Curación Del Cuerpo en El Análisis - Patrick Monribot
Curación Del Cuerpo en El Análisis - Patrick Monribot
Curación Del Cuerpo en El Análisis - Patrick Monribot
Se puede, hoy día, elegir el sexo. No solamente en el registro de los semblantes: podemos intervenir
directamente sobre el sexo mediante la cirugía plástica y los tratamientos hormonales. Algunos- los
transexuales y los transgénero- quieren, claramente, pasar de un sexo al otro. Otros- los intersexo-
buscan resolverlo en la ambigüedad. Sea cual sea la elección en juego, ésta revela que podemos,
hoy día, intervenir sobre el destino de la sexuación.
La elección transexual
La clínica de aquéllos que deciden cambiar de sexo sobre la base de una anatomía considerada
como fisiológica es, evidentemente, diferente de la de aquélla y aquellos que nacen con una
anatomía ambigua en relación a la cual habría que decidir. Se trata de dos situaciones totalmente
diferentes. En el caso de la transexualidad, es el sujeto el agente del cambio. En el caso de los
intersexo, hasta el momento han sido los padres o los médicos quienes deciden un sexo de
atribución dejando al sujeto, a posteriori, el saber qué hacer con eso; todo esto está en proceso de
cambio, abriendo nuevas preguntas sobre el destino sexual más allá de todo lo que se había dicho
hasta el momento.
Para ilustrar la clínica de la transexualidad en el niño, podría citar a una adolescente que tiene ahora
16 años quien, desde pequeña, dice sentirse un chico en el cuerpo de una chica, con la voluntad
absoluta de cambiar de sexo. Se ha sentido siempre un chico con un cuerpo que no parecía
pertenecerle. No soporta sus reglas y utiliza un DIU para evitarlas. No soporta sus senos; esconde su
pecho utilizando camisetas amplias. Quisiera cambiarse el nombre. Se siente invadida por sus
propias hormonas femeninas. No ha tenido jamás un momento de duda respecto de ser un chico. Por
otro lado, sólo siente deseo por las chicas, nunca por los chicos, lo que constituye, para ella, una
prueba de ser un chico. Cuando está con un chico, no siente deseo porque a éste le atraen las chicas.
Y es solamente cuando está con una chica que ella se siente realmente un chico, un chico
heterosexual. Resumiendo, como ella misma dice, “Me siento completamente un chico y no veo las
cosas como los demás me ven”.
Para la clínica intersexo, podría citar a un chico de genotipo XX que presenta una ambigüedad
genital desde su primera infancia. A partir de la pubertad se le hacen intolerables los dolores en el
vientre de cada mes. Tiene pechos que le resultan insoportables. Presiona sus senos con cinta
adhesiva para que no se le noten, en particular cuando juega al fútbol del que es un apasionado. Ha
entendido que son sus hormonas femeninas las que le provocan este tipo de fenómenos. Sus
hormonas le empujan allí donde él no quiere ir. Cuando le pregunto sobre lo que sabe al respecto,
dice: “No puedo ponerle un nombre. No sé de qué se trata pero sé que me curaré de esto… ¿Curado
de qué? De esta enfermedad… ¿Qué es esta enfermedad? No lo sé”. Agrega, sin embargo, que
quiere que los médicos lo transformen en un chico, sin estas hormonas femeninas que lo abruman.
Dice haberse enamorado de algunas chicas: frente a esto, aunque sea nombrado como XX, afirma
ser heterosexual cuando está con una chica. En resumidas cuentas, se siente un chico. Pero, al
asumir el caso de este chico XX, un ginecólogo concienzudo le ha preguntado si no quería
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conservar su útero para el caso en que quisiera, más tarde, tener un hijo. Esta pregunta lo ha
abatido; él, que quería liberarse de esta presión hormonal que lo empuja allí donde él no quiere ir.
La sexuación revisitada
La clínica de los transexuales y de los intersexo son dos campos completamente diferentes.
Definimos, por un lado, problemas de diferenciación sexual y, por otro, problemas con la identidad
de género. Sin embargo, ambas apuntan hacia las mismas preguntas que obligan a revisar por
completo los destinos de la sexuación.
Es, particularmente desde Stoller (2), que hablamos de identidad de género (Stoller, 1968) según
una lógica de clases en referencia a los ideales del sexo que funcionan como puntos de referencia
pero también como normas. Con los “Gender Studies” (Estudios sobre género) aparece un punto de
vista crítico, constructivista, que presenta los sexos como construcciones sociales y culturales más
allá de cualquier punto de vista naturalista, pero si fuéramos más allá con la crítica, podríamos ver
la determinación social como algo que procede de un sistema de causalidad que opera de la misma
manera que las determinaciones biológicas, genéticas y hormonales.
