Betty Neels - Matrimonio Sin Besos
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Betty Neels
2° Un marido ideal
Argumento:
¡Era un hombre con un carácter insoportable, y arrogante!
Y más tarde el encuentro con Julio van Tacx sólo confirmó la primera
impresión que Josephine tenía de él. Nada en Julio se adecuaba a su imagen
de marido ideal.
Él perturbó, en gran medida, la tranquila vida de Josephine, tanto en casa
como en el hospital. ¡Después se marchó, de vuelta a Holanda, con un
alegre "Tot Ziens"!
Betty Neels – Amar, a pesar de todo – 2º Un marido ideal
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Capítulo 1
La lluvia caía sin cesar, formando pequeños regueros de agua que corrían hasta
la carretera arrastrando un sinfín de hojas que el viento arrancaba de los árboles. La
muchacha que iba por el camino no le daba importancia al mal tiempo, se sentía feliz
por encontrarse lejos del humo de las chimeneas y de las calles abarrotadas de gente,
así como del interminable ruido. Brillantes mechones de pelo rubio empapados por
la lluvia, caían sobre su cara. Era alta y ni el impermeable que llevaba podía ocultar
su espléndida figura.
Junto a ella iba un perro, un labrador negro que llevaba la lengua fuera, y volvía
los ojos hacia ella Cuando oía su suave voz.
—No estaré contigo para sacarte a pasear, Cuthbert, tendrás que hacerlo con
Mike o Natali cuando estén en casa. Por supuesto que vendré siempre que pueda,
pero Yorkshire está lejos de aquí —se detuvo y miró al animal—. Debería sentirme
feliz, pero no es así. ¿Supones que sólo estoy nerviosa por la boda? Tengo la terrible
sensación de que no quiero casarme. Oh, Cuthbert… —se inclinó y le acarició las
orejas mojadas y el perro le lamió la mano.
Pasaban muy pocos coches por el camino y debido al ruido de la lluvia y el
viento, no oyó al que subía la colina, que ellos ya habían dejado atrás, hasta que un
Bentley se detuvo a unos cuantos centímetros de ellos. La chica acalló los ladridos de
Cuthbert y se dirigió a la ventanilla del conductor.
—Debía haber tocado el claxon —le reclamó al chofer—, pudo habernos
atropellado.
Se encontró con la mirada más fría que jamás había visto.
—Jovencita, no acostumbro atropellar a los transeúntes. ¿Éste es un camino
privado?
—No, lleva a Ridge Giffd y después está Tisbury.
—Me pregunto por qué se ha atrevido a criticar mi manera de conducir en una
carretera pública.
Miró al hombre bien parecido, con pelo entrecano, corto y una imponente nariz.
—Es quisquilloso, ¿no es así? ¿Y ajeno a estos lugares? —se enderezó—. No le
entretengo, recuerde que las vacas de la granja Roja, situada a un kilómetro después
de la curva, cruzan la carretera a esta hora —hizo una pausa—, es ganado con
pedigrí.
El hombre soltó una carcajada, aunque no parecía divertido.
—No necesita decírmelo jovencita, aunque veo que siente satisfacción al hacerlo
—sorprendiéndola, preguntó—: ¿Es casada? —cuando ella negó con la cabeza,
añadió—: Es algo por lo que un hombre debe sentirse agradecido.
—Eso podría ser un halago. Tenga cuidado al conducir.
Él la recorrió con una mirada fría y se alejó.
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parecía estupendo que vivieran cerca de la casa de sus padres. Ésta era una de las
cosas que más la preocupaban.
—La mermelada está en el anaquel de abajo, al fondo; yo la cogeré —colocó el
frasco encima de la mesa—. Durante el paseo he visto a un desconocido que iba en
un Bentley. ¿Está alguien hospedado en la finca?
La señora Dowling cortaba el pan y la mantequilla.
—No que yo sepa, pero la esposa del vicario mencionó que un hombre se
hospeda en Branton House. No sabía nada de él, aunque había oído que era un
extraño.
—¿No va a comprar ese lugar un árabe?
—¡El cielo no lo permita! Los Forsyth llevan allí cientos de años. Quizás tu
padre sepa quién es.
Pero cuando llegó su padre a la hora del té, Josephine ya había olvidado el
asunto. El señor Dowling, médico del pueblo había ido al hospital Salisbury a
examinar a un paciente y amigo, y la conversación giró en torno a este tema mientras
la familia tomó el té. Cuando terminaron, su padre se puso de pie para continuar con
sus consultas y Josephine recogió la bandeja con el té para lavar la delicada
porcelana. Después empezó a preparar la cena. Con un suspiro pensó que al otro día
por la noche estaría en Londres, sentada en su oficina escribiendo un informe. Sería
una jornada muy apretada pues habría operaciones, además el pabellón de
ginecología siempre estaba lleno, aunque la mayoría de las pacientes, permanecían
poco tiempo en el hospital.
Amaba su trabajo e iba a echarlo de menos cuando se casara con Malcolm.
Detalles como ése que con anterioridad carecían de importancia, ahora se volvían
vitales. Yorkshire estaba muy lejos de Ridge Giffard y ella era una chica hogareña.
Siempre le había gustado vivir en la vieja casa que dejó cuando fue al internado y
después para estudiar enfermería. Ahora era jefa de enfermeras de una sección, y
poseía un coche pequeño que le facilitaba ir al hogar paterno durante los fines de
semana que tenía libres. Extrañaría a Mike y a Natalie, no los veía mucho porque
estaban fuera de casa la mayor parte del año. Natalie, en el colegio y Mike cursando
el primer año en la facultad de medicina. La casa que ella y Malcolm tendrían sería
pequeña y moderna, con un jardincito, lo cual no la emocionaba mucho.
Le dio su cena a Cuthbert y a Whisker, la gata. Sacó la carne de cordero del
frigorífico y se dispuso a prepararla. Su padre estaría hambriento cuando terminara
sus numerosas consultas alrededor de las ocho. Haría un pastel de manzana con
crema para postre.
Metió el pastel en el horno, pensando en el hombre del Bentley. A esa hora ya
estaría a cientos de kilómetros de distancia y se habría olvidado de ella por completo.
Se sorprendió al comprender que eso la desilusionaba.
Él no se encontraba a cientos de kilómetros sino sólo a seis y tomaba una copa
antes de la cena, en compañía de sus anfitriones en Branton House.
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—He hablado con una muchacha cuando venía hacia aquí. Una criatura con
una hermosa cara y enormes ojos grises. Iba un labrador con ella y parecía que los
dos disfrutaban del clima. La chica me reprendió por no tocar el claxon. Debo añadir
que la dueña y su mascota iban por el medio de la carretera y parecía que
consideraban que era de ellos.
La anfitriona rió y explicó:
—Josephine Dowling es un encanto. Es la mayor de los tres hijos de nuestro
médico. Es jefa de enfermeras en St. Michael, me atrevería a decir que la conocerás.
—Me gustaría, aunque tal vez ella no me reconozca…
—No seas tonto, Julio —dijo la mujer y sonrió, ya que él era un hombre alto y
fuerte, vestía con mucha elegancia y más aún, tenía un atractivo que una mujer no
olvidaría con facilidad. Estaba segura de que cuando Josephine le viera, le
reconocería enseguida. Era una lástima que fuera a casarse… podría haber ayudado a
Julio a olvidar la reciente ruptura de su compromiso…
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Josephine bajó de prisa por la escalera y asomó la cabeza por la puerta giratoria
del pabellón que se encontraba debajo del suyo; al comprobar que Mercy Latimer ya
no estaba, siguió su camino.
En la planta baja cruzó el vestíbulo y entró en un oscuro pasillo que terminaba
en una puerta grande que tenía el letrero «Sólo enfermeras». Llegó a otro pasillo,
muy limpio y con olor a cera para muebles y subió por la escalera que se encontraba
al final. Las jefas de enfermeras tenían las habitaciones en el primer piso, a las cuales
se llegaba por una puerta giratoria que estaba en el descansillo y una vez que
Josephine la cruzó, pudo oír el murmullo. Abrió su puerta, dejó el bolso y la capa y
se dirigió hacia el sitio de donde provenía el ruido.
Había una media docena de mujeres jóvenes en la pequeña cocina, preparando
té. Se llevaba bien con todas, ya que había hecho las prácticas juntas en St. Michael.
—¿Has terminado tarde? —le preguntó Mercy.
—El doctor Bull quiere que tenga listos todos los informes, se va por un mes.
—Mejor para ti —dijo una joven de pelo rubio—. Piensa en todas las camas
vacías.
—Tendrás suerte —reiteró Caroline Webster, la jefa de enfermeras del
quirófano, mientras movía el té en una jarra—. Alguien que según me han dicho le
gusta mucho el trabajo, le sustituirá. Va a ir al quirófano mañana por la tarde con el
doctor Bull. Supongo que tú los acompañarás.
Josephine sirvió leche en una taza y le puso azúcar.
—Espero que no, sabes cómo es el día siguiente a las operaciones, con sueros,
múltiples medicamentos y las pobres pacientes que no se sienten bien. La señora
Prosser tendrá a alguien nuevo con quien quejarse. Ya verás cómo el sábado cuando
la tengamos lista para irse a casa, le convencerá para que la permita quedarse.
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Capítulo 2
El doctor van Tacx estaba de pie de espaldas a la puerta y miraba por la ventana
el pabellón de cirugía, separado del de ginecología por una valla de césped y un
árbol solitario. Cuando Josephine entró, dio media vuelta y se apoyó en el marco de
la ventana.
—¿Alguna vez se asoma a la ventana? —preguntó él.
—Sólo si tengo que hacerlo. ¿Hay algo que desee, doctor?
—Me gustaría revisar los expedientes de las pacientes operadas…
Hizo una pausa cuando la puerta se abrió y entró Joan con la bandeja del té.
—Lo siento, no sabía que estuviera aquí, doctor —miró a Josephine y le
preguntó—. ¿Traigo otra taza?
—Sí y quédate. El doctor van Tacx quiere algunos expedientes: la señora Shaw,
la señora Butterworth, la señorita Price y la señora King —se sentó frente a su
escritorio y cogió unos papeles—. Los resultados del laboratorio de la señora
Butterworth están aquí. Creo que ya los ha visto.
—No, no lo he hecho —respondió, sorprendiéndola—. Yo me disgustaría
mucho si usted fuera a husmear en mi escritorio y creo que usted pensaría igual —le
sonrió y ella le devolvió la sonrisa—. Así está mejor —dijo cuando Joan regresó con
la otra taza.
Josephine, quien casi nunca se sonrojaba, lo hizo, pero sirvió el té con su
habitual calma, colocó los expedientes sobre el escritorio y le ofreció su silla. Él no la
aceptó y se sentó sobre el radiador, bebiendo la infusión mientras leía las
anotaciones. Extendió la mano para que le diera los resultados del laboratorio y
también los estudió.
—Creo que necesitará radioterapia. Primero la pondremos de pie, para que
sienta que ha logrado progresar. ¿Acostumbra hacer eso con sus pacientes?
—Por lo regular sí, aunque depende del enfermo.
—Sí, por supuesto. Y las otras señoras… —alargó su taza para que le sirviera
más té y estudió los demás expedientes.
Él levantó la vista y la miró con frialdad.
—Creo que debemos empezar a conocernos, enfermera Dowling —se puso de
pie para irse.
Cuando estuvieron solas, Joan dijo:
—Qué simpático, ¿no crees? Es guapísimo y trae de cabeza a todas las
enfermeras del hospital. No estoy segura de por qué me inspira confianza, pero si me
sintiera acorralada acudiría a él.
Josephine la miró sorprendida. Joan Makepeace era una de las jóvenes más
equilibradas que había conocido. Era popular con las enfermeras, estudiantes y
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—Si quiere, traeré a uno de los cirujanos para que hable con usted, operarán a
su esposa por la mañana y puede telefonear alrededor de la una o venir por la noche
para hablar con alguien.
Jo se alegró cuando se fue. Fue más difícil tratar con las otras dos mujeres. Las
dos eran de mediana edad, casadas y sus maridos estaban ansiosos por saber qué
hacer. Jo los tranquilizó y cuando se fueron, se dirigió a hablar con las tres mujeres.
Josephine les dio confianza y les explicó lo que el cirujano iba a hacer; por ultimo
sugirió que se bañaran y acostaran, para estar preparadas cuando el especialista las
examinara. El médico que estaba de guardia era muy competente, aunque a veces
asustaba a las pacientes con su exagerada franqueza, por lo que Josephine se aseguró
de estar a su lado para restarle importancia a sus frases poco sutiles.
A la mañana siguiente, como era día de operaciones, había mucho trabajo, pero
Josephine se sintió aliviada con ello. El doctor Macauley, el anestesista, había visitado
a las pacientes la noche anterior, así que las señoras estaban listas para operar. La
señora Prior sería la primera a quien intervendrían y Josephine se dirigió a su lado, la
mujer esperaba sin quejarse. Jo se detuvo cuando la puerta del pabellón se abrió y el
doctor van Tacx entró. Tenía un aire de seguridad y al mismo tiempo infundía
confianza, tanto, que las tres enfermas que esperaban, con deseos de salir de la cama
e irse a su casa, al instante se tranquilizaron.
—Buenos días, señorita —saludó con su habitual calma y cuando se sentó en la
cama de la señora Prior, ésta le miró con adoración.
Habló con las tres mujeres con voz pausada y agradable, la cual admiró Jo. Por
su mente cruzó el pensamiento de que si alguna vez necesitaba operarse, escogería al
doctor van Tacx para que lo hiciera. Era obvio que las tres enfermas pensaban igual,
ya que sonrieron.
Josephine las llevó al quirófano y dejó a Joan en su lugar. Desde que se había
encargado del pabellón, tenía por costumbre acompañar a las enfermas, ya que había
descubierto que aunque estaban semiinconscientes, iban con la mente más tranquila
si sabían que ella las acompañaba. Una vez que se encontraban en la sala de anestesia
y la paciente perdía el conocimiento, dejaba a una auxiliar de enfermera.
En esta ocasión le pesó alejarse, pues le hubiera gustado observar cómo operaba
el doctor van Tacx. Regresó a su sección y siguió con la rutina diaria, hasta que la
llamaron de la sala de recuperación para avisarle de que la señora Prior estaba lista
para regresar y que enviara a la siguiente paciente.
Acompañó a la enferma hasta la sala de anestesia. Después regresó para
supervisar el traslado de la señora Prior.
Josephine recibió instrucciones de Fiona, la jefe de enfermeras de la sala de
recuperación. Llevó a la convaleciente hasta su cama y dejó a una auxiliar para que la
observara durante quince minutos.
—Ve a comer —le dijo a Joan—, y que las enfermeras Thursby y Williams vayan
contigo.
—¿Y tu cena?
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—He adquirido el hábito de beber té. En Holanda tomamos café o té sin leche,
menos fuerte. Esto podría mover un tren.
Él se acomodó en la silla y Josephine dijo con severidad:
—Si se sigue moviendo, la silla se va a romper. Cómase un emparedado.
Permanecieron sentados un momento, después el doctor van Tacx empezó a
hablar acerca de los pacientes y Josephine se convirtió enseguida en la jefa de
enfermeras que sabe con exactitud lo que se espera de ella. Volvió a llenar las tazas,
colocó en un extremo del escritorio los emparedados y sacó su pluma. Igual que el
doctor Bull, él dio instrucciones con una rapidez alarmante y ella no podía
recordarlas todas. Él se puso de pie para irse.
—Volveré después. Llámeme cuando llegue el señor Prior. ¿Está de guardia
esta tarde?
Ella no le dijo que debería haberse ido a las cinco, pues como sucedía muchas
veces que había operaciones, se había quedado a trabajar después de acabar su
jornada.
—Sí, estaré hasta las ocho y le telefonearé, ¿estará aquí?
—¿No me he expresado con claridad, señorita?
Esta observación hizo que se borrara la apreciación que empezaba a sentir por
él.
Durante la cena, varias de sus amigas le preguntaron por qué había terminado
tan tarde de trabajar.
