Aq de Titicaca

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Arqueología de la cuenca del Titicaca, Perú

Lima, octubre de 2012


Arqueología de la cuenca del
Titicaca, Perú

Luis Flores Blanco & Henry Tantaleán (eds.)


Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.º 2012-11525
Ley 26905-Biblioteca Nacional del Perú
ISBN: 978-9972-623-76-9

Derechos de la primera edición, octubre de 2012

© Instituto Francés de Estudios Andinos, UMIFRE 17, CNRS-MAE


Av. Arequipa 4500, Lima 18
Teléf.: (51 1) 447 60 70 Fax: (51 1) 445 76 50
E-mail: [email protected]
Pág. Web: http://www.ifeanet.org
Este volumen corresponde al tomo 302 de la Colección «Travaux de l'Institut Français
d'Études Andines» (ISSN 0768-424X)

© Cotsen Institute of Archaeology, University of California Los Angeles


308 Charles E. Young Drive North
A210 Fowler Building/Box 951510
Los Angeles, CA 90095-1510
Telefono: (310) 206-8934 Fax: (310) 206-4723
Pagina web: http://www.ioa.ucla.edu/

Impresión: Con Buena Letra Impresiones de Henry Vílchez Llamosas


Jr. Caylloma 451 Of.210, Cercado de Lima.

Primera edición: Lima octubre de 2012

Diseño de la Carátula: Juan Roel


Cuidado de la edición: Juan Roel
Contenido

Prólogo
Lautaro Núñez 7
1. Introducción a la arqueología de la cuenca del Titicaca
Henry Tantaleán y Luis Flores 19
2. Balances y perspectivas del período Arcaico (8,000 – 1500
a.C.) en la Región de Puno
Mark Aldenderfer 27
3. Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano. Una
perspectiva desde la arqueología de la unidad doméstica en
dos sitios del valle del río Ilave, cuenca del Lago Titicaca
Nathan Craig 41
4. El surgimiento de la complejidad social en la cuenca Norte
del Titicaca
Abigail Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen,
Aimée Plourde y Charles Stanish 131
5. Qaluyu y Pukara: Una perspectiva desde el valle del río
Quilcamayo-Tintiri, Azángaro
H e n r y T a n t a l e á n , M i ch i e l Z e g a r r a ,
Alex Gonzales y Carlos Zapata Benites 155
6. Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores
principales en el desarrollo de Pukara
E l i z a b e t h K l a r i ch 195
7. Las esculturas Pukara: Síntesis del conocimiento y
verificación de los rasgos característicos
François Cuynet 217
8. Las qochas y su relación con sitios tempranos en el valle del
Ramis, cuenca norte del Titicaca
Luis Flores, Mark Aldenderfer y Nathan Craig 225
9. Prediciendo la Coalescencia en los períodos Formativo y
Tiwanaku en la cuenca de Titicaca: Un Modelo Simple Basado
en Agentes
W m . R a n d a ll H a a s , J r . y Jacopo Tagliabue 243
10. La Ocupación Tiwanaku en la Bahía de Puno: Tradición
Metalúrgica
C a r o l S ch u l t z e , E d m u n d o D e la Vega y Cecilia Chávez 261
11. Los pukaras y el Poder: Los Collas en la cuenca Septentrional
del Titicaca
Elizabeth Arkush 295
12. Prácticas funerarias de los períodos Altiplano / Inca en el
valle de Ollachea, Carabaya
N a nc y R o m a n y Silvia Roman 321
13. La Ocupación Inca en la cuenca del Titicaca
Charles Stanish 339
14. El Sistema Vial en la Región de Puno
Segisfredo López 385
Prólogo

Al recibir la invitación para introducir este libro como un observador externo, no


especialista en el espacio tratado, los editores buscaban un juicio quizás alejado de la
contingencia y, en consecuencia, asumir ciertas reflexiones desde lo más meridional
de los Andes. Por cierto, es un privilegio leer estos escritos de colegas en su gran
mayoría peruanos y norteamericanos dedicados al “mundo” Circuntitikaka, donde
ocurrió un conjunto de cambios civilizatorios que emergieron desde sociedades ar-
caicas preformativas, en uno de los escenarios más altos e inhóspito del mundo. Sin
embargo, la neolitización andina subordinó los límites ambientales a través de las ex-
clusivas prácticas de domesticación de grandes mamíferos y de prácticas agrarias no
convencionales, junto a patrones arquitectónicos, artefactuales y estilísticos propios,
orientados al surgimiento de estados arcaicos que respondieron a esas condiciones
sociales y ambientales. En cuanto el puente altiplánico permitió una rápida extensión
del éxito Formativo agropecuario, entre comunidades esencialmente dinámicas, con
modelos sedentarios-móviles, al margen de las soluciones agrocentristas de las tie-
rras bajas y del síndrome neodifusionista sin núcleos ni periferias, las ideas progresis-
tas circularon en un ir y venir multidireccional, donde tanto “los de abajo” como los
“de arriba” aportaron al proceso desde sus distintas y distantes experticias. En cuan-
to este “mundo” andino fue compartido por varios países actuales, en alguna medida
estos estudios los sentimos nuestros y aprendemos de ellos, como si observáramos
eventos familiares con distintas escalas y grados de complejidad, pero al interior de
una matriz histórica común.
Durante el simposio de Paracas organizado por UNESCO-Perú, en el año 1979,
cuando ordenamos el espacio andino en diferentes áreas, la identificada como Cir-
cuntitikaka resaltaba por la originalidad de su proceso intra altiplánico, desapegado
de los Andes Centrales. Se integraba definitivamente a las tierras altas en el marco
del área Centro-sur andina, con interacciones hacia los valles occidentales y el lito-
ral adjunto. Se le observaba como un foco radiante de influencias desde los centros
ceremoniales complejos Pukara, Chiripa y Wankarani más al sur, que estimulaban la
sobredimensión de sus expansiones, que incluso habrían provocado la complejidad
8 / Prólogo

en sus entornos limítrofes. Aunque como ahora no entendíamos bien los procesos de
interacción entre las tierras altas y el oriente, había cierto consenso que en las tierras
altas del entorno al lago, como en el altiplano meridional de los lagos secos del sur, se
habrían desplazado cambios sustanciales a través de colonias dirigidas hacia enclaves
vecinos, porque además la tesis de verticalidad regía en su pleno apogeo.
Esta propuesta de altiplanización de los cambios civilizatorios era impactante a la
luz de esos tejidos Pukara registrados en los valles de Arica y formalizaron explicacio-
nes difusionistas que se sustentaban por la carencia de investigaciones que pudieran
probar, como efectivamente ocurrió, que a lo menos en los valles occidentales y cir-
cun-puna atacameña existió un tránsito Arcaico-Formativo local y que casi al mismo
tiempo de los asentamientos formativos tempranos del Titikaka, otros distintos me-
nos densos, pero con suficiente complejidad se habían desarrollado con autonomía
efectivamente hacia el sur. Esta emergencia de diversos focos formativos tempranos
desde el gran lago hasta los salares y oasis del sur, por el noroeste argentino y norte
chileno, son señales de la diversidad de respuestas multilineales, cada una acotada a
modelos variables de acuerdo a la calidad de las trasformaciones de los recursos natu-
rales. Por lo mismo, este libro nos plantea a lo largo de sus investigaciones actualiza-
das lo sucedido en un espacio singular que nos permite comparar las distintas escalas
y complejidades de las trasformaciones en un escenario Centro-Sur, entre los 5.000 a
2.500 años a.p., cuando las fuerzas innovativas arcaicas y formativas estaban operan-
do en todas las tierras altas. Después de todo, es un ambiente que hasta hoy conserva
uno de los remanentes étnicos más importante del hemisferio. Y es bajo este prisma
que quisiéramos comentar su contenido en orden de secuencia.
Es muy útil la introducción de los editores que lograron una publicación en es-
pañol, aunque más cargada a la vertiente peruana, con artículos bien seleccionados
que demuestran claramente cómo las investigaciones norteamericanas, al contar con
más fondos, pueden mostrar excavaciones extensivas y mayor acopio de datos, hecho
que delata una situación muy propia de América Latina, en donde sus investigadores
igualmente calificados no están sostenidos por políticas de Estado con fondos con-
cursables anuales que aseguren continuidad y recursos para estos proyectos que cada
vez son de más altos costos por la aplicación de nuevas tecnologías y aplicación de
excavaciones de escalas confiables. En este sentido, los problemas pendientes están
bien expuestos y son examinados bajo marcos teóricos y enfoques interdisciplinarios
que llaman la atención desde temas muy básicos, como la identificación de “silencios
arqueológicos”, a temas mayores que adivinamos como, por ejemplo: más controles
radiocarbónicos y la aplicación de georadares, a la espera de recursos estatales y pri-
vados.
Hemos seguido de cerca las investigaciones de Mark Aldenderfer, porque ascien-
de sus análisis de menor a mayor complejidad desde la sociedad arcaica y su inte-
racción paleoambiental, a partir de los 10.000 años a.p., detectando eventos secos
y húmedos que son fundamentales para comprender las variaciones ocupacionales,
sobre todo la disponibilidad del recurso hídrico lacustre, de vegas y desde los arro-
yos circundantes. Desde nuestra percepción los recursos costeños y andinos esta-
ban disponibles desde fines del Pleistoceno y tal como ocurre en Atacama desde ca.
9 / Lautaro Núñez

11.000 años, las fases Huentelauquén y Tuina, respectivamente, sin contactos entre
sí, estaban presentes desde el Arcaico Temprano, dando lugar a los inicios paralelos
de los dos procesos diferenciados: maritimización y andinización de la sociedad sin
relaciones de causa y efecto. Por lo mismo, resulta importante que aquí una corriente
migracional costera habría iniciado el poblamiento serrano, aunque las dataciones lo
podrían por ahora sostener. Dicho de otro modo, podría sugerirse que aún no se han
registrado las ocupaciones en las tierras altas tan tempranas como las localizadas en
las tierras bajas y costeras. Este debate está implícito en este artículo.
El autor al encarar el Arcaico Medio (6.000-4.000) bajo un régimen de aridez, su-
giere que las condiciones no eran tan estresantes, al punto que sus recursos men-
guados pero suficientes, atrajeron a poblaciones sincrónicas desde la Circun-Puna de
Atacama, donde efectivamente el impacto de aridez fue estricto, provocando migra-
ciones a espacios de mayor estabilidad en la costa y valles transandinos, y ahora muy
posiblemente a la puna peruana, sugerencia importante, porque entre comunidades
arcaicas la intervención de cambios climáticos adversos genera efectos movilizado-
res de larga distancia con la recurrencia de artefactos identitarios que se replican en
espacios distantes no originarios.
Su escrito es revelador en términos de subrayar la importancia del inicio de las
prácticas de domesticación de recursos faunísticos y vegetales en los mismos tiempos
en que otras comunidades arcaicas de Atacama, en las tierras altas del sur, alcanza-
ban logros similares. El comienzo de la crianza de camélidos y el cultivo de quinua
y tuberosas (6.000-3.400 a.p.) en aldeas estructuradas discretas, con viviendas que
innovan con labores semi-sedentarias, culminará con un notable incremento demo-
gráfico. Esta agregación y acumulación, conduce a un estilo de vida protopastoralista,
caza especializada, tráfico de obsidiana y otros bienes de estatus, recolección alimen-
taria y prácticas hortícolas. Es decir, estos cambios son globales, más extensivos en la
puna peruana, sincrónicos con los restringidos en los eco-refugios de las quebradas
altas del noroeste argentino y Atacama en Chile.
Hace tiempo que compartimos con el autor que la complejización de la sociedad
arcaica tardía y final en torno al comienzo de las prácticas semi-sedentarias se sin-
tetizan en las primeros brotes formativos, tal como lo expresaron las diversas po-
nencias del simposio que sostuvimos en el Congreso de Americanistas de México,
publicadas en la Revista de Antropología Chungara (2011). Nos interesa saber más sobre
cómo un conjunto de cambios transicionales fue capaz de crear estas trasformaciones
con aportes sustanciales de caza especializada, recolección de alimentos silvestres,
domesticación y crianza de camélidos de consumo y de carga, además de la horticul-
tura del complejo cordillerano. Se sumaron tempranas tecnologías de contenedores
y manufacturas de uso, además de la explotación de recursos minerales y acceso a
lejanos bienes de privilegio. Esta combinación de logros se introducirán en las socie-
dades formativas tempranas más congregadas, desde las ricas punas del norte a las
más limitadas del sur, que sólo después de avanzado el Formativo adquirirán conno-
taciones socioculturales particulares con distintos grados de complejidad a lo largo y
ancho del Centro-Sur andino.
10 / Prólogo

La propuesta de Nathan Craig viene precisamente a valorar los cambios culturales


transicionales que limitan la movilidad a través de la fijación de aldeas más estables
orientadas al gran desafío del área: cómo domesticar los recursos en alturas excesivas
que más temprano que tarde alcanzarán organizaciones sociales agropastoralistas
desde una base arcaica de sustentación. Cambios que efectivamente habrían ocurrido
no tan gradualmente, sino bajo un rápido flujo de información interactivo sin rela-
ciones de dominio. Proceso de cambios que se caracteriza por el abandono gradual
de los cobijos bajo roca por los asentamientos abiertos que desde el Arcaico Tardío
demostraran su eficiencia allí como en las punas saladas del sur.
Su propuesta desde Ilave destaca los componentes Arcaicos-Formativos donde
apunta bien que es en las viviendas donde se reflejan los cambios más dramáticos
desde la vieja tradición semisubterránea a la constitución de pueblos específicos. Se
sabe que durante el Formativo Temprano en casi todas las tierras altas ocupadas, se
consolidó el clima moderno, por los 1.400 a.C., precisamente cuando los primeros
asentamientos agropastoralistas se han constituido con ciertos atributos ideológi-
cos comunes, donde el rol ritual de las cabezas de camélidos fue un indicador clave.
Compartimos, además, la identificación durante el Formativo Temprano del acceso a
bienes distantes de privilegio: turquesa, oro, obsidiana, cobre y cerámica no experi-
mental y de la organización de los primeros cementerios junto a los asentamientos,
demarcándose la etología ocupacional con el culto a los antepasados, acorde al nuevo
orden sedentario, vinculándose la vida doméstica con los ritos funerarios. Se integra
el incremento demográfico, cuyo análisis empleado es muy funcional para cuantifi-
car otro de los cambios claves formativos, siguiendo estudios clásicos que podrían
perfeccionarse con el número de habitantes por unidad métrica de acuerdo a pa-
trones etnográficos andinos, y que aun no hemos aplicado en los asentamientos de
Atacama.
Si bien los logros agropastoralistas como culminación del proceso, son elocuen-
tes, nos llama la atención que en su propuesta se acentúa un curso de cambios quizás
unilineal, donde las prácticas de caza deben irreversiblemente atenuarse durante
los comienzos formativos, bajando la popularidad de las puntas de proyectiles. Es
que en Atacama los asentamientos formativos tempranos datados entre los 1.500 a
los 400 a.C. presentan no sólo una alta tasa de puntas asociadas a restos de camélidos
silvestres, sino que estos últimos representan la mitad del registro y la otra corres-
ponde a domésticos. De la misma manera, desde nuestra visión el uso de plantas
silvestres alimenticias fue mucho más gravitante que los productos hortícolas del
complejo cordillerano. Esto es, las prácticas agrícolas formativas tempranas no fue-
ron decisivas en el borde meridional alto del Centro-Sur, y esto podría marcar una
diferencia entre las punas fértiles peruanas-bolivianas y las nuestras, donde las efi-
cientes prácticas de caza y recolección perduraron por más tiempo. El colega Craig
desde su mirada conductualista nos convence de cuán importante fue la emergencia
de arquitectura transicional, donde los hábitos móviles se articularon con los fijos,
con retornos durante el ciclo anual, en un espacio “apropiado” por las inhumaciones
ancestrales entre los 3.300 a 1.700 a.C., tiempo de cambios sustanciales en las tierras
altas nucleares.
11 / Lautaro Núñez

Abigael Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen, Aimée Plourde y Charles Stanish
abordan el Formativo medio y superior (1.400-500 a.C.) esta vez con el reconocimien-
to de patrones arquitectónicos más especializados que darán lugar al complejo ce-
remonialista Kalasasaya, derivado de acciones corporativas complejas bajo el nuevo
orden de la acumulación de riqueza y poder que motivaran las respuestas Pukara,
Taraco y Tiwanaku. Ciertamente, en las tierras altas una sociedad ganadera y agra-
ria había iniciado un curso de acción dirigido a crear una elite con tanto o más po-
der que los estados arcaicos de las tierras bajas junto al litoral. En esta dirección,
el complejo Kalasasaya del Formativo Medio y Tardío es importante para explicar
cómo surge una sociedad de rango, que la valoramos porque es complicado probar
cómo se establecieron los flujos comerciales y si fue realmente comercio, en un sen-
tido mesoamericano o no. Nos interesa saber cómo se incorporó a la sociedad civil
frente a modelos constructivos sofisticados (patios hundidos), o como se organizó la
reproducción litoescultórica del aparato ideológico, cual pudo ser el incentivo para
acentuar los vínculos de subordinación, competencia y peregrinaje y que hicieron
con los asentamientos vecinos de donde se proveían de fuerza de trabajo, y cuál fue
la integración ritual, económica y política para consolidar arreglos con comunidades
situadas en las tierras bajas y el litoral. Por último, cómo se sostiene, negocia y orde-
na el paisaje construido frente a sus vecinos. Estos son temas difíciles con que este
equipo nos ofrece datos y pistas confiables, porque queda claro que allí recurrieron
factores múltiples que explican el modelo Kalasasaya. Sobre todo, es muy sugerente
el acercamiento que hacen para incorporar la variable movilidad que hasta ahora no
recordamos se haya visualizado en este espacio. Si es efectiva su orientación comer-
cial o, simplemente, si fue un régimen pautado por operaciones de intercambio desde
la elite, se plantea la importancia del trazado de rutas inter-asentamientos destina-
das al traslado de bienes domésticos y exóticos (obsidiana), en zonas alejadas pero
complementarias. Esto incluyó el probable inicio de las practicas del “derecho” al
alojamiento durante las transacciones, propuesta que calza bien con el manejo cara-
vanero en sociedades más centralizadas sobre lo cual aun sabemos poco.
En cuanto a la acumulación de poder y riqueza en zonas de alta densidad demo-
gráfica y fricciones inter-elites, es plausible que se hayan generado conflictos, como
el incendio descrito en Taraco. El surgimiento de Pukara pudo asociarse a relaciones
tensas, plena de competencias, alianzas y desacuerdos que solo una ritualidad icó-
nica compartida podría atenuar o anular de alguna manera, enfatizándose las ne-
gociaciones con mayor armonía social y política. Así, los espacios públicos y centros
ceremoniales, con las representaciones y el boato del poder (ejemplo: sacrificador
y cabezas-trofeos), lograrían consolidar las redes de cooperación y retorno de vín-
culos sociales simbólicos que, como bien lo dicen, culminará con una secuencia de
arquitectura monumental y religiosa en el centro hegemónico de Tiwanaku. Desde
aquí el prestigio de los íconos de las alturas sobrepasará los límites de los centros
ceremoniales anteriores hasta establecerse alianzas tan lejanas como en los oasis de
San Pedro de Atacama (norte de Chile). Las autonomías formativas centralizadas del
norte y aquellas segmentadas del sur, ahora se disponen bajo las gestiones y negocia-
ciones del mayor centro de convergencia socio político e ideológico generado por las
poblaciones de los paisajes abiertos de las tierras altas circunlacustre.
12 / Prólogo

Se debe a Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, Alex Gonzáles y Carlos Zapata Be-
nítes un aporte sobre el Formativo en la cuenca norte basado en los componentes
Qaluyu y Pukara, vistos desde el valle del río Quilcamayo-Tintiri (Azángaro). Se trata
de replantear los análisis tradicionales artefactuales por una visión a nivel de prácti-
cas sociales, que alejándose de las espacios nucleares, algo al margen de los excesos
monumentalistas, intentan encontrar esa otra mirada más de “afuera”, para com-
prender no solo el rol de todos los estamentos sociales, sino, además, y esto es valioso:
incorporar los espacios aparentemente menos complejos que también constituyeron
las comarcas formativas. No les ha sido fácil identificar los asentamientos transicio-
nales en paisajes sometidos a intensas alteraciones geomorfológicas y antrópicas,
para establecer conexiones con los asentamientos formativos. Estos serían importan-
te por expresar cómo funcionaban los “centros regionales” a través de una visión de
conjunto de sus estilos, manufacturas, litoesculturas y sus atributos arquitectónicos.
Nos resulta sugestivo en este encuadre la confrontación de la teoría y metodología
norteamericana con aquella española, materialista histórica, de los “objetos claves”
y de las interpretaciones sustentadas en los flujos migratorios. Aunque son varios los
autores que aluden a estos desplazamientos para explicar los movimientos de larga
distancia, se trata de un término sometido a varios modelos interpretativos que re-
quieren de definiciones teóricas para asegurarse que arqueológicamente tendremos
evidencias debidamente contrastables. Del mismo modo ocurre con la funcionalidad
de los espacios públicos en términos de cómo segregar las evidencias sólidas para sa-
ber cuando su uso es más político que ritualístico o que la agricultura sin camellones
fue o no suficiente para satisfacer el consumo interno. Estas reflexiones provocadas
en este escrito son sustanciales para captar las relaciones entre los grandes centros
ceremoniales puneños y los espacios ocupados por comunidades formativas vecinas
que constituían algo así como los hinterland ocupacionales.
Los autores dejan una impresión correcta que durante el Formativo Medio y Supe-
rior los eventos Qaluyu y Pukara constituyen una secuencia coherente con prácticas
sedentarias crecientes cuyo clímax Pukara representa un conjunto de edificaciones
y obras identitarias que se irradiaron en un mundo mayor interconectado con visi-
bilidad ritualística e icónica, perpetuado principalmente en la arquitectura monu-
mental, litoescultura y artesanías simbólicas que se complejizaran más aun durante
Tiwanaku.
Le corresponde a Elizabeth Klarich introducirnos en la comprensión del desa-
rrollo Pukara bajo un particular prisma ecológico y cultural a través de la exposición
de importantes variaciones paleoambientales por localizarse en espacios donde las
fluctuaciones del potencial hídrico son cruciales para la sustentabilidad humana. Al
afectarse los sistemas productivos salta a la vista cómo medir cuáles debieron ser las
reacciones políticas frente a la neutralización de dichos colapsos. Llama la atención
su preocupación por relacionar estos cambios con las sociedades rurales, más que
las elites de los asentamientos nucleares, desde una mirada “de abajo hacia arriba”.
En este sentido adquiere relevancia la locación de barrios en espacios cuya función
jerárquica entre festines, actos rituales y políticos transitaron a acciones más cotidia-
nas. Esta estrategia amplia para comprender la evolución de la organización del espa-
13 / Lautaro Núñez

cio y de cierta desacralización ejercida por la sociedad civil nos resulta estimulante y
abre nuevas expectativas en el tradicional abordaje de la arquitectura monumental.
Por otra parte, Klarich nos informa sobre las necesidades de complementariedad
económica recurrente en las tierras altas a través de complejas redes de intercambio
de larga distancia, una vez que la producción agraria alcanzó el pleno control de los
campos elevados, huertos hundidos (qochas) y de las prácticas de secano, aunque no
hay mediciones sobre el rol de la caza y crianza de camélidos como recurso alimenta-
rio y de trasporte. Pareciera útil definir de que comercio se tratan las transacciones
puesto que al tiempo de contacto lo más parecido a esta noción se había documentado
exclusivamente entre los mercaderes de los valles costeros de Chincha. Sin duda que
el modelo agropecuario fue exitoso y sustentó un régimen de festividades y rituales
para las elites, pero esta mirada desde “abajo” nos remite a afinar esas metodologías
que harían posible perfeccionarlo a partir de excavaciones extensivas, para entender
más sobre el rol de los estamentos subalternos.
A partir de los artículos siguientes se acogen diversas materialidades e interpre-
taciones sobre sociedades formativas más avanzadas hasta la expansión Tiwanaku.
François Cuynet analiza el prestigio iconográfico de la litoescultura Pukara, tan propio
y redundante que constituyó un discurso litúrgico que logró la unidad desde la diversi-
dad, con estatuas antropomorfas y estelas. Este aparato religioso del imaginario Pukara
adquiere un profundo sentido asociado a las congregaciones cíclicas, peregrinajes, ritos
y festines que apuntan directamente a una campaña regional de proselitismo hacia el
nuevo orden impuesto, desde grandes edificaciones que involucraron obras colectivas
en el construir y el producir bienes excedentarios para la elite. Más que una estética
Pukara el aporte presente nos remite a contextualizar los iconos en el ideario de una
política propia de un Estado arcaico, cuyas imágenes prestigiosas mantuvieron a las eli-
tes incluyendo sus alianzas y por ende sobrepasaron sus propios límites territoriales.
Por su parte, Luis Flores Blanco, Mark Aldenderfer y Nathan Craig, tratan de va-
lorar el rol de las qochas en la cuenca del río Ramis. La agricultura expansiva de los
camellones y de los estanques de agua o almacenaje artificial de lluvias (qochas), fue
un logro apropiado a la alticultura. Las qochas estaban en uso desde los tiempos Qa-
luyu y Pukara con miles de evidencias datadas desde los 3000 a.C., siendo un sostén
hídrico para el incremento de población y estabilidad ocupacional entre los últimos
eventos arcaicos y los primeros formativos. Se afianzó el tránsito hacía la producción
de alimentos, en un ambiente más húmedo que perduró hasta los 1500 a.C. en donde
el rol de la quinua en contextos Pukara fue relevante al punto que acompañará a los
procesos post-formativos, hasta la actualidad, a lo largo y ancho del mundo agrope-
cuario del Centro-Sur. Aunque nos gustaría saber si la domesticación de la quinua
resultó de procesos independientes del núcleo puneño, toda vez que su registro en
sociedades arcaicas y formativas hacia el sur, reflejan también fechas tempranas. Los
autores nos dejan la sensación que la domesticación de las qochas naturales del Arcai-
co hasta la construcción de las formativas, fue una de las soluciones socioadaptativas
más eficientes para provocar congregaciones en espacios donde el riego convencio-
nal no tenía cabida. Fue un logro transicional Arcaico-Formativo que se integró a la
complejidad social emergente en su conjunto.
14 / Prólogo

Nos interesa la forma en que Wm. Randall Haas y Jacopo Tagliabue abordaron las
relaciones de interacción entre asentamientos densos y discretos durante el Formati-
vo, también “desde abajo hacia arriba”, enfoque que resulta estimulante a la hora de
comprender la naturaleza de los movimientos entre asentamientos coalicionados. El
por qué se movilizaron ciertos grupos desde aldeas sedentarias, por espacios interno-
dales y quienes y para que se les conduce hacia gestiones y negociaciones controla-
das o espontáneas, sigue siendo una cuestión poco resuelta. Se podrían documentar
distintas operaciones: intercambio administrado, colonización de espacios vacíos,
trueque espontáneo, intercambio de mujeres, trabajos pactados, manufacturación y
entrega de artesanías, asistencia a festividades y festines, mano de obra tributada
por alianzas, entradas conflictivas por botines, entre otras. Ciertamente habría ca-
pacidad de infiltración social en asentamientos densos cercanos y mejor en aquellos
más reducidos y dispersos, donde las relaciones de cohabitación pudieron ser menos
tensas. Entonces, es necesario probar que se trataba de flujos migratorios regulados
o espontáneos que difieren de los traslados caravaneros u otras operaciones transi-
torias en paisajes donde la llama cumplió roles protagónicos. No dudamos que desde
el Formativo temprano las caravanas estaban operando en el ámbito Circuntitikaka,
toda vez que en Atacama hemos constatado osteológicamente que desde el Arcaico
Tardío hay evidencias no solo de domesticación, sino de su uso como animal de carga,
que obviamente se ampliara desde el inicio del formativo.
Carol Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez presentan una problemá-
tica sugerente por la alta diversidad de explicaciones que ha recibido la expansión
Tiwanaku fuera de su espacio original en torno a la explotación de recursos comple-
mentarios foráneos. En este caso importa la variable minero-metalúrgica localizada
en la bahía de Puno, donde existían antecesores formativos que ya habían evaluado
el recurso plata. Parece tratarse de una política de Estado en términos de identificar
donde se ubican las comunidades mineras formativas que ya habían dominado el arte
de la producción metálica. Así ocurrió con la conexión Tiwanaku-Atacama. Coincidi-
mos plenamente que las estrategias para proveerse de estos recursos no solo impli-
can alianzas políticas entre elites, sino, de una infraestructura apropiada para acce-
der a distritos mineros dispersos e inhóspitos, arreglos viales, traslados de recursos
entre otros. De hecho los Lupacas mantenían colonias directas fuera de sus núcleos
en áreas mineralizadas distantes, cuando paralelamente se insertaban en comarcas
étnicas aliadas.
En esta bahía la tradición del uso de crisoles argentíferos asociados a técnicas es-
pecializadas de fundición daban seguridad a la ocupación Tiwanaku. Ciertamente, los
bienes metálicos eran atractivos porque hacían diferentes a las elites ante el común.
Por lo demás, implicaban una severa campaña de alianzas con sociedades complejas
contemporáneas en todo el Centro-Sur andino. ¿Cuántas estrategias políticas dife-
rentes entre sí pudieron aplicarse durante la conexión Tiwanaku para aprovisionarse
de estos recursos de privilegio ante sociedades con diferentes grados de menor a ma-
yor complejidad?
A continuación el libro nos dispone frente a sociedades más tardías representadas
en la instauración del régimen de los pukaras defensivos, asociados al poder Colla, en
15 / Lautaro Núñez

la cuenca septentrional. Al respecto, Elizabeth Arkush nos traslada al período Altipla-


no del Intermedio Tardío (1.000-1.450 d.C.), cercano a los reinos de contacto como los
Lupacas y Pacajes, que se asocian a la tesis de verticalidad. Esta ventana etnohistórica
nos revela que las poblaciones de las tierras altas habían alcanzado movilizaciones
muy específicas tanto al oriente como a los valles costeros y oasis occidentales. Cues-
ta entender que esta movilidad entre pisos ecológicos complementarios, logradas con
arreglos en el marco de relaciones armónicas, haya sido precedido por eventos de alta
tensión observados con el levantamiento de una arquitectura defensiva perdurable.
Se está en presencia de recintos amurallados que dan cuenta de acciones guerreras
en el espacio Colla, cuando ocurre la segmentación post Tiwanaku y surgen pukaras
en todo el Centro-Sur andino, en lo que aparentemente fue un período de fricciones
entre los reinos altiplánicos y aun hasta en el ámbito del altiplano meridional, los
valles serranos occidentales y la Circunpuna de Atacama.
No es fácil evidenciar las causas de estas tensiones globales, como el efecto de
los cambios climáticos adversos que disminuyeron la producción agrícola y con ello
la apropiación de cosechas en lugares más óptimos. Es difícil probar que existieron
desplazamientos migracionales que presionaron sobre espacios más productivos, y
saber qué pudo pasar para que las relaciones armónicas de las redes de intercambio
lograran alterarse. Si fue efectivo que prevalecieron los tiempos de escasez y con
ello los conflictos intergrupales, es posible que esta arquitectura defensiva refleje
situaciones guerreras en todo el Centro-Sur andino, con posibles intervalos pacífi-
cos, al margen de guerras de larga duración. Los asaltos armados habrían asolado
sectores más “insulares” o más desprotegidos. En esta dirección la tesis planteada en
torno a eventos bélicos de corta duración, casi estacionales, resulta coherente con la
súbita y recurrente apropiación de cosechas y ganado durante tiempos de sequía. De
ser así, las elites congregarían a sus subordinados durante temporadas de servicios
defensivos inesperados que, a juzgar por la alta frecuencia de los pukaras, se trataría
de eventos reiterados que habrían sido practicados por cualquiera de las elites de
la comarca. Por lo mismo, suponemos que se trataría de una estrategia de super-
vivencia en un período en que efectivamente se desarrollaron intervalos áridos en
todo el Centro-Sur andino. En consecuencia, más que tiempos de guerra sensu latu, se
podría tratar de estrategias compartidas para la apropiación de bienes y productos
complementarios que se transformaron en decisivos por los tiempos de carencias. En
este sentido se habría popularizado entre los asentamientos con pukaras defensivos,
un patrón de operaciones excepcionales: el botín de guerra, organizado por grupos
esta vez especializados en entradas armadas de ida y vuelta acontecidas en un corto
tiempo. Contraviniendo esta tesis, Arkush propone en base a sus fechados radiocar-
bónicos obtenidos en algunas de las principales pukaras, que ella ha estudiado, que
estas resultarían más bien tardías dentro del período Altiplano y que no serían más
que edificaciones levantadas y ocupadas como parte de la defensa contra la agresión
Inca que comenzaba a expandirse desde el Cusco. Si bien, esta tesis cambia el panora-
ma clásico basado, sobre todo en las fuentes etnohistóricas arriba esbozado, también
es algo que deberá seguir siendo sustentado con una mayor cantidad de líneas de
evidencia empírica en diferentes áreas de la cuenca del Titicaca. Sin embargo, toda
esta discusión acerca de la naturaleza política y económica de las sociedad Colla y sus
16 / Prólogo

vecinos nos conducirá, sin lugar a dudas, a explicar a las sociedades inmediatamente
preincas del altiplano y sus sitios relacionados, de una manera más dinámica, arqueo-
lógicamente hablando, que lo que habíamos hecho previamente.
Nancy Román y Silvia Román describen los patrones funerarios de los períodos
Altiplano e Inca, localizados en el valle Ollachea (Carabaya, Puno), exponiendo la
arquitectura de chullpas y estructuras bajo abrigos rocosos. Se trata de una de las
manifestaciones mortuorias más representativas de las elites de las tierras altas. Un
aspecto importante es su asociación a las rutas conducentes a los recursos de oro,
sugiriéndose que efectivamente el poder agropastoralista había alcanzado durante la
ocupación inca el acceso a esta riqueza local, incorporándola a la tributación estatal,
tal como ocurriera en todo el Centro-Sur andino. Habría una neta orientación por
incrementar la explotación de metales preciosos, no sólo en la región de Puno, sino
en todas las regiones anexadas al estado.
Es muy pertinente la sistematización y la síntesis sobre la ocupación inca expues-
ta por Charles Stanish, donde de nuevo se advierte la importancia que adquirió el
control de los recursos minero-metalúrgicos (plata y oro), hecho que persistió prin-
cipalmente con el recurso argentífero tanto en Porco como en Tarapacá durante el
régimen colonial. Para este efecto, se estableció una serie de accesos viales, obras de
infraestructura y capacidad de transporte para habilitar espacios carentes de toda
clase de recursos. Ciertamente, se trata de una política de Estado destinada a revisi-
tar las minas locales, localizadas a lo largo de las regiones anexadas y de privilegiar
la conquista de distritos con recursos de esta naturaleza. En consecuencia, se llevó
a cabo la construcción de una amplia red de centros administrativos, con plantas
reticuladas que se distribuyeron hasta las tierras intermedias y bajas, incluyendo los
valles occidentales, algunos tan alejados como el de Tarapacá, reutilizando las rutas
caravaneras antecesoras. Esto es, estableciendo un control de espacios segmentados
sujetos a ser infiltrados políticamente, tal como se propusiera para los tiempos de
contacto con los así llamados archipiélagos, localizados al occidente de las tierras
altas. Es el caso de la colonización Colla, ubicada en Moquegua.
Este capítulo refleja claramente la importancia de las alianzas políticas que corren
paralelas a la militarización de los conflictos en términos de oprimir con reocupacio-
nes coercitivas a los asentamientos locales. De tal modo que la subordinación de las
elites locales implicaba, a su vez, el acceso a enclaves así llamados estratégicos, en
donde se disponían de recursos mineros metalúrgicos que fueron los más atractivos
hacia el sur del Estado inca.
Con estos datos se entiende la recuperación de los códigos visuales que la ideolo-
gía inca utilizó para ejercer un dominio religioso y económico a la vez. Por lo mismo,
si aceptamos que es sugerente la mirada “de abajo hacia arriba”, seguramente que
sabremos mucho más sobre cómo la ritualidad preinca fue absorbida por el orde-
namiento estatal y, por otro lado, cómo se organizó la sociedad subalterna frente al
pauteo inca para la intensificación de la producción excedentaria en aquellos bienes
que eran los más exigidos por el Estado. Tal vez por eso, una arqueología menos mo-
numental y que dé cuenta del rol de los de “abajo”, frente a la producción de bienes
17 / Lautaro Núñez

priorizados por la administración inca, podría ser realizada desde depósitos no se-
lectivos y en pisos residenciales del común. ¿Cuál era efectivamente la cadena ope-
rativa que funcionaba hasta culminar con la entrega de los tributos? Es importante
la apreciación del autor precisamente frente a los bienes tributados durante la tasa
toledana que proviene de 27 ciudades alteñas. Estamos en presencia de productos que
obviamente fueron excedentarios inmediatamente antes de los incas y que posterior-
mente se incorporaron al régimen periódico de la tributación: oro, textiles, chuño,
maíz, pescados, animales y sal. Sería fascinante contrastar estos aportes con registros
arqueológicos domésticos que pudieran aclarar mejor cuál era el rol productivo de
los desposeídos durante el régimen inca.
Finalmente, Segisfredo López examina la red vial inca en la región de Puno, vin-
culándola con el proyecto internacional Qhapaq Ñan, al interior de un detenido aná-
lisis interdisciplinario que actualmente integra a los gobiernos de los países andinos
en pos de su nominación por UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Mientras más pasa el tiempo, cada vez es más evidente que la vialidad inca, tanto
longitudinal como transversal, no fue sino la culminación de complejas redes pre-
existentes en un ir y venir entre las tierras altas, valles, selva y costa. También puede
considerarse que este tráfico de caravanas giratorias, ya vigentes durante el Forma-
tivo, explica el hecho de que el desarrollo del Centro-Sur andino estuvo íntimamente
ligado a la capacidad de organizar desplazamientos caravánicos tras la obtención de
recursos como un hecho distintivo. Por lo mismo, aquí uno advierte un largo proceso
de interacción que culmina con las redes incas, en un sentido transversal, aun pocas
conocidas y alejadas del camino principal longitudinal, que incluyeron estructuras
rituales observadas junto al tráfico de larga distancia.
El control del tráfico de los espacios internodales está claramente definido desde
el Formativo, asociado a un sinnúmero de rasgos: estructuras, abrigos, arte rupestre,
oquedades con ofrendas, arquitectura perimetral compuesta, entre otros, de tal modo
que otra vez es necesario recalcar que debemos hacer un gran esfuerzo para entender
cómo respondían o se integraban las agrupaciones subalternas al movimiento inter-
asentamientos. Junto a ello, saber más sobre cuáles eran los productos domésticos
y ritualísticos que se movilizaban, de tal modo que la reconstitución arqueológica
pudiera aludir al rol de los caravaneros desde sus propios atributos.
Para los lectores que les importe conocer las transferencias arcaicas a la con-
formación de las sociedades formativas alteñas, sólo comparables con los cambios
neolíticos, por usar un término sobrepasado, pero de rápida visibilidad comparativa,
esta obra da cuenta de un conjunto de condiciones favorables recurrentes en el ám-
bito Circuntitikaka para explicar la emergencia de complejidad, monumentalidad y
una vía agropastoralista de desarrollo. No cabe duda que los recursos locales fueron
óptimos para que ya desde los eventos de caza-recolección-domesticación y horti-
cultura arcaica se consolidaran en las tierras altas sociedades complejas desde una
base pecuaria insustituible que solamente allí podía reproducirse. Al tanto que las
prácticas agrícolas de altura lograban por vías no convencionales un clímax pobla-
cional sustentado en la combinación exitosa del trabajo agropecuario. Visto así, este
régimen transicional, en el ámbito de las tierras altas, ha permitido en este libro re-
18 / Prólogo

velar una data notable desde obras monumentales, pero que a su vez abre paso a
aquellos otros sitios de la no elite, en términos de balancear el protagonismo de todos
sus estamentos sociales. La trascendencia es obvia: apostaríamos a que los cambios
Arcaicos-Formativos tempranos generaron complejidad en diversos enclaves de las
tierras altas y sus entornos inmediatos, desde el territorio Circuntitikaka hasta la Cir-
cunpuna salada de Atacama, con distintos focos civilizatorios independientes entre
sí, en tiempo en que las ideas progresistas circularon con tanta rapidez que ningún
alteño asociado a recursos suficientes quedó exento del proceso, salvo aquellos caza-
dores-recolectores lacustres que no recuerdan que la desigualdad estaba implícita en
los tiempos de cambios.
Durante el Formativo avanzado y los períodos posteriores las sociedades alteñas
crearán un potencial agropecuario con suficiente riqueza identitaria que, a pesar de
su segmentación post Tiwanaku, mantuvo su estilo altiplánico con independencia de
los procesos socioculturales aledaños. Nos habría interesado incorporar a este volu-
men los aportes circunlacustres de los asentamientos y del ceremonialismo del For-
mativo Temprano de Chiripa, con las recientes investigaciones de las escuelas nor-
teamericana y boliviana, para darle un sentido más multidireccional a la emergencia
de Tiwanaku. Sin embargo, esto excedería en mucho los objetivos de los editores.
En suma, bienvenidos a un libro que integra a recientes investigaciones de colegas
peruanos y norteamericanos, en donde algunos problemas de los asentamientos en
torno al Titikaka se exponen con planteamientos irrefutables y motivantes, con in-
terpretaciones coherentes que lo hace indispensable para todos los estudiosos del
“mundo” prehispánico de altura.
Lautaro Núñez A.
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y
Museo de la Universidad Católica del Norte
San Pedro de Atacama, Chile
1
Una introducción a la arqueología
en la cuenca del Titicaca
Henry Tantaleán y Luis Flores

Cerca a los 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en medio de los Andes y
entre dos de los principales países con la mayor cantidad de personas indígenas de
Sudamérica, quechuas y aymaras, se encuentra incrustado el lago Titicaca. Esta enor-
me masa azul de agua dulce es el espejo que refleja un cielo limpio y profundo que
marea al espectador recién llegado a visitar este lugar de peregrinación desde hace
miles de años atrás. El aire enrarecido que llena los pulmones del visitante se mezcla
con los olores de la tierra húmeda y la naturaleza en estado puro junto con los olores
de las comidas y bebidas de sus pobladores. Los colores de la cerámica, los textiles, las
casas y los ahora también automóviles, combis y tricitaxis existentes en sus ciudades,
decoran el panorama. Además, las típicas danzas, sus fiestas, su pujante comercio y
turismo, así como la sobrevivencia de un halo mítico del lenguaje de los comuneros
quechuas y aymaras, que en conjunto le dan un movimiento brillante a toda esta es-
cena contemporánea.
Los que escribimos este libro, y en especial los editores, hemos quedado cautivos
de estos y otros elementos que integran la escena altiplánica. Más aun nos hemos
atrevido a investigar sobre la raíces de los pueblos que habitaron ese mismo escena-
rio enfrentándose exitosamente, como hacen ahora su pobladores, a seguir viviendo
en esas condiciones de altura, frío, calor y aridez. Los editores nos sentimos afortu-
nados de formar parte de una última generación de arqueólogos que han ofrecido
su tiempo y mentes para comenzar a explicar cómo se inició y desarrolló ese largo
camino que llevó a sus habitantes a formar parte de este paisaje social.
Este libro nace como un proyecto que ha sido pensado independientemente por
cada uno de nosotros y que también encuentra en los otros investigadores un afortu-
nado eco que no tiene más que como objetivo poner a disposición de los castellano-
hablantes una serie de estudios y explicaciones arqueológicas acerca de las socieda-
des prehispánicas de la cuenca del Titicaca. Si bien el espectro de este libro se enfoca
en la zona peruana y deja un poco de lado la parte boliviana también vemos que su
alcance sobrepasa esa frontera actual pues esta no es más bien una falsificación de la
20 / Una introducción a la Arqueología de la Cuenca del Titicaca

realidad: no es ni ha sido una frontera inmutable ni infranqueable en la vida de los


pueblos del Titicaca.
Así, en este libro presentamos una serie de capítulos que cubren los tiempos desde
la llegada de los primeros humanos hasta los finales de la ocupación Inca. Creemos
que esta prehistoria aquí presentada será de gran ayuda para estudiantes, profeso-
res e investigadores al ofrecer elementos de análisis producidos científicamente para
generar un dialogo y discusión sobre cómo se está construyendo la historia de esta
región, muchas veces marginada de los procesos históricos del Perú. De hecho, que
este libro se publique en una editorial independiente hace patente que este proyec-
to es más bien autónomo y espontáneo que uno oficial y subvencionado por alguna
institución pública. Este es un proyecto editorial que fue pensado y llevado a la rea-
lidad a través de esfuerzos colectivos y propios básicamente con la esperanza de que
nuestros conocimientos sean socializados y se encuentren a disposición de todos los
interesados en recuperar la historia de su tierra, que también es la nuestra por adop-
ción y hasta por terquedad.
En este libro hemos reunido a arqueólogos peruanos y extranjeros, básicamente
norteamericanos, salvo un francés. Esto dice mucho de la situación de la arqueolo-
gía en el Perú, y en especial de la zona del Titicaca, en la cual gracias a que nuestros
colegas del norte se han interesado en trabajar en esta área es que recientemente
tenemos una prehistoria que contar. Desde las épocas de los primeros viajes de Cieza
de León por la zona en el siglo XVI hasta llegar al siglo XIX con Charles Wienner y
Ephraim Squier, generaciones de investigadores extranjeros nacidos o procedentes
de los EEUU como Adolph Bandelier, Marion Tschopik, Alfred Kidder, John Rowe,
John Hyslop, Catherine Julien, Clark Erickson hasta las generaciones más actuales en
las que tenemos a Charles Stanish y Mark Aldenderfer, así como toda la legión de sus
asociados y alumnos que siguen motivados en investigar en los Andes Centro-Sur,
nuestros colegas norteamericanos han prestado su tiempo y recursos para tratar de
entender dicho tema.
Por su parte, los investigadores peruanos desde el mismo Luis Valcárcel quien
descubrió científicamente a la cultura Pukara, pasando por Julio C. Tello quien per-
maneció en Pukara algunos días, Emilio Vásquez quien entregó una serie de traba-
jos monográficos sobre importantes sitios arqueológicos de Puno, José María Franco
Inojosa quien acompañó a Kidder a hacer las primeras excavaciones en Pukara e hizo
algunos reconocimientos en el área, Manuel Chávez Ballón quien descubrió la cultura
Qaluyu y su hijo Sergio quien ha desarrollado una extensa investigación en la zona
en primer lugar acompañado por su esposa Karen Mohr, Luis Guillermo Lumbreras
quien presentó una perspectiva panorámica e incluso excavó en Pukara, Elías Muji-
ca quien prosiguió ese trabajo, Arturo Ruiz Estrada quien descubrió el famoso “Oro
de Sillustani” durante sus excavaciones en ese maravilloso sitio funerario, Rolando
Paredes quien alentó y participó en diferentes investigaciones antes señaladas, Juan
Palao Berastain estudioso de la cultura local, Cecilia Chávez y Edmundo De la Vega
quienes han trabajado extensamente en la zona hasta nosotros mismos, que hemos
tratado de, también, elevar nuestra voz sobre la explicación de estas sociedades.
21 / Henry Tantaleán y Luis Flores

Así pues, este libro no es más que un intento de que todas las voces sean escucha-
das y registradas y, a la vez, generar una amplia conversación con el único objetivo de
presentar una historia con la mayor cantidad de propuestas posibles. Obviamente, en
esta publicación, como muchas veces pasa, no están todas las voces pero esperamos
que esto no sea más que el inicio de publicaciones que actualizarán y alimentarán
este debate a lo largo del tiempo.
En ese sentido, hemos respetado las cronologías y fechas utilizadas por cada au-
tor. Creemos que, como muchos otros investigadores han planteado (Burger et al.
2000), las periodificaciones de los Andes Centrales carecen de correlación con la de
esta zona. Por lo tanto, esperamos que los lectores resigan el trabajo de cada autor y
que, al final, más que proponer una nueva cronología o periodificación (que hay que
verla tan solo como una heurística) nos atengamos más a las fechas radiocarbónicas,
cuando las haya, y a los limites propuestos por los autores para la existencia de cada
una de las sociedades explicadas aquí. Claramente, este es un tema no solo teórico
sino, sobre todo, metodológico en el cual todavía hay mucho que trabajar. Por tanto,
en esta introducción no planteamos ningún esquema rígido de cronología que pueda
atentar contra la construcción, que creemos todavía debe ser flexible, de un panora-
ma que está por definir en muchos de los casos que veremos al interior de este libro.
Por lo anterior, en este libro el lector podrá tener la oportunidad de apreciar la “per-
sonalidad” de cada autor en el momento de explicar mediante conceptos, categorías,
enunciados y lógicas su forma de ver la arqueología que está estudiando. Asimismo,
le hemos pedido a nuestro querido colega Lautaro Núñez que nos ofrezca una visión
desde fuera de la cuenca del Titicaca lo cual, seguro, enriquecerá nuestra perspectiva
muchas veces preocupada en nuestro detalle específico o nuestras versiones de la
realidad, una perspectiva muchas veces dificultada por diferentes accidentes y obstá-
culos que están en nuestro campo de visión.
Así, el libro comienza con el capítulo de Mark Aldenderfer, un loable esfuerzo de
síntesis sobre el período Arcaico en la cuenca del Titicaca, pero además nos traza las
líneas metodológicas que deberían seguir todo investigador interesado en dicho pe-
ríodo. Asimismo, nos entrega excelente material producto de su larga estancia en el
área altiplánica con respecto a los primeros asentamientos humanos reconocidos en
la cuenca del río Ilave.
Más adelante el extenso texto de Nathan Craig quien acompañado en diferentes
momentos a Aldenderfer en su preocupación por los primeros asentamientos huma-
nos permite tener una visión amplia sobre los diversos aspectos materiales y antro-
pológicos que nos sirven para entender los procesos de población, domesticación, se-
dentarización y complejidad social acaecidos durante el denominado período Arcaico
y su paso hacia el Formativo; siendo la mayor parte de estos datos provenientes de
contextos domésticos y de reconocimientos regionales sistemáticos.
Posteriormente, el texto de Abigail Levine, Cecilia Chávez, Amanda Cohen, Aimée
Plourde y Charles Stanish nos entregan una importante propuesta arqueológica so-
bre el proceso que permitió que las sociedades se complejicen a partir de la época
que ellos denominan Formativa, en los cuales encontramos a las sociedades definidas
22 / Una introducción a la Arqueología de la Cuenca del Titicaca

como Qaluyu, Pukara y últimamente sobre su trabajo de campo, lo asociado con Tara-
co. En este trabajo los autores sostienen la importancia que tuvieron los espacios ce-
remoniales como los patios hundidos que llegó a consolidarse en el complejo llamado
Kalasasaya, para ellos un claro reflejo de la complejización social y del desarrollo de
liderazgos políticos y económicos.
Por su parte, Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, Alex Gonzales y Carlos Zapata en
base a su trabajo de campo en el valle del río Quilcamayo-Tintiri en el provincia de
Azángaro, logran caracterizar la materialidad social, como el patrón de asentamien-
to, la litoescultura, la cerámica, la producción de artefactos líticos, entre otros, que
permite distinguir lo que los arqueólogos llamamos Qaluyu y Pukara, avanzando una
perspectiva crítica acerca de cómo se han construido estas culturas arqueológicas y
ofreciéndonos datos que pueden ayudar a entender de forma más detallada los fenó-
menos relacionados con estas tempranas asentamientos agrícolas y pastoriles.
Acompañando la temática Pukara están los textos de Liz Klarich y Francois Cuy-
net. En el primer caso, Klarich hace una interesante síntesis sobre lo avanzando en el
conocimiento de Pukara, logrando mostrar, que si bien los festines son importantes
en estos primeros centros de poder, las estrategias que se usaron variaron en el tiem-
po, de uno inclusivo a otro exclusivo,
Para el caso del artículo de Cuynet, como el bien señala, existen pocos trabajos
sobre litoescultura. Si bien, no podemos dejar de mencionar aquí los trabajos de Ka-
ren Mohr y Sergio Chávez sobre el tema, el aporte de Cuynet, en este sentido, es su
estudio enfocado en una producción social relacionada con el estilo denominado y
conocido por los investigadores como Pukara.
Luego el texto de Luis Flores, Nathan Craig y Mark Aldenderfer nos introduce en
el tema de las primeras sociedades agrícolas y las técnicas que desarrollaron, como
las qochas, para hacer frente al clima en el norte del altiplano. Su trabajo está basado
en datos previos como los ofrecidos por Jorge Flores Ochoa y Percy Paz, a los cuales le
han contrapuesto sus estudios propios de prospección y excavaciones restringidas en
las qochas y sitios asociados, mostrándonos un panorama mucho más preciso acerca
de la geomorfología, arqueología y antropología relacionada con las estrategias agrí-
colas tempranas en la cuenca del río Pucará y que se puede ampliar con otras zonas
altiplánicas.
Por su parte Randall Haas y Jacopo Tagliabue nos presentan un sofisticado estudio
en el cual luego de conformar variables, extraen retroyecciones sobre el poblamiento
de la zona altiplánica, tomando en cuenta los datos arqueológicos que tenemos so-
bre Pukara y Tiwanaku. Gracias a la modelización de dicho poblamiento demográfico
ellos están en capacidad de explicar matemática y estadísticamente que la ocupación
y concentración de habitantes en ambos sitios centrales está justificada por una “ra-
cionalidad” de las agencias sociales.
Con respecto al fenómeno Tiwanaku que casi siempre se había restringido en las
publicaciones a la parte boliviana, salvo los extraordinarios ejemplos del valle de Mo-
quegua, Carol Schultze nos presenta los novedosos datos con respecto a la metalurgia
23 / Henry Tantaleán y Luis Flores

en los sitios Tiwanaku de la Bahía de Puno. Si bien desde la década del 80 ya conocía-
mos sobre esta ocupación básicamente a través de las investigaciones en la isla Esté-
vez de Mario Núñez y Rolando Paredes, la importancia del trabajo de Schultze recae
en que se comienza a generar un conocimiento profundo con respecto a la produc-
ción de los objetos con mayor importancia y hasta de “valor” dentro de la sociedad
Tiwanaku, los metales.
Desde hace unos años y a partir de su tesis doctoral, Elizabeth Arkush nos ha
planteado un escenario diferente al clásico que teníamos para la aparición de las for-
talezas de altura o pukaras. Para ella, basada en sus dataciones radiocarbónicas, la
construcción de las pukaras sería un fenómeno tardío dentro del Intermedio Tardío
vinculado con la sociedad denominada Colla y sería específicamente una respuesta
social de estos grupos sociales a las invasiones cuzqueñas que vinieron del noroeste.
Por su parte, Nancy Román y Silvia Román, nos presentan algunos datos obteni-
dos durante un trabajo de evaluación arqueológica, lo cual también hace evidente en
este libro como, desde hace una década atrás, la arqueología de la zona ya no sola-
mente está hecha por investigadores académicos sino que el desarrollo de la indus-
tria y construcción de infraestructura ha generado abundantes datos arqueológicos
que valen la pena también incluir dentro de las investigaciones tradicionales. En este
caso, son interesantes los datos que nos proporcionan con relación a la zona de Olla-
chea, un área vinculada a la ceja de selva puneña pocas veces estudiada, sobre todo,
con relación a los sitios del Intermedio Tardío e Inca.
En ese mismo sentido, el importante texto de Charles Stanish es una síntesis exce-
lente para entender la dinámica de la ocupación inca en la zona de la cuenca del Titi-
caca. Como sabemos, este autor ha sido, de lejos, uno de los principales estudiosos de
esta época y otras más tempranas cuyos aportes a la construcción de la arqueología
de la zona deben ser tomados en cuenta para su comprensión y su comparación con
otros fenómenos sociales precapitalistas alrededor del mundo.
Complementando la visión ofrecida por Stanish, en este libro hemos incluido el
trabajo del arqueólogo peruano Segisfredo López con respecto a un proyecto origina-
do en el Perú pero con características internacionales conocido como Qapaq Ñan, el
cual se ha dedicado en los últimos años a registrar los diferentes tramos que integran
este sistema vial de época Incaica. Sus datos nos ayudan a comprender la forma en
la cual muchos de los sitios Incas, también revisados por Stanish en su texto, tenían
un flujo y movimiento constante de personas y bienes durante la ocupación Inca de
esta área.
Para finalizar, tenemos el texto de Lumbreras quien ha trabajado intensamente
en el área y que, desde su visión panorámica de la arqueológica peruana, nos aporta
importantes alcances sobre la situación de la arqueología de la cuenca del Titicaca y
más allá, y las perspectivas y temas que valdrán la pena tomar en cuenta en la inves-
tigación del futuro.
Sin duda, a pesar del gran avance en la arqueología de la cuenca del Titicaca, que
en parte se reflejan en este libro, así como en otras publicaciones (Stanish 2003; Sta-
24 / Una introducción a la Arqueología de la Cuenca del Titicaca

nish, Cohen, Aldenderfer 2005), existen aún varios problemas de investigación que
requieren ser profundizados con datos de mayor detalle o incluso que no han sido
tomados en cuenta.
Tal vez uno de ellos es nuestro mínimo interés por investigar la sierra oriental
y Amazonía, que para el caso del Perú, se ubican en los departamentos de Sandia y
Carabaya. Dichas áreas exploradas de forma exigua seguramente nos ofrecerán nue-
vos datos sobre los cuales cambiarán nuestros puntos de vista con respecto a varios
temas, desde el poblamiento americano, pasando por el origen de la complejidad y
hasta entender las estrategias incas de dominación.
En general, nos faltan mayores datos para entender el poblamiento de la cuenca
del Titicaca. Gracias a los trabajos de Aldenderfer y otros colegas hemos dado un gran
paso en tener información regional de valles como Ilave, Ramis, Huancané; pero a
excepción del sitios Jiskairumoko, faltan más excavaciones sistemáticas, sobre todo
en los sitios más tempranos. Este mismo problema repercute en nuestra falta de co-
nocimiento del proceso de domesticación animal y vegetal.
También nos falta entender mejor el proceso de complejidad social más allá des-
de sus fases de preludio de poder hasta el momento que se logró un liderazgo per-
manente. Para ello, al igual que en el caso anterior, nos falta investigar más que un
par de sitios como ahora lo hacemos, conocer más allá de Pukara, Qaluyu y Taraco,
entendiendo todo el sistema de apropiación territorial. Por ello, el trabajo de Tanta-
leán y sus colegas en Azángaro es fundamental para entender un territorio contiguo
al supuesto centro. Pero también, se requiere conocer a los sitios por dentro. Por
ejemplo, se requieren excavaciones amplias en Pukara y otros sitios importantes para
entender la organización del sitio, sus áreas de actividad y el ritmo de crecimiento del
asentamiento. Complementario a ello, es necesario un mayor interés en los asenta-
mientos domésticos o “rurales” los cuales pueden ofrecernos una perspectiva “desde
abajo”, en esa llamada “Household archaeology” que todavía necesitamos desarrollar
en la zona. Claramente, las condiciones del altiplano para la investigación no son
las más óptimas pero creemos que novedosas estrategias ayudarán a superar estas
condicionantes actuales. Un claro ejemplo en esa dirección son los trabajos aquí pre-
sentados de Aldenderfer y Craig.
Como todo proceso, con respecto al surgimiento de la sociedad compleja más tem-
prana, como es la conocida Pukara, también hay que entender las razones de su co-
lapso y su paso hacia la siguiente etapa con Tiwanaku, y qué rol tuvo esta sociedad
sobre los diferentes territorios del lado peruano de la cuenca del Titicaca. Como Sta-
nish y sus asociados han planteado, después del siglo IV de nuestra era en la cuenca
norte del Titicaca existiría una gran sequía y que le ha otorgado nombre a su “Cultura
Huaña”. Sin embargo, todavía falta mucho más trabajo para poder describir y definir
arqueológica y antropológicamente este tiempo que desde la década de los 70 del
siglo pasado era considerado como un hiato o “silencio arqueológico” en el proceso
histórico altiplánico hasta la evidente construcción de la fortalezas de altura o “puka-
ras” de las sociedad etnohistóricamente conocidas como collas y lupakas.
25 / Henry Tantaleán y Luis Flores

Para los tiempos tardíos, a pesar de los esfuerzos que viene realizando Arkush,
falta mayores trabajos tanto para los períodos Altiplano e Inca. En ese sentido, su
extenso trabajo debe ser imitado y complementado por proyectos que recorran los
valles y pampas buscando sitios de fondo y ladera de valles. Justamente, varios pro-
yectos, entre ellos el PIARA, dirigido por Tantaleán han reconocido que a la par de la
existencia de sitios de cumbre, muchos sitios domésticos y funerarios complementan
el paisaje social de la época inmediatamente Inca e Inca.
Finalmente, la ocupación Inca del altiplano es algo que, como en mucha partes de los
Andes, ha estado indisolublemente marcado por las fuentes etnohistóricas desde casi
el inicio de la arqueología en esta zona. Sin embargo, es menester comenzar a generar
explicaciones cada vez más artefactuales o arqueológicas que puedan hacernos vislum-
brar las diferencias materiales que en la actualidad están condicionadas por las visiones
étnicas, donde los grupos sociales están más integrados que lo que parece ser en la
realidad arqueológica. Finalmente, la arqueología histórica o de contacto es un campo
relativamente joven en la arqueología peruana y el lago Titicaca no es una excepción.
Comprender cómo se dio el proceso de llegada, reconocimiento, impacto y convivencia
y hasta de exterminio es un tema por desarrollar en la agenda de la arqueología del
altiplánico, De esta manera, podremos superar las marcas o limites disciplinarios y ar-
tificiales entre prehistoria e historia, pues mas allá de estas divisiones académicas y del
“objeto de conocimiento”, debemos recordar que, al fin y al cabo, estas son fronteras
autoimpuesta por los investigadores y que lo más importante es la gente, que tomando
las riendas de la historia pudo generar un modo de vida aun por conocer.
Creemos que este libro es un aporte en ese sentido, logar reunir en un solo artefac-
to de conocimiento muchas voces que originalmente piensan y hablar en diferentes
idiomas y que tienen de diferentes perspectivas de ver el mundo. Los últimos tiempos
que nos han sometido a una nueva forma de ver las relaciones sociales, las políticas
económicas se han filtrado en nuestras relaciones personales. De esta manera, ar-
queólogos de diferentes partes del mundo se han dado cita alrededor del lago, para
trabajar juntos y hacer de su investigación un espacio de vida compartidos con los
que ya no solamente son sus objetos de estudio, sino ahora compañeros en el viaje de
(auto)descubrimiento de nuestra humanidad.

Agradecimientos
Los editores queremos agradecer a todos los que han hecho posible objetiva y sub-
jetivamente este libro. En primer lugar a Charles Stanish y Nathan Craig quienes
aportaron económicamente para la impresión de este libro. En este mismo sentido,
queremos agradecer especialmente a la empresa INTERSUR por su profundo compro-
miso para la preservación y difusión del patrimonio cultural peruano, se hizo patente
mediante un generoso apoyo económico para con este proyecto editorial. Empresas
responsables socialmente como INTERSUR son las que necesitamos para seguir inves-
tigando y difundiendo la riqueza arqueológica de nuestro país. Asimismo, los editores
agradecemos especialmente a Juan Roel quien se encargó de hacer la diagramación y
la revisión de los textos de esta publicación.
26 / Una introducción a la Arqueología de la Cuenca del Titicaca

Henry Tantaleán: Quiero agradecer a mis compañeros del Proyecto de Investigación


Arqueológica Asiruni (PIARA): Omar Pinedo, María Ysela Leiva, Astrid Suarez, Michiel
Zegarra, Alex González, Carlos Zapata Benítes y Harry Vargas Tipo, por su apoyo en
las temporadas de investigación en el altiplano. Asimismo agradezco a Chip Stanish
por su apoyo económico y de amigo en mi lucha por seguir investigando en Puno. Asi-
mismo, a Rolando Paredes y Bertha Vargas causantes que haya terminado trabajando
en el Instituto Nacional de Cultura de Puno y quedar enganchado hasta ahora y, po-
siblemente por siempre, con el altiplano puneño. De la misma manera, mucha gente
de Puno me ha permitido conocer de primera mano la historia del altiplano puneño.
De entre ellos, quiero resaltar a Margarita Quispe y a Joel Calcina Quispe, mi familia
de Chaupisawaccasi, a orillas del río San José en Azángaro. Asimismo, agradezco a
Marillyn Holmes, alguien muy importante para mi vida y, por tanto, a ella le dedico
este y muchos otros esfuerzos. También quiero agradecer a Vicente Lull, quien desde
Cataluña me invitó a pertenecer a un grupo de estudios que trata de ir más allá de
las fronteras que imponen la economía y la política. Finalmente, agradezco a Kelita
Pérez Cubas con quien encuentro una sonrisa escondida en cada rincón de mi camino
por la vida.
Luis Flores: Quedo agradecido con cada uno de los integrantes del Programa Collasuyo
en Puno, en especial con Mark Aldenderfer, Nathan Craig y Elizabeth Klarich quienes
me permitieron entrar a esa casa milenaria llamada Puno. También agradezco a Char-
les Stanish por todo el apoyo a esta publicación, y a Cecilia Chávez por su tan agudo
análisis de la cerámica. En este camino, a más de 3.800 metros, muchas veces con el
corazón en la mano y la otra en un GPS, me ha servido para encontrarme con cole-
gas que han enriquecido mi conocimiento del altiplano. Por ello, mi agradecimiento
con gran parte de los autores de este libro, en especial a Henry Tantaleán, Elizabeth
Arkush, Abigail Levine, Aimée Plourde, François Cuynet, Edmundo De la Vega y Silvia
Román. Este agradecimiento no podría terminar sin mencionar a todas las personas
que con su esfuerzo, casi anónimamente, han permitido gran parte del conocimiento
de este libro, en primer lugar a los pobladores de Puno. Muchos de ellos caminaron y
excavaron conmigo, particularmente a los señores Honorato Ttacca y Albino Quispe.
Finalmente, quiero agradecer a mis padres, sobre todo a mi madre quien siempre me
apoyó, incluso sin comprender todo lo hago, del mismo modo a Yanet Chafloque. A
ambas le agradezco por soportar mis ausencias, a veces de manera silenciosa y otras
no tanto.
2
Balances y perspectivas del período
Arcaico en la región del altiplano
Mark Aldenderfer*

No obstante que en la víspera de la conquista española la cuenca del Titicaca, en el


departamento de Puno, era uno de los centros más poblados del mundo andino, se
conoce muy poco acerca del sistema social, económico y político de las comunidades
donde vivían estas gentes. Transiciones culturales de importancia, incluyendo el cul-
tivo de plantas y la domesticación de animales, el desarrollo de las clases sociales, y
el establecimiento de sistemas extensivos de intercambio, se habían sucedido mucho
antes de la fundación de Pukara, la influencia de la cultura Tiwanaku de Bolivia y el
desarrollo del estado Colla. Ciertamente, cada una de estas transiciones tuvo su raíz
en el Arcaico (o Precerámico), etapa arqueológica que menos se conoce. En este capí-
tulo, haré un repaso de los conocimientos que tenemos sobre este período e intentaré
contextualizar los datos dentro de una perspectiva antropológica más amplia. Ade-
más, determinaré las preguntas que considero de mayor importancia para estudios
intensivos futuros. A pesar de que el enfoque de este capítulo es, principalmente,
sobre el departamento de Puno, también repasaré nuestros conocimientos del Arcai-
co de Bolivia y Chile, así como también de las sierras andinas occidentales cerca de
Arequipa y Moquegua.

A pesar de una ausencia de evidencias arqueológicas recuperadas de excavaciones


en Puno, la mayoría de investigadores concluyen que la cuenca del Titicaca y la re-
gión de Puno no fueron ocupadas por humanos hasta el término de la época glacial, o
sea, no antes de 10.000 años a.p. Esta fecha es consistente con lo que se conoce de la
primera ocupación de la sierra andina en otras partes del Perú, cuyos antecedentes
no se fechan antes de 11.000 años a.p. (Aldenderfer 2003). Por lo general, el Arcaico se
divide en cuatro etapas: Arcaico Temprano (10.000–8000 a.p.), Arcaico Medio (8000–
6000 a.p.), Arcaico Tardío (6000–4000 a.p.), y Arcaico Final (4000–3400 a.p.).

* University of California Merced, School of Social Sciences, Humanities and Arts, Merced, CA,
USA, 95343. [email protected]
28 / Balance y perspectivas del período Arcaico...

A partir del final de la época glacial, aproximadamente 11.000 años a.p., se experi-
mentó un aumento en la aridez y en la temperatura dentro de la cuenca del Titicaca.
Estas características contribuyeron a cambios significativos en el lago mismo. Cerca
a 10.500 a.p., la cuenca se encontraba cubierta por el último lago glacial, Tauca, que
aparentemente fue un poco más amplio que el lago actual (Wirrman et al. 1992). Des-
pués de esta fecha, por la reducción de la precipitación regional, el nivel del lago em-
pezó a disminuir, proceso que se aceleró después de 8000 a.p. (Baker et al. 2001). Este
período de inestabilidad se caracteriza por cambios rápidos en el nivel del lago, que
tuvo una fluctuación de entre 50 a 100 m por debajo del nivel acutal. Con el aumento
de las condiciones áridas alrededor de 6500 a.p., el nivel del lago llegó a su punto más
bajo, unos 150 m menos que el nivel actual que se estableció por los 5,500 a.p. Sin em-
bargo, el nivel del lago aumentó con rapidez alrededor de 5000 a.p., y cayó de nuevo
cerca de los 4500 a.p. Las condiciones climáticas modernas se caracterizan por un
nuevo aumento del nivel del lago, ya bien establecido en el 4000 a.p.
Por lo mismo, las condiciones medioambientales en la cuenca del Titicaca durante
el período Arcaico fueron difíciles, y cualquier cazador/recolector habría enfrentado
varias dificultades, en particular, la escasez de agua fresca. Desde nuestra perspectiva
contemporánea, el lago parece ser un ambiente hospitalario para la ocupación huma-
na. Algunos investigadores, Erickson (1988) en particular, han sugerido que el lago
habría sido muy atractivo para los cazadores y recolectores arcaicos, que pueden ha-
berse orientado hacia un asentamiento y subsistencia lacustre, con altas densidades
de población. Sin embargo, la calidad del agua del lago fue inferior durante la mayor
parte del Arcaico. Por ejemplo, entre 7.000-4.000 a.p., y posiblemente aún más tiem-
po, la salinidad del lago equivalía a la tercera parte de la salinidad del agua del mar
(Cross et al. 2000, 2001), y por lo tanto, inadecuada para el consumo. Es poco probable
que los recolectores del período Arcaico hubieran utilizado los márgenes del lago an-
tes que su salinidad disminuyera. Por extensión, esto implica que las aguas interiores
–tales como las de los valles de los ríos principales, las fuentes, y los bofedales– tu-
vieron mayor importancia para la habitación durante el Arcaico que el lago mismo.
A pesar que la abundancia del agua de estos tributarios era menor, en comparación a
su abundancia moderna, sirvieron como corredores fértiles cuya vegetación hubiera
sido atractiva para los herbívoros de la zona, y a la vez, atractiva para los cazadores
y recolectores arcaicos.
Aunque investigaciones de la sociedad compleja en el altiplano se han conducido
desde hace décadas, los estudios del período Arcaico han sido pocos hasta el momen-
to. La mayoría de los estudios que han tocado el Arcaico en la cuenca, generalmente,
han sido impresionistas y se han limitado a una descripción breve de la cultura ma-
terial, careciendo de contexto antropológico o arqueológico. Palao (1989) describe
artefactos arcaicos cerca de Chucuito; Arellano y Kuljis (1986) describen materiales
precerámicos de la cuenca del río Maure en Bolivia, al suroeste de Desaguadero; y por
supuesto, Patterson y Heizer (1965) han reportado sus análisis de materiales líticos
de Viscachani, al este de La Paz. Otros informes breves incluyen las descripciones de
materiales del Arcaico y Formativo del abrigo Ichuña al oeste de Puno en la sierra
moqueguana por Menghin y Schroeder (1957), y la descripción de Quellkata por Piu
29 / M ark A ldenderfer

Salazar (1977), y de los artefactos superficiales de Tumuku por Palacios Ríos (1984),
los cuales se encuentran cerca a Qillqatani, un abrigo grande con un complejo impor-
tante de arte rupestre en la cuenca del río Chila al extremo sur del departamento de
Puno (Figura 1).
A finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990, con la documentación del
arte de Qillqatani (Aldenderfer 1987), un reconocimiento sistemático de su vecindad
(Kuznar 1989), y una excavación sistemática del abrigo (Aldenderfer 1999), cambió
la situación. Estas investigaciones resultaron en el descubrimiento de una larga se-
cuencia de ocupación del sitio, que va desde el Arcaico hasta el tiempo moderno, y la
identificación de varios sitios arcaicos en su vecindad. Las excavaciones también pro-
porcionaron las fechas de radiocarbono más tempranas del departamento de Puno,
7.250 a.p., que encaja dentro del Arcaico Medio.
A partir de entonces, el avance de nuestros conocimientos y el interés en in-
vestigaciones sobre el Arcaico aumentó de manera significativa. Entre 1994–95
Aldenderfer inició el primer reconocimiento diseñado para la determinación de
sitios arcaicos en la cuenca del río Ilave, resultando en la identificación de más de
200 sitios y componentes arcaicos (Aldenderfer y Klink 1996; Craig 2005, Klink y
Aldenderfer 1996). Un segundo reconocimiento siguió en 1997 en la cuenca del río

Figura 1. Croquis de sitios arcaicos en el departamento de Puno y en sus alrededores.


1) Ichuña; 2) Viscachani; 3) Río Maure; 4) Quellkata, Tumuku, Qillqatani; 5) Jiskairumoko, Kaillachuro,
Pirco; 6) Camata; 7) Ch’uxqulla.
30 / Balance y perspectivas del período Arcaico...

Huenque (Klink 2005), identificando 151 sitios y componentes arcaicos. Debemos


tomar en cuenta que estos proyectos no fueron los únicos reconocimientos hechos
en la zona, sin embargo, fueron los únicos que descubrieron sitios del Arcaico. Los
reconocimientos de la región Juli-Pomata al sur del lago (Stanish et al. 1997) y de
Chucuito (Frye y De la Vega 2005), ambos enfocados sobre la ribera moderna y los
márgenes inmediatos del lago, no ubicaron sitios arcaicos. Esta ausencia de sitios
tempranos a lo largo de la ribera del lago se discute más adelante. Otros proyectos,
como el de Erickson (1988) al norte de la cuenca tampoco descubrieron sitios ar-
caicos, aunque esto no impidió su especulación sobre la presencia de cazadores y
recolectores a lo largo de la margen lacustre.
Últimamente algunos proyectos, especialmente en la parte norteña de la cuenca,
han empezado a descubrir sitios arcaicos, en particular, en las cuencas de los ríos Ra-
mis, Huancané-Putina, y Azángaro (Stanish y Plourde 2000). Cipolla (2005) informa el
descubrimiento de noventa sitios arcaicos en la cuenca Huancané-Putina. Es de interés
mencionar que la mayoría estan alejados de la ribera del lago, en la parte interior, un
detalle que también se observó en el reconocimiento del río Ilave. Por contraste, en su
prospección de la península de Taraco al sur del lago, Bandy (2001) no ubicó ningún
sitio arcaico. Estas diferencias en el asentamiento del área son muy notables, pero hasta
el momento, inexplicables.
Fuera de la excavación de Qillqatani, solamente se han excavado de manera ex-
tensiva tres sitios en la zona de Ilave: Jiskairumoko, Kaillachuro, y Pirco. Estos fueron
ubicados en el reconocimiento de Aldenderfer y fueron excavados en 1997 y 1999–
2003 (Aldenderfer 1997, 1998a; Craig 2005; ver el capítulo 3 en este volumen). La ocu-
pación de estos sitios abarca el Arcaico Tardío y Final, y ha proporcionado nuevos
datos sobre el proceso del sedentarismo y cultivo en la cuenca. Excavaciones impor-
tantes, aunque no tan extensivas, existen para los sitios de Ch’uxuqulla en la isla del
Sol (Stanish et al. 2002) y Camata (Steadman 1995), al sur de Chucuito.
Los sitios arcaicos se reconocen principalmente por la morfología de las puntas de
proyectil. Usando los datos recuperados por excavaciones a lo largo de la zona sur-
central andina, Klink y Aldenderfer (2005) han desarrollado una tipología de puntas
de proyectil muy útil en la definición de sitios arcaicos (Figura 2). Esta tipología com-
plementa las tipologías de otros investigadores como Rick (1980) para la zona andina
central, y Santoro y Nuñez (1987) y Santoro (1989) para el norte de Chile.
La mayoría de arqueólogos que trabajan en la zona están de acuerdo en que los
primeros habitantes de la puna procedieron del litoral Pacífico, y que en el oeste
sudamericano, el movimiento nomádico fue de costa a sierra. Los sitios más tem-
pranos del continente se encuentran en la línea de costa, como Quebrada Jaguay
(Sandweiss et al. 1998) y Quebrada Tacahuay (Keefer et al. 1998), ambos con fechados
de, aproximadamente, 10.000 a.p. No existe ninguna evidencia que la penetración
humana a la puna puede haber sido a través de las sierras andinas orientales.
Los sitios más tempranos que se reconocen en la zona andina centro-sur se en-
cuentran en las sierras occidentales. Uno de los más importantes es Asana, en el
31 / M ark A ldenderfer

departamento de Moquegua, sobre uno de los tributarios del río Osmore; tiene un
fechado de 9820 a.p. (Aldenderfer 1998b). Sitios de semejante antigüedad (9500 a.p.)
se encuentran en el norte de Chile (Santoro 1989). Hasta la fecha, no se ha hecho nin-
guna excavación de sitios tan antiguos en la cuenca Titicaca. Sin embargo, algunas
puntas de proyectil recuperadas en el reconocimiento de Klink (2005) demuestran
obvias semejanzas a las puntas de la Fase Khituña (9500–8700 a.p.) de Asana, que
sugieren una ocupación más temprana de la cuenca en el Arcaico Temprano. Klink

Figura 2. Puntas de proyectil arcaicas de Puno. 1, 2, 3, 4: Arcaico Temprano; 5, 6: Arcaico


Medio; 7, 8, 9: Arcaico Tardío; 10: Arcaico Terminal.
32 / Balance y perspectivas del período Arcaico...

sugiere que estos datos señalan el proceso del descubrimiento de la puna por peque-
ños grupos de cazadores y recolectores, que viajaban siguiendo los ríos principales
de las sierras occidentales, pero manteniendo sus bases residenciales en las zonas
más bajas. Aldenderfer (1998b) propuso un modelo similar, en el que los recolecto-
res del Arcaico Temprano establecieron sus bases residenciales sobre la orilla de la
puna para explorar su interior. La densidad de la población fue muy baja y la movi-
lidad muy alta, y por la ubicación de los sitios, se puede inferir que su subsistencia
se enfocó sobre los recursos ya conocidos. La caza fue de mayor importancia, pero
como no se han excavado sitios arcaicos tempranos, no tenemos datos acerca del uso
de la vegetación silvestre. Algunos cuantos sitios fechados del Arcaico Temprano se
encuentran mas al norte, en el recorrido del río Ilave (Aldenderfer y Klink 1996),
tanto como al interior en la cuenca del Huancané-Putina (Cipolla 2005), ubicados en
situaciones muy semejantes.
Se ve un aumento dramático en la frecuencia de sitios en todas las cuencas duran-
te el Arcaico Medio. Este aumento se puede atribuir a dos factores: un incremento de
la población misma, y una migración de pobladores de otras regiones. Los datos su-
gieren que la ubicación de los sitios predomina sobre los tributarios de los ríos prin-
cipales. Las bases residenciales se ubicaron sobre las terrazas altas que daban vista a
los valles (Rigsby et al. 2003), los campamentos provisionales se ubicaron dentro de
cuevas y abrigos pequeños, y las estaciones para la caza se localizaron en lugares don-
de se tenía una buena vista panorámica (Tripcevich 2002). Esta focalización sobre los
ríos no es sorprendente, ya que el período de 6.000–4.000 a.p. es un tiempo de mucha
aridez. El nivel más bajo del lago se ha documentado en 5.500 a.p., un hecho que refle-
ja la escasez de lluvia en la región. La ausencia total de sitios del Arcaico Medio en la
margen del lago sugiere que el lago mismo no fue una zona importante para la econo-
mía. La posibilidad de que algunos sitios arcaicos del Arcaico Medio pueden estar bajo
el nivel del agua del lago moderno, no es muy probable. Por ejemplo, el sitio Arcaico
Medio más próximo a la orilla moderna del lago en la cuenca de Huancané-Putina
queda a doce kilómetros (Cipolla 2005: 59); en Ilave queda a quince kilómetros.
Aunque la población del Arcaico Medio ciertamente aumentó, todos los índi-
ces sugieren que fue un proceso relativamente lento (Craig 2005). Con la aridez del
medioambiente, la movilidad residencial debe haber sido bastante frecuente, lo que
a su vez habría reducido la abundancia de los recursos y las cantidades de tramos de
recursos en el recorrido de los ríos. La tendencia hacia sitios de tamaño más grande
durante el Arcaico Medio se explica por una redundancia residencial, no necesaria-
mente por un aumento de población. Es decir, en algunas situaciones medioambien-
tales, hubo re-ocupación frecuente y repetida, ya que los recursos importantes que-
daban cerca. A través del tiempo, esto se hubiera manifestado en sitios más grandes
con más artefactos dispersos.
La ruta de migración a esta región probablemente fue a través de los valles de las
sierras occidentales, especialmente del norte de Chile, donde Nuñez y colegas (2002)
han propuesto el concepto de un “silencio arqueológico” que caracteriza los desarro-
llos durante una gran parte del Arcaico Medio. Ellos sugieren que, por su aridez extre-
ma, se abandonó el norte de Chile pero no han definido precisamente hacia dónde se
33 / M ark A ldenderfer

dirigió la gente. Los datos de Ilave apoyan esta hipótesis, y se puede decir que cierta
población se dirigió hacia la puna.
Qillqatani nos ofrece una perspectiva de cómo puede haber sido la manera de vida
durante el Arcaico Medio. Las excavaciones demuestran que la ocupación más antigua
del sitio (fechada en 7250 a.p.) consistió de construcciones de pequeñas estructuras
junto a las paredes del abrigo, que ciertamente no pueden haber albergado más que
unas cuantas personas. Los artefactos consisten mayormente de materiales líticos,
con algunas puntas de proyectil, y no se observan instrumentos para moler. Los res-
tos de fauna contienen huesos de camélidos adultos y de cérvidos, demostrando una
preferencia por la caza de mamíferos grandes. Sin embargo, también se identificaron
muestras de Chenopodium silvestre que suplementaron la dieta. Por el tamaño tan
pequeño de las estructuras y el inventario tan limitado de artefactos, se infiere que
grupos de algunos pocos cazadores utilizaron el sitio, o también, que familias peque-
ñas pueden haberse estacionado allí brevemente. De cualquier manera, este patrón
de uso se ve a través del período Arcaico Medio, con pocos cambios.
Cambios mayores ocurren en el asentamiento, la economía, y el sistema social
entre 6000–3400 a.p. en la cuenca del Titicaca. Se acelera el paso del cambio cultural,
y entre los cambios más importantes se ve el uso probable del Chenopodium (quinua),
posiblemente cultivado, la introducción de la domesticación del camélido, y el inicio
de una vida sedentaria dentro de aldeas pequeñas. Aunque se había visto un sistema
de intercambio con áreas lejanas durante todo el Arcaico, el comercio de obsidiana
de Chivay, en particular, aumenta de manera significativa, y se ven por primera vez
materias exóticas como el oro. Estos cambios representan la fundación de la sociedad
compleja que se desarrolla en el período Formativo (Aldenderfer 2002, 2004).
El patrón de asentamiento y la economía inferida del Arcaico Tardío es parecido
al Arcaico Medio. Sin embargo, el número de sitios con componentes arcaicos tardíos
aumentan, así como la frecuencia de puntas de proyectil que se encuentran en el
recorrido de los tributarios principales de la región. Esto sugiere que la población
sigue aumentando durante este tiempo. Otro cambio que se observa en este período,
particularmente después de 5000 a.p., es un movimiento general hacia las márgenes
del lago. A pesar de que el lago mismo permanece salado, es probable que empieza
a estabilizarse, y cuando el clima mejora después de 4500 a.p., el medioambiente la-
custre es más atractivo. Esto se observa en los reconocimientos del Huenque-Ilave y
Huancané-Putina (Aldenderfer y Klink 1996; Cipolla 2005; Craig 2005; Klink 2005).
La excavación de cuatro sitios –Pirco, Qillqatani, Kaillachuro, y Jiskairumoko–
ahora nos proporciona una perspectiva más amplia del estilo de vida del Arcaico Tar-
dío. Pirco se ubica en la cuenca del río Ilave, sobre el tributario que se conoce como
río Grande. Craig (2005 y en este volumen) excavó el sitio en 2003 y ha interpretado su
ocupación como una base residencial de corto plazo. Se recuperó un entierro huma-
no, sin embargo, no se han registrado rasgos de basurales o estructuras. El conjunto
de artefactos refleja la talla de puntas de proyectil, y se ven algunos moledores. La
densidad de material lítico recuperado sugiere una re-ocupación frecuente. Sin em-
bargo, estas ocupaciones no produjeron rasgos más permanentes, y por lo mismo, se
34 / Balance y perspectivas del período Arcaico...

concluye que las ocupaciones fueron breves y efímeras. Este también es el caso en
Qillqatani.
Jiskairumoko, en cambio, es diferente. Parece ser una base residencial que refleja
un asentamiento semi-sedentario. Estructuras semi-subterráneas se ven por primera
vez en la arqueología de la región (Figura 3). La estructura Número 1 del sitio se ha
fechado en 4.500 a.p., y demuestra su uso repetido durante el Arcaico Tardío. Aunque
no se excavó por completo, se estima que el piso interior cubrió 20 m2. Se observó
un fogón central dentro de la estructura y dispersiones líticas alrededor sugieren su
limpieza y reutilización. Puede ser que la estructura tuviera una función para activi-
dades rituales o ceremoniales. La excavación de varios pozos dentro de la estructura,
que se han interpretado como almacenes de alimentos, implica que la duración de
la ocupación fue más prolongada (Craig 2005). Aunque aún no se ha completado el
análisis paleoetnobotánico, las observaciones preliminares han identificado la pre-
sencia de tubérculos y Chenopodium silvestres, que seguramente fueron parte de la
dieta. En este contexto, no se ha recuperado ninguna evidencia de la domesticación
del camélido.
Muy cerca está Kaillachuro, un sitio mortuorio que consiste de nueve montículos
bajos utilizados durante el Arcaico Tardío. La excavación de uno de ellos evidenció
varios entierros secundarios, así como el de un infante colocado dentro de una caja

Figura 3. Casa semi-subterránea de Jiskairumoko, ca. 3400 a.p.


35 / M ark A ldenderfer

de piedra, construida cuidadosamente. Se encontraron pequeñas lascas de obsidiana


asociadas con este entierro que, también, parece haber sido cubierto por un polvo
fino de ocre. Este entierro se fechó en 3960 a.p.
Cambios aún más dramáticos ocurren en el Arcaico Final. Visto desde una pers-
pectiva regional, aunque el número de sitios disminuye en este período mientras que
aumentan los asentamientos grandes que sugiere un patrón de aglutinamiento de la
población. Estos sitios más grandes se sitúan sobre o cerca a las terrazas de formación
nueva, que coincide con una fase de mejoramiento climático que empieza a partir de
4000 a.p. (Rigsby et al. 2003). Esta nueva formación de terrazas en el recorrido de los tri-
butarios principales habría promovido la extensión de los recursos naturales de Cheno-
podium y tubérculos silvestres que, a su vez, habrían atraído a los recolectores del área.
Los contextos del Arcaico Final en Jiskairumoko demuestran la existencia de una
aldea, compuesta de cuatro estructuras semi-subterráneas pequeñas, similares en
construcción, contenido y diseño. Cada una ellas tuvo alguna forma de almacena-
miento y un fogón central. La presencia de grandes cantidades de moledores sugiere
que la dieta consistía de plantas, y los análisis preliminares de restos paleoetnobotá-
nicos indican la Chenopodium se utiliza en combinación con plantas silvestres y culti-
vadas. Craig (2005) sugiere que también habría cría de animales. Todas las evidencias
nos señalan una ocupación que se extiende desde el período de lluvia (la época cuan-
do madura el Chenopodium) hasta el período de sequía. Una ocupación de duración tan
prolongada seguramente fue facilitada por el almacenamiento de comestibles dentro
de los pozos en las estructuras. Por lo visto, la ocupación del Arcaico Final representa
una vida semi-sedentaria.
Si Jiskairumoko nos proporciona evidencia clara del consumo extensivo de las plan-
tas en la dieta prehistórica, los datos del Arcaico Final de Qillqatani nos demuestran
que, por lo menos, algunas poblaciones en la cuenca conocían el pastoreo. El cultivo es
imposible a una altura de 4420 m. En su lugar, la ubicación del sitio junto a un bofedal
grande, habría sido un medioambiente ideal para el pastoreo de camélidos. La excava-
ción del sitio demuestra un cambio importante en su manera de uso en comparación al
Arcaico Final. Dos estructuras circulares grandes, fechadas en 3660 a.p., se encuentran
adentro del abrigo, y los restos óseos indican que los camélidos estaban siendo aco-
rralados y no simplemente estaban cazando, aunque la caza del venado continuaba.
También hay evidencia que la Chenopodium cultivada se había incorporado a la dieta,
sin embargo, esto debe haber sido obtenido por intercambio con la gente serrana. La
importancia del intercambio se confirma también por la presencia de obsidiana de Chi-
vay entre los artefactos. Completando el inventario de los contextos del Arcaico Final,
se encuentran algunos tiestos, quizá los más tempranos que se conocen en la cuenca del
Titicaca. Sin embargo, aun no se ha identificado dónde se elaboró esta cerámica.
En suma, el Arcaico Final nos da evidencia concreta del cultivo de las plantas y el
pastoreo, el semi-sendentarismo, y un contacto e intercambio extensivo con las re-
giones fuera de la cuenca. Estas características continúan durante el Formativo Tem-
prano, y establecen la base para el eventual desarrollo de la sociedad compleja del
Formativo Medio y Tardío.
36 / Balance y perspectivas del período Arcaico...

Aunque nuestros conocimientos del período Arcaico en el departamento de Puno


han avanzado bastante en los últimos quince años, aún queda mucho que investigar.
Obviamente, es necesario excavar muchos más sitios arcaicos, debido a que muchos
se encuentran amenazados por el avance de las tierras de cultivo con el uso de ma-
quinarias. Por ello cabe alertar que muchos de los sitios arcaicos importantes estén a
punto de desaparecer en menos de una década.
Así pues, las cuestiones de mayor importancia que deberíamos investigar en el
futuro cercano son:
1) ¿Cuál es la función de las sierras orientales andinas durante el Arcaico? Esta es una
región totalmente desconocida, a pesar que aparentemente existe una influencia
amazónica en las culturas que siguieron desarrollándose más tarde en la puna (La-
thrap 1971, 1977, 1985), ya que muchos motivos estilísticos se derivan de la selva,
por lo que se debe investigar la cronología de su origen.
2) Poco se sabe del origen de la cerámica que ha sido recuperada de los niveles del
Arcaico Final en Qillqatani. Estudios comparativos de la cerámica de Camata pue-
den ampliar nuestra perspectiva (Steadman 1995).
3) La transición al agro-pastoreo requiere una investigación sistemática. Los datos
de Jiskairumoko son valiosos, sin embargo, es necesario obtener datos de otras
regiones de la cuenca.
4) Aún no se comprende el proceso en que el lago se convierte a un recurso natural
de valor económico para los habitantes prehistóricos. Los datos sugieren que la im-
portancia del lago para la economía empieza durante el Formativo Temprano. Sin
embargo, reconocimientos futuros deben dirigirse a los ambientes lacustres, en la
parte norte de la cuenca, ya que en esta región se ha propuesto una presencia desde
el Arcaico.

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3
Transiciones del Arcaico Tardío al
Formativo Temprano. Una perspectiva
desde la arqueología de la unidad
doméstica de dos sitios del valle del río
Ilave, cuenca del Lago Titicaca i

N a th a n C r a i g ii

Introducción
El entendimiento del cambio cultural tiene un importante énfasis en la arqueología
antropológica. La transición de la alta movilidad residencial al incremento de la vida
en aldeas estables marca un hito en el ingreso de un bauplan1 (Prentiss et al. 2009;
Zeder 2009). Los rumbos fijados durante esas tempranas transiciones pudieron de-
terminar fuertemente las posteriores trayectorias del cambio cultural, incluyendo
el desarrollo de las sociedades complejas. La región de la cuenca del Titicaca es un
caso importante de estudio para la arqueología antropológica porque: 1) los Andes es
el único lugar en América donde grandes animales fueron domesticados (Mengoni et
al. 2006); 2) la cuenca norte del Lago Titicaca es un probable centro de la domestica-
ción de la papa (Spooner et al. 2005) y Chenopodium (Bruno 2006); y 3) desde esta base
económica agropastoril, las sociedades complejas de altura se desarrollaron y flore-

i Traducido del inglés al castellano por Henry Tantaleán.


ii Departamento de Antropología, Pennsylvania State University. University Park, PA 16802.
[email protected]
1 El término “bauplan” viene de la palabra alemana “plan maestro”. El bauplan es el conjunto de
diseños desde el cual se construye un edificio. Los biólogos utilizan el termino bauplan para refe-
rirse al plan del cuerpo. Bauplan se utiliza para describir un conjunto de organismos que tienen
planos similares del cuerpo. Por ejemplo, los anfibios comparten un bauplan común. El bauplan
anfibio es diferente al bauplan reptil. Uso el término bauplan para referirme a un conjunto de
estructuras relacionadas entre sí o con características que incluyen la movilidad residencial,
la economía y organización social. Aunque hay muchas diferentes expresiones de cazadores-
recolectores, agricultores y pastores, el bauplan forrajero es generalmente diferente del bauplan
agropastoril.
42 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

cieron tempranamente en esta región (Stanish 2001, 2003). Por lo tanto, en la cuenca
del Titicaca, es importante comprender la transición de la alta movilidad residencial
a las aldeas permanentes.
El ensayo de Kent Flannery (1972) es, actualmente, una clásica e influyente teoría
que caracterizó el origen de las aldeas en Mesoamérica y Cercano Oriente como una
transición de pequeñas estructuras circulares u ovales con depósitos compartidos a
residencias de familias nucleares con instalaciones de depósito privadas. Releyendo el
ensayo sobre los orígenes de las aldeas treinta años después, Flannery (2002) observó
que la investigación arqueológica acumulada había “enriquecido nuestro entendimiento
del fenómeno” al documentar una serie de trayectorias para esta transición que no fue-
ron parte del modelo original. Esas otras trayectorias incluyen Cercano Oriente, Egip-
to, el Transcaucaso, India, África, y el Suroeste de los Estados Unidos de América.
En los Andes, la mayoría de las excavaciones de los sitios del período Arcaico han
sido depósitos en cuevas y abrigos rocosos localizados en los Andes Centrales (Rick
1988). Esta investigación ha sido fundamental para determinar que el Arcaico Tardío
y el Arcaico Terminal son períodos de importante y frecuentemente rápido cambio
cultural durante los cuales muchas de las semillas de la complejidad social brotaron
y comenzaron a crecer (Cardich 2006; Lavallée et al. 1985; Lynch 1971; MacNeish et al.
1980; Rick 1980). Sin embargo, los sitios de cuevas y abrigos rocosos proporcionan una
visión limitada de las actividades de las unidades domésticas que son relevantes para
la formación de aldeas, porque toda la actividad está estructurada y limitada por las
paredes de la cueva (Moore 1988: 154). Así, más allá de la clara y definida relevancia
antropológica del entendimiento de la formación de la aldea en las tierras alto andinas,
desde una perspectiva de la unidad doméstica y la comunidad, existen pocos datos sig-
nificativos desde los cuales entender esta transición cultural (Aldenderfer 1989; Núñez
1982; Núñez et al. 2006) y, hasta hace poco, ninguno en la cuenca del Lago Titicaca.
En este capítulo, describo un caso de estudio de la transición del Arcaico Tardío al
Formativo Temprano en el valle del río Ilave de la cuenca noroeste del Lago Titicaca
que está basado en la excavación de dos sitios al aire libre: Pirco y Jiskairumoko. Pirco
es un asentamiento del Arcaico Tardío de forrajeros móviles. Jiskairumoko es un sitio
multicomponente que abarca desde el final del Arcaico Tardío hasta el Formativo
Temprano. En Jiskairumoko, se dio un cambio: habitar en estructuras circulares a
vivir en estructuras rectangulares que ocurrió durante la transición del Arcaico Ter-
minal al Formativo Temprano. A través de un examen de la arquitectura residencial,
instalaciones, y dispersión de artefactos asociados se describen los cambios en las
unidades domésticas y la organización de la comunidad durante la transición del Ar-
caico al Formativo. Como demostraré, los cambios en la arquitectura residencial del
Arcaico Tardío al Formativo Temprano de Jiskairumoko reflejan tanto algunos temas
comunes como algunos patrones divergentes en comparación con otros casos de for-
mación temprana aldeana identificados por Flannery (1972, 2002).
En este capítulo, primero reviso los aspectos de la teoría de la práctica que son so-
bresalientes para la cultura material. Luego, desarrollando este contexto, introduzco
el modelo de Flannery y discuto otro modelo que trata la transición de la casa semi-
43 / Nathan Craig

subterránea al pueblo desde la perspectiva de la arqueología conductual. A continua-


ción, describo la arqueología superficial de Pirco y Jiskairumoko, esbozo el proceso
deposicional que operó en esos sitios, proporciono documentación de las principales
unidades estratigráficas observadas durante las excavaciones, relato los resultados de
los fechados radiocarbónicos, detallo los principales contextos revelados por las exca-
vaciones, y resumo las categorías principales de material recuperado. Con esos resul-
tados a la mano, retorno a evaluar cómo el registro observado en las excavaciones de
Pirco y Jiskairumoko se relaciona con escenarios predichos por los modelos teóricos, y
establezco la relevancia más amplia de esos hallazgos.

Práctica, Cultura Material y Casa


El concepto de habitus, originalmente definido como patrones culturalmente diferen-
ciados de movimiento corporal (Mauss 1973), fue productivamente ampliado para in-
cluir un “principio generador largamente instalado por improvisaciones reguladas”
(Bourdieu 2007: 93)N.T.. La objetificación es el proceso mediante el cual las personas y
la cultura material se constituyen mutuamente; mediante la producción y el consumo
de cosas materiales, los agentes definen y ordenan las relaciones sociales (Miller 1987;
Vellinga 2007: 756). Puesto que los objetos son a menudo dados por aceptados, estos so-
cializan en formas silenciosas mediante “la humildad de las cosas” que la socialización
podrían no reconocer (Miller 1987: 85; Vellinga 2007: 762). De este modo, la objetifica-
ción es un poderoso medio por el cual el habitus es establecido y reproducido.
El ambiente construido es una de tales estructuras socializantes objetivadas
(Lawrence y Low 1990: 454). La arquitectura es una instalacion duradera de esos
principios generadores o esquemas que regulan la improvisación. Los antropólogos
reconocen a la casa en particular como el lugar primario para la objectificación de es-
quemas generadores. Esos esquemas materiales objetificados son leídos físicamente
por los cuerpos de los agentes que ingresan, se mueven a través y salen de las casas
(Bourdieu 1977: 89-90). De este modo, las nociones específicas de los movimientos del
cuerpo modelados y el concepto más general de improvisación regulada convergen
en la arquitectura doméstica.
Esta perspectiva objetivizada y performativa resuena con la caracterización etno-
gráfica de la casa como un “teatro de memorias” para comunicar relaciones sociales,
políticas, económicas y espirituales (Fox 1993: 23; Vellinga 2007: 7-58). Las casas están
entre los aspectos más conservadores de la cultura (Parker Pearson y Richards 1994a:
62), y son relativamente insensibles a las “contingencias” de corto plazo (Bermann
1994: 26-27; Wilk 1991) que pueden operar sobre otros tipos de cultura material. Con
respecto a ellas, puede esperarse un cierto grado de estabilidad y los cambios en la
construcción de arquitectura residencial reflejan profundos cambios de las redes es-
tructurales de una sociedad.

N.T. El
original: “the durably installed generative principle of regulated improvisation” (Bourdieu
1977: 78). La traduccion ha sido tomada del libro de Bourdieu (2007) realizada por Siglo XXI
Editores Agentina S.A.
44 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Todos los procesos sociales son realizados en el espacio (Hillier y Hanson 1984:
200); la arquitectura organiza el espacio y crea un dominio que articula las interac-
ciones sociales necesarias para la recreación y transmisión de la cultura (Hillier y
Hanson 1984: 185). Los ambientes construidos son previstos y pensados antes de ser
ejecutados, pero los humanos también construyen para formar el pensamiento y la
acción, la relación entre esos dos procesos es dinámica y reflexiva (Parker Pearson
y Richards 1994b: 2). El espacio es transformado en lugar por medio de artefactos
culturales a cuyas historias está atado. Esas historias cambian al ser retrasmitidas,
aunque el lugar sirve como un anclaje estabilizante ya que la existencia de lugares
físicos valídan estas historias. Las estructuras y asentamientos son tanto el medio
como el resultado de los procesos sociales. Las estructuras y asentamientos son mo-
dificados a medida que las prácticas que las constituyen cambian. De este modo, las
estructuras espaciales, como la arquitectura doméstica, no son simplemente arenas
donde la vida social ocurre, la arquitectura es un medio material a través del cual las
relaciones sociales son creadas y re-creadas. En comparación con la vestimenta o los
estilos cerámicos, la arquitectura es un elemento de la cultura relativamente conser-
vador (Parker Pearson y Richards 1994a: 62; Van Giseghem y Vaughn 2008: 112), de
este modo, cuando hay un cambio en la arquitectura este puede ser tomado como un
indicador de cambios dramáticos en otros aspectos de la cultura. Mediante una inves-
tigación de las unidades domésticas del Arcaico Tardío-Formativo Temprano en Pirco
y Jiskairumoko, veré la arquitectura con relación a otros aspectos de la cultura.
Las unidades domésticas pueden ser definidas como unidades sociales que lle-
van a cabo actividades económicas, y de acuerdo con esta definición socioeconó-
mica, los individuos que componen una unidad doméstica podrían residir en más
de una “unidad de vivienda” o casa (Flannery 1983: 45; Kramer 1982: 665; Malpass
y Stothert 1992; Wilk y Rathje 1982: 618-9). La arquitectura doméstica, no las uni-
dades domésticas, permanecen en el registro arqueológico. Los grupos sociales, las
relaciones, y los procesos que componen a las unidades domésticas deben ser in-
feridas desde los restos materiales de las unidades de vivienda, elementos arqui-
tectónicos asociados, y conjuntos arqueológicos. Las teorías de rango medio que
intentan vincular la arquitectura material a las unidades sociales domésticas son
presentadas abajo. Antes de hacer eso, explicaré con más detalle los modelos que
han sido ofrecidos para explicar la transición arquitectónica de las estructuras cir-
culares arcaicas a las estructuras rectangulares que son típicamente asociadas con
las aldeas del Formativo Temprano.

Modelos Relacionados con la Arquitectura Doméstica en Transición


La transición “casa semisubterránea a pueblo” es un clásico cambio bauplan en el
habitus que ocurrió en muchas regiones del mundo. Esta transición es a menudo aso-
ciada con la formación inicial de las aldeas. En esta sección, reviso el modelo para la
formación de la aldea de Flannery (1972, 2002) y luego describo los elementos claves
de la teoría social del diseño arquitectónico que derivan de la escuela de la arqueolo-
gía conductual (McGuire y Schiffer 1983; Schiffer y McGuire 1992).
45 / Nathan Craig

El modelo de Flannery (1972) para el desarrollo de “verdaderas aldeas” está basado


en cómo los cambios en dos modalidades de organizaciones arquitectónicas reflejan
estimulos de cambio hacia la “privatización” del almacenaje y el excedente. Por un
lado, existen campamentos compuestos por chozas circulares pequeñas, demasiado
pequeñas para albergar familias enteras, donde las instalaciones de almacenaje están
localizadas en espacios abiertos, públicos o comunales. Por el otro lado, existen al-
deas compuestas de estructuras rectangulares más permanentes, capaces de albergar
familias nucleares, en las cuales las instalaciones de almacenaje están ubicadas en
espacios privados dentro de las estructuras.
Los alimentos que son obtenidos en grandes volúmenes tienden a ser comparti-
dos, mientras los recursos que llegan en pequeños volúmenes tienden a no ser com-
partidos (Kohler 1993). Una fuerte dependencia de la caza de grandes animales está
generalmente asociada con altos niveles del compartir. Entre los forrajeros, el ta-
maño de la presa y la dificultad de capturarla predice patrones del compartimiento
del alimento, presas grandes de difícil captura son compartidas más a menudo que
pequeñas presas capturadas fácilmente (Kaplan y Hill 1985). Como señala O’Connell
(1987:102): “Los cazadores que atrapan presas pequeñas en cantidades relativamente consis-
tentes, las que pueden ser consumidas por miembros de su propia unidad doméstica en un día
o así, compartirán poco y acamparían lejos, todo se mantendría constante”.
A medida que las prácticas económicas cambian hacia una dependencia más fuerte
de la agricultura, la productividad puede aumentar, pero también lo hace la varianza
alrededor del promedio de la producción (Plog 1990). El cultivo de productos alimenti-
cios supone ciclos de producción que duran por meses o años y es, por lo tanto, difícil
monitorear a los “tramposos” que no contribuyen aportando trabajo. Esos cambios en
el grado y tiempo de riesgo tienden a fomentar redes del compartir más restringidas
(Winterhalder 1990). Además, a medida que las aldeas crecieron en tamaño los indi-
viduos probablemente comenzaron a considerar a sus vecinos como parentela más
distantemente relacionada y, por eso, habría un decaimiento en la voluntad para com-
prometerse en un compartir público generalizado (Flannery 2002: 421).
El modelo de Flannery (1972) está bien sustentado por datos de Mesoamérica
y el Cercano Oriente. Sin embargo, el modelo ha sido criticado por adoptar un en-
foque exclusivo en los “requerimientos funcionales de la producción intensificada”, y
porque las leyes universales no explican contextos históricos específicos o no dan
cuenta de las excepciones a la regla (Parker Pearson y Richards 1994a: 63). La revi-
sión de Flannery (2002) de su modelo treinta años después señaló que la investiga-
ción acumulada revelaba algunas variaciones importantes al tema básico modelado
inicialmente (Flannery 1972). Sin embargo, incluso esas variaciones parecen con-
sistentes con las expectativas que relacionan un cambio de viviendas pequeñas con
almacenaje generalizado a viviendas más grandes poseyendo almacenaje privado.
Por ejemplo, la evidencia del sitio SU en la región Mogollón del Suroeste de los
Estados Unidos de América indica que no sería necesario abandonar las estructu-
ras circulares para privatizar el almacenaje; es simplemente una cuestión de hacer
estructuras más grandes y localizar las instalaciones de almacenaje dentro de ellas
(Wills 1992). La transición del Neolítico a la Edad del Bronce en la región del Trans-
46 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Cáucaso muestra que la trashumancia pastoril también puede alterar el rumbo de


la trayectoria del desarrollo de la aldea. En este caso, los campamentos logísticos de
corta duración usados para llevar a pastar a los animales siguieron siendo pequeños
mientras que los asentamientos de mayor duración se desarrollaron hacia asen-
tamientos más permanentes compuestos de estructuras más grandes y depósitos
privados.
Lo esencial del modelo de Flannery (1972, 2002) para la formación de la aldea es
sí o no las bases residenciales principales cambian o no de estructuras pequeñas con
depósitos colectivos a estructuras que son capaces de albergar a una familia nuclear y
que han privatizado las instalaciones de almacenaje. Las transiciones arquitectónicas
en Jiskairumoko incluyen un cambio del uso de casas semisubterráneas circulares a
estructuras rectangulares con pisos preparados. En Jiskairumoko, esos cambios en
la naturaleza de los depósitos en estas estructuras ¿concuerdan con las expectativas
delineadas en el modelo de Flannery (1972, 2002). Desde la perspectiva de la arqueo-
logía conductual, se ha desarrollado una “teoría social de diseño arquitectónico” para
explicar la transición de las estructuras ovaladas a las rectangulares (McGuire y Schi-
ffer 1983; Schiffer y McGuire 1992). Con relación al ambiente construido, esta teoría
define tres conjuntos de actividades principales: producción, uso, y mantenimiento.
Los conjuntos son vistos como independientes, y los individuos buscan alcanzar obje-
tivos específicos en cada uno de dichos conjuntos. La arquitectura que los individuos
construyen generalmente representa un compromiso entre los tres principales con-
juntos de actividad. Los objetivos de uso a menudo tienen a la prioridad más alta y, de
este modo, el equilibrio del compromiso es entre la manufactura y el mantenimiento.
El objetivo principal de la producción es minimizar los costos de la fabricación de la
arquitectura.
El objetivo principal del mantenimiento es reducir los costos que supone mantener
o conservar la arquitectura. En general, una reducción de los costos de manufactura
lleva al incremento de los costos de mantenimiento porque las estructuras no son
duraderas. De la misma manera, reducir los costos del mantenimiento generalmente
requiere la construcción de estructuras duraderas que son más costosas de armar.
Puesto que las estructuras son concebidas mentalmente antes de ser construidas
físicamente, la movilidad anticipada más que la movilidad real influye en las decisio-
nes de los individuos sobre el tipo de estructura a construir (Kent 1991). Por ejemplo,
las estructuras duraderas son construidas anticipándose a que ellas serán utilizadas
por períodos de tiempo prolongados. Las estructuras y fogones bien construidos que
son claramente destinados para el re-uso demuestran un profundo planeamiento de
varios años o re-ocupación planificada (Smith y McNees 1999). La acumulación de
artefactos para la molienda y otros instrumentos también indican una anticipación
de un regreso para un uso repetido (Kuznar 1995:96).
De acuerdo a la teoría social del diseño arquitectónico, la transición de casa se-
misubterránea a pueblos en el suroeste de los Estados Unidos se explicaría mediante
el cambio del criterio de diseño que acompañó a la reducción de la movilidad resi-
dencial. A medida que los individuos disminuyeron la movilidad anticipada, hubo un
47 / Nathan Craig

cambio en el énfasis del diseño. En vez de localizar el énfasis en producir estructuras


de bajo costo que podrían haber tenido altos costos de mantenimiento, los individuos
comenzaron a aceptar costos más altos de producción para crear formas arquitec-
tónicas que habrían rebajado los costos de mantenimiento a largo plazo. Sí esta ex-
plicación caracteriza las transiciones arquitectónicas en Jiskairumoko, entonces las
estructuras rectangulares sobre el nivel del suelo del Formativo Temprano apoyarían
la evidencia de mayor durabilidad y ocupación más larga que las tempranas casas
semisubterráneas del Arcaico Tardío y Terminal.