Sin embargo, lo que revela la clínica de la elección del sexo es un más allá de la identidad que no es
tenida en cuenta en tanto permanecemos fijados en la problemática de la identidad, a saber: por una
parte, la cuestión del deseo; por otra, la de la procreación y, finalmente, la cuestión de la sexualidad
y de la elección del tipo de goce.
Vemos claramente, en los dos casos presentados, que sus preguntas tocan el eje del deseo aún más
que el de la identidad. Que, tanto uno como otro, son potencialmente tocados por la pregunta de la
procreación, ya sea por su imposibilidad como por su posibilidad mantenida. Es también alrededor
de la cuestión sexual –del deseo y de la elección sexual, más allá de toda problemática de la
identidad– que los proyectos médicos de los tratamientos en juego han basculado.
Un cambio de paradigma
Se ha aplicado, desde los años 50, y siguiendo los avances de la endocrinología y de la cirugía
plástica, el llamado paradigma de Johns Hopkins, producto de la convergencia entre el
endocrinólogo John Money y el psicoanalista Stoller. Se pensaba que la única solución en caso de
intersexualidad era la atribución de un sexo claro lo antes posible, eligiendo, del lado de los
médicos, aquél que fuera el más estable posible, en particular al momento de la pubertad, con la
idea de que un niño, para constituirse, debía poder apoyarse sobre una clara diferenciación sexual.
A fuerza de afirmar esto fue barrada la ambigüedad. Se podría decir que los niños intersexo sufren,
de entrada, una falta de ambigüedad. El sexo es aquello que más provee de significación. Si es
puesto en cuestión, se impone su significación. Y es una significación sexual unívoca la que se
impone, en caso de desarmonía entre el sexo cromosómico y el fenotípico, sobre la ambigüedad que
está presente y con la cual el sujeto puede jugar en tanto no haya un tope biológico apremiante.
Sea cual fuere, no existe un marcador claro de la diferencia sexual. Ni el sexo cromosómico ni el
sexo genético ni el sexo endocrinológico ni el sexo cerebral ni el sexo morfológico ni el género
permiten resolver la cuestión de la diferencia de los sexos.
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Las prácticas contemporáneas alrededor de la intersexualidad y de la transexualidad demuestran la
elección del sexo como algo que se sitúa en un más allá de la identificación. Obligan a ir más allá
de una lógica de clases para ordenar la pregunta de la diferencia de los sexos, de su falta de igualdad
o de su lucha por la paridad, para acercarse a una lógica de la subjetivación que pone el juego la
elección del tipo de goce.
Se podría, en efecto, distinguir una sexuación imaginaria que tiene que ver, efectivamente, con la
identidad, una sexuación simbólica con la nominación y la filiación, y una sexuación real que toca
la elección del goce, entre un goce fálico y un goce otro (3), entre un goce transparente, marcado
por el significante, y un goce opaco, para retomar la expresión de Jacques-Alain Miller.
Tiresias pudo experimentar el goce de los dos sexos, pudiendo decir que el goce de la mujer es otro
y va más allá de aquél del hombre. Él pagará con la vista, aún cuando Zeus lo transformará a
continuación en adivino. Como lo demuestra Nicole Loraux, todo parte de la fascinación de Grecia
por el otro femenino (4), donde la identidad del hombre ya no se opone a la de la mujer: por el
contrario, obtiene algo de ella. Y el guerrero es más viril cuando abriga en él la feminidad: el héroe
más valiente, como Aquiles, es aquel que siente miedo y ha llorado.
Como en el caso del héroe griego, el amor también implica el deseo masculino del lado de una
feminización y, quizás, en contrapunto, el deseo femenino sobre la vía de una falicización. Entre
masculino y femenino, la partición no es simple. Y el amor lo complica aún más. El amor se
conjuga con la no-relación sexual. En el amor, como dice Lacan, se conjugan el deseo y el goce (5),
Y no hay sino el amor del lado de lo ideal –es decir, del objeto amado puesto en el lugar del ideal
del Yo– pero hay también el amor que conduce a las fronteras de lo Real que es de un orden
totalmente distinto y que se ubica en otro estado. Y aún hay las dos vertientes del amor entre amar
“amar” o bien amar “ser amado”. El hecho de amar marca al sujeto con el signo (–). El hecho de
ser amado lo marca con el signo (+) (6).
Se ve bien que estamos lejos de la lógica del acomodamiento de las identidades sexuales, en la
complementariedad que podría hacer suponer la partición de la diferencia de los sexos según una
visión del tipo de la de Aristófanes en El Banquete de Platón.
Tanto de uno como de otro lado, nos apoyamos en lo que Freud llamaba “el rechazo de la
feminidad” (Ablehnung des Weiblichkeit) (7). Esta formulación resulta enigmática. Se trata de
extraer de ésta el fundamento lógico sin el cual no podemos intervenir en el campo de la sexuación.
