La Locura de La Luz: Ilustración de Bram Van Velde

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Yo no soy ni sabio ni ignorante. He conocido alegrías.

Decir esto es
La locura de la luz demasiado poco: vivo, y esta vida me produce el mayor placer. Entonces,
¿la muerte? Cuando muera (tal vez dentro de poco), conoceré un placer
[1973] inmenso. No hablo del sabor anticipado de la muerte que es insulsa y a
menudo desagradable. Sufrir es embrutecedor. Pero tal es la verdad
relevante de la que estoy seguro: experimento al vivir un placer sin límites
y tendré al morir una satisfacción sin límites.
He errado, he ido de un lugar a otro.
Estable, he permanecido en una sola habitación. He sido pobre, después
más rico, luego más pobre que muchos. De niño, tenía grandes pasiones, y
todo lo que deseaba lo conseguía. Mi infancia ha desaparecido, mi juventud
se ha quedado en el camino. No me importa: lo que ha ocurrido, me alegro
por ello, lo que ocurre me gusta, lo que viene me conviene.
¿Es mi existencia mejor que la de todos los demás? Tal vez. Yo tengo un
techo, muchos no lo tienen. No tengo la lepra, no estoy ciego, veo el
mundo, una suerte extraordinaria. Yo la veo, esta luz fuera de la cual no
hay nada. ¿Quién podría quitarme eso? Y cuando esta luz se oscurezca, me
oscureceré con ella, pensamiento, certeza que me arrebata.
He amado a algunos seres, los he perdido. Me volví loco cuando recibí ese
golpe, porque es un infierno. Pero mi locura ha quedado sin testigos, mi
extravío no era notado, sólo mi intimidad estaba loca. A veces, me ponía
furioso. Me decían: ¿Por qué estás tan tranquilo? Ahora bien, estaba
consumido de los pies a la cabeza; por la noche, corría por las calles,
gritaba; durante el día, trabajaba tranquilamente.
Poco después se desencadenó la locura en el mundo. Me pusieron entre la
espada y la pared como a muchos otros. ¿Para qué? Para nada. Los fusiles
no se dispararían. Yo me dije: Dios, ¿qué es lo que haces? Entonces dejé de
Ilustración de Bram van Velde ser insensato. El mundo dudó, luego recuperó su equilibrio.
Con la razón, me volvió la memoria y vi que incluso en los peores días,
cuando me creía perfecta y enteramente desgraciado, era, sin embargo, y
casi todo el tiempo, extremadamente feliz. Eso me hizo reflexionar. Este
descubrimiento no era agradable. Me parecía que yo perdía mucho. Me
interrogaba: ¿no estaba triste?, ¿no había sentido mi vida arruinarse? Sí,
eso había sido; pero, cada minuto, cuando me levantaba y corría por las
calles, cuando quedaba inmóvil en un rincón de la habitación, el frescor de Después, él temblaba. Me ofreció su mano para que yo la clavase sobre una
la noche, la estabilidad del suelo me hacía respirar y descansar en la mesa o contra una puerta. Porque me había hecho ese corte, el hombre, un
alegría. loco, creía haberse convertido en mi amigo; echó a su mujer en mis brazos;
me seguía por la calle gritando: «Estoy condenado, soy el juguete de un
Los hombres querrían escapar de la muerte, extraña especie. Y algunos
delirio inmoral, confesión, confesión». Un extraño loco. Durante este
claman, morir, morir, porque quisieran escapar de la vida. «Qué vida, yo
tiempo la sangre goteaba sobre mi único traje.
me mato, me rindo». Eso es lamentable y extraño, es un error.
