La Walkiria. Seres Divinos y Emociones Humanas PDF
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DEPORTES DE LA U.L.P.G.C.
SECCIÓN: Textos
Texto: Guillermo García-Alcalde: La Walkiria. Seres divinos y emociones
humanas
Guillermo García-Alcalde
Utilizando notas de 1848, el borrador inicial del libro de La walkiria, segunda jornada
del Anillo, fue escrito del primero de junio al primero de julio de 1852. El 15 de diciembre
del mismo año salió impreso el texto completo y definitivo de los cuatro dramas. Esbozó el
apunte musical de esta primera jornada entre junio y diciembre de 1854, completó un
borrador durante el año siguiente y terminó la partitura el 23 de marzo de 1856. Catorce
años más tarde sería el estreno indeseado de Munich y pasarían veinte hasta la
presentación en Bayreuth.
Oscuramente, esa atracción les hace evocar una identidad de raza, la de los
desdichados y perseguidos welsungos, que origina un nuevo motivo entretejido al del
amor.
Pregunta él a quién debe el alivio y controla ella sus reacciones al aludir a Hunding, su
esposo y amo de la morada, y pedirle que espere su regreso. La ternura de la música se
impregna gradualmente de acentos inquietantes (trazos descendentes de las violas pizzicato
y ritmos abruptos) mientras narra Siegmund la persecución de que ha sido objeto por un
tropel de enemigos, así como su huida cuando la tempestad le arrebató el escudo y la lanza.
Wagner describe el diálogo combinando los motivos de la tormenta, la postración del
hombre y la compasión de la mujer, que le trae otro cuerno con hidromiel. Bebe ella el
primer sorbo mientras suena una vez más el motivo del amor. Expresa él su gratitud y se
incorpora para irse. Una cierta agitación orquestal cesa de súbito cuando Sieglinde le
pregunta excitadamente quién le persigue. Siegmund confiesa huir de la desdicha de un
infortunado destino, del que quiere alejarla a ella. Se oye el motivo del sufrimiento de los
welsungos. Pide la mujer que no se vaya, pues “no puedes traer males a donde la desgracia
mora”. Volviendo a la lumbre, Siegmund decide quedarse (“aunque me llamo Portador de
infortunio”) y esperar a Hunding.
Hunding se detiene al ver al extraño y dirige a su mujer una dura mirada inquisitiva.
Los motivos de la Postración y la Tormenta se funden en la respuesta de Sieglinde,
prolongada en la gratitud de Siegmund (“Asilo y refrigerio debo agradecerle: ¿Quieres
reprocharle eso a tu mujer?”). El esposo ratifica la hospitalidad y le ordena a ella “¡Dispón
la cena para los hombres!”. Mientras trae a la mesa alimentos y bebidas, Sieglinde mira a
Siegmund. En un clima de tensión presidido por su motivo musical, el anfitrión repara en
el gran parecido de los hermanos, cuyo vínculo aún ignoran todos, y pregunta por los
avatares que le han dejado en tan mal estado. Alude el interrogado a la tormenta y al
destino, inquiriendo a su vez sobre el lugar donde se halla. El motivo de Hunding vuelve a
ilustrar su altiva respuesta, que finaliza exigiendo el nombre del extraño. Tras una pausa
retorna el motivo del Sufrimiento de los welsungos, seguido del de Sieglinde y el del amor.
Presionada por su esposo, la mujer también pide el nombre. Siegmund inicia su relato
apoyado en un recitativo. Dice no poder denominarse mensajero de paz ni de alegría sino
portador de infortunio. Refiere que su padre era llamado Lobo y que él llegó al mundo con
una hermana gemela a la que apenas conoció, como tampoco a la madre de ambos, muerta
ésta y desaparecida aquélla en la destrucción de la morada familiar por los “hijos de la
envidia”. Padre e hijo huyeron y vivieron juntos largos años en el bosque. “Como hijo del
lobo muchos me conocen”, responde por fin a Hunding, cuyo motivo ha estado sonando
amenazador durante todo el relato. La orquesta dibuja una imagen de acoso y huida cuando
Siegmund alude a la separación de su padre, de quien solo encontró una piel de lobo en la
espesura. Muy ténuemente, los trombones hacen sonar el tema del “Walhalla” en El oro
del Rin, sugiriendo así que el padre aludido es el dios Wotan.
Siegmund queda solo en escena. A partir de este momento se encadenan las escenas
más exaltadas del primer acto. Quedamente se insinúa en modo menor el Motivo de la
Espada, que irá ascendiendo y modulando a mayor.
