Alejandro Castro - Reducciones Jesuiticas Del Paraguay
Alejandro Castro - Reducciones Jesuiticas Del Paraguay
Alejandro Castro - Reducciones Jesuiticas Del Paraguay
1.INTRODUCCIÓN.
LA ESPAÑA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII
Los siglos XVII y XVIII españoles no resultaron ser fáciles. Fueron el comienzo de la decadencia del
imperio global que se había forjado durante el siglo XVI. El siglo XVI puso de manifiesto el comienzo de
una decadencia que se acentúa durante el siglo XVIII. Ambos siglos marcaron de forma decisiva la
historia de nuestro país. Cambio de hegemonías, cambio de dinastías, todo se perpetra durante esos
años.
El siglo XVII da empiece a la decadencia política de la España de los Habsburgo. Con la llegada del «rey
planeta» al trono, la Pax Hispanica se instauró en un panorama en el que la España de Felipe III
todavía seguía liderando y era la potencia global. El sistema de validos se instauró con la llegada del
duque de Lerma a la corte, gobernante por delegación real con más poder de facto que el propio
El momento decisivo y de mayor relevancia durante este siglo fue la participación de la monarquía
hispánica en la Guerra de los Treinta Años, conflicto que va a cambiar las reglas de las relaciones
internacionales y va a configurar un nuevo orden hegemónico en Europa. España pasa de gran
potencia a potencia de segunda categoría. El conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV y gran
gestor de la política durante la guerra, destaca como figura clave durante este siglo. Fue el iniciador de
la unión de armas de la corona española que llevó a la independencia de Portugal en 1668 y a diversas
revueltas en Cataluña y en otros territorios del reino que comenzó en 1640. La aparición de «El
Hechizado» no logró ni siquiera mejorar la situación. Carlos II reflejó el ocaso de los Habsburgo
españoles, originó el grave problema sucesorio que se desencadenaría a principios del siglo que en
especial nos afecta, el siglo XVIII, siglo en el que el tema de nuestro trabajo se desarrolla
principalmente.
El siglo XVIII español empezó con la muerte de Carlos II y el inicio de la guerra de sucesión española
con dos claros aspirantes para la vacante: Felipe de Anjou, francés, nieto de Luis XIV y el archiduque
Carlos, austríaco y primo de los Austria españoles. La guerra de sucesión, con ramas tanto
internacional como nacional, provocó la entrada de una nueva casa reinante en España, la casa de
Borbón, proveniente de Francia, y la subida de Felipe V al trono español. Con la paz de Utrecht, que
estableció el nuevo orden europeo tras la guerra, Inglaterra ganó varios derechos comerciales en las
Américas y territorios, como Gibraltar, situación que aún permanece.
Los Borbones fueron los introductores del sistema centralizado y de la unificación de los diversos
reinos de España en una sola organización centrada en la figura del rey con poder absoluto tras la
implantación de los Decretos de Nueva Planta. Resultó clave en este siglo XVIII el movimiento de la
Ilustración, idea central también en la evolución de las reducciones jesuíticas. La razón dejó a un lado
a la tradición. Los ilustrados renegaban del oscurantismo de épocas pasadas y se centraban en la luz
de la crítica y de las ciencias. El progreso y la libertad son las metas para lograr el bienestar del hombre
y la superstición y los perjuicios son los cánceres de la sociedad que deber ser erradicados. Dicho
movimiento intelectual se vio reflejado también en la estructura y organización políticas. Con ese afán
político de la ilustración, la monarquía se racionaliza y se centraliza. Las políticas de mejoras y
reformas tienen su base en la idea del progreso ilustrado. El despotismo ilustrado intenta llevar a cabo
los ideales ilustrados de libertad y razón con los instrumentos de poder de la monarquía absoluta:
«Todo para el pueblo sin el pueblo». Dentro de esta época, los dos hijos de Felipe V, Fernando VI y
sobre todo Carlos III, llevarán adelante sus proyectos bajo el proyecto ilustrado. Ambos monarcas son
figuras claves durante el conflicto que vamos a analizar. Otros aspectos de importancia durante el
siglo XVIII son los pactos de familia desarrollados entre Francia y España para colaboración mutua y la
intervención de España al lado de Francia en diversas guerras. Fernando VI se caracterizó por una
política de paz armada y de neutralidad. Carlos III comenzó con una política más atrevida en las
relaciones externas del país y de amistad con otras potencias como es el caso de Marruecos y del
imperio turco.
Fernando VI fue el monarca que gobernaba durante el tratado de Madrid de 1750 y Carlos III el
ejecutor de la decisión que desencadena de los efectos del tratado que nos disponemos a estudiar. El
tratado de Madrid afectó de manera decisiva a las reducciones jesuíticas del Paraguay a cargo de la
Compañía de Jesús, «exitosa experiencia de organización social, de desarrollo económico y cultural y
de salvaguarda de la libertad y de la dignidad de los indios guaraníes frente a los abusos del sistema
colonial», y al futuro de la propia compañía más adelante. Tras haber resumido los principales hechos
de los siglos XVII y XVIII, a continuación examinaremos las principales características de las misiones
en América de la Compañía de Jesús, en especial las reducciones del Paraguay, la misión en la que nos
vamos a centrar. Habiendo detallado dichas características, analizaremos el tratado de Madrid de
1750, los artículos que afectan a dichas reducciones y las consecuencias a corto y largo plazo del texto.