—¿Cómo es el nuevo doctor? ¿Lento?
—No, pero la primera operación se prolongó más de lo que esperaba y yo me
quedé porque el esposo de esa mujer iba a venir. Ayer se puso difícil y hoy el doctor
van Tacx quería hablar con él.
—¿Y qué dirá Malcolm de eso? ¿Quedarse trabajando sólo para complacer a un
médico muy bien parecido? —la que hablaba suspiró—. No me importaría estar en tu
lugar, Jo.
Josephine colocó el cuchillo y el tenedor en su plato. No le simpatizaba esa
chica. Era la jefa de enfermeras del pabellón de medicina general, una buena
enfermera, pero maliciosa.
—Puedes ponerte en mi lugar cuando gustes —dijo Jo—, por mi parte tienes
carta blanca y respecto a Malcolm, como ya no estamos comprometidos, no tiene
nada que decir.
Se puso de pie y salió, la muchacha que había hablado fue reprendida por
todas. Cuando les explicó que ella no estaba enterada, le advirtieron que midiera sus
comentarios.
Josephine se dirigió a su habitación, se quitó la toca, se puso un abrigo sobre el
uniforme, unas botas de cuero sobre las medias negras y salió de los dormitorios de
las enfermeras por una puerta lateral, cercana al aparcamiento utilizado por el
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Capítulo 3
A la mañana siguiente, mientras desayunaba, Josephine llegó a la conclusión de
que temía encontrarse con el doctor van Tacx otra vez. Se preocupó sin motivo, ya
que cuando él visitó a las pacientes, se comportó con naturalidad. Cuando terminó el
recorrido, él y Matt se tomaron un café en su oficina, discutiendo tratamientos y
medicinas, después dieron instrucciones a Josephine. Antes de retirarse, él la miró
con frialdad y Josephine pensó que por lo menos podía haberla sonreído.
Arrojó unos expedientes sobre el escritorio diciéndose que no seguiría sus
consejos y que haría lo que ella quisiera. Tal vez si Malcolm se disculpara, aceptaría
casarse con él…
En su interior sabía que no iba a hacer algo semejante, además él había dicho
que no era la chica que pensaba. Él no la amaba…
No es bueno llorar cuando no se puede remediar lo sucedido, se dijo decidida.
Hasta el fin de semana no libraría y los días anteriores le parecieron
interminables, pese a que estaba muy ocupada. El doctor van Tacx entraba y salía
seguido de Matt y Josephine formando el trío. Habló poco con ella y Jo decidió que le
había hecho enfadarse, se dijo que no la importaba en lo más mínimo, aunque en su
interior sabía que sí la importaba. Cuando fuera a casa le explicaría a su madre lo
sucedido con Malcolm para que ella la aconsejara.
El día de operaciones resultó tolerable, pero la señora Prior la preocupaba. No
debería permanecer todo el tiempo en la cama y sin embargo no mostraba interés
alguno por levantarse o charlar con sus compañeras. Permanecía acostada y en
absoluto silencio. Esto inquietaba a Josephine y se lo comentó a Matt, quien debió
decírselo al doctor van Tacx, ya que después de la ronda del viernes, se dirigió a su
oficina y comentó:
—Sé que estás preocupada por la señora Prior.
—Así es, doctor. Parece que a ella no le importa si se recupera o no.
—¿Y el marido?
—Viena casi todas las noches, pero nunca habla con nosotras.
—Conciértame una cita con él para el lunes. Vendré aquí si me avisas cuando
llegue.
—Muy bien, doctor.
—Tal vez ella no desee regresar a casa; trata de averiguarlo. Si ése es el caso, la
llevaremos a un hospital para convalecientes. Todavía no está lista para la
radioterapia.
—Hasta dentro de dos semanas…
Le volvió a llenar la taza con café y le ofreció un pastelillo a Matt, quien le
preguntó:
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decir lo misino de su madre —añadió pensativa—. Lleva una ropa muy fea y me dijo
cómo tenía que cocinar la col, como si yo no supiera…
La señora Dowling parecía indignada y Josephine rió.
—Malcolm quería que yo me hiciera mi ropa, aseguró que su madre me
enseñaría.
Sin razón aparente, comenzó a llorar y su madre exclamó:
—¡Dios no lo quiera! —dejó la sartén y abrazó a su hija—. Mira, cariño, sé que te
sientes mal, pero hiciste lo correcto, dentro de un par de meses, cuando mires hacia
atrás, te alegrarás de haber actuado así. Fue una lástima que no hayas podido venir a
casa enseguida. Mañana saldrás a pasear y por la noche estamos invitados a Branton
House a cenar. Lady Forsyth me preguntó si estarías en casa y le dije que sí…
—No tengo ropa adecuada.
—La semana pasada llevé a la tintorería mi vestido gris y recordé que tenía una
mancha tu vestido de crepé rosa, por lo que lo llevé también. Ahora parece nuevo.
Tendrás que darle la noticia de tu ruptura con Malcolm a Lady Forsyth, ya que con
toda seguridad, ella se lo dirá a los demás y cuanto más pronto lo sepan será mejor.
—Mamá, eres muy práctica —sonrió—, nunca creí que lo fueras. Muy bien, iré
contigo mañana. ¿Habrá mucha gente? ¿Es una de sus concurridas fiestas?
—No, sólo irán unos cuantos amigos y los conocemos a todos.
Josephine subió a su habitación y su padre asomó la cabeza por la puerta de la
cocina.
—Todo ha terminado entre Jo y Malcolm —le comunicó su esposa.
—¿Le ha afectado mucho a Jo? —entró en la cocina.
—No lo creo. Está lastimada, se siente perdida y un poco torpe porque tendrá
que decírselo a todos…
—Traeré una botella de vino, eso la ayudará.
El vino sirvió, pero lo que en realidad la reconfortó fue el silencioso
entendimiento de sus padres. Esa noche durmió muy bien y al despertar pensó que
el mundo no era tan malo.
Por la tarde anduvo un largo trecho, con el fiel Cuthbert a su lado. La lluvia y el
viento habían arrancado hojas de los árboles y los senderos estaban cubiertos con
éstas. Josephine caminó hasta que el cielo comenzó a oscurecerse y después tomó los
atajos que conocían desde niña, para llegar a casa a la hora del té. Su madre dijo que
sería algo ligero, ya que Lady Forsyth tenía un cocinero maravilloso y tendrían que
hacerle justicia a sus esfuerzos. Josephine se puso su vestido color rosa y se miró en
el espejo. El vestido tenía un corte bonito. Sacó del armario su abrigo de terciopelo
que tenía desde hacía varios años y bajó a la sala.
Su padre ya estaba allí, muy elegante con su chaqueta de gala, leyendo el
último número de The Lancet. Levantó la vista cuando ella entró, expresó su
conformidad y continuó leyendo. Después dijo:
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la naturaleza humana —se dirigió a una mujer alta y delgada que se les unió—, un
tema muy interesante, señora Taylor y por supuesto en el hospital lo tratamos con
frecuencia.
—Creo que ustedes dos tienen mucho en común —señaló la señora Taylor y
miró a uno y a otro con sus pequeños ojos—. Josephine estás muy sonrojada.
Antes de que ella pudiera responder, él intervino:
—Comentábamos que aquí hace mucho calor —Josephine admiró la forma en
que él desvió la conversación, a pesar de los esfuerzos de la señora Taylor por
continuar con el tema—. Josephine, me gustaría que me presentaras a tus padres.
Se alejaron de la señora Taylor y el médico la condujo al otro extremo del salón,
donde la señora Dowling hablaba con la esposa del rector, quien se detuvo a media
frase y dijo:
—Julio, qué placer verte, ¿has venido a hablar con la señora Dowling? Entonces
os dejo. Le prometí a Lady Forsyth darle una receta.
Josephine le presentó a su madre.
—He oído hablar de usted —dijo la mujer—. No a Jo, sino a la gente del pueblo
—le sonrió—. ¿Le gusta trabajar con mi hija?
—Mamá —intervino Jo—, estoy segura de que el doctor van Tacx no querrá
responderte hasta que yo me vaya.
—Al contrario —la corrigió él y la detuvo agarrándola del brazo—. Sí me gusta
trabajar con Josephine, señora Dowling. Es una enfermera muy competente.
La dama sonrió y extendió la mano para detener a su esposo que se acercaba.
—John, ven a conocer al doctor van Tacx. Jo trabaja con él.
—Sí, por supuesto, usted es el suplente de Jack Bull. Me han dicho que está
probando una nueva cisura —los dos hombres, disculpándose con la madre y la hija,
se dirigieron a un rincón apacible.
—Es simpático —comentó la señora Dowling—. ¿Es casado?
—Mamá, no lo sé y no quiero saberlo —era mentira, pero no le parecía correcto
comentar la vida amorosa del doctor van Tacx en ese momento.
—Creo que lo veremos a menudo. Le invitaré a casa cuando nos conozcamos
mejor.
Se oyó un murmullo cuando la señora Forsyth anunció que la cena estaba lista y
empezó a colocar a sus invitados. Cuando llegó a Josephine dijo feliz:
—¡Qué bien que conozcas a Julio, cariño! Así podréis charlar.
El doctor van Tacx le sonrió y dijo:
—Inevitable, Josephine.
Al otro lado de la joven estaba sentado un abogado retirado, que no oía bien y
le gustaba la comida, una combinación que hacía difícil la charla. No era la única
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desafortunada, se sintió complacida al ver que junto al doctor van Tacx estaba la
señora Taylor.
Pasó algún tiempo antes de que los dos pudieran hablar.
—¿Cuándo te vas? —le preguntó el médico a Josephine.
—Mañana por la tarde.
—Yo te llevaré. Nos detendremos a cenar en el camino.
—¿Me está invitando o es una orden?
—Eres muy quisquillosa. Pensé que sería una buena idea conocernos mejor.
—¿Por qué?
Él no respondió su pregunta.
—Me agrada tu madre, tus ojos son iguales que los suyos. ¿A tu padre le
interesa la ginecología?
—Sí, tenía la intención de especializarse, pero tuvo una lesión en una mano y
eso le impidió operar.
—¿Ha sido médico general desde entonces?
—Sí, vino aquí antes de que yo naciera, una tía le dejó la casa y el médico del
pueblo acababa de morir.
Jo tuvo que volverse hacia el señor Stone, quien ansiaba decirle lo exquisito que
había estado el pato.
A Lady Forsyth no le gustaba la música moderna, por lo que después de la cena
todos se dirigieron al salón para conversar. Después la anfitriona le pidió a Josephine
que tocara el piano.
Jo enseguida se puso de pie y se dirigió al instrumento que estaba al otro
extremo de la habitación.
—Música suave —sugirió el rector.
Jo ejecutó obras de Handel, los Cuentos de los Bosques de Viena y luego Chopin.
Después de media hora se detuvo, permaneció sentada con las manos sobre el
regazo, mientras todos aplaudían y volvió a su asiento, junto a Wendy.
—No es justo, eres muy bonita, tienes un trabajo maravilloso y tocas el piano
muy bien —habló sin envidia, acariciándose los rizos oscuros—. Me agrada Julio, ¿a
ti no? tiene la estatura adecuado para ti… Oh, Jo, lo siento… mi madre me ha
contado lo de Malcolm, pero no me acordaba. ¿Te sientes mal por eso?
—Supongo que sí, pero me estoy sobreponiendo.
Todos comenzaron a despedirse. El doctor van Tacx se hospedaba con los
Forsyth y se despedía de la gente, cuando Josephine siguió a sus padres y cruzó el
vestíbulo, él fue a darles las huellas noches.
—¿A las seis y media mañana? —le preguntó a Josephine.
—Sí, gracias —respondió con cortesía Jo, ya que su madre estaba junto a ellos.
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El doctor Van Tacx llegó diez minutos antes y encontró a los señores Dowling
sentados junto a la chimenea, pero no había señales de Josephine.
—Ha salido con Cuthbert —le explicó la mujer—, no tardará. Ya casi está lista,
me lo dijo antes de salir. Si quiere asomarse por la puerta de atrás y llamarla, le oirá,
seguramente están en el huerto.
El doctor Dowling dobló el periódico que estaba leyendo y dijo:
—Querida, no esperarás que el doctor van Tacx vaya a buscar a Jo…
—Por supuesto que no.
Josephine, que en ese momento entraba en la habitación, se preguntó por qué su
madre parecía tan complacida. Después de saludar al doctor fue a buscar su abrigo y
su maleta.
—Telefonearé —prometió Jo. Abrazó a sus padres y se subió al Bentley.
Cuando dejaron Salisbury, él dijo:
—He reservado una mesa en Sheringg House en Stockbridge. Espero que te
guste, quizá ya hayas estado allí.
—No. Mis padres sí, y les encanta.
Se bajaron del coche, entraron en el pequeño hotel y se dirigieron al restaurante.
Cuando percibió el agradable olor que salía de la cocina, Josephine sintió que la boca
se le hacía agua.
Eligieron una mesa junto a la ventana y ella comió paté, trucha fresca, pescada
en el río que corría junto al hotel, Tournedos Rossini y helado hecho en casa.
A pesar de que aún les faltaba más de una hora de camino, no se apresuraron a
tomar el café y Josephine, en contra de sus deseos, estaba feliz y contenta. El doctor
van Tacx era un compañero agradable. Le habló de Holanda, aunque nada acerca de
él y no mencionó el hospital. Cuando llegaron al patio del sanatorio Josephine se dio
cuenta de que había hablado mucho acerca de ella y su familia. Cuando él detuvo el
coche, ella preguntó:
—¿Cómo era la chica con la que se iba a casar?
Tan pronto como las palabras salieron de su boca deseó no haberlas
pronunciado.
—¿Por qué quieres saberlo? ¿No será que después de todo, estás un poco
interesada en mí?
Ella se quitó el cinturón de seguridad y colocó la mano en la puerta, pero él
extendió la suya y la colocó sobre la de ella, evitando que alcanzara la manivela.
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—Por supuesto —pensó que ésa era la razón por la que la había llevado a ese
sitio.
—¿Sabes que tiene un nieto al que nunca ha visto? Su hija vive en Manchester.
—Sí, ella me lo dijo. Su marido dice que no pueden pagarse el viaje.
—Me he puesto en contacto con una persona que conozco, que la puede llevar
al hospital de radioterapia del lugar. Podría recibir su tratamiento y estar cerca de su
hija. Apostaría hasta el último centavo que descubriría que después de todo vale la
pena vivir. Podríamos darle uno o dos meses de felicidad. He hecho arreglos para ver
a su marido mañana. Creo que todo podría arreglarse si le convenzo.
El camarero les llevó café y retiró los platos y las copas.
—¡Es una idea maravillosa! ¿Lo logrará?
—Con toda seguridad. ¿Cuándo tomarás esas vacaciones?
—No podrá ser la próxima semana. La siguiente vendrá una jefa de enfermeras
auxiliar, creo que entonces podré irme. Volveré cuando esté el doctor Bull…
—Así es.
—¿Regresará a Holanda?
—Sí, aunque tengo dos socios, no puedo ausentarme mucho tiempo.
Ansiaba preguntarle en dónde vivía y al mismo tiempo se dijo que eso no la
importaba.
—Si no le molesta, quisiera volver al hospital, ha sido un día agotador.
Él no puso ninguna objeción y esto la enfadó. Al llegar al hospital, él le abrió la
puerta, recibió las gracias y le dio las buenas noches, alejándose. Josephine se sintió
mal, comenzó a cruzar el vestíbulo, donde la detuvo el portero, quien tenía una carta
para ella.
—Llegó en el correo de la tarde y se extravió, lo siento.
Era de Malcolm. Se la metió en el bolsillo del abrigo y se dirigió a los
dormitorios de las enfermeras, preguntándose que contendría. Se dijo que si Malcolm
quería casarse con ella, aceptaría.
