos con desinterés; y es de esta manera que la naturaleza comercial de
nuestro entorno influye y da forma a la producción de las imágenes literarias, marcán-
dolas con un determinado carácter de época. Esto se manifiesta en el estilo de Chandler
mediante su rasgo más característico, la comparación exagerada, que tiene como función
aislar el objeto en cuestión y al mismo tiempo indicar su valor: "Vestía piyamas de seda
color madreperla adornados con guardas blancas de pieles, de corte tan fluido como un
mar de verano rompiendo sobre la playa de una pequeña y exclusiva isla". "Hasta en
Central Avenue, que no tiene fama de ser la calle menos excéntrica del mundo, el tipo
pasaba casi tan desapercibido como una tarántula en un plato de nata." "Vi un mostrador
y un encargado nocturno con uno de esos bigotes que se te quedan metidos debajo de la
uña." "Éste era el límite final de la zona que bañaban las neblinas, y el comienzo de esa
región semidesértica donde el sol de mañana es ligero y seco como jerez añejo, al mediodía
se calienta como un horno de fundición, y cae como un ladrillo furioso al anochecer."
Como en las películas del cine negro, la voz del narrador trabaja en contrapunto a lo que
muestra la imagen, realzando subjetivamente lo mostrado a través de sus reacciones personales
y a través de la poesía que le presta con sus comparaciones; y enseguida, con un humor llano
que anula lo que acaba de sostener, dejándolas caer nuevamente a su realidad sórdida y gris.
Pero mientras las películas poseen una estructura dividida de sonido e imagen, que puede
enfrentar el uno a la otra, la obra literaria sólo puede depender de una división más profunda,
en sus materiales mismos. Un tono tal sólo es posible contra el tetón de fondo de una
uniformidad reconocible de objetos, en el seno de la cual la comparación exótica obra como
una pausa, traza un círculo momentáneo alrededor de uno de ellos, haciéndolo resaltar como
ejemplar típico de alguna de las dos zonas de contenido de la novela, lo muy caro o lo muy
pobretón. Evita lo llano y prosaicamente naturalista tanto como lo poético e irreal, en un
delicado compromiso que el tono de la narración se encarga de mantener. Y porque es, en su
esencia, un relato hablado, esta voz funciona como testimonio, al igual que las voces de los
discos antiguos y de los viejos comediantes, de lo que era la vida cotidiana en un mundo lo
suficientemente parecido al nuestro como para parecer muy distante.
IV
Mi teoría era que los lectores solamente creían no interesarse más que en la acción,
y que, en realidad, aunque no lo sabían, lo que les interesaba a ellos, y también
a mí, era la creación de emoción a través del diálogo y la descripción. Lo que
recordaban, lo que volvía una y otra vez a su mente, no era el hecho de que un
determinado personaje fue asesinado, sino que en el momento de su muerte
intentaba recoger un clip de metal de la superficie lustrada de su escritorio, y éste
continuamente se le escapaba de los dedos, por lo cual en su rostro había una
expresión de esfuerzo y su boca se abría a una expresión atormentada, y en lo
último que estaba pensando en ese momento era en la muerte. Ni siquiera la oyó
llamar a la puerta. El maldito clip de metal insistía en resbalársele entre los
dedos42.
Las novelas de Raymond Chandler no tienen una forma sino dos, la primera
objetiva, la segunda subjetiva: por una parte la estructura externa rígida de la narrativa
policial, por otra un ritmo de acontecimientos más personal y característico que, como
sucede en todo novelista original, está organizado de acuerdo con una cadena molecular
ideal de las células cerebrales, su encefalograma tan personal como las huellas
dactilares, pobladas de fantasmas recurrentes, tipos caracterológicos obsesivos, actores
de algún olvidado drama psíquico a través de los cuales el mundo social es
continuamente interpretado. Y sin embargo las dos formas no entran en conflicto, sino
que la primera, por sus propias contradicciones internas, ha dado origen a la segunda.
De hecho, en Chandler esto se convierte en una especie de fórmula:
A este escritor particular le parece a menudo que el único método
razonablemente honesto y efectivo que queda de engañar al lector es hacerle
ejercitar la mente en los puntos erróneos, hacerle resolver un misterio (puesto
que está casi seguro de resolver algo) que lo haga aterrizar en una senda
secundaria, pero que toque sólo tangencialmente el problema central43.
Pues la novela policial no se reduce a un método puramente intelectual de conocer
los hechos, es también el planteamiento de un problema para ejercitar las facultades de
razonamiento y análisis, y lo que expone Chandler es una técnica para despistar al lector.
En lugar de una innovación puntual que sólo puede funcionar una vez (la más famosa,
42
De la carta citada en la nota 30.
43
De Apuntes sobre la novela policial.
por supuesto, es la de Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd, donde el
asesino resulta ser el narrador), inventa un principio genera] para la construcción del
argumento.
Y es por supuesto esta manera de construir el argumento, la persistencia sin
cambios del mismo propósito intelectual en todos sus libros, lo que les da a todos una
forma muy parecida. Estos dos aspectos de sus obras parecen apenas conmensurables,
parecen implicar dos dimensiones que no llegan a cruzarse entre sí: el propósito
intelectual es puramente temporal, se anula a sí mismo cuando tiene éxito y el lector se
da cuenta de que la verdadera solución del asesinato está en otra parte. La forma, en
cambio, es espacial: aun cuando la lectura temporal del libro ha terminado, permanece
la sensación de su contenido extendiéndose ante nosotros como un plano o un mapa, y
las idas y vueltas engañosas de la trama (que la inteligencia pura rechaza como relleno
ilusorio tan pronto como ha adivinado la solución del enigma) quedan en la
imaginación de la forma como parte integral del camino recorrido, de las experiencias
que en él se han tenido. La paradoja de los libros de Chandler es la de algo de densidad
y resonancia leves dando origen a algo incomparablemente más sólido, de una especie
de nadería creando el ser, de algo tridimensional proyectándose a partir de una sombra.
Como si un objeto diseñado con fines puramente prácticos, una máquina por ejemplo,
se volviera de golpe interesante en un nivel diferente de la percepción, en el estético por
ejemplo; pues ese recurso negativo, esa fórmula cuantitativa de engaño puramente
intelectual que nos ofrece Chandler es responsable, por algún accidente dialéctico, de la
naturaleza cualitativamente positiva de sus formas, sus movimientos desplazados y
episódicos, los efectos y las emociones características que las acompañan.
El engaño inicial ocurre en primer lugar a nivel del libro como un todo, que se
vende como una novela policial44. Los relatos de Chandler son en primer lugar
descripciones de una búsqueda, en la cual hay algún asesinato mezclado, y que a veces
termina en la muerte de la persona buscada. El primer resultado de este cambio formal
es que el detective ya no habita en la esfera del puro pensamiento, de la resolución de
enigmas a partir de un conjunto predeterminado de elementos. Por el contrario, se ve
expulsado al mundo y obligado a desplazarse de un tipo de relación social a otro
incesantemente, procurando encontrar las huellas del uso de su cliente.
Una vez que ha comenzado, la búsqueda tiene resultados inesperadamente
violentos. Es como si el mundo del comienzo del libro, la California sureña de
Chandler, estuviese en un equilibrio inestable, un equilibrio de sistemas de corrupción
grandes y pequeños en un silencio tenso, como el de personas tratando de escuchar algo
inaudible. La aparición del detective rompe el equilibrio, pone en marcha los diversos
mecanismos de la sospecha, enciende los ojos electrónicos, haciendo averiguaciones y
creando problemas pero sin todavía llegar a clarificar nada. El resultado es toda una
cadena de palizas y asesinatos: como si ya hubieran estado allí en forma latente, los
actos preparatorios habiendo sido ya cometidos, la mezcla de sustancias químicas
yuxtapuestas esperando sólo el elemento que debe añadirse o quitarse para que se
desencadene la reacción prevista e ingobernable. Este elemento es la llegada del
detective, que da vía libre a las causas predeterminadas, haciéndolas encenderse y
explotar al contacto con el aire exterior.
Pero como ya nos ha explicado el propio Chandler, este rastro de sangre es una
pista falsa, destinada a llevar la atención del lector a los lugares equivocados. Esta
desviación no llega a ser deshonesta porque las culpabilidades develadas por el camino
son también reales; sólo que no conciernen al asunto inicial del libro. De aquí proviene
la naturaleza episódica de la trama lateral: los personajes se dibujan de manera nítida y
tajante porque es la última vez que los vamos a ver. Toda su esencia debe revelarse en
este breve encuentro. Pero éste sucede en un nivel de realidad diferente al de la trama
principal del libro. Por una parte la función intelectual de nuestra mente se ocupa de
sopesarlos y seleccionarlos (¿están relacionados con la trama principal, o no?) mediante
una serie de operaciones que no necesitan aplicarse a la trama principal (el cliente, su
entorno, la persona buscada y sus contactos). Pero además son la violencia y el crimen
mismos los que se perciben de distinta manera: como para nosotros son secundarios y
44
O sea, una policial clásica del tipo "Quién fue" (NC).
tangenciales sabemos de ellos de manera más legendaria que realista (novelística), tal
como nos enteramos de la violencia ocasional por los periódicos o la radio. Nuestro
interés por ellos es puramente anecdótico, y desde un principio implica una toma de
distancia. Lo sepamos antes o después, estos personajes de la trama secundaria existen
para nosotros en una dimensión diferente, como una visión fugaz tras la ventana, ruidos
desde el fondo de la tienda, relatos sin final, hechos inconexos sucediendo a nuestro
alrededor mientras nos dedicamos a nuestra actividad habitual.
El clímax del libro debe, por lo tanto, implicar una vuelta al principio, a la trama y
a los personajes iniciales. Por supuesto que la persona desaparecida será encontrada.
Pero, de manera menos obvia, el culpable (pues siempre hay un asesinato o crimen
mezclado en el asunto) resultará ser un miembro de la familia, o el cliente, o un
miembro de su entorno. Las novelas de Chandler son todas variaciones de esta fórmula,
consistente en combinaciones y sustituciones, predecibles casi matemáticamente, de las
siguientes posibilidades básicas: la persona buscada está muerta y la mató el cliente, la
persona buscada es culpable y el cadáver es de otro, tanto el cliente y alguien de su
entorno son culpables y la persona buscada no estaba perdida, etcétera.
Esta fórmula puede verse como poco más que una variación de la ley del culpable
menos sospechoso, pues parece poco probable que un criminal contrate a un detective
para resolver un crimen del cual él mismo es culpable. También se produce otra clase de
shock, secundario, más sociológico, al hacer la comparación entre los crímenes
secundarios y relativamente institucionalizados (crimen organizado, brutalidad
policíaca), y el crimen doméstico de la vida privada, que es el acontecimiento central y
que a su manera resulta ser tan sórdido y violento como los otros.
Pero la razón principal de esta recurrente vuelta al principio se encuentra en el
develamiento ritual de la identidad del asesino. Si éste resultara ser solamente un
personaje secundario, apenas mostrado al pasar, lo más que se podría obtener al
demostrar su culpabilidad sería una satisfacción intelectual. Pero el efecto emocional
sólo puede darse si estábamos familiarizados con su máscara inocente, y en Chandler
los únicos personajes con los cuales llegamos a alcanzar el grado necesario de
familiaridad son los del comienzo, los de la trama principal.
(En la narrativa policial ingeniosa y metafísica, como la de Robbe Grillet en Les
Gommes o la de Doderer en Ein Mord den Jeder begeht, la '"' lógica inherente a esta
situación es llevada a su conclusión lógica y el asesino resulta ser el detective mismo,
en esa ecuación abstracta yo-yo en la que Hegel veía el origen de toda identidad
consciente. Algunos de los epígonos de Chandler, Ross MacDonald siendo el caso más
notable, han experimentado de manera freudiana con situaciones en las que, tras una
búsqueda tanto en el tiempo como en el espacio, el criminal y el cliente o el criminal y
la víctima resultan estar emparentados en una u otra de las variantes edípicas. Pero en
toda la narrativa policial la trama simplemente sigue la tendencia básica de todas las
tramas literarias, o, más en general, de toda intriga, que se caracteriza por la resolución
de una multiplicidad en la dirección de una unidad primaria, el retorno a algún punto de
partida: el casamiento del héroe y la heroína y la formación de una nueva célula familiar
original, el develamiento de 1os orígenes místicos del héroe, etcétera.)
Pero por otra parte sería un error pensar que los relatos de Chandler conforman, en
su efecto final, con la descripción que hemos hecho del develamiento de la identidad del
criminal en el relato policial clásico. Pues en sus libros este develamiento es sólo la
mitad de una revelación más compleja, pues el clímax se da tanto en la resolución del
asesinato como en la culminación de la búsqueda. Búsqueda y asesinato funcionan, en
una intrincada configuración gestáltica, como centros alternativos para nuestra atención;
cada uno disfraza los aspectos más débiles y menos convincentes del otro, cada uno
consigue detener el desdibujamiento del otro hacia lo mágico o lo simbólico para
reenfocarlo en su cruda y sórdida realidad. Cuando nuestra mente sigue el tema del
asesinato, la búsqueda deja de ser una mera técnica literaria, un pretexto para enhebrar
episodios diferentes, y se impregna de una fatalidad opresiva, como la de un
movimiento circular convergente. Cuando por el contrario nos concentramos en la
búsqueda como centro organizador de los acontecimientos descriptos, el asesinato se
convierte en un accidente sin propósito, la ruptura sin sentido de un hilo, de una pista.