Un intento adicional para desarrollar una “teoría de la forma construida” desde


la tradición de la arquitectura comienza por preguntarse por qué los edificios son
predominantemente rectangulares (Steadman 2006). Los edificios rectangulares
pueden soportar estructuras de varios pisos con mayor eficiencia que otras formas
y esto, probablemente, ayuda a explicar su ubicuidad en las ciudades modernas. Sin
embargo, esta observación no explica por qué la transición de estructuras redondas
y ovaladas es tan común. Se ha sugerido que la rectangularidad ocurre a causa de las
limitaciones de aglomerar habitaciones muy juntas, las estructuras rectangulares
proporcionan mayor potencial para incorporar estructuras adicionales contiguas.
Esta proposición también ha sido adelantada por los teóricos del diseño (Schiffer y
McGuire 1992). Experimentos indican que las estructuras triangulares proporcio-
nan un rango más grande de posibles combinaciones cuando se añaden ambientes
o habitaciones a dicha estructura. Sin embargo, en comparación a los triángulos,
los rectángulos proporcionan una “flexibilidad superior de dimensionamiento” cuando
se añaden ambientes o estos se subdividen mediante divisiones internas (Steadman
2006: 119). De este modo, el amplio rango de configuraciones que son posibles cuan-
do se añaden ambientes o éstas se subdividen podrían llevar a los constructores a
adoptar formas rectangulares en lugar de otros diseños. Si esta es una explicación
valedera para la adopción de la arquitectura rectangular, entonces las estructuras
rectangulares tempranas consistirían de complejos aglutinados y/o exhibirán divi-
siones internas.

Argumentos de Rango Medio para


la Interpretación de la Arquitectura Residencial
En las dos secciones anteriores, he discutido las teorías sociales generales con respec-
to a los espacios construidos y los dos modelos arqueológicos para las transiciones
arquitectónicas, respectivamente. Ahora regreso al tratamiento de rango medio que
tiende un puente desde los restos arqueológicos de antiguas viviendas hacia los argu-
mentos para la interpretación de la conducta pasada y la estructura social. Esos argu-
mentos se derivan de comparaciones interculturales cuantitativas, etnoarqueología,
e investigación actualista. Intentos para averiguar las dimensiones sociales desde la
arquitectura residencial constituyen una larga y diversa tradición de investigación
en arqueología antropológica y una tradición que exhibe un énfasis distinto en el
estudio de los cazadores-recolectores.
48 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Una importante confianza temprana de este énfasis supuso intentos de determinar


aspectos de la población residente basándose en el área de la estructura representada
en un plano (Tabla 1) (Casselberry 1974; Casteel 1979; Cook y Heizer 1965, 1968; De Ro-
che 1983; Delfino 2001; LeBlanc 1971; Naroll 1962; Nordbeck 1971; Wiessner 1974). Se
ha establecido una relación entre área de piso y población a través de investigaciones
etnográficas. Esta relación es luego aplicada al área de los pisos arqueológicos con el
objetivo de estimar la población residente. Inicialmente definida por Naroll (1962), la
relación típicamente sigue la fórmula:

·
A = a Pb.
De acuerdo a esta fórmula:
A = área del piso techada; P = población para un área dada; b = la pendiente de la
línea que define el índice de cambio entre el área y la población cuando la variable
dependiente es regresiva contra la variable independiente; a = la intercepcion y de
esta linea de regresión. Dependiendo del estudio etnográfico, los estimados van de
2 a 25 m2/persona (Tabla 1).
Se puede pronosticar algunos aspectos de las prácticas de residencia post-marital a
partir desde el área del piso de la arquitectura residencial. Un estudio intercultural de la
arquitectura residencial mostró que entre sociedades patrilocales (n=38) el área prome-
dio del piso es de 28,6 m2 y entre sociedades matrilocales (n=23) fue de 175 m2 (Divale
1974, 1977; Ember 1973; Peregrine 2001). Basado en esta muestra, es posible inferir con
95% de confianza que las áreas de piso arqueológico de 14,5 a 42,7 m2 reflejan residencia

Estimados de área de piso


Referencia
de la estructura y su población

10 m2/persona Naroll (1962)


2 m2/persona sí < 6 personas
por asentamiento
Cook y Heizer (1965, 1968)
10 m2/persona sí > 6 personas
por asentamiento

5,9 m2/persona sí < 25 personas


por asentamiento
Wiessner (1974)
10,2 m2/persona sí > 25 persona
por asentamiento

6 m2/persona Brown (1987); Ember y Ember (1995: 99)

25 m2/persona Delfino (2001)

Tabla 1. Sumario de los estimados del área de piso y su población.


49 / Nathan Craig

patrilocal mientras que las de 79,2 a 270,8 m2 reflejan una residencia matrilocal. La me-
trica aplica a la arquitectura, más que a unidades domésticas cuyos miembros podrían
estar dispersos en múltiples estructuras (Peregrine y Ember 2002: 358).
Estudios interculturales de 136 sociedades del Atlas Etnográfico (Murdock 1967)
indican que la planta de la arquitectura residencial está asociada con la estructura
familiar y los patrones de matrimonio. Las casas con plantas mayores que 18,5 m2
posiblemente pertenecería a familias extendidas y los ocupantes posiblemente ex-
hibirían diferencias de status, o ambos (Whiting y Ayers 1968). Con una diferencia
significativa (p = 0,025), las casas curvilíneas están más frecuentemente asociadas con
patrones de matrimonio polígamo y las casas rectilíneas están más frecuentemente
asociadas con patrones de matrimonio monógamo (Whiting y Ayers 1968: 130).
La forma de las plantas de la estructura también parece estar correlacionada con
aspectos de patrón de asentamiento, tamaño de la comunidad, y prácticas económi-
cas. La investigación comparativa de cincuenta sociedades del Atlas Etnográfico (Mur-
dock 1967) encontró que las estructuras con plantas circulares estuvieron fuertemen-
te correlacionadas con patrones de asentamiento móviles (p < 0,001) y las estructuras
con plantas rectangulares estuvieron significativamente correlacionadas con asenta-
mientos permanentes o sedentarios (p < 0,001) (Robbins 1966). Esta misma investiga-
ción también se encontró que las plantas circulares estuvieron correlacionadas con
comunidades pequeñas (p < 0,05) y las plantas rectangulares estuvieron correlacio-
nadas con comunidades grandes (p < 0,05). Además, plantas circulares estuvieron co-
rrelacionadas con la ausencia o práctica casual de agricultura (p < 0,001) y las plantas
rectangulares estuvieron correlacionadas con agricultura intensiva (p < 0,001).
Entre los forrajeros y productores de alimentos de bajo nivel, la configuración
de las estructuras dentro de un asentamiento está relacionada con los patrones de
parentesco, matrimonio, el compartir, y posiblemente amenazas externas. Cuando el
terreno no condiciona fuertemente el diseño de la comunidad, “existe una fuerte ten-
dencia para que la forma del asentamiento corresponda a la forma de la vivienda” (Whiting y
Ayers 1968: 126). Aún asi, los elementos de la estructura social están reflejados en el
espaciamiento entre estructuras. Entre los Alyawara de Australia, los agrupamientos
de asentamientos y agrupamientos de viviendas individuales dentro del asentamien-
to reflejan unidades sociales bien definidas (O’Connell 1987: 87). A los Ju’hoansi o
!Kung de Namibia y Botswana, tradicionalmente les ha disgutado vivir en grandes
grupos por las tensiones que emergen en esas congregaciones. De manera que cuan-
do hay grandes concentraciones, las residencias a menudo se fragmentan en grupos
de individuos cercanamente relacionados (Wiessner 2002: 414). Entre los Hadza de
Tanzania, los factores sociales juegan un rol determinante en la ubicación relativa de
las cabañas. La pareja de casados deberá estar localizada de tal manera que la madre
de la esposa estará viviendo, “ni muy cerca ni muy lejos” (Flannery 2002: 420; Woodburn
1972: 197). Entre los !Kung (Gould y Yellen 1987) y los Alyawara (Garget y Hayden
1991), la distancia genética estaba inversamente correlacionada con la distancia en-
tre unidades domésticas, las más cercanas tienden a ser de individuos más cercana-
mente relacionados. Entre los Alyawara, la distancia entre las estructuras también es
un fuerte indicador del compartir entre los ocupantes de esas estructuras (O’Connell
50 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

1987). Los individuos Alyawara comparten habitualmente con sus vecinos más cerca-
nos, especialmente si esos vecinos poseen un parentesco sanguíneo cercano. Como
observa O’Connell (1987): “La relación entre interacción económica y proximidad de la
unidad doméstica es particularmente fuerte para las mujeres adultas; menos fuertes, aunque
muy importantes para los hombres”. En igualdad de condiciones, las amenazas externas
probablemente conducirían al espaciamiento más cercano entre estructuras por pro-
tección y defensa (Binford 1991; Gould y Yellen 1987, 1991).
Las comparaciones interculturales según Gilman (1987) indican que la residencia en
casas semisubterráneas está siempre correlacionada con una estación no tropical de
ocupación, patrones de asentamiento bi-estacionales y dependencia del almacenamien-
to de alimento durante la ocupación de la casa semisubterránea. Además, la residencia
en una casa semisubterránea es frecuentemente, aunque no siempre, correlacionada
con: estación fría de ocupación, en dos tercios de la muestra menos de cien personas
vivieron en un asentamiento, las diferencias de clase estuvieron ausentes en casi todos
los casos, y más de tres cuartos de la muestra fueron cazadores-recolectores. Las estruc-
turas de almacenaje de largo plazo están usualmente fuera de la habitación y las instala-
ciones de almacenaje también pueden ser semisubterráneas (Gilman 1987: 558).
Una amplia gama de actividades tienen lugar dentro de las estructuras domésti-
cas. Entre las principales actividades realizadas están la preparación de alimentos,
consumo, conversación, y descanso. Las dimensiones físicas del cuerpo humano y sus
movimientos pueden ser empleados para crear conjuntos de expectativas de rango
medio sobre cómo el espacio es utilizado. Esas tendencias pueden, luego, ser conside-
radas a la luz de las formas arquitectónicas y la dispersión de desechos para recons-
truir patrones de conducta y realización de actividades. Los patrones de actividad
centrada en el fogón por zonas de desuso, de arrojo y trabajos perpendiculares son
ejemplos ampliamente usados (Binford 1967, 1983; Craig et al. 2006; Freeman 1982;
Gamble 1986; Stevenson 1991). Esos principios pueden servir como puntos de partida
útiles para explorar la realización de las actividades repetidas por los individuos y
cambios en el habitus.
Las posiciones especificas adoptadas del cuerpo cuando se llevan a cabo tareas
constituyen un tipo de costumbre (Kroeber 1925) o habitus (Mauss 1973) que pue-
den formar bloques extendidos de tradición postural (Hewes 1955) y, de este modo,
pueden servir como un criterio para la reconstrucción histórica (Boas 1933). Puesto
que ellas son costumbres que son reproducidas a través del aprendizaje observacio-
nal y debido al hecho que la aprobación social puede ser reforzada por el ridículo,
los habitus posturales pueden permanecer estables por largos períodos de tiempo
(Boas 1933). Sin embargo, los habitus posturales también pueden cambiar muy rápido
(Mauss 1973). Esto puede ser estimulado por la adopción de nueva tecnología como
molienda, textilería, etc. (Hewes 1955) lo cual es valorado por razones sociales y/o
económicas. Los cambios en la presencia y configuración de mobiliario, dispersión de
escombros, y vacios en la arquitectura residencial reflejan alteraciones en la práctica
doméstica y el habitus. Por ejemplo, entre los !Kung y los Aborígenes del Desierto, un
aumento en la distancia entre fogones se dio al mismo tiempo que un aumento consi-
derable en la dependencia de animales domesticados (Gould y Yellen 1987).
51 / Nathan Craig

Entre los forrajeros y productores de alimento de bajo nivel, el fogón doméstico


es el centro de la residencia y las actividades de una familia nuclear (Gould y Ye-
llen 1987: 82). El calor del fuego estructura el patrón de actividad. Los individuos
que habitualmente trabajan cerca al fogón por períodos largos de tiempo se sientan
perpendicularmente al fuego más que en frente de éste (Binford 1983: 149). Cercano
al fogón, las piedras son ubicadas a menudo para superficies de trabajo y apoyo de
recipientes. Cuando más individuos están trabajando alrededor de un fogón cada uno
se aleja del fuego de modo que cada individuo tiene un espacio de trabajo adecuado
(Binford 1983: 150).
Habiendo revisado aspectos de la teoría general y de alcance medio, que son
relevantes para la investigación del nivel de la unidad doméstica de la Transición
Arcaico-Formativo, ahora regreso a los sitios específicos en consideración: Pirco y
Jiskairumoko. La discusión comienza con una presentación de la ubicación general
de los sitios. Le sigue una descripción de los restos en superficie, una explicación de
los procesos deposicionales, la estratigrafía, y los fechados radiocarbónicos. Luego se
presentan los principales contextos del Arcaico Tardío - Formativo Temprano. Esos
resultados son, luego, contrastados con los argumentos de alcance medio, los mode-
los arqueológicos, y la teoría general antes discutida.

Ubicación General: Pequeñas Elevaciones y Asentamiento Arcaico


Pirco y Jiskairumoko están localizados en la sección de Aguas Calientes de la cuenca
del río Ilave. Esos sitios fueron encontrados durante una prospección pedestre de
la cuenca realizada por Mark Aldenderfer y Edmundo De la Vega (1996). Excavacio-
nes de prueba iniciales en Jiskairumoko fueron llevadas a cabo al año siguiente de
la ubicación del sitio (Aldenderfer y De la Vega 1997), y excavaciones horizontales
más extensas fueron hechas de 1999 a 2004 (Aldenderfer y Barreto 2002, 2003, 2004;
Aldenderfer y López Hurtado 2000; Aldenderfer y Yepez 2001; Craig 2005). El sitio de
Pirco fue excavado en 2004 (Aldenderfer y Barreto 2004; Craig 2005: 323).
Tanto Pirco como Jiskairumoko están situados en pequeñas elevaciones. Los sitios
del Arcaico y Formativo Temprano en la cuenca del Ilave están ubicados consisten-
temente sobre esas pequeñas elevaciones. El proceso geológico que resultó en esas
pequeñas elevaciones es muy difícil de definir. Dado su patrón irregular y pequeño
tamaño, esas ondulaciones probablemente son variaciones caóticas naturales en la
historia geológica de la región (Craig 2005: 391-392; Rigsby 2002). Aunque esas peque-
ñas elevaciones podrían ser parte de un aspecto más fortuito del cambio del paisaje,
en las cuencas del río Aguas Calientes y en la mayor del río Ilave, esas pequeñas ele-
vaciones estructuran fuertemente remanentes (Dewar y McBride 1992; Wandsnider
1992), y más probable efectivos, patrones de asentamiento. La prospección de la re-
gión encontró que un número impresionante de sitios del período Arcaico y el For-
mativo más temprano están ubicados sobre esas pequeñas elevaciones (Aldenderfer
y De la Vega 1996; Aldenderfer y Klink 1996; Klink y Aldenderfer 1996). Las razones
para esto no son bien comprendidas pero las posibilidades incluyen el mejoramiento
de la visibilidad para controlar la caza, el aumento de la visibilidad con respecto a
52 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

otros ocupantes de la región, un mejor drenaje durante la ocupación en las estaciones


lluviosas, o tal vez, alguna combinación de esos factores (Craig 2005: 392).

Pirco: Restos de superficie y contexto espacial


Pirco es una dispersión lítica que está localizada en el lado sur del río Aguas Calientes
adyacentes a la quebrada Pirco, aguas abajo de la confluencia del río Grande y el río
Unciallane, y ubicado en tierras de propiedad de la comunidad aymara de Pirco (Craig
2005: 390). El sitio arqueológico de Pirco está situado en la más grande de las peque-
ñas elevaciones en el área inmediatamente circundante, y esto, le da al sitio una vista
dominante del cauce del río Aguas Calientes. La confluencia del río Unciallane y el río
Grande es fácilmente visible al oeste. La cuenca visual aguas abajo, desde el sitio de
Pirco, es cortada por una de las crestas del Cerro Pacocahua. La elevación sobre la cual
Pirco se asienta se encuentra sobre la Terraza 4, pero es inmediatamente cercana a los
límites de la erosion fluvial (downcutting) del río Aguas Calientes que creó la Terraza 3.
Comparado con Jiskairumoko, Pirco está localizado en un espacio mucho más abierto y
más cercano a la zona inundable activa. Dada la historia fluvial de la cuenca (Rigsby et
al. 2003), durante su ocupación, el sitio de Pirco habría estado situado inmediatamente
adyacente a la zona inundable del río Aguas Calientes.
Durante la prospección pedestre del valle del río Ilave, los restos de superficie de
Pirco fueron recolectados sistemáticamente (Tabla 2). Cindy Klink examinó y clasi-
ficó las puntas de proyectil diagnósticas recuperadas de esa recolección superficial.
Un total de 75 puntas de proyectil recuperadas de Pirco fueron asignadas a un tipo.
Aplicando la cronología de puntas de proyectil para los Andes Surcentrales (Klink y
Aldenderfer 2005), el 60% (45 de 75) de las puntas fueron asignadas al Arcaico Tardío.
Basados en los resultados de la recolección de superficie, Pirco fue clasificado como
un sitio multicomponente con una importante ocupación del Arcaico Tardío.

Jiskairumoko: Contexto espacial y restos superficiales


Jiskairumoko es una densa dispersión lítica y laminar de desechos que está situado sobre
una pequeña elevación en la margen sur de Aguas Calientes. La elevación sobre la cual
se asienta Jiskairumoko es única de diferentes maneras. Esta exhibe una gran superficie
elevada plana y las laderas tienen una pendiente más suave que las otras elevaciones en
la región. A diferencia de la mayoría de las elevaciones en el área, esta forma una única
proyección de la superficie pero que desciende suavemente hacia la pendiente del cerro
inmediatamente adyacente: el Cerro Pacocahua. La ubicación de la elevación adyacente
al cerro Pacocahua localiza a Jiskairumoko en un contexto mucho más protegido que
Pirco. Jiskairumoko tuvo una buena vista de la sección de San Fernando del río Aguas
Calientes que se extiende aguas abajo al este hacia la Pampa Jachacachi Pampa y hacia
la confluencia del río Aguas Calientes y el río Huenque (Craig 2005: 401).
Durante la prospección pedestre del río Ilave, Jiskairumoko también fue sistemá-
ticamente recolectado superficialmente. Klink examinó las puntas de proyectil recu-
53 / Nathan Craig

Tipo de Punta

Diag (S/N)

Cantidad
Rango de
Forma Período Materiales
tiempo

Todas de
1A Diamantada/Foliada S 9500-6900 a.C. Arcaico Temprano 1
basalto

Todas de
2C Pentagonal S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 4
basalto

Formas de mango amplio Arcaico Temprano- Todas de


3A S 9700-4900 a.C.
y contraido con base recta Medio basalto

Formas foliáceas de borde


modificado con márgenes Todas de
3B S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 7
de mango contraído a basalto
rectos

1 de andesita,
Foliáceas de caras
6 de basalto, 4
3D contraidas a paralelas sin N 9500-3100 a.C. Todo el Arcaico 12
de sílex, 1 de
modificación del borde
riolita

20 de basalto, 3
Formas lanceoladas con de riolita, 2 de
3F S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 29
base cóncava cuarcita, 4 de
sílex

Formas grandes 11 de basalto,


4D pedunculadas con mangos S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 16 4 de sílex, 1 de
de lados paralelos cuarcita

Formas pequeñas
Arcaico Tardío hasta 1 de basalto, 1
4F pedunculadas con mangos S 3800-1900 a.C. 2
el Terminal de sílex
de lados paralelos

Formas triangulares
3100 a.C. - Arcaico Terminal
5C grandes con bases S 1 Basalto
500 d.C. hasta el Formativo
concavas
Formas triangulares
5D pequeñas con bases 1 Basalto
cóncavas

Tabla 2. Puntas de proyectil diagnósticas recuperadas en las recolecciones de superficie en


Pirco. Tabla adaptada de Craig (2005: 396, Tabla 7.2). Códigos de tipo de punta siguiendo a
Klink y Aldenderfer (2005). Diag. = diagnósticas.

peradas de esta recolección y asignó 21 de ellas a tipos diagnósticos temporalmente


que abarcaron todo el Arcaico hasta el período Formativo. Aunque fue claramente
un sitio multicomponente, el 62% (13 de 21) de las puntas fueron formas del Arcaico
Terminal (Tabla 3). Excavaciones preliminares en el sitio confirmaron el hecho que el
depósito fue multicomponente, aunque consistía mayormente de una ocupación del
Arcaico Terminal.
54 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Tipo de Punta

Diag (S/N)

Cantidad
Rango de
Forma Período Materiales
tiempo

1A Diamantada/Foliada S 9500-6900 a.C. Arcaico 1 Sílex


Temprano
1B Pentagonal S 9500-6900 a.C. Arcaico 1 Basalto
Temprano
3B Formas foliáceas de borde S 6900-4900 a.C. Arcaico Medio 1 Sílex
modificado con márgenes
de mango contraído a
rectos
3D Foliáceas de caras N 9500-3100 a.C. Todo el Arcaico 4 2 de sílex, 1 de
contraidas a paralelas sin calcedonia, 1 de
modificación del borde riolita

4D Formas grandes S 4900-3100 a.C. Arcaico Tardío 1 Basalto


pedunculadas con mangos
de lados paralelos
4F Formas pequeñas S 3800-1900 a.C. Arcaico Tardío 4 3 de sílex, 1 de
pedunculadas con mangos hasta Arcaico basalto
de lados paralelos Terminal

5A Formas oval-triangulares S 3100-1900 a.C. Arcaico 1 5 de sílex


Terminal hasta
5B Fomas triangulares de N 3100 a.C.-1100 Tiwanaku 4
base recta a convexa d.C.
5C Formas triangulares S 3100 a.C.-500 Arcaico 1 Sílex
grandes con bases d.C. Terminal hasta
concavas Formativo

5D Formas triangulares 3 3 de sílex


pequeñas con bases
cóncavas
Tabla 3. Puntas de proyectil diagnósticas recuperadas en las recolecciones de superficie
en Jiskairumoko. Tabla adaptada de Craig (2005: 396, Tabla 7.3). Códigos de tipos de punta
siguiendo a Klink y Aldenderfer (2005). Diag. = diagnósticas.

Procesos Deposicionales y Estratigrafía


General de los Sitios Arcaicos en el río Ilave
En la cuenca del río Ilave, las pequeñas elevaciones sobre las cuales los sitios arcaicos
como Pirco y Jiskairumoko se asientan son rasgos geológicos que, debido a la natura-
leza duradera de la roca madre subyacente, resistieron diferencialmente la erosión.
Debido a esto, estos rasgos son proyecciones sobre el paisaje, que uno pensaría que
deberían ser contextos producidos por la erosión más que por el depósito. Sobre esas
elevaciones, los mecanismos de remoción de tierra deberían ser la lluvia y el viento.
Sorpresivamente, más allá de esos factores, los antiguos depósitos arqueológicos en-
55 / Nathan Craig

terrados se han acumulado sobre varias de las elevaciones de la región. Por lo tanto,
esos contextos no pueden ser enteramente causa de la erosión.
En la actualidad, la tierra se acumula en la base de los amontonamientos de hier-
bas como el ichu (Stipa ichu) y el iru (Stipa leptostachya). Es extremadamente difícil
preveer cómo las antiguas coberturas de plantas podrían haber impactado el con-
texto deposicional de esos rasgos geológicos. Aun asi, previamente al desarrollo del
pastoreo, se esperaría una cobertura de plantas más extensa para esta región (Craig
et al. 2009), y esta habría conducido a una mayor protección de las fuerzas erosivas
como el viento o la lluvia. Sin embargo, se esperaría que durante períodos de ocupa-
ción humana de esas elevaciones, gran parte de la vegetación habría servico como
materiales de construcción o combustible para quemar (Craig et al. 2009). Hacia el
advenimiento del pastoreo extendido, debió prevalecer la cobertura de vegetación
moderna. De hecho, en los Andes, la tracción animal y el arado mecanizado son pro-
bablemente los causantes de los mayores cambios en el paisaje, incrementando los
índices de erosion del suelo, que han tomado lugar desde la adopción generalizada
del pastoreo o la andenería.
Con respecto a las pequeñas elevaciones en la cuenca del río Ilave, una compa-
ración de las superficies e inspección de varios perfiles producidos por el arado re-
ciente, muestra que la deposición de sedimentos ha sido mayor en esas elevaciones
que fueron ocupadas en el pasado. Además, esas elevaciones que fueron ocupadas
largamente parecen tener un depósito más grueso de tierra en la parte superior. Este
patrón de depósitos de tierra más profundos en la cima de las elevaciones ocupadas
sugiere que la habitación humana es uno de los agentes de la deposición de tierra. Por
ejemplo, la tierra se acumula rápidamente dentro de los corrales. Sugerimos que en
la región existe un importante potencial para deposición de tierra por acción eólica
alrededor de cualquier objeto grande que esté localizado en la cima de una de las
muchas elevaciones en la región.
Durante la excavación, el viento depositó rápidamente la tierra alrededor de los
baldes, mochilas, cajas, y otros objetos mucho mas rápido que sí no hubieran existi-
do obstáculos. En ausencia de obstrucciones, el viento continuaría llevado solamen-
te partículas de tierra. Pese a todo, la tierra se acumula rápidamente alrededor de
edificios y afuera de los corrales. El proceso de pisoteo, entonces, compactaría los
sedimentos transportados por el viento. El depósito llevado por el viento alrededor
del ambiente construido parece ser la forma más importante de deposición sobre las
elevaciones y parece explicar las diferencias en el espesor de la tierra entre esas que
estuvieron ocupadas y las que no lo estuvieron.

Estratigrafía del sitio del Arcaico Tardío de Pirco


Pirco es un sitio extremadamente superficial que está caracterizado por un depósito
arqueológico relativamente escaso que carece de rasgos bien definidos (Figura 1). La
trinchera 3 fue la exposición más grande y esta exhibió el depósito más complicado
que cualquiera de las otras cinco trincheras que fueron excavadas en Pirco (Figura
56 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

2). Un entierro fue encontrado en la trinchera 3. Los restos humanos estuvieron alta-
mente erosionados y ningún artefacto asociado a estos fue hallado. Como muestra la
Figura 2, el depósito en la trinchera 3 nunca alcanzó una profundidad mayor de unos
30 cm. El color de la tierra no varió en mucho grado. Los lentes orgánicos no fueron
excepcionalmente oscuros ni ricos. Las capas de tierra en Pirco fueron mucho más
gruesas que las de Jiskairumoko.

Figura 1. Mapa mostrando el relieve topográfico y los bloques de excavación del sitio
169, Pirco. Figura adaptada de Craig (2005: 398).
57 / Nathan Craig

Figura 2. Sitio 169, Pirco, Trinchera 3, perfil de la pared este, mostrando las características
del suelo. Los puntos pequeños representan granos individuales de grava que son visibles
en el perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 412).
La capa superior en Pirco consistió de una zona arada disturbada de 9 cm de
profundidad que había sido causada por la actividad agrícola moderna. Debajo de
este estrato, en la trinchera 3, sutiles variaciones en el color de la tierra, textura y
compactación llegaron a ser más evidentes (Figura 3). El estrato 2, y los 4-6 repre-
sentan los restos de la planta de una posible estructura. Los estratos 3 y 8 son depó-
sitos de relleno en algún tipo de pozo pequeño. El pozo no contiene carbón, rocas o
algún otro objeto visible que ayudara a determinar su función. Aún asi, los límites
del pozo fueron más fácilmente reconocibles que la textura granulosa más fina del
relleno del pozo. El estrato 14 es un lente orgánico ceniciento que está asociado con
la ocupación de una de las estructuras efímeras representadas por el estrato 2 y los
4-6. Los estratos 7, 11, 12 y 15 son estratos bien ordenados de arena de grano medio
con grava. Basándose en el redondeo de los granos en este estrato, esos depósitos
parecen haber sido transportados por el agua.

Estratigrafía del sitio Arcaico Tardío-Terminal


y Formativo Temprano de Jiskairumoko
Las excavaciones en Jiskairumoko revelaron una secuencia de ocupaciones
palimpsestosN.T., poco profunda aunque extremadamente compleja (Figura 4). Desafor-
tunadamente, las ocupaciones residenciales del sitio no están separadas por deposicio-

N.T. Cuando el autor usa la palabra “palimpsesto” se refiere a aquella superficie de ocupación que
todavía conserva huellas de otra anterior en la misma superficie pero borrada expresamente
para dar lugar a la que ahora existe.
58 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 3. Sitio 169, Pirco. Trinchera 3 mostrando el pozo de entierro y los restos
de estructuras efímeras. Figura adaptada de Craig (2005: 533).

nes naturales que pudiesen ayudar a aislar y definir cada uno de los diferentes estratos
culturales. En cambio, la estratigrafía está altamente comprimida y una capa cultural,
a menudo, es directamente interface de otra. Aun así, aunque Jiskairumoko es poco pro-
fundo y palimpsesto, el sitio proporciona una oportunidad para examinar cambios de
unidades domésticas durante los períodos Arcaico Tardío, Arcaico Terminal y Formati-
vo Temprano. En el sitio, las diferencias arquitectónicas y artefactuales permitieron la
definición de cinco principales períodos de ocupación:
59 / Nathan Craig

Figura 4. Mapa mostrando el relieve topográfico de Jiskairumoko, los bloques de excavación y un


área del sitio que fue mecánicamente arada en 2000. Figura adaptada de Craig (2005: 402).

• Formativo (alterado)
• Formativo Temprano
• Arcaico Terminal: Fase 2
• Arcaico Terminal: Fase 1
• Arcaico Tardío

Los componentes del período Formativo Temprano y otra superior no identifica-


da están localizados en la capa removida por el arado. Debajo de esta tenemos otra
ocupación del Formativo Temprano. Esta fase está caracterizada por estructuras con
pisos preparados que parecen haber sido reconstruidos numerosas veces. Las estruc-
60 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

turas de las Fases 2 y 1 del Arcaico Terminal están excavadas dentro de la capa dura
estéril subyacente. La estructura de la Fase 2 es más grande y no tan profundamente
excavada en la capa dura esteril como las estructuras de las casas semisubterráneas
de la Fase 1. Esto sugiere que la Fase 2 es un período transicional entre las casas se-
misubterráneas y las viviendas sobre la superficie. Retomaré esta cuestión con ma-
yor profundidad más adelante. Los restos de las Fases 1 y 2 del Arcaico Terminal y
del Arcaico Tardío no pueden ser separados estratigráficamente. Esos tres episodios
ocupacionales han sido todos definidos por medio de tendencias en las edades de los
fechados radiocarbónicos asociados.
El perfil este de la Trinchera 5 y Bloque 9 proporciona un buen ejemplo de las re-
laciones estratigráficas generales observadas en Jiskairumoko (Figura 5). La profundi-
dad máxima del depósito en este perfil este es 51 cm. Hacia el extremo izquierdo de
la Figura 5, uno puede observar las unidades estratigráficas 8-12. Estas representan
una serie de eventos de reconstrucción de pisos preparados del Formativo Temprano.
La estructura del Formativo Temprano fue expuesta en la excavación del Bloque 6, y
está representada en mayor detalle en la Figura 6. La casa semisubterránea del Arcaico
Tardío fue encontrada en el Bloque 9. La estructura fue excavada en la matriz de una
capa dura estéril que es la Unidad Estratigráfica 6. Un pequeño lente de la Unidad Es-
tratigráfica 6 se extiende debajo de las unidades estratigráficas 8-12 el cual compone el
suelo preparado del Formativo Temprano y eventos palimpsestos de reconstrucción.
El componente Formativo de la ocupación se extiende sobre toda la extensión del
sitio y fue encontrado en los Niveles I y II de todas las unidades de excavación, blo-
ques, o trincheras. Con la excepción de unos cuantos hoyos de fogones intrusivos, el
componente Formativo estaba restringido al horizonte removido por el arado. Debi-
do a la naturaleza disturbada del estrato superior, no se ofrecerá discusión adicional
de la ocupación Formativa.
Los componentes del Formativo Temprano consisten de paquetes de limos arci-
llosos duros o pisos preparados apisonados que en los Bloques 4 y 6, fueron encontra-
dos inmediatamente debajo de la zona arada lo cual corresponde a los Niveles III-V.
La ocupación Formativa Temprana es la más superior estratigráficamente de las ca-
pas intactas de Jiskairumoko. Las exposiciones horizontales en los Bloques 4 y 6 y el
examen de los perfiles del Bloque 6 y el perfil este de la Trinchera 5 revelan que la
estructuras rectangulares con pisos preparados del Formativo Temprano fueron re-
construidas repetidamente durante su período de ocupación (Figura 6). La estructura
rectangular en el Bloque 6 fue reconstruida durante al menos cuatro episodios.
Una ocupación estratigráficamente inferior de una casa semisubterránea fue re-
velada en el Bloque 7, y esta ha sido denominada Fase 2 del Arcaico Terminal. La
estructura está excavada en el suelo y es denominada Estructura Semisubterránea
1. La inspección del perfil sur del Bloque 7 revela que la Estructura Semisubterránea
1 de la Fase 2 fue excavada en la superficie del suelo sobre la cual se construyó la
estructura del piso preparado del Formativo Temprano (Figura 7). Esto refuerza la
interpretación que los pisos preparados ocurren más tarde que algunas de las casas
semisubterráneas.
61 / Nathan Craig

Figura 5. Perfil estratigráfico de la pared este del Bloque 9 y Trinchera 5. Los límites de la
estructura de piso preparado del Formativo Temprano pueden ser vistos en el primer metro del
perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 417).

Figura 6. Piso preparado de la Estructura Rectangular 2 del Formativo Temprano encontrado


en el Bloque 6 y mejor definida en la Trinchera 5. Al menos cuatro episodios de reconstrucción
pueden ser vistos en este perfil. Figura adaptada de Craig (2005: 418).
62 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 7. Perfil sur del Bloque 7. Figura adaptada de Craig (2005: 421).

Un componente más temprano del Arcaico Terminal Fase 1 fue encontrado en los
Bloques 1, 3, 8 y 11. Esta fase ocupacional está representada por una serie de casas se-
misubterráneas que estuvieron más profundamente excavadas que la estructura de la
Fase 2 (Figura 8). Cada uno de los bloques de excavación que mostraron las estructuras
de la Fase 1 estaban localizados en la porción sur del sitio. Esto hace difícil la compara-
ción directa de las estructuras de la Fase 2 con las de la Fase 1. Sin embargo, múltiples
fechas de radiocarbón indican que las casas semisubterráneas de la Fase 1, excavadas
profundamente, son más tempranas que la estructura semisubterránea de la Fase 2.

Figura 8. Casas Semisubterráneas 1-3 y Hornos de Pozo Externos 1 y 2.


Figura adaptada de Craig (2005: 618).
63 / Nathan Craig

Una sola casa semisubterránea del Arcaico Tardío fue expuesta en el Bloque 9.
Esta estructura se excavó dentro de la misma capa dura estéril subyacente como las
estructuras de la Fase 1 y Fase 2 del Arcaico Terminal. Interesantemente, la posición
espacial de la estructura del Arcaico Tardío es congruente con el diseño de las casas
semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Terminal. Esas estructuras juntas forman
el trazado de una “aldea” circular similar, en algunos aspectos, al patrón descrito por
Yellen (1977) (Figura 8). Sin embargo, también hay algunas diferencias importantes
que serán discutidas posteriormente. La estructura del Arcaico Tardío parece haber
sido reconstruida durante su ocupación, y la acumulación de basura dentro de esta
estructura no es totalmente desecho secundario. Esta también incluye varios hogares
efímeros que posiblemente constituyen desecho primario. Sugiero que la estructura
del Arcaico Tardío permaneció en uso durante el Arcaico Terminal.
Aunque puntas de proyectil del Arcaico Medio y Temprano fueron recuperadas
durante las recolecciones de superficie, no existe evidencia clara procedente de la ex-
cavación que revele arquitectura residencial que preceda al Arcaico Tardío. Los dese-
chos ocupacionales más tempranos sin duda no están presentes, aunque los restos o
son efímeros o no fácilmente reconocibles. Es altamente probable que muchos de los
pequeños pozos encontrados en los niveles basales de los bloques y trincheras de ex-
cavación representen actividades que tomaron lugar previamente al Arcaico Tardío.
Desafortunadamente, ninguno de esos pozos contuvo carbones que proporcionasen
esos rasgos imposibles de fechar por medios convencionales.

Fechas radiocarbónicas producidas por la excavación


Ningún carbón fue recuperado de Pirco y, por lo tanto, es imposible entregar fecha-
dos absolutos de alguna de las excavaciones hechas en este sitio. El fechado de Pirco
está restringido a técnicas relativas, basadas en similitudes estilísticas de puntas de
proyectil temporalmente diagnósticas definidas en la cronología de Klink y Aldender-
fer (2005). Afortunadamente, esta cronología está basada exclusivamente en puntas
recuperadas de contextos excavados y fechados. Este hecho refuerza enormemente
la base temporal de las formas estilísticas que ellos identifican. En Jiskairumoko, un
total de 26 fragmentos de carbón fueron recuperados y remitidos para análisis de
fechado radiocarbónico (Tabla 4). Todos los fechados fueron procesados en el labora-
torio de acelerador de partículas de la National Science Foundation en la Universidad
de Arizona o por Beta Analytic. Todas las muestras fueron calibradas en años antes
de Cristo (a.C.) utilizando el programa Calib v. 4.3 (Stuiver et al. 1998a, b; Stuiver y
Reimer 1993). La discusión se enfoca aquí en las fechas calibradas a 2σ reportadas
como años cal. a.C.
Intentos exhaustivos fueron hechos para seleccionar sólo las muestras de carbón
para análisis que fueron recuperadas de contextos arqueológicos bien definidos. Sin
embargo, dos de las 26 muestras seleccionadas para análisis fueron recuperadas de
niveles dentro de la moderna zona arada. Esas muestras fueron remitidas en un inten-
to por establecer fechados absolutos del componente Formativo que estaba presente
en los niveles superiores de Jiskairumoko. Fechados altamente improbables fueron
64 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

obtenidos de esas dos muestras, y esto es probablemente debido a la mezcla causada


por el arado moderno del sitio. Considerando que los contextos arqueológicos para
esas dos muestras no son seguros, estos son reportados pero no serán discutidos más
adelante.
Los fechados radiocarbónicos de contextos bien definidos de Jiskairumoko abar-
can de 3200 a 1400 cal. a.C. Este lapso está correlacionado con dos mayores transi-
ciones en los Andes Surcentrales, una física y otra cultural. La transición física es
el cambio del Holoceno Medio al Holoceno Tardío (Baker, Rigsby, et al. 2001; Baker,
Seltzer, et al. 2001; Baucom y Rigsby 1999; Farabaugh y Rigsby 2005; Rigsby et al. 2003;
Rigsby et al. 2005). Durante este cambio, se desarrolló el régimen climático moderno
y el nivel del lago Titicaca cambió de estar en el más bajo, desde el Último Máximo
Glacial (pre-21000 a.p.), hasta aproximarse a los niveles observados en la actualidad.
Culturalmente, este período está correlacionado con la transición del Arcaico Tardío
al Arcaico Terminal (Aldenderfer et al. 2008; Craig 2005). En algunas áreas como la
cuenca Norte, alrededor de ca. 2000 cal. a.C. las etapas más tempranas del período
Formativo podrían haber estado emergiendo (Stanish 2003). Sin embargo, en la cuen-
ca del río Ilave, los fechados de Jiskairumoko indican que esta transición no tomó
lugar hasta ca. 1400 cal. a.C. Esas diferencias en tiempo subrayan la naturaleza del
mosaico del cambio cultural.
Id. Muestra

Código
Años 14C

Cal ACE

S Cal ±

Prob.
Sup.
13C

Inf.

Prodecencia

Proced.

B1 Nivel IIIa-2.
AA36819 q25aF8iiia-2 3411 51 -25 1693 46 1784 1601 0,792 Borde de la Casa
Semisubterránea 2

B1 Nivel IIIb.
AA36814 q23bF5iiib 3838 75 -20.5 2296 89 2473 2119 0,951 Borde de la Casa
Semisubterránea 2

B1 Nivel IIIc.
Relleno Secundario
AA36818 2 q 3bF2iiic 3620 48 -25 1975 49 2072 1878 0,844
de la Casa
Semisubterránea 2

B1 Nivel IV-1.
AA36815 2 o 3cB1iv-1 3733 43 -24.6 2118 48 2213 2022 0,888 Entierro
Secundario 2

B1 Nivel IV-1.
AA36817 2 o 4aB2iv-1 4275 46 -23.2 2939 40 3019 2859 0,799 Entierro Primario
1

B2 Nivel III.
AA36816 1 u 4cF2iii 3390 54 -24 1650 63 1776 1524 0,934 Relleno Secundario
del Pozo
65 / Nathan Craig

B2 Nivel IV. Matriz


AA36813 u146F9iv 4148 43 -25 2749 64 2877 2620 0,965 manchada de
basura

B2 Nivel V. Horno
AA36820 u13aF6v 3448 47 -24.6 1781 51 1883 1679 0,944
de Pozo Externo 2

B3 Nivel IV.
Relleno Secundario
AA43380 w34c2iv 3214 50 -21.9 1507 54 1615 1399 1
de la Casa
Semisubterránea 3

B3 Nivel IV.
Relleno Secundario
AA43381 x36b2iv 3299 42 -23.2 1590 48 1686 1494 0,982
de la Casa
Semisubterránea 3

B3 Nivel IX.
Basural fuera
AA43373 z34c4ix 3378 46 -23.6 1550 58 1754 1524 0,982
de la Casa
Semisubterránea 3

B3 Nivel IX.
AA43382 6x3 dix 3382 48 -23.6 1647 62 1770 1524 0,981 Fogón en la Casa
Semisubterránea 3

B3 Nivel IX.
AA43383 x36dix2 3448 44 -24.4 1757 39 1834 1680 0,749 Fogón en la Casa
Semisubterránea 3

B4 Nivel VIII.
AA43376 jj22b6viii 3330 45 -23.8 1605 44 1693 1517 0,953
Basural ceniciento

B4 Nivel VIII.
AA43375 2ii 2c9viii 3401 45 -22.6 1689 45 1778 1600 0.858
Fogón
B4 Nivel III-2.
Beta- Basural afuera
gg 19aiii-2 3410 60 -24.3 1715 58 1830 1599 0,81
97320 de la Estructura
Rectangular 1

Beta- B4 Nivel VIII.


hh 19b1viii 3240 70 -25.3 1538 74 1685 1391 0,99
97321 Basural

B7 Nivel II.
AA43379 rr26d3ii 4547 95 -26.7 3264 128 3519 3008 0,956 Estructura
Semisubterránea 1

B7 Nivel IV.
AA45952 qq25d2iv 3235 58 -23 1522 58 1638 1405 0,975 Estructura
Semisubterránea 1

B7 Nivel XII. Fogón


AA58475 rr25b23xii 3208 58 -22.6 1500 61 1621 1379 0,981 de la Estructura
Semisubterránea 1
66 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

AA36812 n2460aii 4726 44 -25 3593 22 3636 3549 0,4 Zona arada

B8 Nivel
IIIc. Rellleno
AA43372 q21b2iiic 3428 63 -23.2 1742 71 1884 1600 0,95 Secundario
en la Casa
Semisubterránea 2

B8 Nivel IV.
AA43377 o22c5iv 3341 45 -21.9 1607 44 1694 1520 0,929 Entierro
Secundario 3

B8 Nivel IV.
AA43374 o22c5iv2 3450 45 -24.5 1782 51 1883 1680 0,96 Entierro
Secundario 3

B9 Nivel XII.
AA58476 y27d11xii 4562 73 -24 3232 78 3385 3078 0,79 Fogón en la Casa
Semisubterránea 1

B 11 Nivel
AA45951 u25b12x 3573 50 -23.6 1901 67 2035 1766 0,98 X. Entierro
Secundario 4

Tabla 4. Muestras de radiocarbono de Jiskairumoko. En esta tabla, las muestras


están organizadas por bloque de excavación. Código Proc., corresponde al código
de procedencia usado en el campo. Inf. y Sup. corresponden a los límites inferior
y superior de la curva de probabilidad de 2 sigmas después de la calibración.
Probablemente se refiere al valor de probabilidad asociado con el reporte de la
curva de calibracion interceptada. Tabla adaptada de Craig (2005: 430-431).

Agrupamiento de los fechados basado en los patrones en la distribución


Un ordenamiento temporal de los fechados calibrados indica la presencia de tres prin-
cipales grupos (Figura 9): un pequeño grupo de fechados tempranos que representa un
lapso temporal amplio; un segundo grupo de fechados intermedio más grande que re-
presenta un rango temporal mucho más restringido, aunque con un número mayor de
muestras; y un grupo final que es incluso más restringido temporalmente que el grupo
intermedio, y que está representado por un pequeño número de muestras. Esos gru-
pos no están armados para corresponder a alguna secuencia cronológica predefinida.
Los grupos están basados enteramente en el examen del gráfico de distribución de los
rangos de fechado. El propósito del agrupamiento es examinar los componentes de las
distribuciones para ver a que manifestaciones arqueológicas corresponde cada serie de
fechados. Siguiendo esto, los restos arqueológicos revelados por las excavaciones son
discutidos en relación a los esquemas cronológicos utilizados ampliamente.

El Grupo 1 constituye el 28% (8 de 25) de los fechados radiocarbónicos de contex-


tos seguros. Cuando la extensión en 2 sigmas de todas las distribuciones de probabi-
lidad son consideradas juntas, el lapso temporal representado por los ocho fechados
67 / Nathan Craig

abarca desde tan temprano como 3385 cal. a.C. a tan tarde como 1766 cal. a.C. lo cual
define un lapso temporal de cerca de 1600 años. Sin embargo, varios de los fechados
del Grupo 1 no se solapan a 2 sigmas. El valor medio para los fechados del Grupo 1
abarca desde tan temprano como 3232 cal. a.C. a tan tarde como 1901 cal. a.C. Esto
representa un arco temporal de cerca de 1300 años. Los fechados del Grupo 1 fueron
recuperados de los siguientes contextos:
• Fogón central de la Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío: Bloque 9.
• Entierro Primario 1: Bloque 1.
• Matriz manchada de basura cercano al Horno de Pozo Externo 2: Bloque 2.
• Borde de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
• Entierro Secundario 1: Bloque 1.
• Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
• Entierro Secundario 4: Bloque 11.
El Grupo 2 constituye el 56% (14 de 25) de los fechados de radiocarbono proce-
dentes de contextos seguros. Todos los fechados en este grupo se solapan a 2 sigmas.
Los 14 fechados que comprenden el Grupo 2 representan un período de aproximada-
mente ca. 1700-1400 cal. a.C. que abarca alrededor de 300 años. Comparado al Grupo
1, el Grupo 2 representa un mayor número de fechados pero un lapso más restringido
de tiempo. Esto posiblemente refleja un uso intensificado del sitio. Los fechados del
Grupo 2 fueron recuperados de los siguientes contextos:
• Entierro Secundario 2: Bloque 8.
• Horno de Pozo Externo 2: Bloque 2.
• Fogón Central en la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
• Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 8.
• Basural Afuera de la Estructura Rectangular 1: Bloque 4.
• Borde de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 1.
• Fogón: Bloque 4.
• Relleno Secundario de pozo: Bloque 2.
• Fogón Central: Casa Semisubterránea 3.
• Basural Ceniciento: Bloque 4.
• Basural Afuera de la Casa Semisubterránea 2: Bloque 3.
• Entierro Secundario 2: Bloque 8.
• Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
• Estructura Semisubterránea 1: Bloque 7.
El Grupo 3 constituye el 12 % (3 de 25) de los fechados de radiocarbono proce-
dentes de contextos seguros. Todos los fechados del Grupo 3 tienen extensiones 2 de
sigmas que se solapan. Algunos de los fechados del Grupo 3 se solapan con algunos
pero con todos los fechados del Grupo 2. La ausencia de solapamiento completo con
68 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

el Grupo 2 es un criterio para separar al Grupo 3. Considerando la extension en 2


sigmas de todos los fechados en el Grupo 3 el arco temporal va desde tan temprano
como 1638 cal. a.C. hasta tan tardío como 1379 cal. a.C. lo cual representa un lapso de
259 años. Los valores medios de los fechados del Grupo 3 abarcan de 1522-1500 cal.
a.C., lo cual representa un span temporal de 22 años. Los fechados del Grupo 3 fueron
recuperados de los siguientes contextos:

Figura 9. Fechados de radiocarbono calibrados ordenados temporalmente de Jiskairumoko.


Los fechados calibrados son mostrados como diamantes negros y las barras de error indican 2
sigmas. Los contextos de las muestras para radiocarbono son reportadas cercanos a cada uno
de los fechados. Figura adaptada de Craig (2005: 438).
69 / Nathan Craig

• Basural: Bloque 4.
• Relleno Secundario de la Casa Semisubterránea 3: Bloque 3.
• Fogón Central en la Estructura SemiSubterránea 1: Bloque 7.
Considerando los tres grupos de fechados, la redundancia ocupacional fue relati-
vamente moderada de ca. 3300 a 1800 cal. a.C. Los fechados sugieren que alrededor
de ca. 1800 cal a.C., las conductas de redundancia ocupacional y la producción de de-
secho se incrementaron claramente. El sitio parece haber sido abandonado en gran
parte alrededor de ca. 1400 cal. a.C.

Casa Semisubterránea 1: Fundada durante el Arcaico Tardío y ocupada a lo lar-


go del Arcaico Terminal
La Casa Semisubterránea 1 fue descubierta mediante la excavación del Bloque 9 la
cual fue emprendida para examinar una anomalía en la superficie identificada por
medio de un radar de penetración de suelos (GPR) (Figura 10). El Bloque 9 fue excava-
do durante las temporadas de campo de 2001 y 2002. La anomalía fue la más grande
y llamativa de cualquiera de las anomalías de GPR encontradas en Jiskairumoko, y
las excavaciones en el Bloque 9 mostraron la estructura más grande y mejor definida
encontrada en el sitio (Figura 11).

Figura 10. Perfil de la línea escaneada del GPR que ilustra la anomalía que corresponde
a la Casa Semisubterránea 1. Las líneas verticales claras ilustran los límites de la casa
semisubterránea. Figura adaptada de Craig (2005: 550).

Una muestra de carbón que fue fechada en 3232 cal. a.C. fue recuperada de debajo
de una de las rocas que formaron el interior bien construido del fogón central de
la estructura. Este fechado ubica la ocupación temprana de la estructura dentro del
final del Arcaico Tardío. Sin embargo, los contenidos de la Casa Semisubterránea 1
indican que esta fue usada a través del tiempo y su uso, probablemente, se extendió
bien adentro del Arcaico Terminal.
La Casa Semisubterránea 1 se encuentra entre las casas semisubterráneas 2 y 3 de tal
manera que la Casa Semisubterránea 2 está al suroeste y la Casa Semisubterránea 3 está
hacia el noreste (Figura 8). La Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío es considera-
blemente más grande que la casa semisubterránea de la Fase 1 del Arcaico Terminal.
70 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 11. Bloque 9 Casa Semisubterránea 1. El borde interior bien definido de la estructura está
representado por una línea discontínua blanca. Un borde externo de la estructura fue encontrado
por la excavación de una pequeña trinchera en el margen oeste de la estructura. Este margen
externo está representado por una línea discontínua oscura. Figura adaptada de Craig (2005: 563).

Sin embargo, el tamaño exacto es difícil de determinar. Solamente la mitad oeste de


la estructura fue excavada. Por lo tanto, el tamaño absoluto de la estructura debe ser
estimado. Lo más importante, de la porción oeste excavada de la estructura reveló que
esta tenía un borde interior y otro exterior (Figuras 11 y 12). La presencia de esos dos
71 / Nathan Craig

bordes indica que la estructura fue reconstruida durante su ocupación. Estimando la


extensión más pequeña probable, la Casa Semisubterránea 1 alcanzaría alrededor de
12,92 m en perímetro y 13,20 m2 en área. Un estimado conservador más extenso de la
planta en el piso de la Casa Semisubterránea 1 produce un perímetro de 14,56 m y un
área de 18,69 m2.

Figura 12. Fotografía de la Casa Semisubterránea 1 mostrando el borde secundario


oeste de la estructura. Foto de Nathan Craig; Figura adaptada de Craig (2005: 564).

El fogón central de la estructura contenía lo que parecen ser desechos domésticos,


aunque varias de las características del fogón sugieren que las actividades en la Casa
Semisubterránea 1 no fueron enteramente seculares (Figura 13). Alrededor del fogón,
había una zona de arrastre bien definida de fragmentos de ocre de diferentes colores
del tamaño de gravilla. El análisis multivariable de conglomerados sin restricciones
de esta dispersión reveló que su forma se ajustaba muy cercanamente a un espacio
de trabajo habitual al lado del fogón (Craig et al. 2006) como fue definido por Binford
(1983: 149-151, Figura 85 Fogón D) y otros (Freeman 1982; Gamble 1986). Los indivi-
duos que se sentaron a trabajar en este fogón se ubicaron perpendiculares al fogón,
con el fogón ubicado hacia su mano derecha. Un arco de residuos se extiende desde el
fogón y los limites de esta dispersión se correlacionan con la extensión del brazo de
una persona sentada (Craig et al. 2006: 1625, Figura 7).

Los fragmentos de ocre en la dispersión aparecieron quemados, este mineral es, a


menudo, calentado para intensificar su color (Wreschner 1980). Los rasgos del fogón
central de las Casas Semisubterráneas 2 y 3 y la Estructura Semisubterránea 1 están bien
formados y claramente diseñados para uso sostenido. Sin embargo, el fogón central de
72 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 13. Fotomosaico del fogón central de la Casa Semisubterránea 1 Nivel XIV.
El panel superior muestra una vista del fogón en un contexto espacial más amplio
mientras que el panel inferior muestra el fogón asociado a la dispersión de ocre y
otros artefactos. Fotos de Nathan Craig; Figura adaptada de Craig (2005: 566).
73 / Nathan Craig

la Casa Semisubterránea 1 es la única encontrada en Jiskairumoko que fue construida


con un alineamiento de mortero de tierra compuesto de tierra tan fina que casi formaba
un tazón cocido. Parece muy posible que este diseño especial del fogón esté relacionado
a su uso para el procesamiento de ocre. El fragmento de carbón que produjo el fechado
temprano fue encontrado realmente bajo este revestimiento del cuenco del horno.
En la Casa Semisubterránea 1 se encontró una pequeña banqueta en el borde nor-
te de la estructura. Dicha banqueta también estuvo presente a lo largo del margen
oeste de la Casa Semisubterránea 1. Este rasgo da a la Casa Semisubterránea 1 un
diseño de niveles diferentes no observado en ninguna de las otras estructuras de Jis-
kairumoko.
Como describimos arriba, debido a que esta fue retrabajada, el margen oeste de la
Casa Semisubterránea 1 fue difícil de definir. Este margen oeste exhibió un depósito
compuesto de una combinación de tierra coloreada más clara mezclada con lentes de
tierra oscura manchada con restos orgánicos. Varias piedras grandes con inclusiones
brillantes estuvieron presentes en esta área. En un sentido muy general, el área de
la margen oeste de la Casa Semisubterránea 1 se parecía a los altares de plataforma
elevada como los reportados en Asana (Aldenderfer 1998: 243). En ambos casos, las
construcciones están asociadas a una superficie que tiene pasos o dos niveles, depó-
sitos de tierra poco comunes, y piedras con inclusiones brillantes. Las plataformas en
Asana estuvieron asociadas con una estructura mucho más grande y una gran roca
de forma piramidal. Es importante anotar que aunque actividades rituales parecen
haber tomado lugar en la Casa Semisubterránea 1, la estructura no fue usada exclusi-
vamente para propósitos rituales, la estructura también fue un domicilio.
Dentro de la Casa Semisubterránea 1 se encontraron cinco pequeños, relativamente
profundos, pozos llenos de basura (Figura 11). Los pozos en conjunto tienen un volu-
men de cerca de 210 L. Se plantea, que dada la exposición, es altamente probable que la
estructura hubiera doblado el volumen de almacenaje inicialmente observado. Dentro
de la Casa Semisubterránea 1, bien podría haber existido tanto como 420 L de pozos de
almacenaje interno. En el Bloque 11, adyacente a la Casa Semisubterránea 1 en el Blo-
que 9, se encontró un solo pozo externo. Este pozo está probablemente asociado con la
Casa Semisubterránea 1, al parecer tuvo un perímetro de 2,7 m, un profundidad de 0,18
m, un área de 0,44 m2, y un volumen de 80 litros.
En el Nivel XIII se recuperaron dos puntas de proyectil: una posible Tipo 5D y una
posible Tipo 5A. También se recuperó en este nivel un raspador con ángulos abruptos.
En el Nivel XII se hallaron una escofina para plantas finamente aserrada y una pieza
modificada de borde agudo que fue probablemente un raspador. En el Nivel XI se
encontraron dos puntas de Tipo 5B: una fue hecha de obsidiana y otra de sílex. Este
nivel produjo dos instrumentos adicionales: un bifaz y un raspador. En el Nivel X se
hallaron seis escofinas para plantas; seís bifaces, dos de sílex, dos de riolita, una de
obsidiana, y una de calcedonia; y un instrumento compuesto raspador/cortante.
Del Nivel XIII, se recuperaron dos piezas de piedras para moler. De los Niveles
XII o XI, no se halló ningún fragmento de piedra. Del Nivel X, veinticinco piezas de
74 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

piedras para moler, muchas de estas piezas muestran signos de huellas de uso muy
fuertes, una de las piezas, de instrumento lítico para moler, muestra posibles residuos
de arcilla (Rumold 2002) y, por lo tanto, fue probablemente usado en la molienda de
arcilla. Aunque la Casa Semisubterránea 1 no ofreció ninguna evidencia de cerámica
en forma de vasijas, es interesante notar que el fogón central estaba delimitado por
arcilla cocida.

Entierro 1: Entierro primario del Arcaico Tardío


El entierro 1 es el único entierro primario encontrado durante las excavaciones en Jis-
kairumoko (Figura 14). Un fragmento de madera carbonizada encontrado en contexto
con el Entierro 1 produjo un fechado radiocarbónico de 4275 ± 46 a.p. (AA36817) calibra-
do a 3019-2859 cal. a.C. Este fechado ubica al entierro hacía el fin del Arcaico Tardío.
Basándonos en el supraorbital derecho, la glabella, la prominencia del mentón, y
la cresta nucal derecha, el Entierro 1 probablemente sería de una mujer adulta mayor
(Prizer 2003). El uso muy fuerte de los dientes sugiere un individuo mayor. Se encontró
una reabsorción de L11 en proceso, presencia de hipoplasias dentales y raices son anor-
males. Todo eso unido sugiere probable enfermedad dental. El cráneo exhibe defor-
mación bilobada, y para los Andes es un ejemplo temprano de tales prácticas (Sutter
y Cortez 2007).
El Entierro 1 fue encontrado en cercana asociación espacial con la Casa Semisubte-
rránea 2 y los Entierros 2 y 3 (los cuales son entierros secundarios) (Figura 15). Al este
del Entierro 1, fue encontrado un fogón asociado. Al sur del Entierro 1, se encontró tie-
rra manchada relacionada a una quema. Al oeste de esta tumba, se halló un fragmento
de molino de piedra o batán. La cabeza del individuo estuvo orientada hacia el este,
cara abajo, y con dos grandes rocas localizadas encima del cuerpo. Cuatro cuentas de
turquesa se encontraron alrededor del cuello del individuo (Figura 16). Una efigie de
camélido fue hallada inmediatamente encima del Entierro 1 (Figura 17). La efigie no
parece haber sido una ofrenda ubicada directamente dentro de la tumba, aunque existe
una asociación espacial muy cercana entre el objeto y el entierro, al parecer esta habría
sido puesta inmediatamente encima del enterramiento.
Ocho artefactos de piedra tallada se encontraron dentro de los límites de la tumba:
un instrumento cortante de obsidiana formatizado unifacialmente, un raspador de
obsidiana, un cuchillo de sílex, cuatro bifaces, un raspador de sílex y un instrumento
no identificado. Todos esos instrumentos fueron localizados en la porción suroeste
del pozo de entierro. La única piedra pulida ha sido clasificada como un afilador que
posteriormente fue reciclado como un alisador (Rumold 2002).

Casa Semisubterránea 2: Ocupación del Arcaico


La Casa Semisubterránea 2 fue descubierta mediante la excavación de los Bloques 1
y 8. La Casa Semisubterránea 2 es la estructura de pozo más sureña encontrada en
75 / Nathan Craig

Figura 14. Entierro 1 mostrando el arreglo espacial del cuerpo y artefactos


asociados. Figura adaptada de Craig (2005: 572).
76 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 15. Mapa mostrando la organización espacial de los restos mortuorios y estructurales junto con los fechados radiocarbónicos obtenidos
de esos contextos. La asociación del Entierro 1 del Arcaico Tardío con los Entierros 1 y 2 de la Fase 1 del Arcaico Terminal y la Casa Subterránea
2 indica una ocupación congruente de Jiskairumoko abarcando la transición Arcaico Tardío-Terminal. Figura adaptada de Craig (2005: 576).
77 / Nathan Craig

Figura 17. Efigie de camélido


encontrada en asociación con
el Entierro 1. Foto de Mark
Aldenderfer. Figura adaptada de
Craig (2005: 574).

Jiskairumoko (Figuras 8 y 15).


La casa semisubterránea está
asociada con muchas otras es-
Figura 16. Cuatro cuentas de turquesa
tructuras de pozo que forman
recuperadas del Entierro 1. Foto de Mark
Aldenderfer. Figura adaptada de Craig una pequeña aldea.
(2005: 574).
Dos fechados radiocarbóni-
cos fueron recuperados del borde de la Casa Semisubterránea 2: 3838 ±
75 a.p. (AA36814) calibrado a 2473-2119 a.C. y 3620 ± 48 a.p. (AA 36819)
calibrado a 1784-1601 a.C. Las comparaciones interculturales ofrecen
una amplia razón para creer que las casas semisubterráneas fueron construidas para
reocupación (Gillman 1987), y encuentró que la extensión del tiempo representado por
esos dos fechados es consistente con esa interpretación. Dado el inervalo de tiempo
representado por los fechados, parece muy probable que la estructura estuvo en uso
al menos ca. 2300 cal. a.C. La estructura fue probablemente utilizada por un período
de alrededor de 650 años, hasta cerca de 1.650 cal. a.C. Dada la cercana asociación y
ubicación congruente del Entierro 1, el cual data del Arcaico Tardío, sospecho que el
fechado radiocarbónico temprano de la Casa Semisubterránea 2 no refleja la ocupación
más temprana de la estructura. Sospecho que esta podría haber sido ocupada durante
el fin del Arcaico Tardío, y que el Entierro 1 representa a un individuo que ocupó la Casa
Semisubterránea 2. Parece probable que el proceso de ocupación y limpieza regular de
la estructura habría resultado en la remoción de carbón temprano.
Puesto que solamente la porción sur de la Casa Semisubterránea 2 fue excavada,
no es posible determinar empíricamente el tamaño de la estructura. Sin embargo,
basados en la exposición de la mitad de la Casa Semisubterránea 2, estimo un área de
piso cubierto de unos 9,83 m2 y un perímetro de 11 m.
La Casa Semisubterránea 2 contuvo un solo fogón interno bien construido deli-
neado por piedras. El fogón cubre un área de unos 0,11 m2 y está compuesto de seis
rocas ubicadas en un anillo con otras cinco piedras que fueron localizadas en el cen-
tro para formar la base del fogón.
La porción sur expuesta de la Casa Semisubterránea 2 no contiene ningún rasgo de
depósito interno reconocible. Sin embargo, se observaron varias pequeñas depresio-
nes en el piso. Esas depresiones tienen solamente alrededor de 0,03 m2, lo cual las ha-
ría demasiado pequeñas para ser depósitos internos. La función de esas ondulaciones
no queda clara. Estas podrían haber servido como soportes para rocas usadas como
superficies de trabajo o haber sido resultado de instrumentos de molienda incrusta-
dos en el piso para tener mayor estabilidad.
78 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

No se notó ningún rasgo de depósito externo en la porción sur de la Casa Semi-


subterránea 2. Sin embargo, esto no es sorprendente ya que varios individuos fueron
encontrados enterrados en esta área. En el extremo de la porción sur del bloque de
excavación, tres lentes exteriores están asociados con la Casa Semisubterránea 2. El
lente más oriental contenía un solo instrumento de piedra tallada el cual es un bifaz
de sílex multicolor. El lente central contenía un fragmento de batán. Esos lentes exte-
riores son interpretados como áreas de trabajo y que serían probablemente activida-
des de procesamientos de alimentos.
De los niveles ocupacionales de la Casa Semisubterránea 2 se han recuperado ca-
torce piezas de piedras de molienda, también se encontraron un afilador cubierto de
ocre en el borde de la Casa Semisubterránea 2 y una paleta cubierta de ocre que fue
hallada fuera de la estructura.
En el Nivel IV, una espada de tejedor (wichuña) de hueso fue encontrada dentro de
los límites de la Casa Semisubterránea 2. En el Nivel IIIb, dos wichuñas adicionales y
un piruro de arcilla fueron recuperados al interior de los límites de la Casa Semisub-
terránea 2. Esos artefactos indican que los residentes de la Casa Semisubterránea 2
estuvieron procesando lana.

Entierro 2: Entierro secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 2 es secundario, ubicado a casi un metro al sureste de la Casa Semisub-
terránea 2 y entre el Entierro 1 al este inmediato y el Entierro 3 al oeste inmediato
(Figuras 15 y 18). El Entierro 1 data del Arcaico Tardío y el Entierro 3 del Arcaico
Terminal. El Entierro 2 está fechado en 3733 ± 43 a.p. (AA36815) calibrado a 2213-2022
a.C., lo que convierte a este en el entierro secundario más temprano de Jiskairumoko.
El entierro consiste de, al menos, dos individuos: un adulto y un juvenil. Los dos indi-
viduos parecen ser parte del mismo evento mortuorio. No se han recueprado elemen-
tos diagnósticos para definir el sexo de los individuos. El adulto fue identificado por la
presencia de un cráneo que presentaba importantes signos de desgaste de los dientes
(Prizer 2003). El más joven fue identificado así porque los arcos cervicales neurales
estuvieron fusionados, aunque todavía no lo habían hecho hasta el centrum. De esto,
se determinó que el individuo tenía de 4 a 6 años de edad.
Un solo instrumento formal fue recuperado del Entierro 2. Este es un raspador
unifacial de cuarcita. El adulto asociado estaba con nueve cuentas de oro y once de
turquesa (Figura 19) (Craig 2005: 589; Aldenderfer et al. 2008). Una sola pieza de batán
fue encontrada inmediatamente sobre el Entierro 2. Ningún otro material fue recupe-
rado de este contexto. Las cuentas de oro tienen una forma tubular y parecen haber
sido martilladas en forma plana y luego curvadas para formar dicha forma tubular.

Entierro 3: Entierro Secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 3 es un entierro secundario ubicado al sur de la Casa Semisubterránea
2 y hacia el oeste de los Entierros 1 y 2 (Figuras 15 y 20). El entierro 3 ha sido da-
79 / Nathan Craig

Figura 18. El panel superior muestra el Entierro 2 en relación al Entierro 1 y la Casa Semisubterránea
2. El panel inferior muestra un detalle del Entierro 2. Figura adaptada de Craig (2005: 588).
80 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 19. Las nueve cuentas de oro


y once de turquesa recuperadas
del Entierro 2. Foto de Mark
Aldenderfer. Figura adaptada de
Craig (2005: 589).

tado mediante el análisis de


dos muestras de carbón: 3.450
± 45 a.p. (AA43374) calibrado a
1883-1680 a.C. y 3341 ± 45 a.p.
(AA43377) calibrado a 1694-
1520 a.C. Esos fechados ubican
al Entierro 3 en el Arcaico Ter-
minal.
La escotadura ciática mayor
izquierda, la apófisis mastoides
izquierda, y la glabela indican
que el individuo en el Entierro
3 es probablemente una mujer
adulta anciana (Prizer 2003). Se
observa la reabsorción de dien-
tes, el uso extremadamente
fuerte y las raices anormales.
Eso indica probablemente una enfermedad dental. Los individuos exhiben modifica-
ción craneana bilobada.
Se ha observado polvo de ocre molido en el fondo del pozo de enterramiento y
los restos humanos se hallaron descansando encima de esta superficie. El individuo
fue ubicado sobre su costado con la cabeza orientada hacia el este y mirando hacia
el sur. Una serie de cinco rocas fueron localizadas en torno al cráneo del individuo, y
parecieron formar un pequeño fogón. Sin embargo, el carbón no fue recuperado de
este contexto específico. Cerca de otras cuatro grandes rocas se ubicaron al lado oeste
del entierro dentro del pozo. Restos animales, que son probablemente elementos de
camélidos, fueron ubicados sobre el cuerpo y fueron recuperados mezclados con las
rocas sobre los restos humanos.
Dos instrumentos de piedra tallada estuvieron asociados con el Entierro 3: un bifaz
y un raspador. El análisis microscópico de alta potencia de huellas de uso del raspador
sugirió que el instrumento fue probablemente para el procesamiento de alimentos
(Aldenderfer comunicación personal). Un solo artefacto lítico para moler granos fue
encontrado en la tumba, localizado directamente sobre el torso del individuo.
Una muestra de tierra tomada del pozo del entierro produjo semillas de Chenopo-
dium (Eisentraut 2002). El análisis de microscopio electrónico de barrido, del espesor
de la cubierta de la semilla, revela que esos especímenes son formas domesticadas
(Murray 2005).
81 / Nathan Craig

Figura 20. Entierro 3 mostrando la exposición del rasgo en varios


niveles separados. Figura adaptada de Craig (2005: 592).
82 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Casa Semisubterránea 3
La Casa Semisubterránea 3 fue descubierta mediante la excavación del Bloque 3 el
cual fue llevado a cabo para comprobar una anomalía en la superficie identificada por
medio de magnetometría (Figura 21). La estructura fue excavada durante la tempora-
da de excavación del 2000. La Casa Semisubterránea 3 es la más oriental de este tipo
de estructuras (Figura 8).

Figura 21. Casa Semisubterránea 3 mostrando la organización de los elementos internos y


externos y los artefactos asociados. Figura adaptada de Craig (2005: 600).
83 / Nathan Craig

Dos muestras de radiocarbono fueron recuperadas directamente del fogón cen-


tral de la Casa Semisubterránea 3: 3448 ± 44 a.p. (AA43382) calibrado a 1834-1680 a.C.
y 3382 ± 48 a.p. (AA43383) calibrado a 1770-1542 a.C. Esos fechados ubican a la Casa
Semisubterránea 3 dentro del Arcaico Terminal.

Toda la estructura de la Casa Semisubterránea 3 fue contenida dentro del Bloque


3. Los bordes de la estructura también están bien definidos. La Casa Semisubterránea
3 cubrió un área de piso de 4,73 m2 y un perímetro de 7,92 m.

La Casa Semisubterránea 3 tenía un solo fogón interno bien formado que está
construido con alrededor de diez piedras acomodadas en forma de un anillo. Un solo
artefacto de piedra tallada fue encontrado dentro del contenido del fogón. El instru-
mento es una punta de proyectil de calcedonia Tipo 5B, aunque es un ejemplo muy
grande de este tipo. El análisis de flotación de las muestras de tierra recuperadas del
fogón central de la Casa Semisubterránea 3 reveló la presencia de semillas de chenopo-
dium (Eisentraut 2002), cuyo análisis de microscopía electrónica de barrido demostró
que eran formas domesticadas (Murray 2005).

La Casa Semisubterránea 3 contuvo alrededor de ocho hoyos internos. Algunos de


estos son claramente elementos de depósito interno mientras que otros podrían ha-
ber servido como superficies de trabajo. Puesto que estos parecen haber sido retraba-
jados durante la ocupación de la estructura, es difícil determinar el número absoluto
de hoyos. Juntando los hoyos y los pequeños pozos internos tenemos un volumen
calculado de 130 L.

Dos lentes orgánicos cenicientos fueron encontrados fuera de la Casa Semisubte-


rránea 3, asimismo se hallaron fragmentos de batanes dentro de ambos de los lentes,
además, en las muestras de tierra recuperadas de esos lentes se recuperaron semillas
de chenopodium (Eisentraut 2002). Se puede inferir que los dos lentes orgánicos ceni-
cientos, ubicados fuera de la Casa Semisubterránea 3, fueron áreas externas de pro-
cesamiento de plantas. Estas son muy similares a los tres lentes orgánicos que están
ubicados al sur de la Casa Semisubterránea 2 (Figura 15).
Dentro del Bloque 3, seis pozos externos de tamaños aproximadamente similares
fueron encontrados. Esos pozos son relativamente poco profundos y no contenían
instrumentos de piedra tallada ni restos botánicos recuperables. Esto hizo difícil in-
terpretar la función de esos pozos. El pozo en la esquina suroeste del bloque estaba
delimitado con rocas y principalmente sirvió como un fogón para cocinar en el exte-
rior. Las rocas que formaban este elemento fueron incrustadas en la superficie indi-
cando que esta instalación fue diseñada para usos múltiples. Sospecho que los otros
pozos externos en el Bloque 3 sirvieron como pequeños depósitos.
Aparte del único bifaz recuperado del fogón central de la estructura, no se encon-
tró ningún instrumento sobre la superficie del piso. Además hay ocho instrumentos
de piedra tallada en el Nivel VIIIb: cuatro bifaces rotos, tres instrumentos cortantes,
y un solo instrumento para raspar. En el Nivel VIIIa se encontró 18 instrumentos
de piedra tallada: cuatro puntas de proyectil del Tipo 4F, junto con una mezcla de
84 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

instrumentos para raspar y para cortar. El análisis de microhuellas de alta potencia


de los instrumentos de piedra tallada de los niveles ocupacionales de la Casa Semi-
subterránea 3 reveló la presencia de instrumentos para el tallado de madera o hueso,
escofinas para plantas usados intensamente, raspadores de cuero, y artefactos para el
corte de carne (Aldenderfer comunicación personal). Se han recuperado ocho piezas
de piedra para moler en los niveles de ocupación de la Casa Semisubterránea 3.

Entierro 4: Entierro secundario de la Fase 1 del Arcaico Terminal


El Entierro 4 fue encontrado durante la excavación del Bloque 11 el cual fue condu-
cido para comprobar una anomalía de la superficie detectada por el GPR (Figuras 8 y
22). La excavación del Bloque 11 reveló la presencia de un gran pozo, el cual corres-
pondía a la anomalía de GPR, y varios otros pozos más pequeños que fueron locali-
zados en la misma área general. El Entierro 4 es el segundo entierro más al norte en
Jiskairumoko; solamente superada por el Entierro 5 localizado más al norte.
Muestras de carbón fueron recuperadas del Entierro 4, pero estas no han sido ana-
lizadas. Artefactos temporalmente sensibles no fueron hallados en asociación con el
Entierro 4. Sin embargo, el Entierro 4 está localizado en un patrón espacial congruen-
te a varios otros elementos del Arcaico Tardío y Terminal que incluyen a las Casas
Semisubterráneas 1, 2 y 3. El Entierro 4 exhibe similitudes formales con los Entierros
2 y 3. Creo que el Entierro 4 representa parte de la ocupación de la Fase 1 del Arcaico
Terminal de Jiskairumoko.
Pocos fragmentos del Entierro 4 estuvieron preservados. Solamente es posible decir
que el individuo fue un adulto y que este fue enterrado con los huesos de algún mamí-
fero grande. El pozo de entierro tenía un área aproximada de 4,05 m2 y 7,39 m en perí-
metro y era alrededor de unos 25 cm de profundidad. Debajo del cuerpo en la esquina
suroeste de la tumba, había una pequeña depresión que constituye un sub-pozo dentro
de la tumba. Una concentración de rocas alteradas por el fuego mezclada con restos
humanos y de camélido fueron encontradas en el Nivel X. Restos humanos adicionales
fueron encontrados en los Niveles XI y XII. Solamente una porción del entierro fue ex-
puesta dentro de los límites del Bloque 11 pero, lamentablemente, el tiempo reducido
del que disponíamos no permitió una exposición completa de la tumba.
El Entierro 3 también es un individuo asociado con restos de camélidos y un agru-
pamiento de rocas alteradas por el fuego. Sin embargo, el Entierro 4 está espacialmente
mucho más dispersado. Es muy posible que la naturaleza dispersa del Entierro 4 repre-
sente una reapertura y reposicionamiento de los elementos constituyentes del entie-
rro. Si este es el caso, entonces el sellamiento y reubicación de las partes del cuerpo
incluyeron la construcción del agrupamiento de piedras encontrada en el Nivel X.
Ningún instrumento de piedra tallada fue encontrado directamente dentro del
Entierro 4. Seis instrumentos de piedra tallada fueron recuperados del Nivel IX fuera
de los límites del pozo de entierro. Esos incluyeron un bifaz de obsidiana y tres puntas
de proyectil de variados materiales: una Tipo 1b hecha de basalto, una Tipo 5B hecha
85 / Nathan Craig

Figura 22. Entierro 4 representado en varios niveles que ilustran la organización espacial
del enterramiento y el pozo en el que los restos humanos fueron encontrados. Figura
adaptada de Craig (2005: 606)
86 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

de un material no identificado, y una punta 4F hecha de sílex. También se encontró


una probable escofina para plantas y un instrumento de raspado, aunque el análisis
de microuso no ha sido todavía realizado en esos artefactos.
Varios artefactos de piedra para moler fueron encontrados en asociación con el
Entierro 4. En el Nivel IX, cuatro fragmentos de instrumentos líticos de moler fueron
encontrados dentro de los límites del pozo de entierro. Estos incluyeron un fragmen-
to de metate, un molino, y un afilador. En el Nivel X dentro del pozo de entierro, seis
fragmentos más de instrumentos líticos para moler fueron recuperados: tres manos
de moler, un alisador y un posible pulidor (Rumold 2002). Dos de los instrumentos
fueron cubiertos con ocre. El Nivel XI produjo un solo artefacto de molienda.
Un total de once elementos de fauna fueron recuperados del Entierro 4: siete sin
identificar y tres identificados como restos de camélido. Dos de los elementos de fau-
na estuvieron completamente fusionados mientras uno de los elementos estaba fu-
sionándose. Esto sugiere que los restos de más de un animal fueron depositados en la
tumba y al menos uno fue un adulto y el otro un juvenil.

Entierro 5: Entierro secundario del Arcaico Terminal


El Entierro 5 fue encontrado en la Trinchera 8 la cual fue excavada para comprobar
una anomalía de la superficie detectada por el GPR (Figura 23). El pozo del entierro
fue el único elemento debajo de la superficie que produjo la Trinchera 8. Numerosos
fragmentos grandes de carbón fueron recuperados sobre el Entierro 5. Ninguna de
esas muestras han sido remitidas para datación radiocarbónica y, por consecuencia,
no tenemos fechados absolutos para este enterramiento. El Entierro 5 está en un pa-
trón congruente con las otras estructuras del Arcaico Terminal de Jiskairumoko.
El entierro fue tapado con una capa de fino sedimento arcilloso amarillento. Deba-
jo de esta capa de tierra, una gran cantidad de carbón fue encontrada. Los restos hu-
manos fueron ubicados en la tumba en una posición flexionada y fueron encontrados
descansando inmediatamente encima de una capa gruesa de polvo de ocre molido.
En la porción noroeste de la tumba, cerca a los pies del individuo, había una gran
concentración de pequeñas lascas de sílex rojo las que, por su color, parecen haber
sido extraídas del mismo núcleo. Dos manos de moler fueron ubicadas fuera del pozo
de enterramiento.

Horno de Pozo Externo 1


El Horno de Pozo Externo 1 fue encontrado en el Bloque 10. El carbón fue recuperado
del Horno de Pozo 1, aunque las muestras no han sido remitidas para análisis. Por lo
tanto, el fechado del Horno de Pozo Externo 1 está basado en la presencia de artefactos
temporalmente sensibles y la asociación del elemento con estructuras fechadas. El Hor-
no de Pozo Externo 1 es consistente con el diseño de las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3
y forma parte de lo que interpreto como la aldea de Casas Semisubterráneas de la Fase 1
87 / Nathan Craig

Figura 23. Entierro 5 mostrando la organización de los restos humanos, artefactos y


lentes de tierra. Figura adaptada de Craig (2005: 609).
88 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

del Arcaico Tardío Terminal (Figura 8). Creo que el Horno de Pozo 1 es un área de acti-
vidad externa que está asociada con la ocupación de una de las Casas Semisubterráneas.
El Horno de Pozo 1 tiene 2,68 m de perímetro, 0,55 m2 de área, 0,11 m de profundidad, y
tiene un volumen estimado de 190 L. Tres lentes orgánicos están asociados con el Horno
de Pozo 1 y están probablemente relacionados con el uso del rasgo. Ninguna estructura
o depósito de basura fueron encontrados en el Bloque 10.
Instrumentos de piedra trabajada fueron recuperados en los Niveles II y IIa. Dos
puntas de proyectil del Tipo 4F fueron recuperadas del Bloque 10. Estos artefactos su-
gieren el uso del rasgo en algún momento durante el Arcaico Tardío-Terminal, y esta
interpretación es consistente con los fechados radiocarbónicos del Horno de Pozo
Externo 2. Tres instrumentos de raspado fueron recuperados del Nivel III del Horno
de Pozo Externo 1. Dada la forma de construcción del Horno de Pozo Externo 1 esta
fue probablemente para cocer raíces que contenían almidón o tubérculos (Wandsni-
der 1997). Dos artefactos líticos para moler fueron recuperados del Bloque 10. Ambos
fueron pequeños guijarros pulidos. Es altamente probable que estos instrumentos
fueran usados para el procesamiento de alimentos (Rumold 2002). Nueve elementos
de fauna fueron recuperados del Bloque 10: 7 no identificados y 2 restos de camélido
que son probablemente de un solo individuo.

Horno de Pozo Externo 2


El Horno de Pozo Externo 2 fue encontrado en el Bloque 2 el cual es la extensión más
occidental de las excavaciones en Jiskairumoko (Figuras 8 y 24). El carbón fue recupe-
rado del rasgo y tres muestras han sido analizadas. Una muestra datando a 4141 ± 48
a.p. (AA36813) calibrada a 2877-2620 a.C., fue recuperada del Nivel IV en un basural
asociado. Una muestra datando de 3448 ± 47 a.p. (AA36820) calibrada a 1883-1679 a.C.,
fue recuperada directamente del Horno de Pozo Externo 2, y esta demuestra el uso del
rasgo durante el Arcaico Terminal. Una muestra datando a 3390 ± 54 a.p. (AA36816)
calibrada a 1775-1524 a.C., fue recuperada del relleno secundario del pozo del Nivel
III en cercana asociación con el Horno de Pozo Externo 2. Sin embargo, el Horno de
Pozo Externo 2 fue observable en primera instancia en el Nivel IV. Esto sugiere que
la tierra debe haberse acumulado rápidamente entre el abandono del Horno de Pozo
Externo 2 y el depósito del relleno secundario del pozo. Considerados juntos, ambos
de los últimos fechados sugieren que el Horno de Pozo Externo 2 quedó fuera uso ca.
1700 cal. a.C. El Horno de Pozo Externo 2 tenía un perímetro de 2,3 m, un área de 0,38
m2, una profundidad máxima de 0,10 m, y un volúmen estimado de 120 L.
Varios postes pueden ser asociados con el Horno de Pozo 2. Estos probablemente
formaron una cobertura, un cortaviento, o un asador para cocinar carne. El Horno de
Pozo Externo 2 está asociado con lo que es probablemente una casa semisubterránea
adicional que, debido a las limitaciones del tiempo, no fue excavada. Sin embargo, las
características de la tierra, la forma del lente, la organización espacial de las otras es-
tructuras de pozo excavadas, y el arco temporal de los fechados radiocarbónicos del
Horno de Pozo 2 todos sugieren que parte de una casa semisubterránea adicional se
extendió hacia la margen este del Bloque 2.
89 / Nathan Craig

Figura 24. Horno de Pozo 2, lentes asociados y elementos potenciales.


Figura adaptada de Craig (2005: 619).
90 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Un total de doce instrumentos de piedra tallada fueron encontrados en asociación


con el Horno de Pozo Externo 2. Esos instrumentos incluyen: un bifaz de obsidiana
aserrado que es probablemente una punta de proyectil, una punta de proyectil den-
ticulada tipo 5D hecha de calcedonia, una punta de proyectil tipo 4F hecha de sílex,
una escofina para plantas y un raspador.

Estructura Semisubterránea 1: Fase 2 del Arcaico Terminal


La Estructura Semisubterránea 1 fue encontrada en el Bloque 7 (Figuras 4, 25, y 26).
Esta estructura es la que está más al norte que cualquiera de las estructuras encontra-
das durante las excavaciones en Jiskairumoko. La Estructura Semisubterránea 1 está
justo al norte de un gran Piso Preparado (1) del Formativo Temprano, el cual está en
el Bloque 6.
Las muestras de carbón fueron recuperadas dentro de los límites de la Estructura
Semisubterránea 1, y dos de estas, que procedieron de buenos contextos, han sido pro-
cesados. Una muestra fechada en 3235 ± 58 a.p. (AA45952) calibrada a 1638-1405 a.C., fue
recuperada del Nivel IV. Una muestra fechada en 3208 ± 58 a.p. (AA58475), calibrada a
1621-1379 a.C., fue recuperada del Nivel XII del fogón central de la estructura. Esta últi-
ma fecha es el contexto más seguro relacionado con la ocupación de la estructura.
La totalidad de la Estructura Semisubterránea 1 fue expuesta y esta tuvo los bor-
des bien definidos. La estructura tiene 14,76 m de perímetro, 15,18 m2 de área, una
profundidad máxima de unos 25 cm y un volumen de aproximadamente 0,36 m3.
De todas las viviendas de Jiskairumoko, la Estructura Semisubterránea 1 exhibe la
evidencia más clara de una reorganización de las áreas de actividad interna. Existe
más de una ocupación palimpsesto claramente identificable reconocible dentro de la
estructura. La primera y más profunda capa de desecho de ocupación está asociada
con un rasgo de depósito interior (Figura 26). La última y más superficial ocupación
no está asociada con el uso del pozo de depósito grande sino que está asociado con
el uso de una piedra de cocina (Figura 25). No está claro cuando exactamente el pozo
de depósito interno cayó en desuso. Sin embargo, tierra compactada y desecho de
ocupación fue encontrado sobre el pozo. Por lo tanto, este debió haber caído en des-
uso previamente al abandono de la estructura. Una piedra de cocina fue encontrada
dentro de la Estructura Semisubterránea 1. Pero para el Nivel VII, esta roca está “flo-
tando” sobre un pedestal de tierra. Esta piedra de cocina fue parcialmente enterrada
en el Nivel IV. La piedra parece asociada con los Niveles V y VI. Esta no fue usada en
la estructura durante el más temprano Nivel VII.
En algún momento durante la ocupación de la vivienda, el fogón central mues-
tra claros signos de reconstrucción. Un anillo de rocas alteradas por el fuego repre-
sentando una versión temprana del fogón, está localizado justo al oeste de la última
manifestación del fogón el cual consiste de fragmentos de un mortero de piedra. En
algún momento durante la vida útil de la estructura, alguien remodeló el fogón en el
centro de la estructura con piezas de un batán o tazón de piedra, pero al hacerlo de
91 / Nathan Craig

Figura 25. Estructura Semisubterránea 1 Nivel XIII mostrando la organización de


los rasgos internos. Figura adaptada de Craig (2005: 628).
92 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 26. Estructura Semisubterránea 1 Nivel VI mostrando la organizacion de los


rasgos internos. Figura adaptada de Craig (2005: 629).
93 / Nathan Craig

este modo ellos dejaron restos del fogón central más temprano de la vivienda. Hacia
el fin de la vida útil de la Estructura Semisubterránea 1, el fogón central también pa-
rece haber caído en desuso.
Creo que la piedra de cocina fue introducida dentro de la Estructura Semisubte-
rránea 1, aproximadamente al mismo tiempo que el fogón central y el pozo de al-
macenaje interno cayeran en desuso. Dentro de la Estructura Semisubterránea 1, la
superficie palimpsesto superior de ocupación no muestra evidencia del uso del fogón
central ni del gran pozo de almacenaje interno. Sin embargo, en esta superficie final
de ocupacion palimpsesto, había un patrón coordenado de lentes asociados con la
piedra de cocina.
El fogón central de la casa tiene 0,98 m de perímetro y 0,08 m2 de área. El gran
pozo de almacenamiento tiene un perímetro estimado de 4,6 m, área de 1,58 m2 y un
volumen de 18 L. Los límites de este pozo son primero visibles en el Nivel VII, pero los
bordes no estuvieron bien definidos hasta el Nivel IX, momento en el cual, la mayoría
de las dispersiones de desechos de trabajo presentes en los niveles superiores habían
desaparecido, probablemente debido a la limpieza de las superficies.
El Bloque 7 formó la exposición continua más grande por excavación en Jiskairu-
moko, y esto permitió una evaluación cuidadosa de los rasgos externos relacionados
con la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1. Tres grandes fogones hechos
sobre la superficie fueron encontrados al noroeste de la Estructura Semisubterrá-
nea 1. Un gran fogón hecho en una superficie manchada con materia orgánica fue
encontrado directamente al norte de la Estructura Semisubterránea 1. Estos rasgos
de fogones en superficie son probablemente áreas de cocina externa o de procesa-
miento térmico. Una serie de tres rasgos circulares de arena fueron encontrados al
noreste de la Estructura Semisubterránea 1. Mi impresión inicial fue que eran rasgos
de depósitos. Sin embargo, excavando uno de los rasgos se reveló que este tenía 50 cm
de profundidad y estaba rellenado con tierra, compactada fuertemente, que carecía
de restos orgánicos y sin artefactos presentes. La función de los restos de los rasgos
circulares es un enigma.
En el Nivel II, un único disco de oro y aleación de cobre fue recuperado del Blo-
que 7 (Figura 27). El hecho que este objeto es una aleación, mientras que todos los
otros artefactos de Jiskairumoko fueron de oro solido martillado en frío, sugiere que
este objeto es probablemente de origen Formativo. También del Nivel II, una efigie
hecha de hueso fue recuperada (Figura 28). La efigie probablemente representa un
camélido, pero el estilo de la representación es diferente de la efigie recuperada en
asociación con el Entierro 1. Dado que el Nivel II está mezclado por el arado, es difícil
asociar estos objetos con una ocupación específica.
Los niveles ocupacionales de la Estructura Semisubterránea 1 produjeron 11 pun-
tas de proyectil. Una punta de tipo 5D hecha de obsidiana y otra de sílex fueron recu-
peradas del Nivel VIII. Una punta de proyectil tipo 5B hecha de obsidiana, una tipo 5D,
y dos puntas tipo 4F, como también tres bifaces aserrados, un raspador, una escofina
de plantas y una pieza con el borde modificado fueron recuperados del Nivel VII. Una
94 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 27. Artefacto de aleación oro-cobre recu-


perado del Nivel II. Foto de Mark Aldenderfer.
Figura adaptada de Craig (2005: 632).

Figura 28. Efigie de hueso recuperada del Nivel


III. Foto de Mark Aldenderfer. Figura adaptada
punta tipo 5C/5B y un bifaz sin determinar de Craig (2005: 632).
el tipo fueron recuperados del Nivel VI. Dos
puntas tipo 5D hechas de obsidiana, una aserrada tipo 4D, una tipo 3F y un bifaz fue-
ron recuperados del Nivel V. Las dos puntas de proyectil tipo 4F representan los últi-
mos ejemplos de este tipo.
Los niveles ocupacionales de la Estructura Semisubterránea 1 produjeron cuaren-
ta y dos elementos faunísticos. Veintiséis fueron grandes mamíferos identificables;
diez fueron identificados como camélidos todos los cuales tenían los elementos de
adulto completamente fusionados. Cinco posibles elementos de cuy, probablemente
de un solo individuo, también fueron encontrados.

Estructura Rectangular 1: Formativo Temprano


La Estructura Rectangular 1 fue encontrada en el Bloque 4, el cual está situado en el
punto más alto del sitio (Figuras 4 y 29). La estructura está localizada entre la aldea de
casas semisubterráneas de la Fase 1 del Arcaico Tardío-Terminal al sur, la Estructura
Semisubterránea 1 de la Fase 2 del Arcaico Terminal al norte, y la Estructura Rectan-
gular 2 directamente al Oeste.
Dado que las capas superiores de Jiskairumoko fueron aradas, no fue posible
obtener fechas radiocarbónicas seguras directamente de alguna de las estructuras
Formativas Tempranas. Sin embargo, en el Bloque 4, de contextos adyacentes o
directamente debajo de la Estructura Rectangular del Formativo Temprano 1, se re-
cuperaron y fecharon muestras de carbón (Figura 30). La fecha más temprana aso-
ciada con la Estructura Rectangular 1 fue recuperada del Nivel III. Esta muestra fue
datada en 3410 ± 60 a.p. (Beta-97320) calibrada a 1830-1599 a.C. El siguiente fechado
más temprano fue recuperado de un fogón superficial en el Nivel VIII. Esta muestra
fue fechada en 3401 ± 45 a.p. (AA43375) calibrado a 1778-1600 a.C.
95 / Nathan Craig

Figura 29. Estructura Rectangular 1 mostrando la organización espacial de los


rasgos internos y externos. Figura adaptada de Craig (2005: 644).
Una muestra de un depósito de basura cenicienta en el Nivel VIII fue fechada en
3330 ± 45 a.p. (AA43376) calibrado a 1693-1517 a.C. Una muestra de un depósito de
basura en el Nivel VIII fue datada en 3240 ± 70 a.p. (Beta-97321) calibrado a 1685-1391
a.C. Considerar esas fechas juntas ayuda a determinar los umbrales para el uso inicial
de la Estructura Rectangular 1. Es importante notar que a 2σ, todos los fechados se
solapan con los de la Fase 1 del Arcaico Terminal 1, fechados recuperados del fogón
central de la Casa Semisubterránea 3 en el Bloque 3. Considerados juntos, todos esos
fechados asociados con la Estructura Rectangular 1 abarcan de 1830 a 1391 cal. a.C.
96 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 30. Bloque 4 Nivel VIII mostrando los rasgos de pequeños fogones encontrados
debajo de la Estructura Rectangular 1. Figura adaptada de Craig (2005: 643).
Los rangos temporales que se solapan abarcan de 1686 a 1601 cal. a.C. Dado esto, su-
giero que la Estructura Rectangular 1 no fue construida mucho antes de ca. 1650 cal.
a.C.

Casi toda la extensión de la Estructura Rectangular 1 fue expuesta durante la ex-


cavación (Figura 29). Los límites de la estructura cambiaron de nivel a nivel, de este
97 / Nathan Craig

modo, es difícil hacer una afirmación definitiva relacionada con el tamaño de la planta
de la vivienda. Los límites de la Estructura Rectangular 1 fueron más claros en el Nivel
IV. Esta configuración probablemente representa la fase final de la reconstrucción
de la estructura. En este nivel, la estructura tenía un perímetro de 12,95 m y un área
de 9,85 m2. Los bordes del piso fueron delineados con piedras. No había evidencia de
deshecho de muro. Esto sugiere que la estructura estaba probablemente rodeada por
cuero o maleza más que con adobe o barro. Es sorprendente que hoyos de poste no
fueran encontrados en los márgenes de la estructura, aunque los bordes de la planta
estuvieron bien definidos, lo cual indica que el espacio estaba rodeado por paredes.
El piso de la estructura es una superficie preparada relativamente plana. El es-
pesor de la capa preparada fue de aproximadamente 10 cm, pero este espesor varió
a lo largo de la extensión del piso. El piso estaba compuesto de una capa relativa-
mente más gruesa de tierra blanca que subyace a una superficie de tierra granulosa
relativamente más fina que estaba fuertemente compactada, manchada por materia
orgánica, y en algunos casos quemado. El piso fue reconstruido más de una vez du-
rante el lapso de la ocupación de la Estructura Rectangular 1. No queda claro cuántos
episodios de reconstrucción tomaron lugar, aunque probablemente hubo al menos
tres de ellas.
Una piedra de cocina fue localizada en la esquina suroeste de la Estructura Rec-
tangular 1. Había un fogón profundamente excavado en la tierra que fue ubicado a
lo largo del margen este de la Estructura Rectangular 1. Este fogón no parece estar
completamente dentro de la estructura, sino que está, más bien localizado a lo largo
del margen de la planta de la estructura. Este fogón tenía un perímetro de 1,53 m y un
área de 0,18 m2. El fogón fue visible primero en el Nivel V y el rasgo persistió a través
del Nivel VIII donde la base fue encontrada. Aunque el fogón no está delineado por
rocas “per se”, se encontraron piedras quemadas dentro de los límites del fogón.
Inmediatamente al oeste de la Estructura Rectangular 1 hay un basural extrema-
damente suelto que exhibe manchas de restos orgánicos muy fuertes. Este basural
fue el menos compactado y tenía un mayor oscurecimiento por materia orgánica que
cualquiera de los rasgos en Jiskairumoko. Por alguna razón, el rasgo nunca fue com-
pactado por pisoteo. Este hecho es intrigante dado que el piso inmediatamente ad-
yacente a este basural está fuertemente compactado. Casi no existía tráfico peatonal
justamente fuera del límite oeste de la Estructura Rectangular 1. Así, la entrada y la
salida de la Estructura Rectangular 1 deben haber sido hacia el este, probablemente
cerca a la ubicación del fogón delineado por rocas. Hacia el noreste de la Estructura
Rectangular 1, hay una gran mancha de ocre (Figura 29: KK24 y Figura 31) que, en el
Bloque 6, está asociado con un alineamiento de rocas alteradas por el fuego y frag-
mentos de instrumentos líticos de molienda. Este mismo complejo del lente de ocre
y artefactos se extiende hacia las porciones oeste del adyacente Bloque 6 el cual está
inmediatamente al este del Bloque 4.
En los Niveles IV y V, en asociación con la Estructura Rectangular 1, varios instru-
mentos de obsidiana fueron recuperados. No se recuperaron instrumentos de piedra
tallada directamente del interior de la Estructura Rectangular 1. Solamente fuera de
98 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 31. Perfil de la pared este del Bloque 4 mostrando el lente de ocre localizado al
este de la Estructura Rectangular 1. Este lente de ocre se extiende hacia el este dentro del
Bloque 6. Figura adaptada de Craig (2005: 645).

la estructura en el Nivel IV, dos puntas de proyectil tipo 5D, una hecha de obsidiana,
una punta de proyectil tipo 3D, una escofina de sílex y dos grandes bifaces de sílex ro-
tos fueron recuperados. Afuera de la estructura, en el Nivel V, una punta de proyectil
tipo 5D, un bifaz de obsidiana, una escofina de plantas de sílex y un bifaz sin acabar
fueron recuperados. En el rasgo del lente de ocre, en el Nivel IV, una punta de proyec-
til de obsidiana tipo 5D, una punta de proyectil de sílex negro tipo 5D, dos puntas de
proyectil de sílex tipo 5D, y un bifaz de calcedonia fueron recuperados. En el Nivel V,
de este mismo rasgo, un bifaz de obsidiana, una punta de proyectil de calcedonia tipo
4F, una punta de proyectil de calcedonia tipo 5D, una punta de proyectil tipo 5D que
estaba fuertemente quemada, dos escofinas aserradas, dos bifaces rojos y un bifaz de
calcedonia fueron identificados.

Dentro o en los bordes de la Estructura Rectangular 1, seis fragmentos de instru-


mentos lítico de molienda y un batan fueron descubiertos. En el rasgo del lente de
ocre, ocho fragmentos de piedras para moler fueron recuperados. Ninguno de los
instrumentos de piedras para moler en el lente de ocre mostraron trazas observables
de ocre.