Esos no eran los deseos de Malcolm. Le preguntaba si tenía alguna objeción en
que vendiera el viejo reloj que ella encontrara en una tienda de antigüedades y que
compraron juntos. Le explicaba que el reloj era valioso y le enviaría la mitad del
dinero cuando lo vendiera. Leyó por segunda vez la carta, la rompió en pedazos y
abrió el grifo de la bañera. Permaneció en ésta hasta que el agua se enfrió.
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Capítulo 4
A la mañana siguiente, el doctor van Tacx llegó temprano al pabellón. Cuando
terminó la ronda, dejó libres a las personas que le acompañaron, le pidió a Matt que
se ocupara de unas radiografías y después siguió a Josephine a su oficina.
—¿Y ahora qué sucede? —preguntó él—. Has llorado… tienes la nariz roja y los
ojos hinchados. ¿En dónde está tu orgullo?
—Por favor cállese y agradecería que no se metiera en mis asuntos. No tiene
derecho…
—No, no lo tengo, pero trato de adquirirlo. Hablo así por tu bien, el personal y
el de los pacientes. Deberías tomarte unas vacaciones lo más pronto posible. La
enfermera que es tu mano derecha puede atender muy bien la sala.
—Sí, tan bien como yo… quizá mejor —dijo con frialdad.
—Ahora reaccionas como una tonta y eso demuestra que tengo razón. Necesitas
unos días de descanso para relajarte. Mencionaste que te irías cuando llegara la jefa
de enfermeras auxiliar, pero con seguridad puedes dejar la sección a cargo de Joan
durante unos días. Tu novio ha herido más tu orgullo que tu corazón.
Se sorprendió porque parecía ansioso por librarse de ella. Se sentó y miró sus
manos que tenía oprimidas sobre el regazo. Por supuesto que él tenía razón, había
sido un golpe a su orgullo más que a su corazón, suponía que se había convencido de
que estaba enamorada de Malcolm y ahora comprendía su error. Tenía que hacer un
esfuerzo para mostrarle al mundo su habitual semblante calmado.
El silencio fue largo, Jo levantó la vista y vio que él la observaba.
—Haré los arreglos necesarios para irme este fin de semana, además, tengo esos
días libres. Tomaré una semana de vacaciones y a eso añadiré mis días de descanso;
serán casi dos semanas. La lista de operaciones para la semana próxima será corta, ya
que colocarán una lámpara nueva en la sala y cinco pacientes se irán a casa, además;
sólo habrá tres admisiones.
—Por el momento no aprecias mi consejo, pero te aseguro que es por tu bien.
—¿Quiere café?
—Está bien, hagamos las paces tomando café.
—¿Dónde aprendió a hablar inglés?
—Tuve una institutriz inglesa. Aún está con nosotros, por supuesto que ya es
anciana, después estuve en Cambridge.
Josephine se puso de pie para ir a la cocina a buscar el café.
—Supongo que es muy inteligente —suspiró sin darse cuenta—. Creo que le
resultará fácil encontrar una esposa que le agrade.
—Ya he elegido a alguien; la pregunta es, ¿le agrado yo a ella?
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contenta, aunque pensó que le hubiera gustado ver al doctor van Tacx unos minutos,
para decirle que tenía muy malos modales. Quizá le viera al día siguiente en la
iglesia, pero sería difícil decírselo en la puerta del templo, además, Branton House
estaba en la dirección opuesta a su casa y sus ocupantes siempre se iban primero.
A la mañana siguiente el sol brillaba en el cielo azul, y los campos aparecían
blancos por la escarcha. A Josephine, que se encontraba en el jardín con Cuthbert, esto
le pareció estupendo. Regresaron a la cocina, donde se quedó el perro mientras ella
subía a arreglarse para ir a la iglesia. Se puso su traje nuevo de lana y un sombrero.
Llegaron más tarde que lo acostumbrado porque la señora Dowling no
encontraba sus gafas y tuvieron que buscarlas. El doctor Dowling ocupaba desde
hacía años el banco que se encontraba debajo del pulpito y allí se acomodaron.
Josephine rezó sus oraciones y se sentó, pero volvió la cabeza lo suficiente para ver el
banco perteneciente a Branton House. El cuerpo del doctor van Tacx sobresalía entre
todos. Él volvió la cabeza y la miró.
Después de la ceremonia tardaron en salir de la iglesia, ya que conocían a
muchas personas. Al llegar al pórtico se detuvieron para hablar con el reverendo. Jo
pensó que el doctor van Tacx ya se habría ido, pero no era así, él apreció a su lado y
los saludó a los tres. La señora Dowling hizo una seña a su esposo, y ambos se
alejaron, dejando a Jo con el doctor van Tacx, quien no perdió el tiempo.
—Hace un día maravilloso, si no tienes planeado hacer otra cosa, ¿podríamos ir
a Stourhead? Fui el verano pasado pero me han dicho que en esta época del año es
cuando está mejor.
—¿Stourhead? ¿Y qué hay con los Forsyth? ¿No esperan que te reúnas con
ellos?
—Prefiero tu compañía, además ellos tienen un compromiso con una tía y se
alegrarán si me voy a otro lado.
—Wendy…—comenzó Josephine.
—Una joven encantadora. Iré a buscarte dentro de veinte minutos —miró sus
elegantes zapatos de tacón—. Ponte unos zapatos cómodos, me gustaría andar
alrededor del lago.
—Ayer fuiste bastante rudo.
—No esperaba verte. Pensaba en ti y de pronto ahí estabas.
—Es un bonito día —sonrió—. Iré a cambiarme de zapatos.
Se separaron, él se dirigió al sendero que conducía hacia Branton House y ella
al coche donde la esperaban sus padres. A ellos les pareció una idea maravillosa que
no permaneciera encerrada.
Cuando él llego, Josephine ya estaba lista, de cualquier modo, se quedó en su
habitación unos minutos. Era un hombre arrogante y debía mantenerle en su sitio.
Pronto llegaron a Stourton Village, ya que los caminos vecinales, por los que él
condujo, apenas tenían tráfico, además el trayecto pareció más corto debido a la
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conversación que sostuvieron. No podía negar que el doctor van Tacx era un
agradable compañero cuando quería.
Spread Eagle, que se encontraba en un extremo del parque, estaba lleno de
visitantes sentados en el bar, alrededor de la chimenea. Encontraron una mesa cerca
de la ventana. Josephine pidió un jerez, mientras que su compañero bebió cerveza.
Pidieron la comida mientras se encontraban allí y después se dirigieron al
confortable comedor para comer carne asada, con ensalada de rábanos y después
pastel con crema. No permanecieron mucho tiempo en el restaurante, ya que la
caminata alrededor del lago les llevaría más de una hora y ya eran las dos. Tomaron
café y se fueron.
—Es una lástima que no haya tiempo para ver la iglesia, es muy bonita —se
quejó Josephine.
—Sí, pero merece visitarla detenidamente. Lo haremos la próxima vez. ¿Vamos
a la derecha o a la izquierda?
—A la izquierda —respondió enseguida Josephine—, me gusta dejar las grutas
para lo último.
El lago estaba a su derecha y el sendero salía y entraba entre los árboles,
algunas veces quedaba junto a la orilla del agua y otrás se perdía de vista. En el lago
había cisnes y patos, la mayoría se amontonaban en la isleta cercana al puente que
acababan de cruzar.
Había quietud y todo estaba cubierto por una fina capa de escarcha. A su
alrededor, los abetos se elevaban a gran altura y los árboles más pequeños, que aún
tenían un color rojo y amarillo, se mezclaban con las moras rojas. Josephine colocó
una mano sobre el brazo de su compañero diciendo:
—Una ardilla —se detuvieron y miraron cómo el pequeño animal se subía a un
árbol.
Cuando reanudaron su camino, Jo encontró que su mano estaba apresada bajo
el brazo de él. Decidió que sería una grosería retirarla y era maravilloso andar así en
la quietud del parque.
—¿Has tenido mucho trabajo esta semana?
—Sí, pero no más que de costumbre. ¿Y tú? ¿Qué has hecho?
—Limpiar la casa, cocinar un poco, ayudar a mi padre, una noche fuimos a
cenar con el reverendo, he ido a Tisbury de compras y todos los días he sacado a
pasear a Cuthbert.
—¿No has extrañado St. Michael?
—No. Me gusta ser enfermera y dirigir un pabellón, no puedo imaginarme
haciendo otra cosa, pero si no tuviera que trabajar me encantaría permanecer en casa
y ser una… —se detuvo, iba a decir una ama de casa, pero de pronto se cohibió.
—¿Ama de casa? —preguntó el doctor van Tacx—. Se supone que hoy en día
eso no está de moda. Supongo que es más difícil que un trabajo de oficina u hospital.
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señora Dowling. El doctor van Tacx comió todo lo que le ofrecían, el andar le había
abierto el apetito y como le dijo a su anfitriona, no podía pensar en nada mejor que
beber el té frente a la chimenea en un día frío.
—En Holanda casi no tomamos té y menos estas delicias, sólo la infusión, casi
siempre sin leche y un pequeño pastelito —suspiró tan profundo, que Josephine le
miró con sospecha—. Tendré que casarme con una joven inglesa que sea una buena
cocinera.
—Debe haber muchas deseosas de hacerlo —dijo la señora Dowling. El doctor
van Tacx permaneció imperturbable.
—Es muy amable al decirlo, señora Dowling, pero creo que sería un marido
difícil, ya que tengo el mal hábito de decir lo que pienso y me gusta que las cosas se
hagan a mi modo; mi esposa necesitará ser una santa…
—O una joven que le ame.
—Eso es más de lo que merezco.
—Coja otro trozo de pastel.
Después de las seis él se puso de pie.
—Ha sido una tarde maravillosa —hablaba a la señora Dowling, pero miró a
Josephine.
Todos estaban de pie en el vestíbulo y la joven le había abierto la puerta. Él le
dio la mano a sus padres y besó a la enfermera en la mejilla.
Josephine cerró la puerta y oyó el ruido del motor de su coche alejarse. Hubo un
silencio antes de que la señora Dowling dijera feliz:
—Siempre me ha gustado la costumbre del beso social, la familia real siempre lo
hace.
A Josephine también le parecía muy bien, aunque no lo expresó.
A mitad de la semana tuvo que admitir que esperaba con ansiedad el fin de
semana, con la esperanza de que el doctor van Tacx fuera a visitar a los Forsyth. Pasó
el sábado y no hubo señales de él, tampoco le encontró en misa el domingo. Se dijo
que no tenía importancia.
Esa semana había ido a Salisbury a comprarse ropa, un sedoso vestido verde de
crepé, que en realidad no necesitaba, pero le quedaba tan bien que no pudo resistir la
tentación de comprarlo, una chaqueta, una falda y un par de blusas y suéteres.
También se llevó lana para tejer un suéter, así como un par de botas que hacían que
sus piernas parecieran más largas.
—Dejaré el vestido aquí —le dijo a su madre—. Me vendrá muy bien para las
fiestas navideñas.
—No será difícil guardarlo —aseguró la señora mientras tocaba la tela—, y tal
vez te sea útil cuando tengas que salir por la noche —comenzó a envolverlo con
cuidado en el papel—, estoy segura de que los médicos jóvenes te invitarán a salir.
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Arregló las almohadas y cerró los ojos. Pensó en el trabajo del día siguiente,
pero enseguida recordó Storhead. Admitió que en ese lugar había sido muy feliz.
Cuando le encontró a la mañana siguiente, no había rastro de la pelirroja.
Matt estaba con él, así como un grupo de estudiantes. Los saludó con cortesía y
los condujo hasta la primera cama. Después de recorrer la mitad del pabellón, Jo se
convenció de que su amistad había sido transitoria. Él no era grosero, sólo distante.
Habló con cada una de las pacientes, les explicó lo que intentaba hacer y el porqué,
después le daba instrucciones a Josephine. Al concluir la ronda, escribió, en los
expedientes y habló con Matt.
Josephine sirvió el café y respondió a las preguntas que le hacían. Se fueron los
médicos y ella pensó que parecía que Julio acababa de conocerla.
Durante la cena, Caroline comentó que Moira tenía una cita con el doctor van
Tacx esa noche.
—Y estoy segura de que se la merece, pues no le ha sido fácil conseguirla.
Josephine miró su plato; de repente había perdido el apetito.
—¿Será un esfuerzo inútil? —preguntó alguien.
—Conoces a Moira, es insistente —varios pares de ojos se volvieron hacia
Josephine.
—Jo, tú le ves varias veces a la semana. ¿Qué opinas? ¿Logrará seducirle?
—Es bonita y pequeña; a él debe gustarle eso, por su estatura.
Al día siguiente llegó tarde a la cena, pues una de las pacientes había recaído y
tuvo que localizar a Matt. Sólo Caroline estaba en la mesa, comiendo un pudín de
arroz y manzana al horno. Josephine se sirvió carne fría, ensalada y se sentó frente a
ella.
—¿Has tenido mucho trabajo? —cuestionó Josephine.
—Regular, un par de urgencias. Afortunadamente no coincidí con Moira.
—¿Por qué?
—Esta mañana estaba furiosa —rió—. Tuvo su cita con el doctor van Tacx, pero
también con la enfermera Clark —se detuvo para dar más efecto a sus palabras. La
enfermera Clark era una cincuentona regordeta—. Para completar el cuarteto, estaba
el señor Dean —el farmacéutico principal, un hombre mayor, experto en cosechar
rosas.
—Continúa.
—Comieron en un restaurante no muy elegante —se detuvo para reír—. Moira
dijo que la conversación giró en torno a rosas y el retiro de la enfermera Clark, que
además del saludo y la despedida, no habló una sola palabra con el doctor van Tacx.
Dice que prefiere morirse que volver a salir con él.
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Capítulo 5
De nuevo siguió la rutina habitual. Recibió a las nuevas pacientes,
acompañadas por sus temerosos maridos. Acompañó hasta la sala de operaciones a
las que iban a ser intervenidas, deteniendo su temblorosa mano y hablando de cosas
sin importancia para distraerlas.
No tuvo tiempo de ir a comer, por lo que comió un emparedado en su oficina y
bebió el té que le preparara la señora Cross. Después regresó a la sala para supervisar
la vuelta de una paciente y la ida de otra al quirófano.
El doctor van Tacx llegó por la tarde y convenció a las convalecientes para que
se sentaran y peinaran el cabello, después examinó con cuidado a las recién
operadas. En silencio fue de cama en cama, acompañado por Josephine y Matt, y dio
las instrucciones en voz baja, haciendo anotaciones en los expedientes. Se despidió
de ella con cortesía y Josephine se preguntó en dónde estaba el hombre con el que
había bailado durante horas la noche anterior. Le miró a los ojos y se ruborizó, el
facultativo parecía divertido.
El doctor Bull regresaría dentro de dos días, no obstante, el suplente aún no
había dicho cuándo se iría. Josephine cada vez pensaba más en ello y de haber
oportunidad se lo hubiera preguntado, pero los dos días pasaron sin que
mantuvieran una conversación en privado. Al tercer día, llegó el doctor Bull al
pabellón en compañía de varios estudiantes.
Josephine le siguió de cama en cama y el médico hizo preguntas a los
estudiantes. Cuando terminaron, ella le precedió hasta su oficina.
Mientras bebían café, hablaron acerca de los pacientes.
—El doctor van Tacx y yo hemos discutido cada caso juntos —señaló el
titular—. Parece que tiene mucho trabajo. Es un espléndido cirujano, que trabaja
demasiado —miró a Josephine mientras hablaba—. Ha actuado como yo lo hubiera
hecho.
—A todos nos ha agradado trabajar con el doctor van Tacx.
—Sí, estoy seguro. Es un buen tipo y un viejo amigo. Es una lástima que haya
regresado a Holanda.
—¿Ya se ha ido?
—Volverá.
Pasó la semana sin que tuviera noticias del doctor van Tacx y Jack Bull no
volvió a tocar el tema. Josephine se preguntó dónde estaría y qué haría. Se sintió
aliviada cuando llegó su fin de semana libre y se fue a casa.
