Alianzas Andinas
Alianzas Andinas
Alianzas Andinas
CUSCO – PERÚ
2018
Ordinariamente se ha estimado que la Conquista
del Perú acabó con la ejecución de Atao Huallpa; y
así se enseña todavía. Pero no existe afirmación más
falsa. Cuando el Inca fue agarrotado en
Cajamarca, las guerras de los conquistadores contra
los caudillos indígenas no se habían iniciado aún.
En efecto, fue solo con el anuncio de la ejecución de
aquel monarca que sus generales, muerto ya su
señor –liberados por tanto de toda promesa de
pasividad-, empezaron las campañas militares
contra los cristianos. Se iniciaron entonces las
cruentas guerras de la Conquista del Perú; luchas en
las cuales el español tuvo siempre a su lado a
decenas de miles de indios aliados. Prolongado
proceso heroico de cien batallas hasta hoy ignoradas
por nosotros. Gloriosa resistencia que nos
enorgullece con varios triunfos incaicos sobre las
armas hispánicas. Épicas campañas en las cuales se
formó un audaz pelotón de caballería peruana y
una elemental arcabucería incaica. Larga lucha
que solo habría de cerrarse con el asesinato de
Manco Inca en las montañas de Vilcabamba la
Vieja.
LAS ALIANZAS ANDINAS
Nos situamos en 1533. Después de la caída de Atahualpa, el siguiente objetivo de los
colonizadores fue apoderarse del Ombligo del mundo: El Cusco, al salir de Cajamarca,
el ejército español, conformado por pizarristas y el hijo de Huayna Capac, Tupac
Huallpa, nombrado por Pizarro como el nuevo soberano incaico para no perturbar
los intereses del extranjero, marcharon hacia los andes.
Durante su paso el Valle del Mantaro, establecieron alianzas con las huancas, que
escogieron apoyar a los españoles para liberarse del sojuzgamiento de los quechuas.
Mientras tanto el otro hijo de Huayna Capac, Manco Inca, que fue encarcelado por
Hernando Pizarro, sabia de la codicia que tenían los españoles por el oro y por la
plata. Haciendo uso de su astucia, los engaño para escapar.
Aunque sus ganas de expulsar a los españoles del Cusco con algunas decenas de miles
de incas fueron admirables, no logro con su cometido.
En 1536, en medio de un combate épico, Hernando Pizarro recupera el control de la
fortaleza de Sacsayhuaman y con ello, el Cusco.
Estos en su mayoría eran huancas, los Chachapoyas y las tribus cañaris. Los mismos
no solo apoyaron a tumbarse al imperio Inca, también contribuyeron en el control de
las extensas chacras del virreinato cual auxiliar sirviente. Además, por varios años
estuvieron exentos de pagar tributo a la Corona Española en recompensa de su
alianza en contra de los hijos del Sol.
Los cañaris, que en la actualidad, se encuentran en Ecuador, fueron un grupo de
nativos que vivian en la selva. Durante la época incaica, fueron subyugados por
Huayna Capac y Atahualpa tras varias guerras.
Los Chachapoyas, conocidos como los guerreros de las nubes, no tenían algún
parecido étnico inca. Aunque suene increíble los Chachapoyas eran de piel blanca y
talla mayor que los hombres andinos. Resistieron buen tiempo contra los incas, pero
finalmente fueron vencidos, nunca conquistados porque al poco tiempo llegaron los
españoles que se apoderaron de las ciudades.
También se encuentran los Huancas y los Chancas. A pesar de que los Chancas habían
intentado conquistar el Cusco varias veces, nunca lo lograron. Fue Pachacutec quien
arraso con todos los pueblos Chancas que se cruzaban a su paso. Y pensar que alguna
vez ambas culturas (Incas y Chancas) establecieron la paz que dijeron mantener por
la eternidad, hasta que los españoles se separaron.
RESISTENCIA INCAICA ATAHUALLPISTA
La resistencia incaica propiamente dicha tuvo tres fases claramente definidas. La
primera se inició inmediatamente después del asesinato del Inca Atahuallpa,
perpetrado por orden de Pizarro, tras una farsa de juicio, el 26 de julio de 1533.