De los contextos ocupacionales de la Estructura Rectangular 1, 69 elementos de


fauna fueron recuperados. Cuarenta y cinco de estos no fueron identificados, 34 te-
nían edades indeterminadas, cinco elementos estuvieron completamente fusiona-
dos, dos elementos fueron de un individuo inmaduro, y otros cuatro elementos sin
fusionar representan la presencia de, al menos, un animal juvenil. Una cornamenta
de cérvido sin modificar también fue descubierta, lo que indica que los residentes
de la Estructura Rectangular 1 todavía estaban cazando animales.
99 / Nathan Craig

Estructura Rectangular 2: Formativo Temprano


La Estructura Rectangular 2 fue encontrada en el Bloque 6 el cual está localizado sobre
la parte más alta de Jiskairumoko (Figuras 4 y 32). La estructura está ubicada inmedia-
tamente al este de la Estructura Rectangular 1 del Formativo Temprano, al sur de la
Estructura Semisubterránea 1 de la Fase 2 del Arcaico Terminal, y al norte de la aldea
de casas semisubterráneas del Arcaico Tardío-Terminal. Ningún fechado radiocarbó-
nico de la Estructura Rectangular 2 ha sido procesado, pero la estructura está ubicada
inmediatamente debajo de la zona arada en el mismo horizonte estratigráfico que la
Estructura Rectangular 1. El rasgo del lente de ocre localizado al este de la Estructura
Rectangular 1 (Figura 31) se extiende hacia el Bloque 6 donde este también fue encon-
trado afuera del borde oeste de la Estructura Rectangular 2 (Figura 32). Hay una capa
continua de desecho que se extiende desde la Estructura Rectangular 2 y que aporta
al relleno secundario de desechos de la Casa Semisubterránea 1 (Figura 5). El Bloque 6,
el cual contiene a la Estructura Rectangular 2, está inmediatamente al sur del Bloque
7 el cual contiene a la bien datada Estructura Semisubterránea 1 (Figura 7). El fogón
de esta última estructura fue fechada en 1638-1405 cal. a.C. La Estructura Rectangular
2 se asienta en la parte superior del estrato en que la Estructura Semisubterránea 1
está excavada y hay una capa ininterrumpida de desecho que se extiende desde la
estructura rectangular y que aporta al relleno de la estructura semisubterránea. Por
lo tanto, la Estructura Rectangular 2 debe haber sido construida en algún momento
después de ca. 1638-1405 cal. a.C.
Casi toda la extension de la Estructura Rectangular 2 fue expuesta. Como con la Es-
tructura Rectangular 1, su tamaño cambió de nivel a nivel. Esto es porque la Estructu-
ra Rectangular 2 fue reconstruida múltiples veces (Figura 6). La reconstrucción de la
estructura hace difícil la estimación del plano de planta. Los límites de la estructura
fueron muy claros en el Nivel IV (Figura 32), y este es el límite usado para estimar el
perímetro en 20,66 m y un área de 22,96 m2. El espesor del piso abarca de 0,15 a 0,2 cm.
Dentro de la Estructura Rectangular 2 hay dos rasgos internos notorios: una con-
centración de arena suelta en el piso y una concentración de rocas alteradas por el
fuego incrustados en el piso. La función de ambos rasgos permanece ambigua. La
concentración de rocas alteradas por el fuego es particularmente intrigante. Algunas
de las piedras estuvieron claramente incrustadas en el piso de la estructura. Estas
pueden haber sido incrustadas dentro del piso después del abandono. Sin embargo,
existen otros lugares cercanos a esta concentración de rocas alteradas por el fuego
que no están compactadas, así, el incrustamiento post-abandono en el piso a través
de pisoteo parece improbable. Un gran número de rocas alteradas por el fuego en la
concentración son fragmentos de instrumentos líticos de molienda.
Cuando se considera la función del interior de la concentración de rocas altera-
das localizadas en la Estructura Rectangular 2, varias otras asociaciones similares de
acumulación de rocas vienen a mi mente. La primera de estas es la del Nivel VIII de la
estructura ritual de la Fase Qhuna de Asana (Aldenderfer 1989). Aunque el procesa-
miento de ocre no es mencionado en este contexto, el uso de rocas para hacer altares,
plataformas, y círculos es similar a la concentración de rocas dentro de la Estructura
100 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 32. Estructura Rectangular 2 mostrando la organización espacial de los rasgos


internos y externos y artefactos. Figura adaptada de Craig (2005: 661).
101 / Nathan Craig

Rectangular 2. El segundo ejemplo que me viene a la mente es del interior de la Casa


Semisubterránea 1 donde hay evidencia de concentraciones de rocas y tierra junto a
procesamiento de ocre (Figura 13) (Craig et al. 2006). Sin embargo a diferencia de la
Casa Semisubterránea 1 donde el procesamiento de ocre está tomando lugar adentro,
en el caso de la Estructura Rectangular 2 el uso del ocre está tomando lugar justo
afuera de la estructura.
La concentración de rocas alteradas por el fuego y el lente de ocre, en la porción
noroeste del Bloque 6, forma el rasgo más notorio afuera de la Estructura Rectangular
1 (Figura 32). La mayor parte de este rasgo fue expuesto en el Bloque 6, más de éste
fue encontrado en el Bloque 4 (Figuras 4 y 29-31). Desde la perspectiva de ambos blo-
ques de excavación, el rasgo es un área de actividad exterior que está situada entre
las Estructuras Rectangulares 1 y 2. No se encontró ocre en la parte sur del Bloque 7,
así el rasgo del lente de ocre no podría extenderse más de dos metros hacia el norte.
Los objetos que están asociados con el rasgo no se extienden mas allá de 2 a 2,5 m de la
concentración de grandes rocas que está localizada en la esquina noroeste del Bloque
6. Varias de esas rocas muestran evidencia de alteración por fuego. Huesos de anima-
les sin quemar manchados con ocre fueron recuperados del rasgo. El Bloque 6 es el
único lugar en alguna de las excavaciones en Jiskairumoko donde fueron encontrados
huesos animales manchados de ocre. La mayoría de los huesos de animales mancha-
dos de ocre fueron recuperados de la Unidad II25 Quad C en el Nivel IV. Dentro del
espacio, los excavadores también encontraron un agrupamiento de 107 fragmentos
de hueso que pesaron 6,62 g. Todos ellos estuvieron sin quemar. Lascas de obsidiana
y sílex rojo también fueron encontradas en relativa abundancia dentro del contexto
del rasgo del lente de ocre externo.
Un recipiente de una corteza vegetal dura que contenía un material gris también
fue encontrado en asociación con el lente de ocre. La identificación de la corteza
vegetal no ha sido posible. Análisis de Ph del material gris muestra que es básico.
Análisis de difracción de rayos X del material gris junto con ejemplos contemporá-
neos de cal del río Ilave y del río Ramis demuestran que el recipiente contuvo cal que
procedió de una fuente local de Jiskairumoko (Speakman, comunicación personal).
En el Bloque 6, inmediatamente al norte de la Estructura Rectangular 2, hay una
disposición circular de rocas alteradas por el fuego que fue ubicada en el piso sin
quemar que careció de carbón. Este rasgo es interpretado como un soporte para una
olla. Este es el único rasgo en su especie encontrado en Jiskairumoko, y sugiere el
uso temprano de la cerámica en el sitio. Un fragmento de cuenco, el cual en mi tesis
erróneamente describí como una olla sin cuello (Craig 2005: 655), fue recuperado del
Nivel III, y un fragmento no diagnóstico adicional fue identificado en el Nivel IV. Es-
tos son los ejemplos más tempranos de uso de cerámica conocidos en Jiskairumoko y
en el río Ilave.
Un único disco de oro martillado en frío fue recuperado del borde de la Estructura
Rectangular 2 (Figura 33). El artefacto fue recuperado de debajo de la zona arada y
procede de un contexto seguro. Piezas separadas y dobladas de metal son observables
en ambas superficies del artefacto, y según esas observaciones es evidente que el
102 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Figura 33. Disco de oro martillado en frío recuperado de la Unidad KK26 Quad D del
Nivel IV en el borde de la Estructura Rectangular 2. La imagen en la izquierda muestra
la superficie cóncava y la imagen en la derecha muestra la superficie convexa. Tenga
en cuenta las piezas de oro, dobladas y separados, a lo largo del margen del artefacto.
Foto de Mark Aldenderfer. Figura adaptada de Craig (2005: 662).

objeto fue construido de dos piezas de oro que fueron martilladas juntas. El espesor
del artefacto se estrecha considerablemente cerca al pequeño agujero en el centro
del disco y, sobre la superficie convexa del artefacto, pueden ser vistas rayas finas
alrededor del agujero.
Catorce puntas de proyectil fueron recuperadas de contextos asociados con la
Estructura Rectangular 2. Solamente ocho de las catorce fueron recuperados del in-
terior de la estructura y una de estas fue una forma diagnóstica. El artefacto es una
punta de proyectil tipo 4F hecha de andesita. Las puntas de proyectil restantes de
dentro de la estructura son todas de los tipos 5B, 5C, o 5D y todas hechas de sílex. Una
escofina para plantas también fue encontrada dentro de la estructura. Cinco puntas
de proyectil fueron recuperadas alrededor del rasgo del lente de ocre: dos puntas tipo
5B, una hecha de obsidiana y la otra de sílex; dos puntas del tipo 5D, una hecha de
obsidiana y una hecha de calcedonia; y una tipo 3F hecha de sílex.

Comparaciones Estratigráficas Entre Pirco y Jiskairumoko


Las trincheras de prueba en Pirco y las extensas exposiciones horizontales en Jiskai-
rumoko demuestran que comparado con Pirco, Jiskairumoko exhibe una considera-
ble mayor complejidad estratigráfica. En Jiskairumoko, los rasgos son más numero-
sos y bien definidos que los encontrados en Pirco. Los rasgos en Pirco tienen alguna
similitud a los encontrados en los niveles más profundos de Jiskairumoko. Pero en
103 / Nathan Craig

Jiskairumoko esos rasgos estuvieron considerablemente más definidos que cualquie-


ra encontrado en Pirco.
La tierra transportada por el viento que se acumuló alrededor de las estructuras
creadas antrópicamente es el probable mayor agente de deposición sobre las peque-
ñas elevaciones donde estos sitios están localizados. La mayoría de las puntas de pro-
yectil, temporalmente diagnósticas, encontradas en Pirco son más tempranas que las
de Jiskairumoko. La comparación de las paredes de los perfiles muestra que en Pirco
la profundidad máxima del depósito fue alrededor de 30 cm mientras que Jiskairu-
moko se alcanzó una profundidad de 51 cm. Esas diferencias sugieren que Jiskairu-
moko fue ocupado por un mayor tiempo que Pirco; Jiskairumoko fue revisitado más
regularmente que Pirco; más gente vivió en Jiskairumoko que en Pirco.

Enterramientos
Los enterramientos fueron encontrados tanto en Pirco (n = 1) como en Jiskairumoko
(n = 5). Todos esos entierros estuvieron asociados con algún tipo de residencia. De esta
forma, en la cuenca del río Ilave, para el Arcaico Tardío, el patrón de enterramiento
de individuos cerca a la arquitectura residencial estaba establecido. En Jiskairumoko,
esta práctica cultural persistió hasta al menos el Formativo Temprano. Ningún ente-
rramiento estuvo asociado con las estructuras del Formativo Temprano.
En algunas sociedades, la muerte de un ocupante resulta en el abandono de esa
estructura (e.g. Burgge 1978: 313; Hrdličha 1975: 21; Malinowski 1966 [1922]: 36; McCo-
lluch 1952: 26; Pennington 1963: 227; Yellen 1977: 78). Sin embargo, en Jiskairumoko,
durante el Arcaico Tardío y Terminal, esto está lejos de ser el caso. Los Entierros 1 al
3 fueron localizados afuera de la Casa Semisubterránea 2 (Figura 15). Los fechados ra-
diocarbónicos de los entierros abarcan de ca. 2900 a 1600 cal. a.C., y los fechados de la
Casa Semisubterránea 2 también abarcan de ca. 2300 a 1700 cal. a.C. De este modo, hay
al menos un largo período de 600 años de solapamiento entre los fechados de los En-
tierros 1 al 3 y la Casa Semisubterránea 2. Este solapamiento temporal entre entierros
y arquitectura residencial indica que la muerte de un ocupante no llevó al abandono
a largo plazo de una vivienda. Por el contrario, varios individuos fueron enterrados
afuera de la estructura durante su tiempo de ocupación. Así, el uso de la estructura y
el entierro de individuos afuera de la estructura continuaron asociados. Aunque los
pozos intrusivos son comunes en Jiskairumoko, no hay pozos de ocupaciones poste-
riores que intruyan dentro de las tumbas afuera de la Casa Semisubterránea 2. Los
entierros no fueron disturbados. Todo esto es más impactante porque los entierros
están localizados entre la Casa Semisubterránea 2 y un área de actividad exterior de
procesamiento de plantas que incluye instrumentos líticos de molienda, semillas de
Chenopodium y manchas de restos orgánicos (Figura 15). Los entierros estuvieron más
claramente localizados dentro de un área de actividad que debe haber sido usada de
una manera regular por los ocupantes de la Casa Semisubterránea 2. El enterramiento
de individuos en asociación con la arquitectura residencial y los espacios de trabajo
fueron parte del esquema materializado objetivamente que contribuyó al estableci-
miento y reproducción de habitus durante el Arcaico Terminal (Bourdieu 1977: 78,
104 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

89-90; Lawrence y Low 1990: 454; Miller 1987: 85; Vellinga 2007: 762). De este modo,
las actividades de los vivos estuvieron inmersas y entrelazadas con los lugares de
descanso de los muertos, prácticas de procesamientos de semillas fueron realizadas
en compañía de los ancestros, y el espacio fue un “teatro de memorias” (Fox 1993: 23;
Vellinga 2007: 758) que abarcó unas veinticinco generaciones de ocupación.
El sexo no pudo ser determinado para el entierro de Pirco. En Jiskairumoko, el
sexo pudo ser determinado solamente para dos de los cinco entierros (Entierros 1 y
3). El Entierro 2 es un adulto y un niño; sospecho que el adulto es probablemente una
mujer. Todos los entierros de Jiskairumoko estuvieron asociados con instrumentos lí-
ticos de moler y alguna forma de piedra tallada (Tabla 5). En Jiskairumoko, el Entierro
4 es el único que está asociado con puntas de proyectil, ambas del tipo 4F, y fueron
realmente recuperadas afuera de la tumba. Así, la asociación entre el Entierro 4 y las
puntas de proyectil no es una muy cercana. Aunque esto no puede ser confirmado en
este momento, sospecho que la mayoría, si no todos, de los individuos adultos ente-
rrados en Jiskairumoko son mujeres.
Interpreto la presencia consistente de instrumentos líticos para moler en las tum-
bas como un reflejo de la valoración de las actividades de molienda, probablemente el
procesamiento de plantas. Veo esta valoración como parte del proceso de un énfasis
creciente en el procesamiento de plantas que estaba tomando lugar en el Arcaico
Terminal. En Jiskairumoko, la piedra tallada estaba presente en las cinco tumbas, y
los útiles estuvieron presentes en o asociados con cuatro de esos enterramientos.
En tres de los casos, los instrumentos fueron raspadores. Sin embargo, instrumen-
tos cortantes y puntas de proyectil también estuvieron presentes. Tres de los cinco
enterramientos incluyeron una efigie de camélido o huesos de camélido como parte
de la tumba, y sospecho que es una valoración del pastoreo de animales. El enterra-
miento de “instrumentos de intercambio”, productos económicos, o símbolos de esos
productos en las tumbas de individuos fallecidos celebra, conmemora y recuerda la
contribución de esos individuos. La celebración de las contribuciones pasadas de los
individuos muertos revaloriza los mismos tipos de contribuciones potenciales entre
los vivos. De esta manera, el depósito de estos “instrumentos de intercambio” con-
memorativos, como parte de la performance de los rituales de enterramiento sirve
para reforzar y reproducir un conjunto de valores para los vivos. En el caso de la Casa
Semisubterránea 2 (Figura 15), esta relación es nuevamente reforzada por el hecho de
que las actividades de procesamiento de plantas estuvieron literalmente llevándose a
cabo encima de las tumbas de los individuos fallecidos quienes fueron enterrados con
equipamiento para la molienda.
Solamente uno de los seis entierros discutidos carece de alguna forma de bienes
funerarios, y este entierro procede de Pirco. Sugiero que Pirco probablemente data
de la primera mitad del Arcaico Tardío. Aunque todos los entierros de Jiskairumoko
estuvieron acompañados de algún tipo de bien funerario, los Entierros 1 y 2 fueron
los únicos asociados con alhajas. En cada uno de los casos las alhajas consistían en
cuentas usadas alrededor del cuello. El Entierro 1, una mujer vieja, está asociado con
cuentas de turquesas mientras que el Entierro 2 está asociado con nueve cuentas de
oro y varias de turquesa. No hay fuentes conocidas de esos materiales que sean veci-
105 / Nathan Craig

nas a Jiskairumoko. De este modo, es probable que los materiales para las cuentas fue-
ron transportados desde distancias bastante largas, y la naturaleza no local de esos
materiales posiblemente aumentó su valor social (Malinowski 1966 [1922]; Sahlins
1981 [1972]). Los Entierros 3, 4 y 5 de Jiskairumoko muestran que otros individuos no
fueron enterrados con items de lujo equivalentes, aunque bienes funerarios de algu-
na clase fueron depositados durante el proceso de enterramiento. Así, en la cuenca
del río Ilave, hacia el fin del Arcaico Tardío, un patrón de entierro de individuos con
bienes funerarios estaba establecido. Este patrón se mantuvo hasta, al menos, el For-
mativo Temprano. El Entierro 1 indica que el proceso de diferenciación social, mate-
rializado en la forma de artículos brillantes de lujo no locales, comenzó durante el fin
del Arcaico Tardío. El Entierro 2 sugiere una intensificación de este proceso durante
el Arcaico Terminal.
Entierro

Instrumentos
Bienes funerarios Huesos de
líticos de Piedra tallada Ocre
especiales camélido
molienda

Instrumentos
Efigie de camélido, Oeste del cortantes, Presente como
1 Ausente
cuentas de turquesa cuerpo bifaces, y efigie
raspadores
Cuentas de oro y Encima de la
2 Raspador Ausente Ausente
turquesa cabeza
Encima del Bifaz y
3 Presente Presente
torso raspador
Bifaz y puntas
Múltiples
4 de proyectil Presente Presente
fragmentos
cerca
Dos manos
Desechos de
5 afuera del pozo Presente Ausente
talla
de entierro
Tabla 5. Objetos asociados con los entierros encontrados en Jiskairumoko.

Obsidiana
Dos análisis replicados de fluorescencia de rayos X fueron realizados en 68 instru-
mentos de piedra tallada recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Un pri-
mer estudio fue realizado por Steven M. Shackley en el Laboratorio de XRF de Berke-
ley (Shackley et al. 2004). Una segunda fue realizada por Robert Speakman y Rachel
Popelka-Filcoff usando un XRF portatil en Puno, Perú (Speakman et al. 2005). Una
comparación de los resultados muestra que los dos instrumentos proporcionan re-
sultados analíticamente comparables (Craig et al. 2007).

El análisis de XRF reveló que el 97% (66 de los 68) de los instrumentos de obsidiana
muestreados, lo cual representa el 96% de la coleccion completa de instrumentos bifa-
ciales de obsidiana, correspondieron con concentraciones de elementos de Chivay, de
106 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

las muestras proporcionadas por Nicholas Tripcevich. Las restantes dos muestras, que
constituyen el 3% de la coleccion completa, se correspondieron con concentraciones
elementales de la fuente de Alca. De esta forma, el análisis XRF demuestra que ninguna
de las obsidianas recuperadas de Jiskairumoko fue obtenida de fuentes locales.
El intercambio entre sociedades simples, a menudo, supone el intercambio de bie-
nes útiles aunque no esenciales (Webb 1974). Una comparación de la colección de
obsidiana con instrumentos hechos de otras materias primas indica que la demanda
de obsidiana no fue totalmente pragmática. Al contrario, parece que la obsidiana fue
utilizada para tipos específicos de instrumentos que exhiben un tipo de embelleci-
miento que es raramente visto en instrumentos similares hechos de otros materiales.
La discusión que sigue ilustra esta cuestión (Craig 2005: Sección 12.2).
Hay un total de 875 instrumentos de piedra tallada bien formatizados que fueron
recuperados de las excavaciones en Jiskairumoko. Todos estos caen en una de las cin-
co categorías amplias de instrumentos: bifaz, cuchillo, punta de proyectil, raspador, y
escofina. Una comparación chi-cuadrado de la colección de acuerdo a los instrumen-
tos hechos de obsidiana vs. instrumentos que no están hechos de obsidiana revela la
presencia de diferencias significativas χ2 (4,n=875) = 45.5 p < 0.001.
Ochenta y un instrumentos fueron hechos de obsidiana y 66% (n=54) de estos son
puntas de proyectil mientras que 20% (n=16) son bifaces. Hay 794 instrumentos de
piedra tallada hechos de otros materiales aparte de la obsidiana, y el 30% (n=239)
fueron formadas en puntas de proyectil mientras que el 42% (n=335) fueron hechas
en bifaces. Comparada con otros materiales, la obsidiana es dos veces más a menudo
transformada en punta de proyectil. Si los bifaces y puntas son agrupadas (lo cual
permitiría la inclusión de puntas sin acabar o rotas) entonces la obsidiana es todavía
14% más propensa a convertirse en una de esas dos formas de instrumento que las
materias primas que no son obsidiana.
Con la adopción del agropastoreo, a medida que la gente se basó menos en la caza y
más en el pastoreo, las puntas de proyectil probablemente declinaron en importancia
económica. Desde esta perspectiva de Jiskairumoko, parece que en el río Ilave, durante
la transición al agropastoreo, la obsidiana no local fue mayormente usada para hacer
puntas de proyectil. Esto es muy significativo porque con un énfasis creciente en ga-
nadería, las puntas de proyectil, las cuales mayormente son usadas para caza, deberían
haber sido una forma de instrumento de importancia económica en descenso. En el río
Ilave, la obsidiana no es un material local, y su obtención es una señal costosa no fal-
seable (Gintis et al. 2001; Hildebrandt y McGuire 2002; Sosis 2000a, 2000b; Zahavi 1975;
Zahavi y Zahavi 1997). La obsidiana es negra y brillante lo cual la hace un objeto de ex-
posición llamativa con alta difusion de eficacia. En un mundo social, el menor esfuerzo
o la minimización del riesgo no lo es todo, la reputación cuenta (Bliege Bird et al. 2001;
Smith y Bliege Bird 2000; Smith et al. 2003; Wilson 1998). Al menos en el río Ilave, el rol
de las puntas de proyectil pudo haber sido cambiado de uno económico a uno social que
implicó mostrar la obsidiana como un elemento simbólico central. La comparación del
tratamiento del borde aserrado o denticulado de las puntas de proyectil de obsidiana
versus las que no son de obsidiana corrobora esta interpretación.
107 / Nathan Craig

Hay un total de 293 puntas de proyectil recuperadas de las excavaciones en Jiskai-


rumoko. De esas, 21% (n=62) tienen tratamiento del borde aserrado o denticulado. El
18% (n=54) de las 293 puntas de proyectil están hechas de obsidiana. El 82% (n=239) de
las 293 puntas de proyectil están hechas de algún otro material. El 50% (27 de 54) de
las puntas de proyectil de obsidiana son aserradas o denticuladas mientras que sólo
el 15% (35 de 239) de las puntas de proyectil que no son de obsidiana son aserradas
o denticuladas. Si uno considera todas las puntas juntas, el 44% (n=27) de las puntas
de proyectil con el borde modificado están hechas de obsidiana mientras que el 56%
(n=35) de estas están hechas de materiales que no son obsidiana. Considerando que
el 82% (n=239) de las puntas están hechas de materiales que no son obsidiana, la di-
ferencia es impresionante. Una prueba de chi-cuadrado muestra que las puntas de
borde modificado son muy significativamente hechas más a menudo de obsidiana χ2
(1, n=239) = 33.1 p < 0.001.
¿Podría ser que las modificaciones de borde aserradas o denticuladas son más fáciles
de hacer con obsidiana y esto explica la significativa diferencia en el tratamiento en el
borde? En Jiskairumoko, escofinas para plantas tienen denticulaciones o aserramien-
tos. Cuarenta y seis escofinas para plantas fueron recuperadas de Jiskairumoko, y sola-
mente uno de estos fue hecho de obsidiana. De este modo, solo la tendencia opuesta es
vista con las escofinas para plantas. Esto demuestra que las finas denticulaciones o ase-
rramientos pueden y fueron hechas con materias primas disponibles localmente. Esta
observación fortalece la afirmación que las características de fractura de las materias
primas líticas no fueron el factor condicionante primario en la decisión para hacer pun-
tas de proyectil aserradas o denticuladas. Ciertamente la obsidiana es quebradiza y esto
la hace más fácil de trabajar en aserrados o denticulaciones. Sin embargo, lo quebradizo
de la obsidiana también hace que esta se quiebre fácilmente cuando es usada en un mo-
vimiento de raspado, y esto es probablemente por lo que solamente una única escofina
de obsidiana fue recuperada de Jiskairumoko. Las puntas de proyectil funcionan de tal
manera que es menos estresante para el borde del instrumento, y esto hace menos pro-
bable que las denticulaciones o aserrados se rompan durante el uso. Además, puesto
que hay numerosas puntas de proyectil del sitio que no exhiben aserramientos o den-
ticulaciones, esos bordes embellecidos no serían “funcionalmente” necesarios en una
punta de proyectil. Otros factores más, que la simple mecánica de la fractura están con-
dicionando el tratamiento trabajoso de las puntas de proyectil de obsidiana. Creo que
esos factores son sociales y que están relacionados con la visualizacion que implicaba
la objetificación (Miller 1987; Vellinga 2007: 756) de relaciones sociales que estuvieron
conectadas al intercambio de larga distancia.
Si los residentes de Jiskairumoko estuvieron usando obsidiana para propósitos de
despliegue simbólico, sería útil intentar una determinación en cuanto a si esas activi-
dades estuvieron limitadas a un solo sexo o si ellas estuvieron asociadas con hombres
y mujeres. La mayoría de los artefactos bifaciales de obsidiana son puntas de proyec-
til, y aunque ciertamente no puede ser establecido definitivamente, esta clase de ins-
trumento esta probablemente asociada con actividades masculinas. Dos instrumentos
de obsidiana fueron recuperadas en asociación directa con el Entierro 1 del Arcaico
Tardío el cual fue una mujer vieja que también fue encontrada con varias cuentas
108 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

de piedra y efigies de camélido. Bifaces, cuchillos, escofinas y raspadores fácilmente


podrían haber estado relacionados con actividades femeninas. La obsidiana fue usada
para hacer ese tipo de instrumentos, simplemente no en grandes proporciones. Así, la
demanda de obsidiana parece haber estado relacionada tanto a los deseos de hombres
y mujeres por estos productos básicos. Sin embargo en Jiskairumoko, el gran uso de
obsidiana para hacer puntas de proyectil sugiere que los hombres fueron probable-
mente los principales consumidores de piedra no local.

Ocre
En Jiskairumoko, desde finales del Arcaico Tardío hasta el Formativo Temprano, creo
que el ocre fue usado como un pigmento para fines simbólicos. Para este caso, las
posibles interpretaciones del uso de ocre para propósitos no simbólicos puramente
prácticos deben ser minimizadas o eliminadas. Conservación de cuero, masilla para
enmangamiento de una herramienta, sellador, o medicina son los usos más comunes
prácticos no simbólicos del ocre. De esta manera fue necesario determinar si los con-
textos de ocre en Jiskairumoko representan alguno de esos usos.
El ocre no fue encontrado en alguno de los artefactos de piedra tallada o en algún
otro contexto que sugeriría que este sirvió como una masilla para enmangamiento.
Las excavaciones no encontraron artefactos que sugerirían que el ocre fuera usado
como un sellador. El ocre fue encontrado sobre algunos fragmentos de piedras para
moler, y esto podría quizás implicar su uso en la conservación de cuero. Todos los
fragmentos de instrumentos líticos de molienda cubiertos de ocre fueron encontra-
dos en asociación con “paletas” cubiertas de ocre o en asociación con un entierro.
Esas asociaciones no apoyan una interpretación de conservación de cuero. No hay
asociación convincente o evidencia positiva que apoye una interpretación de conser-
vación de cuero. Por otra parte, reportes publicados sobre experimentos de campo,
“fracasaron en demostrar que el ocre tenía algún efecto conservativo” sobre cueros
(Watts 2002: 3), y varios taxidermistas dudan de la eficacia del ocre para la conserva-
ción del cuero. Datos etnográficos de los cazadores Khoisan del sur de África indican
que la “participación del ocre en el trabajo del cuero es casí invariablemente en la
etapa final como una inclusión decorativa” (Watts 2002: 3).
En Jiskairumoko, el ocre está presente en tres de los cinco entierros: polvo de ocre
molido en la base del Entierro 3, piedras pulidas manchadas de ocre asociadas con
el Entierro 4, y polvo de ocre molido en la base del Entierro 5. El Entierro 3 es una
mujer adulta. No se pudo determinar la edad ni el sexo de los Entierros 4 y 5, pero
ambos probablemente representen adultos. Durante el Arcaico Terminal, el ocre está
asociado con el entierro de mujeres y también está asociado con el enterramiento de
adultos.
En Jiskairumoko, la colección está al costado de la cocina de la Casa Semisubte-
rránea 1 lo que demuestra que el ocre fue sometido a tratamiento térmico (Figura
13) (Craig et al. 2006). Esto fue probablemente hecho para intensificar el color del
mineral para su uso como pigmento. La recuperación de piedras para moler y “pale-
tas” cubiertas de ocre indica que el mineral fue molido en polvo y aplicado a otras su-
109 / Nathan Craig

perficies. Esas observaciones, además, refuerzan la afirmación que el ocre fue usado
como un pigmento. El ocre fue encontrado en un gran lente entre las dos estructuras
rectangulares del Formativo Temprano (Figuras 29 y 31-32). Dentro de este contexto,
este fue encontrado pintado sobre huesos de animales sin quemar. Esos huesos pinta-
dos podrían haber sido aplicadores de pigmento o productos acabados.
En Jiskairumoko, teniendo en cuenta el conjunto de contextos en los cuales el ocre
fue encontrado parece difícil negar que el mineral fuera usado en contextos simbó-
licos e incluso rituales. Aunque es difícil concluir si el ocre fue usado de una manera
repetitiva suficiente para constituir un ritual en un sentido estricto, todavía podemos
sugerir que los habitantes de Jiskairumoko claramente ofrecian pigmento de ocre con
importancia simbólica.
Puede ser imposible deducir el significado del ocre en esos contextos, pero este
seguramente pertenece al color rojo del pigmento. La mayoría de mamíferos tienen
solamente dos conos cromáticos en sus ojos. Los humanos y otros grandes monos son
un subconjunto único de primates que tienen visión a color tricromática con conos
especiales que son sensibles a la máxima longitud de onda de luz roja (Dominy y Lucas
2000; Mollon 1989; Rowe 2002; Sumner y Mollon 2000a, 2000b).
El ritual forma la naturaleza de los sistemas de símbolos (Hovers et al. 2003), este
está incrustado en la vida cotidiana (Barham 2003), y los objetos prácticos pueden
tener importantes significados simbólicos (Sagona 2003) lo cual se relaciona a “la hu-
mildad de las cosas” (Miller 1987: 85). La acción simbólica es, a menudo, expresada
a través del uso de color y decoración. En el sur de África, desde la Edad de Piedra II
hasta el pueblo Khoisan actual, el uso del ocre es importante en la estructuración sim-
bólica de la división sexual del trabajo (Watts 2002). La reproducción femenina es un
aspecto extremadamente importante de cambio social porque las mujeres son el sexo
que limita la reproducción. De este modo, cuando el ocre está asociado con mujeres
está frecuentemente relacionado con la sangre de la menstruación, la sangre de la
madre, la renovación, la fertilidad, y la periodicidad lunar (Knight et al. 1995; Wresch-
ner 1980). Incluso, en casos donde el uso de ocre está relacionado con la caza mágica,
lo que uno esperaría que fuese una actividad predominantemente masculina, todavía
existen vínculos ideológicos explícitos que remiten hacia las mujeres, la sangre, y la
fertilidad. Sospecho que una constelación simbólica similar rodeaba la colocación de
ocre en las tumbas en Jiskairumoko.
El rojo, junto con el negro y el blanco, juega un rol prominente en todos los esque-
mas humanos de clasificación de color. La etnografía comparativa muestra que, cuan-
do el pigmento rojo es empleado como un símbolo, uno puede esperar también el uso
de los colores negro y blanco (Berlin y Kay 1969; Rosch 1973). En Jiskairumoko, pig-
mentos blancos no fueron encontrados pero es digno de notar que los pisos amarillo
claro son un elemento en varias de las configuraciones rituales que involucraban roca
y tierra. El carbón podría haber sido utilizado fácilmente como un pigmento, aunque
este no fue encontrado sobre “paletas” u otros contextos que sugieran que este fue
usado como pintura. Incluso, la importancia simbólica de la obsidiana, una piedra
negra para hacer instrumentos particularmente brillantes, es difícil de ignorar.
110 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Los objetos brillantes en general, pueden tener una importancia simbólica. Las
cuentas de turquesa del Entierro 1 (Figura 16), las nueve cuentas de oro y once de tur-
quesa del Entierro 2 (Figura 19), el disco de oro encontrado en el borde de la Estructura
Rectangular 2 (Figura 33), y la aleación de oro y cobre encontrado encima de la Estruc-
tura Semisubterránea 1 (Figura 27) son todos artefactos brillantes y coloridos. En cada
uno de esos casos, los artefactos posiblemente representan la adquisición de artículos
simbólicamente importantes obtenidos de intercambio de larga distancia. Los objetos
habrían servido como recordatorios materializados de relaciones sociales.

Estructuras
La excavación y la prospección geofísica revelan que desde el fin del Arcaico Tardío
hasta el Formativo Temprano, las estructuras residenciales no son altamente acu-
mulativas en el sentido de grandes asentamientos. Sin embargo, cuando considera-
mos este resultado, es importante mantener en mente que los sitios arcaicos en las
cuencas de Ilave y Huenque están casi siempre localizados en la cima de pequeñas
elevaciones. Creo que en esta región, el tamaño de la elevación probablemente pone
límites sobre el número de estructuras que están presentes en un sitio arcaico dado.
Aunque la organización de las casas semisubterráneas de Jiskairumoko se ajusta
al modelo de asentamiento en forma de anillo de Yellen (1977) (Figura 8), creo que
la totalidad de los residentes arcaicos del río Ilave exhibieron un patrón de asenta-
miento que se asemeja más cercanamente al de los Alyawara (O’Connell 1987). Los
Alyawara viven en grandes, aunque muy dispersas comunidades, que están hechas
de pequeños grupos de asentamientos que están estructuradas alrededor de familias
extendidas las cuales, a menudo, residen en estructuras múltiples. Por otra parte,
aún en grandes sitios de reuniones estacionales, los !Kung, tienden a residir en con-
gregaciones continuas de estructuras que están todas localizadas en proximidad re-
lativamente cercana. Lo que sea que causó que los residentes arcaicos del río Ilave se
asentaran sobre las cimas de elevaciones, el hecho que lo hicieran de esta manera me
lleva a creer que el terreno influenció fuertemente el plano de la comunidad de tal
manera que las congregaciones co-residentes estuvieron limitadas por el tamaño de
las pequeñas elevaciones. Sin embargo, creo que los sitios arcaicos vecinos en el río
Ilave fueron probablemente ocupados contemporáneamente a Jiskairumoko y, estos
posiblemente, representan parte de un mismo asentamiento general— muy similar a
la manera en que los Alyawara modernos lo hacen.
Aunque en Jiskairumoko hay relativamente pocas estructuras presentes, las es-
tructuras están estrechamente espaciadas. Dadas las relaciones con respecto a niveles
de parentesco genetico y del compartir que han sido producidos por los etnoarqueó-
logos (Garget y Hayden 1991; Gould y Yellen 1987; O’Connell 1987), en Jiskairumoko la
cercanía de las estructuras en general sugiere altos niveles de parentesco y de com-
partir. El espaciamiento entre estructuras es más alto para las casas semisubterráneas
de la Fase 1 del Arcaico Terminal. La Estructura Semisubterránea 1 de la Fase 2 del
Arcaico Terminal está localizada más lejos de lo que cualquiera de las casas semisub-
terráneas está entre sí. El emplazamiento de la Estructura Semisubterránea 1 sugiere
111 / Nathan Craig

que los niveles de parentesco y de compartir decayeron levemente durante la Fase 2


del Arcaico Terminal. Las dos estructuras del Formativo Temprano están espaciadas
aproximadamente equivalentes como las casas semisubterráneas. Sin embargo, sería
útil una muestra más grande para intentar plantear patrones de parentesco y de com-
partir, basados en distancias interestructurales del Formativo Temprano.
Conocer el tamaño de los grupos co-residenciales nos ayuda a comprender algu-
nos aspectos muy básicos de la sociedad y las relaciones sociales que podrían haber
existido durante el Arcaico Tardío–Formativo Temprano. Cualquier intento de esti-
mar la población residente basada en el área del piso de la estructura está en función
de: 1) cómo es estimada el área del piso; y 2) cuál línea de regresión derivada de la
etnografía uno escoge aplicar. Ya he mostrado los estimados de las plantas de las
estructuras, y voy a poner en práctica todas las estimaciones de la población a partir
del área del piso que me son conocidos (Casselberry 1974; Casteel 1979; Cook y Heizer
1965, 1968; De Roche 1983; Delfino 2001; LeBlanc 1971; Naroll 1962; Nordbeck 1971;
Wiessner 1974).
En Jiskairumoko, con la excepción de los estimados de Cook y Heizer (1965, 1968),
intuitivamente sospecho que la mayoría de las áreas métricas de piso y población
calculan el número de ocupantes de la vivienda en menos de lo que corresponde
(Tabla 6). Por ejemplo, no consideré la estimación de población de Delfino (2001:
125) de que se requiere 29,54 m2 de habitación por persona, ya que esta medida
podría predecir que ninguna de las estructuras estuvo ocupada. Dada la gran can-
tidad de basura y los cinco entierros presentes en el sitio, encuentro los resultados
del estimado de Delfino (2001: 125) extremadamente improbables. La altitud del
altiplano resulta en climas fríos, la eficiencia termica podría ser una razón para
que los individuos estuvieran construyendo casas semisubterráneas, y todas estas
tienen fogones internos. En climas fríos, se esperaría que la gente realice más acti-
vidades en el interior de las estructuras (Binford 1983). De este modo, sospecho que
las estructuras habrían estado algo densamente ocupado. Dadas las restricciones
de la eficiencia térmica y los combustibles disponibles para mantener encendido
el fogón de la estructura, encuentro improbable que cualquiera de las estructuras
fuera ocupada por un solo individuo. Así, para Jiskairumoko, los estimados de Cook
y Heizer (1965, 1968) aparecen como los valores más probables para el número de
individuos que residieron en cada una de las viviendas.
Sí toda la aldea de la Fase 1 del Arcaico Terminal, incluyendo la ocupación continua
de la Casa Semisubterránea 1 del Arcaico Tardío, fue ocupada contemporáneamente,
entonces basándonos en la estructura que excavamos, hasta 19 individuos podrían
haber estado viviendo en el sitio. La prospección de GPR sugiere la presencia de otras
dos estructuras que son de tamaño comparable a las casas semisubterráneas de la
Fase 1 del Arcaico Terminal, y si esas dos estructuras son incluidas en el estimado de
la población, entonces, quizá hasta 25 individuos habrían estado viviendo en el sitio.
Las comunidades que están compuestas por menos de 200 individuos no son re-
productivamente autosuficientes. Bajo esas condiciones la exogamia es ubícua inter-
cultural y reproductivamente importante; a los grupos pequeños les correspondería
112 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

una tendencia más fuerte hacia la exogamia (Kloos 1963: 861; Murdock 1949: 47). De
esta manera, los habitantes del Arcaico Tardío-Formativo Temprano de Jiskairumoko
deben haber sido exógamos. Esto podría haber implicado el matrimonio con indivi-
duos de asentamientos localizados en otras pequeñas elevaciones que están ubicadas
cercanamente. Sin embargo, para mantener la estabilidad reproductiva debería haber
existido una red de, al menos, ocho sitios del tamaño de Jiskairumoko. Los resultados de
la prospección indican que en el río Ilave, Jiskairumoko es el sitio Arcaico Terminal más
grande (Aldenderfer y De la Vega 1996). De este modo, sospecho que intercambios ma-
trimoniales estuvieron tomando lugar con comunidades localizadas en otras cuencas.
Al principio de este capítulo, un número de otras inferencias socioeconómicas
que están basadas en el área y forma de la estructura fueron presentadas. Aquí, pro-
porciono los resultados de (Tabla 6): asentamientos y correlatos económicos que son
derivados del plano de planta de la estructura (Robbins 1966); estimaciones de la es-
tructura familiar y las prácticas de matrimonios que están basados en el área y forma
de la estructura (Whiting y Ayers 1968); y los estimados de prácticas de residencia
post-maritales que están basados en el área de la estructura (Divale 1974, 1977; Ember
1973; Peregrine 2001). Basados en su forma circular (Robbins 1966), es probable que
las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 y la Estructura Semisubterránea 1 fueran relativa-
mente móviles, practicaran poca agricultura, y tuvieran una comunidad de pequeño
tamaño y fueran probablemente polígamos (Whiting y Ayers 1968). Basándose en su
forma, las Estructuras Rectangulares 1 y 2 podrían haber sido hogares para familias
monógamas (Whiting y Ayers 1968). En Jiskairumoko, el tamaño de la estructura in-
dica que la residencia post-marital matrilocal ciertamente casi nunca fue practicada;
la residencia post-marital fue probablemente bi-local o patrilocal (Divale 1977; Ember
y Ember 1971). Ninguna de las estructuras son suficientemente grandes para haber
albergado familias extendidas (Whiting y Ayers 1968).
Las comparaciones interculturales basadas en el Atlas Etnográfico revelan tres as-
pectos consistentes de la ocupación de la Casa Semisubterránea (Gilman 1987): 1) hay
un clima no tropical durante la estación de habitación de la estructura de pozo; 2)
como mínimo hay un patrón de asentamiento bi-estacional; 3) hay una dependencia
de almacenar alimentos durante el período de ocupación de la estructura de pozo. Esas
condiciones pueden estar relacionadas a otros factores de la sociedad, aunque estos
aparecen presentes en todos los casos de la ocupación de la estructura de pozo que
están documentados en el Atlas Etnográfico. Asumo que todos ellos son válidos para
la ocupación de las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3. Otras semejanzas en la naturaleza
de las ocupaciones de la Casa Semisubterránea estuvieron presentes, pero no son uni-
versales a través de todos los ejemplos etnográficos de la residencia en casa semisubte-
rránea: estación fría de la ocupación, estimados de baja población, y sistemas político
económicos simples. Esas expectativas son consistentes con otros indicadores descritos
arriba, y sospecho que esos tres aspectos de la ocupación de la casa semisubterránea
caracterizan con precisión el uso de las Casas Semisubterráneas 1 a la 3.
La presencia de animales inmaduros, semillas de Chenopodium, y rasgos de hor-
nos de pozo para las partes del procesamiento de almacenamiento de alimentos con
almidón me lleva a especular que desde el fin del Arcaico Tardío hasta el Formativo
113 / Nathan Craig

Temprano, Jiskairumoko fue ocupado al menos parte del tiempo durante la estación
húmeda y la dependencia a recursos almacenados, probablemente, extendió el asen-
tamiento hasta la estación seca que, en los Andes, es generalmente más fría. Durante
el Arcaico Tardío-Terminal, una vez que el pastoreo fue desarrollado o introducido
en la región, esto podría haber involucrado el movimiento de animales a elevaciones
más altas durante la estación seca fría.
La ubicación de los sitios en la cima de pequeños montículos sugiere que la ocu-
pación podría haber involucrado la habitación de la región durante al menos una
porción de la estación húmeda. Varios agropastores aymaras locales se refirieron a
esas cimas elevadas como un aspecto deseable para el drenaje durante la temporada
de lluvias. Durante las excavaciones en Jiskairumoko, después de las lluvias, las casas
semisubterráneas se llenarían de agua. Obviamente, sí estaba cubierta por una super-
estructura menos agua entraría en las estructuras. Sin embargo, la mitigación de las
inundaciones aparece como una razón posible del porqué los sitios son consistente-
mente encontrados sobre esas cimas elevadas. W < 25

W > 25
CH < 6

CH > 6

SGT
Estructura BEE

ST
SE

M
N
A

Casa Semisubterránea 1
13,2 1 7 1 2 1 2
Interior
Casa Semisubterránea Movil, Poli
18,69 1 9 2 3 2 3 Alta No
2 Exterior pequeña
agr. EF
Casa Semisubterránea 2 8,47 1 4 1 1 1 1
comunidad
Casa Semisubterránea 3 5,21 1 3 1 1 1 1 circular
pequeña Patri
o Bi Poli
Estructura
15,18 1 8 2 3 1 3 Baja Near
Semisubterránea 1 Local EF
Mon
Estructura Baja
9,85 1 5 1 2 1 2 No
Rectangular 1 movilidad, EF
comunidad Med
grande, agr. Mono
Estructura
22,96 2 11 2 4 2 4 intensiva No
Rectangular 2
EF
Tabla 6. Sumario métrico de las Estructuras, el estimado de la población está redondeada
a la cantidad más cercana de personas. A = área m2; EF = Familia extendida; N = Estimado
de población de Naroll (1962); CH = Estimado de población de Cook y Heizer (1965, 1968)
<6 = menos de seis individuos por estructura mientras que >6 = más de seis individuos por
estructura; W = población estimada de Wiessner (1974) >25 = más de veinticinco residentes
por asentamiento mientras que <25 = menos de veinticinco residentes por asentamiento;
BBE = estimado de población de Brown (1987) y Ember y Ember (1995); SE = asentamiento
y correlato económico derivado de Robbins (1966); SGT = patrones del Compartir (Brooks et
al. 1984; Gould y Yellen 1987; Kaplan et al. 1984; O’Connell et al. 1991), Dis. Genética (Garget y
Hayden 1991; Gould y Yellen 1987), y amenazas externas (Binford 1991; Gould y Yellen 1987,
1991); M = patrón correlacionado de matrimonios (Divale 1977; Ember y Ember 1971); ST =
correlación de estatus de Whiting y Ayers (1968), Poli = polígamos; Mono = monógamos; EF =
familia extensa esperada.
114 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Almacenaje
En Jiskairumoko, el estimado de almacenaje externo es extremadamente esquemá-
tico puesto que la capacidad para observar esos rasgos es, en su mayor parte, una
función del muestreo y estos son difíciles de encontrar (Tabla 7). La Estructura Semi-
subterránea 1 exhibe una gran cantidad de almacenaje externo, pero este bloque de
excavación cubrió una extensión de 15x11 m. Claramente la gran exposición alrede-
dor de esta vivienda ha influenciado la cantidad de almacenaje externo asociado con
la estructura. Sin embargo, encuentro intrigante que aunque hay una amplia exposi-
ción alrededor de ella, las excavaciones no encontraron algún depósito externo con
ninguna de las estructuras rectangulares del Formativo Temprano. Si los pozos de
depósito externo estuvieron asociados con esas viviendas, estos no estuvieron locali-
zados cerca a las estructuras.
Comparado con el almacenaje externo, los estimados del almacenaje interno están
probablemente mucho menos impactados por problemas del tamaño de la muestra
(Tabla 7). Esto es porque o la estructura entera fue expuesta, o uno puede producir un
estimado razonable de qué proporción de la estructura fue expuesta y esta proporción
puede ser usada para ajustar el valor muestreado. Al comparar las Fases 1 y 2 del Arcai-
co Terminal, parece que hay un leve incremento en almacenaje interno en el tiempo. La
Casa Semisubterránea 3 tenía un depósito interno de 130 L y la Estructura Semisubte-
rránea 1 tenía un depósito interno de 180 L. También hay una reconfiguración de tener
ocho hoyos internos en la Casa Semisubterránea 3 (Figura 21) a tener un solo gran pozo
interno en la ocupación temprana de la Estructura Semisubterránea 1 (Figura 25). Du-
rante la última ocupación de la Estructura Semisubterránea 1, el uso de este gran pozo
interno fue abandonado (Figura 26). Ninguna de las estructuras rectangulares del For-
mativo Temprano exhibió pozos internos de almacenaje de alguna clase (Figuras 29 y
32). Como los parfleches (bolsas de cuero) usados por los cazadores de búfalos norteame-
ricanos, los residentes de Jiskairumoko podrían haber usado cueros para almacenaje
aunque evidencia positiva para esta tecnología no fue observada.
Para mí, la Fase 2 del Arcaico Terminal, la cual está representada por la Estructura
Semisubterránea 1, es el fulcro, o punto de apoyo, del cambio en las prácticas de al-
macenaje que tomaron lugar durante la ocupación de Jiskairumoko (compare Figuras
25 y 26). En el inicio de la ocupación de esta estructura, el uso de pozos de almacenaje
interno muestra similitudes a la Fase 1 del Arcaico Terminal, aunque la conversión de
múltiples pozos pequeños a un solo gran pozo interno indica el cambio de prácticas.
Hacia el fin de la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 el uso de un pozo de
almacenaje interno fue abandonado, esto muestra una similitud a la organización del
espacio durante el Formativo Temprano.
La relativa separación de la Estructura Semisubterránea 1 con relación a las Casas
Semisubterráneas 1 a la 3 implica niveles decrecientes del compatir, pero aparte de
un cambio en las prácticas de almacenaje no está claro lo que refleja el paso de varios
pozos pequeños de almacenamiento a una gran fosa en las relaciones sociales. Sospe-
cho que esto está relacionado a un aumento de la dependencia de recursos almace-
nados, pero queda la pregunta ¿Dónde están los rasgos de almacenaje del Formativo
115 / Nathan Craig

Temprano? Creo que ellos simplemente no fueron encontrados por las excavaciones,
y que mayor investigación es requerida para responder esta importante pregunta. Mi
hipótesis es que en Jiskairumoko, durante el Formativo Temprano, hubo un cambio
hacia instalaciones de almacenaje exteriores más grandes que eran llenados y usados
por los residentes de varias viviendas.

Estructura Interno (I) Externo (I)

Casa Semisubterránea 1 420 80


Interior
Casa Semisubterránea 2 - 860

Casa Semisubterránea 3 130 510

Estructura 180 1400


Semisubterránea 1

Estructura Rectangular 1 - -

Estructura Rectangular 2 - -

Tabla 7. Estimados de almacenaje basados en las excavaciones en Jiskairumoko.

Transiciones Arquitectónicas
En la cuenca del río Ilave, la investigación hasta la fecha revela varias transiciones
arquitectónicas. Dos de esas transiciones son mayores y dos de ellas son menores.
Las transiciones mayores implican un cambio de arquitectura efímera a casas semi-
subterráneas más duraderas, y un cambio de casas semisubterráneas a estructuras
rectangulares sobre la superficie. Las transiciones menores implican cambios en la
naturaleza de la construcción de la casa semisubterránea y la organización interna
en el tiempo.
En Pirco, el uso intensivo de GPR no reveló la presencia de grandes o fuertes ano-
malías bajo la superficie. La excavación confirmó esas expectativas. De esta manera,
basándose en los resultados de Pirco, en el río Ilave, durante las partes tempranas de la
Arcaico Tardío, la arquitectura residencial fue efímera y careció de almacenaje. La es-
tructura encontrada en la Trinchera 3 en Pirco fue probablemente una cabaña (wikiup)
de algún tipo. Esta fue probablemente construida para usarla a corto plazo solamente,
y no fue probablemente construida con la intención de una reocupación futura. Los
rasgos asociados con la estructura fueron encontrados, pero ellos no parecen haber
sido construidos para el largo plazo o para el re-uso repetido en el tiempo. Los rasgos
consistieron de unos cuantos lentes de tierra de varias clases. Una pequeña cantidad
de instrumentos líticos para moler fue encontrada en asociación con la ocupación. Un
solo pozo encontrado en asociación con la estructura podría haber sido utilizado para
almacenaje, pero este es un ejemplo aislado. Así, el almacenaje podría haber sido prac-
116 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

ticado pero solamente a un grado muy limitado. Parece que los residentes del Arcaico
Tardío de Pirco practicaron un patrón de asentamiento que implicó alta movilidad
residencial. Ellos parecen haber estado involucrados en prácticas económicas que en-
fatizaron la caza y un uso limitado de plantas que requirieron procesamiento.
En Jiskairumoko, las anomalías de GPR grandes y fuertes fueron abundantes. Las
excavaciones revelaron que esas anomalías correspondieron a arquitectura residen-
cial, entierros y pozos grandes. La evidencia más temprana de Jiskairumoko indica
que hacia el fin del Arcaico Tardío los ocupantes del río Ilave comenzaron la cons-
trucción de casas semisubterráneas. Esas casas semisubterráneas fueron claramente
construidas para ser re-utilizadas, y los restos encontrados dentro de las estructuras
indican que estas fueron de hecho re-utilizadas por cerca de un milenio. Los rasgos
e instalaciones asociadas con las casas semisubterráneas también fueron construidos
para ser re-usadas. Los fechados de las instalaciones como el Horno de Pozo 2 de-
muestran re-utilización de largo plazo. Tanto los rasgos de almacenaje interno como
los externos están asociados con todas las casas semisubterráneas. Comparado con
Pirco, hay un mayor aumento en la cantidad presente de instrumentos líticos para
moler, incluso, en las ocupaciones más tempranas de Jiskairumoko. Los residentes de
Jiskairumoko parecen haber adoptado un patrón de asentamiento que implicaba mo-
vilidad residencial significativamente reducida, el re-uso de ubicaciones específicas
en el paisaje y un mayor incremento en una dependencia al procesado de semillas y
almacenaje.
La Casa Semisubterránea 1 exhibe algunas diferencias menores de las Casas Semi-
subterráneas 2 y 3. La Casa Semisubterránea 1 es más grande, hay pozos pequeños en
el piso, y el fogón central fue delineado con un horno de barro duro. Las Casas Semi-
subterráneas 2 y 3 son más pequeñas, no hay pozos en los pisos, numerosos hoyos pe-
queños están presentes, y los rasgos del fogón central están construidos enteramente
de piedra. Las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 fueron encontradas arregladas en un
plano congruente que producen un plano de aldea circular que es típica de muchos
asentamientos pequeños. Aunque la Casa Semisubterránea 1 confirmó un fechado de
radiocarbono temprano, la estructura fue probablemente usada hasta bien entrado
el Arcaico Terminal.
Todas las Casas Semisubterráneas 1, 2 y 3 muestran algunas diferencias menores con
respecto a la Estructura Semisubterránea 1. La Estructura Semisubterránea 1 no está
tan profundamente excavada como cualquiera de las casas semisubterráneas. Mientras
que ninguna de las casas semisubterráneas estaba delineada con piedras, la Estructura
Semisubterránea 1 si lo estuvo. Esto sugiere algunos cambios en la naturaleza de la
superestructura. Diferencias adicionales en el uso interno del espacio entre la Estruc-
tura Semisubterránea 1 y las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 se desarrollaron durante
la ocupación de la estructura. A diferencia de los múltiples pozos internos exhibidos
por todas las casas semisubterráneas, la Estructura Semisubterránea 1 contiene un solo
pozo interno el cual es finalmente abandonado en algún momento durante la vida útil
de la estructura. En vista que ninguna de las casas semisubterráneas contuvo rocas de
cocina, en algún momento durante la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 el
uso de rocas de cocina fue introducida. Los tempranos ocupantes de la Estructura Semi-
117 / Nathan Craig

subterránea 1 usaron un fogón central al igual que los de la tradición de casas semisub-
terráneas más tempranas, pero para el fin de la ocupación de la Estructura Semisubte-
rránea 1 el uso de un fogón central delineado por piedras fue abandonado. Sugiero que
en Jiskairumoko, la ocupación temprana de la Estructura Semisubterránea 1 representa
la expresión final de la ocupación Arcaico Terminal mientras que la ocupación tardía de
la estructura representa los inicios del Formativo Temprano.
Ambas estructuras rectangulares del Formativo Temprano muestran diferencias
mayores de las Casas Semisubterráneas 1 a la 3 y algunas diferencias menores de
la Estructura Semisubterránea 1. Ninguna de las Estructuras Formativas Tempranas
está excavada en la tierra. Los pisos de ambas estructuras están hechos de una super-
ficie de tierra preparada, de un tipo de tierra que no está presente en el sitio, trans-
portada desde otros lugares. Los pisos de ambas estructuras fueron repetidamente
remodelados, y las extensiones de sus plantas cambiaron con las diferentes remode-
laciones. Ninguna de las estructuras del Formativo Temprano confirmó la evidencia
de depósitos internos o fogones internos. La Estructura Rectangular 1 está asociada
con una gran roca de cocina. La Estructura Rectangular 2 está asociada con cerámica
y un soporte para una olla.

Discusión
Dentro de la arqueología, la transición de las casas semisubterráneas a las estructu-
ras sobre la superficie es un tópico “clásico” que ha sido repetido en muchas partes
del mundo. Jiskairumoko demuestra que esta clásica transición también ocurrió
en la sierra de los Andes Surcentrales. El mayor cambio en términos de la privati-
zación del almacenaje predicho por el modelo de Flannery (1972, 2002) no parece
haber tomado lugar durante la transición casa semisubterránea a pueblo. Más bien
la privatización de almacenaje parece haber ocurrido más temprano en la secuen-
cia, entre Pirco y Jiskairumoko, durante algo muy similar a una transición de la
cabaña (wikiup) a la casa semisubterránea. Es en Jiskairumoko que uno encuentra:
grandes grupos co-residentes; evidencia temprana de ocupación prolongada; un
creciente énfasis en el procesamiento de plantas; mayor dependencia del almace-
naje y almacenaje privatizado. De este modo, en términos de la comparación de las
ocupaciones residenciales de Pirco y Jiskairumoko, el modelo de Flannery (1972,
2002) funciona bien. Ya que en Jiskairumoko no hay depósitos visibles dentro de las
estructuras rectangulares del Formativo Temprano, la transición de casas semisub-
terráneas a estructuras sobre la superficie no parece seguir cercanamente el mode-
lo de privatización del almacenaje esperado de Flannery (1972, 2002). Sin embargo,
recordemos que durante la transición del Neolítico a la edad del Bronce en la región
del Trans-Cáucaso, la trashumancia pastoril creó un vector de divergencia del mo-
delo de Flannery (1972, 2002). Para la cuenca del Titicaca, ¿un énfasis creciente en
la domesticación de camélidos alteró la naturaleza de las prácticas de almacenaje?
Una inversión creciente o especialización en el pastoreo, como una forma de “alma-
cenaje sobre pezuñas” ¿podría haber tenido un rol que jugar en la aparente desapa-
rición del almacenaje en y alrededor de la estructuras del Formativo Temprano en
118 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

Jiskairumoko? Excavaciones adicionales de sitios del Arcaico-Formativo Temprano


son requeridas para responder estas preguntas.
La teoria social de la arqueología conductual que se refiere al diseño arquitectó-
nico predice que a medida que la movilidad residencial decrece, los individuos acep-
tarán costos de producción más altos para construir viviendas que tienen costos de
mantenimiento menores a largo plazo. La arquitectura residencial en Pirco habría
implicado un costo de producción muy bajo. La estructura fue efímera, probablemen-
te destinada para usos cortos. Debido a esto, la residencia prolongada en la estructu-
ra probablemente habría supuesto mantenimiento rutinario. Con la ocupación más
temprana de Jiskairumoko, hay un mayor incremento en los costos de producción de
arquitectura cuando son comparados con los de Pirco. Este cambio sugiere que en Jis-
kairumoko, las estructuras fueron diseñadas para uso como viviendas con residencias
más largas que las de Pirco. Las casas semisubterráneas deben haber tenido costos de
mantenimiento más bajos a largo plazo que la arquitectura en Pirco. La extensión de
los fechados de radiocarbono de las casas semisubterráneas indica que las estructuras
fueron reocupadas por encima de los quinientos años.
Cuando se comparan las ocupaciones de las casas semisubterráneas con las es-
tructuras rectangulares del Formativo Temprano, la imagen es mucho menos clara.
Ningún tipo de arquitectura se muestra evidencia de restos de pared o algún tipo de
superestructura duradera. Esto sugiere que ambos tipos de estructuras estuvieron
cubiertas con maleza o más probablemente con cuero. Las rocas que delinean los
bordes de los pisos de la Estructura Semisubterránea 1 y la Estructura Rectangular 1
prestan además sustento a esta interpretación. Las rocas probablemente ayudaron
a anclar la superestructura. Así, en las condiciones de los muros y techo existía pro-
bablemente relativamente poca diferencia en la producción o en los costos de man-
tenimiento. Existen costos al excavar una casa semisubterránea, pero estos no son
sustanciales, esto podría ser hecho en una tarde. Por otro lado, las tierras usadas
en la construcción de las estructuras rectangulares fueron excavadas de depósitos
fuera del sitio, transportadas al sitio, y además procesadas para crear el piso. No
obstante, todo esto probablemente constituye el trabajo de una tarde. A pesar de
todo, dado los costos añadidos del transporte y preparación del piso, las estructu-
ras rectangulares del Formativo Temprano fueron probablemente más costosas de
construir. Además, las estructuras rectangulares fueron regularmente mantenidas
al reconstruir los pisos.
Otra dimensión de la teoría conductual es que, comparadas con los edificios circu-
lares, las estructuras rectangulares son más fáciles para agregar o subdividir. Aunque
esto podría ser cierto, esto no parece haber sido un criterio de diseño de mayor con-
sideración para los residentes de Jiskairumoko. Ninguna de las estructuras rectangu-
lares muestra evidencia de aglutinación de módulos adicionales ni subidivisiones in-
ternas bien definidas. Sin embargo, reconfiguraciones sutíles de forma son evidentes
en las plantas para ambas estructuras rectangulares. Podría ser el caso que las estruc-
turas rectangulares sobre el suelo proporcionaron mayor flexibilidad para expandir
el tamaño de las viviendas.
119 / Nathan Craig

Conclusiones
Pirco y Jiskairumoko proporcionan información sobre un cambio de bauplan en los ha-
bitus domésticos de forrajeros móviles a pequeñas aldeas agropastoras más sedenta-
rias. En esos dos sitios, nuevos ordenamientos de las relaciones sociales están mani-
fiestos en la arquitectura doméstica y rasgos asociados. El entierro de familiares cerca
a las viviendas fue practicado por los residentes altamente móviles de Pirco, pero el
entierro carecía de bienes asociados y las estructuras a las que estaban asociadas no
fueron diseñadas para permanencias prolongadas ni reocupación repetida. En Jiskai-
rumoko, los individuos fallecidos continuaron siendo enterrados adyacentes a las es-
tructuras. Esas casas semisubterráneas fueron ocupadas por períodos de tiempo más
largos y fueron reocupadas durante muchos años por gente que vivieron con recursos
almacenados incluyendo Chenopodiums domesticados. Los individuos enterrados cerca-
nos a esas estructuras fueron mayormente mujeres adornadas con objetos personales
e instrumentos para el procesamiento de alimentos. El rol de los ancestros y símbolos
materializados de prestigio y productividad económica tomó importancia desde el ini-
cio de la vida de la pequeña aldea. El cercano vínculo entre residencia, actividad de per-
formance, y enterramiento son consistentes con la afirmación etnográfica que la casa
es un “teatro de memorias” para comunicar relaciones sociales, políticas, económicas
y espirituales (Fox 1993: 23; Vellinga 2007: 758). De este modo, las viviendas formaron
las residencias en las cuales los niños crecieron, los adultos llevaban a cabo sus vidas,
y cerca a las cuales varios individuos fueron enterrados. Los vivos commemoraron los
logros de los recientemente fallecidos. En este proceso, un ejemplo a seguir fue fijado
para la siguiente generación. Así, con el establecimiento de un nuevo patrón de asenta-
miento a finales del Arcaico Tardío, vemos evidencia de esfuerzos para reproducir esas
prácticas y que continúan hasta el Arcaico Terminal. De esta manera, un patrón de vida
en las casas semisubterráneas que comienza alrededor de ca. 3300 cal. a.C. continúa con
relativamente poca transformación hasta ca. 1700 cal. a.C.
Se ha afirmado que las casas son aspectos conservadores de la cultura (Parker Pear-
son y Richards 1994a: 62), y que son relativamente insensibles a “contingencias” de cor-
to plazo (Bermann 1994: 26-27; Wilk 1991). Acepto esas afirmaciones como ciertas, pero
noto que en Jiskairumoko, desde ca. 1700 a.C. hasta el abandono del sitio probablemente
ca. 1450 a.C. cambios en la arquitectura residencial y el uso del espacio ocurrieron muy
rápidamente. De esta forma, si un cierto grado de estabilidad en los espacios residen-
ciales puede ser esperado, y los cambios en la construcción de la arquitectura residen-
cial reflejan mayores cambios en otros aspectos de la sociedad, entonces la transición
Arcaico-Formativo fue un período de transformación intensa y radical. Esto parece ha-
ber comenzado abruptamente alrededor de 3300 a.C., persistió con relativa estabilidad
hasta ca. 1700 a.C. y entonces un cambio rápido ocurrió otra vez.
En algún momento durante la ocupación de la Estructura Semisubterránea 1 un
punto de inflexión fue alcanzado durante el cual la práctica del Arcaico Terminal del
almacenaje interno, el uso del fogón central, y la ubicación de entierros cercanos a las
estructuras fueron todas abandonadas; el uso de una roca de cocina fue incorporada.
Estas prácticas domésticas transcendieron la transición de vivir en estructuras exca-
vadas a la construcción y ocupación de estructuras sobre la superficie del Formativo
Temprano. Sí el fogón interior es tanto el “centro” literal como figurativo de la residen-
120 / Transiciones del Arcaico Tardío al Formativo Temprano...

cia y las actividades realizadas dentro de esas estructuras (Gould y Yellen 1987: 82), el
abandono del fogón central es una desviación significativa con respecto a las prácticas
anteriores. Sí la ubicación del depósito dentro de una estructura refleja la privatización
de bienes, entonces el abandono del depósito interno marca otro importante cambio
en las relaciones sociales. Ninguna de esas prácticas aparece bien predichas por los mo-
delos arqueológicos revisados en este capítulo. Para mí, el hecho que en esos contextos
donde la arquitectura y la organización del espacio doméstico están cambiando rápi-
damente y que los individuos no son más enterrados cerca a las estructuras indica una
valoración del cambio e innovación más que estabilidad y tradición. Claramente más
ejemplos de caso son requeridos para contrastar esta hipótesis.
En la sierra andina, mucho trabajo queda por hacer en los sitios al aire libre que
datan de este fascinante e importante período de tiempo. Aunque he intentado pre-
sentar la mayor cantidad de información que es posible a partir de los restos que la
documentación de superficie y excavación pude detectar, el tamaño de la muestra
de los dos sitios es ciertamente pequeño. En la actualidad, a medida que las prácticas
culturales continúan cambiando, los modernos habitantes de la cuenca del Titicaca
están haciendo uso intensivo del arado mecanizado. Esta forma de cultivar mezcla los
depósitos a una profundidad mucho mayor. Esto puede llevar al arrasamiento de los
depósitos arqueológicos tan profundos como 80 cm. En el caso de Pirco y más aún de
Jiskairumoko, esto constituye la profundidad total del depósito. Sí el actual estado de
la cuestión continua en su curso presente, en corto tiempo no quedarán en la region
otros ejemplos de estos tipos de sitios al aire libre para ser estudiados.

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El surgimiento de la complejidad
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A b i g a i l L e v i n e i , C e c i l i a C h á v e z ii , A m a n d a C o h e n iii ,
A i m é e P l o u r d e iv y C h a r l e s S t a n i s h v

Introducción
Luego de muchos milenios de vivir como cazadores-pescadores-recolectores móviles,
unas pocas personas en unos cuantos lugares de la cuenca norte del Titicaca comen-
zaron a mejorar sus aldeas, construyendo estructuras especiales en lo que habían sido
previamente áreas domésticas. Este fenómeno comenzó en la mitad del segundo mi-
lenio a.C. y marcó el comienzo del período Formativo Medio (ca. 1400—500 a.C.). Las
más tempranas de esas estructuras fueron muy modestas, y pueden ser vistas como
ampliaciones de estructuras domésticas que ya eran típicas en la región por siglos.
Esta modificación del espacio doméstico en algo “diferente” marca el comienzo del
“complejo Kalasasaya,” la construcción de patios, pirámides, y recintos amurallados
como parte de un conjunto de rasgos arquitectónicos que albergaron la vida ritual
comunal y política (Stanish 2003: 141).
En los siguientes dos milenios, esos nuevos rasgos arquitectónicos crecieron en ta-
maño y complejidad. En términos generales, el período más temprano de la arquitec-
tura de patios hundidos estuvo caracterizado por numerosos, quizá cientos de asen-
tamientos dispersos a lo largo de la cuenca del Titicaca. Esas construcciones iniciales
fueron esencialmente pequeños patios y/o casas semi-subterráneas. Durante el tiempo,
el tamaño y la complejidad de la arquitectura se incrementaron, con la adición de áreas

1 Traducido del ingles al castellano por Henry Tantaleán, en colaboración con Luis Flores.
i Departamento de Antropología, Universidad de California. [email protected].
ii Programa Collasuyo, Puno. [email protected].
iii [email protected].
iv Humanities Research Institute, the University of Sheffield. [email protected].
v Departamento de Antropología, UCLA. [email protected].
132 / El surgimiento de la complejidad social...

amuralladas y montículos poco elevados. A la vez, sin embargo, existió una reducción
en la cantidad total de asentamientos asociados con este complejo arquitectónico. Al-
rededor del tercer siglo después de Cristo, había solamente un puñado de sitios en la
región con patios muy grandes, pirámides, y recintos amurallados. Se podría plantear
que esta tendencia —la elaboración simultánea de arquitectura no doméstica y el incre-
mento pronunciado de la jerarquía de asentamientos— culminó con la construcción del
gran centro arquitectónico de Tiwanaku en la región sur del Titicaca.
El desarrollo de esta arquitectura no doméstica está correlacionado con la evolu-
ción de la complejidad sociopolítica en la región. Sostenemos que esta nueva forma
de arquitectura corporativa jugó un rol importante en el desarrollo de nuevas y más
complejas formas de organización social. Específicamente, el complejo Kalasasaya
sirvió para coordinar el trabajo en una nueva forma que proporcionó incremento de
riqueza y poder a esas aldeas y posteriores pueblos que participaron en, y así tomaron
ventaja de el nuevo orden. Las transformaciones organizacionales del siglo XIV a.C.,
efectivamente, pusieron en movimiento un proceso competitivo que involucraba tra-
bajo, comercio, y guerra acelerado por más de un milenio, resultando en las grandes
culturas de Pukara, Taraco, y Tiwanaku en el primer milenio de nuestra era.
Este fenómeno cultural representa el surgimiento y consolidación de sociedades
complejas en los Andes centro-sur y se corresponde con procesos similares alrededor
del mundo. La amplia cuestión que nosotros tratamos en este capítulo es cómo y por-
qué el complejo Kalasasaya se desarrolló en la cuenca norte del Titicaca. Trataremos,
en primer lugar, los patrones empíricos en la evolución de este fenómeno, y en se-
gundo lugar, buscaremos definir qué factores pueden explicar el proceso que generó
y sostuvo este ciclo evolutivo.

La región del Titicaca


El drenaje total del Titicaca es muy grande, cubriendo más de 50.000 km2 (D’Agostino
et al. 2002) (Figura 1). Durante la última generación, los arqueólogos han llegado a
reconocer que el extremo norte y el extremo sur de la cuenca del Titicaca fueron
las dos áreas de más intensos y tempranos desarrollos culturales. Las cronologías
de los lados norte y sur del lago siguieron trayectorias divergentes más allá de al-
gunos obvios solapamientos estilísticos documentados (Bennett 1950; Kidder 1948;
Rowe 1956). El límite geográfico entre las áreas culturales norte y sur está conven-
cionalmente ubicado en el río Ilave por el oeste y el río Escoma por el este (Plourde
y Stanish 2006). Lisa Cipolla (2005) ha sugerido que esta distinción norte-sur pue-
de ser vista incluso en la asamblea lítica del período Arcaico (pre 2000 a.C.). Cier-
tamente, las tradiciones cerámicas más tempranas, que comienzan alrededor de
1400 a.C., están caracterizadas por el uso de temperantes de fibra vegetal en el sur,
el que lo distingue de las cerámicas con temperantes minerales producidas en el
norte (K. Chávez 1977; Steadman 1995). Aunque no hay explicación funcional para
esta distinción tecnológica, consideramos esto como un importante reflejo de las
preferencias divergentes de las entidades culturales regionalmente autónomas. En
la actualidad, es seguro decir que la región del circum-Titicaca fue el hogar de dos
esferas geopolíticas similares con trayectorias locales que divergieron por siglos en
el tiempo, pero finalmente con algunas características prestadas muy distintivas.
133 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

Figura 1. Mapa del Lago Titicaca mostrando la ubicación de los sitios mencionados en el texto.

El Desarrollo del Complejo Kalasasaya en


los períodos Formativo Medio y Superior
La aparición de las primeras sociedades de rango define el período Formativo Medio
en la cuenca norte, que data de 1400–500 a.C. aproximadamente. Arqueológicamente,
el Formativo Medio ha sido definido convencionalmente por la presencia de un estilo
de cerámica distintivamente elaborada llamado Qaluyu, denominado así después del
descubrimiento del sitio-tipo por Manuel Chávez Ballón y John Rowe, en adición a la
existencia de arquitectura de plazas hundidas y pequeños centros regionales. Inicial-
mente, esos centros habían sido aldeas regulares que posteriormente adoptaron la
arquitectura corporativa.
Es significativo que las innovaciones en la vida aldeana que ocurrieron durante el
siglo XIV a.C. aparecieran en el registro arqueológico como un complejo de rasgos ca-
racterísticos contemporáneos e interrelacionados. Este complejo incluye patios hun-
134 / El surgimiento de la complejidad social...

didos, cerámica elaborada, la colocación de estelas en los patios y así sucesivamente.


Además, la cerámica Qaluyu es extraordinaria por su buena cocción y bellos tazones
de fondo plano que mayoritariamente fueron utilizados en algún tipo de actividades
comunales de compartimiento de alimentos. En su conjunto, el complejo total de esos
nuevos rasgos característicos puede estar comprendido como un tipo de fenómeno de
ritual político/festivo. Aquí planteamos que la adopción exitosa de este complejo de
ritual/ceremonial dio ventaja a ciertos linajes en ciertos centros al permitirles atraer
seguidores y construir organizaciones más grandes y más complejas de trabajo. Esas
aldeas, quizá debido a sus ventajas inherentes de ecología y geografía, posteriormen-
te continuaron este proceso competitivo generalizado a través del tiempo.
Los primeros patios corporativos en la cuenca del Titicaca fueron modestos. En el
sitio de Huatacoa, en el valle de Pucará, Amanda Cohen (2010) descubrió una de las más
tempranas de esas construcciones de patio hundido. Con un fechado alrededor del siglo
XIV a.C., esta estructura era de forma trapezoidal y contuvo hoyos no alineados llenos
de ceniza. Cohen interpreta esos rasgos como loci (lugares) de incineración repetida. El
patio hundido también estuvo asociado a un piso de arcilla amarilla caracterizado por
un “fuerte quemado in situ a través de todas las áreas excavadas” (Cohen 2010: 114).
Asimismo, Aimée Plourde excavó un sitio Formativo Medio en la región del ex-
tremo nororiental de la cuenca del Titicaca. El sitio de Cachichupa, localizado en el
valle de Putina, no tuvo solamente una serie de patios hundidos en la base de un ce-
rro, sino también una cantidad de grandes terrazas que dominaban el asentamiento.
La excavación de Plourde de las terrazas produjo un conjunto de datos sobre vasijas
finas Qaluyu rotas dentro de un gran pozo. La fecha de este evento fue más o menos
contemporánea con la construcción del patio de Huatacoa (Plourde 2006). Las terra-
zas fueron altamente visibles y, junto con los patios hundidos bajo aquellas, represen-
taron la arquitectura corporativa en este sitio del Formativo Medio temprano.
El desarrollo de organizaciones políticas complejas, territorialmente expansivas
define al Formativo Superior del 500 a.C. al 400 d.C. Este período vio la dramática
intensificación de los rasgos característicos del complejo Kalasasaya. En la región del
norte del Titicaca, dos sitios destacan de los otros: Pukara y Taraco. Pukara es uno
de los sitios arqueológicos más famosos en los Andes, entre los 500 a.C. a los 400 d.C.
Este monumental sitio ha sido principalmente reconocido como un recinto cívico y
ceremonial mayor y un lugar central principal durante el Formativo Superior (ver S.
Chávez 1992; Klarich 2005). El sitio de Pukara está ubicado en la margen del río Pucará
en la cuenca noroccidental, aproximadamente a 80 km del lago, y en la base de un
afloramiento de arenisca (Klarich 2005). Para los 500 a.C., Pukara estaba produciendo
un distintivo y elaborado estilo de arte. Sin embargo, alrededor de los 400 d.C., la
construcción del sitio había cesado, junto con la manufactura de este estilo artístico
(Mujica 1987; Plourde y Stanish 2006).
Sergio Chávez (1992) sugirió que Pukara fue un centro ceremonial cuyo poder des-
cansaba en la habilidad de los líderes para controlar la producción y distribución de
imaginería sobrenatural. Sin embargo, la reciente prospección regional ha indicado
que Pukara no fue simplemente un centro ceremonial con control ininterrumpido
135 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

en la cuenca norte, sino más bien, este llegó a obtener poder dentro de un contexto
de competencia faccional y de alianzas cambiantes (Stanish 2003). La apropiación de
poder ideológico fue crítico para el éxito de Pukara, aunque esto no significaba una
estrategia novedosa. Los sitios con múltiples patios hundidos, conjuntos estandari-
zados de iconos, y finos estilos de arte cerámico y lítico fueron elaboraciones de las
estrategias de liderazgo más tempranas del Formativo Medio diseñadas para atraer
poblaciones locales y peregrinos por igual, alejándolos de los asentamientos compe-
tidores.
Aunque la exacta naturaleza de Pukara ha sido ardorosamente debatida (ver dis-
cusión en Klarich 2005 y en este volumen), está claro que los asentamientos conte-
niendo tal arquitectura monumental pueden atraer seguidores a través de la produc-
ción y distribución de la ideología por medio de rituales, fiestas, y la producción de
bienes representando imaginería sobrenatural. La participación en las ceremonias
y la adquisición de objetos simbólicos asociados habrían sido fuentes importantes
de poder y prestigio. El prestigio conferido mediante la participación —señalado, en
palabras de Plourde (2006), a través de la continua adquisición de nuevos materiales
simbólicos y conocimiento especializado— sería transformado en estrategias de po-
der (sensu Blanton et al. 1996) en sus nacientes comunidades. La promesa de prestigio
y status atraería a los individuos hacía compromisos de deudas recíprocas de largo
plazo (Hayden 1998) estableciendo, de ese modo, una gran coalición de partidarios
(Clark y Blake 1994) para el centro aspirante. Si uno ve tal arquitectura teniendo efec-
tos integradores para manejar la tensión social (e.g. Flannery 1972), promoviendo la
cohesión de la comunidad (Bandy 2004; Hastorf 2003), o reforzando las desigualdades
sociales (Abrams 1989; Cohen 2010), el rol de esta arquitectura es central para el de-
sarrollo de la complejidad.
Tal marco teórico nos permite comprender al complejo Kalasasaya como un me-
dio por el cual las elites aspirantes utilizaron estrategias persuasivas para mante-
ner sus facciones y la organización compleja del trabajo en las que sus miembros
participaron y perpetuaron. El registro etnográfico está lleno de ejemplos de jefes
conduciendo fiestas en lugares especiales o sagrados como una forma para mantener
sus facciones (Stanish y Haley 2005). Una amplia gama de obligaciones reciprocas
entre jefes y miembros del grupo son negociadas durante momentos especiales en
esos lugares especiales. La economía política de tales sociedades de jefatura efectiva-
mente fusiona el ritual y la economía al crear un conjunto culturalmente implícito
de reglas que todos los miembros entienden. La arquitectura corporativa es el lugar
donde tal negociación toma lugar y sirve para hacer algunas de esas reglas explicitas
(ver Cohen 2010). Las sociedades que crean el lugar para negociar exitosamente las
complejas reglas del comportamiento económico y la cooperación social, a largo pla-
zo, dominarán el paisaje político.
Por lo tanto, una pregunta teórica central emerge de esos datos: ¿cuáles son los
factores que pueden explicar la relativamente rápida emergencia de la sociedad com-
pleja, como está representada por la evolución del complejo Kalasasaya? Los factores
hipotetizados aquí son la organización del trabajo, el comercio, y el uso del conflicto.
Estos factores juegan en un contexto geográfico que favoreció los agrícolamente ricos
136 / El surgimiento de la complejidad social...

extremos norte y sur del la cuenca del Titicaca. En el norte, esta región estaba centra-
da en el corredor a lo largo del lago y desde los ríos Huancané, incluyendo el Taraco
y el Azángaro, hasta el Pucará. En el sur, la región está limitada por la Pampa Koani,
atravesando la península de Taraco, Tiwanaku y la región de Jesús de Machaca.

Organización del Trabajo
La organización del trabajo es un factor crítico en el desarrollo de formas crecien-
temente complejas de la estructura social. La teoría antropológica económica nos
enseña que no es la cantidad absoluta de tiempo empleada en las actividades pro-
ductivas, sino más bien la naturaleza de la organización del trabajo la que puede
crear sociedades políticamente poderosas y ricas en las economías preindustriales.
Mantener grupos políticamente autónomos cooperando en economías de escala es
la clave para comprender cómo pueden ocurrir tales transformaciones. Esas trans-
formaciones pueden tomar la forma de crecimiento rápido, como también de un
rápido declive. El ciclo de complejidad de jefatura y estado arcaico parece ser la
norma y, en contraste, las transiciones evolutivas lentas más parecen ser un arte-
facto de nuestros prejuicios teóricos y bases de datos incompletas (ver Anderson
1996; Marcus 1998).
La construcción de rasgos arquitectónicos no-domésticos en esos tipos de contex-
tos culturales representa, en el sentido más general, un ejemplo de esfuerzos de tra-
bajo cooperativos, nuevas formas de manejo del trabajo, y la creación de economías
de escala. En este sistema revisado, la gente no trabaja más; ellos trabajan de manera
diferente. Por vez primera, el trabajo también llega a ser un producto, y la contribu-
ción de horas-trabajo (tanto si es voluntario o coaccionado) puede ser compensado
con el acceso a bienes restringidos, fiestas, y/u otras actividades ceremoniales. El
trabajo habría sido utilizado para “construir y mantener patios hundidos, para man-
tener a los artesanos a tiempo parcial, para producir objetos de piedra y cerámica, y
organizar expediciones comerciales fuera de la región” (Stanish 2003: 280).
Durante el período Formativo, el acceso y el control sobre el trabajo fueron impor-
tantes caminos hacia el poder. De particular importancia es la construcción y man-
tenimiento de campos elevados, los cuales representan una intensificación de las ac-
tividades agrícolas como también un cambio en la naturaleza de la organización del
trabajo. Aunque el cultivo de campos elevados es un trabajo intensivo, este presenta
muchas ventajas que fueron probablemente importantes en el crecimiento de ciertos
sitios. Al absorber y conservar calor de la radiación solar, esos sistemas protegieron el
crecimiento de plantas del daño de la helada en la noche (Erickson 1985; Kolata 1991).
Su uso también ha sido demostrado para acortar el ciclo de cosecha, permitiendo la
generación de excedente mediante dobles cosechas, o dejando tiempo para otros tipos
de actividades (Bandy 2001; Janusek 2008). Los datos de los asentamientos de la isla
del Sol, la región Juli-Pomata, y la Pampa de Huatta sugiere que la agricultura de cam-
pos elevados probablemente llegó a estar en uso durante el período Formativo Medio,
contribuyendo tal vez tanto con la tercera parte de la economía política regional du-
rante este tiempo (Erickson 1988, 1993; Stanish 1994, 2006). Como se documentó en
137 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

el área de Juli-Pomata, esos sistemas estuvieron en expansión durante el Formativo


Superior, de tal manera que cerca del 70% de la población estaba viviendo a menos de
diez minutos de camino de las áreas de campos elevados (Stanish 1994, 2003; Stanish
et al. 1997). Nosotros planteamos que los datos de la prospección indican movilización
del trabajo por la intensificación de producción agrícola supra-doméstica.
Desde esta perspectiva, el complejo Kalasasaya representa los medios físicos por
los cuales el trabajo es movilizado en sociedades carentes de elites con poder coerciti-
vo. En la ausencia de tal poder, los individuos engrandecidos están forzados a compe-
tir por miembros de facción mediante fiestas programadas y proporcionando benefi-
cios tangibles a cambio del trabajo de la gente organizada bajo diferentes formas.

Comercio
El comercio externo proporciona uno de los elementos claves en la creación de econo-
mías políticas complejas. Los bienes no locales adquieren valor debido simplemente a
su rareza y asociación con lo exótico (ver Helms 1993). A diferencia de los bienes dis-
ponibles comúnmente, los bienes exóticos son creadores de prestigio o marcadores
de status (Plourde 2006). Al crear economías que generan excedentes mediante mate-
riales disponibles localmente, las comunidades pueden comerciar ese excedente con
otras comunidades que correspondientemente crean bienes de recursos específicos.
Este tipo de intercambio representa una clásica relación económica entre regiones
con bases de recursos diferenciales comerciando sus bienes para mutuo beneficio.
Aumentar la producción a través del trabajo especializado también tuvo un efecto
político adicional. Entre los centros competidores, la reciprocidad institucional inhe-
rente a las relaciones de comercio también serviría como un mecanismo integrador
crítico, creando obligaciones entre socios locales de intercambio y fomentando alian-
zas entre contactos dispersos (Adams 1974; Malinowski 1920; Mauss 1950).
Existe abundante evidencia de intercambio de larga distancia de productos a tra-
vés de la región del Titicaca tan temprano como el período Arcaico. Las excavaciones
en la isla del Sol en Bolivia indican comercio de obsidiana desde tan temprano como
la última parte del tercer milenio a.C. Esta obsidiana procedería del valle del Colca en
el área de Arequipa a más de 175 km de distancia. Este comercio habría involucrado el
uso de embarcaciones, puesto que la isla ha tenido ocupación humana la mayor parte
o todo el tiempo (Stanish et al. 2002).
Para el período Formativo Temprano, la adquisición de bienes de prestigio requi-
rió el firme establecimiento de redes de comercio de larga distancia (Janusek 2008).
Los tempranos residentes de la región del Titicaca utilizaron una variedad de mate-
riales exóticos. Los artefactos de oro posiblemente más tempranos encontrados en
la cuenca, descubiertos en el sitio de Jiskairumoko, datan de este período o, incluso,
más temprano (Aldenderfer et al. 2008). El oro probablemente habría llegado desde
los valles orientales que descienden hacia la cuenca amazónica, ya que la región del
Titicaca contiene muy poco de este material (Plourde 2006). Las excavaciones, como
las de Jiskairumoko, también ofrecieron la más temprana evidencia de una piedra
138 / El surgimiento de la complejidad social...

azul no local en contextos que datan del Arcaico Terminal temprano (Craig y Alden-
derfer 2002). Esta piedra, alternativamente identificada como sodalita o lapizlázuli,
a menudo se usaba para elaborar cuentas, y podrían haber sido importada desde una
fuente en Cochabamba, al sur de la cuenca del Titicaca (Browman 1981). Una variedad
de plantas alucinógenas y otros materiales orgánicos, incluyendo coca, también fue-
ron conseguidos de entornos de tierras bajas. Las sustancias psicotrópicas tales como
vilca, ayahuasca, brugmansia, que crecían en las tierras bajas amazónicas y vertientes
orientales tropicales, fueron usadas conjuntamente con tubos inhaladores y tabletas,
las cuales también fueron comercializadas (Janusek 2008; Plourde 2006).

Conflicto
Los documentos históricos indican que la ocupación Inca de la región del Titicaca se
produjo a través de la conquista militar y luego de una intensa negociación. Como en
el resto de los Andes, el conflicto se extendió antes del Intermedio Tardío (ver Arkush
2005 y en este volumen). La pregunta a responder es qué evidencia de conflicto existe
previamente al Intermedio Tardío. Comenzando en el otro extremo de la secuencia
cronológica, existe poca evidencia de conflicto organizado en los períodos Arcaico
o Formativo Temprano. Nosotros tenemos alguna evidencia de patrones de asenta-
miento de que los sitios estuvieron situados defensivamente tan temprano como en
el Formativo Medio, aunque esto no es completamente seguro. La evidencia de con-
flicto y competencia llega a ser más clara en el registro arqueológico del Formativo
Superior, y nosotros planteamos que la violencia organizada puede rastrearse por
lo menos en este tiempo. Un fechado radiocarbónico de la base de un muro de un
sitio fortificado en el valle de Putina lo coloca en el Formativo Superior entre los 108
a.C. – 120 d.C.1 Esta fecha es consistente con las ubicaciones defendibles del período
Formativo Superior en la cuenca norte del Titicaca en general.
También hay un cambio iconográfico importante durante este período que habla
del uso de la violencia como estrategia política. El repertorio iconográfico Pukara,
el cual incluye cabezas trofeo, “devoradores”, decapitadores y felinos arrodillados
rugiendo, alude a un ethos de violencia y poder desigual (Hastorf 2005: 68) nunca an-
tes visto en la región del Titicaca. De particular interés son las representaciones de
“cabezas trofeos” (Arnold y Hastorf 2008; S. Chávez 1992), que habían estado ausen-
tes de la tradición Yaya-Mama del Formativo Medio. En el Formativo Superior, este
motivo aparece “en el arte lítico, cerámico, y textil, y su poder simbólico en la región
no puede ser exagerado” (Stanish 2003: 161). El uso de estos tipos de imágenes pro-
bablemente refleja conflictos reales entre grupos de elite en la región en este tiempo.
Además, Arnold y Hastorf sostienen que el conjunto de cabezas humanas, represen-
tando clérigos, encontradas en el sitio de Pukara (S. Chávez 1992: 64; Kidder 1943)
probablemente representa “la captura de poderes enemigos” (Arnold y Hastorf 2008:
190-191). Basados en esta información junto con los datos de los asentamientos, su-

1 AA53817. Sitio HU-081; carbón vegetal; 1994 ± 42; 108 a.C. – 120 d.C. 95.4%; OxCal 4.0. Este fecha-
do fue obtenido por Ms. Lisa Cipolla, un miembro del Programa Collasuyu.
139 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

gerimos que la violencia organizada como instrumento político realmente comenzó


alrededor del 400 a.C. en la cuenca norte del Titicaca, aunque la investigación futura
indudablemente refinará este planteamiento.

Investigación en Taraco
El sitio arqueológico de Taraco está localizado en la orilla del río Ramis en la cuenca
norte del Lago Titicaca, en el pueblo actual del mismo nombre. Siguiendo el patrón de
los sitios formativos alrededor de la región del Titicaca, pocos restos del sitio perma-
necen de pie actualmente. Los investigadores largamente han reconocido la impor-
tancia del área de Taraco; el pueblo moderno es renombrado por la cantidad y calidad
de sus monolitos esculpidos en el estilo Yaya-Mama. De hecho, la primera estela ori-
ginal Yaya-Mama descrita por S. Chávez y K. Chávez (1975) fue descubierta en Taraco,
y está actualmente en exhibición en el museo de la comunidad. Muchos otros, inclu-
yendo Kidder (1943), quien comentó sobre los monolitos de Taraco, Tschopik (1946),
Mujica (1978), Lumbreras (1968), y Rowe (1942), también han publicado comentarios
sobre el sitio.
Richard Burger y colegas (2000) publicaron un importante análisis de artefactos
de obsidiana excavados del sitio de Taraco por S. Chávez y K. Chávez como parte
de un estudio más amplio de obsidiana de los Andes Sur Centrales (Burger et al.
2000). Una cantidad importante (16%) de los artefactos de obsidiana excavados de
los niveles “inmediatamente pre-Pukara” en Taraco proceden de la fuente de Alca,
una fuente de obsidiana fundamentalmente usada por las poblaciones del área del
Cusco. Los residentes de la región del Titicaca, en contraste, generalmente solo ex-
plotaron obsidiana extraída de la fuente de Chivay del valle del Colca (Burger et al.
1998). La abundancia de obsidiana de Alca en la cuenca del Titicaca es considerado
como un indicador de la intensidad de intercambio con el área del Cusco. El porcen-
taje de obsidiana de Alca es una “cantidad nunca ocurrida antes ni igualada después
de este período”, y sugiere que “Taraco podría haber atraído gente y recursos del
Cusco en peregrinaje a este evidentemente centro público mayor” (Burger et al.
2000: 311-312).
Una investigación reciente en Taraco indica un denso agrupamiento de asenta-
mientos del período Formativo, enlazados por una red de caminos, en el área que
rodea al pueblo actual (Figuras 2 y 3). El montículo, sobre el cual el actual pueblo
fue construido, también destaca entre otros sitios contemporáneos de la prospección
debido a su comparativamente gran tamaño. En conjunto, esos montículos forman
el sitio-complejo de Taraco. Según lo representado por los datos de la prospección
(Stanish y Umire 2002), el área total de la ocupación Qaluyu y Pukara temprano suma
cerca de 100 há, proporcionando evidencia clave de que Taraco fue un lugar central
principal mayor para Qaluyu y, junto con Pukara, uno de los dos principales centros
políticos compitiendo por el dominio regional durante los períodos Formativo Medio
y Superior Temprano. Como tal el sitio es un caso ideal para comparar modelos de
evolución cultural.
140 / El surgimiento de la complejidad social...

Figura 2. La ubicación del sitio de Taraco

Excavaciones en el sitio de Taraco


Tres temporadas de excavaciones en el sitio de Taraco se enfocaron en una gran te-
rraza artificial localizada justo por debajo de la parte más alta del pueblo moderno.
Esta área, denominada Área A, fue seleccionada por varias razones. En primer lugar,
durante la prospección de la región de Taraco-Arapa (Stanish y Umire 2002), se ob-
servó que el río corta la orilla norte mostrando una buena estratigrafía en este área
del sitio. En segundo lugar, el Área A pareció ser una gran plataforma asociada con el
centro arquitectónico del área del sitio de Taraco, el que, según Kidder hipotetizaba,
había estado localizado debajo de la iglesia en la plaza principal que permanece en
pie en la actualidad (Kidder 1943). Basado en información de excavaciones en otras
partes de la región del Titicaca, se conjeturó que el Área A contendría evidencia de
una ocupación de alto status que habría estado originalmente adyacente a un antiguo
141 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

Figura 3. El área y distribución del sitio de Taraco

patio hundido. Finalmente, la superficie del Área A estuvo cubierta por cantidades
importantes de cerámica formativa, incluyendo materiales diagnósticos Qaluyu y
Pukara (Stanish y Umire 2002), que proporcionaron un buen indicio de la naturaleza
de los depósitos subyacentes.
Las excavaciones realizadas por Stanish y De la Vega en 2004, Levine y C. Chávez
en 2006-07, y la limpieza de perfiles cortados por el río por Levine en 2007 produjeron
una secuencia cultural estratificada para el montículo alcanzando cerca de cuatro
metros en profundidad, y correspondiendo a ocho fases de ocupación humana (Fi-
gura 4). Basándose en las cerámicas asociadas, las tres ocupaciones más tempranas
datan del período Formativo, y han sido denominadas Fase 1, Fase 2 y Fase 3. Cada
una de esas ocupaciones estaban asociadas con una edificación hecha de piedra can-
teada, con las posteriores dos ocupaciones superpuestas sobre las más tempranas.
Los pisos estuvieron compuestos por una fina arcilla preparada que fue a menudo de
color rojizo. Los pisos estuvieron intercalados con lentes de cenizas, indicando que
estos fueron quemados periódicamente y repuestos. Tanto las construcciones de la
142 / El surgimiento de la complejidad social...

Figura 4. Secuencia ocupacional del Área A que fue documentada en la temporada


de campo 2006. Dibujado por A. Levine.

Fase 2 como de la Fase 3 estuvieron asociadas con ofrendas dedicatorias de huma-


nos y llamas, los cuales probablemente habrían sido sacrificados (De la Vega 2005;
C. Chávez 2008b). Esas fases ocupacionales, aunque domésticas en carácter, también
estuvieron asociadas con bienes de prestigio, incluyendo astas de venado y obsidiana,
en añadidura a cerámicas de alta calidad y parafernalia ritual, tales como trompetas
y quemadores.
La Fase 3 de la ocupación Formativa se corresponde con Pukara Temprano. Esta
ocupación, que incluía varias estructuras compuestas de muros de simple o doble
hilada, hechas de piedra finamente canteada, estaba asociada con un gran evento de
quema fechado en 50—240 d.C.2 Dos de esas estructuras, de hecho, fueron cada una
de ellas encontradas en asociación con un techo y vigas de techo, que habían sido
quemados (Figura 5; Levine 2008; Stanish et al. 2007). Los perfiles cortados por el río,
cada uno de los cuales proporcionaron un transecto de 35 m de largo del montículo,
indicaron que esta quema no fue un rasgo aislado, sino un evento importante ex-

2 AA63328; carbón vegetal. Para el fechado 1885 ± 40 los dos posibles rangos de edad calibrada son
29—38 cal d.C. (p=.014), y 51—233 cal d.C. (p=.94). Calibrado en 2σ con el programa OxCal 4.0.
143 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

Figura 5. Restos de la cobertura y poste de un techo quemado asociado con la


arquitectura de la Fase 3 del período Formativo.

tendiéndose sobre una gran área de la terraza. Este evento marca un cambio en la
estratigrafía en Taraco, aunque no existe evidencia para sugerir que el sitio estaba
abandonado. Niveles posteriores a la quema contuvieron cantidades decrecientes de
obsidiana, una ausencia de cerámica polícroma, y una reducción general en la calidad
de la colección cerámica (De la Vega 2005; C. Chávez 2007). Superficies apisonadas,
más que pisos preparados cuidadosamente, y cimientos de piedra de campo caracte-
rizan la posterior ocupación Huaña (C. Chávez 2008b).

El análisis de las cerámicas del Área A fue completado por Levine usando la tipolo-
gía desarrollada por C. Chávez para su estudio de las cerámicas de la cuenca norte del
Titicaca (C. Chávez 2008a). Los análisis identificaron varios tipos de cerámica, inclu-
yendo jarras, cuencos, vasijas de cocina, etc. De particular interés son los cuencos, los
cuales muestran algunos patrones llamativos. La muestra total de cuencos (n=186) in-
cluyó especímenes decorados y no decorados, como también vasijas con paredes rec-
tas (tazones) y paredes convexas (cuencos). Nuestra interpretación es que, aunque la co-
lección del Formativo en Taraco parece haber sido utilizada para múltiples propósitos,
es probable que los cuencos fueran utilizados fundamentalmente durante actividades
de compartir o servir alimentos. Cuando se consideran por fase, los cuencos muestran
144 / El surgimiento de la complejidad social...

una reducción en el tamaño promedio en el tiempo.3 Específicamente, la prueba U de


Mann-Whitney indicó importantes diferencias entre los promedios de las muestras de
las Fases 2 y 3 (p=,008), así como también entre los promedios de las muestras de las
Fases 1 y 3 (p=,038); sin embargo, no se encontró ninguna diferencia entre los prome-
dios de las Fases 1 y 2. Esto puede ser debido, en gran parte, al reducido tamaño de la
muestra de la Fase 1 (n=4).
Otras dos cuestiones surgen del análisis cerámico. El principal es la recurrencia de
vasijas finas Qaluyu y Pukara en contextos no mezclados de la Fase 3 (Levine 2008).
Aunque esos dos estilos han sido generalmente asumidos como la representación de
fenómenos culturales discretos y secuenciales, esta información en cambio apunta
a su uso simultáneo. Esto también es una posible indicación de interacción e inter-
cambio con el sitio de Pukara, el cual había comenzado a producir su distintivo es-
tilo cerámico polícromo en esos momentos. También es importante notar que, en
contraste a los elaborados artículos de servicio, que están presentes en la colección
cerámica de las ocupaciones más tempranas, la parafernalia ritual cerámica —trom-
petas e incensarios altamente decorados— no aparece hasta fines de la Fase 2. Desde
luego que, el quemado de incienso podría haber tomado lugar en cuencos más llanos
o sin decoración previamente al fin de la Fase 2; en efecto, algunas bases de vasijas
abiertas sin decoración exhiben quema en sus interiores tan temprano como la Fase
1. Sin embargo, nosotros enfatizamos que tales vasijas no fueron parte de la colección
cerámica especializada diseñada específicamente como quemadores.
La obsidiana estuvo presente en todas las fases ocupacionales en Taraco y una sub-
muestra seleccionada de la Unidad II fue analizada. La muestra Formativa de obsidia-
na de esta excavación (n=58) está en marcado contraste con los sitios de la cuenca sur
tanto en volumen como en caracter. El peso total de los 58 artefactos excavados de la
Unidad II durante la temporada de campo del 2006 es 132,2 g. Esto es casi el doble de la
cantidad total de obsidiana (87,1 g) recuperada por el Taraco Archaeological Project (TAP)
en cuatro temporadas de excavación en Chiripa, Bolivia (Bandy 2005).4 Además, sola-
mente un artefacto de la muestra formativa de la Unidad II pudo ser identificado como
un bifaz acabado; todos los otros especímenes fueron clasificados como debitage o como
lascas retocadas, aunque ningún núcleo fue encontrado. En contraste, la obsidiana de
Chiripa fue probablemente adquirida en forma de puntas acabadas, ya que las excava-
ciones del TAP se recuperaron únicamente una cantidad muy pequeña de debitage. Esos
datos indican que Taraco fue el sitio de la fase final de la manufactura de los instrumen-
tos, y probablemente no uno preliminar, en una red de intercambio “debajo de la línea”
(Renfrew 1975, 1977) desde un momento muy temprano de la ocupación del sitio.

3 Un análisis de la varianza de una entrada Kruskal-Wallis fue usado para evaluar la variabilidad
entre las tres muestras, y los resultados (H = 10,66, df = 2, p = ,005) indican una variación impor-
tante entre las tres muestras; nosotros podemos, por tanto, rechazar la hipótesis nula que esas
tres muestras fueron elaboradas de la misma población. Esta prueba fue seguida por un test U-
Mann-Whitney, una prueba no paramétrica usada para comparar los promedios de dos muestras
independientes.
4 El nombre Taraco es usado tanto para el pueblo en el norte como también para la Península y el
pueblo en el sur.
145 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

La caracterización geoquímica de esos artefactos de obsidiana fue llevada a cabo


usando un Espectrómetro Portátil de Fluorescencia de Rayos X5, un método no des-
tructivo para análisis composicional in situ (PXRF; Craig et al. 2007). Los resultados
indicaron que todos los materiales fueron obtenidos de la fuente de Chivay, con la
excepción de un artefacto, el cual fue trazado a la fuente de Alca (Glascock et al. 2007).
No es de extrañar que esta pieza de desechos de tallas fuera recuperada de un piso
que data de la Fase 3. La importancia de este hecho es doble: primero, la presencia de
obsidiana de Alca es consistente con los hallazgos de Burger y sus colegas (2000); se-
gundo, esto sugiere que la ocupación Formativa más tardía en Taraco trajo el mayor
número de contactos no locales al sitio. Los resultados del estudio de caracterización
indican la persistencia de una relación de comercio a larga distancia que se remontan
a la ocupación más temprana del sitio.

El Surgimiento de la Complejidad Social en la Cuenca Norte


Los resultados de la investigación reciente alrededor de la cuenca norte indican que
el desarrollo de la complejidad social, que tuvo lugar durante los períodos Formativo
Medio y Superior Temprano, puede estar relacionado a varios factores. Dentro de
un contexto medio ambiental de optimización agrícola y de recursos, los factores
sociales del comercio, el trabajo y el conflicto figuran más prominentemente. El aná-
lisis del patrón de asentamiento del Formativo (Medio y Superior) en la región del
Huancané-Putina reveló una preferencia por la ubicación de los sitios en la base o en
la ladera de los cerros y en la pampa cerca al río. Ambas ubicaciones proporcionan
acceso a los ríos, pero también a los caminos que van valle arriba y valle abajo. Relati-
vamente pocos sitios estuvieron localizados en la orilla del lago reforzando así la ob-
servación de que la ubicación cercana a los caminos fue un determinante importante
del asentamiento (Plourde 2006: 445-446). El análisis de patrón de asentamiento en
el valle de Pucará (Cohen 2010), y las regiones de Arapa, Taraco, Huancané y Putina
también muestra una fuerte correlación entre la tierra más productiva (como lo indi-
can los relictos de campos elevados y la disponibilidad de agua fresca) y asentamien-
tos del Formativo Medio y Superior. Los sitios también estuvieron estratégicamente
localizados cerca a los caminos en esas regiones. Esta relación estaría sustentada por
un modelo basado en agentes de dinámicas de asentamiento de la cuenca del Titicaca
conducido por Art Griffin y Stanish (2007).
A comienzos del Formativo Superior, Taraco fue un lugar ceremonial principal
y un centro económico con acceso a una variedad de materiales exóticos y bienes
de prestigio. Una comparación con otros contextos similares alrededor de la cuenca
norte resalta el nivel de riqueza que estuvo concentrado en el área de Taraco durante
el Formativo. En Cachichupa, Plourde encontró que un complejo doméstico adyacen-
te a un patio hundido contuvo solamente una pequeña cantidad de fragmentos de ce-
rámica fina Qaluyu, a pesar de que una pequeña cantidad de fragmentos de este estilo
se habían encontrado en otras áreas del sitio (Plourde 2006). En contraste, la arqui-

5 El PXRF se hizo con la colaboración de P. Ryan Williams del Field Museum.


146 / El surgimiento de la complejidad social...

tectura doméstica del Área A en Taraco estuvo asociada con muchos más ejemplos de
cerámica de estilo Qaluyu decorada con líneas incisas anchas y pintura roja-marrón
sobre crema (C. Chávez 2007, 2008b). Esta distribución diferencial de cerámica fina
en dos sitios contemporáneos sugiere patrones de acceso desiguales que reflejan un
status diferencial entre los dos sitios.
Resulta interesante que, aunque la obsidiana de Chivay y las elaboradas vasijas uti-
litarias estuvieron presentes en las ocupaciones más tempranas de Taraco, trompetas
y quemadores de incienso —componentes de la tradición religiosa Yaya-Mama— no
aparecen hasta muy tarde cuando la cerámica Pukara está presente. Esos resultados
sugieren que Taraco quizás alcanzó status durante el Formativo Medio mediante el
comercio de obsidiana y posteriormente incorporó esta mayor complejidad de festi-
nes y un sistema político consagrado en la tradición Yaya-Mama. Este patrón es con-
sistente con los datos del resto de la cuenca norte del Titicaca que se correlacionan
con la progresiva elaboración de las estrategias de las elites.
Debido a su estratégica localización, la cual tal vez fue originalmente elegida de-
bido a la alta concentración de recursos en el área, Taraco parece haber llegado a
ser una “comunidad de tránsito” (Bandy 2005) para el paso de caravanas de comer-
ciantes, casi como las aldeas de la Península de Taraco, localizadas en la cuenca sur
de Bolivia. Las unidades domésticas individuales podrían haber asumido derecho de
alojamiento a cambio de presentes de bienes exóticos, como sugiere el gran tamaño
de las vasijas de servicio de alimentos y la abundancia de obsidiana hallada en las
fases ocupacionales más tempranas. Finalmente, la riqueza obtenida a través del alo-
jamiento fue usada para financiar los inicios de una economía política, que incluyó
actividades públicas ceremoniales con música (zampoñas y trompetas), la quema de
incienso, y las fiestas patrocinadas por la comunidad. Efectivamente, esta riqueza
permitió a Taraco “comprar en el interior” de las ideologías regionales, incluyendo
la tradición religiosa Yaya-Mama. Durante el período Pukara Temprano, esas estra-
tegias atrajeron exitosamente a poblaciones de tan lejos como la región del Cusco,
como sugiere la presencia de obsidiana de Alca en estos niveles.
El cambio en la naturaleza del compartimiento de comida y actividades festivas se
manifiesta en la frecuencia más alta de cuencos pequeños durante la Fase 3. Este pa-
trón es similar al identificado por Steadman (2007) en el sitio de Kala Uyuni, localiza-
do en la Península de Taraco. En su análisis de cerámicas de este sitio, ella documentó
la presencia de grandes cuencos para la fase Chiripa Tardío que fueron usados para
actividades comunitarias de compartimiento de alimentos (Bandy 2007; Steadman
2007). Esta categoría de tamaño de cuenco está ausente de la colección del Formativo
Tardío. Significativamente, los cuencos comprenden un porcentaje importante de la
colección de Taraco; sin embargo, su tamaño promedio es más pequeño que los de
la fase Chiripa Tardío. Bandy sugiere que esta reducción en el tamaño del cuenco
refleja una “reconfiguración de la comensalidad” durante el Formativo Tardío que
implicó un cambió de los eventos comunales del estilo potluck6 de compartir alimen-

6 Los Potluck son una costumbre culinaria de Estados Unidos, originalmente inglesa, que consiste
en la forma colectiva de aportar alimentos a una reunión o banquete colectivo.
147 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

tos a eventos más públicos en los que los participantes fueron servidos en vasijas
individuales (Bandy 2007: 141). Este nuevo estilo de festividad, descrito por Bandy
como “uno-para-muchos,” representa un cambio hacia un status de “anfitrión” más
definido y representa una de las varias formas en que los líderes podían desarrollar su
economía política, de ese modo atrayendo seguidores y manteniendo el crecimiento
de su comunidad.
En otras partes, Stanish (2001, 2003), Griffin y Stanish (2007) y Levine (2008,
e.p.) han discutido el rol de la competencia y la violencia en la evolución princi-
palmente de la autoridad durante el período Formativo Superior. Cohen (2010)
encontró evidencia para “la incineración y ofrendas dedicatorias de vasijas cerá-
micas y cuerpos humanos in situ” en el patio temprano del sitio Huatacoa, lo cual
puede ser convincentemente interpretado como evidencia de conflicto.7 Las pri-
meras fortalezas son aparentemente muy tempranas y el conflicto era endémico
durante el período Intermedio Tardío (Arkush 2005). Aunque la violencia política
organizada podría o no haber motivado inicialmente la cooperación, sin duda es-
tuvo implicada en la transformación del paisaje político y económico del Formati-
vo Superior. Sostenemos que el incendio en Taraco no estuvo relacionado con un
accidente, ritual o el proceso de abandono del sitio. Más bien, este acontecimiento
representa la evidencia más temprana documentada de una agresión desarrollada
en la región del Titicaca (Levine 2008). Luego de este evento, la gente continuó vi-
viendo en el sitio; sin embargo, la naturaleza de la ocupación había cambiado. Los
residentes no construyeron más con piedra canteada o participaron en rituales
públicos y ceremonias. No manufacturaron o usaron cerámica elaborada. Siguien-
do con la destrucción en la Fase 3 del asentamiento, Taraco, al parecer, perdió
abruptamente su status político y económico como un centro regional mientras
que Pukara surgía, un frío testamento quizás, a la eficacia de la competencia exito-
sa entre organizaciones políticas pares.
No es coincidencia, y es muy importante, que el tiempo de este evento violento en
Taraco corresponde aproximadamente con el florecimiento del gobierno Pukara en
la cuenca noroccidental. En la parte temprana del Formativo Superior, Taraco no fue
más el único centro político y económico en la cuenca norte. Durante este período,
Pukara llegó a ser uno de los más formidables competidores de Taraco por el dominio
regional. Como Taraco, Pukara está localizado sobre un rico ambiente de pampa con
una gran fuente de agua: el río Pucará. El intercambio documentado de bienes de alto
status entre esos dos centros representa una forma de cooperación entre esos dos po-
deres que podía ser complementaria con su competencia; con el objetivo de competir
efectivamente, “el engrandecimiento requiere de la cooperación y apoyo de clientes
endeudados, probablemente incluyendo muchos familiares, y otros patrones o socios
comerciales” (Clark y Blake 1994: 19). El comercio y la interacción no necesariamente
excluyen las competencias e incluso los conflictos, como cualquier lectura de la his-
toria europea o asiática atestigua.