Sin embargo, he encontrado seres que jamás le han dicho a la vida, cállate, Vivía sobre todo en las ciudades. Durante un tiempo he sido un hombre
y nunca a la muerte, vete. Casi siempre mujeres, bellas criaturas. A los público. La ley me atraía, la multitud me gustaba. He sido una sombra en la
hombres el terror los asedia, la noche los consume, ven sus proyectos masa. Siendo nadie, he sido soberano. Pero un día me cansé de ser la piedra
aniquilados, su trabajo convertido en polvo. Ellos, tan importantes que que lapida a los hombres solos. Para tentarla, apelé dulcemente a la ley:
querían construir el mundo, quedan estupefactos, todo se viene abajo. «Acércate, que te vea cara a cara». (Yo quería, por un instante, llevarla
aparte). Imprudente llamada, ¿qué hubiese hecho si ella hubiese
¿Puede describir mis penalidades? No podía ni andar, ni respirar, ni
respondido?
alimentarme. Mi aliento era de piedra, mi cuerpo de agua, y sin embargo
moría de sed. Un día, me hundieron en el suelo, los médicos me cubrieron Debo confesarlo, he leído muchos libros. Cuando desaparezca,
de barro. Qué trabajo en el fondo de esta tierra. ¿Quién la considera fría? insensiblemente todos estos volúmenes cambiarán; más grandes los
Es fuego, es una maraña de espinas. Me levanté completamente insensible. márgenes, más distendido el pensamiento. Sí, he hablado con demasiadas
Mi tacto erraba a dos metros: si entraban en mi habitación, yo gritaba, sin personas. Ahora, ello me sorprende; cada persona ha sido un pueblo para
embargo el cuchillo me cortaba tranquilamente. Sí, me quedé en los mí. Ese inmenso prójimo me ha reportado mucho más bien de lo que
huesos. Mi delgadez, por la noche, se erguía para horrorizarme. Me hubiese querido. Actualmente, mi existencia es de una solidez
injuriaba, me fatigaba yendo de un lado para otro; ah, ya lo creo que estaba sorprendente; incluso las enfermedades mortales me juzgan coriáceo. Me
fatigado. disculpo por ello, pero es necesario que yo entierre a algunos antes de mí.
¿Soy egoísta? No tengo sentimientos más que para algunos, piedad para Comenzaba a caer en la miseria. Ella trazaba círculos lentamente a mi
nadie, raramente tengo ganas de agradar, raramente ganas de que se me alrededor, de ellos el primero parecía permitirme todo, el último no me
agrade, y yo, para mí que poco menos que insensible, sólo sufro por ellos, permitía otra cosa que yo mismo. Un día, me encontraba enfermo en la
de tal manera que su menor aprieto me provoca un mal infinito aunque, no ciudad: viajar no era más que una fábula. El teléfono dejó de contestar. Mis
obstante, si es necesario, los sacrifico deliberadamente, les suprimo todo ropas se desgastaban. Tenía frío; la primavera, ¡pronto! Iba a las
sentimiento dichoso (llego a matarlos). bibliotecas. Me junté con un empleado que me hacía descender a los bajos
fondos ardientes. Para hacerle un favor, corría alegremente por pasarelas
De la fosa de barro salí con el vigor de la madurez. Antes, ¿qué era yo? Un
minúsculas y le traía volúmenes que luego él transmitía al sombrío espíritu
saco de agua, era una superficie muerta, una profundidad durmiente. (Con
de la lectura. Pero este espíritu lanzó contra mí palabras poco amables; bajo
todo, sabía quién era, resistía, no caía en la nada). Venían a verme de lejos.
su mirada, yo empequeñecía; él me vio tal como yo era, un insecto, un
Los niños jugaban a mi lado. Las mujeres se tiraban al suelo para darme la
animal con mandíbulas venido de oscuras regiones de miseria. ¿Quién era
mano. Yo también he tenido mi juventud. Pero el vacío me ha
yo? Responder a esta pregunta me hubiese causado grandes problemas.
decepcionado mucho.