Atahuallpa, que desde su prisión ordenara la muerte de Huáscar, fue acusado de
tramar un golpe contra los españoles en Cajamarca, lo cual pudo ser cierto, pues a su
muerte enarbolaron la bandera de la resistencia sus generales Challco Chima y Apo
Quizquiz. Por esos días, en medio del caos, se acentuó la rebelión de los señores locales
contra el imperio, y los reyezuelos Chimúes, Chachapoyas, Huancas y Cañaris
creyeron ver en los españoles oportunos colaboradores para recuperar su autonomía
de otrora; en consecuencia, no tardaron en unírseles por oleadas, para luchar aliados
contra los incaicos atahuallpistas, que ocupaban aún gran parte del Tahuantinsuyo.
Se rebelaron también contra el imperio miles de yanaconas del campo,
aprovechando que los orejones centraban toda su atención en la guerra. Los
españoles supieron aprovechar tan favorable coyuntura, proclamando apoyo a toda
rebelión, logrando de esa manera que grandes contingentes de yanaconas cambiaran
el amo nativo por el cristiano. Así pues, grupos rebeldes, de varias naciones y clases
sociales, tomaron las armas contra los Incas, a su vez enfrentados entre sí. En tan
grave confusión sólo los incaicos atahuallpistas, nucleados en torno a sus generales
Challco Chima, Apo Quizquiz y Rumi Ñahui, tuvieron plena conciencia de las fatales
consecuencias que acarrearía la invasión española. Y la combatieron heroicamente,
sin ningún apoyo. Se batieron solos contra los españoles; y además de enfrentar a un
enemigo muy superior en número, lo más trágico fue la inferioridad de su aparato
bélico. Ello no obstante, su lucha fue tenaz y bravía; y numerosas batallas, en el
centro y norte del derrumbado imperio, dieron fe de su abnegada y digna constancia
en la defensa del suelo patrio. Sobre esta historia ha escrito varios libros cumbres Juan
José Vega. En la ruta de Cajamarca al Cuzco, ellos se enfrentaron con suerte adversa
a los españoles. El pacto entre éstos y los incaicos tradicionalistas quedó
bárbaramente sellado en Jaquijaguana, donde para contentar al entonces joven
Manco Inca, Pizarro hizo quemar vivo al general Challco Chima, que poco antes
cayera prisionero ingenuamente. En noviembre de 1533 Apo Quizquis intentó
contener el avance español sobre el Cuzco y tras ser derrotado en Paruro optó por la
retirada al norte. Por medio de chasquis había tenido noticia de que el general
Rumiñahui combatía por su parte en el septentrión andino a huestes invasoras recién
llegadas. Al cabo, entre 1534 y 1535, tanto Apo Quizquiz como Rumi Ñahui
ofrendaron la vida, ambos cerca de Quito, el primero asesinado por un orejón
contrario a proseguir la resistencia y el segundo quemado vivo por los españoles. El
historiador Andrade Reimiers, recordando esta tragedia –recuerda el doctor
Edmundo Guillén-, dice que el Quito cristiano surgió sobre las cenizas de estos famosos
héroes.
PUNÁ, FIESTAS Y SANGRE
El Curaca Cotoir, uno de los siete señores de la isla, recibió a Francisco Pizarro con
muchas fiestas. Los españoles pudieron apreciar allí cuán regiamente vivían los
nobles, en palacetes muy hermosos y con un harem selecto que custodiaban
celosamente unos eunucos. Un templo a Timpal, dios de la guerra, se levantaba en
medio de la ciudadela principal.
Puná no era un lugar del todo asimilado a la vida incaica. Allí sobrevivían
costumbres ya desaparecidas en provincias asimiladas desde tiempo atrás al Imperio
de los Incas. Dentro del océano de pueblos distintos que conformaban el
Tahuantinsuyo, Puná, al igual que otras regiones sojuzgadas por los Incas en tiempos
recientes, conservaba bastante el régimen antiguo pre-incaico. Reacios a toda
sujeción imperial, los Curacas de Puná, tras resistir tercamente a Huaina Capac, se
rebelaron contra Atao Huallpa. Ya vencidos por el usurpador quiteño, su agresividad
los llevó a sublevarse por segunda vez; apenas aquél abandonó la costa para
ascender a los Andes. Mientras Atao Huallpa reiniciaba la lucha contra su hermano
cuzqueño, los punaeños se alzaron contra la guarnición incaica. Luego pasaron al
ataque sobre Tumbes.