7 Cohen, de hecho, prefiere una interpretación de esos datos como un evento ritual.
148 / El surgimiento de la complejidad social...

La competencia entre Taraco y Pukara finalmente conduciría a la violencia en una


escala nunca antes vista en la región del Titicaca. Basados en los datos presentados en
este capítulo, sugerimos que las gentes afiliadas a Pukara fueron responsables de la
incursión que resultó en la destrucción de Taraco. Esos dos centros habían coexistido
por siglos, sin que ninguno sea capaz de emerger como un único centro dominante.
En el proceso, la competencia por recursos y partidarios habría llegado a ser crecien-
temente difícil, a medida que los caminos para la expansión llegaron a estar agotados.
Un cambio en las estrategias de liderazgo, que incluía el uso de violencia, así como
también un cambio en la naturaleza del espacio ritual (Klarich 2005: 263), finalmente
permitió a Pukara ganar ventaja sobre su rival. El uso de la coerción como una estra-
tegia política no habría sido tarea fácil a gran escala, la violencia organizada habría
sido costosa, tanto que requería una gran inversión, y riesgosa, ya que no existían
experiencias previas como para medir el potencial éxito. Sin embargo, el pago fue
extraordinariamente grande. Siguido de esta espectacular demostración de fuerza,
el poder regional fue reorientado hacia Pukara, y éste llegó a ser la entidad política
más grande y compleja que emergió en la cuenca norte. El uso de la violencia conti-
nuaría figurando prominentemente en las estrategias de liderazgo de Pukara, como
se refleja en los cambios iconográficos vistos en su arte que incluyeron motivos de
decapitadores y cabezas trofeo.

Conclusiones
En suma, el surgimiento de entidades políticas complejas en la cuenca norte del Titi-
caca comenzó alrededor del 1400 a.C. con la construcción de unos cuantos modestos
patios hundidos. Hipotetizamos que esos patios fueron los primeros centros “públi-
cos” de tácticas político y ritual diseñados, entre otras cosas, para mantener el com-
portamiento cooperativo entre ciertos grupos sociales. Esta cooperación se extendió
hacia actividades productivas alrededor de la producción de objetos locales que fue-
ron intercambiados por bienes foráneos. Para la mitad del primer milenio a.C., esos
elementos arquitectónicos, denominado el complejo Kalasasaya, llegaron a ser muy
elaborado. Un conjunto completo de objetos, edificaciones y conductas se reunió en
una estrategia coherente para mantener altos niveles de cooperación social. Alrede-
dor de esta misma época, algunos de esos grupos organizaron sus facciones para con-
ducir asaltos y tomar cabezas trofeo en una escala regional. El desarrollo del conflicto
organizado sirvió como un instrumento para la construcción de complejas alianzas
políticas dentro y entre asentamientos. Para finales del primer milenio a.C., dos cen-
tros políticos y económicos regionales se habían desarrollado. Taraco y Pukara fue-
ron competidores, con el último finalmente prevaleciendo en esta lucha regional.
Dentro de dos o tres siglos, Pukara mismo había colapsado dentro de un período de
inestabilidad en el cual emergió la cultura Huaña Temprano. La cuenca del Titicaca es
una región excepcional para estudiar el desarrollo de sociedades complejas. La inves-
tigación futura indudablemente nos proporcionará un conocimiento más profundo
de esta fascinante región del mundo antiguo.
149 / A. Levine, C. Chávez, A. Cohen, A. Plourde y C. Stanish

Agradecimientos
Nuestro agradecimiento a los miembros del Programa Collasuyo, que han contribuido
a una mayor comprensión de la prehistoria del norte de la cuenca del Lago Titicaca.
Gracias, también, al Dr. P. Ryan Williams, del Field Museum, por su ayuda con PXRF, y
al personal del Museo Contisuyo por el uso de sus instalaciones. La investigación ar-
queológica en Taraco se realizó con la autorización del Instituto Nacional de Cultura
de Perú, y fue generosamente financiada con becas de la National Science Foundation,
el departamento de Antropología, del Latin American Institute, las dotaciones Cotsen
y amigos de arqueología en UCLA. Estamos muy agradecidos con el Cotsen Institute of
Archaeology de UCLA por su apoyo en el curso de nuestra investigación. Por último,
nos gustaría dar las gracias a Luis Flores Blanco y Henry Tantaleán por su invitación
a participar en este volumen.

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H e n r y T a n t a l e á n i , M i ch i e l Z e g a r r a ii ,
A l e x G o n z a l e s iii y C a r l o s Z a p a t a B e n i t e s iv

Introducción
La arqueología del tiempo denominado en la literatura arqueológica como “Formativo”1
en la cuenca norte del Titicaca tiene como máximos exponentes de desarrollo social
a Qaluyu (1400 a.C.-400 a.C.) y Pukara (400 a.C.-350 d.C.) (Hastorf 2005; Janusek 2004;
Stanish 2003). Estas dos entidades han sido representadas a partir de la definición y
aislamiento, principalmente de dos estilos cerámicos que se reconocen, por lo gene-
ral, como dos grupos sociales que se suceden uno tras del otro. Asimismo, cada uno
de ellos está asociado a un conjunto de sitios y litoescultura lo que completaría la
materialidad social de ambas entidades.

En esta publicación y otras anteriores (Tantaleán 2008, 2010) hemos observado


que nuestro conocimiento de este tiempo todavía es insuficiente y bastante fragmen-
tario. Dado este panorama, nuestra investigación, que aquí se presenta, ha tratado
de generar un nuevo corpus de datos que nos ayude a comprender dichos fenómenos
sociales. Para ello, desde el año 2007 nuestro equipo de investigación ha estado reco-
nociendo sistemáticamente el valle del río Quilcamayo-Tintiri, un tributario del río

i Instituto Francés de Estudios Andinos. [email protected].


ii Universidad Nacional Mayor de San Marcos. [email protected].
iii Universidad Nacional Mayor de San Marcos. [email protected].
iv Universidad Nacional de Trujillo. [email protected].
1 El concepto “Formativo” ha atravesado por serias críticas, principalmente por la carga evolu-
cionista que implica su uso (ver, por ejemplo, Ramón 2008). Sin embargo, a pesar de dichas cri-
ticas, en la actualidad el término sigue siendo aplicado ampliamente en la arqueología andina,
incluso, ha sido recientemente actualizado (por ejemplo, ver Kaulicke 2008, 2010). Para el área
de la cuenca del Titicaca su uso también es generalizado así que, por el momento, lo seguiremos
utilizando aquí, pero solamente de forma referencial.
156 / Qaluyu y Pukara

Azángaro. Este último río, junto con el Pucará, conforman las principales áreas donde
se ha reconocido una cantidad importante y significativa de sitios relacionados con
Qaluyu y Pukara. De esta manera, uno de nuestros objetivos principales fue contras-
tar nuestra información de un área mínimamente (re)conocida con la información
del “área nuclear” de Qaluyu y Pukara. Asimismo, nuestro objetivo es pasar de la de-
finición de una sociedad solamente a través de la cerámica a generar una perspectiva
más dialéctica donde los estilos son sólo una parte integrante de una materialidad
social más amplia que debemos reconocer en su dinámica productiva y las prácticas
sociales en la que estos se hayan inscritos. Pero antes de pasar a describir nuestra
investigación concreta debemos hacer algunas observaciones sobre cómo vemos la
arqueología de la cuenca norte del Titicaca.

La Arqueología de la Cuenca Norte del Titicaca:


Algunas consideraciones previas
Creemos que una de las principales causas de la situación actual de la arqueología
peruana es que la investigación ha estado, primordialmente, orientada a los asenta-
mientos monumentales y a los objetos arqueológicos más llamativos (espectaculares)
de las sociedades prehispánicas, sobre todo, los que proceden de colecciones (como
la cerámica, metales o textiles) o que por su durabilidad o volumen (como en el caso
de la litoescultura) han resistido mejor el paso del tiempo. De hecho, esta perspec-
tiva enfocada en el objeto descontextualizado, iniciada por individuos interesados
en el pasado de manera informal prácticamente desde la época de contacto europeo
y que alcanzó su mayor desarrollo en el siglo XIX, fue trasladada a la arqueología
científica y siguió presente en la práctica de alguno/as investigadore/as inspirado/
as en perspectivas teóricas evolucionistas e histórico-culturales, quienes veían en los
objetos arqueológicos más emblemáticos el reflejo o materialización del desarrollo
socio-económico y/o socio-político de las sociedades prehispánicas.
Asimismo, una de las principales causas del precario conocimiento del área de
nuestro interés, es la manera en que los sitios arqueológicos han llegado hasta no-
sotros. En el área de la cuenca norte del Lago Titicaca existen diferentes problemas
para reconocer y describir los asentamientos humanos tempranos y sus elementos
integrantes, básicamente, por la naturaleza de su soporte, su producción y por las
condiciones naturales y antrópicas a las que se hallan expuestos, lo que ha reducido
su visibilidad en el paisaje altiplánico. Los factores que afectan a la conservación de
la materialidad social prehispánica de esta zona pueden dividirse según su génesis en
tres grandes grupos: meteorológicos, biológicos y antrópicos2. Por lo anteriormente
mencionado, las metodologías utilizadas y las consecuentes representaciones pro-
puestas por los investigadores se ven alteradas infra o sobredimensionando la reali-
dad observada. Un claro ejemplo de este desajuste entre lo evidente y la realidad so-
cial prehispánica se observa cuando se realizan análisis de patrones de asentamiento

2 Dada el espacio limitado que tenemos aquí no los desarrollaremos in extensu. Sin embargo,
se puede consultar Tantaleán 2010.
157 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

(Stanish et al. 1997), tipologías de asentamientos (Stanish et al. 1997; Stanish 2003: 89)
o jerarquías de estos (Bandy 2001; Plourde 2006: 215; Plourde y Stanish 2006) basados
en la extensión y/o volumen de los asentamientos y sus elementos constituyentes3 en
el momento de su investigación.
Para paliar en algo esta situación, hemos recolectado y estudiado la información
existente sobre los sitios y objetos arqueológicos conocidos con el nombre de Qaluyu
y Pukara4. En este capítulo, dichos materiales, tratan de ser re-insertados en su lugar
de producción y/o uso original, de manera tal, que nos pueden informar de su propia
génesis.

La materialidad de las sociedades sedentarias


tempranas de la Cuenca Norte del lago Titicaca
Antes de describir y caracterizar la materialidad social de esta área y tiempo, tendre-
mos que discutir la división que se establece entre dos grandes conjuntos de objetos
que responden a dos diferentes “estilos” conocidos como Qaluyu y Pukara.
Desde los comienzos de la arqueología andina, el reconocimiento de un estilo en
los objetos arqueológicos ha sido utilizado para agruparlos y otorgarles una entidad
e identidad social y política (Ramón 2005; Valdez 2008)5. En este caso, el estilo repre-
sentaría una expresión material mediante la que se pueden reconocer la forma de
ser y pensar (idiosincrasia) de las sociedades o “culturas”, especialmente, mediante
la cerámica decorada y/o la litoescultura con alto o bajo relieves, como se dio, por
ejemplo, en el caso de los objetos procedentes del área de la cuenca norte del Titica-
ca (Bennett 1946: 120; Burger et al. 2000: 311; Chávez 1975, 1992, 2002, 2004; Chávez
Ballón 1950; Chávez y Mohr 1975; Cook 1994; Franquemont 1986; Harth-Terré 1960;
Hastorf 2005; Lumbreras y Amat 1966: 81; Mohr 1980: 203; Rowe y Brandel 1970; Val-
cárcel 1925, 1932a, 1932b, 1935; Wallace 1957). Dicha concepción descansa en enun-
ciados desarrollados originalmente en la historia del arte6 y que sólo se detenían en
la apariencia del objeto en sí, casi siempre relacionada con una estética de los objetos
(Willey 1951: 49; Kroeber 1963: 68; Sackett 1977; Shanks 1999: 4, 2001; Shanks y Tilley
(1992 [1987]: 148; Scott 2006). A su vez, esta perspectiva de la historia del arte estaba
influenciada tanto, por dicha noción de la estética como representación del “espíritu

3 Aunque Bandy (1999) reconoce ciertas disturbaciones o “procesos post-deposicionales” mecá-


nicos (producidos por humanos y animales) que afectan al material cerámico en los sitios
arqueológicos de la península de Taraco, Bolivia.
4 Nuestro análisis está basado en una muestra de 64 sitios arqueológicos y la lito-escultura y
cerámica asociada a aquellos (Tantaleán 2010).
5 Para discusiones sobre el concepto de estilo, especialmente de la literatura arqueológica
publicada en inglés ver Chase 2003; Conkey y Hastorf 1990; Dantas y Figueroa 2008; Jones
1997; Morphy 1994: 670; Sackett 1977: 74; Troncoso 2002.
6 Por ejemplo, en sus estudios del estilo Pukara, Chávez (1992: 25) retoma los enunciados de
Christopher Donnan (1976) para el estudio iconográfico de la cerámica Moche inspirados
en el arte.
158 / Qaluyu y Pukara

de una época” (como planteaban, por ejemplo, Winckelman o Hegel), como por una
perspectiva evolucionista de la sucesión de estilos (Bardavio y Gonzáles Marcén 2003:
50; Trigger 2006: 57).
Bajo estas premisas, en el siglo pasado se desarrolló en los Andes Centrales una
investigación orientada hacia los diseños “mitológicos” incluidos en los objetos ar-
queológicos (Tello 1923; Larco Hoyle 1938; Carrión Cachot 1959; Menzel 1964) y que
alcanzó su mayor despliegue con los estudios iconográficos inspirados en los enun-
ciados de Erwin Panofsky (1955) enfocados, sobre todo, en la compleja decoración
de la cerámica Moche de la costa norte del Perú (por ejemplo, Hocquenghem 1987).
Dicha tradición, luego, fue recogida por John Rowe en sus análisis de la iconografía,
como por ejemplo, en sus fases litoescultóricas del sitio de Chavín de Huántar en la
sierra norcentral (Rowe 1979 [1967]). De esta manera, el estilo se utilizaba como medio
para la construcción de una epistemología y/o metodología para la explicación del
objeto “hacia afuera”, en la que la apariencia del objeto nos comunicaba7 una serie
de características subjetivas de la sociedad8, sobre todo, ideológicas (por ejemplo, ver
Willey 1999) y, últimamente desde la arqueología post-procesual, proporcionaría la
oportunidad de recuperar significados o comprender narrativas (ver por ejemplo,
Hodder 1993, 1994; Shanks y Tilley 1992 [1987]: 137; Shanks 1999: 6).
En este capítulo, nosotros asumimos la existencia de un estilo como una forma de
producir y reproducir objetos en una situación histórica concreta, bajo condiciones
objetivas y subjetivas específicas9. Asimismo, un único estilo, en tanto producción so-
cial, no domina necesariamente un espacio y tiempo, pues, incluso, estilos diferentes
pueden convivir en un mismo tiempo y espacio y, de hecho, así lo hacen en algunos
sitios arqueológicos. Para nosotros, el estilo no pertenece a una expresión ideal de
una sociedad o una manera de encarnar el pensamiento sino que es la materialización
u objetificación de una producción social posibilitada por la materia prima y que, a su
vez, al crear realidad, condicionó la existencia de la vida social que la procuró (Kosik
1967; Patterson 2009). Esto quiere decir que, los objetos arqueológicos fueron produ-
cidos socialmente por los seres humanos, fueron una extensión de su ser y, su exis-
tencia en este mundo posibilitó toda una realidad social. De esta forma, los objetos

7 De hecho, diferentes perspectivas concuerdan en que el estilo es justamente un medio de


comunicación (Hodder 1993; Nicholas et al. 1998; Rice 1987; Schiffer 1999).
8 Casi desde el comienzo de la arqueología peruana los objetos con mayor decoración o me-
jor acabado externo fueron los protagonistas en la definición de las características propias
o “personalidad”, “grado de evolución” o “desarrollo artístico” de cada “cultura” o sociedad. De
hecho, dichos objetos siguen siendo considerados “rituales”, “ceremoniales” o de “elite” e,
incluso, comunicarían “identidad”, “status”, “prestigio”, “riqueza”, etc. Para una reciente sín-
tesis de planteamientos de los objetos como “ofrendas”, “votivos” o “rituales” se puede con-
sultar Osborne 2004. Asimismo, para un planteamiento de las plazas hundidas del altiplano
del Titicaca como espacios rituales ver Moore 1996.
9 Siguiendo a Vicente Lull (2007: 214): “Un estilo se comporta a veces como una corriente secreta
que atraviesa los objetos y las personas. Un estilo aprovecha el espacio de la materia para expresarse,
pero depende de los espacios generados por la comunicación social. El momento se inscribe en el
tiempo, y el tiempo es el receptáculo en el que aparecen los objetos.”
159 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

conviven con los seres humanos y, además de posibilitar materialmente su existencia,


también le otorgan significado10. En ese sentido, la arquitectura (pública y doméstica)
es la reunión y el continente de la materialidad social de estas sociedades.
Como dijimos, con relación a nuestra área de estudio, entre los años 1400 a.C.
y 350 d.C.11 aproximadamente aparecieron dos estilos de objetos predominantes y
diferenciados: Qaluyu (1400 a.C.-400 a.C.) y Pukara12 (400 a.C.-350 d.C.). Sin embargo,
algunos estudios ya han observado y planteado la coexistencia de ambos estilos en
épocas finales de Qaluyu y comienzos de Pukara (por ejemplo, ver Steadman 1995;
Mujica 1987 y Levine et al. en este volumen). Asimismo, en algunos casos y por las
características de su producción y uso que luego describiremos, los objetos de esti-
lo Pukara muchas veces son escasos. Pese a ello, es posible aislar relativamente dos
grandes corpus de objetos que son producidos de una manera distintiva.
Para comenzar a organizar la materialidad social en cada situación histórica he-
mos creído adecuado jerarquizarlos por extensión y su relación objetual. De esta ma-
nera, planteamos que entre los 1400 a.C. y los 400 a.C. aproximadamente, existiría
una relación entre objetos de estilo Qaluyu que estaban incluidos en el asentamiento
o montículo y/o cerros aterrazados en tanto continente de dichos objetos, siendo
dos los elementos más relevantes: los monolitos o huancas13 y las vasijas cerámicas.
Dichos elementos son particulares y los distinguen objetivamente. Asimismo, existe
una recurrencia de dichos elementos en los asentamientos como para poder plantear
su inter-relación y desde ahí plantear su producción y uso más adelante.

10 Para otras perspectivas arqueológicas y antropológicas que confluyen con la nuestra en la


trascendencia que poseen los objetos para la vida social se puede consultar, por ejemplo,
Gosden 2005, 2008; Meskell (ed.) 2005; Miller (ed.) 1998, 2005; Schiffer 1999; Walker y Schi-
ffer 2006; Skibo y Schiffer 2008.
11 Como se pudo apreciar en nuestra recopilación de 64 fechados radiocarbónicos disponibles
en 2007 para los sitios tempranos de la cuenca norte del Titicaca (Tantaleán 2010), existen
solapamientos entre las últimas fases de Qaluyu y las primeras de Pukara (por ejemplo,
Steadman 1995). Esto se debería al rango de años que otorga el fechado y que no permite
establecer exactamente sí estamos ante un contexto en el que solo se dio uno o más estilos
cerámicos. Más allá de esta cuestión técnica, se observa que las fases y las ocupaciones ar-
queológicas se definen por la cantidad de los objetos cerámicos de estilo Qaluyu o Pukara,
asumiendo que una mayor cantidad de alguna de ellos definirían toda la materialidad so-
cial de una capa u ocupación. Obviamente, la ontología y epistemología histórico-cultural
aun sigue presentes en estos supuestos.
12 El estilo cerámico Cusipata (Franquemont 1986, Mujica 1987, Oshige 2010) ha sido mínima-
mente investigado y su existencia se fundamentó en algunos fragmentos cerámicos exca-
vados en el sitio de Pukara por Kidder y Mujica, los mismos que, además, aparecen mezcla-
dos con cerámica Qaluyu en excavaciones de sitios como Pukara (Mujica 1987) y Camata
(Steadman 1995). Asimismo, no existe una relación directa con otro tipo de materialidad
social, por ejemplo, asentamientos o litoescultura. Así pues, por el momento, no lo toma-
remos en consideración en este estudio a la espera de una mejor definición empírica.
13 Según Víctor Falcón (2004: 38), una Huanca es “un monolito alargado que se yergue sobre el terre-
no, colocado adrede, y al que se pudo desbastar, facetándolo y dándole una forma prismática”.
160 / Qaluyu y Pukara

Posteriormente, entre los 400 a.C. y los 350 d.C., aunque existen ciertas características
y continuidades formales inspiradas en el momento anterior, se hace evidente un cam-
bio en la selección de los materiales, en la tecnología e inversión en el tiempo y/o esfuer-
zo para la producción de objetos en el estilo Pukara. Distinguiremos tres componentes u
objetos significativos durante este tiempo: el montículo de dimensiones monumentales,
la lito-escultura (especialmente las estelas) y la cerámica polícroma e incisa.
Considerando lo expuesto, podremos sugerir ciertas lógicas de producción más
adelante y avanzar planteamientos de cómo sería su hallazgo en áreas relacionadas
con dichas producciones (Tantaleán 2010) como se hizo en el caso del análisis del ma-
terial recuperado en nuestra prospección del valle del Quilcamayo-Tintiri. Además, al
reunir dichos elementos podremos asegurar una co-existencia que revele sus formas
de posibilitar y condicionar la vida social durante espacios de tiempo importantes.
Si bien existen otros artefactos u objetos que pueden ser asignados a los estilos
antes mencionados, por el momento, son minoritarios. Por ejemplo, tenemos conoci-
miento de una importante producción de artefactos sobre hueso de camélidos (Colec-
ción del Museo Peabody de la Universidad de Harvard), metal (pectoral en la misma
colección, placas metálicas en McEwan y Haeberli 2000), madera (Alcalde 2001: 28)
y textiles (Conklin 1983, 2004; Mujica 1991; Haeberli 2001; Young-Sánchez 2004: fig.
2.21) durante estos tiempos. Creemos que el estudio de la producción y uso de dichos
objetos es relevante para entender mejor las características de la vida de dichas socie-
dades, pero su escasez, características materiales y su ubicación actual no permiten,
por el momento, establecer un panorama claro de su producción.

SÍntesis de los asentamientos asociados


a objetos del estilo Qaluyu y Pukara
En otros lugares (Tantaleán y Leyva 2010; Tantaleán 2010) ya hemos descrito extensa-
mente las materias primas, técnicas, morfología y funciones de los objetos incluidos
en los asentamientos relacionados a lo Qaluyu y lo Pukara. Por ello aquí solo anota-
remos algunas recurrencias que nos pueden ayudar a comprender cómo organizaron
su mundo las sociedades de este período en la cuenca norte del Titicaca. Asimismo,
aunque fragmentaria e incompleta, dicha materialidad ofrece unas características
concretas que podemos organizar y jerarquizar. La re-unión de esta materialidad so-
cial documentada y recuperada nos permite reconocer una serie de características
que sus objetos comparten en un tiempo y espacio concretos.
Los asentamientos asociados a los objetos del estilo Qaluyu se elaboran básica-
mente con barro y piedra, elementos accesibles para cualquier poblador de la cuenca
norte del lago Titicaca. Estos sitios se ubican en lugares que poseen un dominio visual
de sus alrededores como son las elevaciones en áreas llanas o pampas o en laderas y/o
en cimas de cerros; modificando por primera vez de una manera significativa el pai-
saje natural. Asimismo, los asentamientos Qaluyu tienen acceso directo a las fuentes
de agua próximas a las orillas de lagos, ríos o manantiales, aunque las edificaciones
no se realizaron directamente en áreas potencialmente agrícolas.
161 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Los asentamientos con objetos de estilo Qaluyu son los primeros asentamientos
permanentes que crecen y concentran volúmenes de construcción en esta parte de
la cuenca del Titicaca. Se trata de montículos que sobresalen y modifican el paisaje
social y, en el caso de los conjuntos de terrazas, se manifiestan por una acumula-
ción o extensión de estas sobre áreas de cerros. Asimismo, como se ha observado
en diferentes investigaciones en sitios arqueológicos asociados con objetos de estilo
Qaluyu (Plourde 2006; Tantaleán 2010), muchos de estos contienen componentes pre-
cerámicos lo que supone que, incluso, se superpondrían a asentamientos mucho más
antiguos.
Los asentamientos asociados a objetos de estilo Qaluyu, concretamente son espacios
arquitectónicos residenciales de planta rectangular (domésticos) y hasta el momento
no se ha evidenciado arquitectura monumental. En ciertos casos, se ha planteado la
existencia de plazas hundidas en algunos montículos, aunque no han sido debidamente
registrados y fechados. Las huancas parecen ser los objetos claves líticos de los sitios
arqueológicos Qaluyu y estarían relacionados con las primeras arquitecturas extra-do-
mésticas, públicas o “corporativas” de ese momento histórico. A pesar de su gran núme-
ro, estos sitios no tienen gran variación y diferenciación superficial. Por consiguiente,
comparten componentes o rasgos básicos comunes: espacios residenciales (con gran-
des depósitos de desechos) y conjuntos de campos elevados o “camellones”. Si existe
alguna diferencia sólo concierne a la extensión del asentamiento.
En el caso de los asentamientos asociados a objetos del estilo Pukara, la mayoría de
ellos se superponen a asentamientos que se formaron cuando se estaban produciendo
objetos de estilo Qaluyu o eligen nuevos terrenos que poseen una destacada ubicación
en el paisaje, como las faldas de los cerros y las elevaciones topográficas. Estos asenta-
mientos están ubicados en lugares con un gran control de la visibilidad y movimiento
de y hacia las áreas circundantes: pasos de valle y accesos a otras zonas ecológicas más
allá del altiplano del Titicaca14. Para la construcción de los asentamientos Pukara se uti-
lizaron elementos materiales variados, seleccionándose la materia prima en lugares de
fácil acceso, así como también de fuentes alejadas, incrementándose el uso de grandes
bloques piedra, sobre todo, de arenisca. Estos asentamientos se incrementan en exten-
sión y volumen con respecto a sus predecesores, construyéndose sobre estos mismos
o fundándose nuevos asentamientos. Los sitios incluyen grandes espacios abiertos con
muros más elaborados y, entre ellos, la plaza cuadrangular o rectangular hundida es
una estructura arquitectónica central y clave en los asentamientos Pukara y se localiza
en lugares elevados y segregados de los espacios residenciales. Las estelas escalonadas
de arenisca de grandes dimensiones y con diseños complejos son los objetos más signi-
ficativos de estos sitios y evidentemente asociados a la arquitectura monumental.
Gracias al re-conocimiento de estas recurrencias, nos encontramos en mejor posi-
ción para comprender la materialidad social del área del valle del Quilcamayo-Tintiri.
La idea original no fue extrapolar la información aquí sintetizada, sino que esta nos
ayudase a formular “escenarios” posibles a reconocer en una nueva área por inves-

14 Como, por ejemplo, en el área de Chumbivilcas, Cusco (Chávez 1988).


162 / Qaluyu y Pukara

tigar. Obviamente, partimos de la premisa de que cada área (en nuestro caso, el valle
del Quilcamayo-Tintiri) podría tener una historia particular que no necesariamente
se repite o se manifiesta de la misma manera que en otras áreas, dado que las prácti-
cas sociales son las que constituyen históricamente su materialidad.

El Programa de Investigaciones ArqueolÓgicas


Asiruni (PIARA) y el valle del Quilcamayo-Tintiri
Nuestro programa de investigaciones tuvo como objetivo principal reconocer un área
de manera sistemática en el valle del río Quilcamayo-Tintiri, uno de los afluentes del
río Azángaro, los que están comprendidos dentro del área de la cuenca norte del lago
Titicaca. Se reconocieron diferentes sitios arqueológicos, principalmente los relacio-
nados con el surgimiento de las primeras sociedades aldeanas a partir de 1400 a.C.,
y con la posterior conformación de “sociedades complejas” materializadas en la cons-
trucción de arquitectura monumental (400 a.C.-350 d.C.). Asimismo, se hallaron sitios
relacionados con la ocupación del Intermedio Tardío o “Señoríos Altiplánicos” (1000-
1460 d.C.) con cierto número de evidencias de la ocupación Inca de la zona (1460-1533
d.C.). Además, se registraron otros sitios que aparentemente corresponden a la época
Colonial o Republicana.

Descripción geográfica
El área geográfica, objeto de nuestro estudio de reconocimiento, se encuentra ubica-
da en la provincia de Azángaro en el departamento de Puno (Figura 1). Su medio am-
biente es típico de puna y destaca por ser parte de la meseta altiplánica con algunas
elevaciones montañosas a los lados del valle. Presenta vegetación escasa y rala (ichu)
y algunos arbustos. Es una zona que, por dichas características, es bastante explotada
como área de pastoreo extensivo de camélidos. La zona llana del fondo del valle don-
de se realizó la mayor parte del estudio, se encuentra ubicada a un promedio de 3850
msnm (Figura 2). Actualmente es un área de baja densidad demográfica y su aspecto
es rural con viviendas y caseríos dispersos. Dichas condiciones ayudan a la prospec-
ción por cuestiones de visibilidad como de preservación de los yacimientos.
Durante nuestra prospección hemos recorrido ambas márgenes del río Tintiri y
Quilcamayo, uniendo a lo largo del primer río a la localidad de Azángaro con la loca-
lidad de Condori, áreas en las que se han evidenciando grandes asentamientos tem-
pranos como los de Cancha-Cancha Asiruni, Tintiri y Chaupisawakasi (Chávez 1970;
Stanish et al. 2005 y visitas nuestras en 2006 y 2007).

Antecedentes
Alfred Kidder II fue el pionero de los reconocimientos arqueológicos en el área al-
tiplánica (1939). De su escasa bibliografía publicada hemos rescatado algunos yaci-
mientos que registró en la zona de Azángaro. Lamentablemente, como él mismo afir-
ma (Kidder 1943: 21), no prospectó totalmente el área que nosotros hemos elegido
163 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Figura 1. Vista satelital de la cuenca del valle Quilcamayo-Tintiri. Se indica la ciudad


de Azángaro y el sitio de Tintiri.

Figura 2. Vista de una sección del valle de Tintiri a la altura de la localidad de Condoriri
164 / Qaluyu y Pukara

Figura 3. Mapa de la cuenca del Quilcamayo-Tintiri realizado en base a la Carta Nacional (1:100,000).
En este mapa se ha delimitado el área aproximada donde se realizó nuestro reconocimiento
arqueológico hasta el 2007

para investigar. De hecho, sus prospecciones no fueron sistemáticas y, sobre todo, se


interesó por asentamientos con características monumentales (muchos de ellos ya
conocidos por los pobladores de las zonas cercanas) y que poseían escultura lítica.

Con respecto al área cercana de nuestra prospección, este investigador norte-


americano, nos refiere que en la localidad de Ayrampuni existe un yacimiento bas-
tante significativo y que incluiría una localización con respecto a la explotación de
una mina de sal de época prehispánica (Idem 19-22), elemento que como sabemos es
de vital importancia en la dieta humana y la conservación de alimentos. El sitio de
Ayrampuni se encuentra ubicado a 23 km de Pukara vía camino directo y 2 km des-
de el camino Azángaro-Arapa. Asimismo, Kidder halló cerámica Pukara Policroma,
Franco Inojosa, en una visita anterior, recuperó un fragmento de las clásicas trom-
petas Pukara. Sin embargo, Kidder no reconoció totalmente el área cercana al sitio de
165 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Ayrampuni (Idem 21). De dicha zona también proviene una escultura lítica que actual-
mente se encuentra depositada en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología
e Historia de Lima y que estilísticamente se relacionaría con la iconografía del estilo
Pukara (Kidder 1943: Lámina VI: 4).
Más adelante, en 1963, el investigador norteamericano John H. Rowe (1963: 7), al
referirse a los asentamientos urbanos en el “Antiguo Perú” y, específicamente, los de
la sierra sur, recoge la información de la existencia de otro sitio “Pukara” en Tintiri
y señala que aún no se habían hallado sitios habitacionales entre esos asentamientos
urbanos. Posiblemente el sitio al que se refiere es el de Cancha Cancha-Asiruni.
Adicionalmente, a estos datos Sergio Chávez (Chávez 1975) refiere la existencia
de una cantera de cuarcita en la vecina área de Arapa que proporcionaría la materia
prima para la producción de las conocidas estelas y edificios de la sociedad Pukara.
También en un artículo sobre litoescultura del altiplano, Sergio Chávez y Karen Mohr
(1970) reportan que el primero de ellos reconoció algunas litoesculturas durante un
reconocimiento arqueológico en 1968, siendo algunos de esos monolitos los del sitio
de Cancha Cancha–Asiruni en el valle de Tintiri. De hecho, en ese mismo artículo,
además, de la descripción de las litoesculturas se describe la ubicación del sitio de
Cancha Cancha–Asiruni: “El sitio de Cancha Cancha–Asiruni, ubicado en la hacienda del Sr.
Sebastián Manrique, está situado cerca al río Tintiri y a la Hacienda Tintiri, en el lado izquier-
do de la carretera que va de Azángaro a Muñani. (Chávez y Mohr 1970: 26).
Sin embargo, como el mismo autor pudo comprobar (y nosotros, también) el sitio
se encuentra alejado unos kilómetros de la Hacienda Tintiri propiamente dicha que se
concentraba alrededor de la iglesia que todavía sobresale en el paisaje de este área.
Otro investigador que realizó reconocimientos en el área que nos ocupa es Elías
Mujica. Aunque no nos refiere la metodología empleada (prospección sistemática o
no, alcance de sus estudios, etc.) en un par de publicaciones nos grafica mediante cro-
quis y mapas la existencia de dos yacimientos en el valle de Azángaro (Mujica 1985:
fig. 6.3; 1988: fig. 4).
Finalmente, Charles Stanish y asociados (Stanish et al. 2005) también realizaron
algunas visitas a asentamientos de la zona y a partir de los resultados de sus “re-
conaissances” plantearían la existencia de una mayor cantidad de sitios en el área.
Sin embargo, en la cuenca de Azángaro reportan nuevamente sólo el sitio de Cancha
Cancha–Asiruni.
De todo lo anterior, se desprendía que, por lo menos, el sitio de Cancha Cancha–
Asiruni era un sitio de gran importancia, incluso planteado como una gran “centro
secundario” de la sociedad Pukara (Stanish 2003) lo cual debería ser necesariamente
explicado desde la investigación arqueológica del mismo valle.

La materialidad social temprana del valle del Quilcamayo-Tintiri


El valle de Quilcamayo-Tintiri ha presentado una diversidad de asentamientos arqueo-
lógicos de diferentes momentos prehispánicos. Sin embargo, es relevante que la gran
mayoría de sitios, su extensión y volumen pertenezcan a las primeras sociedades seden-
166 / Qaluyu y Pukara

tarias. En este análisis solo incluiremos dichos sitios aunque la existencia de los otros da
cuenta de una trayectoria histórica que es característica de la cuenca norte del Titicaca.

Factores que han afectado a los asentamientos y artefactos


La materialidad social en el valle de Quilcamayo-Tintiri ha sufrido una serie de fac-
tores que han intervenido en su aspecto físico hasta nuestro encuentro con ella. Los
factores meteorológicos y humanos son los que más han incidido en su apariencia. La
mayoría de sitios han estado expuestos a lluvias, viento, crecidas o modificaciones de
los cauces de los ríos, básicamente, erosionando los sitios arqueológicos. Asimismo,
creemos que, si bien los montículos son las formas de asentamiento más conocidas y
obvias en el paisaje, es posible que dichos factores hayan cubierto o erosionado sitios
no monticulares. Por el momento, esto será difícil de comprobar sin las evidencias
materiales exigidas.
Asimismo, la intervención humana desde tiempos prehispánicos y, sobre todo,
en la actualidad por ocupación de viviendas en los sitios arqueológicos ha afectado
considerablemente la fisonomía de los mismos. Además, los habitantes de la zona
durante mucho tiempo han utilizado y siguen utilizando los sitios arqueológicos pre-
hispánicos como canteras de barro y piedras para construir sus viviendas u otras
edificaciones e, incluso las estelas o huancas han sido reutilizadas extrayéndolas de
su lugar de origen. Asimismo, el vandalismo se ha seguido practicando en sitios tan
relevantes como Cancha Cancha-Asiruni.
Es necesario anotar también las dificultades que se presentaron al momento de
desarrollar el reconocimiento. Los principales problemas tienen que ver con las vías
de acceso a los sitios y el transporte disponible. Estos fueron problemas que limitaron
y condicionaron el desarrollo de las labores. Por otro lado, otro factor que incidió
también en el trabajo fue el desconocimiento por parte de la población local sobre la
naturaleza y función de los trabajos arqueológicos, a pesar que el gobierno local de
Azángaro y muchas comunidades fueron comunicados del objetivo de nuestra pre-
sencia en la zona. Así, algunas de las comunidades se mostraban reacias a colaborar
con nuestro trabajo. Sin embargo, esto no se presentó en todas las comunidades. In-
cluso, algunas de ellas o sus integrantes colaboraron con nosotros y nos ayudaron a
ubicar sitios o restos arqueológicos relevantes.
Sin embargo, no redundaremos más en este asunto y pasaremos a analizar los
asentamientos y artefactos que hemos reunido en nuestra investigación, iniciando
este recuento con las ocupaciones precerámicas.

Asentamientos Precerámicos (6000 a.C.-2000 a.C.)


En nuestra prospección no hallamos ningún sitio que tuviera únicamente una ocupa-
ción correspondiente al período conocido en la literatura arqueológica de la cuenca
norte del Titicaca como el Arcaico (Aldenderfer 1989 y en este volumen; Cipolla 2005).
Sin embargo, al menos en tres sitios (QT-32, QT-33 y QT-37) hemos hallado en la superfi-
cie artefactos líticos (especialmente, puntas romboidales) que corresponderían a dicho
período. De esta manera, un fenómeno que se da en otras cuencas como las del Pukara-
167 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Ayaviri también está presente aquí: sobre una ocupación de cazadores-recolectores o


arcaica se superpuso un asentamiento plenamente sedentario que, muchas veces, in-
cluyó cerámica del estilo Qaluyu. Esto refiere que los lugares elegidos por las pobla-
ciones de este valle fueron espacios que, para tiempos tempranos, tenían una optima
ubicación para diferentes practicas de subsistencia y económicas. De hecho, como se
ha observado en otros sitios, la caza de animales sigue siendo importante aunque para
épocas posteriores, como las relacionadas con cerámica de estilo Qaluyu, las puntas se
reducen y se prefiere la obsidiana como materia prima para su producción.

Asentamientos del “Formativo Precerámico” (2000 a.C.-1400 a.C.)


Durante nuestro recorrido hemos localizado en la quebrada de Laliuyu, ubicada
en la parte superior del valle del Tintiri, un par de montículos (QT-31) que care-
cen de cerámica y que, provisionalmente (pues, deberemos analizar mejor dichos
sitios), adscribimos a los que en los recientes años se ha venido denominando en
la literatura arqueológica andina como “Formativo Precerámico” (Makowski 2004:
13; Goldhausen et al. 2006; ver critica de Kaulicke 2008: 17; ver también discusión
de Lumbreras 2006). En ese sentido, adquiere tendríamos arquitectura monticular
precerámica pero que ya comporta ciertas características que se hacen más claras
con la aparición de la cerámica del estilo Qaluyu, es decir, acumulaciones de barro
y piedras que conforman montículos platafórmicos. Asimismo, hemos observado
algunas huancas que podrían indicarnos su correspondencia entre la época pre-
cerámica y las asociadas con el estilo cerámico Qaluyu. El sitio de Cancha Cancha
(QT-26) ubicado en las afueras de la comunidad de Yacchata también es otro posible
sitio de este Formativo Precerámico.

Figura 4. Estelas en el sitio Yacchata. Asociadas a estas no se halló cerámica.


168 / Qaluyu y Pukara

Figura 5. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Qaluyu del valle del Quilcamayo-
Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.

Qaluyu y Pukara en la cuenca del Quilcamayo-Tintiri


Qaluyu
Asentamientos
Los asentamientos asociados con artefactos de estilo Qaluyu representan un porcen-
taje elevado de la muestra de sitios reconocidos en nuestra prospección. Sin embargo,
dada su historia de ocupaciones no es posible definir cuál fue su extensión propia en
un momento histórico concreto (ver figura 13 para medidas comparativas de exten-
sión de sitios). Pese a ello, podemos apreciar que existieron, al menos, 7 sitios durante
esa época en el valle, espaciados entre sí de 2 a 5 km (Figura 5).
Los asentamientos asociados con el estilo Qaluyu se ubican en las elevaciones de
las partes superiores de cauces fósiles y sobre ellas se extienden las estructuras arqui-
tectónicas de forma paralela al río. Por ello, tienen una gran visibilidad del entorno,
169 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

sobre todo, del área relacionada con el cauce del mismo río, a la vez que existe una
visibilidad entre sitios de la misma época. Asociados a ellos se ha reconocido una gran
cantidad de qochas.
Un sitio típico que, además, parece ser un asentamiento doméstico sin estructuras
arquitectónicas monumentales, es el sitio QT-23 cercano a la localidad de Laranca-
huane (Figura 6). En este sitio, destacan la construcción de terrazas en la ladera de un
cerro y su vecindad a una extensa área de filtraciones de agua o bofedales. Otro caso,
es el sitio QT-22 ubicado cerca al anterior, en la margen opuesta y que es un sitio más
extenso, posiblemente con estructuras no domésticas y/o reocupado que posee una
huanca de estilo Qaluyu (Figura 7). Por otro lado, aunque el sitio QT-19 podría formar
parte de QT-20 (Cancha Cancha-Asiruni), este posee una huanca de estilo Qaluyu, aso-
ciada a una posible plaza hundida.

Figura 6. Vista desde el norte del sitio Larancahuane

Figura 7. Huanca en el sitio de Callacoyo


170 / Qaluyu y Pukara

Lito-escultura
La litoescultura, también, es bastante frecuente en los sitios asociados con el estilo Qalu-
yu. A pesar que muchos de ellos han sido ocupados posteriormente, en tres sitios (QT-19,
Pancañe y Callacoyo) hemos hallado huancas con las características Qaluyu, e incluso,
uno de ellos asociados a una posible plaza hundida (QT-19). Las huancas se hallan ubi-
cadas en los sectores más relevantes de los asentamientos y específicamente en la parte
superior de los montículos. Como ya habíamos visto, las huancas tienen una forma alar-
gada paralepípeda y no incluyen diseños en sus superficies. Asimismo, ninguna de las
huancas observadas en los sitios del Quilcamayo-Tintiri estuvo hecha con arenisca.

Cerámica
La cerámica hallada en estos sitios es típica del estilo Qaluyu, sin mayor diferencia-
ción morfológica, funcional o decorativa entre ellos. Los fragmentos de cerámica se
hallan en gran cantidad en los asentamientos a lo largo y ancho de las ocupaciones.
Las formas son todas domésticas con decoraciones geométricas y, en el único caso,
del sitio San Antonio (QT-24), naturalista y representa una serpiente. La producción
cerámica mantiene los mismos tipos de desgrasantes conocidos para esta época, es
decir, desgrasantes minerales como pirita y feldespato.
Si seguimos la cronología y la secuencia del sitio de Camata (Steadman 1995) te-
nemos que en los sitios del valle de Quilcamayo-Tintiri la cerámica del estilo Qaluyu
apareció básicamente en la fase “Qaluyu Temprano”, porque en varios de estos sitios se
ha hallado fragmentos de ollas sin cuello. Asimismo, se han recuperado en dos sitios
del Quilcamayo-Tintiri (QT-12 y QT-22), fragmentos de trompetas de cerámica con la
técnica y las decoraciones típicas Qaluyu.

Otros objetos
Puntas
Las puntas siguen la morfología descrita por Burger y colegas (2000) para la cuenca
norte del Titicaca. Asimismo, en un caso (Callacoyo) se ha hallado una punta que
correspondería al período Arcaico, según su morfología y por el material empleado
(según la tipología de Aldenderfer y Klink 2005), algo que no sorprende, pues, muchos
sitios Qaluyu se asientan sobre ocupaciones sin cerámica, como vimos arriba.

Azadas
Las azadas, por lo general, realizadas en roca andesita o basalto olivino, aparecen en
la mayoría de estos sitios y poseen las mismas morfologías y se corresponden con las
de otros sitios contemporáneos de la cuenca norte del Titicaca. Es significativo que
casi todos los sitios tempranos incluyen artefactos enteros o fragmentados, lo que
plantea tanto su producción in situ como la práctica agrícola en terreno cercano.
171 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Tumbas
En uno de los perfiles del sitio Callacayani (QT-12) se observaron dos tumbas de
morfología Qaluyu. Estas son semejantes a las halladas en Camata, es decir, tumbas
incluidas en las capas arqueológicas pero que, en su momento, serían subterráneas
construidas con lajas de piedra (cistas) con un individuo en posición fetal. Asimis-
mo, se pudo apreciar que tenían la modificación craneana fronto-occipital. En nin-
guno de estos casos, observamos artefactos asociados al esqueleto o en el interior
de las cistas.

Pukara
Asentamientos
Los asentamientos asociados con objetos del estilo Pukara, concretamente Cancha
Cancha-Asiruni (QT-20), Callacayani (QT-11), Pancañe (QT-06) y Chaupisawakasi (QT-
36), parecen tener una fundación previa en el momento de existencia de objetos del
estilo Qaluyu. Han crecido adosados o sobre espacios monticulares con ocupación do-
méstica Qaluyu y a la que se le han añadido mayores volúmenes y espacios abiertos de
grandes dimensiones. Aprovechan los mismos espacios que controlan un gran rango
de visibilidad y están espaciados entre sí algunos kilómetros (Figura 8).

Los sitios pueden dividirse fácilmente en sectores domésticos y sectores no do-


mésticos. En estos últimos, se concentra mayor volumen de materiales (tierra y
piedra) que le otorgan aspecto monticular y con recintos que se pueden apreciar en
superficie. En el caso de Pancañe (QT-06), Cancha Cancha-Asiruni (QT-20) y Chau-
pisawakasi (QT-36), se puede observar posibles plazas hundidas y recintos rectan-
gulares de grandes dimensiones (Figuras 9, 10 y 11). Asimismo, aparecen grandes
bloques de piedra trabajados que formarían parte de estructuras arquitectónicas
monumentales. Una gran laja cuadrangular de arenisca blanca se halló en el sitio
QT-08 y sería un ortostato de la pared de una plaza hundida cuya ubicación en la ac-
tualidad es desconocida, aunque esta se encuentra vecina a un sitio con ocupación
Pukara (Pancañe o QT-06).

Recientemente, elegimos al sitio de Chaupisawakasi para realizar investigacio-


nes más intensivas. Durante setiembre de 2010 hemos realizado la excavación de
pozos de sondeo para definir las ocupaciones en el sitio y las posibles funciones de
los edificios allí concentrados. El material, producto de esta investigación prelimi-
nar, está en proceso de análisis. Lo que si podemos avanzar aquí es que se trataría
efectivamente de un centro regional Pukara que generó una estructura monticular
con un edificio asociado a cerámica del estilo Pukara Polícromo. Esto plantea o que
este sitio fue fundado por gente procedente del valle de Pucará o que los objetos
llegaron al sitio por intercambio desde el valle de Pucará y utilizados por una elite
local del valle. En el futuro cercano más excavaciones en área y fechados radiocar-
bónicos nos ayudarán a precisar mejor la naturaleza del importante sitio de Chau-
pisawakasi.
172 / Qaluyu y Pukara

Figura 8. Sitios arqueológicos con objetos del estilo Pukara del valle del Quilcamayo-
Tintiri reconocidos hasta la prospección del 2007.

Lito-escultura
La lito-escultura asociada con los sitios de este momento crece en volumen, variedad
y calidad con respecto al momento anterior. De lejos, el material preferido para la
lito-escultura es la piedra arenisca. Dentro de las morfologías hacen su aparición la
estela escalonada, la estela rectangular, el monolito antropomorfo y la cabeza deca-
pitada esculpida en piedra. Estas variedades de lito-esculturas se hallan concentradas
en sitios como Cancha Cancha-Asiruni, Callacayani y Pancañe. En menor cantidad, se
pueden ver en Chaupisawakasi, Tintiri y San Antonio. Algunos sectores de los sitios
más relevantes concentran una gran cantidad de lito-esculturas y existen jerarquías
entre estos objetos. La arenisca es el material más aprovechado y las canteras se ha-
llan en los cerros vecinos.

Las decoraciones en estos objetos ahora describen seres serpentiformes de forma


y técnica conocida en el estilo Pukara en otras áreas. Justamente, la estela escalona-
da más grande se halla en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y representa a este ser
173 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Figura 9. Vista desde el norte de Pancañe

Figura 10. Vista desde el norte del sitio Cancha Cancha Asiruni

Figura 11. Vista desde el norte de Chaupisawakasi


174 / Qaluyu y Pukara

serpentiforme con el circulo en alto relieve en la parte inferior de la escena (Figura


12). Tres lito-esculturas también comparten dichas características. Asimismo, la es-
cultura de la cabeza humana decapitada hallada en Cancha Cancha-Asiruni, es similar
a otra hallada por Mujica en Pukara y que se hallaba en un nicho de la pared de un
recinto cerrado y de acceso restringido en el seno de un edificio en Qalasaya que
fue cubierto por la última gran fase de construcción (Mujica 1991; Klarich 2005: 199,
Fig.14). Por su parte, en el sitio Callacayani, se halló una de las estelas más grandes del
valle, la misma que mide 4.42 m de alto, aunque, en este caso, la superficie de esta en
la actualidad no describe ningún diseño en alto relieve. Sin embargo, en el mismo si-
tio sí se halló un monolito que representa el cuerpo en bulto de un ser antropomorfo
que, aunque relacionado con la técnica y morfología de la escultura antropomorfa del
estilo Pukara, presentó algunas características propias como la posición sedente con
las piernas cruzadas, nunca antes visto en diseños conocidos del área. Por lo demás,
en ningún sitio del valle se han observado ni tenido noticias de estelas u otras lito-
esculturas con decoraciones geométricas o altamente estilizadas, como en el caso de
la estela de Pukara o de Arapa.
Cerámica
Las formas y decoraciones de la cerámica del estilo Pukara se encuentran presentes
en algunos asentamientos del Quilcamayo-Tintiri. Sin embargo, la cerámica Pukara
Polícroma se halla solamente en algunos sitios concretos (Cancha Cancha–Asiruni,
Pancañe, Callacayani y Chaupisawakasi) en algunos sectores correspondientes a las
partes superiores de los montículos o estructuras arquitectónicas relevantes relacio-
nadas con estos. Por ejemplo, en el sitio QT-19 (en realidad, un sector del sitio Cancha
Cancha-Asiruni o QT-20) solamente se halló un fragmento cerámico con la decora-
ción y técnica del estilo Pukara Polícromo cercano a una posible plaza hundida. De la
misma manera, en el sitio de Pancañe (QT-06) se documentó un gran fragmento de
tazón Pukara y otro de un vaso en un sector asociado con una posible plaza hundida
o recinto abierto monumental. Finalmente, durante la prospección del sitio de Chau-
pisawakasi encontramos la mayor concentración de cerámica del estilo Pukara Polí-
cromo, incluyendo un fragmento de trompeta realizada en este estilo. Como dijimos

Figura 12. Estela del sitio de Cancha Cancha Asiruni


175 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

arriba, las excavaciones preliminares de 2010 nos han ofrecido varias muestras de
cerámica de este estilo asociados con la ocupación de una estructura monumental.

Otros objetos
Puntas
Las puntas de obsidiana siguen la morfología presentada por Burger et al. (2000) para
este momento. De hecho, la obsidiana abunda en sitios que presentan alta frecuencia
de otros objetos del estilo Pukara, como Pancañe. En comparación con las puntas de
estilo Qaluyu, un ejemplo hallado en el sitio de Pancañe (QT-06) tuvo una morfología
y un tamaño de estilo Pukara.

Azadas
No se encuentra gran diferencia morfológica entre las azadas anteriores y las del mo-
mento asociado con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, aparece en mayor pro-
porción el basalto olivino como material más empleado para la producción de azadas,
posiblemente relacionado con la mayor distribución de este material desde una can-
tera administrada por agentes asociados con el sitio de Pukara en el valle del mismo
nombre.

Tumbas
En los sitios no se han detectado tumbas o restos humanos relacionados directamente
con los sitios con objetos del estilo Pukara. Sin embargo, habría que ver sí las su-
puestas plazas hundidas que hemos ubicado en nuestra prospección, al igual, que sus
pares contemporáneos del sitio de Pukara, colocan algunos individuos en sus estruc-
turas arquitectónicas.
176 / Qaluyu y Pukara

UNA REPRESENTACIÓN ARQUEOLÓGICA DE LAS SOCIEDADES RELACIONADAS


CON LOS ESTILOS QALUYU Y PUKARA EN EL VALLE DEL QUILCAMAYO-TINTIRI
DE LOS 1400 a.C. A LOS 400 a.C. EN EL VALLE DEL QUILCAMAYO-TINTIRI

Los asentamientos asociados con objetos del estilo Qaluyu representan un porcentaje
elevado de la muestra de sitios reconocidos en nuestra prospección. Sin embargo,
dada su historia de ocupaciones no nos es posible definir cuál fue su extensión propia
en un momento histórico concreto. Pese a ello, podemos apreciar que existieron al
menos 15 sitios durante esa época en el valle, espaciados entre sí de 2 a 5 km.

Los asentamientos se acomodan a una forma de producción relacionada con las


áreas inundables del río pero específicamente en las áreas que controlan el paisaje
relacionado con los humedales (“bofedales”) o filtraciones de agua de los ríos y ma-
nantiales.

En ese sentido, es posible plantear por el momento que dichos asentamientos se


hallan concentrados en las terrazas que se elevan sobre el cauce del río, entre el en-
cuentro de la pampa que desciende de los primeros cerros que cierran el valle y los
cauces actuales o fósiles del río. Así pues, en tanto potencialidad y posibilidad, la for-
ma de producción principal estaría orientada al pastoreo de camélidos, una actividad
factible en y desde estas áreas de control.

Asimismo, hemos reconocido sistemas de qochas asociados a dichos asentamientos


y observados en las vistas satelitales (Figura 1) y serían la principal tecnología agrícola
del valle en este momento. Esto contrasta con los extensos campos elevados recono-
cidos por Clark Erickson (1983, 1984) en la localidad de Huatta que, posiblemente, son
contemporáneos con los de valle de Quilcamayo-Tintiri. De esta manera, los sistemas
de qochas en el valle que hemos investigado serían una respuesta local y adaptada a su
realidad para incrementar la productividad agrícola colectivamente. Adicionalmente,
las azadas líticas halladas en los sitios plantearían esa relación entre los asentamientos
y los sistemas de cultivo mencionados. La zona donde se halla la mayor concentración
de qochas se encuentra en el área comprendida entre la margen derecha u oeste del rio
Quilcamayo y la margen izquierda o este del rio Azángaro (ver figura 1).

Como se ha descrito en otros lugares (Flores Ochoa y Paz 1983; Flores et al. en este
volumen), las qochas también pueden ser utilizadas para el pastoreo, una alternativa
para su existencia en áreas alejadas del río y más bien cercanas a las partes altas de
los asentamientos contemporáneos.

En los montículos Qaluyu se incluirían estructuras públicas donde se realizarían


prácticas sociopolíticas relacionadas con la reproducción social de la organización
existente. Nuestra propuesta es que estas prácticas sociopolíticas estarían relaciona-
das con ideologías comunitarias o colectivizantes (ver Stanish y Hayley 2004: 62, para
un planteamiento parecido) y no solamente “espacios rituales” (por ejemplo, Hastorf
2003). Los montículos hallados en el Quilcamayo-Tintiri poseerían estos espacios y,
creemos, que la huanca debe cumplir un rol significante en este aspecto, quizás como
177 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

un marcador, en tanto “objeto clave” (Lull 2007: 226)15. En cualquier caso, como hemos
observado en los sitios del valle, no existen evidencias materiales de espacios arqui-
tectónicos que se diferencien o alejen de los espacios sociales comunes.
Por otro lado, los restos de los estilos cerámicos recogidos en estos asentamientos
son muy semejantes a los definidos como Qaluyu, lo que plantea una relación bastan-
te directa con otro/as productores/as y distribuidores/as cerámicos del valle del río
Pucará u otros donde se ha comprobado su producción. Asimismo, como ruta natural
entre el altiplano y otras áreas, los pobladores de este valle realizarían una uniformi-
zación en la producción cerámica mediante una producción local y la distribución e
intercambio de la misma de forma inter-regional. Después de todo, las formas y deco-
raciones cerámicas suponen una producción que se puede realizar domésticamente,
pues no plantea ningún problema tecnológico ni un control de las materias primas
básicas. En consecuencia, la cerámica no incluye ningún valor adicional (o de cambio)
en su producción, pues es fácil de hacer sin apropiarse de nada que la constituya y se
puede realizar libremente con instrumentos simples.
En general, se puede decir que en esta época el valle se hallaba ocupado por una
serie de asentamientos similares en características que produjeron su materialidad
social autónomamente o con poca intervención externa al valle. Asimismo, estaban
orientados hacia actividades basadas en la producción básica, de mantenimiento y de
artefactos. Si bien, aún no existe ningún indicio de división socioeconómica o socio-
política, es posible plantear que existió algún tipo de división de tareas que hicieron
posible la reproducción de la vida comunitaria, como la cerámica, la agricultura, la
ganadería y el caravaneo16. Esta última actividad explicaría la distribución de mate-
rias primas, instrumentos, y productos en el valle y más allá de este.
Asimismo, las huancas como indicador de espacios abiertos de reunión o inclusión
social, en sí mismas no supusieron una actividad especializada y, en todo caso, esos

15 “El objeto clave o primordial es aquel que alienta sentido en los demás objetos. Constituye un fósil-
director de orquesta cuyas indicaciones se encuentran fuera del tipo, género o música de los objetos
que respetan su dictado. Se trata de objetos que exigen a los otros cambios de propiedad o cualidad,
objetos que ostentan cierto poder determinante en las relaciones en las que están inmersos. Consti-
tuyen la atmosfera que atrae a los demás objetos, la que decide su comportamiento, y hasta opera en
ellos comportamientos insospechados. Desde el momento en que cualquier objeto responde al dictado
de un objeto clave se carga de su sentido y conforma a la luz de aquel un eslabón sólido e inevitable
que condiciona su relación con los otros. (…) Los objetos clave denotan tan directamente una activi-
dad, que sin su presencia esta no sería posible. En algunos casos, pueden compartir responsabilidad
con otros instrumentos, pero estos frente a ellos siempre adquieren un aire circunstancial. El objeto
clave especializa el lugar que ocupa cuando desaloja a los otros fuera de su lugar y radio de acción.
Sin embargo, en un contexto de reunión de actividades, los objetos clave, obligados a convivir, in-
dican que las actividades que componen son compatibles o están secuenciadas. Por eso, en ciertos
casos, el espacio que los contiene aparenta ser el objeto primordial.” (Lull 2007: 226).
16 Para ver la relación entre agricultura y pastoreo (“agro-pastoreo”) como una forma de pro-
ducción importante en las sociedades sedentarias en los Andes prehispánicos, se puede ver
Lane 2006.
178 / Qaluyu y Pukara

espacios no fueron monumentales. Lo que se plantea aquí es que dichos espacios serían
lugares de reunión donde se organizaría (objetiva y subjetivamente) la vida de la comu-
nidad y que realmente fueron espacios comunes en tanto producción como uso.
La sociedad de esta manera parece haber logrado una autosuficiencia y generado
durante mucho tiempo una vida social en las que su satisfacción se hallaba colmada
por sus actividades cotidianas y rutinarias.

Figura 13.

Figura 14.
179 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

DE LOS 400 a.C. A LOS 350 d.C. EN EL VALLE DEL QUILCAMAYO-TINTIRI


Los asentamientos Pukara, concretamente Cancha Cancha-Asiruni (QT-20), Callaca-
yani (QT-11), Pancañe (QT-06) y Chaupisawakasi (QT-36) tienen una base material
y/o coexistieron con objetos del estilo Qaluyu. Han crecido adosados o sobre espacios
monticulares con ocupación doméstica que poseyeron objetos de estilo Qaluyu y a la
que se le han añadido mayores volúmenes y espacios abiertos de grandes dimensio-
nes. Aprovechan los mismos espacios que controlan un gran rango de visibilidad y
están algunos kilómetros espaciados entre sí. Sin embargo, no es posible concluir ta-
jantemente qué espacios o sectores pertenecen a qué período, ya que aun no se cuen-
ta con excavaciones que, por medio de estratigrafía, nos de más luces al respecto.
Algo también novedoso en esta situación en los sitios de este valle, es la presencia
de objetos que antes no se producían o no entraban en los asentamientos humanos.
En primer lugar, estos aparecen en los mismos lugares donde la vida social había
transcurrido sin mayores cambios observables en el registro arqueológico, por lo me-
nos, desde la sedentarización permanente de los habitantes del valle (unos mil años
antes). Dichos objetos aparecen como parte de la construcción de arquitectura que se
halla más allá de las necesidades básicas domésticas, es decir, espacios abiertos para
la concentración de sujetos y objetos17.
Así pues, en los asentamientos en este valle comienzan a construirse espacios con
arquitectura monumental18 mayor que en el período previo, asociados a las áreas, que
antes eran principalmente domésticas. Esto conllevará al crecimiento horizontal y
vertical de los asentamientos, confiriéndoles un aspecto monticular y masivo, mayor

17 En ese sentido, se podría estar hablando de producciones que involucran la utilización de


la fuerza de trabajo más allá de las necesidades básicas de la sociedad y, concretamente,
del uso de esta fuerza por un grupo de personas. Como el mismo Bruce Trigger (1990: 125)
plantea en su clásico artículo acerca de la arquitectura monumental temprana, con énfasis
en este como parte de la concreción del paso a sociedades clasistas:
“El consumo conspicuo es, así, una violación flagrante del principio del mínimo esfuerzo. El con-
cepto básico que subyace en tal comportamiento es el que sigue: sí la economía del esfuerzo es el
principio básico que gobierna la producción y la distribución de esos bienes que son necesarios
para el sustento de la vida humana, la capacidad para gastar energía, especialmente en la forma
de la fuerza de trabajo de otra gente, en formas no utilitarias es el símbolo de poder más básico
y universalmente entendido. La arquitectura monumental y los bienes de lujo personal llegan
a ser símbolos de poder porque son vistos como encarnación de grandes cantidades de energía
humana y, por tanto, simbolizan la capacidad de aquellos para quienes estos fueron hechos para
controlar dicha energía en un grado inusual. Además, al participar en la construcción de monu-
mentos que glorifican el poder de las clases superiores, a los trabajadores se les hace reconocer su
status subordinado y su propio sentido de inferioridad es reforzado.”
18 Es significativo que investigadore/as con diferentes aproximaciones teóricas como Moore
(1996), Hastorf (2003) y Stanish y Haley (2004: 64) coincidan en que existe un proceso de
exclusión social manifestado en la modificación de los espacios arquitectónicos que pasan
de ser públicos (“abiertos”) a ser cada vez más restringidos y exclusionistas (“cerrados”),
algo observado con más detalle por Elizabeth Klarich (2005) para el área central del sitio de
Pukara.
180 / Qaluyu y Pukara

que en momentos previos y; consecuentemente, los asentamientos escinden sus ac-


tividades entre cotidianas y extracotidianas. Asimismo, asociada a esta arquitectura
aparecen objetos con formas estandarizadas como las estelas escalonadas de arenisca
y la cerámica, conocida en la literatura arqueológica como Pukara Polícromo. Si bien,
la estela lítica tendría un precedente en la huanca, aquella crece en volumen, diseño
y, sobre todo, en sus implicaciones relacionales con espacios sociales públicos donde
estaría inserta o asociada. De suerte que se habría dado una mutación19 del sentido
original de dicho objeto: donde antes señalaba espacios comunes, ahora señala es-
pacios exclusivos. En ese sentido, la estela escalonada es el objeto clave en los sitios
Pukara del Quilcamayo-Tintiri como se puede observar en el sitio Cancha Cancha-
Asiruni, donde es de lejos el objeto lítico más importante del asentamiento y el más
representativo del valle en la actualidad.
Otro de los nuevos objetos significativos que llegan a los asentamientos son los
realizados con obsidiana, que ahora aparece en mayor volumen en los asentamientos
y, sobre todo, dentro de las tipologías líticas desarrolladas para la zona de la cuenca
norte del Titicaca (Aldenderfer y Klink 2005; Burger et al. 2000; Cipolla 2005). Estos
artefactos líticos presentan también morfologías estandarizadas y que estarían aso-
ciadas con un práctica de caza menos extensiva (las puntas se reducen), que en el
momento anterior, o con prácticas creadas en ese momento. Como vimos, la produc-
ción lítica de artefactos de obsidiana también incluye cuchillos de gran tamaño y que,
posiblemente, son los que se representan en la cerámica o lito-escultura asociados
con la decapitación humana.
De este modo, se puede plantear a la luz de estos indicadores concretos que la
forma de producción de los asentamientos en este valle, supone que la arquitectu-
ra monumental emergió de las fuerzas productivas existentes y disponibles en los
mismos asentamientos del valle. Es decir, los ocupantes de las aldeas pre-existentes
son los protagonistas del incremento y producción de espacios públicos, obviamen-
te, como producto y consecuencia de nuevas prácticas sociales y que son deman-
dadas por nuevas prácticas socioeconómicas y sociopolíticas extra-domésticas. Son
los mismos ocupantes de los asentamientos previos, los que se encargan de la con-
centración de arquitectura cercana a sus espacios domésticos, aunque dirigidos por
un grupo de la sociedad que se beneficia de las actividades realizadas en dichos
nuevos espacios.
En el mismo sentido, es interesante reconocer que la cerámica del estilo Pukara Po-
lícromo, que nos sirve como límite para definir el inicio y el final de una nueva produc-
ción de artefactos dominantes, aparece junta con la Qaluyu en los mismos asentamien-
tos. Este fenómeno ya se ha observado en otras áreas de la cuenca norte del Titicaca,
incluso mediante excavaciones. Así pues, por el momento, se puede plantear que la
cerámica del estilo Qaluyu no cesa de producirse y; aunque aparece una nueva cerámica
como la Pukara Polícroma, esta es bastante exigua en los asentamientos que incorpo-

19 “Una mutación acontece en el objeto cuando pierde totalmente su significado original y se abre
a otro alejado de las formas y usos adecuados a sus cualidades. La mutación produce novedades
formales y objetivas, y grandes cambios en los objetivos de la producción social” (Lull 2007:
204).
181 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

ran otros elementos relacionados con esta nueva forma de producción. La producción
de esta, es una cuestión que nos habla de su valor de producción en tanto materias de
difícil obtención (no producidas localmente), de una mayor elaboración tecnológica y
que adicionalmente se consume en espacios públicos en prácticas no cotidianas. Por el
momento, nos parece posible plantear que el estilo cerámico Qaluyu coexistió con el
estilo cerámico Pukara Polícromo.
De este modo, la fuerza de trabajo que se utilizaba en la producción básica sigue
ocupándose de tareas previas, pero una parte de ella se reorienta a la producción de
espacios y objetos que no son consumidos ni utilizados por sus propios productores y
que son, en tanto, medio y fin para la reproducción de prácticas sociales relacionadas
con una nueva política o “religión”20. Dichas prácticas sociopolíticas estarían dirigidas
por sujetos que disponen de tiempo y medios suficientes para elaborar un discurso
que reproduzca dichas prácticas, la mayoría de ellas basadas en objetos estandarizados
que describen prácticas violentas como el sacrificio humano. Los objetos que materia-
lizarían, y son consecuencias de dichas prácticas, son la arquitectura monumental, la
lito-escultura, la cerámica Pukara Policroma (sea producida o no, localmente) y la pro-
ducción de artefactos en soportes no existentes en la misma región (obsidiana, basalto
olivino). En ese sentido, dicha orientación de la producción social se puede observar en
que el valle del Quilcamayo-Tintiri en tanto corredor natural, en este momento, está
claramente articulado con el valle de Pucará y con otras áreas poco investigadas como
la puna y la ceja de selva. Esto se patenta en los asentamientos del Quilcamayo-Tintiri
que ofrecen concentraciones de espacios abiertos y espaciados entre sí que concentran
el movimiento de objetos semejantes a los hallados en el sitio de Pukara.
Así pues, sería interesante reconocer que si bien, en este momento, la población
local tuvo una historia bastante relacionada con los pobladores del valle de Pucará
desde la co-participación en el estilo cerámico Qaluyu; será con la aparición de arte-
factos estandarizados (que incluyen un discurso religioso-coercitivo, un ritual polí-
tico y también estandarizado) cuando ambas áreas se hallen inscritas dentro de un
movimiento sociopolítico que no pertenece a una sola localidad y que supone la exis-
tencia de un grupo de personas que hacen uso de este, para reproducirse socioeconó-
mica y sociopolíticamente.
Se podría proponer que habría existido una invasión o migración de sujetos o in-
fluencia de las ideas desde Pukara hacia el valle de Quilcamayo-Tintiri. Sin embar-

20 La mayoría de los investigadores/as (Chávez 1992, Stanish 2003, Hastorf 2003 y para una
crítica de este planteamiento en los Andes centrales ver Siveroni 2006) asumen tácitamente
que los sitios que reúnen plazas hundidas, cámaras funerarias, estelas y cerámica altamente
decorada son solamente “templos” o “espacios rituales”. Sin desmerecer esta apreciación cree-
mos que también son, ante todo, espacios donde se dirimen ubicaciones sociales mediante el
ejercicio de prácticas políticas. En este caso, también habría tenido una mutación, como en el
caso de las estelas, de la plaza hundida primigenia (incluyendo o no enterramientos en su in-
terior –siguiendo a Hastorf (2003)– los “ancestros”) que aun teniendo características formales
básicas similares fueron espacios apropiados y gestionados por un grupo de individuos con
el objetivo de re-crear relaciones asimétricas objetiva y subjetivamente.
182 / Qaluyu y Pukara

go, también es factible establecer objetivamente que las bases sociales de este valle
posibilitaron este proceso sociopolítico en su seno, en tanto la especialización de la
producción de artefactos ya suponía la existencia de un grupo de personas que se ha-
llaba distanciado de la producción de subsistencia. De hecho, un precedente como la
existencia de rutas de caravanas entre el altiplano y las zonas altas a través del valle
del Quilcamayo-Tintiri supondría la participación indirecta de las gentes de este valle
dentro de la circulación de artefactos con un valor de cambio generado en las áreas de
producción principal de lo Pukara.
Así pues, los potenciales grupos sociales locales serían los encargados de estable-
cer directamente su relación con un proceso regional (principalmente, con el valle
de Pucará) que les supuso un espacio de distribución gestionado por ellos mismos
dentro de su espacio de vida, una ideología que justificaba y reproducía prácticas
sociales políticas (religiosas) en espacios que antes eran comunales, pero ahora se
hacen privados y excluyentes.
Sin embargo, la alta concentración y normalización de artefactos de estilo Pukara
en el sitio de Cancha Cancha-Asiruni y, posiblemente, Callacayani, Pancañe y Chau-
pisawakasi también podría plantearse como una ocupación directa de individuos
(artesanos y dirigentes colonizadores) desde el mismo sitio de Pukara, el sitio más
cercano21 y de lejos el más grande de toda la cuenca norte del Titicaca durante este
tiempo.
En cualquiera de los dos escenarios planteados anteriormente, estructuras ar-
quitectónicas y artefactos que antes no existían en el valle aparecen porque existen
prácticas sociales que las requieren (producen, utilizan y/o consumen). Al ser estas
prácticas realizadas en una secuencia y reiteración formalizada se hacen necesarios
mantenerlos o crear nuevos espacios arquitectónicos y artefactos consumibles para
ejecutar los “rituales”. Así, el ciclo de producción, distribución y consumo se concen-
tra en dichos espacios y crea una necesidad que se satisface con productos originados
ya no en las comunidades (aunque las suelen acompañar) sino en lugares específicos
producidos y sancionados mediante la política.
Asimismo, cualquiera que haya sido la forma que se originaron los sitios Puka-
ra más importantes de esta época (Pancañe, Callacayani, Cancha Cancha-Asiruni y
Chaupisawakasi), la mayoría de ellos se hallan en la misma margen sur del río (Fi-
gura 8) y podrían haber crecido en extensión y volumen a consecuencia del despla-
zamiento (rutas) y uso continuo de dichos espacios para las prácticas socioeconó-
micas y sociopolíticas relacionadas con los objetos Pukara en una suerte de “centros
administrativos”22. En este sentido, es significativo que tanto Cancha Cancha-Asiruni,

21 Ubicado a una distancia de 43 km si se sigue las rutas naturales y aun utilizadas por los
habitantes de la zona.
22 Aquí utilizamos el concepto y categoría “centro administrativo”, pues, es la fórmula más
ampliamente conocida en la literatura arqueológica andina para describir la existencia de
un sitio con características formales, económicas y políticas inserto en una red de asenta-
mientos relacionados físicamente (incluso mediante caminos) con un gran centro econó-
mico y político del cual dependen directamente, como se plantea para el caso Inca.
183 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

Pancañe, Callacayani y Chaupisawakasi, sitios que contienen litoescultura y cerámica


de estilo Pukara, que se distinguen por su volumen y extensión, también se hallen
en la conjunción de quebradas laterales con el río Quilcamayo-Tintiri que, además
de poseer una fuente adicional de agua también son caminos naturales que conectan
otras localidades del área, incluso, intervalles.
Adicionalmente, en una vista satelital de la zona (Figura 1) se puede observar que
en el área de Cancha Cancha-Asiruni, como la que controla el sitio de Chaupisawakasi,
existen importantes concentraciones de qochas. Sí estas fueron pre-existentes a la
aparición de lo Pukara en el valle habrían sido controladas desde estos sitios. Si fue-
ron construidas a partir de la aparición de lo Pukara estas habrían sido gestionadas,
mantenidas y, sobre todo ampliadas durante este momento para generar un exceden-
te consumido por las elites del valle o fuera de este23.

Abandono de los espacios Pukara y desaparición de los artefactos de este estilo


¿Qué sucedió?
Según los fechados radiocarbónicos disponibles, alrededor del 350 d.C., los asentamien-
tos asociados con el estilo Pukara en la cuenca norte del Titicaca son abandonados y los
artefactos de ese estilo dejan de producirse y consumirse. En el valle de Quilcamayo-
Tintiri, se observa algo similar también, los sitios monumentales ya no cobijarán en su

23 En arqueología, uno de los elementos clave para hablar de la reproducción de las socie-
dades y del paso de un tipo de sociedad a otro ha sido la producción agrícola. Desde los
modelos de Karl Wittfogel y Julian Steward, las obras hidráulicas han tenido un papel sig-
nificativo en la definición, homologación y causa principal de lo que serían las “grandes
civilizaciones” o las sociedades estatales. Así ha pasado, por ejemplo, con Tiwanaku donde
principalmente Alan Kolata ha defendido ese modelo (para una última versión ver Janusek
y Kolata 2004 y para una reciente critica ver Bandy 2005). Sin embargo, hay que resaltar
que en el registro arqueológico, en primer lugar, las estrategias agrícolas y su incremento
no necesariamente (aunque aparentemente) significan alta productividad y, sobre todo,
distribución asimétrica [también ver crítica de Erickson (1996, 2006)]. De hecho, la princi-
pal tecnología hidráulica del altiplano, que son los campos elevados, ya había sido fechada
por Erickson (1988: 12) tan temprano como en 1000 a.C., es decir, asociados a lo conocido
como Qaluyu, una sociedad sin características estatales. Así pues, faltaban por lo menos
otros 600 años para que esta tecnología fuese aprovechada en la zona de forma particular
por un segmento de la sociedad. Así pues, el incremento de asentamientos y sistemas agrí-
colas en sociedades sin clases sociales en una región es una decisión social que tiene como
base la autosuficiencia productiva y la distribución simétrica. Existen medios que procu-
ran que no se dé la explotación y, evidentemente, sin excedentes no hay nada que enaje-
nar. El incremento de asentamientos y de sistemas agrícolas en sociedades de clases está
regido por las decisiones políticas del grupo dominante y está basado en la explotación
(producción de excedente). Así pues, siguiendo estas formas de incremento de la produc-
ción, el aumento de la cantidad y calidad de los campos elevados y qochas, estaría basado,
sobre todo, en la re-organización social de la producción que tuvo como objetivo principal
el cambio del flujo de la producción en forma excedentaria hacia espacios privados como
los nuevos asentamientos de Pukara y Tiwanaku.
184 / Qaluyu y Pukara

seno otra forma de hacer objetos ni se halla algo diferente a lo precedente que se les
superponga. Definitivamente, algo tuvo que complicarse en las relaciones sociales y
no es difícil apreciar que las prácticas sociales instituidas en el sitio de Pukara ya no se
siguieron realizando en los sitios asociados directa o indirectamente con este.
El abandono de estos sitios y el uso/consumo de artefactos de este estilo nos su-
gieren que esas relaciones no fueron satisfactorias sin un elemento que las justificase
y, obviamente, no fueron indispensables para la vida social de las poblaciones locales
como para seguir manteniéndolas. Es interesante anotar que en la historia de este
valle y en la mayoría de la cuenca norte del Titicaca nunca se volvió a producir y
utilizar artefactos que describiesen personajes y/o escenas complejas de forma es-
tandarizada.
Sin embargo, en nuestra investigación no existieron, aparentemente, otros si-
tios y otra forma de hacer cerámica. Se podría plantear que los sectores y sitios
domésticos siguieron siendo habitados por sus pobladores con cerámicas no dis-
tinguibles entre los objetos conocidos en la cuenca norte del Titicaca o que fueron
similares a lo conocido como Qaluyu que bien pudo haber sido la vajilla que siem-
pre fue el objeto común durante la existencia de lo Pukara: ¿Será por esto que no
somos capaces de distinguirlos en el tiempo? Futuras excavaciones arqueológicas
y sus correspondientes configuraciones estratigráficas nos darán respuestas a esta
interrogante.
Sea como fuere, los sitios asociados con artefactos de estilo Pukara u otros con-
temporáneos no ofrecen evidencias de otra ocupación diferente a la establecida por
los materiales conocidos por el momento hasta tiempos prehispánicos muy tardíos
(alrededor de 1000 d.C.), es decir, con la ocupación de su superficie por estructuras
funerarias de estilo Collao. Asimismo, los sitios Collao que hemos observado en el
Quilcamayo-Tintiri se caracterizan por ser asentamientos de altura (como el que ocu-
pa el cerro Yacchata) que supone una producción primaria basada en el pastoreo de
camélidos y agricultura de terrazas. Sin embargo, también hay que tomar en cuenta,
que según los estudios de Arkush (2005 y en este volumen), estos asentamientos for-
tificados serían una respuesta a la invasión Inca del altiplano. También hemos encon-
trado sitios cercanos al río (QT-07, QT-08, QT-09 y QT-10, por ejemplo) que aunque
fueron pequeños y no evidenciaban en superficie estructuras habitacionales, si con-
tenían artefactos domésticos, lo que completa el panorama de las ocupaciones Collao
del valle. En todo caso, sí existe una gran diferencia entre este grupo social y los an-
teriores, esta se debería explicar en la búsqueda de la satisfacción y reproducción de
su vida social en espacios del valle que les brindasen condiciones materiales básicas
para ello. Así pues, la diferencia entre estos grupos y los anteriores en tanto ubicación
de sus asentamientos podría también deberse a la disminución de fuentes de agua en
la zonas del fondo del valle como se venía realizando desde la primeras sociedades
sedentarias, un cambio que se dió en el tiempo y que habría modificado su forma de
producción (de la agricultura intensiva al pastoreo extensivo) y la consecuente forma
de organizarse económica y políticamente y que nos los presentan tan diferentes a
lo previo.
185 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

COMENTARIOS FINALES
En la primera parte de este capítulo, iniciamos una forma de ver los objetos arqueo-
lógicos de la cuenca norte del Titicaca en la que ellos tienen el protagonismo en su
propia historia. Para ello, se ha acumulado la mayoría de la información existente y
disponible sobre los asentamientos y objetos en un espacio y tiempo concreto para
organizarlos según sus condiciones materiales. Con el objetivo de desarrollar nuestra
investigación, el espacio que se ha seleccionado ha sido el de los asentamientos y
objetos que se hallan dentro de la cuenca norte del Titicaca. Con relación a la esca-
la temporal hemos seleccionado a los objetos que se relacionen con lo denominado
por los investigadore/as como Formativo Medio (1400 a.C.-400 a.C.) y Formativo Superior
(400 a.C.-350 d.C.) y que se corresponderían relativamente con dos grandes conjuntos
de objetos relacionados con los estilos (definido en este trabajo como forma de hacer)
conocidos como Qaluyu y Pukara. En ese sentido, los mismos datos contextuales han
planteado que son dos estilos que han convivido en algunos momentos. Con ese ob-
jetivo, hemos asumido que dichos asentamientos y objetos llegaron a nosotros/as en
diferentes condiciones materiales y, por ello mismo, hemos atendido a los diferentes
fenómenos naturales o sociales que les afectan y condicionan su investigación en
el presente. Al realizar dicha organización de la materialidad social arriba descrita
hemos podido re-unirlos en su lugar de producción y/o uso lo que nos ha mostrado
que solamente en dicha reunión pueden plantearnos una panorámica de los restos de
la vida social desarrollada en los asentamientos y en su espacio circundante. De esta
forma, hemos podido reconocer ciertas regularidades y ocurrencias materiales que
nos permitieron desarrollar planteamientos ante una nueva zona de investigación no
alejada de dichos fenómenos sociales pasados.
Gracias al análisis de la materialidad social recuperada en nuestra investigación en
el valle del Quilcamayo-Tintiri, ha sido posible realizar una representación arqueoló-
gica de la trayectoria histórica temprana de una sociedad sedentaria relacionada con
objetos del estilo Qaluyu que se hallaba en condiciones de satisfacer sus necesidades
de manera autónoma y se mantuvo de esta forma por lo menos durante unos 1000
años. De esta manera pudimos reconocer que lo denominado como el estilo Qaluyu
(1400 a.C.-400 d.C.) se presentó en este valle como un conjunto de materiales que, en
su cantidad, calidad y ubicación, no plantearon su acumulación por un grupo de la
sociedad y, más bien, su homogeneidad y no exclusividad sugirieron que se produje-
ron, circularon y fueron consumidos de manera abierta y colectiva, incluso, después
de la muerte de sus usuarios. De hecho, los asentamientos y los objetos arqueológicos
pueden ser producidos sin ningún problema técnico por cualquier grupo de personas
organizadas y sin mantener una uniformización patente en los mismos objetos más
allá de algunas semejanzas generales. Incluso, cuando se reconoció la existencia de
objetos singulares como la huanca, esta no guardó características formales estandari-
zadas y se relacionó con espacios no monumentales y abiertos que se explican como
espacios de reunión social. Dicha situación se prolongó por un tiempo extenso lo que
se hizo patente en su producción material (asentamientos y objetos), lo que plantea
que la sociedad alcanzó y mantuvo la satisfacción de sus necesidades vitales sin com-
plicar sus relaciones sociales.
186 / Qaluyu y Pukara

Hacia los 400 a.C., fecha que se relaciona con el inicio del estilo Pukara, hacen su
aparición nuevas formas de edificios y artefactos que no se relacionan con prácticas
sociales comunes. Dichos objetos arqueológicos se expresaron como productos exclu-
sivos y existentes en lugares que compartían una misma exclusividad y una atención
desmedida con relación a su propia concreción. De esta manera, se puede plantear
que los objetos del estilo Pukara formaron parte de prácticas sociales de ciertos asen-
tamientos y/o sectores de los mismos, que se desvinculaban de las prácticas sociales
parentales y/o comunes, y que tenían una faceta económica y política que no residía
en su materia prima sino en la forma de su producción y en su consumo exclusivo.
Todo ello, a pesar que, dichos edificios y estelas, solo podrían haber sido producidos
por sujetos que habitaban en el mismo sector del valle. Asimismo, en los objetos son
patentes las representaciones relacionadas con prácticas coercitivas que solo se ve-
rían en esta época en el valle y que fueron introducidos como objetos y luego posibi-
litar prácticas sociales en el valle.
En anteriores trabajos (Tantaleán 2008, 2009) planteábamos que la sociedad Puka-
ra tendría características estatales. Sin necesidad de recurrir a esta categorización
sociopolítica lo que nos podría conducir a una discusión ontológica, lo que sí queda
claro, a partir de lo observado en el valle del Quilcamayo-Tintiri, es que existieron,
por lo menos, dos grupos dentro de la misma sociedad, uno de los cuales acumuló
y consumió un mayor volumen y variedad de objetos. Esta situación parece que se
prolongó durante unos siglos.
En un momento dado de la historia del valle se dejan de producir y consumir obje-
tos Pukara y, consecuentemente, se dejan de realizar prácticas sociales relacionadas
con estos. Esto sucedió alrededor de los 350 d.C., si seguimos los fechados obteni-
dos en Pukara y otros sitios contemporáneos. Si bien los sitios señalados por objetos
Pukara son abandonados, se mantendría la producción de objetos de estilo Qaluyu y
los asentamientos relacionados con dichos objetos mantendrían su población.
A partir de los 1000 d.C. aparecen nuevos tipos de sitios y objetos relacionados con
los denominados “Señoríos altiplánicos”, en este caso, con el denominado como Collao.
Sus estructuras reocuparán algunos sitios Qaluyu y Pukara pero solamente para utili-
zarlos como lugares de enterramiento. En ese momento, las grandes concentraciones
de estructuras habitacionales y terrazas agrícolas se realizarán en las partes altas
de los cerros y las áreas cercanas a los ríos serán utilizadas temporalmente lo que se
evidencia en los sitios hallados en nuestra prospección.
Como hemos visto en este capítulo, nuestra forma previa de organizar la mate-
rialidad social Qaluyu y Pukara nos ha servido para el mismo propósito en nuestra
investigación del valle del Quilcamayo-Tintiri. Sin embargo, en nuestra investigación
hemos dejado que los propios asentamientos y objetos nos guíen para realizar una
representación de las sociedades que los produjeron. Aunque existen muchas seme-
janzas con otras áreas de la cuenca norte del Titicaca todavía es necesaria mayor
investigación para definir temporal y espacialmente la dinámica de las sociedades en
este valle.
187 / Henry Tantaleán, Michiel Zegarra, A lex Gonzales y Carlos Zapata

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6
Producción, papas y proyectiles:
evaluando los factores principales
en el desarrollo de Pukara*
E l i z a b e th A. K l a r i ch i

Introducción
Aproximadamente un milenio antes de la formación y expansión del Imperio Inca en-
tre los siglos XIV y XVI, tres estados arcaicos se desarrollaron en los Andes Centrales–
Moche en la costa norte del Perú, Wari en la sierra central peruana, y Tiwanaku en la
Cuenca Sureste del Lago Titicaca en Bolivia (Stanish 2001). Los restos monumentales
de Tiwanaku, que cubren aproximadamente entre 4 y 6 km², han recibido una aten-
ción considerable de cronistas tempranos, exploradores del siglo XIX, y generaciones
de arqueólogos que han debatido su rol tanto como centro y como estado expansivo
durante el Horizonte Medio (600-1000 d.C.).
Sin embargo, importantes movimientos y reorganizaciones poblacionales han
sido documentados en la cuenca del Lago Titicaca durante los precedentes períodos
Formativo Medio (1300-500 a.C.) y Formativo Tardío (500 a.C.-400 d.C.) (Figura 1).
Durante el Formativo Medio, sociedades con liderazgo simple construyeron centros
con arquitectura corporativa, tanto en la cuenca norte (Plourde y Stanish 2006; Sta-
nish 2003: 160) como en la Cuenca Sur (Bandy 2006). Aproximadamente hacia el 200
a.C. se formaron las primeras entidades políticas complejas y multicomunitarias en
la región (Bandy 20011), siendo Pukara y Tiwanaku los centros regionales de primer
rango en el Formativo Tardío en la parte noroeste y sureste de la cuenca del Titicaca
respectivamente (Stanish 2003) (Figura 2).

* Traducido del inglés al castellano por David Oshige Adams


i Assistant Professor of Anthropology, Smith College, Department of Anthropology, Wright
Hall Northampton, Massachusetts, 01063, EEUU. [email protected]
1 De acuerdo con Bandy (2008: 228), “El término ‘entidad política multicomunitaria’ enfatiza un
hecho de gran importancia: que un sistema político ha emergido incluyendo más de una sola aldea
sin invocar paralelos etnográficos falsamente exactos” (Traducción nuestra).
196 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

Cuenca Sur del Cuenca Norte del


Andes Central Lago Titicaca Titicaca
(Rowe 1960)
aC/dC (Janusek 2004) (Stanish 2003)
Horizonte Tardío Inca-Pacajes Inca Expansivo

1500

1400 Altiplano
Período Intermedio Pacajes Temprano (1100-1450 dC)
1200 Tardío
Tiwanaku V Tardío
1000
Tiwanaku V Temprano
Horizonte Medio Tiwanaku Expansivo
800 (400-1100 dC)
Tiwanaku IV Tardío
600 Tiwanaku IV Temprano
400 Formativo II Tardío
Tiwanaku III
200 Período Intermedio Tiwanaku II/ FT 1B
Temprano
Formativo I Tardío Formativo Tardío
0 (Upper)
Tiwanaku I/ FT 1A (500 aC- 400 dC)
200
Horizonte Temprano Chiripa 2 Tardío
400
Formativo Medio
600 Chiripa 1 Tardío
800 Chiripa Medio Formativo Medio
Período Inicial (1300-500 aC)
1000
Formativo Temprano
Chiripa Temprano
1500
Formativo Temprano
(ca. 2000-1300 aC)

2000
Figura 1. Tabla cronológica de la cuenca del Lago Titicaca.

En su máximo desarrollo, Pukara2 incluyó un distrito central con construcciones


monumentales de piedra y una extensa periferia con evidencia de viviendas y de activi-
dades productivas (Klarich 2005a). Contrariamente a Tiwanaku, Pukara fue abandona-
do al final del período Formativo Tardío y no fue reocupado de manera significativa por
algunos siglos, lo que provee una “imagen detenida” de un centro del Formativo Tardío
en la cuenca del Titicaca. Durante su auge el sitio alcanzó un crecimento no visto en el
Formativo Medio e inigualado en la cuenca norte luego de su colapso.
En la cuenca del Lago Titicaca los cambios poblacionales, prehistóricos y moder-
nos, han sido atribuidos a transformaciones ecológicas (vg. variaciones en el nivel del
lago), desbalances de recursos aprovechados por los humanos (vg. colapso de sistemas

2 Tanto el sitio como la cultura arqueológica reciben el nombre Pukara, que significa forta-
leza en quechua y aymara, mientras que el pueblo moderno es conocido como Pucará.
197 / Elizabeth A. K larich

Figura 2. Mapa de la cuenca del Lago Titicaca.

agrícolas intensivos), factores políticos (vg. estrategias imperiales Inca), y varias combi-
naciones de estos. Para el Formativo Tardío, existen modelos que proponen implícita y
explícitamente diferentes factores “de tira y afloja” que son responsables del desarrollo
y crecimiento de Pukara como el primer gran centro poblacional en la cuenca norte.
Por ejemplo, ¿Las oportunidades económicas atrajeron población al centro?, ¿Fue-
ron los grupos sacados de las áreas rurales debido a la expansión de los sistemas agríco-
las intensivos?, ¿Cómo influyeron las nuevas formas de ceremonias públicas y el acceso
a bienes esotéricos –temporal o permanentemente– el movimiento hacia el centro? Fi-
nalmente, ¿Influyeron las presiones políticas de grupos vecinos en la reubicación hacía
lugares más centralizados en busca de seguridad?
Si bien, cada modelo enfatiza diferentes factores económicos, sociales y políticos
para explicar el movimiento de poblaciones hacia Pukara durante el Formativo Tar-
dío, todos comparten la tendencia de aproximaciones “de arriba hacia abajo”. En las
propuestas existentes –que serán evaluadas brevemente más adelante– el cambio es
dirigido por elites que fungen de gerentes económicos, jefes teocráticos o líderes po-
líticos. A pesar que estas propuestas tienen reflexiones valiosas, la presente discusión
considera además una perspectiva “de abajo hacia arriba” al documentar cambios en
las estrategias de liderazgo de varias escalas durante el período Formativo en Pukara.
Son los cambios en estas estrategias los que nos proveen aproximaciones al desarrollo
inicial, expansión, y despoblamiento del sitio tanto por las elites como por la gente co-
mún, señalando el fin del Formativo Tardío en la cuenca norte.
198 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

DEFINIENDO PUKARA DURANTE EL FORMATIVO TARDÍO


Cuando Alfred Kidder II llegó en la década del 30 del siglo pasado, las terrazas monu-
mentales de piedra y los patios hundidos del Complejo Qalasaya habían sido tapados y
erosionados significativamente, llevándolo a describir Pukara como “no muy notable
a primera vista”:
“Si bien la planicie debajo de los cerros es ondulada, con poco relieve, no hay estructuras sobresa-
lientes que satisfagan a los ojos. Un examen mayor muestra que muchos de los montículos bajos,
cubiertos con pasto y ocasionalmente algunas piedras, son artificiales. El rasgo más evidente es una
serie de terrazas, construidas con muros de contención de piedra rudimentarios, justo al sureste [sic,
suroeste] del pueblo moderno y casi debajo del farallón de la gran piedra. Arriba de estas terrazas
están los restos de tres grandes estructuras, casi completamente enterradas, y dos más en las terra-
zas de más abajo. En el pueblo moderno, del cual una parte considerable está abandonado, grandes
bloques enlucidos muestran la presencia de estructuras dañadas” (Kidder 1942: 342. Traducción
nuestra).

Sin embargo las excavaciones de gran escala de Kidder en 1939, seguidas por un
proyecto de varios años hecho por el Plan Copesco (apoyado por la UNESCO en Perú)
durante la década del 70 (Wheeler y Mujica 1981), expusieron y subsecuentemente
restauraron partes significativas de la arquitectura impresionante de piedra que es
visible actualmente (Figura 3). El complejo de Qalasaya está ubicado en el distrito
central ceremonial de Pukara, un área que incluye algunos montículos artificiales,
plazas, y otras estructuras semi-enterradas (Figura 4). La periferia del sitio cerca del
río Pucará es extensa e incluye áreas de residencia, producción y desecho, las cuales
se discutirán líneas abajo. El período Pukara Clásico (200 a.C.-200 d.C.) se define por la
presencia de vasijas finas incisas y polícromas junto con monolitos tallados, los cuales
probablemente fueron dispuestos dentro de los patios hundidos y otras formas de
arquitectura pública en el distrito central.
En el valle del río Pucará, la transición del patrón de asentamiento del Formati-
vo Medio al Formativo Tardío fue abrupta, tal como lo documentó Amanda Cohen
en la prospección que realizó entre 1998 y 1999. Ella menciona que “[...] casi toda la
población del valle fue reubicada en los alrededores de Pukara” (Cohen 2001. Traducción
nuestra). Sin embargo, las causas de este importante cambio de población desde los
centros pequeños y dispersos hacia el sitio de Pukara, siguen sin esclarecerse. Los
datos de prospecciones y excavaciones en Pukara y las áreas vecinas, son usados en
conjunto para definir y evaluar los factores económicos, sociales y políticos que han
sido postulados en diferentes marcos explicativos para el período Formativo Tardío
en la cuenca norte del lago Titicaca.

Pukara como un Centro Urbano


En las primeras descripciones exhaustivas, Pukara se caracterizó como un centro ur-
bano de gran escala donde los cambios más importantes en la organización económi-
ca eran dirigidos por elites ambiciosas (Kolata 1993; Lanning 1967; Lumbreras 1981;
Mujica 1978, 1979, 1985, 1988; Rowe 1963). En este marco, desarrollado sobre todo
por Elías Mujica, los estimados para el tamaño del sitio de Pukara son relativamente
199 / Elizabeth A. K larich

Figura 3. Vista de los patios hundidos y terrazas del complejo de la Qalasaya con el Peñón detrás.

Figura 4. Vista de Pukara indicando los límites del distrito ceremonial central y el sitio (Foto aérea,
cortesía del Servicio Aerofotográfico Nacional, Perú).
200 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

grandes (4–6 km²), las diferencias arquitectónicas a través del sitio son interpretadas
como representantes de divisiones sociales, y los artefactos superficiales son usados
para argumentar que las áreas residenciales de las elites estuvieron separadas espa-
cialmente de las de la gente común, quienes habitaban en la periferia cercana y en
zonas de producción artesanal (Mujica 1979: 185; Rowe 1963).
Los líderes tempranos fueron responsables de administrar la redistribución de
bienes, la centralización de la producción, y el auspicio del intercambio a larga dis-
tancia. Más allá de Pukara, hubo una red extensa de intercambio con una jerarquía
de sitios de tres niveles económicamente integrada: “…las aldeas fueron responsables
de la extracción de materiales básicos (arcilla, minerales, sal, etc.), y de la producción de las
subsistencias agrícolas y pastorales básicas; los centros secundarios o intermedios funcionaron
como punto de acopio y redistribución de los bienes; y finalmente el propósito del gran centro
de Pucara fue la centralización y transformación de bienes en recursos urbanos y su redistri-
bución” (Mujica 1985: 125. Traducción nuestra).
Según esta propuesta, fuera de la cuenca occidental del Titicaca, los límites de
la entidad política Pukara, continuaron por el norte hasta Cusco, se extendieron al
sureste hasta Tiwanaku, y siguieron hacia el suroeste hasta el valle de Azapa en el
norte de Chile (Mujica 1991). La naturaleza de las relaciones de larga distancia duran-
te el Formativo Tardío no fue “…a través de colonias permanentes, sino a través de lazos de
intercambio en los cuales los textiles pudieron jugar un rol muy importante” (Mujica 1985:
112). Por lo tanto, los límites los dicta la distribución de la cultura material de estilo
Pukara, incluso en cantidades muy limitadas.
En el centro urbano de Pukara, las actividades económicas habrían servido como
atracción hacia el centro y posiblemente como una forma de empujar a las pobla-
ciones de las áreas rurales dependiendo de la escala de la producción agrícola. En
Pukara, las actividades de producción artesanal habrían traído artesanos, adminis-
tradores y comerciantes al sitio mientras que la intensificación de las actividades
agropastorales posiblemente desplazó poblaciones de sus áreas clave de cultivo y
pastoreo.

Pukara como capital de un Estado


Construido a partir del modelo económico de Mujica (1985), Henry Tantaleán argu-
menta que Pukara fue la ciudad capital de un estado prehispánico, “caracterizado por
la institucionalización, afirmación y reproducción de las diferencias económicas” (2009: 347).
Usando una aproximación materialista histórica, Tantaleán rastrea el desarrollo de
Pukara desde la precedente cultura Qaluyu del Formativo Medio, que él define como
una sociedad igualitaria y cooperativa que participó en la tradición religiosa Yaya-
Mama. Él también argumenta que hubo “una especialización en la producción de objetos
para el consumo de la misma sociedad y como parte del ‘intercambio comercial’ con otras so-
ciedades” (ibid: 344), que eventualmente proveyó oportunidades de acumulación para
algunos miembros de la sociedad.
201 / Elizabeth A. K larich

Mientras Tantaleán reconoce que se requerirán investigaciones futuras para es-


tablecer si los especialistas Qaluyu estaban produciendo al nivel doméstico (“para la
producción social”) o produciendo para excedentes (“para la producción de riqueza”), el
elemento clave en este marco es que los productores Qaluyu estuvieron participando
activamente en “relaciones de intercambio comercial” mediante el intercambio de cerá-
micas, líticos, y posiblemente textiles con otras regiones (ibid: 344). Fue la expansión
de este sistema socioeconómico lo que señaló la transición de una sociedad igualitaria
(Qaluyu) a otra con una significativa inequidad social (Pukara) que estuvo basada en
el control de “la tierra para la producción agrícola y ganadera” (ibid: 350), “recursos prin-
cipales para la producción de ‘objetos secundarios’” (ibid: 347), “medios de producción” en
talleres artesanales (ibid: 347-348), “rutas de intercambio” (ibid: 350), y “las manifesta-
ciones de coerción ideológica encargadas de justificar y mantener las diferencias económicas-
sociales” (ibid: 350).
En este marco, no está claro por qué la capital de este sistema socioeconómico del
Formativo Medio se movió unos pocos kilómetros hacia Pukara durante el Formativo
Tardío en vez de expandir su ocupación en Qaluyu pero posibles atracciones del sur,
definidas para el modelo previo, pudieron haber sido la causa: acceso ilimitado a las
fuentes de arcilla a lo largo del río Pucará y quizás oportunidades para la explotación
de las principales tierras agrícolas localizadas más allá del Cerro Llallagua al sur de
Pukara.

Pukara como centro ceremonial


Pukara también ha sido caracterizado como un centro ceremonial administrado por
elites emergentes dentro de la tradición religiosa Yaya-Mama. Este sistema ceremo-
nial del período Formativo es definido por un número de rasgos compartidos: templos
de patio hundido con esculturas líticas estilizadas, parafernalia ritual distintiva tales
como incensarios y trompetas, e iconografía sobrenatural (Burger et al.: 2000: 311;
Chávez y Mohr-Chávez 1975; ver también Roddick 2002). Sergio Chávez (1992, 2002),
en su análisis de la iconografía Pukara recuperada principalmente de las excavacio-
nes de 1939, argumentó que el control de la imaginería sobrenatural representada en
la cultura material fue la principal fuente de poder para las elites. Chávez argumen-
tó que la cerámica Pukara estuvo altamente estandarizada y que, “la emergente elite
Pukara debió haber descubierto que el control sobre estas imágenes de poder y las ceremonias
y la producción económica y distribución que las acompañaban, fueron útiles para el control
real… lo que sugiere fuertemente algún tipo de control sobre la producción de esta cerámica”
(Chávez 1992: 539-540. Traducción nuestra).
Basado en la distribución de rasgos compartidos de la tradición religiosa Yaya-
Mama, la “unidad y control” de Pukara se extendió por el norte hasta Cusco y por
el sur hasta Tiwanaku y posiblemente el norte de Chile (Burger et al. 2000: 315). La
esfera de influencia Pukara es de la misma escala general que en la definida en el
modelo urbano, pero dirigida por especialistas en rituales en vez de administradores
económicos en el centro de la entidad política. Los rituales públicos debieron atraer
poblaciones de todos lados hacia Pukara, pero todavía no está claro en este marco
202 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

si estas poblaciones se reubicaron permanentemente en el centro o lo visitaron de


forma temporal como peregrinos. Basados en el argumento de Chávez que la pro-
ducción artesanal fue regulada de muy cerca, uno puede inferir que Pukara fue per-
manentemente ocupado por un número de elites y especialistas artesanales anexos
produciendo cerámica polícroma y monolitos.

Pukara como centro político


En el marco político, Charles Stanish (2003) argumenta que los líderes tempranos en
Pukara ganaron poder a través de medios persuasivos, no coercitivos, y mantuvieron
esta posición mediante el fortalecimiento de relaciones recíprocas. La entidad Pukara
tuvo una jerarquía de sitios de tres niveles compuesta por el centro de primer rango
de Pukara, centros secundarios más pequeños, y aldeas y caseríos (Stanish 2003: 141,
164; Stanish et al. 1997). Stanish argumenta que hubo otros centros a lo largo de la
cuenca asociados con entidades políticas autónomas y semi-autónomas, los cuales
suman posiblemente una docena durante el Formativo Tardío (Stanish 2003: 142). Los
centros regionales primarios de estas entidades políticas incluyeron un patio hun-
dido, un recinto de piedra, y una colina o una estructura de tipo piramidal (Stanish
2003:141). Las estelas talladas de la Tradición Religiosa Yaya-Mama y la cerámica de-
corada de varias tradiciones fueron también rasgos integrales de estos centros. En
términos de función, “[los] centros regionales fueron las áreas de producción de cerámica
fina, manufactura de escultura lítica, festines políticos y rituales, y de organización del inter-
cambio regional” (Stanish 2003: 141. Traducción nuestra).

Los límites de la entidad política Pukara son los más conservadores de los tres mo-
delos y reflejan el área bajo control político directo “en el sentido de participación en una
economía política dirigida por una elite residente del centro de primer rango” (Stanish 2003:
145. Traducción nuestra). Este control directo se extendió desde la parte noreste de la
cuenca del Titicaca, pasando la zona Pukara en el noroeste y hacia la Cuenca Suroeste
(Stanish 2003: 147; Stanish et al. 1997). Más allá de la cuenca del Titicaca, evidencias
de la cultura material Pukara, fueron resultado del intercambio económico, no de un
control político. En este modelo, Pukara es contextualizado dentro de un escenario de
cambios dinámicos, alianzas y conflictos permanentes durante el Formativo Tardío.

Debido a esto, las ‘atracciones’ incluyeron “intensos festines y ceremonias por parte
de las elites en competencia” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra) realizados en los
múltiples patios hundidos y otras construcciones públicas en Pukara que incluyeron
el uso de cerámica fina y monolitos. Adicionalmente, las poblaciones debieron ser
“empujadas” hacia Pukara debido al conflicto regional y al cambio de alianzas a lo
largo del Formativo Tardío. Las elites entre los centros compartieron ideologías pan-
regionales que facilitaron tanto el comercio como la construcción de alianzas, pero
hubo también enfrentamientos “evidenciados por la iconografía de cabezas-trofeo y
otros rasgos de conflictos” (Stanish 2003: 283. Traducción nuestra).
203 / Elizabeth A. K larich

EVALUANDO LOS MODELOS


Los modelos económico, social y político, están basados principalmente en datos
recogidos en Pukara y sus áreas circundantes antes de 1980, muchos de estos son
accesibles sólo en reportes de campo parcialmente publicados y en archivos. Por lo
tanto, esta discusión tiene como finalidad tanto revisar los datos usados recogidos
previamente en el desarrollo de estos marcos e incorporar datos recogidos más re-
cientemente para su reevaluación3.
En el nivel más elemental, ha habido poco consenso sobre el tamaño de Pukara y
la densidad de su ocupación. Sin embargo, la prospección del valle de Pucará (Cohen
2001) y un proyecto de mapeo y prospección detallado en el sitio en 2006 (Román y
Klarich 2007), concluyen que los artefactos y arquitectura del Formativo Tardío están
distribuidos sobre 1–1.5 km², que es consistente con los tamaños estimados en los
modelos ceremonial y político (Figura 4). Los estimados más grandes de 4–6 km² pro-
puestos en el modelo urbano, que indicarían una ocupación continua entre Pukara y
el sitio de Qaluyu al norte, no han sido respaldados a través de la prospección por la
autora y su colega en 2006.
En términos de densidad ocupacional, excavaciones realizadas previamente en la
periferia del sitio y en el distrito central, han documentado significativas ocupacio-
nes superpuestas del Formativo Tardío; Pukara claramente no fue un centro cere-
monial vacío. Específicamente, la prospección geofísica (Klarich y Craig 2001), y las
excavaciones (Klarich 2005a, 2005b, 2009), en la pampa central indican una población
permanente para, al menos, el período Pukara Medio/Clásico (200 a.C–100 d.C), con
un uso temprano del área de manera efímera para reuniones públicas. Desafortuna-
damente, poco ha sido sistemáticamente documentado sobre la distribución de mate-
riales debajo del pueblo moderno de Pucará, situado entre el centro del sitio y la pe-
riferia; sin embargo, los bloques de piedra trabajada son materiales de construcción
comunes vistos en las edificaciones modernas y fragmentos de cerámica de todos los
períodos prehistóricos pueden ser identificados dentro de los ladrillos de adobe. La
periferia del sitio, que ha sido probablemente modificada por el meandro del río Pu-
cará, también merece un estudio geomorfológico para evaluar su impacto en las áreas
de asentamiento antiguas y modernas.
En el nivel regional, una jerarquía de sitios de tres niveles ha sido propuesta tanto
por el modelo urbano como por el modelo político, un patrón generalmente respalda-
do por los datos de asentamientos (vg. Stanish 2003), mientras que el modelo ceremo-
nial no tiene indicaciones sobre este asunto. La organización y función de los centros
secundarios y terciarios dentro de la entidad política Pukara todavía deben ser pro-
badas a través de excavaciones; sin embargo, recientes proyectos de prospección en
la región, han identificado un número de sitios por toda la cuenca norte y oeste que
potencialmente sirvieron como tales centros.

