El Cuerpo Relicario PDF

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VALOR DISCURSIVO

DEL CUERPO
EN EL BARROCO HISPÁNICO
VALOR DISCURSIVO
DEL CUERPO
EN EL BARROCO HISPÁNICO
Rafael García Mahíques, Sergi Doménech García, eds.

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
DIRECCIÓN
RAFAEL GARCÍA MAHÍQUES (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA)
RAFAEL ZAFRA MOLINA (UNIVERSIDAD DE NAVARRA)

CONSEJO EDITORIAL
BEATRIZ ANTÓN MARTÍNEZ (UNIVERSIDAD DE VALLADOLID), ANTONIO BERNAT VISTARINI (UNI-
VERSITAT DE LES ILLES BALEARS), PEDRO CAMPA (UNIVERSITY OF TENNESEE AT CHATANOOGA), JAIME
CUADRIELLO (UNAM - MÉXICO), JOHN T. CULL (COLLEGE OF THE HOLY CROSS - WORCESTER), PEDRO
GERMANO LEAL (UNIVERSIDADE FEDERAL DO RIO GRANDE DO NORTE - NATAL), DAVID GRAHAM
(CONCORDIA UNIVERSITY - MONTREAL), VÍCTOR MÍNGUEZ CORNELLES (UNIVERSITAT JAUME I), JESÚS
UREÑA BRACERO (UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA).

SECRETARÍA
SERGI DOMÈNECH GARCÍA (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA).

ASESORES CIENTÍFICOS
IGNACIO ARELLANO AYUSO (UNIVERSIDAD DE NAVARRA), CHRISTIAN BOUZY (UNIVERSITÉ BLAISE
PASCAL), CÉSAR CHAPARRO (UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA), PETER DALY (MCGILL UNIVERSITY),
AURORA EGIDO (UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA), JUAN FRANCISCO ESTEBAN LORENTE (UNIVERSIDAD
DE ZARAGOZA), JESÚS Mª GONZÁLEZ DE ZÁRATE (UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO), VÍCTOR INFANTES
DE MIGUEL (UNIVERSIDAD COMPLUTENSE), GIUSEPPINA LEDDA (UNIVERSITÀ DI CAGLIARI), SAGRARIO
LÓPEZ POZA (UNIVERSIDADE DE A CORUÑA), JOSÉ MANUEL LÓPEZ VÁZQUEZ (UNIVERSIDAD DE
SANTIAGO DE COMPOSTELA), ISABEL MATEO GÓMEZ (CSIC), JOSÉ MIGUEL MORALES FOLGUERA
(UNIVERSIDAD DE MÁLAGA), ALFREDO J. MORALES MARTÍNEZ (UNIVERSIDAD DE SEVILLA), PILAR
PEDRAZA (UNIVERSITAT DE VALÈNCIA), FERNANDO R. DE LA FLOR (UNIVERSIDAD DE SALAMANCA),
BÁRBARA SKINFILL (EL COLEGIO DE MICHOACÁN).

Edición patrocinada por:

© Los autores, 2015


© De esta edición: Universitat de València, 2015

Coordinación editorial: Rafael García Mahíques


Diseño y maquetación: Celso Hernández de la Figuera
Cubierta:
Imagen: San Miguel, Alessandro Algardi. Alba de Tormes, Convento de la Anunciación.
Diseño y composición: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9853-1
Depósito legal: V-2870-2015

Impresión: Guada Impresores, S.L.


Índice
Presentación.................................................................................................. 7

I.
el cuerpo, imagen de lo intangible

La corporeidad aérea de los ángeles, Rafael García Mahíques..............................11


