Las Empresas Alternativas Razeto-1
Las Empresas Alternativas Razeto-1
Las Empresas Alternativas Razeto-1
Luis Razeto
INDICE
Introducción
Primera Unidad: Conceptos nuevos para realidades y proyectos alternativos.
Segunda Unidad: La empresa y sus múltiples formas de organización y operación.
Tercera Unidad: Los factores económicos y su organización empresarial.
Cuarta Unidad: Las distintas relaciones económicas y el comportamiento de las empresas.
Quinta Unidad: Las formas de propiedad y apropiación de los recursos y factores
económicos.
Sexta Unidad: La familia como unidad económica. Las microempresas.
Séptima Unidad: La economía campesina y de comunidades.
Octava Unidad: Las organizaciones económicas populares y los talleres solidarios de
autosubsistencia.
Novena Unidad: Las cooperativas y el cooperativismo.
Décima Unidad: Las empresas de trabajadores y la autogestión.
Décimo-primera Unidad: La economía de donaciones institucionales.
Décimo-segunda Unidad: El "Factor C" y la economía de solidaridad.
INTRODUCCION
Enfrentados a las crisis de nuestras sociedades, son cada vez más los hombres y organizaciones
que se entregan a la búsqueda de alternativas. La amplitud y profundidad de la crisis, que lleva al
rompimiento de los equilibrios ecológicos, sociológicos, psicológicos y espirituales del hombre
contemporáneo aproximándonos a situaciones límites hace que lo alternativo se presente no sólo
como un ideal sino como una necesidad.
Como la crisis afecta esas distintas dimensiones de la vida humana, se precisan alternativas que
permitan superarla en cada una de ellas y en su interrelación. La presente crisis nos lleva a tomar
conciencia de que no pueden prepararse alternativas en lo político sin elaborar alternativas en lo
económico, tecnológico, cultural.
Del mismo modo, adquirimos conciencia de que no puede tenerse una alternativa de cambio para
la sociedad en su conjunto sino encontramos alternativas para lo pequeño, para las unidades
económicas, las organizaciones políticas, las instituciones culturales, los modelos técnicos, etc.,
que la integran. No es novedad afirmar que se tiende hoy a desconfiar (por considerarlas
ideológicas) y a menospreciar (por ilusorias) las propuestas globales de transformación que no
incluyan proposiciones concretas y prácticas relativas a los distintos y múltiples elementos de la
realidad.
El problema es que se usa hoy la palabra "alternativa" con la misma liviandad e imprecisión con
que se ha usado durante décadas la palabra "crisis". No por ello hemos de caer en la esterilidad
pseudointelectual de quienes creen resolver los problemas cambiando las palabras y remozando
la retórica. Importa, al contrario, precisar los conceptos, darles nueva vida y ponerlos en acción.
Fácil sería responder que hay que crearlo; que es preciso inventar -por ejemplo- nuevas formas de
hacer la economía. Está bien. Y después ¿qué? ¿Con qué elementos construimos esas
realidades nuevas? ¿Cuáles son los sujetos capaces de edificarlas? ¿Con qué criterios
distinguimos lo nuevo alternativo de lo nuevo contraproducente, dado que la creatividad no es
patrimonio de alguna categoría especial de personas que queramos reconocer como
"alternativas"? ¿Es que existen tales personas, o hay también que crearlas e inventarlas?
Preside este trabajo la convicción que para definir y construir lo alternativo en el terreno
económico no se trata de soñar e inventar de la nada un nuevo modelo de empresa
correspondiente a un nuevo modo de hacer economía, sino de observar y descubrir en la realidad
ciertos modos de comportamiento económico, ciertos sujetos operantes y ciertos tipos de
empresas, en los que tal nuevo modo de hacer y de entender la economía está ya en germen.
Porque, o la economía alternativa está ya desarrollándose en la realidad actual, emergiendo de la
crisis, o simplemente no existiría (en cuyo caso su diseño intelectual no sería más que una vacía
ejercitación academicista).
No significa esto que la encontremos ya hecha y perfecta en todos sus elementos, de modo que la
tarea consistiría sólo en reproducirla de manera ampliada, Por el contrario, probablemente la
encontraremos mezclada a lo viejo, contaminada -por decirlo así- de incrustaciones externas
provenientes de las realidades en crisis aún predominantes. Tarea de la teoría será entonces y
como siempre, separar y discernir, potenciar lo que existe otorgándole mayor coherencia y
aportándole elementos nuevos.
Hay una idea errónea, muy extendida y profundamente radicada especialmente entre quienes
aspiran y luchan por los cambios sociales, que entorpece el descubrimiento de lo alternativo y su
potenciamiento y desarrollo a partir de lo existente. Es la idea de "sistema", entendido como la
integración funcional de la realidad en un todo que determina esencialmente a sus elementos
constitutivos. Se habla, así, del sistema capitalista, y se lo concibe como una realidad homogénea
y coherente que marca con su carácter a todos los elementos que participan en sus procesos de
producción y distribución. El resultado es que las diferentes formas de empresa, por muy distintas
que sean a las empresas capitalistas (como es el caso de las empresas estatales y cooperativas),
son consideradas como formas capitalistas por el hecho de funcionar "dentro del sistema".
Resultado de este modo de entender la realidad social es que las formas económicas alternativas,
no obstante estar presentes y operantes en la realidad, se tornan invisibles; como se ve y se
descubre capitalismo en todas partes, desaparece de la percepción el carácter alternativo de
algunos tipos de comportamiento y organización económica. El bosque no deja ver los árboles:
con la idea de que se trata de un bosque de pinos, no se observa que coexisten con ellos otras
varias especies de árboles y seres vivientes.
Si de este modo las realidades alternativas son invisibles para muchos que aspiran a los cambios,
por razones muy distintas tampoco suelen ser vistas desde las posiciones más convencionales y
oficiales. En éstas se mira la realidad con modelos y teorías que reflejan la economía dominante
con sus intereses y dinamismos propios, y que sirven para reproducirla; todo lo distinto,
especialmente si tiene la fuerza moral para cuestionarla en sus valores y en sus modos de ser,
simplemente es descartado como precario, utópico, ineficaz, carente de interés.
El primer gran desafío que enfrenta cualquier esfuerzo por identificar lo alternativo consiste en
hacerlo visible. Ello supone un desarrollo del sujeto que observa, más que del objeto observado.
Es, precisamente, el tema con que iniciamos la primera unidad de nuestro estudio.
****
Este compendio considera una parte de lo que entendemos por "economía alternativa"; se refiere,
específicamente, a los diferentes tipos de unidades económicas alternativas y a los factores,
relaciones y procesos que las configuran. Se pone, por consiguiente, en el ámbito de lo que suele
denominarse microeconomía.
Puede ser utilizado como texto básico en cursos de formación, o bien servir como material en
estudios individuales o de grupos. Pensamos que algunas de las unidades que lo componen
podrían ser usadas también como base para la preparación de temas específicos.
Ha sido elaborado, pues, con intención pedagógica; pero hemos pretendido preservar en todo lo
posible la rigurosidad del contenido. No sabemos en qué medida hayamos superado con éxito el
perenne desafío de comunicar en forma sencilla y accesible unos contenidos complejos que
pretenden conservar exactitud científica y profundidad teórica.
Lo que se compendia en este texto son, básicamente, estudios y elaboraciones que el autor ha
expuesto ampliamente en otros libros. A ellos remitimos al lector interesado en profundizar estos
temas, y a quien desee identificar los orígenes, las fuentes y los fundamentos intelectuales.
También a quien quiera ir más allá de lo estrictamente microeconómico a que este compendio se
limita, para penetrar en las estructuras y los procesos de transformación y desarrollo más
generales implicados en este enfoque teórico y en estas experiencias prácticas. Para facilitar la
ubicación de los distintos temas hemos preparado la "guía de textos" relativos a cada una de las
unidades de este compendio, y que pensamos puede servir especialmente para trabajar los
"temas para desarrollar individualmente o en grupos".
No nos queda sino agradecer a todos quienes hicieron posible este trabajo; muy especialmente a
los integrantes de organizaciones y empresas alternativas que nos han puesto en comunicación
con sus experiencias, y a quienes en variados seminarios y discusiones mucho contribuyeron a la
elaboración intelectual de aquellas.
Objetivo general de este compendio es observar y comprender que no hay sólo un modo de
organizar las actividades económicas que sea racional y apropiado.
Que no hay solamente dos formas contrapuestas de organización económica -la capitalista
y la socialista-, con sus correspondientes tipos de empresas y sus sistemas de coordinación
de las decisiones económicas -el libre mercado y la planificación central-.
Es importante conocer las múltiples formas de organizar las actividades económicas, tanto
a nivel de empresas sectoriales como de conglomerados sectoriales, que se insertan a su
vez en diferentes modelos económicos y de desarrollo. Tal conocimiento sirve para juzgar
las formas económicas predominantes, y para optar consecuentemente por desarrollar
aquellas alternativas que nos parezcan más adecuadas, necesarias, o eficientes, en función
de nuestros, valores, aspiraciones e intereses.
En un contexto de crisis como el que vivimos, que afecta no solamente a las estructuras
capitalistas predominantes sino también a los proyectos de transformación más difundidos,
es especialmente necesario buscar y prestar atención a las experiencias alternativas;
porque ellas, aunque no siempre tengan una visibilidad o un grado de presencia
significativa, contienen en sí mismas aspiraciones e intenciones de ser elementos agentes
de nuevos o renovados procesos de cambio social.
Es por esto que los conceptos que ha elaborado la ciencia económica no siempre son
suficientes para comprender la racionalidad y los modos de operación de las formas
alternativas de empresa. Se hace necesario, entonces, preparar conceptos e instrumentos
analíticos nuevos, que nos permitan dar cuenta de la diversidad de unidades económicas
existentes.
Dedicaremos las cinco primeras unidades a presentar los conceptos que nos perecen
necesarios para comprender con rigor y profundidad las diferentes clases de empresas y
para valorar consecuentemente sus cualidades y limitaciones. Cabe, sin embargo, señalar
que los conceptos que aquí presentaremos inicialmente, son en realidad un resultado del
estudio y análisis de las distintas modalidades económicas; el orden de la exposición es,
pues, en este texto, un orden inverso al del descubrimiento y la elaboración teórica.
En las seis unidades siguientes, utilizando los conceptos planteados en las primeras,
examinaremos algunas diferentes formas de empresas alternativas, prestando especial
atención a su racionalidad económica y a sus modos de funcionamiento y operación.
Veremos allí de que manera los distintos conceptos económicos, adecuadamente
relacionados en torno a modelos simplificados de empresas de distinto tipo, nos permiten
aproximarnos a la comprensión de los modos de comportamiento propios de las unidades
económicas concretas. Esos modelos teóricos de empresas alternativas, constitutivos de
una diversificación de la microeconomía, consentirán a cada uno efectuar comparaciones
más profundas y rigurosas con los tipos de empresas predominantes, tanto respecto a los
valores humanos y sociales que comprometen, como a sus niveles de eficiencia en lo
específicamente económico.
Dedicaremos la última unidad a dejar anotados algunos nexos y articulaciones que se dan o
que pueden construirse entre los distintos tipos de empresas y actividades económicas
alternativas, y que van configurando un sector económico solidario vinculado a un
movimiento cultural y social alternativo capaz de proyectarse, mediante un sistema de
acción transformadora, en un proceso de democratización de la economía y de desarrollo
alternativo.
Al referirnos a los contenidos hemos mencionado los conceptos, los modelos y los análisis;
los contenidos de nuestro estudio son, pues, teóricos, o elementos de teorías. ¿Cómo se
relacionan estas teorías con la realidad y con la práctica?
Los hombres, los grupos y las organizaciones necesitamos y buscamos conocimientos para
orientar nuestra vida, nuestras decisiones y nuestra acción, conocimientos los más fieles,
completos y verdaderos posible. Conocimientos sobre la realidad en que nos movemos y
que queremos modificar, sobre las organizaciones e instituciones en que participamos y
que hemos creado para cumplir nuestros objetivos y aspiraciones, y sobre nosotros
mismos, nuestros comportamientos y acciones, para hacerlas mejoras y más eficaces.
Con los conceptos, los modelos y las teorías, simplificamos la realidad puesto que dejamos
de lado muchos detalles y particularidades; pero con ellos captamos lo esencial d e una
realidad (de un hecho, una relación o una acción), pues formulamos esos conceptos
mediante un procedimiento de abstracción, o sea, separando lo menos importante de lo
fundamental. Captamos lo esencial porque simplificamos la realidad dejando de lado
detalles y particularidades; y también porque, mediante la reflexión y el análisis
profundizamos en los fenómenos reales y penetramos hasta descubrir lo que muchas veces
se encuentra escondido, oculto tras velos ideológicos o justificaciones psicológicas.
Los conceptos, modelos y proposiciones que nos entrega la elaboración teórica, aún siendo
generales son de extraordinaria importancia para conocer las realidades concretas y
siempre particulares, o sea, para profundizar nuestra comprensión de la experiencia propia
y ajena; pero esos conocimientos particulares más profundos y nuevos los obtenemos
solamente si procedemos a utilizar las teorías en la reflexión y el análisis de las
experiencias y de los procesos reales. En este sentido, decimos que los conceptos,
modelos y teorías son instrumentos o herramientas del conocimiento, que no hay que
confundir con la realidad misma en su multifacética y más compleja conformación.
Tarea de la teoría es construir y mostrar ese nexo entre el objetivo de la acción y la realidad
en que ésta se desenvuelve. En efecto, mediante la teoría descubrimos la esencia de los
fenómenos y procesos, desentrañamos sus contradicciones y límites, y descubrimos sus
potencialidades. De este modo, la teoría nos pone en condiciones de comprender qué
transformaciones son necesarias y cuáles son posibles de efectuar, porque están insertas
en la propia racionalidad o lógica interna de los sujetos mismos que realizan la acción.
El proyecto transformador y creativo surge, entonces, desde la teoría misma, que nos
señala: a) lo que debe ser transformado (al identificar las contradicciones de la realidad); b)
lo que es posible de hacer por parte de los sujetos concretos que pueden ser involucrados
en la acción (al descubrir sus potencialidades), y c) las grandes metas hacia las que
conviene orientar la acción (al juzgar los valores presentes en la realidad y proponer
aquellos valores nuevos de que son portadores los sujetos de la acción transformadora y
creativa).
Una buena teoría debiera hacer simultáneamente las tres cosas: desgraciadamente ello es
extremadamente difícil. Hay teorías que han puesto el mayor énfasis y se han especializado
-por decirlo así- en la crítica de la realidad existente, en el descubrimiento de sus
contradicciones, en la denuncia de sus inequidades, injusticias y opresiones; pero no ponen
suficiente esfuerzo en precisar los objetivos, los fines y los valores que a partir de esta
realidad deben ser desarrollados y construidos, o son poco realistas en la identificación de
las potencialidades de los sujetos postulados como constructores de lo nuevo. Tales
"ideologías" suelen dar lugar a proyectos ultra-revolucionarios, casi siempre ineficaces, o
que si tienen éxito derivan en estructuras que no garantizan la concreción de aquellos
ideales y valores superiores esperados por los mismos agentes del cambio.
Hay ciertas teorías que ponen el mayor esfuerzo en definir y precisar los objetivos, los
ideales y los valores que se desea construir en la sociedad; pero no son suficientemente
críticas de la realidad existente, o son superficiales en el descubrimiento e identificación de
los agentes transformadores. Tales "doctrinas" suelen dar lugar a proyectos moralistas y
utópicos, que permanecen ineficaces o marginales; o bien a posiciones levemente
reformistas o apenas evolucionistas, que cuando tienen éxito no se traducen en
significativos procesos de transformación social.
Aún sin descuidar las elaboraciones críticas y valóricas nuevas, el esfuerzo teórico principal
parece deber centrarse actualmente en la búsqueda y relevamiento de las potencialidades
que tengan los sujetos que se postulan a sí mismo como agentes de la transformación.
PREGUNTAS
1. Señale tres razones por las que es importante conocer las formas alternativas de
organización económica.
2. ¿Por qué es necesario elaborar conceptos y teorías especiales para conocer las formas
alternativas de empresa?
4. ¿De qué manera la teoría establece un nexo entre la realidad presente y los objetivos de
la acción transformadora?
5. Identifique tres aspectos del conocimiento teórico que son necesarios para la formulación
de un proyecto transformador y creativo.
Distintas personas que forman parte de una empresa, tienen de ella experiencias e ideas
que pueden ser muy diferentes. Para unos es un lugar de trabajo, para otros una
oportunidad de inversión, para algunos un centro de poder, para otros un conjunto de
sistemas y procesos técnicos, o también una institución que tiene derechos y
responsabilidades. Estos distintos puntos de vista, más otros que se podrían agregar, nos
muestran que la empresa -de cualquier tipo que sea- es una realidad compleja En ella se
combinan siempre elementos económicos, técnicos, sociales, jurídicos, políticos y
culturales, constituyendo en su conjunto una totalidad estructurada.
En cada empresa participan varias o numerosas personas, que cumplen funciones distintas
contribuyendo todas a una operación de conjunto. En la empresa se realizan variadas
actividades, articuladas mediante una organización, y encaminadas hacia determinados
objetivos. Los mismos objetivos de una empresa suelen ser múltiples y de varios niveles:
obtener beneficios económicos para sus miembros, o para sus dirigentes; producir
determinados bienes y controlar una parte del mercado; desarrollar innovaciones
tecnológicas; perfeccionar la fuerza de trabajo de sus integrantes; influir sobre la sociedad
en aspectos políticos y culturales, etc.
Para la realización de cada distinto tipo de objetivos y funciones, las empresas se dan una
estructura que organiza y dispone los medios y las actividades del caso. Pero es posible
distinguir en ella una organización y operación económica, una institucionalidad jurídica, un
organigrama funcional y jerárquico, un sistema técnico, una forma de relaciones laborales,
distintos mecanismos de integración social y de procesamiento de conflictos, etc.