Ilustración 1: Luis Paret y Alcázar (1746-1799): Carlos III comiendo ante su corte (detalle) Óleo sobre tabla, 50 x 64
cm. Fuente: http://luceslargas.files.wordpress.com/2013/02/carlos-iii-comiendo-ante-su-corte-de-paret-isftic.jpg
Con una ambición misionera desde su propia constitución con su cuarto voto de obediencia a las
encomiendas del pontífice, el circa misiones, la Compañía de Jesús se ha entregado a la labor
evangelizadora y misionera de la Iglesia. Fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola, la Societas Iesu
se distingue por su exigencia tanto en lo cultural como lo disciplinar a sus miembros y por su fidelidad
al papa. Su rigurosa estructura jerárquica y su gran trasfondo cultural y de formación fueron
responsables de su magnífica labor misionera. Su misión más importante la desarrollaron en América,
de norte a sur, de la Patagonia al Canadá, aunque también estuvieron presentes en Asia, en especial
en Japón, y África (Obra Social "La Caixa", 2014).
Su llegada a las Américas se retrasó debido a la abundancia de misiones de otras órdenes religiosas.
Desde sus inicios fundacionales, la Compañía pretendía misionar en América. No tardaron en
despertar simpatía entre los monarcas peninsulares y esto hizo que los jesuitas fuesen los elegidos
para evangelizar los territorios recién conquistados. Ejemplo de ello lo encontramos en las palabras de
San Ignacio de Loyola como respuesta a la petición de Juan III, rey de Portugal, de enviar misioneros a
las Indias en 1543 (Díaz Risco, 2014):
«¿Cuándo nos hemos merecido que Vuestra Alteza se acuerde de nosotros? […] ¿A qué se debe
que algunos de nosotros, siendo tan pocos, a su llegada a Portugal hayan sido favorecidos y tan
estimados por parte de Vuestra Alteza? ¿De dónde en suma puede bajar un tan abundante
maná sobre esta mínima Compañía, siendo nosotros tan inútiles y no habiendo prestado
todavía ningún servicio, ni en el cielo, ni en la tierra?» (San Ignacio de Loyola, Cartas e
instrucciones)
La actividad misionera de la Compañía de Jesús en América comenzó en 1549 con la llegada al Brasil
liderada por el P. Manuel da Nóbrega. Brasil se convirtió en la primera provincia jesuítica de América
del Sur. Nóbrega contribuyó de manera decisiva en la fundación de varias ciudades brasileñas, entre
ellas São Paulo, que surge como misión jesuita, y Salvador de Bahía (Díaz Risco, 2014).
La obra evangelizadora era de primera importancia para los jesuitas. Se exigía a los aspirantes unos
muy exigentes requisitos de formación tanto en tareas de agricultura y ganadería como en
arquitectura, escultura, música… Asimismo, también se exigían actitudes físicas y personales, como
una fe firme, un espíritu elevado y perseverancia. San Ignacio fomentaba la igualdad entre los indios y
los españoles y para ello el terreno necesario que se debía promover dicha actividad social era la tarea
de la enseñanza (Petty, 2004). El Padre General animaba a los aventureros a adaptarse a sus
condiciones de vida, a aprender sus lenguas y a interesarse por su historia pasada y presente. Para
lograr el contacto de los misioneros con las tribus, es necesario que los misiones contacten de forma
directos con los indios y sus caciques (es decir, la autoridad política de la tribu) y reunirlos en grupos.
Tenían que ser hombres a los que no les importase morir por los naturales de aquellas tierras y «a
mayor gloria de Dios». La entrega y la humildad resultaban característica inconfundible de los
misioneros jesuitas, como bien apuntaba el P. Ruiz de Montoya: «Llegué a aquella Reducción de
Nuestra Señora de Loreto con deseo de ver aquellos dos grandes varones, el Padre Joseph Cataldino y
al Padre Simón Maceta; hallélos pobrísimos de todo lo temporal, pero muy ricos de celestial alegría»
(Díaz Risco, 2014).
Las misiones se relacionan también con un sistema colonizador que primaba en América: la
encomienda. El encomendero recibía poder del Rey para tener a su cargo a un grupo de indios para
que trabajasen a su cargo con el fin de evangelizarles. Este trabajo encubría la esclavitud de los
indígenas. Los misioneros intentaban salvarles de las manos de los encomenderos a pesar de no
respetar su identidad, pero los nativos no tenían otra opción si no querían ser perseguidos. Los
jesuitas se diferenciaron del resto por su adaptación a su cultura y por su respeto a la identidad
guaraní, en nuestro caso (ALBOAN, 2008).
La actividad misionera de la Compañía no dejó de crecer desde que se instalaron en Brasil. Carlos I ya
les había llamado para que se dedicasen a la labor misionera. El propio Felipe II se carteó con
Francisco de Borja en 1568, por aquel entonces Padre General de la Compañía, para que destinara al
menos a veinte religiosos al Perú (Díaz Risco, 2014). Ya llevaban un año en Perú antes de dichas cartas,
se asentaron en Argentina en 1587, en el Tucumán al año siguiente, llegaron a México en 1572 y a la
Nueva Francia (Canadá) en 1611 (Strausfeld, 1991). Para mostrar la influencia de la compañía en la
evangelización americana, diremos que «el número de miembros de la Compañía de Jesús en
Hispanoamérica en 1626 eran alrededor de 1.300» (Díaz Risco, 2014), cifra que nos releva la magnitud
de la empresa jesuítica. Pese a las dificultades y a la falta de medios, la Compañía nunca se vio escasa
de efectivos para explorar las zonas selváticas o para establecer comunidades permanentes, como es
el caso de las reducciones del Paraguay. Además, en la época en la que Portugal formaba parte del
imperio español, Felipe III publicó en 1607 una serie de decretos que protegían las misiones
(Strausfeld, 1991). Les otorgaba total autonomía con la condición de que hubiese un representante de
la Corona. Se dieron salvaguardas especiales para los indios reducidos con el objetivo de que no fuese
presas fáciles para los encomenderos, encargados del control de ciertos grupos de indios, que se
convertían en la práctica en explotadores y cazadores de esclavos. Las misiones españolas y
portuguesas eran independientes a pesar de estar bajo el rey y sus prácticas se alejaron de manera
radical: mientras la esclavitud de los indios era práctica común en las colonias portuguesas, la
esclavitud de los indios fue abolida en las españolas y unos ciertos derechos humanos, ya promovidos
Dentro de los misioneros enviados, cabe destacar al jesuita José de Anchieta, el conocido como «el
apóstol de Brasil» y considerado padre de la literatura brasileña, quien fue también fundador de la
ciudad de Sao Paulo y unificador de la lengua tupí (Cunnighame Graham, 2000). La figura del P. Andrés
Ruiz de Montoya resulta esencial, hombre del que hablaremos más adelante.
