Algunas Cuestiones en Torno Al Canon
Algunas Cuestiones en Torno Al Canon
Algunas Cuestiones en Torno Al Canon
1. Caña,
vara, norma, regla, precepto, modelo, prototipo, son las acepciones de canon
que nos da el diccionario. Debiera entonces partir de que la idea de un canon
como norma, precepto o prototipo no me gusta. Que me gusta mucho más que
la literatura sea un remolino, siempre desacomodándose.... porque —como ha
dicho Lotman (1)— es siempre dialéctica la relación entre lo canonizado y lo
no canonizado en una cultura y ese movimiento permanente, hace que los que
están fuera tiendan a ocupar el centro y pugnen por insertar sus modelos
desplazando a otros que están dentro, porque no existe centro sin periferia y
"lo literario" en cada caso, tiempo y lugar, precisa de lo "no literario" para
definirse. De modo que todo canon necesita de la amenaza exterior —la
amenaza de lo no canónico— y es de ese exterior no canonizado de donde
provienen las reservas de la literatura que vendrá.
2. Presente/pasado
Un canon es una lectura del presente hacia el pasado, para decidir qué
enseñar, qué antologar, cómo hacer para que ciertos libros permanezcan vivos
y sean leídos por las generaciones que nos siguen. Lectura de lectores que nos
arrogamos la facultad de dirigir las lecturas de los demás. Retomo la
frase: para que ciertos libros permanezcan vivos y enseguida salta la paradoja,
porque lo canonizado se fija, endurece, tiende a convertirse en monumento, o
sea que en lo que respecta a la lectura como un acto irreverente (que es el
concepto de lectura que me interesa), podríamos decir que tiende a morir.
El Quijote convertido en brindis y celebraciones, del que hablaba Borges (2),
o en un libro que no necesita ser leído porque ya lo han leído por nosotros las
generaciones precedentes, como dice Raúl Dorra (3).
Horacio González (4) habla del pinchazo, Barthes (5) habla de punctum. Se
está refiriendo a fotografías, pero podría estar hablando de libros. Dice: "No
soy yo quien va a buscarlo, es él quien sale de la escena como una flecha y
viene a punzarme. En latín existe una palabra para designar esta herida, este
pinchazo, esta marca (...) a ese elemento que viene a perturbar (...) lo
llamaré punctum", dice, "pues punctum es pinchazo, agujerito, pequeña
mancha, pequeño corte, y también casualidad". Cada (buen) lector construye
su canon, más allá de lo que canonicen la academia, la escuela o el mercado.
"La gloria de un poeta depende de la excitación o de la apatía de las
generaciones de hombres anónimos que la ponen a prueba, en la soledad de
sus bibliotecas (...) Yo, que me he resignado a poner en duda la indefinida
perduración de Voltaire o de Shakespeare, creo (esta tarde de uno de los
últimos días de 1965) en la de Schopenhauer y en la de Berkeley. Clásico no
es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos, es un libro que las
generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo
fervor y con una misteriosa lealtad", dice Borges (6).
4. Fervor/lealtad
Sucede con algunos libros: abren en nosotros una grieta que no nos permite
olvidarlos. No se trata exactamente de los mejores libros, sino de aquellos que
nos disparan una flecha que, como el amor, como el amado, no flecha a todos
por igual. No atesoramos el libro mejor escrito sino aquél que, poseedor de
un punctum que lo aloja en nuestra memoria, sigue preguntándonos acerca de
nosotros mismos. Como el coleccionista que distingue una pieza única entre
tantas y la retiene para sí, cada lector arma su canon personal. Libros como
diademas excavadas en la lectura, dice Horacio González (7).
5. Canon y docencia.
6. Centro/periferia,
En la actualidad, los cánones de autores han sido sustituidos por los cánones
de obras. La Literatura Infantil, sin embargo, en un procedimiento que apenas
hace unos años ha comenzado a resquebrajarse, ha ido a la cola de ese
concepto porque ha canonizado mucho más que textos, a autores. Se trata de
un modo de canonización más peligroso, que puede convertir a un autor en
marca registrada, arrimando de un modo indiscriminado hacia la totalidad de
su obra —incluidos muchas veces textos sensiblemente menores, o una
repetición infinita de sí mismos— grandes volúmenes de compras. Canon
como proposición de un único ideal de escritura, cuando el rasgo propio,
particular y diverso, el desvío, para decirlo con palabras del poeta Nestor
Perlongher (8), es lo verdaderamente interesante en el proceso
creativo. "Tanto tiempo buscando el trazo personal, para que después quieran
que pinte como todos" , me decía hace poco Jorge Cuello (9). Así ha venido
sucediendo en la LIJ argentina: proliferación de escrituras "a la manera de"
ciertos autores ya consagrados... pléyades de escritores repitiendo sus
procedimientos hasta el punto de no poder distinguir un libro de otro y
pléyades de seguidores repitiendo hasta el cansancio temas, modismos,
recursos de escrituras que ya han obtenido un lugar y cuyas ventas están
garantizadas.