El hecho de que todos los elementos de una empresa se encuentren organizados no impide
que entre ellos existan conflictos y tensiones internas, que pueden llegar a ser de
magnitudes considerables. Por otra parte, cada unidad u organización económica mantiene
constantemente relaciones con terceros (otras empresas, el público, los clientes, el Estado,
etc.) y con el resto de la sociedad, recibiendo simultáneamente influencias y
condicionamientos; se trata, también en este sentido, de una interacción compleja.
Es importante adquirir una visión de conjunto, lo más amplia y completa posible, del
funcionamiento de las empresas en todos sus aspectos. Su conocimiento otorga la
capacidad de actuar en ellas con mucha mayor eficacia: planificar con realismo la acción,
aprovechar las coyunturas favorables, combinar los propios objetivos e intereses con los de
otros para potenciar la acción, ampliar las capacidades de presión y negociación, etc.
Una de las razones que impiden o dificultan que los trabajadores y sectores populares en
general participen en la gestión de las empresas, u organicen empresas alternativas bajo su
conducción, es precisamente el haber sido tradicionalmente excluidos del conocimiento de
aquellas dimensiones globales propias de la vida de las empresas. Su capacitación, su
experiencia y su práctica, suelen quedar limitadas a lo necesario para el ejercicio de sus
trabajos y funciones instrumentales al interior de la empresa. Los trabajadores están
limitados en su acción porque no conocen en profundidad las estructuras generales de la
empresa, no tienen acceso a gran parte de las fuentes de información, y carecen de una
comprensión adecuada de diversos mecanismos y criterios para la adopción de decisiones
empresariales.
Entre otras cosas, permite a los trabajadores llegar a ver con transparencia las complejas
relaciones que configuran esos micromundos sociales donde desenvuelven gran parte de
sus vidas, y a partir de ello proponerse objetivos realistas más elevados y amplios. Al
avanzar en nuestro estudio iremos comprendiendo mejor la centralidad que adquiere la
cultura de la empresa y del trabajo en el desarrollo de un proceso alternativo y creativo de
transformación social.
2. LA DIVERSIDAD DE LAS FORMAS DE EMPRESA DEPENDE ESPECIALMENTE DE SU
ORGANIZACION ECONOMICA.
Las diferencias que las empresas manifiestan en cuanto unidades económicas, sociales,
culturales, jurídicas, tecnológicas se encuentran vinculadas entre sí, en el sentido que a
ciertas características que las distinguen en un plano (por ejemplo, en lo económico)
corresponden otras en los demás (a saber, en su estructura jurídica, en su modo de
gestión, en el carácter de sus conflictos, etc.). Esto, sin embargo, no nos ahorra el esfuerzo
de identificar sus rasgos y estructuras diferentes en cada uno de los niveles organizativos.
Cuando aquí nos referimos a lo económico hacemos referencia en primer lugar al trabajo, y
luego a la tecnología, a la gestión, y sólo después a los aspectos materiales y financieros.
Como veremos más adelante, lo económico de las empresas es, ante todo, la combinación
e integración de todos estos elementos, entre los cuales, si es preciso reconocer alguno
que sea primario o principal, deberemos considerar como tal al trabajo (por las razones que
profundizaremos más adelante).
a) El ser una organización (de sujetos, fuerzas, actividades, conocimientos, cosas, etc.) que
funciona como una unidad integrada, para el conseguimiento de determinados fines u
objetivos que interesan a la organización como tal, y en alguna medida a todos sus
integrantes. Ello implica que en toda empresa existe alguna forma o sistema de autoridad y
dirección (adopción de decisiones y mecanismos para su ejecución) y alguna diferenciación
de funciones y división del trabajo.
Pero tales nexos no están presentes en todos los tipos de empresas. Precisamente las
empresas alternativas los son porque entre los distintos elementos que conforman la
empresa, establecen nexos de naturaleza muy diferente a los indicados; así, el nexo
"capital-empresario-ganancia" es sólo uno de los nexos posibles -el de la empresa
capitalista- entre muchos otros que también existen.
Conviene, pues, precisar los criterios fundamentales con que podemos distinguir unas
empresas de otras.
4. TRES CRITERIOS ESENCIALES PARA DISTINGUIR LOS TIPOS DE EMPRESA.
Hemos visto que las diferencias entre las empresas pueden verificarse en distintos niveles y
aspectos, aquí nos interesa ir al fondo del asunto, identificando aquellos aspectos de
distinción que más profundamente inciden sobre las estructuras, racionalidades, objetivos,
modos de operación y comportamiento de las empresas. Con tal propósito distinguimos tres
criterios -que consideramos "esenciales" precisamente porque inciden profundamente en
los niveles señalados- para distinguir los tipos de empresas; cada uno de ellos constituye
una vía de aproximación y de acceso a la comprensión de los principales tipos de empresa,
pero sólo la consideración conjunta de los tres nos permite identificar con exactitud cada
uno de los tipos, y en especial aquellos que consideramos alternativos.
El segundo criterio se refiere a los nexos entre los sujetos de la actividad económica,
tanto al interior de cada empresa como en las relaciones de ésta con terceros; nexos que
se establecen a partir de los flujos de bienes y servicios económicos, y que determinan los
modos y grados de integración y de conflicto en las empresas, sus sistemas de asignación
y distribución de los beneficios, el modo en que se articulan en la empresa las actividades
de producción, distribución y consumo, etc. Nos referimos a este criterio esencial como de
las relaciones económicas, que examinaremos en la cuarta unidad.
El tercer criterio se refiere a las relaciones que ligan a los sujetos (organizadores y
organizados) con los medios de producción y con la empresa misma; relaciones que son,
básicamente, de propiedad sobre los medios de producción, en conexión a la cual se
definen los sistemas de gestión de las empresas, sus modalidades institucionales, y
relevantes aspectos de su estructura interna y de sus modos de comportamiento. Nos
referiremos a este tercer criterio esencial como de la propiedad y gestión de las empresas,
y lo analizamos en la quinta unidad.
PREGUNTAS
2. ¿Qué importancia tiene la forma y las condiciones en que se realiza el trabajo, para
distinguir los distintos tipos y calidades de empresas?
3. Identifique cuatro elementos comunes a todas las empresas, a partir de la definición que
la ciencia económica hace de la empresa.
2. Análisis crítico del concepto de empresa, a partir del reconocimiento de sus diferentes
formas, y de los criterios para distinguirlas.
La distinción que proponemos hacer entre "recursos" y "factores" es muy simple, pero
densa en implicaciones. Entenderemos como recursos económicos todos aquellos
elementos y fuerzas, materiales e inmateriales, que tengan la potencialidad de ser
aprovechados en algún proceso o actividad económica de cualquier tipo. Los recursos los
reconoceremos entonces por doquier en la naturaleza, en los hombres, en la sociedad, en
sus más variadas y múltiples manifestaciones.
Una distinción tan obvia entre recursos y factores no ha sido verdaderamente asumida y
utilizada en la teoría económica (o al menos no se le ha dado todo su significado para el
análisis económico), debido a que desde la perspectiva del capital interesan solamente
aquellos recursos que tienen expresión monetaria o que han sido valorizados por el capital.
Es por esto que se ha llegado a identificar "recursos" con "factores", y se ha aceptado
solamente una distinción entre factores "empleados" y "desocupados": los factores
desocupados serían aquellos que estando en el mercado, teniendo por lo tanto un valor
monetario por el cual se ofertan a los empleadores, no han sido todavía contratados o han
dejado transitoriamente de estarlo. Con esta distinción se está reconociendo significado
económico solamente a aquellos recursos que hayan sido valorizados capitalistamente,
esto es, que hayan asumido en algún momento la forma de capital, y que puedan ser
expresados en unidades de capital.
Por la misma razón que no han distinguido entre recursos y factores, los economistas
convencionales distinguen solamente entre los factores "capital" y "trabajo". En efecto, el
partir exclusivamente de la experiencia empresarial capitalista conduce a extender el
concepto de "capital" de manera que abarca y subsume a otros factores necesarios, a los
cuales no reconoce consistencia propia ni autonomía.
Estos cinco principales factores económicos son elementos empíricamente dados que
forman parte de la empresa, y pueden ser identificados mediante la observación y el
análisis descriptivo de cualquiera de ellas. Aún cuando en economía ellos tienden a
presentarse como "cosas", como elementos objetivos o -precisamente- como factores, son
de hecho realidades humanas. A la base de cada uno de estos factores económicos se
encuentran personas o grupos de personas, y se encuentran asociados más o menos
directamente a grupos y fuerzas sociales: los trabajadores; los científicos, ingenieros y
especialistas; los propietarios; los financistas; los gerentes y administradores.
Los cinco principales factores que integran una empresa o unidad económica, se
encuentran combinados técnicamente conforme a cantidades y proporciones definidas. Las
diferentes proporciones en que se verifican tales combinaciones han sido denominadas por
los economistas de varias maneras: función de producción, función tecnológica,
composición orgánica del capital, etc. Tales distintas combinaciones implican diferentes
intensidades en el uso de cada factor, y consecuentemente también distintas
productividades.
Pero hay otro nivel de organización de los factores que, siendo más profundo e incidiendo
en aspectos cruciales de la estructura económica de las empresas, constituye un criterio de
identificación aún más decisivo de los distintos tipos de empresas.
En efecto, los factores en una empresa no sólo se hayan combinados técnicamente sino,
además, organizados económicamente. Dicho de otro modo, la organización económica de
una empresa es más que la combinación técnica de sus factores. Porque los factores no
son solamente elementos técnicos sino realidades subjetivas; porque cada factor es
aportado concretamente por sujetos, que esperan que el aporte que hacen sea
adecuadamente remunerado o recompensado; porque los factores se hayan dispersos en
el mercado, siendo necesario convocarlos a formar parte de la empresa, ofreciéndoles
determinado tratamiento económico y definidas condiciones que sean aceptables para
quienes los aportan. Por todo eso la organización económica de los factores es el aspecto
más complejo y fundamental de la actividad empresarial.
La organización económica de los factores implica integrar a los distintos sujetos que los
aportan y representan, en una unidad de gestión que opera racionalmente tras la
persecución de determinados objetivos generales de la empresa. Ello supone que todos los
factores son funcionalizados hacia el logro de esos objetivos, que en alguna medida
deberán compartir concientemente o aceptar por interés. Para lograrlo, entonces, es
preciso que los objetivos e intereses particulares de cada factor sean también acogidos en
alguna medida, aunque sea en un plano subordinado respecto a los objetivos generales, y
que esos intereses particulares sean realizados en algún grado (al menos en lo suficiente
para que el sujeto que lo aporta decida continuar participando y trabajando en esa
empresa).
Pues bien, si los factores se encuentran en este sentido organizados en la unidad
económica, es porque alguien los organizó y los mantiene organizados. Y ese "alguien" que
los organiza no puede sino ser alguno de los cinco factores que hemos encontrado como
integrantes de la empresa; pues si no fuera uno de ellos, habría que decir que hay un factor
económico más. Pero no existe un factor especial que integre la empresa y que cumpla
siempre ese rol organizador.
Si analizamos, por ejemplo, las llamadas empresas capitalistas, encontramos que en ellas
el factor organizador es el financiero, que pone como objetivo general de la empresa el
incremento de su propio valor (esto es, la generación de ganancias monetarias en cuanto
rentabilidad del financiamiento invertido). En función de ese objetivo el capitalista combina y
utiliza la fuerza de trabajo, la tecnología, los medios de trabajo que adquiere o arrienda, la
administración o gerencia, etc. A estos factores los contrata a precios definidos (sea por
tiempos establecidos o por toda su vida útil), tratando que el aporte que hagan a la empresa
(su productividad en términos de valor) sea mayor a su costo para el empresario (o sea, a
la remuneración que reciben los sujetos que los aportan).
Pero a la base de una empresa, como factor organizador, puede estar cualquiera de los
cinco factores económicos que hemos identificado. La empresa capitalista, en la cual el o
los sujetos que disponen de dinero compran o arriendan maquinaria, contratan
administradores y fuerza de trabajo, ingenieros y procesos técnicos, se nos presenta como
un caso particular o un "tipo" de empresa.
Pero también pueden formar una empresa, por ejemplo, quienes inventaron o dominan un
proceso tecnológico de alto rendimiento y calidad, y que en vez de vender sus
conocimientos e informaciones a precios fijos deciden aplicarlos autónomamente en una
empresa dirigida por ellos mismos, para lo cual deberán comprometer un crédito, comprar
equipos, contratar trabajadores, etc.
Se distinguen de este modo, en base a cual sea el factor que se pone como organizador y
dirigente, distintos tipos de empresas: capitalistas, rentistas, de trabajadores, cooperativas,
de ingenieros o profesionales, estatales o públicas, etc. En tales distintos tipos, los objetivos
económicos de la empresa serán diferentes y se verificarán consecuentemente también
diversas racionalidades y lógicas operacionales. Examinaremos particularmente algunos
casos en las unidades posteriores.
De lo anterior se desprende que los distintos factores económicos (y los sujetos y grupos
que los representan) pueden encontrarse en las empresas y en las economías en general,
en dos situaciones diferentes: en cuanto organizadores, que se autocontrolan al tiempo que
dirigen actividades económicas -situación que podemos considerar de autonomía-, o en
cuanto organizados, contratados por otro factor que los controla y utiliza -situación que
podemos considerar de subordinación-.
Cuando un factor es organizador sus intereses se confunden con los objetivos generales de
la empresa, y la recompensa por su actividad económica asume la forma de beneficios o
utilidades variables (que dependen de los resultados de la operación empresarial). Cuando
son organizados se encuentran funcionalizados hacia objetivos empresariales que no son
los propios, y la remuneración que reciben es fija, estando establecida mediante un
contrato: si se trata del factor financiero adopta la forma de una tasa de interés; si es el
trabajo, de salario; si son medios de producción, de renta; si es la tecnología, de royalties,
patentes o marcas; si es el factor administrativo o gerencial, de honorarios y porcentajes de
participación.
Es necesario, en primer lugar que los sujetos que disponen de esos factores tengan un
conjunto de capacidades organizativas, y lo que podríamos denominar un cierto "espíritu de
empresa": que estén dispuestos a correr los riesgos que implica la gestión y la operación
económica, con la expectativa de obtener beneficios mayores a los que podría obtener
ofreciéndose en el mercado a otros organizadores. Asociado a lo anterior, el levantarse
como organizador de actividades económicas supone el despliegue de una "voluntad de
logro" de los propios objetivos, y la consecuente iniciativa e independencia personal.
Para organizar con éxito actividades empresariales, los trabajadores, técnicos, capitalistas
o quien sea, requieren también poseer un conjunto de informaciones y conocimientos
relativos al modo de funcionamiento de las empresas, y a las condiciones externas, del
marcado en que deben operar. Se necesita también una cierta capacidad de previsión del
futuro, para adelantarse a posibles situaciones favorables o desfavorables, o para prever
las consecuencias que pueden tener en el futuro próximo las decisiones tomadas hoy, todo
lo cual es necesario para programar o planificar las actividades.
Debemos penetrar aún en una dimensión más profunda que distingue a las categorías
organizadoras de los factores organizados. Empíricamente observamos que, en la práctica,
puede crear una empresa solamente quien disponga en sus manos o controle directamente
no sólo el factor que personifica, sino también varios de los otros, o todos ellos en alguna
medida: alguna capacidad de pago, diversos conocimientos técnicos, fuerza de trabajo,
capacidades administrativas, algunos medios de trabajo. Para crear una empresa
autogestionada los trabajadores asociados deben aportar sus ahorros, sus conocimientos
del proceso técnico, sus capacidades administrativas, etc. De igual modo, quien posee
dinero podrá fundar una empresa sólo si pone en ello su propio esfuerzo, sus capacidades
administrativas, conocimientos técnicos, etc. Y así en los demás casos.
Esto que observamos empíricamente tiene un significado teórico profundo, que puede ser
comprendido examinando el proceso de transformación de un factor en categoría
económica.
Quien quiere organizar una empresa en base al dinero, debe comprar equipos, contratar
trabajadores, administradores, diseños, etc., utilizando en ello partes del dinero inicial que
posee. De este modo, esos factores externos, al ser incorporados a la empresa,
representan y constituyen para él, cantidades de dinero: al convertirlos en factores de la
empresa, o sea ya no externos sino propios, les ha dado la forma de sí mismo: al
apropiárselos los ha subsumido convirtiéndolos en una parte de sí mismo. Y al hacerlo, él
mismo se ha transformado en ellos, en el sentido que el organizador y propietario ya no
tiene en sus manos el dinero, sino que tiene maquinarias, trabajadores, tecnología, etc. en
su empresa. Ambos movimientos son un mismo proceso: de transformación del dinero
(factor financiero) en capital (categoría).
Al darle su propia forma a los demás factores (convirtiendo medios de trabajo, fuerza de
trabajo, tecnologías y capacidades de administración, en partes de su capital) el factor
dinero ha experimentado un proceso de universalización, o sea, se ha transformado o
convertido en elementos económicos distintos a sí mismo, impregnándolos a todos con su
propia esencia. Dándoles a cada uno de ellos su propia forma, el factor (que es realidad
empírica o concreta) se ha transformado en categoría (realidad universal o general). De
este modo, toda la empresa queda convertida en una combinación de partidas de capital,
que se distinguen por la distinta función que cumplen: capital inmovilizado, capital variable,
capital operacional, etc. Todos los factores integrantes de la empresa pueden, a partir de
entonces, ser medidos mediante unidades de dinero.
Los trabajadores que organizan una empresa pueden considerar a todos los factores que la
integran como resultado de su trabajo, pues con ese trabajo los producen u obtienen los
medios con que pagarlos.
Un proceso equivalente sucede en las empresas organizadas por los factores tecnológico
(en las que cada factor puede ser y resulta asumido como unidades tecnológicas de
información y energía), administrativo (donde los factores son considerados como
elementos de un sistema de poder jerárquica y funcionalmente estructurado), y por los
medios de trabajo como factor económico (que convierte a los demás factores en objetos
de producción y de renta).