No obstante la rebelión contra Quito y la Dinastía Hurin, los jefes punaeños no
devolvieron la libertad a varios orejones cuzqueños. Quizás trataban aquellos curacas
de recobrar su autonomía al amparo de la prolongada lucha fraticida entre los hijos
de Huaina Capac. Habían combatido contra Quito, pero no parecían dispuestos a
retornar bajo la égida cuzqueña. Los caciques lugareños deseaban, sin duda,
recuperar- como lo consiguieron- todos sus privilegios; fueros que habían sido
disminuidos con la presencia de las autoridades imperiales incaicas.
Los tumbesinos fueron derrotados por los punaeños en esa pequeña guerra litoral.
Atao Huallpa no había dispuesto de tiempo suficiente para bajar otra vez a la costa
y restablecer el orden en estas zonas; pues estaba embebido en la organización de las
grandes campañas militares contra el Cuzco. El triunfo punaeño significó que
seiscientos tumbesinos fueran llevados como siervos a Puná; con sus mujeres e hijos.
Cuando los castellanos desembarcaron en la isla hacía ya varios meses que sus
Curacas gozaban de plena autonomía y celebraban sus victorias.
SE INICIA LA LUCHA
Fue precisamente a los dos meses del triunfo punaeño sobre Tumbes que llegaron a la
isla las fuerzas expedicionarias españolas. Una vez allí instaladas, rodeadas del
asombro y desconfianza de los nativos, se leyó el famoso Requerimiento; con lo cual,
quedó ese sitio asimilado al Imperio Español sin sospecharlo siquiera los Curacas
punaeños.
Poco antes los españoles habían puesto en libertad a unos cuantos orejones
cuzqueños; despidiéndolos con grandes obsequios. Fueron ellos los primeros en repartir
en tierra firme las noticias sobre el inesperado acontecimiento. Puede creerse que esos
orejones fueron capturados y muertos por las huestes de Atao Huallpa, pues, que se
sepa, no llegaron al Cuzco. Pero alcanzaron sí a propagar extrañas nuevas sobre el
retorno de los seres misteriosos que salían del mar emergidos de la espuma de las
aguas.
Los primeros abusos de los castellanos en cuanto a oro y mujeres, así como la visita
que les hizo el Curaca de Tumbes Chiri Masa, llevó a los jefes panaeños a tramar la
muerte de los extraños.
Por su reducido número parece una empresa fácil.
Fue así como una mañana avanzó confiado “mucho número de indios, todos con sus
armas y atabales y otros instrumentos que traen en sus guerras”. Otros, con mucha
música, desembarcaron desde sus balsas de guerra.
Una espantosa carnicería pone rápidamente fin al encuentro, cuando los atacantes,
gracias a la sorpresa, habían ya tomado parte del campamento español. La
infantería simple de formación ligera se deshace ante el ímpetu de la caballería
pesada de los castellanos. En varias embarcaciones, igualmente, setecientos flecheros
habían intentado asaltar las carabelas. Los desdichados no conocían aún el poder de
la pólvora y el acero. Son rociados con las ballestas y los arcabuces mientras los indios
auxiliares ayudaban a ponerlos en derrota.
Tales desastres no desalentaron a los punaeños. Retirados a la maleza prosiguieron
una lucha de guerrillas. Vendrán luego veinte días de expediciones punitivas de los
castellanos, amparados en sus indios centroamericanos.
UN ALIADO IMPREVISTO
En efecto, no todos los tumbesinos eran partidarios de Atao Huallpa. Quedaban aún
unos cuantos huascaristas, quienes tenían aparentada lealtad a las autoridades
impuestas por el usurpador. Esos huascaristas no habían gozado, hasta aquel
momento, de ninguna oportunidad de revivir la lucha contra los enemigos de
Huáscar Inca. Las sanguinarias represiones impuestas por Atao Huallpa no sólo
deshicieron allí la organización de los Hanan, sino que dejaron una huella de pavor
que frenó los arrestos subversivos de los sobrevivientes.