Se ha de mencionar también las numerosas trabas que dichas misiones tuvieron que afrontar y no sólo
por parte de los indios nativos. A pesar de la admiración de los reyes peninsulares a los jesuitas, los
problemas con las autoridades civiles que representaban a las Coronas española y portuguesa
ejercieron una fuerte represión contra los jesuitas debido fundamentalmente a la especial protección
y defensa de los indios por parte de los jesuitas, que se veían forzados a la autoabastecimiento al
faltar las ayudas para la manutención que los representantes españoles deberían haberles entregado
(Strausfeld, 1991).
«Río del manantial del mar» sería la traducción al español de la voz guaraní paraguay, pronunciación
que fue adaptada al español debido a las dificultades de pronunciación (Díaz Risco, 2014).
La Paracuaria, como también fue conocida la provincia jesuítica del Paraguay, fue una de las diversas
provincias en las que se dividieron las misiones jesuíticas en América. Se creó en 1604, aunque
formalmente se tuvo que esperar hasta 1607, por razones prácticas ya que se consideraba que la
provincia jesuítica del Perú era demasiado extensa para su control efectivo. La primera demarcación
abarcó zonas de las actuales Argentina, Paraguay, Uruguay, Chile (parte que se segregó en 1625),
Brasil y sur de Bolivia. Con su creación, se abría un nuevo proceso de evangelización en una zona que
carecía de asentamientos urbanos y con muchas zonas selváticas (ALBOAN, 2008). El P. Diego de
Torres fue el primer superior de la provincia desde 1607 hasta 1615, jesuita que tenía experiencia ya
en las misiones ya que fue anteriormente superior de la misión de Juli, de trascendental relevancia por
ser base para las futuras reducciones del Paraguay, y dominaba varias lenguas indígenas (Díaz Risco,
2014). Fue un gran defensor de los derechos de los indios y se toma como precursor de los derechos
humanos en el Tucumán (actual provincia en Argentina) del siglo XVI. Apoyó la autonomía otorgada
por Felipe III ya que la independencia de las provincias jesuíticas les ayudó a hacer frente a diversas
injusticias y a luchar contra los encomenderos para que esclavizasen a los indios a pesar de la gran
dependencia de los jesuitas con los encomenderos (Strausfeld, 1991). Hubo una especial preocupación
especial de la corona española por el envío de misioneros al Paraguay debido a la amplitud del
territorio y a la falta de gente con escrúpulos que se dedicase en cuerpo y alma a la labor de la
evangelización (Díaz Risco, 2014).
El criollo Hernando Arias de Saavedra, por aquel entonces gobernador en el Río de la Plata, recibió
órdenes para seguir evangelizando tierras a las que todavía no se tenían acceso sin hacer uso de la
armas. Con los efectivos con los que se contaba, era casi imposible de llevar a cabo dicha orden debido
al gran número de indios hostiles y sobre todo en la dificultad de enfrentarse a los bandeirantes
portugueses, exploradores en busca de territorios. Las órdenes religiosas serían las encargadas de
dicha misión. Así surgió la provincia del Paraguay. Por ello, Arias de Saavedra solicitó a la metrópolis
refuerzos, se facilitó la creación de poblados para controlar mejor a la población indígena y animó a
los jesuitas a que enviasen hombres a las alejadas regiones de Chaco, Guayrá y Paraná para liberar a
los indios de las vejaciones de los colonos, evangelizarlos y concentrarlos en poblados a salvo de las
encomiendas (Díaz Risco, 2014). La dominación con medios pacíficos era un requisito imprescindible,
para ello los jesuitas aprendieron guaraní y usan instrumentos musicales para atraer su atención.
Además, los indígenas que se sometieran al régimen de las reducciones no estaban obligados a pagar
tributos al Rey y no podían pasar al servicio personal de ningún español. Y así comenzó la aventura,
los jesuitas se adentraron a las profundidades de la selva y empezaron a erigir iglesias y crear poblados
(Cunnighame Graham, 2000). De esta forma se creó la primera reducción del Paraguay, construida en
1609 por los padres Lorenzana, San Martín y De la Cueva, con el nombre de San Ignacio Guazú. Este
fue el origen de las polémicas reducciones jesuíticas del Paraguay que se prolongaron durante más de
160 años (Obra Social "La Caixa", 2014).
La Provincia del Paraguay estuvo habitada por los indios guaraníes desde hacía miles de años. Los
guaraníes ocupaban el centro de Paraguay, parte del centro y sur del Mato Grosso, en la actual un
estado de Brasil, la cuenca del Amazonas, la costa Atlántica y el centro de Brasil y por último el Río de
la Plata, zona que en especial nos interesa ya que las reducciones se encontraban en dicha zona.
Diestros en la guerra, hasta su propia denominación significa «guerrero» en su lengua, poseían un
nivel cultural inferior a las grandes civilizaciones incas y aztecas pero superior a muchas tribus.