10. Variedad/uniformidad
11. Adecuación/exploración
En relación a esto, quisiera leer unas líneas sobre Carver (11), escritas por su
mujer en el prólogo a uno de sus libros de poemas, porque tienen que ver con
la exploración, con ese desacomodo interno al que me refiero, con la
dialéctica entre el propio centro y los propios arrabales: "Ray utilizó su poesía
—dice Tess Gallagher— para sacar al tigre de su escondite... (...)
...desobedecía a sabiendas las presiones que le hacían para que escribiera
relatos porque era en lo que se centraba su reputación y por lo que recibía
mayores recompensas en términos de reputación y de público. No le
importaba. Cuando recibió el premio Mildred and Harold Strauss, concedido
sólo a escritores de prosa, inmediatamente se sentó y escribió dos libros de
poesía. No estaba 'haciendo carrera'; vivía una vocación y eso significaba que
su escritura, fuera poesía o prosa, estaba ligada a unos mandatos íntimos que
insistían más y más en una aprensión crecientemente inmediata de sus
asuntos..." He traído este párrafo también para decir que se necesita tener un
sentido ético sin fisuras para sostener lo que él sostuvo y aquí se ha dicho. Y
para decir también que la ética de lo estético —la búsqueda de esa verdad
interna de escritura— es para mí (ahora que hablamos de centro y periferias)
central en un escritor y, aún más, que se trata de una construcción que lleva
toda la vida. Centro del hacer que se sostiene por la posibilidad interna de
forzar los propios límites, de explorar los linderos de la experiencia, los
propios arrabales.
12. Tradición/vanguardia
13. Literatura/Infantil
¿Qué está primero? ¿El sustantivo o el ambiguo adjetivo? ¿De qué padres
aprender? Aún cuando leo considerable cantidad de libros destinados a niños
y jóvenes, incluso mucho material inédito en mi reciente función de directora
de una colección de libros para jóvenes, desde aquellos tiempos hasta hoy, se
ha construido en mí y ha permanecido, la idea de que hay que buscar a los
padres en el campo de la literatura, sin adjetivos.
En aquellos años nuestro mundo y el mundo de todos era tanto más bipolar
que el de hoy y entonces era sencillo saber de qué lado se estaba y contra
quiénes disparábamos nuestros dardos. Ciertos autores de aquel tiempo
(ninguno de ellos ha perdurado), ciertas colecciones y editoriales (hoy todas
desaparecidas), ciertos espacios de formación, no eran para nosotros
recomendables. Más aún, en muchos casos eran de un modo franco nuestros
enemigos, pues tras los libros de escaso o nulo valor literario que escribían,
editaban o difundían, se atrincheraban posturas ideológicas que repudiábamos.
Teníamos muy en claro que había que difundir a otros autores y a otros libros,
y que había que fundar otras editoriales y revistas y, por sobre todo, que había
que construir otra calidad de mediadores. Todo (o casi todo) estaba por
hacerse y teníamos para recomendar a unos pocos escritores, cada uno de ellos
con uno, dos, no muchos más, libros publicados. Lo que a nuestro juicio era
por entonces recomendable y, casi sin excepciones, lo que perduró de los años
ochenta hasta nuestros días, lo hemos canonizado nosotros (me refiero al
conjunto de instituciones, publicaciones, congresos y editoriales que surgieron
entonces) en nuestros cursos, seminarios, campañas de lectura, revistas,
reconocimientos públicos y reseñas. Empezamos por tender un puente entre
aquel ayer apocalíptico y este hoy integrado pero luego, en aquel futuro que es
hoy nuestro presente, a veces, muchas veces, no supimos distinguir —entre
los innumerables libros editados que llegaron más tarde— aquellos libros que
podían revelarnos algo sobre nosotros mismos... de otros que eran puro papel
inútil, letra impresa incapaz de decir nada.
Debemos situar ese nacimiento del campo, nuestra inserción en ese campo, y
el fervor militante de entonces en el contexto social: fin de la dictadura,
ilusionado renacer de la democracia, primavera alfonsinista. Estábamos
construyendo algo nuevo y paralelamente estaba el mundo. No éramos un
hongo solo en medio del campo, habitábamos un contexto que reclamaba esos
nacimientos y escuchábamos a una escuela que estaba pidiendo otra cosa.