Imágenes y significados del demonio serpentiforme en el tipo iconográfico
de San Miguel combatiente, Enric Olivares Torres.................................. 31
Ángeles, mártires, confesores y vírgenes. De lo trascendental a lo físico. De
lo matérico a lo divino, Pilar Roig Picazo, José Luis Regidor Ros, José
María Juan Baldó, Lucia Bosch Roig........................................................ 49
Pulsiones, afectos y deseos. Las imágenes-reliquia de Cristo y las expectativas
en la modernidad, Sergi Doménech Gracía................................................ 59
Lo oculto y lo visible: el Santo Sudario de la Catedral de Puebla de los Án-
geles, México, Pablo F. Amador Marrero, Patricia Díaz Cayeros............... 73
Maior caelo, fortior terra, orbe latior: el cuerpo de María, contenedor de la divini-
dad, Carme López Calderón...................................................................... 87
La insoportable levedad del aire: cuerpos sin carne y vanitas neobarroca, Luis
Vives-Ferrándiz Sánchez........................................................................ 101
No hay Fortuna sin Prudencia, María Montesinos Castañeda......................... 113
La «Rappresentatione di anima, et di corpo», un discurso retórico y audiovisual so-
bre la dualidad del ser humano a inicios del siglo XVII, Candela Perpiñá
García.................................................................................................... 121
Retratando demonios: exorcismos en el arte barroco, Hilaire Kallendorf....... 141

II.
pasiones y deseos.
el cuerpo como espejo de las emociones

Cargado el cuerpo de vicios… Catequesis, iconografía y emblemática en torno


al sexto mandamiento, José Javier Azanza López....................................... 155
A Iconografia do Corpo Profano: uma breve introdução aos significados da
figura humana e suas partes em repertórios iconográficos do Renasci-
mento e Barroco, Pedro Germano Leal................................................... 173
El cuerpo de los mártires y la visión simbólica del dolor, V. F. Zuriaga Senent........... 183
La representación del pecado de lascivia contra la naturaleza y de otros vicios
a través de actos y afectos, José Manuel B. López Vázquez......................... 197
El ciclo de Los Sentidos de José de Ribera: el carácter del individuo, MªVictoria
Zaragoza Vidal....................................................................................... 213
Índice

III.
el cuerpo, modelo en el discurso salvífico
6
Medida del corazón teresiano, Fernando Moreno Cuadro............................. 227
Teatralidad del Barroco místico: los efectos de la música sobre el cuerpo en
éxtasis, Cristina Santarelli..................................................................... 247
Cubrir el cuerpo y transformar el alma. La conversión y la penitencia de
María Magdalena en la pintura barroca y el cine, Elena Monzón Pertejo. 265
La «adopción» de los santos: ejemplos valencianos amparados por los «Falsos
Cronicones», Andrés Felici Castell......................................................... 277
«El santo que domó su cuerpo». La serie de la vida de san Agustín en Ante-
quera (Málaga), Reyes Escalera Pérez..................................................... 291
Imágenes del sufrimiento de Job en una serie de sermones novohispanos del
siglo xvii, Cecilia A. Cortés Ortiz........................................................... 307
El cuerpo relicario: mártir, reliquia y simulacro como experiencia visual,
Montserrat A. Báez Hernández............................................................. 323
Devotional dressed sculptures of the Virgin: decorum and intimacy issues,
Diana Rafaela Pereira............................................................................ 335

IV.
el cuerpo, las élites y el poder

Una Galería de Príncipes. Del glifo como definición de lo corporal en el


retrato barroco indiano, Jesús María González de Zárate........................ 351
La imagen de la monarquía hispánica a través de la fiesta en la ciudad de
Nápoles, José Miguel Morales Folguera................................................. 375
Ordenados por Dios a través de su Espíritu. Tipos iconográficos de la orde-
nación presbiteral: de la imposición de manos a la traditio instrumentorum,
Pascual Gallart Pineda........................................................................... 395
El obispo Juan José de Escalona y Calatayud: refiguración desde las entrañas,
Mónica Pulido Echeveste....................................................................... 409
Heroínas suicidas: la mujer fuerte y la muerte como modelo iconográfico en
el Barroco, Inmaculada Rodríguez Moya................................................ 423
Cuerpos contrahechos en la corte del rey enfermo. Enanos y gigantes en el
pincel de Carreño de Miranda (1670–1682), Teresa Llácer Viel.............. 439
Retrato y fama: los Ilustres valencianos de Nuestra Señora de La Murta de
Alzira, Cristina Igual Castelló............................................................... 453
EL CUERPO RELICARIO: MÁRTIR, RELIQUIA 323
Y SIMULACRO COMO EXPERIENCIA VISUAL