Afuera, tuve una corta visión: a dos pasos, justo en la esquina de la calle
No soy miedoso, he recibido algunos golpes. Alguien (un hombre
que yo debía abandonar, había una mujer parada con un carrito de niños, la
exasperado) me cogió la mano y clavó en ella su cuchillo. Cuánta sangre.
percibía bastante mal, ella maniobraba el cochecito para hacerlo entrar por siete iluminaciones capitales convertidas en la vivacidad de un solo instante
la puerta cochera. En ese instante entró por esta puerta un hombre al que yo me pedían cuentas. ¿Quién hubiera imaginado eso? A veces, me decía: «Es
no había visto acercarse. Ya había pasado el umbral cuando hizo un la muerte; a pesar de todo, vale la pena, es impresionante». Pero a menudo
movimiento para atrás y volvió a salir. Mientras él permanecía al lado de la moría sin decir nada. A la larga, me fui convenciendo de que veía cara a
puerta, el cochecito, pasando delante de él, se alzó ligeramente para cara a la locura de la luz; esa era la verdad: la luz se volvía loca, la claridad
franquear el umbral y la joven, tras haber levantado la cabeza para mirar, había perdido el sentido; me acosaba irracionalmente, sin regla, sin
desapareció a su vez. objetivo. Este descubrimiento fue una dentellada en mi vida.
Esta corta escena me exaltó hasta el delirio. Sin duda no podía ¡Dormía! Al despertar, tuve que oír a un hombre que me preguntaba: ¿tiene
explicármelo completamente y sin embargo estaba seguro, había captado el algo que denunciar? Extraña pregunta dirigida a alguien que acaba de tener
instante a partir del cual la luz, habiendo tropezado con un acontecimiento relación directa con la luz.
verdadero, iba a apresurarse hacia su fin. Ya llega, me dije, el fin viene, Incluso sano, dudaba de estarlo. No podía ni leer ni escribir. Estaba
algo sucede, el fin comienza. Estaba embargado por la alegría. rodeado de un norte brumoso. Pero he aquí lo extraño: aunque recordase el
Me dirigí a esta casa, pero sin entrar en ella. Por el orificio, veía el contacto atroz, languidecía viviendo tras unas cortinas y cristales
principio oscuro de un patio. Me apoyé en el muro de afuera, tenía, por ahumados. Yo quería ver algo a pleno día; estaba harto del agrado y
cierto, mucho frío; el frío me rodeaba de pies a cabeza, sentía que mi confort de la penumbra; tenía para con la luz un deseo de agua y de aire. Y
enorme estatura tomaba lentamente las dimensiones de este frío inmenso, si ver significaba el fuego, yo exigía la plenitud del fuego, y si ver
se elevaba tranquilamente según las leyes de su legítima naturaleza y yo significaba el contagio de la locura, deseaba locamente esta locura.
reposaba en la alegría y la perfección de esta dicha, por un instante la En la institución se me concedió una pequeña posición. Yo respondía al
cabeza tan alto como la piedra del cielo y los pies en el pavimento. teléfono. El doctor tenía un laboratorio de análisis (se interesaba por la
Todo eso era real, sépanlo. sangre); la gente entraba, bebía una droga; echados en pequeños lechos, se
dormían. Uno de ellos cometió una travesura notable: tras haber absorbido
No tenía enemigos. No me molestaba nadie. A veces en mi cabeza se
el producto oficial, tomó un veneno y cayó en coma. El médico lo
creaba una vasta soledad en la que el mundo desaparecía por completo,
consideraba una villanía. Resucitó y «Se querelló» contra ese sueño
aunque salía de allí intacto, sin un rasguño, nada lo malograba. Estuve a
fraudulento. ¡Encima! Este enfermo, me parece, merecía algo mejor.
punto de perder la vista, al machacarme alguien cristal en los ojos. Esa
acción me estremeció, lo reconozco. Tuve la impresión de entrar en el Aunque tenía la vista apenas mermada, caminaba por la calle como un
muro, de errar en una maraña de sílex. Lo peor era la brusca, la horrorosa cangrejo, agarrándome firmemente a las paredes y, cuando las soltaba, con
crueldad de la luz; no podía ni mirar ni dejar de mirar; ver era lo espantoso, el vértigo alrededor de mis pasos. Sobre estos muros, veía a menudo el
y parar de ver me desgarraba desde la frente a la garganta. Además, mismo anuncio, un anuncio modesto, pero con letras bastante grandes: Tú
escuchaba unos gritos de hiena que me ponían bajo la amenaza de un también, tú lo quieres. Ciertamente, yo lo quería, y cada vez que me
animal salvaje (esos gritos, creo, eran los míos). encontraba estas palabras considerables, lo quería.
Una vez quitados los cristales, me colocaron bajo los párpados una película Sin embargo, algo en mí cesó bastante rápido de querer. Leer me suponía
protectora y sobre los párpados murallas de compresas de algodón. No una gran fatiga. Leer no me fatigaba menos que hablar, y la mínima palabra
debía hablar, porque las palabras tiraban de los puntos de la cura. «Usted verdadera exigía de mí no sé qué fuerza que me faltaba. Me decían: usted
dormía», me dijo el médico más tarde. ¡Yo dormía! Tenía que hacer frente se regodea con sus dificultades. Este propósito me sorprendía. A los veinte
a la luz de siete días: ¡un buen achicharramiento! Sí, siete días a la vez, las
años, en la misma condición, nadie me lo habría notado. A los cuarenta, un Detrás de sus espaldas yo percibía la silueta de la ley. No la ley que
poco pobre, me volvía miserable. ¿De ahí venía esta penosa apariencia? En nosotros conocemos, que es rigurosa y poco agradable; aquélla era otra.
mi opinión, se me pegaba de la calle. Las calles no me enriquecían como Lejos de caer bajo su amenaza, era yo quien parecía asustarla. De creerla,
hubieran debido hacerlo razonablemente. Al contrario, al circular por las mi mirada era el rayo y mis manos motivos para perecer. Además, ella me
aceras, al internarme en la claridad de los metros, al pasar por admirables atribuía ridículamente todos los poderes, se declaraba perpetuamente a mis
avenidas en las que la ciudad resplandecía magníficamente, me volvía pies. Pero no me dejaba pedir nada y, cuando me reconoció el derecho de
extremadamente apagado, modesto y fatigado y, reuniendo una parte estar en todos los lugares, ello significaba que no tenía sitio en ninguna
excesiva de la ruina anónima, atraía a continuación tanto más las miradas parte. Cuando ella me colocaba por encima de las autoridades, eso quería
cuanto que no iban a mí dirigidas y me convertía en algo un tanto vago e decir: usted no está autorizado para nada. Si se humillaba: usted no me
informe; de tan influyente, ostensible que ella, la ciudad, parecía. Lo que es respeta.
fastidioso de la miseria es que se nota, y los que la ven piensan: me están Yo sabía que uno de sus fines era «hacerme administrar justicia».
acusando; ¿quién me ataca? Yo no deseaba en absoluto portar la justicia
sobre mis espaldas. Ella me decía: «Ahora, eres un ser aparte; nadie puede nada contra ti.
Puedes hablar, nada te compromete; los juramentos ya no te vinculan; tus
Me decían (alguna vez el médico, otras las enfermeras): usted es instruido, actos permanecen sin consecuencias. Tú me pisoteas, y yo habré de ser
tiene capacidades; al no emplear aptitudes que, repartidas entre diez para siempre tu sirviente». ¿Una sirviente? No lo quería a ningún precio.
personas a las que les faltan, les permitirían vivir, les priva de lo que no Ella me decía: «Tú amas la justicia. —Sí, me parece. —¿Por qué dejas que
tienen, y su indigencia, que podría ser evitada, es una ofensa a las en tu persona tan notable se falte a la justicia? —Pero mi persona no es
necesidades de ellos. Yo preguntaba: ¿Por qué estos sermones? ¿Es mi notable para mí. —Si la justicia se debilita en ti, se vuelve débil en los
lugar lo que robo? Quítenmelo. Me veía rodeado de pensamientos injustos otros, que sufrirán por ello. —Pero este asunto no le compete. —Todo le
y de razonamientos malintencionados. ¿Y quién se enfrentaba contra mí? compete. —Sin embargo usted me lo ha dicho, estoy aparte. —Aparte, si
Un saber invisible del cual nadie tenía pruebas y que yo mismo buscaba en actúas; nunca si dejas a los demás actuar».
vano. ¡Era instruido! Pero quizás no todo el tiempo. ¿Capaz? ¿Dónde
estaban estas capacidades que utilizan como jueces sentados con la toga en Ella estaba cayendo en palabras fútiles: «La verdad es que nosotros ya
sus escaños y dispuestos a condenarme día y noche? no nos podemos separar. Te seguiré por todas partes, viviré bajo tu techo,
tendremos el mismo sueño».