Precisamente, los cristianos irían a aliviar sus propios pesares mediante una entrevista
insospechada, cuando el más calificado de esos escasos huascaristas tumbesinos
demandó ver a Francisco Pizarro, seguramente conocía los asombrosos relatos de los
orejones cuzqueños, que fueron puestos en libertad por los castellanos de Puná y que
debieron recorrer una parte de la costa antes de ser capturados por tropas de Atao
Huallpa. Dijo ese tumbesino “que había estado en el Cuzco y que le parecía que los
españoles eran hombres de guerra y que podían mucho”.
Este indio, ciertamente, debió narrar a los cristianos las incidencias de la cruenta
guerra entre los hijos de Huaina Capac. Frescos estaban aún los recuerdos de las
encarnizadas batallas de Ambato, Tumipampa, Mullutuyru y Cusipampa; choques
militares que finalizaron con la estabilización del poderío de Atao Huallpa en el
extremo norte del Tahuantinsuyo. Vivíase en aquellos días los últimos momentos de la
paz de tres años que siguió a la sangrienta campaña de Cusipampa. Lejos, en las
serranías, los Hanan y los Hurin alineaban nuevos ejércitos para decidir el destino del
Imperio de los Incas.
El importante tumbesino que contó estos sucesos fue, sin duda, uno de los primeros en
creer en la divinidad de los Viracochas: dioses llegados de ultramar para castigar a
quienes intentaban usurpar la corona incaica. Fue por esa razón que dio apoyo a los
castellanos en la lucha que tuvieron que emprender contra las reducidas huestes de
Chiri Masa, el curaca tumbesino partidario de Atao Huallpa.
Para ese tumbesino huascarista -como para todo el bando de los Hanan Cuzcos-, los
españoles no aparecieron allí como conquistadores del Perú. Todo lo contrario, en
medio de los trágicos contornos de la guerra civil, su mente mágico-religiosa vio en
ellos a emisarios celestiales, por los cuales habían clamado en sus preces al Sol y a
Pachacamac. Su aspecto extraño, al lado del caballo, la pólvora, el acero y la
carabela, concedió calidad sobrenatural a esos seres misteriosos cuyo origen nadie
podía conocer y ni siquiera intuir.
La presencia de los Viracochas atizó aún más el fuego de la lucha. Los Hanan Cuzco
al sentirse reconfortados con protección que suponían divina cobraron mayor ánimo;
los Hurin Cuzcos, enseñoreados de Quito - recelando del infausto suceso-, trataron de
apresurar luego el término del conflicto que consumía todas sus energías. Los de Quito
favorecieron así matanzas sin piedad, mientras trataban de estrechar lazos con la
mayor parte posible de grupos aristocráticos de todas las comarcas norteñas del
Imperio de los Incas. El arribo de los cristianos, pues, no solo distó mucho de unir a los
hijos de Huaina Capac sino que, más bien, acentuó la división. Sencillamente porque
ni los Hanan ni los Hurin vieron a los castellanos como lo que realmente fueron: los
conquistadores del Tahuantinsuyo.
Fue así como aquel tumbesino huascarista que se ofreció para apoyar a los cristianos
no hizo sino acatar la tradición imperial cuzqueña que lo obligaba a ser fiel a la
legítima dinastía de los Hanan Cuzcos que representaba Huáscar Inca. Por ello, con
toda decisión volvió a coger las armas contra Quito, poniéndose de lado de quienes
veía dueños de tan terribles fuerzas mágicas. Emisarios celestiales que ya iban
anunciando una nueva justicia.
SURGEN LOS DIOSES VIRACOCHAS
Con la velocidad del rayo ha llegado al Cuzco la noticia de que misteriosos seres han
aparecido en el extremo norte del Imperio. El hecho coincide con nuevas derrotas de
las huestes de Huáscar Inca y las oraciones que han sido dirigidas al Sol para que
proteja a la dinastía imperial. Los rumores los hacen dueños de fuerzas
sobrenaturales. No pueden, por tanto, sino ser los justicieros Viracochas.