Recuerda Siegmund que su padre le prometió una espada para una gran pesadumbre, y
no concibe otra mayor que la de encontrarse en casa enemiga como presa de una venganza,
y, además, inflamado de amor por la “sublime y hermosa” mujer del vengador. Abatido,
invoca a su padre con la doble entonación en octava descendente del nombre Welsa!. Los
tenores prolongan cuanto les permite el fiato el calderón de la nota aguda para crear un
efecto de brillante dramatismo
El joven pide la espada con una excitación creciente y el motivo musical, desarrollado
en sucesivas transfiguraciones, se ilumina en el do mayor de la trompeta cuando la mirada
descubre el pomo del arma clavada en el fresno. Compara su brillo con el de la mirada de
Sieglinde y se deja llevar de ensoñaciones hasta que la luz del fresno se apaga. Vuelve
sigilosamente la mujer tras administrar a Hunding un brebaje narcótico, e inician los dos
hermanos un dúo de amor y victoria que alcanzará acentos memorables. Previamente canta
ella el famoso monólogo Der Manner Sippe, tejido por Wagner con los motivos de la
Espada y el Walhalla. Narra cómo fue obligada a casarse con Hunding contra su voluntad.
En la fiesta de esponsales apareció un forastero con un ojo tapado por el ala del sombrero
(el tuerto Wotan) que infundió temor a todos y a ella consuelo. Hundió en el fresno una
espada hasta el puño, anunciando que quien quisiera poseerla debería arrancarla del tronco.
Todos lo intentan y fracasan. El grito de guerra de los welsungos apoya el canto cuando
afirma saber a quien destinó Wotan la espada. Si llegara el elegido olvidaría ella todo
sufrimiento y “le estrecharía como un héroe en mis brazos”. Sobre el fragor de la orquesta,
es abrazada por Soegmund, quien se adivina destinatario de la espada y de ella misma. Su
apasionado Dich selige Frau crece en intensidad amorosa. El tutti orquestal subraya el
ímpetu del hermano-amante hasta un clímax de seis arpas cuando la puerta del fondo se
abre de golpe. Absolutamente transfigurada, la orquesta en pleno describe una majestuosa
noche de primavera iluminada por la luna. Nadie ha entrado ni salido sino que “Huyó el
tormentoso invierno” (Winterstürme wichen…) y en la deliciosa luna y el aire tibio
“resplandece la primavera” (leuchtet der Lenz). Es el gran motivo primaveral que
desemboca en el Motivo de Amor cuando Siegmund comprende al fin que ambos son los
hermanos gemelos separados por el infortunio y cobra conciencia de su deseo. “Tú eres la
primavera” (Du bist der Lenz), responde ella. Cuando se abrazan en éxtasis suena el
Motivo del arrebato amoroso, O Süsseste Wonne!
Con la intensidad fortísimo que cerró el primer acto, ataca el segundo un nuevo
vorspiel orquestal de 74 compases. La maestría motívica vuelve a manifestarse en la
transición que evoca los momentos cumbre del acto anterior y los transforma en los que
han de caracterizar el resto de la obra. A la pasión de los hermanos que huyen tras su única
entrega amorosa, perseguidos por el pulso permanente del ritmo de Hunding, yuxtapone
Wagner el motivo de las walkirias y sus frenéticas galopadas. El sonido orquestal quiere
traducir a la vez hechos e imágenes, situaciones vividas junto a la fabulación de
emociones, luchas, temores y presentimientos.
Jalonan el diálogo los motivos del anillo y del pacto, procedentes de El oro del Rin. La
diosa rechaza que los héroes puedan lograr lo que está vedado a los dioses e intensifica su
discurso “institucional”. Las respuestas del dios van perdiendo fuerza y arrecian las
acusaciones de Fricka a medida que aumenta la postración de aquél. El asedio dialéctico
incorpora al comentario orquestal los acentos más desolados y premonitorios de los
motivos de la desesperación y la angustia divinas. Cuando Wotan pregunta “¿Qué quieres
de mí?” le exige ella abandonar a Siegmund y no protegerle del arma del burlado Hunding.
Asiente el dios pero ella aún recela de Brunilda, cuya libertad de acción quiere Wotan
respetar. Llega ténuemente el tema de la walkiria que se aproxima y Fricka aprovecha el
momento para arrancar del esposo la promesa de vincular a Brunilda a la reivindicación de
su honor divino. Cede el dios y su esposa se retira triunfante.