Practicaban el nomadismo. Fueron de los primeros indígenas con los que los españoles establecieron
contactos y ya vieron su actitud beligerante y hostil. Los guaraníes eran temibles guerreros que
guerreaban con bastante frecuencia con otras tribus. La práctica del canibalismo era común entre los
guaraníes y eran los únicos indios que practicaban la antropofagia, dándose casos de conquistadores
españoles que fueron devorados por los guaraníes, como es el caso de Juan Díaz de Solís y de sus
compañeros. Poseían también grandes conocimientos de la agricultura y contaba con una amplia
variedad de vegetales y verduras (Díaz Risco, 2014).
Los guaraníes no habían desarrollado ningún tipo de vestimenta hasta la llegada de los españoles. Los
hombres iban desnudos y las mujeres se cubrían con un paño pequeño hecho de plumas. Tras la
llegada de los misioneros, empezaron a usarse los taparrabos y las mujeres alargaron los paños hasta
llegar a los tobillos. Los tatuajes y los adornos cubrían los cuerpos de los guaraníes. Solían lucir
pendientes y collares fabricados con huesos de animales y semillas, llevan colgados al cuello y en el
pecho amuletos y otros objetos de oro (Díaz Risco, 2014).
La religión guaraní se basaba en la palabra revelada contada por los propios chamanes y de una serie
de ritos y cánticos. Buscaban la Tierra sin Mal, razón por la que eran nómadas (Colman, 1929).
En la actualidad, el guaraní es idioma oficial en Paraguay y todavía sigue existiendo un gran número de
ellos en Argentina, Paraguay, Brasil y Bolivia (ALBOAN, 2008).
Todos estos datos y más informaciones sobre su cultura y sus prácticas se los debemos a la incasable
labor de los jesuitas en recabar los detalles de la vida de los indios, en especial al Padre Antonio Ruiz
de Montoya, unificador de la gramática guaraní y gran protector de los guaraníes frente a los
encomenderos y los bandeirantes (Obra Social "La Caixa", 2014).
«Pueblo de indígenas convertidos al cristianismo» como lo define la RAE (2014), las reducciones son
mucho más que un grupo de conversos, fue una experiencia exitosa única en la historia de las
misiones y de la colonización en América. Las reducciones, asociado a la idea de acompañamiento,
conformaron un conjunto de asentamientos indígenas de la América colonial: 30 comunidades
creadas a lo largo del siglo XVII por misioneros jesuitas en los actuales territorios de Argentina,
Paraguay y Brasil, en la zona que se conoce como el Río de la Plata. Surgió un sistema político,
económico y religioso característico que aún hoy causa gran polémica y admiración. El «primer estado
socialista de la Historia» como lo definió Paul Lafargue, las reducciones jesuíticas del Paraguay fueron
una hazaña llena de complicaciones y riesgos para la Compañía de Jesús debido no sólo a la vasta
extensión del territorio y la dificultad para controlar a la población indígena, sino también por la
complejidad de los siglos en los que se desarrolla la actividad misional. Nos disponemos a analizar este
proyecto social a lo largo de sus 200 años de historia.
«… la civilización del Paraguay, debida únicamente a los jesuitas españoles, parece ser en cierto
modo el triunfo de la humanidad»
Las reducciones no fueron una invención jesuita ni los jesuitas fueron los primeros en llegar a la zona
del Río de la Plata. Antes de que la Compañía de Jesús se estableciese en dicho territorio, los
franciscanos y los jerónimos ya se encontraban allí. Con la necesidad de evangelizar a los pobres
infieles naturales de esas tierras, era necesario su sometimiento en un régimen que los convenciese
de las ventajas de vivir en un régimen comunal bajo las enseñas del catolicismo: este es el objetivo de
las reducciones. La gran mayoría de pueblos indígenas formaban parte de grupos dispersos en vastos
territorios, con muy poco avance cultural y poco grado de civilización. Era por ello necesario que se les
‘redujese’ para conseguir que llevasen una vida organizada en una comunidad estable (Díaz Risco,
2014).
De dicha forma, surgieron las reducciones, inspiradas en la Utopía de Tomás Moro: América era un
continente nuevo, un lugar para probar nuevas formas de gobierno y de organización distintas a las
del viejo continente, una sociedad perfecta en la que lo material y lo espiritual subsistiesen en una
armonía que permitiesen alcanzar la plenitud del ser humano, en la que la propiedad privada no
existía y todo era de todos, en la que los intelectuales enseñaban al resto a leer, a cantar, a escribir.
Además, se encontraban libres de impuestos y de cualquier otro tipo de opresión por parte de los
españoles y de los encomenderos que les rodeaban. El fin último era que el indio viviese de acuerdo a
los principios cristianos y que aprendiese a leer, escribir y a realizar otras destrezas (Strausfeld, 1991).
La primera vez que se puso en práctica dicho sistema fue en los conocidos pueblos-hospitales de
Vasco de Quiroga en 1532. Fray Bartolomé de las Casa también llevó a la práctica varios intentos de
reducciones de indios en 1537. A mediados del siglo XVI, Francisco de Toledo, virrey del Perú, impulsó
la creación de reducciones de indios (Díaz Risco, 2014). Los franciscanos fueron los primeros en
implantar el sistema en la región. Tras los franciscos, los jesuitas se encargaron de mejorar el sistema y
llevarlo a su máximo esplendor (ALBOAN, 2008). Los jesuitas estaban muy interesados en promocionar
las reducciones. Por ejemplo, el P. Aquaviva, padre general de la compañía creó una directiva para
regular los asentamientos permanentes. Así, Francisco de Vitoria, obispo de Tucumán por aquel
entonces, les llamó para que fundaran un colegio en Asunción en 1593. En 1607, como ya se
mencionó, se creó la provincia jesuítica del Paraguay y se comienza la evangelización del territorio. El
P. Diego de Torres, superior de la provincia, fue el gran motor de la creación de las reducciones
jesuíticas en la zona siguiendo la estela de los primero creadores e impulsores de dicho sistema, los
franciscanos. Gracias a su impulso, se dispuso en pocos años de varios establecimientos regidos por la
compañía que albergaban a indios guaraníes que habían estado dispersos por la selva. Protegían a los
nativos de los encomenderos y los bandeirantes (Díaz Risco, 2014). Formaban a los indígenas y les
dejaban practicar sus costumbres bajo la supervisión de la doctrina cristiana. Apostaban por la
colaboración con los indígenas y el trabajo mutuo. Se situaban alejadas de las ciudades españolas para
que se facilitase su propia formación e independencia a la vez que se erradicaba con el nomadismo.