De hecho, puede decirse sin exagerar que lo que ocurre en la literatura de Chandler
es una demitificación de la muerte violenta. El hecho de la búsqueda sirve para detener
la transformación que la revelación de la identidad del asesino implica. Lo que puede
ser develado ya no son aquellas infinitas posibilidades del mal, aquella cosa informe tras
su máscara característica. Simplemente se ha transformado a un personaje en otro; un
nombre o una etiqueta han titubeado antes de ir a fijarse sobre algún otro. Pues el
atributo de ser un asesino ya no puede funcionar como símbolo de la pura maldad
cuando el asesinato mismo ha perdido sus cualidades simbólicas.
La demitificación que realiza Chandler implica dejar al asesinato sin motivo. La
narrativa policial clásica, por su perspectiva formal misma, siempre debe otorgar al
asesinato un motivo. Como ya hemos visto, el asesinato es una especie de punto
abstracto que se vuelve significativo al converger todas las líneas sobre él. En el mundo
de la policial clásica no sucede nada que no esté en relación con el asesinato central:
éste por lo tanto debe tener un motivo, aunque más no sea que para organizar a su
alrededor toda esa materia en bruto (el autor se ocupa de buscar un propósito, la causa y
el motivo, después del hecho, y nunca resultan demasiado importantes).
Pero en Chandler la otra violencia, la de la trama secundaria, se ha infiltrado para
contaminar el asesinato central. Y para cuando llegamos a resolverlo, y nos resulta igual
de barato y vulgar que los otros, terminamos viendo cualquier violencia a la misma luz,
nos resulta igual de repentino físicamente e igual de insignificante moralmente.
La esencia misma del asesinato aparece como accidental, sin sentido. Fue la óptica
de la narrativa policial clásica, la distorsión de su perspectiva formal, la que convirtió al
asesinato en el producto casi descarnado de un proceso puramente mental de
planeamiento y premeditación, como apuntar en un papel el resultado de operaciones
matemáticas realizadas mentalmente. Pero ahora la brecha entre intención y ejecución
es mucho más evidente: no importa cuándo se planee, el salto a la actividad física, la
concreción del asesinato, siempre es abrupta, sin justificación lógica previa en el mundo
de la realidad. Así, la mente del lector ha sido utilizada como una pieza de un engaño
estético muy complejo: se le ha hecho esperar la solución a un problema intelectual; sus
funciones puramente intelectuales están operando en el vacío, saboreándola en
anticipación; y a cambio recibe, repentinamente, sin anticipación, sin tiempo a
prepararse, una evocación de la muerte en toda su inmediatez física, que se ve obligado
a aceptar y soportar tal como le llegó.
El último elemento formal característico de Chandler es que el crimen subyacente
es siempre viejo, perdido y casi olvidado en un pasado de los personajes anterior al
comienzo del libro. Éste es el principal motivo por el cual la atención del lector no se
centra en él: lo cree parte del presente y busca en él la solución, cuando en realidad se
encuentra ya enterrado en el pasado, entre los muertos que se evocan en la memorable
página final de El sueño eterno.
Y de pronto el efecto puramente intelectual de la fórmula de Chandler se troca en
un resultado de inconfundible intensidad estética. Desde el punto de vista de la
curiosidad abstracta la reacción del lector es mixta: satisfecho por la solución del enigma,
está también irritado porque se lo ha obligado a atravesar todo ese material secundario e
irrelevante. En el nivel estético la irritación también permanece, pero transfigurada.
Pues ahora, al final, todos los acontecimientos del libro son revistos bajo una luz
nueva y deprimente: toda esa energía y actividad desperdiciadas para encontrar a
alguien que, en realidad, había estado muerto durante tanto tiempo, alguien para el cual
el tiempo presente no era más que un proceso de lenta disolución física. De pronto, al
pensar en esta disolución, en la absurda ausencia de identidad de la persona que todos
seguían llamando por su nombre; la misma apariencia de la vida, del tiempo presente y
del bullicio del mundo exterior se ven arrancados y sentimos en su lugar la presencia de
las tumbas bajo la luz del sol; el presente se desvanece, volviéndose poco más que un
instante polvoriento que apenas puede vivirse antes de que vaya a ocupar su lugar entre
los años al fondo de un fichero de diarios viejos. Y nuestra distracción formal al fin
cumple con su propósito fundamental: al haber utilizado para desviarnos del camino la
meta ritual de la narrativa policial, la detección del criminal y su transformación en el
Otro, consigue llevarnos repentinamente, sin aviso, ante la realidad misma de la muerte,
de la muerte rancia que estira su mano para llevar de nuevo a la mente de los vivos el
recuerdo del lecho mohoso donde yace.
3.5.4. Historia particular de la infamia45
Daniel Link
Aunque desde fines de la década del cincuenta no se sabe nada de él, es probable
que Philip Marlowe haya muerto hace por lo menos veinte años. Si hay que creerle a
quien fue su más habitual interlocutor y portavoz, el escritor Raymond Chandler, este
año se cumpliría su centenario y, vivo o muerto, Marlowe se merece nuestro
homenaje46.
Infancia en California. Había nacido probablemente en 1902, hijo único de madre
soltera. Quedó huérfano a temprana edad. A los seis años se cayó del techo del garaje de
su pueblo natal, Santa Rosa, a unas 50 millas al norte de San Francisco –escenario
donde, años después, transcurrirá la película Shadow of a Doubt (1943) de Alfred
Hitchcock–. Muertos sus parientes, pasó algunos años en un orfanato, período del que,
razonablemente, nunca le gustó hablar demasiado.
Aunque no hemos podido verificar sus registros académicos, se sabe que cursó
estudios superiores durante un par de años en Oregon: ¿la University of Oregon (Eugene)
o la Oregon State University (Corvalis, Oregon)? Salvo para contar un accidente
deportivo (jugaba al rugby) que le destrozó la nariz (reconstruida en el quirófano),
tampoco se refirió nunca a sus años de college, aunque es probable que, becado,
siguiera algunos cursos de literatura, dado los conocimientos en la materia de los que
gustaba hacer gala. En su madurez, al menos, podía conversar con fluidez sobre Flaubert,
Anatole France, Shakespeare, T. S. Eliot, Hemingway o Kafka (autor que no le simpatizaba
porque sostenía una concepción sobre la ley radicalmente diferente de la suya y, sobre
todo, porque consideraba snobs a sus seguidores). Le gustaba contar historias (tenía una
memoria prodigiosa y una obsesión por el detalle que muchos de sus contemporáneos
hubieran querido para sí). Se conserva una parodia (que él atribuye a otro escritor) de un
texto de Francis Scott Fitzgerald, "el más grande escritor borracho" de todos los tiempos.
Tampoco hemos podido verificar su expediente militar, pero su edad lo habría
eximido de participar en las dos grandes guerras del siglo XX.
Tenía ojos color café y pelo castaño oscuro que, en su madurez, encaneció
ligeramente. Medía 1,84 de altura y era corpulento. Hacia finales de marzo o principios
de abril de 1939 (cuando tenía 37 años) pesaba cerca de 90 kg, diez más que su peso
promedio, tal vez por el exceso de bebida o por la vida sedentaria: solía practicar algo
de gimnasia y de boxeo pero, con los años, cada vez menos. A partir de 1947, cuando
cumplió 45 años, comenzó a mentir su edad (más por vergüenza que por coquetería). En
1952, por ejemplo, confesaba 42. Entonces pesaba 87 kg. Dos años después pesaría 84
kg. Algo lo consumía por dentro.
Los Ángeles confidencial. En 1926, a los 24 años, se trasladó a Los Ángeles, ciudad
que no abandonaría sino hasta la década del sesenta. Trabajó como investigador de una
compañía de seguros y luego, a las órdenes de Taggart Wilde, en la oficina del fiscal de
distrito de Los Ángeles, de donde fue despedido por insubordinación. En esos años, una
45
Este "relato biográfico" apareció publicado en Radarlibros, suplemento literario de Página/12,
241 (Buenos Aires: domingo 16 de junio de 2002).
46
Todos los datos y las citas han sido tomadas de las novelas de Raymond Chandler protagonizadas por Philip
Marlowe (salvo alguna que otra referencia suelta tomada de otros escritos de Chandler), de acuerdo con el
siguiente criterio: El sueño eterno fue publicada en 1939. Los hechos allí narrados transcurren a partir del 16 de
octubre, probablemente de 1938. Adiós muñeca (1940) comienza a finales de marzo de 1939 o 1940. La
ventana siniestra (1942) transcurre en 1941. La dama del lago (1943) cuenta acontecimientos más o menos
contemporáneos a su publicación. La hermana pequeña (1949) narra hechos de 1947. El largo adiós (1953)
comienza en el otoño septentrional de 1952 y Playback (1958) parece transcurrir ese mismo año.
de sus pocas amistades (de esas amistades anglosajonas que, como decía Borges,
comienzan saltándose la confidencia y terminan obviando la charla) fue el jefe de
Homicidios de la oficina del sheriff de Los Ángeles, Bernie Ohls.
Desde 1938 tuvo una oficina ruinosa en el séptimo piso del edificio Cahuenga, en
el centro de la ciudad, al lado del cual funcionó durante algún tiempo la cafetería
Mansion House. Allí recibía a sus ocasionales clientes: luego de su despido consiguió
una licencia de investigador privado pero (a diferencia, por ejemplo, de Sam Spade)
siempre se negó a integrar una compañía de seguridad privada de las muchas que
proliferaban en Los Ángeles en su momento (solía burlarse de su amigo George Peters,
quien trabajaba para la Organización Carne, uno de cuyos normas internas rezaba: "Los
funcionarios de la Organización Carne se visten, hablan y se comportan como
caballeros en todo lugar y en todo momento. No hay excepciones a esta regia").
Nunca aceptó casos de divorcio y, en general, siempre prefirió aquellos que lo
pusieran en contacto con el "gran mundo", debilidad enfermiza que en 1952 lo llevó a la
playa de estacionamiento de The Dancers, un exclusivo club californiano donde
conoció a Terry Lennox y, a partir de la aventura en la que se vio envuelto, a la que sería
su única y tardía esposa.
Aunque no se conserven fotografías de Philip Marlowe (muchos pretendieron
hacerse pasar por él), sabemos que sus rasgos no dejaban adivinar a un policía. Según
sus propias palabras, la señora Grayle le habría dicho a fines de la década del treinta:
"es usted demasiado buen mozo para dedicarse a esa clase de faenas". Era, en efecto,
buen mozo, en el estilo de Cary Grant (parecido referido por Raymond Chandler) y muy
consciente de su atractivo. En 1952, no sin ironía, le pregunta a un policía: "¿Quiere
decir que porque soy alto, moreno y guapo, alguien podría contemplarme?" y hacia
1957 llegó a decir: "Si llego a quedarme un poco más me habría enamorado de mí
mismo".
Ese narcisismo exacerbado probablemente se originó en algún trauma de infancia
no resuelto, fue causa de su recalcitrante soltería, y oscureció sus relaciones con
hombres y mujeres. En 1938 confesó: "Prefiero los gusanos. ¿Sabía usted que hay
gusanos de ambos sexos y que un gusano puede amar a cualquier otro gusano?" (por
cierto, otra forma de decir gusano es verme).
Gustaba de manejar categorías psiquiátricas y psicoanalíticas en su caracterización
de las personas, si bien desconfiaba profundamente de los médicos. En última instancia,
sólo había personas que le gustaban o que le desagradaban moralmente, pero nunca
consiguió sostener una relación que no lo dañara o que no considerara una invasión de
su mórbida tendencia a la desdicha.
En 1941 confesó ser "una persona de mentalidad amplia". Apenas tres años antes
(tenía entonces 36 años y pesaba poco más de 85 kg.) se lo oyó decir: "Las mujeres
hacían que me sintiese mal". En 1939, charlando consigo mismo o pensando en voz alta
(prácticas, ambas, que cultivaba con morbosidad), dijo: "Es una buena chica (...). A
cualquier tipo le conviene una buena chica". Y se contestó: "Pero a mí no". A fines de
1952 le cuenta a un editor: "Me gustan la bebida, las mujeres, el ajedrez y algunas otras
cosas".
Pese a sus tensiones emocionales y sexuales (o precisamente por eso), las mujeres
solían caer a sus pies. Le gustaban con igual intensidad las rubias y pelirrojas ("sinuosas,
refulgentes, tenaces y pecadoras") y los hombres altos y morenos ("no me era difícil
comprender que las mujeres perdieran la cabeza por él", reconoció de un tal Lovery en
1943), pero si hubiera que caracterizar su relación con las mujeres habría que decir que
Philip Marlowe, esa máquina célibe, era profundamente misógino (una carcajada
femenina bastaba para condenar al infierno a quien la había proferido). Por cierto, fiel a
la época que le tocó vivir, fue también profundamente homofóbico.
Un corazón simple. Se casó con una rica heredera, Linda Potter, cuya hermana
había sido brutalmente asesinada. Pero no estaba hecho para eso y el matrimonio no
tuvo final feliz. Si aceptó casarse pese a sus prejuicios contra el matrimonio (aunque las
razones, queda dicho, eran un poco más complejas, en 1939 confesó: "Estoy soltero
porque no me gustan las esposas de policías") fue porque Linda se lo pidió en el peor
momento de su vida, cuando estuvo al borde de la locura o el suicidio. Poco antes de
dar el sí, había pensado: "Fuera adonde fuera, hiciera lo que hiciera, esto era lo que
encontraría al volver. Una pared vacía en una habitación vacía de una casa vacía. Dejé
la copa en una mesita baja sin siquiera probarla. El alcohol no era la solución. Nada era
una solución, excepto un corazón endurecido que no pidiera nada a nadie".
Tortuoso, solitario, endurecido a fuerza de voluntad, no tenía amigos porque no le
gustaba hablar de sí mismo ni de sus problemas. El único hombre que consiguió
sostener una relación profundamente afectiva con él estaba también muy al borde y
Marlowe terminó apartándose de él en 1952, harto de sus dobleces.