3 Para ver información adicional acerca de modelos que discuten Pukara como una socie-
dad de nivel estatal, sugiero consultar las publicaciones de Henry Tantaleán (vg. Tantaleán
2005).
204 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

Mientras cada modelo da prioridad a diferentes factores políticos, económicos


o sociales, todos reconocen la importancia de los roles de intercambio, producción
de cerámica y circulación, producción de alimentos y distribución, y conflictos para
modelar la entidad política Pukara durante el Formativo Tardío. En primer lugar, la
evidencia de intercambio interegional, consiste en los artefactos de estilo Pukara re-
cogidos fuera de la cuenca del Titicaca y también en la presencia de bienes no locales,
principalmente obsidiana, identificados en Pukara y sus sitios asociados en la cuenca
norte. La distribución de la cultura material estilo Pukara es amplia en el ámbito geo-
gráfico –los artefactos se encuentran en todos los Andes Surcentrales– pero limitada
en número y en información disponible sobre contextos.
Hacia el noroeste en el departamento de Cusco, aparecen cerámicas incisas Puka-
ra en las cuencas altas del Vilcanota y Apurímac (Bauer 1999), monolitos con icono-
grafía Pukara han sido identificados en la provincia de Chumbivilcas (Chávez 1988), y
excavaciones en Batán Orqo en el valle de Huaro “han proporcionado claros ejemplos de
cerámica Pukara” (Zapata, comunicación personal 1994; en Bauer 1999: 123). Hacia el
suroeste en el valle de Arequipa, un fragmento de cerámica del felino Pukara Clásico
fue recogido en el sitio de Sonqonata de un contexto asociado con el estilo Formativo
local llamado Socabaya (Cardona 2002: 61).
La única región con suficiente información contextual para evaluar el rol de los
bienes Pukara fuera de la cuenca del Titicaca es el valle de Moquegua, localizado ha-
cia el sur. Evidencias de interacción entre las poblaciones locales de Moquegua y de
la cuenca del Titicaca durante el Formativo Tardío, fueron definidas por primera vez
en la década del 80 del siglo pasado en la Fase Trapiche (Feldman 1989: 213). Re-
cientes prospecciones de amplia cobertura y recolecciones dentro del valle medio de
Moquegua, indican que no hubo ocupación residencial Pukara en el área. No se han
encontrado tiestos de cerámica llana Pukara y tiestos y textiles de estilo Pukara se
han encontrado sólo en nueve sitios, siete de los cuales tuvieron conjuntos locales
Huaracane (Goldstein 2000: Fig. 8, 347).
Adicionalmente, tiestos polícromos Pukara fueron encontrados predominante-
mente en asociación con ofrendas locales Huaracane en entierros en tumbas con for-
ma de bota. Basado en los datos de excavaciones y prospecciones, Goldstein concluye
que “el número pequeño, contexto específico, y sobre todo el eclecticismo de los bienes exóticos
encontrados en Huaracane, sugiere que su significancia no estuvo en unir elites pares a través
del espacio geográfico, sino en separar a las elites de la gente común a través del espacio local”
(Goldstein 2000: 356. Traducción nuestra).
Basado en estos hallazgos limitados, el intercambio a larga distancia de objetos
rituales raros, tales como incensarios polícromos con felino, fue el principal medio de
contacto entre los valles de baja elevación y el altiplano durante el Formativo Tardío,
como se propone en los modelos urbano y político. Este nivel de interacción contras-
ta marcadamente con el subsecuente Horizonte Medio; las relaciones coloniales y de
intercambio de Tiwanaku con los valles orientales de Cochabamba (Bolivia), Moque-
gua (Perú), y el norte de Chile, han recibido amplia atención en las últimas décadas
(Janusek 2008: 23).
205 / Elizabeth A. K larich

En Pukara, el intercambio regional es documentado principalmente a través de la


presencia de herramientas de obsidiana y desechos de producción tanto de los con-
textos de excavación como de los restos de superficie. Un estudio exhaustivo de la
distribución de obsidiana en los Andes Surcentrales de todos los períodos prehistóri-
cos identificó la fuente predominante de los materiales encontrados en Pukara como
Chivay (70%), localizada 143 km hacia el oeste y en menor cantidad de la fuente de
Alca (30%), localizada 258 km hacia el oeste (Burger et al. 2000). En las excavaciones
de 2001, se recuperó obsidiana virtualmente de cada contexto de la pampa central
(Klarich 2005a), pero estas muestras todavía deben ser examinadas para confirmar si
son de Chivay, Alca u otra fuente no local.
De acuerdo a un reciente estudio de la distribución de obsidiana en los Andes Sur-
centrales (Tripcevich 2007: 258), “evidencia actual sugiere que la circulación económica [du-
rante el Formativo Tardío] fue más integrada y que probablemente estuvo bajo alguna forma de
control de los centros regionales dominantes de este tiempo” (Traducción nuestra). Esto es
consistente con los argumentos que los asentamientos grandes en la cuenca del Titica-
ca están ubicados a lo largo de rutas de intercambio (Bandy 2001, 2005; Stanish 2003),
lo que contribuye a su ascenso como centros del Formativo Tardío (Hastorf 2005). Des-
afortunadamente, poco se conoce acerca de la organización del procesamiento y distri-
bución de la obsidiana en Pukara, a pesar de su importante presencia en contextos de
excavación y en la superficie de los basurales cerca del río.
Claramente existen muchos caminos para futuras investigaciones, incluyendo
estudios comparativos de los materiales líticos Pukara con aquellos recuperados en
Tiwanaku (Giesso 2003) y los sitios formativos de Tumatumani (Seddon en Stanish y
Steadman 1994), Camata (Steadman 1995), y Taraco en la cuenca norte. Finalmente,
quedan algunas interrogantes con respecto a numerosos tipos de cerámica decorada
no identificada, restos de fauna exótica, y otros bienes no locales, los cuales son indi-
cadores de volumen y frecuencia de intercambio entre Pukara y sus socios comercia-
les a larga distancia (ver Plourde 2006 para intercambio en la cuenca norte durante
el Formativo Medio).
La organización de la producción y distribución de cerámica es un factor princi-
pal de atracción hacia Pukara en todos los modelos pero por razones diferentes. En
el modelo urbano, la centralización de la producción artesanal habría atraído cera-
mistas y otros productores especializados a Pukara para participar en actividades
económicas. Tanto en el modelo ritual como el político, el control de la producción y
circulación de bienes importantes ritualmente, particularmente cerámica decorada,
sirvió como una fuente de poder monopolizada por líderes tempranos. Si bien evi-
dencias indirectas tales como la calidad de la manufactura y la estandarización de la
imaginería han sido usadas para argumentar una producción de cerámica Pukara por
especialistas (Chávez 1992), muy poca evidencia directa de producción de cerámica
ha sido recuperada (ver Rivera 2003 y Franke 1995 para información comparativa de
Tiwanaku).
En 2001 la autora y su equipo excavaron en el Bloque 3 de la pampa central de
Pukara, una pequeña área de producción, la cual medía pocos metros de ancho. Los
206 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

artefactos asociados incluyeron algunas herramientas para dar forma y pulir, hoyos
de pigmentos, y concentraciones de arcilla aunque no evidencia de instalaciones para
la quema (Klarich 2005a). Sin excavaciones futuras es imposible determinar qué tipo
de cerámica fue producida en esta área, si fue producto de especialistas, si estos pro-
ductores fueron independientes o anexados, o si esta zona fue parte de un contexto
doméstico o de un taller.
Otro factor a considerar es el impacto de la extrema estacionalidad para la pro-
ducción de cerámica a tiempo completo a lo largo del año. Actualmente los artesa-
nos en Pukara sólo producen en la estación seca dado que la cerámica no secaría lo
suficiente para la quema durante la estación lluviosa; sin embargo, esto podría ser
no tanto un producto del clima, sino más bien un producto de la demanda estacional
de una economía agropastoril (Klarich y Ttacca 2006). Excavaciones futuras y estu-
dios de las fuentes, proveerán mayor información para determinar el contexto, la
concentración, la escala y la intensidad de la producción artesanal (Costin 1991) y
para nuevos modelos que evalúen Pukara durante el Formativo Tardío. Muestras de
arcilla recogidas en 2006 tanto de la periferia del sitio como de una fuente cercana en
Santiago de Pupuja serán usadas para análisis comparativos con cerámica Formativa
Tardía con el fin de darle forma a la organización de la producción y distribución de
cerámica en Pukara.
La discusión de la organización económica y los cambios poblacionales tiene que
considerar también la articulación de las actividades agropastoriles de nivel domés-
tico con la producción de excedentes dentro de la entidad política Pukara. Esto nos
lleva al tema más controversial en la prehistoria de la cuenca del Titicaca, la sin-
cronización, productividad, y grado de gestión requerida para construir y mantener
sistemas intensivos de agricultura de campos elevados y también chacras hundidas
llamadas qocha (vg. Bandy 2005; Erickson 2006, 2000; Flores Ochoa y Paz Flores 1983;
Graffam 1992; Kolata 1996; Stanish 2006, 1994).
Cambios en el patrón de asentamiento hacia áreas de campos elevados han sido
documentados para el Formativo Tardío tanto en la cuenca suroeste del Titicaca (Sta-
nish 1994) como para la región central de Tiwanaku (Bandy 2001), lo que nos ofrece
evidencia indirecta que indica que estos sistemas fueron usados antes de la expansión
del estado Tiwanaku (Stanish 2003; Erickson 1988; Flores Ochoa y Paz Flores 1983).
Investigación de campo ha establecido también que los sistemas de campos elevados
no requirieron una autoridad centralizada y una burocracia formal para operar con
efectividad (Erickson 1988; Graffam 1990).
De lo anterior se desprende que los debates hayan cambiado. Actualmente se en-
focan primero en la evaluación del potencial productivo de los campos elevados y
luego en la reevaluación de las diferentes explicaciones propuestas para su uso. En
un estudio reciente realizado por Matthew Bandy (2005), son evaluados el modelo de
Boserup (1965), el modelo de preferencia residencial (Erickson 1988), y un modelo de
reducción de riesgos. El autor propone un modelo alternativo –el modelo de ciclos de
producción escalonados– basado en la premisa de que la productividad de los cam-
pos elevados ha sido fuertemente sobreestimada. En lugar de esto, los campos ele-
207 / Elizabeth A. K larich

vados fueron usados para distribuir mano de obra para la producción de excedentes
agrícolas de manera más eficiente a lo largo del año (una estrategia policíclica) y así
evitar una interferencia con las actividades agropastoriles de nivel doméstico ya pro-
gramadas (Bandy 2005: 289-292). De acuerdo con Bandy, estos ciclos de producción
escalonados fueron rasgos clave en la economía política Tiwanaku; “si bien los campos
elevados no fueron eficientes energéticamente comparados con la agricultura de secano, fue-
ron convenientes políticamente en términos de minimización de conflictos entre la producción
de excedentes y la subsistencia” (Bandy 2005: 291. Traducción nuestra).
Mientras que décadas de investigación han proporcionado información valiosa de
la sincronización, organización y función de los campos elevados dentro de la econo-
mía política Tiwanaku, la naturaleza de las estrategias agrícolas durante el preceden-
te período Formativo permanece poco clara. Algunos investigadores que trabajan en
las partes occidental y norte de la cuenca del Titicaca han argumentado que sistemas
de agricultura intensiva precedieron al desarrollo de Pukara (Erickson 1988: 13) y
otros afirman que estos fueron utilizados inicialmente durante el Formativo Tardío
(Flores Ochoa y Paz Flores 1983; Stanish 2003).
Mientras que los campos elevados y las qochas debieron ser utilizados incluso du-
rante el Formativo Medio, el mayor asunto en esta discusión es si los sistemas agríco-
las impactaron significativamente la organización poblacional dentro de la entidad
política Pukara, incluyendo al mismo Pukara. Siguiendo el modelo de ciclo de produc-
ción escalonada, “debemos esperar que incremente la importancia de la agricultura de cam-
pos elevados con la formación de las primeras entidades políticas complejas multicomunitarias
al inicio del período Formativo Tardío, alrededor del 200 a.C.” (Bandy 2001 en Bandy 2005:
292. Traducción nuestra).
¿Fue su construcción y expansión la razón que desplazó poblaciones de los sitios
secundarios o terciarios, sirviendo como un ‘empujón’ hacia el sitio de Pukara? (Figura
5). O ¿Fue la demanda de producción durante el Formativo Tardío la razón por la cual se
redistribuyó la población hacia sitios secundarios y terciarios en la periferia (vg. Mujica
1985)? Recientes prospecciones y análisis de sitios en la cuenca norte, específicamente
en el gran sistema de remanentes de campos elevados y qochas justo al sur de Pukara,
hechos por Mark Aldenderfer y sus colegas (Aldenderfer, comunicación personal 2007
y ver Flores et al. en este volumen), deberían empezar a esclarecer la relación entre los
asentamientos pequeños y los sistemas agrícolas durante el Formativo Tardío.
Existe todavía un vacío en nuestro entendimiento del rol del pastoralismo y su re-
lación con los cambios poblacionales permanentes y estacionales durante el Formati-
vo Tardío. Un análisis de los restos de fauna que provienen de excavaciones recientes
en Pukara y de aquellas dirigidas por Amanda Cohen en 2002 realizadas en un sitio
vecino contemporáneo, proveerán valiosos datos del rol de los camélidos domésticos
y salvajes en la dieta local, economías de producción artesanal e intercambio a larga
distancia durante el Formativo Tardío (Matthew Warwick, comunicación personal).
En cuanto a la producción y distribución de comida, existe una discusión de la
evidencia de festines durante el Formativo Tardío en Pukara. En los modelos político
208 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

Figura 5. Distribución de las áreas de campos elevados en la cuenca del Titicaca (Bandy 2005).

y ceremonial, los festines juegan un rol importante en la atracción de gente hacia


Pukara de manera temporal o permanente, y en el fortalecimiento de relaciones recí-
procas entre las elites y sus seguidores. Las evidencias indirectas de festines incluyen
tazones policromos e incisos, incensarios y otras vasijas especializadas que muestran
un número limitado de motivos estandarizados (Chávez 1992). Evidencias directas de
producción y consumo de comida a gran escala fueron documentadas en la pampa
central durante las excavaciones de 2001, las cuales complementan los hallazgos de
Kidder en la misma área en 1939 (Klarich 2005a) aunque evidencias similares no han
sido reportadas para otras zonas del sitio.

Finalmente, los conflictos sirven como un factor importante para explicar la reor-
ganización poblacional en los modelos político y ceremonial, sin embargo, no es un
elemento importante en el modelo económico. Existe evidencia indirecta de violen-
cia y/o conflicto en el material cultural Pukara a través de las representaciones de
cabezas trofeo en la cerámica y los monolitos. Contrariamente a lo que sucede en la
costa sur peruana (vg. Williams et al. 2001), estas imágenes aún no tiene paralelos en
209 / Elizabeth A. K larich

el registro de huesos humanos en Pukara. En cuanto a posibles evidencias directas de


decapitaciones, Kidder encontró una concentración de fragmentos de cráneo en la
pampa central:
“Huesos humanos fueron encontrados también debajo de la laja y hasta dos metros al oeste de esta.
Estos consistían principalmente de mandíbulas, algunas enteras, y un número de fragmentos de
cráneo que suman aproximadamente cien pedazos. Sólo algunos pertenecen a la región frontal y son
numerosos los fragmentos de parietales, occipitales y bases de cráneos. No se encontraron otros tipos
de huesos humanos” (Manuscrito de Kidder, Archivo del Museo Peabody, Universidad de
Harvard. Traducción nuestra).

Estos hallazgos han sido citados como evidencia sólida de conflicto por algunos
investigadores: “la interpretación más apropiada es que estos restos pertenecen a prisioneros
de guerra u otras víctimas sacrificadas que fueron enterradas o re-enterradas durante una
ceremonia importante políticamente” (Stanish 2003: 1434. Traducción nuestra; ver tam-
bién Chávez 1992; Tantaleán 2009). Desafortunadamente la breve nota de Kidder es la
descripción más detallada que existe y no existe registro que los restos óseos hallan
sido trasladados al Museo Peabody o depositados en algún museo en Perú. Sin infor-
mación que documente la composición del depósito (vg. cien fragmentos de cráneo
podrían pertenecer a pocos individuos o a algunas docenas), el tratamiento de los res-
tos, y su contexto de excavación (vg. Williams et al. 2001 para cabezas trofeo Nasca),
me mantengo cautelosa en cuanto a interpretar dichos restos como trofeos humanos
o victimas de sacrificios.
En contraste con Pukara, han sido registradas evidencias de conflictos a gran es-
cala en sitios contemporáneos en la región. Hasta hace poco, “extensas prospecciones
superficiales y excavaciones en la cuenca norte del lago Titicaca así como las excavaciones de
Kidder en Pucara y sus prospecciones en varias zonas, no han producido concentraciones im-
portantes de puntas de proyectil, hachas u otras armas atribuibles a guerras” (Chávez 1992:
337. Traducción nuestra). Sin embargo, excavaciones en el cercano sitio de Taraco
(entre los años 2004 y 2007), han documentado un gran episodio de quema fechado
en 50–250 d. C. (calibrado) que fue seguido por una disminución en la calidad de la
cerámica, la presencia de bienes exóticos y construcciones de piedra en el sitio (C.
Chávez 2007; Stanish et al. 2007 y en este volumen).
Los investigadores argumentan que Pukara y Taraco fueron centros regionales en
competencia durante el Formativo Medio e inicios del Formativo Tardío. Basados en
la época y la ubicación del episodio de quema en Taraco, ellos concluyen que Pukara
inclinó la balanza a su favor en la competencia con su entidad política par (Levine et
al. en este volumen). Si bien el momento del evento de quema no corresponde con el
movimiento inicial de poblaciones hacia Pukara, podría estar relacionado con una ola
posterior de migrantes cuando el sitio creció a su máximo durante el período Pukara
Clásico/Medio. Información de excavaciones en estos sitios combinada con datos de

4 “Otras interpretaciones son posibles pero la ubicación de tantos cuerpos en un área obviamente
pública, es una evidencia importante de sacrificios ritualizados en un contexto de intensos conflictos
en las elites” (Stanish 2003: 143. Traducción nuestra).
210 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

prospecciones a lo largo de la cuenca norte (Griffin y Stanish 2007; Plourde y Stanish


2006; Stanish 2003; Stanish et al. 1997) serán integradas en los próximos años para
ofrecer reflexiones acerca de tiempo y magnitud de los conflictos y su influencia en
el grado y direccionalidad de los movimientos poblacionales durante el Formativo
Tardío.

PUKARA DE ABAJO HACIA ARRIBA.


INTEGRANDO ECONOMÍA, RITUAL Y POLÍTICAS
Los cuatro modelos discutidos con anterioridad consideran el intercambio, las acti-
vidades artesanales, la producción de comida y el conflicto como los factores princi-
pales en el desarrollo de Pukara. Los conjuntos de datos existentes proveen evidencia
directa sobre intercambio a larga distancia, evidencia indirecta de especialización
en cerámica, nuevas perspectivas de estrategias de intensificación agrícola, y una
creciente evidencia de conflicto regional en la cuenca norte del Titicaca durante el
Formativo Tardío. Mientras los modelos difieren en términos de fuerza motriz, estos
comparten la presunción que el control de recursos –económicos, rituales o políti-
cos– por parte de la elite dirigieron o permitieron el movimiento inicial de poblacio-
nes hacia Pukara, la reorganización de poblaciones en la cuenca norte, y el continuo
crecimiento de los sitios por varios siglos.
En contraste, recientes investigaciones consideran las estrategias de liderazgo
alternativas en un intento para cambiar los acercamientos de “arriba hacia abajo” en
la interpretación de los nuevos datos recogidos y aquellos de proyectos anteriores en
Pukara (Klarich 2005a, 2005b). Datos de las excavaciones de 2001, fueron usados para
probar una serie de expectativas desarrolladas en el modelo procesual-dual para es-
trategias de liderazgo inclusivas (corporativas) versus exclusivas (redes) (Blanton et
al. 1996; Feinmann 2000). Específicamente, basada en la naturaleza de la organización
espacial y en evidencia de actividades relacionadas con la preparación de alimentos
y artesanales en la pampa, he argumentado que esta zona fue al principio utilizada
como un espacio público para eventos de festines periódicos (sean estos auspiciados
por patrones o por emprendedores, Dietler 1996).
Desde el período Pukara Inicial (500-200 a.C) hasta el período Pukara Medio/Clá-
sico (200 a.C.-100 d.C), hubo un gran cambio de su función ya que la pampa central
se transformó de ser una plaza a ser una zona residencial de gente común, un barrio
dentro del distrito central. Al mismo tiempo, las actividades rituales se trasladaron
hacia los pequeños y cada vez más restringidos patios hundidos en las terrazas supe-
riores del complejo monumental Qalasaya. Basada en múltiples líneas de evidencia
y en las expectativas del modelo procesual-dual, concluyo que esta transformación
señala un cambio en el liderazgo de modos inclusivos-corporativos a modos exclusi-
vos-redes mientras Pukara se expandió de un sitio en desarrollo a un centro regional
(Klarich 2005a, 2005b).
Si bien estoy de acuerdo con los modelos ceremonial y político, donde los festines
fueron un factor importante de atracción de gente al sitio, las excavaciones tanto en
211 / Elizabeth A. K larich

la pampa central como en el complejo Qalasaya, indican que los anfitriones, partici-
pantes, locaciones, actividades y objetivos de dichos eventos, cambiaron a lo largo de
los siglos durante el Formativo Tardío (Klarich 2005b).
Para finalizar, estamos claramente empezando a desarrollar un sentido de la com-
pleja interacción de procesos en marcha durante el Formativo Tardío en la cuenca
del Lago Titicaca. Es probable que encontremos que las actividades económicas, tales
como el comercio, estuvieron imbuidas dentro de los eventos políticos o rituales, ta-
les como festines y ceremonias, como recientemente se argumentó para Tiwanaku
(Janusek 2008: 59). Se necesitan excavaciones adicionales en Pukara para esclarecer
la organización de la producción artesanal, el ritmo de crecimiento del sitio (parti-
cularmente la construcción de la arquitectura monumental), y la función de las dife-
rentes zonas dentro del sitio, incluyendo la localización de las áreas de cementerio.
Fuera de Pukara, se necesitan datos adicionales de centros secundarios y terciarios,
especialmente en tanto estos se relacionen con el desarrollo de los sistemas agrícolas
intensivos, la obtención de materias primas y los niveles de conflicto.
Si bien tomará varias décadas de trabajo de campo, Pukara alberga gran potencial
para modelar los factores que atrajeron y empujaron a la gente del Formativo Tardío
hacia la primera entidad política multicomunitaria en la cuenca norte del Lago Titica-
ca y para conocer el por qué, en contraste con Tiwanaku, esta entidad política colapsó
justo después de algunos siglos de crecimiento y desarrollo.

Agradecimientos
Agradezco a Luis Flores Blanco y Henry Tantaleán por su gentil invitación a partici-
par en esta publicación. La cuenca del Titicaca es un lugar emocionante para hacer
arqueología y espero muchos años de futuras colaboraciones. También quiero agra-
decer a Colin Grier y Andrew Duff por invitarme a participar en la sesión organizada
en el 2008 en la reunión de la Society of American Archaeology sobre reorganización
de poblaciones, que sirvió como base para esta contribución. También nuestras mu-
chas temporadas de campo en Pukara no habrían sido posibles sin la contribución de
muchos colegas y estudiantes durante 2000 (Nathan Craig, Arleen Garcia, George Her-
bst y Nico Tripcevich), 2001 (Sarah Abraham, Javier Challcha, Cecilia Chávez, Amadeo
Mamani, Carrie Mason, Leny Pinto, Andy Roddick, Adan Umire y varios otros) y 2006
(Barbara Carbajal, David Oshige, Nancy Román y Matthew Wilhelm) y miembros del
equipo del pueblo de Pucará (la familia Ttacca y muchos representantes de pueblo). El
financiamiento para nuestro trabajo en Pukara ha sido generosamente proporciona-
do por la National Science Foundation, Fullbright-Hays, Heinz Foundation, Wenner-
Gren, y la Universidad de California en Los Angeles y Santa Bárbara. Nuestro trabajo
no sería posible en Pukara sin el apoyo de Charles Stanish, Mark Aldenderfer y Cecilia
Chávez Justo del Programa Collasuyo y sin las oficinas locales y nacionales del Insti-
tuto Nacional de Cultura, Perú. Finalmente agradezco a David Oshige Adams por la
traducción de esta contribución.
212 / Producción, papas y proyectiles: Evaluando los factores principales...

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Las esculturas Pukara: Síntesis del
conocimiento y verificación de los
rasgos característicos
François Cuyneti

Hay muchos estudios sobre las vasijas cerámicas Pukara (Chávez 1992; Franquemont
1986; Rowe y Brandel 1969–1970), pero muy pocos trabajos sobre las esculturas. Los
datos publicados vienen principalmente de los trabajos y de las prospecciones que
fueron realizadas por Alfred Kidder II al principio de los años 40 del siglo pasado, y
por Sergio Chávez entre los años 70 a 90. Pero desde 2000, poco a poco, más científicos
se interesan en estos artefactos líticos.

Este capítulo es parte de nuestra tesis de maestría, donde caracterizamos a la cul-


tura Pukara y tocamos la problemática de las esculturas.

Estudio de la naturaleza del material


Se conoce muchas esculturas en toda la cuenca del Lago Titicaca, principalmente en
la parte noroeste. Sin embargo, muy pocos análisis petrográficos fueron hechos y
publicados para conocer la naturaleza y la composición exacta de las rocas de los
artefactos líticos. A través de algunos datos (Chávez y Jorgenson 1980: 73-77; Chávez
y Mohr-Chávez 1970: 26, 30, 36; Hoyt 1975: 27-28; Kidder 1943: 14, 17, 32 ), se reconoce

i Université Paris-Sorbonne (Paris IV). Titular de una Licenciatura y de una Maestría en Ar-
queología Prehispánica por la Universidad Paris-Sorbonne (Paris IV, France), actualmente
viene preparando una tesis para el grado de doctor en la misma institución. Igualmente re-
lacionado al EHESS de Paris (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y al CRAP (Cen-
tre de Recherche sur l’Amérique Préhispanique, EA 3551). Ocupa un puesto de Allocataire
de Recherche y de Monitor en la Universidad Paris-Sorbonne, UFR Michelet de Historia del
Arte y de Arqueología. [email protected]; [email protected].
218 / Las esculturas Pukara: Síntesis del conocimiento y verificación...

que las piedras areniscas fueron las preferidas. Pueden ser de color blanco, gris o rojo.
En un mismo sitio, se puede encontrar varias esculturas, todas de arenisca, pero con
colores diferentes.
También se nota la utilización de otros tipos de material, pero en menor pro-
porción. En el sitio de Taraco, se encuentran generalmente esculturas de pizarra. La
andesita gris fue privilegiada en la región de Chumbivilcas, departamento de Cusco
(Núñez del Prado Bejar 1971: 27), y se conocen también algunas estatuillas de magnetita
(Kidder 1965: 23).
No sabemos si la naturaleza y/o el color mismo de la roca elegida tienen un valor
ritual, o si es solamente condicionado según las fuentes disponibles.
Si bien el uso de la arenisca parece ser la regla general, no tenemos ningún dato so-
bre los lugares de extracción. Además, Sergio Chávez (1980: 76) demostró la posibilidad
de desplazar estas producciones de un sitio a otro, simplemente con botes de totora.
A pesar del número importante de líticos registrados durante los trabajos arqueo-
lógicos, no se conoce nada del origen de las rocas de los monolitos, ni del modo de
elección. Y sí parece existir una preferencia por la utilización de la arenisca, más
trabajos son necesarios antes de considerar que puede ser un elemento de caracteri-
zación de la producción lítica Pukara.

El tratamiento de LA superficie
Las esculturas Pukara, como las cerámicas, fueron más descritas que analizadas real-
mente. Así, no hay estudios que nos permitan saber de qué manera estas fueron tra-
bajadas, la técnica empleada y los objetos utilizados. Por ejemplo, como no se conoce
ningún lugar de extracción o zona de producción, no se puede decir si la roca fue
traída en bruto hasta el sitio y trabajada después, o sí la escultura llegó en su estado
final.
Desde los primeros trabajos de Alfred Kidder II (1943: 6), se reconoció dos catego-
rías mayores:
La primera se compone de esculturas en forma de estatuas, muy numerosas, re-
presentando generalmente personajes antropomorfos (algunas veces zoomorfos).
El tamaño va desde pequeñas estatuillas a elementos de casi dos metros de altura.
Con una forma generalmente rectangular, pero no tanto como las estatuas de estilo
Tiwanuku, tienen con frecuencia un pequeño zócalo. Este tiene un aspecto funcional
porque permite la estabilidad del elemento lítico. Además, permite dar a la figura
iconográfica más prestigio. Trabajada totalmente en bulto redondo, se utiliza incisio-
nes para incorporar elementos de detalle. En algunas raras estatuillas descubiertas
enterradas durante las excavaciones de COPESCO, se observan pequeños rastros de
pinturas polícromas (rojo, negro, blanco y amarillo) preservadas sobre la superficie
(Escobar 1981: 160-161; Mujica 1990: figs. 125-126). Podemos notar que esa policromía
es idéntica a la presente en las cerámicas de la época Pukara.
219 / Franç ois Cuynet

El otro tipo muy común es la estela. Contadas a través de la región del altiplano, se
presentan en forma de losa alargada de 2,50 m en promedio, con un máximo registra-
do hasta el momento de cuatro metros de alto (presentada en el artículo de Chávez y
Mohr-Chávez 1970: 26; ver también Tantaleán et al. en este volumen). Una porción im-
portante del zócalo trapezoidal se usó clavada en el suelo para mantener la estela verti-
cal. La estabilidad fue fortalecida gracias a un ancho más importante en la base que en
la cima, lo que permite bajar el punto de gravedad del objeto. Uno de los elementos que
parece ser típico de Pukara es la presencia de una muesca u hombro en la cumbre de
la estela. No se sabe bien el uso y/o la significación de este dispositivo. Sergio Chávez y
Karen Mohr-Chávez (1970: 26, 35) proponen la hipótesis de que puede servir de soporte
a un dintel horizontal de piedra, siendo las estelas utilizadas como unidades arquitectó-
nicas dentro de estructuras arquitectónicas. Sin embargo, admiten que hay muy pocas
estelas funcionando en pares, y la variedad del tamaño, así como la presencia de algu-
nos motivos en esa parte, parecen contradictorias con esta suposición. Generalmente
en los dos lados opuestos, los elementos iconográficos están trabajados en bajo o medio
relieve, y algunas veces en relieve hundido con un borde de delimitación. Como en las
estatuas, los detalles son figurados mediante incisiones.
Así, parece que tenemos formas bien particulares atribuidas a las estatuas y a las
estelas. Pero se hace necesario un análisis de los rasgos iconográficos para permitir
una atribución a la época Pukara.

Descripción sintética de la iconografía asociada


Hay una variedad importante de motivos en la escultura Pukara. Algunos parecen ser
específicos a esta producción, pero encontramos también elementos comunes con la
iconografía de la cerámica Pukara. Se nota principalmente tres tipos de representa-
ciones.
Las estatuas antropomorfas pueden estar en posición de pie o sentadas, sobre el zócalo
cuadrangular (Figura 1). Conocemos muy pocos ejemplos completos. La mayoría de ellas
fueron encontradas decapitadas. Cuando tenemos la suerte de encontrar la parte superior
de la estatua preservada, podemos ver que el volumen de la cabeza es muy importante.
De forma cuadrada, los ojos son figurados por un anillo casi rectangular en bajo relie-
ve, y la nariz está en la continuidad de las cejas. La boca se representa por un espacio
oval en bajo relieve, con una incisión horizontal al centro para incorporar la comisu-
ra de los labios. Las orejas son trabajadas en medio relieve, con incisiones concéntri-
cas semicirculares al centro. Alrededor de la cara, se observa un elemento parecido a
un “chullo” (Valcárcel 1932a: 20), y sobre éste una cofia cuadrangular con motivos en
zig-zag por incisión, y algunas veces pequeñas cabezas de felinos al revés en medio
relieve. Nos parece importante notar que estas cabecitas son perfectamente idénticas
a las presentes en los braseros de cerámica Pukara, y siguen las mismas normas. En el
resto del cuerpo, otros elementos demuestran una concepción estilística particular
de las estatuas. Los brazos, en relieve y pegados a los costados, tienen con frecuen-
cia las manos sobre el vientre, a veces sosteniendo una cabeza trofeo humana. Las
piernas, proporcionalmente más pequeñas, son solamente separadas por una ranura
220 / Las esculturas Pukara: Síntesis del conocimiento y verificación...

Figura 1. Estatua Pukara. Museo Lítico


Pukara

vertical, y los pies acaban en dedos


rectangulares separados por inci-
siones. Contrariamente a las figuras
de las cerámicas, las estatuas antro-
pomorfas tienen generalmente cin-
co dedos en las manos y en los pies.
Se encuentran de la misma manera
los ornamentos de puños y de tobi-
llos. El torso puede estar desnudo o
con un ornamento de cuello. Ade-
más, puede, como los brazos, servir
de soporte a imágenes geométricas
o figuras zoomorfas simplificadas.
Estos elementos son los mismos que
se ven en todos los motivos antro-
pomorfos de la cerámica Pukara. La
cabeza trofeo cargada por el perso-
naje esta trabajada en alto relieve,
desnuda, representada mucho más
pequeña que la del personaje, con
incisiones representando la cabelle-
ra, y sin orejas u ornamentos. Pen-
samos que eso fortalece la noción
de inferioridad de la cabeza trofeo
en comparación al personaje princi-
pal. Algunas veces, se puede notar un motivo en pequeño bajo relieve al centro del ta-
parrabos del personaje (sapo, rasgos, etc. Figura 2). En la espalda, tiene representados
omóplatos de formas
cuadrangulares, en
un bajo relieve, habi-
tualmente sin ningún
detalle. Finalmente,
el ejemplo del famoso
“Degollador” de Puka-
ra (Figura 3) es muy
atípico, con sus moti-
vos por incisiones de
cabezas trofeos, pero

Figura 2. Estatuilla
Pukara. Museo Carlos
Dreyer de Puno
221 / Franç ois Cuynet

Figura 3. El Hatun Nakaq de Pukara.


Revista del Museo Nacional, Vol. 1 Nº 1,
Valcarcel (1932: 18-35).

permite una afiliación casi directa con la


iconografía de la cerámica Pukara. La re-
presentación del personaje en su globali-
dad, y los detalles, tienen muchos rasgos
en común con las figuras antropomorfas
de las cerámicas Pukara.
Un segundo motivo está muy presente
en la escultura de esta época. Casi siempre
asociado con la forma de estela, figura una
criatura compuesta compleja, comúnmen-
te llamada por la gente de la zona como “El
Suche” (Valcárcel 1932b: 3, Figura 4). Esta
criatura zoomorfa se compone de un cuer-
po ondulado, generalmente sin patas, que
acaba en una cabeza con rasgos de felino.
Se puede encontrar algunas variantes en
las formas y las asociaciones, pero hay elementos constantes. La cara de la criatura
tiene los mismos rasgos que las figuras de felinos, con orejas semicirculares, la nariz
formando una “Y” con las cejas, los ojos y la boca ovales. Todos estos elementos si-
guen los mismos criterios que los de las estatuas descritas anteriormente, y son com-
pletados con detalles por incisión. Todo el resto representa el cuerpo de la criatura.
El número de curvas puede variar, pero hay siempre dos líneas paralelas siguiendo
esta ondulación al nivel de la espalda. A veces, anillos en bajo relieve son dispuestos
a espacios regulares. Saliendo de la tira central, incisiones paralelas comparten obli-
cuamente los lados del cuerpo. Esta figura ocupa casi la totalidad de la superficie de
la estela. Mayoritariamente, otros dos elementos son asociados a esta representación.
Se encuentra un gran anillo en medio relieve, ordinariamente frente a la boca de la
criatura. El segundo es un motivo de batracio, al frente del anillo, al nivel de la muesca
de la estela. Esta combinación (criatura zoomorfa/anillo/batracio) es la más común,
en casi un 75% (datos de nuestro inventario personal). Parece que fue un motivo de
predilección en la iconografía de las estelas. Conocemos también algunas estatuas an-
tropomorfas de la zona que tienen esta representación de criatura ondulada figurada
en la espalda (ejemplos conservados en los museos líticos de Pukara y de Taraco. Fi-
gura 5). Este indicio fortalece la asociación estilística entre las estelas y las estatuas, a
pesar de notar una especialización del motivo iconográfico según el tipo de soporte.
El tercer tipo de organización de las esculturas es mucho más complejo. Se co-
noce por el momento tres ejemplos, respectivamente en los sitios de Pukara, Arapa
y Yapura (Chávez 1975: 8-10; Hoyt 1975: 27-28, Fig. 3; Kidder 1943: 33). Globalmente
en forma de estela rectangular trabajada en los dos lados opuestos, los motivos, en
bajo relieve, son contenidos dentro de tableros. Cada uno se organiza alrededor de
un elemento central. Una simetría importante maneja todos los ejemplos conoci-
222 / Las esculturas Pukara: Síntesis del conocimiento y verificación...

Figura 5. Estatua antropomorfa con un Suche en la espalda.


Museo Litico de Pukara. Dibujo propio.

dos. Los tableros y sus disposiciones pueden ser rigu-


rosamente idénticos en los dos lados opuestos de la
estela, o en orden inverso. Se encuentran numerosos
Figura 4. Estela del Suche, Pukara. motivos frecuentes en la iconografía de las escultu-
Museo Lítico de Pukara ras Pukara. Se ven figuraciones de batracios, formas
geométricas en anillos, escaleras o zigzags, cruces de
cuadros, criaturas bicéfalas y otras criaturas zoomorfas compuestas simplificadas,
siempre según las reglas expresadas precedentemente. Así, se nota continuamente
los mismos rasgos estilísticos comunes, a pesar de una organización en tableros
mucho más geométrica.

Conclusión
La fortaleza del estudio sobre las esculturas radica en que se conocen numerosos
ejemplos que vienen de diferentes sitios de la cuenca del lago Titicaca. Eso nos per-
mite tener un abanico bien completo, y de poder generalizar los elementos nom-
brados.

Figura 6. Estela de Arapa, utilizada ahora como altar en la iglesia de Arapa.


223 / Franç ois Cuynet

Al final, esta síntesis del conocimiento nos orienta hacia varios datos de caracteri-
zación. Se notan dos tipos principales de formas, que son la estatua antropomorfa y la
estela con muesca, esencialmente talladas en roca arenisca. Durante nuestro trabajo
de recolección, notamos que pareció existir una predilección del motivo iconográfico
según la naturaleza del soporte. Sin embargo, hasta el momento no se conoce clara-
mente el proceso de elección y de producción de estos artefactos líticos en sus diver-
sos aspectos. Además, casi ninguno de esos objetos fue descubierto en su contexto
original, y varios muestran huellas de deterioro. No obstante, subsisten suficientes
elementos de la iconografía para demostrar un vínculo entre las estatuas antropo-
morfas y las estelas encontradas.
Así, se desprende una noción de unidad en la escultura. No obstante, podemos
también ver que existen algunas variaciones en esta unidad. Se necesitan muchos
más estudios para decir si esas traducen regionalismos, diferencias de función o de
temporalidad. Sin embargo, la iconografía presentada, en su forma general, tiene su-
ficientes elementos para notar rasgos que pueden ser de caracterización.
Y si bien tenemos una unidad escultural, hemos visto que esta se relaciona igual-
mente con los ejemplos conocidos de la cerámica Pukara. Motivos se encuentran,
algunas veces de modo idéntico, tanto en uno como en el otro soporte. Así, todos esos
elementos demuestran la pertenencia de las esculturas y de las cerámicas a un mismo
mecanismo. Es este conjunto que podríamos llamar el estilo Pukara.

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Valcárcel, Luis
1932a El personaje mítico de Pukara. Revista del Museo Nacional, 1(1): 18-35.
1932b El gato de agua: Sus representaciones en Pukara y Naska. Revista del Museo Nacional,
1(2): 3-27.
8
Las qochas y su relación con sitios
tempranos en el Ramis, norte de la
cuenca del Titicaca*
L u i s F l o r e s B l a n c o i , N a th a n C r a i g ii
y M a r k A l d e n d e r f e r iii

La cuenca del Lago Titicaca (CLT) tiene un largo proceso evolutivo, tanto en lo
social como en lo geológico, con marcadas permutaciones que recientemente se
vienen dando a conocer luego de una serie de investigaciones sistemáticas. Gra-
cias a estos estudios queda cada vez más claro que este desarrollo se dio en el
contexto de un paisaje agreste y cambiante, que cada vez más fue modificado
permanentemente por el hombre, haciéndolo habitable, pero que no escapó a los
cambios geológicos que repercutieron en su vida social. Una de estas innovacio-
nes, que seguramente ayudó a una vida concentrada más estable en el altiplano,
fue la creación de tecnologías agrícolas como los camellones o waru-waru y los
estanques de agua o qochas.
En un ambiente como la puna de la CLT, donde se cultivaron y aún cultivan
especies como la papa y la quinua, cuyo centro de origen habría sido algún lugar
de esta región (Bruno 2005; Murray 2005; Spooner et al. 2005), estudiar estas tec-
nologías agrícolas es casi una obligación, si es que se quiere entender el proceso
civilizatorio.

* Una ponencia inicial sobre este tema titulada: “El origen de las qochas y su relación con el
surgimiento de la complejidad social en el Ramis, cuenca norte del Titicaca” por Flores, Ro-
mán y Aldenderfer fue leída por Nathan Craig en el Simposio The rise of hierarchical polities
in the northern Titicaca basin: Recent research, new theories, organizado por Aimee M. Plourde
& Abigail R. Levine, en la 73º Reunión Anual de la SAA en Vancouver, Canadá, en marzo del
2008.
i Co-Director del Proyecto Arqueológico Ramis. Puno, Perú. [email protected].
ii Department of Anthropology, Pennsylvania State University, 409 Carpenter Building, Uni-
versity Park, PA, 16802. [email protected].
iii Department of Anthropology, University of California Merced, School of Social Sciences,
Humanities and Arts, Merced, CA, USA, 95343. [email protected].
226 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

La zona que nosotros hemos investigado, en gran parte del valle del Ramis, al nor-
te de la cuenca del Titicaca, coincide con el área de mayor concentración de una de
estas tecnologías, las qochas (Figuras 1 y 2), dadas a conocer por Jorge Flores Ochoa y
Percy Paz (1983a). Las qochas han sido descritas como lagunas artificiales acomodadas
a la topografía y alimentadas por las lluvias de la temporada de diciembre a marzo;
esta tecnología sirvió para almacenar agua y como espacio de cultivo (Figuras 3 y 4).
Paradójicamente este territorio actualmente es uno de los más secos de la punas de
Azángaro-Pucará, con grandes riesgos de heladas, sequias o inundaciones, y con un
clima cambiante de un año a otro (Valdivia et al. 1999: 157).
Los estudios que, hasta el día de hoy, se han realizado sobre esta tecnología se han
centrado en su caracterización y funcionamiento (Flores y Paz 1983a, 1983b, 1984,
1986, 1988), en su potencial como sistema productivo (Rozas 1986; Valdivia et al. 1999;

Figura 1. Polígono del área de mayor concentración de las qochas en un plano con el Lago Titicaca
en color celeste oscuro y el paleolago Minchin en celeste claro.
227 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

Figura 2. Imagen de la pampa de Llallahua y Tulani tomada desde el cerro Llallahua.

Figura 3. Imagen de una de las qochas que sirven de bebedero de animales.

Kendall y Rodríguez 2002: 246-249) y en términos de la organización campesina que


lo mantiene (Angles 1987).

En otros lugares fuera de Puno también se han reportado evidencias de qochas,


como en Bolivia donde son llamadas q’otañas (Janusek y Plaza 2007) y también en
la comunidad de Laymicocha, Cusco, donde se le asocia con un sitio Inca (Kendall y
Rodríguez 2002).

Más allá de la caracterización que se ha hecho de las qochas, estas no han sido inda-
gadas en relación a sus orígenes y evolución. Precisamente en este capítulo queremos
discutir dicho tema.
228 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

Figura 4. Imagen de una de las qochas usadas para cultivo. Nótese en su


interior la existencia de camellones.

El problema de la antigüedad de las qochas


Flores y Paz (1983a: 75, 1983b: 139) fueron los primeros en proponer que las qochas
podrían estar asociadas a la cultura Pukara, la cual se desarrolló en el norte de la CLT
entre los años 500 a.C y 400 d.C. La propuesta de los autores se basó en la cercanía
del asentamiento de Pukara a la concentración de qochas y fue explicada, por estos
autores como efecto de la vida urbana y una mayor presión poblacional. Siguiendo
esta misma lógica, Erickson (1996: 248) ha sugerido que el origen de la construcción
de las qochas podría ser algo más antiguo, asociado a la cultura Qaluyu. Una mayor
antigüedad de las qochas (al menos para las más simples) también es una posibilidad
manejada por Kendall y Rodríguez (2002: 244).
Al parecer todos los investigadores que han tratado el tema de la antigüedad de
las qochas, creen en su uso como parte de un sistema tecnológico intensivo asociado
al desarrollo de la cultura Pukara, pero con antecedentes posiblemente más antiguos.
En realidad ninguno de estos autores presentan datos arqueológicos para probar sus
hipótesis, y como bien se ha señalado “…esta tecnología aun no ha sido investigada con las
herramientas propias de la arqueología, los que nos podrían dar las precisiones necesarias para
conocer la antigüedad y proceso de desarrollo” (Valdivia et al. 1999: 150).
Solo recientes prospecciones en la región del altiplano vienen dando algunas aso-
ciaciones espaciales más precisas entre los sitios del período Formativo y las qochas.
Stanish (2006: 384) ha sugerido que tanto en los asentamientos de las regiones de
229 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

Juli-Pomata al sur, como de Huancané-Putina al norte del Titicaca, se estarían usando


las qochas ya durante el Formativo Medio. Lo mismo parece evidenciarse en el valle
menor de Quilcamayo-Tintiri, afluente del río Azángaro, donde los datos de Tanta-
leán (2010 y este volumen) pueden interpretarse como la presencia de un patrón aso-
ciativo –aunque muy laxo- entre sitios Qaluyu y qochas, pero que se volvió más claro
durante la ocupación Pukara donde se prefirió la parte baja del río, más cerca de las
qochas, aunque todavía sin una clara asociación “sitio-qocha”.
Si bien la hipótesis de una aparición temprana de las qochas, tal como se ha venido
sosteniendo, es plausible, los indicadores que la sustentan son escasos. Se ha supuesto
que debido a la cercanía del sitio Pukara a las qochas, a unos 9 km de las primeras y a
35 km de las ubicadas cerca a la confluencia de los ríos Pucará-Azángaro, es factible,
entonces, pensar que las poblaciones antiguas, en un día de caminata, pudieron hacer
un viaje hasta la primeras qochas, y en un poco más de dos días cubrir la dispersión
hacia el sur. Pero en esa misma lógica también podríamos sostener que las qochas
pertenecen al período Altiplano (1100 – 1450 d.C.), teniendo en cuenta que, al menos,
dos grandes asentamientos Collas: Llallahua y Pucarani, localizados en la cima de dos
grandes cerros, están en la zona de las qochas. Por lo expuesto, el origen de las qochas
permanece aun ignorado arqueológicamente (Rozas 1986: 112).

Las Qochas en la cuenca del Ramis


La mayor concentración de qochas se sitúa en el espacio formado entre los ríos Pucará
y Azángaro, en la cuenca del Ramis, en un área que abarca aproximadamente unos
384 km2 (Flores y Paz 1983a: 75, 1983b: 134). De ésta solo hemos registrado en campo
con GPS unos 30 km2 (Aldenderfer y Flores 2008), el resto se ha mapeado de manera
remota desde imágenes satelitales y fotografías aéreas, llegando a contabilizar 11,737
qochas (Craig et al. 2011), cifra bastante inferior de los más de 25 mil que originalmen-
te se habían propuesto (Flores y Paz 1983a: 71, 1983b: 135, 1986: 98).
La distribución más importante de estos reservorios se ubican en las terrazas alu-
viales C, D y E, siendo la Terraza E la que concentra al menos el 94.33% de las mismas
y son las que están en pleno uso1. Las qochas ubicadas en las terrazas C y D están en
gran parte destruidas y abandonadas (Craig et al. 2011).
La concentración de las qochas en la terraza E ha sido explicada por encontrarse
sobre un terreno arcilloso e impermeable, rastros de lo que fue el paleolago “Min-
chin” (Craig et al. 2011; Figs. 1 y 5), suelo catalogado por la ONERP como serie Suña-
ta, altamente alcalino y de mediana potencialidad agrícola pero que, como suelo de
pradera es bueno para pastizales (Flores y Paz 1983a: 49). Además, a diferencia de la
pampa, el interior de las qochas tiene 1 a 2 °C más de temperatura2 y un suelo con un
alto contenido orgánico (Valdivia et al. 1999: 158).

1 Para una división y evolución de las terrazas aluviales en el valle de Ramis, consultar a
Farabaugh y Rigby (2005).
2 En el sistema de qochas sólo 5 de 30 días hay presencia de heladas (Valdivia et al. 1999: 158).
230 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

Reflexionando sobre la evolución de las qochas


Para aproximarnos a entender la evolución –por extensión también el posible origen–
de las qochas, esbozaremos una explicación basada en datos múltiples y en parte de
acuerdo a los modelos, de patrón de asentamiento propuesto por Aldenderfer (2002)
para el valle de Ilave, la teoría de malezas de Smith (1995: 194-196) y el modelo geo-
lógico de Craig y colegas (2011). Somos conscientes que aun nuestros datos de campo
son escasos, por lo cual seguramente en esta construcción explicativa caeremos en
varias suposiciones pero que, al menos, intentamos sean coherentes con los datos que
se conocen para otras especialidades.
Nos valemos también de los datos geológicos provenientes de los estudios geomor-
fológicos realizados en la región (Farabaugh y Rigsby 2005), una intensa prospección
sistemática con GPS en un entorno SIG, excavaciones restringidas en tres sitios aso-
ciados a qochas (Flores y Aldenderfer 2008), también en el análisis del material cerá-
mico y lítico proveniente de dichos sondeos (Chávez 2008), la presencia de una estela
Pukara clavada en una qocha natural (Flores et al. en revisión) y un conteo remoto del
total de las qochas en la zona interfluvial Pucará-Azángaro (Craig et al. 2011).
Si la terraza E, del área estudiada, es un terreno arcilloso de suelo impermeable
(Craig et al. 2011), entonces, es probable y lógico sostener que oquedades topográficas
podrían contener agua de lluvia por cierto tiempo al año, y por tanto, ser estos los
ejemplos más tempranos de qochas, en su versión natural o, tal vez, como simples
bofedales producidos por el agua estancada. Además, ahora también conocemos que
dichas lagunas recrean condiciones climáticas mejoradas, en comparación a la pam-
pa, y que sus suelos presentan una riqueza orgánica superior a su exterior (Valdivia
et al. 1999), propicia para permitir por ejemplo el crecimiento de plantas silvestres.
Entonces ¿desde cuándo las condiciones climáticas son húmedas en el altiplano o al
menos desde cuándo empiezan las condiciones climáticas modernas que hoy permi-
ten llenar las qochas?
Existe casi un consenso en plantear un aumento en la temperatura durante el Holo-
ceno Medio (desde los 6000 a.C.) (Andrus et al. 2002; Thompson et al. 1995), llegándose a
niveles de aridez desde los 5000 a.C., momento en que también se reporta el primer re-
tiro de los hielos en el nevado Quelccaya (Buffen et al. 2009) y una baja constante de los
niveles lacustres de muchos lagos del altiplano destacando entre ellos el Titicaca (Baker
et al. 2001, 2005). En ese momento señalado, incluso se llegó a niveles de hiperaridez, en
algunas regiones como en Atacama - Chile por los 3300 a.C., planteándose la existencia
de un silencio arqueológico (Núñez et al. 2002), aunque este tiempo extremo está en
discusión (Betancourt et al. 2000; Grosjean et al. 2003), incluso para los niveles de los
lagos, porque al parecer existieron momentos húmedos entre esta aridez (Placzek et al.
2001). Sin embargo, es poco factible esperar que éste fuera el momento idóneo para que
se formasen estancamientos de agua casi permanente en terrenos de la Terraza E del
valle del Ramis. Aunque si es posible que algunas qochas naturales, o al menos simples
bofedales, pudieran formarse en momentos cortos, durante el Holoceno Medio, gracias
a lluvias estivales y más aún, teniendo en cuenta que el lado norte de la CLT presentó
condiciones más benignas durante la época seca (Abbott et al. 2003). Estos bebederos
231 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

sirvieron como oasis para los animales y seguramente fueron aprovechadas por los
hombres como paraderos temporales de caza durante el período que los arqueólogos
llamamos Arcaico Medio. Ahora solo faltaría encontrar en nuestro registro arqueológi-
co, la presencia de sitios con material tipificado para este período.
Lo que parece estar claro es que el clima empieza a mejorar luego de los 3,000 a.C.,
incluso con una humedad mayor que la actual, estabilizándose en las condiciones
modernas a partir de 2100 a.C. (Baker et al. 2001, 2005; Buffen et al. 2009; Grosjean et
al. 2003), momento propicio para inundaciones estacionales, pero también para la
formación de las qochas naturales, convirtiéndose en reservorios de agua contenida
en el tiempo gracias a estar sobre un suelo arcilloso de paleolago. Asimismo por las
condiciones micro-climáticas y suelo favorable que mencionamos arriba, estas qo-
chas naturales habrían promovido la propagación de malezas como Quenopodiáceas
y tubérculos, en un contexto similar como el planteado por Smith (1995: 194-196),
expandiéndose con ello mayores parches de recursos tanto para animales como para
el hombre (Aldenderfer 2002).
La respuesta humana a estas mejoras del medio ambiente fue rápida, dándose una
mayor concentración de población desde el período Arcaico Terminal (3000-1500
a.C.), centrándose aún más intensamente en los recursos fluviales, y reduciendose
la movilidad residencial (Aldenderfer 2002; ver Craig en este volumen). Incluso la
productividad fue suficiente para que algunos individuos desarrollasen conductas de
empoderamiento (Aldenderfer 2004) portando objetos vistosos como el oro encon-
trado en Jiskairumoko (Aldenderfer et al. 2008) y la adquisición explosiva de obsidia-
na a partir de fuentes muy lejanas a pesar de la abundancia de sílex de alta calidad
(Craig 2005; Craig y Aldenderfer e.p.).
Este tiempo también sirvió para poder manipular algunas especies vegetales me-
diante el forrajeo, haciéndolas más eficientes a las necesidades humanas (Aldenderfer
2002; Craig 2005), algo que finalmente permitió, por ejemplo en el Chenopodium, la apa-
rición de plantas de tallo único y la delgadez de la cubierta seminal de la semilla (Bruno
2005; Murray 2005). Seguramente, también, fue el momento de los primeros cultivos en
una producción de bajo nivel, como ha planteado Smith (2001), en ese paso de socieda-
des cazadoras-recolectoras a las productoras.
Estas condiciones habrían permitido la concentración definitiva de población du-
rante el Formativo Temprano, luego del 1500 a.C. (Aldenderfer 2002), así como también
los primeros cultivos domesticados, como sucedió con el Chenopodium (Bruno 2005).
Todos estos cambios culturales tuvieron impacto ecológico sobre su medio ambiente,
influenciando en la deforestación de la puna del Titicaca, con el consecuente avance de
la cobertura de pastizales hasta como la conocemos actualmente (Craig et al. 2009).
Ya durante el Formativo Medio (1000 a.C.–500 d.C.) es probable que la producción
intensiva de alimentos acompañase a estos cambios políticos y sociales, y se intensi-
fique también el intercambio en toda la cuenca. La arquitectura mayor aparece, y si
bien en menor escala a la observada en la costa central, comienzan a ser comparables
en su función y rol (Aldenderfer 2002). Si bien los asentamientos urbanos aun no apa-
232 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

recen hasta fases superiores del Formativo Tardío, el crecimiento poblacional debe
haberse incrementado significativamente durante el Formativo Medio, estimulando
a las poblaciones del valle del Ramis a la creación de soluciones a su requerimiento
creciente de alimentación. En este contexto debieron aparecer las qochas, como tec-
nología agrícola que permitió aprovechar su medio ambiente. Posteriormente duran-
te el Formativo Tardío (500 a.C.–400 d.C.) este aprovechamiento fue convertido en
todo un sistema agrícola estable, base de la economía en el primer desarrollo estatal
llamado Pukara. Con el tiempo, el desarrollo de un mercado creciente requirió una
ampliación de la frontera agrícola, extendiendo esta tecnología hacia las terrazas C
y D, de suelos menos impermeables, pero más productivos agrícolamente, ubicadas
en la parte oeste de la zona investigada, próximos al río Pucará (Flores y Paz 1983a:
49-52; Craig et al. 2011). La validez de esta tecnología como una herramienta de esta-
bilidad productiva en un ambiente difícil (Valdivia et al. 1990: 160, 163), permitió su
continuidad en el tiempo, aunque disminuida ya para períodos tardíos, al parecer fue
usada hasta el período Altiplano y, tal vez, hasta el período Inca y Colonial. Aunque
sin claras evidencias arqueológicas, ni referencias en los textos de contacto, esta tec-
nología seguió usándose, ya de manera desintegrada, por las comunidades rurales,
tanto así que perduró su uso hasta la actualidad.
Aunque no contamos aun con fechados radiocarbónicos para probar tal evolución
de las qochas, tenemos evidencias concretas de una relación espacial directa “sitio-
qocha”, en la que los análisis de los materiales de estos asentamientos asociados nos
permitirán establecer una cronología relativa para dicha historia.

Los datos regionales en el Ramis que sustentan nuestro modelo


Por las referencias vistas en el modelo, el tiempo entre el Arcaico Tardío/Terminal
y el Formativo Inicial es vital para entender muchos cambios culturales, en especial
todo el proceso que condujo hacia la vida aldeana, pero también algunos de sus in-
genios para domesticar el paisaje, como el usar y masificar el beneficio de las qochas
para el control del agua y su uso en la agricultura.
Los primeros datos en nuestra prospección del Ramis presentan una baja frecuen-
cia de asentamientos del Arcaico en el área de las qochas, las pocas evidencias pueden
ser catalogadas como evidencias del Arcaico Medio y especialmente del Arcaico Tar-
dío. Todos son restos de campamentos abiertos de corta duración y están ubicados
en las terrazas D y E, de preferencia cerca a fuentes de agua, riachuelos y en la zona
de qochas de Llallahua y Tulani (Figura 5). Sin embargo, hay una concentración de
material lítico importante en la localidad de Laroqocha (RM 1190-1192), donde se
han encontrado puntas de proyectil, mayormente de basalto y que tipológicamente
se asocian al Arcaico Medio (Aldenderfer y Flores 2008). Todas estas evidencias son
importantes porque primero demuestran el uso antiguo de estas qochas en su estado
natural y, en segundo lugar, porque la simple dispersión de materiales, sin evidencia
clara de estratigrafía, puede ser interpretada como campamentos temporales usados
para caza de animales.
233 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

La asociación de asentamientos con las qochas son regionalmente más claras du-
rante el período Formativo, antecedidos a veces por una ocupación del Arcaico. La-
mentablemente aun no hemos acabado un análisis más fino de la cerámica Formati-
va para distinguir sus diferentes estilos. Sin embargo, nos llama la atención la poca

Figura 5. Polígono del área de mayor concentración de las qochas sobre una plano de las terrazas
aluviales donde se ubican los sitios arqueológicos señalados y demás rasgos.
234 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

presencia de fragmentos Qaluyu que podría estar sumando evidencias sobre su baja
presencia en el valle de Pucará, a diferencia por ejemplo del valle de Huancané donde
es todo lo contrario (Plourde y Stanish 2006: 248).
El período Formativo se caracteriza por un patrón de asentamiento jerarquizado
(Stanish 2003) donde sobresalen dos tipos de asentamientos, aquellos con arquitec-
tura acumulativa grande de piedra que tiene al sitio de Pukara en la cima de esta
jerarquía y a extensas áreas con dispersión de material en superficie, sin arquitectura
visible, que bien pueden ser consideradas como posibles aldeas. Estos sitios por lo
general están asentados al final de la pampa, sea en la base de un cerro o cerca a las
riberas de los ríos y qochas (Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con arquitectura grande están más concentrados en la margen derecha
(oeste) del río Pucará, separados entre 3,5 hasta 7 Km; mientras en la margen izquier-
da (este), en la zona de las qochas, presentan mayor separación (hasta 10 Km), y alter-
nando con las supuestas aldeas (Aldenderfer y Flores 2008).
Existen, por lo menos, cuatro centros Pukara importantes en la zona de las qochas,
todos con arquitectura grande: Tantihuasi en el norte, Tampukancha y Cumparo en el
centro y Calapuja en el sur, ubicados cada 6 a 10 km, lo que hace que las zonas agríco-
las estén controladas directamente por agentes Pukara (Aldenderfer y Flores 2008).
Los sitios con dispersiones de materiales o supuestas aldeas, casi siempre, están en
el rango de control de los sitios con arquitectura grande (Aldenderfer y Flores 2008;
Figura 6).
Otro elemento del período Formativo asociado a las qochas, fue el hallazgo de una
estela de “suche” al interior de una laguna natural llamada María Huancane Qocha
(Aldenderfer y Flores 2008; Flores et al. e.p.) (Figura 7).

Figura 6. Vista general del sitio RM 621.


235 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

Figura 7. Vista general de Huancane Qocha donde se encontró la estela que se


presenta en detalle a la derecha.
Esta asociación no se restringe a los sitios tempranos. Existen algunas relaciones,
aunque pocas, con sitios tardíos, especialmente con cerámica Colla, los más claros
son el componente tardío de Cumparo en Nicasio y el sitio de Llallahua (Aldenderfer
y Flores 2008).
Si bien nuestros datos regionales para los períodos cerámicos en la zona de las
qochas son aun iniciales, debido al nivel general en que se encuentran los análisis de
cerámica, esto no nos ha impedido hacer interpretaciones preliminares usando blo-
ques de tiempo muy amplios. Además nuestras inferencias se ven reforzadas a partir
de una muestra de tres asentamientos sin arquitectura Formativa prospectados, son-
deados y cuya cerámica ha sido analizada en su totalidad.

Sitios excavados en las cercanías de las qochas


Realizamos excavaciones restringidas en tres sitios: Yurac Cruz Pata (RM 348), Tula-
ni (RM 619-623) y Laroqocha (RM 1190, 1192, 1194-1195) (Figuras 6 y 8). Estos sitios
conforman una poligonal que concentran en superficie gran cantidad de cerámica
formativa, lascas especialmente de obsidiana, puntas, fragmentos de azadas y huesos
quemados en superficie, con pocas alineaciones de piedras.
A continuación pasaremos a describir cada uno de estos sitios:
Yurac Cruz Pata, de casi una hectárea de área, se encuentra en la terraza aluvial
D, cortada por el río Pucará, a pocos metros de las qochas destruidas ubicadas en la
actual comunidad de Tahuantinsuyo y a 30 minutos de caminata, en dirección este,
236 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

Figura 8. Plano de Laroqocha al costado del sitio RM 1192. También se observan


una serie de qochas menores en los alrededores.

de la concentración de qochas de Llallahua en la terraza E. Los resultados de la exca-


vación de un cateo en el sitio nos dieron evidencias de áreas domésticas en, al menos,
dos fases claras y hasta una tercera encima removida por la actividad agrícola. Los
análisis de cerámica revelan que la ocupación más tardía y precisamente removida
(capa moderna y relleno superior) tiene una proporción mayor de cerámica Pukara
(53%), seguida de Qaluyu/Pukara (37%), pero también Huaña Temprano (6%) y otras
más tardías. Entonces estaríamos en general frente a una ocupación del Formativo
Tardío. Las otras dos ocupaciones debajo muestran que la presencia de cerámica Qa-
luyu/Pukara (70-73%) es mayoritaria en comparación a la clásica cerámica Pukara,
además abajo no hay cerámica Huaña (Chávez 2008).
El sitio RM 619-623 está ubicado en la terraza E, sobre la loma de una qocha, en
los actuales terrenos de la comunidad de Tulani, al sur de Llallahua. Se caracteriza
por una dispersión extensa de material, tanto cerámico ligado al estilo Pukara como
líticos donde abunda la obsidiana. En este sitio se realizaron tres cateos (Aldenderfer
y Flores 2008a, 2008b). En ninguno de los cateos encontramos evidencias de restos
arquitectónicos, la ocupación no es profunda, más bien los resultados evidencian la
presencia de cortes irregulares en el terreno y entierro de ceniza con concentracio-
237 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

nes de huesos de camélidos, muchos de ellos quemados, además de tiestos de cerá-


mica Pukara mayormente policromo, fragmentos de azadones de andesita, puntas
de obsidiana del Tipo 5d y lascas. Por todos los indicadores expuestos, creemos estar
frente a los restos enterrados de basura de algún tipo de festines alrededor de las
áreas productivas.
Finalmente, en el sitio de Laroqocha, de cuatro hectáreas de extensión, hicimos
una trinchera de 4 x 1 m. El sitio se caracteriza por presentar una gran dispersión de
material cerámico mayormente de estilo Pukara y varios fragmentos de azadones de
andesita, puntas y otros instrumentos de obsidiana y de otros materiales. En esta ex-
cavación hemos encontrado lo que parece ser un hoyo para horno y otros dos cortes
como depósitos de alimentos conteniendo huesos de camélidos quemados.
La totalidad de la cerámica de estos tres sitios, unos 2624 fragmentos, ha sido
analizada, de los sitios RM-348 de Llallahua (n=771), RM 621 de Tulani (n=834) y RM
1192 de Laroqocha (n=1019). En general, presentan una tendencia de una mayor pro-
porción de cerámica Pukara (60%-70%) sobre Qaluyu/Pukara (37%-27%). La cerámica
Huaña y Altiplano sólo están en la capa superficial (Chávez 2008; Figura 9).
Nuestros datos muestran la coexistencia, aunque con proporciones distintas, en-
tre la cerámica Qaluyu/Pukara (Formativo II) y Pukara (Formativo III), algo que pa-
rece ser común encontrar en otros sitios del Ramis, por ejemplo en Azángaro (Tanta-
leán 2010: 62). De esta forma la asociación directa entre sitio-qocha es muy clara para
las ocupaciones Pukara, pero se habría iniciado desde la fase final de Qaluyu.

INTERPRETANDO LOS DATOS DEL RAMIS


Nuestros datos recuperados de la prospección en el Ramis son pioneros al tener infor-
mación clara sobre la asociación espacial entre las qochas y los sitios arqueológicos.
Estos estudios nos sirven para concluir que las qochas se encuentran claramente li-
gadas al desarrollo de la cultura Pukara (después de los 500 a.C) y que habrían evolu-
cionado hasta el período Altiplano con la cultura Colla. Sus orígenes como tecnología
aun escapan a nuestro entendimiento, pero debe haber sido en un rango de tiempo
entre los 800 a 500 a.C., durante finales de los que llamamos Qaluyo.
Por los mismos datos recuperados notamos que las qochas como lagunas naturales
fueron usadas primero naturalmente por el hombre del Arcaico debido al beneficio
que esto trajo, primero por ser un lugar de bebedero para animales potenciales de
ser cazados, y segundo por ser una zona apropiada para dar origen a la agricultura
de altura en un ambiente agreste, debido a su estabilidad productiva ante cambios
climáticos (Valdivia et al. 1999: 160, 163).
Esta experimentación con su medio geográfico y la aprehensión de sus potencia-
lidades hizo que el hombre recree las bondades de las qochas y los multiplicase poste-
riormente, tal vez luego del 2100 a.C. tiempo en el que el clima se estabilizó. Esto se
realizó primero en busca de asegurar su producción alimenticia para estabilizarse y
bajar su movilidad, y posteriormente crecer generando excedentes no sólo para in-
238 / Las qochas y su relación con sitios tempranos en el R amis

Figura 9. Vasijas Pukara de los sitios Yurac Cruz Pata (RM 348) (1) y Laroqocha (RM 1192) (3)
(Dibujos de Chávez 2008)
tensificar un flujo de productos interegionales para el consumo económico sino tam-
bién simbólico. Lo anterior permitiría que ciertos agentes logren un posicionamiento
de su autoridad (Aldenderfer 2002, 2004) estableciendo para ello un sistema recíproco
de hospitalidad competitiva de banquetes que se dio tanto en el espacio urbano de
las plazas de Pukara (Klarich 2005) como, al parecer, en el espacio rural asociado a las
qochas, como lo indica la gran concentración de alimentos incinerados en sitios sin
arquitectura visible como lo descrito para el sitio RM 621.

No sabemos qué tecnología fue inventada primero, si las qochas o los camellones o si
ambos tuvieron historias distintas y paralelas. Tampoco sabemos dónde se originaron.
Sólo sabemos que las qochas se distribuyen con mayor frecuencia en las pampas del Ra-
mis y los camellones en las partes húmedas próximos al Titicaca, ambos asociados pre-
ferentemente a sitios del período Formativo (Aldenderfer y Flores 2008; Erickson 1996).
Además en el Ramis se han reportado funcionando como un sistema, las qochas como
reservorios que se utilizan para regar a los camellones (Aldenderfer y Flores 2008).
239 / Luis Flores Blanco, Nathan Craig y M ark A ldenderfer

PRIMERAS CONCLUSIONES
De esta forma, las qochas representan una tecnología que permitió una estabilidad
productiva en un medio ambiente agreste, importante para el desarrollo de las pri-
meras sociedades complejas durante el período Formativo. Sin embargo, esta tecno-
logía tuvo una evolución larga que aun falta conocer en detalle; sirviendo incluso a
culturas tardías como los Collas.
En general, podemos decir que el gran aporte de las qochas como tecnología fue
el control eficiente del agua, una “domesticación” de este recurso (Mujica y Holle
2001: 72).
El modelo expuesto, respaldado por estos primeros datos de asociación espacial,
deben favorecer nuevas investigaciones que aborden el tema de la antigüedad de las
qochas aplicando algún método para fechar in situ estos reservorios. Si los bordes fue-
sen producto de tierra venida del centro de las qochas, tal vez, estas pueden guardar
evidencias materiales diagnósticas que permitan asociar esta deposición con el mo-
mento de su elaboración. Sin embargo, quizá esta posibilidad pueda también exami-
narse en los bordes de los canales, incluso fechando directamente por fluorescen-
cia los depósitos como se realizó con los camellones en la zona de Huatta (Erickson
1996). También queda por resolver preguntas como ¿Cuándo empezaron a formarse
las qochas naturales? ¿Cuántas de las qochas registrados son naturales y cuáles imple-
mentadas? ¿Cuál fue el nivel de intervención humana en la adecuación de las qochas?
¿Existió en el tiempo una decadencia en el uso de las qochas y qué lo motivo? Segu-
ramente las respuestas a estas preguntas permitirán conocer mejor la evolución del
sistema de qochas.

Agradecimientos
Los autores desean agradecer a Silvia Román, Honorato Tacca y Albino Pilco Quispe,
por su ayuda con el trabajo de campo. También nos gustaría agradecer a las comuni-
dades quechuas de las provincias de Azángaro y Lampa por su amable hospitalidad. El
trabajo de campo realizó gracias a la autorización del Instituto Nacional de Cultura,
Resolución Directoral N° 870/INC del 30.05.2007. La investigación ha sido posible por
el apoyo de subvenciones del NSF BCS-0737793 otorgadas a Mark Aldenderfer.

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Prediciendo la coalescencia en los
períodos Formativo y Tiwanaku en
la cuenca de Titicaca: Un modelo
simple basado en agentes*
W m . R a n d a l l H a a s , J r i y J a c o p o T a g l i a b u e ii

Las diferentes coalescencias de población es un fenómeno común entre las sociedades


alrededor del mundo y a través del tiempo. Invariablemente, la coalescencia tiende
hacia formas no lineales en las cuales existen pocos asentamientos grandes relacio-
nados con otros pequeños (Figura 1). Este es el caso, durante el período Formativo,
de la cuenca de Titicaca, donde las distribuciones del tamaño de los sitios conforman
dos formas no lineales, bien conocidas, denominados como distribuciones convexas
y cóncavas (McAndrews et al. 1997). Johnson (1980) demostró una fuerte correspon-
dencia entre estas formas no lineales y la integración económica. Esta observación ha
proporcionado una base para muchas interpretaciones posteriores de las distribucio-
nes del tamaño de los asentamientos arqueológicos (e.g., McAndrews et al. 1997; Sava-
ge 1997; Brown y Witschey 2003; Drennan y Peterson 2004; Bandy y Janusek 2005).
Aunque la relación entre la integración económica y las distribuciones del tamaño de
asentamientos es fuerte, los vínculos causales entre ellos son más bien débiles debido
a la imprecisión del concepto de integración económica y el alto grado de diversidad
económica en la historia humana (Johnson 1980).
Sin embargo, nosotros podemos resolver este problema si consideramos que la dis-
paridad del tamaño de los asentamientos está, en última instancia, relacionada con el
desplazamiento de individuos y unidades sociales pequeñas en el tiempo y en el espa-
cio. La variación en sus decisiones sobre dónde residir debería tener importantes efec-
tos acumulativos sobre la coalescencia diferencial de la población. Por supuesto, tales
decisiones a menudo proceden de preocupaciones económicas, aunque otras variables

* Traducido al castellano por Henry Tantaleán (editor) y Kenichiro Tsukamoto (University


of Arizona).
i Escuela de Antropología, The University of Arizona. [email protected].
ii Departamento de Filosofía y CRESA, San Raffaele University, Milan.
244 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

tales como oportunidades de empareja-


miento, participación religiosa, protec-
ción (Arkush y Allen 2006; Walker 2001),
o espectáculo social (e.g. Holt 2009) tam-
bién juegan papeles importantes en la
nucleación de individuos. Todos esos re-
cursos tienen en común el hecho que su
valor está directamente relacionado con
la densidad poblacional y, por lo tanto,
la población puede servir como indicati-
vo de la atractividad de un centro pobla-
cional dado (Stewart 1948).
En este capítulo presentamos un
modelo basado en agentes que explora
cómo las decisiones de migración, ba-
sadas en los individuos, pueden afectar
Figura 1. La forma y la visualización de la distri- el tamaño y la distribución espacial de
bución no lineal en un gráfico de rango-tamaño. poblaciones coalicionadas. Encontra-
Las dos líneas representan exactamente la misma mos que los siguientes tres parámetros
distribución en el espacio lineal (abajo a la izquier- son suficientes para generar las propie-
da) y el espacio de registro (superior derecha). En dades cualitativas observadas en mu-
ambas representaciones, el eje X es el orden de cla- chas distribuciones del tamaño de los
sificación de los sitios de mayor a menor, y el eje asentamientos arqueológicos: (1) con-
Y es el tamaño del sitio en hectáreas. Este ejemplo diciones iniciales de asentamientos pe-
particular muestra una distribución Zipf.
queños geográficamente dispersos; (2)
la migración de individuos entre asentamientos y (3) la tendencia de esos individuos
para migrar hacia asentamientos próximos y/o grandes con alguna probabilidad, “p”.
De acuerdo con nuestro modelo, el tamaño de los asentamientos grandes es particu-
larmente sensible a “p” y, a un menor grado, a la distribución espacial de los asen-
tamientos iniciales. Cuando realizamos esta aproximación de gravedad basada en la
población a una geometría que configura un paisaje agropastoril, descubrimos que el
tamaño de asentamiento modelado y las distribuciones geográficas son coherentes
con las distribuciones poblacionales del período Formativo en la cuenca de Titicaca.

Las Distribuciones de Asentamiento en la Cuenca del Titicaca


La síntesis completa de la arqueología de la cuenca del Titicaca, que fue escrita por
Stanish (2003), proporciona la base de los antecedentes arqueológicos dados aquí.
De una distribución relativamente uniforme de pequeñas aldeas agropastoriles (me-
nor que una hectárea) de los períodos Arcaico Terminal y Formativo Temprano (ca.
2000–1300 a.C.) surgieron centros regionales altamente aglutinados (por encima de
las ocho hectáreas) del período Formativo Medio (ca. 1300–500 a.C.). Varios desarro-
llos tecnológicos afectaron esas transformaciones económicas. La surgimiento de
la producción agrícola durante el Arcaico Terminal (Aldenderfer 1989) promovió la
formación de aldeas sedentarias y el crecimiento de la población. La crianza de ca-
mélidos durante este mismo período habría reducido los costos de transporte de los
245 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

Figura 2. Las ubicaciones de los 31 sitios más grandes conocidos del Formativo Superior de la cuenca
del Titicaca. Estos sitios más grandes se representan en forma lineal y el espacio de registro (log-
space) en la esquina superior derecha. Los datos de Stanish (2003) y Stanish et al. (2005).
productos agrícolas y otros bienes (Tripcevich 2007). Ademas la agricultura de cam-
pos elevados, la cual habría empezado durante el período Formativo Medio, habría
aumentado significativamente las producciones agrícolas (Stanish 2003).
Durante el período Formativo Superior (ca. 500 a.C.–400 d.C.), por lo menos 31
asentamientos alcanzaron tamaños mayores a cuatro hectáreas y al menos nueve ex-
cedieron el máximo de ocho hectáreas de los precedentes asentamientos del período
Formativo Medio (Stanish 2003; Stanish et al. 2005). La Figura 2 muestra que las distri-
buciones de los asentamientos del Formativo Superior tomaron una forma de primate1
(Berry 1961) con dos centros regionales –Pukara y Tiwanaku– creciendo en un orden

1 Este es un concepto tomado de Berry (1961: 573-588) que se refiere a una distribución de
poblaciones con una o más poblaciones que son muy grandes en comparación a otras po-
blaciones.
246 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

de magnitud más grande que cual-


quiera de los otros centros. Entre 200
y 300 d.C., Pukara colapsó como un
gran centro regional mientras que
Tiwanaku continuó creciendo. Alre-
dedor de 500 d.C., Tiwanaku había
alcanzado aproximadamente 100 hec-
táreas en tamaño, y alrededor de 800
d.C., la capital urbana ocupaba aproxi-
madamente 600 hectáreas y albergó
una población nuclear de entre 10,000
a 20,000 habitantes (Janusek 2004).
No fue hasta 1100 d.C. que el Imperio
Tiwanaku, que había llegado a ser un
estado conquistador, comenzó a co-
lapsar.
Figura 3. Las distribuciones de tamaño de rango de los
sitios del periodo Formativo y Tiwanaku en el valle de
En un nivel más local, McAndrews y
Tiwanaku. Los sitios del período Formativo se ajustan
colegas (1997) muestran que los asen-
a un rango de tamaño de distribución convexa y los
tamientos del período Tiwanaku, del
sitios Tiwanaku se ajustan a una distribución cóncava
valle del mismo nombre, se ajustaban
(o primate); la distribución (McAndrews et al. 1997).
a una distribución primate durante el
Los datos de Albarracín-Jordán (1996).
período Tiwanaku con el centro urba-
no de Tiwanaku alcanzando la primacía (Figura 3). En el período Formativo previo no
se exhibe tal primacía, ni las regiones adyacentes contienen sitios de tamaño suficiente
para ser considerados como la forma de primate para el valle de Tiwanaku (Janusek
2004; Bandy 2004).
La participación del agrupamiento geográfico fue otro índice independiente de la
desigualdad económica, política y religiosa. Durante el período Formativo Medio, la
producción cerámica llegó a ser más especializada en los centros regionales. En esta
etapa también surgió una tradición estilística, Yaya-Mama, que se hace evidente en las
estelas que están concentradas en los centros regionales. Stanish (2003) plantea que la
tradición estuvo vinculada con las elites y con una ideología pan-regional. En el período
Formativo Superior, la arquitectura pública, tales como los patios hundidos y los mon-
tículos artificiales o pirámides, aparecieron en los centros regionales. Janusek (2004)
demuestra que la arquitectura e iconografía en Tiwanaku fueron diseñadas para coap-
tar el poder de la naturaleza e integrar diversos grupos culturales. Además, él sugiere
que el éxito de Tiwanaku en “dejar fuera de competencia” a otros centros regionales se
originó de su única tradición religiosa integrativa.

Distribuciones no lineales de Tamaño de Asentamientos


Los patrones de tamaño de asentamientos en la cuenca del Titicaca discutidas aquí,
pertenecen a una clase general de distribuciones no lineales. De hecho, la no linea-
lidad es un contraste bien documentado de las distribuciones del tamaño de sitios
en los asentamientos prehistóricos y modernos alrededor del mundo (Zipf 1949; Jo-
247 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

hnson 1980; Laxton y Cavanagh 1995; Krugman 1996; Hamilton et al. 2007), por no
hablar de muchos otros fenómenos biológicos y no biológicos (Clauset et al. 2009). A
primera vista, estas distribuciones, más o menos continuas, parecen ser discretas y
jerárquicas (e.g. Christaller 1966), para los habitantes y analistas por igual. Sin em-
bargo, la categorización resultante de las distribuciones continuas puede enmascarar
una importante variación que tiene el potencial para informarnos sobre los diferen-
tes procesos y comportamientos humanos subyacentes. Cuando las distribuciones no
lineales son examinadas como un fenómeno continuo, a menudo toman una de las
cuatro formas distintas: Log-lineal, primate, convexa y primo-convexo (McAndrews
et al. 1997; Figura 4).
Sí estuviéramos viendo esas distribuciones en un histograma, observaríamos
formas caracterizadas por las letras L o J en lugar de las más familiares forma de
campana o distribución plana. Sin embargo, los histogramas no se prestan bien para
discriminar entre las cuatros diferentes formas no lineales enumeradas arriba. El
gráfico (plot) de la escala logarítmica del rango-tamaño, por otra parte, proporciona
un método que facilita la interpretación para explorar la variabilidad que de otra
forma, sería opaca en las distribuciones no lineales. En las gráficas de rango-tamaño,
el tamaño de la entidad es trazado como una función de su rango, la cual es simple-
mente su posición cuando está ordenada por tamaño (Figura 1). De este modo, el
sitio más grande en una distribución se clasifica como el rango 1, el segundo más
grande, el rango 2, y así sucesivamente. Cuando los ejes son transformados logarít-
micamente, las distribuciones no lineales aparecen relativamente rectas mientras
que random (azar) o distribuciones normales, aparecen como curvas extremadamen-
te convexas.
Las formas “Log-lineales”, que aparecen como líneas rectas en el registro espa-
cial, han recibido la mayor atención. También se conocen como las distribuciones
de la ley de potencias o rectilíneas (también véase Griffin (2011), para una discusión
sobre el uso del término “log-normal” en la literatura arqueológica). Tales distribu-
ciones pueden variar con respecto a sus límites inferiores y superiores y a su pen-
diente, o a sus dimensiones fractales (Adamic y Huberman 2002; Brown et al. 2005;
Clauset et al. 2009; Griffin 2011). Cuando la pendiente de una distribución log-lineal
es -1, esta aparece como un ángulo de 45º en una gráfica log-log de rango-tamaño
que tiene rangos equivalentes para los ejes. Esta forma particular de log-lineal se
denomina como ley de Zipf, luego que George Zipf (1949) dedicara muchas páginas
para catalogar y entender esta regularidad empírica. El proceso exacto subyacente
de la formación de la ley de fuerzas –especialmente las distribuciones de Zipf– aún
no es el todo comprendido, pero muchos analistas parecen concordar en que el pro-
ceso está relacionado con los flujos de red que distribuyen o disipan algunas divisas
(Zipf 1949; Krugman 1996).
Posteriormente, Gregory Johnson (1980) describió una desviación arqueológica
común en la distribución de Zipf, que se denomina convexidad del rango de tamaño
(Figura 4). En estas distribuciones, los asentamientos más grandes y los más pequeños
son menores que lo que se observaría en una tendencia log-lineal; o a la inversa, los
asentamientos de tamaño mediano son mayores que lo que podamos obervar en una
tendencia log-lineal (McAndrews et al. 1997).
248 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

A partir de seis casos de estudios


arqueológicos e históricos que abar-
can desde 2800 a.C. a 1850 d.C. de
México a China, Johnson observó que
la convexidad se correlaciona inversa-
mente con la integración económica,
como se deduce de los datos de redes
de transporte y transacciones econó-
micas. Él cautelosamente definió la in-
tegración económica como la interde-
pendencia estadística de los tamaños
de la población; sin embargo, también
advirtió que la baja integración sola-
mente establece una restricción so-
bre la emergencia de los patrones de
rango de tamaño log-lineal, y que los
Figura 4. Cuatro variedades de las distribuciones no
sistemas integrados económicamente lineales, de tamaño–asentamientos, son observadas
podrían aún exhibir las distribuciones arqueológicamente, incluyendo formas log–lineal,
de rango de tamaño convexo. Además, convexa, cóncava y cóncava–convexa (McAndrews et
la toma de muestras también puede al. 1997). Las distribuciones cóncavo, o primate, sin
jugar un papel en la identificación de embargo, a menudo representan el extremo superior
convexidad. El reparto de dos o más de las distribuciones cóncavo–convexos, y los dos
sistemas sociopolíticos integrados o se agrupan por lo tanto como una categoría en este
documento. Del mismo modo, las distribuciones log-
una muestra que aísla los asentamien- lineales en general, representan el extremo superior
tos en el borde de un sistema dendrí- de una distribución con una cola convexa inferior.
tico tendería a producir la firma de un
sistema no integrado.
La forma de distribución, que es evidente en el período Formativo en el valle de
Tiwanaku, puede describirse como convexo (McAndrews et al. 1997). Aunque es posi-
ble –incluso probable– que alguna de las convexidades observadas sea resultado de la
fusión temporal inevitable, no es muy probable –basado en evidencia material– que
los patrones del valle de Tiwanaku sean la consecuencia efecto-resultado.
Lo opuesto a la distribución convexa es la distribución cóncava o primate, la cual se
hace evidente en los períodos Formativo y Tiwanaku de la cuenca (Figura 2). Se supo-
ne que la primacía indica integración vertical como en un sistema económico radial
(Johnson 1980). En su mayor parte, las distribuciones cóncavas representan la “cola
superior”N.E. de distribuciones primo-convexo, las cuales tienen cola inferior convexa
(Figura 4). Ya que todas las distribuciones no lineales discutidas aquí tienen “cola
inferior convexa”, y puesto que las distribuciones cóncavas típicamente omiten los
sitios más pequeños que de otro modo resultaría en una distribución primo-convexo,
nosotros encontramos poca utilidad en la forma primo-convexo y subsumiría a este
bajo la categoría cóncava o primate. Es decir, la concavidad describe la distribución
de asentamientos del período Tiwanaku en el valle de Tiwanaku, así como también la
distribución del período Formativo superior en toda la cuenca.
249 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

Una explicación más matizada sobre estas distribuciones en la cuenca de Titicaca


es la proporcionada por Albarracin-Jordan (1996), quien plantea que los asentamien-
tos secundarios representan lugares centrales para el agrupamiento de asentamiento
regional, con el fin de movilizar la fuerza de trabajo a diferentes tareas agrícolas. Por
otra parte, él muestra que el conjunto de asentamientos se atribuiye a la proximidad
del potencial agrícola y de tipos de campo, que incluye terrazas, campos elevados, y
qochas. Los patrones de asentamientos también forman una jerarquía enlazada re-
sultado de las relaciones sociales que son análogas a los modelos etnográficos de ay-
llus Ayamara. Conocido como ayllu, esta forma de organización social consiste en las
unidades socio-económicas que se integran por sangre o parentesco ficticio tras las
zonas ecológicas y con otros ayllus. Este modelo contrasta en gran medida con los
modelos previos que vieron a Tiwanaku como un aparato altamente centralizado y
burocrático y cuyos centros coloniales imperiales fueron creados para administrar la
producción agrícola a lo largo del valle de Tiwanaku.

Un Modelo Simple de Gravedad basado en el Individuo


Mientras las observaciones previamente mencionadas sobre la estructura de las dis-
tribuciones de tamaño de asentamiento tienden hacia explicaciones funcionales, la
mayor parte no discuten explícitamente cómo tales sistemas jerárquicos emergen.
El modelo de Griffin y Stanish (2007) es, tal vez, la única excepción. Este hace un
trabajo notable al mostrar cómo las dinámicas sociales y políticas, en el contexto
del agropastoralismo del período Formativo, pueden dar surgimiento a las diferentes
propiedades de la trayectoria histórica de la cuenca del Titicaca. Tales propiedades
incluyen la emergencia de patrones de tamaño de asentamientos convexo y prima-
do. Sin embargo, la predicción del tamaño del asentamiento es sólo un componente
de su modelo multivariable y, por lo tanto, es difícil discernir cuál de las diferentes
variables necesariamente contribuye a las distribuciones de tamaño de asentamiento
modeladas. De este modo, aunque Griffin y Stanish demuestran la utilidad de la mo-
delización basada en los agentes para contrastar su entendimiento de las dinámicas
sociales regionales (también véase Gumerman et al. 2003), los modelos basados en
los agentes también pueden ser usados para explorar cómo reglas repetidas simples
pueden dar surgimiento (o fallar en darlo) a los fenómenos materiales macroscópicos
(Lansing 2002; Premo 2007).
Aquí nosotros utilizamos una modelización basada en los agentes para explorar
un mecanismo simple de abajo hacia arriba, para la emergencia de diferentes dis-
tribuciones no lineales en los sistemas sociales. Postulamos que los individuos que
se mueven entre comunidades –e.g. para buscar emparejamiento, oportunidades

n.e. Se
trata de una prueba estadística, en la que la cola superior es el pico de la derecha, pues-
to que representa a la cantidad de miembros del eje Y (en la vertical) que reciben más
elementos del eje X (en la horizontal): es cola por la forma pero es superior porque recibe
más. En ese sentido, expresa un patrón distributivo. Quizá por esa razón, en algunos casos,
se usa para querer decir simplemente el segmento más alto. Es una innovación procedente
del inglés the upper tail. Del mismo modo la cola inferior, es otra comprobación de la hipó-
tesis, también llamada prueba de la cola izquierda que vendría a ser el segmento más bajo.
250 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

económicas, u otras– preferentemente se adjuntarían a los asentamientos que pro-


porcionan un compromiso optimo entre proximidad geográfica y población. Esta
simple regla basada en los agentes, en el contexto de asentamientos espacialmente
dispersos, deberían ser suficiente para generar fenómenos extensos, a macro-escala,
de distribuciones de tamaño de asentamiento no lineal. Rihl y Wilson (1991) toman
un modelo de gravedad similar en sus esfuerzos por comprender la formación de
los patrones de asentamiento prehistórico en Grecia. A propósito, y en el espíritu
de Johnson (1980), ellos ven el uso del método de gravedad basado en la población
como un sustituto para estimar la importancia económica de un asentamiento dado.
En contraste, nosotros vemos a las poblaciones como el capital corriente atrayendo
migrantes potenciales. En otras palabras, la población y las relaciones sociales son los
recursos en nuestro modelo.
Para contrastar esta idea, creamos un modelo basado en los agentes usando el pro-
grama de modelización NetLogo 4.1 (Wilensky 1999). El modelo aleatorio establece un
paisaje homogéneo cuadrado con una cantidad de asentamientos especificada por el
usuario. Cada uno de los asentamientos comienza con una población de 25 individuos,
y en cada paso de tiempo, un individuo de cada aldea migra hacia otra aldea. Com-
paramos tres variedades de este modelo. El primero, en un modelo nulo, los agentes
escogen moverse aleatoriamente entre aldeas. El segundo, en un modelo de gravedad,
los agentes migraron a las aldeas con el tamaño más grande: relación de distancia. El
último, en un modelo híbrido, los agentes tienden hacia un tamaño “óptimo”: solución
de distancia con alguna probabilidad, p, de “error.” El último modelo intenta dar cuenta
de las distintas posibilidades en las que los individuos tomarán decisiones de migración
por razones en las que no necesariamente buscan aldeas próximas o grandes.
Generamos 30 modelos de ejecución para cada una de las cuatro variaciones de p
(Figura 5). Todos los modelos comenzaron con una distribución plana de aproximada-
mente 1000 asentamientos, y que permiten ejecutar 500 pasos de tiempo. En el primer
caso –el modelo aleatorio– p empieza en 100, efectivamente creando un movimiento
aleatorio entre los asentamientos. El modelo se instaló en un estado estable después de
aproximadamente 500 pasos de tiempo y que se muestra en la Figura 5. Aunque este
modelo no genera una distribución que hayamos visto arqueológicamente, este no pro-
dujo una distribución de rango de tamaño no lineal que es extremadamente convexa2.
En los modelos siguientes –ambos casos híbridos– “p” toma un rango entre 95 y 50%.
En otras palabras, cada aldea escogería el mayor tamaño-distancia del asentamiento
a 5 o 50% de tiempo, respectivamente. El resto del tiempo, ellos escogerían moverse
hacia una ubicación aleatoria. Estos modelos también se estabilizaron después de 500
ejecuciones aproximadamente, con una forma final que consistió de solo unos cuantos
asentamientos. Aunque el resultado final no se ajusta con las distribuciones de tamaño
de los asentamientos empíricos, el modelo produce distribuciones realistas durante el

2 Debemos señalar que este resultado más bien es contrario a la intuición, el cual produce
distribuciones ordenadas a partir de procesos aleatorios. No fue sorprendente, en este caso,
ya que el Dr. Thomas Carter, de la Universidad Estatal de California en Stanislaus, nos había
mostrado esencialmente el mismo modelo aplicado a las transacciones de la riqueza.
251 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

Figura 5. Los resultados de la distribución tamaño-


asentamientos para los 120 modelos ejecutados, que
consta de 4 diferentes valores de p, la probabilidad de
que cualquier agente no optar por el tamaño óptimo:
la solución de distancia de la hora de elegir un pue-
blo para emigrar. Como p disminuye de 100 y 0 por
ciento, el resultante de los cambios en la distribución
cambia de convexa a log-lineal a cóncavo.

curso de movimiento entre los estados inicial


y terminal. El p=95 del porcentaje de ejecución
tendió a tomar una distribución convexa mu-
cho más atenuada que el modelo aleatorio, y
el p=50 del modelo porcentual tomó una forma
log-lineal. Cualitativamente, el 95 por cierto
del modelo de distribución es muy consistente
con la distribución de tamaño de asentamien-
tos del período Formativo del valle de Tiwa-
naku.
Finalmente, el p=0 del modelo porcentual,
el cual tenía agentes que elegían migrar al
asentamiento con la más alta proporción de
tamaño-distancia del 100% del tiempo, ten-
dieron a producir una distribución de prima-
te. La Figura 5 muestra que el promedio de 30
repeticiones es ligeramente cóncavo en “cola
superior” indicando que la mayoría de ejecu-
ciones son primate. La mayoría de las muestras
repetidas produjo las distribuciones de tamaño
similar cualitativamente a las distribuciones
primate del período Formativo Superior de la
cuenca de Titicaca y el período Tiwanaku del
valle de Tiwanaku.
La ejecución de modelo revela dos ten-
dencias generales con respecto a “p” y a las
distribuciones de tamaño de asentamientos.
La primera, a medida que “p” decrece entre
100 y 0, la transición de las distribuciones del
rango-tamaño pasa desde convexo hacia log-
lineal a primate. La segunda, a medida que “p”
disminuye, el grado de variación aumenta. En
otras palabras, a medida que la previsibilidad
del comportamiento del agente aumenta, la
previsibilidad del tamaño de los asentamien-
tos disminuye.
252 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

El Modelo de Gravedad en el Paisaje Social del Período Formativo


A través de los resultados dados sobre un paisaje genérico, preguntamos posteriormen-
te sí el modelo de gravedad tendrá algún poder para la predicción de la ubicación de
los centros de población de más alto rango de la cuenca tales como Tiwanaku, Pukara,
Lukurmata, entre otras. Griffin y Stanish (2007) sugieren que la geometría de las regio-
nes habitables de la cuenca habría influido en la formación de asentamientos de primate
en las regiones norte y sur donde las poblaciones habrían sido más grandes. En conse-
cuencia, ejecutamos el modelo de gravedad sobre un paisaje con la misma geometría
como el paisaje agropastoril de la cuenca del Lago Titicaca.

Modelizando el paisaje social del Formativo


Con el objetivo de estimar el paisaje social agropastoril del Período Formativo, gene-
ramos un modelo predictivo sobre las ubicaciones modernas de aldeas agropastoriles
en la región Huancané-Putina en la cuenca norte (Figura 6). Utilizando Google Earth
(Google Inc. 2010), nosotros digitalizamos las ubicaciones de 6,630 aldeas agropas-
toriles en un área de 838 km2 usando una imagen satelital, Quickbird 2, de 60-cm
de resolución, del 25 de julio de 2006. Esos puntos luego fueron importados hacia el
programa de sistemas de información geográfica ArcGIS (Environmental Systems Re-
search Inc. 2008) y superpuestos al reconocimiento geológico, de los Estados Unidos,
de 90-m de resolución, de la Misión Topográfica de Radar, volada en el Transbordador
Espacial, también conocida en inglés como Shuttle Radar Topography Mission (SRTM)
para modelos digitales de elevación o DEM (Farr et al. 2007).
La inspección visual de las ubicaciones de las aldeas agropastoriles sugirieron que la
densidad de asentamiento está directamente relacionada con –en orden de importan-
cia– la proximidad a los bordes de las terrazas aluviales, elevación y proximidad al lago
Titicaca. Para visualizar esta relación, usamos el programa ArcGIS para aislar los bordes
de las terrazas y los límites del lago de los datos SRTM y calcular las distancias desde cada
uno de esos rasgos para cada una de las aldeas digitalizadas. La regresión logística fue
realizada usando la función del modelo lineal generalizado en lenguaje de computación
estadística R (The R Foundation, 2009). El modelo de superficie que resultó se muestra en
la Figura 6. Este modelo muestra la probabilidad de encontrar una aldea agropastoril en
un lugar determinado. Luego, el modelo fue aplicado a toda la cuenca del Titicaca para de-
finir la probabilidad con la cual una aldea del período Formativo estaría localizada en una
ubicación dada durante cualquier modelo de ejecución. Para los propósitos de eficiencia
computacional, nosotros muestreamos el modelo de resolución de 90 m a 1300 m.
Reconocemos que existen dos defectos importantes con este método de mode-
lización del paisaje agropastoril del período Formativo; asumimos que la densidad
de las aldeas agropastoriles modernas proporciona un índice razonable para las ubi-
caciones prehistóricas. Dada la dificultad en compilar una base de datos geográfica
comparativamente sólida de sitios arqueológicos del período Formativo y el hecho
que la habitación doméstica probablemente no ha cambiado mucho desde el período
Formativo, estamos relativamente cómodos con el supuesto que los datos geográficos
modernos son apropiados para nuestra tarea.
253 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

Figura 6. La distribución geográfica de las modernas aldeas agropecuarias en la región de Huan-


cané-Putina superponiéndose a una superficie inclinada (izquierda) y una superficie de regresión
logística para la probabilidad de modernos pueblos agropastoriles en la misma región. El modelo de
regresión logística se basa en la distancia de las aldeas de los bordes de la terraza, la elevación y la
distancia desde el lago Titicaca. Una versión de este nuevo muestreo de superficie siempre que las
limitaciones de espacio para las simulaciones de los modelos restringidos geográficamente.

El segundo problema es la extrapolación de los datos. Al usar los datos de la región


de Huancané-Putina para modelar los patrones de asentamientos en otras zonas de la
cuenca, estamos extrapolando los datos más allá de sus promedios. La consecuencia
más patente de este uso de los datos es la sobrestimación de la adecuación de las tie-
rras en la cuenca sur, donde la aridez es mucho mayor que en la cuenca norte.
Los efectos de este problema son discutidos abajo, pero no parecen ser perjudicia-
les para el modelo.
254 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

Resultados
El paisaje Formativo modelado proporcionó un conjunto de limitaciones geográficas
y probabilísticas sobre las ubicaciones de los agentes en nuestro modelo. La Figura 6a
muestra esencialmente la geometría de este espacio modelado. Como en los modelos
previos, ejecutamos 30 simulaciones, cada una con aproximadamente 1000 agentes
consistente en 25 individuos cada uno. Para cada ubicación en el espacio modelado,
un agente es localizado con alguna probabilidad definida por la superficie del modelo
logístico. Dado el ajuste de cierre entre el modelo de gravedad y las distribuciones de
tamaños empíricos en el espacio modelado genérico, elegimos a éste para definir las
reglas del agente en el modelo geográfico.
Consideramos tres pruebas de ajuste del modelo con las distribuciones empíricas
de asentamiento. En primer lugar, nos preguntamos qué tan bien son los modelos para
predicir las distribuciones de tamaño de asentamiento en el período Formativo de la
cuenca del Titicaca. Por último, nos preguntamos qué tan bueno es el modelo para pre-
decir las ubicaciones relativas de los dos asentamientos de rango más alto. Este último
examen implica la comparación de las distancias y ángulos modelados de los asenta-
mientos de rango 1 y 2 con los ángulos y distancias reales entre Tiwanaku y Pukara.
Encontramos que existe una coherencia entre los resultados del modelo y los
datos empíricos. La distribución del tamaño de asentamiento no mostró diferencias
cualitativas de aquellas generadas en los modelos de gravedad previos (ver Figuras 3
y 5). Las ubicaciones reales caen dentro de las regiones de probabilidad más alta pre-
dicha por nuestro modelo. La Figura 7 muestra los resultados del modelo para todos
los sitios con población excedente, para los sitios del rango 1, los sitios del rango 2, y
los sitios del rango 3 con 30 ejecuciones a tiempo 100. Los sitios modelados del rango 1
forman dos grupos, uno en el norte y uno en el sur. La mayor probabilidad de conjun-
tos (cluster) en el sur conteniendo 18 de los 30 de un rango de sitios y el agrupamiento
norte contiene los restantes 12. La media geográfica del sitio predicho de rango 1 está
aproximadamente a 40 km al suroeste de la ubicación de Tiwanaku. Sospechamos
que este desplazamiento está, en parte, relacionado a nuestra sobreestimación de la
población en la región de Desaguadero de la cuenca sur. Sin embargo, la distribución
modelada del rango 1 es coherente con la ubicación real de Tiwanaku.
Los sitios modelados de rango 2 también forman dos grupos en los extremos nor-
te y sur de la cuenca. Sin embargo, el sitio de rango 2 está sesgado hacia el extremo
norte de la cuenca, con 18 sitios cayendo en el agrupamiento norte y los restantes
12 en el agrupamiento sur. El centro geográfico de los sitios modelados del rango 2
predice la ubicación de Pukara con una exactitud casi perfecta (ca. < 5 km). Los sitios
modelados del rango 3, por otra parte, no exhiben el mismo grado de agrupamiento
geográfico como los asentamientos del rango 1 y 2. Sin embargo, es digno de notar
que la media y la moda, de la coordenada UTM, para los sitios modelados del rango 3
esta entre 8200 y 8250 km, mientras que las coordenadas para los sitios reales de 3 y 4
se ubican entre 8240 y 8260 km aproximadamente.
Esto también quiere decir que las proporciones norte-sur de los sitios modelados
de rango 1 y 2 están en una oposición perfecta. La relación geográfica predicha entre
los sitios modelados de rango 1 y 2 se asemejan con la relación espacial real entre
255 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

Figura 7. Las ubicaciones geográficas de (A) todos los sitios modelados con poblaciones finales > 0, (B)
todos los sitios de rango 1, (C) todos los sitios con rango 2, y (D) todos los sitios con rango 3. Estas dis-
tribuciones se generaron en 100 pasos de tiempo. Las ubicaciones de los modelados de sitios de rango
1 se comparan con la ubicación real de Tiwanaku, y las ubicaciones de las bases de los sitios modelados
2 se comparan con la ubicación real de Pucará. Puntos grises definen los medios geográficos de los
agrupamientos o clusters que fueron definidos por K-means. Las líneas de puntos grises representan
las elipses de error estándar de distancia 1 y 2.

Tiwanaku y Pukara (Figura 8). La orientación promedio entre los sitios modelados de
rango 1 y 2 es 51 ± 9º mientras que la orientación real entre Pukara y Tiwanaku es 48º.
Además, la distancia media entre los sitios modelados de rango 1 y 2 es 216 ± 51 km
mientras que la distancia real entre Pukara y Tiwanaku es 247 km.

resumen y discusión
Este artículo se propuso entender los procesos subyacentes a la coalescencia diferen-
cial de la población en el período Formativo de la cuenca del Lago Titicaca, a través de
256 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

Figura 8. Una comparación de las actuales orientaciones de Tiwanaku-Pucará (izquierda) y las dis-
tancias (derecha) para las orientaciones de modelado y las distancias. Los valores modelados son
consistentes con los valores actuales.
un examen de las distribuciones de asentamiento y modelización basada en agentes.
El período Formativo de la cuenca revela las distribuciones del rango del tamaño de
asentamiento que oscilan entre cóncavo y convexo con Tiwanaku y Pukara repre-
sentando los centros primate de las distribuciones cóncavas (Albarracin-Jordan 1996;
Stanish 2003). Nuestro modelo simple, basado en agentes, muestra que este rango
de variación en las distribuciones de tamaño de asentamiento, puede generarse con
sólo unas pocas reglas simples, incluyendo asentamientos dispersos geográficamente
integrados por individuos quienes migran entre estos asentamientos con un sesgo
hacia asentamientos que están relativamente cerca y/o son grandes.
El grado de este sesgo está inversamente relacionado con el grado de convexidad
del rango-tamaño. Relativamente pocos grados de conexión preferencial en los al-
rededores de los grandes asentamientos tenderán a producir distribuciones primate
mientras que relativamente pocos grados de adhesión tenderán a producir distribu-
ciones convexas. Una inclinación intermedia a los sitios próximos y grandes tenderán
a producir distribuciones de rango de tamaño log-lineal.
Por consiguiente, de la forma de las distribuciones de rango de tamaño de los asen-
tamientos arqueológicos, podemos inferir la atracción de factores sociales relativos a
los efectos dispersivos de los factores no sociales. Basados en la forma convexa de las
distribuciones de rango de tamaño no lineal del período Formativo del valle de Tiwa-
naku, concluimos que la atracción de factores sociales era relativamente baja. O, inver-
samente, las fuerzas dispersivas de los factores no sociales fueron relativamente altas.
Basados en la forma de las distribuciones de rango de tamaño no lineal del período
Formativo Superior, podemos inferir que los individuos tuvieron un mayor grado de
libertad en sus decisiones para buscar oportunidades de migración motivadas social-
mente. Este patrón conductual podría haber emergido inicialmente en el contexto de
caravanas de llamas, en combinación con los avances tecnológicos agrícolas en el culti-
257 / Wm. R andall Hass Jr. y Jacopo Tagliabue

vo de campos elevados. Sin embargo, los asentamientos, cada vez más grandes, habrían
sido ocupados con el aumento de tensiones que surgen del estrés de escala (Bandy 2004).
De hecho, el período Formativo está marcado por el aumento de tradiciones integradas,
que podrían haber respondido a las nuevas predilecciones de individuos y pequeñas
comunidades migrantes. Tiwanaku, cuyo tamaño también es predicho porque, según
el modelo de Griffin y Stanish (2007), la geografía parece haber sido particularmente
exitosa en integrar una población particularmente grande (Janusek 2006).
El modelo presentado aquí también sugiere que el tamaño y la ubicación de los
asentamientos de alto rango son fuertemente dependientes de las diferencias, apa-
rentemente triviales, de las condiciones iniciales de la geografía. Por ejemplo, más
allá del hecho que nuestros 30 modelos de funcionamiento-gravedad compartieron el
mismo número de aldeas, cada una de ellas con el mismo tamaño de población inicial,
las desviaciones estándares de los asentamientos del rango 1 de aproximadamente
5000 individuos y un rango de 17000 (véase Figura 5). Además, en el modelo de ejecu-
ción geográfica, las ubicaciones de los asentamientos del rango 1 estuvieron correc-
tamente posicionados en la cuenca del sur solamente el 60% del tiempo. Se predijo
que el 40% restante ocurrió en la cuenca norte, aproximadamente en los alrededores
de Pukara. Nuevamente, diferencias sutiles en las condiciones iniciales crearon muy
diferentes modelos de historias. Dicho esto, también es claro que ciertas historias
fueron más probables que otras. En el lenguaje de los teóricos de la complejidad, tales
órbitas de atracción habrían constreñido los resultados potenciales de las distribu-
ciones de asentamiento del período Formativo de la cuenca de Titicaca.