Para concluir esta unidad, bástenos por el momento señalar que el proceso de
transformación de los factores en categorías, que se inicia a niveles microeconómicos (o
sea, en empresas particulares) se realiza más ampliamente a través de procesos históricos
complejos que implican una evolución tanto teórica como práctica de amplios sectores y
grupos sociales.
PREGUNTAS
1. ¿Qué entendemos con los términos "recursos" y "factores" económicos? Explique las
diferencias entre ambos, indicando algunos ejemplos concretos de ellos.
2. ¿Cuáles son los cinco factores económicos necesarios de una empresa? ¿Qué significa
que tengan un carácter "subjetivo y personalizado?
4. ¿Qué son las "categorías económicas"? ¿En qué se diferencian las "categorías" de los
"factores"? ¿Qué factores económicos pueden convertirse en categorías?
6. Compare los modos en que se presentan los distintos factores económicos cuando
adoptan, respectivamente, la forma de las categorías Capital y Trabajo.
4. Recurso, factor y categoría como momentos formales de la historia del trabajo y del
"movimiento laboral".
Los intercambios -y el mercado- reflejan ante todo el simple hecho de que cada hombre y
cada comunidad no es autosuficiente, que no produce por sí solo todo lo que necesita para
satisfacer sus necesidades; que por distintas circunstancias y razones, produce ciertos
bienes en exceso respecto a sus necesidades, y ciertos otros bienes en forma insuficiente;
que puede aportar determinados recursos y factores a otros, debiendo recibir de aquellos lo
que les falta. De ahí la necesidad de combinar factores, de intercambiar productos.
Se estructura de este modo la división social del trabajo, como expresión de la necesidad
de cooperar económicamente unos con otros para satisfacer las necesidades de todos. La
división del trabajo puede entenderse como el hecho que cada hombre no trabaje
solamente para sí sino también para los otros. Y las relaciones de intercambio constituyen
uno de los modos en que los bienes y servicios económicos fluyen en la economía,
transitando de unos sujetos a otros -desde los productores a los consumidores-, pasando
por todas las etapas intermedias.
Pues bien, no suceda así en las sociedades capitalistas, donde los que poseen la mayor
parte de los bienes de capital son unos pocos, y ellos mismos son los que organizan la
mayor parte de las actividades productivas. Como de ese modo concentran también
grandes cuotas de poder, establecen con los demás relaciones de intercambio desiguales,
injustas, exigiendo siempre más por menos.
Las empresas cooperativas y de trabajadores, por ejemplo, que retribuyen a sus integrantes
en proporción a lo que cada uno de ellos aporta, y que prorratean las utilidades de cada
ejercicio según las cuotas o el trabajo de sus socios, efectúan en tal modo relaciones de
intercambio equitativas: cada cual recibe y se beneficia en proporción a lo que ha aportado
y entrega. Cuando un trabajador, un artesano, un comerciante o un empresario, remuneran
los factores que contratan conforme a lo que cada uno aporta al proceso productivo, y
venden lo que producen en un mercado competitivo (a precios que no son especulativos),
están efectuando intercambios justos. Probablemente tales casos son minoría, pero
existen, y ello es relevante para la teoría, pues nos lleva a preguntarnos cómo hacer para
que esos comportamientos y relaciones justas se generalicen.
Por el momento constatamos que la mayoría de los intercambios no son equitativos; lo cual
supone que mientras unos dan menos de lo que reciben, hay muchos otros que están
recibiendo menos de lo que aportan: no se podrá decir de éstos últimos que estén
comportando de modo capitalista.
El modo de comportamiento capitalista está lejos de ser el modo más generalizado entre
los hombres, si bien es preciso reconocer que la gran mayoría de los hombres nos
encontramos condicionados en nuestro comportamiento por el predominio capitalista, o
sufriendo sus consecuencias.
En el párrafo anterior hemos ampliado y superado dos concepciones opuestas, que muchos
consideran como las únicas verdaderas. Por un lado, la concepción según la cual todas las
relaciones de intercambio se verifican entre valores equivalentes. Superamos así la
creencia de los economistas clásicos y neo-clásicos, de que el libre juego del mercado
garantiza que los intercambios se efectúan de modo justo y equitativo, con la sola condición
que las leyes de la oferta y demanda sean respetadas; algunos incluso creen que, por
definición, los intercambios se realizan entre valores equivalentes.
Superamos por otro lado la concepción que todas las relaciones de intercambio son injustas
e implican explotación. Es la creencia que por muchas partes se ha difundido, que es lo
mismo economía de mercado, mercado de intercambios, y economía capitalista; algunos
incluso afirman que cualquier relación de intercambio implica un comportamiento capitalista.
A) RELACIONES DE INTERCAMBIO
En los intercambios los sujetos se presentan el uno ante el otro como propietarios de
determinados bienes o servicios que están dispuestos a transferir, y a la vez como
interesados en adquirir otros bienes que son actualmente poseídos por otro. Al establecerse
la relación, antes que la transferencia se verifique, cada sujeto aprecia la cantidad, calidad y
utilidad de los activos que está por entregar y recibir, y calcula sus respectivos valores; si a
ambos sujetos el cambio les parece conveniente porque en sus propias apreciaciones dicho
cálculo da por resultado un beneficio, se concretiza el traspaso de la propiedad de los
activos. El flujo de bienes o servicios es, entonces, bi-direccional, es decir, hay dos bienes
distintos que transitan simultáneamente entre ambos sujetos, de manera recíproca.
En la mayoría de los casos una de las partes transfiere a la otra dinero en compensación
por un bien económico tangible; hablamos, entonces, de "compra-venta". Pero a veces el
intercambio se efectúa directamente entre bienes distintos, sin la mediación del dinero; en
este caso lo denominamos "trueque".
B) RELACIONES DE DONACIÓN
El hacer un regalo, el dar una limosna, el aportar una ayuda solidaria, el trabajo voluntario
en beneficio de una comunidad, un curso de capacitación efectuado gratuitamente, las
ayudas al desarrollo de los países pobres que hacen los países ricos, los servicios no
remunerados que presta una fundación o institución de beneficio social, etc., constituyen
ejemplos distintos de relaciones de donación.
En todos los casos mencionados, observamos que se efectúan flujos de bienes económicos
que transitan de un sujeto hacia otro, sin que ello implique un correspondiente flujo
económico en sentido inverso. Hablamos, entonces, de las donaciones, como flujos
unidireccionales, en que un sujeto se presenta como donante y otro como beneficiario. Los
bienes y servicios transferidos no asumen la forma de mercancías, sino de regalos o dones.
Los bienes y servicios transferidos no tienen precio, son gratuitos; el que adquiere la
propiedad del bien recibido no transfiere a quien se lo haya dado algún bien de valor
equivalente, y el que hace la donación no adquiere con ello algún otro bien económico en
propiedad.
Según los objetivos del donante y del beneficiario, las formas que adopte la donación
misma, y el contenido de las informaciones que transitan entre ambos perticipantes en la
relación, las donaciones pueden ser de distintos tipos. De manera muy simplificada
podemos aquí distinguir entre donaciones gratuitas (en que el objetivo del donante no es
otro que el bienestar del beneficiario) y donaciones interesadas (en que el objetivo de
beneficiar al otro está oscurecido por otros intereses propios del donante, sean subjetivos u
objetivos, morales o materiales).
Pero aunque la gratuidad o el interés pondrán connotaciones éticas muy distintas a las
donaciones, desde el punto de vista económico encontraremos en ambos casos un mismo
tipo de relaciones, caracterizadas por similares figuras de donante y beneficiario, por la
misma forma del activo como regalo, y por un mismo sentido unidireccional del flujo
económico.
En estos flujos de bienes (o males) económicos, no hay una equivalencia formal entre los
valores de los bienes que fluyen en ambas direcciones; además, las transferencias no se
realizan simultáneamente, sino que se encuentran separadas en el tiempo, como si se
tratara de dos flujos unidireccionales sucesivos, que sin embargo no son independientes
sino que se encuentran asociados. No hay tampoco explicitación de un acuerdo de
intercambio, y el nexo entre las partes no es sólo económico, pudiendo basarse en un
conocimiento y en una afectividad (positiva o negativa) entre ellas, o en la simple búsqueda
de un equilibrio para evitar relaciones de dependencia subjetiva.
Las relaciones de reciprocidad rara vez suponen un proceso previo de negociación entre
las partes, ni un regateo abierto, sino que normalmente se verifican conforme a normas de
comportamiento tradicional, basadas en la costumbre o en valores éticos ampliamente
internalizados por los individuos o comunidades que las realizan.
Como puede observarse, todos los casos mencionados como ejemplos de reciprocidad se
diferencian tanto de los intercambios como de las donaciones, pero pueden ubicarse en
una especie de situación intermedia, porque tienen algunas características propias tanto de
uno como del otro tipo de flujos.
D) RELACIONES DE COMENSALIDAD
El consumo de alimentos en una familia, preparados por uno de sus miembros para ser
compartidos y repartidos según las necesidades de cada uno; el uso en común o
alternativamente por sus varios integrantes, de la vivienda, mobiliario, artefactos, etc. que
constituyen el patrimonio familiar; el financiamiento de los gastos de educación, salud,
recreación, etc., realizado según las necesidades, en base a los ingresos familiares de
diverso tipo; la posesión, uso y consumo en común, de bienes compartidos por una
comunidad religiosa; la realización de actos sociales que implican utilizar y consumir en
común distintos bienes económicos por parte de grupos formales o informales (clubes
deportivos, centros comunitarios, sindicatos, iglesias, etc.), no existiendo una precisa
distinción entre los que aportan y los que utilizan tales bienes y servicios; son todos estos,
casos distintos de un mismo tipo de relaciones económicas de comensalidad.
Aquí los flujos de bienes y servicios se verifican al interior de un grupo humano constituido
por vínculos extraeconómicos (de consanguineidad, de opción religiosa, de actividad social,
etc.). Entre los miembros del grupo los bienes fluyen en términos de un compartir, distribuir,
utilizar y consumir en función de necesidades individuales o comunes; ello implica un grado
tal de integración entre los participantes que la constitución del grupo como sujeto colectivo
diluye los intereses individuales, respetándose sin embargo las diferencias personales y los
roles y necesidades individuales.
Desde el punto de vista ético, estas relaciones económicas ponen en juego los valores
comunitarios y la cooperación.
E) RELACIONES DE COOPERACION
Las relaciones de tributación, en efecto, son aquellas que implican flujos de bienes y
servicios económicos que proceden de los miembros del Estado o de una institución, y que
son recibidos por un órgano o centro recolector y decisional que lo representa, distinto de
los sujetos que tributan. A diferencia de lo que sucede con las cuotas o trabajos que hacen
los socios en una cooperativa, los contribuyentes que tributan se desprenden de los activos
que transfieren, y pierden poder decisional directo sobre el fondo de recursos que se
constituye con la suma de todas las tributaciones. Además, el hecho de tributar y su monto,
se presenta como un deber, como un requisito de la pertenencia a la colectividad, que le es
impuesto a los miembros mediante una decisión tomada por el mismo centro recolector.
Los flujos tributarios son unidireccionales, pero encuentran su contrapartida en flujos que
transitan en sentido inverso, desde los centros recolectores y decisionales hacia la
colectividad en su conjunto o hacia sujetos particulares de ella.
Ejemplo de este tipo de flujos los encontramos ampliamente difundidos en las economías
modernas en que el Estado interviene activamente en la fijación de precios, de aranceles,
de tasas de interés, de liquidez monetaria, de impuestos diferenciados, etc. Cada cambio
en estas decisiones implica flujos de riqueza de unos miembros de la sociedad hacia otros.
La inflación es la manifestación más característica de este tipo de transferencias, pues
engloba al conjunto de los actores económicos implicando transferencias automáticas de
riqueza por el simple hecho de alterarse los precios relativos de las factores y los bienes.
Si algún valor ético puesto en juego en estas relaciones debe destacarse, ha de ser el de la
prudencia que han de tener las autoridades al fijar políticas.
Las relaciones económicas establecen vínculos entre los sujetos económicos, con la
mediación de los bienes y servicios que fluyen o transitan entre ellos, y de las informaciones
concomitantes a tales transferencias. Pero el tipo de vínculos, la calidad de la
comunicación, la duración y consistencia del contacto entre los sujetos, será distinta según
cual sea la relación económica de que se trate.
Como hemos podido observar, hay relaciones económicas -como los intercambios y las
donaciones- en que los sujetos mantienen su independencia decisional, y no llegan a
constituir una organización; pero los nexos y flujos se encuentran entremezclados y
proceden "en cadena", de modo que por su intermedio se constituyen circuitos económicos
que articulan y coordinan las decisiones económicas de los distintos sujetos. Es el caso del
mercado de intercambios, y también del que podemos denominar circuito de las donaciones
o "mercado de donaciones".
Así, pues, las relaciones económicas son socialmente integradoras, en distinto grado y de
diferentes maneras. Ellas son constitutivas de sectores económicos, de circuitos, y de
mercados globales. Esto no excluye que a través de esos mismos procesos de integración,
se generen formas y manifestaciones de conflicto social, porque surgen intereses, objetivos
y motivaciones distintos entre las diferentes figuras económicas que se forman en el
proceso global. Así como hay grados en la integración, también habrá profundas diferencias
en el grado, los contenidos y las formas que adopten los conflictos sociales, al aparecer
enmarcados en distintos tipos de relaciones económicas.
A nivel microeconómico, podremos apreciar más adelante como los distintos modos de ser
y de operar que manifiestan las unidades económicas alternativas, están dadas también por
el tipo de relaciones económicas que en ellas predomina, sea en sus relaciones internas
como en sus actividades y relaciones con el mercado o con terceros externos.
Hay todavía una tercera vía de acceso a la comprensión del problema, que abordamos a
continuación.
PREGUNTAS
1. ¿Qué razón estructural puede darse del hecho que habitualmente los intercambios no se
den entre bienes económicos de valor equivalente?
2. ¿Qué entendemos por "relaciones económicas"? ¿En base a qué elementos afirmamos
que los distintos tipos de relaciones económicas se diferencian estructuralmente?
1. El concepto de "división social del trabajo" a la luz de las distintas relaciones económicas.
Los principales debates que se han desenvuelto en la época moderna, y desde hace casi
dos siglos, en torno a los problemas sociales, sus causas y sus soluciones, han versado en
torno a los modos de propiedad sobre los medios de producción. Las grandes corrientes del
pensamiento ideológico y político -el liberalismo, el socialismo, el socialcristianismo, etc.- se
han estructurado en torno a opciones radicales respecto a los modos de propiedad
considerados más justos y adecuados.
Las sucesivas ampliaciones que hemos debido hacer, respecto al concepto y a las formas
de empresa, a los factores y categorías económicas, y a las relaciones económicas y a sus
distintos tipos, impactan también la cuestión de la propiedad. Esta requiere también nuevas
elaboraciones y una nueva apertura de conciencia para que podamos reconocer y
comprender las formas económicas alternativas.
Tal como hicimos antes con el concepto de empresa, podemos partir de un concepto de
propiedad que en términos formales sea suficientemente amplio como para incluir sus
distintas formas y posibilidades, aunque no las contenga adecuadamente a nivel de los
contenidos; con dicho concepto como punto de partida, podemos luego proceder a un
análisis particular de sus elementos constitutivos y de sus diferentes alternativas.
En términos genéricos y formales, puede definirse la propiedad como el derecho que tiene
un sujeto (individual o colectivo) de considerar un bien económico como propio y de
disponer de él como quiera, dentro de los marcos jurídicos establecidos por la legislación
que reconoce y garantiza tal derecho.
Por otra parte, se afirma que la propiedad recae sobre los bienes económicos en general; y
efectivamente, pueden ser objeto de propiedad los distintos tipos de recursos y factores que
tienen algún valor económico, actual o potencial. En otras palabras, las relaciones de
propiedad se ejercen tanto sobre los medios materiales de trabajo (tierra, edificios, equipos,
implementos, máquinas, materias primas, productos elaborados, etc.), como también sobre
la fuerza de trabajo (capacidades físicas e intelectuales que resultan activadas en los
procesos de trabajo, incluidas las calificaciones profesionales), la tecnología
(informaciones, diseños, sistemas tecnológicos, etc.), la gestión (condiciones directivas,
capacidades administrativas, poderes decisionales, etc.), el financiamiento (capacidad de
pago, medios de pago, potenciales de crédito, etc.). De hecho, estos distintos tipos de
bienes económicos son objeto de procesos de apropiación por parte de los sujetos
económicos, y sobre todos ellos quedan establecidas modalidades particulares del derecho
de propiedad.
Finalmente, se indica una restricción respecto al poder y a la libertad del propietario para
disponer del objeto: la legislación establece los marcos en que las decisiones del sujeto
respecto al bien económico son reconocidas como legítimas.
Esto muestra un último aspecto decisivo, a saber, que la sociedad como un todo mantiene
algún derecho sobre el bien de propiedad particular, que se reserva para sí misma: no
existe la propiedad absoluta, incondicionada, sino que sobre toda la propiedad pesa una
suerte de "hipoteca social", como lo definió S.S. Juan Pablo II en Laborem Excercens, que
exige que toda propiedad sea utilizada por el sujeto teniendo siempre en cuenta el bien
común, los derechos de los demás, y la dimensión social presente en toda relación y
actividad humana.
Por otra parte, suele suceder que el proceso de apropiación no comience con el
establecimiento del vínculo jurídico, sino mediante una progresiva asunción de la propiedad
por medio de etapas que comienzan con el conocimiento del bien, el desarrollo de la
capacidad de utilizarlo y controlarlo, el sentimiento de pertenencia, y sólo en una etapa
posterior se consolida esa propiedad que se ha ido estableciendo paulatinamente, mediante
el acto jurídico que sanciona socialmente el derecho.
Desde esta comprensión de la propiedad como un proceso complejo, adquieren nueva luz
los procesos de apropiación social, autogestionaria o estatal, de medios de producción
anteriormente en manos privadas individuales. Con este concepto enriquecido de
propiedad, pueden descubrirse algunas facetas, habitualmente no consideradas, de los
procesos sociales y políticos.