Las reducciones fueron un éxito social único en la época. La disciplina de las reducciones y el
protección frente los encomenderos para librarles de la esclavitud fueron en parte las claves de dicho
triunfo (Petty, 2004).
Las construcciones comenzaron en 1609 con la fundación de San Ignacio Guazú y perduraron en
funcionamiento hasta 1769. En su momento de mayor esplendor, las reducciones del Paraguay
constituyeron hasta 30 pueblos con una población de 300.000 indios guaraníes en total, siete en los
territorios del actual Brasil, ocho en Paraguay y quince en Argentina. Los ríos Uruguay y Paraná
dividían a las misiones en tres: las misiones orientales, a la izquierda del río Uruguay, que son las 7
colonias del Brasil; las misiones occidentales, a la derecha del Uruguay y a la izquierda del Paraná, las
quince que se encontraban en Argentina; y por último las misiones del Paraguay, a la derecha del
Paraná, que eran las siete restantes. Las misiones orientales van a ser las que en especial nos
preocupan en el análisis del tratado más adelante. Además, se ha de remarcar que también se crearon
otras reducciones en más zonas misioneras, pero en este trabajo sólo nos vamos a centrar en las
reducciones del Paraguay (ALBOAN, 2008).
El bienestar y la expansión económica que se alcanzó fue tal que muchas naciones europeas, debido a
su éxito, las calificaron como «República jesuítica», que recordaba a los modelos de vida de las
primeras comunidades cristianas, un ‘comunismo’ de comunidad de bienes. Pese a su larga duración,
sufrieron multitud de impedimentos, un ejemplo de esto fue la intromisión de los bandeirantes
portugueses, que arrasaron con varios poblados. El P. Antonio Ruiz de Montoya dejó gran testimonio
de la experiencia como fundador de varios de ellas. La fundación de una reducción resultaba una gran
alegría para la comunidad (Díaz Risco, 2014):
«… Enarbolóse con asistencia de todo el pueblo una cruz alta y hermosa, que todos,
puestas las rodillas por el suelo, adoraron con mucha devoción, a cuyo pie comenzó a
lamentarse rendida la idolatría, que tantos siglos había dominado aquellas regiones.
Formóse luego la República, repartiendo en los más dignos los oficios de justicia, alcaldes
y regidores, a quienes los Padres confieren verdadera jurisdicción, en virtud de una
cédula Real del Rey nuestro señor. Y, en pocos días, creció tanto, que en mil y quinientos
vecinos se contaron ocho mil almas…» (P. Antonio Ruiz de Montoya, Conquista espiritual,
Madrid 1639)
La experiencia resultó un hito sin precedentes y marcó la conciencia de los europeos. La utopía
era un «lugar feliz» en el que los jesuitas protegían a sus libres ciudadanos, les acercaban a su
Tierra sin Mal y les igualaban al nivel cultural de los españoles. Algunos expertos incluso lo
consideraron como un estado real independiente de la Corona española por la solidez del
sistema y su alto grado de autonomía (Strausfeld, 1991).
La llegada de los Borbones y de sus ideales ilustrados a la Corona española puso en cuestión la
existencia de dichos reducciones y de su gran independencia. (Díaz Risco, 2014)Asimismo, a
mediados del siglo XVIII, comienzo la decadencia del sistema, de la que hablaremos más
adelante. El Tratado de Madrid de 1750 y la guerra guaranítica fueron el colofón final para el fin
de las reducciones, que llevarían la pragmática sanción de 1767 que conllevó la expulsión de la
Compañía de Jesús en España.
La rutina diaria en una reducción era intensa y productiva. Al toque de tambor, la población se
despertaba temprano y empezaba con sus actividades asignadas. Los más jóvenes tenían que asistir a
misa en la iglesia y después a la escuela, donde aprendían las matemáticas, el español, a leer y a
escribir. Los adultos tenían distribuidas las tareas a lo largo de la semana, trabajaban las pequeñas
tierras que tenían para ellos y también las de la comunidad dos días a la semana. Al principio y al final
de la jornada, se rezaba y se cantaba. Otros se dedican también a la seguridad de la reducción, por lo
que había ciertas personas para defenderse de las agresiones de fuera (Díaz Risco, 2014).
También había días de fiesta y no se escatimaban en gastos ni en esfuerzos para los espectáculos, pero
siempre bajo la doctrina cristiana y con comportamientos dentro de las normas fijadas (Cunnighame
Graham, 2000).
Todo en las reducciones está sometido a un horario estricto, no se dejaba nada a la improvisación. Era
necesario respetar los horarios de trabajo rigurosamente. La igualdad entre ellos también fue un
requisito imprescindible. No se podía destacar con ropajes lujosos ni ornamentaciones. Todas las
vestimentas eran iguales y confeccionadas con la misma tela. Multitud de escritos se han recogido
acerca de la ardua y exitosa labor diaria de los jesuitas en las reducciones (Strausfeld, 1991).