Nadie ha recogido mejor la impresión de mágico respeto a los conquistadores que
Titu Cusi Yupanqui, cuando transcribe el mensaje llevado hasta la capital del Imperio
de los Incas por veloces postas Tallanas:
“Es una gente que sin duda no pueden ser menos que Viracochas porque dicen que
vienen por el viento y es gente barbuda, muy hermosa y muy blancos, comen en
platos de plata y las mismas ovejas que los traen a cuestas, las cuales son grandes,
tienen zapatos de plata; echan illapas (rayos) como el cielo. Mira tú si semejante
gente, y que de esta manera se rige y gobierna, serán Viracochas. Y aún nosotros los
habemos visto, por nuestros ojos, y a solas hablar con paños blancos y nombrar
algunos de nosotros por nuestros nombres sin que se lo diga nadie: no más de por
mirar al paño que tienen delante; y más que es gente que no se les aparecen sino las
manos y la cara y las ropas que traen son mejores que las tuyas, porque tienen oro y
plata; y gente de esta manera y suerte ¿Qué pueden ser sino Viracochas?”.
Cieza de León precisa que cuando llegaron estas noticias “alegráronse los
Hanancuzcos; tenían tal acontecimiento por milagro, creían que Dios todo Poderoso,
a quien llamaban Tra Viracocha envió del cielo aquellos hijos suyos para que libraran
a Huáscar Inca y lo restituyesen en el trono”. El erudito jesuita Bernabé Cobo –
cronista enciclopédico-, confirmará después estas tesis apuntando que el nombre de
Viracochas a los españoles “nos pusieron solos los vecinos del Cuzco y aficionados a
Huáscar”. Joseph de Acosta cree que la versión se propagó rápidamente por haber
aparecido los cristianos poco después de grandes invocaciones a las divinidades
imperiales, demandando justicia contra el usurpador quiteño, tesis que comparte
Juan Polo de Ondegardo.
Van y vienen, entonces, mensajeros secretos del Cuzco para observar a los Viracochas.
Al poco tiempo, nadie dudará ya en la capital del origen divino de los extraños seres
salidos del mar. Renace la esperanza y Huáscar Inca oficializa el nombre de
Viracochas. Cunde entonces fuerte optimismo; aguardándose que el rebelde
usurpador Atao Huallpa caiga pronto aniquilado por esos dioses misteriosos.
Presionado por la rebeldía de sus ejércitos del norte -que alinearon todos con Atao
Huallpa-, Huáscar Inca decidió enviar de inmediato una comitiva para rendir
pleitesía a los Viracochas y rogar su decisiva intervención.
LA REBELION CHIMU
Asegurados los señoríos Tallanes, Francisco Pizarro ordenó avanzar de Sarán hacia el
sur, rumbo a las comarcas de los chimúes; a quienes se sabía también opuestos a la
hegemonía imperial incaica. Se trataba de un antiguo reino muy poderoso, que
había sido conquistado medio siglo atrás después de largo batallar de los Incas. La
mayor parte de la gente estaba al lado de Huáscar, aunque no faltaron unos pocos
Curacas aliados de Atao Huallpa, quienes abandonaron sus pueblos para retirarse a
las sierras.
Francisco Pizarro avanza ya con fastuoso cortejo indígena. El más importante de sus
compañeros es el gran régulo de los Tallanes, Huacha Puru; enemigo encarnizado del
Inca usurpador. No menor prestancia ostenta el rico Curaca Xancol Chumbi de
Reque, quien fue a visitarlo a Piura para darle su apoyo contra Atao Huallpa, y
quien, a poco, perecerá asesinado por indios enemigos. En el camino se recibe la
adhesión de numerosos Caciques quienes salen al encuentro de los castellanos. Otro
aliado de relieve es el Curaca del opulento dominio de Lambayeque, Chestan
Xecfuin. Caxu Soli, el principal señor de Jayanca se alista, igualmente, al lado de
quienes luchan contra Atao Huallpa. Todos ellos marchan en hamacas, con gran
boato, en medio de la caballería española. Es ya un extraño cortejo en el cual se
mezclan los jinetes hispánicos a los negros africanos, los cientos de auxiliares
nicaraguas y los miles de nuevos amigos de las tierras Tallanas y Chimúes. Todos ellos
jugaran un papel decisivo en la primera fase de la conquista del Perú.