Montserrat A. Báez Hernández


Universidad Nacional Autónoma de México

La concepción cristiana consideraba que el cuerpo, aunque primordial en el


plan de salvación, era el principal móvil del pecado por estar sujeto a lo
pasional y lo terrenal. Así, el cuerpo como «abominable revestimiento del alma»
según san Gregorio Magno (Le Goff, 1995: 18) debía ponerse al servicio de Dios
a través de la penitencia, el ayuno, el castigo o el suplicio en defensa de la fe, para
que se transformara en testimonio de lo divino. De este modo se consideraba que
los cuerpos de los santos al morir, conservaban la gracia divina y las virtudes que
habían poseído durante su vida, condición especial que se manifestaba a través de los
milagros que obraban sus restos, convertiéndose en fuente de vida y receptáculo de
lo sagrado (Gélis, 2005: 84).
La reliquia, del latín reliquiae, es la continuación de la veneración a los santos, la
prueba de su presencia en la tierra y el medio por el que manifestaban su santidad a
través de milagros y efluvios sanadores. De este modo, sus restos corpóreos y perte-
nencias se convertían en objetos codiciados ya que poseerlos equivalía a ser acreedor
de beneficios físicos y espirituales, lo que los hizo sujetos de disputas, robos y falsi-
ficaciones. Para el común de la gente las reliquias era la continuación tangible de la
presencia de los santos en este mundo (Geary, 1994: 219) el puente entre el mundo
espiritual y el terrenal.
Para conservar, exhibir y trasladar las reliquias se utilizaron los relicarios. Sus
formas se han modificado dependiendo del periodo de su producción y de las ne-
cesidades de la sociedad que veneró las reliquias contenidas en ellos, por ejemplo
las urnas-relicario de la Edad Media, los bustos del Renacimiento y otras variantes
como ostensorios, lipsanotecas, altares-relicario, cajas, etc. Dentro de todas estas va-
riantes destaca el cuerpo relicario (Sánchez Reyes, 2004: 241), un objeto escultóri-
co creado para resguardar las osamentas consideradas como pertenecientes a santos
mártires que fueron extraídas de las catacumbas romanas entre los siglos XVI y el
siglo XIX. A diferencia de otros relicarios cuyas fomas están determinadas por fun-
Montserrat A. Báez Hernández

324

Fig. 1. San Satrapio. Basílica Catedral de Puebla de los Ángeles, México. S. XIX.

ciones como la exhibición, el resguardo y la transportación de la reliquia, el cuerpo


relicario reproduce la imagen de un cuerpo humano completo en posición yacente,
configuración que le permite ser sujeto de lecturas más allá de su aspecto funcional
como recipiente de restos santos. Si la función asignada a una imagen está relacionada
con su forma y su apariencia (Gombrich, 2011: 7), la intencionalidad tras la creación
de éstos relicarios escultóricos encierra un discurso construido para dar un mensaje
al espectador, utilizando recursos que van desde la manera de representar al cuerpo y
la integración de las reliquias en él, hasta los materiales de elaboración y los atributos
que lo acompañan [fig. 1].

LOS MÁRTIRES DE CATACUMBA

Para el cristianismo es llamado mártir (del latín martyr) todo aquel que padeció
en defensa de su fe y dio testimonio de ella a través de su muerte. Su martirio se con-
sideraba la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz y por ello fue considerado
como el santo con la muerte más gloriosa. Además del símil con la muerte de Cristo,
su prototipo provenía de la imagen del Dios víctima que se sacrificó para que sus
hijos quedaran liberados de la esclavitud (Rubial, 2011: 171). Aunque a lo largo de
la historia del cristianismo existieron diversos periodos en los que se persiguió a sus
adeptos, fueron las víctimas del Imperio Romano o mártires de los primeros siglos,
quienes sirvieron para establecer el modelo idealizado del mártir que exaltaba la intre-
El cuerpo relicario

pidez, voluntad, paciencia y nobleza además de su triunfo sobre la muerte (González