Era una tarde fría, y las carreteras estaban cubiertas de hielo. Tal vez cuando
llegara a casa se sentiría mejor y podría borrar la sensación de vacío que la
atormentaba. Se dijo que estaba muy cansada así que después de cenar se iría a la
cama; al día siguiente se sentiría perfectamente. Al bajar del coche soplaba un viento
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muy fuerte y se preguntó si en Holanda, donde estaba el doctor van Tacx, también
soplaría el viento.
Era probable que así fuera, sólo que él no estaba allí, sino en la sala, sentado
frente a su padre, hablando de las técnicas modernas de la anestesia. Josephine
saludó a su madre y se detuvo en la puerta de la sala para mirarle.
—El doctor Bull dijo que estabas en Holanda —besó a su padre—. Buenas
noches, doctor van Tacx.
Él se puso de pie.
—Sabes que me gusta dar estas pequeñas sorpresas de vez en cuando y ¿por
qué me llamas doctor van Tacx? ¿Qué he hecho para ya no ser Julio?
Josephine se ruborizó y se mordió el labio, mirando con desesperación a su
padre.
—No esperaba encontrarte aquí.
—¿Me has olvidado tan pronto?
—No he tenido tiempo de pensar en ti.
—¿Ni siquiera de preguntar adonde había ido?
—Supongo que sí, ¿Te hospedas en Branton House?
—Durante el fin de semana. Tu madre ha tenido la amabilidad de invitarme a
cenar.
El doctor Dowling se puso de pie.
—Es hora de tomar una copa. Sube a tu cuarto a dejar tus cosas y después trae a
tu madre para que nos acompañe.
Josephine se retiró, confundida pero no se dio oportunidad para pensar
mientras se arreglaba y después bajaba a la cocina.
—Carne y riñones —dijo la señora Dowling, mientras movía algo en una
cacerola—, col, patatas y hay pastel —era una espléndida cocinera—. Espero que a
Julio le agrade la comida sencilla.
—Le gustará, si tú la has preparado —le aseguró Josephine—. Sabes que eres
una maravillosa cocinera —le quitó el delantal—. Papá te está esperando para servir
el jerez.
Parecía que el doctor van Tacx se divertía, comió con apetito y felicitó a la
señora por la comida y charló con el doctor acerca del cultivo de las rosas; a ella la
ignoró. Por eso Josephine se sorprendió cuando él le preguntó mientras tomaban el
café, si quería ir a pasear a la mañana siguiente.
—No puedo, tengo que hacer varias cosas.
—Entonces, después de comer. No es probable que llueva y estoy seguro de que
no te importa si sopla un viento fuerte. Se llevará tu mal humor.
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—Mi… bueno… —respiró profundo y sin saber por qué, sonrió—. Tienes razón,
llevaré a Cuthbert.
—Bien —miró a la señora Dowling, quien había escuchado, con atención—.
¿Puedo dejar el coche aquí? Eso nos dará dos horas de luz.
—Por supuesto, ¿te quedarás a tomar el té?
—Sí.
Al día siguiente, cuando él llegó, Josephine ya estaba lista. El sol brillaba y sólo
las nubes que se encontraban más allá de las colinas anunciaban que podría llover y
con suerte, estarían en casa antes de que eso sucediera.
Sus padres los despidieron, antes de cerrar la puerta vieron cómo desaparecían
por el sendero.
—Hacen una buena pareja —le dijo el señor a su esposa.
—Sí, querido —caminó hacia la sala—. En Branton House me enteré de que
estaba comprometido para casarse, pero que todo se suspendió.
—Supongo que Julio es capaz de dirigir su vida.
—Sí, así como nuestra Jo.
El sendero era una mezcla de lodo helado y surcos, aunque esto no preocupaba
a Josephine ni a su acompañante, que se alejaban de la casa y del pueblo con Cuthbert
entre ellos.
—¿Has pensado en algún lugar en especial? —preguntó Julio.
—Si no te importa el camino accidentado, podemos ir a los campos Pakes,
cruzar Stoney Bottom y salir a Paul's Marsh, al otro lado del pueblo. Son como seis
kilómetros.
Anduvieron en silencio, intercambiando algún comentario de vez en cuando.
Los campos Pakes estaban cubiertos con trigo, por lo que los bordearon. En Stoney
Bottom había infinidad de plantas y las piedras estaban ocultas por los arbustos,
maleza y agua helada. Aún había escarcha sobre los árboles, los pájaros cantaban en
los árboles y el sol le daba al lugar una belleza inesperada, Josephine se detuvo y
sacó de sus bolsillos pan, para ver cómo se alimentaban los hambrientos pájaros.
—En realidad no es un pantano —explicó Josephine—, se inunda si llueve
mucho, de lo contrario, los caminos no están tan mal.
—Sólo lodosos —observó el doctor van Tacx, mirando sus zapatos que antes
estaban limpios.
—¿Te importa? Estamos acostumbrados a las botas en el invierno, por supuesto
que si vives en Londres…
—No, yo vivo en Holanda —se volvió para mirarla—, en la perefieria de un
pequeño pueblo enlodado durante el invierno.
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—¿Regresarás a Holanda?
—Muy pronto.
Paul's Marsh era extenso y cuando llegaron al otro extremo y pudieron ver el
pueblo, ya había oscurecido. Al encontrarse con las primeras casas, comenzó a llover.
Regresaron de prisa y entraron por la puerta de atrás. Dejaron sus cosas en el
pequeño vestíbulo y el doctor van Tacx se quedó secando a Cuthbert mientras Jo
ayudaba a su madre a preparar el té.
—Cuando estés listo entra —dijo Josephine. Después él se sentó enfrente de la
chimenea y Cuthbert a su lado.
La señora Dowling cortaba el pastel cuando sonó el teléfono.
—Yo contestaré —ofreció la chica—. Papá, ha habido un accidente en la granja
Burke, un camión de leche, uno de mudanzas y dos coches, han chocado; y además
hay un árbol caído al final del camino…
—Entonces la ambulancia y la policía no pueden pasar —se puso de pie y
también el doctor van Tacx—. Hablaré con Burke, trae mi maletín, Jo, y ponte las
botas.
El doctor van Tacx la siguió hasta el vestíbulo y preguntó:
—¿Hay algunas botas que me sirvan?
—Las nuevas de papá. ¿También vas a ir?
—Sí. Dame el maletín.
—Será mejor que lleve vendas y tablillas. Papá está telefoneando a la policía.
Un momento después, el señor Dowling le decía a su esposa que llamara al
doctor Wells y al doctor Jenkins, de los pueblos cercanos. De inmediato subieron al
coche, conduciendo bajo la fuerte lluvia.
La granja Burke estaba a casi tres kilómetros del pueblo, al final de un sinuoso
camino. El doctor van Tacx conducía despacio ya que a unos cien metros estaba el
árbol que impedía el paso. Julio murmuró algo y dio marcha atrás con precaución.
Como había conducido despacio, pudo ver una reja a su derecha y se detuvo cuando
Josephine se lo indicó.
—Abriré la reja, es una zona de pasto y en este momento no habrá nadie,
puedes dejar el coche dentro, yo cerraré la reja.
Se estremeció al bajarse del automóvil, ya que soplaba un viento frío. El doctor
van Tacx aparcó el coche y él y el señor Dowling se bajaron.
Podían ver la granja, ya que estaban encendidas todas las luces de la casa, por
lo que no necesitaron la linterna mientras se apresuraban a llegar. Al final del campo
había otra reja y se detuvieron un momento al ver la confusión que reinaba al otro
lado. El camión de leche al salir de la granja había chocado con el de mudanzas, cuyo
contenido yacía esparcido en todas direcciones, cubierto por la leche que salía del
otro camión. Entre los dos camiones estaba un pequeño coche, cuyos ocupantes
estaban atrapados al igual que el chófer del camión de leche a quien intentaban
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rescatar el señor Burke y dos de sus ayudantes. Un hombre estaba sentado a la orilla
del camino, tenía las manos en la cabeza y se oían los gritos de una mujer
aterrorizada.
—Meter a ese hombre —ordenó el doctor Dowling—, y volver tan pronto como
podáis. ¿Está tu esposa en casa, Burke?
—No, ha llevado a los niños a Tisbury.
Josephine no esperó a oír más, ayudó a ponerse de pie al hombre, quien no
estaba herido, sólo muy impresionado. Lo acompañó hasta la cocina, le sirvió una
taza de té, que por fortuna hervía sobre la estufa, buscó una manta y lo acostó en el
sofá.
—Está a salvo, permanezca aquí. Regresaré enseguida. Cierre los ojos y si
puede duerma.
De nuevo en la carretera, descubrió que el chófer del camión aún estaba en la
cabina y su padre inclinado sobre él. El doctor van Tacx estaba junto a los hierros
retorcidos del coche y tiraba con suavidad de algo.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Jo, mientras él sacaba a una niña por la ventana.
—Llévala a la casa lo más rápido que puedas, examínala y después vuelve aquí.
La pequeña estaba consciente y cuando entraron en la casa abrió los ojos y dio
un alarido. La colocó sobre la mesa de la cocina y con cuidado revisó los brazos y las
piernas, después el cuerpo y la cabeza. Sólo encontró unos cuantos raspones, su
llanto era normal. El hombre estaba sentado en el sofá y tenía mejor color. Josephine
dejó a la niña sobre sus rodillas.
—Arrúllela, sólo está asustada, manténgala caliente y háblele.
Él asintió, todavía no se había recobrado por completo, pero era la única ayuda
que podía obtener. Cuando salió oyó que el doctor van Tacx decía con voz calmada.
—Ven.
—Aquí estoy.
Él le pasó a otra niña, pero ésta estaba silenciosa.
—Creo que tiene lastimada la cabeza. Sus padres aún están aquí, pero no podré
sacarlos sin una grúa —él estaba en el interior del coche y su voz sonaba calmada.
Ella miró a las dos personas que iluminaba con su linterna y se volvió para regresar a
la casa.
La niña era mayor que la primera, estaba inconsciente pero respiraba bien a
pesar de la herida que tenía en la cabeza. La colocó sobre la mesa, cogió agua, le
limpió la herida y se inclinó sobre el cuerpo, buscando otras heridas. Tenía un brazo
fracturado, rasguños en las dos piernas y un chichón en la cabeza, al otro lado de la
herida. Las reacciones de las pupilas eran normales y el color de la niña no estaba tan
mal. Josephine encontró una capa detrás de la puerta, envolvió a la criatura y le
preguntó al hombre:
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impresión que causara la noche anterior y el doctor van Tacx no hacía otra cosa que
mirarla.
Él fue puntual y mientras Jo se ponía el abrigo y las botas, charló con el señor
Dowling. Aunque ya no llovía, el ambiente estaba húmedo, por lo que el interior del
coche estaba tibio. Cuando llegaron a Stourhead, el lago era como un espejo y en el
centro de la isla había muchos patos. El suelo seguía húmedo y lodoso, pero no les
importaba. Anduvieron, hablando de muchas cosas y Josephine se sintió a gusto en
su compañía.
No se detuvieron mucho, ya que estaba nublado y cuando el sol se metiera,
sería difícil encontrar el camino de regreso. Rodearon el lago, visitaron las grutas y
cruzaron la reja cuando el sol descendía.
—¿Visitamos la iglesia? —sugirió el doctor van Tacx, cogiéndola del brazo.
Anduvieron por el pasillo y entraron en la pequeña capilla situada a un lado de
la nave central. Después regresaron hasta la puerta, deteniéndose para volverse y
mirar el interior.
—Me gustaría casarme aquí —dijo de manera inesperada el doctor van Tacx y
como Josephine le miró sorprendida añadió—: contigo, Josephine.
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Capítulo 6
Josephine permaneció de pie en la puerta de la iglesia mirando a su compañero.
—¿Y ahora qué sigue? —preguntó ella—. ¡Qué cosas dices! —él levantó las cejas
y ella se ruborizó—. Discúlpame, no quise ser grosera, pero ha sido… tan inesperado.
Y yo no…
—Sueñas con enamorarte y recorrer el pasillo vestida de satén blanco.
—No me importaría no llevar vestido de novia, aunque sí considero importante
estar enamorada.
—¿Te importaba a ti y a Malcolm?
—Sí, pero no a ti ni a tu…
—Magda, lo que hace más fuerte mi argumento.
La cogió del brazo mientras paseaban por el sendero.
—Compatibilidad y atracción son ingredientes de un buen matrimonio. Se
puede prescindir del amor, pero no de la atracción. Se puede pasar de la atracción al
afecto, lo que duraría toda la vida.
—Has pensado en eso —se detuvo—, quiero decir que no estás hablando por
casualidad.
—He reflexionado en ello, Josephine y quiero que tú también lo hagas. Y por
amor de Dios, no tomes una decisión precipitada. Puedes tener todo el tiempo que
quieras.
Se dirigieron hacia el coche.
—¿En realidad lo quieres?
—Siempre digo lo que quiero y te aseguro que nunca diré algo que no quiera.
Por último, te pido que no peses ahora los pros y los contras. Espera a que me haya
ido.
—¿Vas a irte a Holanda? ¿Para siempre?
—Volveré —le abrió la puerta del coche y ella entró. Él se sentó a su lado y puso
el automóvil en marcha.
Durante el trayecto a casa hablaron de cosas triviales y tomando el té la
conversación fue general. Parecía que nadie había notado que Josephine estaba
demasiado callada. Él se puso de pie y su madre le preguntó cuándo le volverían a
ver.
—Me voy a Holanda, señora Dowling, pero espero verles pronto —le besó la
mejilla, le dio la mano al doctor Dowling y miró a Josephine que estaba al otro lado
del vestíbulo.
—Tot ziens, Josephine —dijo con suavidad y se dirigió a su automóvil.
Su padre le acompañó.
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—¿Acerca de qué?
—De nosotros. Ahora, siéntate y relájate unos minutos. ¿Ya has cenado?
—No.
Conducía por las pocas transitadas calles y se dirigía hacia el oeste.
—Pensé que vivías en Holanda…
—Ese es mi hogar, pero compré aquí un apartamento, ya que vengo a menudo
y me resulta de gran utilidad.
No volvieron a hablar hasta que se detuvieron frente a una bonita puerta. La
luz de la calle iluminaba unas placas metálicas que había junto a ésta, y Josephine
pudo leer el nombre de él en una de ellas.
—Tienes habitaciones aquí…
—Sí, pero mi apartamento está en el último piso. Hay un ascensor —abrió la
puerta y entraron.
—Pensé que era algo pequeño.
—He comprado éste a un amigo, necesitaremos un hogar, ¿no es así? —ella se
quedó muda.
Se abrió el ascensor enfrente de una puerta. El doctor van Tacx la abrió y se hizo
a un lado para que ella entrara. Había puertas a cada lado y pasillos a la izquierda y
derecha. Él abrió una de las puertas y entraron en una habitación que daba a la calle.
Había un gran sofá, sillas y varias mesitas, con adornos de plata y porcelana. Le
pareció una habitación encantadora y así lo expresó.
—¿Te gusta? Lo he amueblado yo, pero por supuesto que puedes cambiar lo
que no te agrade.
—Mira, Julio, te… te fuiste a Holanda sin decir palabra y ahora regresas…
—Por supuesto que estoy aquí. ¿No te dije que lo haría? y que tendrías varios
días para tomar una decisión. ¿Ya lo has hecho?
—No sé nada acerca de ti. ¿Dónde vives? ¿Tienes una familia? ¿Estás seguro de
que quieres casarte conmigo? Quiero decir que con facilidad podrías enamorarte…
Le quitó la capa y le acercó una silla.
—Vivo en un pueblo pequeño cercano a Leiden, La Haya y Ámsterdam. Es una
casa bonita, vieja y con un jardín. Mi madre murió el año pasado y mi padre vive en
Leiden, es un cirujano retirado, aunque todavía da conferencias de vez en cuando.
Tengo tres hermanas casadas y dos hermanos, el mayor está en Edinburgh Royal
Infirmary, es cirujano, y el más pequeño estudia medicina en Leiden. Y estoy seguro
de que quiero casarme contigo, Josephine.