Se sugiere, al respecto, la meditación de interrogantes prácticos del siguiente tipo: ¿En qué
situación se encuentra la propiedad de un terreno baldío que ha sido "tomado" por familias
sin casa que construyen allí sus viviendas?; ¿qué etapas debe atravesar un proceso de
asignación de tierras en un programa de reforma agraria, hasta que los nuevos propietarios
asociados consoliden la propiedad de las tierras que reciben?; ¿qué aspectos debe
considerar un proceso de estatización o socialización de determinados medios de
producción?; ¿cuál es el grado de apropiación que tiene un individuo que ha comprado una
computadora cuyo manejo no domina, y que es utilizada y manejada por otra persona?
En este sentido, es posible efectuar una (o varias) tipología (s), adoptando como criterio de
diferenciación alguno de los elementos constitutivos de la estructura de la relación de
propiedad, a saber, los tipos y características del sujeto, los del bien económico poseído, y
los de la relación misma que se establece entre ellos.
Si prestamos atención a las relaciones que vinculan los bienes económicos a sus
propietarios, pueden distinguirse también diversas situaciones, entre las que podemos
mencionar:
No hemos pretendido, con esta simple enumeración de casos y situaciones diversas, dar
ninguna clasificación exhaustiva, ni formular tipologías rigurosas. Nuestro propósito ha sido,
una vez más, abrir nuestra conciencia a la pluralidad y multiplicidad de situaciones y
alternativas existentes en la actividad económica. En este sentido, nos queda aún por
examinar un aspecto de la cuestión de la propiedad, teóricamente más relevante que
cualquier clasificación externa, y que nos abre a una comprensión más profunda de las
formas alternativas de propiedad.
No hemos referido, hasta aquí, a las formas de propiedad sobre los bienes (recursos y
factores) económicos en general; pero sabemos que en la economía los factores se
encuentran combinados y organizados en empresas, de manera que se presenta con
evidente importancia y como la cuestión decisiva, el problema de la propiedad de las
empresas, y en las empresas.
Esto nos permitirá entender la íntima conexión que existe entre las tres vías de acceso a la
comprensión de las formas de empresas alternativas, o sea, entre las "categorías
organizadoras", las "relaciones económicas" y las "formas de propiedad".
En la tercera unidad distinguimos los tipos de empresas en función de los factores que en
ellas se ponen como categorías organizadoras; en la cuarta unidad lo hicimos en base a los
tipos de relaciones económicas que se instauran al interior de las empresas y que ellas
establecen con terceros en la economía global. La distinción de los tipos de empresas en
base al criterio de la propiedad -y concretamente, a quienes sean los propietarios de los
medios de producción-, es algo que se ha hecho siempre, y que debemos ahora
profundizar, al ponerlo en relación con aquellas otras dos distinciones. Ello nos permitirá,
además, comprender cual es el verdadero lugar e importancia de la cuestión de la
propiedad de los medios de producción, en la búsqueda y construcción de las formas de
economía alternativa.
Hemos visto que hay distintos grados, modos y tipos de propiedad, y sabemos que en
diferentes empresas se instauran diversas relaciones de propiedad, pudiendo se variados
los sujetos individuales y colectivos que se constituyen como propietarios. Cabe ahora
preguntarse, acaso sea éste -el de la propiedad- un dato primario en la economía, que por
lo tanto no tiene explicación al interior de la economía misma, o bien sea un hecho o
proceso que se origine en otro plano de la misma economía y que tenga su explicación en
el análisis económico.
La pregunta es importante, pues si la propiedad fuese un dato primario, del cual derivan las
demás diferenciaciones y alternativas económicas, la opción decisiva en última instancia
para fundar una economía alternativa superior debiera hacerse en torno a la propiedad de
los medios de producción; pero si fuera así, la cuestión de la transformación social y de la
construcción de una economía alternativa no se jugaría en el plano propiamente económico
sino fuera de éste (por ejemplo, en el plano político o institucional), donde se postule que se
encuentre aquello que explica, define y decide los diferentes tipos de propiedad. Así se ha
creído durante mucho tiempo, especialmente en las corrientes ideológicas liberales y
socialistas, y por eso en los debates políticos se ha privilegiado sobre toda otra la cuestión
de la propiedad.
Pero si el centro y la base de la estructura y organización económica no estuviera en la
cuestión de la propiedad, ni fuese en torno a ella que deban hacerse las opciones últimas y
más radicales, porque la propiedad y sus formas dependen de otros elementos económicos
aún más radicales y decisivos, entonces se estaría abriendo ante nosotros la posibilidad de
un camino realmente nuevo, de una salida frente a la rígida contraposición ideológica y
política que se ha venido cristalizando en los debates sobre las alternativas económicas.
Sin duda la cuestión de la propiedad seguiría ocupando un lugar relevante y destacado,
pero dejaría de ser la opción primera y radical.
La propiedad está referida al tener, al poseer, que puede ser individual, colectivo o de
grupo; en este contexto, la cuestión económica y social versa sobre las modalidades y las
cantidades de ese tener, quedando definida en términos de sistemas de distribución de la
riqueza, que pueden ser más o menos justos e igualitarios. Sin duda con ello se enfoca un
aspecto clave del problema social, frente al cual el sentido común y la conciencia moral
aprecian espontáneamente las situaciones de injusticia. Así, sabemos que es injusta la
acentuación creciente de las desigualdades respecto a lo que las personas y grupos tienen
como propio; pero tampoco puede considerarse justo una absoluta igualdad en lo que
tengan todos los miembros de la sociedad, cualquiera sea el aporte que hagan al
patrimonio y al bien colectivo. Entre ambos extremos, en alguna forma de propiedad y en
algún grado de diferenciación entre los hombres, se ha de encontrar aquella estructura de
la propiedad que pueda ser reconocida como justa y humana.
Así, por ejemplo, el modo de propiedad correspondiente a una empresa organizada por la
categoría del capital es distinto al que corresponde a otra en que la categoría organizadora
es el trabajo. En empresas organizadas, respectivamente, por las categorías económicas
constituidas en base a los factores "medios de trabajo", "financiamiento", "administración",
"fuerza de trabajo" y "tecnología", tienden a verificarse -si las empresas funcionan y están
estructuradas coherentemente conforme a la racionalidad particular propia de cada una de
ellas- correspondientes relaciones de "propiedad privada individual" (forma de propiedad
típica del terrateniente, por ejemplo), "propiedad privada proporcional de tipo capitalista" (la
que distingue a las sociedades anónimas por acciones), "propiedad pública", llamada
también "social" (cuyo ejemplo más típico es la empresa estatal), "propiedad personal
repartida" o "propiedad cooperativa pro-rata" (propia de las empresas de trabajadores y de
las cooperativas), y una forma de propiedad que no hemos llegado aún a conceptualizar,
correspondiente al dominio del factor tecnológico, y que se caracteriza por basarse en el
control de la información y la posesión de competencias profesionales indispensables para
el eficiente desempeño de los sistema técnicos.
Al organizar, subordinar, subsumir, utilizar y dar su propia forma a los factores que organiza
e integra en su empresa, el factor organizador se relaciona con ellos a su modo, conforme
con su manera de ser y de actuar; así, se los apropia a su manera, e impone sobre la
empresa en su conjunto un "régimen" de propiedad característico y peculiar para cada
categoría.
Pero la forma de propiedad en una empresa no depende sólo de cuál sea la categoría
organizadora. Las formas de propiedad se hallan también supeditadas a los tipos de
relaciones económicas que se establecen entre las personas integrantes de la unidad
económica y entre ésta y los otros sujetos económicos.
PREGUNTAS
4. ¿Por qué afirmamos que la propiedad no es el criterio último para distinguir los tipos de
empresa y sus racionalidades económicas?
Los economistas suelen considerar a las familias como un sujeto económico importante, y
al conjunto de ellas como un sector de la economía global -el "sector familias",
precisamente- que se tiene en cuenta en los cálculos de cuentas nacionales, etc. Pero al
hacerlo, las han considerado fundamentalmente, e incluso exclusivamente, en cuanto
unidades de consumo de los bienes producidos en las empresas, o sea en cuanto
destinatarias de la mayor parte de los llamados bienes y servicios de consumo (para
diferenciarlos de los bienes intermedios y de capital).
Procediendo de este modo, se han apreciado sólo aquellas actividades en que las familias
entran en relaciones de intercambio, sea en cuanto son sujetos que perciben ingresos en
base a la participación de sus miembros en el mercado (como trabajadores, comerciantes,
etc.), sea en cuanto son sujetos que compran bienes y servicios gastando en ello sus
ingresos monetarios percibidos.
A los economistas les han interesado muy escasamente las actividades domésticas de
carácter productivo, esto es, aquéllas que desarrollan las personas dentro del hogar con el
propósito de generar bienes y servicios para el consumo familiar; y no se han preocupado
nunca de los procesos de distribución que se verifican al interior de las economías
domésticas, esto es, de los flujos de bienes y valores que transitan de unos miembros a
otros en el grupo familiar. Se han olvidado, así, de todas las actividades propias de la
familia como unidad económica que proceden conforme a relaciones distintas a las de
intercambio; y sin embargo, ellas son importantísimas y de magnitudes considerables.
Esto explica que los economistas convencionales contrapongan el sector "familias" al sector
"empresas", asociando el primero a la demanda y el segundo a la oferta de bienes y
servicios. Este punto de vista se ha extendido al lenguaje corriente, que contrapone las
actividades realizadas en el hogar, como si no fueran trabajo, al trabajo asalariado realizado
en las empresas, para terceros. Pero no siempre ha sido así.
Antes de la llegada del capitalismo, las actividades económicas principales eran las que se
realizaban en el hogar, mientras que la necesidad de trabajar para terceros, en forma
asalariada, era señal de extrema pobreza. Durante milenios, vivían de un salario solamente
los más pobres entre los pobres: los que no tenían una economía doméstica autosuficiente,
y que no estaban en condiciones de autosustentarse y asegurar la subsistencia de sus
familias. La economía familiar y el trabajo autónomo de subsistencia, eran lo principal, y
sólo se recurría a la oferta de la fuerza de trabajo propia, o sea, a la economía heterónoma
del trabajo asalariado, cuando aquella era insuficiente.
La economía doméstica y la familia como unidad económica, han experimentado grandes
cambios, como consecuencia de la ampliación del trabajo asalariado y como resultado de la
expansión de las relaciones de intercambio.
Iván Ilich describe los cambios en la economía familiar norteamericana, en los siguientes
términos: "Esta metamorfosis del trabajo doméstico es particularmente obvia en los Estados
Unidos a causa de su abrupto acaecimiento. En 1810 la unidad normal de producción de
Nueva Inglaterra seguía siendo la casa rural. La elaboración y conservación de la comida,
la fabricación de velas, la fabricación del jabón, el arte de hilar y tejer, la confección de
calzado, de colchas, de alfombras, el mantenimiento y cuidado de huertos y animales de
corral, todo tenía lugar a escala doméstica. Aunque la casa podía tener ingresos monetarios
mediante la venta de productos y podía ganarse dinero extra con el sueldo ocasional de
algún miembro, la casa estadounidense, de manera dominante, se autoabastecía. La
compra y la venta, aunque hubiera un dinero que cambiaba de manos, solía realizarse
dentro del sistema de permuta. Las mujeres, en la creación de la autosuficiencia doméstica,
eran tan activas como los hombres. Todavía eran, en el plano económico, iguales a los
hombres. (...) En 1810, en los Estados Unidos, nueve de cada diez metros de lana eran de
origen doméstico. El cuadro había cambiado hacia 1830. La agricultura de mercado había
empezado a subsistir a la agricultura de subsistencia. La necesidad vital del salario se
había vuelto corriente y la dependencia del trabajo asalariado ocasional comenzaba a verse
como señal de pobreza. La mujer, señora al principio de una casa que abastecía a la
familia, se convirtió entonces en guardiana de un lugar en que se guarecían los niños antes
de ponerse a trabajar, donde el marido descansaba y donde se gastaban los ingresos de
éste". (Ivan Illich. El Trabajo Fantasma, mimeo).
Exagerando un poco las tintas, el mismo autor señala que la consecuencia más relevante
de esta transformación de la economía doméstica es la división, en el seno de la familia, de
dos formas complementarias de trabajo industrial: por un lado, el trabajo asalariado que el
hombre realiza para un patrón, y por el otro un "trabajo fantasma", realizado por la mujer en
la casa, sin un verdadero contenido de subsistencia, económicamente dependiente e
improductivo como nunca, orientado básicamente a sustentar el "verdadero" trabajo del
hombre. "El hombre y la mujer, enajenados sentimentalmente de las actividades de
subsistencia, se convirtieron en objeto de explotación recíproca en beneficio del patrón y de
inversiones en bienes de capital". (I. Illich).
Tanto es así, que el reconocimiento del trabajo doméstico como verdadero trabajo, el inicio
de su visibilidad, ha tenido lugar a partir de los esfuerzos que se han hecho -como
consecuencia de la expansión de las reivindicaciones feministas- en orden a cuantificar la
economía doméstica, a medir la incidencia del trabajo de la mujer en el hogar sobre el
producto global, y a comparar su productividad con la de los demás sectores económicos.
Pero el útil esfuerzo de cuantificación de la economía y trabajo domésticos -detrás del cual
está el meritorio propósito de reivindicarlos como verdadero trabajo y verdadera economía-
ha conducido en muchos casos a una errónea y parcial identificación de su contenido
económico efectivo.
Tal subordinación está presente también cuando se procede a distinguir entre las
actividades domésticas que el individuo consagra a sí mismo (comer, recrearse, asistir a
espectáculos, etc.) y las que tienen por objeto satisfacer necesidades de otros miembros de
la familia (como preparar comida, cuidar niños, lavar ropa, etc.) reconociéndose dimensión
económica y la calidad de trabajo solamente a éstas últimas.
En realidad, las actividades domésticas pueden ser subdivididas en tres grupos, a saber,
las que cada individuo realiza para sí mismo, las que efectúa para otros miembros, y las
que hace en función del grupo familiar. Desde otro punto de vista, pueden distinguirse las
actividades realizadas individualmente, las efectuadas entre varios miembros, y las que
integran a toda la familia. En cualquiera de estas subdivisiones y categorías pueden
individuarse algunas actividades económicas y laborales.
Como observó Hegel, "el matrimonio no es, en su base esencial, una relación contractual,
sino al contrario, precisamente un salir del punto de vista contractual que es propio de las
personalidades independientes en su individualidad, para anularlo". En la base de la
formación del grupo familiar, se encuentra una libre decisión de dos personas autónomas
que consienten en unir sus existencias individuales, y que forman una comunidad
permanente, reconocida socialmente, que se amplía después con los hijos, incorporando
también a menudo otras relaciones de parentesco natural o político.
El establecimiento de pactos que impliquen una limitación a la comunión de bienes entre los
cónyuges, como la separación de bienes para efectos legales u otros, están orientados a
prever situaciones resultantes del término del matrimonio, por muerte natural, por
separación, etc., y son un modo de limitar el ámbito de la comensalidad garantizando a los
miembros que queden separados la parte que han aportado individualmente a la formación
del patrimonio utilizado en común. Cabe señalar también que la comunidad de bienes no
obsta para que los integrantes del grupo familiar mantengan propiedad individual sobre
distintos bienes y activos económicos que hayan adquirido en el mercado de intercambios,
obtenido como donación, elaborado personalmente, etc.
En particular, la forma que asume esta división de roles entre el hombre y la mujer en la
sociedad moderna, es en gran medida resultado de aquella transformación que se verificó
junto con la expansión del trabajo asalariado, y que -como vimos- condujo a una acentuada
división del trabajo por la exclusión del hombre de las tareas propias de la economía
familiar, y la desvalorización de las tareas domésticas cuya responsabilidad principal recayó
en la mujer.
Basado en un estudio sobre las microempresas en Colombia, Ernesto Parra sostiene: "El
microempresario no es ciertamente el empresario clásico que invierte su capital en una
empresa rentable buscando maximizar sus ganancias. (...) El microempresario es una
persona que crea su propia unidad económica: a) como fuente de empleo ante la ausencia
de puestos de trabajo; b) como instrumento para elevar los escasos ingresos que percibe
en su puesto de trabajo y que apenas le permiten subsistir; c) como una forma de obtener
independencia después de años de trabajo asalariado como empleado u obrero bajo el
mando del patrón Este tipo de motivación lo hace supremamente estable en su actividad. El
no buscar la ganancia como objetivo empresarial sino el empleo y el ingreso en forma
independiente, lo hace relativamente inmune a las oleadas recesivas de la economía
cuando caen las ganancias".
PREGUNTAS
1. ¿Por qué las labores domésticas deben ser consideradas como verdadero trabajo, y en
qué sentido la familia puede ser considerada como unidad económica?
3. ¿Cuáles son las relaciones económicas y las formas de propiedad que caracterizan la
economía doméstica?
4. ¿Cuáles son los fenómenos o procesos que en la actualidad están ampliando los
espacios de la economía familiar?
Examinemos con algún detalle estas características, que han sido destacadas por
numerosos investigadores, utilizando nuestro propio modelo analítico y conceptual que
hemos expuesto en las primeras unidades del presente compendio. (En esta elaboración
utilizamos ampliamente: A. V. Chayanov, La organización de la unidad económica
campesina, Ediciones Nueva Visión SAIC, Buenos Aires, 1974; A. Scheitman, Economía
campesina y agricultura empresarial; Siglo XXI, México, 1982; E. González de Olarte,
Economía de la comunidad campesina, Instituto de Estudios Peruanos, Perú, 1984).
Entre los componentes de la familia tiende a estructurarse una cierta división elemental del
trabajo, en función de los roles y relaciones de parentesco, de las capacidades personales,
y de las decisiones que adopte el jefe de familia en orden a satisfacer las distintas
necesidades de la producción. Básicamente, puede diferenciarse el trabajo de los hombres,
de las mujeres, de los niños y de los ancianos.