Aunque no llegó a ser un alcohólico (odiaba la debilidad que toda dependencia
implica), muchas veces se emborrachó por el abatimiento moral que sentía. Sus
episodios de angustia eran recurrentes. A fines de 1938 contaba: "Nadie vino a la
oficina. Nadie me llamó por teléfono. Seguía lloviendo". Por esa época la vida le
parecía "bastante insípida".
En 1947, "cuando me encontré en el silencio vetusto de la pequeña sala de espera,
volví a sentir la sensación familiar de haberme caído al fondo de un pozo seco desde
hace veinticinco años, al que jamás se acercará un ser humano". Si la sensación se
refiere a un episodio de infancia o no es imposible saberlo, pero lo cierto es que esa
angustia existencial no lo abandonó nunca. "Ya está bien, Marlowe", se decía ese año
infausto, al borde de la disolución. "No hay nadie. Nadie tiene ganas de hablar contigo.
Colgué. ¿Y ahora a quién vas a llamar? ¿Tienes en alguna parte un amigo a quien le
gustaría oír tu voz? No, ni uno. Tiene que sonar el teléfono. Necesito que alguien me
llame, para restablecer el contacto (...). Todo lo que quiero es romper esta atmósfera de
planeta muerto".
Vivió siempre en esa atmósfera, desgarrado, aprisionado en una dialéctica del ser y
el parecer, que el existencialismo de moda en su época no hizo sino potenciar en él hasta
la angustia: se consideraba un "dulce" pero necesitaba parecer "duro" ("Si no fuese duro,
no estaría vivo. Si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo", le dijo a la que sería su
esposa). Le gustaba que sus gemidos parecieran gruñidos. Le gustaba transformar su
belleza en un signo de virilidad. Podía frecuentar tanto los bajos fondos (a donde lo
llevaban sus investigaciones) como la high society (a donde iba guiado por su curiosidad
casi antropológica).
Fue, en suma, un individuo de clase media dominado por "la misma esperanza
siempre frustrada de una vida fácil". Pero esa vida fácil, que pudo inclinarlo hacia el
delito (como a muchos de aquellos con quienes se cruzaba) o llevarlo a ser un quebrado
(como a su amigo Terry Lennox), en el fondo lo repugnaba por su ausencia de moral.
Verdad y método. Como detective (se lo recuerda como el más grande de todos los
tiempos) era bastante miope y nunca veía lo evidente o, al menos, así es como le
gustaba contar sus casos.
El detective clásico (digamos, el Auguste Dupin de Poe), ve lo que está allí pero
nadie ve. Marlowe, parecería, no ve aquello que cualquiera vería allí donde está. Cada vez
que contaba una de sus aventuras todos caían siempre en sus trampas retóricas que son,
en realidad, la máscara a partir de la cual nos muestra su incompetencia.
¿Cómo es posible que en todos sus "grandes casos" siempre se le escape, hasta
último minuto, la culpabilidad de las mujeres hermosas (Eileen Wade, Carmen
Sternwood, Dolores, Velma). ¿Cómo es que nunca es capaz de reflexionar sobre la
relación entre la culpabilidad criminal de esas mujeres y la culpa original (casi una
antropología metafísica y católica) de la Mujer? Nos abstendremos de psicoanalizar a
Marlowe, porque no viene al caso, pero allí está (en el fondo de su torturada conciencia)
su madre soltera como única explicación posible de su imposibilidad para ver lo
evidente (la culpa criminal y el lastre psicológico).
Su concepción de la ley era, como correspondía a su oficio, a su país y a su época,
totalmente sustancialista y alejada de todo formalismo jurídico. De allí su confianza
ciega en su propio criterio y en la ineptitud de cualquier institución jurídica. De acuerdo
con su perspectiva siempre había una repartición de penas y castigos, pero siempre fuera
del aparato burocrático, al que consideraba (no sin razón) corrupto. En 1939 Marlowe
no entrega a la Justicia a una asesina porque era epiléptica y tomaba láudano. Exige, en
cambio, que la pongan en tratamiento.
Raymond Chandler, un poco celoso de la heroificación que de Marlowe hacían sus
admiradores, llegó a decir que tenía "la conciencia social de un caballo". Lo cierto es
que su moral es bastante primaria. En 1958 cuenta cómo una mujer (malévola, como
todas) arroja una colilla fuera del auto, estacionado en las montañas. Marlowe se baja
del auto, lo apaga con el pie y dice: "Esto no se hace en las montañas de California, ni
siquiera fuera de temporada". La moral de un boy scout.
Es esa moral, precisamente, la que lo coloca entre un lugar intermedio, a idéntica
distancia de la policía y del mundo del delito. Y esa moral, finalmente, es la contracara
de su radical soledad.
En "Dormir y despertar", el escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald (que
Marlowe asimila a la figura de Roger Wade, ese talento malogrado) había escrito: "Es
asombroso lo malo que puede llegar a ser un mosquito, mucho peor que un enjambre.
Contra un enjambre uno puede prepararse, pero un mosquito adquiere personalidad: la
odiosa, siniestra categoría de la lucha a muerte".
Fitzgerald lo sabe, ése es uno de los grandes temas norteamericanos: el héroe
solitario, ese Edipo que viene a resolver imaginariamente las contradicciones de la
comunidad (aun cuando esté atravesado pollas suyas propias). Probablemente Philip
Marlowe sea la última gran encarnación de ese heroísmo desgarrador y probablemente
sea por eso que hoy todavía lo recordamos.
Triste, solitario y final. Le gustaba mucho el cine y vio bastantes películas durante
la década del treinta, al punto que (como Manuel Puig, muchos años después) podía
reconocer los papeles que las actrices de segunda línea habían desempeñado en cada una
de ellas.
Le gustaba también el ajedrez y solía jugar, solo en su casa, partidas clásicas tomadas
de libros. Era ateo y muy cariñoso con los animales. En Los Ángeles vivió siempre solo:
en un departamento de un ambiente, en uno más grande después, y en una casita en el
distrito de Laurel Canyon, que fue alquilando entre mediados de la década del treinta y
mediados de la década del cincuenta. En ese mismo lapso aumentó sus honorarios
profesionales de veinte dólares por día (más los viáticos) a cuarenta (en 1947) y
cincuenta (en 1958).
Le gustaban los autos caros. Tuvo, entre otros, un Chrysler y, en su mejor momento,
un Oldsmobile descapotable. Usaba sombrero, fumaba tabaco (en cigarrillos o en pipa)
y tomaba mucho whisky. Como Marlowe, todos nos aficionamos a tomar gimlets:
partes iguales de gin y jugo de lima. "Deja chiquito al martini", le dijo una vez Terry
Lennox.
Aunque no haya datos precisos, hay quienes piensan que en los años sesenta se
mudó a San Francisco, donde hasta el final de sus días trabajó y alimentó gatos
vagabundos.
CAPÍTULO 4
Crónica policial
∗
4.1.2. Procesos ideológicos e información periodística
∗∗
Tony Trew
Adap. de: Trew, Tony. "Teoría c ideología en acción", Lenguaje y control (Comp.). México, F.C.E., 1983.
∗
Tony Trew es un analista del discurso proveniente de la tradición anglosajona. Si bien incorporan el análisis
del conflicto, los analistas del discurso anglosajones no suelen considerar la dimensión imaginaria entre sus
premisas teóricas y metodológicas, razón que hace particularmente valiosa la posición de Trew.
En la medida en que los conceptos de un discurso están relacionados con un
sistema, son parte de una teoría o ideología, es decir, de un sistema de conceptos y de
imágenes que son una manera de ver y de aprehender las cosas y de interpretar lo que se
ve o se oye o se lee. Toda percepción supone alguna teoría o ideología y no hay hechos
"crudos", ininterpretados, ateóricos.
Toda descripción, no sólo la científica, supone sistemas de conceptos implicados en
la explicación de las cosas, en la conexión de unos acontecimientos con otros
acontecimientos, en su ubicación dentro del contexto de patrones, estructuras y causas.
Esto es particularmente evidente cuando se usan "modelos" en el discurso cotidiano o
en la crónica periodística. La analogía militar, por ejemplo, en la percepción y
descripción de acontecimientos ("Grito de guerra", "Policías cantores entran en batalla
de carnaval") puede servir para estimular la conclusión de que la solución del problema
es un ejército más poderoso y resuelto (policía, magistrados y jueces) para derrotar al
enemigo (descrito como "marginales", "granujas", etcétera).
Pero hay descripciones más francas que también establecen conexiones. Éstas
pueden consistir en un nexo causal explícito, como lo hay en la descripción "Fueron
muertos a tiros" en comparación con "Murieron": la primera explica la muerte como
resultado de alguna otra acción. E incluso la más simple, más básica descripción de una
cosa o acontecimiento particular, cualquier juicio acerca de su naturaleza, implica
clasificarlo y registrar sus similitudes y analogías con otras cosas. Se lo juzga como
miembro de una clase, y si el juicio es correcto, lo particular entra en la red de
conexiones que las cosas de esa clase tienen con cosas de otras clases. Así, el enlace de
acontecimientos particulares en una red de relaciones causales y con las estructuras de
los objetos y de las fuerzas forma parte de todo juicio y de toda percepción.
Hay una clase de situaciones en la que la existencia de los procesos teóricos
(interpretar, explicar, juzgar, etc.) es particularmente fácil de ver. Es cuando las cosas
suceden de una forma que no parece encajar en la manera en que la teoría le haría a uno
esperar que sucedieran. En este caso el acontecimiento parece anómalo, y se presenta
como un desafío a la corrección de la teoría. En respuesta a esta situación es como
pueden verse más fácilmente los procesos teóricos en cuestión.
En el caso de las ideologías políticas y sociales, el desafío que plantean las
anomalías se presenta pomo una urgencia particular. Éstas se presentan en el contexto
de un conflicto en marcha entre ideologías alternativas que forman parte directamente
de los conflictos sociales antagonistas en general. Y la brecha entre la realidad y la
teoría es tan grande que hay una corriente continua de "hechos incómodos" que los
adversarios explotarán si no son negados con éxito, suprimidos o reinterpretados. Sobre
todo, las ideologías sociales son esenciales para la legitimación del orden social y su
aceptación es fundamental para el mantenimiento del orden. Por consiguiente, las
anomalías constituyen un desafío no sólo para la ideología sino también para la
legitimidad del orden.
En los medios de información encontramos la forma más común y conocida del
discurso que presenta lo social en los términos de ideologías dadas y colma las brechas
abiertas por la intrusión de lo que no se espera que suceda, puesto que son esos medios
los que presentan la información sobre lo que está sucediendo, sin excluir los propios
acontecimientos que dan pie a la necesidad de reinterpretación. A menudo puede ver
uno a lo largo de un período de días la secuencia en que sucede algo que es incómodo
desde el punto de vista de la información periodística sobre ese acontecer, y cómo viene
a continuación una serie de informes y comentarios en los días siguientes, que culminan
quizás en un comentario editorial. Cuando el proceso queda concluido la historia
original ha sufrido bastantes transformaciones y el acontecimiento se presenta como
algo muy diferente de como empezó. Este cambio supone los procesos teóricos a los
que nos hemos referido. Debido a que los procesos comprendidos son lingüísticos tanto
como teóricos, puede utilizarse la teoría lingüística para estudiarlos.
∗
4.1.3. Variación lingüística y diferencia ideológica
Tony Trew
Las palabras solas no pueden captar todo lo que se despliega con palabras,
imágenes, formato y tipografía juntos. Pero las palabras expresan mucho más de lo que
podría parecer. Para mostrar cómo las palabras expresan diferentes marcos de
interpretación se pueden analizar dos o más crónicas sobre un mismo suceso.
Para establecer los patrones generales de cada texto es conveniente aplicar
sistemáticamente una teoría como la de Halliday, que analiza las cláusulas en cuanto al
modo de presentar al agente y la transacción.
La primera parte del procedimiento, que comprende dos etapas, incluye un
crecimiento de los términos del texto en categorías de procesos y de participantes, y
después la utilización de este ordenamiento como base para abstraer la distribución de
los agentes y de las interacciones entre los participantes.
Observaciones:
El término "proceso" cubre todos los fenómenos a los que va ligada una
especificación de tiempo, lo mismo si son acontecimientos que si son relaciones o
estados. Aunque los procesos se expresan primariamente con verbos, no siempre es así,
y la prueba básica para saber si un término es un término de proceso es observar sus
relaciones con los varios sistemas lingüísticos que existen para la expresión del tiempo
y la duración, incluyendo cuestiones tales como el comienzo, la continuación, la
repetición y la terminación de acontecimientos. ("El motín empezó" muestra que
"motín" es un término de proceso aun cuando está en forma nominal.)
El término "participante" cubre en primera instancia las entidades implicadas en
procesos, no sometidas ellas mismas a las mismas modificaciones de tiempo. Los
términos que remiten a entidades participantes tienen típicamente forma nominal, y
nunca forma verbal. Las palabras de procesos se presentan en forma nominal; así
pueden ocupar en una cláusula el lugar de los "participantes" (en la representación de
relaciones entre procesos), y podría decirse entonces que representan un "proceso
participante".
Teniendo presente estas distinciones, los términos que se encuentran en las crónicas
estudiadas pueden ubicarse en un cuadro teniendo en cuenta las categorías:
Primer participante / Modificación del proceso / Proceso / Segundo participante /
Circunstancias.