Yo quería bastante a los médicos, no me sentía minimizado por sus dudas.
El problema es que su autoridad aumentaba de hora en hora. No nos damos Yo había aceptado dejarme encerrar. Momentáneamente, me dijeron. Bien,
cuenta pero son unos reyes. Abriendo mis habitaciones, decían: Todo lo momentáneamente. Durante las horas al aire libre, otro residente, un
que está allí nos pertenece. Se lanzaban sobre mis recortes de pensamiento: anciano de
Eso es nuestro. Interpelaban a mi historia: Habla, y ella se ponía a su barba blanca saltaba sobre mis hombros y gesticulaba por encima de mi
servicio. Rápidamente me despojaba de mí mismo. Les distribuía mi cabeza. Yo le decía: «¿Así que eres Tolstoi?». El médico me consideraba
sangre, mi intimidad, les prestaba el universo, les daba la luz. A sus ojos, por ello bastante loco. Finalmente paseaba a todo el mundo sobre mi
en nada asombrados, me convertía en una gota de agua, una mancha de espalda, un nudo de seres estrechamente enlazados, una sociedad de
tinta. Me reducía a ellos mismos, pasaba todo entero bajo su vista, y hombres maduros, atraídos allá arriba por un vano deseo de
cuando, al fin, no tenían presente más que mi perfecta nulidad y ya nada dominar, por una chiquillada desgraciada, y cuando me derrumbaba
más que ver, muy irritados, se levantaban gritando: Y bien, ¿dónde está (porque yo no era al fin y al cabo un caballo), la mayoría de mis
usted? ¿Dónde se esconde? Esconderse está prohibido, es una falta, etc.
camaradas, ellos también desplomados, me vapuleaban. Eran momentos escondiese, lo encontrarían un poco más lejos. Si él me traiciona, tanto
gozosos. mejor para $ustedes, les favorece, y tanto mejor para mí, al que ustedes
declaran servir». Tuvieron que remover cielo y tierra para poner fin a esto.
La ley criticaba vivamente mi conducta: «En otro tiempo lo he conocido
muy diferente. —¿Muy diferente? —No se burlaban de usted Yo estaba interesado en su investigación. Todos éramos como cazadores
impunemente. Verlo costaba la vida. Amarlo significaba la muerte. Los enmascarados. ¿Quién era interrogado? ¿Quién respondía? Uno se volvía el
hombres cavaban fosas y se enterraban para escapar a su vista. Se decían otro. Las palabras hablaban solas. El silencio entraba en ellos, refugio
entre sí: ¿Ha pasado? Bendita la tierra que nos cubre. —¿Se me temía hasta excelente, pues nadie más que yo lo advertía.
ese punto? —El temor no le bastaba, ni las alabanzas desde el fondo del Me solicitaron: Cuéntenos cómo ha pasado todo «exactamente». —¿Un
corazón, ni una vida recta, ni la humildad en las cenizas. Y sobre todo que relato? Comencé: Yo no soy ni sabio ni ignorante. He conocido alegrías.
no se me interrogue. ¿Quién osa pensar incluso en mí?». Decir esto es demasiado poco. Les conté la historia toda entera, que ellos
Ella se encolerizaba singularmente. Me exaltaba, pero por ponerse a mi escuchaban, me parece, con interés, al menos al principio. Sin embargo, el
altura: «Usted es el hambre, la discordia, la muerte, la destrucción. — ¿Por final fue para nosotros una común sorpresa. «Después de este comienzo,
qué todo eso? —Porque soy el ángel de la discordia, de la muerte y del fin. decían, vaya a los hechos». ¡Cómo es eso! El relato había terminado.