Comienza la segunda escena con el triste presentimiento de Brunilda al ver a su padre
ensimismado. A las preguntas opone el dios invocaciones contra su compromiso, con una
orquesta en principio liviana que se adensa y crece combinando los motivos de la
desesperación, la maldición, la cólera de la diosa, la fatalidad y la renuncia. Pide Brunilda
que le confíe sus penas, mientras el clarinete bajo evoca el amor de los hermanos. Sobre
largos pedales de violonchelos y contrabajos comienza el famoso monólogo de Wotan,
básicamente narrativo y de grandes dimensiones, en el que rememora su voluntad de
dominar el mundo, los pactos fallidos que hubo de trabar, el poder de Alberich al renunciar
al amor y robar el oro del Rin, el trueque con los gigantes que construyeron el Walhalla,
morada de los dioses, la advertencia de la Erda (la gran Parca, la “madre original”) sobre la
desaparición de la raza divina, el nacimiento de Brunilda y sus ocho hermanas para formar
y liderar un ejército de héroes en el Walhalla y así conjurar el augurio de la Parca.
Wotan llega a clamar por su propio fin ante la incredulidad de Brunilda, incapaz de
asumir el cambio de su padre. Este narra entonces otro aviso de la Parca, según el cual el
nibelungo Alberich, que renunció al amor por el poder, podría engendrar un hijo con el
mismo propósito: rescatar el tesoro para sí. La amargura del dios es insondable cuando
enfrenta la capacidad del enano de engendrar sin amor, a su incapacidad de dirigir a un
héroe libre en la reconquista del tesoro. Pregunta al fin Brunilda qué debe hacer, y emite él
la orden prometida a Fricka: abatir a Siegmund y dar la victoria a Hunding. Protesta la
walkiria, pero Wotan la conmina a obedecer con un discurso vehemente en el que amenaza
con destruirla. Un agitado puente orquestal de 23 compases separa la alterada salida del
dios del adagio en el que Brunlda articula su primera reacción. Este interludio expresa
admirablemente los sentimientos cruzados que inquietan a la walkiria. Cuando habla, con
un acompañamiento sumario, lo hace perpleja y como rendida hasta que el corno inglés
glosa su tristeza. Ella pronuncia finalmente su desolada aceptación: “¡Pobre welsa mío! En
el mayor peligro debe dejarte la inconstante que te es leal”
La cuarta escena hace entrar a Brunilda sobre un delicado toque de tubas wagnerianas.
El motivo del destino y el que anuncia la muerte sostienen largamente la piadosa mirada de
la walkiria, mientras el motivo del Walhalla recuerda su condición divina. Pide a
Siegmund que la mire y él inquiere su identidad. En la respuesta, ya auncia al welsungo
que va a morir (“Solo los consagrados a la muerte me ven aparecer”) Quiere él saber si en
el Walhalla encontrará a su padre Welsa, además del ejército de héroes caidos. Asiente
ella, y el joven vuelve a inquirir si también podrá abrazar allí a su amada. Tras la respuesta
negativa se hace un silencio. El besa dulcemente a Sieglinde y anuncia a la walkiria que no
la seguirá.
El motivo del destino en la trompeta, reforzado por las tubas, presagia que la
resistencia será vana porque Hunding le dará muerte. Blande del welsungo la espada
Nothung como garantía de victoria y Brunilda declara sombríamente que el dios que le dio
la espada le condena ahora a muerte. Se vuelve Siegmund sobre su hermana dormida. Con
progresión orquestal a los fondos graves, lamenta el destino que acaba de conocer y toma
la decisión de darse muerte a sí mismo y a su amada antes que ir sin ella al Walhalla,
dejándola desamparada en el mundo. Muy conmovida, Brunilda reprocha a Siegmund pero
resuelve defender a ambos y al hijo que ella gesta, vulnerando la voluntad de Wotan y su
deber de obediencia. Ya suenan los cuernos de caza de la tropa de Hunding, que se acerca
mientras la walkiria jura a su medio hermano que ganará la batalla con su ayuda. Sale ella
y entra la orquesta en una tempestuosa espiral de motivos. Después, silencio.
En tiempo lento, la quinta escena comienza sobre una atmósfera de arrobamiento con
cuerdas pianísimo, el tema de amor en los violonchelos y una tierna tonada en el clarinete.
Siegmund contempla a Sieglinde dormida mientras recuerda el diálogo precedente con
Brunilda y piensa en la inmediata batalla. Cuando el cuerno de Hunding se hace
imperativo, el héroe va a su encuentro confiado en la espada Nothung. Los cromatismos de
los arcos graves describen una tormenta, Sieglinde sufre una pesadilla con escenas de su
niñez y despierta gritando. Oculto en la niebla. Hunding desafía al héroe, que acude
valerosamente al reto mientras su hermana corre hacia ellos. Deslumbrantes centellas dejan
ver a la walkiria protegiendo a Siegmund con su escudo. Con un horrísono estallido de la
orquesta, aparece Wotan, que intercepta con su lanza el golpe mortal de la espada Nothung
y la rompe en pedazos. Hunding hunde la suya en el pecho del desarmado Siegmund. Con
un eco de la cabalgata, la walkiria recoge en su corcel a la desfallecida Sieglinde y ambas
salen huyendo. Los trombones reiteran el motivo del destino. Lleno de desprecio, mientras
suena su desesperación, Wotan da muerte a Hunding. El dios se propone castigar a
Brunilda por su desobediencia y desaparece en su búsqueda entre relámpagos y truenos.