Fernández, 2000: 167).
El nacimiento de la veneración a las reliquias de los mártires está asociado a los lu-
gares de enterramiento de los cristianos de los primeros tiempos, las catacumbas. Estas 325
galerías subterráneas eran utilizadas como lugares de reunión con derecho de asilo,
pues el derecho romano tenía prohibido el contacto con los muertos y le otorgaba
carácter de inviolable a cualquier sepultura, con independencia del credo religioso.
Los datos más antiguos de culto en estos subterráneos corresponden al pontificado
del Papa san Ceferino, alrededor del año 199. Las catacumbas importantes se con-
centraban en vías como la Vía Salaria Nueva o la Vía Appia Antica y destacan las de
San Calixto, San Sebastián, Domitila, Priscila, Santa Inés, San Lorenzo, San Pancracio
y santos Marcelino y Pedro. El nombre lo tomaban de los propietarios originales o
adoptaban los nombres de los mártires más célebres enterrados en ellas.
Las catacumbas romanas, tras su caída en desuso en torno a la segunda mitad del
siglo VI, permanecieron ocultas por un largo periodo, hasta que en 1578 un derrumbe
de tierra que se produjo en la Vía Salaria, descubrió el Cementerio de los Jordanes,
confundido en inicio con el Cementerio de Priscila (Mâle, 2002: 216). Aunque otro
derrumbe volvió a sepultar estos subterráneos, se redescubrieron otras vías catacum-
bales y cementerios que comenzaron a estudiarse por medio de expediciones ar-
queológicas. Autores como Antonio Bosio, Pauli Aringhi, Marco Antonio Boldetti,
Giovanni Gaetano Bottari, Leonardo Adami y Giovanni Battista de Rossi, entre otros,
publicaron entre 1634 y 1850 extensas obras dedicadas a describirlas en el aspecto
histórico, arquitectónico y arqueológico.
A la par del estudio de las vías catacumbales y sus características arquitectónicas
y arqueológicas, se empezaron a excavar los lóculos contenidas en ellas, las cuales se
interpretaron como tumbas de mártires de los primeros siglos del cristianismo. Esta
abundancia de osamentas propició su invención como reliquias de santos mártires, lo
que generó diversas discusiones acerca de su autenticidad. Para determinar qué restos
pertenecían a santos mártires se fundó en 1667 la Sagrada Congregación de Indul-
gencias y Reliquias y a un año de su creación se promulgó el decretó del 10 de abril
del 1668 que determinaba los signos para reconocer la tumba de los mártires, los signa
martirii (Bouza, 1990: 247), o signos del martirio: palmas, palomas con palmas en el
pico, vasos con sangre y dentro del féretro, tenazas, plomadas y otros semejantes ins-
trumentos de tortura, así como las inscripciones con el nombre del mártir (Boldetti,
1720: 243). Aunque el decreto ayudó a estandarizar la identificación de tumbas de
mártir en las catacumbas, la problemática surgía nuevamente si estaba ausente uno o
más de estos elementos, por lo que la Sagrada Congreación concluyó que la palma
y el vaso con sangre debían tomarse como indicios certeros (Boldetti, 1720: 239). El
vaso de sangre, el principal atributo martirial por considerar que en él se guardaba
tierra o telas embebidas en la sangre del martirio, posee numerosas denominaciones
dependiendo del autor [fig. 2]. Antonio Bosio: ampolle di vetro, vaso di vetro co’l sague
y vaso de terra co’l sague. Pauli Aringhi: vas vitreum cum sanguine, vascula vitreum cum
Montserrat A. Báez Hernández

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Fig. 2. Vas sanguinis. Basílica Catedral de Puebla de los Ángeles, México. S. XIX.