Desde la misma fundación de la reducción se necesitaba establecer unas normas para regular ese
sistema de autogobierno. El funcionamiento de las instituciones se basada en la tradición castellana
medieval mejorada por ideas de teólogos jesuitas. El más importante de ellos fue Francisco Suarez que
ya hablaba de un principio de soberanía en la comunidad y de un pacto social entre lo divino y la
comunidad (Díaz Risco, 2014).
El trazado urbano y la división espacial del asentamiento resultaba definitiva para mejorar y facilitar el
control de los indígenas. Se utilizaba el trazado en damero, típico de la arquitectura colonial. Las calles
se disponían alrededor de una gran plaza central en la que se encontraban todos los edificios
importantes, como la iglesia, la escuela, el hospital, la casa de las viudas y las viviendas de los padres
jesuitas. No hay elementos anárquicos, todo está planificado (Díaz Risco, 2014).
La actividad económica basada en directrices europeas resultó difícil para una población que no
estaba acostumbrada no familiarizada con las labores económicas europeas y al sistema de propiedad
de los españoles. Desconocían la utilidad del intercambio y del valor del dinero. Debido a la insistencia
de los jesuitas por dotar a las reducciones con medios suficientes para la propia subsistencia y así
evitar la dependencia de los españoles, se alcanzó un cierto éxito económico gracias al trabajo
comunitario y la inserción de técnicas modernas. La productividad era tal que las horas de trabajo no
excedían de seis horas al día y permitían obtener hasta cuatro cosechas al año. La obediencia, el
trabajo obligatorio y la igualdad eran las claves del éxito del sistema económico de las reducciones
(Crocitti, 2002).
La educación era el terreno en el que los jesuitas fueron los grandes expertos. Aprender a leer y a
escribir formaba parte del currículo obligatorio, pero dicho currículo se adaptaba a las necesidades de
cada misión. La aceptación de la lengua nativa impulsó y facilitó que los guaraníes quisiesen ser
educados por los jesuitas. El español también se impartía y a los que ocupasen altos cargos en las
reducciones el latín también. Las ramas educativas eran amplias y no sólo se limitaban a los estudios
más empíricos, sino también a la apreciación de las bellas artes y de la música. Se fomentaban que los
niños cantasen y aprendiesen a tocar al menos un instrumento. También se enseña a través de la
imaginería de las reducciones: estatuas, adornos de la iglesia, cada elemento de la reducción poseía
un valor simbólico y educacional. Las educaciones profana y religiosa convivieron en perfecta armonía
en las reducciones (Díaz Risco, 2014).
Desde los inicios de las reducciones jesuíticas, suscitó la atención y la animadversión de la sociedad
civil del virreinato, grandes propietarios y demás autoridades civiles y eclesiásticas ajenas a la orden
de San Ignacio. Una de las grandes causas de tal odio fue la labor de los jesuitas para rescatar a los
indios de las manos de encomenderos que pretendían usarlos como mano de obra esclava,
imprescindible para el funcionamiento de las encomiendas de los colonos. Las ventajas tributarias y la
independencia de las reducciones jesuíticas provocaron diversos enfrentamientos con el resto de
órdenes. El principio del fin comenzó en el siglo XVIII con los ideales absolutistas ilustrados. Los
monarcas borbones se mostraban contrarios a una sociedad indígenas de hombres libres e iguales
(Camargo, 2003). A continuación, examinaremos el tratado con el que se derivó todo la disolución de
las reducciones y el fin de la presencia de la Compañía de Jesús en las misiones americanas y en
España: El tratado de Madrid de 1750.
3.1. ANTECEDENTES
Más conocido como Tratado de Madrid, aunque también se le conoce como Tratado de Límites o
Tratado de Permuta, fue un documento firmado por los reyes de España y Portugal, Fernando VI y
Juan V respectivamente. Su finalidad era la de fijar y clarificar los límites entre las colonias
sudamericanas de ambas naciones con exactitud (Díaz Risco, 2014).
Con anterioridad, España y Portugal ya habían firmado varios otros tratados con el fin de dividirse
Sudamérica. El Tratado de Alcáçovas de 1474 ya tenía ciertas divisiones en los dominios en el océano
Atlántico y así, dividieron el océano Atlántico en dos zonas de influencia. Con la llegada de los
españoles en el Nuevo Mundo, Portugal reclamaba sus derechos que, según el tratado anterior, poseía
de manera legítima. Sin embargo, el tratado más importante de todos ellos fue el Tratado de
Tordesillas de 1494, firmado por los Reyes Católicos y por Juan II de Portugal porque el que se dividía
las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y de América mediante un meridiano situado
370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde con la finalidad de evitar conflictos de intereses entre la
Corona española y el reino de Portugal. Sin embargo, dicho tratado fue transgredido varias veces por
las tropas portuguesas durante la unión de las Coronas española y portuguesa. Portugal se adueñó de
territorios que sobrepasaban los límites de dicho tratado. Debido a esta confusión de las fronteras, era
necesario establecer con claridad y exactitud los límites de los dominios de ambos países: este fue el
cometido del tratado de Madrid (Sampognaro, 1946).
Ilustración 7: Comparativa Linea de Demarcación entre el Tratado de Tordesillas (1494) y el Tratado de Madrid (1750).
Fuente: http://2.bp.blogspot.com/-qtFYdZuiva0/UFZ1NQiSHBI/AAAAAAAAI9c/isMcgn3z6Zw/s1600/0014%2520-
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Texto impulsado por la Reina Doña Bárbara de Braganza, se firmó el 13 de enero de 1750 y constituyó
uno de los ataques más graves que sufrió las misiones jesuíticas. A continuación vamos a examinar los
artículos que afectan a las reducciones:
- Artículo I: Establece que la división de las dominios de ambas colonias se regirá con lo señalado en el
presente tratado. Además «y en lo futuro no se tratará más de la citada línea, ni se podrá usar de este
medio para la decisión de cualquier dificultad que ocurra sobre los límites, sino únicamente de la
frontera que se prescribe en los presentes artículos, como regla invariable y mucho menos sujeta a
controversias» (Angelis, 1836).