Al registrar una cláusula transactiva (que representa un proceso que implica dos
participantes, uno como causante activo y el otro como meramente implicado o receptor
de la acción), el término correspondiente al causante (actor o agente) se coloca en la
primera columna de participantes, y el término correspondiente al participante afectado
se coloca en la columna de segundo participante. Para una cláusula no transactiva (toda
cláusula que presente un proceso como implicando sólo un participante y ninguna
transacción causal), el término correspondiente al participante se coloca en la columna
de "primer participante". Esto independientemente de si la cláusula presenta al partici-
pante como activo ("los jóvenes corrieron") o como meramente implicado ("los jóvenes
cayeron"). Las transacciones causales se entienden aquí como las que comprenden
transacciones que pueden ser físicas ("pegar"), mentales ("asustar") o actos verbales
("amenazar").
Cuando se ha hecho esto para la información entera, debe emprenderse una segunda
etapa para extraer solamente la información necesaria para encontrar la distribución de
agentes e integración entre participantes:
Participante / Proceso / Participante
Allí donde había pronombre o elipsis en el texto original se inserta el término
Adapt. de: Trew, Tony, "Lo que dicen los periódicos' variación lingüística y diferencia
ideológica", Lenguaje y control (Comp.). México, F.C.E., 1983.
original que expresa el participante o el proceso, y allí donde un proceso se presenta
como implicando a un participante que sin embargo no se identifica, este participante
identificado se indica con tres asteriscos.
Una manera más económica de sumar la información que se desea sobre el texto
en su conjunto es utilizar una matriz.
Los términos que están a los lados de la matriz representan a los causantes o
agentes en los procesos transactivos, y los que están a ¡o largo de la línea superior a los
participantes afectados. La ocurrencia de una cláusula transactiva en un texto se
registra con una T en el cuadro que está contra el causante y bajo el participante
afectado. La ocurrencia de una cláusula no transactiva se registra con una N sobre la
diagonal que corresponde al participante implicado. Tomando dos participantes:
"jóvenes" y "policía" podemos registrar las cláusulas transactivas "Los jóvenes
golpean a la policía" y "La policía golpea a los jóvenes" y la cláusula no transactiva
"Los jóvenes corren", en las matrices (a), (b) y (c) respectivamente.
∗
4.1.4. Estructura del "suceso"
Roland Barthes
Barthes, Roland, "Estructura del suceso" en Ensayos críticos, Barcelona, Seix Barral, 1983.
48
Los hechos que pertenecen a lo que podría llamarse las "gestas" de vedettes o de personalidades nunca
son sucesos porque precisamente implican una estructura por episodios.
49
En cierto sentido, es adecuado decir que la política es una novela, es decir, un relato que dura, a
condición de personificar sus actores.
50
Algunos sucesos se desarrollan en varios días: ello no rompe su inmanencia constitutiva, ya que implican siempre
una memoria extremadamente corta.
hacía cien años. Esto se convierte en suceso. ¿Por qué? Poco importa la anécdota
(difícilmente podríamos encontrar otra de menos contenido); se plantean dos términos
que requieren fatalmente una cierta relación, y la problemática de esa relación es la que
va a constituir el suceso; la limpieza del Palacio de Justicia, de una parte, el hecho de
que esto no sea frecuente, de otra, son como los dos términos de una función: esta
función es algo vivo, es ella la que es regular, y por lo tanto inteligible; podemos suponer
que no hay ningún suceso simple, constituido por una sola notación: lo simple no es
notable; sea cual sea la densidad del contenido, su sorpresa, su horror o su pobreza, el
suceso sólo empieza allí donde la información se desdobla y comporta por este mismo
hecho la certidumbre de una relación; la brevedad del enunciado o la importancia de la
noticia, en otros casos, pruebas de unidad, nunca pueden borrar el carácter articulado del
suceso: ¿cinco mil muertos en el Perú? El horror es global, la frase es simple; sin
embargo, aquí lo notable es ya la relación de la muerte y de un número. Sin duda una
estructura es siempre articulada; pero aquí la articulación es interior al relato inmediato,
mientras que en la información política, por ejemplo, queda relegada fuera del enuncia-
do, en un contexto implícito.
Así, todo suceso comporta al menos dos términos, o, si se prefiere, dos notaciones.
Y puede hacerse perfectamente un primer análisis del suceso sin referirse a la forma y al
contenido de estos dos términos: a su forma, porque la fraseología del relato es ajena a la
estructura del hecho narrado, o, para ser más precisos, porque esa estructura no coincide
fatalmente con la estructura de la lengua, por más que sólo se pueda llegar a ella a través
de la lengua del diario; a su contenido, porque lo importante no son los términos mismos,
la manera contingente con que están saturados (por un asesinato, un incendio, un robo,
etc.), sino la relación que los une. Esta relación es la que hay que interrogar en primer
lugar si se quiere captar la estructura del suceso, es decir, su sentido humano.
Al parecer, todas las relaciones inmanentes al suceso pueden reducirse a dos tipos.
El primero es la relación de causalidad. Es una realidad extraordinariamente frecuente:
un delito y su móvil, un accidente y su circunstancia, y, desde luego, desde este punto
de vista, hay clisés poderosísimos: drama pasional, crimen de dinero, etc. Pero en todos
los casos en que la causalidad es en cierto modo normal, esperada, no se pone el énfasis
en la relación misma, aunque ésta sigue formando la estructura del relato; el interés se
desplaza hacia lo que podrían llamarse las dramatis personae (niño, viejo, madre, etc.),
especies de esencias emocionales, destinadas a vivificar el clisé51. Es decir que, cada vez
que queremos ver funcionar crudamente la causalidad del suceso, nos encontramos con
una causalidad ligeramente aberrante. Dicho de otro modo, los casos puros (y
ejemplares) están constituidos por las alteraciones de la causalidad, como si el
espectáculo ("lo notable", debería decirse) empezase allí donde la causalidad, sin dejar
de ser afirmada, contiene ya un germen de degradación, como si la causalidad sólo
pudiese consumirse cuando empieza a pudrirse, a descomponerse. No hay suceso sin
asombro (escribir es asombrarse); ahora bien, referido a una causa, el asombro implica
siempre una perturbación, puesto que, en nuestra civilización, todo lo que no sea la
causa parece situarse más o menos declaradamente al margen de la naturaleza, o al
menos de lo natural. ¿Cuáles son pues esas perturbaciones de causalidad en las que se
articula el suceso?
Evidentemente, en primer lugar el hecho cuya causa no puede explicarse
inmediatamente. Un día habrá que hacer el mapa de lo inexplicable contemporáneo, tal
como se lo imagina, no la ciencia, sino el sentido común; parece ser que en los sucesos,
lo inexplicable se reduce a dos categorías de hechos: los prodigios y los crímenes. Lo
que antaño se llamaba el prodigio, y que sin duda hubiese ocupado casi todo el lugar del
suceso, si la prensa popular hubiese existido en aquella época, siempre ha tenido por
espacio el cielo, pero en los últimos años, diríase que no hay más que una clase de
prodigios: los platos voladores; por más que un informe reciente del ejército
norteamericano haya identificado como objetos naturales (aviones, globos, pájaros)
todos los platos voladores que fueron vistos, el objeto sigue teniendo una vida mítica: se
asimila a un vehículo planetario, generalmente enviado por los marcianos: la causalidad
ha retrocedido pues en el espacio, pero no se ha abolido; por lo demás, el tema de los
51
Por otra parte, cada vez más, en los sucesos estereotipados (el crimen pasional, por ejemplo), el relato
insiste en las circunstancias aberrantes (Muerta por una carcajada: su marido estaba detrás de la puerta, cuando la
oyó, bajó a la bodega y cogió su revólver...).
marcianos ha sido considerablemente invalidado por los velos reales por el cosmos: ya
no es preciso que ningún marciano descienda a la superficie terrestre, puesto que
Gagarín, Titov y Glenn salen de ella: toda una supernaturaleza desaparece. En cuanto al
crimen misterioso, ya es sabido su prestigio en la novela popular; su relación
fundamental está constituida por una causalidad diferente: el trabajo policíaco consiste
en rellenar al revés el tiempo fascinante e insoportable que separa al hecho de su causa;
el policía, emanación de toda la sociedad entera, bajo su forma burocrática, se convierte
entonces en la figura moderna del antiguo descifrador-de enigmas (Edipo), que hace
cesar el terrible porqué de las cosas; su actividad, paciente y tenaz, es el símbolo de un
deseo profundo: el hombre colma febrilmente la brecha causal, se dedica a hacer cesar
una frustración y un desasosiego. En la prensa, sin duda los crímenes misteriosos son
poco frecuentes, el policía está poco personalizado, el enigma lógico queda ahogado por
lo patético de los actores; por otra parte, la ignorancia real de la causa obliga aquí al
suceso a alargarse en varios días, a perder ese carácter efímero, tan conforme a su
naturaleza inmanente; éste es el motivo de que, en los sucesos, contrariamente a lo que
ocurre, en la novela, un crimen sin causa es más inexplicado que inexplicable: el
"retraso" causal no exaspera el crimen, sino que lo deshace: un crimen sin causa es un
crimen que se olvida: el suceso desaparece entonces, precisamente porque en la realidad
su relación fundamental se extenúa.
Otra figura, bien conocida de la novela policíaca, podría llamarse el milagro del
indicio: el indicio más discreto es el que, en último término, permite descubrir el
misterio. Aquí aparecen implicados dos temas ideológicos: de una parte, el poder
infinito de los signos, el sentimiento pánico de que los signos están en todas partes, de
que todo puede ser signo; y de otra parte, la responsabilidad de los objetos, en definitiva
tan activos como las personas: hay una falsa inocencia del objeto; el objeto se oculta
detrás de su inercia de cosa, pero en realidad ello es para mejor emitir una fuerza causal,
que no se sabe si procede de sí mismo o si tiene otro origen.
Encontramos el segundo tipo de relación que puede articular la estructura del
suceso: la relación de coincidencia. En principio, la repetición de un hecho, por anodino
que sea, es lo que le designa a la notación de coincidencia: una misma joyería ha sido
atracada tres veces; la dueña de un hotel gana en la lotería cada vez que juega, etc.: ¿por
qué? En efecto, la repetición siempre mueve a imaginar una causa desconocida, hasta tal
punto es cierto que, en la conciencia popular, lo aleatorio siempre es distributivo, nunca
repetitivo: se supone que el azar cambia los hechos; si los repite es porque quiere
significar algo por medio de ello: repetir es significar; esta creencia52 es el origen de
todas las antiguas artes adivinatorias; desde luego, en nuestros días una repetición no
evoca abiertamente una interpretación sobrenatural; sin embargo, incluso degradada al
rango de "curiosidad", no es posible advertir la repetición sin pensar que posee un cierto
sentido, incluso si este sentido queda en suspenso: lo "curioso" no puede ser noción
neutra, y por así decirlo inocente (excepto para una conciencia absurda, y éste no es el
caso de la conciencia popular): institucionaliza fatalmente una interrogación.
Otra relación de coincidencia: la que aproxima dos términos (dos contenidos)
cualitativamente distantes: una mujer pone en fuga a cuatro gangsters, un juez
desaparece en Pigalle, unos pescadores islandeses pescan una vaca, etc.; hay una especie
de distancia lógica entre la debilidad de la mujer y el número de los gangsters, la
magistratura y Pigalle, la pesca y la vaca, y el suceso se pone repentinamente a suprimir
esta distancia. En términos de lógica, podría decirse que, dado que cada término
pertenece en principio a un recorrido autónomo de significación, la relación de
coincidencia tiene por función paradójica fundir dos recorridos diferentes en un
recorrido único, como si bruscamente la magistratura y la "pigallidad" se encontraran en
el mismo dominio.
Y como la distancia original de los recorridos es sentida espontáneamente como
una relación de contrariedad, nos acercamos aquí a una figura retórica fundamental en
el discurso de nuestra civilización: la antítesis53.
52
Creencia oscuramente conforme con la naturaleza formal de los sistemas de significación, dado que
el uso de un código implica siempre la repetición de un número limitado de signos.
53
Las figuras retóricas siempre han sido tratadas con un gran desprecio por los historiadores de la
literatura o de la lengua, como si se tratara de juegos gratuitos de la palabra; siempre se opone la
Así, siempre que aparece solitariamente, sin complicarse con valores patéticos que,
en general, dependen del papel arquetípico de los personajes, la relación de
coincidencia implica una cierta idea del Destino. Toda coincidencia es un signo a la vez
indescifrable e inteligente: en efecto, si los hombres acusan al Destino de ser ciego, es
debido a una especie de transferencia, cuyo interés es totalmente evidente: el Destino
es, por el contrario, malicioso, construye signos, y son los hombres los que son ciegos,
impotentes para descifrarlos. Si unos ladrones abren la caja fuerte de una fábrica de
sopletes, esta notación en último término sólo puede pertenecer a la categoría de los
signos, ya que el sentido (si no su contenido, al menos su idea) surge fatalmente de la
conjunción de dos contrarios: antítesis o paradoja, toda oposición pertenece a un mundo
deliberadamente construido: un dios vigila detrás del suceso.
Se trata pues probablemente de un fenómeno general que desborda en mucho la
categoría del suceso. Pero en el suceso, la dialéctica del sentido y de la significación 54
tiene una función histórica mucho más clara que en la literatura, porque el suceso es un
arte de masas: su papel es verosímilmente preservar en el seno de la sociedad
contemporánea la ambigüedad de lo racional y lo irracional, de lo inteligible y de lo
insondable; y esta ambigüedad es históricamente necesaria en la medida en que el
hombre aún necesita signos (lo cual lo tranquiliza) pero necesita también que esos
signos sean de contenido incierto (lo cual lo irresponsabiliza): puede así apoyarse, por
medio del suceso, en una cierta cultura, ya que todo esbozo de un sistema de
significación es esbozo de una cultura; pero al mismo tiempo, puede llenar in extremis
esta cultura de naturaleza, puesto que el sentido que da a la concomitancia de los
hechos escapa al artificio cultural permaneciendo mudo.