sanguin, cruore vascula, vas sanguinis, vas sanguine, vas cruoree y vaso sacro cruore. Marco
Antonio Boldetti: vaso di sangue, vas sanguine, vitra sanguinis, vas illorum sanguine tinctus
y bicchieri tinti di sangue; por último Leonardo Adami: vaso tinto di sangue y vaso del
sangue. Esta variedad de términos es estandarizada por la Sagrada Congregación de
Ritos con el nombre vas sanguinis, leyenda que en lo sucesivo portará este elemento
acompañante de los cuerpos relicario.
Una vez extraídas las osamentas de catacumba, desde el siglo XVI hasta el siglo XIX,
todos los países católicos se beneficiaron de la circulación de estas reliquias, aunque
Italia fue el principal destinatario de este tráfico piadoso (Gélis, 2005: 94). Países como
Francia, España, Suiza, Alemania, Portugal, etc. también recibieron osamentas completas
extraídas de las catacumbas romanas, sin dejar atrás a los países católicos de América:
Argentina, Brasil, Cuba, Chile, Guatemala, México, Perú y Uruguay entre otros.
La donación de estas reliquias se efectuaba través de solicitud directa al Vaticano
por iniciativa propia o por obsequio del pontífice. Dada la calidad de las osamentas
como reliquias insignes, solo podían solicitarlas «príncipes y personas ilustres» (Bol-
detti, 1720: 241). Una vez hecha la donación y para asegurar la autenticidad de una
reliquia, el Vaticano emitía un documento oficial conocido como auténtica, en ella se
incluía el año y el cementerio de donde fue extraída la osamenta, Papa que ordenó
la extracción, fecha de donación y en ocasiones el nombre de la persona a quien
fue donada. A partir de 1672 la distribución de cuerpos relicario fue regulada por el
cardenal vicario de Roma a través de la Custodia de Santas Reliquias, y la sacristía
del sumo Pontífice (Carbajal, 2013: 243), por ello las auténticas debían estar firmadas
El cuerpo relicario

por el vicario de Roma y acompañadas de las condiciones de veneración en capilla


u oratorio reguladas por la Sagrada Congregación de Ritos por decreto del 11 de
agosto de 1691. Una vez que el cuerpo relicario arribaba a su lugar origen, tenía lugar
una ceremonia de reconocimiento por parte del obispo con el objetivo de verificar 327
los datos de la auténtica y ponerlo a pública veneración.

CARACTERÍSTICAS VISUALES

La osamenta del mártir de catacumba, durante el siglo XVII, se entregaba en


composiciones ornamentales, vestida con tejidos preciosos, en relicarios plateados o
dorados cerrados con cristales (Burkardt, 2009: 85). A partir del siglo XVIII y con
generalidad en el XIX, se entregaban «reconstituidos» en cera: simulacro e cera confecto
vestibus sericis (Bouza, 1990: 228). La osamenta se acompañaba de tres elementos: vas
sanguinis, lápida (en alguno casos) y auténtica. El primero le otorgaba identidad como
mártir, el segundo daba a conocer su nombre propio (si lo poseía) y el tercero era el
documento oficial que avalaba la autenticidad y la donación de las reliquias.
De acuerdo a su calidad como mártires, los cuerpos relicarios eran acompañados
por elementos que además de servir como ornamentos, son atributos comunes que el
cristianismo ha determinado para identificar a todos los que padecieron la muerte en
defensa de la fe. El primero es la palma del martirio, la planta que representa el triunfo
de la vida ante la muerte; el segundo es la corona de laureles, símbolo de la victoria y
usada en la antigüedad como corona triunfal; en el caso de las mujeres y niños la co-
rona podía ser de flores como rosas o azucenas como recompensa divina que también
hacían referencia a la pureza. Generalmente se presentaban en posición yacente con
los miembros extendidos al interior de urnas, salvo los de tipo «durmiente» típicos
de la Campania en Italia, los cuales se encuentran recargados sobre un brazo o en
posición sedente. La idealización del mártir, como si fuera contemplado en la tumba
tras ser enterrado recientemente, determina también la dirección en que se presenta
al espectador, inclinando el cuerpo ligeramente de manera que se aprecie el rostro.
La posición de las reliquias varía de un ejemplar a otro, determinado principal-
mente por la cantidad o calidad de fragmentos óseos que poseían. No todos los
cuerpos relicarios resguardan osamentas completas, dato que también era incluido en
las auténticas con la leyenda sacrus corpum fractum, en caso de poseer únicamente frag-
mentos. Las reliquias exhibidas en los cuerpos relicario corresponden generalmente
a huesos grandes en brazos, piernas o cráneo, incluyendo también huesos pequeños
como los de pies y manos. Existe también la variante de que el cuerpo relicario tenga
un receptáculo en el pecho donde se acumulan las reliquias, visibles a través de una
ventana realizada para tal efecto.
Un elemento primordial es la marca simbólica del martirio que indica al espec-
tador una muerte violenta. Esta marca funge únicamente como indicio y no debe
interpretarse como la herida que en realidad generó la muerte al mártir. Su posición
Montserrat A. Báez Hernández