Agradecimientos
Este trabajo fue financiado parcialmente por el Santa Fe Institute mediante una NSF
Grant No. 0200500 titulada “A Broad Research Program in the Sciences of Complexi-
ty.” Muchos participantes en la SFI Complex Systems Summer School ofrecieron
comentarios reflexivos y valiosos que mejoraron esta artículo, así como también lo
hicieron James P. Holmlund (Western Mapping Company, Tucson), Shane Miller (The
University of Arizona), y Taylor Hermes (The University of Arizona). Todas las fallas
y confusiones, en este artículo, son responsabilidad de los autores.
258 / Prediciendo la coalescencia en los períodos Formativo y Tiwanaku...

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y C e c i l i a C h á v e z iii

INTRODUCCIÓN
En su proceso de expansión, los estados arcaicos se movilizan en primer lugar para
controlar caminos y ubicaciones estratégicas. El resultado es un patrón discontinuo
de dominación donde los recursos más críticos están controlados dentro de territo-
rios previamente no dominados (Algaze 2005; Smith 2007; Stanish 2002). Esta lógica
de “enclave estratégico” se encuentra durante el Horizonte Medio de la cuenca del
Lago Titicaca, donde la presencia de Tiwanaku se debilita fuertemente fuera de su
territorio nuclear al sur (Stanish et al. 2005) (Figura 1).
La bahía de Puno, en el actual Perú, es uno de los escenarios donde se ubican los
asentamientos Tiwanaku más grandes del norte del Lago Titicaca (Stanish 2003: 188).
Al norte del río Ilave, Tiwanaku estableció grupos de asentamientos en enclaves re-
gistrados en Juli, bahía de Puno, y en la zona del lago Arapa (Stanish et al. 2005; Stanish
comunicación personal 2009). La condición de semi-aislamiento de este conjunto de
sitios indicaría que fue un lugar de importancia estratégica. Su investigación nos po-
sibilitaría determinar el valor de la bahía de Puno dentro de la sociedad Tiwanaku, y
así aprender más del sistema de valor del estado Tiwanaku.
Datos de campo del Proyecto Wayruro indican que los jefes del estado Tiwanaku
fueron atraídos a Puno por ser el centro de una sociedad compleja, con una fuente de
plata y una larga tradición de trabajo especializado en el procesamiento de minerales
locales. Además, consideraciones defensivas y rituales parecen determinar la ubica-
ción de las ocupaciones dentro de la bahía.

* Traducido por Carol Schultze y Luis Flores Blanco, con ayuda de Laura Cannon y David
Oshige Adams.
i Departamento de Antropología. Universidad de California, Los Angeles.
[email protected].
ii Departamento de Antropología. Universidad Nacional del Altiplano, Puno.
[email protected].
iii Programa Collasuyo, Puno. [email protected].
262 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Figura 1. Zonas de asentamiento Tiwanaku documentadas en el lado peruano del


Lago Titicaca (Stanish 2003 y Stanish comunicación personal 2009).

Artefactos de tipo Tiwanaku están presentes en sitios con templos hundidos del
período Formativo. Estos indican continuidad entre los dos períodos, y posiblemente,
una intensificación del complejo ceremonial en el Horizonte Medio. Puesto que el
objetivo parece ser la incorporación de los trabajadores con sus recursos, iniciar una
guerra con la sociedad compleja que ya tenía un conocimiento acumulado, hubiera
sido contraproducente.
Parece que hay una restricción de acceso a la plata y a su procesamiento durante
el período Tiwanaku. Hay crisoles asociados con seis sitios del período Formativo y
solo tres en los tiempos de Tiwanaku. Esos son los sitios principales que habrían teni-
do acceso para controlar la producción de plata en la bahía de Puno.
Todos los minerales intrusivos de valor económico del ‘Grupo Puno’ eran cono-
cidos por el estado Tiwanaku. Artefactos del tipo Tiwanaku se han encontrado en
sitios formativos en donde hay talleres de andesita, por ejemplo Punanave P9 y Cerro
Ichur P110. También, la andesita es uno de los materiales usados en la arquitectura
ceremonial en Isla Esteves P10.
La presencia militar de Tiwanaku en Puno era limitada. Casi tres cuartas partes de
los sitios Tiwanaku fueron ubicados en campo abierto. Sin embargo, algunos sitios tu-
vieron capacidad defensiva. Ubicaciones estratégicas cercanas a la orilla del lago fueron
263 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

ocupadas. Armamentos también se encontraron en sitios Tiwanaku. Hay proyectiles


de piedras o bolas en tres de treinta sitios: Achalani P98, Huerta P43 e Isla Esteves P10.
Hay trompos, artefactos típicamente Tiwanaku que se pueden interpretar como un tipo
de bola, encontrados en Isla Esteves P10. Puntas de proyectil de estilo Tiwanaku se ha
encontrado en cinco de treinta sitios: Paurcarcolla Santa-Bárbara H6 / P142, Capilla
Cullaquipa P106, Cerro Ichur P108, Huajje P5, e Isla Esteves P10. El único sitio con todos
esos artefactos: bolas, trompos y puntas de proyectil es Isla Esteves P10.
Isla Esteves P10 se estableció como un centro de control, un puesto defensivo, y
un lugar muy sagrado dentro de la cosmovisión Tiwanaku. La localización de esta isla
refleja el diseño del sitio capital de Tiwanaku en varios aspectos (Carver 1998; De la
Vega 1998). Por ejemplo, como isla es parte de la configuración ‘foso sagrado’ del sitio
Tiwanaku (Kolata 1993). Tiene un dualismo con la pirámide formativa Huajje P5. Este
plano refleja el dualismo de Akapana - Pumapunku del sitio nuclear. La pirámide en
Isla Esteves fue construida imitando al Cerro Pacocahoa, un cerro grande al otro lado
de la bahía al sureste. La ubicación se interpreta dentro de una armoniosa estética
cultural Tiwanaku.
En general, los datos de Tiwanaku muestran su interés en la adquisición y control
de la producción de la plata originada en la bahía de Puno. Este énfasis es el reflejo de la
importancia de la economía de prestigio en la manera de gobernar Tiwanaku. Los me-
tales preciosos (oro y plata) tenían una parte central en el desarrollo de la complejidad
social en los Andes. Como la economía prehispánica era no-monetaria, el valor de los
metales debe haber tenido su origen sólo en las propiedades físicas de la materia.

DATOS DE LA PROSPECCIÓN
La producción y el ritual continuaron durante el período Tiwanaku en los mismos
sitios del período Formativo (Figura 2). Tiwanaku continuó con la producción modu-
lar de fundir plata en sitios como Huajje P5, Punanave P9 y Cerro Negro Peque P117.
Además ellos reocuparon talleres de andesita en sitios como Cerro Ichur P108 y Cerro
Chincheros P13.
Comparándolo con el período Formativo, hay menos sitios Tiwanaku; aunque en
promedio son más grandes. Sitios con artefactos Tiwanaku tienen un tamaño prome-
dio de 4.7 hectáreas, mientras los sitios formativos tienen 2,8 ha (Tabla 1). Además, el
74% de todos los sitios Tiwanaku están ubicados en niveles inferiores a 3900 msnm.

Período Número de sitios Tamaño medio (hectáreas) ≥ 1 hectárea

Formativo 83 2,8 46%

Horizonte Medio 31 4,7 74%

Intermedio Tardío 87 2,2 36%

Horizonte Tardío 59 3 52%


Tabla 1. Resumen de sitios documentados en la bahía de Puno por cantidad, tamaño, y período.
264 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Como se muestra en la Figura 2, Tiwanaku tiene una presencia sobre todos los
sitios formativo con templos hundidos. Ellos construyeron templos hundidos adicio-
nales en Isla Esteves P10. En contraste, sitios de arte rupestre del Formativo no tienen
un componente Tiwanaku. Esto refleja que Tiwanaku tiene más interés en el centro
cultural del distrito de Chincheros, en la zona norte del proyecto, que ocupar locali-
dades más altas, donde se encuentra el arte rupestre.

Figura 2. Sitios Tiwanaku frente a sitios rituales Formativo. Circulo = sitio Tiwanaku,
Cuadrado = templo hundido, Polígono = arte rupestre
265 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

La mayor parte de los sitios Tiwanaku están por debajo de los 3900 msnm. Hay sólo
dos sitios Tiwanaku sobre los 4000 msnm. Uno de esos es la mina de plata Laicacota /
Cerro Negro Peque P117, ubicado al noroeste del Cerro Cancharani a 4100 msnm. Este
sitio está compuesto de cientos de pozos de canteras asociadas a cúmulos de relaves.
Algunos pozos tienen 10 metros de diámetro, otros tienen 7 metros de profundidad.
Otros tienen cámaras múltiples orientadas en varias direcciones. Cerámicas de todos
los períodos están presentes aquí. Asimismo, hay representación de cerámica de to-
dos los períodos en sitios de fundición como Punanave P9 y Huajje P5. Claramente,
todas las culturas que dominaron la bahía de Puno se establecieron allí por el acceso
a estos minerales de plata.
El otro sitio Tiwanaku sobre los 4000 msnm es aun más enigmático. El sitio Capilla
Intocable P106 es una capilla católica con elementos muy antiguos ubicados encima de
un cerrito a 4075 m. Hay monolitos erosionados rodeando parte del sitio, se debe de
advertir que la presencia Tiwanaku se ha distinguido solo por una punta de proyectil de
tipo Tiwanaku (Figura 3). Este hallazgo sugiere una función militar, o alternativamente
sólo una punta dejada por cazadores. Más datos serán necesarios para entender el papel
de este sitio en el patrón de asentamiento Tiwanaku. Posiblemente, este sea parte de un
grupo de lugares de control establecido por el estado Tiwanaku (Figura 5).

Figura 3. Punta de proyectil de calcedonia de estilo Tiwanaku en la


superficie del sitio Capilla P106. Dibujo de Javier Challcha Saroza.

Figura 4. Monolitos de Cullaquipa P105, que va de sur a este, con


el sitio P106 en el fondo (izquierda); plano del sitio (derecha).
266 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Figura 5. Sitios Tiwanaku contrastados con sitios Inka.


Círculo = Sitio Tiwanaku; Triángulo = Sitio Inka.

El Sitio P106 está cerca del sitio de Cullaquipa P105, que es un alineamiento norte-
sur de ocho monolitos erosionados colocados verticalmente en el piso de la quebrada sur
de Cerro Calechejo (Figura 4). Estos menhires tienen un rango de tamaño de 24 a 90 cm
de altura, y anchos de 30 hasta 58 cm, sin tallados visibles. La piedra central está rota,
con una altura de solo 5 cm. La gente que vive cerca dice que los monolitos son “piedras
muy antiguas” y “piedras intocables que tienen poder”. El nivel de erosión se relaciona
con su gran antigüedad, aunque no hallamos artefactos en la superficie. Posiblemente,
esta línea de piedras marca una frontera territorial, o son ruinas estructurales.
267 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

Una explicación de la presencia Tiwanaku en el sitio P106 puede estar relacionada


con la historia de estos monolitos. Por otra parte, la ubicación del sitio P106, tiene un
cierto valor defensivo como mirador sobre la amplia quebrada de Cullaquipa.
La figura 5 compara los asentamientos de Tiwanaku e Inka en la bahía de Puno. Los
dos estados incorporaron a la bahía de Puno de forma independiente, en diferentes
escenarios culturales e históricos. Sin embargo, para ambos estados expansivos, la
estrategia fue colocar sitios orientados para controlar la orilla del lago, el centro de
Puno, y las zonas de agricultura, ritual y sitios de extracción de los minerales de plata
y andesita.
La ocupación Inka fue de carácter territorial y dejó una mayor presencia en todas
las áreas investigadas. Sitios con artefactos del Horizonte Tardío incluyen tipos cerá-
micos Cusco-Inka y Sillustani-Inka. En general hay más sitios. Los tamaños en prome-
dio son más pequeños que los del período Tiwanaku, pero cubren todas las zonas. La
mayor parte de los sitios están por debajo de los 3900 msnm (Tabla 1).
Los asentamientos Inka están concentrados en Paucarcolla (Diez de San Miguel
1567 [1964]: 299; Hyslop 1990; Julien 1983; Stanish 2003), y la pampa del río Jallihuaya.
Hay un ushnu en Jallihuaya, sitio Asiruni P95, hecho de piedras talladas de arenisca
roja del grupo Moho (Schultze 2008). Ese complejo Ushnu Asiruni, tiene un complejo
de tres elementos: silla, drenaje y cuenco; identificado por Zuidema (1990) con el
gobierno Inka en el Cusco
En la Figura 5, se muestra que Tiwanaku se ubicó en puntos de control al sur de
la cuenca y en tierras interiores de cada drenaje importante. Los sitios interiores es-
tán ubicados para controlar la agricultura, minerales, fronteras defensivas y lugares
rituales.
Los sitios defensivos fueron mantenidos por Tiwanaku. A la entrada sur de la ba-
hía de Puno, el pasaje terrestre se angosta entre los cerros empinados y las aguas del
Lago Titicaca (Hyslop 1984: 121). Arriba de este punto de control está el sitio Achalani
P98, enfrente del lago hay terrazas altas (2 metros o 6 hiladas de piedra de altura) de-
fensivas construidas de una manera desfavorable para las fuerzas atacantes, la cresta
del cerro y las murallas proporcionan una posición defensiva superior. Encontramos
artefactos de todos los períodos en abundancia, incluyendo cerámicas, líticos, bolas,
morteros y fragmentos de tazones de piedra.
La Isla Esteves también tiene potencial defensivo como ciudadela. Sin embargo,
muchos de los datos indican actividades ceremoniales, fiestas, residencias de elite y
uso de bienes de prestigio. Tiwanaku ocupó en esta isla un centro urbano rival, con
el establecimiento de una elite local en la bahía. Esta es una prueba de aislamiento
étnico y distinción social durante el Horizonte Medio.
Los sitios que fueron ocupados durante todos los períodos (H6, P56, P13, P44, P10,
P5, P9, P117, P98, y P108) demuestran que el acceso al lago fue motivado por el procesa-
miento de la plata, los tallares de andesita y lugares defensivos en la bahía de Puno.
268 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Restricción de acceso a plata


Hay sólo tres sitios de fundición de plata usados por Tiwanaku. De sur a norte, en
la Figura 6, estos son Punanave P9, Huajje P5 (Figura 7) y Jallupata P49. Estos sitios
fueron usados también en el período Formativo junto con otros tres a mayor altitud
y más cerca de las fuentes de metal.

Figura 6. Sitios Tiwanaku contrastados con los de producción de metal.


Círculo = Sitios Tiwanaku, Triángulo = desechos de fundición, Cuadrado = canteras
269 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

La restricción de las actividades de fundición durante el período Tiwanaku a sólo tres


sitios sugiere una centralización de la producción de plata durante el Horizonte Medio.
Hay dos etapas o fases del proceso de fundir plata: 1) La fundición con temperatu-
ras por encima de 800º C y 2) la cupelación superior a los 900º C. En la bahía de Puno,
la etapa 1 de fundición de plata y plomo se hizo en el sitio Punanave P9. Este sitio-
taller abarca 17,5 hectáreas (700 m N-S x 250 m E-W) y está encima de la cresta de
una falda del cerro Laicacota. Se ubica en una zona de fuertes vientos por las tardes,
siendo un lugar ideal para avivar el fuego de los hornos tradicionales de fundir plata
(huayrachina). Hay pisos aterrazados del taller, que varían de 3 m x 4 m a 100 m x 70
m, construidos a lo largo de este cerro.
En la superficie hay abundantes artefactos, como cerámicas de todos los perío-
dos prehispánicos y hasta coloniales. Recolecciones de superficie incluyen cientos
de fragmentos de cerámica utilitaria, crisoles incrustados de escoria, huesos, líticos,
mena de cobre, ocre rojo y cuentas/abalorios de conchas. Hay mayor variedad de
material lítico en este sitio que en otros de la bahía, como lascas de basalto, riolita,
obsidiana, caliza, arenisca y pedernal de diferentes colores.
La etapa 2 es la cupelación con temperaturas arriba de los 900º C, y que fue hecha
en el sitio de Huajje P5. Huajje es un montículo artificial en forma de U al lado de lago
Titicaca. La forma en U es poco común en el altiplano. Está ubicado al frente del sitio
Isla Esteves P10, pirámide del estado Tiwanaku. Allí, tenemos la evidencia obtenida
por excavación del proceso de refinar plata (más abajo).
Es posible que hubiera una tercera etapa de cupelación arriba de 1100º C, para ha-
cer la separación final del plomo y la plata. Es también posible que esta etapa final se
hubiera hecho en un tercer lugar. Especulativamente, se puede decir que esta etapa
pudo hacerse en un sitio cercano a la Isla Esteves, en una acción final de la elite Tiwa-
naku por controlar el acceso a la plata de alta calidad. Los bienes de plata tienen alto
valor y peso mínimo, por lo que es ideal para su redistribución por redes políticas de
larga distancia.

EXCAVACIONES EN HUAJJE, BAHÍA DE PUNO


Excavamos, en Huajje P5, un montículo artificial piramidal en forma de U (200 m E-W
x 80 m N-S x 8 m altura, con 128.000 m3). Estas excavaciones fueron planeadas como
parte de una investigación sobre los cambios en sitios formativos, debido al ingreso
de Tiwanaku en la bahía de Puno. La forma de U es poco común en el altiplano y es
más parecido a patrones comunes de la costa norte de Perú durante el período Inicial
(1800 – 1300 a.C.). La forma de Huajje es similar al montículo piramidal de Tumatuma-
ni, en Juli, en la cuenca oeste de Lago Titicaca, a unos 75 km al sureste de la bahía de
Puno. Excavaciones realizadas por Stanish y Steadman (1994) en Tumatumani reve-
laron que fue un centro de complejidad social durante los períodos Formativo Medio
y Superior, denominados Sillumocco Temprano (circa 1000 a 500 a.C) y Sillumocco
Tardío (500 a.C. – 500 d.C.). Tumatumani y otros sitios Sillumocco se incorporaron al
estado Tiwanaku durante el período Tiwanaku IV.
270 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Figura 7. Plano topográfico de Huajje P5

Al igual que la mayoría de los montículos en el altiplano, los sitios Tumatumani y


Huajje se construyeron a través de episodios cíclicos, producto del amontonamiento
de rellenos y basura arqueológica. El resultado es una estratigrafía acumulada que
mezcla artefactos más tardíos en los niveles superiores. Estos episodios fueron muy
grandes como para dejar una secuencia de capas intactas. En este tipo de estratigrafía
acumulada, los niveles inferiores representan un solo período, y los de arriba están
mezclados.
Realizamos un pozo de excavación de 2 x 2 m y excavamos en niveles de 10 cm
al centro interior de la forma en U, en frente del lago (Figura 7). La unidad continúa
con material cultural hasta los 5.15 m por debajo de la superficie. Desechos de meta-
lurgia se encontraron en todos los niveles entre 0.3 m hasta los 4.8 m. Hay tres tipos
de evidencia independiente que confirman que la estratigrafía está intacta, aunque
de tipo acumulada: 1) secuencia relativa de cerámica; 2) datación por radiocarbono; y
3) fechas de termoluminiscencia (TL). Los resultados son consistentes con episodios
cíclicos acumulados durante dos mil años.
Cerca de 1000 fragmentos de cerámica diagnóstica1 se analizaron con el fin de
identificar períodos representativos en una secuencia relativa. Estos son: bordes, ba-
ses, y fragmentos decorados. El método de usar sólo las muestras diagnósticas ya ha

1 Exactamente fueron 958 artefactos diagnósticos cronológicos (7548.9 g) de un total de


27,191 recuperados (112,754.9 g) de un pozo de 2 x 2 m. Es una muestra del 3.5% por canti-
dad y 6.7% de peso total.
271 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

sido probado por Stanish (1991: 17) en Otora, y en nuestro caso nos ha permitido
abordar temas de cronología y esferas de interacción. También creamos una cronolo-
gía de pastas de cerámica (Schultze 2008).
La secuencia cerámica fue consistente con la serie de episodios constructivos del
montículo durante un período de 2000 años. Los tipos de artefactos empiezan con
formas del Formativo Medio (Steadman 1995) y continuaron incluyendo formas de
cada período subsiguiente (Alconini 1993; Bauer 1992; Bauer y Stanish 2001; Chávez
1992; Janusek 1994, 2003; Kidder 1943; Posnansky 1945; Stanish et al. 1997; Stanish y
Steadman 1994; Steadman 1999; Tschopik 1946).
La cerámica diagnóstica, encontrada estratigráficamente, fue como sigue: bordes
de forma Qaluyu en los 500–430 cm de profundidad; bordes de formas Pukara Inicial
y Pukara I se encontraron por los 430–400 cm; bordes de formas Pukara II entran en
niveles de 400–380 cm. En el nivel de 380–370 cm de profundidad se encontraron las
primeras formas Tiwanaku, un fragmento de un kero pulido negro. Fragmentos de
incensarios Tiwanaku están por los 310 cm. En el nivel de 280–290 cm se encontró un
fragmento de jarra con decoración aplicada Collao, señalando el término del depósito
Tiwanaku. En el nivel de 220–230 cm se encontró un pequeño fragmento de plato
Sillustani-Inca. Por los niveles de 200–190 cm hay un fragmento amarillo y verde vi-
driado de técnica colonial.
Se escogieron cuatros fragmentos de cerámica para análisis por termoluminiscen-
cia (TL) (Aiken 1989; Feathers 1997), los que fueron tomados de los siguientes niveles:
170 cm, 350-360 cm, 400-410 cm, y 420-430 cm. La muestra más profunda tuvo un
resultado con un término de error grande y fue descartado (753 ± 135 d.C.). Las otras
tres dieron fechas mínimas de 1009 ± 53 d.C., 734 ± 71 d.C. y 515 ± 76 d.C., en un orden
correcto de superposición.
Análisis de microscopio de electrones de la cerámica indica que las arcillas tienen
altas concentraciones de feldespato. El feldespato pierde su carga TL más rápido que
otros minerales (Feathers 2003). Por eso, los datos de TL de la bahía de Puno registra-
ron siempre fechas mínimas.
Dos muestras de carbón se eligieron para datación por radiocarbono de los nive-
les 280 a 290 cm (Beta-195437) y 400 a 410 cm (Beta-195438). Se obtuvieron fechas
convencionales de 1370 ± 60 a.p. y 1690 ± 70 a.p., respectivamente. Calibrando estos
datos a 2 sigmas (probabilidad 95%) dieron como resultado: 580 a 770 d.C. y 220 a
530 d.C.2
Las cronologías absoluta y relativa están de acuerdo, íntegramente, con la estra-
tigrafía del yacimiento, con una antigüedad que va desde el período Formativo Su-
perior (200 a.C.–500 d.C.) hasta fechas potenciales del Formativo Medio Qaluyu (1300
a.C. hasta el año 240 a.C).

2 Estos datos fueron calibrados usando el programa INTCAL98 (Stuiver et al. 1998; Talma y
Vogel 1993).
272 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Tipo de pasta C-14


Nivel Tipo de cerámica
introducido Muestra de TL
490-500 1 M. Formativo
C-14: Beta 258776
460-470 2 “ “
1870 ± 40 a.p. (60 – 240 d.C.)
C-14: Beta 258719
450-460 “ “
1920 ± 40 a.p. (40 a.C. –120 d.C.)
430-440 3 “ “
420-430 4 A. Formativo 1
TL muestra 4 / UW – 923
420-430 “ “ Edad mínima: 753 +135 d.C.
tazón sencillo no decorado
410-420 5 “ “
C-14: Beta195438 TL muestra 3 / UW – 922
400-410 “ “ 1690 ± 70 a.p. (d.C. Edad mínima: 515 +76 d.C.
220 – 530) tazón sencillo
370-380 6 Horizonte Medio
350-360 7 “ “

340-350 1b “ “
340-350 1c “ “
340-350 6a “ “
TL muestra 1 / UW - 920:
330-340 “ “ Edad mínima: 1009 +53 d.C.
Tiwanaku kero polícromo
320-330 5a “ “
C-14: Beta 195437
290-300 “ “
1370 ± 60 a.p. (580- 770 d.C.)
270-280 Inter. Tardío
260-270 5b “ “
250-260 6b “ “
240-250 8 “ “
220-230 Horizonte Tardío
190-200 9 Colonial
060-70 10 “ “
000-10 11 “ “

Tabla 2. Cronología absoluta y relativa de la excavaciones


de Huajje (Schultze et al. 2009; Schultze 2008)

LA ESTRATIGRAFÍA
El yacimiento se formó por acción mecánica con sedimentos clásticos en la parte
superior y con arqueo-sedimentos en la parte inferior. Los procesos de formación
fueron en la mayor parte aditivos, a causa de acciones humanas y naturales (Figuras
8, 9, 10 y 11). Se encontraron los siguientes estratos generales: Estrato I (de 0 hasta
273 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

100 cm) es una capa activa biológicamente con hoyos intrusivos conteniendo basura
moderna. El estrato II (de 50 hasta 200 cm) es una serie de niveles coluviales de grava,
arena y cieno depositados a causa de la erosión de los terrenos colindantes.
Por su parte, los estratos III y IV son una serie de depósitos relativamente ni-
velados, probablemente debido a episodios de construcción humana. Las tierras se
hicieron más finas a mayor profundidad. La presencia de grava y arena más gruesa
en los niveles 4b y 4c indican un período de inundación entre los eventos de cons-
trucción.

Tipos Cantidad Peso (g)


Lámina martillada 1 0,27
Escoria metálico o matte 2 18,94
Escoria vítreo 104 461,58
Escoria vesicular 1714 1104,59
Fragmentos de crisoles 289 624,93
Crisoles con escoria 1028 3817,21
Mena mineral 23 88,68
Cerámicas quemadas 259 792,51
Hornos calcinados 31 262,66
Residuo de caliza 3 42,84
Piedra caliza 3 1,63
Total 3457 7215,84
Tabla 3. P5 Tipos de artefactos asociados con la fundición

Los desechos de fundición


En total recuperamos 3.471 (7590,6 gr) artefactos de trabajo en metal del pozo 1. Las
principales categorías de materiales recolectados fueron: 1) lámina martillada de me-
tal; 2) escoria metálica (matte); 3) escoria vítrea; 4) escoria vesicular; 5) fragmentos de
crisoles; 6) crisoles con escoria; 7) mena mineral; 8) fragmentos de cerámicas quema-
das; 9) fragmentos de hornos cocidos; 10) residuo de caliza; 11) piedra de caliza; 12)
algunas escorias tienen evidencia adicional de cupelación, descrita más abajo. En los
niveles superiores a 150 cm, se encontró un tipo de crisol de diámetro más grande y
un nuevo tipo de escoria vesicular de menor peso.

1. Lámina martillada de metal. Hay una lámina pequeña (0,27 g) de metal martillado
de 240 a 250 cm. Los estudios XRF confirman que el metal es cobre sin aleación
(comunicación personal con David Scott de UCLA, 2006). Adicionalmente, hay una
lámina de cobre visible sobre los dientes de un incensario, casi completo, Tiwa-
naku (Schultze 2008: 127). Esto indica el uso de metales de cobre, además de la
fabricación de plata en el sitio de Huajje.
274 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Figura 8. Matriz de Harris de la Unidad 1. Depósitos niveles geológicos, estratos y rasgos.

Figura 9. Perfiles de muros oeste y norte de pozo 1 en Huajje (leyenda siguiente página)
275 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

Leyenda de las Figuras 8 y 9.


Estrato I: Profundidad superior (PS) 0 cm hasta una profundidad inferior (PI) de 50–
100 cm. Hoyos de basura moderna dentro de depósitos aluviales recientes.
1a. Hoyo de basura moderna (5YR 5/2 rojizo-gris), mayormente orgánica y raíces.
1b. Hoyo de basura moderna y ceniza (7.5YR 6/0 gris).
2a. Ceniza y polvo rojo, suelto con material orgánico (10 YR6/2 claro parduzco gris).
2b. Mezcla de arena y polvo color gris (7.5 YR 6/2 rosado gris) y rojo (5YR 6/4 claro
rojizo marrón), de grano medio-fino con 20% de gravillas.
2c. Polvo y arena fina, ceniciento con 20% gravillas (7.5YR 6/4 claro marrón).
Estrato II: PS 50–100 cm hasta PA 180–200 cm Una serie de niveles coluviales de grava,
arena, y cieno, indicando deposición natural. Evidencias de pedogénesis están pre-
sentes.
3a. Polvo y arena de grano medio con 30% gravillas (7.5YR 5/2 marrón).
3b. Polvo y arena gris de grano fino con 30% gravillas (5YR 6/2 rosado marrón).
3c. Polvo y arena naranja de grano medio compacto con 80% gravillas (10YR 6/6
parduzco amarillo).
3d. Arena roja compacta de grano medio con 80% de gravillas (7.5 YR 6/6 rojizo
amarillo).
Estrato III: PS 180 - 200 cm hasta PA 350–430 cm. Una serie de estratos casi horizonta-
les. Estratos 4a y 4d son cieno, arena, y arcilla fina. Es probable que fueran resultados
de eventos de construcción humana. La grava y arena más gruesa de 4b y 4c indican
un período de inundación entre eventos de construcción.
4a. Polvo y arena gris compacta con 50% gravillas y guijarros (5YR 5/2 rojizo gris).
4b. Arena de grano largo con 90% de guijarros y gravillas (5YR 6/3 rojizo-marrón
claro).
4d. Arena y arcilla de grano fino con 10% gravillas (10YR 5/2 grisáceo-marrón).
4e. Polvo amarillo-verde sin gravillas (5Y 6/3 oliva pálido).
4f. Arena y gravilla (10YR 6/3 claro marrón).
Estrato IV: PS 350–430 hasta PA 510 cm. Este estrato está compuesto de capas horizon-
tales dentro de una estructura circular de piedras. Se correspondieron a los primeros
eventos de relleno y construcción en el sitio. Hay bastante arcilla en la matriz indica-
tiva de un período largo de un ambiente húmedo. Esto puede ser el resultado de las
inundaciones periódicas sobre el terreno a través del movimiento de la capa freática,
que es una posibilidad a esta profundidad.
5a. Polvo y arcilla de grano fino con 10% guijarros (7.5 YR 5/2 marrón).
5b. Arcilla con 1% guijarros (5 YR 4/2 rojizo gris oscuro).
Estrato V: PS 350–360 hasta PA 480. Este es un relleno de piedras y basura arqueológica
usado como material de construcción para hacer una estructura circular. Este estrato
no fue excavado a causa de la cantidad enorme de artefactos en el relleno. Excavacio-
nes preliminares de los primeros niveles de este estrato produjeron una densidad muy
alta de cerámicas, huesos, y líticos. En cambio, excavamos dentro de la estructura.
6. Relleno con artefactos y 80% piedra arenisca (10YR 5/2 grisáceo-marrón),
Estrato VI: PS-PA 510 cm - agua subterránea.
7. Agua.
276 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

2. Escoria metálica (matte). Hay dos trozos de escoria metálica de forma exterior circular.
Se interpretaron como subproducto del refinamiento de menas de plata en tempera-
turas sobre los 900º C, en un subproceso de cupelación que se llama escorificación.

Figura 10. Escoria metálico (matte).

3. Escoria vítrea. Son piezas sólidas de material vidrioso negro. Arriba del nivel 250–260
cm se encontró un tipo de escoria vítrea que pesa menos y que es menos vidrioso.

Figura 11. Escoria vítreo.

4. Escoria vesicular. Estas son piezas frágiles, vidriosas y ligeras. Tienen un interior
vacío redondo formado por burbujas de gas atrapadas. Son productos de cerámica y
otros minerales cocidos al fuego.

Figura 12. Escoria vesicular de los niveles 410 al 420 cm.


277 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

5. Fragmentos de crisoles. Pequeños tazones de cerámica utilitaria. La forma de la pla-


ca proto-típica es la de una taza circular de tamaño pequeña, afilado cerca del borde.
Se observan tipos de crisol con diámetros mayores que 150 cm.

Figura 13. Fragmentos de crisol.

6 . Crisoles con escoria. Fragmentos de crisoles con escoria vítrea adherida. Unos tie-
nen capas gruesas y otras solo una capa delgada.

Figura 14. Crisol con escoria.

7. Mena mineral. Son piedras de color azul verdoso probablemente malaquita.


8. Fragmentos de cerámicas quemadas. Cerámicas quemadas a altas temperaturas.
Se parecen a cerámicas identificadas como fragmentos de huayrachinas (horno
autóctono de cerámica) halladas en contextos etnoarqueológicos por el Proyecto
Arqueológico Porco-Potosí en Bolivia (van Buren y Mills 2005: 22).

Figura 15. Mena mineral de los niveles del 280


al 290 cm.
278 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

9. Fragmentos de hornos calcinados. Estos son simplemente trozos de arcilla fusio-


nadas por el calor.
10. Residuo de caliza. Al interior de algunas cerámicas se observa una capa blanca po-
siblemente caliza. La caliza se usó para cubrir el interior de los crisoles. También
encontramos piedras de caliza como materia prima.

Figura 16. Fragmento de horno calcinado. Figura 17. Crisol apilado de los niveles 350 a 360 cm.

Estos tipos se representaron como subproductos de un proceso de tranformación.


Así, se traslaparon algunos tipos. Por ejemplo, fragmentos de cerámicas quemadas
pueden tener también escoria vítrea adherida. Asimismo, crisoles con escoria pueden
mostrar alteraciones por fuego.
Hay evidencia de cupelación, el segundo proceso de refinar plata a temperaturas
altas. Estos artefactos son fondos endurecidos de escoria con desprendimientos cir-
culares en el centro. Esta morfología es diagnóstica de la tecnología de cupelación de
plata con plomo.

Figura 18. Interior de los crisoles algunos de ellos con escoria vítrea.
279 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

La cupelación de plata – plomo, amalgamada con mercurio, es la principal tecno-


logía de fundición de plata conocida en el Viejo Mundo. Se estima que esta tecnolo-
gía fue usada durante el período Ur III, hace 2000 a.C. (Tylecote 1992:45). Conjuntos
de artefactos similares a los de Huajje se encontraron en distritos mineros descritos
por Herodoto y Pausanías, entre los 500 y 100 a.C. en el mar Egeo Griego (Wagner et
al. 1980: 65). Hay fotos de escoria con desprendimientos que son similares a los que
aparecen en las excavaciones de Sardis, capital del estado de Lidia bajo el reinado de
Creso, 561–547 a.C. (Ramage y Craddock 2000: 90, 209).
De esta manera, nuestras excavaciones en Huajje P5 demostraron la continuidad
del sitio como un centro de procesamiento para el refinamiento de la plata. El pozo
de 5 m de profundidad muestra un uso temporal más largo de lo esperado en este tipo
de actividades.

CONTEXTO DE FUNDICIÓN DE PLATA EN EL SITIO HUAJJE


El conjunto fundido representa solo el 7% del total de 47,293 artefactos recupera-
dos en las excavaciones de Huajje. Los resultados presentan una oportunidad poco
frecuente de estudiar las tecnologías de producción de la plata y su contexto. De los
conjuntos cerámicos, arquitectónicos, líticos, y de fauna, el contexto parece ser mo-
numental con evidencias de ritual, consumo y producción especializada.

Arquitectura
Todos los rasgos arquitectónicos se encontraron en interfases entre capas estrati-
gráficas, incluyendo la estructura circular de piedra y el hogar construido en la base
de la unidad (rasgos 5 y 6). Las actividades tuvieron lugar encima de las superficies
artificiales, reconstruidas periódicamente. Por eso, los rasgos se interpretaron como
eventos diferenciados y secuenciales dentro de la duración útil del monumento.
Se encontraron dos hoyos de basura moderna por encima de los 70 cm, también
evidencia de dos pisos compactos (Rasgos 1 y 2) arriba de 170 cm; de ello podemos de-
dudir que fueron talleres de fundición de plata en el período colonial o más tardío.
Del nivel 180 al 200 cm se registró una línea NE-SO de piedras trabajadas de arenis-
cas y calizas metamórficas (Figura 19). Este muro tiene uno o dos círculos de espesor
(Rasgo 3). La matriz fue la misma en ambos lados del muro.
Posiblemente este rasgo representa los restos de un muro y un piso nivelado. La
secuencia cerámica coloca a este muro en el período Inka o inmediatamente des-
pués.
Un hogar, en el nivel 290 cm (Rasgo 4), está compuesto de 316,5 g de carbón en un
pozo forrado de piedras. Una muestra de este rasgo tiene una fecha radiocarbónica de
1370 ± 60 a.p. (sigma 2 cal. 580–770 d.C.).
280 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Figura 19. Plano del Rasgo 3 a niveles de 190 cm–210 cm (izquierda); y de Rasgo 5,
estructura circular a niveles de 340 cm–510 cm (derecho), clave arriba.
Empezando en la zona de 340 cm, observamos un relleno de rocas grandes no
talladas de areniscas metamórficas con basura arqueológica y grava. La cantidad de
artefactos aumenta en este relleno de construcción (Estrato V). A 370 cm, dejamos de
ver los contornos de una estructura circular en los cuadros norte y oeste del pozo.
El relleno de construcción tuvo alta densidad de artefactos y muy compacto como
para continuar con la excavación en toda la unidad. En cambio, excavamos dentro de
la estructura circular por debajo de los 350 cm. Un grupo de huesos camélidos se en-
contró en la esquina N-O de la unidad en el nivel 370–380 cm. Posiblemente, fue una
ofrenda ritual de clausura.
La estructura circular parece que tuvo dos episodios de construcción (Figura 20).
Debajo de 390 cm es visible un segundo muro hecho de piedras trabajadas de areniscas
y calizas metamórficas. Construido dentro de este muro hay un hogar de piedra que
mide 50 cm por 40 cm y con 20 cm de profundidad (Rasgo 6), ubicado al nivel de 410
cm. De este hogar se recuperaron 986 g de carbón de una zona vertical de 20 cm. La
datación de radiocarbono dio una fecha de 1690 + 70 a.p. (2 sigmas, cal. 220 – 530 d.C.).
Es posible que la estructura circular hubiera sido una unidad doméstica, asociada con
artefactos de fundición, posiblemente una cámara de fuego de estilo tocochimbo.

Figura 20. Fotos del Rasgo 5 a 350 cm (izquierda); y a 440 cm (derecho), un hogar construido de piedra y
la estructura inferior. El Rasgo 6 es visible en la parte superior derecha de la estructura inferior.
281 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

El agua subterránea impidió la excavación dentro de la estructura circular. Se


pasó a cernir con agua por debajo de los 430 cm. A mayor profundidad los sedimentos
son cada vez más arcillosos. Por debajo de los 440 cm se encontraron sólo desechos de
talla que incluían lascas grandes de basalto con marcas de lascado exterior, evidencia
de fabricación de herramientas de piedra.

Figura 21. Fotos del Rasgo 5 estructura debajo del muro interior (izquierda); y Rasgo 6 hogar
construido en muro al mismo nivel, lado N-E del interior (derecho).

A los 479 cm el sedimento, de arcilla y cieno con pocas gravillas, se volvió más os-
curo y compacto. En general, hay menos artefactos y menos cerámica en particular.
La unidad de excavación culminó a los 515 cm cuando encontramos sedimentos sin
artefactos y el nivel de agua moderna.

Artefactos
En total se recuperó 27.191 fragmentos (112,754 g) de cerámica. Las vasijas cerámi-
cas incluyen fragmentos de ollas, tazones, keros, jarras, platos, aríbalos, incensarios,
adornos en forma de media luna y pulidores (Schultze 2008: 328). Las ollas y jarras
se utilizaron para cocinar, almacenar, y servir agua, comida o algún otro elemento.
Las ollas sin cuello y con cuellos cortos pertenecen al período Formativo. Los discos
pulidores pudieron haber sido herramientas para pulir cerámica.
Las vasijas encontradas en los niveles más bajos de P5 tienen bordes que son simi-
lares a las cerámicas formativas del sitio Camata (Steadman 1995). El conjunto Forma-
282 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

tivo de Huajje es completamente utilitario y sin engobe, con paredes relativamente


delgadas. Esto contrasta con los materiales de Camata que tienen paredes más grue-
sas y bien decoradas.
El material diagnóstico indica un lapso de unos 2000 años. Las cerámicas diagnósticas
indican que el uso de Huajje empezó en el período Formativo Medio (Steadman 1995)
continuando en los períodos posteriores (Alconini 1993; Bauer 1992; Bauer y Stanish 2001;
Chávez 1992; Janusek 2003, 1994; Kidder 1943; Posnansky 1945; Stanish et al. 1997; Stanish
y Steadman 1994; Tschopik 1946). Las cerámicas diagnósticas vinculadas al Horizonte Tar-
dío son semejantes a los tipos llamados “Sillustani marrón sobre crema” y “negro sobre rojo”
de Tschopik (Tschopik 1946: 26, Figuras 11-12).
Se pueden distinguir once tipos de pastas básicas con sub-variantes pertenecien-
tes al conjunto de P5. Los resultados indican que se utilizó la arcilla local para la ma-
yor parte de las cerámicas. Los tipos de pastas 1 y 2 probablemente representan estas
fuentes locales (Schultze 2008). Estas pastas se encontraron en los niveles más bajos
de Huajje, y también se encuentran en las cerámicas que provienen de la excavación
en Cerro Chincheros P13. Hay una fuente de arcilla grande en la zona de Jallihuaya
que sigue siendo usada para producir ladrillos, aunque también existen otras fuentes
que bien pueden haber servido para este propósito.
Nuevos tipos de pasta ingresaron en la secuencia a diferentes profundidades y son
indicativos de la importación de bienes. El tipo de pasta 6 ingresó al yacimiento en el
mismo nivel que el primer fragmento diagnóstico de Tiwanaku, un kero pulido negro
(370–380 cm). La pasta 6 de Huajje corresponde a un incensario en forma de puma
(Schultze 2008: 127) y que se asemeja a la descripción de las pastas de incensarios que
se encontraron en el sitio núcleo de Tiwanaku (Janusek 2003: 73).
Existe evidencia de importación de cerámicas durante el período Tiwanaku como
resultado de las mediciones recogidas por el proceso de datación de termoluminis-
cencia. Las cerámicas del período Tiwanaku y Formativo tienen porcentajes relativos
diferentes de K-40, U-238, y Th-232. También, los dos tienen niveles diferentes de ra-
diación alfa y beta, lo que indica una composición elemental diferente y de fuentes de
arcilla distinta. Parece que las vasijas rituales Tiwanaku fueron hechas fuera de Puno,
indiscutiblemente en el territorio central de Tiwanaku.
En total, de la excavación en Huajje, tenemos 9.768 huesos de fauna (12,623 g),
incluyendo aves, peces, y mamíferos de tamaños grandes y pequeños. Hay 42 instru-
mentos de hueso, tales como cuentas, un disco, tubos e instrumentos de tejer, que se
hallaron en los niveles de 4,5 m bajo la superficie, indicando un contexto de ritual e
industria.
Las cuentas están relacionadas con ornamentación y ostentación. Los tubos se
utilizaron probablemente para el consumo de algún tipo de rapé alucinógeno o sim-
plemente como adornos. Los otros instrumentos de huesos largos trabajados, huesos
marcados, y “palillos” (Figura 22), se usaron como instrumentos para tejer. Los hue-
sos largos trabajados son parecidos a lanzaderas halladas en casas incas en el valle
283 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

de Yanamarca (Costin 1993: 9). Los huesos con muescas y “palillos” se habrían usado
para separar, almacenar, y manipular hilo. Estas herramientas de tejer se encontra-
ron en niveles de 390 a 400 cm, que corresponden con el período de transición entre
el Formativo Superior y el Horizonte Medio.
Hay un total de 6.887 (47,954 g) artefactos líticos con 135 (19,754 g) instrumentos,
que incluyen puntas de proyectil, manos de mortero, morteros, manos de batanes,
hachas, bolas, percutores de piedra, percutores discoidales, lascas utilizadas, pulido-
res, ocre y adornos.

Figura 22. Herramientas de hueso de Huajje: lanzaderas (P5.19.5),


huesos con nichos (P5.10.3), y ‘palillos’ (P5.12.1) (dibujado por Javier Challcha Saroza).

Puntas de proyectil
Las puntas de proyectil tienen elementos diagnósticos temporales. Por ejemplo, las
puntas triangulares con bases cóncavas son, por lo general, diagnósticas del período
Formativo (Burger et al. 2000: 303, fig. 8), y las puntas pequeñas con pedúnculo y ale-
tas son típicas del Horizonte Tiwanaku (Giesso 2003: 380-381, figs. 15.13, 15.14).

Se encontraron trece puntas de proyectil en la colección con una gama de tipos


morfológicos. Hay unas puntas en forma de hoja de laurel (P5.22.4, en Figura 23) que
son diagnósticos de los períodos Arcaico Temprano y Medio, alrededor de los 10,000–
6,000 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 35, e.g. fig. 3.4 a-b). Este hallazgo puede indicar
un componente muy temprano en Huajje, o algún tipo de arcaísmo de la población
que llegó posteriormente.
284 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Forma Material Total Peso (g) Dibujo (Figura 23)


Hoja de laurel Basalto 1 3,9 P5.22.4

Aletas y pedúnculo Calcedonia 1 0,5 P5.22.5

Pedunculada Obsidiana 1 0,3 P5.25.3


Base cóncava Basalto 1 2 P5.2.5
Calcedonia 1 2,9 P5.39.5
Obsidiana 4 2,5 P5.10.3, 17.1, 30.4, 41.4
Sin base Obsidiana 3 2,5 P5.26.4
Calcedonia 1 0,6 P5.50.1
Total 13 15,2
Tabla 4. Puntas de proyectil de Huajje
Las puntas pedunculadas son típicas de los períodos Arcaico Temprano, Arcaico
Tardío, Formativo y Horizonte Medio. Las pequeñas (menos de 2 cm de largo), con pe-
dúnculos estrechos y aletas (tipo 4E de Klink y Aldenderfer 2005), son características
del período Tiwanaku. La muestra P5.22.5 es casi idéntica en medidas a las de la figura
3.5 m de Klink y Aldenderfer (2005). Asimismo, su forma es muy parecida a la figura
15.14 de Giesso (2003: 381).
Las formas con bases cóncavas se encontraron arqueológicamente desde el pe-
ríodo Arcaico Tardío entre los 6,000 a 4400 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 40, fig. 3.4
k-l), y continuaron con variantes hasta los 1530 d.C. Grandes puntas triangulares con
bases cóncavas tienen un período de uso desde el Arcaico Terminal hasta el fin del
período Formativo (cerca 2400 a.C. a 500 d.C.).
Sin embargo, las puntas con bases cóncavas de Huajje son del tipo más común, 5D,
formas triangulares pequeñas. Las medidas de este tipo son acordes con una función
de “flecha” (Shott 1997). En Quelcatani fueron hallados en los niveles del Arcaico Ter-
minal al Horizonte Tardío. Dentro de estos resultados, hay una concentración fuerte
(85%) de este tipo en el período Formativo. Dejamos esta situación pendiente, puesto
que no podemos saber el período de una punta de este tipo sin más datos sobre su
contexto.
Los tipos de puntas triangulares de Quelcatani se clasificaron en categorías “pe-
queña” y “miniatura” (menores de 20 mm de largo) (Klink y Aldenderfer 2005). De las
puntas con bases cóncavas de Huajje, el 50% son del tipo “miniatura” de obsidiana
(P5.10.3, P5.30.4, y P5.41.4). Hay también una punta Tiwanaku muy pequeña (0.3 g)
también de obsidiana (P5.25.3).
Solo una de las puntas de la categoría “pequeña” fue confeccionada de obsidia-
na (P5.17.1). Tiene las mismas dimensiones basales que las puntas de Quelcatani, en
niveles con datación de 3800–3660 a.p. (Klink y Aldenderfer 2005: 51, tabla 3.18, fig.
3.6i). Las otras puntas de categoría “pequeña” son de basalto y calcedonia.
285 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

Figura 23. Dibujos de puntas de proyectil de Huajje (dibujado por Javier Challcha Saroza)
286 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Estos resultados sugieren una preferencia en el uso de la obsidiana. La obsidiana


no se encuentra en el altiplano, lo que supone gastos de transporte. Es posible que,
en Huajje, el tamaño “pequeño” de las puntas resultara del reciclaje de obsidiana por
ser un recurso escaso.
Posiblemente los venenos de la selva amazónica hayan sido usados con las puntas
“miniaturas”, estos se sabrá con los análisis de residuos, por lo que se confirmaría con-
tactos amazónicos en el Formativo Superior (P5.41.4 en nivel 400 a 410 cm).
En el sitio de Tiwanaku, la obsidiana era restringida para las elites (Giesso 2003:
370-374), las evidencias de Tiwanaku indican que fue importada al centro urbano
para su acabado y distribución a las provincias. Aunque es una muestra limitada, su
presencia en Huajje confirma que es un sitio de alto estatus con acceso a recursos
escasos.

CONCLUSIONES: LA ECONOMÍA DE PRESTIGIO


ANDINO Y LA TECNOLOGÍA DE METALES
La función de los metales en el Viejo y el Nuevo Mundo es un estudio sobre la divergen-
cia de la evolución cultural. Las mismas condiciones (i.e. depósitos de mena) produje-
ron resultados culturales diferentes. En Euroasia, los metales formaron la base de una
economía mercantil. La mayor parte de la trayectoria de la civilización occidental es
resultado de una creencia cultural en el valor intrínseco del peso de la plata y el oro.
En los Andes, todos los bienes eran intercambiados por una economía tradicional
de redes del tipo ayllus (basado en el parentesco). El oro, plata y cobre tenían valor de
prestigio social e ideológico, y también usos utilitarios. Sin embargo, el peso del metal
no era una moneda. Los metales eran importantes por sus propiedades simbólicas,
ornamentales y físicas.
Es evidente que el metal era un instrumento importante de expresión política.
Posiblemente las fachadas de la pirámide Akapana en Tiwanaku estuvieron cubiertas
por placas de metal (y tejidos) decoradas con temas ideológicos (Kolata 2003: 183). Los
artefactos encontrados sobre una elevación rocosa sumergida, cerca de la isla de Koa,
en la zona de la isla del Sol, en el lago Titicaca, demuestran que los tiwanaku, como
los inka, hacían ofrendas con metales preciosos (Reinhard 1992).
El uso de objetos tallados y exóticos para acrecentar alianzas y reclutar trabaja-
dores, dentro de la economía sin moneda, se ha propuesto como un mecanismo del
desarrollo de la jerarquía social (Clark y Blake 2003; Helms 1993; Plourde 2006; Sta-
nish 2003, 1997). Los adornos de metal precioso fueron una marca de estatus y prueba
de conexiones con un grupo de elite. Dentro de la economía cultural, regalos de oro,
plata, o bronce tenían la función de fortalecer lealtad a la autoridad estatal y identi-
ficar al portador con la clase de elite (Cieza de León 1553 [1959]: 60). Tejidos, conchas
(spondylus, strombus y conus), y bienes de consumo funcionaban también dentro la
economía política (Shimada 1994; Stanish 1997).
287 / Carol A. Schultze, Edmundo De la Vega y Cecilia Chávez

El imperio Inka reservaba el uso del oro y la plata para las clases altas, controla-
ba la mena y la producción de metales (Lechtman 1996). Cobo indica que los muros
de los templos en Cusco estaban cubiertos de láminas de oro y plata. También, el
interior del templo de Coricancha albergaba figurinas de plata y de oro (Cobo 1653
[1990]: 50).
En los Andes, la experimentación con metales empezó temprano a la par con el de-
sarrollo de las sociedades complejas. Se ha encontrado un collar hecho de oro nativo
martillado en el sitio Jiskairumoko, en la cuenca del Lago Titicaca, con fechado radio-
carbónico de 2155 a 1936 años a.C. (Aldenderfer et al. 2008 y Craig en este volumen).
Otros artefactos, de cobre y oro martillados se fecharon por radiocarbono entre los
1410 - 1090 a.C., en el sitio de Mina Perdida cerca de Lima (Burger y Gordon 1998). Una
lámina de cobre de San Pedro de Atacama, Chile, se ha asociado con una fecha C-14,
no-calibrada, de 2840 a 3080 a.p. (Graffam et al. 1996, 1994).
La metalurgía basada en cobre fue intensamente desarrollada en la costa de Perú
en la última parte del segundo milenio a.C. (Shimada 1994: 44). Una cuenta de alea-
ción plata-cobre del sitio Malpaso, costa central del Perú, data de 2100 a.C. (Bruhns
1994: 175; Lechtman 1980), este hallazgo coloca al proceso de aleación en el Prece-
rámico. Para los períodos más tardíos es popular la aleación por un martilleo que
produce una superficie de color plata. Salvo la aleación bronce-estaño, todos los
desarrollos mayores en metalurgia eran conocidos por los mochicas (Jones 2005)
entre los 50-300 d.C. (Alva 2005; Alva y Donnan 1993).
El análisis elemental de bronce ha demostrado que el Estado de Tiwanaku alentaba
la innovación en tecnología metálica para el altiplano, incluyendo experimentación
en aleación y fundición (Lechtman 2003; Uhland et al. 2001). De esos datos, parece
que la gente Tiwanaku hizo los primeros bronces con estaño, distinto de los bronces
arsénicales. Esta mezcla de cobre y estaño era una aleación de alto estatus durante el
período Inka.
Por otra parte, la cupelación es una tecnología avanzada para refinar la plata, con-
siste en un segundo proceso de fundición usando temperaturas altas de 900 oC. Evi-
dencia de cupelación viene de contextos Horizonte Medio en Ancón (Lechtman 1976:
34- 37) e Intermedio Tardío y Horizonte Tardío/Inka, 1100–1532 d.C. en el Valle de
Mantaro (Gordon y Knopf 2007; Howe y Petersen 1992).
Estudios de perfiles sedimentológicos de los lagos en el Norte, Centro y Sur de
los Andes registran un aumento en plomo (interpretado como producto indirecto de
refinar plata), siendo más temprano en la zona altiplánica, por los 400 d.C. (Abbott y
Wolfe 2003; Cooke et al. 2007).
Los datos del Proyecto Wayruro demuestran que la bahía de Puno era un centro de
innovación metalúrgica en los períodos anteriores a Tiwanaku. Los materiales en-
contrados en las excavaciones de la bahía de Puno, Perú, dan evidencia física directa
de cupelación en contextos anterior a la fecha radiocarbónica de 1690 ± 70 a.p. (Beta-
195438) o 220–530 d.C. (calibrada al 95% de certeza).
288 / La ocupación Tiwanaku en la bahía de Puno: Tradición metalúrgica

Para el Viejo Mundo, Tylecote (1992: 45) estima que la cupelación de plata ya era
conocida en Ur III, alrededor de los 2000 a.C., semejante evidencia arqueológica para
cupelación en el Viejo Mundo se ha encontrado en los distritos mineros de la isla de
Sifnos, Grecia, con asociaciones fechadas en la Edad del Bronce Temprano, segunda
parte del 2000 a.C. (Wagner et al. 1980: 65). Desechos de cupelación se encontraron
también en Sardis, capital del estado antiguo de Lydia, durante el reinado de Creso,
561–547 a.C. (Craddock 2000). En los dos hemisferios, la purificación de plata fue ela-
borada junto a los desarrollos iniciales de la sociedad compleja.
Las inversiones de trabajo, para este método complejo de purificar plata, son sor-
prendentes, dado que la economía andina era no monetaria. Además, informes del
período colonial describen vetas de plata casi puras (Brown y Craig 1994: 311; Núñez
2001). Sin embargo, las tecnologías para la extracción y purificación de plata fueron
usadas durante el período Formativo por la población que vivió en la bahía de Puno.
Esos recursos y aptitudes fueron los probables factores para que Tiwanaku decida
incorporar a la bahía de Puno en sus dominios.

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Los pukaras y el poder:
Los collas en la cuenca
septentrional del Titicaca
E l i z a b e th A r k u s h i

El período Altiplano o Intermedio Tardío (1000–1450 d.C. aprox.) es reconocido en la


cuenca de Titicaca por el desarrollo de numerosos grupos étnicos alrededor del lago:
los lupacas, los collas, los pacajes, etc., los mismos que más tarde figurarán en las cró-
nicas de la conquista Inca y en otros documentos administrativos de la Colonia Tem-
prana (Diez 1964; Julien 1983; Lumbreras 1974; Murra 1964; Toledo 1940). En estos do-
cumentos, los grupos altiplánicos son descritos como grandes y belicosos cacicazgos,
organizados jerárquicamente, posiblemente con líderes duales (Murra 1964). Estos
grupos fueron sociedades agropastoriles, con fuerte énfasis en la ganadería según se
menciona. También, se señalan vínculos entre las sociedades altiplánicas y las zonas
bajas al este de la cuenca (Carabaya, Larecaja) y al oeste (Moquegua, Sama), vínculos
que, en parte, inspiraron el modelo de control de ecozonas verticales de Murra (1964,
1972), además de otras investigaciones históricas y arqueológicas (e.g. Bouysse-Cas-
sagne 1978; Saignes 1986; Stanish 1992).
Desde el punto de vista arqueológico, el período Altiplano en la cuenca de Titicaca
se caracterizó por cambios sumamente importantes que lo distinguen de los perío-
dos anteriores. Quizás lo más notable es la evidente importancia de la guerra, ya que
aparece en esta época un tipo de sitio en la región en cierta forma nuevo y bastante
común: el asentamiento amurallado de cumbre, o pukara. Este capítulo describe las
características de los pukaras de la región septentrional y oeste del lago, en la zona
considerada étnicamente Colla. Después, considera lo que esta evidencia nos permite
concluir sobre la guerra y la sociedad de los collas.
Inicialmente es necesario mencionar, que el contexto social y ambiental de los
pukaras se caracterizó por otras transformaciones igualmente grandes. Con el colap-
so del estado de Tiwanaku al sur del lago, los habitantes de la cuenca se encontraron

i Departamento de Antropología. Universidad de Pittsburgh. [email protected].


296 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

Figura 1. Etnias de la cuenca de Titicaca según las fuentes documentales


frente al problema no menos grave de la reorganización de la sociedad. Para los pue-
blos de la cuenca del sur, esta reorganización fue radical, de un gobierno centralizado
y jerárquico a un sistema social mucho más disperso, móvil y fragmentado (Janusek
2004). Los grupos del oeste y norte del lago habrían tenido más autonomía en sus
relaciones con Tiwanaku, pero es de suponer que para ellos, el colapso del gran es-
tado derrumbó completamente la organización de redes de intercambio, las ideas de
prestigio y jerarquía y el orden conceptual del cosmos y los dioses. Mientras tanto, el
período Altiplano tuvo cambios ambientales dramáticos, asociados con el inicio de la
Pequeña Era de Hielo (Little Ice Age): un clima más frío, precipitaciones muy variables
e inciertas y sequías graves y prolongadas en el cual el nivel del lago descendió de 12
a 17 m debajo de su nivel actual (Abbott et al. 1997; Binford et al. 1997; Thompson et
al. 1985, 1986). Aunque las condiciones más severas no duraron todo el período, y aún
necesitamos más investigaciones para comprender la real magnitud de las variacio-
nes ambientales de esta época, sin duda, los cambios de clima afectaron mucho a la
agricultura de las sociedades de la cuenca del Titicaca. El abandono de asentamientos
y terrenos de cultivo circumlacustres y el movimiento a las zonas altas favorecidas
para el pastoreo, es evidente en las prospecciones arqueológicas al sur y suroeste
del lago (Albarracin-Jordan y Matthews 1990; Frye y De la Vega 2005; Hyslop 1976;
Janusek 2004; Janusek y Kolata 2003; Stanish et al. 1997).
297 / Elizabeth Arkush

Posiblemente, el período Altiplano fue también un época de migraciones intere-


gionales. Algunos investigadores lingüísticos e historiadores (e.g. Torero 1987, Cerrón-
Palomino 2000) proponen una migración mayor de los hablantes de aymara (o proto-
aymara) a la cuenca, reemplazando o desplazando a los hablantes pukina, un idioma
que estuvo presente en la margen occidental del lago en el siglo XVI pero que se extin-
guió. Esta hipótesis se basa en la distribución discontinua histórica y actual del aymara
y sus variaciones internas, así como la evidencia de la distribución histórica del pukina
(Bouysse-Cassagne 1975). Uno de los principales investigadores lingüistas (Torero 1987,
1992), sugiere que esta migración ocurrió en el período Altiplano y que los conflictos
entre los aymaras y los pukinas se manifestaron en las crónicas como la rivalidad entre
los lupacas y los collas. En contraste con las ideas de Torero, la evidencia arqueológica
demuestra una gran semejanza entre los lupacas y los collas, así como algunas conti-
nuidades entre el período Tiwanaku y el período Altiplano (al menos en la cuenca sur,
donde el período Tiwanaku ha sido mejor estudiado; Browman 1994; Stanish 2003). Sin
embargo, la idea de migraciones menores dentro de la cuenca del Titicaca parece posi-
ble y aún probable, tomando en cuenta la intensidad de la guerra, los cambios del clima
y el colapso de redes de interacción, como se mencionó líneas arriba.
Hubo otros cambios sociales en la cuenca del Titicaca que ameritan ser mencio-
nados y que sugieren una reorientación fundamental de las relaciones entre diversas
comunidades humanas, y entre estas y el mundo espiritual. Por ejemplo, las chullpas
–estructuras funerarias de materiales diversos– empezaron a ser construídas en el
período Altiplano, aunque los ejemplos más notables fueron elaborados en la época
Inca. Tumbas colleradas (o slab-cist), que son menos imponentes, pero más comunes
en la cuenca septentrional, tienen un círculo de lajas que sobresale de una tumba
subterránea. Cistas y tumbas colleradas con frecuencia se encuentran agrupadas en
grandes montículos de suelo y escombros y, al igual que las chullpas, indican la nue-
va importancia en esta época de marcar y conmemorar visiblemente en la tierra la
ubicación de los muertos. Estas nuevas formas de tumbas se desarrollaron al mismo
tiempo que desaparecieron o fueron abandonadas las antiguas formas de arquitec-
tura ceremonial: los templetes hundidos con monolitos, que sirvieron como puntos
focales de ceremonias que integraban a diversas poblaciones durante más de mil años
en la cuenca de Titicaca. Mientras tanto, la iconografía de la cerámica y de los petro-
glifos llegó a ser más tosca, menos figurativa y claramente menos vinculada a temas
religiosos. Estos cambios culturales sugieren posiblemente una reorientación básica,
cambiando el rostro de la integración de comunidades diversas y la comunicación con
los dioses, hacia una dirección más introvertida, a los ancestros locales. Para resumir,
el período Altiplano aparece como un tiempo de inestabilidad, privación y peligro y
es necesario situar a los pukaras de los collas y sus vecinos dentro de este contexto.

Los Collas
La identidad y la formación política de los collas se confunden en parte por el uso
inconsistente del término “colla” en las fuentes documentales. A veces significa una
nación étnica específica, en sentido opuesto a los lupacas, los canas, etc. (como es uti-
298 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

lizado en este capítulo), a veces la población completa de la cuenca antiguamente co-


nocida como “el Collao” u, otras veces tiene un sentido aún más vago como la gente del
Collasuyu, el cuarto sur del Tawantinsuyu. Así, por ejemplo, las crónicas afirman que
“los collas” y “los lupacas” fueron enemigos acérrimos antes de la conquista Inca, pero
también que cuando “los collas” se rebelaron contra los incas, los rebeldes incluían
también lupacas y, tal vez, Pacajes (Betanzos 1996: 144 [1551-7: I.34]; Cieza 1985: 155
[1550: II.53]; Rowe 1985: 214). También hay menciones de subgrupos de la nación Colla,
de los Hatun Collas (Cieza 1985: 15, 22, 110, 122 [1550: II.vi, viii, xxxvii, xli]; Pachacuti
Yamqui 1993: 217 [1613: 18]), o de Hatun Collas y Puquina Collas (Guaman Poma 1980:
70, 149, 245 [1613]) o Capahancos y Pocopocos (ver Spurling 1992: 117).
La extensión de los collas étnicos propiamente dicho aparece claramente defini-
da en una lista de capitanías de la mita por Luis Capoche (1959 [1585]), (Julien 1983;
Spurling 1992). Según esta fuente, los collas ocuparon una franja enorme de la cuenca
norte, noroeste y noreste del lago (Figura 1). Su extensión territorial y su importancia
en las crónicas, han creado la impresión de un señorío inmenso y poderoso que toda-
vía emerge en la idea de los “reinos Aymaras.”
Sin embargo, las investigaciones arqueológicas de esta zona han ido avanzando
considerablemente hasta darnos una visión alternativa y más realista de los collas.
Antes de los años 70 del siglo pasado, numerosos arqueólogos realizaron reconoci-
mientos dentro del territorio colla y establecieron un patrón típico de asentamiento
del período Altiplano: Pukaras fortificados, sitios más pequeños no fortificados pero
en lugares defendibles, y cementerios de chullpas y tumbas colleradas (Inojosa y Gon-
zales 1936; Kidder II 1943; Neira 1962, 1967; Palacios 1934; Tschopik 1946). Los estudios
de Marion Tschopik (1946) definieron los principales estilos cerámicos para la cuenca
septentrional durante los períodos tardíos, y su obra continúa siendo usada hoy en
día como una importante fuente de consulta. El reconocimiento sistemático de Máxi-
mo Neira (1967) en la ribera oriental del lago al sur de Vilquechico reveló numerosos
pukaras, que se distinguen de los sitios más al oeste por la arquitectura rectangular
y un estilo cerámico distintivo (Kekerana). El estudio de Lumbreras y Amat (1966)
indicó que varios estilos de cerámica (p. ej. Kekerana, Sillustani) tienen un alcance
restringido en el norte de la cuenca; sus conclusiones están firmemente apoyadas por
los hallazgos de este proyecto. La impresión de discontinuidad estilística abre la po-
sibilidad que las referencias de “Hatun Collas”, “Puquina Collas”, “Capahancos”, etc.
en las fuentes documentales reflejan la presencia de identidades sociales distintas
dentro del área colla ya durante el período Altiplano.
Estos avances son complementados por excavaciones restringidas pero muy pro-
ductivas de los sitios colla. Las excavaciones de Catherine Julien en Hatuncolla (1983)
demostraron que la “capital” de los collas (según las crónicas) no tiene evidencia de
una ocupación preincaica. Aunque no contamos con una capital de los collas antes del
Horizonte Tardío, existen numerosos sitios mayores del período Altiplano cerca de
Hatuncolla que pudieron ser centros políticos importantes (entre ellos Sillustani mis-
mo). En los años 70 Félix Tapia excavó en Chila (Machu Llaqta o Ayaviri), un pukara
mayor al sur del Lago Umayo, encontrando una densidad considerable de cerámica,
huesos de animales y abundantes herramientas líticas (Tapia 1993: 93-104). Sillustani
299 / Elizabeth Arkush

es el otro sitio principal que ha sido investigado (Ayca 1995; Ravines 2008; Revilla y
Uriarte 1985; Ruiz 1973, 1976). En este famoso cementerio, la gran cantidad de tumbas
con una variedad de estilos y materiales, sugiere que diferentes grupos regionales
usaron el sitio por un largo período de tiempo. Las excavaciones confirmaron que el
sitio fue usado durante todo el período Altiplano y el Horizonte Tardío y, quizás, em-
pezó mucho más temprano. Últimamente, las excavaciones de Elizabeth Klarich en
Pukara dan cuenta de una importante ocupación colla sobre los niveles del período
Formativo (Abraham 2006; Klarich 2005). Resultados de prospecciones recientes (aún
sin publicar) están aclarando los patrones de asentamiento en algunos sectores del
área Colla.
Un problema significativo que queda pendiente es la escasez de información en la
cuenca septentrional sobre los siglos después del final de Pukará y antes del inicio del
período Altiplano. La presencia de Tiwanaku es muy ligera en la zona, así que todavía
no tenemos una idea clara del carácter de estas sociedades durante el Horizonte Me-
dio: de los ancestros presumibles de los colla. El trabajo de Cecilia Chávez y sus cole-
gas sobre el estilo Huaña es un paso sumamente importante para llenar este vacío.
Estas investigaciones previas demuestran que en el período Altiplano el tipo de si-
tio más notable fue el pukara. La categoría de pukara incluye una inmensa variedad de
sitios defensivos: refugios sin evidencia de ocupación permanente, aldeas pequeñas,
hasta los pueblos grandes con quinientas o más estructuras y evidencia de ocupación
intensiva, que seguramente constituyeron los centros políticos mayores de la época.
Puesto que actualmente las cimas de los cerros no tienen ocupación y raramente son
cultivables, los pukaras no se ven afectados por las cercanas comunidades modernas
(con excepción del pastoreo, del huaqueo y de ocasionales ceremonias en las cum-
bres), por lo cual muchos pukaras se encuentran en buen estado de conservación y su
arquitectura todavía es visible en la superficie.

Los pukaras de los Collas


Las investigaciones del Proyecto Pukaras de los Collas se realizaron en el 2001 y 2002,
con credenciales C/0126-2001 y C/DGPA-073-2002 otorgadas por el Instituto Nacional
de Cultura del Perú. Se inició en el 2000 con la revisión de docenas de fotos aéreas de
la cuenca norte y noroeste para identificar los pukaras, muchos de los cuales no se
mencionaban en la literatura arqueológica. Las murallas concéntricas de los pukaras
tienen una forma muy clara, lo cual facilita su ubicación. Otros fueron identificados
visualmente durante la prospección y, finalmente, cabe mencionar que en las car-
tas habían numerosos sitios denominados “Cerro Pucará”, “Pucarani”. etc. que eran
obvios candidatos para la inspección. La prospección de un total de 44 pukaras se
hizo con el objetivo de registrar la arquitectura defensiva, hacer recolecciones de la
cerámica y levantar planos de las murallas defensivas, la ubicación de estructuras,
fuentes de agua, tumbas y la dispersión de artefactos en la superficie. El uso de una
unidad portátil GPS facilitó el mapeo eficiente de los sitios. En el 2002, excavamos po-
zos restringidos de 1x1 m en diez de los pukaras para conseguir muestras de carbono
de buenos contextos y para verificar el carácter doméstico de los círculos de piedras
300 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

(viviendas) que son la forma arquitectónica más común en los pukaras. Unas visitas
adicionales se realizaron en el 2005 y 2007 para tomar más fotos y corregir algunos
planos de los sitios con una unidad GPS más precisa (Trimble GeoXT).

Figura 2. Zona estudiada por el Proyecto Pukaras de los Collas

Distribución
La distribución de los pukaras en la zona Colla se observa en la Figura 2. Estos se ubi-
can en los cerros de 3900 hasta 4600 m de altura, con un promedio de 4100 m. Casi
todos están en los cerros que abarcan las pampas o valles de los ríos, pero no en las
áreas más montañosas. Aunque tienen acceso a buen pastoreo, muchos están asocia-
dos a sistemas de andenería en las faldas adyacentes. Es decir, sus habitantes tenían
una base económica agro-pastoril.
301 / Elizabeth Arkush

La distribución de pukaras no indica una frontera clara entre poblaciones hosti-


les (p. ej. entre los collas y los lupacas o los pukina y los aymara). En lugar de esto,
la amenaza de ataque que originó los pukaras parece estar presente a través de
varias zonas, lo cual implica que había conflicto entre los mismos collas y con otros
grupos.

Datación
La datación de los pukaras no se basa solamente en estilos de cerámica sino que para
mayor precisión se usan fechados radiocarbónicos. Las muestras de carbón se extra-
jeron de los pozos de prueba en diez pukaras, además de muestras de paja o madera
tomadas del mortero de las murallas defensivas en ocho de ellos, consiguiendo un to-
tal de 42 fechados de 15 pukaras (ver Arkush 2008). En el período Altiplano1, la mayo-
ría de las fechas oscilan entre 1300 y 1450 d.C. Tres de los 15 pukaras fueron ocupados
o construidos en la fase temprana del período Altiplano, entre 1000 y 1300 d.C. Estos
son dos pukaras pequeños y bajos, y un caso de un pukara sin evidencia de ocupación
intensiva. Durante la segunda mitad del período, 14 de los 15 pukaras fueron utiliza-
dos y estos incluyen pukaras de todo tipo y tamaño, inclusive los más grandes. Para
resumir, es claro que el fenómeno de los pukaras pertenece mayoritariamente a la
fase tardía del período Altiplano.

Figura 3. Una muralla alta en Lamparaquen (L4).

1 Hay 3 fechados que corresponden al período Formativo para la ocupación de pukaras, aun-
que no existe evidencia de la construcción de murallas defensivas en esta época temprana.
Los otros fechados pertenecen al período Altiplano.
302 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

La naturaleza defensiva de los pukaras


Con sitios aparentemente defensivos, siempre existe el problema de definir si esa era
su función, o si sus muros fueron construidos con otros propósitos (la demarcación
de espacio sagrado, el control social, etc.), y/o los cerros fueron usados por motivos
económicos o religiosos, más no defensivos. En el caso de los pukaras de los collas,
considero que su función defensiva está claramente indicada (aunque no fue el único
uso que se les dió). En efecto, las razones defensivas fueron muy importantes en el
diseño arquitectónico de los pukaras.
El elemento arquitectónico más sobresaliente en los pukaras son sus murallas de-
fensivas que a veces llegan a tener tamaños monumentales de hasta 5 m de altura y
4 m de ancho. Normalmente, las murallas tienen entre 1 y 2 m de ancho y en la cara
exterior por lo menos 1,5 m de altura (en puntos donde se puede medir su altura
original). Las murallas casi siempre están construidas con dos hileras de piedras y
entre ellas, un relleno de escombros y barro. Un solo pukara tiene dos, tres o hasta
siete murallas dispuestas en filas concéntricas, que resultan en barreras múltiples
(Figura 4). Pero con frecuencia, las murallas no encierran todo el sitio. Protegen los
accesos más vulnerables, dejando abiertos las pendientes o acantilados inaccesibles,
lo cual indica que fueron construidos pensando tanto en sus costos así como en sus
beneficios (Figura 6). Muchas murallas, sobre todo en los lados más accesibles y vul-
nerables del sitio, tienen parapetos (un claro indicio defensivo; Topic y Topic 1987).
En otras partes, la falda empinada del cerro muestra un parapeto superfluo: desde el
lado exterior, el muro constituye un obstáculo alto, pero desde el interior, se puede
fácilmente observar al enemigo y disparar proyectiles.
Hemos encontrado en varios pukaras piedras para hondas, aisladas o agrupadas cer-
ca del muro, listas para ser lanzadas. La mayor parte de estas son cantos rodados de

Figura 4. K’akjru (AS3), un pukara con tres murallas concéntricas


303 / Elizabeth Arkush

Figura 5. Un parapeto en K’atacha (L3).

Figura 6. En Karitani (L1), las murallas defienden


solo los accesos vulnerables, un patrón típico en
los pukaras.
tamaño mediano, traídos de ríos o quebradas adyacentes al sitio. Existen, además, otras
armas en la superficie de los pukaras como: puntas de proyectiles, bolas, porras circu-
lares, y otras herramientas que pudieron ser usadas como hachas o azadones. Sin em-
bargo, los cantos rodados aparecen con más frecuencia y es probable que fueran muy
importantes en la defensa de los muros, como lo indica la presencia de parapetos. Otro
indicador es que las murallas defensivas casi siempre están a una distancia máxima de
15 a 30 m una de otra, que es una distancia bien menor al alcance de un proyectil lan-
zado con una honda (Brown y Craig 2009). Los espacios entre las murallas raramente
incluyen estructuras, constituyéndose en áreas vacías sin cobijo para un mejor lanza-
miento hacia a los agresores que lograron traspasar la muralla externa.

Las entradas de las murallas varían de un sitio a otro. Con frecuencia, son peque-
ñas, por lo que tuvieron que haber ingresado en fila india (Figura 7). A veces, hay un
muro paralelo detrás de una entrada o, en otros casos, dos muros flanquean la ruta
de ingreso a cada lado, pudiendo servir como puestos de vigilancia para controlar la
entrada. En otros casos, existen entradas relativamente amplias, quizás para facilitar
el ingreso de camélidos.
304 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

Figura 7. Una entrada en la muralla de defensa en Muyu Pukara (AZ4)

Finalmente, cabe notar que estos elementos de diseño defensivo en las fortificacio-
nes son muy comunes a través de las culturas: líneas múltiples de defensa, parapetos,
entradas protegidas, etc. El énfasis continuo en el carácter defensivo de los pukaras está
implícito igualmente en las modificaciones a través del tiempo: entradas bloqueadas,
murallas con otra cara añadida, o murallas construidas en episodios múltiples.

Otra arquitectura
Aunque las murallas son los rasgos más imponentes de los pukaras, otras formas de
arquitectura son visibles en la superficie, sobre todo los cimientos de viviendas cir-
culares (Figuras 8, 9, 10). Estos cimientos están marcados con un círculo de una o
dos hileras de lajas horizontales o verticales, que tienen un promedio de 3 a 3,5 m de
diámetro externo, pero varían entre 2 y 6 m. Las excavaciones restringidas en diez vi-
viendas de los pukaras mostraron pisos (superficies compactadas, pero no preparadas
especialmente) y muchos artefactos de ocupación doméstica: fragmentos de cerámi-
ca, huesos rotos de camélidos y otros animales, lascas, piruros, etc. De la estructura
doméstica sólo queda el cimiento y como no hay evidencia de muros de piedra caídos,
supongo que había una estructura bastante baja hecha de adobe y techos de paja. Se
halla una excepción en Cerro Pucará (V3) donde hay superposición de pirca que per-
manece todavía intacta (Figura 10).
Estas viviendas se hallan agrupadas en filas, en terrazas o en canchones habitacio-
nales (Figuras 13, 14). A veces, sus puertas son visibles como un espacio entre las lajas.
Las puertas generalmente están orientadas en una sola dirección (evitando el viento),
o pueden ubicarse frente a otras casas dentro de un canchón amurallado.
305 / Elizabeth Arkush

Figura 8. Una vivienda en K’akjru (AS3), con lajas horizontales

Figura 9. Una vivienda en Cerro Inka (AZ3), con lajas horizontales y verticales
306 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

Figura 10. En Cerro Pukara (V3), las viviendas tienen estructura de piedras

Figura 11. Esta vivienda en Machu Llaqta (Chila, V2) tiene una laja con un agujero
(centro abajo), posiblemente para amarrar el techo
307 / Elizabeth Arkush

Figura 12. Posible estructura de almacenaje en Cerro Minas Pata (AR5)


De vez en cuando se encuentran una o varias lajas, justo fuera de la vivienda, con
un agujero hecho en la piedra u otra forma de amarrar una cuerda (Figura 11). Con
frecuencia tales lajas están cerca de la puerta de la vivienda, pero a veces se ubican
al otro lado de la casa. Sugiero que fueron usados para asegurar los techos de paja
contra el viento, que puede tener una fuerza increíble en las cumbres.
Otra forma arquitectónica presente en los pukaras es un círculo muy pequeño de
piedras, de entre 1 y 2 m de diámetro, que a veces aparece cubierta con escombros
(Figura 12). No hemos excavado estas estructuras; pero estructuras similares, exca-
vadas en Cutimbo y Pukara Juli, no contenían artefactos (De la Vega 1990; Frye y De la
Vega 2005). Posiblemente, su propósito principal fue el almacenaje de papas semillas,
ch’uño, u otras cosechas (De la Vega 1990). Siempre se ubican dispersas entre las vi-
viendas en áreas habitacionales. Si fueron almacenes, sugieren que el almacenaje fue
descentralizado en los pukaras, cada familia o grupo residencial manejaba sus propias
cosechas sin un depósito central. Sin embargo, las excavaciones de Tapia (1993) en
Chila (Machu Llaqta) indican que en algunos casos poco comunes, estas estructuras
pequeñas fueron usadas para enterrar niños.
El otro tipo de estructura típica es la tumba. Hay mucha variación en las formas de
tumbas en los pukaras, aún en un solo sitio. Incluyen por supuesto chullpas, las torres
funerarias por los cuales la cuenca del Titicaca es bien conocida. Su construcción pue-
de ser tosca o fina, de grandes bloques más o menos cuadrados, o de lajas horizonta-
308 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

les; pueden o no incluir mortero de barro, o de argamasa. Pero aún más comunes que
las chullpas son las tumbas colleradas, tumbas de cistas y varios tipos transicionales
entre ellos y las chullpas. Aunque hay variación local en las formas de las tumbas, hay
también patrones regionales: por ejemplo, las chullpas son mucho más comunes en la
parte sur del área de prospección, cerca de Puno y la Laguna Umayo. Las tumbas en
los pukaras generalmente están agrupadas en diferentes cementerios, separadas del
área habitacional y con frecuencia en la cima alta del cerro, o fuera de las murallas
defensivas. Un pukara, a menudo, está asociado a más de un cementerio sugiriendo la
posible existencia de subgrupos sociales dentro de un sitio grande.
La disposición de las casas, estructuras circulares pequeñas y tumbas en los puka-
ras revela cuestiones de sumo interés. Las probables viviendas y almacenes siempre
están ubicadas dentro de las murallas defensivas, indicando que había que proteger
al pueblo y a la propiedad de los ataques. En cambio, las tumbas se encuentran fuera o
dentro de las murallas, lo que implica que no se hallaban en grave peligro de destruc-
ción o profanación. Más allá de estas observaciones, no hay un patrón ordenado en el
trazado de los pukaras. Parecen ser pueblos que crecieron orgánicamente, por el in-
cremento acumulativo de familias construyendo en terrazas o canchones nuevos, sin
planificación centralizada (Figuras 13, 14). En algunos casos, hay caminos antiguos
que dividen al sitio en sectores, pero no parecen planificados con anterioridad. Tam-
poco existe mucha evidencia de una marcada jerarquía. Los tamaños de las viviendas
varían mucho en cada sitio, pero nunca hay una casa más grande o mejor acabada
que las otras, que obviamente pertenecería a un líder o cacique. Tampoco existen
sectores segregados de elites,
aunque las casas más grandes
suelen estar en las partes más
altas y/o defendibles de los
sitios. En general, los pukaras
no tienen “centros” claros,
aparte de sus cimas rocosas,
donde con más frecuencia se
ubican las tumbas. Estas tum-
bas en los picos altos fueron
posiblemente el foco espiri-
tual así como espacial de la
comunidad.

Figura 13. Un área de viviendas


y estructuras pequeñas
(¿almacenes?) en terrazas, con
algunos caminos o callejones,
en K’atacha (L3). Una estructura
grande en la esquina sudeste
del plano posiblemente pudo
ser un espacio para reuniones o
ceremonias.
309 / Elizabeth Arkush

Figura 14. Una dispersión de casas, estructuras pequeñas y tumbas en Cerro Minas Pata (AR5)

Figura 15. Petroglifos en Llongo (S4)


Otras formas arquitectónicas son mucho más escasas en los pukaras. Existen dos
pukaras y un posible tercero, donde aparecen corrales: cercos grandes sin otros rasgos
dentro. En los otros casos, los camélidos pudieron ser guardados en varios lugares (p.
ej. terrazas vacías o espacios entre las murallas) que no podemos identificar como
corrales. Existen también algunos ejemplos de estructuras o rasgos posiblemente ce-
remoniales. Por ejemplo, son evidentes las grandes estructuras circulares de 12 a 14
310 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

m de diámetro en tres pukaras cerca de Lampa que posiblemente pudieron ser usadas
para reuniones o rituales. Estas estructuras se ubican fuera del área residencial y apa-
rentemente no fueron viviendas (por ejemplo, el recinto en Apu Pukara, L6, está fuera
de las murallas defensivas). En Lamparaquen (L4) tiene muros de 2 m altura y 1 m
ancho, además de banqueta bordeando todo el muro interior. Otro tipo de rasgo pro-
bablemente ceremonial son los petroglifos: mayormente figuras abstractas grabadas
en la roca madre. En algunos casos, los petroglifos están ubicados en un lugar central
(p. ej., en Llongo S4 y a Calvario de Asillo AS1). En otros casos, están dispersos en el
área habitacional. Finalmente, los montículos artificiales formados por agrupaciones
de tumbas son lugares probablemente ceremoniales y a veces tienen un diseño plani-
ficado. En la cima del cerro Santa Vila (P37) hay un montículo lineal con al menos dos
chullpas. En Inka Pukara (PKP8) existen diez tumbas de cistas formando un montícu-
lo circular con una depresión central. Pero en muchos otros sitios, no hay lugares o
estructuras obviamente religiosas, aparte de los cementerios. Dada esta ausencia de
una arquitectura o estilo ceremonial coherente, el patrón más claro es el abandono de
las formas ceremoniales de las épocas anteriores: monolitos, montículos cuadrados y
patios hundidos.

La visibilidad
El paisaje del altiplano circumlacustre, con sus pampas planas y cerros altos, crea un
ambiente de visibilidad excepcional. Las cimas de los pukaras proporcionan excelen-
te visibilidad del terreno circundante y aún más alejado, incluido la de otros puka-
ras. Aparentemente, la visibilidad fue importante para decidir donde se construían,

Figura 16. La vista desde K’atacha (L3) hacia al norte, que incluye otros 4 pukaras.
311 / Elizabeth Arkush

porque otros cerros en la zona colla con una altura en promedio similar a la de los
pukaras, no tienen siquiera la mitad de la extensión óptica (“viewshed”) de los pukaras.
Además, podemos decir que los contactos visuales entre pukaras fueron importantes
y no solo una consecuencia accidental de su ubicación en las cumbres. Distribuciones
simuladas y fortuitas de “pukaras” (hechas en la computadora usando un SIG) tienen
mucho menos contactos visuales entre ellos que los verdaderos pukaras.
Posiblemente, estos contactos visuales pudieron ser utilizados para enviar seña-
les de un pukara a otro – un medio de comunicación especialmente útil en tiempos
de guerra. Tales señales visuales de humo o fuego son reportados para la época Inca
(Garcilaso 1966: 329 [1609: VI.7]) y en fuentes más recientes para los aymara (Ban-
delier 1910: 89; Chervin 1913: 69; La Barre 1948a: 161; H. Tschopik 1946: 548). Grupos
locales de pukaras están vinculados por múltiples líneas visuales, brindando la posi-
bilidad de que estos grupos estuvieran ligados por redes de alianza y filiación.

Estilos de cerámica
Como sugirieran hace varias décadas Luis Lumbreras y Hernán Amat (1966), los esti-
los de cerámica del período Altiplano varían a través del espacio en la cuenca septen-
trional. Este patrón es muy evidente en la distribución de estilos de cerámica de las
recolecciones de superficie en los pukaras (Figuras 17, 18). Aunque la cerámica Collao
se extiende a través de toda el área Colla, otros estilos tienen una distribución más
restringida. Se encuentra cerámica Sillustani sólo en la parte oeste de la zona estudia-
da y en mayores concentraciones cerca del actual pueblo de Lampa. El estilo Pucarani
abarca solo la parte sur de la zona estudiada, cerca de Puno, Sillustani y la Laguna
Umayo y se extiende más al sur en el área Lupaca (De la Vega 1990). El sub-tipo Asi-
llo está ubicado solo cerca del pueblo del mismo nombre. Otros atributos cerámicos,
como figuras zoomorfas o motivos pintados, también demuestran una variación es-
pacial (Arkush 2011). El mosaico de estilos de cerámica refuerza la idea de variación
dentro del área colla, dada por los estilos de tumbas y la arquitectura. Estos patrones
de variación estilística y de redes de visibilidad, que están descritos con más detalle
en otras publicaciones (Arkush 2009, 2011), sugiere que esta área estuvo dividida en
varias partes durante la fase tardía del período Altiplano, con zonas locales o sub-
regionales de interacción y filiación.

Conclusiones
Los collas y la guerra
Pero, ¿qué implica esta evidencia sobre el modo de guerra de los collas?
En primer lugar, es evidente que el peligro de ataque era serio. Las cimas de los
cerros son lugares inhóspitos e inconvenientes para vivir: son fríos, ventosos, de difícil
acceso, alejados de las fuentes de agua, chacras, rutas de intercambio y de otras comu-
nidades. Así que no es sorprendente que hayan sido poco ocupados antes o después del
312 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

Figura 17. Estilos de cerámica predominantes en los pukaras.


313 / Elizabeth Arkush

Figura 18. La distribución regional de estilos de cerámica en los pukaras


314 / Los pukar as y el poder: Los collas en la cuenca...

período Altiplano. Esto, además del gran esfuerzo invertido en la construcción de las
murallas, señala la presión por la amenaza de ataque durante su uso en este período.
Esta amenaza no fue menor en el centro del territorio Colla así como en sus márgenes.
Tampoco fue breve, porque los pukaras fueron usados intensivamente durante dos si-
glos y varios tienen evidencia de más de un episodio de uso y construcción. Pero es
posible que la amenaza tampoco fuera constante. Por ejemplo, la guerra es estacional
en muchas culturas; hay indicaciones que fue así para los Incas, teniendo lugar en la
temporada seca, cuando los tributarios tenían tiempo disponible luego de las tareas
de cultivo y cosecha (D’Altroy 2002: 207; Rostworowski 1999: 75). Cabe anotar que la
ubicación de las casas en varios pukaras de los collas las abrigaría del viento más du-
rante la temporada seca que en la temporada de lluvias; posiblemente en estos meses
los habitantes de los pukaras se dispersaban a otros sitios. Pero todavía falta evidencia
para evaluar esta posibilidad.
Segundo, las defensas de los pukaras implican un modo de guerra que consistió en
feroces ataques quizás no muy prolongados. En las consideraciones de defensa, siem-
pre hay que recordar que las fortificaciones están diseñadas para resistir la escala de
un ataque esperado en su contexto social, pero nada más (Arkush y Stanish 2005). Las
murallas monumentales de los pukaras grandes son evidencia de la amenaza de fuer-
tes ataques de muchos guerreros. Pero la ausencia de fuentes permanentes del agua
dentro de las murallas en múltiples pukaras sugiere que los collas no prepararon ni
consideraron probables asedios prolongados. Además, sus vínculos visuales con otros
pukaras facilitarían el pedido de ayuda a sus aliados, lo cual haría mucho más difícil
un ataque muy prolongado por parte de los agresores.
Finalmente, dado que el patrón de asentamiento en pukaras es un fenómeno de la
segunda mitad del período Intermedio Tardío, generalmente después de 1300 d.C., es
obvio que estos sitios –y la guerra que esto implica– no resultaron directamente del
colapso de Tiwanaku (Arkush 2008). Es cierto que la ausencia del gran estado permitió
el surgimiento de la guerra endémica en la cuenca del Titicaca, pero debemos buscar
en otros motivos sus causas inmediatas. Las graves sequías de la época (Thompson
1985) son causas probables de conflicto sobre terrenos, cosechas o ganado; y otros
factores sociales posiblemente favorecieron la guerra y evitaron el resolver fácilmen-
te conflictos (Arkush 2008).

La sociedad de los collas


La implicancia de la gran densidad de asentamientos defensivos en la región colla,
incluso en su zona central, indica que esta región no estuvo protegida ni unificada
políticamente. Este paisaje, en el cual la población fue llevada a vivir en altas colinas
rodeadas de murallas, muestra un contraste obvio con los patrones de asentamiento
de estados o cacicazgos centralizados, que tienen muy pocos fortificaciones a excep-
ción de sus fronteras. Sin embargo, tampoco fue un ambiente completamente frag-
mentado de aldeas opuestas a cada uno de sus vecinos. Los contactos visuales entre
grupos de pukaras, grupos que normalmente compartieron estilos de cerámica y de
tumbas, implican un sistema social de redes cooperativas de asentamientos defensi-
315 / Elizabeth Arkush

vos controlando áreas locales. Puesto que un grupo de pukaras normalmente incluye
sitios mayores y menores, podemos proponer relaciones jerárquicas dentro del gru-
po, aunque no podemos identificar un rango claramente elitista de la sociedad en este
momento. Este escenario de división en esferas locales o subregionales tiene sustento
en la evidencia de variación espacial de estilos cerámicos y mortuorios.

Hay un contraste interesante entre la visión de fragmentación dada por la ar-


queología y la impresión de un reino inmenso y centralizado de los collas, aseverado
por las crónicas. Es posible que los grupos dentro del área colla se unieran a veces en
federaciones más grandes. Hay evidencia de unas redes de intercambio muy exten-
sivas; por ejemplo, la obsidiana se encuentra a través de la zona estudiada e implica
procesos de interacción que vincularon el área entera. Sin embargo, es claro que no
fue un territorio unificado ni homogéneo y que grandes confederaciones, de haber
existido, fueron bastante débiles ya que el patrón de asentamiento defensivo siguió
hasta al fin de la época. Como algunas otras sociedades de los Andes Surcentrales
(Covey 2008; Bauer y Kellett e. p.; Frye y De la Vega 1990), los collas en el período Alti-
plano fueron menos centralizados en realidad que en las memorias y relatos descritos
en las crónicas dos siglos después.

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12
Patrón funerario de los períodos
Altiplano e Inca en el valle de
Ollachea, Carabaya - Puno
Nancy Román Bustinzai y S i l v i a R o m á n C r u z ii

Entre los años 2006 y 2010, como parte del estudio de impacto ambiental y la cons-
trucción del tramo 4 de la carretera Interoceánica (Macusani – Puente Inambari), se
llevaron a cabo trabajos de arqueología en cinco modalidades: Reconocimiento Siste-
mático y Prospecciones (Peréa 2007); Diagnosis de Chichacori y el abrigo Funerario 1
(ASE 2008), Excavaciones restringidas con fines de Delimitación (Mercado 2010), un
Plan de Monitoreo (Román Bustinza 2010) y el procesamiento de datos en gabinete
(Román Cruz 2010).
Como producto de este trabajo se ha logrado registrar seis sitios arqueológicos co-
lindantes y/o adyacentes en todo el corredor vial. Actualmente en la etapa de construc-
ción de dicha carretera se ha recuperado material cultural en hallazgos fortuitos, los
cuales también formaron parte del estudio de los patrones funerarios. Dichas eviden-
cias arqueológicas resultan novedosas para el conocimiento de la arqueología de esta
zona del departamento de Puno, por estar fuera de la misma cuenca del Lago Titicaca.
El valle de Ollachea, ubicado en la provincia de Carabaya, se encuentra en la cuenca
del río Macusani, que forma parte de la cuenca del Inambari. Este valle registra una
geografía accidentada y agreste, por ubicarse en el paso de las altas mesetas altiplánicas
de Macusani (Oquepuño, Nevado Allin Cápac) y la entrada al llano amazónico o ceja de
selva de Puno (San Gabán, Puerto Manoa, Challhuamayo, Tantamayo, Cuesta Blanca,
Carmen, Lechemayo, Loromayo, Inambari y la Reserva Natural de Bahuaja Sonene).
Los estudios de investigación arqueológica realizados para esta zona son aún es-
casos, destacando sólo algunas visitas rápidas a los asentamientos arqueológicos de
Carabaya (Flores y Cáceda 2004; Flores et al. e.p.), puntualmente en el valle de Olla-

i Arqueóloga de INTERSUR CONCESIONES S.A. [email protected]


ii Arqueóloga de INTERSUR CONCESIONES S.A. [email protected]
322 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

chea (Coben y Stanish 2005), logrando registrar las chullpas de Chichacori, el sitio de
Illingaya y reportar parte del camino Inca que recorre de forma paralela (margen
izquierda del río Macusani) un segmento de la actual carretera. Por otro lado, Hostnig
(2004) ha estudiado el arte rupestre de toda la región de Carabaya y particularmente
para esta zona destaca su libro Los petroglifos de Boca Chaquimayo – San Gabán, donde
desarrolla un estudio de la iconografía representada en seis bloques de piedra, re-
saltando la profusión de motivos abstractos y figurativo animal (el lagarto en sus
diferentes formas y posiciones), seres humanos, entre otros y su entorno paisajístico
(Hostnig 2008).
La riqueza y patrimonio cultural que se ha preservado a lo largo del valle Ollachea
es diverso e importante, predominan elementos de los períodos tardíos (Altiplano e
Inca) con sus patrones y prácticas funerarias, así como restos de la actividad agrícola
intensiva evidenciada en los sistemas de andenes hallados en el recorrido de este
valle y sitios arqueológicos significativos como Chichacori, Soccostacca, Yllingaya y
Sarapía (Coben y Stanish 2005; Flores et al. e.p.).
La presencia de evidencias culturales, dentro del corredor vial, proviene mayor-
mente de las partes altas de los cerros que caracteriza a la zona. La mayoría de las
manifestaciones que trataremos en este capítulo son entierros en abrigos rocosos
especialmente en la margen izquierda del río y quebrada de Ollachea. Hay que tener
en cuenta que es muy posible que las intensas lluvias, comunes en la zona, arras-
traran evidencias a las partes bajas a través de los deslizamientos de taludes de sus
riberas, por lo cual es posible que muchos hallazgos sean de origen y/o contextos
disturbados. Otro problema son las intervenciones de exhumaciones modernas co-
nocidas como huaqueos. Por lo expuesto, es difícil encontrar evidencias con una es-
tratigrafía definida o asociadas a bienes muebles. Sin embargo, las pocas evidencias
recuperadas que aquí expondremos, nos han servido para conocer cómo fueron las
prácticas funerarias y a qué unidad cultural podríamos vincularlas, en una región
prácticamente desconocida para la arqueología, pero que guarda una cultura mile-
naria (Hostnig 2010).

LOS PATRONES FUNERARIOS


Las estructuras funerarias y el material asociado son las evidencias que nos ayudan
a reforzar nuestras hipótesis y responder a cuestionamientos de cómo fue el patrón
funerario, y a partir de éste, sugerir el modo de vida de estos pueblos y su estructura
social a lo largo del valle de Ollachea y aledaños.
A lo largo del valle de Ollachea se han identificado entierros en las partes altas
del valle, predominando los abrigos funerarios. Si bien esta geografía no concibe el
concepto de cementerio como un terreno extenso y llano, en el valle de Ollachea el
comportamiento y rasgos de los entierros se están dando en forma de agrupamientos
en abrigos funerarios, en su mayor parte debido al tipo de relieve geográfico acci-
dentado. Nuestros patrones funerarios están basados en los registros de los entierros
323 / Nancy Román y Silvia Román

hallados en diferentes puntos y tipos de contextos dentro del corredor vial. Así, se
han logrado identificar tres formas de entierro en puntos altos y bajos del valle: 1)
Chullpas, 2) Abrigos funerarios sin arquitectura y 3) Abrigos funerarios con arquitectura (ver
Figura 1 y Tabla 1).
Tabla 1. Tipología de contextos funerarios
TIPO 1 TIPO 2 TIPO 3
CHULLPAS ABRIGO FUNERARIO ABRIGO FUNERARIO
SIN ARQUITECTURA CON ARQUITECTURA
Chichacori: Chullpas 1, 2 y 3 HF001 HF003
HF008 HF002 (Abrigos 1 y 2) HF006
Moyoqpampa Chichacori: Sector alto
HF005 Moyoqpampa
Sarapía

Figura 1.
324 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

Tipo 1 - Chullpas
Como bien señala Francisco Gil-García (2002: 2): “[...] En el fenómeno chullpario con-
vergerán entonces cuestiones de etnicidad, identidad, modelos de organización sociopolítica,
formaciones económicas, pautas de territorialidad, ideología funeraria y/o percepción de las
coordenadas espacio-tiempo, aspectos combinados de uno u otro modo con la intención de dar
respuesta a sus tres dimensiones social, territorial e ideológica… No perdamos de vista que la
arquitectura monumental constituye la mayoría de las veces el único registro arqueológico (en
cualquier caso, el menos alterado) desde el cual interpretar el fenómeno chullpario”.
Teniendo en cuenta estos preceptos para el mundo funerario del período Altipla-
no e Inca de la región puneña, a continuación describimos sintéticamente los sitios
chullparios hallados en nuestros trabajos:

Sitio Chichacori
Dentro de éste marco, en el sitio Chichacori, valle de Ollachea, se han identificado
chullpas del período Altiplano (Colla) en el sitio llamado Chichacori, y cuya caracte-
rística principal es que son de tipo monumental. El sitio arqueológico de Chichacori
presenta 3 sectores (alto, bajo y medio).
Se han registrado tres chullpas. La Chullpa 1 y Chullpa 2 son las que preservan toda
su estructura arquitectónica (Figura 2). La Chullpa 3 sólo registra la base o cimenta-

Figura 2. Vista panorámica de las Chullpas 1 y 2 ubicadas en el Sector medio


del sitio arqueológico de Chichacori.
325 / Nancy Román y Silvia Román

ción arquitectónica. Estas estructuras funerarias se encuentran individualmente ubi-


cadas sobre un afloramiento rocoso orientadas al este (el acceso está ubicado hacia la
salida del sol). Sin embargo, en la zona alta de Chichacori también se han registrado
abrigos funerarios con arquitectura y entierros aislados. A continuación la descrip-
ción de cada uno de los elementos:
Chullpa 1: Es una estructura arquitectónica cuadrangular elaborada con piedra
canteada unida con argamasa de barro. Tiene 1.50 m de altura y 0.30 m adicional
de techo que cubre la chullpa. El techo, elaborado con lajas de piedra pizarra, pre-
senta cuatro lados (Figura 3).
Chullpa 2: Al igual que la Chullpa 1 registra las mismas características arquitectóni-
cas, con la única diferencia que en su interior se hallaron restos óseos. Al interior
hay una fuerte presencia de humedad que viene dañando la estructura (Figura
4).
Chullpa 3: Sólo se ha registrado la base cuadrangular y restos de la estructura ar-
quitectónica (Figura 5).

Figura 3. Chullpa 1, vista frontal, nótese la Figura 4. Chullpa 2, vista frontal. Nótese la
ubicación sobre promontorio rocoso ubicación sobre un promontorio rocoso.
y detalle del techo.

Figura 5. Chullpa 3, base


cuadrangular y parte
de la estructura, chullpa
incompleta.
326 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

Hallazgo fortuito 08 (HF-08)


Se ubica en una curva pronunciada, en el sector bajo del sitio arqueológico de Chi-
chacori. Este hallazgo corresponde a la base o cimentación de una posible chullpa
destruida por la antigua trocha carrozable. Conformada por lajas de piedra pizarra
que pudieron funcionar como parte de la estructura de la chullpa (techo), o sello de un
entierro o contexto funerario. Lamentablemente el contexto disturbado no permite
recuperar la estratigrafía cultural o una secuencia cronológica definida. Sin embar-
go, gracias a los materiales recuperados como la cerámica diagnóstica (13 bordes,
8 bases, 23 asas, 8 cuerpos de estilos tardíos entre ellos un fragmento de estilo Inca
Sillustani) podemos definir este entierro como una ocupación de los períodos Alti-
plano e Inca. También se ha logrado recuperar material óseo humano fragmentado
en pésimo estado de conservación; restos de dientes de camélidos y material lítico
(artefactos incompletos) (Figuras 6–9).

Figura 6. Artefactos líticos incompletos.

Figura 7. Lajas y parte de base estructural de una chullpa,


nótese la estratigrafía disturbada.
327 / Nancy Román y Silvia Román

Figura 8. Diversos restos de material óseo humano,


algunos registran quema.

Figura 9. Restos de dientes de camélidos.

Tipo 2 - Abrigos Funerarios Sin Arquitectura


De manera global, conformado por abrigos todos relacionados entre sí, formando así
una sola unidad o contexto y por ello los denominamos: Contextos funerarios en abri-
gos rocosos.
Sitio HF-01
Se ubica en lo alto de una roca, en las coordenadas referenciales 347169 E y 8474028 N,
distrito de Ollachea. Se ha registrado material cerámico de estilo Inca Imperial, frag-
mentos de un aríbalo incompleto, un plato incompleto y un cuenco con asa incom-
pleta (Figuras 10 y 11). Todo esto en un contexto totalmente disturbado (huaqueado),
pero queda claro que proviene del abrigo rocoso – funerario.
328 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

Figura 10. Aríbalo y plato incompleto de estilo Inca Imperial.


El aríbalo tiene un cuello antropomorfo.

Figura 11. Material cerámico asociado al Abrigo Funerario HF-01.

Sitio HF-02 (Abrigo Funerario 1 y 2)


Los abrigos funerarios están ubicados a 15 m y 10 m aproximadamente del corte de
talud. Sus coordenadas referenciales son 338506 E y 8469462 N, y se encuentran en la
jurisdicción del distrito de Ollachea.
Se hallan sobre la cima de un cerro, de terreno muy inclinado y presencia de blo-
ques de roca como parte de su entorno; se registra vegetación silvestre propia del lugar.
Los abrigos funerarios 1 y 2 presentan adyacentes muros de contención de mamposte-
ría ordinaria (Figura 12). No se ha registrado material cerámico en superficie.
329 / Nancy Román y Silvia Román

Figura 12. Abrigos Funerario 1 y 2 ubicados sobre la ladera de un cerro.

Sitio Moyoqpampa: Abrigos simples


El sitio arqueológico de Moyoqpampa se ubica a unos 20 m de distancia de la carrete-
ra Ollachea – San Gabán, en la margen izquierda del río Ollachea. Está constituida por
una serie de andenes que están distribuidos de acuerdo al relieve de la topografía del
terreno. Dentro de este sitio arqueológico se han identificado abrigos, cuyas partes
internas fueron usadas, con y sin estructuras arquitectónicas adosadas, para albergar
contextos funerarios. El material óseo se halla disperso y descontextualizado y en
general, bloques de roca cubren los entierros múltiples (Figura 13).

Figura 13. Abrigos funerarios con restos de


material óseo disperso.
Sitio HF-05
Se ubica en la parte media del valle de Ollachea, sobre lo alto de una roca. Sus coorde-
nadas referenciales son 348478 E y 8479434 N. En este sitio se registró gran cantidad
de material óseo en superficie: 6 cráneos mayores y menores, 12 maxilares inferiores
con dientes y sin dientes, rótulas, huesos largos como tibias, peroné, costillas; huesos
cortos como vértebras, tarsos, carpios, dientes sueltos, restos de huesos quemados
(Figura 14). Todo esto en un contexto totalmente disturbado (huaqueado) con una
fuerte presencia de desechos vegetales silvestres.
330 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

Figura 14. Entierro múltiple disturbado hallado en la parte alta del cerro rocoso.