—Bueno, le decía, con todo esto ya tenemos más que de sobra para que Debí reconocer que no era capaz de formar un relato con estos
nos encierren a los dos». La verdad es que ella me agradaba. En ese acontecimientos. Había perdido el sentido de la historia, eso ocurre en
ambiente superpoblado de hombres era el único elemento femenino. Una muchas enfermedades. Pero esta explicación sólo los volvía más exigentes.
vez me hizo tocar su rodilla: una extraña impresión. Yo le había declarado: Observé entonces por primera vez que ellos eran dos, que esta alteración en
No soy hombre que se contente con una rodilla. Su respuesta: ¡Eso sería el método tradicional, aunque se explicase por el hecho de que uno era un
asqueroso! técnico de la vista, el otro un especialista en enfermedades mentales, le
He aquí uno de sus juegos. Ella me enseñaba una porción del espacio, entre daba constantemente a nuestra conversación el carácter de un interrogatorio
el alto de la ventana y el techo: «Usted está allí», decía. Yo miraba ese autoritario, vigilado y controlado por una regla estricta. Ni uno ni otro, en
punto con intensidad. «¿Está usted ahí?». Yo lo miraba con todo mi poder. verdad, era comisario de policía. Pero, siendo dos, a causa de ello eran tres,
«¿Y bien?». Notaba saltar las cicatrices de mi mirada, mi vista se volvía y este tercero quedaba firmemente convencido, estoy seguro, de que un
una llaga, mi cabeza un agujero, un toro reventado. De repente, gritó: escritor, un hombre que habla y que razona con distinción, es siempre
capaz de contar unos hechos de los que se acuerda.
«Ah, veo la luz, ah, Dios», etc. Yo me quejaba de que ese juego me
fatigaba enormemente, pero ella era insaciable de mi gloria. ¿Un relato? No, nada de relatos, nunca más.
¿Quién te ha arrojado cristales en la cara? Esta pregunta la retomaban en
todas las preguntas. No me la proponían muy directamente, pero era la
encrucijada a la que conducían todos los caminos. Me habían hecho
observar que mi respuesta no descubriría nada, porque desde mucho tiempo
atrás todo estaba descubierto.
«Razón de más para no hablar. —Veamos, usted es instruido, sabe que el
silencio atrae la atención. Su mutismo lo traiciona de la forma menos
razonable». Yo les respondía: «Pero mi silencio es verdadero. Si se lo
MAURICE BLANCHOT (Quain, cerca de
Devrouze, Saona y Loira, 22 de septiembre de 1907
– Le Mesnil-SaintDenis, Yvelines, 20 de febrero de
2003).
Novelista y crítico, nació en 1907. Su vida está
enteramente consagrada a la literatura y al silencio
que le es propio. Estas dos escuetas frases han
acompañado durante años las ediciones francesas
de algunos de los libros de Blanchot. Se podría
añadir ahora la fecha de su muerte: febrero de 2003.
Nacido en Quain, una grave enfermedad sufrida al final de la adolescencia
le dejará secuelas para el resto de sus días y acaso marcará su carácter
frugal y retirado. En la Universidad de Estrasburgo leerá a Husserl y a
Heidegger en compañía de Emmanuel Levinas, a quien desde entonces le
unirá una íntima amistad. Vinculado durante su juventud a publicaciones
ultranacionalistas de derechas, donde verán la luz algunos de sus primeros
artículos, conoce en 1940 a Georges Bataille, con quien compartirá «el
reconocimiento de una común extrañeza» y cuya influencia será decisiva
para el decurso futuro de su obra y su orientación política radical de
izquierdas. Al tiempo de la publicación de sus primeros relatos y novelas
(Thomas el Oscuro, Aminadab), a finales de los años cuarenta,
Blanchot inicia una intensa actividad como crítico literario, textos que irá
reuniendo en sucesivos volúmenes: Falsos pasos (1943), La parte
del fuego (1949), Lautréamont y Sade (1949), El espacio
literario (1955), El libro por venir (1959), El diálogo inconcluso
(1969) y La amistad (1973). Se trata de una escritura en la que Blanchot
cuestiona permanentemente la posibilidad de la literatura, del escritor y de
la obra, en una reflexión atravesada por las nociones de lo neutro, la
soledad y la «desobra». A ésta consagrará uno de sus últimos escritos, La
comunidad inconfesable (1983), en el que se
muestra la convergencia de su pensamiento literario y político.

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