328

Fig. 3. Detalle de fragmentos de hueso en los dedos de san Satrapio. Basílica Catedral de Puebla de los Ángeles,
México. S. XIX.

está relacionada con la cabeza y suele encontrarse a manera de corte en la frente o


garganta con un ligero sangrado. Además de esta herida simbólica, el mártir en el
cuerpo relicario no posee más signos de violencia, se trata de un cuerpo higienizado
permanentemente suspendido en un momento de la muerte anterior a la putrefac-
ción y el deterioro [fig. 3].
La vestimenta de los mártires, por haber entregado su vida en nombre de Cristo,
debía representar nobleza y riqueza, a manera de recordatorio del valor de su sacrifi-
cio. Pauli Aringhi señala en uno de los apartados de Roma Subterranea, lo referente a
las vestimentas halladas en los lóculos: maginificis vestimentis, vestibus pretiosis (Aringhi,
1651: 126). El primer tipo de vestimenta para el cuerpo relicario es el de soldado
romano, que reforzaba su calidad simbólica como soldado de Cristo defensor de la fe,
Christi milites. La vestimenta militar solía ser complementada con un escudo, casco,
espada y era referida en las auténticas como Nobilium Militum Romanorum indutum o
vestido «a la heroica» (Bouza 1990: 178). El segundo tipo de vestimenta masculina co-
rresponde al modelo de civil noble romano. La indumentaria consta de una túnica, y
debajo de ésta, un par de pantalones cortos llamados braccae, el atuendo es completado
por un pallium que se recoge a un costado señalado en las auténticas como Nobilium
Romanorum indutum. Para las mujeres, la vestimenta presenta ligeras variantes, pues
las caracteriza como matronas romanas. La indumentaria se compone de una túnica
larga, palla y stola, prenda que solía ir ricamente adornada, las auténticas señalaban a
las mujeres Nobilis vestibus.
El cuerpo relicario