Ella le preguntó por qué y esperó ansiosa la respuesta.
—¿No fui claro? Los dos fracasamos en nuestro intento por casarnos por amor.
Aunque al principio no te agradaba ahora sé que me aprecias. Tenemos mucho en
común y disfrutamos estando juntos. Entiendes mi trabajo y no te enfadarás cuando
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llegue tarde a casa, incluso escucharás con paciencia cuando hable del hospital. Una
vez resultamos lastimados y no queremos que eso se repita. Nos casaremos para
conocernos poco a poco y cuando consideremos que podamos tratarnos como
marido y mujer lo haremos, pero sólo entonces. Tal vez suene un poco frío, pero no
será así, tendremos el calor de la amistad y del afecto, cuando éste llegue —se puso
de pie—. Traeré café y emparedados mientras piensas en ello.
—Yo lo haré.
—Preparo buen café, además tengo a un ama de llaves que habrá dejado todo
listo.
Él se fue y Jo podía oír cómo silbaba. Regresó con una bandeja conteniendo una
jarra de plata con café, tazas de fina porcelana y un plato que contenía emparedados.
Cuando terminaron él dijo:
—Voy a dar una serie de conferencias en Leeds Royal Infirmary dentro de tres
semanas; creo que podríamos casarnos antes y así vendrías conmigo. Nos
instalaremos en York para que yo pueda ir y venir. Estaré allí una semana y tú
permanecerías sola la mayor parte del día, sin embargo, York es interesante y muy
hermoso, hay buenas tiendas; creo que lo pasarías bien.
—Tengo que presentar mi renuncia.
—Yo me haré cargo de eso. Si consigo que puedas dejar el trabajo dentro de una
semana, ¿tendrías suficiente tiempo para prepararte para la boda?
—Dios mío, te apresuras demasiado —parpadeó—. Todavía no he aceptado.
—¿Quieres casarte conmigo, Josephine?
—Sí, aunque creo que me despertaré a media noche y me preguntaré si estoy
loca. Quiero decir que todo esto parece una locura.
—No tanto como si te hubieras casado con Malcolm, sabiendo que no le
amabas, o si yo lo hubiera hecho con Magda.
—Los franceses aún arreglan los matrimonios en ocasiones. Conocí una joven,
en el colegio que se casó con el hombre que sus padres le escogieron. Fui a visitarla y
la verdad era feliz. Haré todo lo posible por ser una buena esposa, Julio. Él se inclinó
y la cogió una mano.
—Sí, lo sé. Ignoro si seré un buen marido, pero me preocuparé por ti.
—¿Por qué no serías un buen marido?
—Algunas veces soy intolerable y tengo mal carácter, no soporto a los tontos y
soy impaciente.
—Olvidas que durante varios años traté al doctor Bull —sonrió.
—Hablaré con los directivos del hospital por la mañana. ¿Cuándo irás a tu casa?
—Este fin de semana.
—Yo te llevaré. Te acuerdas que te dije que me gustaría casarme en la iglesia de
Stourton, ¿estás de acuerdo?
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regresó al pabellón, ahora ya podría decírselo a todos. Joan la escuchó con los ojos
muy abiertos y feliz.
—¡Oh, qué maravilloso! y también lo es ser madrina. ¿Qué llevaré puesto?
—Todavía no lo he pensado, mi hermana Natalie será la otra madrina. Es
noviembre, por lo que es probable que llueva. Creo que lo ideal sería un vestido de
terciopelo, quizás un color vino. Tendremos que buscar algo que ya esté hecho, pues
no hay tiempo…
—¿Y tú, irás de blanco?
—Oh, sí. Telefonearé a Natalie esta noche para saber lo que piensa, si a ella no
le importa, saldremos una tarde para tratar de encontrar algo que os quede bien a las
dos. Sólo tenemos una semana…
Se miraron, pensando en las muchas cosas que debían hacerse en esos pocos
días. Josephine, cuando quedó libre esa noche, hizo una lista, mientras sus amigas la
aconsejaban y discutían su futuro. Estuvo de acuerdo con ellas en que era bonito
casarse así, de prisa y pensó que si estuvieran enamorados, sería muy romántico.
Pero no hubo nada romántico en su encuentro con Julio a la mañana siguiente.
Él llegó para hacer la ronda, la saludó con frialdad, por lo que ella le respondió con
voz helada sin notar la diversión que había en sus ojos. La actitud de Jo durante el
recorrido fue ejemplar y si Joan esperaba alguna mirada de enamorados quedó
desilusionada. Al terminar, se dirigieron a su oficina, como era de costumbre.
—Matt —dijo el doctor van Tacx—, lleva a Joan a otro lado a tomar el café,
quiero hablar con Josephine.
Cogió la bandeja que había llevado la señora Cross y cerró la puerta.
—Ahora podremos ser nosotros. Debo decirte que me resulta difícil llamarte
enfermera Dowling. Nunca fue fácil y ahora me resulta casi imposible. Y tú, querida,
¿me vas a llamar doctor cuando estemos casados?
Josephine se sentó y sirvió el café.
—Por supuesto que no.
Él se inclinó y la besó con suavidad.
—¿Ya te han llamado de la administración?
—Sí, me iré el sábado después de la comida, para que Joan pueda coger sus días
libres y regresar para ocupar el puesto.
—Ya he solicitado la licencia y he avisado a mi familia —dejó la taza y se metió
una mano en el bolsillo—. Aquí está todo…
Le dio un pequeño estuche de piel y cuando ella lo abrió, se encontró con un
anillo de diamantes que tenía una montura bellísima.
—Era de mi madre, lo traje cuando fui a casa la otra semana. Ella quiso que mi
novia lo llevara puesto.
Julio sacó el anillo del estuche y se lo dio.
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Hablaron acerca de la iglesia, las flores que ella quería y lo que tenía pensado
hacer su familia mientras se encontraran en Stourton. El viaje terminó pronto y
Josephine pensó que podría haber seguido hablando durante horas.
Natalie y Mike estaban en casa para pasar el fin de semana y la recibieron con
saludos y besos, acompañados por Cuthbert. Tomaron el té frente a la chimenea y
saborearon los buñuelos y pasteles de la señora Dowling. Después de la cena, Julio se
puso de pie para marcharse. Le dio la mano al doctor Dowling, una palmada a Mike
en el hombro, besó a la anfitriona y a Natalie y con una sonrisa, siguió a Josephine
hasta el vestíbulo. Allí, la abrazó y la besó con pasión.
—Sólo hago lo que se espera de mí —le dijo cuando se apartó.
Ella permaneció allí, hasta que el ruido del coche se perdió en la distancia. La
había gustado que la besara, aunque le desagradó su comentario. ¿En realidad sólo la
había besado porque eso era lo que se esperaba de él o también había disfrutado
haciéndolo?
Regresó a la sala y enseguida todos comenzaron a hablar acerca de la boda.
Estuvo de acuerdo con los planes de su madre para la recepción, discutió la
conveniencia de un tocado de terciopelo para su madre, en lugar de un sombrero, le
aseguró a su padre que la chaqueta de gala aún le quedaba muy bien.
Pasó los primeros tres días como siempre que estaba en su casa, ayudando a las
tareas domésticas, sacando a pasear a Cuthbert o, sentada frente a la chimenea. Al
cuarto día, le pidió a la señora Bagg que preparara la comida a su padre, quien llevó
a su hija y a su esposa a Tisbury para que allí cogieran el tren que iba a Londres.
El tocado de la señora Dowling era lo primero que querían comprar, ya que era
una parte vital de su atuendo y tenía que ser lo que ella deseaba con exactitud.
Tuvieron suerte de encontrarlo en media hora y después de eso todo resultó fácil.
Compraron un conjunto de dos piezas, de lana, que hacía juego con el tocado,
guantes, bolso, zapatos, todo en la misma tienda.
Como Josephine tenía dinero en el banco y su padre le había dado una generosa
suma, podía permitirse el placer de escoger.
Fueron de tienda en tienda hasta que encontró lo que quería. Un vestido de
satén color crema, con mangas ajustadas y escote alto y redondo. Le quedaba muy
bien. Escogió un velo que hacía juego y un pequeño tocado de flores de azhar. Pagó
el alto precio sin pensarlo y fue en busca de unas zapatillas de satén.
Se detuvieron para comer y como estaban cerca de Harrods, quiso buscar su
atuendo para el viaje. Casi en seguida lo encontró, un traje de lana color marrón y
una blusa de seda que hacía juego, así como un sombrero. Tomaron té y después el
tren para Tisbuy.
—Compraré los zapatos en Salisbury —dijo Josephine—, y veré si encuentro
unos vestidos también allí —se sorprendió cuando su madre rió.
—Sólo estaba pensando —explicó la señora—, en la madre de Malcolm. No
hubiera aprobado esto. ¿Ya no piensas en él, cariño? Sé que te vas a casar con Julio…
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—Hace semanas que no pienso en él. Estoy contenta de casarme con Julio,
mamá.
Él llegó el sábado con flores para Josephine, salieron a pasear en compañía de
Cuthbert, pero volvieron pronto para tomar el té con los padres de la novia. Julio
comentó que después del té irían a Stourton a hablar con el vicario.
—Sólo para comprobar que todo marcha bien —dijo él—. ¿Le ha molestado al
pastor de aquí que no te casaras en tu iglesia?
—No, él va a asistir.
—Espléndido, le veremos por la mañana.
—¿Tienes que regresar pronto? ¿No puedes quedarte uno o dos días?
—Tendré que irme por la noche, abordaré el transbordador nocturno.
—¿Y vendrás el próximo fin de semana?
—Me temo que es imposible que venga hasta la víspera de la boda, pero te
llamaré.
Tuvo que contentarse con eso y con el mensaje que le enviaba su familia, así
como una encantadora carta de su futuro suegro. Por la tarde fueron a Stourton y
estuvieron una hora con el vicario y visitaron la iglesia. Él la cogió la mano y se la
oprimió, era como una promesa de que todo saldría bien.
Cuando estaban en la iglesia, todos los miraban y sonreían, murmurando entre
sí. Varias de esas personas asistirían a la boda y se decían que era una lástima que
Josephine no se casara en su pueblo, pero hacían concesiones al novio, por ser
extranjero.
El resto del día transcurrió con rapidez. Muy pronto se encontraba en el
vestíbulo despidiéndose. Su madre había insistido en que llevara a su familia a cenar
la noche anterior a la boda y él dijo:
—¿No serán demasiados? Somos más de nueve…
—A mi madre le encantará, es una anfitriona maravillosa.
—¿Y tú, Josephine, serás una buena anfitriona en la boda?
—No soy como mamá, pero no te haré quedar mal. Creo que seremos felices
juntos.
Él le guiñó el ojo y la besó con ardor.
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Capítulo 7
Josephine se detuvo frente al espejo que había en la habitación de su madre y
estudió su vestido de satén color crema y su tocado de azhar. Decidió que no haría
quedar mal a Julio ni a su familia. De pronto se preguntó si la familia de Julio la
apreciaría a ella.
Se retiró del espejo y se sentó en la cama. Suponía que todas las novias tenían
un momento de duda y que en su caso ése era el momento. Con una mano se ajustó
el tocado, pensando que por lo menos no tenía una suegra que criticara su atuendo.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando entraron las madrinas. Las dos estaban
preciosas y se felicitó por haber escogido los vestidos en color vino, ya que alegraban
el nublado día. Las dos se habían peinado de igual manera y el efecto era encantador.
A coro expresaron su admiración por la apariencia de Josephine y la besaron.
Enseguida bajaron hasta el coche que las esperaba, en el que ya estaba instalada la
señora Dowling, quien buscaba sus gafas.
—Las tienes colgadas en la cadena alrededor de tu cuello, mamá —dijo
Josephine—. Estás encantadora.
—Tú también, cariño. Te sienta bien ser la novia; Julio es un hombre con suerte,
ya se lo dije y estuvo de acuerdo.
Ella también besó a la novia. El coche se alejó con su madre y las madrinas.
Mike ya se había ido con Matt y sólo quedaban Josephine, su padre y la señora Bagg.
Se subió al automóvil con su padre.
—¿Nerviosa?
—Sí.
—Apostaría mi sueldo de un mes a que Julio se siente peor.
Josephine no había pensado en eso. Nunca le había pasado por la mente que
Julio no pudiera enfrentarse a la situación con calma. Se sintió mejor y cuando
llegaron a la iglesia se sentía tan capaz como él para afrontar el futuro.
La capilla estaba llena de gente, a pesar de la mañana nublada. Josephine cogió
el brazo de su padre y anduvo hacia la puerta, donde Natalie y Joan esperaban. Se
escuchaba la música del órgano y aunque había muchas personas, Josephine no tuvo
tiempo de mirar a su alrededor. Julio le daba la espalda y parecía más alto que
nunca. El padrino era uno de sus hermanos. Jo suspiró profundo, pellizcó el brazo de
su padre y comenzaron a andar por el pasillo. Entonces Julio se volvió y le sonrió, se
sintió reconfortada y las dudas que sintiera hacía poco, desaparecieron. Cuando llegó
a su lado, él la cogió la mano, le dio un apretón que le infundió seguridad y comenzó
la ceremonia.
Las horas que siguieron fueron placenteras. Regresaron a su casa sentados en el
asiento de atrás del automóvil nupcial y cogidos de la mano hablaron acerca de la
boda. Apenas tuvieron tiempo para entrar en el salón, cuando llegaron los primeros
familiares e invitados. El padre de Julio, que era casi idéntico a su hijo, la besó y le
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dijo muchas cosas agradables, antes de permitir que sus dos hijos tomaran su lugar.
Gelmer y Eduard se parecían bastante a Julio. La abrazaron y besaron como
hermanos y dijeron que era la cuñada que siempre desearon tener, después dejaron
el lugar a sus hermanas. Se acercó Lelia, alta, rubia y hermosa, en compañía de su
esposo, después Alodia, muy parecida a la otra chica, pero más joven y no tan rubia.
Su marido era alto y delgado, se llamaba Jon. Siguió Isa, la más pequeña de la
familia, tenía unos veinte años y estaba casada con un joven llamado Robert.
—Somos muchos —le explicó a Josephine—. Lelia y Alodia tienen hijos,
también hay tíos y tías. Creo que todos te apreciamos mucho, eres muy hermosa y
nos divertiremos cuando nos veamos —se empinó para besar a Julio—. Ahora que
estás casado ya no trabajarás tanto. Nosotros vendremos los fines de semana y
vosotros también podéis visitarnos —le sonrió a Josephine—. Ha permanecido
soltero mucho tiempo. Le rogábamos que se casara y decía: quizá, quizá. Ahora lo ha
hecho y me siento muy contenta.
Partieron el pastel y brindaron con champán. Cuando terminaron de hacerles
las fotos, Josephine subió a su habitación en compañía de Natalie y Joan para ponerse
su traje nuevo, bajó, se subió al coche, al lado de Julio y se alejaron con medio pueblo
despidiéndolos. Volverían dentro de una semana para recoger el resto del equipaje y
dirigirse a Holanda. Deseó haber pasado más tiempo con la familia de Julio pues le
habían agradado y creía que ellos pensaban igual. Vagamente recordaba que su
madre había dicho que pronto visitarían al padre de Julio, a Natalie y a Mike les
había invitado Lelia a su casa.
—¿En dónde vive Lelia?
—En la Haya. Alodia en Friesland e Isa en Groningen. Gelmer y Eduard aún
viven con mi padre en Leiden —la miró y sonrió—. ¿Qué te parecieron?
—Son simpáticos. También me ha agradado tu padre, es como tú, sólo que
mayor.
—Gracias, Josephine —dijo con suavidad y ella se sonrojó.
—Fue una boda bonita, ¿no crees?
—Maravillosa. Algo para recordar por el resto de nuestras vidas. ¿No estás
cansada?
—Por supuesto que no, pero todo fue extraño, no estoy segura de que no se
trata de un sueño.
—Si quieres decir que no estás segura de si estamos casados, sí lo estamos.