1962, Médiations
expresión "viva" a la expresión retórica. Sin embargo la retórica puede constituir un testimonio
capital de civilización, ya que representa un cierto recorte mental del mundo, es decir, en último término, una
ideología.
54
Entiendo por sentido el contenido (el significado) de un sistema significante, y por significación, el
proceso sistemático que une un sentido y una forma, un significante y un significado.
∗
4.2. La construcción de un caso: Cecilia Enriqueta Giubileo
Daniel Link
"¿Dónde está la mujer semilisiada procedente de Etchegoyen? ¿Dónde está el interno
Pedro Maza? ¿Dónde está Tito? ¿Dónde está la doctora Giubileo? Son muchos
interrogantes que, en estos momentos, no tienen respuesta pero tal vez la puedan tener
mañana" (C, 23/ 7/85).
Entre las últimas horas del domingo 16 de junio y las primeras del lunes 17, en
1985, la doctora Cecilia Enriqueta Giubileo desapareció de la faz de la tierra sin dejar
rastro alguno y entregó su vida a la dudosa inmortalidad que otorgan las páginas
policiales, los expedientes judiciales y la memoria popular.
Esa noche (o esa madrugada), la "abnegada médica rural" (Clarín 25/7/85)55
desapareció en algún lugar de la Colonia Montes de Oca (264 hectáreas). A partir de ese
momento (en rigor, a partir del 20 de junio, cuando los diarios comienzan a contar el
acontecimiento), podría decirse, Cecilia Enriqueta Giubileo se convierte en "el caso
Giubileo" o el caso de "la médica desaparecida", tal como alternativamente se denomina
a la desaparición y a los (frustrados) intentos por resolverla (volveremos sobre este
punto).
Toda vida pasa por el discurso: desde las partidas de nacimiento hasta los
certificados de defunción son innumerables los documentos y registros que dan cuenta
de los vaivenes de cada una y de todas las existencias: boletines de calificaciones,
informes escolares, cartas de empleo, historias clínicas, declaraciones judiciales
(divorcios, infracciones de tránsito), últimamente los sistemas de ticket electrónico que
utilizan los canales de TV codificada. Todas y cada una de nuestras vidas pueden ser
contadas por un narrador burocrático y distante. Podría llegar el día en que esas
informaciones figuren en un ominoso archivo que daría cuenta (en todo sentido) de
nosotros.
Ha habido períodos en que las "vidas infames" eran objeto de pequeños relatos,
microhistorias que trataban de explicar algún desarreglo de conducta, un desafuero de la
conciencia o un vago delito contra la propiedad56. Los efectos de esas "vidas" son
probablemente similares a las vidas de santos: narran una personalidad a partir del "ser".
Expresamente, el santo y el infame son lo que son y por eso les pasa lo que les pasa. El
ser determina los acontecimientos de sus vidas. Y del ser no se escapa.
Inversamente, el caso (y particularmente el caso policial), pone en discurso una vida
vulgar, como las vidas protocolares de los documentos, pero sometida a un desarreglo.
Nada hay en el orden del ser que justifique el registro diferenciado de esa vida, salvo el
acontecimiento estremecedor e inesperado de su muerte o desaparición. Si algo interro-
ga el caso policial es precisamente las modalidades del ser, el sentido de la vida. Frente
al registro sin sentido de la burocracia, frente a las extraordinarias vidas infames o
Escrito en 1989, revisado y corregido especialmente para este volumen
55
Después de cada cita se indica la referencia correspondiente. Hemos abreviado las fuentes según la primera
letra: C es Clarín, R es La Razón, T es Tiempo Argentino. Parte del corpus analizado se reproduce como apéndice
de este artículo. El corpus fue regularizado a partir de la variable "fuente". Las ocasionales crónicas de otros
diarios aparecen simplemente como contraste de la información de Clarín. La elección de esta fuente está
justificada en la frecuencia de las crónicas (una cada día, prácticamente) dedicadas al caso. El cronista que
cubrió el caso (presumiblemente), Enrique Sdrech, publicó también el libro Caso Giubileo, cuya información
fue cotejada con la de las crónicas. Para no modificar el estatuto teórico del objeto, sin embargo, no hacemos
referencia a él. De todos modos, uno de los aspectos más ricos del corpus está precisamente en el secuenciado
del caso y en la multiplicación de hipótesis de resolución, y nada de eso quedó en el libro de Sdrech. Pueden
consultarse algunos datos sobre la Colonia: Montes de Oca en
http://www.oscurosol.com.ar/MontesdeOca.htm.
56
Ver "La vida de los hombres infames", artículo de Michel Foucault recopilado en el volumen que lleva el
mismo título (Madrid, de la Piqueta, 1991).
santas, el caso policial pregunta qué es la vida de un hombre para llevarlo al crimen
(como víctima o como victimario) y qué desarreglos se han producido en su destino
para sacarlo de un lugar y ponerlo en otro. Si es verdad que la "opinión pública"
instaura una esfera de mediaciones en la que la prensa juega una papel central, habría
que correlacionar las operaciones discursivas sobre "la vida" organizadas alrededor del
caso con un contexto de alta masificación cultural. Todo lo que escapa a los patterns de
la cultura de masas, y, por lo tanto, de la esfera pública, resulta escandaloso y pone en
crisis lo que la sociedad cree saber sobre sí.
Es el crimen, precisamente, lo que parece poner en crisis lo que "se sabe" del sentido
de la vida y lo que se sabe de la vida en particular del caso que se cuenta: es por eso que
el caso policial no es un género discursivo cuyos antecedentes haya que buscar
exclusivamente en la novela o el cuento policial, sino también en los géneros de vida
como la biografía, la oración fúnebre, la hagiografía, el diario, las vidas infames y el
folletín periodístico.
Como toda literatura policial, el caso y la crónica se articulan alrededor de una
pregunta: sólo que en la literatura policial el móvil debe conducir al asesino y en cambio
en la crónica el criminal sólo importa para iluminar el móvil57.
Entre el 20 de junio y el 7 de septiembre de 1985 el caso Giubileo ocupó
diariamente las páginas de Clarín (con mucha menor frecuencia apareció también
registrado por Crónica, Diario Popular, Tiempo Argentino y La Razón) y varias veces fue
nota de tapa. El mismo 20 de junio otro acontecimiento de características muy diferentes
hizo el relevo en la ontología del ser que Clarín venía practicando: el caso Puccio
desplazó rápidamente al caso de la médica desaparecida.
La construcción del objeto discursivo: "El caso Giubileo" importa precisamente por
lo que revela sobre los procesos de construcción de sentido en un momento determinado
y sobre el funcionamiento de los medios masivos frente a acontecimientos no
explicables.
1. No es lo mismo pero es igual. La construcción de un objeto discursivo supone
determinados procesos de selección léxica, un recorte referencial y la serialización de los
significados para construir redes de sentido o campos semánticos58. La construcción del
objeto discursivo supone, por lo tanto, operaciones de lectura: cuando se lee se percibe
lo ya leído y ese déja vu remite tanto a las operaciones semióticas de intertextualidad 59
como a las operaciones específicas de construcción del objeto. La lectura es, así, una
doble semiosis respecto de lo real.
Cecilia Enriqueta Giubileo es denominada sucesivamente "la doctora Giubileo",
"la médica desaparecida" y, como se señaló, alguna vez "abnegada médica rural". Aun
cuando podrían señalarse diferencias entre las distintas denominaciones, lo que resulta
claro es que la hipótesis subyacente es que la desaparición está directamente ligada con
la profesión de la desaparecida, hipótesis en relación con la cual Clarín despliega una
serie de posibles respuestas en abierta oposición a, por ejemplo, La Razón, que parece
construir, sin éxito, mas bien un caso de turbia pasión homosexual (R, 13/7/85).
El caso Giubileo, de acuerdo con el corpus aquí analizado, se organiza, por lo
tanto, alrededor de una práctica (la medicina) que, puesta en contacto con
determinadas circunstancias espaciales y temporales desencadena una serie de
cuestiones éticas o morales o, más propiamente, políticas.
Ya desde las primeras crónicas se destaca el ámbito físico de la desaparición a
través de una serie de localizaciones espaciales fuertemente subjetivadas (ya sea
explícitamente a partir de modalizadores y subjetivemas o implícitamente a partir de
operadores de connotación e intertextualidad). Estas localizaciones resultan ideológica y
57
Ver el excelente análisis de Roland Barthes: "La estructura del suceso" en este mismo volumen.
58
Para la noción de construcción del objeto discursivo ver Amoux, Elvira. "La construcción del objeto
discursivo 'Nación' en el Manual de Istoria de Vicente Fidel López" (mímeo) y la bibliografía allí citada.
Para las nociones de campo semántico e isotopía ver, respectivamente: Bierwish, Manfred.
"Semántica" en Lyons, John (comp.). Nuevos horizontes de la lingüística. Madrid Alianza, 1976 y
Cortés, J. Introducción a la semiótica narrativa y discursiva. Buenos Aires, Hachette, 1980.
59
Ver especialmente el artículo de Culler, Jonathan, "Presupposition and Intertextuality", MLN, 91: 6
(Baltimore: diciembre 1976), que es una exposición clara y bastante instrumental en la línea de las
investigaciones clásicas de Bajtín. Ver también Amoux y colaboradores. Polifonía. Buenos Aires, Cursos
Universitarios, 1986.
semánticamente privilegiadas en el proceso de construcción del caso: la Colonia Montes
de Oca ocupa 260 hectáreas, incluye un pantano, construcciones abandonadas, túneles
semiderruidos, alberga (junto con la colonia Open Door) casi 4000 oligofrénicos, en
definitiva: "el escenario ideal para el crimen perfecto" (C, 12/7/85). Correlativamente,
las crónicas construyen una serie directamente ligada con ese espacio (romántico): "el
médico rengo" (C, 10/7/85), "el hombre rubio" (C 10/ 7/85 y 31/8/85), "el hombre rata"
(C, 12/7/85), "el cazador de ciervos" (R 18/7/85), el "hombre misterioso y agresivo" (R,
13/7/85). Son algunos de los "personajes misteriosos" que contribuyen a la construcción
del caso Giubileo. Asimismo, son innumerables los acontecimientos minúsculos que el
caso considera inexplicables y envía, por lo tanto, a la serie semántica del misterio:
¿Qué pasó con la Giubileo? ¿Dónde está? ¿Quién la amenazaba? ¿De qué tenía
miedo? ¿Por qué aquel domingo 16 marcó su ingreso en la Colonia y atendió
pacientes si pensaba desaparecer? ¿Por qué dejó sus dólares y sus plazos fijos?
¿Por qué no se llevó el auto? ¿Por qué no vendió sus tierras en el Delta? (C,
3/8/85)
¿Por qué cuatro sujetos, algunos encapuchados, intentaron secuestrar a Mabel
Tenca? ¿Qué ocurrió en la madrugada del miércoles que se escucharon cuatro
tiros en la Colonia Montes de Oca? ¿Quiénes eran los cuatro individuos que
irrumpieron en la Colonia Montes de Oca e intentaron secuestrar a la enfermera
amiga de Cecilia, cuya vivienda, además, está ubicada a escasos veinte metros
de la que ocupaba la médica desaparecida? ¿Quién retuvo esta especie de diario
íntimo de la doctora? ¿Por qué en él aparece el nombre de Kelly? (C, 7/ 9/85)
Todo contribuye a la creación de "uno de los casos más enigmáticos que recuerde la
historia policial" (C, 14/7/85), "apasionante" (C, 3/ 8/85) al punto que parece "una
novela con ribetes muy complicados" (C, 8/8/85) o "el más completo thriller de la
historia policial argentina" (C, 12/7/85).
Como se ve, las crónicas son bien conscientes de su participación en el género
"novela de misterio" respecto del cual, sin embargo, mantienen una relación distante y
casi paródica (cfr. C, 10/7/85), Mucho más cerca están del folletín, precisamente por la
formulación (antes que el mero planteamiento o tematización) de los enigmas: no
importa tanto el carácter de las preguntas ni la potencia de respuesta que posean (el
folletín es un verdadero work in progress) sino su explicitación. Preguntas retóricas, sí,
pero paradójicas: se sabe, se presupone, se intuye, que jamás tendrán respuesta en la
próxima crónica precisamente por el modo en que están formuladas y su contenido casi
irrisorio: "¿Dónde está Tito?", por ejemplo, es un mero embrague que señala la
participación (intermitente) en el género folletín y un bloqueo hermenéutico.
Novela policial, folletín: espacios de participación. El caso marca su participación
en géneros que en algún sentido se relacionan con el imaginario popular sobre el
crimen (Gramsci, Foucault).
Pero también participa de un género esencialmente antipopular y burocrático: el
informe judicial, la investigación judicial. "En el sumario que instruye la policía, que ya
tiene medio millar de fojas, se encuentra la verdad del enigmático suceso" pregona la
Razón (18/7/85). Otro tanto podría decirse respecto de la investigación periodística, que
despliega una serie de dispositivos formales propios del informe judicial: entrevistas,
careos, denuncias, reuniones, reproducción de documentos, confrontación de
testimonios y pedidos de aclaraciones. En esa serie hay que ver un reclamo de justicia y,
aun, la imposición de una cierta concepción de la justicia. "El comisario general
Stefanini admitió que las investigaciones que algunos diarios encaran en algún
momento nos pueden ser útiles" (C, 18/7/85).
El evaluativo que introduce el enunciado referido no puede ser más claro: hay un
sordo combate entre dos instituciones, entre dos aparatos de Estado. Cada uno reclama
para sí la administración de justicia. En rigor, se trata de quién impone sentido: la
policía, a partir de su propio expediente, de su propia puesta en discurso, o el periodismo
que, menos constreñido institucionalmente, puede participar al mismo tiempo del
informe judicial, de la novela de misterio y del folletín. "Daría la impresión de que se
estarían llevando a cabo dos investigaciones: una, la de rigor, que realiza la policía de
Luján; y otra, la que efectúa el periodismo" (C, 11/7/85). Se trata del sentido, claro, o lo
que es lo mismo: de la verdad.