El rechazo de la feminidad es algo que se produce del lado de ambos sexos. Del lado de la mujer, a
través de la envidia del pene; del lado del hombre, a través del rechazo de la pasividad. Es,
paradójicamente, el rechazo de la feminidad lo que crea la igualdad entre los sexos. Está presente
tanto en los hombres como en las mujeres. Está presente y oculto en la clínica de la intersexualidad
y de la transexualidad. Lo femenino es lo íntimo excluido, lo que Lacan designa como éxtimo, esa
parte de uno desconocida en uno, como el origen. Esto desconocido es también una cierta
ignorancia que señala al inconsciente: el inconsciente como ignorando la contradicción, la negación,
el tiempo y el espacio. El inconsciente ¿ignora la diferencia sexual? He aquí donde se aloja la
complejidad de la clínica de aquéllos que se lanzan al hecho de intervenir sobre la diferencia sexual.
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Del destino anatómico a la elección
Hemos pasado del destino anatómico (8) a la elección. En relación a esto podríamos preguntarnos si
no hemos pasado de la tiranía de la anatomía, que imponíamos como un destino, a la tiranía de la
elección. Para los intersexo, hemos pasado del paradigma Johns Hopkins, donde los médicos
decidían el sexo al momento del nacimiento mediante los tratamientos quirúrgicos y hormonales
que imponían, a la idea de dejar al sujeto elegir, cuando esté en condiciones de hacerlo, sin hacer
ninguna otra intervención que resulte irreversible.
Para los sujetos sin ambigüedad genital pero dudosos en relación a qué dirección darle a su
sexuación, algunos clínicos en Holanda o en los Estados Unidos (Boston), practican la llamada
“puberty freezing” (congelamiento de la pubertad), bloqueando la pubertad mediante hormonas a
fin de que los caracteres sexuales secundarios no se desarrollen para, de esta manera, no tener que
suprimirlos ulteriormente. Como escribe el Dr. Spack de Boston (9), ya no es necesario que el niño
sea prisionero de su cuerpo. Hay que ajustar la apariencia del cuerpo a la posición del sujeto. El
cuerpo es plástico, maleable. ¿Es ésta una razón para que se transforme, a su vez, en rehén del
sujeto? Hemos pasado de la anatomía como destino a la idea de que cualquiera puede hacer lo que
desee con sus atributos sexuales, con la tendencia, hoy en día, de poder evitar que los atributos
sexuales aparezcan para no llevar al sujeto a pensar demasiado y a realizarse una cirugía para
corregir el cuerpo rechazado en el cual se halla inmerso.
Estamos, en efecto, en un sistema de 360º, tal el nombre de una asociación de Ginebra que reagrupa
a gays, lesbianas, travestis, transexuales, transgénero, intersexo y heterosexuales sin exclusión
alguna. Todo ha de ser posible sin el tope de lo imposible. Por ejemplo, la militancia de los
transgénero (que deben ser distinguidos de los transexuales) reivindica la posibilidad de poder
procrear según su sexo inicial más allá del cambio de sexo, en tanto se les impone a los transexuales
la condición de ser estériles.
Según el mito de Pandora, que marca el pasaje de lo autóctono (el hecho de nacer de la tierra, o de
donde venga uno) a la reproducción sexual, la aparición de la diferencia de los sexos en la
reproducción (a través del acoplamiento de Deucalión y Pirra), introduce también el hecho de ser
mortal (10). ¿Es, quizás la muerte, como algo secundario a la diferencia sexual, lo que está en juego
en las prácticas que quieren intervenir sobre la realidad de esta diferencia? Intervenir sobre la
diferencia de los sexos, anularla incluso, para sustraerse a la muerte. Permitir la reproducción en la
clínica transgénero es también perpetuar la parte inmortal en el viviente mortal, lo que está en el
corazón del acto de la procreación (11).
¿Podemos elegir el sexo? Este proyecto nos retrotrae a la cuestión de saber qué es la diferencia
sexual. Para Freud, recordémoslo, no hay sino una libido, la masculina. Tal como escribe en Tres
ensayos de teoría sexual: “La libido es, de manera habitual y conforme a las leyes, de naturaleza
masculina, tanto si se manifiesta en el hombre como en la mujer” (12). Precisará, más tarde, que la
verdadera fórmula es la siguiente: “No hay sino una libido que está puesta al servicio de la función
sexual tanto masculina como femenina” (13). Freud sostiene, entonces, un monismo libidinal que,
en sí mismo, implica una asimetría entre lo masculino y lo femenino, como dos modos de
ramificación de la libido. Más que oponer lo masculino a lo femenino, Lacan ha distinguido el goce
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fálico de lo que ha llamado como un goce Otro, un goce suplementario, que ya hemos mencionado,
y que constituye el enigma de lo femenino, enigma que permanece en el corazón de la clínica de la
sexualidad, de la no-relación sexual (14).