EL CUERPO RELICARIO: UN RELICARIO ELOCUENTE

La representación de los mártires y sus martirios en imágenes, ampliamente acon-


sejado en la tratadística de pintura generada tras el Concilio de Trento, servía para 329
ilustrar las muertes ejemplares de los cristianos de los primeros tiempos y a través de
ellas, conmover al fiel y provocar en él piedad y contrición. Las imágenes de los már-
tires podían ser de dos tipos: el martirio, y el mártir glorificado con los símbolos de
su triunfo ante la muerte, la palma y la corona. En las escenas y estampas de martirio
se privilegiaba la imagen de los cuerpos violentados, pues mientras más encarnizados
eran los tormentos, más fuerte era el mensaje para los fieles. El segundo tipo es una
imagen idealizada que ya no muestra los sufrimientos corporales, sino la glorificación
del alma y el cuerpo purificado sin marcas de violencia, semejante al cuerpo de Cristo
resucitado, que sólo muestra las llagas simbólicas de su Pasión. Esta síntesis iconográf-
ica es primordial para entender la representación del mártir en el cuerpo relicario,
pues corresponde al segundo tipo: un cuerpo higienizado y glorificado, libre de las
marcas violentas del martirio.
La imagen del mártir lo hacía presente ante los devotos para que tuvieran oportu-
nidad de proyectar sus necesidades y ruegos, por lo que también podía estar revestida
del mismo valor simbólico que la reliquia. Aunque la materialidad del cuerpo de los
mártires era patente en sus restos, representarlos por medio de una imagen les daba
un rostro, un cuerpo y una presencia más allá de los límites físicos de su existencia
humana e histórica que le permitía ser móvil y accesible a los destinados a recibir su
mensaje.
Hans Belting señala que las conexiones entre imagen y reliquia eran muy diversas,
sobre todo en los casos en que ambas se unían en una misma manifestación plástica
(2010), pues frecuencia se afirmaba de las imágenes lo mismo que de los santos y sus
sepulcros: que concedían gracias y milagros, curaban enfermos e inclusive rezumaban
aceites curativos (2009: 86). Estas «imágenes milagrosas» iban a encontrar su punto
máximo de expresión en las imágenes que contenían reliquias, pues las primeras le
devolvían a las segundas el cuerpo material perdido por la putrefacción y el tiempo.
Si una escultura se convertía en relicario al recibir restos santos, se potencializaba el
poder de la reliquia a través de la imagen.
El cuerpo relicario parece ser heredero de esta asociación entre escultura y reliquia
pues une en un mismo objeto ambos elementos, por lo tanto puede ser clasificado
como un «relicario elocuente» (Belting, 2009: 399). A diferencia de los relicarios en
forma de caja, ostensorio o templete que mostraban al devoto los restos santos como
fragmentos separados de un cuerpo y por lo tanto de una imagen humana, el cuerpo
relicario muestra permanentemente al mártir a través de provisto aún de humanidad
por medio de la imagen de su cuerpo muerto.
Francisco Pacheco, citando a Francisco de Medina, explica que existen tres géne-
ros de cuerpos: naturales, artificiales y aquellos que se forman con el pensamiento y
consideración del alma: respecto a los artificiales, señala que son «casi infinitos, segun
Montserrat A. Báez Hernández

es casi inifinita la variedad de artífices que los forman» (1649: 2). De acuerdo con la
definición anterior, el cuerpo relicario al ser formado por un artífice es un cuerpo
artificial y a su vez, un simulacro: «un objeto hecho, que si bien puede producir un
330 efecto de semejanza, al mismo tiempo enmascara la ausencia de modelo con la exage-
ración de su hiperrealidad» (Stoichita, 2006: 12). La definición de simulacro también
denota la ausencia de modelo: el mártir anónimo se «inventa» se le da una cara, un
gesto y una corporeidad a través de un material tangible.
La cera, el principal material con que fueron elaborados los cuerpos relicario, se
consideraba el material de las semejanzas y por sus virtudes figurativas usualmente
era considerada prodigiosa, un material mágico, casi vivo y por lo tanto inquietante
(Didi-Huberman). El cristianismo también conoció las implicaciones de este material
y lo asoció a la carne de Cristo dada en sacrificio para la salvación de la humanidad
(Bazarte, 2008), llamada por Didi-Huberman «carne para el creyente» o «carne litúr-
gica» incluía los Agnus Dei, las esculturas de los santos elaboradas en cera y los cirios
pascuales. En el caso del cuerpo relicario, la cera fue utilizada por sus características
análogas a la carne humana en la búsqueda de hiperrealidad, pues al presentar al de-
voto cuerpos de cera realistas que resguardaban los huesos de un mártir, se generaba
un «shock» que sobrepasaba los límites del simbolismo (Didi-Huberman, 2008). Es
importante señalar que en las auténticas se incluía el término simulacro asociado a la
cera, por lo que se deduce que su función era, efectivamente, imitar la carne huma-
na con la textura análoga de la cera. Como ejemplos tenemos a san Silviniano en el
convento de San Pelayo de Antealtares de Santiago de Compostela, España, que fue
entregado simulacro e cera confecto vestibus sericis (Bouza, 1990: 228) o san Feliciano en
la Iglesia de Santa María del Mar de Barcelona: corpus repositum suit in simulacro instar
figurae ex cer confecto (1845) [fig. 4].
Para el devoto, la acción de observar al cuerpo relicario podría definirse como
«privilegio de la mirada» (Stoichita, 1996) al presentar un momento en el que no se
podía estar presente, pues la vista del mártir al interior del lóculo era físicamente im-
probable. Esta experiencia es comparable a una visión extática, pues hace participar al
espectador del acto de visión. La colocación de estos relicarios en urnas, usualmente
ocultas en el interior de altares tras antipendios o cortinas, aunque obedecía a la re-
comendación litúrgica de ser decentemente ocultos (Borromeo, 2010: 33) ayudaba a
confirmar su carácter de «privilegio de la mirada», pues el mantenerlos ocultos creaba
un aura y transformaba la simple visibilidad de la figura en su epifanía, en la aparición
ritualizada de la persona objeto de culto (Belting, 2009: 114). La imagen del mártir
revestida de realismo debía entenderse a la luz de una promesa de Resurrección
antepuesta a la triste evidencia de los despojos mortales (Stoichita, 1996: 61).
El cuerpo relicario