Fuiste una novia encantadora y hermosa, Josephine.
—Gracias. Tú no estuviste mal y no te he agradecido tu regalo de boda. Es muy
bonito —tocó las perlas que llevaba en el cuello—. Nunca había recibido algo tan
maravilloso.
—Me alegra que sea de tu agrado y que lo llevaras en la boda. Mi madre
también lo llevó y mi abuela antes que ella.
Cogieron otra carretera y él añadió:
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—Lo sé, pero ahora eres mi esposa, recibirás una cantidad mensual cuando
lleguemos a Holanda, mientras tanto gasta lo que quieras —le quitó el bolso y metió
allí unos billetes. Pareció no notar su desconcierto, la cogió del brazo y comentó que
deberían buscar algo para su madre. Se detuvieron en una joyería y él señaló un
prendedor de perlas—. Algo así —sugirió.
Josephine miró la etiqueta.
—Vale mucho.
—No hemos hablado del precio, tengo más que suficiente, querida.
—¿Quieres decir que comprarías un prendedor como ése, igual que si fuera una
caja de chocolates?—él asintió—. Preferiría que no lo hicieras, encontraremos otra
cosa. Iremos a Shambles, allí hay varias tiendas pequeñas.
Recorrieron las calles sin que les importara el clima, mirando los escaparates,
después regresaron al hotel y comieron.
—¿Qué harás esta tarde? —preguntó Julio.
—Creo que volveré a salir. Tengo que encontrar algo para Natalie y Wendy, y
también para Mike, papá y mamá. Mañana tienes una conferencia, ¿no es así?
—Sí y me temo que tendré que quedarme a comer. Cuando regrese, saldremos
a tomar el té, quizá podamos visitar el museo del castillo —miró su reloj—. Debo
irme, regresaré alrededor de las seis.
La dejó sentada, terminando su café con una sensación de desamparo.
Tomó otra taza de café y se dirigió a su habitación para buscar el abrigo y los
guantes. Se dijo que había mucho que ver en York y que una tarde de compras sería
entretenida. Antes de salir del cuarto abrió su bolso. Los billetes estaban arrugados,
los estiró y contó. Los volvió a contar para asegurarse. Sin lugar a dudas Julio había
cometido un error, tenía en la mano dinero suficiente para comprar dos prendedores
de perlas. Separó una pequeña suma y salió sintiéndose rica.
Comenzaba a oscurecer, pero los escaparates estaban iluminados. Estuvo una
hora en una perfumería, oliendo jabones y lociones antes de escoger. Después entró
en una librería donde descubrió una novela de suspense recientemente publicada por
el autor favorito de su padre. Se dirigió a Liberty's para seguir con sus compras, pero
en el camino entró en otra perfumería de donde se llevó más jabones y perfumes.
Liberty's estaba llena de las cosas que siempre había admirado y que nunca adquirió
por falta de dinero y porque sabía que le serían de poca utilidad. Pero ahora se dio el
gusto, diciéndose que las cajas adornadas con dibujos, las muñequitas y los marcos
para fotografías, serían unos regalos ideales para sus amigas de St. Michael.
Sorprendida por la cantidad que había gastado, entró en un salón de té, allí bebió el
té en taza de porcelana y comió pastel de mantequilla; como todavía estaba
hambrienta, pidió un pastel de crema. Regresó al hotel y subió a su habitación para
tomar un baño y arreglarse las uñas. Dejó sus compras sobre la cama, llenó la bañera
y le puso sales. Disfrutó del baño, pensando en la noche que tenía por delante.
Estaba en bata, cepillándose el pelo cuando llamaron a la puerta y entró Julio.
Josephine dejó el cepillo.
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—Dos o tres veces al año, para dar conferencias y en ocasiones uno o dos días,
si me piden consejo o que opere —la miró a los ojos—. No te sentirás sola, Josephine,
te lo aseguro.
—Lo sé, sobre todo si algunas veces me dejas ir contigo.
—Podrás visitar a tus amigas en St. Michael —sonrió. Sugirió que dieran un
paseo después de la cena y le preguntó—: ¿Estás bien abrigada?
—Sí, también me he puesto los guantes —parecía una niña pequeña—. Las
tiendas están preciosas. Me gusta la Navidad.
—Este año te echarán de menos en tu casa.
—Sí, aunque nunca paso allí ese día, por tener que trabajar. ¿Toda tu familia se
reúne en Navidad?
—No, lo hacemos en el Año Nuevo. Para nosotros ése es un día muy
importante. Bebemos champán y comemos algo parecido a vuestros buñuelos… Tal
vez la Navidad te parezca demasiado tranquila.
—No, ya que tú estarás conmigo. ¿Pondremos un árbol de Navidad?
—Sí. Llegan visitas a brindar y llevar regalos. El año próximo estarás allí para
San Nicolás, hay más regalos, aunque en realidad son para los niños.
Paseaban por las iluminadas calles deteniéndose delante de los escaparates y a
pesar de que Jo los había visto seis horas antes, no se aburría.
—Mañana te llevaré al Castle Folk Museum, volveré después de las dos, pero
no queda lejos. Allí tomaremos el té, en ese sitio que tiene las sillas color de rosa y los
pasteles exquisitos.
—Eso suena maravilloso. Me gustaría volver a visitar Minster y también
Treasurer's House…
—Allí iremos pasado mañana y al día siguiente estamos invitados a una fiesta
por la tarde. Varias personas están ansiosas por conocerte. Ponte un bonito vestido,
estabas preciosa con tu atuendo de novia.
—¿Oh, sí? —se quedó sin aliento—. Me alegra que te haya gustado. Veré si
puedo encontrar algo. Supongo que será después de las seis. ¿Un vestido corto…? —
su imaginación voló—. ¿Verde? No, ya tengo el de crepé, uno palo de rosa.
—Te quedará muy bien. Entremos aquí a tomar un té.
A la mañana siguiente desayunaron juntos, a pesar de que él protestó porque Jo
se levantó temprano. Ella le aseguró que quería enviar unos postales a sus amigas y
familiares.
Escribió las postales en su habitación, después salió con la intención de
encontrar un vestido. Recorrió varias boutiques y almacenes grandes sin encontrar lo
que deseaba, por fin después de tomarse un café en una cafetería, tuvo éxito. Vio una
pequeña tienda que tenía todo lo que cualquier mujer pudiera soñar. Después de
algunos minutos encontró un vestido de color palo de rosa, con un escote adecuado
para lucir el collar de perlas. Era una prenda tan elegante que valía hasta el último
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centavo de su alto precio. Josephine lo pagó sin pensarlo y se dedicó a buscar unos
zapatos que hicieran juego. Mientras comía, se sintió culpable por haber gastado
tanto, pero se dijo que Julio le había dicho que así lo hiciera. Cuando regresaba al
hotel, compró varios pares de medias y una costosa crema de noche.
Cuando llegó al hotel, Julio estaba sentado en el vestíbulo leyendo The Times,
pensó indignada que no parecía un hombre que esperaba a su esposa.
Por supuesto que no se dio cuenta de que él estaba sentado enfrente de un
enorme espejo de pared que reflejaba las entradas y salidas de todos los que pasaban
por el vestíbulo y que llevaba sentado allí veinte minutos, por lo que se sorprendió
cuando él se puso de pie, dobló el periódico y se dirigió a su encuentro.
—¿Te he hecho esperar?
—No, cariño. He vuelto más temprano de lo que esperaba. ¿Ya has comido? —
miró los paquetes—. ¿Has ido de compras? ¿Quieres descansar un poco o salimos?
—Salimos —sonrió y se olvidó de su indignación—, voy a dejar esto en mi
habitación.
Él no respondió, sólo cogió los paquetes y se dirigió al mostrador de recepción,
para pedir al empleado que se encargara de ellos.
—¿Quieres maquillarte un poco? Te esperaré aquí.
Le hubiera gustado arreglarse la cara y el pelo con calma, pero sólo se aplicó
lápiz labial y un poco de maquillaje, él estaba acostumbrado a su apariencia después
de haber trabajado juntos en St. Michael.
Fueron hasta York Castle, se detuvieron a admirar el antiguo edificio y visitaron
el museo. Josephine contempló las réplicas de salas de la época victoriana, comedores
georgianos y humildes cabañas y se sintió cautiva. Cuando salieron ya había
oscurecido.
—¿Te has aburrido? —preguntó Jo—. No podía dejar de contemplar estas
maravillas.
—No me he aburrido —la cogió del brazo. Y eso era verdad ya que había estado
absorto observando sus reacciones; similares a las de una niña—. Vamos a tomar un
té.
—Hay un antiguo salón de té muy bonito —sugirió Jo—, está cercano al café…
—Entonces iremos allí —en el camino se detuvo delante de un escaparate en el
que había una silla forrada de brocado con un abrigo de piel encima—. Entraremos
primero aquí —informó y entraron—. Un abrigo de visón para mi esposa —le dijo a
la vendedora.
—¿Cuál es la talla de la señora?
Josephine se sonrojó, ya que la empleada y Julio la miraron especulativamente.
En cuanto le dijeron su talla, la vendedora se retiró y los dejó solos por un
momento.
Julio se inclinó y la besó en la mejilla.
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—Querida esposa, sólo recuerda esto, quiero que tu figura sea siempre así, no
menos. Parecería un loco con un palillo del brazo —sonrió—. ¿Por qué supones que
me casé contigo?
No tuvo tiempo para contestar, lo cual quizá fue bueno. Le mostraron varios
abrigos, se los probó y eligió uno marrón oscuro, la empleada sugirió un gorro de
piel. No se atrevió a preguntar el precio, ya que supuso que Julio se enfadaría si lo
hacía. Cuando salieron a la calle le dio las gracias.
—Es precioso —le aseguró Jo—, nunca he tenido algo así, me lo pondré a
menudo.
—Esa es la idea —sonrió—.Ahora, vamos a tomar el té.
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—Regresaré alrededor de las cinco. La fiesta será a las seis y media y es mejor
que salgamos del hotel a esa hora. Tendré que darme una ducha y cambiarme, por lo
que sugiero que nos encontremos en el vestíbulo.
—Estoy de acuerdo.
Al otro día, mientras recorría las tiendas, Jo pensó que la noche anterior había
sido agradable. Pese haber ya comprado todo lo que necesitaba, no quiso que él se
enterara de que no tenía nada que hacer. Aún había varios museos que podía visitar,
pero no tenía interés en ruinas romanas y ferrocarriles, por lo que tomó café con
calma. Luego se dirigió a Marks & Spencer, miró los escaparates y recordó feliz que
le faltaba comprar algo para la señora Bagg. Le llevó media hora la búsqueda, al fin
se decidió por un suéter. Añadió una caja de jabones y después se fue a comer.
Regresó al hotel, tomó el té y subió a su habitación, contenta porque al fin
podría comenzar a arreglarse para la fiesta. Tenía tiempo suficiente y no se apresuró.
El resultado fue sorprendente, se miró por última vez en el espejo y como no había
señales de Julio, cogió su abrigo de visón y bajó al vestíbulo.
Su entrada hizo que muchas cabezas se volvieran, pero evitó las miradas y se
sentó junto a la ventana. Un hombre que estaba en el bar se le acercó.
Ella no aceptó su invitación de tomar una copa y después de un momento, se
alejó. Poco después llegó Julio. Aún no se había cambiado y llevaba un maletín. Jo
notó que no estaba de buen humor.
—Creí que estabas en tu habitación —le dijo él con frialdad—, no aquí
esperando que alguien te invite…
Jo se quedó sin aliento, deseó abofetearle, pero sólo se puso de pié, pasó junto a
él y se dirigió a su dormitorio. Sabía que él la seguía, pero cuando llegó a su
habitación, le cerró la puerta en la cara, le dio vuelta a la llave y también lo hizo con
la puerta del baño. Se dijo que no lloraría que no valía la pena hacerlo por él. ¿Cómo
se había atrevido a insultarla de ese modo?
Si esperaba que él tratara de derribar la puerta para hablar con ella, estaba en
un error. Oyó la ducha y diez minutos después, su voz.
—Abre la puerta, Josephine.
Hubiera sentido un gran placer al decirle que no lo haría pero como tenían que
ir a la fiesta obedeció.
—Lo siento. Te ofendí y ofrezco mis disculpas.
—¿Por qué lo hiciste?
—Oh, nada importante. ¿Estás lista? Espero que me perdones.
—Sí, por supuesto, supongo que estás cansado, pero la próxima vez te daré una
bofetada, Julio.
Él podría tener mal genio, pero Jo no tenía queja de sus modales. Mientras
conducía hacia Leeds, él habló con cortesía y cuando llegaron, se comportó como lo
haría un recién casado.
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Jo tuvo mucho éxito entre los presentes. La ira la había ; ruborizado, sus ojos
grises brillaban y el vestido color de rosa la hacía parecer aún más hermosa. Aceptó
los halagos, escuchó a varios caballeros, sonrió a los más jóvenes y conversó con las
esposas, mientras bebía un jerez y se preguntaba sobre la cena, ya que no había
señales de ésta y ella tenía hambre.
La gente comenzó a despedirse, haciéndoles invitaciones para el próximo viaje
que Julio hiciera a Inglaterra. Cuando al fin estuvieron en el coche, de regreso a York,
intercambiaron comentarios. Después fueron al bar y Josephine pensó que estaba
bebiendo más jerez del que soportaba antes de la cena.
Muchos de los asistentes vieron cómo se dirigían al restaurante, pensando que
hacían una buena pareja. Durante la cena, Julio le preguntó si le gustaría pasar una
noche en Londres cuando volvieran.
—Por supuesto que visitaremos a tus padres, llegaremos para la cena y nos
iremos temprano. Quiero ver al doctor Bull antes de regresar a Holanda.
El doctor Bull asistió a la boda, pero Jo comprendía que no tuvieron
oportunidad de charlar.
Partirían por la mañana, lo cual le dio un motivo para no prolongar la cena. Fue
una noche agradable, a pesar de que habían reñido. Pensó que una mujer casada sí
podía sentarse sola en el vestíbulo de un hotel, pero después cruzó por su mente la
idea de que antes no se le hubiera ocurrido hacerlo. Había deseado que Julio la viera
con el vestido rosa nuevo, en el momento en que entrara y él ni siquiera lo notó…
Cuando su marido le dio las buenas noches, añadió con cortesía:
—¿Amigos? —la cogió la mano —. Es una pérdida de tiempo tratarnos así. Es la
clase de comportamiento que se esperaría de unos jóvenes enamorados, odiarse y
después amarse más que antes…
—No te odio —le miró como si nunca le hubiera visto.
Muchos pensamientos pasaron por su mente, los cuales deseó aclarar con él,
pero antes de que pudiera pronunciar palabra, un botones se acercó para decirle que
le llamaban por teléfono. Él le dio las buenas noches y se excusó. Cruzó el vestíbulo y
se alejó.
Julio no se había casado por amor, por lo que no le agradaría si ella le decía que
aunque no le amaba cuando se casaron, ahora sí. Pensó que era positivo que pasara
varias horas sola para acostumbrarse. Era una situación que requería de una
profunda reflexión.
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Capítulo 8
Josephine se desnudó despacio, después se sentó en la cama y trató de pensar.
Cada vez que trataba de hacerlo se sentía frustrada porque era incapaz de alejar de
su mente a Julio. ¿Cuándo se había enamorado de él? ¿Por qué no lo había
descubierto hasta ese momento? ¡Qué maravilloso sería si él también la amara!
Enseguida se dijo que pensar en eso era absurdo e inútil.
Guardó su ropa en la maleta, se metió en la cama y apagó la luz. Se dijo que no
era bueno que sintiera lástima por ella misma. A pesar de todo, ocultó la cara en la
almohada y lloró.
Despertó de madrugada, una hora en que los problemas parecen mayores.
Cuando se volvió a dormir ya había amanecido y el ruido del tráfico de la calle se
empezaba a oír. Se durmió con la resolución de que Julio nunca debería enterarse de
sus sentimientos.