-Artículo XIII: Se fija la cesión de la Colonia del Sacramento (actual Uruguay) a la Corona española por
parte de Portugal, así como los permisos de navegación en el Río de la Plata, que ahora pertenecían en
exclusividad a España.
-Artículo XIV: El artículo de la discordia: «Su Majestad Católica, en su nombre y de sus herederos, cede
para siempre a la Corona de Portugal todo lo que por parte de España se halla ocupado […] se
declaran pertenecientes a Portugal» (Angelis, 1836). También se establece que todos los pueblos y
asentamientos que se encuentren en la zona cedida pertenecen a la Corona portuguesa, y por tanto,
las sietes misiones orientales de las reducciones jesuíticas del Paraguay pasaban a manos
portuguesas
-Artículo XXV: Compromiso de ayuda mutua por cualquier invasión o ataque de terceros o de propios
civiles de ambos reinos y así respetar los límites fijados.
-Artículo XXVI: El tratado «será de perpetuo vigor entre las dos Coronas; de tal suerte que, aun en
caso (que Dios no permita) que se declaren guerra, quedará firme o invariable durante la misma
guerra, y después de ella» (Angelis, 1836).
La principal consecuencia para las reducciones jesuíticas de la demarcación de los nuevos límites es
que la región de las Misiones Orientales, que quedaba al margen izquierdo del río Uruguay, pasaba a
manos portuguesas. Los sietes pueblos eran: San Borja, San Nicolás, San Luis Gonzaga, San Lorenzo,
San Miguel, San Juan Bautista y Santo Ángel (Sampognaro, 1946). La decisión conllevaba mucho más
que el hecho de la cesión de los territorios. La posesión de las reducciones en manos portuguesas
permitía la esclavización de los indígenas guaraníes mientras que en territorios españoles los indígenas
era súbditos directos de su Majestad y por tanto, no estaba permitido su esclavitud y gozaban de su
protección. La incansable labor de proteger a los indios de los encomenderos se veía destruida y
sujeta a los caprichos de los bandeirantes portugueses, que ya disponían de plena libertad para
asaltarlas (Díaz Risco, 2014).
La Compañía de Jesús se decepcionó por la acción de la Corona española, permitiendo que los
portugueses no sólo obtuviesen un territorio que llevaban buscando desde hace mucho tiempo, sino
que se olvidasen de los pobres indígenas, siempre fieles a su Majestad Católica. La responsabilidad
moral contraída en el bien espiritual de los indios, que estaba bajo en su control y fue una labor
asignada a ellos, les obligaba a recurrir el tratado de Madrid. Los hijos de San Ignacio se dirigieron a su
Excelencia el señor Virrey del Perú para que este mismo pusiese en conocimiento de Fernando VI el
desánimo de sus súbditos y su interés en resolver el daño que dicho tratado va a originar a España. Los
jesuitas muestran en su misiva los inconvenientes que se van a derivar del tratado. Las ambiciones
portuguesas ya habían dado muestras de su interés por aquella zona con la aparición de diversos
conflictos que los padres jesuitas y las milicias guaraníes supieron solventar en honor de su Majestad
La guerra guaranítica se desarrolló entre 1754 y 1756. Surgió a raíz de los acontecimientos generados
por el tratado de Madrid de 1750 y la nueva demarcación que ya hemos explicado. Los guaraníes se
rebelaron contra las autoridades españoles y portuguesas para proteger su Tierra Sin Mal (Obra Social
"La Caixa", 2014).
3.4.1. ¿POR QUÉ ESPAÑA Y PORTUGAL TEMÍAN A LA COMPAÑÍA DE JESÚS? CAUSAS DEL CONFLICTO
La causa principal del conflicto fue el descontento de los guaraníes por la decisión de Fernando VI de
entregar sus poblados al rey de Portugal, sin pensar en ellos. Los guaraníes fueron fieles siempre a su
rey. No comprendían cómo les podía traicionar de tal manera. Asímismo, los guaraníes habían al fin
adquirido el sentido de pertenencia a un lugar. Los indios reconocían que las reducciones eran sus
propios pueblos y su hogar. Los indígenas no dejaban de enviar misivas para evitar tal desastre. El
cacique Nicolás Ñeenguirú escribió una de las más emotivas (Díaz Risco, 2014):
«Nosotros nunca hemos errado contra nuestro Rey, ni contra ti, Señor; sábelo ya. Con todo nuestro
corazón hemos reconocido sus mandatos, siempre los hemos cumplido muy bien; por su amor hemos
dado nuestros bienes, nuestros animales, aún nuestra vida. Por esto no podemos creer que nuestro
Rey nos pague ahora nuestro buen corazón con mandarnos que dejemos nuestra tierra».
La decisión del tratado les forzaba a marchar para no ser blanco fácil de los bandeirantes portugueses
dispuestos a esclavizar a los indígenas que se quedasen (Sampognaro, 1946).
La Compañía de Jesús demostró las grandes dotes de liderazgo y de protagonismo que lograron
adoctrinar a miles de guaraníes. Fueron capaces de movilizar a simples inofensivos indígenas en una
milicia combativa efectiva. Las precisas instrucciones que recibían los indígenas de los jesuitas y la
educación que ya habían recibido en las reducciones causaban temor en las cortes ilustradas
europeas. El progresismo jesuita, las libertades de los indios y la igualdad de las reducciones
contradecían los principios del despotismo ilustrado que reinaba en la época. Se podría decir que las
ideas ilustradas jesuitas chocaron con las ilustradas de los reyes absolutistas europeos (Strausfeld,
1991).
Las misivas de los indígenas y de los jesuitas fueron rechazadas. La resistencia guaraní no tardó en
levantarse y en organizarse. El cacique Nicolás Ñeenguirú liderá la sublevación en 1753. El
enfrentamiento ya es un hecho (Díaz Risco, 2014):
La gran desgracia ocurrió en 1756 en la batalla final de Caibaté, en la que morirán 2.500 guaraníes. La
masacre fue rápida a pesar de la valentía de los indios. El gobernador José de Andonaegui finalizó el
conflicto en junio (ALBOAN, 2008).
La guerra guaranítica supuso el fin de la rebelión de los guaraníes en la zona. La resistencia de los
jesuitas y de los indígenas provocó la reclamación de las sietes reducciones por parte de España. Al
final, las siete misiones no pasaron a manos de la Corona portuguesa. El Tratado de El Pardo de 1761
anuló el Tratado de Madrid y por lo tanto, la Colonia de Sacramento volvía para Portugal y las misiones
orientales debían ser entregadas a España, ya vacías y arruinadas (Díaz Risco, 2014).
El efecto más importante fue para la reputación de la Compañía de Jesús. La animadversión hacia la
orden jesuita ya se había esparcido por todas las cortes europeas, recelosas de la influencia de la
Compañía. El triunfo del despotismo ilustrado y del absolutismo llevó a la sombra a los jesuitas y las
misiones en América desaparecieron. El Marqués de Pombal expulsó a la compañía en 1758 de los
dominios portugueses. Miles de historias falsas surgieron para desprestigiar la imagen de la orden. La
más famosa fue el polémico panfleto sobre la historia de Nicolas I del Paraguay, un rey ficticio que
supuestamente gobernó a los guaraníes. El planfeto nos relata las historia del ficticio rey, entre ellas,
crueles matanzas a los portugueses. Los rumores ya invadían la sociedad europea. Además, los jesuitas
también fueron culpados por el levantamiento del Motín de Esquilache. Todas las acusaciones y
difamaciones llevaron a la decisión definitiva: Carlos III publicó en 1767 la Pragmática Sanción por la
que la Compañía de Jesús quedaba expulsada por perpetuidad de los territorios españoles (Díaz Risco,
2014).
La gran influencia de los monarcas portugués y español llevó a la Santa Sede a disolver la Orden.
Clemente XIV accedió a sus insistencias en 1773 y así la Compañía de Jesús desapareció de Europa. Los
jesuitas migraron por todos el mundo, buscando refugio en especial en Rusia, protegidos por Catalina
II, y en Estados Unidos. La Compañía volvería a tierras europeas cuarenta años más tarde (ALBOAN,
2008).
4.CONCLUSION:
La eficiencia y la preparación no sólo académica sino personal de los jesuitas logró que, en tan solo
siglo y medio, un grupo de menos de medio centenar de religiosos fundasen y administrasen 30
pueblos con una población de 300.000 indígenas. Lo excepcional de las reducciones jesuíticas fue
también el proceso de aculturación de los indígenas. Respetaron las culturas indígenas pero a la vez
fomentaron una educación a la europea. El respeto a su propio idioma y la enseñanza al mismo
tiempo del castellano facilitó la aceptación del control jesuita y es una de las herencias que Paraguay
aún en la actualidad sigue viviendo: el bilingüismo casi total de la población paraguaya.
Los misioneros, dispuestos a morir «a mayor gloria de Dios, consiguieron crear en la mitad de la selva
amazónica una utopía que, a pesar de lo utópico, funcionaba casi a la perfección. La República de Dios,
La Tierra Sin Mal, fue el ejemplo de que las ideas ilustradas se podían llevar a cabo mediantes la
igualdad y el trabajo comunitario, ideas de las que los monarcas ilustrados recelaban y desembocaría
en la supresión de la Compañía de Jesús. Sin embargo, es innegable el patrimonio no sólo artístico (las
ruinas de las reducciones forman parte de la lista de monumentos patrimonio de la humanidad), sino
cultural y espiritual. Se demostró en una nueva forma de evangelizar es posible y que el gobierno de la
mayoría es más efectivo que el de una minoría privilegiada.
Para concluir, hemos de afirmar que los propios indios se adaptaron de tal forma a la vida de la
reducción que no aceptaba la expulsión de la Compañía de España. Finalizamos nuestro trabajo con
las emotivas palabras de una misiva de los indios que rogaba al Gobernador de Buenos Aires que los
jesuitas se quedasen con ellos (Díaz Risco, 2014):
«Llenos de confianza en ti, te decimos: Ah, señor Gobernador, con las lágrimas en los ojos
te pedimos humildemente dejes a los santos padres de la Compañía, hijos de San Ignacio,
que continúen viviendo siempre entre nosotros, y que representes tú esto mismo a
nuestro buen Rey en el nombre y por el amor de Dios. Esto pedimos con lágrimas todo el
pueblo, indios, niños y muchachas, y con más especialidad los pobres» (Carta del Cabildo
de la Misión San Luis Gonzaga dirigida al Gobernador de Buenos Aires en 1768).
ALBOAN. (2008). Las reducciones jesuíticas del Paraguay: Una aventura fascinante que
perdura en el tiempo. (S. d. Javier, Ed.) Obtenido de ALBOAN:
http://www.alboan.org/docs/articulos/canales/alboan/DOSSIERReduccion.pdf
Angelis, P. d. (1836). Tratado firmado en Madrid, 13 de enero de 1750, para determinar los
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Camargo, F. (2003). Las relaciones luso-hispánicas en torno a las Misiones Orientales del
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Sarreal, J. (2013). Revisiting Cultivated Agriculture, Animal Husbandry, and Daily Life in the
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