Tipo 3 - Abrigos Funerarios Con Arquitectura


Sitio HF–003
Se encuentra a 40 m hacia el oeste de los abrigos 1 y 2, en una zona de difícil acceso
(Figura 15). Está conformado por dos pequeños recintos de forma cuadrangular, edi-
ficados con piedras y unidos con argamasa de barro adosado a la roca sin enlucido y
debajo de un gran bloque de piedras. En el recinto 1 se ha encontrado entierros múl-
tiples, cuyo contexto se encuentra totalmente disturbado, hallándose tres cráneos,
costillas diversas, huesos largos y un sólo individuo completo en posición fetal ama-
rrado con una cuerda vegetal (Figuras 16 y 17). El recinto 2 presenta también entie-
rros, pero a diferencia del recinto 1, el recinto 2 se encuentra cubierto por elementos
líticos desprendidos del muro y que no fueron excavados (Figura 18).

Figura 15. Ubicación del Abrigo Funerario HF-03 Figura 16. Entierro múltiple disturbado. Recinto 1

Sitio HF–06
Está conformado por una estructura cuadrangular edificada debajo de un abrigo ro-
coso. Sus coordenadas referenciales son 337641 E y 8469130 N. Dicho contexto se trata
de un recinto funerario del período Altiplano asociado al estilo cerámico Collao. Se ha
registrado un entierro totalmente disturbado con restos de quema actual. En el pro-
ceso de excavación se han logrado recuperar diversos materiales culturales, siendo el
331 / Nancy Román y Silvia Román

Figura 17. Individuo en posición fetal Figura 18. Recinto 2 en proceso de colapsamiento.
entrelazado con una cuerda de material
vegetal.

más representativo el material textil manufacturado con hilos de pelo de camélidos en


variados colores, hilos de algodón y cabello humano. Estos hallazgos son muy impor-
tantes debido al regular estado de conservación, a pesar de estar en un ambiente o área
de constantes lluvias. Existe una variedad de fragmentos de material textil en colores
verde, azul, rojo y blanco, entre otros. Asociado en un solo contexto se ha recuperado
partes de cuerpo humano, especialmente miembros superiores e inferiores, todos des-
articulados, además de un sacro y cráneo de una posible adolescente de sexo femenino1.
También se ha logrado recuperar un par de sandalias, elaborados en cuero de camélido
y cuerdas de cabello humano color marrón oscuro que formaron parte del calzado, un
artefacto de uso textil para torcer el hilo, segmentos de cuerdas de cuero de animal con
orificios y cuerdas de material vegetal, un fragmento de cerámica y restos de ave, todo
entremezclado en contexto disturbado (Figuras 19 y 20).
Chichacori-Sector Alto
El sector alto o sector funerario del sitio de Chichacori fue denominado así por la pre-
sencia de abrigos rocosos con estructuras arquitectónicas adosadas a la roca y restos
de material óseo (disturbado). Algunas de ellas preservan, aún, la entrada o acceso
de 0,50 m a 0,30 m aprox. El estado de conservación de estas estructuras es pésimo,
las intensas lluvias y deslizamientos de rocas vienen colapsando gradualmente a las
estructuras. Además se registran muros de contención, algunos de los cuales parecen
ser de uso agrícola. En conjunto se evidencia todo un asentamiento complejo que
habría albergado una regular población.
Moyoqpampa
En este sitio, además de los abrigos simples ya descritos anteriormente se han encon-
trado estructuras funerarias adosadas a abrigos rocosos elaborados con argamasa de

1 La propuesta del sexo femenino es debido a las evidencias registradas como las manos finas,
alargadas y delgadas, además del sacro y restos de la cervical.
332 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

Figura 19. Material asociado al entierro encontrado dentro de un abrigo rocoso.

Figura 20. Estructura funeraria y la ubicación del entierro.

barro, piedra semi-canteada y piedras anchas de canto rodado. Dichas estructuras


funerarias se hallan algunas en la parte baja y media del sitio. La construcción de la
arquitectura no registra complejidad en su elaboración (de 1 a 2 estructuras edifica-
das debajo de cada abrigo). Lamentablemente los restos óseos se hallan disturbados
y dispersos.
333 / Nancy Román y Silvia Román

Figura 21. Contextos funerarios con estructura arquitectónica adosada a la roca.

Figura 22. Abrigos funerarios con arquitectura.


Moyoqpampa - sector alto.

Sitio Sarapía
Se ubica en el distrito de Ollachea, a 30 m de distancia respecto a la carretera, al ex-
tremo oeste y en la margen izquierda del río Ollachea.
En Sarapía se ha identificado tres sectores: 1) El Sector agrícola, que comprende
un conjunto de andenes, de 0,8 a 0,5 m de ancho por 1 a 1,2 m de alto, distribuidos
de manera secuencial, y emplazados en la topografía compleja de la zona. Además se
registran plataformas circulares en el lado noroeste, con bases de muros de recintos
colapsados. Asimismo, en la parte alta del sitio se encuentra un panel de pintura ru-
pestre denominado Llamaqaqa, registrado y publicado por Hostnig (2008: 28). Las di-
mensiones aproximadas del panel son 5 m de largo por 2.5 m de altura, con escenas de
pastoreo, con un promedio de 64 llamas estilizadas representadas; 2) Sector Pitumarca
ubicado al suroeste de la plaza principal, evidencia una planificación residencial con
recintos rectangulares. Emplazados sobre amplias terrazas escalonadas, se registran
bases de recintos circulares y semicirculares controlados por una muralla que tiene
dos accesos a este sector, y a la vez, restringida por una zanja de 1,8 m de profundidad
protegido por paredes laterales y que tiene un puente conservado (extremo derecho
de la muralla) y el 3) Sector funerario ubicado al noreste de la plaza principal. Sus
334 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

características principales registradas corresponden a cámaras funerarias adosadas


a abrigos rocosos con restos de enlucido y pintura en colores rojo y amarillo, que
miden 1,2 por 0,7 m aprox.
Estas estructuras arquitectónicas están elaboradas con argamasa de barro y pie-
dra semi-canteada con aplicaciones plásticas en bajo relieve (enlucido). Este recinto
funerario presenta restos óseos de individuos que se encuentran fuera de sus contex-
tos originales (Figura 23); intervenciones antrópicas han destruido gran parte de su
arquitectura.

Figura 23. Abrigos funerarios con arquitectura, recintos adosados a la roca de base cuadrangular,
edificados con argamasa de barro y piedra, enlucido y relucido con pintura roja. Una de ellas
presenta bajo relieve.
335 / Nancy Román y Silvia Román

CONSIDERACIONES FINALES
Este registro y breve análisis nos han permitido conocer los patrones y prácticas fune-
rarias de este grupo humano y con ello conocer un poco más a la población que habitó
en este lado del valle de Ollachea. Al parecer, estos grupos humanos estaban diferen-
ciándose en sus propias prácticas sociales, la que repercutió en los tipos de estructura
funeraria que ocupaban. Este planteamiento se genera a partir de los materiales aso-
ciados en cada Hallazgo Fortuito (HF), o contexto funerario, en cada uno de sus tres ti-
pos: chullpas, abrigos funerarios sin arquitectura y abrigos funerarios con arquitectura. Estos
tres tipos de entierros se hallan en las partes altas y media del valle Ollachea.
Este argumento se ve reforzado por dentro de los tipos funerarios existieron dis-
tintos contenidos. Por ejemplo, en los abrigos con arquitectura, tenemos el caso del
sitio HF-06 que es totalmente diferente al entierro múltiple del HF-03 y los demás
entierros registrados. Estos no sólo difieren en la ubicación, sino en la forma y el con-
tenido propio del personaje o personajes que se enterraron. En el proceso del registro
y análisis se puede concluir que el material cultural hallado en HF-06 corresponde a
una adolescente de sexo femenino y de otro posible personaje también femenino;
quizás perteneciente a un grupo de elite. Lo anterior se desprende por la cantidad y
diversidad de la evidencia textil asociada, mantas, fragmentos de tejidos de colores
en diversas técnicas como tejido llano, tapiz, cuerdas, sandalias de cuero con cuerdas.
Es casi imposible demostrar que ha sido asignada para alguna actividad ritual u ofren-
da, ya que sólo se ha recuperado partes de su cuerpo en contexto disturbado. Todos
estos rasgos hacen diferente al entierro del HF-03 y con ello hace notar su diferencia-
ción social entre toda la muestra analizada.
Los otros entierros hallados en contextos también disturbados, en las partes al-
tas han sido múltiples y no registraron otros tipos de material cultural asociado. Es
posible que estos individuos correspondían a otro grupo social que estarían siendo
enterrados a través de grupos de familias y los entierros en abrigo funerario estarían
funcionando como cámaras familiares y con ello las evidencias del HF-08, a pesar
de una estratigrafía disturbada, nos ha permitido recuperar material como restos de
carbón, cerámica fragmentada, artefactos líticos, dientes de camélidos y restos óseos
humanos, los cuales son indicadores para plantear que el grupo que ocupaba Chicha-
cori también convivía con sus muertos.
Una posible explicación de esta distribución de los entierros está basada en tres
tipos de actividad mortuoria, el grupo de elite o cierto grupo reducido viene siendo
enterrado en las chullpas más elaboradas, los de mediana jerarquía o con algún tipo
de actividad especializada se estarían enterrando en los abrigos funerarios con es-
tructuras arquitectónicas y el grueso de la población se enterrarían en los abrigos
funerarios sin estructura arquitectónica como parte de entierros múltiples.
Los utensilios o restos de cerámica diagnóstica (Altiplano e Inca) nos ayudan a re-
forzar la idea que en esta zona de Ollachea existía una ocupación permanente, porque
la variedad de cerámica que se ha registrado es de carácter doméstica, a excepción
de la escasa cerámica Inca Imperial. Con respecto a esta presencia de objetos inca es
significativo también resaltar la existencia del segmento de camino prehispánico que
336 / Patrón funerario de los períodos A ltiplano e Inca...

recorre de forma paralela en la margen izquierda del río Macusani. Ambos elementos
(objetos y camino inca), estaría reforzando la propuesta que en un primer momento
planteaban Coben y Stanish (2005: 243-266): “existieron restos Incas cerca a Ollachea y
que el valle superior y medio del río San Gabán era una de las rutas usadas por los Incas para
llegar a las minas de oro de Carabaya”, algo también señalado por Flores y Cáceda (e.p.).
Sin embargo, sí existió tal importancia del oro para una presencia Inca en la zona, al
parecer esta fue exclusivamente para exportación, pues, hasta el momento no se ha
registrado este material en algún contexto de la zona estudiada. Quizás futuras exca-
vaciones en contextos cerrados ayuden a demostrar y reforzar esta hipótesis.
Finalmente, los índices porcentuales representados en nuestra tabla de evidencias
materiales culturales (Tabla 2) nos indican que existe una predominancia del tipo
óseo, lo cual nos permite extrapolar que existieron una considerable cantidad de ha-
bitantes en el valle de Ollachea y los tipos aquí considerados, dentro de la tradición
funeraria, estaba muy relacionado con los estamentos sociales.
Tabla 2. Resumen porcentual de los materiales recuperados

MATERIAL MATERIAL MATERIAL MATERIAL MATERIAL MATERIAL


OTROS
ÓSEO CERÁMICO LÍTICO BOTÁNICO TEXTIL ORGÁNICO

62 9 2 5 24 5 8

53,91% 7,83% 1,74% 4,35% 20,87% 4,35% 6,96%


100%
Nota. Las cantidades representan a las unidades de bolsas por cada tipo de material cultural
recuperado. En caso de los textiles se contabilizó como una unidad.

Agradecimientos
Las autoras desean agradecer a los editores por la invitación a esta publicación, en
especial a Luis Flores por su colaboración en la elaboración del plano de ubicación,
edición de las figuras y revisión del texto. A la empresa Intersur Concesiones S.A., por
permitirnos usar la información para estos fines y por las facilidades que siempre
brindaron a lo largo del trabajo, sin los cuales no hubiéramos logrado investigar entre
sus diferentes proyectos de evaluación. Finalmente gracias a Rainer Hostnig por pro-
porcionarnos la base de datos referenciales de la provincia de Carabaya, Puno.

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Asesoría & Servicios Especializados S.A.


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13
La ocupación Inca en
la cuenca del Titicaca*
Charles Stanishi

Los pueblos quechuas que vivían en la región de Cusco construyeron un poderoso


estado conquistador que se extendió por un enorme área en un plazo de tiempo re-
lativamente corto. A través de los siglos, la naturaleza del Estado Inca se ha definido
y redefinido, con interpretaciones que van desde un estado totalitario a un imperio
benévolo “socialista” (Arze 1941; Baudin 1928). En una línea similar, los escritores del
siglo XX interpretaron lo inca más como un gran estado redistribuidor, en el que in-
cluso los ciudadanos más pobres fueron protegidos de la enfermedad y la necesidad.
Dejando a un lado tales ilusiones románticas, está claro que el principal meca-
nismo de expansión Inca fue la conquista militar. Al igual que casi todos los demás
estados imperiales en la historia, el motivo de la expansión Inca fue la conquista te-
rritorial, la apropiación de los recursos de otros pueblos, y la neutralización de los po-
tenciales enemigos. Una concepción de los Incas como un estado benigno que busca
el bienestar de los comuneros no soporta ninguna comprobación científica.
La conquista de nuevos territorios fue precedida, a menudo, por intensas nego-
ciaciones e intrigas políticas. Después que un territorio fuera conquistado, el Inca
instituía por lo general, una serie de estrategias clásicas de incorporación, que in-
cluían la creación o rehabilitación de la red vial, la construcción de estaciones de
paso o tambos (tampu), el reasentamiento de los colonos (mitimaes), y la opción de la
co- autoridad política local. Edificios e instalaciones fueron construidas mediante el
impuesto sobre el trabajo, basado generalmente en el sistema decimal (Julien 1982).
Un punto en el que la mayoría de los andinistas están de acuerdo es que la extracción
de la riqueza en el Estado incaico se basaba en un impuesto sobre el trabajo y no en el
tributo en especies, de la misma manera como lo hicieron los aztecas y otros imperios

* Texto original titulado “Conquest from Outside. The Inca Occupation of the Titicaca Ba-
sin”, tomado del capítulo 19 del libro Ancient Titicaca. The evolution of complex in southern
Peru and northern Bolivia de Stanish (2003). Traducción al castellano de Luis Flores Blanco y
Henry Tantaléan. Revisado por Charles Stanish.
i Departamento de Antropología. University of California, Los Angeles. [email protected]
340 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

tempranos en diferentes partes del mundo (Julien 1988: 261-264; La Lone 1982: 294;
Murra 1982: 245, 1985b: 15; Stanish 1997). Esta distinción es sutil, pero importante.
Murra repite una declaración ofrecida muchas veces en los documentos que “los cu-
racas no recibieron ningún tipo de tributo salvo el respeto y el funcionamiento de sus campos”
(Murra 1980: 92). De hecho, los productos fueron recolectados por el Estado, pero, en
lugar de utilizar un sistema de tributo en especies, donde se deja la economía política
local intacta y se impone una obligación tributaria, el Estado expropió tierras para el
Inca y utilizó el trabajo forzado para trabajar la tierra.
La ideología sirvió de gran ayuda para los fines políticos en el Estado incaico. Un
objetivo principal de la ideología imperial fue definir las relaciones económicas entre
la alta nobleza, la nobleza menor, y los comuneros, como es dado en los términos
tradicionales de los Andes (La Lone 1982: 296). Los principales medios para promover
el ideal de la generosidad de elite fueron el patrocinio de fiestas o la distribución de
ciertos productos a los tributarios cuando realmente cumplían sus obligaciones labo-
rales. En estas operaciones de redistribución, la cerveza de maíz (chicha), los textiles,
y posiblemente otros productos básicos se redistribuyeron (Hastorf y Johannessen
1993; Morris 1971, 1982). Otro de los objetivos principales de la ideología Inca fue pre-
sentar a la elite como gobernantes legítimos del Tawantinsuyu. Los mitos sobre los
orígenes del estado Inca representan un excelente ejemplo de esta estrategia (Bauer
1992a, 1992b; Urton 1990).
En suma, la economía política Inca se basó principalmente en la manipulación y
transformación de los mecanismos tradicionales de la política y economía de la so-
ciedad andina. La reciprocidad y la redistribución se transformaron en una economía
imperial de extracción política legitimada por el uso del mito y la ideología. La admi-
nistración de las relaciones comerciales fue cooptada por el Inca y reelaborada en un
enorme sistema de producción y transporte de bienes. El resultado fue un enorme y
complejo sistema de extracción de recursos, sin paralelo en la historia andina.

Cronología Absoluta
Las fechas de la expansión Inca han quedado bien establecidas por la investigación
histórica y arqueológica. En general, el primer control real de la cuenca del Titicaca
(Mapa 1) por el Estado Inca data de alrededor del año 1450–1475, lo cual ha sido corro-
borados por fechados de carbono-14 que han sido realizadas en muestras de tiempos
incaicos.1
La cuenca del Titicaca en el siglo XV fue el hogar de varios señoríos aymaras pode-
rosos e independientes, que bruscamente pierden su independencia con la conquista
de la región del Tawantinsuyu. Uno de los relatos más detallados de la conquista Inca
del Collasuyo se puede encontrar en las crónicas de Bernabé Cobo y Pedro Cieza de
León. Aunque los detalles varían, los relatos proporcionan un esquema básico de los

1 Terence D’Altroy y Brian Bauer (comunicación personal de Bauer 1998) reportan que
muestras de carbono-14 sugieren incluso una fecha anterior, hacia el año 1420 d.C.
341 / Charles Stanish

Mapa 1. Selección de sitios Inca mencionados en el artículo.


acontecimientos que llevaron a la conquista. Por supuesto, no queda claro cuánta de
la información contenida en los documentos representa una historia mítica, como
parte de la propaganda imperial Inca, y cuánta representa hechos reales. Como ha
demostrado Urton (1990), las historias según lo registrado por los cronistas españo-
les se vieron influidas radicalmente por consideraciones políticas e ideológicas con-
temporáneas. Es desde esta perspectiva que debemos retornar a las historias orales
documentadas de la conquista española de la cuenca del Titicaca, según lo informado
por los primeros historiadores españoles.

Los Colla y Lupaqa libraron una gran batalla en las llanuras de Paucarcolla. El Cari,
o rey de los Lupaqa, se decía que había ganado esta batalla, y volvió a Chucuito y ne-
goció la paz con Viracocha Inca.2 Según una interpretación, Viracocha Inca en reali-
dad perdió en su tentativa por controlar la región sur del Titicaca de la zona colla. Sin
embargo, aunque puede haber alguna duda en cuanto a sí Viracocha Inca estableció
un fuerte control sobre la región, las crónicas dejan pocas dudas de que Pachacuti
introdujo firmemente a la cuenca del Titicaca en la órbita del Inca. Obligado a luchar

2 El término Cari se refiere tanto al título como al nombre del gobernador Colla.
342 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

contra los colla de nuevo cerca de Ayaviri, el Inca los venció y selló la paz con los
Lupaqa. Posteriormente, los restantes Colla se retiraron a Pucará, el Inca destruyó la
ciudad de Ayaviri y asesinó a una gran cantidad de personas. Los Incas se encontraron
nuevamente con los colla, y éstos fueron derrotados por segunda vez.

Cobo relata que los Lupaqa luego concretaron una alianza con el Inca: “El cacique
de la nación de los indios Lupaca, quien residía en Chucuito, era tan poderoso como el cacique
de Collao, pero aquel tuvo consejos más razonados, porque recibió al Inca en paz y se volvió
sobre su estado para él. Así, el Inca le honró mucho y con el fin de mostrarse más a su favor, se
quedó en Chucuito por unos días” (Cobo 1983 [1653]: 140).

Según Cobo, a otras organizaciones políticas en la cuenca del Titicaca no les fue
tan bien como a los Lupaqa. Se dice que Pachacuti habría conquistado la región de
Pacajes, Paucarcolla, Omasuyu, Azángaro, y las islas del Sol y la Luna. Fue durante esta
campaña que se reporta que Pachacuti habría visto las ruinas de la antigua ciudad de
Tiwanaku, en lo que parece haber sido una marcha triunfal alrededor del lago.

Las crónicas también indican que el Estado Inca en el Collao estuvo plagado de
rebeliones de los pueblos conquistados. Cieza se refiere a una gran rebelión que tuvo
que ser sofocada por el sucesor de Pachacuti: Topa Inca. Suponiendo la exactitud
de la cronología tradicional, este evento habría ocurrido alrededor de 1471, cerca
del final del reinado de Pachacuti (Hyslop 1976: 141). La rebelión fue al parecer muy
sangrienta, con muchos o todos los administradores Inca asesinados o expulsados.
Documentos adicionales sugieren que las rebeliones ocurrieron en todo el reino Inca
en Collasuyu, que siempre fue la región más endeble.

Asentamientos Inca en la cuenca del Titicaca


La cuenca del Titicaca fue una de las provincias más importantes en el estado Inca.
El Collao tenía una población enorme y era muy rico. Sitios incas, de hecho, son muy
abundantes en toda la cuenca y se identifican por la presencia de cerámica Inca local
(véanse las Figuras 1 y 2).

Asentamientos urbanos secundarios


Los datos arqueológicos de la investigación sugieren que la población en la cuenca
del Titicaca alcanzó su cima durante la época incaica y que no volvió a alcanzar ese
nivel hasta finales del siglo XIX o principios del siglo XX. La población de la cuenca
del Titicaca fue probablemente una de las más densas en el imperio Inca, sobre todo,
en su apogeo durante 1530. Por lo tanto, no es de extrañar que los asentamientos ur-
banizados se convirtieran en un tipo de asentamiento en la cuenca durante el período
Inca. La capital del Estado Inca, por supuesto, era el Cusco, el centro urbano principal
del imperio.
343 / Charles Stanish

Figura 1. Fragmentos de cerámica Inca.

Figura 2. Fragmentos de cerámica Inca.


344 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Fue durante la época incaica que, por primera vez en la región del Titicaca, im-
portantes asentamientos urbanos se establecieron fuera de la capital o asentamiento
nuclear. Tiwanaku, por supuesto, era un gran centro urbano (según los estándares
andinos) que cubría cerca de 6 kilómetros cuadrados. Fuera de Tiwanaku, sin em-
bargo, los sitios fueron considerablemente más pequeños (salvo la única excepción
de Lukurmata, con alrededor de 150 hectáreas). Durante el período Inca, este patrón
cambió: los sitios urbanizados de diez hectáreas o más eran comunes, y los centros
urbanos del período Inca fueron considerablemente más amplios que los de cualquier
otro período de tiempo.
Me refiero a los muchos sitios Inca urbanizados, como los centros urbanos ya sean
secundarios o terciarios, tal como se define en la Tabla 1. Sobre la base de varias líneas
de evidencia indirecta, y alguna directa, creo que un gran porcentaje de la población
de esos centros no fueron agricultores. Los documentos en general (rara vez espe-
cíficos) se refieren a estos sitios como centros de artesanos especialistas y adminis-
tradores del Inca. Además, la gran mayoría de los sitios están a lo largo del sistema
vial, lo que indica funciones del Estado diferentes a la agricultura, como tambos de
aprovisionamiento para el apoyo al ejército y para el movimiento de los productos
básicos. En general, los centros urbanos secundarios son mayores de diez hectáreas,
con Hatuncolla y Chucuito que alcanzan por lo menos cincuenta hectáreas.

Centros Urbanos Secundarios Áreas (en hectáreas)


HATUNCOLLA 50–80
CHUCUITO 50–80
PAUCARCOLLA 25
ACORA 25
JULI 20
Centros Urbanos Terciarios Áreas (en hectáreas)
ZEPITA 11 (Hyslop)
LUNDAYANI 10
GUAQUI 6 (Albarracin-Jordan 1992: 316)
POMATA 5
SULLKAMARKA 5 (Albarracin-Jordan 1992: 321)
PUCARANI 4–8
TARACO 5–10
MOHO 3–5
CONIMA 5+
HUANCANÉ 5
CARPA 2–5
Tabla 1. Selección de Centros Urbanos secundarios y terciarios en la cuenca del
Titicaca durante la ocupación Inca.
345 / Charles Stanish

Los Centros Urbanos Terciarios en la cuenca del Titicaca incanizada son numero-
sos, y casi todos están a lo largo del sistema vial. Estos sitios tienen alrededor de cinco
hectáreas. Estos también funcionaban como centros administrativos, estaciones de
paso, cuarteles, etc. El tamaño de los centros de tercer nivel, por lo general, estaba
relacionado con la población preexistente en la zona. Por lo tanto, las regiones norte
y oeste del lago fueron las más densamente pobladas y allí estaban los sitios Inca más
grandes, mientras en la parte oriental se caracterizó por una serie de sitios más pe-
queños a lo largo del sistema vial.
Muchos sitios en la región de Titicaca que tenían importantes ocupaciones Inca,
también son ciudades modernas. Una de las principales cuestiones acerca de la ocu-
pación Inca de los centros de la región es sí estos sitios fueron construidos por los
incas como nuevos asentamientos, o si fueron sitios preincas absorbidos y mejorados
por el Inca.
Análisis de los datos regionales indican claramente que la gran mayoría de los
centros urbanos secundarios y terciarios fueron construidos durante la época incai-
ca, y no previamente. Parece ser que la ocupación Inca implicó profundos cambios en
el asentamiento, la economía y la política. El sitio de Hatuncolla, por ejemplo, fue uno
de los asentamientos incaicos más importantes de la cuenca del Titicaca propiamente
dicha (Julien 1983). Aunque Cobo y Cieza relatan que Hatuncolla fue la capital de la
entidad política colla, anterior a la expansión Inca, la investigación de Julien en el si-
tio no proporciona evidencia de alguna ocupación previa a los incas (Julien 1983: 107).
Esta última observación es extremadamente importante. En una investigación de la
zona Lupaqa, Hyslop descubrió que las ciudades coloniales y modernas de Chucuito,
Acora, Juli, Pomata, Yunguyu y Zepita también se ajustan a este patrón histórico: una
importante ocupación Inca, sin asentamientos preincas reconocibles (Hyslop 1976).
Este es el caso también de Pila Patag, un sitio metalúrgico, cerca de Chucuito. En
nuestro estudio de la región Juli-Desaguadero, este patrón se confirmó para los cen-
tros tanto de Juli como de Pomata (Stanish et al. 1997).
Los análisis de los datos históricos también sugieren que este patrón es válido para
la mayoría de los sitios importantes de la región del Titicaca en el siglo XVI. La Tabla
2 muestra el tamaño de las ciudades (en número de contribuyentes, no de la pobla-
ción total) de la Tasa de Toledo y la Visita de Diez de San Miguel. En una prospección
no sistemática, he examinado la superficie de varios de estos sitios fuera de la región
prospectada de Juli-Desaguadero, incluyendo Conima, Copacabana, Huancané, Moho,
Paucarcolla, Pucarani y Taraco. Todos los sitios se ajustan al patrón en el que hubo
grandes ocupaciones del período Inca y Colonial Temprano, pero no son asentamientos
preinca reconocibles. Este es, también, el caso de los sitios más pequeños del período
Colonial Temprano, como Desaguadero y Guaqui (Albarracín-Jordán y Mathews 1990:
162). Estos datos combinados indican que en la docena de asentamientos coloniales
tempranos mayores y menores estudiados, el 100% tenían una importante ocupación
incaica y ninguna preincaica. Esto representa una muestra de cerca del 20% de los sitios
más importantes en el área del Titicaca. En otras palabras, los datos sugieren que los
primeros asentamientos del siglo XVI más importantes fueron fundados originalmente
por el Estado Inca a lo largo del sistema vial, y no previamente.
346 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Ciudad Número total de tributarios


JULIa 3,709
CHUCUITOa 3,464
POMATAa 3,318
ACORAa 3,246
ILAVEa 2,540
ZEPITAa 2,284
YUNGUYUa 1,420
CAPACHICA b
1,303
GUAQUI b
1,286
PUCARANI b
1,227
PAUCARCOLLA b
1,003
PUNO b
983
TIWANAKU b
868
HUANCANÉ b
753
HATUNCOLLA b
601
VILQUE b
325
a Según la visita de Diez de San Miguel de 1567.
b Según la Tasa de Toledo de 1572.
Tabla 2. Censo de población seleccionada de la Tasa de Toledo y de la visita de Diez de San Miguel.

Centros urbanos secundarios en el Área zona Norte Colla


Hatuncolla (Atuncolla)
El sitio de Hatuncolla fue uno de los cuatro centros regionales de administración en
el Imperio incaico, según Cieza; los otros tres fueron Hatun Xauxa, Pumpu y Huánuco
Pampa (Cieza 1553: 65; Snead 1992: 71).3 Este sitio fue el centro principal con un tem-
plo estatal, almacenes y residencias para los administradores del Inca (Julien 1983:
89). Cusco, por supuesto, fue el único centro urbano principal del imperio. Hatuncolla
es clasificado como un centro urbano secundario en la tipología desarrollada para la
región del Titicaca (Tabla 1), siendo el mayor de los sitios incas del Collao. Hatuncolla
y Chucuito fueron los centros urbanos secundarios más grandes en la cuenca del Ti-
ticaca durante la ocupación Inca.
Hatuncolla está construido en un patrón de cuadrícula, y varios bloques de piedra
tallada en estilo Inca indican la considerable arquitectura de la ocupación Inca. El
pueblo moderno de Hatuncolla tiene aproximadamente 30 hectáreas de tamaño. Mi
cálculo del tamaño del sitio Inca Hatuncolla es de 50 a 80 hectáreas. De acuerdo con

3 La palabra Hatuncolla más probablemente signifique Hatun Collao o Gran Collao.


347 / Charles Stanish

Cieza, Pachacuti usó Hatuncolla como guarnición militar para mantener una presen-
cia militar en la región (D’Altroy 1992: 76). Esta prueba documental apoya la idea de
que Hatuncolla era el centro militar Inca y de los esfuerzos estatales para controlar
el Collao. En la Tasa de Toledo, Hatuncolla fue enumerado con 601 contribuyentes y
un total de 2.385 personas, incluyendo a aquellas descritas como “aymaraes”, “uros”
y “hatunlunas” (Tabla 2). Los tributos incluían plata, animales, chuño, textiles, y pes-
cado.
Es significativo que uno de los sitios Inca mas grandes fuera un sexto del tamaño
de Juli para la década de 1570. Esto demuestra que hubo una reducción sustancial en
el tamaño y la importancia de Hatuncolla con el colapso del estado Inca. Se podría
conjeturar que Hatuncolla estaba poblada por funcionarios Inca inmigrantes duran-
te su ocupación, y que el colapso del estado llevó a un abandono de este centro. En
cualquier caso, en el siglo XVI, Hatuncolla era una ciudad de menor importancia en
la cuenca del Titicaca, prácticamente abandonada como su contraparte en el norte,
Huánuco Pampa.

Paucarcolla
De acuerdo con la Tasa de Toledo, Paucarcolla fue un asentamiento moderadamen-
te grande durante el período Colonial Temprano con 1,003 contribuyentes y más de
4,500 personas (Cook 1975: 59). La ciudad se dividió en aymaras y urus, siendo estos
últimos un 9% de la población total. En la Tasa de Toledo se observa que, aparte de los
habituales artículos tributados como la carne y la lana, el pueblo de Paucarcolla tam-
bién contribuyó con pescado seco y sal (Cook 1975: 60). Probablemente la zona fue un
área importante para la producción de sal en la época incaica, aunque no tenemos
evidencia directa de esto.
En Paucarcolla hubo una importante ocupación Inca, según lo confirman mis pro-
pias observaciones y las de Julien (1981: 144). Yo calculo que el área del sitio durante
la ocupación Inca era, por lo menos, de 25 hectáreas, colocándolo en el segundo rango
de tamaño de sitios en la cuenca, por debajo sólo de Chucuito y Hatuncolla (Tabla 1).
El análisis sistemático de los materiales de superficie indica que probablemente el
poblado Inca fue incluso mayor.
Julien (1983) señala que los materiales de superficie son similares a las fases de
cerámica que se definieron en Hatuncolla, lo que sugiere que Paucarcolla fue contem-
poráneo de Hatuncolla durante sus fases pre-coloniales. Los artefactos de cerámica
similares también indican un espacio común de producción de cerámica. De la misma
manera que en Hatuncolla hubo una ocupación preincaica antes de la ciudad Inca:
una dispersión de cerámica del período Altiplano y algunos cimientos de tumbas so-
bre el suelo se observaron alrededor de un kilómetro al oeste de la plaza del pueblo.
Más al oeste, existieron, al menos, dos colinas con muros que las circundan que pro-
bablemente fueron las pukaras de la gente del período Altiplano. El Estado Inca parece
haber movido a estas personas a unos pocos kilómetros, concentrándolos en el centro
urbano de Paucarcolla.
348 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

En una prospección sistemática en el lugar, descubrimos extensos y profundos ba-


surales del período Inca que contenían restos típicos del período Inca como fragmen-
tos de cerámica, hueso quemado, carbón vegetal, andesita, herramientas de basalto,
y así sucesivamente. También descubrimos una dispersión de cobre en bruto en un
basural erosionado. Debido a que el cobre no se podría haber producido de manera
natural en el sitio, tal hallazgo sugiere un trabajo especializado de metales, pero esto
deberá ser comprobado. Asimismo, una buena fuente de arcilla rojiza encontrada más
arriba de la ciudad podría haber sido una fuente para los ceramistas.4

Centros Urbanos Terciarios en la zona Colla


Arapa
La población contabilizada de Arapa según la Tasa de Toledo fue de 5.486. Kidder
señala que “en las cercanías de la ciudad misma no se encontró más que fragmentos tar-
díos; también existe una serie de piedras de construcción típica incaica en la iglesia y los
patios de la ciudad” (Kidder 1943: 19). En la actualidad, la ciudad cuenta con eviden-
cia de cerámica Inca en algunos adobes. La dispersión continúa hacia el sur por
la carretera que va paralela al río. Basurales expuestos en el lado norte de la ciu-
dad también tienen evidencias de cerámica Inca. A lo largo de la carretera Juliaca-
Huancané también hay numerosos sitios pequeños Inca, lo que sugiere que el asen-
tamiento estuvo densamente concentrado a lo largo del camino Inca (asumiendo
que se encuentra en la misma ubicación que el moderno). Arapa parece haber sido
un pequeño sitio administrativo Inca, aunque no tenemos datos cuantitativos para
determinar su tamaño.

Puno
La construcción moderna hace difícil definir, a partir de materiales arqueológicos, la
ocupación Inca en Puno. Existe poca información documental que sugeriría que Puno
fue un importante centro Inca, aunque artefactos Inca han sido observados en las
obras de construcción y, de hallazgos aislados, tal como el reportado por Julien para
el sitio de Azoguini, una colina alta al norte de la ciudad actual (Julien 1981). En una
inspección no sistemática, descubrí una serie de tiestos Inca dispersos alrededor de
la bahía de Puno. Fuera de la misma ciudad, varios sitios aterrazados han sido descu-
biertos con fina cerámica Inca local. Sí Puno fue un centro urbano secundario durante
la ocupación Inca es una cuestión abierta a la discusión.

Otros posibles centros urbanos en la zona colla


Una cantidad de sitios en la región Colla muestran algunos indicios de que fueron
centros urbanos Inca. Observaciones superficiales sugieren que se ajustan al patrón

4 La fuente de cerámica fue descubierta por C. Herhan.


349 / Charles Stanish

de estos sitios, con materiales Inca en superficie, un plano de patrón reticulado, y


ocupaciones desde la epocas coloniales hasta las modernas. Entre estos sitios están
las ciudades de Ayaviri, Huancané, Carpa, Moho, Taraco, Conima y Samán (ver Kidder
1943; Neira 1967; M. Tschopik 1946).

Centros urbanos secundarios en la región Lupaqa


La Visita de Diez de San Miguel contabiliza siete cabeceras Inca en la zona Lupaqa de la
cuenca oeste del Titicaca. Cabecera es un término español que denota una gran ciudad
con funciones administrativas. En la Visita, las siete principales cabeceras Lupaqa fue-
ron Chucuito, Acora, Ilave, Juli, Pomata, Yunguyu y Zepita. La ciudad más grande fue
Juli, con Chucuito, Acora y Pomata cada uno teniendo más de tres mil habitantes.
Dos patrones se desprenden de estos datos. En primer lugar, los siete lugares es-
tán espaciados uniformemente a lo largo de la orilla del lago. En segundo lugar, los
datos del censo indican que, al menos en el período Colonial Temprano, existía poca
diferenciación en el tamaño de los sitios entre los centros principales. El sitio más
grande era sólo dos veces mayor que el más pequeño, con una desviación de sólo 840
personas para las siete ciudades. Asimismo, eliminando Yunguyu, un pueblo muy cer-
ca de Copacabana, la desviación de los seis restantes sería de apenas 590. Estos datos
sugieren una distribución relativamente uniforme de la población en las ciudades
que tenían casi el mismo tamaño.

Chucuito
El más importante y probablemente el más grande de los centros de Inca en la región
Lupaqa fue Chucuito. Chucuito está aproximadamente a 16 km al sur de Puno en la
carretera Puno-Desaguadero, y estuvo directamente también sobre el camino Inca.
El sitio fue el hogar de Martín Cari y Cusi Martín, los dos principales caciques de los
Lupaqa en 1564. La Visita de Diez de San Miguel señala constantemente que los tra-
bajadores de la mita eran enviados de las otras seis ciudades de Chucuito para prestar
servicios en los hogares de los caciques, un hecho que destaca la importancia de la
ciudad durante este período. En opinión de Hyslop, Chucuito también fue la capital
Lupaqa durante el tiempo de los incas (Hyslop 1984: 130).
Hyslop exploró el sitio de Chucuito para su investigación de tesis, y al igual que Ju-
lien en Hatuncolla, concluyó que había poca evidencia de que Chucuito fuera ocupa-
do antes del período Inca, a pesar de que tomó nota de la existencia de varios bloques
de piedra rectangulares con sugerente influencia Tiwanaku (Hyslop 1976: 122-130).
Hyslop calculó un área total de cerca de 80 hectáreas y señaló que el sitio fue cons-
truido sobre un patrón de reticulado, un estilo arquitectónico inca que él denomina
“ortogonal”.
La cerámica en la superficie del sitio es típicamente de los estilos Inca Local y
Chucuito. No hay evidencias de una ocupación preinca en el pueblo. La ocupación se
350 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

encuentra en el centro de la ciudad y se extiende abajo hacia el lago, al otro lado de la


carretera. Bloques de piedra se encuentran por toda el área de la ciudad, lo que sugie-
re que había edificios Inca donde hoy se sitúan calles y estructuras modernas.
Uno de los edificios más enigmáticos de la cuenca del Titicaca se encuentra en el
sitio de Chucuito. Conocido como Inca Uyu, esta estructura de piedra tallada fue ex-
cavada por primera vez por Tschopik, quien lo describió como construida en un estilo
“Inca” (Figura 3). De acuerdo a Hyslop, todos los niveles que Tschopik excavó tenían
algunas vasijas vidriadas de la colonia española y, por lo tanto, ella no estaba segura
de su contexto (Hyslop 1984: 130); consecuentemente, los resultados de las excava-
ciones nunca fueron publicados. De acuerdo a Hyslop, Tschopik comentó sobre otra
estructura llamada Kurinuyu, al este del Inca Uyu.
La piedra labrada en Inca Uyu no es de un estilo típico del Cusco y representa una
técnica arquitectónica local dentro de los cánones estilísticos Inca (B. Bauer, comu-
nicación personal, 1994). Varios bloques tienen una forma alargada en “U” que posee
contrapartes en sitios incas como Machu Picchu y Ollantaytambo. En estos últimos si-
tios, los bloques formaban la parte inferior de nichos y ventanas. Por tanto, podemos
suponer que los típicos nichos y ventanas Inca caracterizaron a esta construcción.5

Figura 3. Muros Inca del sitio Inca Uyu en Chucuito. Un estilo Inca regional.

5 Existen algunas piedras talladas con forma fálica en el Inca Uyu. La mayoría de las piedras
más pequeñas probablemente son auténticas. Sin embargo, las más elaboradas probable-
mente no son prehispánicas, y al parecer fueron mandadas a hacer por un coleccionista y
reunidas en el Inca Uyu en algún momento en el siglo XX. Estas han llegado a convertirse
en un fenómeno New Age en el circuito turístico.
351 / Charles Stanish

Según Hyslop, Chucuito tenía dos plazas, una en la plaza moderna y la segunda
donde fue encontrado el Inca Uyu (Hyslop 1990: 197). Calculo una ocupación total
Inca de alrededor de 50 hectáreas, basándome en una prospección pedestre en el
área del sitio. Esto incluiría a toda la ciudad y las áreas hacia el este. Es posible que
Hyslop fuera capaz de ver, en la década de 1970, más zonas no disturbadas y que su
estimación de 80 hectáreas sea más precisa (véase la Tabla 1). De todos modos, el sitio
de Chucuito sólo es comparable en tamaño e importancia durante el período Inca con
Hatuncolla. No hay duda de que Chucuito fue el lugar principal en el área lupaqa, y
uno de los principales centros administrativos en la cuenca del Titicaca para el Estado
Inca.

Acora
Hyslop exploró Acora, señalando que el sitio arqueológico se encontraba debajo de la
ciudad moderna (1976: 406-408), y calculó una superficie total de unas 25 hectáreas
en base a la distribución de artefactos en superficie y el hecho de que fue el sitio más
grande al sur del camino Inca de Chucuito (Hyslop 1976: 131). También sugirió que los
sitios de Kacha Kacha B y Qellojani pueden ser los cementerios de esta cabecera. Mis
observaciones del sitio son coherentes con las de Hyslop. La cerámica es típicamente
Inca Local y Chucuito, y cubre la mayor parte de la ciudad moderna. No existen evi-
dencias de restos preincas en el pueblo.

Juli
Juli fue el centro del asentamiento Colonial Temprano en la cuenca del Titicaca. De
acuerdo con los primeros censos tanto de Diez de San Miguel como de Buitrago (Ta-
blas 1 y 2) este fue el asentamiento más grande del período Colonial Temprano según
lo determinado por el número total de tributarios. La evidencia arqueológica también
indica que era un asentamiento importante durante el período Inca. Hyslop inspec-
cionó el lugar y sugirió que tenía un tamaño de alrededor de nueve hectáreas. He
estimado el área total en una veintena de hectáreas, cifra que incluye el sitio Juli B
de Hyslop (1976: 133, 309-401). Hyslop estimó que Lundayani era más grande que Juli,
por lo que concluyó que Juli fue sólo probablemente un tambo, y que Lundayani era
la cabecera. Puedo sugerir una explicación alternativa: Juli tuvo el doble de tamaño
que Lundayani, y que Juli fue la cabecera original.
No solamente Juli está en el camino Inca, sino que hay un ramal del camino que iba
hacia al cerro de Sapacolla detrás de Juli. El hecho de que el camino principal bifur-
que en su entrada a Juli y se vuelva a juntar de nuevo en el centro de la ciudad es una
prueba más de que Juli fue la cabecera principal. Otra sección sur del camino original
fue localizada por Hyslop; este camino bien pavimentado se dirige al sur de la ciudad
con dirección a Pomata.
Juli está construido en un patrón reticulado y se edificó en la época Inca, y no
antes. Investigaciones extensas y recolecciones de superficie no han revelado ningún
tipo de ocupación reconocible preinca. Estas observaciones incluyen las excavacio-
352 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

nes de rescate en la ciudad y estudios extensos de proyectos de construcción en toda


la zona. Durante 1992, el Proyecto Lupaqa fue consultado por el alcalde para supervisar
un pequeño proyecto de rescate en una construcción en el lado este de la ciudad. Las
excavaciones revelaron un único muro bien hecho y unos 50 cm de relleno de los
períodos Colonial e Inca. La parte más profunda de la excavación no reveló ninguna
ocupación preinca, lo que confirma una fecha de fundación del sitio en el período
incaico.

Centros Urbanos Terciarios en el Área Lupaqa


Lundayani
Lundayani está a varios kilómetros al oeste de Juli en la cabecera del río Salado. El
sitio fue identificado por primera vez en la publicación de Hyslop (1976: 377-380)
como un importante sitio de los períodos Inca y Colonial. Hay algunas piedras labra-
das cerca de Lundayani, posiblemente la ubicación de una fuente de aguas termales
cerca de Juli (un baño del Inca) mencionado por Bertonio en su diccionario como
Huntto uma (“aguas termales o baños en la puna”) (1956 [1612]: Lib. 1: 85). El sitio se
encuentra entre dos quebradas y contiene una serie de estructuras en pie, incluyendo
estructuras redondas y rectangulares que condujo a Hyslop a sugerir que este habría
sido una “reducción” de algunas poblaciones indígenas lupaqa realizada por el Estado
Inca. Es decir, las estructuras rectangulares son típicas de construcciones domesticas
de estilo inca y las estructuras circulares eran típicas de los lupaqas preincas (Hyslop
1976; Stanish et al. 1993).
Lundayani tiene, tal vez, la iglesia cristiana más temprana en la región de Juli. La
ciudad de Juli fue uno de los centros más importantes para los jesuitas y los dominicos
(Meiklejohn 1988). Puesto que Lundayani es tan cercano a Juli y tiene una arquitec-
tura española muy temprana, esta también fue, probablemente, una de las ciudades
más importantes a inicios del período Colonial. La iglesia está construida en un estilo
clásico Colonial Temprano con adobes y ladrillos. La importancia de Lundayani para
la Colonia Temprana y la historia Inca de la región de Juli no puede ser exagerada.
Parece ser una de las primeras iglesias de la región en ser construida sobre un impor-
tante asentamiento del período Inca y cercano a otro. Como un sitio Inca, Lundayani
sigue siendo problemático. Hyslop calculó el tamaño de Lundayani en más de diez
hectáreas y decidió que era más grande que Juli. Esto no es exacto, ya que nuestra
prospección extensiva de Juli sugiere un sitio de alrededor de veinte hectáreas. Estoy
de acuerdo con Hyslop que Lundayani tiene alrededor de unas diez hectáreas, pero
veo a Juli como la cabecera principal durante la época incaica en la zona. Lundayani
fue un asentamiento importante secundario asociado con la ocupación Inca de Juli.
Otra característica atractiva de Lundayani, uno de los pocos sitios incas no cubier-
tos por ocupaciones posteriores, es la mezcla de las estructuras de estilo local y las
de estilo Inca. Es muy posible que la mayoría de los sitios del período Inca tuvieran
una mezcla de estilos arquitectónicos, pero me inclino a ver a Lundayani como una
excepción y no como una regla. Baso esta conclusión en las observaciones del sitio
de Torata Alta, en el valle de Moquegua (Stanish y Pritzker 1983), un asentamiento
353 / Charles Stanish

que también está intacto. En Torata Alta, el diseño del asentamiento es un patrón re-
ticular ortogonal Inca y es más típico de la arquitectura Inca conocida para el sur del
Perú, como Juli y el resto de ciudades principales a lo largo del sistema vial.
Tengo varias hipótesis sobre la naturaleza y la función de Lundayani. Este podría
ser la ubicación de los mitimaes Chinchasuyu señalados por Diez de San Miguel y otros
cronistas tempranos en el área (Diez de San Miguel 1964 [1567]; Murra 1964). Alternati-
vamente, podría ser que este fue la residencia principal de la elite Lupaqa, la que gozaba
de una posición privilegiada en el Estado Inca. En esta hipótesis, a la elite Lupaqa se
les permitió tener un sitio alejado del camino de los Incas. La ubicación de Lundayani
en esta hipótesis se podría explicar como una necesidad de estar cerca de las grandes
manadas de camélidos, por las cuales la elite Lupaqa fue famosa (Murra 1968). Una hi-
pótesis final es que el sitio era un tambo importante sobre un camino que conduce
hacia el oeste hasta la puna y a los valles costeros de Moquegua, Sama, y/o Lluta. En la
actualidad, el sitio está en un camino bastante transitado que sigue el drenaje hacia las
tierras de la puna de Pasiri a unos trece kilómetros del lago. Cualquiera que sea la expli-
cación, Lundayani figura como uno de los sitios más importantes para comprender las
interacciones Inca-local en la zona, y merece una mayor investigación.

Zepita
Aunque hoy es una ciudad relativamente pequeña, Hyslop sugirió que la ocupación
Inca de Zepita cubrió once hectáreas. También señaló que el sitio era un tambo y la
cabecera durante el período Colonial Temprano (Hyslop 1976: 136). Mis observacio-
nes en el sitio, en general corroboran lo propuesto por Hyslop.

Ilave
Hyslop no encontró restos incas en el mismo Ilave, como lo hizo en otras ciudades
a lo largo de la orilla del lago, y por lo tanto concluye que no hubo una significativa
ocupación Inca bajo la ciudad moderna. En un reconocimiento limitado, sin embargo,
descubrí una serie de pequeñas aldeas del período Inca a lo largo del río Ilave, justo
al sur de la ciudad del mismo nombre. La pregunta sigue vigente, sí es que se trataba
de un centro urbano secundario o simplemente una concentración de aldeas más
pequeñas. En la actualidad, basado en mis observaciones en la propia ciudad, me in-
clino a estar de acuerdo con Hyslop. Ilave probablemente era un grupo de pequeños
asentamientos a lo largo del camino, pero no un centro administrativo.

Pomata
De la lista de cabeceras de la Visita de Diez de San Miguel, el pueblo de Pomata era el
más pequeño (Hyslop 1976: 135). El sitio parece haber sido importante en el período
Colonial Temprano, pero no era un centro de la escala de Juli o de Acora durante
el período Inca. Se estima un tamaño total del asentamiento de sólo cuatro o cinco
hectáreas, tomando como base la distribución de la cerámica del período Inca en las
354 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

calles y áreas disturbadas de la ciudad (Stanish et al. 1997). Pomata tiene un compo-
nente Inca, pero no hay evidencia de ocupación preinca, aunque hay algunos tiestos
del período Altiplano en la recolección de la prospección de Juli-Pomata. El sitio no
era un centro urbano según los estándares Inca, pero lo más probable es que fuera
un tambo importante en el camino Inca. Junto a la iglesia del período colonial hay un
mirador moderno6, alrededor del cual hay una serie de fragmentos de cerámica Inca,
como también algunos bloques líticos tallados. Es posible que este sitio hubiera sido
un área ritual o adoratorio en la ruta de peregrinación hacia la isla del Sol.

Yunguyo
Yunguyo está sobre la frontera de Perú y Bolivia. Esta ciudad era una parada impor-
tante, como puerta de entrada al complejo de peregrinaje Copacabana/isla del Sol
mantenida por el Estado Inca. Era aquí que el verdadero peregrinaje comenzaba con
un chequeo por los guardias en lo que ahora es la frontera entre Perú y Bolivia (Bauer
y Stanish 2001). Algunos fragmentos Inca se encuentran en las calles y en los adobes
de la ciudad, aunque la densidad no es alta. El grado en que el sitio fue un centro im-
portante, o incluso un tambo, no queda claro.

Centros urbanos de la región Pacajes


La región de Pacajes se encuentra en el sur de la región del Titicaca, al noreste del río
Desaguadero. El término Pacajes fue utilizado al inicio del gobierno español y por las
autoridades eclesiásticas de una manera similar a la de Colla, Lupaqa, y similares.

Pucarani
La actual ciudad de Pucarani7 está cerca al sur de la cuenca del Titicaca, a unos trece
kilómetros de la laguna. Pucarani fue un asentamiento importante en el período Co-
lonial Temprano que figura en la Nación de Pacajes Umasuyu en la temprana lista de
encomiendas (Julien 1983: 18). En la Tasa de Toledo, la muestra de la población es de
5.398, que incluyó 1.079 hombres clasificados como aymara y 148 clasificados como uru,
siendo el resto niños, ancianos y mujeres (Cook 1975: 51-52). La ciudad tiene una impor-
tante ocupación Inca y, según lo indicado por la alta densidad de cerámica del período
Inca que se observa en las calles y ladrillos de adobe de la ciudad. La cerámica Inca en
esta ciudad se caracteriza típicamente por piezas de fabricación local.

Guaqui
Guaqui se encuentra en la orilla del lago, en el extremo oriental del valle de Tiwanaku.
De acuerdo con Mercado de Peñaloza (1965 [1583]), se dice que Guaqui fue fundada por

6 Un mirador es un recinto amurallado, en una zona alta con vistas privilegiadas del paisaje.
7 Pucarani también se escribe como Pucarane.
355 / Charles Stanish

Túpac Yupanqui como un centro administrativo mediante la nucleación de seis aldeas


(Albarracín-Jordan 1992: 34). Albarracin-Jordan (1996) sugiere que Guaqui podría haber
sido un puerto y que los habitantes habrían fabricado cerámicas y producido maíz. De
acuerdo a la Tasa de Toledo, había 5.800 personas en Guaqui en 1573, con 1.286 contri-
buyentes, incluyendo 654 aymara y 632 clasificados como uru. En su prospección de
la parte baja del valle de Tiwanaku, Albarracin-Jordan (1992: 319) sostiene que la ocu-
pación del período Inca es de seis hectáreas de tamaño. También hay una variedad de
bloques de arenisca labrada en la ciudad, lo que indica una ocupación Inca.

Tiwanaku
Hubo una significativa ocupación Inca en el sitio de Tiwanaku como lo demuestran
los sustanciales y finos fragmentos Inca que se encuentran en las excavaciones y en
la superficie. La ocupación parece haber sido restringida al núcleo más antiguo del
sitio, lo que sugiere que Tiwanaku fue visto posiblemente como un centro de peregri-
nación menor, como también como una vivienda urbana durante el control Inca de la
región. Unos cuantos bloques de piedra tallada en la superficie parecen ser de estilo
Inca, típicos de los bloques escalonados utilizados en los rituales (ver Arkush 1999).
El sitio de Tiwanaku, sin duda, tuvo una importancia simbólica en la ideología po-
lítica del estado. Los intelectuales incas trataron de usurpar la autoridad ideológica
y el prestigio del antiguo estado Tiwanaku, en una forma que recuerda a los esta-
dos posclásicos mesoamericanos que invocaban la autoridad de los toltecas (Stanish
1997). Ellos lo hicieron mediante la vinculación de la fundación de su elite con la del
sitio de Tiwanaku, que fue sin duda un importante sitio ceremonial Inca, aunque te-
nemos pocos datos sobre la ocupación hasta la fecha.

Centros urbanos de la r egión Omasuyu


La región Omasuyu no ha sido estudiada extensamente, pero varias ciudades moder-
nas tienen importantes restos incas. Moho, por ejemplo, tiene una ciudad Inca que
cubría cerca de cinco hectáreas (ver Kidder 1943; Neira 1962, 1967). Esta ciudad fue
descrita por Cobo como poseedora de un fino almacén inca aún en pie mucho después
de la conquista: “de aquellos [tambos] que todavía están en pie, lo mejor, más espacioso y
mejor mantenida que he visto son el de Vilcas y uno en la ciudad de Moho. [...] en el Obispado
de Chuquiabo” (Cobo 1983 [1653]: 229).
El pueblo de Conima también tiene una gran distribución superficial de materiales
del período Inca. Las ciudades de Escoma, Ancoraimes y Huarina, probablemente se
ajustan al mismo patrón. Es decir, tienen una gran primera ocupación colonial, como
lo demuestran los datos de la Tasa de Toledo, con restos incas en la superficie. Otros
pueblos de la región probablemente también se ajusten a este patrón.
Carpa es particularmente interesante debido a los muros incas existentes en el
sitio y la excelente conservación de muchos de los edificios (Kidder 1943; Neira 1962,
1967). La ocupación Inca cubre menos de cinco hectáreas, pero los restos de la ar-
356 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

quitectura son bastante impresionante. Las paredes están construidas en estilo Inca
Clásico provincial. La cerámica en la superficie sugiere un importante centro admi-
nistrativo provincial, tal vez un tambo importante en el camino Omasuyu.

La ocupación Inca de las islas del lago Titicaca


Las islas en el lago Titicaca fueron ampliamente ocupadas por el estado Inca. Las ocu-
paciones en las islas principales se remontan a por lo menos a 2000 a.C., como lo de-
muestra el corte estratigráfico en la isla del Sol en el sitio de Ch’uxuqullu (Stanish et
al. 2002). Reconocimientos de las islas del Sol y la Luna han indicado una importante
presencia Inca. Es evidente que el factor determinante principal de asentamiento en
las islas del Sol y la Luna fue su carácter ritual, aunque la distribución de los sitios
indica que la producción agrícola fue igualmente importante.
Hay un importante asentamiento Inca en la isla de Amantaní, cerca de las dos
colinas de Pachamama y Pachatata. Toda la ladera que conduce a los dos sitios ceremo-
niales fue un importante pueblo Inca. Los restos en la superficie son muy profusos,
lo que indica un intenso establecimiento doméstico. La plaza semi-subterránea, en la
colina sobre la ciudad, conocido como Pachatata, es claramente de un estilo preinca,
pero es posible que las modificaciones de arquitectura para la construcción se hicie-
ran en el período Inca.
La isla de Taquile tiene restos inca diseminados por la superficie en un patrón
similar al de las otras grandes islas del lago. Ningún trabajo se ha publicado sobre la
isla, pero es probable que la ocupación Inca se orientara hacia la producción agrícola
y posiblemente ritual. En la cima de la colina más alta de la isla está un conjunto de
estructuras de la época Inca que muy probablemente funcionaban como unidades de
almacenamiento. Es posible que estos depósitos hubieran tenido maíz, que podría
haber sido cultivado en la isla en ese momento.
Una serie de pequeñas islas en el lago también tienen restos Incas, y la isla Quilja-
ta, en el sur, puede ser representativa. Es una isla muy prominente cerca de la orilla
del lago, en la zona Chatuma en el extremo sur del gran lago. La isla se levanta dra-
máticamente desde el lago con laderas muy empinadas. Hoy en día es una isla, pero
los niveles del lago a su alrededor son muy poco profundos. En la antigüedad, y en los
últimos tiempos, la isla estuvo casi con toda seguridad conectada con el continente
durante los períodos de sequía.
Un reconocimiento de la isla únicamente reveló una pequeña ocupación del pe-
ríodo Altiplano (Stanish et al. 1997). Hay unos pocos tiestos similares a Pucarani, así
como algunas estructuras redondas u ovaladas. La parte superior de la isla sólo per-
mitió una ocupación modesta del período Altiplano. Unos pocos tiestos del período
Inca indican, ya sea un lugar de habitación muy pequeña o tal vez un entierro y/o
área ceremonial en la cumbre. Sorprendentemente, no hubo evidencia de mayor acti-
vidad ritual Inca en la parte superior, como se había esperado, tal como un importan-
te afloramiento rocoso con tallas. En el lado sureste de la isla, en la zona de la playa,
357 / Charles Stanish

hay un pueblo Inca bastante grande que cubre de dos a tres hectáreas. Un número
de tumbas de cistas con lajas y chulpas están asociadas con esta área de habitación.
No hay evidencia de arquitectura corporativa, y el sitio no aparece como un asenta-
miento importante en todos los documentos conocidos para el período. Una posible
explicación para la ubicación del sitio es la abundancia de totora en el lago cerca de
la isla en la actualidad. El sitio podría haber sido un asentamiento especializado en la
producción de totora y pesca dentro del sistema de asentamiento Inca.
Otra pequeña isla, Pallalla, se encuentra al noreste de la isla del Sol. Es una isla
pequeña, con poca superficie para la agricultura. Sin embargo, existe una estructura
de 45 m de largo por 6 m de ancho con una serie de divisiones uniformes. La arqui-
tectura es muy similar a la de una qolca Inca o estructura de almacenamiento. Los
tiestos en la isla también indican que se trata de un sitio Inca. La función exacta de
una qolca inca en una isla aislada se desconoce, pero es probable que Pallalla fuera
parte de una ruta de peregrinación por las aguas del lago durante la época Inca. De
acuerdo con uno de los primeros visitantes, Joseph Pentland, Pallalla se llamaba isla
de los Plateros y tenía tumbas, y posiblemente figurinas de oro y plata (Pentland 1827:
f. 90). Por supuesto, tales figuras son halladas en una serie de contextos ceremoniales,
incluyendo ceremonias Capaccocha que podrían haber sido un componente de una
peregrinación.
La isla de Koa era un sitio ritual importante durante el período Tiwanaku (véase
Ponce et al. 1992). También fue un centro importante durante la época incaica, de
acuerdo a una serie de ofrendas de época Inca que se encontraron. La isla estuvo,
posiblemente, a lo largo de una ruta de peregrinación por las aguas del lago durante
la época Incaica descritas a continuación.
Hay varias islas en el lago pequeño (Huiñamarca) que tienen importantes restos
incas. Cordero (1972) publicó el primer informe de los restos incas en la isla de Suriki
y en la isla Intja, y los muros del último se encontraron entre los ejemplos más finos
de la arquitectura Inca en la cuenca del Titicaca. Asimismo, Esteves y Escalante (1994)
reportaron una gran ocupación Inca en la isla Paco de Huiñamarca. Ellos observaron
complejos de grandes terrazas asociadas a ocupación Inca. También hay una estruc-
tura en la parte delantera de piedra tallada en una roca que parece haber sido un
templo Inca.

Otros tipos de sitios habitacionales durante el período Inca


El tipo de vivienda más común durante el período Inca, la terraza domestica en lade-
ra, es similar a la encontrada en períodos anteriores. Este tipo de sitio es, por lo gene-
ral, menor de una hectárea de tamaño, con una pequeña concentración de dos o tres
unidades domésticas. Existieron literalmente miles de tales sitios en la cuenca del
Titicaca durante el período Inca. La gran mayoría de la población de la región vivía en
sitios de terrazas domésticas o en asentamientos urbanos. En el área de Juli-Pomata,
aproximadamente el 81% de la población vivía en estos dos tipos de sitios (Stanish et
al. 1997: 208).
358 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Otros tres tipos de sitios se encuentran ocasionalmente en los tiempos incaicos:


pequeños sitios monticulares al borde del lago y sitios dispersos en terrenos llanos.
Estos fueron raros y sus residentes no representan una porción significativa de la
población.

Patrones de Reticulado Ortogonal del Período


Inca en Asentamientos Provinciales
Los sitios de Hatuncolla, Chucuito y Juli (y posiblemente otros sitios de la región del
Titicaca) están construidos en un patrón de reticulado modificado que ha sido de-
nominado “ortogonal” por Hyslop (1990: 221). El plano ortogonal consiste de calles
paralelas cruzadas por otras casi perpendiculares que se irradian levemente hacia
afuera. Los ejemplos de Hyslop del patrón incluyen Cusco, Chinchero, Ollantaytambo,
Chucuito y Hatuncolla (Hyslop 1990: 192-194). Las figuras 4 y 5 muestran los planos
de Chucuito y Hatuncolla adaptados de Julien (1983) y Hyslop (1990). En ambos casos,
como también en el de Juli, y muy probablemente otras ciudades importantes en la
región del Titicaca con ocupaciones Inca, existe un plano ortogonal para los asenta-
mientos.

Figuras 4 y 5. Planos de Hatuncolla (izquierda) y Chucuito (derecha),


una adaptación de Julien 1983 y Hyslop 1990.

En base al examen superficial, el plano ortogonal es una reminiscencia del plano


reticular español utilizado en tantos otros asentamientos del Nuevo Mundo. Uno de
los principales problemas en la arqueología del período Inca de los Andes Surcentra-
les es saber si este modelo es inca o español. Algunos arqueólogos que trabajaron en
Torata Alta, Moquegua (P. Rice et al. 1989; Van Buren 1996) han argumentado que el
patrón reticular del sitio es muy probablemente colonial español en fecha, un pro-
ducto de las políticas de reducción de la Corona. Una evidencia que se ofrece es que
durante las excavaciones se encontraron artefactos españoles en todos los niveles.
Curiosamente, esto es similar en la excavación de Tschopik en Chucuito, donde se
encontró fragmentos de cerámica vidriada del período español en todos los niveles
adyacentes al Inca Uyu, una estructura inequívocamente de la época inca, construida
en una provincia, pero casi con toda seguridad de mampostería de estilo Cusco deri-
359 / Charles Stanish

vado (Hyslop 1984: 130). Dada la brevedad de la ocupación Inca, y la longevidad de la


española en la mayoría de sitios como Chucuito y Torata Alta, no es de extrañar que
los artefactos coloniales se encuentran mezclados con los niveles Inca.
Gasparini y Margolies (1980: 77) creen que el plano reticular es de origen Inca.
Ellos basan esta afirmación en dos observaciones: en primer lugar, que el reticulado
español nunca se aparta de un patrón rígido de cuadrados, y en segundo lugar, que
el patrón ortogonal es claramente típico de la arquitectura inca como lo demuestra
el sitio de Ollantaytambo en el Valle de Urubamba, cerca de Cusco. Hay docenas de
otros sitios Incas que se construyeron en un patrón reticular a lo largo de los Andes.
La hacienda privada del emperador Inca Huáscar en el Cusco, en Calca, es un buen
ejemplo (Niles 1993: 164). Este sitio fue construido en una retícula con los bloques
inca existentes aún en su lugar en algunos de los muros. Las calles fueron bautizadas
con nombres españoles, y el sitio fue rediseñado para los propósitos españoles.
Hyslop (1990: 193, 195, 200), por supuesto, define y cree que el modelo ortogonal
es prehispánico. Señala que el plano ortogonal se diferencia de el de los españoles por
tener plazas fuera del centro. También refuerza la observación de Gasparini y Margo-
lies, sosteniendo que las calles en los planos incas generalmente no son rígidamente
cuadradas como las españolas, y tienden a irradiar hacia el exterior (Hyslop 1990:
221). En la región circum-Titicaca, los sitios de Torata Alta, Juli, Hatuncolla, Ilave,
y Chucuito se ajustan a este patrón inca, y no a la cuadrícula española. Julien alega
también que el patrón de cuadrícula presente en Hatuncolla es de época Inca, concor-
dando con Hyslop y las observaciones de Gasparini y Margolies (Julien 1983: 90-92).
Sin embargo, claramente se observa modificaciones colonial española en todos estos
sitios. Julien nota que la plaza de Hatuncolla fue probablemente recortada hacia una
forma cuadrada para ajustarse a los cánones españoles de diseño del sitio.

Datos Sistemáticos de Asentamiento


El primer modelo de patrón de asentamiento del período Inca en la cuenca del Titi-
caca fue ofrecido por Hyslop en 1976. Su macro patrón Chucuito e Inca describe el
típico patrón de asentamiento del período de control Inca de la región. Hyslop en-
cuentra quince sitios que pertenecen a este período. También describe cerámica Inca
y Chucuito de estos lugares, estructuras con fina mampostería Inca y con ubicaciones
usualmente en áreas expuestas al borde del lago.

Datos sistemáticos de la región Juli-Pomata


Los datos del reconocimiento de las áreas de Juli-Pomata y de Tiwanaku proporcio-
nan un panorama más detallado de los patrones de asentamiento del período Inca.
Juli fue una de las principales ciudades de la entidad política Lupaqa durante el siglo
XVI, cuando se realizó la Visita de Diez de San Miguel. La subdivisión de Juli fue la
ciudad más grande en población, con más del 19% del número total de contribuyentes
en la provincia de Chucuito. Pomata fue la tercera ciudad más grande en población.
360 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Tanto Juli como Pomata tuvieron el mayor porcentaje de tributarios aymara en com-
paración a la categoría de tributarios pobres de los urus. A lo largo de la Visita, Juli
se incluyó sistemáticamente como la ciudad más importante de la región después de
Chucuito. Por lo tanto, la investigación de Juli-Pomata proporciona algunos de los
mejores datos para la reconstrucción de los patrones de asentamiento en la cuenca
del Titicaca.
El patrón de asentamiento durante el período Inca en el área de prospección de Ju-
li-Pomata se muestra en el Mapa 2. Es obvio que este patrón es dramáticamente más
complejo de lo que cabría sospechar si se centrase únicamente en los centros inca.
Hay tres diferencias importantes en el patrón de asentamiento con respecto al previo
período Altiplano: los sitios fortificados fueron abandonados, se fundan las grandes
ciudades y los campos elevados (camellones) fueron abandonadas. El uso de la tierras
de Puna se intensificó (19% de la población total), un proceso que comenzó durante
el precedente período Altiplano. Un porcentaje significativo de la nueva población se
concentró en las ciudades más grandes. En particular, las ciudades de Juli y Pomata
fueron fundadas en este período.

Mapa 2. Patrones de asentamiento del periodo Inca en el reconocimiento regional de Juli-Pomata.

El Inca no utilizó áreas de campos elevados, como lo indican la ubicación del sitio y
los datos derivados de la población (Stanish 1994, 2003: 124). Esto es más probable, en
relación a las condiciones ecológicas alteradas, específicamente la sequía y el prome-
dio de temperaturas bajas, que comenzaron en la época de la conquista Inca (Graffam
1992; Ortloff y Kolata 1989). El patrón de asentamiento del período Inca es en gran
medida circunscrito a las terrazas agrícolas y a áreas urbanizadas lacustres, lo que su-
361 / Charles Stanish

giere una estrategia de maximización diseñada para producir y mover los productos
básicos, y localizar las poblaciones en tierra agrícola óptima.

Demografía
La Figura 6 presenta nuestro cálculo de crecimiento de la población en la región de
Juli-Pomata a lo largo del tiempo. La característica más evidente es el pico de creci-
miento en el período Inca después de una tasa de crecimiento generalmente cons-
tante desde el período Formativo Medio (a inicios de Sillumocco). Esta tasa de creci-
miento no podría ocurrir por sí sola de un aumento natural de la población. El nivel
de población proyectado durante el período Inca sería de aproximadamente 90 hec-
táreas de residencia domésticas usando las tasas anteriores de crecimiento desde el
período Formativo Medio hasta el Altiplano. La cifra real de 179 hectáreas es casi dos
veces más grande. Estos datos dejan pocas dudas de que considerables cantidades de
poblaciones se establecieron en la región de Juli-Pomata durante el período Inca.

Figura 6. Curva de la población para el área de reconocimiento regional de Juli-Pomata, sobre


la base de la superficie total de la residencia interna, calibrada para la duración del período.

Distribución de tamaño de sitios


La Figura 7 representa las distribuciones de tamaño de sitios para el área de Juli-Po-
mata durante el período Inca. Es instructivo comparar estas distribuciones con las de
Tiwanaku temprano y del período Altiplano. Las dos observaciones más importantes
son: (1) que las distribuciones del período Altiplano e Inca son muy similares para los
sitios de 2,5 hectáreas y más pequeños, pero muy diferente para los sitios más gran-
des y (2) que la distribución del período Tiwanaku es dramáticamente diferente de la
del período Altiplano. Entre los períodos Altiplano e Inca, todo cambio en la distribu-
ción de tamaño se produce en los sitios más grandes que 2,5 hectáreas.
362 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Figura 7. Distribuciones de tamaño de sitio del área de reconocimiento regional


de Juli-Pomata durante el período Inca.
Creemos que los sitios más grandes que 2,5 hectáreas eran centros de elite, sedes
administrativas, o concentraciones de población en un contexto de mayor produc-
ción de elite. La presencia o ausencia de los sitios más grandes se entiende mejor
como el resultado del grado de centralización política y descentralización en la re-
gión de Juli-Pomata, es decir, en los períodos Tiwanaku e Inca, los sitios más grandes
que 2,5 hectáreas son comunes, pero casi desaparecen en el período Altiplano, a me-
dida que la organización política se torna ausente.

En el período Tiwanaku, por ejemplo, hay cuatro distintas categorías de tamaño


de sitios, con un porcentaje muy alto de los sitios más grandes que 2,5 hectáreas (23%
[7/30]). El cambio entre los patrones de Tiwanaku y del período Altiplano indica un
abandono general de los sitios mayores que 2,5 hectáreas: esto indica una profunda
reorganización del panorama político de la región. El colapso del estado Tiwanaku
lleva al abandono dramático de prácticamente todos los grandes sitios de la zona, con
una consiguiente reorganización de la mayor parte de la población no elitista en el
período Altiplano. El número absoluto de los sitios y su población total se incremen-
taron, lo que indica que las personas que vivieron en los grandes sitios de Tiwanaku
se trasladaron a los pequeños asentamientos dispersos por toda la región.

Durante la ocupación Inca, se fundaron sitios más grandes en la región. Sin em-
bargo, en contraste con el cambio ocurrido entre el período Altiplano y el Tiwanaku,
el cambio en la distribución del tamaño de los sitios entre los períodos Altiplano e
Inca para sitios menores que 2,5 hectáreas, permanece virtualmente constante. Estos
datos indican que el principal cambio en el período Inca corresponde a la adición de
grandes concentraciones de población, sobre todo en sitios como Juli y Pomata, bajo
la ocupación Inca.
363 / Charles Stanish

Ubicaciones de sitios
Para los sitios menores que 2.5 hectáreas, hay poca diferencia, en términos de ubica-
ción y altitud, entre los del período Inca y Altiplano. Sin embargo, durante el período
Inca se agregan una serie de nuevos sitios, incluyendo aquellos mayores de 2,5 hec-
táreas. Estos sitios están en un rango de altitud de 3.800 a 4.100 m, con la mayoría de
estos ubicados cerca del lago por debajo de los 3.900 m. En otras palabras, estos datos
demuestran que la mayoría (doce de los diecisiete) de estos sitios de gran tamaño se
encuentran cerca del lago, un lugar óptimo para la explotación de los recursos lacus-
tres y la agricultura de secano en terrazas. Cinco sitios grandes nuevos, un número
importante, fueron añadidos en la puna, lo que atestigua la importancia del pastoreo
de camélidos en la economía política Inca.

Datos sistemáticos de asentamientos del valle de Tiwanaku


El asentamiento del período Inca en el valle de Tiwanaku es señalado por Albarracín-
Jordán (1996a) y Mathews (1993) como el período Inka-Pacajes. El patrón es muy si-
milar a la del área de Juli-Pomata, con un gran número de pequeños sitios dispersos
en el paisaje, probablemente para maximizar la producción agrícola, además de un
número reducido de grandes centros. Albarracín-Jordán y Mathews sugieren que la
ocupación Inca no dio lugar a cambios profundos en la economía política local o los
patrones de asentamiento (1990: 193), abogando por un control más indirecto de la
región por el Estado Inca. Sin embargo, los datos de asentamiento (1990: 215-242)
indican algunos cambios dramáticos en la transición del Intermedio Tardío al Inca,
lo que sugiere un impacto Inca significativo. Por ejemplo, más del 50% de los sitios
del Intermedio Tardío fueron abandonados durante la ocupación Inca, una cifra real-
mente más alta que la del área de Juli-Pomata. Muy significativamente, el número
total de sitios en la época Inca (492) se redujo en casi la mitad del período Intermedio
Tardío (948 sitios), pero casi regresó a esos niveles en el período Colonial Temprano
(836 sitios). Del mismo modo, la distribución de sitios por zona ecológica cambió en
los tiempos incaicos, pero regresó al patrón exacto del período preinca durante el
período Colonial Temprano, al menos en el centro del valle de Tiwanaku (Mathews
1993). Sostenemos que estos datos indican grandes cambios coincidentes con la ocu-
pación Inca, incluyendo un agregado importante del asentamiento que interrumpió
los patrones de asentamiento preinca. El colapso del control Inca en el período Co-
lonial Temprano permitió a la población volver a los patrones preincas antes de las
reducciones españolas.

Mathews (1993: 322) ha sugerido cautelosamente que hubo una concentración de


la población hacia el lago, específicamente en el sitio de Guaqui, una hipótesis con la
que estoy de acuerdo. La evidencia documental indica que el centro mayor de Guaqui
fue establecido por los incas (Mathews 1993: 319). Mathews nota, por ejemplo, que
hubo una reducción de la población de alrededor de 60% en el centro del valle de
Tiwanaku en los tiempos incaicos. En la parte baja del valle de Tiwanaku, un área que
incluye Guaqui, había 40% más de sitios del período Inca que en el valle medio.
364 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Hay algunas diferencias reales entre la región de Juli-Pomata y el valle de Tiwa-


naku durante el período Inca. La primera área parece haber sido más importante para
el Inca, en la medida en que el número de personas introducidas en una región refleja
su estatus en el Imperio. En el valle de Tiwanaku, las poblaciones fueron trasladadas
dentro de la región para satisfacer las necesidades del Estado, pero en el área de Juli-
Pomata, la gente fue movida dentro y a la región.

Datos sistemáticos de prospección de la isla del Sol


La isla del Sol fue reconocida por Brian Bauer, Oswaldo Rivera, y Charles Stanish en
1994 y 1995 (más detalles en Bauer y Stanish 2001). La prospección descubrió varias
decenas de sitios Inca, incluyendo sitios habitacionales pequeños y grandes, y sitios
con arquitectura en pie que no habrían sido estrictamente domésticos. La mayoría de
los sitios de habitación fueron pequeños, con una dispersión leve de artefactos, parti-
cularmente, y cerámica Inca sobre terrazas domésticas asociadas con buenas tierras
agrícolas. El sitio típico tenía menos de una hectárea de tamaño. Casi no hay arqui-
tectura sobreviviente de estos sitios pequeños, excepto, de vez en cuando, cimientos
de piedra de los muros. Casi todos los sitios estuvieron aislados de los demás, y muy
probablemente fueron pequeñas aldeas de una o dos unidades domésticas. Entre los
sitios que se acercaron a una hectárea en tamaño estuvieron algunos que podrían ha-
ber sido grupos de tres a cinco unidades domésticas, y por lo tanto aldeas pequeñas.
Los sitios no habitacionales incluyeron centros rituales, tambos (estaciones de paso),
puertos y tumbas. También se descubrió el sistema vial utilizado por los peregrinos
incas, pero no hemos incluido los segmentos de caminos como sitios.
Una de las características más notables del sistema de asentamiento Inca es la
abundancia de sitios pequeños. En la isla del Sol, más de sesenta sitios cubrieron me-
nos de una hectárea. Este patrón fue descubierto también en la región de Juli-Pomata
para el período Inca (Stanish 1997) y es característico de una estrategia de control
imperial: una distribución bimodal, en general, de unos pocos sitios administrativos
grandes con un gran número de pequeños pueblos y aldeas. En las islas del Sol y la
Luna, los sitios administrativos importantes fueron Kasapata, Challapampa, el sitio
100 de Bandelier (o Pukara), y, posiblemente el sitio de Puncu en el lado sur de la isla,
donde las balsas de Copacabana desembarcan (Stanish 2003: 275–277). Incluso estos
sitios son pequeños para los estándares de tierra firme, donde Hatuncolla y Chucui-
to cubren por lo menos 50 hectáreas. Por tanto, es probable que Copacabana fuera
el centro administrativo responsable de las islas en el imperio Inca. No sabemos el
tamaño de Copacabana durante la ocupación Inca, pero era por lo menos tres veces
más grande que el mayor sitio arqueológico en la isla del Sol. En otras palabras, los
datos del tamaño de asentamiento de sitios sugieren que la isla no era un distrito
administrativo independiente del estado Inca, sino que estaba vinculada a la región
de Copacabana.
Aparte de la ausencia de grandes centros administrativos, es significativo que el
estado Inca utilizara la misma estrategia en la isla que la que había utilizado en tierra
firme con la dispersión de la mayor parte de la población en pequeños asentamien-
365 / Charles Stanish

tos. Algunos de los sitios más grandes, probablemente funcionaron como sitios de
menor importancia administrativa. Podemos interpretar estos datos para sugerir que
las poblaciones nativas de la isla estaban dispersas y los mitimaes y otros grupos que
dependían del imperio fueron concentrados en los asentamientos más grandes.
También es significativo que la mayor parte de los pequeños asentamientos Incas
estuvieran en las tierras agrícolas principales. La isla del Sol fue de hecho un centro
ritual y de peregrinaje importante, y el Inca entendió claramente que este tenía que
estar aprovisionado. Los datos de asentamiento indican que casi todos los bienes de
subsistencia que mantuvieron a la población de la isla –incluyendo a los sacerdotes,
Mamaconas (mujeres escogidas del Inca), y otros especialistas en los rituales– se pro-
dujeron en la isla, y no fueron importados de otros lugares. De hecho, la distribución
de las aldeas y pueblos incas en la isla se correlaciona con las mejores tierras agríco-
las. Este patrón es idéntico al modelo en tierra firme, como lo demuestran los datos
de asentamiento del reconocimiento de Juli-Pomata (Stanish et al. 1997).
Hay tres importantes excepciones a este patrón. En el lado sur de la isla, un impre-
sionante conjunto de escalones llevan a la colina en medio de una “cuenca” natural, o
pequeño valle. Estos escalones se inician en el sitio ritual conocido hoy como la Fuen-
te del Inca. Un gran número de terrazas agrícolas bien hechas flanquean estos pasos.
A diferencia de cualquier otra parte de la isla –y para el caso, a diferencia del área de
prospección de todo Juli-Pomata, donde tales tierras de cultivo excelente existen–
no hay casas o aldeas inca sobre y entre las terrazas. En otras palabras, toda la zona
fue atravesada con hermosas terrazas, pero no hubo asentamientos en los propios
campos. De hecho, los sitios de habitación estuvieron, en ambos lados del valle hacia
el este y el oeste, donde estuvieron concentradas en gran número. En estas últimas
áreas también había terrazas agrícolas y sitios asociados de habitación que alberga-
ban a la población que presumiblemente han trabajado estos campos. El patrón típico
de la cuenca del Titicaca en el período Inca, incluye un conjunto de campos agrícolas
y una serie de sitios que albergaron a la población campesina que trabajaba los cam-
pos, pero existió una desviación de este patrón en el valle por encima de la Fuente
del Inca.
Una forma de explicar la distribución de los asentamientos en la isla del Sol es
como una función de factores determinantes de asentamiento ritual, es decir, el Es-
tado Inca pudo haber obligado a las personas a vivir lejos de este valle en particular
por razones rituales y/o estéticas. Toda la sección de valle habría sido construida
con bellas terrazas, quizá jardines de viviendas, de maíces especiales u otras plantas,
pero los campesinos que trabajaban estos campos parecen haber estado prohibidos
de vivir allí. Tal vez esto fue por razones rituales, o quizá era para dejar libre el área
de los asentamientos humanos por razones estéticas. En cualquier caso, este pequeño
valle fue alterado en función de las necesidades de la compleja peregrinación de toda
la isla.
La segunda área que no se ajusta al patrón óptimo de uso de la tierra agrícola es la
parte occidental de la isla, donde hay grandes terrazas sin ninguna evidencia de sitios
de habitación. Es posible que esta área fuera para la producción de cultivos especia-
366 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

les. De acuerdo con Ramos Gavilán (1988 [1621]: 45), “En una destas playas vezina a la
peña Titicaca intentó el Inga sembrar una chácara de Coca para el sol”, lo que sugiere que
la coca se iba a utilizar para los propósitos del ritual. El clima en esta zona es distinto
debido a la alta radiación solar y debido a que la topografía protege las áreas aterra-
zadas del viento. El efecto fue crear un ambiente más cálido, lo que podría haber sido
utilizado para cultivos no altiplánicos.
Titikala es la tercera área que no se ajusta al patrón. Aunque hay vestigios de
asentamientos humanos importantes, no parece existir importantes tierras agríco-
las sostenibles. Un número de sitios fueron descubiertos en la parte norte de la isla,
la mayoría de ellos pequeños pueblos o caseríos adyacentes al complejo ritual que
incluye la Roca Sagrada (Figura 8), la Chincana, y Mama Ojila. Más al norte, lejos del
centro ritual, existen pequeñas aldeas en la Península Ticani. Estos sitios están aso-
ciados con algunas terrazas modestas y probablemente albergaban a los agricultores
que cultivaban maíz para uso ritual, así como otros cultivos para el mantenimiento de
los especialistas religiosos que cuidaban el templo. En otras palabras, el área misma
de Titikala no era una zona agrícola; los factores determinantes del asentamiento allí
fueron estrictamente rituales, con la subsistencia de los habitantes proporcionada
por el resto de la isla.
El número de sitios y el tamaño total del área de vivienda durante el período Inca
es muy alto en relación con los períodos anteriores. Al igual que en el área de Juli-
Pomata, este incremento no puede explicarse sólo por el crecimiento natural de la
población. Incluso teniendo en cuenta algunos problemas metodológicos menores,
existe poca duda que la población fue trasladada allí desde otros lugares.8 En el caso
de la isla, la evidencia documental indica que el Inca importó colonos mitimaes. Tam-
bién es probable que el Inca reuniera a las poblaciones dispersas del período Altipla-
no hacia ubicaciones al borde del lago y la isla donde ellos pudieran ser controlados
más eficazmente. La isla habría sido un lugar obvio para poner estos colonos para
apoyar a los especialistas en rituales.
Durante la ocupación Inca, un grupo de asentamientos e infraestructuras agríco-
las cerca a la sureña bahía Kona se utilizaban para cultivar intensivamente los pro-
ductos agrícolas (véase el Mapa 3). El sitio principal de este grupo es un asentamiento
Inca que se caracterizaba por una plataforma de muros con nichos. El sitio mismo
se encuentra entre dos quebradas, cada uno de las cuales fue canalizada con muros
de desviación de agua. Estos muros se estrechaban y formaban el cuello de una gran
depresión ovalada en la base de la pampa, que ciertamente funcionó como un tanque
o depósito. Por debajo del reservorio hay una serie de relictos de campos elevados
(camellones), que no cubren un área extensa (sólo unas pocas hectáreas), pero son
altamente significativos.

8 Algunos factores que pueden inflar artificialmente la población durante el período Inca
incluyen la ubicuidad de la cerámica diagnóstica Inca, y la mejor preservación de sitios a
causa del período de tiempo más tardío. Ambos factores se trataron en el análisis. A pesar
de los sesgos, queda claro que hubo un aumento considerable en la población de la isla.
367 / Charles Stanish

Figura 8. Vista de la plaza sagrada, la Titikala o roca sagrada, y restos del


templo Inca en la Isla del Sol del lago Titicaca.

Mapa 3. Patrón de asentamiento del periodo Inca (1450-1532 d.C.) en la Isla del Sol.
368 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

La existencia de campos elevados durante la época incaica fue extremadamente


rara. La mayoría de los estudios indican que los campos estaban fuera de uso en el
momento de la conquista Inca, un período que se correlaciona con el inicio de la Pe-
queña Edad de Hielo. Además, este fue un período de una amplia y progresiva sequía,
restringiendo severamente el cultivo de campos elevados. Sin embargo, hay pruebas
convincentes de que los campos cerca de la bahía Kona estaban en uso durante la
ocupación Inca. Desde una perspectiva medioambiental, la existencia de estos cam-
pos representa una excepción que confirma la regla. Esto apoya, en gran medida, una
explicación ecológica del colapso de los campos debido a la sequía y a la disminución
de las temperaturas. La tierra cerca de la orilla del lago, sobre todo en el área prote-
gida de la bahía de Kona, habría sido sensiblemente más cálida que la de la cuenca
del Titicaca en general. Además, las dos quebradas y las estructuras especiales de
depósito habrían proporcionado agua dulce suficiente como para hacer viables los
cultivos. En otras palabras, el Inca reconstruyó las condiciones necesarias para que
los campos elevados fueran productivos en este entorno atípico y muy favorable. La
asociación de este complejo agrícola, con una plataforma de paredes con nichos, es
altamente sugestiva para un uso especial o ritual de los campos. Así pues, parece que
el complejo de campos de la bahía Kona fue una zona agrícola especial diseñada para
cultivar maíz y, posiblemente, otras plantas para el centro de peregrinación.
Otro factor determinante para el asentamiento durante el período Inca habría
sido el sistema de caminos. Los caminos estaban probablemente en el territorio desde
el período Tiwanaku, y fueron, tal vez, construidos a partir de los caminos y senderos
que se habían utilizado hace milenios para cruzar la isla. Los incas eran expertos en
la formalización de los antiguos sistemas de caminos a través de los Andes, y ellos
hicieron lo mismo en la isla del Sol. Dos caminos principales llevaron desde el lado
sur de la isla a la zona Titikala. La primera se inicia en la zona de Yumani y conduce
hacia el norte por terreno elevado en el lado oeste de la isla pasando Apachinaca. Este
continúa a lo largo de la cresta alta, pasa por algunas construcciones de plataformas
pequeñas, y luego desciende hasta el área de Titikala. El segundo camino también
comienza en la zona de Yumani y continúa en el lado oriental hasta Apachinaca. Este
camino luego desciende más allá de la bahía de Challa y sigue el lado este de la isla,
pasando por Challapampa, Challa, Kasapata, y finalmente llega a la zona Titikala. Los
sitios Incas a lo largo de estos caminos fueron construidos en parte para los servicios
y/o para tener acceso a ellos.

SISTEMA ECONÓMICO INCA


Sistemas agrícolas locales durante la ocupación Inca
El análisis de los datos de asentamiento de la región Juli-Pomata ha permitido defi-
nir la importancia relativa de las actividades económicas a través del tiempo. Cuatro
actividades económicas principales fueron seguidas por las poblaciones en la cuenca
del Titicaca: la agricultura de campos elevados (camellones), la agricultura de secano
en terrazas, el pastoreo de camélidos y la explotación de los recursos lacustres. Cada
una de estas actividades está relacionada con la ubicación de los sitios. La zona de la
369 / Charles Stanish

puna es ideal para el pastoreo de camélidos, y sólo marginal para el cultivo del tu-
bérculo. La zona de campos elevados, confinada a la pampa llana interior del lago y
junto a los ríos, es agrícolamente útil sólo con las construcciones de campos elevados,
aunque hoy en día se utiliza para el pastoreo marginal y sólo existen relictos de estos
campos. Las áreas de terrazas en la región Suni se dividen en dos tipos de contem-
poraneidad Aymara. Las áreas de pendiente suave en la base de los cerros que están
protegidos del viento se consideran tierras de cultivo ideal, casi tan buenas como los
campos elevados. Las propias laderas, un segundo tipo, generalmente se consideran
como zonas pobres a moderadas para el cultivo (M. Tschopik 1946: 513). Lo que es sig-
nificativo es que cada zona ofrece oportunidades económicas específicas y diferentes.
Los datos del reconocimiento de Juli-Pomata nos permiten definir el uso relativo de
las cuatro estrategias económicas mediante la localización de los sitios y el cálculo del
área habitacional total por período (por ejemplo, ver Stanish 1994).
El análisis de los datos de asentamientos ha revelado varios patrones. En primer
lugar, la agricultura en campos elevados desapareció durante la época incaica. Los
datos de asentamientos indican un alejamiento de las zonas de campos elevados, en
el área de estudio, hacia ubicaciones en zonas de terraza de secano y zonas de pasti-
zales en la puna (Stanish 1994). La explicación más parsimoniosa de los datos es que
las condiciones ecológicas se alteraron, esencialmente por la aparición de una menor
temperatura media iniciada alrededor del año 1400 d.C. y que fue uno de los princi-
pales factores en este cambio económico (Graffam 1992; Kolata 1993: 298; Ortloff y
Kolata 1989).
En segundo lugar, se produjo un cambio sustancial en los pastizales de la puna,
especialmente cuando se compara con las cifras de períodos anteriores. En el período
de Tiwanaku, cerca del 4% de la población vive en la puna, y en el período Altiplano la
población que vive se incromentó a 14%, mientras que en la época Inca cerca del 20%
de la población vive en la puna.
Un patrón de asentamiento del período Inca especializado en terrazas agrícolas
y las zonas urbanas lacustres, sugiere una estrategia de maximización diseñada para
producir y exportar los productos, ademas de localizar a las poblaciones en tierras
para optimizar así los campos de cultivo. La importancia de la lana de camélidos en la
economía Inca se indica por el hecho de que el 20% de la población vivía en pastizales
para pastoreo.

¿Por qué colapsaron los campos elevados del sistema agrícola?


A finales del siglo XV, importantes cambios ecológicos ocurrieron en la región del
Titicaca. La Pequeña Edad de Hielo, un período de menor temperatura ambiental,
data de alrededor del año 1480 d.C. hasta el siglo XIX (Graffam 1992: 899). Nuestros
datos apoyan los argumentos tanto de Graffam (1990: 248-249) como los de Ortloff y
Kolata (1993) que plantearon que los campos elevados eran ecológicamente inviables
durante el tiempo de la conquista Inca.
370 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Los datos de asentamiento de Juli-Pomata reflejan este cambio en la situación


ecológica. Menos del 15% de la población vivía en las áreas de campos elevados
durante este período, y esto puede explicarse por la presencia de un gran camino
Inca que atraviesa la pampa en las zonas de los antiguos campos elevados. La elite
Inca persiguió alternativas y estrategias básicas de financiación de la riqueza en la
región circum-Titicaca, como la especialización económica y el establecimiento, en
las tierras bajas, de colonias agrícolas de áreas de maíz (por ejemplo, Murra 1982;
Wachtel 1982).

Los almacenes Inca: Las qolcas


La qolca o almacén, fue una de las principales características del sistema adminis-
trativo y militar Inca. Las qolcas estuvieron surtidas con tela, maíz, calzado y otros
productos utilizados para alimentar y vestir a los ejércitos. En uno de los primeros
documentos conocidos que existen luego de la conquista española, el anónimo La
Conquista del Perú, nos proporciona una descripción sobre las qolcas: “Ellos [Hernan-
do de Soto y soldados] llegaron a la aldea, que era grande y en algunas casas muy altas se
encontró una gran cantidad de maíz y zapatos. Otras casas estaban llenas de lana y más de
500 mujeres que no hacían otra cosa más que [hacer] la ropa y chicha para los soldados. En
estas casas había una gran cantidad de esta chicha” (Sinclair 1929: 27).

Este documento anónimo también hace una interesante referencia a, quizás,


otro producto de valor militar almacenado en las qolcas. Al llegar a Cajamarca, los
españoles observaron una casa con árboles, al parecer donde Atahualpa estaba, y
“alrededor de esta casa en todas partes, por una distancia de más de media legua, se
cubrió el suelo con carpas blancas” (Sinclair 1929: 29-30). Sí aceptamos la veracidad
de esta cita, es evidente que al menos algunos soldados en el ejército Inca tenían
tiendas de campaña, ya sea de algodón o lana.

Los depósitos, por consiguiente, probablemente contenían al menos tela para


ropa y carpas, calzado, maíz y chicha. Estos productos fueron distribuidos a los sol-
dados y fueron utilizados para mantener al ejército. La Visita de Diez de San Miguel
hace decenas de referencias de tambos que aún estaban en uso por lo menos duran-
te 1567. Diez de San Miguel abordó directamente la cuestión de los tambos en una
sección llamada “En cuanto al servicio de los tambos”: “las siete ciudades principales
en el camino real son grandes y proporcionan mano de obra importante en el mantenimiento
de los tambos porque estos le dan totora y leña a todos los viajeros que pasan y hay muchos
indios que están ocupados en esto” (Diez de San Miguel 1964: 213). En otra sección de
la Visita, el corregidor Licenciado Estrada señaló que “cada pueblo sirve a su tambo y
que este servicio se realiza habitualmente por los indios Uros porque son pobres” (Diez de
San Miguel 1964: 52). La evidencia en la Visita se ajusta a nuestro modelo general de
los depósitos del Inca como siendo mantenidos por las comunidades locales como
parte de sus obligaciones de trabajo de la mita.
371 / Charles Stanish

Minería de metales preciosos


La región del Collasuyu proporcionó mano de obra para lo que parece haber sido una
de las minas más importantes de plata del imperio Inca. Conocida como Porco, la
mina mencionada por Cieza como una principal fuente de metal para el Coricancha
en Cusco (Cieza 1553: capítulo 108). La Visita de Diez de San Miguel contiene numero-
sas referencias a esa mina. También se extraía plata cerca de Puno durante el período
Colonial. (Ver también Schultze et al. en este volumen).
La extracción del oro y la plata fue una actividad económica muy importante en
la cuenca del Titicaca durante la ocupación Inca. El oro era un producto altamente
apreciado, utilizado en la arquitectura, obras de arte de elite, objetos rituales, etc.
Jean Berthelet hace una observación importante sobre la gran cantidad de oro y plata
capturada por los españoles, lo que atestigua la “existencia de una minería intensi-
va, la movilización de muchos trabajadores, y una organización de las minas a nivel
estatal” durante el Tawantinsuyu (Berthelet 1986: 69). Durante el período Colonial
español, no hay duda de que la región circum-Titicaca fue una de las zonas mineras
más productivas de América del Sur. No es de extrañar que el Estado Inca también
explotara el oro y la plata de la región.
Según Berthelet (1986: 72), había dos tipos de minas en la región. Al igual que
con otras formas de riqueza verdadera, como la tierra y el agua, las zonas mineras se
dividieron en aquellas pertenecientes a los incas y las que pertenecían a los grupos
étnicos locales. Las minas del Inca o del estado se concentraban en ciertas áreas, tales
como Carabaya, Huancané, Chuquiabo, Porco, y así sucesivamente, y las minas de la
comunidad se encontraban dispersas en los valles de los ríos y quebradas (ver Portu-
gal 1972). La evidencia documental sugiere que los incas controlaron la mayor parte
las minas de socavón más productivas y la fuerza de trabajo intensiva, aunque las
elites locales mantuvieron el control de las minas de los metales preciosos.
La Tasa de Toledo enumera los impuestos recaudados de varias comunidades de la
región. La Tabla 3 enumera algunas ciudades seleccionadas y sus elementos de tribu-
to, incluyendo aquellos en los que el oro era recogido. El Mapa 4 muestra las ciudades
que debieron proporcionar oro para el Estado español en el siglo XVI. La distribución
de las comunidades tributarias en oro corresponde bien con la reconstrucción de Ber-
thelet de las principales áreas productoras de oro en el período Inca (Berthelet 1986:
73). Las principales minas de oro aluvial se encontraban en la región de Omasuyu, al
este y al noreste del lago, y sobre todo de la cordillera en la región de Carabaya. En la
década de 1480, la zona de Carabaya fue conquistada por Túpac Yupanqui, y el Inca
reclamó las minas de oro (Berthelet 1986: 74). Las zonas productoras de oro fueron
trabajadas por los colonos, así como por los grupos étnicos locales. En Chuquiabo,
fue Huayna Cápac, el sucesor de Tupac Yupanqui, quien re-asentó indios en el sitio
para trabajar las minas (Berthelet 1986: 74). Berthelet localiza varias otras minas im-
portantes, en particular las minas de plata en Porco y Tarapacá, en el extremo sur.
Tanto Porco y Chuquiabo eran propiedad del Inca (Berthelet 1986: 74). Curiosamente,
el Estado Inca proporcionó pesos e inspectores para asegurar que el Inca expropiara
suficientes cantidades de metales preciosos.
372 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

Ciudad Oro Tejido / lana Chuño Maíz Pescado Animales Sal


MACHACA X
CAPACHICA X X X
PUCARANI X X X X
HUARINA X X X X X
GUAQUI X X X X
PUNO X X X X
ACHACACHE X X X X
HUANCANÉ X X X
TIWANAKU X X X X
PAUCARCOLLA X X X X X
COATA X X X
ANCORAIMES X X X
COPACABANA X X X
CARABUCO X X X X X
MOHO/CONIMA X X X X
VILQUE X X X X X
CAMINACA X X X X X
MOQUEGUA X
ARAPA X X X X X
SAMAN X X X X X X
ASILLO X X X X X X
AZÁNGARO X X X X X
TARACO X X X X X
NUÑOA X X X X X
LAMPA X X
HATUNCOLLA X X X X
AYAVIRI/CUPI X X
NICASIO X X X
CARABAYA X X
PUCARA/QUIPA X X X

Tabla 3. Las ciudades seleccionadas y sus artículos de tributo que se enumeran en la Tasa de Toledo.
373 / Charles Stanish

Los caminos incas parecen, al menos en parte, estar asociados a la extracción de


estos metales. El principal camino Inca en el sur, por ejemplo, pasa cerca a Chuquiabo
y directamente por el pueblo minero de Porco. El camino Omasuyu obviamente bor-
dea el lado oriental del lago, pasando por una serie de ciudades asociadas a la región
de Carabaya. Grandes tramos del camino Omasuyu aún pueden verse. La Figura 9
muestra una sección de camino por encima de Moho, en el lado oriental del lago. El
camino está pavimentado con losas de piedra y tiene cerca de dos a tres metros de
ancho. Esto representa una sección del camino principal en el lado oriental, con una
serie de caminos secundarios que, muy probablemente, se dirigían hacia el este para
aprovechar la producción de oro de las regiones semi-tropicales a sólo uno o dos días
de camino a pie.

Figura 9. Segmento del camino Inca cerca de Moho, Perú. Fotografía del autor.
Producción y estilos de cerámica
La cerámica del período Inca en la región del Titicaca ha sido discutida por varios au-
tores, sobre todo Julien (1983). En el área de Juli-Pomata, hemos definido una serie de
tipos de cerámica del período Inca. Prácticamente el 98% de la muestra conocida de
tiestos Inca fueron fabricados localmente. El tipo local Inca representa imitaciones de
los estilos de Cusco fabricados en la región del Titicaca. El estilo de cerámica Chucui-
to parece ser un fenómeno local, elaborado por primera vez bajo la ocupación Inca.
Aunque no hay antecedentes directos de los estilos decorativos Chucuito, muchos de
los motivos son observados en la cerámica Inca del Cusco. A diferencia de Chucuito,
Pacajes y los motivos del tipo Sillustani tienen antecedentes anteriores en la región
del Titicaca.
Este patrón de la fabricación local de cerámica decorada ofrece información so-
bre la naturaleza del control inca provincial. D’Altroy y Bishop (1990) analizaron la
composición química de la cerámica del período Inca de cuatro áreas en los Andes
374 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

centrales, incluyendo la cuenca del Titicaca, el Valle del Mantaro, Tarma, y Cusco.
Llegaron a la conclusión que “diferentes conjuntos cerámicos fueron producidos y
consumidos en las tres regiones principales. Virtualmente ninguna de la cerámica
Inka imperial analizada de las áreas de Mantaro Superior o del Lago Titicaca fue pro-
ducida en el Cusco y enviada a esas áreas.”
El análisis estilístico de la cerámica del período Inca de toda la cuenca del Titicaca
apoya esta hipótesis. En la región de Juli-Pomata, por ejemplo, Steadman ha definido
una serie de diferentes tipos de pasta que pueden ser locales, semi-locales o exóticos
según su lugar de fabricación. En el caso de la cerámica del período Inca, la mayor
parte de los tiestos de la muestra parece que fueron fabricados localmente con una
pasta utilizada tanto previamente antes de la ocupación Inca como también en el
período Colonial Temprano.
Siguiendo con la cerámica producida durante la ocupación Inca de la cuenca del
Titicaca, el estudio más detallado de los cambios en el estilo alfarero, es la obra de
Julien (1983) en el sitio de Hatuncolla. Ella excavó once unidades de cateo en el sitio y
pudo definir una secuencia cerámica de cuatro fases. De acuerdo a esta investigación,
todos los artefactos manufacturados en el sitio representan un momento en el que
existió una fuerte influencia Inca en Hatuncolla, lo que indica que el sitio fue fundado
durante la expansión incaica.
En la cronología refinada de cerámica, propuesta por Julien (1983: 151-153) para
la ocupación Inca de Hatuncolla, hay tres fases pre-coloniales, empezando con la fun-
dación del sitio. En la fase 1 existe una clara influencia de las tradiciones de cerámica
del Cusco, imitado en su mayor parte por dos arcillas locales junto con un conjun-
to preinca derivado de Sillustani. Algunas de ellas son imitaciones simples, aunque
otras con préstamos más sutiles. Julien señala que los cuencos decorados son los más
importantes en el conjunto cerámico. Ella también nota una ruptura estilística im-
portante de las tradiciones preincas de Sillustani, enfatizando que la ocupación Inca
alcanzó hasta los mismos cánones estilísticos de la población local.
Para la Fase 2, Julien observa una mayor variedad de perfiles de borde y decora-
ción. Una vez más, los cuencos fueron importantes, pero hubo muchas más formas,
que fueron tomadas del inventario de Cusco. Sólo algunas de las formas de la tradi-
ción de Sillustani, obtenidas de la Fase 1, continuaron en la Fase 2. La Fase 3 es el últi-
mo período prehispánico de cerámica definida por Julien (1983: 203-230). Los cuencos
poco profundos continuaron, pero se agregaron cuencos más grandes. El estilo Sillus-
tani continuó, y Julien observa un resurgimiento de rasgos morfológicos conservado-
res Sillustani, con menos formas del Inca cusqueño. En la primera fase influenciada
por los españoles, Julien advierte acabados de superficie de la cerámica similares a las
del Cusco con vasijas hechas en torno y una ausencia de cerámica vidriada.
En el área de Juli–Pomata, el personal del Proyecto Lupaqa ha definido una serie de
tipos de cerámica de la época incaica. Hay varios tipos diagnósticos del período Inca
en las áreas de Juli, Pomata, Ccapia y Desaguadero. La forma más común es, de lejos, el
cuenco, pero también son muy comunes las botellas Incas (conocidas como aríbalos).
375 / Charles Stanish

El motivo decorativo más común es el Inca Local. Este último tipo es esencialmente
cerámica Inca elaborada en la cuenca del Titicaca, y las fechas para el período Inca
están entre los 1450 a los 1532 d.C. Estas piezas son imitaciones de la cerámica del
Cusco, con botellas y cuencos como formas predominantes. En particular, el uso de
motivos del Cusco y las distintivas protuberancias dobles en el borde de los cuencos
sirven para identificar este tipo. Julien señala que el uso de pastas y pigmentos locales
y la mala interpretación de los motivos Cusco identifican al estilo Inca Local como de
fabricación original del área del Titicaca (Julien 1983: 146). Nosotros reconocemos
tres subtipos dentro del grupo Inca Local: Inca Local Llano, Inca Local Policromo e
Inca Local Bícromo.
Otro tipo del período Inca es Chucuito. Prácticamente todos los tipos de Chucuito
tienen forma de cuenco. Este tipo fue definido por primera vez por M. Tschopik (1946:
27-31) como dos vajillas relacionadas: Chucuito Polícromo y Chucuito Negro sobre
Rojo. Los motivos decorativos dominantes incluyen diseños de animales y plantas,
también utilizan diseños de insectos, humanos y formas geométricas. Las cerámicas
en la zona de Chucuito-Juli-Pomata son fabricadas localmente. M. Tschopik (1946: 27)
señala que las pastas de Chucuito son de textura fina y tienden a ser de color rojo o
rosa claro. Estas tienen temperante de arena, con inclusión ocasional de mica.
Pacajes es un tipo del período Inca, más común de la zona de Desaguadero y fue
reportado por primera vez en detalle por Rydén (1957: 235-238) a partir de un núme-
ro de sitios de Bolivia. Albarracín-Jordán y Mathews (1990: 171) y Mathews (1993) se
refieren a este tipo como Inka-Pacaje, asignándole una fecha del período Inca. Este
tipo de cerámica está, casi con toda seguridad, asociado con la región de Pacajes de
la cuenca sur.
La cerámica Pacajes es fácilmente reconocida por los diseños distintivos de lla-
mitas (y formas similares, no relacionadas) en la superficie interior de los cuencos.
Al parecer la totalidad de la cerámica es del período Inca, dada su similitud con los
cuencos Chucuito e Inca local. La baja incidencia en la región de este tipo y su mayor
densidad conocida al sur sugieren fuertemente que Pacajes es una importación exó-
tica en el área de Juli-Pomata. Con una sola excepción, todos los ejemplos del área
Pacajes, del estudio de Juli-Desaguadero, son formas de cuenco.
Los tipos Sillustani son encontrados tanto en contextos del período Altiplano
como en los del período Inca, tal como se ha determinado por las excavaciones estra-
tigráficas y el análisis estilístico (Julien 1983: 116-125; Stanish 1991: 13-14). Tipos Si-
llustani del período Inca son bastante fáciles de distinguir por los labios más gruesos,
formas de cuencos menos profundas, exterior bruñido más fino, y motivos de diseño
más elaborados. El tipo Sillustani del período Inca también fue identificado por pri-
mera vez y nombrado por M. Tschopik (1946: 22-27), y discutido más adelante por
Julien (1982), Revilla Becerra y Uriarte Paniagua (1985) y Stanish (1991). Al igual que
con los tipos preinca, prácticamente todos los diagnósticos Sillustani son cuencos. La
característica básica que define el tipo de Sillustani es un conjunto de líneas paralelas
a lo largo del borde interior de cuencos bruñidos o pulidos. Tschopik sugirió cuatro
vajillas dentro de la serie de Sillustani: Sillustani Policromo, Sillustani Marrón sobre
376 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

crema, Sillustani Negro sobre Rojo, y Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo. No hemos
encontrado ninguna policromada (con una excepción que fue clasificada como posi-
blemente Chucuito Policromo) o Sillustani Negro y Blanco sobre Rojo en el área de
Juli-Pomata y, por lo tanto, no las incluimos en nuestra tipología (Stanish et al. 1997).
Hemos definido un subtipo adicional, Sillustani Negro sobre Naranja. Basándonos en
las características de la pasta, el Sillustani Marrón sobre Crema habría sido importado
a la zona de Juli–Pomata, pero el Negro sobre Naranja y Negro sobre Rojo, muy proba-
blemente, fueron hechos localmente.
Hay algunas asociaciones geográficas relativamente fuertes entre los principales
estilos de cerámica del período Inca y las entidades políticas en la región del Titica-
ca. Por ejemplo, el estilo de cerámica Chucuito se asocia claramente con la entidad
política Lupaqa (Hyslop 1976: 147; Stanish et al. 1997). El estilo de cerámica Sillustani
se asocia con el área Colla ubicada en el norte y el noroeste de la cuenca del Titicaca.
El estilo Pacajes se encuentra en la región de Pacajes, en el sur y extremo suroeste
(Albarracín-Jordán 1992: 313; Portugal 1988; Stanish et al. 1997).