Esto fue imposible, ya que Julio sólo tuvo que mirarla durante el desayuno para
darse cuenta de que tenía los ojos hinchados y ojeras.
—¿Qué sucede, Josephine?
—Nada —detuvo el tenedor a mitad del camino hacia la boca—. No dormí muy
bien… la excitación por la fiesta, según creo.
—El pronóstico del tiempo no es bueno —aún estudiaba su cara—, sería
conveniente que nos fuéramos después del desayuno. Llegaremos a casa de tus
padres a la hora de la cena. ¿Llamo a tu madre? Podríamos cenar temprano y partir
alrededor de las ocho para llegar a la ciudad antes de la media noche.
Estuvo de acuerdo aunque le pareció un recorrido muy largo. Terminó el
desayuno y subió a su habitación para cerrar la maleta, después volvió a bajar y
esperó tranquilamente mientras Julio se encargaba de que les bajaran el equipaje y lo
metieran en el coche. Se sentó a su lado y le dijo que su madre estaría encantada de
verlos a la hora que llegaran y sin decir más, puso en marcha el vehículo.
Él había acertado acerca del tiempo. Josephine observó el cielo gris con la
esperanza de que lloviera, aunque le parecía poco probable que eso alterara los
planes de Julio.
No hablaron mucho y Josephine se dio por vencida. Era obvio que Julio no
deseaba hablar, tal vez tuviera algún problema de trabajo que quería discutir con el
doctor Bull antes de partir para Holanda.
Ya habían hecho muchos kilómetros cuando él preguntó:
—¿Quieres que nos detengamos para tomar café y un emparedado? Nevará
dentro de poco y me gustaría llegar a Ridge Giffard.
Jo se preguntó si él conocería su país tan bien como éste.
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té, mientras hablaban a la vez. Josephine, sentada junto a su madre, le aseguró que
era feliz, que York era maravilloso y que anhelaba llegar a su nueva casa.
—Julio dijo que vendremos después de Año Nuevo.
La señora Dowling miró a su yerno que estaba sentado junto a su esposo.
—Será un marido estupendo, Jo.
—Tenemos algunos regalos en el maletero —dijo de pronto, no quería hablar de
las cualidades de Julio—. Le pediré que los baje. Tenemos que marcharnos como a las
ocho pues mañana temprano desea hablar con el doctor Bull.
—En ese caso iré a ver lo que está en el horno.
Llevaron los obsequios, dejando los que deberían abrirse en Navidad. Pasaron a
la mesa a saborear una exquisita comida: sopa de espinacas, cordero asado y como
no estarían presentes en Navidad, un trozo del pastel típico de la época. Pasaron
media hora frente a la chimenea tomando café hasta que llegó la hora de irse.
—Josephine, hay algo… —comenzó Julio pero fue interrumpido cuando la
familia los rodeó, pidiéndole que condujera con cuidado y que telefonearan cuando
llegaran, así como deseándoles una feliz Navidad.
Los acompañaron hasta la puerta y descubrieron que ya no nevaba.
Se alejaron, hablando, pero después permanecieron en silencio. Las carreteras
estaban vacías y la luna brillaba sobre el campo. Josephine no deseaba pensar, sólo
disfrutar la felicidad de estar sentada al lado de Julio. Se quedó dormida y no oyó
cuando él le dijo:
—Josephine, debo hablar contigo…
Se volvió y vio que estaba dormida. Ella no se despertó hasta que llegaron al
apartamento.
—Me he quedado dormida —dijo sin necesidad—. ¿Qué hora es?
—Casi las once. Te acompañaré, llevaré el equipaje y después guardaré el
coche. Con seguridad la señora Twigg ha dejado café y algo de comida. Tu
habitación es la tercera a la izquierda.
Subieron juntos y encontraron el apartamento iluminado. Julio le señaló la
cocina y le abrió la puerta de su habitación.
—Estás en casa, querida —sonrió—. ¿Cansada?
—No… sí, pero he disfrutado de cada minuto del día.
Cuando él se fue, Jo recorrió la habitación con la vista y se dirigió a la cocina.
Era pequeña, pero muy bien equipada y parecía haber sitio para todo lo que un ama
de casa pudiera necesitar. La cafetera la esperaba, así como una nota sobre la mesa
que decía que la comida estaba en el frigorífico.
Josephine se ocupó de ello y cuando regresó Julio, la sopa estaba caliente, así
como el café.
—¿Llevo las cosas al comedor? —preguntó Josephine.
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—No, yo arreglaré la mesa y traeré bebidas. ¿Qué quieres? ¿Un gin tonic suave?
Sé que no bebes eso normalmente, pero otra cosa podría mantenerte despierta.
Ella asintió feliz, movió la sopa y sonrió, pensando que Julio era un hombre
muy diferente en el hospital. Se preguntó qué sería lo que él le había querido decir en
su casa, pero fuera lo que fuese, no era tan importante, ya que podía habérselo dicho
durante el trayecto.
Bebieron y se sentaron a comer; cuando Jo quiso lavar los platos y limpiar la
mesa, él le dijo con firmeza que la señora Twigg lo haría por la mañana y qué se
fuera de inmediato a la cama. Él le dio un beso en la mejilla y Jo se dirigió a su
habitación. Julio había dejado encendida la lámpara de la mesilla; lo que le daba al
dormitorio un aspecto acogedor. Sacó lo que necesitaba de la maleta, abrió la llave de
la bañera, y cuando estuvo dentro pensó en el día que había pasado. Se dijo que en
veinticuatro horas habían sucedido muchas cosas; lo más importante, que había
descubierto es que estaba enamorada. Sintió las lágrimas agolpadas y salió de la
bañera, diciéndose que con seguridad Julio le había dado un gin tonic muy fuerte
para que se sintiera así.
Se metió en la cama convencida de que no podría dormir, pero cuando volvió a
abrir los ojos, se encontró a la señora Twigg de pie junto a la cama, con una bandeja
que contenía el té de la mañana. Había una nota de Julio diciéndole que regresaría a
la' hora del té. En la bandeja también había una llave, en caso de que quisiera salir
mientras él no estaba.
Bebió la infusión, se vistió y desayunó lo que le preparó la señora Twigg.
Después le dijo al ama de llaves que comería fuera, metió la llave en su bolso, se puso
un abrigo y un sombrero y salió.
Como la Navidad se aproximaba, las tiendas estaban llenas de gente así como
las calles. Anduvo un rato sin rumbo fijo y después se dirigió a Harrods. Allí pasó
mucho tiempo, comprando un lápiz labial, que en realidad no necesitaba, medias
porque siempre eran útiles y al final un regalo para Julio.
Esto no resultó fácil, ya que había descubierto que él tenía de todo. Se dedicó a
ver corbatas, a él le gustaba la seda en colores no fuertes y había mucho en donde
escoger. Al fin se decidió por dos, que costaban casi tanto como lo que hubiera
gastado en un vestido. Contenta con la compra, anduvo hasta que encontró otra cosa,
una agenda de bolsillo, forrada en piel y con sus iniciales en oro. El vendedor le
aseguró que la tendría grabadas en un par de horas. Se fue a tomar café y recorrió
otras tiendas. Le hubiera gustado ir a St. Michael, pero Julio podría pensar que le
estaba espiando…
Comió temprano, recogió la agenda y regresó al apartamento. Aún faltaban
varias horas para que Julio regresara. Recordó que él no le había dicho cuándo se
marcharían a Holanda y ella no se lo había preguntado. Buscó a la señora Twigg que
estaba en la cocina.
—Tendré el té preparado a las cuatro, si usted está de acuerdo. El doctor van
Tacx aseguró que regresaría a esa hora. Deje todo y yo lo recogeré por la mañana…
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una hora y al regresar a la sala, Julio le informó que quería salir dentro de veinte
minutos.
—¿No ibas a decirme algo?
—No hay tiempo suficiente, ponte el abrigo, yo llevaré las maletas.
Camino al transbordador hablaron de cosas triviales. Josephine presentía que él
deseaba que así fuera. Cenaron a bordo y como llegarían por la mañana temprano, le
aconsejó que se acostara.
Jo deseaba ir a cubierta con Julio y mirar el mar. Tal vez allí sin gente que los
rodeara, hablaría con ella, pero él no sugirió nada. Bajó a su camarote, se tomó su
tiempo antes de acostarse y al fin lo hizo.
Aún estaba oscuro cuando desembarcaron, pero la aduana estaba tan iluminada
como el día y mucha gente se movía de un lado a otro. Jo miró con interés a su
alrededor, manteniéndose cerca de Julio mientras ellos y el coche pasaron por las
formalidades antes de salir a la calle.
—Desayunaremos en casa —dijo Julio cuando salieron del pueblo y llegaron a
la carretera—, estamos cerca.
—¿Está tu casa en Leiden?
—No en el mismo pueblo, sino en la periferia. Hay un lago cercano y bosques.
Es un pequeño poblado alejado de la carretera principal, pero está a diez minutos de
Leiden, en coche. Esta noche irá a cenar toda la familia, tendrás el resto del día para
dormir, si lo deseas. También irá un amigo mío… su esposa es inglesa y acaban de
tener su segundo hijo. Creo que te simpatizará ella. Viven cerca de Hilversum, no
lejos de nosotros.
Se aproximaban a Leiden y Julio abandonó la autopista y recorrió las angostas
calles del pueblo. Como aún era temprano había poca gente. Allí estaba Holanda, tal
como la había imaginado por las obras de Pieter de Hoog, Vermeer, y los demás
maestros.
—¡Oh, es espléndido! ¿El interior de las casas es como en las pinturas?
—Casi todas, aunque están restauradas.
Salieron del pueblo y cogieron un camino rural, la escarcha cubría los campos.
Julio tomó un sendero angosto con árboles a cada lado, bordeando un canal.
Josephine pudo ver casas, después de salir de una curva.
—El pueblo —explicó Julio y disminuyó la velocidad, para rodear la plaza
empedrada con la iglesia en el centro. Dio la vuelta en una esquina y a unos cien
metros entró por una reja grande. Había un sendero que desembocaba en la
construcción.
Josephine se quedó sin aliento por la sorpresa. Era más que una casa, una
mansión del siglo dieciocho, con ladrillo rojo ornamentado con yeso. Sus grandes
ventanas formaban una hilera sobre la fachada. Una escalera circular conducía a la
puerta principal. Julio detuvo el coche y la miró. Por fin ella preguntó:
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Capítulo 9
Julio y Josephine fueron rodeados por el padre, hermanos, hermanas, tíos y tías.
Todos iban muy elegantes y las damas, sobre todo las de mayor edad, llevaban unas
alhajas impresionantes.
Josephine agradecía la presencia de Julio a su lado. Diez minutos después,
llegaron los últimos invitados. Se pararon un momento en la puerta y Julio anunció:
—Los van Diederijks —la cogió del brazo y fueron a su encuentro—. Josephine,
ésta es Euphemia y él es Tane —besó a la mujer y estrechó la mano de su amigo.
—Sé todo acerca de ti —le confesó Euphemia—. Julio nos visitó hace unas
semanas y te describió hasta las pestañas. Espero que seamos amigas. ¿Te gustan los
niños?
—Oh, sí…
—Ya tenemos dos. El pequeño Tane de poco más de dos años y Marijke de tres
meses. Tienes que venir a casa a conocerlos.
Se reunieron con los demás invitados, bebieron jerez y después pasaron a la
mesa. Mientras se acomodaban, Jo estudió a Tane. Era mayor que Julio, pero sólo uno
o dos años, pelo rubio, ojos azules, era bien parecido y su voz agradable. Su esposa
era alta, de pelo oscuro.
La cena estuvo exquisita. Era obvio que la señora Borren era una excelente
cocinera. En la mesa brillaba la cristalería y la plata. Julio estaba sentado en la
cabecera, enfrente de ella, alzó la copa con champán y le sonrió en un brindis
silencioso. Al terminar la cena, Mijnheer van Tacx se puso de pie y brindó por su hijo
y su nuera, después Julio respondió con un pequeño discurso. Varios miembros de la
familia también se pusieron de pie y hablaron.
Cuando regresaron al salón para tomar el café, la noche estaba bastante
avanzada. Josephine se encontraba entre dos tías, quienes la observaron con
amabilidad y deseó no haber bebido tanto champán durante la cena. Se encontró con
la mirada de Julio y le sonrió con encanto. Él cruzó la habitación y se paró a su lado.
—Querida, Oom Huib quiere hablar contigo, si la tía Beatrix y la tía
Wilhelmenia te permiten unos minutos.
Oom Huib era un hombre mayor y hablaba inglés a la perfección. El padre de
Julio se reunió con ellos y Jo se sentó entre los dos. Las tías parecían imponentes pero
eran amables. Oyendo las conversaciones a su alrededor, decidió que lo primero que
tenía que hacer era aprender holandés.
Euphemia se acercó y los dos caballeros se retiraron para reunirse con otros
miembros de la familia.
—¿Te diviertes? —preguntó Euphemia—. Julio tiene una familia muy grande y
tú debes estar cansada del viaje.
—He dormido casi todo el día —sonrió.
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—Supongo que Julio trabajará hasta la Navidad. ¿Estarás aquí? —Jo asintió—.
Nosotros también, pero iremos a Inglaterra en Año Nuevo. Allí nos hospedaremos
con mis hermanos o con mi hermana y su familia. Julio tiene un apartamento en
Londres, ¿no es así? —sonrió—. Espero que seas muy feliz, sé que lo serás, no podría
ser de otra manera con alguien tan bueno como Julio —se puso de pie—. La gente
comienza a irse. ¿Puedo telefonearte un día para que nos veamos?
—Me gustaría mucho y también conocer a los niños.
Les llevó algún tiempo despedirse de todos, haciendo planes para verse en el
futuro. La casa parecía muy silenciosa cuando el último invitado se fue. Josephine
regresó al salón, mientras Borren cerraba las puertas y Julio le decía algo.
Cuando Julio entró, ella se volvió y dijo:
—Julio, quisiera darle las gracias a la señora Borren, ¿crees que puedo ir ahora a
la cocina? ¿Entienden inglés?
—No, iré contigo. Ha sido una noche maravillosa y me he sentido orgulloso de
ti —antes de que ella pudiera decir algo, continuó—. ¿Te ha agradado Euphemia?
Tane y yo nos conocemos desde hace muchos años. Fuimos a la facultad de medicina
juntos, estuvo a punto de casarse con una chica a quien no amaba. Euphemia llegó a
tiempo y son muy felices.
—Sí —se le hizo un nudo en la garganta por las lágrimas. Iba delante de él hacia
la cocina y tuvo que detenerse porque se encontró en un pasillo con puertas a cada
lado.
—Son las habitaciones del servicio —dijo Julio—. La cocina está más adelante.
Pasó junto a ella y abrió una puerta. La habitación parecía del siglo pasado.
Siempre había pensado que la cocina de su madre era antigua, pero ésta lo era aún
más. La señora Borren estaba allí con su vestido oscuro y almidonado delantal. En la
pared de enfrente había más puertas, Jo podía oír voces y el sonido de platos al ser
lavados. Fue hacia la mesa y se sintió feliz cuando Julio colocó el brazo sobre sus
hombros y le habló a la señora Borren, ya que ella no tenía idea de qué decir.
La charla fue breve, pero era obvio que agradó a la señora, ya que le sonrió e
inclinó la cabeza, después rió como una niña feliz.
—Le he dicho que querías darle las gracias y dice que ha disfrutado mucho y
espera que ahora que estás aquí, haya muchas fiestas.
Josephine, le sonrió a la señora y siguió a su marido por una de las puertas,
donde parecía que lavaban los platos. Allí él dijo lo mismo a Else, Anna y a la mujer
mayor que la saludó en el vestíbulo cuando llegaron.
Cuando regresaron, Borren ya había retirado las tazas de café y copas.
—Enseguida traeré café —dijo el mayordomo.
—Nunca se irán a la cama —observó Josephine.
—No les importa. He llevado una vida muy tranquila, querida, y han tenido
muy poco que hacer, tal vez estaban aburridos.