Pero el sostén más importante en esta región lo otorgará el Chimo Capac; fervoroso
partidario de Huáscar Inca y Señor de Moche, Virú, Chicaza, Jequetepeque y Collique.
No cabe duda que en este apoyo hubo intervención cuzqueña, derivada
probablemente del viaje realizado semanas atrás por los emisarios del Cuzco ante
Francisco Pizarro. “Por este motivo lejos de resistir la entrada de los españoles sirvió a
estos últimos con ánimo de que destruyesen a Atao Huallpa, el cual venía
devastando el territorio confinante con sus dominios”.
Francisco Pizarro, por su lado, no ocultaba su inclinación hacia el monarca legítimo.
Su paje y primo Pedro Pizarro cuenta que marchaba “publicando entre los naturales
que iba a favorecer y ayudar a Huáscar Inca, el señor natural de este reino, que iba
ya de caída”. Por ello se los reciben los pueblos entre fiestas y se hospedan en las
mejores residencias.
En Collique encuentran cuatro nobles enviados por Atao Huallpa. Su misión no es
otra que la de espiar. Pizarro lo permite, infundiendo una falsa confianza en esos
indios quiteños. Se finge debilidad y blandura. Estos contarán luego a su rey Atao
Huallpa lo que han visto; y enredan nuevamente su mente concentrada más en la
liquidación de la dura guerra contra el Cuzco que ya le iba costando decenas de
miles de hombres. Sobre los españoles “andaba jugando su fantasía con los
pensamientos que le venían, mas no se concluyó ninguna determinación”.
REFUERZOS INDIOS
Al igual que en el Cuzco, los castellanos habrían de contar en Lima con el apoyo
decidido de los mortales enemigos de los Incas: los Cañaris.
El Capitán Sandoval trajo de regiones norteñas cinco mil guerreros de esa nación.
También vino un número considerable de Chachapoyas bajo el mando de Alonso de
Alvarado; cuyo socorro fue solicitado desde Lima por el propio Francisco Pizarro.
En general, los cristianos acopiaron gente de cuanto lugar pudieron. Como base de
acción tenían a los Curacas yungas de la costa a los cuales los Generales cuzqueños no
trataron de atraer sino de destruir.
LA GUERRA DE RECONQUISTA
De 1536 a 1544 se prolongaría la segunda fase de la guerra hispano incaica. Fue una
verdadera guerra de reconquista, como la llama Edmundo Guillén, y la sostuvieron
los núcleos incaicos cuzqueños, incluso aquellos que en un primer momento prestaron
ingenuo apoyo a los españoles. Muertos los caudillos de la resistencia incaica
atahuallpista, dispersos sus partidarios, los españoles creyeron consolidada la
conquista. Se equivocaron, pues poco tardó Manco Inca en tomar conciencia del
cambio fatal producido en su pretendido imperio, del cual fuera reconocido Inca por
Pizarro cuando era apenas un adolescente. Dos años después del fatídico pacto de
Jaquijaguana, Manco vio con más claridad, al ser testigo de una situación cada vez
peor para los suyos. Y comprendió, tal vez ya tarde, que había sido vilmente
engañado por los que en 1533 se presentaron como sus aliados. Porque tras el
aniquilamiento de la resistencia incaica atahuallpista, los españoles revelaron sus
miras ya sin tapujos. Desapareció el trato amistoso hacia la facción de orejones que
los habían apoyado y fue reemplazado con violaciones, saqueos, robos, torturas,
humillaciones y asesinatos. Del respeto falaz se paso al vejamen –refiere Juan José
Vega-, y del cinismo a la burla. Y el propio Manco pasó a ser víctima de tales
afrentas. Entonces fue que se arrepintió del grave error de otrora, reconociendo
póstumamente la heroicidad y justa causa de los incaicos de la facción atahuallpista,
a los que tan ciegamente antes combatiera. Reunió en secreto a los orejones,
deplorando ante ellos haber servido a los españoles en el aniquilamiento de los
generales atahuallpistas; y los exhortó a desatar la guerra total por recuperar la
autonomía, pronunciando un discurso que bien puede inscribirse como el primer
documento de la lucha libertadora del Perú, testimonio que fue publicado por el
cronista español Pedro de Cieza de León.