En tanto aparato central dentro de lo que se denomina esfera pública, hacia 1985 el
periodismo fue aprendiendo en la Argentina a desempeñar la función de "cuarto poder"
que, desde su invención, pretende ocupar en las democracias centrales.
La parapsicología
Los médicos coinciden también en que las carencias que castigan a ambas colonias
gravitan desfavorablemente para hallar una pista verdadera.
Los pabellones 11 y 13 de Open Door tienen 300 pacientes cada uno y para
atenderlos sólo hay cinco personas: cuatro enfermeros y un médico. Y esto debe tenerse
en cuenta –apunta un psiquiatra – porque el personal no da abasto para nada, y así fue
como hace muy poco tiempo un interno de apellido Rojik apareció con una tremenda
herida, y parte ósea a la vista. Otro interno nos contó que Rojik había sido atacado
"porque metía las narices donde no debía", pero nadie le creyó y tampoco hubo tiempo
ni gente para verificarlo. El hombre fue a cirugía y nunca sabremos qué pasó, pero con
la doctora Cecilia es distinto, porque ha desaparecido, porque tenemos fundados
motivos para suponer que estamos ante un hecho criminal perfectamente programado,
porque hay varios internos que aseguran que "vimos cuando se la llevaban" y por esas
carencias que apuntamos no podemos confirmar hasta dónde es cierto y hasta dónde es
mentira.
Nuestros interlocutores están de acuerdo en una sola cosa: ninguno de los internos –
ni uno solo – dispone de la suficiente lucidez mental como para haberla raptado o
asesinado y no dejar huellas de su acción.
– Salvo, claro está – subraya un médico – que un cerebro diabólico haya dirigido al
brazo ejecutor o, en su defecto, que el autor del hecho criminal figure como
oligofrénico o alteraciones mentales en los papeles, y en la realidad se trate
simplemente de un simulador que ingresó o lo hicieron ingresar deliberadamente en la
colonia.
Ayer, en todo Torres los vecinos comentaban que aguardaban con ansiedad los
resultados de un trabajo muy especial que estaría realizando una parapsicóloga, quien
con una fotografía y una prenda de la doctora se encuentra "trabajando" sobre el
terreno.
Cuando la policía de Pinamar, después de un rastreo gigantesco, no pudo localizar a
los dos hermanitos Mondaque, de Valeria del Mar, un famoso parapsicólogo de la zona
sentenció: "Los chicos no tienen vida, y están a menos de 100 metros de distancia de su
vivienda". Al día siguiente fueron hallados sus cadáveres dentro de una heladera
familiar, en una casa vecina; cuando el avión con los rugbiers uruguayos cayó en la
cordillera, los padres de las víctimas fueron a ver al más famoso parapsicólogo y
vidente del mundo, y éste sólo veía una cifra: 3.725, nada más. Un mes después, cuando
las patrullas de rescate llegaron al lado del avión siniestrado, el altímetro de la máquina
había quedado "clavado" en un número: 3.725. ¿Por qué no vamos a confiar ahora en
esta mujer, que ya ha hecho significativos progresos?, preguntan los amigos de la
médica desaparecida.
Clarín, viernes 12 de julio de 1985
Connotaciones alucinantes
– Mire usted el desorden que impera en la colonia Montes de Oca, que tiempo atrás,
para su tambo, fueron adquiridas cinco vaquillonas con preñez garantida en la Rural.
Esos animales, servidos por un toro campeón según todo el papelerío de pedigrí
entregado, tuvieron cría en el tambo de la colonia, y cuatro novillitos de esa parición
fueron castrados, ¿quiere una mayor incongruencia?, pregunta un veterinario encargado
de la sanidad animal de la colonia.
Muchos conocidos y amigos de la doctora, en Torres, no ocultaban ayer su
pesadumbre por el aparente fracaso de las investigaciones policiales, y temían que el
caso ingresara en vía muerta, como el de la desdichada Oriel Briant.
– A Cecilia se la llevaron y la asesinaron por algo muy grave que ella, tal vez sin
querer, se enteró dentro de la colonia. Los médicos que fueron sus amigos tienen que
decir la verdad, tienen que decir que ella estaba muy preocupada por la frecuencia con
que, con la excusa de hacer análisis, extraían sangre a los internos, y tienen que decir
cuántas veces exigió autopsias en pacientes fallecidos dentro de la colonia, temiendo el
funcionamiento clandestino de un banco de órganos, enfatizan los más exaltados.
– Yo daría menos vueltas a todo esto, expresa un vecino de apellido Castro. Cuando
Cecilia el miércoles 19 no aparecía, el director de la colonia, Florencio Sánchez, dijo
públicamente que figuraba su firma en el registro de entrada pero no en el de salida,
Una semana después, cuando "las papas quemaban", nos enteramos que la firma de
Cecilia aparecía en la columna de salida, el día jueves 20. Que los técnicos en pericias
caligráficas de La Plata establezcan quién falsificó esa firma entonces; si no tenemos al
responsable de esta desaparición, estaremos muy cerquita...
Clarín, sábado 13 de julio de 1985
Para tener una idea del empeño y de los denodados esfuerzos que en la esfera
policial se están llevando a cabo en procura de esclarecer la misteriosa desaparición de
la médica Cecilia Enriqueta Giubileo, bastaría con mencionar que cinco reparticiones
están trabajando activamente en el caso: comisaría de Luján; sección investigaciones de
Mercedes; división Homicidios y Delitos Graves, de Banfield; Brigada de Mercedes y
división Antisecuestros del Puente 12.
Se trata de pesquisas arduas, sin horarios determinados que, por momentos, parecen
avanzar todas hacia una sola dirección y por momentos se bifurcan, pero todas
apuntando al esclarecimiento de uno de los casos más enigmáticos que recuerda la
historia policial.
¿Motivo político?
Ayer, sábado, hasta el mediodía, prevalecía el criterio de que todo lo ocurrido
presentaba un matiz netamente político.
En efecto, de forma extraoficial Clarín estableció que varios de los investigadores se
habían detenido especialmente en el pasado cercano de la doctora Giubileo,
encontrándose allí con que Alicia Inés Maggio – amiga y compañera durante años de la
médica en la colonia – murió en circunstancias nunca debidamente aclaradas en Buenos
Aires, aparentemente por un escape de gas, en momentos en que se hallaba sola en su
departamento. El caso fue caratulado como "Muerte dudosa". Pero un poco antes, el
primo hermano de Alicia Inés Maggio – también conocido por la médica Giubileo – fue
secuestrado en Open Door, donde vivía, junto con su pareja, Elsa Erramuzme, figurando
hasta hoy como desaparecidos.
Si tenemos en cuenta que dos cuñados de la doctora figuran también como
desaparecidos luego de un operativo concretado en Córdoba, existen motivos para
suponer que esta nueva desaparición podría vincularse con las otras, confidenció
alguien a Clarín.
Y en efecto, de acuerdo con todos los trascendidos obtenidos ayer en Torres y en
Luján, buena parte de la investigación pareció entonces orientarse hacia el lado político.
– La policía nos consultó reiteradamente sobre un cuadrito artesanal que un interno
de la colonia había obsequiado una vez a Cecilia. Era uno de sus cuadritos donde a través
de varios clavitos se entrecruzan hilos de colores, algo llamativo, pero nada más que
eso. Cecilia lo tenía en la pared, sobre la camilla de su consultorio de Torres. Ahí estuvo
durante años. Pero el otro día, durante una de las inspecciones, un policía creyó
descubrir una estrella de cinco puntas en el dibujo formado. Otro compartió ese criterio
y se llevaron el cuadro. Dijeron que tenía el símbolo de una agrupación terrorista,
parece que a partir de ese momento cambió la orientación de la pesquisa.
Éste fue el comentario formulado a Clarín por cinco personas que ya prestaron
declaración en sede policial.
Otra variante
Hasta allí, todo lo concerniente a las investigaciones dirigidas hacia una presunta
faceta política que podría presentar el caso, sobre todo si se tiene en cuenta que la
nombrada Alicia Inés Maggio estuvo ligada sentimentalmente entre los años 1974 y
1976 con un alto funcionario del gobierno peronista provincial de La Rioja.
Pero, a partir de la media tarde de ayer, un nuevo giro pareció imprimirse a las
investigaciones. Pese a la estricta reserva policial y de las autoridades de la colonia
Montes de Oca, se sabe que forenses de La Plata, acompañados por personal policial de
la comisaría de Luján, se apersonaron ante las autoridades del instituto para realizar una
inspección de sus registros, en todo lo inherente a las últimas defunciones registradas
dentro de ese extenso predio de 250 hectáreas.
– Yo no sé bien lo que está pasando – comentó un supervisor – pero a partir de la
desaparición de la doctora y como consecuencia de ciertas denuncias anónimas parece
que la policía desea establecer en forma concreta las causas de los últimos decesos y los
tratamientos aplicados en cada caso. Por ahí se anda diciendo que en forma clandestina
funciona en la colonia un banco de órganos y aunque eso es descabellado la policía
tiene la obligación de investigar. Una visita al caer las primeras sombras de ayer a la
comisaría de Luján no arrojó, lamentablemente, ninguna luz sobre tantos conos de
sombras y de enigmas.
– El comisario no se encuentra porque está abocado de lleno a las investigaciones y,
con una partida, ha salido del ejido de Luján, manifestó uno de los oficiales.
– Tanto en Torres como en Luján la gente afirma que en el departamento de la
doctora ustedes encontraron un símbolo perteneciente a una organización extremista,
¿es cierto?
– No puedo confirmarlo ni desmentirlo porque no estoy afectado al caso. Sólo
les puedo decir que estamos trabajando a pleno, y sobre pistas muy firmes.
Preocupación e interrogantes
Un giro en la pesquisa
Pese a la absoluta reserva que guardan las autoridades policiales, pudo saberse que
ayer, por la tarde, las investigaciones que se realizan en torno de la desaparición de la
doctora Cecilia Enriqueta Giubileo tomaron abruptamente otro rumbo, o mejor dicho,
retomaron el rumbo seguido por las autoridades de la comisaría de Luján desde un
primer momento, modificado después por la participación de otros organismos de la
policía y ante un cúmulo de conjeturas que sugestivamente se echaron a rodar sobre el
tema.
Aparentemente, la razón de este giro en el manejo de las pesquisas tendría dos
motivos: primero, las importantes declaraciones aportadas por la señora de Espinoza el
domingo último, asegurando que la madrugada del lunes 17 oyó claramente cómo se
cerraban las puertas de una ambulancia gasolera, para partir velozmente el vehículo por
una calle lateral de la colonia Montes de Oca.
– Me consta que era una ambulancia de la misma colonia porque las conozco
perfectamente, es la misma que a menudo pasa por mi casa a buscar a mi marido para ir
a jugar al fútbol, habría dicho la mujer en la sede policial. Su esposo es empleado de la
colonia.
En segundo lugar, el testimonio que habrían brindado varios empleados de la
colonia y que concierne a tres misteriosas desapariciones de otros tantos internos,
ocurridas muy poco antes de la "evaporización" de la doctora Giubileo.
Para los investigadores, estas enigmáticas desapariciones guardan estrecha relación
con la suerte que pueda haber corrido la médica, ya que se trataría de dos internos que
habían trabado excelente relación con la doctora Giubileo, a la que en muchas ocasiones
le lavaban su automóvil Renault 6.
Expediente por "fuga"
Uno de esos internos se llamaría Pedro Maza y el otro era conocido por todos como
"Tito". Ambos solían acompañar a la doctora en sus recorridas por los pabellones y, según
aseguran varias enfermeras y supervisores del lugar, "a partir de marzo último le venían
formulando a la médica confidencias y denuncias sobre supuestas irregularidades que se
registraban en la colonia". Es más aún, Clarín fue informado el último domingo, en
Torres y en Open Door, que en base a los datos aportados por ambos internos la doctora
Giubileo había preparado dos gruesas carpetas que pensaba entregar a las autoridades
nacionales en el ramo de la salud.
– Pero esas carpetas le fueron robadas a la doctora de la misma habitación que tenía
dentro de la colonia y no de su departamento como algunos nos han afirmado –
señalaron los informantes-. Quien lo hizo tuvo que destruir una cerradura y violar un
candado, llevándose exclusivamente las carpetas, y desechando el cartón de cigarrillos,
la caja de galletitas y la radio portátil que había en el lugar, lo que excluye totalmente la
posibilidad de que el autor sea uno de los oligofrénicos internados, como se pretendió
hacer creer.
– Y por macabra coincidencia, antes de desaparecer las carpetas desaparecieron los
internos Maza y "Tito" aunque su ausencia figure en los registros como fuga,
posibilidad ésta que fue totalmente rechazada por los familiares de esos enfermos.
Otra "desaparición"
La tercera desaparición es más reciente, e involucra también a una paciente que
solía mantener charlas con la doctora Giubileo.
Se trata de una señora semilisiada, procedente de la localidad de Etchegoyen,
distante a unos cinco kilómetros de la colonia.
A mediados de mayo último, esta señora avanzaba al parecer con gran dificultad por
el sendero principal de la colonia –tenía una pierna totalmente inmovilizada– cuando
uno de los supervisores, Carlos Hernández, llegaba con su automóvil. "Aguárdeme un
instante que ficho mi ingreso y la hago ascender al auto para llevarla", le dijo. Segundos
después, cuando fue a buscarla no hacía ni medio minuto la mujer había desaparecido
por completo.