¿En qué reside la diferencia de los sexos? Como ya hemos visto, no existe un marcador claro de
esta diferencia, contrariamente a lo que esperaban aquéllos que quieren resolver la cuestión de la
elección del sexo. La diferencia no es un estado objetivable: se trata, más bien, de un operador que
hace que cada uno pueda situarse de una manera mixta (dual) en relación a una diferencia sexual, en
relación a una diferencia que no es localizable.
¿Elegir el sexo? Para poder elegir es necesario que haya una diferencia sobre la cual poder situarse.
La diferencia es neta, no así la elección del sujeto que puede ser incierta, ambigua; es contra lo cual
resisten finalmente los avances contemporáneos de intervención sobre el sexo.
Recordemos, a propósito de esto, lo que Freud decía en Tres ensayos de teoría sexual: “en el ser
humano no encontramos ni masculinidad pura ni feminidad pura, ni en el sentido psicológico ni en
el sentido biológico” (15). En tanto la pregunta sobre qué es la diferencia de los sexos permanece
sin respuesta, cada sujeto viene a situarse, a su manera siempre singular y finalmente imprevisible,
más o menos cerca del lado hombre o del lado mujer de los seres hablantes, como lo ha elaborado
Lacan en las fórmulas de la sexuación. La sexuación es algo distinto de la conformación de una
identidad sexual.
En relación a la diferencia de los sexos, cada cual con su bricolaje, con su solución más allá de los
ideales del sexo de atribución, más allá del sexo biológico, más allá de las certezas asignadas y
también más allá de las incertidumbres prescritas que pueden llevar, finalmente, a una alienación
paradójica de la libertad. Sea lo que sea, se trata de ir más allá de aquello que nos determina,
preservando un sitio para lo inesperado. Incluso en el genoma hay lugar para lo singular, para
aquello que permite no alienarse siquiera a la libertad.
Referencias bibliográficas:
(1) Este capítulo es nuevo y reemplaza al precedente: la evolución de los debates sobre la
intersexualidad ha impuesto, en efecto, esta completa reescritura.
(2) Robert Stoller, Investigaciones sobre la identidad sexual, París, Gallimard, 1968
(3) Ver la cuestión del goce Otro más allá de una lógica regida por el falo: Jacques Lacan,
Una carta de amor, El Seminario, Libro XX, París, Seuil, 1975, pp.73-82.
(4) Nicole Loraux, Las experiencias de Tiresias. Lo femenino y el hombre griego. París,
Gallimard, NRF 1989.
(5) “Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”. Jacques Lacan, La angustia. El
Seminario, Libro X, 1962-63, París, Seuil, 2004, p.209.
(6) Jacques-Alain Miller, “Los laberintos del amor”, La Carta mensual, nº 109, mayo de
1992, pp. 18-22.
(7) Sigmund Freud, “Análisis terminable e interminable” (1937), en Resultados, Ideas,
Problemas, II, París, PUF, 1985, pp. 231-268.
(8) A destacar la palabra que Freud toma prestada de Napoleón para transponerla a
propósito del devenir sexual: “La anatomía es el destino” (1923ª: 121).
5
(9) B.W.D. Reed, P.T. Cohen-Kettenis, T. Reda, N. Spack, “Cuidados médicos para
jóvenes con cambio de género: lidiando con problemas prácticos”, Sexologías
(2008) 17, pp.258-264; Ellen Perrin, Nicolas Smith, Catherine Davis, Normal Spack,
Martin D. Stein, “Cambio de género y disforia de género en dos muchachos
jóvenes”, J. Dev. Pediatr., vol 31, nº2, 2010, pp. 161-164.
(10) Nicole Loraux, Nacida de la tierra, La Librería del siglo XX, París, Seuil, 1996.
(11) Ver las declaraciones de Diótima referidas por Sócrates en El Banquete de Platón:
“He aquí en qué reside la inmortalidad en el ser viviente: en el embarazo y la
procreación”. Platón, El Banquete, traducción de Luc Brisson, París, Garnier-
Flammarion, 2000, p.149.
(12) Sigmund Freud, Tres ensayos de teoría sexual, (1905), París, Gallimard, NRF, 1987,
p. 161.
(13) Sigmund Freud, La feminidad, XXXIIIª Conferencia, Nuevas conferencias de
introducción al psicoanálisis (1933), Gallimard, París, NRF, 1987, p. 161.
(14) Ver Lacan a propósito de la no-relación sexual y sobre el hecho de que la sexualidad
“haga un agujero en lo Real”, nadie se ha salido con éxito: Jacques Lacan, Prefacio
a El despertar de la primavera (1974), en Otros escritos, París, Seuil, 2001, p. 562.
(15) Freud, Tres ensayos de teoría sexual, op. cit., p. 162.