Todo esto hace difícil evaluar el tiempo de trabajo ocupado por cada miembro de la familia y
por ésta en su conjunto; la intensidad, especialización y calidad del trabajo implica ulteriores
diferenciaciones. En todo caso, la distinción entre trabajo productivo y actividades vitales
útiles es difícil de hacer en la economía campesina, dada la integración que en ella se
verifica entre los distintos aspectos de la subsistencia y reproducción de la vida familiar.
La intensidad del trabajo depende de una serie de circunstancias y factores, siendo muy
decisiva la proporción que exista entre el número de miembros de la familia cuyas
necesidades de consumo hay que satisfacer, el número de integrantes en condiciones de
trabajar, y la provisión de tierra y demás recursos disponibles. Evidentemente, habrá una
tendencia a intensificar el trabajo a medida que el coeficiente de dependientes por persona
activa, y de dependientes por hectárea de tierra, tienda a elevarse.
Con respecto a la fuerza de trabajo, cabe agregar que en ocasiones determinadas las
unidades campesinas utilizan trabajo externo al grupo familiar; así, también sus integrantes
realizan trabajos fuera de la unidad campesina. Se dan al respecto distintas situaciones. En
ciertas épocas los requerimientos de trabajo para las actividades agrícolas (cosecha,
siembra, etc.) sobrepasa las disponibilidades del trabajo familiar, por lo que deben
demandar trabajo externo; en otros momentos los requerimientos de trabajo son menores a
su disponibilidad, de modo que las unidades familiares están en condiciones de ofertar
trabajo hacia fuera. Tales trabajos fuera de la propia unidad económica campesina pueden
ser efectuados en base a relaciones económicas de distinto tipo, dando lugar a complejos
procesos de interrelación comunitaria y de mercado, como veremos más adelante.
Cabe advertir, sin embargo, que la toma de decisiones respecto a la asignación de la fuerza
de trabajo familiar en las distintas tareas y actividades, se encuentra habitualmente
separada entre los padres: el hombre organiza el trabajo en la producción, decidiendo
quiénes participan y cómo lo hacen, mientras que la mujer organiza los trabajos de apoyo a
la producción (preparación de comidas, mantención de equipamiento, crianza de corral,
etc.), y se encarga de organizar las actividades de distribución (incluyendo la
comercialización), de consumo, y algunos servicios esenciales (salud, educación, etc.).
Nótese bien, nos referimos a las decisiones y organización de esas distintas actividades, no
necesariamente a su ejecución, a la cual hemos aludido al hablar de la fuerza de trabajo.
Los medios de trabajo, como factor integrante de la unidad económica campesina, están
constituidos por el conjunto de los bienes productivos y recursos naturales constitutivos del
patrimonio de la familia campesina. El más importante de ellos es, sin duda, la tierra; factor
generalmente escaso en cantidad y calidad, no como resultado de alguna supuesta
ineficiencia de la economía campesina para desarrollarlo, sino como efecto de la
dominación de las haciendas y latifundios sobre los campesinos y comunidades
comuneras, de la falta de un mercado de tierras al que puedan acceder los campesinos, y a
menudo también de políticas públicas que alteran los regímenes de tenencia de la tierra
con criterios políticos y técnicos ajenos a la economía campesina.
Casi todos los demás medios de trabajo dependen -en calidad y tipo- del número de
miembros de la familia en condiciones de utilizarlos y de controlarlos. Un recurso material
importante es el ganado y los animales y aves de crianza, que sirven para complementar la
producción como también para darle a la economía familiar una reserva de seguridad para
enfrentar períodos o situaciones de mala cosecha y baja productividad en la producción
agrícola. Están también los implementos y equipamiento necesarios para la producción
agrícola, ganadera y artesanal, tales como herramientas de distinto tipo, establos, sierra,
aperos, arados, animales de tiro, bicicletas, máquinas de coser, etc.
Entre los medios de trabajo es preciso considerar también ciertos recursos naturales o
elaborados que no son de propiedad familiar sino de la comunidad campesina, o de
propiedad comunera o cooperativa. Tal es el caso de los canales de riego, caminos,
animales macho, tractores y otras máquinas agrícolas, que son utilizadas en común o en
forma individual con algún sistema de rotación.
Una parte de estos conocimientos tecnológicos son el fruto de prácticas productivas a nivel
de cada unidad económica; pero la parte más significativa involucra a las comunidades e
incluso las trasciende. El factor tecnológico se constituye como una especie de sub-cultura
campesina, que se reproduce incluso mediante normas consuetudinarias y procedimientos
ceremoniales, relativos al manejo de las tierras y aguas, la combinación de cultivos, la
crianza de animales y su combinación con las actividades agrícolas y artesanales, la
conservación de los suelos evitando la erosión y el empobrecimiento orgánico, los cambios
climáticos estacionales o no estacionales, el aprovechamiento de micro-climas, etc.
2. LAS RELACIONES ECONOMICAS EN LA ECONOMIA CAMPESINA; SUS
CARACTERISTICAS TRADICIONALES, ALTERNATIVAS Y DE TRANSICION.
A nivel de la unidad económica campesina, cuya base es la familia como unidad social, las
relaciones económicas principales son las de comensalidad. Al respecto, las características
que indicamos al referirnos a la familia como unidad económica se hacen acá presentes,
con algunas connotaciones especiales derivadas de las condiciones materiales, técnicas y
culturales de la comunidad.
Los productores campesinos deben procurar constituir un fondo de reservas para satisfacer
la reposición y el mejoramiento de los medios de producción ocupados, lo que pueden
lograr ofertando una parte de su producción en el mercado. También requieren dinero para
comprar productos de origen industrial (bicicletas, radios, máquinas de coser, bienes de
consumo que no son producidos por la economía campesina, etc.); además de lo que
puedan recabar por la venta de productos, habitualmente ofertan también una parte de su
fuerza de trabajo fuera de la comunidad, por el correspondiente salario.
Así, una parte de la actividad económica de los campesinos se orienta hacia el sector
mercantil externo a la comunidad campesina, implicando relaciones de intercambio
consistentes en flujos de productos y de trabajo hacia fuera, y de flujos de dinero hacia
adentro. En algunas ocasiones, se establecen relaciones de intercambio también entre
unidades económicas dentro de la comunidad campesina, sea con respecto a determinada
producción excedentaria como a cierta proporción de la fuerza de trabajo.
El tema de las relaciones de la economía campesina por el resto de los sectores y circuitos
económicos que conforman el mercado de intercambios y el sector público es, ciertamente,
más complejo, presentando numerosos aspectos y problemas.
Pero hay un problema serio toda vez que, por diversas razones sociales y culturales, se
incrementan los gastos en dinero, alterándose la estructura del consumo familiar mediante
la incorporación creciente de productos de origen industrial. Por ejemplo, la sustitución de
abonos naturales por fertilizantes sintéticos lleva a incrementar las necesidades de dinero,
las que pueden ser satisfechas sólo recurriendo en mayor escala al mercado externo,
vendiendo más productos o más trabajo. Lo mismo sucede cuando la unidad campesina
toma un crédito bancario por sumas superiores a las necesarias para su reproducción
simple, el servicio de cuyos intereses y amortizaciones exige cantidades de dinero
superiores a las tradicionalmente utilizadas.
No obstante sea esto real, es relevante también un fenómeno inverso, dado por el hecho
que la economía capitalista, alcanzado un cierto grado de expansión, tiende más a excluir
que a incluir nuevos participantes, lo que explica la persistencia que han tenido estas
formas económicas más allá de todas las expectativas y las previsiones modernistas.
Hay en la economía campesina una diferente racionalidad, que se expresa en todas y cada
una de las decisiones relativas a su operación y funcionamiento. Característica principal de
esta racionalidad es que se articula a la manera de un proceso circular en equilibrio, y no de
un movimiento lineal en crecimiento, como sucede en las empresas cuyo objetivo es la
acumulación de valor económico mediante un uso también creciente de medios y factores.
Veamos en que consiste.
El consumo se verifica en algún determinado nivel y con una cierta estructura. Ellos están
dados, concretamente, por el producto de la actividad económica, que se constituye
simultáneamente como un ingreso familiar. Es evidente que un mayor nivel de consumo
requiere mayores niveles de producto-ingreso; pero no es sólo cuestión de cantidad, pues
en la economía campesina la satisfacción de las necesidades y el consumo están dados
por la cantidad, calidad y diversidad de la producción y de los ingresos. Lo que interesa no
es solamente una suma total, sino un conjunto complejo.
No todos los bienes necesarios pueden, en efecto, ser producidos directamente por cada
unidad económica; éstas no son autárquicas. Además, no todas las unidades campesinas
son iguales: sólo porque hay diferencias cuantitativas y cualitativas entre ellas y en su
producción, la cooperación y el intercambio a nivel de comunidad es posible y conveniente
para cada unidad individual.
Las proporciones relativas en que la unidad económica campesina asigna recursos a estas
tres actividades (o sea, el mayor o menor porcentaje de trabajo y de producto que se
destina al autoconsumo, a la comunidad y al mercado), depende principalmente de los
siguientes elementos, que pueden variar en el tiempo: a) el volumen de la producción, que
depende de situaciones climáticas, de rotación de cultivos, de circunstancias particulares de
variado tipo, etc.; b) la diversificación de la producción propia, que depende del tamaño de
la tierra y de varios aspectos técnicos; c) los precios que los productos e insumos adquieren
en el mercado; y d) los hábitos de consumo y de cultivo, asociados a la introducción de
innovaciones culturales y tecnológicas.
Ahora bien, dando por supuesto que cada unidad campesina tiene una cantidad de tierra
invariable determinada históricamente (recuérdese que en la economía campesina no
existe un mercado de tierras) y una tecnología tradicional cuyas innovaciones se verifican
en largos plazos, los niveles de producción y de ingreso que alcanzan dependen
fundamentalmente de la fuerza de trabajo que se utiliza.
Pero tampoco ésta es una categoría simple, pues está compuesta de: a) el trabajo familiar
(que, como vimos, puede ser ocupado de varias formas); b) el trabajo recibido de otros
integrantes de la comunidad comunera, en base a reciprocidad o cooperación; y c) el
trabajo asalariado que, eventualmente, es contratado cuando los requerimientos superan
las disponibilidades de trabajo propio y comunitario.
Así, pues, la operación económica resulta regulada por un balance subjetivo entre dos
variables fundamentales en esta forma de organización económica, a saber: 1) el nivel del
consumo en que se cumpla la subsistencia y reproducción de la vida familiar, que es el
objetivo principal de la actividad económica; y 2) lo que los trabajadores invierten en la
unidad económica, que es básicamente su propia fuerza de trabajo, que utilizarán en
determinado nivel de intensidad.
Ahora bien, la intensidad del trabajo encuentra límites naturales y subjetivos: el gasto de
energía no es ilimitado para el organismo humano, y a medida que aumenta la cantidad de
trabajo realizado por una persona en un día, mayor es también la fatiga que representa
para ella el esfuerzo de realizarlo.
Por su parte, los bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades tienen una
utilidad decreciente a medida que aumentan: hay bienes absolutamente imprescindibles
para satisfacer necesidades que no se pueden postergar; pero a medida que son mayores
los bienes disponibles, es relativamente menos la utilidad que prestan las últimas unidades
de producto, que han de satisfacer necesidades más prescindibles.
De este modo, las unidades económicas de este tipo encuentran su nivel de equilibrio en
cuanto a sus dos variables principales -trabajo y consumo-, en aquel punto en que las
personas deciden dejar de trabajar considerando que un grado mayor de intensidad de su
trabajo sólo les permite la satisfacción de necesidades que definen como prescindibles, o
bien -expresando de otra manera lo mismo-, en aquel nivel en que deciden dejar de
incrementar el consumo porque éste no compensa subjetivamente la fatiga que les significa
el mayor tiempo de trabajo necesario.
PREGUNTAS
4. La economía campesina ¿es una forma económica alternativa o una forma económica de
transición al capitalismo? Indique las razones de su respuesta.
5. ¿Cuáles son los componentes del ingreso en las unidades económicas campesinas?
7. ¿Cuáles son las dos variables fundamentales que regulan la operación económica de la
unidad campesina? ¿En qué sentido decimos que entre esas dos variables se establece un
balance subjetivo?
Encontramos, pues, ciertos elementos comunes que nos permiten identificar tan
heterogéneas formas de organización económica, como constitutivas de un tipo especial de
economía popular de subsistencia. En base a los elementos indicados y a otros que han
sido detectados en diversas investigaciones, podemos formular el siguiente concepto:
Hay quienes lo conciben como una realidad transitoria que se explica por la crisis del
desarrollo, asociada al proceso cíclico de evolución de la economía, y que en consecuencia
será reabsorbido cuando los centros dinámicos del crecimiento industrial vuelvan a
incrementar su demanda de fuerza de trabajo y de los otros factores transitoriamente
desempleados.
Para otros, estas organizaciones surgen de condiciones más estructurales, asociadas a las
nuevas tendencias del desarrollo tecnológico y financiero internacional, que generan niveles
excesivos de desempleo en la fuerza de trabajo de menor calificación; según esto, es
previsible que el fenómeno perdure en términos de una acentuación de la dualidad
existente entre un sector moderno y un sector atrasado de la economía.
Están también los que explican el surgimiento y desarrollo de estos procesos organizativos
como consecuencia de la implantación de determinados modelos políticos de dominación,
asociados a momentos de desmovilización social y política de los sectores populares; de
modo que puede preverse su agotamiento y su término en concomitancia con el
agotamiento y término de los regímenes políticos en que aparecen.
Hay otros, en fin, que consideran que estas formas de economía popular y solidaria,
teniendo su origen en los elementos destacados por las anteriores interpretaciones, pueden
sin embargo trascender esos condicionamientos; así, podrían proyectarse hacia el futuro
como una forma económica alternativa capaz de aportar esos nuevos valores y
comportamientos que las caracterizan, respecto de los cuales las personas y grupos
participantes llegan a identificarse y comprometerse de manera permanente.
Dicho en otras palabras, las tendencias de mediano y largo plazo que tenga un fenómeno,
pueden ser previstas solamente mediante la indagación de sus particulares modos de ser y
de operar, y de aquellas racionalidades propias que son el fundamento de las
potencialidades que podrán sucesivamente ir actualizando.
Hay, en cambio, otros tipos de organización en los que puede reconocerse al factor
administrativo la calidad de categoría organizadora; es el caso de las organizaciones para
el consumo o la adquisición de productos (del tipo comedores populares, "comprando
juntos" o bodegas de abastecimiento); en ellas, en efecto, la unidad económica es
constituida y dirigida por sus asociados en cuanto administradores de sus propios recursos
y capacidades de acción, en cuanto dirigentes de sí mismos y de sus compañeros, o de la
comunidad a la que quieren servir; en estos casos, el rol de la directiva de la organización,
a la cual se le atribuyen las responsabilidades y capacidades de administración de las
actividades económicas conjuntas, es decisivo.
Hay, en fin, algunas unidades económicas solidarias en las que el factor tecnológico es
quien asume la función de categoría organizadora, en cuanto sobre él se apoya y sustenta
toda la operación conjunta: ciertos comités de salud, grupos de capacitación, centros
educacionales, e incluso algunos tipos de asociaciones constituidas como unidades
productivas (basadas, por ejemplo, en el dominio de técnicas de agricultura orgánica,
hierbas medicinales, etc.), encuentran de hecho en la posesión y control de ciertas
informaciones y capacidades tecnológicas, o en los resultados prácticos de la creatividad
de sus miembros, la base de sustentación sobre la cual se organiza y opera la unidad
económica.
En cuanto a las relaciones económicas, hay que distinguir las que se verifican al interior de
cada unidad económica, de las que éstas establecen con el exterior. Al interior de las
organizaciones económicas populares los bienes y servicios fluyen habitualmente a través
de relaciones de comensalidad y cooperación; en ello radica la esencia misma de esta
forma de economía popular, caracterizada por la ayuda mutua, la solidaridad, la acción
conjunta y la cooperación.
Cabe, al respecto, señalar que mientras más próxima al nivel de la simple subsistencia de
sus integrantes opere la organización, más rigen en ella las relaciones de comensalidad,
que se caracterizan precisamente por el hecho de que los bienes y servicios se asignan y
distribuyen en función de las necesidades de las personas; y mientras más la unidad
económica efectúe procesos de acumulación y desarrollo interno, más se establecerán
relaciones de cooperación, que implican un más explícito criterio de correspondencia entre
lo que cada uno aporta y lo que recibe.
Hacia el exterior, las organizaciones económicas populares mantienen vínculos tanto con el
mercado de intercambios como con el sistema de donaciones. Establecen relaciones de
intercambio en calidad de ofertantes y demandantes de bienes, servicios y recursos; lo
hacen desde el punto de vista de la oferta cuando venden lo que producen, contratan sus
servicios, colocan ahorros en instituciones financieras, etc., y lo hacen desde la demanda
cuando adquieren equipos, compran materiales e insumos para su actividad, solicitan
créditos, etc.
En cuanto a las relaciones de estas unidades con la economía pública, suelen ser escasas
o inexistentes. Dado el reducido volumen de sus operaciones y la informalidad que las
caracteriza desde el punto de vista jurídico, ellas rara vez pagan impuestos o establecen
relaciones de tributación; es más corriente, por el contrario, que obtengan recursos vía
subvenciones y políticas distributivas de las instituciones públicas. Esto significa, en otros
términos, que son receptoras de bienes económicos mediante relaciones de asignación
jerárquica (a las cuales recurren a veces mediante el despliegue de propias actividades
reivindicativas y de presión política).