Se la buscó en los jardines, en los pabellones, en los baños, pero fue inútil. Nunca
más volvió ser vista. "Como si se la hubiese llevado un plato volador", dijeron varios
empleados. ¿Dónde está la mujer semilisiada procedente de Etchegoyen? ¿Dónde está el
interno Pedro Maza? ¿Dónde está Tito? ¿Dónde está la doctora Giubileo? Son muchos
interrogantes que, en estos momentos no tienen respuesta, pero tal vez la puedan tener
mañana.
Un vocero policial admitió que tanto vecinos de Torres como empleados de la
colonia se muestran remisos a formular declaraciones, y mucho menos denuncias, ante
la policía, y en cambio suelen "suministrar datos valiosos al periodismo".
En efecto, fue a través de la prensa que se denunciaron el robo de las carpetas de la
doctora o la falta de nafta en su automóvil abandonado, horas después de haber cargado
14 litros.
Ahora se denuncia la desaparición de tres internos, y se suministran sus datos. Tal
vez sirva para ingresar de lleno en pistas más firmes.
Clarín, martes 23 de julio de 1985
– Todo lo que puedo decir es que a casi cuarenta días de la desaparición de Cecilia
nada se sabe, a ninguna conclusión se ha llegado y aquí estoy, como en el primer día,
aguardando angustiada una noticia, sea cual fuere.
En su departamento del segundo piso del edificio levantado en la calle Humberto
Primo, de Luján, la señora María de Giubileo, madre de la médica desaparecida, recibió
ayer a Clarín.
No fue, desde luego, una entrevista fácil de obtener. Abroquelada en ese pequeño
recinto, donde durante tantos años vivió su hija, rodeada de todos los objetos y enseres
que con ella compartió en muchas ocasiones, doblegada por el dolor y la incertidumbre,
la señora María de Giubileo no oculta su fastidio por el tratamiento que algunos medios
periodísticos dieron al hecho.
Fue necesario que su hijo Raúl, hermano de Cecilia, ex periodista de los periódicos
La Prensa y La Calle, verificara realmente que pertenecíamos al diario Clarín, para que
la puerta nos fuera franqueada.
– Ustedes sabrán perdonar, pero en algunos medios fabricaron una miniserie con
todo esto, sin respetar mi dolor; se han dicho cosas horribles, porquerías, sin
preocuparse en averiguar lo mínimo de mi hija, que tuvo siempre una conducta
irreprochable y ejemplar.
– ¿Qué supone usted que pudo haber ocurrido?
– Yo ya no sé qué pensar. En los últimos tiempos había observado un cambio en su
conducta. A fines de abril me habló por teléfono a Córdoba, y me contó que tenía
mucho miedo, me dijo que la habían amenazado reiteradamente.
– ¿No le dijo quién y por qué?
– Recuerdo perfectamente que me dijo: "Mamita, no me abandones ahora, porque si
no te tengo a vos, ¿quién se preocupará por mí si me llega a pasar algo?". Se notaba que
estaba angustiada. Me dijo, sí, que las amenazas le habían llegado a través de una
tercera persona, pero que el que la amenazaba era un personaje muy influyente, de
mucho poder...
– ¿Pero, ni siquiera le dio un detalle de quién podía ser?
– Mire, yo ya declaré ante la policía. Sólo le puedo agregar que Cecilia me llamaba,
a partir de ese momento, todos los días; eso la tranquilizaba.
– Tenemos entendido que usted, ante tal situación, decidió darle la sorpresa y viajar
a Luján, para hacerle compañía.
– Así es. Usted no se imagina la alegría que le di. Yo arreglé mis cosas en Córdoba y
viajé el 31 de mayo. Lo tengo bien presente porque fue el día que se largó aquel diluvio
y todo se inundó. Lo primero que me llamó la atención cuando llegué al departamento,
y que fue altamente demostrativo del miedo con que vivía, fue que, al abrir la puerta,
observé que ella había corrido el diván al lado de la misma puerta. Jamás había estado
allí. Era evidente que el pánico se había apoderado de mi pobre hija, aun durmiendo
quería escuchar los ruidos de la escalera, de la calle, del pasillo...
– Yo ignoro cuál era el peligro que acechaba a mi hermana, interviene Raúl
Giubileo, y por qué se había generado, pero considero que es imprescindible resaltar
quién era Cecilia y qué es lo que hacía, sobre todo ahora que se han lanzado ciertos
infundios. Cecilia ha sido siempre una hija ejemplar, aquí, en este departamento, murió
nuestro padre, y no hay palabras para graficar los desvelos de ella en atenderlo, en
aliviar sus dolores, en socorrerlo hasta el último momento. Cecilia, cuando se casó y se
fue a España, todavía no se había recibido, le faltaba una materia que rindió cuando
retornó al país. Ella nació en General Pinto y cursó el secundario en Lincoln. Se recibió
de médica en Córdoba y sus comienzos en la profesión fueron difíciles, muy difíciles,
por eso todo resulta ahora doblemente doloroso, sobre todo al escuchar tantas mentiras.
– ¿Qué la decidió a venir a Torres?
– Ella tenía que empezar de abajo, y lo hizo. Durante seis meses vivió conmigo, yo
le ayudaba en los primeros tiempos a pagar el alquiler del consultorio, en Torres. Mire
cómo sería mi hermana, la humanidad que derrochaba, que cuando iba a la Colonia,
dejaba abierta la puerta del consultorio; los pacientes iban llegando y tomaban asiento, y
la esperaban el tiempo que fuera.
– Alguien deslizó que durante un tiempo llegó a evidenciar ciertos trastornos
psíquicos.
– Los trastornos que pudo haber tenido son comunes a toda hija que ve morir
lentamente a su padre, sabiendo que no hay medicina en el mundo capaz de devolverle
la salud. Después se repuso rápidamente, se brindó de lleno a sus enfermos y a su
carrera. No dejaba de estudiar, quería perfeccionarse cada día. Al principio iba a visitar a
sus enfermos, en la zona rural, con un viejo Citroën al que muchas veces tenía que
empujar para sacarlo del barro. Así era Cecilia, capaz de volver al pueblo, retirar un
remedio del consultorio, y volver a las zonas de chacras para alcanzárselo al paciente.
– ¿Ni siquiera imaginan si el miedo que demostraba últimamente estaba vinculado, de
alguna forma, con algo que había visto en la colonia o se relacionaba con su vida
particular, afectiva?
– Es difícil decirlo – la que habla ahora es Matilde Bellido, hija de la "abuela" de
Cecilia, en cuyo hogar pernoctó muchas veces para no quedarse sola en su
departamento –. Lo que sí recuerdo muy bien, y todavía me da escalofríos, es que poco
antes de aquel fatídico domingo 16, ella me contó horrorizada que había tenido un
sueño terrible, como una premonición. Me dijo que se veía luchando en un pantano,
hundiéndose cada vez más, ante la mirada indiferente de muchas personas, hasta que
comenzó a desaparecer lentamente de la superficie de la ciénaga. Esa pesadilla la dejó
muy mal...
En la tarde gris y lluviosa abandonamos Luján. De retorno a la Capital, una pasada
por la Colonia Montes de Oca permitió comprobar que se continuaban realizando
distintas diligencias. Al fondo de los pabellones, bajo la llovizna pertinaz y el espeso
manto de niebla, el enorme pantano parecía adquirir contornos alucinantes. La pesadilla
de la doctora Cecilia Enriqueta Giubileo parecía tener un punto de referencia real.
Enrique O. Sdrech
Clarín, jueves 25 de julio de 1985
"Disparen sobre Open Door" parecía ser ayer el lema de los investigadores
abocados al caso de la doctora Giubileo. En efecto, la antigua colonia fundada en 1899
y que actualmente ocupa un predio de 500 hectáreas en la localidad de Domingo
Cabred cayó repentinamente sobre la óptica de las pesquisas que se siguen realizando
intensamente.
Aparentemente – el absoluto mutismo policial impidió conocer mayores detalles –
las graves anomalías y deficiencias denunciadas por médicos, enfermeras, supervisores
y pobladores de Torres contra la colonia Montes de Oca se vendrían también
registrando en el antiguo instituto de Open Door, en el cual, tal como se ha informado,
la doctora Giubileo también prestaba servicios.
"Los diarios publicaron con asombro el alto índice de internos fallecidos en la
colonia de Torres, ¿qué dirían entonces si se enteraran que aquí la cifra es mucho mayor
y que muchas veces encontramos en pleno campo los restos de internos que fugaron
hace tiempo de aquí?", interrogó a Clarín un médico jefe de pabellón de Open Door.
Otro colega – "no les doy mi nombre porque todavía no es el momento de hacerlo"
– agregó que en Open Door desde hace mucho tiempo vienen ocurriendo "cosas graves
y raras".
"Por ejemplo – graficó – ya no se utiliza anestesia ni monitoreo para aplicar el
electroshock, contrariando así los más elementales principios de humanidad; Clarín fue
el único diario que habló de 'iatrogenia' al referirse a la desaparición de la doctora y
puede tener la certeza de que la clave de todo este misterio está en esa palabra médica.
Cecilia estaba llevando, en forma cuidadosa y prolija, una recopilación de todos los
casos de muerte de pacientes por negligencia al ser utilizados determinados fármacos".
Un jefe de pabellón señala, a su vez, que "esos trabajos los llevaba en dos carpetas
de cartulina color azul, con cinta, que fueron robadas días antes de su desaparición".
Dos escuelas
Los médicos consultados coincidieron en que el verdadero origen de todo hay que
buscarlo en el choque de dos escuelas o corrientes psiquiátricas respecto de la forma
como tratar a los internos. "En todos lados del mundo donde se forma un grupo
numeroso de médicos surgen dos bandos que se enfrentan en cuanto a terapias y
procedimientos, y Open Door y Montes de Oca no escapan a ese fenómeno", señalaron.
Luego de puntualizar que a un joven médico, de ingreso reciente en Open Door, en
sólo nueve días le fallecieron diez pacientes, agregaron que la doctora Giubileo había
mantenido duros enfrentamientos con otros colegas por ese tema, "y por eso decidió
registrar todas esas historias clínicas y sus funestos desenlaces para radicar,
debidamente documentada, la pertinente denuncia".
–Ya han comenzado a desaparecer algunas historias clínicas de los archivos de la
colonia –denunció ante Clarín un jefe de pabellón – porque ahora todos tienen miedo
ante las investigaciones que se llevan a cabo con motivo de la desaparición de Cecilia; lo
que no saben los que están comprometidos con estos hechos es que existen otros dos
juegos de esas carpetas, ya que Cecilia tuvo el tino de fotocopiar todos los documentos,
y esas carpetas están ahora a buen recaudo; sólo se está esperando el momento oportuno
para entregarlas.
– ¿Y cuál será ese momento oportuno? ¿Por qué no entregarlas ahora?
– Porque hemos consultado con un penalista de La Plata, y nos sugirió aguardar
unos días para luego llevarlas a los tribunales de Mercedes.
Con la firma de los diputados del Partido Justicialista David Lescano y Alfredo
Pérez Vidal, ingresó ayer a la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de
Resolución Nº 1997, por el cual se solicita al Poder Ejecutivo Nacional que "por la vía
que estime conveniente se sirva informar si en las instrucciones impartidas para
esclarecer el caso de la doctora Giubileo" se han tenido en cuenta diferentes puntos.
Entre los fundamentos del citado proyecto de resolución se destaca "el temor que
nuevamente está rozando la estructura nacional, lo que hace necesario abordar todos los
aspectos que, de una manera u otra, pudieran encontrarse relacionados con el caso".
También se indica que "el caso de la doctora Giubileo puede ser sólo uno, pero debe
servir para indagar en todos los centros asistenciales del país, especialmente aquellos
afectados a la salud mental de la población, porque albergan a los más indefensos ante
la posible agresión del ser humano".
Finalmente, se hace mención a "que la prensa en general ha indagado hasta sus
propias posibilidades", generando la necesidad de un total esclarecimiento, así como
también el derecho a conocer "si las sanciones han sido aplicadas a los culpables".
Los ocho temas a contestar por el PEN son los siguientes:
1°) Si ha existido o existe el comercio clandestino de sangre y órganos humanos.
2o) Si tanto la colonia Montes de Oca como Open Door fueron utilizadas como
centros clandestinos de detención durante el proceso militar.
3o) Si en dichas colonias se utilizaban o utilizan medicamentos de prueba sin
autorización del Ministerio de Salud Pública de la Nación, instigados por laboratorios
multinacionales.
4o) Si todos los internados se encuentran debidamente identificados como
individuos integrantes de un núcleo familiar determinado.
5°) Si existen profesionales que pudiera señalárselos como comprometidos con el
"proceso".
6o) Si se observan internados con visibles signos de haber sido maltratados o que
por su estado actual serían de difícil reconocimiento por familiares.
7°) Cuántas defunciones se han detectado en los últimos cuatro años, mencionando
las causales que las produjeron dentro de los establecimientos mencionados, y sí la
cantidad de casos por causa se encuentran dentro de los índices que podrían
considerarse como normales.
8o) Si los mencionados establecimientos han cumplido las disposiciones vigentes en
materia de:
a)Designación de las autoridades, personal, concursos, grado de capacitación de los
profesionales actuantes, etcétera.
b) Cantidad de internados, condiciones mínimas requeridas por el establecimiento
asistencial para albergue de pacientes, cantidad de profesionales por paciente, etcétera.
c) Estado actual de la administración y gastos de mantenimiento, contratos de
arrendamientos, bases y puntos de referencia para su efectivización.