Relaciones regionales
El concepto de complementariedad zonal, o verticalidad, fue introducido aplicándose
al estado Lupaqa, en particular, y la cuenca del altiplano del Titicaca y el período Inca
en general. Uno de los mejores métodos arqueológicos para comprobar el modelo de
complementariedad zonal ha sido la hipótesis de la existencia de un territorio colo-
nial. En 1983–1985, se llevó a cabo una investigación en asentamientos del período
Intermedio Tardío, en la región Moquegua en el sur de Perú, una de las principa-
les regiones de los Andes Surcentrales donde se menciona que los Lupaqa habrían
mantenido colonias durante el siglo XVI (Murra 1968; Pease 1982). Investigaciones
adicionales de Bürgi (1993) y Conrad y Webster (1989) han ampliado en gran medida
nuestro conocimiento de este importante valle.
Los resultados de esta investigación están disponibles en gran detalle en otras pu-
blicaciones (Bürgi 1993; Conrad y Webster 1989; Stanish 1989a, 1989b, 1992), así que
sólo realizaré un breve resumen aquí. Las excavaciones intensivas y el reconocimien-
to del valle de Otora, en la cuenca de Moquegua, indican que el control Lupaqa no fue
evidente hasta el período Inca, coincidiendo con la ocupación Inca en la región. Antes
del establecimiento de sitios administrativos Inca-Lupaqa, la región media y superior
de la sierra de Moquegua (por encima de unos 2000 msnm) fue controlada por grupos
políticos independientes conocidos como Estuquiña. Los sitios Estuquiña estuvieron
fortificados y tenían evidencia de una elite local que participó en fuertes intercam-
bios con las zonas costeras y el norte de la cuenca del Titicaca. En concreto, los socios
principales del intercambio parecen haber sido los collas, como lo demuestra la abun-
dancia de cerámica Sillustani encontrada en contextos domésticos y no domésticos
de sitios Estuquiña (Stanish 1989a, 1992). En suma, los datos de Moquegua sugieren
que grupos colla de la cuenca norte del Titicaca, fueron los principales desplazados
por la elite inca y Lupaqa quienes mantenían centros administrativos allí.
377 / Charles Stanish

¿La octava cabecera? El sitio de Torata Alta en Moquegua


El gran sitio, del período Inca y Colonial Temprano, de Torata Alta es uno de los asen-
tamientos más importantes fuera de la cuenca del Titicaca, relevante para compren-
der la naturaleza del dominio Inca en la misma cuenca. Torata Alta, ubicada en la
parte elevada del valle medio de Moquegua en el Valle de Torata, está construida en
base a un patrón reticulado y tiene una importante ocupación Inca y una menor Co-
lonial Temprana (Stanish y Pritzker 1983).
Los datos sugieren que el sitio fue construido en el período Inca, y sirvió como el
más importante centro administrativo de la región. Es, posiblemente, el sitio mencio-
nado por varios cronistas, como lo refiere Murra en su destacado artículo de 1968. El
hecho de que la mayor parte de la cerámica de Chucuito encaje en la Fase 3 de Julien
(con unos pocos de la Fase 2) en su secuencia de Hatuncolla, también apoya firme-
mente una fecha de fundación pre-Colonial del sitio (Julien 1983: Láminas 12, 33, 34).
Como se señaló anteriormente, el reticulado es típico de muchos sitios Inca en los
Andes Surcentrales. Asimismo, la cerámica del período Inca es abrumadoramente del
estilo Chucuito, y sugiere una fuerte conexión con la subdivisión Lupaqa de la provin-
cia Inca en la cuenca del Titicaca. Van Buren (1996) señala que las cerámicas Chucuito
son prácticamente idénticas a las de la cuenca del Titicaca.
La evidencia documental también sugiere que el área de Torata fue parte de la
provincia Lupaqa tal como se entiende dentro del modelo de complementariedad zo-
nal como un verdadero archipiélago. Podemos sugerir la siguiente hipótesis: el sitio
de Torata Alta fue uno de los territorios controlados por los lupaqa concedida a estos
bajo la dominación Inca. No hay pruebas de control Lupaqa antes de la ocupación Inca
en la cuenca de Moquegua. Hemos sugerido, anteriormente, que la primera presencia
Lupaqa en la cuenca de Moquegua se correlaciona con el control geopolítico inicial
Inca de la región (Stanish 1989a: 319). Antes de la ocupación Inca, en el período Inter-
medio Tardío, la zona de Moquegua era controlada –o por lo menos, lo fueron las re-
laciones de intercambio– por la entidad política colla. Coincidiendo con la conquista
y la aniquilación de los collas como un poder político importante, a los Lupaqa se les
otorgaron tierras en el área de Moquegua. Los Lupaqa se aprovecharon de su posición
privilegiada dentro del estado Inca para apoderarse de la región de Moquegua, en
calidad de administradores indirectos de este importante y productivo valle. Torata
Alta, fue construida en colaboración con las autoridades Lupaqa, sirvió a los intereses
de la recientemente promovida elite Lupaqa, así como también a las de sus patrones,
el Estado Inca. El hecho de que el sitio fue construido con patrones arquitectónicos
Inca, pero que los estilos artefactuales estaban vinculados con los Lupaqa, apoya fir-
memente la alianza documentada históricamente entre los lupaqas y los incas. En
suma, los incas conquistaron militarmente el valle de Moquegua y utilizaron a la elite
Lupaqa para administrar la provincia. Esta interpretación es coherente con los datos
históricos que sugieren que los lupaqas tenían tierras de su “propiedad” en las yun-
gas occidentales, siendo el valle de Moquegua un ejemplo arquetípico de esta alianza
Inca-Lupaqa. Las reiteradas afirmaciones en la Visita de Diez de San Miguel acerca
que los Lupaqa eran los legítimos propietarios de las colonias yungas durante el pe-
378 / La ocupación Inca en la cuenca del Titicaca

ríodo colonial español previo a los Incas fueron, en mi opinión, una ficción legal para
reclamar estas tierras en el contexto de las normas legales españolas (Stanish 2000).

Síntesis
La cuenca del Titicaca era el centro demográfico y cultural de la región Inca del Co-
llasuyu. Según los relatos históricos de Cieza (1959 [1553]) y Cobo (1983 [1653]) , la
primera incursión en la región del Titicaca fue iniciada por el primer (y posiblemente
apócrifo) emperador conocido como Viracocha Inca, probablemente a mediados del
siglo XV. Este Inca se encontró con dos sistemas políticos grandes y complejos en el
oeste de la cuenca del Titicaca, los Lupaqa y los colla, junto con varios otros grupos
políticos más pequeños, como los pacajes y los de las regiones de Omasuyu.
En el momento de la expansión incaica en esta región, los Lupaqa y collas eran
enemigos implacables embarcados en un conflicto interminable. Se ha registrado que
Viracocha Inca negoció con ambas partes, tratando de manipularlas para su propio
beneficio político (Cieza 1959 [1553]: 215-216). Ante el temor de una alianza entre los
Lupaqa e incas, los colla iniciaron una batalla con los Lupaqa en Paucarcolla (Cieza
1959 [1553]: 219). Los Lupaqa ganaron esa batalla, y su rey, conocido como Cari, nego-
ció la paz con Viracocha Inca.
Estas historias mítico-heroicas sugieren que la incorporación real de la región se
llevó a cabo por el hijo de Viracocha Inca, Pachacuti (Cieza 1959 [1553]: 232-235). Pa-
chacuti inició una nueva campaña en la región del Titicaca y se vio obligado a luchar
contra los aún autónomos collas. Los colla lucharon y perdieron la batalla contra los
inca cerca de la ciudad de Ayaviri. Los colla se retiraron a la localidad de Pucará,
mientras que el Inca destruyó Ayaviri, matando a la mayoría de la población (Cieza
1959 [1553]: 232). Cobo (1983 [1653]: 140) relata que entonces el rey Lupaqa “recibió al
Inca en paz y le entregó su estado.”
Ciertamente, hacia los 1500 d.C., y con mucha probabilidad antes, el Inca había
incorporado la cuenca del Titicaca como una de sus provincias más productivas a
través de una variedad de estrategias: el establecimiento de guarniciones militares, el
re-asentamiento masivo de personas hacia zonas más estratégicas y económicamente
más eficientes, el uso de colonos mitimaes, la incorporación de las elites locales, y la
apropiación de la autoridad ideológica.
379 / Charles Stanish

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14
La red vial Inka en
la Región Puno
Segisfredo López Vargasi

Introducción
Uno de los cuatro principales caminos que conformaba el sistema vial Inka partía de
la plaza Huacaypata de la ciudad del Cusco rumbo a las tierras altas de la cuenca del
lago Titicaca en la región del Collasuyo. Este camino fue uno de los más importantes
del imperio y comunicaba la capital Inka con el rico territorio habitado por los po-
derosos qollas concentrados en Hatunqolla y los lupaqas en Chucuito (aunque ver
Stanish en este volumen acerca de la capital pre-Inca), quienes fueron conquistados
por Pachacuteq en el siglo XV.
La conquista de esta región a mediados de ese siglo fue trascendental para el forta-
lecimiento del Estado Inka, pues contribuyó con rebaños de camélidos, ropa, alimen-
tos y hombres, constituyendo la principal fuente de abastecimiento para financiar al
naciente Estado y su expansión (Hyslop 1979: 57). La anexión de la cuenca del lago
Titicaca a los dominios del Cusco mediante conquistas militares y alianzas políticas
después de la derrota de los chankas, involucró el desplazamiento de los pueblos for-
tificados qollas y lupaqas, localizados en la cima de los cerros, hacia las zonas bajas
cerca al lago y junto al camino (Cieza [1553] 1956; Tschopik 1946: 5; Barreda 1958: 55;
Hyslop 1979: 58; Fuentes 1991: 15; Arkush y De la Vega 2002: 10).
Asimismo, la incorporación de esta área a la esfera de dominio Inka significó la
reutilización de las vías existentes y la construcción de una red de caminos que per-
mitiera darle fluidez a la movilización de los ejércitos y los funcionarios de gobier-
no, así como de los mitimaes olleros y plateros establecidos en los pueblos donde se
producían bienes para el Estado. Del mismo modo, estas vías sirvieron para que los
peregrinos se desplazaran hacia el oráculo y centro religioso de las islas del Sol y de la
Luna en el lago Titicaca (Bauer y Stanish 2003; De la Vega y Stanish 2006).

i Arqueólogo egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Estudiante de la


Maestría en Arqueología del Programa de Estudios Andinos de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Arqueólogo del Ministerio de Cultura.
386 / La red vial Inka en la R egión Puno

Esta red de caminos facilitó el control y la administración de los recursos existentes


en el territorio conquistado y permitió el desplazamiento de ejércitos, administradores
y caravanas de llamas transportando los bienes hacia los centros administrativos loca-
lizados en esta región, donde finalmente fueron almacenados en las qollqas.
Las descripciones de las crónicas y las investigaciones arqueológicas (Cieza 1945
[1553]; Hyslop 1979; Stanish 1997, 2001, 2003; Julien 2004) enfocadas en la ocupación
Inka de esta región durante el Horizonte Tardío mencionan que los cusqueños apli-
caron dos diferentes estrategias de conquista: la guerra contra los rebeldes qollas, y
las alianzas políticas con los lupaqas, enemigos de éstos. El resultado fue la transfor-
mación del paisaje cultural de esta área, convirtiéndose el Qhapaq Ñan en el eje arti-
culador a lo largo del cual los inkas reorganizaron el nuevo patrón de asentamiento
regional con los principales pueblos y centros administrativos o “cabezas de provincia”
asociados a esta vía principal.
En las narraciones de los cronistas Cieza de León (1553), Guamán Poma de Ayala
(1613), en la Ordenanza de Tambos de Vaca de Castro del año 1543, y en los relatos de
los viajeros del siglo XIX como Squier (1877), se lee las descripciones del camino prin-
cipal que se dirigía del Cusco rumbo al sur, hacia la región del Qollao. En el siglo XX,
importantes reconocimientos de esta ruta fueron descritos en los trabajos de Regal
(1936: 128-143), Strube Erdmann (1963: 43-47) y von Hagen (1977).
En la década de 1970, John Hyslop realizó el primer estudio sistemático del sistema
vial Inka en la cuenca del Titicaca (Hyslop 1979, 1984). Posteriormente, las explo-
raciones realizadas por Stanish, De la Vega, Frye, Arkush y Coben, arqueólogos del
Programa Collasuyu, han revelado importantes datos acerca de la ocupación Inka en
la región y la red de caminos existentes en ella.
Finalmente, un conjunto de tramos, de caminos de este vasto sistema vial Inka,
localizado en la región de Puno fue identificado y registrado por el Programa Qhapaq
Ñan del Instituto Nacional de Cultura entre los años 2003 y 2004.
Este artículo presenta una breve reseña de la información de campo que el Pro-
grama publicó entre los años 2005 y 2006 y unos comentarios sobre la red de caminos
identificada en la cuenca del Titicaca y los asentamientos arqueológicos asociados.

Antecedentes de estudio
El estudio arqueológico del sistema vial Inka en los Andes Centrales fue iniciado por
John Hyslop a fines de la década del 70 del siglo pasado. En el antiguo territorio per-
teneciente a la sociedad Lupaqa, este investigador identificó y registró el Qhapaq Ñan
en el lado suroccidental del lago Titicaca. Su exploración de campo permitió conocer
su localización, características constructivas y los establecimientos inkas y lupaqas
asociados a este. Desde los principales asentamientos lupaqas como Chucuito, el Es-
tado Inka administró la región ubicada al sur del lago y los valles occidentales de la
cuenca del Pacífico (Hyslop 1979).
387 / Segisfredo López Vargas

Antes de este reconocimiento sistemático de campo, los estudios realizados sobre


la red de caminos en ambas márgenes del lago Titicaca sólo se basaron en las descrip-
ciones proporcionadas por los cronistas que recorrieron la zona, por la relación de
tambos de Vaca de Castro y de Guaman Poma, pero no aportaron mayores datos de
campo respecto a su ubicación exacta, características arquitectónicas y asentamien-
tos arqueológicos asociados.1
La pionera investigación de Hyslop logró definir arqueológicamente por primera
vez el derrotero que siguió el camino en la margen suroccidental del lago llamada
Urqosuyo, el tipo de medio físico en el que fue construido, los establecimientos inkas
y lupaqas vinculados a él y la función que cumplieron, razón por la cual ese estudio
permite comprender las particulares características del sistema vial y su importancia
para los inkas en este territorio.
Catherine Julien en el año 1983 exploró y excavó en Hatuncolla, el centro adminis-
trativo provincial Inka en la región Qolla, buscando establecer los límites provinciales
Inkas en la región del Titicaca e identificar los cambios políticos introducidos durante
el Horizonte Tardío y el período Colonial Temprano. Ella identificó que la región Qo-
llasuyu estuvo subdivida en dos partes: Umasuyo y Urqosuyo, el primero ubicado al
norte del lago y el segundo al sur. Estos dos nombres también se asignaron a los dos
ramales de caminos que iban por ambas márgenes del lago. El camino localizado en
la orilla norte se denominó Umasuyo; mientras que el del lado sur, Urqosuyo. Estos
dos caminos se unían poco antes de llegar al tambo de Caracollo, en tierras bolivianas,
para seguir como una sola vía hasta La Paz (Julien 2004: 9).
En el sector de Pomata se registran dos ramales que se unen e ingresan al pueblo
del mismo nombre, en donde el camino se convierte en una calle. Tiene un ancho de
5 a 6 m, presenta escaleras y calzada empedrada (Figuras 1 y 2).
Asimismo, los reconocimientos arqueológicos del Programa Collasuyu dirigido
por Charles Stanish (1997, 2001, 2003) y Edmundo De la Vega (2002, 2006) así como
las exploraciones de Frye (2005), Arkush (2005) y Coben y Stanish (2005) en las áreas
de Chucuito - Cutimbo, Juli - Pomata, y la región de Ollachea en Carabaya, han pro-
porcionado valiosos datos acerca de la ocupación Inka de la cuenca del lago Titicaca
durante el Horizonte Tardío.
En los años 2003 y 2004, equipos de arqueólogos del Programa Qhapaq Ñan del Ins-
tituto Nacional de Cultura exploraron la red de caminos en el departamento de Puno.

1 “Y del Tambo de Chungara al pueblo y Tambo de Ayahuire que es de Francisco de Villacastin en el qual
han de servir todos los Indios del dicho Pueblo y lo a el sugeto y los Pueblos Hururu y Asillo con lo a el
sugeto. Aquí se apartan los dos caminos a la redonda de la laguna que se llama Omasuyo o Hurcosuyo.
Y del Tambo de Ayahuire se ha de ir al Pueblo de Pupuja que es un lugar de Chuquicache en el qual sus
Caciques han de poblar y proveer de Indios, Bastimentos, y cosas necesarias para los caminantes”…“Y
del dicho Pueblo de Puno se ha de ir al Pueblo de Hatun Collao en el qual han de serbir los Indios del dicho
Pueblo y las otras aldeas y lugares sujetos a el que sirven a Delgado. Y del Pueblo de Hatun Collao se ha
de ir a Cahuana Pueblo del Capitán Perancures ...” (Vaca de Castro [1543] 1998: 432-433, 439-440).
388 / La red vial Inka en la R egión Puno

Figura 1. Calzada empedrada a orillas del lago Figura 2. Calzada empedrada y escalones en el
Titicaca en el distrito de Pomata, departamento distrito de Pomata, Puno. Fuente: Ministerio de
de Puno. Fuente: Ministerio de Cultura (2011: 56) Cultura (2011: 57).

Estos reconocimientos permitieron registrar los tramos de camino en el lado Urqosuyo


identificados previamente por Hyslop y otros en el Umasuyo, área no explorada por este
investigador, así como algunos caminos que formaron parte de la red vial localizada en la
cuenca del lago Titicaca con conexión a otras cuencas ubicadas hacia al este y oeste.

La red vial Inka en la cuenca del Titicaca y su


conexión con los valles occidentales y orientales
El Programa Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura identificó y registró el tramo
de camino que venía desde Cusco hasta el río Desaguadero al sur del lago Titicaca en
Puno. En el marco de esta exploración arqueológica se registró el Camino Longitudinal
de la Sierra o Qhapaq Ñan entre el abra de La Raya, ubicada en el límite entre los depar-
tamentos de Cusco y Puno, y la frontera con Bolivia. Además reconoció el camino que
va por las riberas noreste y suroeste del lago, llamados Umasuyo y Urqosuyo respec-
tivamente. Asimismo, identificó aquellas otras vías que se desprendían del camino del
Urqosuyo y descienden a la región de los valles occidentales de la cuenca del Pacífico.
Al norte de la cuenca del lago Titicaca, este programa reconoció el tramo de cami-
no entre las ciudades de Ayaviri y Macusani, localizadas en las provincias de Melgar
y Carabaya respectivamente. Este partía de la ciudad de Ayaviri, localizada en la ruta
del tramo principal del camino que salía del Cusco, y se dirigía hacia los pueblos de
Asillo, Orurillo, Nuñoa y llegaba a Macusani.
389 / Segisfredo López Vargas

Esta fue una de las vías de penetración hacia los Andes Orientales, la cual se dirigía
hacia los ríos amazónicos de la cuenca del Inambari. Este camino articuló la región
septentrional del Titicaca (cuencas de Azángaro, San Gabán y Carabaya), área rica en
oro, coca, plumas y otros objetos procedentes de las tierras bajas.2
Según Cieza de León, el camino se dividía en Ayaviri en dos grandes ramales que
iban por ambas márgenes del Titicaca: uno recorría todo el lado norte del lago y el
otro toda la ribera sur, para encontrar su punto de unión en territorio boliviano.
“Desde Ayavire (el que ya queda atrás) sale otro camino, que llaman Omasuyo, que pasa por la otra
parte de la gran laguna de que luego diré, y más cerca de la montaña de los Andes; iban por él a los
grandes pueblos de Horuro y Asilo y Asangaro, y a otros que no son de poca estima, antes se tienen
por muy ricos, así de ganado como de mantenimientos…Desde Pucara hasta Hatuncolla hay canti-
dad de quince leguas; en el comedio dellas están algunos pueblos, como son Nicasio, Xullaca y otros.
Hatuncolla fue en los tiempos pasados la más principal cosa del Collao...” (Cieza [1553] 1947).
De acuerdo a los resultados publicados por el Programa Qhapaq Ñan, el camino del
lado norte del Titicaca fue recorrido, pero sólo se pudo identificar pequeños tramos
conservados. Este se dirige desde la laguna de Arapa hasta Moho, para continuar des-
de aquí hacia Bolivia.
El camino que recorría el lado sur del Titicaca no sólo fue importante por comu-
nicar los ricos pueblos ganaderos qollas y lupaqas, riqueza que los hizo conocidos y
estimados por los lnkas y después por la corona española; sino también, porque fue
también una de las vías que mejor se articuló con los caminos transversales hacia la
costa de los departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna.
Una primera ruta de comunicación hacia el oeste aprovechó la cuenca del Ayava-
cas - Conaviri, cerca al lago Titicaca. Esta ruta se estableció desde Sillustani hasta la
localidad de Mañazo, localizada en el distrito del mismo nombre, en la provincia de
Puno. Desde este lugar es posible acceder a las cuencas altas del Colca - Majes, llegan-
do a los valles yungas de Arequipa y del río Tambo, los cuales a su vez conducían a los
valles quechuas y yungas del departamento de Moquegua.3

2 “Desde el pueblo de Ayavire, que es la provincia de Cabana y Cabanilla se aparta otro camino más al
Oriente para Potosí y demás provincias de arriba llamado de Omasuyo, que pasa por el Oriente de la
gran laguna de Titicaca, y por el pueblo de Asillo se aparta al Oriente el camino que va a la provincia
de Caravaya donde hay riquísimas minas, o desbarrumbaderos de oro volado de pepitas de subida
ley ... los mineros y demás gente que viven en ella salen a proveerse de bastimentos y de lo demás
necesario para las minas al pueblo de Asillo, y por otro camino al de Guancané, que dista de Asillo
al Sur 15 leguas…Con esta provincia [de Carabaya] confina por el Poniente la de Asillo y Asangaro,
que está en la gran tierra del Collao; todos los pueblos de esta provincia, como son Asillo, Asangaro,
Horuro y otros son muy ricos y poblados de gente” (Vázquez de Espinosa [1628] 1969: 399).
3 “Inmediato al Corregimiento y provincia de los Canas en el camino real de Potosí está el Corregi-
miento de Cabana y Cabanilla, entre el de los Canas y la provincia de Paucarcolla por el Sur; tiene
el Corregimiento 23 pueblos, que son, Cabana, Cabanilla, Vilque, Mañaso, Orurillo, donde asiste el
Corregidor que provee el Virrey en esta provincia Hatuncolla Nicasio Jullaca y el Pucara que está de
Ayavire 4 leguas, del Cuzco” (Vázquez de Espinosa [1628],1969: 398).
390 / La red vial Inka en la R egión Puno

Mapa 1. La Red Vial en la cuenca del Titicaca y los sitios arqueológicos asociados
391 / Segisfredo López Vargas

Precisamente, a través de la cuenca del río Tambo, baja un ramal del Qhapaq Ñan,
el cual realiza un corto recorrido y se desvía hacia el sur, arribando a las cabeceras del
Osmore en Carumas, Moquegua. De éste, salen otros ramales, también en dirección
sur, recorriendo longitudinalmente los flancos de la Cordillera Marítima y articulan-
do las cuencas de los valles del Locumba, Sama y Caplina (Mapa 1).

En base al registro de los restos de estos caminos realizado por el Programa Qha-
paq Ñan, podemos entender cómo el Estado Inka aprovechó la red vial en esta impor-
tante área del Collasuyo, teniendo como punto de partida los principales pueblos y
centros administrativos provinciales establecidos en la región del lago (Hatunqolla y
Chucuito). Asimismo, podemos conocer cómo es que cada uno de estos valles poseían
sus propios caminos de acceso hacia la sierra y de allí a las llanuras interandinas de
las punas alrededor del lago Titicaca.

Esta red de rutas y caminos habría permitido desde mucho tiempo antes de los
Inkas, el desplazamiento longitudinal y transversal de pobladores y caravanas de
llamas transportando productos de un medio ambiente a otro para intercambiarlos
como parte de un sistema orientado a aprovechar los recursos de un máximo de pisos
ecológicos.

En este sentido, la tesis que John Murra sostuviera a partir de la información de


la “Visita a Chucuito” de 1567 realizada por los funcionarios coloniales a los gober-
nantes lupaqas, permite entender el valor y sentido de estas rutas, así como la impor-
tancia de los caminos que posibilitaron estas comunicaciones e intercambios a larga
distancia y los sitios asociados.

Por otro lado, es interesante observar cómo otros itinerarios y derroteros trans-
regionales localizados en los Andes Meridionales permitieron vincular también, por
ejemplo, las tierras altas en el noroeste argentino con los valles occidentales del norte
de Chile a través del altiplano boliviano. Estas rutas asociadas a apachetas, campos de
geoglifos, sitios con pinturas rupestres y “pascanas” o campamentos temporales fue-
ron identificadas por Lautaro Núñez y Tom Dillehay (1995), permitiéndoles sustentar
el modelo de tráfico caravanero conocido como “Movilidad Giratoria”, modelo que
hoy en día es estudiado y puesto a prueba a nivel de casos concretos investigados en
el desierto de Atacama (Berenguer 2004).

El modelo planteado por Núñez y Dillehay constituye una muy interesante pro-
puesta alternativa a la tesis de Murra que permite entender esta importante actividad
bastante desarrollada en los Andes Meridionales cómo es el tráfico caravanero a larga
distancia entre las tierras altas del este y las bajas del oeste. De igual modo, contribu-
ye a comprender las causas que originaron estos desplazamientos de pobladores de
un medio ambiente a otro en busca de recursos de subsistencia y bienes empleados en
ritos y ceremonias, tanto como a tratar de establecer las rutas empleadas y la función
de los asentamientos asociados.
392 / La red vial Inka en la R egión Puno

Importancia de la red vial en el contexto de la ocupación humana


en la cuenca del Titicaca y los valles occidentales y orientales
La importancia histórica de la cuenca del lago Titicaca vinculada a los valles occiden-
tales y orientales se debe al conjunto de relaciones de intercambio de bienes, produc-
tos y conocimientos establecidas entre el altiplano, los valles yungas y la costa, cuyas
evidencias se han registrado desde épocas muy tempranas. Contactos que fueron po-
sibles a través de rutas naturales de acceso y caminos establecidos posteriormente.
Las ocupaciones humanas más antiguas se han encontrado en la costa del depar-
tamento de Tacna, con una antigüedad de 9600 años antes del presente (Quebrada de
los Burros) (Lavallée et al. 1999: 393). Las evidencias arqueológicas de éstas correspon-
den a restos de pescadores y recolectores de recursos marinos y de lomas.
En las cabeceras del río Osmore en Moquegua, los primeros cazadores y recolec-
tores se encontraban habitando abrigos rocosos y cuevas desde hace por lo menos
nueve mil años; mientras que hace ocho milenios, los primeros pobladores vivían en
los valles yungas como en el caso de las habitantes de la cueva de Toquepala, en Tacna
(Muelle 1970: 151-154; Aldendenfer 1999: 383-384). Mientras que doce siglos antes de
Cristo, comienza en el altiplano puneño un importante proceso de sedentarización
de las poblaciones humanas y de edificación de sus primeros centros ceremoniales,
como el de Pukara (Kidder II 1970: 514).
Los resultados de las investigaciones arqueológicas han mostrado cómo en ese
período, las relaciones entre el altiplano del Titicaca y la costa se vuelven cada vez
más intensas, hallándose rasgos comunes en los restos arqueológicos provenientes
de cada sitio, en la época anterior al arribo de colonias altiplánicas Pukara.
Mil años después, los wari de Ayacucho integrarían esta región a su esfera de do-
minio junto con el valle de Moquegua, donde construyeron el centro urbano de Cerro
Baúl (Williams et al. 2001: 69-87). Hacía el 500 d. C. la presencia de poblaciones proce-
dentes del altiplano en las costas de Moquegua y Tacna es irrefutable. Las influencias
desde Tiwanaku hacia Tacna y Moquegua señalan que pudo existir, incluso, un con-
trol directo de territorios ocupados por estos grupos (Goldstein y Owen 2001: 159-
161; Owen y Goldstein 2001: 185-186).
Estos datos, reseñados aquí brevemente, muestran que hace mil quinientos años,
la región del altiplano puneño y la de los valles occidentales ya se encontraban com-
pletamente articuladas. Los distintos sitios arqueológicos hallados en las cabeceras
de cada valle en los departamentos de Tacna, Moquegua y Puno, indican que hubie-
ron varias rutas que permitieron la colonización humana de estos territorios.
Los inkas, del mismo modo que en el caso de las otras cuencas y regiones del
Tawantinsuyo integradas por el Qhapaq Ñan, reorganizaron y transformaron el te-
rritorio conquistado para su mejor administración y aprovechamiento. Uno de estos
cambios introducidos fue el mejoramiento y ampliación de los caminos preexistentes
que articulaban el altiplano con la costa, fundando colonias en el mismo litoral, como
la del Morro Sama, ubicada en Tacna y establecida para el tráfico de recursos marinos
393 / Segisfredo López Vargas

hacia el Cusco a través del valle de Sama. La red vial en esta región fue mejorada y
ampliada (Covey 1996; Sutter 2000).

Las principales rutas en la cuenca del Titicaca


Las principales rutas de la red vial Inka en la cuenca del Titicaca se configuraron ha-
cia ambos lados del lago y en dirección hacia los valles orientales y occidentales. El
Programa Qhapaq Ñan (INC 2005, 2006) identificó y registró parte de esta importante
red de caminos que comunica los diferentes pueblos establecidos a orillas del lago y
de aquellos otros caminos que siguen, muchos de ellos, por las principales cuencas
hidrográficas que nacen en las alturas del altiplano puneño. Estos tramos de caminos
identificados son los siguientes:

El camino entre La Raya y Ayaviri


Esta vía se localiza al sur de la cuenca del río Vilcanota y al norte de la cuenca del
lago Titicaca. Políticamente se encuentra en la provincia de Melgar, distritos de Santa
Rosa y Macari (INC 2006: 135, 2007: 56-73). Forma parte del Camino Longitudinal de
la Sierra o Qhapaq Ñan que se dirigía al Qollao. Este camino longitudinal, en sentido
contrario, partía del Cusco rumbo al Chinchaysuyo, hacia Quito, y constituyó la co-
lumna vertebral del sistema vial.
Las evidencias de este camino fueron identificadas en las laderas del cerro Inca
Cancha localizado en el abra de La Raya. En este lugar, el camino mide 5 m de ancho
y presenta un muro de piedras y calzada de tierra compacta asociada a dos apachetas
y al sitio arqueológico denominado Jullulluma, conformado por algunas estructuras
funerarias en forma de chullpas. La vía férrea Puno–Cusco ha utilizado parte de su
trazo4.
En la comunidad de San Isidro, exactamente a 30 m de la carretera al Cusco y cerca
a un bofedal, el camino es una plataforma definida por un alineamiento de piedras
cubierta de ichu que va paralela a la línea del tren. Se encuentra cortada por campos
agrícolas y de pastoreo. En la actualidad, las secciones conservadas miden 7 m de
ancho. El empedrado de la calzada está siendo destruido por la población local que
extrae los bloques de piedra para construir corrales y viviendas.
El camino nuevamente es reconocido en el paraje Yanacancha, muy cerca de la
trocha carrozable que se dirige a la comunidad de Buenavista. Presenta restos de
muro y calzada empedrada. Sigue por la hacienda Buenavista con muro y calzada de
4 m de ancho. Por último, en la zona de Huamanruro se registró una sección en la
ladera del cerro Jaychihua (INC 2005: 1, 2006: 135-136; Tabla 1).

4 Ver Fotos 1-3 del Cuadro de Sitios y Foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub Tramo La Raya–
Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC
2005.
394 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación

La Raya Estructura semicircular Inka

Jullulluma Chullpas Inka

La Raya - Jaychihua Estructuras cuadrangulares Pre Inka - Inka


Ayaviri Apacheta 1 Apacheta -

Apacheta 2 Apacheta -
Apacheta 12 Apacheta -
Tabla 1: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo
I La Raya–Ayaviri basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (Ver Descripción de
sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino en Centro Angara


Este segmento de camino se localiza en la provincia de Lampa, distrito de Pucará. Es la
continuación de la vía registrada entre La Raya y Ayaviri. El camino en este sector se
localiza en las laderas del cerro Pichacani cerca del caserío Centro Angara. Mide 5 m
de ancho y aún presenta restos de escalones. Este segmento se encuentra asociado al
asentamiento arqueológico Mallacasi, conformado por una sucesión de murallas bien
conservadas y estructuras funerarias; y a Tinajani, formación rocosa cuyas oqueda-
des han sido aprovechadas para construir tumbas de adobe en forma de chullpa (INC
2005: 56, 2006: 136; Tabla 2).

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Murallas y estructuras
Mallacasi Pre Inka - Inka
Centro funerarias
Angara
Tinajani Formación rocosa con chullpas Pre Inka - Inka

Tabla 2: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo


XXIII Centro Angara basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 136. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino del Umasuyo: Desde Ayaviri hasta Moho


El Camino Longitudinal de la Sierra se bifurcaba en Ayaviri. Un ramal se dirigía hacia
Moho, mientras que otro hacia Desaguadero. Se ha encontrado tramos del ramal que
se dirigía hacia Moho en las provincias de Azángaro, Huancané y Moho, distritos de
Arapa, Chupa, Huancane, Rosaspata, Moho y Conima.
En el cruce de Gergachi, anexo de Arapa, está definido por muros de piedra y cal-
zada empedrada que asciende por entre los cerros Ullasupo y Mumu hasta llegar a la
apacheta de Ullasupo. Continua por la Pampa de Huanco Punco, cerca a la comunidad
de Yani Cutiri, cruza la ladera noreste del cerro Ullasupo hacia el río Azángaro. Tras
cruzarlo reaparece y atraviesa áreas inundadas hasta el poblado de Mataro Chico,
desde donde sigue rumbo a Azángaro (INC 2005: 2-3, 2006: 136).
395 / Segisfredo López Vargas

La zona de Gergachi, en Arapa, es un cruce de caminos en dirección hacia varios luga-


res como Juliaca, Azángaro, Arapa, Chupa, y Cutiri. El camino que se dirige hacia Azángaro
cruza una extensa pampa llamada Pajcha, sube por una ladera en dirección al cerro Tu-
muco. Mientras que el segmento que se dirige a Cutiri mide 5 m de ancho y posee muros
de piedra de 0,50 m de alto unidos con mortero de barro (INC 2005: 3, 2006: 137)5.
El camino reaparece en el poblado de Huancho Alto con un ancho de 5 m. Sigue en
ascenso, hacia la apacheta de Llocarapi, luego se divide en dos ramales: uno con direc-
ción a Calacruz y el otro a Choqo. El que se dirige a Choqo se une nuevamente con el ca-
mino que va a Calacruz, cruza este pueblo y llega a un cruce que tiene un desvío a Chupa
y otro a Choqo y Huancané, pero se pierde llegando a Chupa (INC 2005: 3, 2006: 137).
De Moho a Huancané, en la pampa de Cuyo, sector de Cacuna, se observa parte del
camino empedrado. Posteriormente sólo se distinguen algunos muros en dirección
hacia Huancané. La vía pasa por las localidades de Muñapata, la Quinta Kallakanani, el
puente Ticauta, donde es cortado por el camino actual cerca del cuartel de Huancané
(INC 2005: 3-4, 2006: 137).
Otro segmento se dirige de Moho a Huarachani. Mide 3 m de ancho y conserva el
empedrado de la calzada en gran parte de su trayecto. Pasa cerca de la vía moderna
hacia Huancané. Los muros y escaleras están bien conservados. El trazo se dirige a los
poblados de Chacalaqueña, Rosaspata y Huarachani (INC 2005: 4, 2006: 137).
Igualmente existe otro segmento localizado entre Moho y Ninantaya que va en di-
rección a Conima, cerca del poblado de Allita Amaya. Este segmento muestra una cal-
zada de casi 4 m de ancho con dirección al poblado de Putina. Cruza algunos bofedales.
El trazo entre las localidades de Huaraya y Uranise conserva el empedrado en regular
estado. En el poblado de Urani, el camino se encuentra cortado por el cauce del río del
mismo nombre, luego llega hasta el kilómetro 4 de la trocha que conduce hasta Ninan-
taya. En el paraje de Ñaca Ñaca este camino exhibe escalinatas (INC 2005: 4).6
Un ramal del tramo Ayaviri - Moho que va en dirección a Patacalli, pasa por la
comunidad de Ticaparqui. Cerca de la frontera es cortado por un bofedal, luego as-
ciende por el cerro Cruz Collo hasta llegar al Hito N° 14. A partir de este hito, continúa
en territorio boliviano (INC 2005: 4, 2006: 137).
De Moho parte también otro segmento que pasa por los anexos de Chañajari, Cam-
bria, Atani hasta Conima en la frontera con Bolivia. Desde Chañajari, la calzada em-
pedrada de 3 a 4 m de ancho asciende por el lado este del cerro Mocorisa (INC 2005:
4, 2006: 137; Tabla 3).7

5 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Tramo Ayaviri–Moho, Sub Tramo Gergachi–Mataro Chico
en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
6 Ver fotos en páginas 137–138 del “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tra-
mos y caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
7 Ver registro fotográfico del camino Sihuayro – Juli, Moho a Ninantaya, Chacalaqueña, Pu-
tina, Cutiri y Cerro Mumu, Azángaro, Chañajari y Conima del Tramo Ayaviri–Moho en “El
Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
396 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Chasquiwasi de Gergachi Chasquiwasi -
Apacheta de Ullasupo Apacheta -

Ayaviri - Apacheta de Llocarapi Apacheta -


Moho S/N Apacheta -
(Camino del
Omasuyo) S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 3: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo II
Ayaviri – Moho basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 136-137. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino del Urqosuyo: Desde Ayaviri hasta Desaguadero


Este ramal se localiza en las provincias de Melgar, Azángaro, Puno y Chucuito, distritos
de Ayaviri, Santiago de Pupuja, Atuncolla, Paucarcolla, Puno, Chucuito, Acora, Juli, Po-
mata y Zepita.
El camino identificado parte de la ciudad de Ayaviri a Tirapata. En este segmento se
registraron dos sitios formativos. Uno de ellos denominado Pukachupa y otro localizado
en medio de la pampa Malliripata, cerca de la confluencia de los ríos Ayaviri y Malliri. En
ambos casos se trata de montículos pequeños localizados en la terraza aluvial y cubiertos
de ichu entre los que se observa cimientos de piedras de recintos de planta cuadrangular.
El trazo del camino pasa por una pampa y la ladera sureste del cerro Minaspata en direc-
ción al cruce de Gergachi, a Esquina Pata, desde donde continua hacia Tuturcuyo y Chaqui
Iquilo, cerca de Choquehuanca, arribando a Pucará (INC 2005: 5, 2006: 138).
En el área de Sillustani, frente a las casas de la comunidad San Antonio de Umayo, las
aguas del lago Umayo han cubierto muros y parte del segmento de calzada empedrada
que se dirige hacia Atuncolla. Este segmento aún conserva un ancho de 8 m y bases de
muros y calzada empedrada a lo largo de 100 m. Luego, se observan secciones paralelas
a la autopista y cerca del pueblo de Atuncolla. El camino prosigue hacia Vilque (INC
2005: 6, 2006: 138).
En el sector de Totorane, cerca del lago Umayo, fue registrada una sección de cami-
no de 5 m de ancho, cortada por la trocha carrozable que conduce a Sillustani y por otra
que va a Paucarcolla. Todavía se logra apreciar el empedrado de la vía en algunas partes
(INC 2005: 6-7, 2006: 138).
De las localidades de Puno a Mi Perú se ha identificado un segmento de 4,5 m de ancho.
Posee muros de piedra y barro en ambos lados de 0,70 a 1 m de altura. Atraviesa algunos
terrenos de cultivo y va paralelo a la antigua carretera que une Puno con Moquegua. En la
zona de Capullani se observa un camino de 4,5 m de ancho y 1 km de largo con muros, ac-
tualmente utilizado como trocha. La calzada presenta empedrado y canales de drenaje.
397 / Segisfredo López Vargas

Desde el poblado de Jayllihuaya, al sur de Puno, parten tres tramos: Uno hacia
Ichu, otro a Salcedo y el tercero al cerro Putina. El que va a Ichu se desplaza por el
suelo rocoso, sin calzada preparada ni muros. El que se dirige a Salcedo presenta es-
caleras bien elaboradas y modificación de la roca para preparar la calzada. El tramo
que enrumba a la parte alta de Jayllihuaya exhibe calzada empedrada y escaleras que
ascienden al cerro Putina. Finalmente, se une con otro que viene de Salcedo y se diri-
ge hacia el poblado de Ichu.
Se debe mencionar que el Programa Qhapaq Ñan identificó un segmento de cami-
no de 3 m de ancho que se dirige de Jayllihuaya a Jallu Jalluni. Este camino pasa por el
cerro Ulpitani. Así, el camino de Jallu Jalluni se dirige a Tacacachi y desaparece en el
cerro Atojja, próximo a Chucuito. En las afueras de este pueblo se reconoció un cami-
no que va casi paralelo a la carretera rumbo a Desaguadero y pasa por los poblados de
Conchani y Camata (INC 2005: 7, 2006: 139).
En la zona de Acora se identificó un camino cerca del poblado de Chusamarca con
dirección al caserío de Ulluri, segmento de camino que a pocos metros después se
pierde. Sin embargo, otros segmentos del camino están en buenas condiciones. Aquí
la vía tiene un ancho que varía entre 4 y 8 m. Parte del camino que conducía a Juli ha
sido deteriorado por las aguas del lago Titicaca y los campos agrícolas. Este segmento
de camino tiene un ancho de 8 m y cuenta con canales de drenaje laterales.
Del centro poblado El Molino, la trocha carrozable que conduce a la comunidad de
Sihuayro, corta el camino de 3 m de ancho que se dirige a la ciudad de Juli. Continúa
hasta el río El Molino, recorre los cerros Caballane y Caracollo, pasa por el pueblo de
Tacalla y el cerro Tutucane, de donde desciende hasta la zona urbana de Alto Juli, lu-
gar en el que se pierde. Presenta muros laterales cuya conservación disminuye hasta
mostrar sólo hileras de piedras conforme se acerca al pueblo, también conserva algu-
nas partes empedradas (INC 2005: 7, 2006: 139).
En el sector de Pomata se registran dos ramales que se unen e ingresan al pueblo
del mismo nombre, en donde el camino se convierte en una calle. Tiene un ancho de
5 a 6 m, presenta escaleras y calzada empedrada.
De Tuquina a Tambillo se identificó un segmento registrado en el sitio de Chaca
Chaca con calzada elevada. Ingresa al poblado de Tuquina donde es cortado varias ve-
ces por la carretera asfaltada que conduce a Desaguadero. Cabe mencionar que cruza
por el poblado de Tambillo, yendo paralelo a la carretera.
En la comunidad de José Carlos Mariátegui, poblado de Parco, se identificó una
sección que cruza todo el pueblo. Finalmente en Chua Chua, poblado cercano a Zepi-
ta, se registró el camino de 3 m de ancho que ingresa hasta la parte media del pueblo,
perdiéndose luego su trazo (INC 2005: 7, 2006: 139; Tabla 4).8
Entre Pucará y Sillustani no se han registrado evidencias del camino, tampoco en
la zona de Desaguadero.

8 Ver registro fotográfico del camino en las localidades de Jayllihuaya, Salcedo, Sillustani,
Huancho Alto y Conchani del Tramo La Raya – Ayaviri en “El Qhapaq Ñan en la Macro Re-
gión Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
398 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación

Ayaviri - Superficie con cerámica Qaluyo


Pukachupa Formativo
Desaguadero y Qollao
(Camino del Montículo Montículo Formativo
Urqosuyo)
Canchones Canchones -
Sillustani Complejo Funerario (Chullpas) Qollao e Inka
Tabla 4: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo III
Ayaviri - Desaguadero basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 138-
139. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

Las rutas hacia los valles occidentales


Los caminos transversales en dirección a los valles occidentales de los departamentos
de Arequipa, Moquegua y Tacna se desprenden del Camino Longitudinal de la Sierra
y descienden del altiplano puneño siguiendo largas rutas marcadas por apachetas y
asociadas a otros sitios arqueológicos. A continuación presentamos los principales
tramos de caminos registrados y sitios asociados.

El camino entre Mañazo y el valle de Arequipa


Esta sección del camino se localiza en los departamentos de Puno, Moquegua y Arequi-
pa, provincias de Puno, San Román, General Sánchez Cerro y Arequipa, distritos de Ma-
ñazo, Cabanillas, Ubinas, San Juan de Tarucani, Chiguata y Sabandia (INC 2006: 26-31).
El Programa registró el camino entre Umapalla y Hatun Apacheta. En esta sección
está definido por una vía de 7 m de ancho delimitada por alineaciones de piedras clava-
das en el terreno y una calzada empedrada. De Hatun Apacheta prosigue rumbo a Qui-
millone9, pasa por el lado sur de la laguna Saytococha y la ladera del cerro Hampuco.
Se identificó otro segmento en Tolapalca rumbo hacia Pati. Este tramo presenta
muros de piedras de 0,3 m y 1 m de altura y una calzada de 3 a 8 m de ancho. El camino
se adapta al relieve, es decir, fue construido ancho en terreno plano y angosto en las
pendientes y quebradas.
De la comunidad de Pati continúa a San Juan de Tarucani. Este tramo, entre ambas
localidades, fue construido cortando el talud de los cerros y sobre montículos natura-
les. Tiene muros de contención de 0,45 a 0,80 m de alto construidos con piedras. En las
planicies salpicadas de bofedales, el camino mide 2 a 9 m de ancho y está señalizado
con hitos de piedras de 0,80 m de alto (INC 2005: 28, 2006: 140).
En Chiguata, provincia de Arequipa, el camino fue reconocido en las comunidades
de Tambo de Ají y Atiniani, siguiendo por la ladera oeste de los cerros Jallaccollo y

9 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos y fotos 1 - 2 del Cuadro de Sitios del Sub tramo Hatun Apa-
cheta – Quimillone en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua,
Tacna”, INC 2005.
399 / Segisfredo López Vargas

Atinianico. Mide entre 3 y 8 m de ancho hasta llegar al pueblo de Tambo de Sal, en el


borde de la laguna Salinas, localizada dentro de la Reserva Salinas Aguada Blanca.10
Es importante destacar que desde Tambo de Ají partían tres ramales: Uno hacia el
distrito de Pocsi en la provincia de Arequipa, otro a Puquina - Omate (Moquegua), y
un tercero al valle de Arequipa.
De Tambo de Sal, el camino va rumbo a Tambo Tunupa, atravesando las laderas de
los cerros Borgarane y Colquerane, así como el caserío de Ceneguillas (Cieneguillas),
la Pampa Camino Chico y Pampa Tambillo.11
En Pampa Camino Chico, la vía ya no es visible pues está cubierta por ceniza vol-
cánica –procedente de eventos volcánicos locales– además de vegetación. Sólo es ob-
servable cuando ingresa al caserío de La Meca. En algunas secciones se encuentra
delimitado por tierra acumulada que llega a 0,5 m de alto. El ancho del camino varía
entre 1 y 6 m.
El camino que se dirige a la aldea de Tambo de León y después a Tambo Tunupa,
recorre las laderas de los cerros Sombreruni y Tambillo. Tiene un ancho que varía
entre 4 y 12 m.
Posteriormente, llega a la cúspide del cerro Peñón (nombre que recibe la parte
baja del cerro Sombreruni) y a Cabayomanzana. Desde la quebrada Cabayomanzana
continúa hacia Corralón, y desaparece en la parte superior de los cerros Huancune,
Januhuara y Candelón (INC 2005: 30, 2006: 140).
Desde la cumbre del cerro Candelón desciende hacia la Pampa Misti y llega a Co-
rralón con un ancho de 8,60 m. Finalmente, en la zona de Sabandia, el camino tiene
muros de piedra que delimitan un ancho de 2 m. Asciende hasta llegar al sitio arqueo-
lógico de Yumina donde conserva su trazo original, calzada empedrada, escalinatas y
canales, además de muros laterales y de contención (INC 2005: 31, 2006: 140).

Principales sitios arqueológicos asociados


En esta ruta se identificaron veintidos sitios arqueológicos, entre los que destacan
Marcahuay, Quimillone 3 y Tambo de Ají, además de dos sitios de filiación colonial y
republicana, así como veinticinco apachetas (INC 2006: 140-141; ver cuadro Macrore-
gión Sur, Tramo XIV Mañazo–La Joya. Además ver descripción de sitios y elementos
asociados en INC 2005 y a continuación, así como en la Tabla 5).
Marcahuay
Se localiza en el departamento y provincia de Puno, distrito de Mañazo, sobre una loma
situada a 1 km de Mañazo. Este sitio de filiación Inka está compuesto por estructuras

10 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Ají – Tambo de Sal en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
11 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos, Sub tramo Tambo de Sal – Tambo Tunupa en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
400 / La red vial Inka en la R egión Puno

rectangulares elaboradas de piedras unidas con mortero de barro. Presenta, tumbas cir-
culares construidas con los mismos materiales en la parte superior del sitio. Las paredes
internas de las tumbas tienen un ancho promedio de 0,90 m y un diámetro externo de 4
m. En superficie hay fragmentos de cerámica (INC 2006: 141).
Quimillone 3
Localizado en el departamento de Puno, provincia de San Román, distrito de Cabanillas,
al noreste del río Quimillone, está constituido por una tumba prehispánica y de estruc-
turas de origen colonial ubicadas en una planicie natural. La tumba prehispánica es
cuadrada (2,50 m por lado) y está construida con piedras labradas unidas con mortero
de barro. Los cimientos de piedra tienen una altura de 0,30 m, a partir de los cuales se
edificó muros de adobe de 0,40 m de altura. La tumba se encuentra 15 m al noreste de la
estructura rectangular que aún es habitada.
La estructura rectangular tiene cimientos de piedras y muros de adobe. Mide 6 por 12
m (norte - sur). Presenta una banqueta externa de piedra de 0,60 m de ancho. A 15 m de
esta estructura, hay una iglesia de origen colonial frente a un espacio abierto a manera
de plaza. Tiene cimientos de piedra y un frontis de 10 m de ancho con muros de 1 m de
espesor. La torre o campanario es cuadrada (2 m de lado) (INC 2005: 7, 2006: 141).12
Tambo de Ají
Se ubica en el departamento y provincia de Arequipa, distrito de San Juan de Tarucani, so-
bre la ladera norte del cerro Ajana. Presenta estructuras de filiación Inka y Colonial. La ocu-
pación Inka corresponde a un edificio de 32 m de largo y 8 m de ancho, con muros de piedra
y barro de 0,80 m de ancho y una altura de 1,80 a 2 m. En cambio, la edificación colonial sólo
conserva los cimientos y fue construida con piedra y barro. El sitio abarca un área de 4.920
m2. Tiene un patio central amplio rodeado de numerosos recintos (INC 2006: 142).13

El camino en la cuenca del río Tambo: Entre Ichuña y Carumas


El camino desde Ichuña hasta Quinistaquillas
El camino se localiza en la cuenca alta y media del río Tambo. Políticamente en el departa-
mento de Moquegua, provincia General Sánchez Cerro, distritos de Ichuña, Ubinas, Yun-
ga, Lloque, Chojata, Matalaque, San Cristóbal, Quinistaquillas y Carumas (INC 2006: 142).
Empieza en el pueblo de Ichuña. Baja por el cerro Cobre Joya y pasa por las pozas ter-
males. Llega a la comunidad de Miraflores por medio de una calzada empedrada de 4 a
6,5 m de ancho y muros laterales ubicada en el cerro Sayhuan. Continúa en descenso y
en buen estado de conservación por el cerro Quivani hasta la comunidad de Oyo Oyo. De
este lugar, una trocha carrozable ha reemplazado su trazo hasta Antajahua.

12 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005, y foto de página 145 en el
“Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y caminos campaña 2003–2004,
Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
13 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Mañazo – La Joya en “El Qhapaq Ñan en la Macro
Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
401 / Segisfredo López Vargas

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Estructuras rectangulares y
Marcahuay Inka
tumbas circulares
Laguna Saytococha Dispersión de material lítico Período Arcaico
Tumbas y dispersión de
Quimillone 1 Período Arcaico
material lítico
Abrigo rocoso con pinturas
Quimillone 2 -
rupestres
Tumba, estructuras Horizonte Tardío -
Quimillone 3
rectangulares e Iglesia Colonial
Quimillone 4 Tambo Inka

Molino de Quimillone Tambo Inka - Colonial

Tumbas y dispersión de
Ojecancha -
material lítico y cerámico
Tumbas y dispersión de
Achacune -
material cerámico
Tumba y dispersión de
Quebrada Achacune 1 -
material lítico
Abrigo rocoso con pinturas
Mañazo - Quebrada Achacune 2 -
rupestres
Valle de
Arequipa Quebrada Achacune 3 Estructura circular -
Hullata Baja 1 Tumba -
Yurac Cancha o Cancha
Tumbas circulares Inka
Blanca
Rinconada Tumbas -
S/N Tumbas circulares -
Tambo de Ají Recintos Inka - Colonial
Recintos habitacionales y Horizonte Tardío -
Tambo Tunupa
corralones Colonial - República
Inka - Colonial - Re-
Pampa Falda del Misti Corralón
pública
Tambo de León Tambo Horizonte Tardío
Complejo de terrazas Horizonte Tardío -
Tambo Agua Dulce
agrícolas República
Yumina Tambo Inka
Tambo 1 de la Pampa
Tambo Colonial - República
Falda del Misti
Tambo 2 de la Pampa
Apacheta Colonial - República
Falda del Misti
402 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre del sitio Descripción Filiación


S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Hatun Apacheta Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Mañazo - S/N Apacheta -
Valle de
Arequipa S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 5: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos re-
gistrados basada en el Cuadro Índice del tramo Mañazo - La Joya.

Sube por la quebrada de Ansamani hasta llegar a un cruce donde existe un ramal
que conduce a la comunidad de Pobaya, cerca de la necrópolis de Pukara, lugar en
dónde presenta escaleras y otros caminos que se dirigen hacia la localidad de Yunga.
Pasa frente al poblado de Totalaque y el túnel del cerro Quequesana (INC 2005: 34,
2006: 142)14.
Del poblado de Yunga al anexo de La Pampilla, el camino ha sido reemplazado
por una trocha carrozable, incluso en la comunidad de Exchaje, a partir de la cual
las escaleras han sido restauradas por los lugareños. En la quebrada de Tucayo, las
evidencias del camino consisten en muros de contención y escaleras que miden 4,5
m de ancho.
El recorrido prosigue por Patapampa, el poblado de Lucco (distrito de Lloque), las
laderas del cerro Queñaccasa, la quebrada de Chintari, Poroqueña, las comunidades
de Coroise y Chojata. Se desplaza por la ladera del cerro Saucinto, desciende por la
quebrada León y llega hasta la ribera del río Tambo y al sitio Incano.
A través de una trocha, que fue parte del trazo prehispánico, se alcanza la comu-
nidad de Huarina. Desde Huarina, sigue por una zona escarpada muy cerca del cauce
del río Tambo, sobre el cerro Collahuaqui. Parte del camino se ha destruido y sólo se
aprecian los muros y la calzada de 1 a 1,5 m de ancho.
Continúa y pasa por Matalaque, se encuentra en buen estado. Presenta calzada
empedrada hasta el punto donde es cortado por la trocha carrozable y con la actual

14 Ver foto 13 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña – Quinistaquillas en “El Qhapaq Ñan en
la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
403 / Segisfredo López Vargas

carretera, cerca de la quebrada de Tucune. Sigue en ascenso por el cerro Jatun Pucro
rumbo al pueblo de Cacahuara, el anexo de Yalaque, la quebrada de Cacahuara, el
cerro Pampaqueñija y las quebradas Chichilaque y Juchuychichilaque.

Entre Chiwispampa y la quebrada de Cuyachuayco, el camino se encuentra cu-


bierto de polvo volcánico, siendo difícil reconocer los muros. Prosigue por el cerro
Cahuara y el sector Cuadrilla, próximo al anexo de Yalaque. El camino de ingreso a
Yalaque tiene un ancho de 1,80 m con muros de contención de 1 m de alto.

Posteriormente, el camino atraviesa el pueblo y desciende hacia un riachuelo cer-


ca del sector de Chimpayalaque. Continúa por la quebrada Charinfulo, la planicie de
Muchapata, los cerros Cupilaca y Lolejon, la quebrada Yolgache, el cerro Huacapuñu-
na, el poblado de Sijuaya, la quebrada de Muylaque, los cerros Yumilaca y Sicuyani, el
puente colgante de Agua Blanca, cruza hacia la margen derecha del río Tambo, sigue
por la ladera del cerro Chutirana, el caserío de Queanto, la quebrada de Queanto Chi-
co, el cerro Colpanto y los poblados de Chimpapampa y Quinistaquillas (Tabla 6).

De Quinistaquillas, el camino de 2 m de ancho enrumba a Sijuana y San Cristóbal.


Su trazo es poco visible a causa de la ceniza volcánica que lo cubre. Un segmento
asciende por una colina y posiblemente se dirija a Las Salinas. El camino que va de
Quinistaquillas a Carumas mide 3 m de ancho y llega al río Tambo, donde hay un
puente moderno junto a otro antiguo hecho de tablas y tensores de cable acerado.
Es probable que en este lugar existiera un puente prehispánico (INC 2005: 37, 2006:
143; Tabla 6)15.

En esta ruta se identificaron veintitres sitios arqueológicos, entre ellos, dos apa-
chetas, algunos de estos sitios están en la Tabla 6.

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Área funeraria y plata-
Período
Cerro Pucará formas
Intermedio Tardío
de observación
Período
San José de Yunga Aldea
Intermedio Tardío
Ichuña - Período
Tatayunga Área funeraria (Chullpas)
Quinistaquillas Intermedio Tardío
Período
Huañasco Aldea Intermedio
Tardío-Colonial
Cantera de piedra, área Período
Focotorre
funeraria Intermedio Tardío

15 Ver fotos 1–16 del Cuadro de Tramos del Tramo Ichuña–Quinistaquillas en “El Qhapaq Ñan
en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
404 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Período
Pilaguallasco Terrazas, área funeraria
Intermedio Tardío
Período
Abrigo Cerro Taru-
Abrigo rocoso Intermedio
cane
Tardío-Colonial
Cueva de Patapampa Cueva -

Maqueta N° 01 en Maqueta lítica asociada a Período


Lucco terrazas agrícolas Intermedio Tardío

Maqueta N° 02 en Maqueta lítica asociada a


-
Lucco terrazas agrícolas

Poblado con áreas


Período Interme-
Paralucco funerarias y estructuras
dio Tardío e Inka
aisladas

Asentamiento: Terrazas
Ichuña - agrícolas, área funeraria, Período
Quinistaquillas Cerro Pucará
estructuras aisladas y Intermedio Tardío
plataformas
Cueva con pintura Período
Cueva de Chintari
rupestre Intermedio Tardío

Tambo con terrazas,


Período Interme-
Tambo de Poroqueña poblado, área funeraria y
dio Tardío - Inka
estructuras aisladas
Período
Llacta Pata Aldea
Intermedio Tardío
Petroglifos de Incano Petroglifos -
Cementerio Prehis-
Período
pánico Área funeraria
Intermedio Tardío
de Chiu Chiu
Terrazas agrícolas y área Período Interme-
Jihuyjiyatani
funeraria dio Tardío - Inka
Tabla 6: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el
Tramo XV Ichuña - Quinistaquillas basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur
(INC 2006: 142-143. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino entre Omate y Carumas


El camino entre Omate y Carumas se localiza en los valles de los ríos Tambo y Osmore.
Políticamente pertenece al departamento de Moquegua, provincias Mariscal Nieto y
General Sánchez Cerro, distritos de Carumas, Cuchumbaya, San Cristóbal y Quinista-
quillas.
405 / Segisfredo López Vargas

Del poblado de Quinistaquillas a Yaragua, el camino mayormente es llano y pre-


senta pocos sectores con muros hechos de piedras. Mide entre 3 y 6 m de ancho,
ensanchándose cuando el terreno es plano y estrechándose en las laderas de cerro.
Presenta restos de muros de 10 a 50 m de longitud en algunos segmentos; sin embar-
go, muchos han desaparecido porque las piedras que los conformaron fueron des-
montadas por los pobladores para construir viviendas y corrales16.
El camino que continúa de Yaragua a Yojo y de Yojo a Colana mantiene general-
mente las mismas características. Los muros se encuentran mayormente en sectores
donde el terreno es suelto y cede fácilmente; también en cauces y filtraciones de agua
que acarrean lodo y tierra. El camino mide entre 2 a 4 m de ancho. Esta medida varía
si se trata de zonas planas y taludes o quebradas. La calzada es compacta y el trazo se
adapta al relieve del terreno. Algunos segmentos del camino fueron construidos sin
muros laterales y adyacentes a taludes rocosos.17
El camino finaliza en el distrito de Carumas. Presenta muros laterales de 0,30 a
1,20 m de alto construidos con piedras. El ancho de la calzada va entre 3 y 6 m (INC
2005: 65, 2006: 143; Tabla 7).

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Asentamiento con
Omate - Faldas San Pedro -
tumbas y murallas
Carumas
S/N Canal -
Tabla 7: En este tramo se registró el sitio arqueológico Faldas San Pedro
conformado por tumbas, murallas y un canal (INC 2006: 142 ver cuadro
Macroregión Sur, Tramo XXX Omate - Carumas).

El camino entre Carumas y Jaguay Chico


El trayecto se localiza en el valle del río Osmore, en el departamento de Moquegua,
provincia Mariscal Nieto, distritos de Carumas y Torata, anexos La Cascate, Huatara-
quena, Estupe, Mimilaque y Jaguay Chico (Torata). El camino recorrido desde Caru-
mas tal vez se desprenda de una vía troncal que proviene de Pichacani, en Puno.
La vía parte de Carumas y baja hasta el río La Cascate, luego asciende por una cal-
zada empedrada de 4 m de ancho, muy bien conservada, localizada en el cerro Sasla-
que. El camino cruza el río hacia el poblado de La Cascate, luego atraviesa la quebrada
de Salchaje, el cerro Misquine y llega a Taja, donde también está bien conservado.
En Taja se registró una apacheta y desde este lugar, el camino va en dirección
hacia Otora y al valle del Osmore. Este segmento presenta escaleras y calzada bien

16 Ver fotos 1–4 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yaragua – Quinistaquillas en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
17 Ver foto 1 del Cuadro de Tramos del Sub Tramo Yojo–Yaragua en “El Qhapaq Ñan en la
Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
406 / La red vial Inka en la R egión Puno

conservadas que ascienden el cerro Paloplantado. De aquí en adelante, sólo se ve una


huella que se dirige a una apacheta en la Pampa Confital y a Estupe.
Luego de Estupe, su rastro aparece en el cerro Mataspujo, desciende hacia el sitio
de Chinchilcoma, donde algunos segmentos presentan muros de contención y escale-
ras. El ancho varía de 1,5 a 3 m.
Continúa por una ladera cerca de la quebrada de Serenane y llega a la comunidad
de Mimilaque aunque está destruido por una trocha que se une con la carretera a
Otora. Desde Mimilaque sigue en dirección a Jaguay Chico, donde se ha destruido por
los derrumbes; sin embargo aún quedan pocas evidencias que permiten definir los 2
m de ancho que posee el camino.
En este camino se registró el sitio arqueológico Chinchilcoma del Período Inter-
medio Tardío (Estuquiña). Este sitio consiste en un conjunto de terrazas de cultivo,
las cuales miden más de 50 m de largo y 16 m de ancho. La altura de sus muros es va-
riable entre 0,60 y 2 m. Casi todos los andenes utilizan la roca madre como parte del
cimiento y rocas canteadas en los muros.
Estos andenes comprenden gran parte del área del valle, es decir, desde la ribera
del río hasta la base de los cerros. Aquellas terrazas ubicadas hacia el oeste son me-
nos extensas y fueron construidas con piedras canteadas más delgadas (INC 2005: 63,
2006: 143).
En este tramo se registró el sitio arqueológico de Chinchilcoma y tres apachetas
(Tabla 8).18

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Asentamiento: terrazas Período Intermedio
Carumas - Chinchilcoma
agrícolas, recintos y corrales Tardío (Estuquiña)
Jaguay Chico
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 8: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tramo XXIX Ca-
rumas - Jaguay Chico basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur (INC 2006: 143-145. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005).

El camino desde Pichacani hasta Quebrada Honda


Este tramo se localiza en las cuencas de los ríos Ilave y Osmore. Políticamente en los
departamentos de Puno y Moquegua, provincias de Puno y Mariscal Nieto, distritos
de Pichacani, Carumas y Torata (INC 2006: 145-147).

18 Ver fotos 1–2 del Cuadro de Tramos y foto 1 del Cuadro de Sitios del Tramo Carumas–Ja-
guay Chico en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”,
INC 2005.
407 / Segisfredo López Vargas

El camino de Puno a Pichacani se encuentra delimitado por una hilera de piedras


alineadas. La vía mide 7 m de ancho, pasa entre Ñuñamarka y Arkopunko y el pueblo
de Soquesani. Desaparece cerca del puente Morocolla.

En el sector de Loripongo, margen izquierda del río Ilave, a la altura del puente
del mismo nombre, la calzada es de 3,50 a 4 m de ancho y va delimitada con piedras
de 0,30 m de lado.

En la margen izquierda del río Vizcachas se observan aún algunas secciones de


calzada empedrada que llega al puente Vizcachas. Desaparecen estas evidencias has-
ta el lugar denominado Chilligua donde se les vuelve a identificar con dirección a
Moquegua.

La vía fue registrada en las localidades de Titire a Chillota. Mide 2 a 5 m de ancho


y carece de elementos arquitectónicos como alineamientos de piedras, muros de con-
tención o laterales.

Desde Chilligua se observa muros de contención pertenecientes a un camino pre-


hispánico el cual probablemente se proyecte hasta Carumas. Este recorre la parte
alta de parajes conocidos como Arenal y Apacheta de Toro Bravo. Continua desde
Tres Apachetas, localizado en Chilligua, hacia la quebrada Japu, donde se aprecia el
camino que exhibe una calzada empedrada de 3 m de ancho y muros laterales. Se
desplaza por el cerro Achucallani y la Pampa Purapurani, donde el empedrado ha sido
fuertemente deteriorado por las lluvias.

En el sector de Achupalla, el camino no es reconocible. Es visible recién en la que-


brada de Purapurani. En Cerro Pelado, unos corralones prehispánicos fueron identifi-
cados junto al trazo. Prosigue sobre el cerro Huayllani y la quebrada Escalera rumbo
al río Botadero. Recorre el cerro Calapujo con muros laterales y calzada de 1,90 m de
ancho.

El camino pasa cerca del poblado de Chujulay, cruza el río Cuellar, en la quebrada
del mismo nombre y arriba a Ilubaya. De esta localidad desciende por unas escalinatas
reconstruidas por los pobladores, localizadas en la quebrada de Barbarita, y continúa
rumbo hacia la comunidad de Sabaya (cerca de Torata). La vía registrada se desplaza
por el cerro Buenavista, el sector de Pampa Buena Vista, Tambo de Camata, el cerro
Mogote y el sitio arqueológico de Quele.

Evidencias del trazo de este camino fueron reconocidas en la localidad de Yacan-


go, pero una vieja trocha se le superpone y casi no es posible identificarlo más. Tiene
4 m de ancho y posiblemente recorría el cerro La Antena hasta llegar a Moquegua
(INC 2005: 43, 2006: 146).19

19 Ver registro fotográfico del Cuadro de Tramos y del Cuadro de Sitios correspondiente al
Tramo Pichacani–Quebrada Honda en “El Qhapaq Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa,
Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
408 / La red vial Inka en la R egión Puno

Principales monumentos arqueológicos asociados

Arkopunko
Se ubica en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani. Se trata de
un área funeraria conocida como Arkopunko, la cual forma parte del Complejo Ar-
queológico Inka de Cutimbo. El complejo está conformado por un conjunto de sitios
como: Cutimbo Chico, Cutimbo Grande, Arkopunko, Mallku Amayo, Poque, Chata,
Ñuñamarka y otros, los cuales presentan decenas de chullpas y cuevas funerarias jun-
to con miles de estructuras circulares, posiblemente correspondientes a tumbas. El
sitio comprende por lo menos 33 chullpas que se encuentran aisladas o en pequeños
grupos sobre la ladera norte y este, principalmente (INC 2006: 146)20.

Cementerio Humchoca
Se localiza en el departamento y provincia de Puno, distrito de Pichacani, sobre un
pequeño cerro aterrazado en Soquesani. La cima presenta ocho entierros correspon-
dientes a tumbas circulares de la época Inka (hilera de piedras alargadas de regular
tamaño colocadas verticalmente). Sus medidas varían entre 2,40 y 3 m de diámetro y
alcanzan una altura de 0,80 a 1 m.

Andenería de Chujulay
Se ubica en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito de
Torata. En el descenso desde el poblado de Chujulay hasta Pampa Colorada, fueron
registrados andenes prehispánicos asociados a canales. El sitio corresponde a una
ocupación del Período Intermedio Tardío (Estuquiña). Hacia el valle de Quele, el ma-
terial constructivo de estas terrazas se va modificando, es decir, las piedras son más
delgadas y las terrazas no son muy extensas.

Cerro Buena Vista


Se ubica en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito de Tora-
ta, sobre una ladera del cerro Buena Vista. Está asociado con el camino que proviene
de Chujulay. Se trata de un reservorio de 12 m de diámetro, el cual presenta un muro
de 1,40 m de ancho construido con piedras y relleno de barro. Un canal de 60 m se
proyecta desde el reservorio hacia el suroeste. El sitio también presenta un montícu-
lo con tumbas cuadrangulares y circulares. Pertenece al Período Intermedio Tardío
(Estuquiña).

20 Ver foto en página 146 en “Informe por Cuencas Hidrográficas del registro de tramos y
caminos campaña 2003–2004, Programa Qhapaq Ñan”, INC 2006.
409 / Segisfredo López Vargas

Tambo de Camata
Se encuentra en el departamento de Moquegua, provincia Mariscal Nieto, distrito
Torata y forma parte del Complejo Arqueológico de Camata. Está asociado con un
camino que es cortado en varios sectores por la Carretera Interoceánica. Correspon-
de a un tambo Inka con aproximadamente 32 depósitos cuadrados de 4 m de lado,
alineados y asociados con recintos y terrazas agrícolas abandonadas de 0,70 a 1 m de
alto. Todos presentan accesos con escaleras de piedra, voladizos en los muros y, en la
parte externa, hornacinas. Los muros de 0,85 a 0,90 m de ancho fueron construidos
con piedras unidas con mortero de barro.

En este tramo se registraron veintisiete sitios arqueológicos. Entre los cuales des-
tacan: Arkopunko, Cementerio Humchoca, Andenería de Chujulay, Cerro Buena Vista
y Tambo de Camata, además de un puente y tres apachetas (INC 2006: 145-147 ver
cuadro Macroregión Sur, Tramo XVI Pichacani - Quebrada Honda. Ver Descripción de
sitios y elementos asociados en INC 2005; Tabla 9).

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Pucará o Fortaleza Inca Pucará Inka
Mallcumayo Cueva con pintura rupestre -
Cutimbo Área funeraria Inka
Arkopunko Complejo funerario Inka
S/N Asentamiento Inka
Montículo con cerámica Área funeraria Pre–Inka

Cueva Pacallani Montículo con cerámica Pre–Inka

Cementerio Humchoca Área funeraria Inka


Baños de Loripongo Cueva Período Lítico e Inka
Pichacani -
Período Arcaico
Quebrada Taller Lítico Taller lítico
Tardío
Honda
Estructuras Estructuras Inka - Colonial
Estructuras Estructuras Inka - Colonial
Pascana Estructura aislada Inka - Colonial
Período Intermedio
Corralones de Cerro
Corralones Tardío - Inka - Colo-
Pelado
nial
Quebrada Escalera 1 Corral Inka - Colonial
Estructuras circulares
Quebrada Escalera 2 Inka
aisladas
Abrigo rocoso con pinturas Período Intermedio
Abrigo Cerro Huayllani
rupestres Tardío
410 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Andenería Prehispánica Período Intermedio
Terrazas agrícolas y canales
de Chujulay Tardío (Estuquiña)
Período Intermedio
Sector de viviendas en
Aldea Tardío (Estuquiña) -
Chujulay
Inka
Colcas en Chujulay qollcas Inka
Asentamiento: reservorio, Período Intermedio
Cerro Buena Vista plataforma, terrazas y área Tardío (Estuquiña) -
Pichacani - funeraria Inka
Quebrada
Honda Tambo, terrazas, área fune- Período Intermedio
Tambo de Camata
raria y aldea Tardío - Inka
Estructuras aisladas de
Corralones aislados -
Ilubaya
Sabaya Estructuras Inka
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 9: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados basada en
el Cuadro Índice del Tramo Pichacani – Quebrada Honda.

El camino entre Kencco y Las Yaras


El camino se localiza en los valles de Ilave y Huenque, pertenecientes a la cuenca del
lago Titicaca y el valle de Sama. Políticamente se ubica en los departamentos de Puno
y Tacna, provincias de Puno, El Collao, Tarata y Candarave, distritos de Acora, Ilave,
Santa Rosa, Susapaya, Sitajara, Candarave, Chucatamani e Inclan (INC 2005: 43-45,
2006: 147-149; Tabla 10).
Entre el sitio arqueológico de Kencco y Wancasi, el camino está definido por una
calzada de 4 m de ancho y muro de piedra de 0,30 m de alto y 0,40 m de ancho que lo
delimita. Esta vía continúa desde la laguna Loriscota (Ilave) hasta Cintupa casi con las
mismas características constructivas descritas líneas arriba (INC 2005: 43, 2006: 147).
Otro segmento de este camino fue identificado partiendo de la localidad de Tala
rumbo a Chipispaya. Presenta muros en determinadas secciones, principalmente en
los cerros que circundan los valles de Tala y Chipispaya. De Chipispaya se dirige a Co-
ropuro y está delimitado por muros de piedras y corte en el talud de los cerros. Tiene
un ancho de 2 a 4 m. Posee escaleras en lugares empinados (INC 2005: 44, 2006: 147).
El trazo continúa por la ladera del cerro Paracocho y va entre áreas de cultivo y
viviendas. De Coropuro se desplaza hacia Sambalay Chico y luego a Coruca, sector en
donde mayormente está definido por muros de piedras. Cerca de Coruca, en el anexo
de Sambalay Grande, existe un ramal que parte de Coropuro y desciende desde las
cumbres de los cerros hasta llegar a Sama. Este camino es conocido como “Yungani”
(INC 2005: 45, 2006: 147).
411 / Segisfredo López Vargas

Finalmente, el camino entre Kencco y Las Yaras continúa desde Coruca por la mar-
gen izquierda del río Sama hacia Palanca, ubicado en la margen derecha. El camino
utilizado para la comunicación entre Sama y Torata es de 2 m de ancho y la calzada es
de piedra. Presenta escaleras; además de muros con una altura de 1 m y un ancho de
0,30 a 0,40 m (INC 2005: 45, 2006: 148).
En este tramo se identificaron dieciocho sitios prehispánicos. Entre los principa-
les destaca Chipispaya y dos apachetas (INC 2006: 147-148. Ver cuadro Macroregión
Sur, Tramo XVII Kencco - Las Yaras. Ver Descripción de sitios y elementos asociados
en INC 2005; así como a continuación y en la Tabla 10).

Principales monumentos arqueológicos asociados

Chipispaya
Se ubica en el departamento de Tacna, provincia de Tarata, distrito de Chucatamani.
Se trata de un tambo localizado frente al pueblo de Londaniza, sobre un montículo
natural con una planicie en la cumbre. Está compuesto por un conjunto de estructu-
ras rectangulares en cuyo interior existen restos de molienda (manos y batanes) y
asadas de piedra. La parte sur del sitio presenta terrazas con muros de contención y
dos recintos de planta cuadrangular construidos de piedra. Hacia el norte, a unos 20
m contiguos al cerro, se ubican unas qollqas circulares de 1,50 m de diámetro, elabo-
radas de piedras sin cantear y cantos rodados unidos con mortero de barro, y tumbas
circulares de 0,80 m de diámetro (INC 2005: 49)21.

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Kencco Canchones Inka - Colonial
Período Intermedio
Checca Chullpas y andenes
Tardío - Inka
Período Intermedio
Pichichu Complejo de andenes
Tardío - Inka
Kallanca Kallanca Inka
Kencco -
Las Yaras Chullpa cuadrangular y
Quenesani Inka
recintos rectangulares
Abrigos rocosos con pintura
Quilcata Período Lítico
rupestre

Chaspaya Plataforma cuadrangular Inka

Ushnu Ushnu Inka


Chipispaya Tambo Inka

21 Ver foto 1 del Cuadro de Sitios correspondiente al Tramo Kencco – Las Yaras en “El Qhapaq
Ñan en la Macro Región Sur: Arequipa, Puno, Moquegua, Tacna”, INC 2005.
412 / La red vial Inka en la R egión Puno

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Dispersión de fragmentos
Putina Inka
de cerámica
Pampa Suquilvaya Tumbas -
Chantacollo Área funeraria Inka
Qollcas con estructuras
Colcas -
de palos
Kencco -
Tambo Tambo y tumbas Inka
Las Yaras
Colcas con estructuras
Colcas -
de palos
Período Intermedio
S/N Área funeraria
Tardío (San Miguel)
S/N Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 10: Relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el
Tramo Kencco - Las Yaras basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

Caminos de valle e intervalle

El camino en el valle de Locumba: Entre Candarave y Locumba


El camino se localiza en el departamento de Tacna, provincias de Candarave y Jorge
Basadre, distritos de Candarave, Quilahuani, Curibaya e Ilabaya (INC 2006: 149).

Esta vía que parte de Candarave presenta muros laterales elaborados con piedras.
La altura de estas construcciones varía entre 0,70 y 1,50 m. Asimismo, restos de ca-
nales asociados al camino fueron identificadas desde este poblado hasta el puente
Yucamani. Estos canales han sido cortados y destruidos por la carretera. El camino
debió cruzar el río Yucamani; sin embargo, el puente antiguo no fue identificado sino
más bien uno de factura moderna.

Existe un segmento de camino de Candarave a Quilahuani construido con muros


laterales de 0,70 a 2 m de alto, hechos con piedras. Este segmento se conecta con otro
que presenta similares características constructivas y de dimensión considerable que
se dirige a Huanuara.

Además, hay varios caminos menores que conducen hacia andenes y cerros. Va-
rios canales de 0,20 y 0,49 m de ancho, elaborados con piedras, se encuentran en el
recorrido, algunos de los cuales siguen en uso.

El camino desde Quilahuani se dirige a Curibaya. En este trayecto presenta muros


laterales de 0,50 y 1,40 m de altura, elaborados con piedras y sin mortero de barro. La
vía tiene 2 a 7 m de ancho y se adapta al relieve del terreno caracterizado por quebra-
das, planicies, pequeños cauces y otros.
413 / Segisfredo López Vargas

El siguiente segmento identificado va de Curibaya a Mirave. Presenta muros la-


terales de 1 a 2 m de alto construidos con piedras. En el recorrido se identificaron
canales que se desplazan paralelos al camino y otros que lo atraviesan. El camino
de Mirave rumbo al valle de Locumba tiene muros de 0,70 a 2 m de alto hechos de
piedras. Lamentablemente, el trazo del camino desaparece pues fue destruido por
la actual trocha carrozable y la ampliación de los terrenos agrícolas. Las evidencias
indicarían que continuaba hacia Locumba (INC 2005: 68, 2006: 149).

Asociados a este camino fueron identificados ocho sitios arqueológicos (INC 2006:
149 ver cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXI Candarave - Valle de Locumba. Ver
Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005; así como Tabla 11).

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Abrigos rocosos con
Aricota -
pintura rupestre
Cementerio prehispánico 1 Área funeraria -

Candarave Cementerio prehispánico 2 Tumbas -


- Valle de
Locumba S/N Área funeraria -

S/N Petroglifos -
S/N Petroglifos -
S/N Área funeraria -
S/N Petroglifos -
Tabla 11: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tra-
mo Candarave – Valle de Locumba basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

El camino entre Chejaya e Ilabaya


El camino se localiza en la cuenca del río Locumba, en el departamento de Tacna,
provincia de Jorge Basadre y distrito de Ilabaya.
Desciende por la margen izquierda del río Ilabaya y se desplaza por la parte baja
de los cerros. Posee un ancho de 2,5 m y presenta muros de 1,5 m de alto y 0,50 m de
ancho, los cuales permitieron nivelar el terreno, retener los posibles derrumbes y
constituir la plataforma del camino.
Antes del pueblo de Ilabaya, el camino desciende hacia el río y lo cruza; sin embar-
go, los desbordes de éste, por el aumento del caudal, han destruido las evidencias.
En la margen opuesta del río se observa un ramal de camino con dirección a Ca-
lumbraya, cruzando la cordillera. Esta vía probablemente provenga de Moquegua,
Toquepala, Higuerane, Calumbraya e Ilabaya. El camino tiene 2,5 m de ancho y pre-
senta muros de 1 m de alto y 0,50 m de ancho construidos con piedras (INC 2005: 69,
2006: 150).
414 / La red vial Inka en la R egión Puno

Este camino presentó sólo dos sitios arqueológicos asociados (INC 2006: 150. Ver
cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXII Chejaya – Ilabaya. Ver Descripción de sitios y
elementos asociados en INC 2005; así como en Tabla 12).

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación

Chejaya - Pascana Estructuras y posible pascana -


Ilabaya S/N Área funeraria -
Tabla 12: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en
el Tramo Chejaya–Ilabaya basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

El camino entre Tarata y Candarave


Este camino se inicia en el valle de Sama y Caplina hasta el valle de Locumba donde
culmina. Se ubica políticamente en el departamento de Tacna, provincias de Tarata
y Candarave, distritos de Tarata, Ticaco, Sitajara, Susapaya y Candarave (INC 2006:
150).

El camino tiene su inicio en el distrito de Tarata y va con dirección al de Ticaco


(noreste de Tarata). Está conformado por muros de piedra cuyas alturas varían de
0,80 hasta 2 m y por una calzada de 4 de ancho. Presenta escalinatas distribuidas en
algunos sectores de fuerte pendiente. La vía presenta canales de 0,40 a 0,60 m de an-
cho, algunos utilizados hoy en día.

El camino prosigue de Ticaco hacia Challahuay. Este segmento muestra muros de


contención de 0,40 a 2 m de alto y de 0,50 a 0,70 m de espesor, hechos de piedras. Al
igual que en el anterior segmento entre Tarata y Ticaco, aquí se registraron varias
escaleras y canales que se desplazan paralelas al camino y otras que en cambio lo cru-
zan. De Challahuay, la vía continúa a Sitajara a través de un camino caracterizado por
muros de piedra. Estos muros miden 0,48 a 1,40 m de altura y delimitan una calzada
de 2 a 10 m de ancho. El camino entre Sitajara y Susapaya mantiene similares carac-
terísticas que los segmentos ya descritos en los párrafos anteriores.

El último segmento de este camino fue identificado entre Susapaya y Totora.


Muestra muros de contención de 0,40 a 1,60 m, elaborados con piedras y escalinatas
en las pendientes. Al salir del pueblo de Totora, el camino cruza un bofedal mediante
una calzada elevada de 4 a 12 m de ancho y 100 m de longitud. Asimismo, atraviesa
quebradas, pequeños cauces de agua y ríos con gran caudal como el Salado. Otros
como Jaruma y Quenesani tienen poco caudal. En este trayecto se identificaron pe-
queños ramales de 1 m de ancho, que se desprenden y se dirigen hacia andenes y
cerros cercanos (INC 2005: 69-72, 2006: 150).

En este camino se identificaron y registraron seis sitios arqueológicos, un puente


y tres apachetas (INC 2006: 150. Ver cuadro Macroregión Sur, Tramo XXXIII Tarata –
Candarave. Ver Descripción de sitios y elementos asociados en INC 2005; así como en
la Tabla 13).
415 / Segisfredo López Vargas

Tramo Nombre de sitio Descripción Filiación


Asentamiento: Recintos, Período Intermedio
Para
cistas y andenes Tardío - Inka
Pascana Zona de descanso -
Tarata -
Candarave Quili Área funeraria (Chullpas) Inka

Cerro Yaralaca Apacheta -

Challahuay Apacheta -
S/N Apacheta -
Tabla 13: La relación de monumentos arqueológicos prehispánicos registrados en el Tra-
mo Tarata – Candarave basada en el Cuadro Índice de la Macroregión Sur.

Comentarios finales
En esta sección queremos abordar dos aspectos singulares del sistema vial en esta
área del Tawantinsuyo. Se trata de las características constructivas de las vías en el
altiplano y los valles, y un tipo particular de sitio arqueológico asociado a los caminos
localizados en esta región donde ha sido registrada la red vial: Las apachetas.

Características constructivas del camino


La construcción de la red vial Inka en el Collasuyo fue una labor bien planificada que
involucró una variedad de factores como el adecuado conocimiento del territorio y de
las antiguas rutas de caminos, el tipo de medio ambiente, la disponibilidad de mano
de obra y los materiales de construcción. Asimismo, exigió la aplicación de ingeniosas
técnicas constructivas idóneas para el abrupto relieve andino, y una eficiente orga-
nización de grupos de trabajadores dirigidos por especialistas en la construcción de
vías, las cuales fueron financiadas por el Estado que organizó el trabajo y proporcionó
los recursos necesarios.
Para diseñar el trazo de los caminos y aplicar las técnicas constructivas más con-
venientes se consideró la localización y el tipo de superficie del suelo, es decir, si
fue roca, terreno agrícola, estepa de puna o superficie inundable; además del tipo de
laderas naturales y otros factores medio ambientales como los efectos de los terrenos
abruptos, de la altitud y las pendientes del terreno; así como la erosión de las lluvias
y arroyos.
De la misma forma, se tuvo presente algunas exigencias sociales y políticas como
la construcción de vías para integrar entre sí a los pueblos ubicados a orillas del lago
y a éstos con los asentamientos establecidos en los valles orientales y occidentales,
para comunicar los centros administrativos de Hatunqolla y Chucuito con los Tambos
de Ají, Tambo de León, Tambo de Poroqueña, Tambo de Camata, Quimillone, Chipis-
paya y Morro de Sama en la costa de Tacna; o acceder a centros productivos como los
campos agrícolas de Chinchilcoma, Chujulay, Jihuyjiyatani, Camata, Yumina y a cen-
416 / La red vial Inka en la R egión Puno

tros de peregrinación como la Isla del Sol y de la Luna en el lago Titicaca o volcanes
como el Putina y el Ampato.
Es importante destacar que la red vial Inka fue construida integrada al paisaje
andino convirtiéndose en parte de él. Los caminos que configuraron esta red en
la cuenca del Titicaca permitieron recorrerlo contemplando la naturaleza y la in-
mensidad de montañas nevadas, lagos y lagunas considerados en el mundo andino
antiguo como los lugares de origen de los hombres y fuente de la vida animal y ve-
getal; y por lo tanto, espacios naturales sagrados donde acudían mujeres y hombres
en romería para venerar a sus ancestros, así como para ofrendar y pedir consejo o
favores a los oráculos.
La calzada de los caminos en la cuenca del Titicaca fue construida de tierra o em-
pedrada; elevada para cruzar bofedales y áreas inundables o al ras de la superficie
de la puna cubierta de ichu. El trazo del camino fue recto cuando las condiciones del
terreno así lo permitieron o ligeramente sinuoso al ir por laderas de cerros y remon-
tar pendientes por medio de escalinatas de piedra. Estuvo delimitado por simples
alineamientos de piedras en las llanuras o con muros de este mismo material en las
laderas.
El Camino Longitudinal de la Sierra o Qhapaq Ñan en la cuenca del Titicaca exhibe
estos componentes arquitectónicos arriba mencionados y un ancho entre 3 y 10 m. En
cambio, los caminos transversales hacia los valles occidentales eran anchos en zonas
relativamente llanas pero amplias; y angostos en las laderas y quebradas. En estos
lugares necesitaban de muros de contención para conformar la plataforma así como
de rampas y escalinatas para descender y remontar las pendientes. El ancho de estos
caminos transversales varía entre 2 y 12 m.
Estas características constructivas de los caminos transversales han sido observa-
da en este mismo tipo de caminos en otras regiones de los Andes Centrales; sin em-
bargo, la diferencia con respecto a estos estriba en el ancho de las vías transversales
arriba descritas.

Los sitios asociados


Los sitios asociados a estas vías de manera general son abrigos rocosos con pinturas
rupestres, áreas funerarias conformadas por chullpas y cistas, terrazas agrícolas, al-
deas compuestas por espacios residenciales, funerarios y terrazas agrícolas, petrogli-
fos, tambos y un número destacado de apachetas.
Los sitios son mayoritariamente del Período Intermedio Tardío y Horizonte Tar-
dío, de diferentes dimensiones y características constructivas, pero que comparten
un rasgo común que es el estar asociado al camino, ya sea porque se encuentran a la
vera de este o alejados unos metros (INC 2006. Ver cuadros de la Macroregión Sur).
Entre estos distintos tipos de sitios, las apachetas, han captado nuestra atención
e interés por su número a lo largo del trayecto de algunas vías en esta región de los
417 / Segisfredo López Vargas

Andes Meridionales, por su ubicación y el significado que pudo tener para los viajeros
conforme es referido en las crónicas y relaciones de viaje, tanto como la función que
cumplió dentro de la red vial.

Las apachetas
Las apachetas son definidas como pequeños montículos artificiales de disposición más
o menos cónica formados por innumerables piedras de distintos tamaños, colores y
formas, colocadas unas sobre otras y ubicados en medio o a la vera de los caminos. Los
caminantes al llegar al lugar donde éstas se encontraban, arrojaban las piedras for-
mándolas de diferentes dimensiones según el nivel de tránsito en los caminos (Regal
1936, Hyslop 1992, Vitry 2004, Gentile 2005) (Figura 1).

Figura 1. Apacheta a la vera del camino en Palca, Tacna. Al fondo, el nevado Tacora, Chile.

González Holguín en su Vocabulario de la lengua Quechua o del Inca define la pala-


bra “apacheta” o “apachita” como montones de piedras, adoratorios de caminantes
(González Holguín [1608] 1952:30). Asimismo, Lira menciona “apachita” como haci-
namiento de piedras y “apachikuy” cuyo significado es “dejarse conducir o guiar,
remitir o encomendar alguna cosa para un destino” (Lira 1945: 52).
418 / La red vial Inka en la R egión Puno

Cronistas y viajeros definieron generalmente a las apachetas como “montones de


piedras en las cumbres de los cerros, en las encrucijadas y puertos de los caminos”, donde los
caminantes depositaban diferentes objetos. Asimismo, mencionan los lugares donde
generalmente se las encontraba y los ritos que se practicaban en ellas (Acosta 1985
[1590]; Albornoz 1967 [1568]; Arriaga 1968 [1621]; Cobo 1964 [1653]; Garcilaso 1963
[1609]; Guaman Poma 1988 [1613]; Regal 1936: 17-19; Rey y Basadre [1898]; Santa Cruz
Pachacuti 1993 [1613]; Squier 1974 [1877]; Tschudi 1966 [1860]; Von Hagen 1977).

Squier comentó que los pasos en las montañas estaban marcados por enormes
pilas de piedras erigidas, como “los mojones de Escocia y Gales”, que cada viajero
echaba como ofrenda a los espíritus de las montañas y como invocación de su ayuda
para soportar las fatigas del viaje. Además, explica que éstas señalaban las rutas de
viaje definiendo con exactitud las líneas de comunicación junto con los restos de tam-
bos (Squier 1974 [1877]: 293-294). Este viajero reconoció la apacheta de La Raya en el
paso o limite natural del mismo nombre cuando recorría el camino antiguo de Puno
a Cusco (Squier 1974 [1877]: 293–294; Regal 1936: 132).

Durante el proceso de extirpación de idolatrías, las apachetas fueron también des-


truidas. Un revelador caso ocurrido en el marco de éste proceso se cita en una Carta
Annua del año 1639, donde se menciona los esfuerzos del Padre Juan de Oré, clérigo
del Colegio Jesuita del Cusco, por luchar contra el paganismo. Este relata lo siguiente:
“(...) y en el camino nos mostro dos Ídolos, o adoratorios de los indios, p.a. que procurese/mos
el remedio, el uno estaba subiendo de purima a curaguachiel (Apurímac a Curahuasi)22 en /
el mismo camino, es una piedra agujereada por en medio, tienen la en / un altillo y al derredor
un gran montón de piedrecitas y dicen que passando por ay cada indio offrece su piedra, p.a.q.
con esso seles quite el cansan.o. / del camino. anduvimos viendo si la podiamos despeñar (...)”
(Polia 1999: 475).23

La necesidad de los viajeros de procurar quitarse el cansancio, obtener fuerzas


para proseguir el viaje y protección para ellos y sus animales, ofreciendo objetos e
invocaciones para tal fin, se encuentra literalmente expresada en las crónicas y docu-
mentos coloniales citados líneas arriba. Los objetos ofrecidos no sólo se depositaban
en lugares como las apachetas, sino en otros sitios llamados Tocanca24.

22 Localidades ubicadas en la ruta del Camino Longitudinal de la Sierra que parte del Cus-
co hacia la región del Chinchaysuyo, vinculando Cusco con Andahuaylas y Vilcashuaman,
este último lugar en Ayacucho, para citar sólo las dos primeras llaqtas de importancia para
el Estado Inka en esta región.
23 Carta Annua fol. 141v Documento 44 Colegio del Cuzco. En: La Cosmovisión Religiosa An-
dina en los documentos inéditos del Archivo Romano de la Compañía de Jesús 1581–1752,
Mario Polia Meconi, 627, pp. 1999, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
24 En el camino desde la ciudad de Ayaviri hacia el distrito de Orurillo por la quebrada de
Punku Punku, pudimos observar cómo en una zona de peñas del cerro Torrini, justo donde
la quebrada se estrecha mucho, los caminantes colocaban en las grietas del perfil rocoso
junto al camino, pequeñas piedras así como bolos de hoja de coca escupidos (“acullicos”).
419 / Segisfredo López Vargas

Los sacerdotes doctrineros de los siglos XVI y XVII escribieron que las apachetas
o “rimeros de piedras” se localizaban “en el alto de una cuesta” o “(...) muy de hordinario
en los caminos reales enlas cumbres / delas subidas de cuestas y enlas encrucijadas y juntas de
caminos” (Polia 1999: 253, 358, 417-418).25
Las apachetas han sido identificadas en zonas montañosas como abras o pasos,
cimas o laderas de cerros y quebradas. Muy rara vez en lugares a baja altitud. Hys-
lop en sus reconocimientos arqueológicos las registró siempre sobre los 4.200 msnm
(Hyslop 1992: 199-205).
Víctor von Hagen identificó una apacheta en el camino de Macusani rumbo a la
selva cruzando la cordillera de Carabaya. La describe como “la primera lápida (sic)
que marcaba la división continental. A partir de ese punto todos los ríos confluían
hacia el Amazonas” (von Hagen 1977: 75).
Lautaro Núñez identificó un conjunto de apachetas en la zona altiplánica fronte-
riza entre Chile y Bolivia, en las rutas de caminos que desde el altiplano y valles alto
andinos descienden transversalmente a las zonas medias de los valles occidentales
y a la costa. Los lugares donde las registró corresponden a las alturas de los valles
de Camarones, Camiña, Tarapacá, Mamiña, Pica y Guatacondo, en el norte de Chile
(Núñez 1976: 165, 190).
Hyslop, quien registró algunas apachetas en Ecuador, Bolivia y Argentina, pro-
puso algunos planteamientos generales referidos al patrón de localización espacial
de las apachetas, basándose en sus propios reconocimientos y en los que realizaron
otros investigadores como Karen Stothert y Lautaro Núñez, y el cual consiste en que
éstas se localizaron en los bordes de los Andes desde donde las montañas descienden
ampliamente hacia el oeste y este; así también formula algunas interrogantes a absol-
ver con mayores investigaciones, específicamente excavaciones arqueológicas en las
mismas apachetas (Stothert 1967; Núñez 1976; Hyslop 1984, 1992).
El Programa Qhapaq Ñan del Instituto Nacional de Cultura registró apachetas en
el Camino Longitudinal de la Sierra, así como en diferentes vías transversales que se
desprendían de este y que se dirigían a la costa del Océano Pacífico como a la ceja de
selva.
Este programa en sus campañas de campo de los años 2003 y 2004 identificó 144
apachetas localizadas en las Macroregiones Centro, Centro Sur y Sur.26 La mayor can-
tidad de ellas se localiza en la Macroregión Sur (98), en menor número en la Macro-
región Centro Sur (33) y, finalmente muy pocas en la Macroregión Centro (13). En la
Macroregión Norte no se ha registrado ninguna hasta el momento.

25 Ver Cartas Annuas [1597 Colegio del Cusco p. 253 Doc. 8], [1614 provincia de Chinchayco-
cha fol. 258 Doc. 29], [1618 Abancay fol. 388 Doc. 33]).
26 Macrorregión Norte: Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Amazonas y San
Martín; Macrorregión Centro: Lima, Ancash, Huanuco, Pasco, Junín; Macrorregión Centro
Sur: Ica, Huancavelica, Ayacucho, Apurimac; Macrorregión Sur: Arequipa, Moquegua, Tac-
na, Puno.
420 / La red vial Inka en la R egión Puno

La primera evaluación general de esta información publicada nos permite conocer


que se registraron 17 apachetas en el Camino Longitudinal de la Sierra, específicamen-
te 7 en el camino que se dirige a la región del Chinchaysuyo y 10 en el camino hacia la
región del Collasuyo. De igual manera, se reconocieron 114 apachetas en los diferentes
caminos transversales. Algunos de estos caminos transversales en las zonas alto andi-
nas presentan apachetas que servirían para guiar la ruta a seguir (Mapa 2).

Mapa 2. Las Apachetas en la Red Vial en la cuenca del Titicaca


421 / Segisfredo López Vargas

Cabe indicar que la posición de las apachetas en el camino ha sido identificada


generalmente tanto a un costado como en medio de este. Sin embargo, también se las
ha registrado a ambos lados del mismo, pero en muy pocos casos. Un dato referido a
la ubicación de la apacheta en el camino, fue obtenida en Ayaviri donde es costumbre
que el viajero pase por el lado derecho de la misma llamado “Paña”; mientras que el
lado izquierdo es denominado “Lloq´e”. Dato que se comprobó cuando nos cruzamos
en el camino con algunos viajeros (Eduardo Arizaca Medina, comunicación personal
2003).

También se han identificado algunas apachetas localizadas en ciertos lugares que


parecieran corresponder “a las encrucijadas, puertos o juntas de los caminos”, y que han
sido registradas como un punto de confluencia de varios caminos y desde donde se
puede seguir más de una ruta. Es el caso de la apacheta localizada en el tramo deno-
minado Jayllihuaya de la ruta Ayaviri - Desaguadero, ésta se encuentra dentro de un
gran recinto rectangular y es el lugar de confluencia de cuatro caminos.

La mayoría de las apachetas registradas por el Programa fueron localizadas en


los caminos transversales de la sierra a la costa, principalmente de los departamen-
tos de Puno, Arequipa, Moquegua y Tacna. Su posición en el camino va definiendo
la ruta del mismo como marcadores de la ruta a seguir conforme se ha registrado
en el camino desde el distrito de Mañazo en Puno hacia la ciudad de Arequipa; y en
el camino entre Tambobamba (Apurimac) e Incahuasi (Parinacochas, Ayacucho),
camino que partía del Cusco pasaba por Ccorcca rumbo a Puerto Inca (Quebrada de
la Vaca) en Chala, en la costa al norte de Arequipa. Estos dos casos corroboran lo
planteado líneas arriba.

Estos datos nos llevan a proponer que la presencia de las apachetas en los caminos
del departamento de Puno y en los que parten de este hacia Arequipa, Moquegua y
Tacna se debe a la amplitud de los Andes Meridionales. Aquí las rutas de descenso a
la región costera son extensas, por lo cual era necesario la presencia de las apachetas
como marcadores del camino para guiarse y no extraviarse al recorrerlas en varias
jornadas de viaje. Núñez en el norte de Chile no sólo reconoció apachetas asociadas
sino geoglifos y pinturas rupestres.

Mostajo escribió que “...las apachetas no señalan los puntos más altos, sino los
lugares desde los cuales uno descubría un nuevo horizonte o un accidente capi-
tal de la naturaleza…” (Tomada por Hyslop 1992: 204 de Regal 1936: 19). En este
sentido, desde una apacheta registrada en el camino que cubre la ruta Mañazo -
San Juan de Tarucani se divisa el nevado Huarancante así como el volcán Ubinas
en Moquegua y desde otra apacheta en la misma ruta, el volcán Pichu Pichu en
Arequipa.

Durante el proceso de extirpación de idolatrías, las apachetas fueron reempla-


zadas por cruces erigidas en su lugar. Nueve de las apachetas registradas presentan
cruces sobre ellas o al costado y frente a una de ellas se ha erigido una cruz caminera
422 / La red vial Inka en la R egión Puno

donde se ha depositado sobre su pedestal escalonado, pequeñas piedras, flores, ser-


pentina, botellas de licor y cigarros (INC 2004: 31-32, 2005b: 32).27

El material cerámico reconocido en ellas consiste en fragmentos de filiación Qo-


llao, Inka y Colonial (fragmentos de botijas, cerámica vidriada de estilo Sipina del
siglo XVI–XVII), en los casos registrados en la Macroregión Sur; también presenta
pequeños bloques de obsidiana y cuarzo,28 restos de hojas de coca mascada, huesos de
animales, fragmentos de botellas de licor, restos de cigarrillos y flores.

El origen de estos pequeños sitios asociados a los caminos fue atribuido a los Inkas
por Santa Cruz Pachacuti (1993 [1613]: 201) y Guaman Poma (1988 [1613]: 236); sin
embargo, las investigaciones emprendidas por Núñez sobre rutas caravaneras y geo-
glifos en ellas sugieren que las apachetas pertenecerían a un tiempo anterior a los
Inkas. Dicho investigador identificó caminos, geoglifos y apachetas en varias rutas del
altiplano boliviano hacia la costa norte chilena que datarían de época tardía pre–Inka
e incluso algunos de ellos de época Inka (Núñez 1976).

Asimismo, Hyslop propone examinar si la presencia de las apachetas en los cami-


nos que se dirigían hacia aquellas regiones del Tawantinsuyo conforme éste se expan-
día y dominaba, era consecuencia de este rápido proceso de avance conquistador.

El análisis de estos sitios asociados en los caminos en la cuenca del Titicaca y valles
occidentales, por ejemplo, debería buscar explicar porqué éstas se encuentran más
en los Andes del sur y cada vez menos hacia el norte y si ésta presencia tiene alguna
relación de origen con esa larga tradición de caravaneros altiplánicos que siguen ru-
tas desde el altiplano boliviano a la sierra y costa sur peruana, norte chileno y noroes-
te argentino conformando una red de trafico interegional.

27 Díaz y Ccachura registraron también una base de tres niveles elaborada de piedra y cemen-
to localizada en el tramo Jayllihuaya, de la ruta Ayaviri - Desaguadero, en Puno. Esta tam-
bién tiene pequeñas piedras depositadas en ella (apacheta). Asimismo, Vela y Luján (2005)
identificaron varias apachetas y sobre ellas algunas cruces en el camino Huaylillas - Tacna,
localizado en las alturas de Palca. Por otro lado, Vitry registró un altar con una cruz en el
abra Varela (3300 msnm) localizada en el tramo del camino Morohuasi - Incahuasi (Salta,
Argentina), asociada a cimientos de muros (Vitry 2000: 143).
28 Los cristales de cuarzo, conforme escribe Polia, especialmente el cristal de roca, siempre
han gozado en los Andes de prestigio sagrado. Tal vez por su transparencia expresan la
idea de pureza sugerida por la penetrabilidad a la luz de una materia tan dura y compacta
como la que componen estas “piedras de luz”. En la Carta Annua Doc. 33 fol. 387v del año
1618 procedente de la misión de la provincia de Huaylas, el sacerdote Diego Álvarez de Paz
descubrió un ídolo vestido hecho de “cristal tosco” el cual era objeto de cuidado y servi-
cio por una mujer dedicada a ello (Polia 1999: 174-175, 414). En el pueblo de Cochamarca,
corregimiento de Cajatambo, el visitador de idolatrías Joseph Laureano de Mena en su re-
lación del año 1667: “Sentencia de la causa hecha contra Augustina Grimaldo, zamba del pueblo
de Cochamarca, por habersele opuesto el ser hechicera”, relató cómo descubrió un idolillo de
cristal al cual ésta mujer asistía. Este idolillo hasta poseía vestidos (Duviols 2003: 489).
423 / Segisfredo López Vargas

En estas rutas, la presencia de apachetas en las zonas cordilleranas guían las rutas
hacia la costa peruana y chilena. En el caso de la costa chilena, además de las apache-
tas, conjuntos de geoglifos localizados en las partes medias y bajas de los valles trans-
versales funcionan como marcadores espaciales y pascanas29 en los caminos y cuyo
carácter ritual y ceremonial fue planteado por Núñez (Núñez 1976, 1995).
Finalmente, este resumen acerca de la red vial y los sitios asociados en la cuenca
del Titicaca y los valles orientales y occidentales es una primera aproximación para
entender el Sistema Vial Inka en esta importante región del Collasuyo y estimular su
mayor estudio. El conocimiento de estas rutas utilizadas por los primeros pobladores
del altiplano, los valles y la costa, así como por las sociedades que siglos después se
desarrollaron en este vasto territorio han de permitirnos comprender las relaciones,
contactos e intercambios establecidos entre ellos, quizás tanto como entender sus
sistemas de asentamiento y aprovechamiento de los diferentes recursos que ofrecía
esta rica región de los Andes Meridionales.

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29 Lugar de descanso al final de cada jornada de viaje donde se detenían las caravanas de
hombres y animales a pernoctar después de largas travesías por diversos ecosistemas
(Núñez 1976: 180).
424 / La red vial Inka en la R egión Puno

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