331

Fig. 4. Detalle del rostro de san Satrapio y Auténtica. Basílica Catedral de Puebla de los Ángeles, México. S.
XIX.

CONSIDERACIONES FINALES

El cuerpo relicario como objeto escultórico destaca por representar el cuerpo de


un mártir anónimo higienizado y glorificado tras haber padecido el martirio, con un
gesto ambiguo entre muerte y somnolencia, que algunos autores han identificado con
el somno pacis (Sánchez Reyes, 2010: 243). Este cuerpo artificial, simulacro del cuerpo
de un mártir, es a la vez una imagen que parece viva y cuyo sufrimiento reflejado en
forma de heridas producto de su martirio, provoca empatía (2009: 270) y mueve la
piedad del devoto, que se conmueve ante esta imagen sensible que posee un recorda-
torio del martirio por el que obtuvo la gloria.
El cuerpo relicario es un relicario elocuente, una vía material para transmitir un
mensaje de redención de la carne por medio a través de un cuerpo martirizado, pero
higienizado ya libre de la violencia del martirio y que testimonia la gloria al que fue
merecedor por medio de los atirbutos que lo acompañan. Se trata de un simulacro,
pues posee una forma humana artificial fabricada con cera, un material análogo a la
carne humana que permite la verosimilitud. La recreación artificial de la carne del
mártir que se complementa al contener sus reliquias: osamentas completas o frag-
mentos de hueso, es un puente visual entre el devoto y el mártir anónimo, con quien
puede identificarse a través de su imagen humana.
Montserrat A. Báez Hernández

BIBLIOGRAFÍA

Aringhi, P. [1671]. Roma Subterranea Novissima, in qua Antiqua Christianorum et Pra-


332 ceipue Martyrum Coemeteria, Tituli, Monimenta, Epitaphia, Inscriptiones, Ac Nobiliora
Sanctorum Sepulchra, Tribus Libris Distincta, Fideli enarratione pariterac Graphicis Iconi-
bus, ceu gemina face illustrantur; plurimaeque inde ResEclesiasticae declarantur: ex abfolu-
tissimo Opere Pauli Aringhi In han portatilem formam concinnata, com Indice Capitum &
Rerum Exactisimo, Arnhemoae, Apud Joan Friedericum Hagium.
Bazarte Martínez, A. [2008]. «Cuando la cera se humanizó para el estudio de
la anatomía» en Revista Tiempo y Escritura, 15, México, Universidad Autónoma
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Epitaffi, che vi suno: Del significato delle dette Immagini, e Geroflifici. De Riti funerali in
sepellirvi y Defonti.De SS Martiri in essi riposti, o martirizanelle vie circonvicine. Delle cose
memorabili, sacre e profane, cherano nelle medesime Vie; e d’altre notabili, che rappresentano
lo stato della Primitiva Chiesa: L’angustie, che patinel tempo delle persecuzioni: Il fervore de
primi Cristiani. Et veri, ed inestimabili tesori, che Roma tiene rinchiusi sotto le sue Cam-
pagne. Compita, Dispota & Accresciuta dal P. Giovanni Severandi Da S. Severino, Sacerdote
Teologo della Congregazione dell’Oratorio di Roma, Roma, Nella Librería de Michel
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