Por último, respecto a las formas de propiedad sobre los activos, en estas unidades
económicas pueden encontrarse también situaciones diferenciadas. Es corriente que sea el
conjunto de los integrantes de la asociación en cuanto grupo o colectivo, el que mantenga
propiedad sobre los bienes obtenidos o adquiridos mediante la operación conjunta; pero es
también habitual que cada integrante conserve el vínculo de propiedad sobre aquellos
activos que cada uno aportó para su uso y gestión colectiva, manteniendo el derecho de
recuperarlo cuando la persona se retire o el activo en cuestión deje de ser necesario para la
operación. Dentro de la variedad de situaciones, son identificables también formas de
propiedad personal repartida, propiedad comunitaria, propiedad cooperativa y propiedad
colectiva local.
Conviene advertir, en todo caso, que en unidades económicas como éstas en que los
factores materiales y financieros son tan reducidos y precarios, la forma que adquiera en
ellos el vínculo de propiedad no se presenta con la misma importancia que en otras
empresas más ricas, ni ello impacta sobre el modo de operación con la misma fuerza.
Por todo lo anterior, estas organizaciones muchas veces están en condiciones de ofrecer su
producción de bienes y servicios a precios competitivos incluso de la oferta equivalente de
empresas que operan con altas economías de escala y tecnologías modernas.
Teniendo en cuenta esto, se puede comprender también que no es posible aplicar a estas
actividades económicas, a sus formas de gestión, a sus procedimientos tecnológicos, a sus
factores humanos y materiales, los mismos criterios de eficiencia que valen en otros tipos
de empresas que operan con rigurosos criterios de maximización de las ganancias
monetarias.
Esto no excusa de otras fuentes de ineficiencia que son propias de estas formas
económicas. Muchas de ellas manifiestan en su operación ineficiencias significatoivas, que
podrían ser superadas sin dejar de funcionar en los términos de la racionalidad solidaria.
Encontramos ineficiencia, por ejemplo, cuando la multiplicación de actividades grupales
dificulta la continuidad de las operaciones productivas y comerciales; cuando la
combinación de factores no respeta los requerimientos de proporcionalidad técnica (por
ejemplo, la situación en que la fuerza laboral es sobreabundante en relación a la dotación
de medios de trabajo); cuando la gestión se encuentra dificultada por procedimientos
demasiado complicados, o por la interferencia de conflictos originados en motivos
extraeconómicos; cuando la fuerza de trabajo autogestionada cede a la tendencia de
ahorrar esfuerzos sin cuidar suficientemente las exigencias de calidad y cantidad de la
producción, necesarias para alcanzar un funcionamiento de equilibrio; etc.
Puede decirse que en estas organizaciones se busca asegurar el futuro no sólo por la
posesión de activos materiales, sino sobre todo por la riqueza de las relaciones sociales, y
por el potenciamiento de las capacidades y recursos humanos que una vez adquiridos
estarán siempre disponibles para enfrentar necesidades crecientes, recurrentes y nuevas.
En cuanto se funciona con estas dos variables principales (ingreso neto y tiempo de
trabajo), el equilibrio en este tipo de empresas de subsistencia estará dado por el nivel de
producción en que se establezca un balance entre lo que los trabajadores consideran como
un adecuado nivel de satisfacción de las necesidades de consumo, y lo que consideran
como un adecuado nivel de intensidad del trabajo que realizan. (Con la advertencia de que
el término "adecuado" expresa, en ambos casos, lo que a los miembros de la organización
les es finalmente aceptable, dadas las condiciones restrictivas de la situación económica y
de sus propios niveles de vida).
Para que los talleres funciones y permanezcan en actividad, es preciso, entonces, que en
ellos se establezca un balance subjetivo entre sus aspiraciones respecto a beneficios y sus
disposiciones respecto a esfuerzo y dedicación al trabajo, en el concreto aquí y ahora de su
operación. Si los integrantes de la organización consideran que los beneficios que obtienen
son demasiado pocos para el trabajo y esfuerzo que realizan, dejarán la organización; y lo
harán también en el momento que consideren que el esfuerzo que deben realizar para
obtener ingresos suficientes, les resulta excesivo.
Por esto, el punto de equilibrio quedará empíricamente dado por la situación en que los
trabajadores decidan no aumentar el trabajo y el tiempo de dedicación, por considerar que
esa intensificación del trabajo sólo les permitiría la satisfacción de algunas necesidades
suplementarias de las que pueden prescindir, o que no compensan subjetivamente el mayor
tiempo de trabajo.
Estamos, pues, ante un mecanismo de apreciación subjetiva del equilibrio similar al de las
unidades económicas campesinas. Hay sin embargo una diferencia importante, que deriva
del hecho que los talleres asociativos de subsistencia pueden incrementar su fuerza de
trabajo incorporando otros trabajadores en condiciones de igualdad; y pueden también
incrementar su dotación de recursos materiales reduciendo transitoriamente el consumo
para destinar parte de los ingresos a la inversión necesaria. En otras palabras, ellos pueden
modificar tanto la variable trabajo como la variable consumo, adoptando las decisiones
correspondientes. En ambos casos, el punto de equilibrio de la empresa se modifica, en la
expectativa de que el resultado sea favorable, pero pudiendo también implicar el riesgo de
hacer inviable la continuación de la operación.
En los casos en que tales procesos logren verificarse, es probable que el taller de
subsistencia se convierta progresivamente en una empresa autogestionada o cooperativa
de trabajadores (de las que hablaremos más adelante). De lo contrario, su mantención y
pervivencia dependerá de la regularidad con que puedan obtener las ayudas y donaciones
necesarias. La alternativa es, entonces, mantenerse en la subsistencia en condiciones de
dependencia, o alcanzar la autonomía desarrollándose y adquiriendo las características de
la empresa de trabajadores.
PREGUNTAS
2. Señale cuáles son las categorías organizadoras, las relaciones económicas, y las formas
de propiedad, que se manifiestan en estas unidades económicas.
3. ¿En qué sentido las organizaciones económicas populares representan una estrategia de
subsistencia, y más aún, una estrategia de vida?
4. ¿Por qué la eficiencia propia de estas unidades económicas no puede medirse con un
simple cálculo cuantitativo? Señale cuáles son los elementos que hay que considerar en el
análisis de sus costos y de sus beneficios.
Esta vinculación del cooperativismo con el desarrollo capitalista debe ser entendida en
términos dialécticos, para evitar una errónea concepción -difundida en ciertos sectores- que
lo critica por desenvolverse "dentro del sistema" dominado por el capital. En efecto, el
cooperativismo no es un fruto del capitalismo ni una parte de éste, sino una reacción ante
fenómenos sociales y económicos derivados del capitalismo. Respecto del modo de
producción predominante, el cooperativismo se presenta como una realidad subordinada,
contradictoria y alternativa, en el sentido que explicaremos inmediatamente.
El desarrollo capitalista tiene una lógica de expansión y dominación según la cual tiende a
utilizar y hacer funcionales a sus exigencias particulares a todos los recursos y formas de
producción anteriores, que va asimilando; pero no está en condiciones de integrar en los
propios circuitos a todos los grupos y componentes de la sociedad. A los que no logra
integrar, los desplaza y excluye, poniéndolos en muy difíciles condiciones de subsistencia.
Pues bien, el cooperativismo nace precisamente de estos sectores no integrados al
capitalismo. Es así como la cooperación no tiene su origen en la clase obrera como tal
(integrada y sometida al modo de producción capitalista) sino en las varias categorías de
trabajadores autónomos, productores independientes y grupos económicamente
marginados. Estos, organizándose cooperativamente, logran ampliar sus actividades sobre
bases económicamente distintas a las predominantes.
Se entabla así, entre ambos, una lucha económica, social y cultural, que si no se manifiesta
en formas más agudas y decisivas es porque la disparidad de fuerzas entre los
contendientes es demasiado evidente.
El carácter alternativo del cooperativismo ha sido destacado por numerosos autores, que
enfatizan como él se pone en una suerte de tercera posición, entre el capitalismo y el
socialismo, construyéndose sobre principios y criterios diferentes a los de ambos sistemas
predominantes. El cooperativismo no es sólo "un modo distinto de hacer economía", sino
que además es postulado como un proyecto de reforma y transformación social y cultural.
Este aspecto ha sido elaborado intelectualmente desde los orígenes mismos del fenómeno
por algunos pensadores que han destacado una serie de principios orientadores
constitutivos de un estilo y de un programa cooperativo. El carácter personalizado, solidario
y comunitario se considera característico de la práctica cooperativa, que en tal sentido da
lugar a una diversa empresarialidad y profesionalidad; por ello estas empresas operan con
criterios alternativos en un espacio de relaciones sociales caracterizadas por la
subordinación del capital a la persona humana y a la comunidad.
c) Desde una tercera perspectiva, se percibe la cooperación como una forma económica
que tiene su propia y peculiar eficiencia y que puede avanzar hacia una sustitución del
capitalismo a través de un proceso paulatino de expansión; partiendo desde la periferia del
sistema, iría conquistando las posiciones centrales según una lógica que revierte la de
expansión del modo de producción capitalista. En esta dirección, se lo concibe al mismo
tiempo como una forma alternativa al socialismo y al estatismo, que garantiza y promueve
los valores de la libertad, la autonomía de los grupos intermedios, y la autogestión.
Las cooperativas se distinguen ante todo por el hecho de estar constituidas, organizadas y
dirigidas, en base a categorías económicas distintas del capital, y especialmente por
aquellas del trabajo, el consumo, el ahorro, la tecnología y la administración. Se distingue,
conforme a esto, distintos tipos de empresas cooperativas: las cooperativas de trabajo, las
de consumo, de ahorro y crédito, las cooperativas de servicios técnicos y de administración.
Las asociaciones que se establecen entre capitalistas, y que dan lugar a sociedades de
capitales o a consorcios organizados por el capital, en ningún caso pueden ser reconocidas
como un fenómeno cooperativista.
Del conjunto de rasgos señalados, la economía cooperativa deriva una propia y peculiar
racionalidad económica: determinados objetivos, un sistema de relaciones internas, y un
modo de operación en el mercado, distintos a los de otros tipos de empresas.
Pero hay una diferencia respecto al objetivo económico de las empresas capitalistas, y es
ésta:
Se vuelve a encontrar, así, la diferencia radical: que las cooperativas actúan siempre en
beneficio de categorías económicas (y sociales) distintas del capital, contrastando los
intereses de los capitalistas.
Siendo especiales las categorías organizadoras y los objetivos de sus actividades, lo son
también sus relaciones económicas y su modo de operación, que derivan de aquellos.
Podemos sintetizar estos aspectos, señalando que: las relaciones económicas que se
establecen al interior de cada cooperativa entre sus socios organizadores (y también
muchas relaciones que se dan entre empresas cooperativas distintas) son relaciones de
cooperación; mientras que en sus relaciones con los factores externos y en sus
operaciones hacia fuera, con terceros (sujetos económicos no cooperativos), proceden
habitualmente conforme a relaciones de intercambio.
Más concretamente, los flujos de bienes y de servicios que se dan entre los socios
cooperativos, y entre ellos y la empresa en su conjunto, proceden a través de relaciones de
cooperación. Hay, así, cooperación en el proceso de gestión de la empresa (que se traduce
en autogestión y en participación); en la organización y ejecución misma de las actividades
que efectúan los socios; y en la distribución de las utilidades y beneficios (que se traduce
en el criterio de distribución prorrata proporcional a los aportes y operaciones efectuados
por los socios). Se establecen también relaciones de cooperación entre las empresas
cooperativas que se asocian y articulan en unidades cooperativas de segundo y tercer
grado, constituyendo uniones y federaciones.
En cambio, al contratar factores externos necesarios para funcionar como empresa (por
ejemplo, cuando una cooperativa de trabajo necesita un crédito, o requiere una asistencia
técnica externa, o contrata un servicio de administración a alguien que no es socio, etc.),
establece relaciones de intercambio, a precios definidos en las condiciones del mercado. Lo
mismo sucede cuando la empresa cooperativa vende sus productos, o compra los insumos
y medios de trabajo. En todos estos casos, buscará remunerar a los factores externos
buscando los precios más convenientes en función de maximizar los beneficios de la
cooperativa y de sus socios.
Cabe, sin embargo, precisar que en todas aquellas actividades económicas que las
cooperativas establecen en términos de intercambios, estos mismos resultan influidos por el
modo de ser interno de la cooperativa; de modo que, por ejemplo, se preocupará de no
establecer transacciones injustas y buscará compaginar los beneficios de la empresa con
las exigencias del bien común de la sociedad.
Es este un valor inapreciable del cooperativismo, que lo levanta por sobre otras formas de
organización y acción social transformadora. Pero constituye también un desafío inmenso,
pues la articulación entre los distintos niveles de la vida organizada de los hombres no es
tarea fácil, sino enormemente compleja, y requiere particulares niveles de conciencia ética y
elaboraciones intelectuales muy refinadas.
Esta complejidad y riqueza del cooperativismo nos permite comprender al mismo tiempo
algunas de sus debilidades y flaquezas. De hecho, las sociedades cooperativas han
manifestado limitaciones en su desarrollo y dificultades para crecer en un contexto de
competencia con las sociedades de capital, aun cuando están basadas en superiores
valores éticos y en una más armónica articulación de los intereses del trabajo y del capital.
Articular la adopción de decisiones eficientes, en tiempo útil, que equilibren las exigencias
de seguridad y conservación con las necesidades de riesgo, y todo ello conforme a los
criterios de un cooperativismo auténtico que implica extrema atención a los aspectos
humanos y sociales de la actividad, es otro de los problemas agudos que son propios y
peculiares de este tipo de organizaciones.
Dificultades aparecen también en las organizaciones de segundo y tercer grado, esto es, en
el proceso de integración entre cooperativas al nivel de un movimiento o de un sector
económico-social cooperativo. Aquí las dificultades se refieren principalmente a la fijación
de políticas generales que sean al mismo tiempo concretas; o sea, que incidan en un
desarrollo de la cooperación en su conjunto y de cada una de las unidades organizadas, las
que deben verse beneficiadas también directamente con el proceso de integración.
En el mismo plano de la integración, otro problema es de naturaleza específicamente
cultural e ideológico, donde a veces se generan divisiones innecesarias y
contraproducentes. En este nivel, el desafío parece consistir, básicamente, en mantener y
desplegar consecuentemente la fisonomía propia del verdadero cooperativismo (con sus
ideas, valores y estructuras particulares), sin caer en rigideces doctrinarias que impidan que
el mismo espíritu de cooperación e integración se manifieste más allá de las actividades
económicas, esto es, también en los procesos culturales, ideológicos e intelectuales.
Este conjunto de problemas, vistos a menudo desde fuera y desde perspectivas estrechas,
llevan a veces a juicios descalificatorios ("ineficiencia", "burocratismo", "sectarismo") que si
algo tienen en común es el desconocimiento e incomprensión del cooperativismo. La
verdad es que los mencionados problemas no pueden comprenderse sino teniendo en
cuenta aquella búsqueda de articulación entre las distintas dimensiones de un fenómeno
que quiere ser integral, que es quizás la más difícil pero también la más grande cualidad del
cooperativismo.
Siendo así, todo proceso práctico y teórico, orientado a experimentar y desarrollar nuevas
articulaciones entre los distintos niveles y dimensiones de la vida social, es constitutivo de
un proceso de superación de la crisis a partir de sus verdaderas raíces. Pero no podemos
profundizar aquí este tema crucial, que dejamos apenas enunciado.
Encuadrar los problemas del cooperativismo en esta perspectiva nos permite, además,
descubrir que la cuestión de fondo, cuya resolución conducirá a superar las mencionadas
dificultades, no es otra que la de las relaciones entre la teoría y la práctica; más
concretamente, la construcción de una más estrecha unidad entre los principios
cooperativos y las experiencias cooperativas.
PREGUNTAS
En la empresa autogestionada, son los trabajadores (entendiendo por tales a todos los que
aportan con su fuerza laboral directo a la generación de los bienes y servicios que produce
la empresa, incluyendo por tanto a los obreros, empleados, técnicos, profesionales, etc.)
quienes por derecho propio y en igualdad de condiciones componen el órgano decisivo
principal, constituido como "asamblea de trabajadores".
Los activos no humanos de la empresa (medios de trabajo, financiamiento, etc.) pueden ser
de propiedad de los mismos trabajadores, pero también pueden ser de propiedad externa.
Una de las orientaciones predominantes en el pensamiento autogestionario tiende
precisamente a separar la gestión de la propiedad, fundamentando la conveniencia de que
el capital se constituya como un factor externo. En tal caso, la empresa paga por el uso del
capital los intereses que hayan sido pactados, y se preocupa de realizar las reservas de
depreciación adecuadas para mantener su valor real.
Los ingresos netos generados por la empresa (entendidos como el valor de todas las
ventas menos los costos de insumos no humanos, incluidos los intereses del capital, los
servicios de terceros, las reservas y el pago de impuestos) pertenecen en su totalidad a los
trabajadores. La remuneración del trabajo no es, pues, un salario sino la distribución de los
excedentes, conforme a criterios, normas y tiempos pre-establecidos por los mismos
trabajadores.
De estas consideraciones sobre los orígenes y las fuentes del fenómeno de la autogestión,
surgen con cierta claridad tres aspectos que lo distinguen del cooperativismo tradicional, a
saber:
1. Que la autogestión tiene su origen social en sectores del movimiento laboral, en la clase
trabajadora, y en ambientes ideológicos que tienden a definirse como socialistas, a
diferencia del cooperativismo que -como señalamos en la unidad anterior- se origina en
sectores sociales desplazados por la expansión del capitalismo y no incorporados en sus
estructuras productivas.
2. Que la autogestión es una forma económica que encuentra su principal desarrollo a nivel
de los procesos de producción, en empresas de trabajo, mientras el cooperativismo se ha
desarrollado predominantemente en las actividades de distribución, comercialización y
consumo, mediante empresas de servicio.
3. Que la autogestión implica un movimiento de crítica y diferenciación respecto de las
formas económicas socialistas centralizadas, mientras que el cooperativismo se origina y
desarrolla básicamente como un movimiento crítico frente al capitalismo.
Otra plano en que las empresas autogestionadas se diferencian de las cooperativas es el
de su constitución y modo de ser interno, con implicaciones significativas sobre su modo de
operación en el mercado.