Letrado patrocinante
Se conoció ayer que el doctor Marcelo Parrilli ha sido nombrado por la familia
Giubileo como letrado patrocinante en el caso en el que se investiga la desaparición de
la médica. Parrilli, coordinador jurídico del CELS, Centro de Estudios Legales y
Sociales, y dirigente del MAS, Movimiento al Socialismo, manifestó a Clarín que hoy
se trasladará al Juzgado Penal Nº 2 de la ciudad de Mercedes, donde se tramita la causa,
a los efectos de solicitar que la madre de la doctora, María de Giubileo, sea tenida por
particular damnificada en la causa. El letrado adelantó que va a pedir testimonios
judiciales de todas las actuaciones.
Clarín, martes 5 de agosto de 1985
El caso Giubileo sigue sembrando de incógnitas un camino donde, cada día, aparece
un misterio nuevo. Ayer, los pobladores de Torres no ocultaban su gran preocupación
frente a un hecho insólito que ya ha sido puesto en conocimiento de las autoridades
policiales de la comisaría de Luján: varias personas, que entre sí tienen en común vivir
en esa pequeña población y haber sido amigas de la doctora desaparecida, han recibido
anónimos, por vía postal, en sus domicilios.
Las notas recibidas se pueden calificar de anónimos por cuanto llevan por firma el
siguiente nombre: Antonio Capitán Navegante, identificación obviamente espuria que, a
las primeras averiguaciones, se verificó que era inventada.
El matrimonio compuesto por Joaquín Sequeira y Betty Ehlinger de Sequeira fue
uno de los destinatarios de esas misivas, así como Patricia Godoy, telefonista de la
localidad de Torres.
En el caso de estas tres personas el texto de las notas recibidas contienen una serie
de vaguedades incoherentes, "como si hubieran sido escritas por un demente –señalaron
– y eso es lo que torna más peligrosa esta absurda situación".
Pero hubo otros dos destinatarios, íntimos amigos de la doctora Cecilia Enriqueta
Giubileo, que también recibieron anónimos pero no con frases sin sentido sino
directamente con una contundente amenaza de "olvidarse de la Giubileo y ojo con lo
que van a declarar".
Esa insólita situación no ha hecho más que acrecentar los enigmas que rodean este
caso desde el mismo momento en que se generó.
Y más aún. Harto conocida es la situación que se encuentra afrontando en estos
momentos la enfermera Mabel Tenca, que en forma providencial logró frustrar días
pasados su secuestro a manos de tres hombres encapuchados.
A partir de ese momento la mujer se "evaporó", resultando estériles los esfuerzos de
los hombres de prensa para ubicarla.
Sin embargo, Clarín está en condiciones de informar que Mabel Tenca se presentó,
acompañada por un hombre rubio, de gran contextura física, el jueves último,
exactamente a las 15.30, en la sede de la Brigada de Investigaciones de Mercedes,
ubicada en la parte alta del edificio que ocupa la comisaría de Luján.
Tenca permaneció en el lugar por espacio de una hora y media, y pese al
hermetismo que las autoridades policiales guardan respecto de su inopinada visita, se
sabe que la mujer fue a solicitar amparo, ya que tendría sobrados motivos para suponer
que desde algún sector o nivel se atenta contra su vida.
Reunión
Sin perjuicio de lo que queda expuesto, cabe señalar que el jueves el director de la
colonia Montes de Oca, doctor Florencio Sánchez, reunió a las 10 de la mañana a todo
el personal profesional, administrativo, operario y enfermeras, para referirse a la
especial situación que afronta el instituto a partir de la desaparición de la doctora
Giubileo. Según lo expresado a Clarín por personal que asistió a la reunión, el doctor
Sánchez, luego de fustigar severamente al periodismo por el tratamiento de la
información relativa a este caso, señaló que "ante el cariz que ha tomado este caso
afrontamos la amenaza de una intervención, pero lo que más me preocupa no es que se
incrimine gratuitamente a las autoridades de la colonia sino que se ataque al sacrificado
personal que desarrolla su labor en los pabellones".
Vale la pena destacar que todo el personal consultado no ocultó sus temores "por lo
que pueda pasar", ya que una simple respuesta al periodismo se convierte en una
amenaza de perder el puesto.
En este sentido, Joaquín Sequeira no ocultó su desagrado por lo ocurrido con una
entrevista que días atrás concedió para un noticiero televisivo, "donde dijo se mutiló, tal
vez por razones de espacio, parte de lo que había expresado, quedando una frase
fragmentada que dio lugar a equivocadas conjeturas". Éste es el clima que se vivía ayer
en Torres, entre anónimos, operativos dispuestos por la Justicia, acusaciones,
desmentidas y, por sobre todas las cosas, mucho miedo.
Clarín, sábado 31 de agosto de 1985
Tres mujeres allegadas a la doctora Giubileo prestaron ayer declaración ante el juez
en lo penal de Mercedes. Dos de ellas habrían coincidido en sostener que vieron a la
enfermera Tenca cuando ésta ingresaba en el domicilio de la doctora una semana
después de su desaparición en Torres. En esta instancia del caso Giubileo, la enfermera
aparece bastante comprometida.
Tal como estaba previsto, ayer lunes se presentaron a declarar ante el titular del
Juzgado Penal número 2, de Mercedes, a cargo del doctor Gallazo – en relación con las
actuaciones que se están labrando por la desaparición de la doctora Cecilia Enriqueta
Giubileo –, Silvia Moreno, Ana Rosa López y Matilde Bellido, esta última apodada
cariñosamente "la abuela" por la médica, con la que mantenía una estrecha amistad.
Durante el trámite judicial, en el que estuvo presente el abogado Marcelo Parrilli en
representación de la familia Giubileo, tanto Silvia Moreno como Ana Rosa López, que
obviamente declararon por separado, coincidieron absolutamente en que fue Mabel
Tenca la persona que ingresó al departamento de la doctora Giubileo el sábado 22 de
junio, es decir, un día antes de cumplirse la semana de su desaparición. También
coincidieron la hora en que la enfermera Tenca llegó al lugar a bordo de su automóvil:
las 15.45, coincidiendo también en que se retiró diez minutos después.
Silvia Moreno vive en los mismos monoblocks de la calle Humberto I, donde se
domiciliaba la Giubileo, en tanto Ana Rosa López vive en una propiedad situada justo
enfrente, y ese sábado se encontraba en su jardín cuando le llamó la atención la
presencia de la Tenca en el lugar, motivo por el cual observó sus movimientos.
"Yo la vi llegar, y como ya sabía lo de la desaparición de Cecilia me causó extrañeza
ver llegar a la enfermera Tenca; la vi subir las escaleras y aguardé pacientemente que
volviera a bajar, cuando lo hizo intenté acercarme para interrogarla, pero no bien
pronuncié la primera palabra puso la primera en su automóvil y partió raudamente",
señaló Silvia Moreno.
De las declaraciones de ambas mujeres se desprende que Mabel Tenca se fue del
lugar muy poco antes de que arribara la policía, que lo hizo exactamente a las 17.20 en
compañía de la señora María de Giubileo, madre de la médica, y un cerrajero, ya que
nadie, con obvia excepción de la enfermera, poseía la llave para poder ingresar.
Situación comprometida
De todo lo expuesto se desprende que comienza a presentarse como bastante
comprometida la situación de Mabel Tenca. El doctor Marcelo Parrilli solicitará hoy la
inmediata comparecencia de la mujer-ante los tribunales de Mercedes, por cuanto, a su
entender, se ha omitido ese trámite, que reviste especial significación.
De manera extraoficial Clarín está en condiciones de adelantar que la enfermera
Tenca, en fecha reciente, admitió ante las autoridades de la comisaría de Luján su
presencia en el departamento de la calle Humberto I, cuando ya la médica estaba
desaparecida, pero subrayó expresamente: "Por el momento no puedo dar a conocer los
motivos por los cuales acudí a esa vivienda".
En lo que se refiere al intento de secuestro de que fue víctima días atrás, ayer en
Luján se confirmó lo adelantado por Clarín en el sentido de que sólo uno de los cuatro
integrantes del grupo que participó del fallido rapto estaba encapuchado, agregándose
otro elemento hasta ahora desconocido: alguien que presenció la escena disparó un tiro
al aire, y fue ésa la acción que puso en fuga a los desconocidos.
Para algunos de los investigadores, el que llevaba el rostro cubierto era alguien
conocido por la enfermera: de ahí la máscara. En cuanto al sexto personaje, que
apareció en escena disparando un tiro, no se descartaría que todo haya sido una "acción
elaborada" para "ablandar psicológicamente" a esta persona que aparece como clave de
la desaparición y del misterio que ésta conlleva, pero que se muestra tan renuente a
brindar cualquier tipo de indicio que ayude al esclarecimiento.
Puede ser casual, puede ser un desafío, puede responder a un patrón, pero sea como
fuere se ha convertido en una constante y entendemos que ha llegado la hora de
sacudirle el polvo al expediente del caso Giubileo.
La frase fue recogida por Clarín en las últimas horas del viernes en ámbitos
vinculados con la justicia bonaerense, y como consecuencia de una inquietud generada
en el mismo Ministerio de Gobierno de La Plata. Aparentemente, al menos en esta
ocasión, el factor "gatillador" para una decisión de tal naturaleza, anunciada en muchas
otras ocasiones pero sin logros concretos, estaría referido no sólo a la grave anomalía
registrada con Josefa Galassi – que Clarín publicó con amplitud en anteriores ediciones
– sino con la actitud de esos desconocidos que amenazaron de muerte en varias
oportunidades a familiares de la víctima, luego de haber intentado sin suerte penetrar en
su vivienda en horas de la madrugada.
Se inició días atrás una prolija investigación destinada a determinar cómo llegó
Josefa Galassi desde su domicilio de Caseros hasta los alrededores de la Colonia
Montes de Oca y establecer, asimismo, cómo ha sido posible que en respuesta a los
radiogramas policiales se informó con fecha 29 de diciembre de 1988 que ninguna
persona con ese nombre y que respondiera a las señas indicadas en los hábeas corpus y
en los pedidos de paradero se encontrase en sede policial alguna, cuando en realidad de
las constancias surge que el 26 de diciembre, es decir, 24 horas después de su
desaparición la señora Josefa Galassi había sido ya ingresada a la comisaría 1a de Luján.
Y esta especie de nueva revisión de los empolvados expedientes del caso Giubileo ha
permitido refrescar indicios, detalles y episodios que estarían indicando que muchas
situaciones fueron investigadas "hasta la mitad del camino".
Con fecha 25 de octubre de 1985, el entonces subsecretario de Seguridad de la
provincia de Buenos Aires, doctor Héctor Bertoncello, señaló a Clarín que había
elementos para afirmar que la doctora Giubileo en ningún momento había sido sacada
de la colonia aquella noche, "y tampoco que se retiró por su voluntad". Y es más aún,
sostuvo que habían surgido, en aquel momento, "nuevas líneas de investigación".
Después, el silencio total.
En julio del '85, a un mes de la misteriosa desaparición, voceros de la División
Homicidios y Delitos Graves de Banfield sostenían lo mismo, y un año después, el
comisario general Bronislao Ragosz, a la sazón titular de la Policía bonaerense,
aseguraba a Clarín que la polémica cinta magnetofónica "aterrizada" en la comisaría de
Luján, con la supuesta voz de la Giubileo, "era una teatralización donde habían
intervenido actores".
¿Se investigó debidamente todo eso? ¿Se investigó el dictamen del juez de
instrucción de Gualeguaychú, doctor Celestino Dionisio Toller, cuando el horror de las
hermanitas Benette? ¿Se investigó la lapidaria frase del juez de instrucción de Vera,
Santa Fe, doctor Ramón Díaz, cuando afirmó que en el cadáver de Silvia Esther Onieva
se ha cometido un exceso en la extracción de órganos?
Todos estos detalles no son otra cosa que un alud de elementos olvidados que han
caído ahora sobre los que tienen a su cargo revisar la causa para determinar cuántas
Josefa Galassi se han registrado en los últimos tiempos y cuántos hábeas corpus y
pedidos de paradero se respondieron negativamente cuando en realidad la persona
buscada estaba ya en sede policial.
Y es el momento, aquí, de volver a la reflexión recogida en La Plata y con que se
inicia la nota. Alguien señaló que puede ser causal o patrón o un desafío, en clara alusión
a que con una periodicidad precisa el caso Giubileo vuelve a la palestra catapultado por
un motivo u otro. "Y siempre hay alguien que trepándose a la cresta de la ola se encarga
de allegarnos un nuevo elemento o una pista olvidada como anzuelo para incitarnos a
ahondar el tema", se puntualizó ante Clarín.
¿A partir del caso Galassi ha ocurrido lo mismo? Parece que sí. Tal lo que se
desprende de una misteriosa correspondencia que acaba de recibir alguien muy
vinculado con la investigación. Se trata de una hoja arrancada de la agenda personal de
la doctora Giubileo. En ella figuran cuatro nombres y apellidos de otros tantos pacientes
que tenía en la colonia, pero lo curioso es que, casi encima de esos nombres, aparece
una inscripción, una especie de sigla, que correspondería, según el anónimo informante,
al código de un contenedor que, repleto de armas, desapareció del puerto de Buenos
Aires en diciembre del 84.
Esta circunstancia, unida al hecho de que recién sólo se toma conocimiento, a través
del funcionario que tuvo a su cargo la desgrabación y la investigación de la misteriosa
cinta magnetofónica recibida por el comisario Luis Lencinas – un hombre que trabajó
muy bien y con suma honestidad en el caso Giubileo –, de que la grabación con la
supuesta voz de la médica fue hecha sobre otras dos grabaciones, una correspondiente a
un discurso político de Isabel Perón y la otra perteneciente a un conocido programa de
televisión llamado Planeta Tierra, está indicando con toda elocuencia que el caso
Giubileo sigue mostrando aristas insondables y un misterio que será muy difícil de
penetrar.
Enrique O. Sdrech
Clarín, martes 22 de agosto de 1989
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ÍNDICE
Bibliografía 105