Desde ese lugar mirábamos hacia atrás ciertos modelos, la escasísima
tradición de la literatura infantil que nos precedía: Javier Villafañe, María
Elena Walsh, Syria Poletti, María Granata, José S. Tallon, Laura Devetach,
Nelly Canepari, Edith Vera, Jorge W. Abalos... —algunos con apenas un libro
publicado o incluso con copias mecanografiadas circulando por fuera de todo
mercado— conformaban para nosotros el pequeño universo modelo de este
campo literario naciente, incipiente, en los primeros ochenta. Fueron años de
militancia por el libro, por la lectura, por la literatura, años fuertemente
cargados de voluntarismo, sentido militante y grandes ideales. En ese
arremeter nuestro de entonces hacia el centro de lo instituido para generar un
nuevo canon —en el que aparecieron en escena Graciela Montes, Graciela
Cabal, Gustavo Roldán, Ema Wolf, Ricardo Mariño... entre otros, lo que
sumado a los nombres anteriores podría considerarse como el canon
fundante— dos cuestiones asomaban como grandes desafíos a resolver en el
futuro, dos cuestiones —debemos también decir— que aún están pendientes.
Una de ellas tiene que ver con el acecho de nuevas formas de un utilitarismo
que no ha cesado, apetencias didácticas no ligadas ya a los buenos modales
sino a lo que se podría llamar nobles ideales, cuestiones como la función
social de los textos, la educación en valores, la preocupación por lo que
entonces llamábamos "temas tabú". Cuestiones que persisten hoy de muchas
maneras, groseramente explícitas o de modos más sutiles, tal como lo refieren
las reflexiones hechas por Marcela Carranza en "La literatura al servicio de
los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura" publicada
en Imaginaria (14), o por Cecilia Bajour en "Abrir o cerrar mundos: la
elección de un canon", leída en noviembre de 2005 en el Seminario
Internacional "Leer con los clásicos", realizado durante la XXV Feria del
Libro Infantil y Juvenil de México (15), o ambas investigadoras en "Abrir el
juego en la literatura infantil y juvenil" (16), publicada también
en Imaginaria, o las de Claudia López sobre las "Venturas y desventuras del
canon literario en la escuela" (17), publicada en la revista La Mancha; así
como las permanentes reflexiones de Graciela Montes acerca de los mandatos
y corrales de la zona literaria que nos ocupa (18). La otra cuestión, más
mediata, imprevisible por aquellos años tiene que ver con la creación de
lectores y la promoción de la escuela como la gran compradora de libros, lo
que devino en la explosiva aparición del mercado y sus estrategias de venta:
canonización de autores más que de textos; aceptación de libros "sobre tablas"
sin decantación crítica; (más) venta de lo que se vende más, considerando las
cifras de ventas como única muestra de calidad bajo la idea de que "debe ser
bueno si a los chicos les gusta" (lo que se promociona con obsceno
merchandising...), y algo más que apareció junto a todo eso: la banalización de
la figura del escritor contratado para ir a las escuelas con el objeto de llevar a
cabo una suerte de "animación de sí mismo" que, si en un comienzo tenía el
buen propósito de provocar un encuentro con los lectores, a menudo termina
convirtiéndose en una acción que en lugar de llamar la atención sobre el libro,
lo reemplaza.
En fin, que un campo debe sostenerse por varias puntas: los estudios
académicos, la rigurosidad del aparato crítico, la formación lectora de
docentes bibliotecarios y otros mediadores, la ética estética de los creadores,
la capacidad de riesgo de los editores. Me parece que buena parte de lo que ha
sucedido en términos de gran circulación de tantos libros pobrísimos en la LIJ
de nuestro país, tuvo que ver con la —por lo menos hasta hace unos años—
escasa o nula existencia de espacios de investigación y crítica y con el
corrimiento de un modo de lectura alerta en las legiones de mediadores,
formadores, maestros, bibliotecarios, coordinadores de talleres y técnicos de
programas y campañas de lectura, lo que dejó a los grandes grupos editoriales
el campo bastante libre en eso que podríamos llamar la conquista de la
escuela.
Lectura alerta, me digo. Alerta al pinchazo del que habla Horacio González o
al punctum de Barthes, a eso que se produce cuando no lo esperamos, cuando
olvidados de los destinatarios para los que podría llegar a ser "apropiado"
leerlo, olvidados de su posible utilidad en clase e ignorantes de su eficacia
para enseñar tales o cuales cosas, olvidados también de lo que estábamos
buscando en él, el libro que tenemos en las manos nos hiere, deja escapar una
flecha que nos punza y nos perturba. Libro que cuando nos llega es pequeña
mancha, agujerito y también casualidad, alegría de haber sido flechados,
ignorando el después, el sin más y el para qué, olvidados también de eso que
debíamos hacer: escribir unas líneas sobre los problemas del canon.