Ahora bien, en las empresas autogestionadas la cuestión de las relaciones entre gestión y
propiedad, y entre trabajo y capital, tiene implicaciones operativas que es conveniente dejar
al menos indicadas. El criterio de separación de la gestión y de la propiedad, y la adopción
de una estructura empresarial que considera al capital como factor externo respecto al cual
los trabajadores tienen derecho de uso pero no de propiedad, ha sido teorizado como un
modo de superar algunas ineficicencias que serían propias de las cooperativas
tradicionales en que la propiedad de la empresa es de los mismos o del colectivo de socios
cooperantes.
Pues bien, si es efectivo que con la adopción del criterio del financiamiento externo y la
propiedad de terceros pueden ser superadas las mencionadas tendencias reductivas, cabe
advertir que el sistema de propiedad externa del capital tiene a su vez consecuencias y
genera otras tendencias a la ineficiencia, que es conveniente también reconocer.
Cuando el capital de la empresa no ha sido formado con el ahorro de los mismos socios o
con el resultado de su propio trabajo sino con aportes externos, no habrá de parte de los
trabajadores ningún esfuerzo de capitalización y acumulación. Como consecuencia de ello,
probablemente se asignará y utilizará este recurso en forma ineficiente, tendiéndose a
adoptar tecnologías intensivas en capital que permitan incrementar la producción y los
ingresos por trabajador. Existirá también una tendencia a consumir el capital asignado, no
habiendo mayores incentivos para mantener el valor de los activos.
Para hacer frente a estos problemas, es normal que las instituciones públicas o privadas
proveedoras del capital se preocupen por exigir determinados niveles de rentabilidad y
productividad del capital, de limitar las cantidades de capital de cada empresa, de impedir
despidos y exigir que se contraten trabajadores, y de evaluar cuidadosamente todo
proyecto de inversión. Pero en este caso, el resultado no será otro que una pérdida de
control y gestión de la empresa por los trabajadores, y la introducción de dos lógicas
operacionales contradictorias incidiendo sobre las decisiones de una misma empresa.
De estas observaciones podemos concluir que la solución de los problemas derivados del
tratamiento de los factores, a que hemos hecho referencia al examinar el modo de
operación de las empresas cooperativas, no se resuelve en las empresas autogestionadas
con el simple expediente de considerar el capital y el financiamiento como externo.
Las cooperativas tienden a tener una mayor autonomía en cualquiera de ambos sistemas,
precisamente porque unifican en la misma empresa los factores necesarios para su
funcionamiento y desarrollo.
Primero, que se trata de una empresa en que el único factor que se constituye como
categoría organizadora es el trabajo, el cual opera racionalmente en función de la
valoración máxima de sí mismo -del propio factor trabajo-, subordinando en tal sentido a su
propia lógica, todos los demás factores económicos necesarios.
Tercero, que en su interior -esto es, en las actividades relativas a la gestión interna, la
organización del trabajo y la distribución de las utilidades- se establecen relaciones de
cooperación tales que se busca una correspondencia directa entre lo que cada integrante
aporta a la empresa colectiva y los derechos que cada uno tiene sobre ella y sobre sus
resultados.
En tal empresa, desde el momento que el factor trabajo se ha constituido como categoría
organizadora universal, el "capital propio" debe ser considerado como inversión de trabajo;
los medios de producción son en estas empresas trabajo acumulado, en cuanto son un
resultado o producto del trabajo efectuado en la empresa.
Igualmente, será injustificado temer que quienes aportan el financiamiento externo lleguen
a tener algún control de la gestión empresarial, pues será contratado "a precio fijo" en el
mercado y se irá constituyendo como capital propio en la medida en que es amortizado y
transformado en valor-Trabajo realizado socialmente.
4. Respecto a la distribución de las utilidades, hay que distinguir dos cuestiones diferentes.
Una se refiere al destino que se le da al monto global de excedentes. Al respecto, una parte
es repartida entre los socios-trabajadores como remuneración directa de su trabajo, y otra
parte es capitalizada y reinvertida en la empresa, dando lugar a la correspondiente emisión
de acciones o bonos de trabajo (con los que se remunera el trabajo en forma indirecta).
Serán los mismos socios-trabajadores quienes, reunidos en Asamblea de trabajadores o a
través de organismos representativos, decidirán qué proporción de las utilidades destinarán
a ambos fines; al respecto, no habrá más criterio que el que de común acuerdo adopten los
socios. Ellos, obviamente, habrán de considerar no sólo sus intereses presentes y futuros
sino también las condiciones del mercado y las necesidades de crecimiento y renovación
de la empresa.
Para la aplicación práctica de este criterio, será preciso elaborar una escala que pondere
los distintos trabajos según la productividad y el grado de calificación. Para esto se pueden
utilizar comparativamente los criterios y standards de mercado, o bien perfeccionar un
sistema propio de evaluación de cargos y funciones efectuado participativamente.
Otro aspecto que debe ser examinado y resuelto se refiere a si debe o no reconocerse una
cierta remuneración al capital "propio" distribuido en acciones o bonos de trabajo. En
estricta lógica y racionalidad económica, la respuesta es positiva, pues también los medios
de producción y el "capital" participan en el proceso de generación del valor y tienen su
propia productividad; por consiguiente, les corresponde una específica remuneración.
Para establecer la proporción de las utilidades que debieran repartirse en función de los
aportes de este factor, los procedimientos pueden ser los mismos indicados para diferenciar
las proporciones correspondientes a los distintos trabajos, a saber, o bien tomar como
elemento de comparación los standards del mercado, o establecer criterios propios,
consensuales, definidos en base a un análisis de la productividad de los factores en la
empresa misma.
Con todo, cabe advertir que la remuneración del "capital" no introduce alteraciones mayores
en las remuneraciones (en dinero y en acciones) que percibe cada trabajador de acuerdo a
la escala de calificaciones, dado que las proporciones en que ellos poseerán el "capital"
tienden a ser las mismas proporciones que corresponden a sus diferentes trabajos. De allí
que, sobre todo tratándose de empresas que no tengan grandes cantidades de capital,
puede simplificarse notablemente el "sistema de remuneración de factores propios"
estableciendo una escala única compuesta.
En empresas cooperativas en que la propiedad sea considerada social e indistinta, esto es,
del colectivo de trabajadores como tal, es natural que surjan resistencias a la admisión de
nuevos socios, puesto que ello implica compartir con más personas el resultado acumulado
del propio trabajo, el "capital" de la empresa. Del mismo modo, si el "capital" es social y no
puede ser rescatado por cada socio en el momento que se retire de la empresa, es también
natural que los socios traten de reducir al mínimo posible la acumulación de "capital", pues
éste no podrá ser concebido como una forma de ahorro que garantice el consumo futuro.
Estos problemas son los que pueden ser solucionados fácilmente en una empresa de
trabajadores que adopte el sistema de "propiedad personal repartida" y "remuneración
prorrata de todos los factores".
Para hacer vigente el principio de que todos los trabajadores sean socios, bastará que la
empresa incorpore a los nuevos socios trabajadores con la sola condición de que éstos
paguen la cuota de participación mínima exigida a todos los socios, medida en unidades de
trabajo. Nada impide que el nuevo socio pueda hacer un aporte mayor, hasta -y no más- el
equivalente al que hayan aportado y acumulado en acciones o bonos de trabajo los socios
antiguos. Obtendrá por ello las correspondientes acciones de trabajo, e irá acrecentando su
participación en el "capital" de la empresa en las mismas condiciones que los demás
trabajadores.
La contrapartida necesaria de la incorporación de los trabajadores en calidad de socios, es
que tampoco existan socios que no sean trabajadores, socios, -por ejemplo- que se limiten
a aportar capital, pues en tal caso el capital se constituiría como categoría que también es
organizadora y no subordinada. Esto implica que los trabajadores, al hacer abandono de la
empresa por cualquier motivo, dejen de ser también socios de la misma, lo cual requiere
que al retirarse puedan y deban recoger la parte de trabajo acumulado (en forma de
"capital", representado por las correspondientes acciones o bonos de trabajo) que les
corresponde. Naturalmente que, para impedir que el retiro de un trabajador cree problemas
financieros a la empresa, deberán estar reglamentados los plazos y los mecanismos de
dichos retiros de capital.
6. Todas las cuestiones anteriores tienen implicaciones sobre el decisivo tema de la gestión
y el poder de decisión en las empresas de trabajadores. El asunto es muy complejo, y no lo
podemos profundizar aquí. En términos generales, podemos señalar solamente algunos
criterios.
Esto no quiere decir que todas la decisiones y acuerdos válidos deban ser adoptados en
asamblea general; por el contrario, es evidente que distintos niveles decisionales sean
asumidos por organismos menores o por responsables individuales. Pero tales organismos
y cargos deben surgir por representación y por delegación de poderes de parte del colectivo
de trabajadores. Será conveniente, sin embargo, que la asamblea como tal se reserve
aquellos niveles de decisión más importantes, que dicen relación a la marcha global de la
empresa en sus aspectos estratégicos.
El punto más delicado en relación al poder de gestión dice relación con las cuotas
individuales de participación. El principio cooperativista tradicional "un hombre, un voto",
puede ser adoptado. Pero cabe advertir que una estricta aplicación del criterio según el cual
el trabajo es categoría organizadora en una empresa con propiedad personal repartida,
conduce a postular un mecanismo de participación diferencial; esto es, que el poder de
gestión se reparte entre todos los trabajadores, teniendo cada uno de ellos una cuota de
poder proporcional a su contribución a la empresa tanto en trabajo directo como en trabajo
acumulado. Así, por ejemplo, un trabajador antiguo tendrá mayor porcentaje que uno recién
incorporado, y uno de mayor productividad más que uno de menor. En síntesis, el que
aporta más (y por tanto arriesga más) tiene mayores responsabilidades y derechos. La
diferencia con respecto a las empresas capitalistas y sociedades anónimas radica en que
aquí se trata de aporte en trabajo, directo o acumulado, y no de aporte puramente
financiero como en aquellas.
Al respecto, nos limitamos aquí a proponer un par de reflexiones. La primera, que este
modelo de empresa de trabajadores constituye uno factible y eficiente entre varios
alternativos también posibles y eficientes. Aquí se adopta un criterio de estricta racionalidad
y eficiencia económica, derivado del elevamiento del trabajo a categoría organizadora, en
empresas que operan en una economía en que predominan las relaciones de intercambio.
Pero, como hemos visto al analizar los otros tipos de empresas y unidades económicas
alternativas, no hay una sola racionalidad económica ni hay un solo criterio de eficiencia.
La que proponemos es, pues, una opción entre muchas, que tiene a su favor solamente su
mayor adaptación a las condiciones económicas generales, y por tanto una mayor
viabilidad. Los proyectos y los modelos organizativos son válidos cuando son realizables, y
son realizables cuando parten considerando a los hombres tal como son realmente. En este
sentido, una empresa que opera con propiedad personal repartida, remuneración adecuada
del "capital" aportado por cada socio, distribución de las utilidades diferenciada en
proporción a la cantidad y calidad del trabajo, gestión participativa con poder decisional
proporcionado al aporte y al riesgo de cada uno, y posibilidad de rescate del "capital"
acumulado por cada trabajador en el momento que se retire, es una empresa que no exige
de sus miembros, ni los fuerza, a comportarse y decidir con criterios éticos particularmente
altruistas, desinteresados y generosos; exige solamente la aplicación de estrictos criterios
de justicia.
Nuestro modelo, en efecto, no sólo es realizable por grupos que se organizan ex-profeso
con tal objetivo, sino que también puede ser adoptado por transformación estructural de
empresas económicas de otro tipo, sean cooperativas tradicionales, empresas públicas o
sociedades privadas.
PREGUNTAS
3. ¿Sobre cuáles tres criterios es posible estructurar una empresa de trabajadores que
funcione eficientemente en una economía de mercado?
7. ¿Por qué no es conveniente que existan socios que aporten capital sin ser trabajadores,
en una empresa autogestionada?
Instituciones donantes que pueden ser reconocidas como expresiones de esta forma
económica han existido desde la antigüedad. Las ha habido de muy distintos tipos y
características, siendo su forma más difundida y tradicional las instituciones y fundaciones
de ayuda social a categorías de personas desvalidas -enfermos, niños, ancianos,
indigentes-, y cuyas actividades pueden ser comprendidas como de beneficencia. No
obstante las muchas críticas de que pueden ser objeto estas instituciones, a menudo ellas
cumplen tareas de hondo contenido humano y de indudable beneficio social, alcanzando en
ocasiones grados de solidaridad que merecerían el calificativo de heroica.
Las actividades y funciones que cumplen estas instituciones son variadas, siendo las más
importantes: la capacitación social y técnica, el financiamiento de organizaciones de origen
popular, la ayuda material para enfrentar problemas económico-sociales urgentes, la
promoción social y cultural, la investigación de la realidad local, la asistencia técnica y la
asesoría a pequeños grupos, el apoyo a organizaciones políticas, sindicales, cooperativas,
etc.
Los vínculos y relaciones económicas entre estos distintos niveles institucionales se basan
en relaciones de carácter cuasi-contractual; no obstante, se ha hecho común considerar
que las fundaciones y agencias que aportan financiamientos se presentan como donantes
mientras que las instituciones de servicio y grupos de promoción serían su contraparte
beneficiaria. Pero un análisis más a fondo de estas relaciones y flujos económicos muestra
que las agencias, institutos y grupos de promoción, son, en realidad, instituciones
intermediarias que canalizan recursos desde los donantes efectivos (que son los que
aportan a la formación de los fondos que las agencias gestionan), hasta los reales
beneficiarios (que son las personas, grupos, organizaciones de base, aldeas, etc. que
reciben y se benefician con la actividad de las instituciones de servicio).
Otro elemento distintivo de las instituciones donantes consiste en que tienen la obligación
de hacer donaciones con los activos disponibles al efecto, no pudiendo utilizar los fondos
para otros propósitos. Los que aportan los recursos financieros, colocan los fondos en una
agencia o fundación para que ella los distribuya y asigne de acuerdo a los objetivos de los
donantes; en las agencias el personal profesional presta dicho servicio de distribución,
siendo remunerado por su trabajo. Algo similar sucede en las instituciones de servicio y
grupos de promoción: el personal de estas instituciones es pagado por las agencias de
financiamiento para que realice esos trabajos. Así como los donantes han contratado
servicios profesionales para asignar los recursos, así las agencias han contratado servicios
(de capacitación, asesoría, investigación, etc.) en favor de terceros, los beneficiarios reales.
Por ser profesionales y estar obligados a hacer donaciones o prestar servicios gratuitos, las
instituciones donantes son permanentemente juzgadas y evaluadas -generalmente en
términos subjetivos- por los sujetos que reciben o que demandan donaciones de ellas. Los
beneficiarios deben saber que otros (los donantes) han pagado a esos profesionales los
servicios que les prestan; que no hay en la ejecución de dichos servicios un mérito altruista
particular, excepto cuando los servicios son prestados con niveles de calidad y cantidad que
ponen de manifiesto un interés solidario especial por parte de quienes los efectúan.
En estos planos, el gran problema de estas instituciones es que los sistemas de evaluación
y de control suelen ser muy poco exigentes, debido a que quienes contratan los servicios
(los donantes) no son los que se benefician o perjudican con ellos; en la mayoría de los
casos ni siquiera conocen a esos beneficiarios, de manera que mal pueden efectuar
evaluaciones y controles cuidadosos.
En tal sentido, cabe destacar la importancia de que en las instituciones se desarrolle un tipo
de profesionalismo distinto del que se forma en las empresas privadas y en los organismos
públicos.
Un primer criterio corresponde a una opción por los pobres, caracterizado con diferentes
denominaciones y conceptos: los marginados, los trabajadores, los sectores populares, las
clases dominadas, las categorías excluidas y subordinadas, etc. Dentro de esa opción
general, las instituciones se interrogan sobre la conveniencia de favorecer a los sectores
más atrasados, o bien a las categorías que teniendo ciertas capacidades y potencialidades,
están en condiciones de desarrollar un proceso de desarrollo autosostenido.
Un quinto criterio que, aunque no siempre está presente tiende a generalizarse, orienta las
donaciones y apoyos institucionales hacia programas de acción considerados integrales, en
el sentido que combinan funciones de investigación, capacitación, asesoría y asistencia
técnica (si se trata de instituciones de servicio y promoción), o que integran actividades
económicas, culturales, organizacionales y sociales (si se trata de organizaciones
populares de base o asociaciones de éstas). Se observa cierta preferencia por aquellas
organizaciones que realicen actividades económicas de beneficio social, en torno a las que
se articulan las actividades educativas y organizacionales más amplias.
Un sexto criterio consiste en optar por aquellas organizaciones que en sus estructuras
internas y en sus vínculos externos son democráticas y participativas, no manifiestan
inflexibilidades burocráticas, y demuestran idoneidad y eficiencia en sus actividades. Se
aprecia que se hayan formado por iniciativa y convicción de sus miembros y no por la
imposición de algún poder exterior; se considera esencial la independencia de los grupos
respecto de los gobiernos y de las instituciones públicas, juzgándose con criterios variados
la calidad de los vínculos que mantengan con las Iglesias, partidos políticos, gremios,
organismos internacionales, etc.
Un décimo criterio que preside, en general, la acción de las instituciones donantes, consiste
en fundar las opciones y decisiones en análisis y evaluaciones lo más científico y rigurosos
posible, de las organizaciones, sus potencialidades, el contexto en que actúan, etc. A
menudo una primera etapa de los apoyos institucionales consiste simplemente en el estudio
de las realidades locales y organizacionales, con el objeto de hacer los diagnósticos y
proyecciones que permitan definir los programas de acción más adecuados.
Cada institución donante puede considerarse como una unidad económica que opera
especialmente al interior de la economía alternativa y solidaria, y que es parte de lo que
podría denominarse "mercado" de las donaciones. En cuanto unidades económicas
particulares, las instituciones donantes (en sus varios niveles y tipos de actividad),
manifiestan en su modo de ser y de actuar una racionalidad o lógica operacional específica.
Entre los problemas aludidos se encuentra la amplia discrecionalidad que tiene el cuerpo de
funcionarios de las instituciones para adoptar las decisiones, sin que existan
simultáneamente apropiados métodos y procedimientos de evaluación de las decisiones y
operaciones de evaluación de las decisiones y operaciones. Los mismos objetivos
operacionales de las instituciones suelen ser puestos por los funcionarios que trabajan en
ella; y la evaluación de su actividad es realizada por ellos mismos. Este es un problema
muy serio, pues las instituciones donantes son -como hemos visto- intermediarias entre los
donantes y los beneficiarios, debiendo operar en consonancia con los objetivos que tienen
los primeros al hacer las donaciones, y los segundos al solicitarlas.
Son varias las cuestiones que se plantean al nivel de la lógica operacional de las
instituciones donantes, cuya solución teórica permitiría vencer el desafío de adecuarse a los
objetivos de donantes y beneficiarios, articulándolos coherentemente. Ellas son:
a) ¿Existe un objetivo económico racional que pueda guiar las decisiones de las
instituciones donantes, que sea de algún modo equivalente al objetivo de la maximización
de las utilidades propio de las empresas que operan en el mercado de intercambios?
c) ¿Existe algún criterio que permita identificar el "tamaño óptimo" de estas unidades
económicas?
Sin sernos posible extendernos aquí en los análisis y argumentaciones que nos llevan a
proponer ciertas respuestas a tales interrogantes, cabe exponerlas sintéticamente.
Una primera consideración del objetivo operacional de las instituciones donantes nos lleva
a identificar la maximización de la oferta efectiva de donaciones, esto es, que la cantidad y
calidad de los bienes y servicios que transfieren a los beneficiarios sea la mayor y mejor
posible.
Una segunda consideración del asunto permite comprender que maximizar la oferta de
donaciones es sólo una parte del objetivo económicamente racional de las instituciones
donantes. Porque no necesariamente el hecho de que se efectúen más donaciones y de
mejor calidad implica que el beneficio que obtengan los receptores sea el más elevado. En
efecto, podría haber muchas donaciones mal distribuidas, implicando ello deficiencias de
las instituciones intermediarias. De ahí que aparezca como objetivo racional de las
donaciones, maximizar la satisfacción de la demanda potencial de donaciones.
Esto implica, por un lado, buscar que la mayor parte de la demanda potencial de
donaciones se convierta en demanda efectiva, motivando y suscitando las correspondientes
decisiones de solicitarlas por parte de quienes las necesitan realmente. Por otro lado, se
trata de distribuir las donaciones de bienes y servicios de manera que la mayor proporción
posible de la demanda potencial sea satisfecha; distribución que se refiere tanto a la
selección de los sujetos beneficiarios, como al tipo y calidad de los bienes y servicios que
se donan para satisfacer aquella demanda.
Existe siempre una diferencia, que se produce por varios motivos. En primer lugar, porque
el funcionamiento y la actividad de la propia institución tienen un costo (equipamiento,
remuneraciones al personal, gastos operacionales) que ha de ser solventado con los
activos en ingreso. En segundo lugar, porque los bienes y servicios que la institución
transfiere a los beneficiarios suelen ser de distinto tipo que sus ingresos; en efecto,
normalmente la institución recibe un financiamiento en dinero, mientras que transfiere
asistencia técnica, servicios profesionales, bienes de consumo o de capital, capacitación,
etc. En tal sentido, un trabajo profesional de alto nivel puede significar un incremento de
valor que se verifica durante la transformación de los activos recibidos en los activos
transferidos. Hay que considerar, además, otras formas de valorización o depreciación de
los activos, durante el curso de la actividad intermediadora.
Con esta fórmula puede medirse la eficiencia de la operación institucional, que será mayor
mientras menores sean los costos de intermediación, a saber, la diferencia de valor entre
los activos recibidos y los bienes o servicios transferidos.
Con similar criterio cada institución puede calcular el "precio" o costo de cada una de sus
actividades y servicios, pudiéndose efectuar luego las correspondientes comparaciones
entre instituciones. Así por ejemplo, el "precio" de cierta capacitación técnica resulta de
dividir el monto de financiamiento necesario para realizarla, por el número de unidades de
capacitación efectuadas; tal "precio" resultará distinto en diferentes instituciones
capacitadoras.
Los "costos de intermediación" y los "precios" de las actividades que efectúan las
instituciones en beneficio de los recipiendarios, son indicadores que nos permiten encarar
el problema del tamaño óptimo de las instituciones donantes.
El problema tiene varias dimensiones interrelacionadas, en cuanto el tamaño de la unidad
económica tiene que ver con varias variables: el volumen de los activos económicos con
que opera, la cantidad de beneficiarios a quienes presta servicios, y el tamaño de la
institución misma en cuanto a su personal profesional, sus instalaciones y equipamiento.
Todos estos elementos inciden sobre los costos de intermediación y sobre los "precios" de
los servicios donados.
El óptimo respecto a cada uno de ellos, será aquel tamaño en el cual los costos de
intermediación y los "precios" de los servicios serán diferentes, pues se manifiestan
diferentes economías y deseconomías de escala que es preciso detectar en cada caso
particular. Pero en estos distintos tamaños, también son distintos los volúmenes de
actividades y de servicios transferidos, que benefician a los sujetos y organizaciones
receptores. Entre ambas variables, en algún nivel correspondiente a un determinado
tamaño de la institución, se encuentra el "punto de equilibrio".
PREGUNTAS
2. ¿En qué sentido las instituciones de servicio o de promoción han de considerarse como
organismo de intermediación? ¿Entre quiénes intermedian?
3. ¿Qué requisitos y características deben cumplir las instituciones de servicio para que
puedan ser consideradas como genuinamente integrantes de la economía solidaria y
alternativa?
4. Señale los diez principales criterios u orientaciones que guían la acción de las
instituciones donantes con características alternativas.
6. ¿De qué modo puede evaluarse la eficiencia operacional de las instituciones donantes?
¿Qué representan los "costos de intermediación"?
Los diferentes tipos de empresas alternativas que hemos examinado -y también otros de
menor relevancia que han quedado fuera de nuestro compendio-, tienen en común el
fundarse en alguna forma de organización y acción conjunta de personas que cooperan
entre sí para mejorar sus condiciones de vida y, en muchos casos, para desplegar un efecto
positivo sobre la comunidad en que se desenvuelven.
A tal nuevo factor económico lo denominaremos Factor C, ateniéndonos a la letra con que
inicia en el nuestro y en varios otros idiomas, varios de los términos que designan las
diferentes modalidades de acción conjunta, a saber: cooperación, comunidad, colectividad,
coordinación, colaboración.
La presencia activa de este "Factor C" se constituye entonces como un hecho que
caracteriza y distingue a las formas de empresas alternativas, presencia que puede
considerarse extensiva a todo el sector de economía solidaria y a la propia estrategia de
desarrollo alternativo. Siendo así, es conveniente hacer algunas precisiones mayores sobre
los contenidos y los efectos económicos de este factor.
El uso compartido de los conocimientos se expresa en otro contenido importante del "factor
C", cual es la adopción colectiva de las decisiones, que pueden resultar más eficientes
(cuando se adoptan bajo ciertas condiciones organizativas apropiadas), especialmente
debido a que quienes las adoptan son los mismos que se responsabilizan de su ejecución.
Vinculado a lo anterior, destaca como otro contenido iomportante el logro de una más
equitativa y mejor distribución de los beneficios logrados por la unidad económica entre sus
integrantes, lo cual indudablemente colabora en la motivación del esfuerzo y de los aportes
que cada uno hace a la obra común.
Otro contenido del "factor C" digno de ser tenido en cuenta, se relaciona con los incentivos
psicológicos que derivan de ciertos rituales propios del trabajo en equipo o comunitario, que
se expresan tanto en el mismo proceso de trabajo como en las actividades anexas que
inciden sobre las distintas funciones necesarias al funcionamiento de la empresa. Estos
rituales o hábitos de grupo colaboran en la creación de un clima social favorable al
desarrollo de las actividades, y facilitan los procesos de adaptación y socialización
indispensables.
A todo lo anterior hay que agregar que el mismo hecho comunitario o asociativo constituye
de por sí un beneficio especial para cada integrante, que debe sumarse a la cuenta
subjetiva (e incluso objetiva, cuando dicho beneficio permite ahorrar los costos de su logro
alternativo fuera de la comunidad laboral) de los resultados globales de la actividad. Tal
beneficio especial dice relación con la satisfacción de un conjunto de necesidades
relacionales y de convivencia, que los miembros de la organización pueden alcanzar en el
mismo proceso de trabajo y gestión asociativa.
Vinculado con esto cabe destacar también que el hecho comunitario, y específicamente la
presencia operante del "factor C", es uno de los elementos que explican que las unidades
económicas alternativas tengan una tendencia -que hemos mencionado y analizado en
varios de los tipos de empresa examinados- a la integralidad en cuanto a la combinación de
los aspectos culturales y sociales con los económicos. Además de los ya mencionados
efectos de este hecho, cabe destacar que implica que la comunidad o grupo organizado se
constituye como parte integrante de las estrategias de subsistencia, modos de vida y estilos
de desarrollo, asumidos por cada integrante y sus familias.
Un último pero no menos importante contenido del "factor C" son los beneficios de la acción
comunitaria y colectiva sobre la comunidad más amplia y sobre la sociedad global en que
opera la unidad económica. Tales beneficios son de muy variados tipos y características,
pero pueden resumirse en un hecho destacado varias veces en los capítulos anteriores, a
saber, el impacto de las unidades económicas alternativas en la transformación y desarrollo
hacia una sociedad más justa, libre y solidaria.
Los mencionados no son los únicos aspectos relativos al contenido y a los efectos
económicos del "factor C"; pero ellos nos dan una idea precisa de su significado e
importancia en las empresas alternativas y en la economía de solidaridad. Podemos
intentar una definición económica sintética.
Aunque sea muy sintéticamente, es conveniente señalar algunas condiciones que hacen
surgir o que favorecen la formación de unidades económicas que utilizan nuestro sexto
factor. Ellas son:
a. La existencia de una necesidad económica imperiosa, del problema de subsistencia que
enfrentan vastos sectores populares como consecuencia de la desocupación y de la
marginación. Si estos son fenómenos estructurales en los países subdesarrollados,
derivados del modo en que se encuentra organizada la economía, debe reconocerse una
fuerte agudización de los mismos y una extensión hacia otras regiones del mundo
desarrollado, como consecuencia de la crisis que afecta a la economía mundial y de ciertos
cambios tecnológicos en curso.
En muchos casos encontramos que el origen de la unidad económica es, pues, un estímulo
interno proveniente del grupo como tal o de algunos de sus integrantes más conscientes e
inquietos. Cabe incluir en este sentido la ampliación de ciertas experiencias cooperativas y
solidarias como resultado del esfuerzo hecho por ellas mismas para difundir, socializar y
extender los propios modos de organizarse y de actuar.
Son estas las principales condiciones que pueden detectarse al origen de la mayoría de las
experiencias de acción económica cooperativa. Cabe advertir -además de que es posible
que surjan grupos por otras razones que no hemos contemplado-, que a menudo es la
presencia de más de una de las señaladas, o una combinación de todas ellas, lo que hace
germinar aquella energía social que se transforma en el "factor C" de contenido económico,
cuya importancia en toda organización económica alternativa hemos destacado.
Hasta aquí nos hemos referido a las empresas alternativas, en sus variados tipos, en
cuanto unidades económicas. Al identificar el "factor C" como elemento característico
común a todas ellas, hemos comenzado un análisis de otro nivel, que no se refiere ya
solamente a las unidades económicas como tales sino al conjunto de las formas
alternativas de empresa en cuanto constituyentes de un modo especial de hacer economía,
que se presenta aún más específicamente como un sector dentro de la economía global.
POR TENER TAL SECTOR COMO RASGO DISTINTIVO LA PRESENCIA OPERANTE DEL
"FACTOR C", ESTO ES, POR ESTAR ESTRUCTURADAS SUS UNIDADES
COMPONENTES EN BASE A ALGUNA MODALIDAD DE COOPERACION,
COMENSALIDAD, COORDINACION, COMUNIDAD, COLECTIVIDAD O COLABORACION,
MODOS ESTOS DE INTEGRACION SOLIDARIA ENTRE LOS SUJETOS, HEMOS
DENOMINADO A ESTE CONJUNTO DE ORGANIZACIONES Y ACTIVIDADES ECONOMIA
DE SOLIDARIDAD, O SECTOR SOLIDARIO DE LA ECONOMIA.
De este sector nos proponemos identificar con algún detalle sus relaciones y articulaciones
internas y su específica racionalidad económica.
No intentaremos aquí efectuar una descripción efectuar una descripción más amplia del
sector solidario como tal, sino identificar a nivel teórico sus componentes y sus relaciones
internas, precisando los criterios capaces de discernir cuáles unidades y actividades
económicas lo conforman.
Es conveniente precisar que estos tres sectores se distinguen analíticamente pero que no
se encuentran separados en la realidad; en efecto, los sectores se mezclan y entrelazan
porque cada sujeto económico, cada empresa, cualquiera sea el sector donde se halla
adscrito preferentemente, de hecho actúa y establece relaciones de todos los tipos, en
alguna medida. Así, por ejemplo, una empresa cooperativa adscrita predominantemente en
el sector solidario, efectúa compra-venta y paga impuestos.
c) Puede identificarse, por último, un nexo entre tipos de relaciones económicas y formas
de propiedad: las relaciones económicas más integradoras (comensalidad, cooperación,
donación) suelen dar lugar a formas de apropiación comunitaria y cooperativa de los
medios de producción. En cambio, las relaciones en que se mantiene la exterioridad e
independencia entre los sujetos participantes en la relación (intercambios) tienden a
construir formas de propiedad privada. En fin, las relaciones que suponen nexos de poder y
subordinación entre un órgano decisional central y los individuos que conforman la
colectividad (tributaciones y asignaciones jerárquicas), se expresan en formas de propiedad
pública y estatal.
De esta manera, ateniéndonos a estos nexos entre los tres principales criterios de distinción
de los tipos de empresas, es posible comprender la conformación del sector solidario de la
economía como una especie de triángulo cuyos vértices corresponden, respectivamente, a
las relaciones económicas, las categorías organizadoras y las formas de propiedad
características de las que hemos considerado como empresas alternativas.
Con el mismo criterio puede distinguirse la composición de los otros dos sectores que
hemos denominado "de intercambios" y "regulado" respectivamente. La siguiente figura es
ilustrativa de estas tres conformaciones sectoriales:
Por razones que expusimos en la cuarta y en la quinta unidad, hemos optado por identificar
los tres sectores mediante una denominación correspondiente a los tipos de relaciones
económicas; pero podría optarse también por nombrarlos conforme a cualquiera de los
otros dos aspectos, de manera que nuestro sector solidario podría designarse también
como sector de economía fundada en el trabajo, o sector de propiedad comunitaria y
cooperativa. El sector de intercambios podría designarse como sector organizado por el
capital (o capitalista) o también sector de propiedad privada. Y el sector regulado
designarse como sector organizado por la administración y el poder público, o bien sector
de propiedad estatal.
Cabe, sin embargo, advertir que no puede hacerse una equivalencia estricta entre las tres
denominaciones posibles, pues el nexo que hemos encontrado entre tipos de relaciones,
categorías y formas de propiedad indica solamente un privilegiamiento y no una
determinación o correspondencia estricta.
El sector de economía solidaria y la economía alternativa como conjunto, no son sólo una
suma de unidades económicas que permanecen independientes y separadas, sino que se
constituyen también como un complejo de relaciones reales entre unidades y sujetos que
se coordinan e integran unos con otros.
La economía solidaria parte del principio de que la asociación entre los individuos permite
realizar con mejores resultados aquellas actividades que ellos no pueden por sí solos
cumplir sino con mayores esfuerzos y menores resultados; es coherente suponer que la
ampliación del radio de acción que se obtiene mediante la coordinación e integración entre
distintas unidades solidarias, puede mejorar las posibilidades operacionales de cada una de
ellas.
Debe, sin embargo, reconocerse que existen difíciles problemas relativos a la coordinación
e integración entre unidades económicas. La experiencia de hecho enseña que surgen
dificultades de orden práctico y teórico que es preciso tener en cuenta y resolver a través
de adecuados mecanismos, que garanticen simultáneamente la participación de cada
unidad en el conjunto, y la autonomía decisional de cada organización integrante.
El problema principal que debe ser resuelto se refiere a que suelen producirse confusiones
e interferencias entre dos principales funciones que se le designa a las instancias de
coordinación. Ellas son, por una parte, el potenciamiento operacional de las actividades
económicas de las distintas unidades, que se logra a través de la acción conjunta; y por
otra parte, la representación social y/o política de los grupos participantes con el objeto de
canalizar las aspiraciones y proyectos de transformación y de desarrollo alternativo.
La clave del asunto está aquí en encontrar y materializar los modos de coordinación e
integración más adecuados para este tipo de organizaciones y para su específica
racionalidad económica. Podemos apuntar en este sentido algunos criterios importantes:
Cuál sea ese proyecto, cuáles los modos de organización más adecuados para un
movimiento social de estas características, cuáles sean las formas de acción más
apropiadas y consecuentes, son cuestiones de la mayor importancia, que han de ser
resueltas teórica y prácticamente por los mismos protagonistas. Su análisis trasciende los
propósitos y posibilidades del presente compendio, en el que hemos querido concentrar la
atención en las formas y contenidos microeconómicos de la economía alternativa.
PREGUNTAS
2. Indique los contenidos principales de este "factor C", y sus efectos en las unidades
económicas alternativas.
6. ¿Cuáles son los componentes del sector de economía solidaria? Enumere tipos de
empresas y circuitos económicos integrados, que forman parte del sector.
1. La combinación del "factor C" con los demás factores económicos que forman parte de
una empresa.
A
Juan
Manuel
Pablo
Gabriel