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—Ya te conocen casi todos, dentro de unos días, la gente te llamará para
invitarte a tomar una copa y cenar. Ahora debemos ir a la escuela. Juffrouw Smit
querrá conocerte. A la fiesta de los niños voy todos los años, un rato, así que tenemos
que acordar la hora. De ser posible, iremos juntos.
Juffrouw Smit era una dama mayor, con voz ronca. Nada más había tres aulas
con treinta niños en total, la mayoría de las granjas cercanas. Miraron a Josephine
quien les sonrió y movió la mano en señal de saludo, algunos de los más atrevidos le
devolvieron el saludo.
La fiesta sería al día siguiente a las dos. Julio y Juffrouw Smit hicieron los
arreglos finales, después, los niños se despidieron a coro. Al salir él le preguntó:
—¿Quieres ver la iglesia antes de que regresemos? —la cogió del brazo y
anduvieron hacia la plaza.
—Sí, me gustaría. ¿Hay tiempo? Borren me anticipó que la comida estaría lista a
las doce…
—Tenemos tiempo suficiente, he… —hizo una pausa cuando un coche
deportivo se acercó a ellos, se detuvo y una joven sacó la cabeza por la ventanilla y
los saludó.
Josephine oyó su risa y voz excitada y deseó con todo el corazón poder
entender aunque fuera una palabra entre diez. Para empeorar las cosas, Julio le
respondió en holandés, antes de explicar:
—Aquí está Magda, querida —era difícil saber si estaba contento o no, pero no
mostró señales de molestia cuando Magda se bajó del coche, le rodeó el cuello con los
brazos y le besó.
—Tenía que ver a la novia en persona —su inglés era fluido.
—Me alegro de conocerte, Julio me ha hablado de ti.
—¿Lo hizo? —Magda rió—. ¿Y te arriesgaste a casarte con él? —se volvió hacia
Julio—. Yo no me he casado, querido. Supongo que lo haré con Frans, pero primero
quería volverte a ver.
—Ya lo has hecho y también a Josephine. Somos una pareja feliz.
—Entonces me invitarás a comer y lo juzgaré por mí misma.
—Por supuesto —dijo Jo—, pero tiene que ser temprano, ya que Julio debe ir a
Leiden. Íbamos de regreso, si quieres puedes conducir y adelantarte…
—Os veré dentro de unos minutos.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Julio cuando Magda se fue.
—No estoy segura, pero estás contento, ¿no es así? Después de todo, te ibas a
casar con ella.
—Así es.
Borren no aprobó la invitación, ya que la miró severamente al enterarse.
—¿No será un problema para la señora Borren? Lo siento, no lo pensé.
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—No hay problema, señora. No esperaba volver a ver a Joffrow van Tine.
Josephine ansió decirle que ella tampoco lo esperaba.
—Se irá después de comer —aseguró.
Y así sucedió, ya que Magda se fue al mismo tiempo que Julio, diciéndole que
conduciría detrás de él hasta Leiden.
—Tendremos tiempo para charlar si nos vamos ahora —dijo Magda.
—Eso será bueno para los dos —expresó Jo tensa—. Espero que haya algún sitio
en el hospital donde podáis hacerlo —sintió satisfacción al ver la mirada de furia que
le dirigió Julio—. ¿Vendrás a cenar?
—Sí, a menos que algo se presente, cariño —su voz cortés era peor que la
mirada.
—No cuentes con eso —dijo Magda con alegría—. Aún tengo algunos trucos
bajo la manga.
Josephine miró cómo se alejaban los dos coches. Estaba muy enfadada y temía
que Julio estuviera tan furioso que nunca la perdonara. Cogió un abrigo, llamó a
Charlie y salió de la casa, para andar varios kilómetros por angostos caminos. Cuando
regresó, Borren la esperaba y parecía preocupado.
—No es conveniente que salga sola, señora. No conoce el lugar y además puede
resfriarse.
—Debí avisarte que saldría a pasear, Borren. Estoy acostumbrada al campo y a
la soledad, además tenía a Charlie.
—Al doctor no le gustará, señora.
—No, Borren —él cogió el abrigo, diciéndole que le llevaría el té al salón
pequeño.
—El señor llegará pronto.
Julio no apareció. Jo había terminado el té y estaba sentada enfrente de la
chimenea sin hacer nada, cuando le informaron que la llamaban por teléfono.
—No llegaré a casa hasta dentro de unas horas —le dijo Julio.
—Lo suponía.
Cenó sola en la enorme mesa del comedor, atendida por un silencioso Borren.
Por alguna razón había decidido ponerse uno de sus vestidos más bonitos. Comió la
deliciosa comida que le pusieron enfrente. Al terminar, se dirigió al salón para tomar
el café, donde se sentó, con Charlie por compañía, sintiéndose más enfadada a cada
minuto que pasaba. Temía que Julio se volviera a enamorar de Magda y si esto
sucedía, ¿qué haría ella? Pensó en este problema durante mucho tiempo, hasta que la
cabeza le empezó a doler después se preguntó qué estaría haciendo él. No dudaba
que cenando en algún sitio discreto con esa abominable mujer.
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Cuando el reloj del vestíbulo marcó las once, se puso un abrigo y salió al jardín
con Charlie. Hacía mucho frío, pero no lo notó hasta que volvió y se calentó los dedos
congelados cerca de la chimenea.
—Moriré de neumonía —se dijo con satisfacción—, y él sentirá un gran
remordimiento.
Subió por la escalera y se dirigió a su habitación. El pasillo que conducía hasta
su dormitorio tenía una luz muy tenue, que iluminaba las viejas pinturas de las
paredes.
—Lo hechizaré —murmuró—, me pondré el camisón blanco con volantes.
Tardó mucho preparándose para irse a la cama y aún no había señales de Julio.
Oyó que Borren cerraba las puertas y después un absoluto silencio. Como no podía
dormir, abandonó la cama, se puso una bata de color rosa y las zapatillas que Natalie
y Mike le regalaran; entonces bajó.
En el vestíbulo había una luz tenue en la pared y la puerta del salón estaba
abierta. Podía ver a Charlie enfrente de la chimenea, esperando a su amo.
—También lo haré yo —decidió Jo.
Se acurrucó en uno de los sofás cercanos al fuego y se quedó dormida. Despertó
cuando Julio abrió la puerta de la casa y entró en el salón, ella ya estaba sentada,
dominada por la ira. Julio se detuvo en el umbral.
—¿Querida Josephine, por qué no estás en la cama?
—Ya era hora —dijo Jo, ignorando su pregunta—. Supongo que has pasado la
noche con Magda y ella te ha convencido del terrible error que has cometido al
casarte conmigo. Creo que tiene razón…
Julio se sentó en el sofá que estaba al otro lado de la chimenea. No parecía
sorprendido por su enfado, sino divertido.
—Te equivocas. ¿Estás celosa?
—¿Por qué iba a estarlo?
—Puedo pensar en varias razones —sonrió y Jo vio que estaba agotado.
—Me voy a la cama —se puso de pie—. Pareces cansado y no me sorprende.
Magda debe ser muy exigente.
Se dirigió a la puerta, pero se encontró que él también estaba allí.
—Eres una joven muy tonta —le dijo con calma—, tan ciega como un
murciélago y tienes la cabeza repleta de tonterías, por lo que no puedes pensar con
cordura. Hablaremos por la mañana.
Si le contestaba empezaría a llorar, por eso se dirigió a su habitación, cerró la
puerta y se acostó para derramar las lágrimas que no podía contener más.
Se metió debajo de las sábanas, se acurrucó y recordó lo sucedido en la última
media hora. Fue una boba al perder el control, él se había casado con ella porque era
adecuada como compañera, tranquila y serena; ahora demostraba lo contrario.
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Sabía que por la mañana tendría que disculparse y si él había descubierto que
aún amaba a Magda, se divorciaría. Quizá él creyó que Magda ya no significaba nada
para él y cuando la vio otra vez, se dio cuenta de su error. No era culpa de nadie, sólo
del destino. Cerró los ojos, tenía que dormirse. Se quedó dormida mientras trataba de
calcular el tiempo que tardarían en anular un matrimonio eclesiástico.
Por la mañana su cara estaba terrible. Hizo lo más que pudo para ocultarlo, se
puso un suéter grueso, una falda y bajó aparentando una calma que no sentía.
No vio a nadie en el comedor, pero cuando ella entró, Borren la siguió para
notificarle que el señor se había ido muy temprano al hospital y que ya había
desayunado una hora antes. Si se sorprendió porque ella no lo sabía, no hizo ningún
comentario. Al ver sus párpados hinchados y su nariz roja, le llevó café caliente y
galletas, huevos revueltos y queso. Se quedó allí, para asegurarse de que se comía
todo. Cuando terminó el café, le dio una nota de Julio. Era breve, le decía que quizá
estuviera ausente todo el día, que fuera a la escuela del pueblo para disculparse con
Juffrouw Smit y estuviera media hora en la fiesta de los niños.
Tenía que ir, sería imperdonable romper la tradición sólo porque ella y Julio
estaban enfadados. Confió en Borren y le preguntó si había algo especial que debiera
hacer.
—El señor siempre lleva una bolsa de dulces, por supuesto que cuando la
señora van Tacx vivía, ella iba, siempre vestida con algo que gustara a los niños.
—Haré lo mismo. ¿Voy andando hasta el pueblo, Borren?
—No, señora —parecía asustado—, yo la llevaré. Si lo desea, serviré la comida a
las doce y así tendrá tiempo suficiente.
Le dio las gracias, terminó el desayuno y salió a pasear con Charlie. El día estaba
triste, igual que ella, lo que la parecía muy mal, ya que la Navidad estaba próxima…
Tal vez, si Julio aceptaba, podría irse a casa unos días. Se tranquilizaría para después
hablar de una manera sensata. Recordó que él había mantenido la calma, mientras
que ella gritó y perdió el control. Eso era algo que casi nunca sucedía. En realidad no
quería ir a su casa, no soportaría, dejarle aunque él la ignorara o, aún peor, la tratara
con esa horrible cortesía.
Después, de comer fue a su habitación para revisar su guardarropa y encontrar
algo adecuado. Optó por el abrigo de piel, sombrero, el collar de perlas, el vestido
verde de crepé y zapatos de tacón alto, ya que no tendría que andar y hacían juego
con su bolso y guantes. Se miró en el espejo, parecía la esposa de un rico caballero.
Borren la esperaba en el vestíbulo con una bolsa de dulces debajo del brazo.
—¿Estoy bien, Borren?
—Oh, sí, señora. Le agradecería que entrara en la cocina para que la vieran la
señora Borren y las muchachas.
Ellas le expresaron su admiración, lo cual la animó. Al menos Julio no se
avergonzaría de ella. Se subió al Jaguar azul oscuro y partieron.
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Betty Neels – Amar, a pesar de todo – 2º Un marido ideal
Sintió temor cuando se bajó del coche, miró a Borren para que hablara y
estrechó la mano de Juffrouw Smit y de su asistente. Todos los niños estaban en el
aula más grande, en silencio. La miraron hasta que Juffrouw Smit les dijo:
—Kinderen.
—Dag, señora van Tacx —hablaron los niños a coro.
Josephine les dio los dulces y sonrió.
Los niños, se alejaron en un principio, pero después la rodearon. Se quitó el
abrigo y se lo dio a un niño y los guantes y bolso a una pequeña.
—¿Qué hacemos primero? —le preguntó a Juffrouw Smit.
—Hay juegos, señora. Si quiere sentarse y mirar…
—Tomaré parte… me gustan los juegos. ¿Comenzamos?
Los niños parecían tímidos, pero Josephine vio una caja con globos que
esperaban ser inflados y comenzó a hacerlo, pronto todos la imitaron, haciendo
mucho ruido. Jo observó la cara seria de Joffrouw Smit y se preguntó si debía haberse
quedado sentada. Los pequeños, una vez que perdieron la timidez, se divertían
mucho. Abrió una bolsa de dulces y los repartió, mientras recorría la habitación con
la vista, buscando inspiración. Enseguida la encontró, al ver un cassette sobre el
piano. Juffrouw Smit se acercó y le dijo:
—Uno de los niños lo ha traído, es de su padre, pensó que sería divertido…
—Oh, sí —declaró Josephine y miró las cintas que estaban junto al aparato—.
Podemos bailar un rato.
—Como la señora desee.
Le pidió que le dijera a los niños que se formaran detrás de ella y enseguida
recorrieron la habitación, gritando y riendo, durante la segunda vuelta, Josephine
tiró de Juffrouw Smit y de su asistente para que los acompañaran en el baile.
El ruido era terrible. Julio se detuvo en el pequeño vestíbulo para quitarse el
abrigo y miró a su esposa llevando la fila, seguida por los pequeños, estaba hermosa,
divirtiéndose como una colegiala. Miró con interés a las maestras que bailaban al
final de la fila. La asistente gozaba y Joffrouw Smit tenía una expresión resignada.
La fila se volvió, Josephine le vio y se detuvo a menos de un metro de él. Los
niños se amontonaron, saltando, esperando continuar, pero sabiendo que Julio van
Tacx, aunque era amable, no se les uniría.
Josephine se olvidó de los pequeños, miraba a Julio y el corazón le latía con
fuerza, ya que él la observaba de una manera que convertía al aula en el paraíso.
—¿Julio? —cuestionó con voz entrecortada.
—Querida, he terminado más pronto de lo que esperaba. Veo que logras que la
fiesta sea un éxito —le cogió la mano, le besó la mejilla y después saludó a las
maestras.
—¿Es hora del banquete? —preguntó él y saludó a los alumnos.
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Era obvio que en el pueblo él tenía la última palabra. Llevaron a los niños hasta
las mesas y los acomodaron. Julio sacó una botella de champán, la abrió, sirvió cuatro
copas y brindaron con las profesoras. Después recorrió las mesas para asegurarse de
que no les faltara nada a los pequeños. La comida era abundante y del gusto infantil.
No dudaba de que Julio había aportado gran parte de ésta.
Estaba de pie junto a Julio y miraba cómo Juffrouw Smit trataba de abrir el
paquete que él la había dado y también cómo su asistente trataba de hacer lo mismo
con el suyo, no deseando hacerlo antes que su superiora. Todos estaban en silencio,
sólo se escuchaba un murmullo, pronto los niños se irían a casa con el sobre que Julio
les diera a cada uno.
—Ya es hora de que nos vayamos —le dijo él—. Ha sido una tarde maravillosa,
el pueblo te querrá.
—¿No nos quedamos hasta el final? —preguntó Jo, temerosa de estar a solas
con él.
—No, iremos a casa y hablaremos… esta vez lo lograré.
Jo se volvió para mirarle, él tenía los ojos muy brillantes y sonreía.
—¿Qué lograrás?
—La hora y el lugar —cogió el abrigo de ella y la ayudó a ponérselo, se
despidieron de las maestras y niños, se subieron al Bentley. Él no habló durante el
corto trayecto.
Cuando llegaron la casa estaba iluminada y la chimenea encendida en el salón.
Entraron y Borren cerró la puerta y les preguntó cómo había estado la fiesta.
—Espléndida —contestó Julio—. La señora estuvo fantástica y será una persona
muy útil para el pueblo, adora a los niños.
La miró mientras hablaba y Jo se ruborizó sin saber la causa.
—Iré arriba —dijo ansiosa por alejarse.
—Después, cariño —colocó un brazo sobre sus hombros y la llevó hacia el
salón—. Borren, tomaremos el té dentro de media hora, por favor. No quiero que me
interrumpan. No me pases ninguna llamada a menos que sea muy urgente.
Entró en el salón, acompañado de Jo y cerró la puerta.
—Al fin el tiempo y el lugar, pero sólo tú puedes decirme si tengo a la persona
amada, Josephine, cariño.
Su corazón dio un vuelco.
—¿Y Magda? ¿Ella también es tu amada? —al pensar en la joven, apretó los
dientes.
—No y nunca lo ha sido —habló en voz muy baja.
—Os fuisteis juntos.
—Así fue… en coches separados y no la he visto desde entonces.
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Fin
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