Brunilda la exhorta una vez más a la huida y le confirma la gran verdad: “Cobijas en
tu seno al héroe más noble del mundo”. Estalla entonces gloriosamente el tema de
Sigfrido, anticipo de Wagner, aún sin nombrarlo, de la venida al mundo del héroe central
de la Tetralogía. La walkiria entrega a la joven madre los trozos de la espada Nothung que
recogió en el campo de batalla. Aquel que logre fundirlos llevará el nombre de Sigfrido y
será un triunfador. Con un canto de majestuosa belleza sobre el motivo de la redención por
el amor, Sieglinde expresa a la walkiria su gratitud y desaparece presurosa.
Trémolos y fusas en cuerdas y fagotes reproducen el fragor tempestuoso de la entrada
del dios, que paraliza de terror a sus hijas cuando llama a Brunilda con un grito de dos
notas en octava descendente. El revuelo de las guerreras alterna con las súplicas de amparo
de su hermana ante la cólera divina. La ocultan entre ellas, indicándole que no responde si
es llamada. Tonitronante, el dios exige su presencia. Las demás tratan de distraerle y él las
amenaza enfurecido. La turbulencia orquestal sube al límite glosando y reforzando las
invocaciones del dios y las quejas temblorosas de las guerreras. Cuerdas, trombones y
tubas fortísimo comentan las palabras con que Wotan declama su indignación por la
femenil blandura de sus hijas, creadas y educadas para la guerra, y muy especialmente su
decepción con la predilecta (“fuente inspiradora de mi voluntad”) por romper la sagrada
alianza e intentar torcer sus designios. El clima de insoportable tensión de los dicterios del
dios, la angustia de las walkirias y el silencio de Brunilda, desenlaza con la salida de ésta
del círculo de las hermanas que la ocultaban. Pide a su padre que le imponga la pena y
entona él una grave requisitoria que concluye en repudio. Sobre los motivos del presagio
de la muerte y del renunciamiento, canta Wotan la expulsión de su hija de la raza divina.
Quedará desterrada en la roca, sumida en sueño profundo y presa del primero que pase y la
despierte. Entre los sollozos de las guerreras --magníficos contrapuntos corales-- amenaza
el padre con condenar al mismo castigo a aquella que tome partido por Brunilda. Les
ordena regresar al Walhalla y suena nuevamente la “cabalgata” hasta que se desvanece. El
clarinete bajo diseña una atmósfera crepuscular en la que el dios y su hija predilecta
quedan solos. Toma el corno inglés la declinante melodía y se extingue unida al fagot.
Siempre más conmovido, comienza Wotan sus adioses --los patéticos Leb wohl!-- al
tiempo que aprueba la protección del fuego, Tan solo obtendrá la doncella “quien sea más
libre que yo, que soy un dios”. Resuena una vez más el tema de Sigfrido articulado con el
motivo de amor de Brunilda. El mágico sonido del fuego empieza a inundar el espacio, aún
antes de que el dios entone su bellísimo y emocionado canto de amor por la hija castigada:
Der Augen leuchtendes Paar (“Esos dos ojos fulgentes...”) Un largo beso en los ojos sume
en el sueño a la doncella, que es llevada por su padre a un lecho de musgo al pie de un
pino. Le ajusta el casco y pone el escudo sobre su cuerpo. Tras un periodo orquestal
intensamente afectivo, Wotan invoca al dios del fuego, Loge (Loge, hör!) con tres golpes
de su lanza en la roca. Al tercer golpe brota el fuego de la tierra y cierra en un gran
perímetro el cuerpo dormido de Brunilda. “¡Quien tema la punta de mi lanza no pase jamás
por este fuego”, exclama Wotan. Desaparece de escena, mientras absolutiza el espacio
sonoro una de las concepciones más portentosamente mágicas de la música teatral de todos
los tiempos; música que, armada sobre los cromatismos y enarmonías de los motivos del
sueño y del fuego, da también el pulso de la ternura del dios por su hija, humanizada y
abandonada en un castigo que no desea. Cae la noche y brilla el fuego sobre la soledad
profunda de la durmiente. La orquesta concluye pianísimo esta prefiguración de las
hazañas del héroe sin miedo que en la jornada siguiente romperá la lanza del dios para
despertar y amar a Brunilda, protagonizando en la última el fin de la raza divina.
* El presente texto ha sido generosamente cedido por el autor, miembro del Consejo Rector del Aula
Wagner y de Estudios Estéticos del Vicerrectorado de Cultura y Deportes de la Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria.