Introduccion A La Filosofia Mariano Artigas PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 101

PRIMERA PARTE

NATURALEZA DE LA FILOSOFIA
CAPÍTULO I

QUE ES LA FILOSOFIA

l. SIGNIFICADO DEL TÉRMINO FILOSOFÍA

El nombre filosofía significa, en griego, amor a la sabiduría. Una antigua tradición


cuenta que los primeros pensadores griegos se llamaron sabios, y que Pitágoras
por modestia, sólo quiso llamarse amante de la sabiduría o filósofo: de ahí vendría
el uso del término filosofía.

Cicerón atribuye esa tradición a un discípulo de Platón, llamado Heráclides el


Póntico.

Santo Tomás de Aquino la recoge y concluye: desde entonces, el nombre de sabio


se cambió por el de filósofo, y el nombre de sabiduría por el de filosofía. Y el
nombre es significativo en este contexto. En efecto, ama a la sabiduría quien la
busca por sí misma y no por otro motivo; pues quien busca algo por otro motivo,
ama a ese motivo más que a lo que busca. Queda así indicado que es propio de la
filosofía ser un saber que se busca de modo último, por sí mismo y no en función
de otros saberes.

El hombre tiene un afán de saber que le lleva a preguntarse por las causas de
cuanto sucede. Busca respuestas a los interrogantes que se le plantean, y
frecuentemente las respuestas plantean nuevos interrogantes. Esa búsqueda del
saber está motivada por afanes teóricos (saber por saber, para satisfacer las
exigencias intelectuales) y por razones prácticas (saber para actuar bien
moralmente, o con eficacia técnica).

El afán teórico es búsqueda de la verdad, hacia la cual está naturalmente


orientado el hombre por su inteligencia. La búsqueda de explicaciones es, por
tanto, connatural al hombre. Y tiene importantes repercusiones prácticas; por
ejemplo, el hombre busca y necesita encontrar un sentido a su propia vida, y para
ello necesita encontrar explicación a muchos interrogantes acerca de cuanto
existe a su alrededor.

Por filosofía se entiende la búsqueda de un saber profundo acerca de la realidad,


o sea, de un saber que va más allá del conocimiento espontáneo, de las artes, de
las ciencias particulares y de las técnicas.

2. FILOSOFIA Y CONOCIMENTO ORDINARIO

Efectivamente, un cierto conocimiento de la realidad, incluso de las verdades


últimas objeto de la filosofía existencia de Dios, inmortalidad del alma, principios
de la ley natural, etc., puede alcanzarlo la inteligencia humana de modo natural,
sin necesidad de un estudio científico, siempre que la razón se use rectamente.
Cualquier hombre que no haya violentado su inteligencia por malas disposiciones
la soberbia, por ejemplo o por malos hábitos morales, es capaz de afirmar la
existencia real de los seres que le rodean, de conocer la necesidad de un Hacedor
de los seres de la naturaleza, de saber que habrá un más allá, etc., sin que haya
tenido que estudiar filosofía.
La filosofía, sin renegar de ese conocimiento espontáneo al contrario, de acuerdo
y en continuidad con él, estudia esas realidades de un modo científico,
considerando su naturaleza y sus fundamentos: puede, por ejemplo, aducir
argumentos para demostrar la existencia de Dios o del alma, algunos de ellos ya
afirmados por el conocimiento espontáneo. Es decir, la filosofía, fundándose en
ese conocimiento espontáneo, lo desarrolla (precisando, distinguiendo,
explicitando, eliminando falsos elementos de la cultura ambiental, etcétera), y no
debe contradecirlo, ya que el razonar científico se realiza con las mismas
facultades cognoscitivas y parte de las mismas evidencias primeras que tiene
cualquier hombre. Pretender que la filosofía sea un empezar de nuevo, como si no
existiera ningún conocimiento válido anterior, no es legítimo, e históricamente ha
dado resultados amargos, alejados de un auténtico conocimiento de la verdad, de
la realidad del mundo y del hombre. El recto conocimiento espontáneo que no es
lo mismo que el consentimiento general de grupos concretos de personas, que
puede estar imbuido de prejuicios es necesario para hacer filosofía: apartarse de
él es apartarse del recto conocimiento de la realidad.

Descartes afirmó que, para proceder con rigor, el filósofo debe poner en duda todo
conocimiento y empezar desde cero, demostrando todo desde el principio con una
certeza semejante a la de las demostraciones matemáticas. Este planteamiento
tiene cierto atractivo, y ha influido considerablemente hasta nuestros días. Pero,
además de imposible, es ilógico. Ciertamente, el filósofo ha de examinar a fondo
las razones de todo, pero para hacerlo ha de utilizar los recursos del conocimiento
ordinario y admitir básicamente su valor: si no lo hace, no podrá razonar, e
inevitablemente acabará en posturas contradictorias o escépticas.

3. CIENCIAS ESPECULATIVAS: CIENCIAS PRÁCTICAS Y ARTES

Por otra parte, la filosofía va más allá de las artes. El arte surge cuando, a partir de
cierta cantidad de experiencias, se llega a obtener un juicio universal que puede
aplicarse a todos los casos semejantes. La filosofía busca explicaciones basadas
en el conocimiento de las causas: por esto, ha de afirmarse que es una ciencia, y
que se ocupa de un orden de conocimientos que es superior al que proporcionan
las artes.

Santo Tomás define el arte como la racionalidad de las acciones mediante las
cuales se fabrican objetos artefactos. Es un conocimiento que tiene cierta
universalidad, y que, en ese sentido, está por encima de la simple experiencia
surgida de la práctica de los casos concretos: por el arte, se sabe el porqué,
mientras que la experiencia es una práctica muy valiosa y deseable que ignora las
causas de lo que sucede. Por encima del arte está la ciencia, que es el
conocimiento por sus causas de algo que no es inmediatamente evidente: supone,
pues, un razonamiento por el que se pasa de unos conocimientos a otros
mediante el uso de la lógica.

Pero la filosofía, siendo una ciencia, se distingue de las llamadas ciencias


particulares: éstas se limitan a la búsqueda de causas próximas, mientras que la
filosofía es la explicación por las causas más elevadas o causas últimas (o sea,
las causas que se bastan a sí mismas, en cuanto que no hay otras más profundas
a las que recurrir). Por ejemplo, las ciencias físico-químicas intentan explicar cómo
se transforman unas substancias materiales en otras, mientras que la filosofía se
pregunta por las propiedades esenciales de la materia y por su origen, llegando
así hasta la creación de la materia por parte de Dios.

Se distinguen ciencias teóricas y prácticas. Las teóricas se dirigen sin más al


conocimiento de la verdad. Las prácticas requieren conocimientos, pero se
ordenan a su aplicación para realizar obras concretas.

Hay que añadir que los conocimientos filosóficos se alcanzan mediante las
posibilidades naturales de la razón, por lo cual la filosofía se distingue del
conocimiento superior de la fe sobrenatural mediante la cual (con la gracia de
Dios) se alcanzan las verdades contenidas en la revelación divina, y se distingue
también de la teología sobrenatural, que estudia científicamente esas verdades
reveladas.
Sintetizando las consideraciones anteriores, consideremos, por ejemplo, los
niveles de conocimiento respecto a la construcción de edificios. Un albañil tiene
experiencia en la ejecución de obras concretas. Un maestro de obras puede
dominar el arte de la construcción, sabiendo por qué se han de hacer las cosas de
un modo más que de otro. Un arquitecto ha aprendido la ciencia práctica de
construir, que se fundamenta en diversos principios que son estudiados de modo
teórico por el ingeniero, el físico, o el matemático en diversos niveles: éstos
cultivan una ciencia teórica (con respecto a la construcción).

Estos niveles se exigen mutuamente y son complementarios: por ejemplo, con la


sola experiencia se encuentran muchas limitaciones que se superan mediante el
arte y la ciencia, pero, por otra parte, un saber universal es poco eficiente si no se
cuenta con la experiencia de lo concreto. Además, hay evidentes conexiones
objetivas entre los distintos niveles: el progreso de las ciencias depende en buena
parte de las experiencias con que se cuente, por ejemplo, y las ciencias teóricas
progresan también movidas por las exigencias planteadas por las ciencias
prácticas (puede pensarse en la estrecha conexión entre la física moderna y la
tecnología, entre otros casos).

4. DESCRIPCION DE LA FILOSOFÍA

De modo general, puede caracterizarse la filosofía mediante la siguiente


definición: La filosofía es el conocimiento de todas las cosas por sus causas
últimas, adquirido mediante la razón. Esta definición expresa cuál es el objeto
material de la filosofía, o sea, qué realidades estudia: la filosofía estudia todas las
cosas. Todos los aspectos de la realidad pueden ser objeto de estudio filosófico,
ya que de todos ellos pueden buscarse las explicaciones últimas o más radicales.
En cambio, las ciencias particulares se centran en el estudio de algún aspecto
concreto de la realidad, dejando fuera de su consideración los demás.

Por este motivo, existen una filosofía del arte, filosofía de la ciencia, etc., ya que
cualquier tipo de entes o de actividades puede ser objeto de estudio filosófico.
El objeto formal de la filosofía, o sea, el aspecto bajo el cual estudia su objeto
material, es el estudio de la realidad por sus causas últimas, es decir, buscando
las explicaciones más profundas acerca de la existencia y la naturaleza de los
entes. Este enfoque es lo característico de la filosofía: por él se distingue de otros
tipos de saber, que se limitan a la búsqueda de explicaciones y causas dentro de
ámbitos más restringidos.

Se añade en la definición anterior que el conocimiento filosófico es adquirido


mediante la tazón para señalar que la filosofía pertenece al ámbito natural: busca
las explicaciones últimas que pueden alcanzarse aplicando el razonamientos a los
datos proporcionados por la experiencia (analizando los, estudiando sus
implicaciones y su razón de ser).

Como las explicaciones últimas de la realidad se centran en Dios y se refieren


muchas veces a aspectos puramente inteligibles, la filosofía tiene carácter
metafísico, o sea, es un saber que conduce a explicaciones fundamentadas en
causas que se encuentran más allá de la realidad sensible.

La definición propuesta corresponde estrictamente a la metafísica, que es la parte


central de la filosofía. Respecto a otras partes de la filosofía (tales como la filosofía
de la naturaleza, la lógica y la ética), la definición se aplica en la medida en que se
encuentran relacionadas con la metafísica.

Por ejemplo, la ética estudia la moralidad de los actos humanos, y en su propio


orden no está subordinada a ninguna otra ciencia; pero ha de recoger de la
metafísica nociones básicas sin las cuales no podría plantear correctamente sus
problemas (p. ej., la noción de bien y de mal, la libertad humana, la existencia de
Dios). Algo análogo sucede con las demás ramas de la filosofía.

5. FILOSOFIA Y VISION DEL MUNDO

La filosofía es un saber connatural al hombre. Cada persona tiene su concepción


de Dios, del hombre y del mundo: tiene su filosofía, más o menos coherente,
profunda y verdadera. Las teorías científicas, políticas, etc., tienen también bases
filosóficas. Las diversas culturas e ideologías suponen y transmiten ideas
filosóficas. En definitiva, en los distintos niveles señalados, el dilema real no es
tener o no una filosofía sino tener unas ideas filosóficas suficientemente profundas
y ordenadas o, por el contrario, aceptar con los riesgos de error que esto implica
unas ideas filosóficas sobre las que no se ha reflexionado seriamente.

Esto se refleja en la vida diaria cuando se habla de la filosofía que orienta la


actividad de una empresa, un sindicato, un partido político, etc. En último término,
cualquier actividad con fines y medios programados supone una cierta filosofía, y
quien no reflexiona sobre este tema puede recibir inconscientemente influencias
que no desearía o estar contribuyendo a su difusión.

Por tanto el estudio ordenado de la filosofía es muy conveniente para alcanzar una
visión correcta y bien fundamentada de la realidad, y sirve como defensa frente a
las ideologías de los ambientes culturales que deforman los conocimientos del
saber espontáneo, al mismo tiempo que permite discernir los aciertos y errores de
las ideas predominantes en los diversos ámbitos científicos, culturales y sociales.

El estudio de la filosofía requiere sin duda esfuerzo, y tiene dificultades. Como en


cualquier otro estudio especializado, sólo se adquiere una adecuada perspectiva
cuando se ha llegado a un cierto nivel de conocimientos; y además es necesario
familiarizarse con la terminología específica que suele utilizarse en filosofía.

La oscuridad que se achaca a muchos escritos filosóficos se debe, en ocasiones,


a los dos factores mencionados (sin excluir que pueda atribuirse a un defecto del
escritor). Existe a veces la falsa convicción de que los problemas filosóficos deben
ser asequibles a todos sin ningún esfuerzo.

Pero su estudio profundo requiere al menos un esfuerzo análogo al exigido por


otros conocimientos especializados.
Por otra parte, al tratar acerca de las explicaciones más profundas de la realidad,
la comprensión de la filosofía no raramente requiere un esfuerzo mayor que otras
disciplinas.

La dificultad aumenta cuando se tratan cuestiones para las que no basta la


experiencia o los conocimientos ordinarios: por ejemplo, la filosofía de la ciencia o
la psicología filosófica exigen frecuentemente una reflexión que versa sobre
conocimientos proporcionados por otras ciencias, cuyo dominio es entonces
indispensable.
CAPÍTULO II

LA FILOSOFIA COMO SABIDURIA

I. LA SABIDURÍA EN LA VIDA HUMANA

El afán de saber es algo natural en el hombre, y su felicidad está íntimamente


relacionada con la sabiduría: ésta le capacita para descubrir el sentido de su vida
y actuar correctamente, mientras que la ignorancia es fuente de desequilibrios y
de errores en la conducta que impiden conseguir la felicidad.

Puede alcanzarse la verdadera sabiduría sin el estudio de la filosofía: la metafísica


espontánea del conocimiento ordinario basta para el conocimiento de las verdades
principales que permiten orientar adecuadamente la vida humana. Sin embargo,
se requiere un estudio sistemático de esas verdades para alcanzar la sabiduría en
toda su extensión y profundidad.

Suele llamarse sabio a quien posee un saber cierto y fundamentado acerca de las
verdades más profundas y, por ello, es capaz de dirigir y persuadir a los demás.
De modo general, la sabiduría es el conocimiento cierto de las causas más
profundas de todo.

Comentando las ideas de Aristóteles sobre esta cuestión, Santo Tomás dice: entre
las artes, llamamos sabidurías a las más ciertas que conociendo las causas
primeras en un género de artes dirigen a las otras del mismo género, como la
arquitectura dirige a los trabajadores manuales... así también estimamos que
algunos son sabios del todo, o sea, no respecto a algún tipo de entes sino
respecto a todos... así como el sabio en algún arte tiene en él la máxima certeza,
la sabiduría general (simpliciter) es la más cierta entre todas las ciencias, ya que
alcanza los primeros principios de los entes.

Por eso, la sabiduría tiene como función propia ordenar y juzgar todos los
conocimientos, ya que un juicio perfecto acerca de algo sólo se consigue mediante
la consideración de las causas últimas.

Aunque el nombre de sabio suele aplicarse a quien destaca en alguna


especialidad concreta, propiamente se aplica a quien posee un conocimiento
cierto de las causas más generales de todo: puede suceder que personas
corrientes sean realmente más sabias (en sentido estricto) que un científico que
aborda con erudición pero superficialmente cuestiones que caen fuera del ámbito
de su especialidad.

2. TIPOS DE SABIDURÍA

En el plano natural, la sabiduría más perfecta se alcanza mediante la metafísica,


ya que ésta considera las causas más profundas de la realidad en la medida en
que pueden conocerse por la razón natural (por lo que se refiere a toda la
creación, Dios; y en un ámbito más restringido, el alma humana que es espiritual.
La metafísica proporciona las bases para el correcto planteamiento de las ciencias
particulares y para interpretar sus resultados, y es el fundamento de la ética
natural. Aunque la metafísica no abarca en detalle todas las ciencias, juzga el
valor y el sentido últimos de esos conocimientos particulares, y así hace posible la
ordenación de los conocimientos y de las acciones hacia su verdadero fin.

Los conocimientos particulares suponen siempre unos fundamentos filosóficos,


que la metafísica estudia sistemáticamente. Con ello no se afirma, por ejemplo,
que los científicos tengan que esperar el juicio de los filósofos sobre temas de su
competencia, pero se advierte que cuando quieran hacer explícita la metafísica
contenida en sus presupuestos o resultados, deberán plantear la cuestión con
todo rigor metafísico.

De modo general, la sabiduría considera todas las cosas a la luz de sus causas
últimas (y, sobre todo, las considera en relación a Dios, que es principio y fin de
todas las criaturas): permite juzgar y ordenar convenientemente todas las cosas y
acciones respecto a su último fin (que es Dios). Si se consideran las causas
últimas de modo relativo a los diversos ámbitos de la realidad, puede hablarse de
sabiduría respecto a cada uno de esos ámbitos particulares: por ejemplo, respecto
a las ciencias particulares (que estudian ámbitos concretos de la realidad), a la
filosofía moral (que considera las acciones voluntarias), o a las artes (que versan
acerca del orden que el hombre pone en las cosas que produce, llamadas
artificiales). También suele aplicarse el nombre de sabiduría a la prudencia, que es
la aplicación de la moral a los casos concretos.

3. SABIDURIA Y CIENCIA

La sabiduría es también ciencia, puesto que la ciencia Es el conocimiento de


verdades a las que se llega por demostración a partir de unos principios: la
sabiduría filosófica añade a la ciencia la característica de versar sobre las causas
últimas (metafísica) o de proceder a partir de ellas.

En este sentido, la sabiduría filosófica se distingue de la propia de las ciencias


particulares por la máxima amplitud de su objetor por las causas a la Luz de las
cuales ve la realidad, y, por tanto, también en razón del método.
La metafísica es a la vez ciencia y sabiduría no hay oposición entre ambos
aspectos, ya que precisamente es sabiduría por ser ciencia que considera las
causas últimas en el orden natural.

Santo Tomás dice que aquella ciencia que se llama sabiduría es la que versa
sobre las causas primeras y los primeros principios afirmando también que la
sabiduría no es una ciencia cualquiera, sino la ciencia de las realidades más
nobles y divinas, siendo por tanto la cabeza de todas las ciencias. En definitiva, la
sabiduría es ciencia en cuanto que tiene lo que es común a todas las ciencias, que
es demostrar las conclusiones a partir de unos principios. Pero tiene algo propio
que está por encima de las otras ciencias, ya que juzga acerca de todas las cosas,
y no sólo en cuanto a las conclusiones, sino también en cuanto a los principios
primeros. Y por eso es una virtud (intelectual) más perfecta que la ciencia.

4. SABIDURIA E IGNORANCIA

Así como la sabiduría tiene gran importancia para ordenar la vida humana a su fin,
la ignorancia es causa de diversos obstáculos que impiden esa correcta
ordenación. Por eso la ignorancia ocasiona serios perjuicios a quien la padece. La
sabiduría no basta para hacer al hombre bueno moralmente, pero facilita
notablemente conseguir la rectitud moral y, con ella, la felicidad.

Se atribuye a Sócrates la identificación entre la virtud y el saber, y a la Ilustración


haber recogido esa identificación, concluyendo que la ciencia bastaría para hacer
bueno al hombre. Pero el conocimiento y la virtud moral se influyen mutuamente,
ya que la rectitud moral exige la prudencia, pero ésta exige la virtud. El
conocimiento no basta para hacer al hombre bueno y feliz; pero la ignorancia
sobre el bien dificulta la vida moral y la felicidad.

El estudio de las ciencias particulares no suele interferir con las disposiciones


morales que tenga el sujeto, al menos mientras se trata de cuestiones poco
relacionadas con un compromiso personal (tales como las demostraciones
matemáticas o de la física matemática, o muchos aspectos de la sociología o la
historia). Pero cuando se estudian problemas que tienen repercusiones sobre la
actitud ante la vida, la objetividad en la ciencia dependerá también de las
disposiciones subjetivas: puede darse, por tanto, una ignorancia revestida de
ropaje científico, que lleva a defender lo que coincide con las preferencias
personales más allá de lo permitido por las razones objetivas. Esa ignorancia
pseudocientífica es un obstáculo serio para llegar a una visión objetiva de la
realidad y, por tanto, a la verdadera sabiduría teórica y moral.

Por ejemplo, quien acepta las leyes históricas defendidas por el marxismo, se ve
inclinado a interpretar muchos hechos históricos en función de la lucha de clases y
de los intereses económicos, aunque no haya datos para hacerlo o los datos sean
contrarios a esa interpretación. Algo semejante sucede al materialista al estudiar la
psicología: tenderá a ver la conducta humana de modo determinista, de un modo
arbitrario y anticientífico. Es fácil advertir que, en estos casos y otros análogos, la
verdadera sabiduría facilita una actitud libre y objetiva, ayudando a descubrir los
errores de los reduccionismos pseudocientíficos.

Cuando se trata directamente de la sabiduría, el hombre se encuentra con


verdades que comprometen profundamente su existencia; por eso, la ignorancia y
el error en estas materias tienen estrecha relación con la rectitud moral del sujeto.
El conocimiento acerca de las verdades más profundas exige una voluntad recta
que busque sinceramente el bien sin dejarse arrastrar por las preferencias
arbitrarias. Por eso, el ejercicio de la libertad humana desempeña una función
importante en el progreso del conocimiento sapiencial, que se refiere a las causas
últimas y juzga y ordena los demás conocimientos.

Advierte Santo Tomás que la doctrina, para que tenga eficacia en alguien, es
necesario que encuentre un alma que, por las buenas costumbres, esté preparada
a alegrarse con el bien y a odiar el mal; como es necesario que la tierra esté bien
cultivada para que la semilla dé fruto... el que vive según las pasiones no oye con
buena disposición la palabra de quien le amonesta. Evidentemente, como en estos
temas la libertad desempeña un papel central, las disposiciones del sujeto no son
necesariamente las mismas siempre ni en cualquier sentido, y siempre cabe el
cambio. Pero es claro que lo determinante en cuestiones que caen dentro de lo
que hemos llamado sabiduría, no son sólo los argumentos teóricos, por sólidos
que puedan ser.
CAPÍTULO III

LA FILOSOFIA COMO CIENCIA

l. EL CARÁCTER CIENTIFICO DE LA FILOSOFIA

La filosofía es ciencia, y lo es de un modo eminente o sea, más elevado que otras


ciencias, como se ve examinando los dos sentidos principales del término ciencia:

- en cuanto la ciencia es un conocimiento cierto por medio de las causas, la


filosofía lo es, y además, al ocuparse de las causas más profundas de la realidad,
es la ciencia primera y más eminente de todas, ya que las demás estudian
solamente las causas próximas o más inmediatas;

- en cuanto la ciencia es un conocimiento en el que se llega a conclusiones por


demostración a partir de unos principios, la filosofía procede así; hay que señalar,
sin embargo, que la filosofía estudia también los principios primeros o más básicos
de todo el conocimiento, cosa que no hacen las otras ciencias: por ello, la filosofía
es ciencia, pero no es simplemente una más entre las ciencias particulares, sino
que es superior a todas ellas.
La diversidad de opiniones en la filosofía parece un obstáculo para admitir su
carácter científico. De hecho, algunos filósofos han pretendido construir un
sistema que acabara con esa pluralidad y lograra un asentimiento general en
virtud de su método.

Así, Descartes tomó como modelo de la filosofía la claridad y rigor de las


matemáticas, y pretendió deducir todos los conocimientos a partir de evidencias
indudables. Kant tomó como modelo su peculiar interpretación de la física de
Newton, cuyo rigor le parecía una conquista definitiva, y concluyó que la
universalidad del conocimiento proviene del empleo necesario de unas mismas
categorías de pensamiento comunes a todos los hombres. Otros intentos más
recientes son el de Husserl, cuyo método fenomenológico ha influido mucho en la
filosofía del siglo XX, y el de los neo-positivistas del Círculo de Viena, que
redujeron toda la filosofía al análisis lógico del lenguaje.

Pero estos planteamientos consiguen una claridad ficticia, reduciendo


arbitrariamente las cuestiones filosóficas a algún aspecto parcial.

El verdadero rigor sólo puede conseguirse razonando correctamente a partir de la


experiencia, y evitando reduccionismos unilaterales. La falta de asentimiento
general no debe achacarse a la filosofía misma, sino a los fallos de quienes no
estudian los problemas con el rigor necesario y pretenden explicarlos
reduciéndolos a aspectos parciales, y también a la dificultad de los problemas
filosóficos más profundos.

2. UNIDAD Y MULTIPLICIDAD EN LA FILOSOFÍA

Por otra parte, la filosofía es un conjunto de ciencias, más que una ciencia única.
No es de extrañar que, a pesar de esto, pueda hablarse de la filosofía ya que sus
diversas partes están íntimamente relacionadas y tienen un mismo enfoque de
fondo. El núcleo de la filosofía es la metafísica, que estudia los aspectos básicos
de la realidad (su ser) y sus causas últimas; el enfoque metafísico, proyectado al
estudio de los seres de la naturaleza, da lugar a la filosofía de la naturaleza
inanimada, de la vida corpórea, y del hombre.

Por tanto, cuando se habla en singular de la filosofía, no hay que olvidar que ese
término designa diversas disciplinas, que tienen un enfoque básico común: el
enfoque metafísico, o sea, el estudio de la realidad a la luz de las últimas causas.
Por eso, las diferencias entre la filosofía y las ciencias particulares se centrarán en
las peculiaridades del enfoque de la metafísica: aunque no toda la filosofía sea
propiamente metafísica, se plantea siempre desde una perspectiva metafísica.

Cualquier ámbito de la realidad puede ser objeto de estudio filosófico. Por tanto,
cualesquiera que sean los nombres que se dé a estas disciplinas, son ramas de la
filosofía la filosofía de la naturaleza, la filosofía del hombre, la filosofía del derecho,
etc. Sin embargo, para que una disciplina sea considerada como filosófica, no
basta que plantee cuestiones generales sobre algún tema, sino que ha de
responder a un planteamiento en el que se investiga acerca del ser de las
realidades consideradas y se buscan sus explicaciones últimas.

3. FILOSOFIA Y CIENCIAS PARTICULARES

Las diferencias entre la Filosofía, las ciencias particulares consisten, sobre todo,
en que la filosofía estudia la realidad en su aspecto más radical y buscando sus
causas últimas, mientras que las ciencias particulares estudian aspectos concretos
de la realidad, buscando causas más inmediatas. El ámbito propio de las ciencias
particulares (bien sean las ciencias naturales, como la física y la biología, o las
ciencias humanas, como la sociología y la historia) está constituido por aspectos
determinados de la realidad (propiedades físicas o comportamientos humanos, por
ejemplo), que se estudian buscando explicaciones que no sobrepasan ese nivel
(cómo unas propiedades físicas influyen en otras, o unos comportamientos
humanos en otros). La filosofía estudia toda la realidad, intentando explicar en
último término su ser mismo.
Al buscar las últimas causas de la realidad, la filosofía llega al estudio de las
realidades espirituales y las considera en sí mismas: el conocimiento de Dios, del
alma humana, de la ley moral, etc., es tema propio y exclusivo de la filosofía.
Además, trata todos los aspectos de la realidad a la luz de las explicaciones
últimas estrictamente metafísicas.

El cientificismo afirma que el método de las ciencias experimentales es el único


válido para conocer la realidad. Se trata de una postura contradictoria, pues esa
afirmación no puede probarse mediante el método de las ciencias.

Respecto al cientificismo optimista de los siglos XVIII y XIX, que veía en las
ciencias la solución de todos los problemas humanos el cientificismo reciente
suele ser pesimista: reconoce los límites de las ciencias, pero incluso los exagera
y los extrapola a todo el conocimiento humano, afirmando que nunca se puede
llegar a afirmar con certeza ninguna verdad (es el caso de posturas como las de K.
R. Popper y M. Bunge).

Puede hablarse también de un cientificismo respecto a las ciencias humanas. Por


ejemplo, el historicismo que reduce toda explicación de la realidad en último
término, a factores históricos que además responderían a leyes necesarias
(negando arbitrariamente la existencia de otros factores y al menos en teoría de la
libertad humana).

4. LAS BASES FILOSÓFICAS DE LAS CIENCIAS PARTICULARES

Las ciencias particulares consideran la realidad desde una perspectiva y con un


método propio, que no son filosóficos. Pero se fundamentan en la metafísica (en
distinta medida, según la rama científica de que se trate). En efecto, se basan
implícitamente en determinadas concepciones acerca de la realidad que estudian,
y la reflexión explícita sobre esos presupuestos es una tarea filosófica: por
ejemplo, la física parte de ciertas nociones y principios generales acerca de los
cuerpos, el espacio y el tiempo, la causalidad física, etc., que son objeto de la
reflexión filosófica.

Es posible, por tanto, que una ciencia particular se construya sobre unas bases
metafísicas más o menos equivocadas: tal fue el caso de la física mecanicista,
edificada sobre el supuesto de que todas las propiedades de la materia se
reducen a los aspectos relacionados con la cantidad; y lo mismo sucede con una
sociología que admita la existencia de leyes necesarias en los comportamientos
sociales o con una psicología conductista. A pesar de ello, pueden encontrarse
afirmaciones, experiencias y descripciones verdaderas en un contexto
globalmente equivocado, pero esa ciencia mal fundamentada contendrá también
afirmaciones falsas y transmitirá una imagen errónea de los aspectos de la
realidad que estudia.

El mecanicismo concibe la realidad al modo de una máquina mecánica, donde


todo se explica por el desplazamiento de piezas materiales. Esta explicación, que
ya encuentra serias dificultades científicas y filosóficas respecto a los cuerpos
materiales, pretende a veces abarcar incluso al hombre en todo su ser.
Evidentemente, algunos aspectos de la realidad pueden explicarse parcialmente
mediante modelos mecánicos, lo cual puede ser utilizado para defender un
mecanicismo global que es inadmisible.

El marxismo reduce los fenómenos humanos a factores económicos y a leyes


necesarias de la historia, de modo que las verdades parciales que pueda contener
quedan enmarcadas en un contexto claramente erróneo en el que se prescinde de
las dimensiones espirituales, que son las que caracterizan más esencialmente al
hombre.

El conductismo supone que todo en el hombre se reduce a factores materiales,


bajo el pretexto de que otros factores (como la conciencia, el espíritu, la libertad,
etc.) no pueden someterse a los métodos de la ciencia experimental.

Estas tres posturas son ejemplos de doctrinas reduccionistas, porque reducen la


realidad que estudian a algunos aspectos prescindiendo de otros.
Tienen el atractivo de una falsa claridad, que se consigue simplificando
arbitrariamente los datos reales. Y, en cuanto que suelen presentarse como
conclusiones científicas sin serlo, son doctrinas pseudo-cientfficas, en las que
algunas verdades parciales y científicas se encuentran mezcladas con otras
afirmaciones falsas (y de tal modo que estos errores suelen presentarse formando
una sola doctrina con las verdades parciales, por lo que discernir unos y otras no
siempre es fácil).

Cuanto más elevado es el objeto que tienen las ciencias particulares, mayor será
su vinculación con la filosofía. La biología, al estudiar los seres vivos, tiene más
implicaciones metafísicas que la química. Las ciencias que se ocupan
directamente del hombre (como la psicología, la sociología y la historia) utilizarán
necesariamente conocimientos filosóficos, y la verdad de sus conclusiones
dependerá en buena parte de que esa base metafísica sea correcta.

Por ejemplo, las teorías evolucionistas de la biología no pueden negar la creación


divina del universo (puesto que sólo se extienden al posible origen de unos seres
a partir de otros ya existentes), ni la espiritualidad del alma humana (que no puede
ser objeto de experimentación científica del mismo modo que las realidades
materiales): si se pretende apoyar el materialismo sobre la biología, se realiza una
extrapolación falsa y científicamente injustificable.

La identificación, debida al influjo del positivismo, entre ciencias particulares y


ciencias positivas conduce a notables confusiones. En realidad, no existe ninguna
ciencia positiva, si con ese nombre se quiere designar una ciencia que no tenga
ninguna relación con la metafísica, pues se trataría de un simple instrumento
pragmático sin valor para conocer la realidad, que es el objetivo primero de las
ciencias. La concepción positivista es falsa históricamente e irrealizable en la
práctica: desde el momento en que una ciencia estudia aspectos de la realidad (y
todas lo hacen), necesariamente ha de contar con una base metafísica, cuando
esto se niega, sucede que se construyen las ciencias con bases metafísicas
implícitas, con el peligro de dar como científicamente comprobado lo que no son
sino concepciones filosóficas quizá injustificadas.
5. AUTONOMÍA DE LAS CIENCIAS

Las ciencias particulares no realizan un estudio propiamente metafísico: utilizan


bases metafísicas sin adoptar el enfoque propio de la filosofía. Esas ciencias
tienen su propia autonomía: su relación con la filosofía no impide que tengan sus
propios métodos para obtener y juzgar sus conclusiones específicas. La filosofía
tiene respecto a ellas una función directiva de orden superior, que no interfiere con
su lógica autonomía.

La filosofía juzga y dirige a las demás ciencias, porque le compete juzgar los
principios primeros de todo conocimiento humano y el valor de los métodos
científicos, de modo que es tarea suya determinar el objeto propio de cada ciencia
y clasificar las ciencias en una jerarquía según la naturaleza de cada una.

Esto no supone merma alguna de la autonomía de las ciencias: la filosofía no


interfiere con ellas en el mismo terreno, pues su función directiva se ejercita desde
un plano superior. Por ejemplo, la filosofía no proporciona los medios para juzgar
la verdad de una ley física o biológica, pero puede advertir que determinadas
afirmaciones hechas en nombre de la física o de la biología son extrapolaciones
injustificadas que caen fuera de lo que sus métodos permiten afirmar.

Las conclusiones de las ciencias particulares no se deducen de la filosofía (como


pretendía en algún modo Descartes), ni tampoco son totalmente independientes
de ella (como afirman los positivistas): se obtienen mediante los métodos propios
de cada ciencia, pero el juicio sobre el valor de esos métodos exige
consideraciones filosóficas.

Desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, se consideraba la filosofía como el


conjunto de todo el saber, incluidas las ciencias particulares, de modo que en
muchos casos la relativa autonomía de éstas no era respetada por el contrario, el
positivismo del siglo XIX reducía la tarea de la filosofía a una simple reflexión
sobre los resultados de las ciencias positivas, una visión correcta del tema ha de
tener en cuenta los diversos enfoques de la filosofía y de las técnicas particulares
y, al mismo tiempo, sus relaciones, tal como han quedado expuestas.
En la antigüedad y en la Edad Media los estudios científico-experimentales se
agrupaban, junto con los filosóficos, en la filosofía natural. Incluso la obra principal
de Newton, que fue publicada en 1687 y es un tratado de física en el sentido
moderno, lleva el título de principios matemáticos de la filosofía natural.

El desarrollo de las ciencias experimentales desde el siglo XVII, sin que le


acompañara una comprensión exacta de los métodos de esas ciencias, provocó
que la situación se invirtiera: la ciencia experimental parecía a algunos ser el único
conocimiento válido de la naturaleza, y la filosofía quedaba reducida a reflexiones
metodológicas o al estudio de las conclusiones científicas para lograr una síntesis
de ellas. Junto a esas posturas positivistas (que tuvieron su principal defensor en
Augusto Comte), se daban también exageraciones de signo opuesto, pretendiendo
limitar las ciencias a una función secundaria y poco acorde con sus logros reales
(en posturas idealistas, por ejemplo por lo general, las relaciones entre ciencias y
filosofía, hasta el siglo XX, adolecen de múltiples equívocos y confusiones por
ambas partes.

Las importantes revoluciones científicas del siglo XX han ayudado a comprender


mejor la naturaleza del método experimental. Sin embargo, la difusión de los
prejuicios positivistas, y la insuficiencia de algunos planteamientos filosóficos más
difundidos (de tipo racionalista, existencialista o materialista), han hecho que la
situación, en conjunto, siga siendo bastante confusa: la «filosofía de la ciencia ha
experimentado gran desarrollo, y ha conseguido notables logros respecto a temas
parciales sobre todo de tipo metodológico), pero la escases de enfoques
filosóficos suficientemente profundos y rigurosos sobre estos temas sigue siendo
notable.
CAPÍTULO IV

EL METODO DE LA FILOSOFIA

I. CONTINUIDAD CON EL CONOCIMIENTO ORDINARIO

La filosofía se sitúa en continuidad con el conocimiento humano ordinario,


utilizando sus mismos recursos: se parte de la experiencia sensible, a través de la
cual se llega mediante la inteligencia a conocimientos universales abstractos, y se
avanza en el conocimiento realizando inferencias cuyo valor viene determinado en
último término por la evidencia sensible o la intelectual. No existe ninguna facultad
o capacidad de conocimiento que dé lugar a un conocimiento específicamente
filosófico.

Esto no significa que deban aceptarse sin el oportuno examen todas las opiniones
que suelen llamarse de sentido común: esas opiniones pueden estar mezcladas
con errores, y la reflexión filosófica debe extenderse al examen de su legitimidad y
fundamento.
Del mismo modo que no existe ningún instinto infalible de sentido común, tampoco
existe una intuición propia de la filosofía: en ambos casos, utilizamos la
inteligencia y razonamos mediante ella (apoyándonos en el conocimiento de los
sentidos). No existen facultades especiales en la naturaleza humana para
determinados tipos de conocimiento: todo conocimiento humano se realiza
mediante los sentidos y la inteligencia.

Por tanto, no es cierto que la filosofía sea una tarea reservada a personas que
poseerían unas especiales capacidades de conocimiento. La filosofía utiliza de
modo sistemático los recursos de todo conocimiento humano; la experiencia, la
inducción, el razonamiento; y el valor de sus afirmaciones se fundamenta sobre la
evidencia, lo mismo que sucede con todo conocimiento.

Estas consideraciones permiten advertir la relación entre el reconocimiento


ordinario, las ciencias, y la filosofía. En los tres casos, el valor del conocimiento se
mide por unos mismos patrones: la utilización correcta del conocimiento sensible y
del razonamiento intelectual, según las reglas que estudia la lógica.

El conocimiento ordinario se basa en la experiencia común, asequible a todos. Se


extiende a todo tipo de problemas tanto teóricos como prácticos, de la vida
humana: por eso, abarca también muchas cuestiones que la filosofía estudia de
modo sistemático.

Las ciencias particulares estudian de modo pormenorizado aspectos concretos de


la realidad, recurriendo de modo ordenado y sistemático a la experimentación y a
diversos procedimientos lógicos por ejemplo, al método hipotético-deductivo). De
este modo, llegan a conclusiones inalcanzables por el solo conocimiento ordinario.

La filosofía estudia la realidad buscando sus causas últimas. Para ello, toma
como base tanto el conocimiento ordinario como el científico, examinando el grado
de certeza que alcanzan en cada caso concreto. Y, en sus razonamientos, utiliza
los recursos de la inteligencia de acuerdo con las reglas lógicas válidas para todo
conocimiento humano.
2. FILOSOFIA Y EVIDENCIA INTELECTUAL

El conocimiento intelectual empieza a partir de los datos sensibles, pero la


inteligencia llega hasta la esencia de las cosas cuyos accidentes exteriores son
captados por los sentidos. Los juicios universales se conocen a través de la
inducción, mediante la cual la inteligencia llega hasta lo universal y necesario
abstrayendo a partir de los casos singulares: a partir de las imágenes sensibles,
se llega a los juicios universales. Todas las ciencias tienen en común abstraer lo
universal y necesario de lo particular. Pero, a diferencia de lo que sucede en las
ciencias que se apoyan de algún modo en la evidencia sensible (en lo que se
comprueba por los sentidos), la filosofía se mueve en el ámbito de la evidencia
intelectual.

Se llama abstracción al proceso mediante el cual la inteligencia conoce las


esencias de las cosas, expresándolas mediante ideas o conceptos (hombre,
planta, color, etc.). Partiendo de lo sensible e individual, se llega a conceptos
intelectuales y universales.

Las ideas son universales, pues se aplican a muchos individuos (por ejemplo, la
idea de hombre se predica de cada hombre concreto). Las imágenes son
individuales son representaciones sensibles y concretas elaboradas por la
imaginación (por ejemplo, la imagen de este hombre). A partir de las imágenes, la
inteligencia obtiene las ideas, y cuando considera los seres concretos, relaciona
las ideas universales con las imágenes individuales (si se trata de seres
materiales, pues respecto a los seres espirituales no pueden obtenerse imágenes
sensibles).

Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás afirmó que las ciencias especulativas se


distinguen entre sí por el grado de inmaterialidad de sus respectivos objetos. En
primer lugar, la ciencia natural o física estudia lo que depende en su ser de la
materia (los seres materiales o cuerpos naturales, en cuya definición
necesariamente entra la materia). En segundo lugar, la matemática estudia lo que,
aun no pudiendo existir fuera de la materia, puede ser considerado prescindiendo
de ella (líneas, números, etc.). En tercer lugar, la metafísica estudia todo aquello
que no depende en su ser de la materia, bien porque es espiritual (por ejemplo,
Dios), bien porque puede darle tanto en las realidades materiales o en las
espirituales (substancia y accidentes, acto y potencia, etc.).

Esta doctrina de los grados de abstracción requiere matizaciones. Por una parte,
las ciencias naturales, en su sentido moderno, no corresponden a la ciencia
natural tomista de modo completo: en muchos casos, corresponden a lo que.
Santo Tomás llamó ciencias medias (que utilizan la matemática para el estudio de
la naturaleza); la ciencia natural o física de los antiguos es un estudio de la
naturaleza desde el punto de vista filosófico.

Por otra parte, no se trata de unos grados de abstracción en perfecta continuidad


La metafísica al estudiar el ser de todos los entes, adopta una perspectiva
peculiar: su abstracción consiste en considerar todo bajo el punto de vista de su
ser pero todo lo que es real tiene un cierto ser, por lo cual la abstracción
metafísica considera todo lo real (al menos de modo implícito) La metafísica,
siendo la ciencia más abstracta, es la única que considera los entes en toda su
realidad, ya que las ciencias particulares prescinden de lo que no forma parte de
su enfoque y método propio.

3. FILOSOFIA Y COMPROBACIÓN EXPERIMENTAL

Ciertamente la filosofía, al buscar las causas más profundas de lo real, se remonta


con frecuencia a realidades que están más allá de lo que se puede comprobar
mediante los sentidos: por eso, la evidencia que más utiliza es la evidencia
intelectual. Quien pretenda basar el valor de todo conocimiento sobre la evidencia
de los sentidos, encontrará grandes dificultades en la filosofía, pero también las
encontrará en muchos aspectos del conocimiento ordinario que se refieren a
realidades que no se pueden ver ni imaginar (por ejemplo, la inteligencia, la
libertad, el bien y el mal). La filosofía, al basarse sobre la evidencia intelectual, no
hace más que desarrollar de modo sistemático la capacidad de la inteligencia,
aplicándola al estudio de las causas y aspectos más profundos de la realidad.

Las ciencias particulares utilizan también la evidencia intelectual, pero recurren


habitualmente también a experimentos planeados de tal modo que los datos
obtenidos orienten o decidan las respuestas a los problemas. Utilizan
frecuentemente el método hipotético-deductivo, según el cual, ante un problema,
se formulan hipótesis y luego se deducen de ellas consecuencias que pueden
comprobarse o refutarse mediante experimentos.

La filosofía recurre a la experiencia y en ningún modo puede prescindir de ella,


pero a partir de los hechos de experiencia razona remontándose a las causas
esenciales que se dan de modo necesario y deduciendo de ellas consecuencias
igualmente necesarias.

Por ejemplo, analizando los diversos tipos de cambios que se dan en la


naturaleza, la filosofía llega a conocer que todo ente sujeto al cambio debe estar
compuesto de acto y potencia.

Estas verdades generales están presupuestas en los planteamientos dé las


ciencias particulares que investigan los detalles concretos de los entes y sus
causas próximas.

No es de extrañar, por tanto, que al estudiar la filosofía de presente la dificultad de


prescindir de la imaginación: en ocasiones se confunde entender algo con poderlo
imaginan sensiblemente, pero el que la imaginación no llegue a representarlo no
quiere decir que no se haya entendido.

Sólo se pueden representar con la imaginación las realidades materiales que se


captan mediante los sentidos. Las realidades espirituales no son imaginables sin
embargo tienen y un ser mucho más perfecto que las materiales (es el caso de
Dios, los ángeles, y el alma humana). Tampoco son imaginables, los aspectos
metafísicos de la realidad: por ejemplo el hombre es una substancia y su color es
un accidente, pero no puede representarse imaginativamente que son la
substancia y el accidente; se trata sin embargo de aspectos de la realidad a los
que se llega con certeza mediante el conocimiento intelectual'

Existe continuidad entre el conocimiento sensible y el intelectual: mediante la


abstracción el entendimiento penetra en lo dado por la experiencia sensible, y
mediante la conversión a las imágenes refiere las ideas universales a la realidad
corpórea concreta (aunque de modo limitado) y, si se desarrollan lógicamente,
conducen al escepticismo.

4. EL CULTIVO ESPECIALIZADO DE LA FILOSOFIA

El estudio de la filosofía exige adquirir una cierta familiaridad con Los términos
Filosóficos, para captar su precisión y densidad, lo cual requiere constancia y
volver muchas veces a la experiencia sensible de donde se ha partido al Formular
las cuestiones que se estudian.

Es lógico sucede en todas las especialidades que exista una terminología


filosófica, cuyo conocimiento es imprescindible. Además, esto viene exigido por la
necesidad de precisar los conceptos, y para evitar explicaciones demasiado
prolijas.

Pero, una vez que se conoce esa terminología, existe el peligro de plantearse
problemas inexistentes: esto sucede, por ejemplo, cuando se relacionan unos
términos con otros sin atender a los problemas reales; y, por otra parte, puede
abusarse de la terminología en perjuicio de la claridad.

Para comprender la filosofía, es necesario preguntarse en cada cuestión cual es el


problema real de que se trata. Para ello, es preciso tener siempre presentes los
datos de la experiencia, evitando caer en disquisiciones puramente verbales.

Por ejemplo, cuando se trata acerca de la espiritualidad del alma humana, debe
advertirse que no se trata de una pura construcción teórica, sino de un esfuerzo de
fidelidad a nuestra experiencia humana... El hecho de entender, que todos
nosotros experimentamos, y que se abre a un mundo de ideas que no se han de
entender en sentido platónico, sino como una apropiación de contenidos
inteligibles es lo que mejor define lo que se entiende como espiritual. Refiriéndose
a menudo por su contenido al mundo material, y estando siempre ligado a la
actividad de un substrato biológico, el hecho de entender nos revela
características incompatibles con la materialidad.
SEGUNDA PARTE

DIVISION DE LA FILOSOFIA
CAPÍTULO I

LA METAFISICA

l. QUE ES LA METAFÍSICA

La metafísica es la filosofía entendida en su sentido más estricto, ya que estudia la


realidad buscando sus causas últimas de modo absoluto: se pregunta por lo más
íntimo de toda la realidad, o sea, por su ser, estudiando cuáles son las causas que
explican en último término el ser y los diversos modos de ser de los entes.

El nombre de metafísica (que significa en griego más allá de la física) se aplica a


lo que Aristóteles llamó filosofía primera. Andrónico de Rodas, al catalogar las
obras de Aristóteles (hacia el año 70 a.d.C.), denominó a esos libros metafísica
porque se encuentran después de los de la física. Pero ese nombre responde
adecuadamente a la naturaleza de esta disciplina: al buscar la explicación última
del ser de los entes ha de remontarse más allá de lo material y sensible hasta las
realidades espirituales.
La metafísica estudia toda la realidad, pues todo lo real tiene ser: no se limita a
algún tipo de entes, como las demás partes de la filosofía y las ciencias
particulares. Por tanto, el objeto material de la metafísica es toda la realidad. Sólo
quedaría fuera de su estudio algo que no tuviera ser, pero es obvio que eso no
sería nada.

Como estudia la realidad desde el punto de vista de su ser, el objeto formal de la


metafísica es el ser de la realidad, o sea, el ser de los entes.

Se denomina ente a todo lo que es: algo que tiene ser, y tiene un modo de ser
determinado. Dios no es propiamente un ente, pues es su Propio Ser y no está
limitado a ningún modo de ser particular o finito; la metafísica estudia a Dios como
Causa Primera del ser de los entes.

Al describir la metafísica aparecerán, por consiguiente, dos aspectos diferentes:


por una parte, el enfoque metafísico, que es común con las demás disciplinas
filosóficas, Y, Por otra, los temas propios de la metafísica, que son estudiados
exclusivamente en ella.

El enfoque metafísico consiste en el estudio de la realidad a la luz de sus causas


últimas. Este enfoque puede aplicarse a toda la realidad: todos los seres, también
los materiales, pueden ser objeto de estudio metafísico. Las ciencias que
participan de él son disciplinas filosóficas, y las que adoptan un en lo que más
parcial y limitado a las causas inmediatas son las ciencias particulares.

Toda ciencia verdaderamente filosófica se pregunta por el ser de su objeto, y tiene


por tanto una relación directa con la metafísica, que estudia el ser en toda su
amplitud.

Por ejemplo, la filosofía de la naturaleza se pregunta por el ser de los cuerpos, y


encuentra en ello una composición de acto y potencia que la metafísica estudia de
modo general (ya que no sólo se da esa composición en los entes corpóreos, sino
también en los espirituales).
Los temas propios de la metafísica abarcan las realidades que no dependen en su
ser de la materia, bien sea porque se trata de realidades espirituales (Dios, el alma
humana), o porque se trata de aspectos de la realidad que pueden darse en los
seres materiales y en los espirituales (substancia y accidentes, acto y potencia,
causalidad, etc.). Cuando se habla de la metafísica como una de las disciplinas
filosóficas distinta de otras, se indica el estudio de estos temas.

EI estudio del alma humana como ente espiritual es tema de la metafísica, pero se
incluye en la filosofía natural en cuanto que el alma es forma del cuerpo.

Los aspectos de la realidad que se dan tanto en los entes materiales como en los
espirituales, son considerados desde un punto de vista particular por la filosofía
natural, y luego se estudian en la metafísica de modo general y en toda su
amplitud: la filosofía natural estudia su realización en los entes materiales.

2. LA METAFÍSICA Y LA UNIDAD DE LA FILOSOFIA

El núcleo de la filosofía es la metafísica: es lo que le da unidad. Las demás ramas


de la filosofía estudian sus temas bajo el punto de vista o enfoque de la metafísica,
a la que Aristóteles llamaba justamente Filosofía primera. Por esta razón, la
división de la filosofía no da lugar a disciplinas filosóficas meramente yuxtapuestas
y relacionadas de modo externo.

Esto no significa que las restantes disciplinas filosóficas sean una mera aplicación
de la metafísica al estudio de determinado tipo de entes. La metafísica, al estudiar
el ser de los entes de modo general, encuentra leyes del ser universalmente
válidas para toda la realidad (los llamados primeros principios), obtiene
conclusiones que valen para todos los entes (aunque se realicen en ellos según
grados y modalidades diversos), estudia directamente los entes espirituales (que,
por su inteligencia y su voluntad, tienen una referencia al ser en toda su amplitud),
y llega a considerar a Dios como Causa Primera del ser de todos los entes. Las
demás disciplinas filosóficas coinciden con la metafísica en la búsqueda de las
causas últimas de la realidad, pero se limitan estudio de algún tipo de entes que
tienen un modo de ser específico (los cuerpos, los vivientes, etc.); por este motivo
no llegan a las conclusiones universales de la metafísica ni abordan los temas
estrictamente metafísicos, aunque proporcionan la base de muchas
consideraciones metafísicas y hayan leyes generales aplicadas al orden de entes
que consideran.

3. LA METAFISICA, CIENCIA DEL ENTE EN CUANTO ENTE

Las ciencias particulares estudian distintos sectores de la realidad (geología,


astronomía, botánica, etc.) o determinados aspectos comunes a varios sectores
(matemáticas física, etc.). La metafísica, en cambio, se pregunta por el constitutivo
último y más radical de toda la realidad. Lo más fundamental de las cosas consiste
precisamente en que son ya que sin la perfección del ser no serían nada. Ahora
bien ¿Qué significa ser? ¿Por qué las cosas son? ¿Cuáles son los modos
principales de ser? He aquí algunos de los interrogantes que de una manera u otra
se han planteado todos los filósofos a lo largo de los siglos y que constituyen el
objeto de la metafísica.

Suele atribuirse a Parménides haber sido el primero en plantear directamente los


problemas de la metafísica, aún sin resolverlos acertadamente: advirtió que todo
cambio supone un paso del no ser al ser, y que esto implica un problema: ¿cómo
puede surgir él ser a partir del no ser?

Platón realizó importantes especulaciones metafísicas, pero fue su discípulo


Aristóteles quien transmitió a la posteridad un estudio sistemático y en buena parte
válido acerca de la naturaleza de la metafísica, la substancia, los accidentes, la
esencia, el acto y la potencia, las causas, etc.

Los 14 libros de la filosofía primera de Aristóteles siguen siendo una referencia


obligada en la metafísica. Santo Tomás de Aquino recogió sus ideas en una
síntesis superior, a la luz de la doctrina del acto de ser: la esencia (o modo de ser
básico) limita en cada ente a su acto de ser, recibido del Ser que subsiste por sí
mismo (Dios). El acto de ser, constitutivo de cada ente, se convierte así en el
centro de la metafísica, siendo el principio que permite entender a los entes en su
constitución, en su perfección, en su actividad y en su finitud y dependencia de
Dios como Causa Primera de su ser.

No le basta al hombre alcanzar una descripción cada vez más detallada y


completa de la realidad mediante las ciencias particulares, ya que éstas dejan sin
respuesta algunas cuestiones ineludibles: ¿por qué existe el universo? ¿cuál es su
sentido y finalidad? ¿Existe una Causa primera? Todos estos problemas giran en
torno a un núcleo central que es el ser de las cosas. De ahí que la metafísica se
pueda definir como la ciencia que se ocupa no de una clase u otra de seres, sino
del ser en cuanto tal (de los entes).

La metafísica es, por tanto, la ciencia más general o universal, puesto que toda la
realidad es objeto de su estudio: en efecto, todo es real en la medida en que es, o
sea, tiene ser. Pero sobre todo es la ciencia más fundamental, pues considera la
más radical de las perfecciones: el ser, con respecto al cual todas las demás
perfecciones no son sino determinaciones o modos particulares de ser.

Por ejemplo, la esencia es el modo de ser fundamental de un ente (hombre,


planta, hierro). Cualquier accidente (tamaño, color, estar en un lugar, etc.) es un
modo de ser no esencial. Un ente tiene determinadas perfecciones (es en acto tal
y tal cosa) y tiene otras en potencia (puede llegar a ser algo que todavía no es).
Por eso dice Santo Tomás que el acto de ser es lo más perfecto de todo, puesto
que juega respecto a todas las cosas el papel de acto. En efecto, nada tiene
actualidad sino en cuanto es. Por eso, el ser es la actualidad de todas las cosas y
de todas las formas.

Si se llama ente a todo lo que es, la metafísica es la ciencia del ente en cuanto
ente, mientras que las ciencias particulares se ocupan sólo de algún tipo de entes,
y además no bajo el punto de vista de su ser, sino en cuanto poseen algunos
determinados modos de ser.
4. PARTES DE LA METAFÍSICA

Sintetizando las consideraciones anteriores, puede decirse que la metafísica


estudia la realidad bajo su aspecto más profundo, es decir, considerando su ser, y
que ese estudio conduce a determinar las propiedades del ser en cuanto tal, los
modos básicos de ser, las estructuras de los entes limitados, la Causa primera del
ser, y las relaciones del ser con las capacidades de conocerlo o poseerlo.

En la práctica, los aspectos mencionados suelen ser tema de varias disciplinas,


que son como partes de la metafísica:

a) la metafísica general: se ocupa del ser en cuanto ser, y de los modos y


estructuras del ser de los entes.

Así, por ejemplo, la metafísica estudia los aspectos básicos del ser de los entes, o
sea, el acto de ser y la esencia; los modos más generales de ser, o sea, la
substancia y los accidentes; la composición de acto y potencia que se da en todos
los entes limitados; la estructura de las substancias corpóreas, compuestas de
materia y forma; la causalidad, o sea, el influjo de unos entes sobre el ser de otros.

Como ya se ha señalado, algunos de estos temas se estudian de modo particular


en la filosofía natural, y luego, de modo general, en la metafísica. Por eso, una
visión completa de los problemas y sus soluciones sólo se tendrán uniendo las dos
consideraciones, o sea, estudiándolos a la luz de la metafísica. Esto es una
consecuencia de la naturaleza del conocimiento filosófico, que estudia la realidad
de modo total (estudia su ser real de modo absoluto y no sólo aspectos parciales):
por eso, la metafísica se entrelaza con las demás ramas de la filosofía, que son
estudios íntimamente dependientes unos de otros.

La metafísica estudia también el ser en cuanto se relaciona con el conocimiento


(la verdad), con la voluntad (la bondad), y con la capacidad estética (la belleza).

La verdad y la bondad, junto con la unidad y el ser algo (aliquid), son propiedades
del ser como tal, y se dan por tanto en todo ente: por el ser que todo ente posee,
es algo; tiene una unidad interna; se llama verdadero en cuanto puede ser objeto
del conocimiento; tiene determinadas perfecciones que lo hacen capaz de ser
apetecido, por lo que es bueno; y es bello en cuanto causa placer al ser
contemplado.

Estas perfecciones se llaman propiedades trascendentales del ser, para indicar


precisamente que se dan en todo ente (en distintos grados, según su perfección);
se distinguen así de las que sólo se dan en algún tipo concreto de entes. Su
nombre indica que trascienden los modos concretos de ser, puesto que se
extienden a todo ente.

Estas propiedades se encuentran realizadas en Dios de modo supremo, pues Dios


es su propio Ser. Dios es la Verdad y es la fuente de toda verdad creada, es la
Bondad y causa todo bien participado, y su Ser es máximamente Uno pues carece
de cualquier tipo de composición.

b) la teología natural: trata del estudio de Dios como Ser subsistente y Causa
primera de los entes.

A partir del ser de los entes limitados se llega al conocimiento de Dios, que es la
plenitud infinita del Ser, y la Causa primera del ser de las criaturas.

La razón humana puede llegar a conocer la existencia de Dios, sus atributos


(infinitud, omnipotencia, etc.), y que es el fin último del hombre. Este conocimiento,
que puede ser logrado por cualquiera, es examinado rigurosamente por la
metafísica: partiendo del ser de los entes tal como se manifiesta en la experiencia,
el razonamiento se remonta hasta Dios como Ser subsistente por sí mismo y
Causa del ser de los entes. Por eso, la metafísica también se ha llamado teología
o tratado de Dios (siendo teología natural, distinta de la teología sobrenatural que
parte de la revelación divina sobrenatural).

c) la gnoseología: estudia reflexivamente el alcance del mismo conocimiento


metafísico y su relación con el ser.

La gnoseología estudia, por tanto, cómo se da el ser en el conocimiento,


centrando sus consideraciones en el tema de la verdad examina el valor del
conocimiento sensible y del intelectual, los diversos grados de certeza, etc. Para
ello, necesita apoyarse en la psicología filosófica, que trata sobre los procesos del
conocimiento.

En cierto modo, la gnoseología juga el valor de la metafísica, ya que examina los


fundamentos del conocimiento. En realidad, la propia metafísica como ciencia
primera y universal juzga sus propios fundamentos: por eso la gnoseología es una
parte de la metafísica, y no una ciencia distinta y previa a ella (que no puede
darse, pues la metafísica es la ciencia más básica y sin ella toda la filosofía
carecería de fundamento).

Desde Descartes, los problemas de la gnoseología han ocupado un primer lugar


en la filosofía moderna, pero frecuentemente en un sentido equivocado; Descartes
de algún modo, Kant explícitamente y muchos otros filósofos tras ello han
concebido la crítica del conocimiento como un estudio previo a toda consideración
filosófica. Pero como ese estudio exige consideraciones metafísicas, cuando se
prescinde de ellas resulta inevitablemente que la metafísica se distorsiona o se
hace imposible.

Estos problemas han ocupado ampliamente también a los autores tomistas de la


época moderna, algunos de los cuales han considerado el llamado el problema
crítico (de la crítica del conocimiento) como un dato insoslayable de la filosofía
moderna, intentando compaginar la metafísica del ser con planteamientos de tipo
cartesiano o kantiano, esta empresa se ha manifestado llena de dificultades, ya
que esos planteamientos comportan desde el principio una perspectiva no
fácilmente compatible con la metafísica del ser.
CAPÍTULO II

LA FILOSOFIA DE LA NATURALEZA

l. QUE ES LA FILOSOFIA DE LA NATURALEZA

Al tratar sobre la filosofía de la naturaleza, el término naturaleza se toma en dos


sentidos:

a) la naturaleza, o sea, el conjunto de los seres corpóreos. En este sentido, la


filosofía de la naturaleza es el estudio filosófico de los entes corpóreos o
materiales;

b) los entes naturales como distintos de los artificiales. Un ente natural es el que
posee un principio interno de su ser y su actividad, mientras que un ente artificial
tiene una estructura fabricada por el hombre, quien utiliza para ello los recursos de
los entes naturales.

El hombre, como ente corpóreo, es objeto de la filosofía de la naturaleza, aunque


el estudio de su alma espiritual es objeto de la metafísica y de la psicología
filosófica.
Los demás vivientes son también objeto de la filosofía natural, por ser entes
corpóreos. Pero, por sus características peculiares, se estudian frecuentemente en
la psicología filosófica.

Seguiremos aquí, en adelante, el criterio siguiente (por motivos de orden y


claridad): entenderemos que la filosofía de la naturaleza se refiere a lo material
(por tanto, a los entes inanimados, y también a los vivientes en los aspectos que
tienen en común con la materia inanimada), y consideraremos en el capítulo
siguiente la filosofía de lo viviente, referida a las peculiaridades de los entes vivos,
y también al hombre.

El objeto material de la filosofía de la naturaleza es el conjunto de los entes


naturales materiales. Estos entes son estudiados también por las ciencias
experimentales, pero bajo la perspectiva de sus causas próximas o inmediatas
(por ejemplo, las leyes que rigen determinados comportamientos de los cuerpos,
su constitución química, etc.). La filosofía natural se pregunta con un enfoque
metafísico por su ser, buscando las causas más profundas. Por ello, el objeto
formal de la filosofía de la naturaleza es el ser del ente corpóreo.

Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, afirmaba que el objeto de la filosofía natural


es el ente móvil. Efectivamente, el ente corpóreo natural se caracteriza por su
capacidad de cambio, o sea, por su movilidad: la materia está siempre en potencia
de adquirir nuevas formas.

La filosofía de la naturaleza estudia los seres materiales bajo una perspectiva


metafísica. Considera, por ejemplo, la composición de las substancias materiales
en cuanto a su ser, o sea, su estructuración en los diversos niveles ontológicos
(materia y forma; substancia y accidentes; esencia y acto de ser); estudia los
accidentes que les afectan (la cantidad, las cualidades corpóreas, etc.); busca sus
causas más profundas, y así prepara el acceso metafísico a Dios. Por tanto, se
distingue de la metafísica por el hecho de limitarse al estudio de la realidad
material.
2. FILOSOFIA NATURAL Y COSMOVISION

Podría pensarse que la filosofía de La naturaleza se ocupa de construir, con la


ayuda de las ciencias experimentales, imágenes de la realidad: por ejemplo,
teorías acerca de la constitución de la materia, del universo, de las propiedades
físicas, etc. Sin embargo, parece más acertado afirmar que esa tarea es propia de
las ciencias experimentales.

Este tipo de consideraciones exige tener en cuenta no sólo los resultados de las
ciencias, sino también conocimientos de metodología que permitan interpretarlos
adecuadamente. La filosofía natural no interviene directamente en esos
problemas, pero es muy útil para evitar interpretaciones erróneas y situar en su
verdadero contexto los resultados científicos.

Por ejemplo, si se trata de determinar qué realidad tienen las partículas


elementales de la física, la filosofía permitirá advertir que lo substancial no tiene
por qué ser representable imaginativamente y proporcionará conceptos adecuados
de la substancia y los accidentes (que son indispensables para responder a esa
pregunta). Pero de lo que se trata en definitiva es de interpretar correctamente los
resultados y métodos de la física atómica.

La filosofía ayuda en ocasiones a la construcción hipótesis científicas y a la


correcta interpretación de los resultados de las ciencias experimentales. Pero
sería erróneo reducir la filosofía de la naturaleza a esas funciones heurísticas y
metodológicas, ya que su objetivo principal y directo es el estudio metafísico de las
características de los seres naturales. Este objetivo puede alcanzarse en muchos
casos con suficiente certeza recurriendo sólo a la experiencia ordinaria sin
embargo, en no pocas cuestiones más especializadas, se deberán tener en cuenta
los resultados de las ciencias experimentales, y la certeza que pueda alcanzarse
dependerá del valor de los mismos.
3. EL VALOR DE LA FILOSOFÍA NATURAL

En la filosofía de la naturaleza se encontrarán tres tipos de consideraciones,


según el grado de certeza que se pueda alcanzar:

a) conclusiones filosóficas ciertas, basadas en los conocimientos ciertos


proporcionados por la experiencia ordinaria o por las ciencias experimentales.

Es el caso, por ejemplo, del hilemorfismo, que afirma que toda substancia material
está compuesta esencialmente de materia prima (como substrato potencial
susceptible de ser actualizado de modos diversos) y forma substancial (como
aspecto actual que determina el modo de ser de la substancia). O también de
muchas afirmaciones sobre la naturaleza y propiedades de los accidentes de la
substancia corpórea (como la cantidad, las cualidades, etc.)

b) consideraciones más o menos hipotéticas, basadas sobre datos menos ciertos


de las ciencias. Dependen en parte del estado de los conocimientos científicos en
un cierto momento, y, por tanto, han de ser revisadas cuando surgen nuevos
datos.

Es frecuente que estas consideraciones se encuentren mezcladas con otras


ciertas. Por eso, es importante advertir que su caducidad no afecta
necesariamente a otros aspectos de la filosofía de un autor concreto: por ejemplo,
en las obras de Aristóteles o Santo Tomás se encuentran concepciones
dependientes de teorías ya superadas sobre el mundo, pero ello no invalida en
absoluto sus tesis principales, basadas en datos ciertos de la experiencia o en
datos que el progreso científico posterior confirma con más fuerza aún que en
épocas anteriores.

c) hipótesis acerca de la naturaleza que pueden servir de guía para la


investigación científica: en ocasiones pueden ser posteriormente confirmadas por
las ciencias, y frecuentemente resultan útiles para su progreso.

Por ejemplo, el atomismo filosófico de los antiguos era falso (suponía átomos
indivisibles y admitía el mecanicismo), pero pudo ayudar en el siglo XIX a las
primeras teorías atómicas de la química (que luego sufrieron profundas
modificaciones).

Esta función auxiliar para las ciencias es poco importante para la filosofía natural
en sí misma.

Evidentemente, las consideraciones del primer tipo son las más importantes para
la filosofía de la naturaleza, aunque también deberá ocuparse de las cuestiones
más hipotéticas, delimitando en cada caso su grado de certeza.

4. FILOSOFIA DE LA NATURALEZA Y CIENCIAS EXPERIMENTALES

Ya se han examinado anteriormente las relaciones generales entre la filosofía y


las ciencias particulares. Nos limitaremos ahora a algunas observaciones
específicas sobre la filosofía natural.

a) de modo general, las ciencias experimentales necesitan de la filosofía de la


naturaleza para no reducir toda la realidad a los aspectos que ellas captan según
su método; la filosofía natural hace posible encuadrar los resultados de esas
ciencias en el contexto de los conocimientos más profundos de la filosofía,
evitando el peligro de los reduccionismos.

Dado el prestigio de las ciencias y el alcance de los medios de comunicación, las


ideologías reduccionistas llegan actualmente a un público muy amplio,
presentadas como conclusiones científicas (o, al menos, como si gozaran de la
fiabilidad del método científico). Este hecho hace particularmente importante
encuadrar los conocimientos científicos en su contexto global, para lo cual se
requieren consideraciones filosóficas.

b) por mucho que se prolongue la investigación de las ciencias experimentales con


su propio método, no se llega a la filosofía de la naturaleza. La filosofía exige un
enfoque específico distinto del de las ciencias.
Por tanto, es un error negar la existencia de realidades estudiadas por la filosofía
natural, bajo el pretexto de que esas realidades no aparecen en la ciencia
experimental.

Por ejemplo, en ocasiones se niega el valor actual del concepto de «substancia,


alegando que ese concepto no tiene ninguna función en la física o la química.
Pero esas ciencias suponen necesariamente la noción de substancia (y de
accidente), ya que todo lo que existe en la realidad es substancia o accidental;
sucede simplemente que en la ciencia experimental, por su enfoque propio, no se
realiza un estudio explícito de esas nociones: tal estudio es tema de la filosofía
natural.

c) para utilizar correctamente los conocimientos científicos es necesaria una base


ética, que no puede fundamentarse en el método científico-experimental, sino en
la metafísica (que se apoya sobre la filosofía natural). De lo contrario, esos
conocimientos pueden ser usados en contra de las exigencias verdaderas de la
naturaleza humana. Las ciencias experimentales proporcionan conocimientos y
permiten la fabricación de instrumentos, pero cae fuera de su ámbito la cuestión
ética acerca de los fines para los que pueden o deben emplearse.

Los problemas en este campo son cada vez más graves (basta pensar en la
energía atómica y en las manipulaciones genéticas, por ejemplo), y exigen un
enfoque de la ciencia y del hombre que, a su vez, se apoya en la filosofía natural,
de modo que la ciencia esté al servicio del hombre y se utilice de acuerdo con las
normas éticas.
CAPÍTULO III

LA FILOSOFIA DE LO VIVIENTE

l. FILOSOFIA DE LO VIVIENTE Y FILOSOFIA NATURAL

Entre los entes naturales, ocupan un puesto especial los vivientes, que se
caracterizan por una singular capacidad de automovimiento: por su misma
naturaleza, pueden asimilar las substancias exteriores convirtiéndolas en su propia
substancia; se desarrollan en modos variados manteniendo su unidad individual;
poseen una diversificada capacidad de autoregulación; por su capacidad
reproductora, originan otros individuos de su misma especie.

Estas peculiaridades, junto con el hecho de que entre los vivientes se encuentre el
hombre con su naturaleza racional y corpórea, han hecho que, desde la
antigüedad, la filosofía de lo viviente haya sido objeto de estudio propio.

El estudio de la vida en sus diversos grados (vegetativa, sensitiva y racional), y del


alma como forma substancial de los vivientes, da lugar a cuestiones que requieren
consideraciones propias.
Entre otras muchas, pueden citarse el tema de la finalidad que, si bien se
encuentra ya presente en la naturaleza inanimada, se manifiesta de modo
especialmente claro en los entes vivos, el tema del conocimiento sensitivo de los
animales, básico para la comprensión del hombre; los temas relacionados con las
hipótesis evolucionistas, frecuentemente instrumentalizados en beneficio de
ideologías que distorsionan los datos científicos o sus consecuencias.

Aunque como ya se ha señalado la filosofía de lo viviente forma parte de la


filosofía de la naturaleza, se advierte la conveniencia de hacerla objeto de una
disciplina especial.

Por tanto, nos limitaremos a señalar que para la filosofía de lo viviente valen las
consideraciones expuestas acerca de la filosofía de la naturaleza. Su peculiaridad
estriba en que su objeto material son los entes vivos.

Por eso, se ha solido llamar psicología (o tratado del alma como principio vital), y
no hay inconveniente en seguir utilizando esa denominación; con frecuencia se
habla de psicología filosófica para distinguirla de la ciencia experimental
correspondiente. Muchas veces, al hablar de psicología, se entiende que se trata
del estudio del hombre, que también recibe el título de antropología filosófica.

Es claro que las conclusiones de la filosofía de la naturaleza inanimada se


aplicarán a los vivientes, con las particularidades derivadas de su peculiar
condición.

2. EL ESTUDIO METAFÍSICO DEL HOMBRE

A lo que tiene en común con los cuerpos inanimados, con los vivientes dotados de
vida vegetativa y con los animales, el hombre añade su característica de ente
racional que lo sitúa totalmente por encima del resto de los entes corpóreos.

La filosofía del hombre estudia precisamente las operaciones específicamente


humanas, o sea, el conocimiento intelectual y la voluntad libre. A través de ellas,
demuestra que el alma humana es espiritual, ya que es la raíz de operaciones que
trascienden el ámbito y las posibilidades de la materia.

El alma espiritual es forma substancial del hombre, substancia única en la cual lo


espiritual y lo material forman un único ser (aunque, por ser espiritual, el alma
humana sigue subsistiendo después de la muerte, y ha de ser creada
directamente por Dios). Por tanto, el estudio del hombre requiere la consideración
de todo lo propio de los entes corpóreos y de los vivientes inferiores.

El objeto de la filosofía del hombre es, por tanto, en parte común con la filosofía de
la naturaleza y en parte con la metafísica. Como es lógico, proporciona muchos
elementos imprescindibles para el estudio de la ética. Además, sirve de base para
la teología natural, puesto que lo que de Dios podemos conocer por la razón se
apoya necesariamente sobre el conocimiento del espíritu humano: por analogía,
podemos conocer algunas características del Ser divino que es puramente
espiritual.

3. EL ESTUDIO DEL HOMBRE Y LAS CIENCIAS PARTICULARES

Las ciencias experimentales estudian al hombre en sus dimensiones materiales,


como ente corpóreo. Aunque no llegan a considerar debido a su método propio- el
espíritu humano, proporcionan importantes conocimientos que son incluso
indispensables para profundizar en algunos aspectos de las operaciones del
hombre.

Por ejemplo, los modernos desarrollos de la neurobiología son importantes para


comprender los mecanismos que intervienen en el conocimiento, en la afectividad,
y en toda la conducta humana. Aunque el cerebro no es propiamente el órgano de
la inteligencia ni de la voluntad (que son facultades espirituales), es una de las
bases fisiológicas de sus operaciones.

Los avances de la biología humana dan pie, en ocasiones, a posturas


reduccionistas, que como sucede en otros ámbitos extrapolan los resultados
científicos más allá de lo posible, e ignoran los hechos que conducen a admitir la
espiritualidad del alma humana.

No son pocos los intentos de reducir al hombre a lo puramente material. Se trata


de posturas que ya se dieron en la antigüedad, y que pretenden ahora apoyarse
en las ciencias.

Una postura aparentemente más aceptable, pero también contradictoria, es el


emergentismo. Sus defensores advierten que en el hombre hay aspectos
inexplicables por el materialismo. Pero, al no admitir el espíritu (o pretendiendo
que la ciencia sea neutral ante él), afirman que lo específicamente humano ha
emergido a partir de la materia en el curso de la evolución. Pero esa emergencia
es un simple nombre para designar un tránsito imposible.

Tampoco faltan los intentos de explicar la inteligencia humana mediante analogías


con supuestas inteligencias artificiales, capaces de realizar algunas operaciones
iguales o mejor que el hombre. Pero, de nuevo, lo propio del hombre no se puede
reducir a artefactos: basta advertir que la relación del hombre con la verdad y la
evidencia, por ejemplo, implica una capacidad que supera lo material.

Las ciencias humanas estudian al hombre bajo diversos aspectos mediante


métodos sociológicos, psicológicos, históricos, etc., que tienen su valor propio.
Para estar rectamente orientadas, necesitan contar con la filosofía del hombre: es
indispensable que cuenten con una base metafísica correcta.

Por ejemplo, la sociología y la historia han de tomar como dato básico la


existencia de la libertad humana, estudiada por la filosofía del hombre. En caso
contrario, se presentarán como científicas conclusiones falsas, puesto que no
existen realmente leyes sociológicas o históricas deterministas.

La psicología no filosófica exige en sus planteamientos la consideración metafísica


del hombre, lo cual no implica que sus conclusiones se deriven sin más de la
filosofía. De modo semejante, la sociología exige una base metafísica, y ha de
contar con la ética (basada, a su vez, en la metafísica), para no reducir el
comportamiento humano a factores externos que no dan razón de las normas
éticas objetivas.

Las ciencias humanas tienen particularidades que las diferencian de las ciencias
experimentales de la naturaleza, ya que en el objeto de su estudio (el hombre) se
da la libertad. Aunque en parte pueden seguir el método experimental (respecto a
los aspectos más materiales del comportamiento humano), han de contar con la
filosofía del hombre. Cuando se presentan como ciencias ideológicamente
neutrales, se da el engaño de hacer pasar por científica una filosofía implícita cuyo
valor no se examina.
CAPITULO IV

LA ETICA

1. LA ETICA CIENCIA PRÁCTICA

Hasta ahora hemos considerado las partes de la filosofía teórica o especulativa,


cuyo fin es conocer la realidad tal como es. La ética, en cambio, es una ciencia
práctica, ya que estudia cómo se ordenan los actos humanos en relación con el fin
del hombre: no se detiene en la contemplación de la verdad, sino que aplica ese
saber a las acciones humanas, proporcionando el conocimiento necesario para
que el hombre obre bien moralmente.

La ética no es una ciencia práctica en el sentido en que lo puede ser una técnica,
pues trata sobre los actos humanos en cuanto voluntarios y, además, porque es
una parte de la filosofía que estudia por qué último de los fines y medios en la vida
humana.

La ordenación de las acciones voluntarias pertenece a la consideración de la


filosofía moral. Y la ordenación que la razón hace considerando las cosas
exteriores constituidas por la razón humana, pertenece a las artes mecánicas. Así,
es propio de la filosofía moral considerar las operaciones humanas en cuanto que
están ordenadas entre sí y respecto al fin.

La ética es la más importante de las ciencias prácticas porque trata acerca del fin
último del hombre en el que se encuentra la felicidad, y de los medios para
conseguirlo.

Puede decirse que, en definitiva es la parte más importante ya que toda la filosofía
ya que ayuda al hombre de modo concreto a conseguir su fin.

Cuando se dice que la filosofía no tiene una utilidad práctica no debe olvidarse que
globalmente consideradas las cosas, es el conocimiento racional más útil para el
hombre ya que le encamina hacia su fin último (en cuya consecución consiste la
felicidad).

2. EL OBJETO DE LA ETICA

La ética estudia los actos humanos bajo el punto de vista de su moralidad, en


cuanto son buenos o malos moralmente lo cual se determina atendiendo al fin
último del hombre: es bueno lo que conduce al hombre a su fin real y es malo todo
aquello que le aparta de ese fin. A la ética corresponde estudiar el fin último del
hombre que es Dios y considerar de modo concreto la moralidad de los actos
humanos así, estudia la ley moral natural, su aplicación a través de la conciencia,
los factores que influyen en la moralidad de los actos humanos, los hábitos
morales (virtudes y vicios); estudia también de qué modo se aplican los principios
morales generales a los problemas específicos así como a los temas derivados de
la naturaleza social del hombre.

El objeto material de la ética son los actos humanos o sea, lo, actos voluntarios,
que son los que proceden de la voluntad libre: por depender del hombre y no
darse de modo necesario, existe una responsabilidad moral acerca de ellos.
El objeto formal de la ética es la ordenación de los actos humanos al fin último del
hombre. Por tanto, la ética se fundamenta sobre la metafísica, que estudia a Dios
como Causa primera y Fin último de toda la creación (y del hombre en particular).

La filosofía moral o ética trata de las operaciones humanas, que proceden de la


voluntad del hombre según la ordenación de la razón. Pues si hay en el hombre
operaciones no sujetas a la voluntad y a la razón, no se llaman propiamente
humanas, sino naturales, como sucede con las operaciones del alma vegetativa,
que de ningún modo caen bajo la consideración de la filosofía moral. Así como el
objeto de la filosofía natural es el movimiento, o el ente móvil, así el objeto de la
filosofía moral es la operación humana ordenada al fin, o también el hombre en
cuanto que actúa voluntariamente en vistas al fin.

3. PARTES DE LA ÉTICA

Aunque la ética es una sola ciencia, a efectos prácticos suele dividirse en dos
partes:

a) la ética general, que estudia los principios fundamentales acerca de la


moralidad de los actos humanos: el fin último del hombre, la ley moral, la
conciencia, el pecado, las virtudes.

Así, respecto al fin último, demuestra que se encuentra en Dios, tanto en el


aspecto objetivo (aquello cuya posesión se ha de buscar) como subjetivo (la
felicidad). Se determina que la moralidad de los actos humanos está en función de
su adecuación al fin último, y que se juzga por su objeto, su fin y sus
circunstancias. Se considera la ley moral como regla objetiva de la moralidad,
estudiando los tipos de leyes morales y sus características (por ejemplo, la
objetividad y universalidad de la ley moral natural). Se analiza la naturaleza de la
conciencia, su obligatoriedad y los principios que deben regir la correcta actuación
moral. Se estudia la naturaleza de los hábitos morales (virtudes y vicios) y su
relación con la moralidad.
b) la ética social, que aplica esos principios a la vida del hombre en cuanto
miembro de la sociedad.

Entre los diversos temas de qué trata, pueden señalarse, por ejemplo: en qué
consiste el bien común de la sociedad; qué relación existe entre los individuos y la
sociedad, la función de la autoridad social; la obligatoriedad y moralidad de las
leyes civiles; el principio de subsidiariedad, por el que la autoridad debe respetar y
fomentar todo lo que sean capaces de hacer los individuos y los grupos
intermedios, interviniendo en los temas que lo exigen; la naturaleza, función y
derechos primarios de la familia como célula básica de la sociedad; los fines del
matrimonio y los obstáculos que se oponen a ellos.

4. ETICA Y METAFÍSICA

La ética se fundamenta en la metafísica. En efecto, para poder juzgar la


adecuación de los actos humanos al fin del hombre, se han de considerar las
verdades básicas acerca de Dios, de la creación, de la naturaleza espiritual del
hombre y de su libertad, etc., temas que son estudiados por la metafísica. Sin esa
base no podría determinarse el orden moral que debe cumplirse, y la ética
quedaría vacía de contenido real.

Ya desde el principio, la ética comienza por fundamentar la noción del bien, lo cual
exige una consideración directamente metafísica. Si no se concibe el bien como
un aspecto objetivo de la realidad, forzosamente se recurrirá a motivos de orden
subjetivo que son incapaces de dar razón del orden moral objetivo que puede y
debe realizarse.

Entre los intentos modernos de fundamentar la ética sobre bases insuficientes, se


encuentra el de Kant, quien niega en su Crítica de la razón pura que pueda
conocerse racionalmente a Dios, introduciendo en la Crítica de la razón práctica
una moral basada en imperativos de conciencia carentes de fundamento objetivo y
el de Max Scheler, quien señala la realidad objetiva de los valores y la
espiritualidad de la persona humana, pero encuadra estos aspectos válidos en un
contexto metafísico insuficiente.

El marxismo niega las bases metafísicas indispensables para que pueda tener
sentido la ética.

Los diversos intentos de fundamentar una ética sin Dios, aunque puedan contener
aspectos parciales verdaderos, necesariamente carecen de base suficiente, ya
que no pueden dar razón del sentido auténtico de la vida humana.

Por otra parte, la ética tiene estrechas conexiones con la psicología (entendida
como filosofía del hombre), que, como se ha visto anteriormente, pertenece de
algún modo a la metafísica.

La ética es una ciencia distinta de la psicología. Aunque la psicología estudia


también los actos humanos los considera en sí mismos, delimitando su naturaleza
y sus características. Por su parte, la ética los considera bajo el punto de vista de
su moralidad, lo cual es un enfoque diferente. Es evidente que, en muchos temas,
la ética utilizará los conocimientos proporcionados por la psicología, como base
para plantear las cuestiones referentes a la moralidad.

Por ejemplo, la ética ha de contar con los estudios de la filosofía del hombre
acerca de la espiritualidad del alma, el conocimiento intelectual y sensitivo, la
voluntad y la libertad.
CAPÍTULO V

LA LOGICA

l. QUÉ ES LA LOGICA

El hombre conoce de modo parcial: de lo sensible se remonta a lo inteligible, y de


uno aspectos de la realidad pasa a otros mediante razonamientos. Su
conocimiento no abarca la realidad de una sola vez y de modo completo

No haría falta razonar si conociésemos perfectamente y de una sola vez toda la


realidad. Pero la limitación de nuestro conocimiento exige que la inteligencia
razone, para llegar a unos conocimientos a partir de otros.

Por ejemplo, mediante la inducción se pasa de casos particulares a conocimientos


generales (de la repetida experiencia de que los cuerpos caen hacia la tierra,
inducimos que eso sucede en todos los cuerpos). Mediante la deducción se pasa
de conocimientos generales a casos individuales (si sabemos que todos los
cuerpos caen, deducimos que si lanzamos al aire un cuerpo concreto, caerá a
tierra).
La lógica estudia las garantías de los distintos tipos de razonamiento, o sea, qué
condiciones deben darse para que sean válidos.

La lógica estudia los procedimientos de la inteligencia, con el fin de asegurar que


sean correctos y conduzcan a la verdad. Se distingue de la psicología' que
estudia los actos de la razón en sí mismo como características del hombre
preguntándose por su naturaleza: la psicología considera los actos del hombre
como parte de la realidad, mientras que la lógica se ocupa de los procesos
intelectuales en cuanto relacionan unos conocimientos con otros o con la realidad
significada.

La psicología estudia, por ejemplo la naturaleza de la inteligencia y de sus


operaciones (su inmaterialidad y capacidad de conocer etc.) la lógica se ocupa de
los productos de la actividad intelectual (los conceptos, los juicios, los
razonamientos) delimitados qué condiciones se han de dar para su uso correcto.

Evidentemente, la lógica se apoya en los conocimientos proporcionados por la


psicología y también de los de la gnoseología (acerca de la naturaleza del
conocimiento de la verdad). Pero adopta un punto de vista propio centrando su
estudio en las condiciones que han de darse para que sean razonamientos sean
verdaderos.

Existe una lógica espontánea, que todo hombre posee en mayor o menor grado,
mediante la cual se razona correctamente. Pero si se quiere asegurar que los
procesos de conocer sean correctos, es necesario estudiar la lógica científica o
ciencia lógica, examinando sistemática y explícitamente nones de validez del
conocimiento intelectual.

2. LOGICA Y METAFISICA

La lógica se ocupa de entes de razón que sólo existen en la mente,


concretamente, de las relaciones que la razón establece entre los distintos
conocimientos
Si afirmamos Pedro es alto, nos referimos a Pedro como una persona concreta a
la que atribuimos una propiedad real (ser alto). En cambio, si afirmamos «Pedro es
el sujeto de la proposición Pedro es alto, consideramos que Pedro es un nombre
con una función determinada en esa proposición (es su sujeto). Pedro y alto se
pueden tomar referidos directamente a la realidad, o bien como términos de las
proposiciones acerca de la realidad: en este segundo caso, Pedro, alto, y las
relaciones entre ellos, sólo existen en la razón, o sea, son entes de razón (y no
entes reales, como lo son en la realidad Pedro y su altura). Lo mismo debe decirse
de las proposiciones (que expresan juicios), y de los razonamientos que
relacionan unas proposiciones con otras: fuera de la razón, no existen
proposiciones ni razonamientos.

Teniendo presente lo que se acaba de exponer, se comprende que la lógica es


distinta de la metafísica, que siempre se ocupa de entes reales que existen fuera
de la mente que los conoce (y es distinta de toda otra ciencia que se ocupa de los
entes reales). Pero tiene un fundamento en la metafísica, ya que las relaciones
que la razón establece entre los conocimientos han de reflejar el orden que existe
en la realidad, pues en caso contrario los procesos mentales no serán correctos y
no conducirán a la verdad. La lógica no es una ciencia totalmente autónoma
desligada de la metafísica.

Algunos autores niegan la relación entre la lógica y la metafísica. Por ejemplo, E.


Nagel, quien afirma que la elección de principios lógicos no habrá de basarse en la
supuesta mayor necesidad inherente de un sistema frente a otros, sino en la
aptitud relativamente mayor de uno de ellos para hacer las veces de instrumento
cuando se quiere obtener cierta sistematización en el conocimiento.

La razón que da en último término es: no conozco otro medio para reconciliar el
carácter necesario y apriorístico de los principios lógicos con las exigencias de un
experimentalismo consecuente, preocupado por todas las cuestiones
existenciales.
Desde luego, pueden construirse diversas reglas y sistemas lógicos (y de hecho
se hace), dada la gran amplitud de posibilidades que existen en el razonamiento.
Pero los principios básicos de la lógica no son arbitrarios: en la medida en que el
conocimiento se dirige a la realidad, está sometido a las leyes metafísicas (por
ejemplo, el principio de no-contradicción, según el cual algo no puede ser y no ser
lo mismo simultáneamente y bajo el mismo aspecto, debe ser recogido por la
lógica, y si no es así como sucede con filosofías de tipo marxista, basadas en la
realidad de la contradicción, se cae en un parloteo sin sentido en el que cualquier
disparate puede tener lugar).

La necesidad de las leyes lógicas proviene de la necesidad de las leyes


metafísicas, no de que sean apriorísticas. Y, si se trata de verdaderas leyes
lógicas, la experiencia nunca podrá contradecirlas, puesto que responden a leyes
necesarias de la realidad.

3. LOGICA Y CONOCIMIENTO HUMANO

La lógica se aplica a todo el conocimiento humano, tanto al ordinario como al


científico. Su estudio es parte de la filosofía: aunque la lógica no estudia
directamente la realidad, estudia las condiciones en que los conocimientos son
válidos, y por tanto es un instrumento que afecta de modo general a todo
conocimiento racional de la realidad.

El carácter filosófico de la lógica se deriva de que tiene como objeto de estudio los
actos mismos de la razón humana, cuyas leyes determina; por eso, dirige todos
los demás conocimientos, enseñando cómo ha de proceder la razón de modo
ordenado y sin error. Y tiene un alcance universal, como la metafísica, si bien la
metafísica se extiende a todo lo que es real, y la lógica alcanza a todo en cuanto
que todo puede ser objeto de investigación racional.
Por otra parte, en cuanto se ocupa sólo de los entes de razón, puede decirse que
la lógica en cierto modo más que ciencia filosófica es un instrumento introductorio
y necesario para la filosofía y las ciencias.

Sin embargo, es muy difícil elaborar todos los conocimientos siguiendo


explícitamente las reglas de la lógica, y ni siquiera puede sostenerse que deba
intentarse conseguirlo: en la práctica, tanto en el conocimiento ordinario como en
el científico, la atención se dirige principalmente hacia la realidad, y sólo en un
segundo momento especialmente cuando se detectan errores o hay dudas se
centra la atención en las construcciones lógicas.

La sistematización lógica es un medio, no un fin. La construcción de lenguajes


artificiales en los que se explicite totalmente el rigor lógico da lugar a
consideraciones importantes, pero de una enorme complejidad si se los pretende
aplicar al lenguaje ordinario, científico o filosófico.

Históricamente, se han dado interpretaciones según las cuales la tarea de la


filosofía quedaba reducida única o principalmente a la lógica. Un ejemplo reciente
de este error es el neopositivismo (también llamado empirismo lógico) del Círculo
de Viena, según el cual el único objetivo reservado a la filosofía sería la aclaración
lógica del significado del lenguaje; entre otros defectos, puede señalarse que esta
postura es contradictoria, ya que su tesis principal sobre la función de la filosofía
no surge del análisis lógico del lenguaje.

4. PARTES DE LA LÓGICA

La lógica se ocupa de los conceptos, de los juicios y de los razonamientos (o


raciocinios).

El objeto de la lógica es el conocimiento humano en cuanto representativo de la


realidad. En nuestros procesos de conocer se distinguen tres operaciones
fundamentales: l) simple aprehensión (primera operación de la inteligencia, que es
la más elemental), cuyo término es el concepto (por ejemplo, concepto hombre,
perro); 2) operación de juzgar, componiendo conceptos, cuyo término es el juicio
(por ejemplo, el hombre ríe) 3) operación de razonar, componiendo juicios para
extraer un nuevo juicio antes desconocido, que da lugar al raciocinio (por ejemplo,
el que respira vive; Pedro respira; luego vive). Surgen así tres grandes partes de la
lógica: lógica de los conceptos, lógica del juicio y lógica del razonamiento. Se
suele distinguir también una cuarta parte de la lógica, llamada epistemología o
filosofía de la ciencia, en la que se aborda el proceso del conocimiento en el nivel
científico (metodología, principios de las ciencias, división del saber, etc.).

La filosofía de la ciencia, que también suele llamarse metodología, en cuanto es


un estudio lógico de los métodos científicos y de su alcance, es una parte de la
lógica, aunque también está muy relacionada con la gnoseología o reflexión
metafísica sobre el conocimiento (como también sucede a la lógica): sin un
fundamento metafísico, es imposible determinar la naturaleza del conocimiento
científico (y del conocimiento en general).

Otra división tradicional de la lógica distingue dos partes: lógica material y formal.
La lógica material viene a ser un estudio de los principales problemas filosóficos
que plantea la lógica (por ejemplo, el problema de los universales, de la
abstracción y la inducción, etc.), y propiamente es la lógica filosófica. La lógica
formal estudia en cambio las operaciones cognoscitivas desde el punto de vista de
su corrección formal, prescindiendo de su contenido y de sus fundamentos
filosóficos (por ejemplo, teoría del silogismo); se aplica preferentemente a la lógica
del raciocinio. La moderna lógica simbólica es un tipo de lógica formal.
CAPÍTULO VI

LA HISTORIA DE LA FILOSOFIA

1 SIGNIFICADO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFIA

La historia de las ciencias particulares suele ocupar un lugar accidental en el


estudio de esas disciplinas. Esto es cierto, sobre todo, en las ciencias
experimentales, donde el interés se concentra en los resultados adquiridos. En las
ciencias humanas, el desarrollo histórico de sus problemas y soluciones tiene
mayor interés, ya que muchos planteamientos se entienden mejor a la luz de las
circunstancias históricas; lo mismo, pero en grado todavía mayor, sucede en la
filosofía.

La historia de la filosofía no puede reducirse a un simple conjunto de datos y de


afirmaciones de los filósofos: para captar el pensamiento de un filósofo es
necesario considerar cómo plantea sus problemas y propone sus soluciones, y
esto ya es una tarea filosófica. Cuando se pretende además conseguir una visión
histórica acerca de los diversos planteamientos y soluciones de los problemas,
necesariamente se ha de trabajar a nivel filosófico. Por tanto, la historia de la
filosofía es una parte de la filosofía.

La búsqueda de la verdad es una tarea compleja cuando, como sucede en la


filosofía, se investigan los problemas a fondo. Por eso es una característica de los
filósofos más profundos haber estudiado y discutido los puntos de vista aportados
por otros anteriores, y ello es una garantía de mayor aproximación a la verdad.

Por ejemplo Aristóteles considera los problemas de ese modo, y se lamenta


cuando sobre alguna cuestión hay pocos antecedentes. Santo Tomás de Aquino
ofrece un destacado ejemplo de amor a la verdad, venga de quien venga: por eso
examina todo tipo de opiniones y procura aprovecharlas lo más Posible.

El interés de la historia de la filosofía radica en que facilita el acceso a la verdad


pues da a conocer lo que otros ya han pensado sobre cuestiones semejantes a las
actuales. La originalidad que algunos parecen buscar, incluso a costa de
simplificaciones arbitrarias, va en detrimento de la verdad.

Cabe, sin embargo, exagerar la importancia de los factores históricos. Esto sucede
cuando se niega la posibilidad de alcanzar soluciones con valor permanente, y se
reduce el estudio de la filosofía al examen de las diversas posturas que se han
dado a lo largo de la historia. Hay que señalar claramente que el conocimiento
metafísico alcanza verdades de valor perenne (acerca de Dios, del hombre y de la
naturaleza), aunque esos conocimientos se alcancen en un contexto histórico
determinado y puedan enriquecerse posteriormente con el estudio de nuevos
aspectos.

En nuestra época, uno de los mayores peligros es el relativismo que no reconoce


el valor definitivo a ningún conocimiento humano. A veces, se llega a esa postura
argumentando que incluso las doctrinas que se han considerado más ciertas en la
historia, finalmente se han revelado erróneas o parciales. Se comete así el grave
error de negar toda certeza bajo el pretexto de que en todos los filósofos o
doctrinas ha habido errores, y se adopta una postura pretendidamente objetiva
que en vano busca un fundamento para seguir hablando de la objetividad» y la
verdad.

2. EL ESTUDIO DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

Para profundizar en la filosofía es importante el estudio de los grandes filósofos,


que han planteado los problemas con especial profundidad. No se trata de buscar
simplemente la erudición, o un conocimiento que no traspase el plano histórico,
sino de que sea una ayuda para alcanzar el conocimiento de la verdad. Ese
estudio debe ir acompañado de una valoración crítica: en caso contrario, no se
distinguirán los logros verdaderos de los errores, y difícilmente se evitan la
conclusión escéptica al comprobar la variedad de soluciones que han recibido los
mismos problemas. Se trata, pues, de un estudio que permita captar y valorar los
planteamientos y soluciones que, a lo largo de la historia, han recibido los
problemas filosóficos.

Evidentemente, el pensamiento de cada filósofo depende en parte de las


condiciones de su época: los problemas se plantean en un contexto determinado
sometido a cambios.

Pero los filósofos no son un simple producto de su época. En parte la trascienden


e influyen realmente en el desarrollo posterior del pensamiento (y, por tanto, de
toda la historia): por eso., el conocimiento de los filósofos más influyentes tiene
siempre un interés actual. No existen leyes necesarias de la historia, y su
desarrollo depende notablemente de las ideas de los pensadores más destacados.

El estudio de la historia permite observar que las distintas posturas filosóficas


giran alrededor de unos mismos problemas fundamentales, y que las soluciones
dadas a esas cuestiones se reducen, a su vez, a varias líneas básicas de
pensamiento, que van encontrando diversas expresiones a lo largo de la historia, y
que se relacionan estrechamente con las actitudes posibles frente a los problemas
cruciales de la existencia humana. Además, es posible señalar con frecuencia
cómo unos planteamientos filosóficos surgen como reacción frente a los excesos
de posturas contrarias. Todo esto permite disminuir la perplejidad causada por la
variedad de doctrinas en la historia de la filosofía, y evitar conclusiones relativistas
y escépticas.

Por ejemplo, en la gnoseología se dan posturas extremas de tipo empirista o


racionalista que explican el valor del conocimiento, en último término, en función
de los sentidos r: de la razón respectivamente; posturas realistas que compaginan
ambos factores; y escépticas que ponen en duda o niegan el valor del
conocimiento.

Algo análogo sucede en la metafísica con las doctrinas materialistas, idealista y


dualista, en la ética con el pragmatismo, el subjetivismo y el objetivismo (que
admite la existencia de valores éticos objetivos); y en la teología natural con el
ateísmo, el panteísmo el teísmo y el agnosticismo.

Además, tales posturas suelen estar relacionadas entre sí: por ejemplo,
frecuentemente se da en una misma doctrina el empirismo, el materialismo, el
pragmatismo y el ateísmo. Y no es raro que una línea doctrinal se presente como
reacción o superación de otra.

3. EL PROGRESO EN LA FILOSOFÍA

Las consideraciones anteriores permiten responder a la pregunta sobre si se da o


no verdadero progreso en la filosofía

A diferencia de lo que sucede en las ciencias o técnicas que facilitan el dominio de


la naturaleza, el progreso en filosofía no consiste en la aparición de nuevas
doctrinas, sino en una mayor aproximación a la verdad, que puede darse en
cualquier época.

La filosofía siempre encontrará nuevos problemas y datos que antes no se


presentaban, y habrá de estudiarlos y tenerlos en cuenta. Pero, por lo que
respecta a los temas básicos, puede suceder que el enfoque más correcto hasta el
momento se haya dado hace tiempo (incluso hace muchos siglos), aunque a
veces necesite actualizarse en aspectos secundarios.

Por ejemplo, siempre tiene gran interés el estudio de los antiguos pensadores
griegos, ya que plantearon muchos de los problemas importantes de la filosofía y
les dieron las principales soluciones posibles.

El progreso en filosofía no es lineal ni acumulativo hay avances, retrocesos, y


cumbres que -hasta el momento no han sido superadas.

El progreso científico-técnico no va acompañado necesariamente por el progreso


filosófico. Incluso en ocasiones puede suceder que los éxitos científico-técnicos
sirvan como excusa para olvidar o rechazar planteamientos filosóficos más
profundos, bajo el pretexto de que los avances citados habrían cambiado
esencialmente los temas fundamentales y sus soluciones.

4. ETAPAS PRINCIPALES DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFIA

El estudio de la historia de la filosofía suele hacerse según una división en cuatro


grandes períodos:

a) la filosofía antigua, que comprende la época que va desde los primeros filósofos
de Grecia hasta la Edad Media. En la Grecia antigua se plantearon ya los
principales problemas de la filosofía y se propusieron soluciones que, con diversas
variantes, reaparecen en las épocas posteriores. Platón y Aristóteles representan
el punto culminante de este período.

Aristóteles realizó una gran síntesis de los problemas estudiados por sus
predecesores (presocráticos, sofistas, Sócrates, Platón), sistematizando
soluciones que, en buena parte, tienen valor perenne. Sin duda, parte de su obra
se encuentra superada por los posteriores avances científicos, pero incluso en ese
ámbito, y sobre todo en el estrictamente filosófico, su obra contiene el germen
enteramente formado y dotado de posibilidades ilimitadas, de la sabiduría humana
entera. Puede decirse que hasta Aristóteles la filosofía se encontraba en estado
de formación embrionaria. En adelante, y una vez formada, va a poder
desarrollarse indefinidamente.

b) la filosofía medieval, que abarca los siglos de la Edad Media. Destacan los
filósofos árabes, y, sobre todo, la Escolástica cristiana, en la cual la filosofía se
relaciona íntimamente con la teología. Su punto culminante es la doctrina de Santo
Tomás de Aquino, que recoge en una síntesis original las adquisiciones
principales de la filosofía clásica y las integra armónicamente en la teología
cristiana.

A veces se presenta la Edad Media como un período oscuro, en el cual el


pensamiento estuvo envuelto en elucubraciones estériles. La historiografía
moderna da una imagen muy diversa. Nada más falso que considerar la filosofía
medieval como un episodio que encuentra en sí mismo su propia conclusión, y
que se puede silenciar al volver a trazar la historia de las ideas. De la Edad Media
salen las doctrinas filosóficas y científicas con que se la quiere aplastar... Fue,
además, la primera en practicar una filosofía libre de toda autoridad, incluso
humana. Hay que relegar, pues, al dominio de la leyenda esa historia de un
renacimiento del pensamiento que sucedería a siglos de sueño, de oscuridad y de
error. La filosofía moderna, o ha tenido que luchar por conquistar los derechos de
la razón contra la Edad Media; por el contrario, la Edad Media los conquistó para
ella.

Desde luego, el pensamiento medieval tiene en La fe cristiana una de sus


principales inspiraciones pero ello no fue un obstáculo sino un estímulo para la
razón: todo sucede como si la revelación judeocristiana hubiese sido una fuente
religiosa de desarrollo filosófico, siendo la Edad Media latina, en el pasado, el
testigo por excelencia de ese desarrollo. Esta tesis podrá ser tachada de
apologética, pero, si es verdadera, el hecho de que pueda servir para fines
apologéticos no le impide ser verdadera; si es falsa, no lo es porque se la pueda
utilizar con ese fin. La cuestión es, pues, saber si es verdadera, cada cual
quedando libre de utilizarla como le parezca.

c) La filosofía moderna tiene su comienzo con Descartes, quien efectúa un giro en


la filosofía que influye decisivamente en todo el pensamiento posterior' Sin duda,
Descartes es el padre de la filosofía moderna. De su intento de fundamentar todo
el saber en la evidencia subjetiva y de desarrollarlo en forma de sistema, arrancan
el racionalismo y el empirismo de los siglos XVII y XVIII y las cuestiones que
ambos dejan sin solución conducen al planteamiento de Kant quien, a su vez,
condiciona fuerte mente el posterior desarrollo de la filosofía.

De Kant arranca el idealismo, cuyo máximo exponente fue Hegel, de quien, a su


vez y con los añadidos propios de tipo materialista arranca Marx.

Es significativo que J.P. Sartre haya afirmado que hay tres momentos en la
filosofía que se encuentran encadenados de modo natural y que delimitan el
necesario horizonte de la cultura: l) Descartes-Locke; 2) Kant-Hegel; 3) Marx. Se
trata, sin duda, de posiciones que condicionan el pensamiento posterior, y, en
muchos aspectos, de modo negativo.

Aun reconociendo los aspectos parciales que en esas doctrinas puedan tener un
interés positivo, no parece exagerado afirmar que, globalmente consideradas,
contienen graves errores y son fuente de otros aún mayores.

El positivismo de A. Comte representa una línea de pensamiento que, aun influida


por los planteamientos post-cartesianos, se centra preferentemente en la reforma
de la sociedad basándose en consideraciones pretendidamente científicas. Esa
«política científico» de tipo utópico se da también en Marx, aunque con desarrollos
distintos. En la época más reciente, muchos planteamientos serán variantes del
positivismo y del marxismo, y llegarán a dominar no sólo buena parte del mundo
de las ideas, sino también amplios ámbitos de la política, con muchas
repercusiones negativas.
d) la filosofía contemporánea (del siglo XX) presenta, al mismo tiempo que
numerosos autores influyentes como cualquier otra época, algunas líneas
especialmente difundidas:

- el pensamiento marxista, fraccionado en posiciones ortodoxas y heterodoxas en


relación con la realidad política;

- la filosofía analítica, muy difundida en las áreas anglosajonas, centrada en el


análisis del lenguaje; la filosofía de la ciencia, frecuentemente relacionada con la
filosofía analítica y no raramente condicionada por planteamientos cientificistas y
positivistas;

- la fenomenología de E. Husserl y sus discípulos;

- el existencialismo, con muy diversas variantes (Heidegger, Sartre, Jaspers);

- la metafísica del ser, especialmente de inspiración tomista, cultivada desde


diferentes perspectivas por autores muy variados.

Nuestra época podría caracterizarse por un cierto funcionalismo: hay poca


confianza en las construcciones teóricas, un lógico interés por solucionar los
problemas de la vida diaria, y gran admiración por los adelantos científico-
técnicos. Estas características se encuentran reflejadas en el pensamiento
filosófico, lo cual explica en parte la difusión de doctrinas marxistas (en las que se
busca, más que la teoría, la eficacia práctica y una concepción pseudoreligiosa
que dé sentido a la vida), y de la filosofía analítica (más académica, y
frecuentemente unida a una concepción escéptica y pragmatista de la existencia
humana).

Por otra parte, se hace imperiosa la búsqueda de soluciones más profundas, por
lo que se da también una fuerte corriente de respeto y estudio de los clásicos
(Aristóteles especialmente), y una renovación del pensamiento metafísico,
cultivado por lo que se ha llamado la filosofía perenne (cuya expresión más
profunda se encuentra en Santo Tomás de Aquino), que defiende el valor
permanente y definitivo de las tesis básicas de la metafísica.
TERCERA PARTE

FILOSOFIA Y CRISTIANISMO
CAPÍTULO I

LA TEOLOGIA COMO CIENCIA

l. RAZON Y FE

Se ha de notar, en primer lugar, que la fe no destruye la razón, sino que la supera


y le confiere plenitud. La fe es una virtud sobrenatural por la que, con inspiración y
ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado,
no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón,
sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni
engañamos. La fe cristiana conduce a un asentamiento más firme a verdades
accesibles a la razón (sobre Dios, el alma humana, la ley natural), y además a la
aceptación de verdades que la razón humana no puede alcanzar por sus fuerzas.

La fe en la revelación no tendrá pues como resultado destruir la racionalidad de


nuestro conocimiento, sino de permitir que se desenvuelva más completamente;
del mismo modo que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la sana, fecunda
y perfecciona, así la fe, por la influencia que ejerce desde lo alto sobre la razón
como tal, permite el desenvolvimiento de una actividad racional más fecunda y
verdadero.

La fe supone la razón: si el hombre no tuviera la capacidad de conocer


intelectualmente, tampoco podría ser elevado al conocimiento de las verdades
sobrenaturales además esas verdades están por encima de la razón, pero no
contra ella, y se apoyan de algún modo en el conocimiento de la razón ya que el
hombre penetra en ellas a través de los conceptos racionales (sin un conocimiento
racional de la significación de conceptos como persono, naturaleza y Dios, no se
entendería nada de los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, por
ejemplo). Por otra parte, la razón es sanada y elevada por la fe, ya que la fe
ilumina la oscuridad en que ha quedado la razón como consecuencia del pecado,
le facilita el conocimiento de verdades básicas a las que puede llegar por sí
misma, y la eleva al conocimiento de las verdades sobrenaturales que superan
sus posibilidades.

Ambos órdenes de conocimiento se dan juntos en el creyente, aunque son


distintos y separables (como se comprueba cuando una persona pierde la fe).

Mediante la razón, el hombre puede alcanzar un conjunto de verdades que se


llaman preámbulos de la fe, porque sirven de base a las verdades sobrenaturales
reveladas; tales son, por ejemplo, la existencia de Dios, la espiritualidad e
inmortalidad del alma, la libertad humana, y la ley natural.

Aunque esas verdades pueden ser conocidas por la razón natural, Dios las ha
revelado también, para que puedan ser conocidas «por todos, aun en la presente
condición del género humano, de modo fácil, con firme certeza y sin mezcla de
error alguno. Por eso, el creyente está en mejores condiciones que el no creyente
para emplear bien la razón en lo que se refiere a los problemas básicos de la
existencia humana, puesto que encierran ciertas dificultades, aumentadas por las
consecuencias del pecado. Las verdades reveladas, por apoyarse en la autoridad
de Dios, gozan de una seguridad mayor que las alcanzadas por la razón.
Por otra parte, el mal uso de la razón puede poner obstáculos a la aceptación de
la fe. Esto sucede, por ejemplo, cuando se pretende erróneamente extraer de las
ciencias argumentos en contra de las verdades reveladas. En estos casos, el uso
adecuado de la razón basta para mostrar la falta de base de esos obstáculos y, en
esta tarea, la razón se ve ayudada y dirigida por la fe, que señala claramente
dónde están los errores. Es importante advertir que, además de los errores
directamente opuestos a las verdades de la fe, existen otros que se oponen
indirectamente, a través de sus consecuencias: es el caso de planteamientos que
coherentemente desarrollados conducen a conclusiones incompatibles con la fe
(afirmando, por ejemplo, que el hombre no puede alcanzar nunca la certeza en su
conocimiento de la realidad, o que no conoce la realidad tal como es en sí misma).

Se opone a la fe, por ejemplo, el evolucionismo materialista. Pero es fácil mostrar


que el materialismo no puede apoyarse en la ciencia (ni en otros argumentos
racionales).

De modo indirecto, se oponen a la fe doctrinas de tipo kantiano, por ejemplo, pues


al negar la capacidad de alcanzar la realidad en sí misma, destruyen la base
racional de la fe.

A veces las pretendidas dificultades contra la fe provienen de planteamientos más


genéricos. Por ejemplo, cuando se dice que la ciencia progresa adueñándose
racionalmente de terrenos antes asignados a la fe. Esto, en el caso de la fe
cristiana, es simplemente falso: no se encuentra un solo caso en el que una
verdad contenida en la doctrina católica haya sido o pueda ser eliminada por el
progreso científico.

2. QUE ES LA TEOLOGIA

La teología es la ciencia de la fe, o sea, la ciencia que bajo la luz de la revelación


divina, trata de Dios y de las criaturas en cuanto se refieren a Dios.
Evidentemente, al hablar de teología en este capítulo nos referimos a la teología
sobrenatural, que parte de la fe en la revelación divina; ya se ha visto que la
teología natural, que estudia lo que puede conocerse de Dios por la tazón, es una
parte de la metafísica (y, por tanto, de la filosofía).

El objeto de la teología abarca, por tanto:

- Dios en sí mismo: su existencia, su esencia, sus atributos (infinitud, providencia,


etc.), la Trinidad de Personas;

- las obras de Dios: Ia creación y los seres creados, la elevación del hombre al
plano sobrenatural, la Encarnación y la Redención, la Iglesia, los sacramentos.

La teología se extiende a toda la realidad, estudiándola a la luz de la revelación


divina desde la perspectiva más profunda que el hombre puede alcanzar (con la
luz sobrenatural de la fe). Es, por consiguiente, la ciencia que más completamente
realiza el concepto de sabiduría y, como tal sabiduría suprema, le compete juzgar
y dirigir todos los demás conocimientos (sin que éstos pierdan en absoluto su
autonomía propia).

Todos estos temas son estudiados, en la teología, por la razón y a la luz de la


Revelación. La fuente del conocimiento teológico es la Revelación, que se
transmite por la Sagrada Escritura y la Tradición, y es custodiada e interpretada de
modo auténtico por el Magisterio de la Iglesia.

Por tanto, la fe es el inicio, el fundamento y la regla de la teología. Una afirmación


que no estuviera de acuerdo con la fe no sería admisible, aunque se la revistiera
de ropaje aparentemente teológico. Una postura teológica que se opusiese al
Magisterio de la Iglesia sería automáticamente errónea. El estudio y la
investigación en teología exigen unas adecuadas disposiciones personales, sobre
todo por lo que se refiere a la fe y a la fidelidad a la misión de la Iglesia en unión
con su Magisterio auténtico.

La conexión esencial de la teología con la fe, fundada y centrada en Cristo, ilumina


con toda claridad la vinculación de la teología con la Iglesia y con su Magisterio.
No se puede creer en Cristo sin creer en la Iglesia 'Cuerpo de Cristo'; no se puede
creer con fe católica en la Iglesia, sin creer en su irrenunciable Magisterio... Por
eso, el Magisterio eclesial no es una instancia ajena a la teología, sino intrínseca y
esencial a ella. Si el teólogo es ante todo y radicalmente un creyente, y si su fe
cristiana es fe en la Iglesia de Cristo y en el Magisterio, su labor teológica no podrá
menos de permanecer fielmente vinculada a su fe eclesial, cuyo intérprete
auténtico y vinculante es el Magisterio.

El recto ejercicio de la razón permite profundizar en el contenido de las verdades


reveladas, pero con las solas fuerzas de la razón no puede llegarse a conocer los
misterios sobrenaturales y a aceptarlos, ni tampoco a demostrarlos una vez
conocidos.

En definitiva, el proceder teológico no debe ser interpretado según un movimiento


centrífugo en el que, a partir de un núcleo de fe, se va derivando hacia
conclusiones cada vez más alejadas del centro y más irrelevantes desde la
perspectiva del existir cristiano, sino al contrario, como un movimiento centrípeto,
ya que consiste en conducir a su centro, para iluminarlo a partir de é1, toda verdad
y todo conocimiento. La teología... es un momento interior a la fe, en la que se
funda y a la que sirve.

La teología no es, por consiguiente, un conocimiento desvinculado de la vida


cristiana. Por el contrario, su misión es iluminar los más variados problemas
prácticos, con la luz de la profundización de las verdades de la fe. Junto con un
contenido objetivo, la fe cristiana supone un acercamiento personal a Dios; por
eso, como ciencia de la fe, la teología tiene como fin ayudar al hombre a
aproximarse más a Dios, facilitándole un mejor conocimiento de Dios mismo y de
las verdades que ha revelado, e iluminando con ese conocimiento las cuestiones
de la existencia humana.
3. LA FUNCIÓN DE LA RAZÓN EN LA TEOLOGÍA

De acuerdo con todo lo anteriormente expuesto, ha de decirse que la teología se


elabora mediante la razón iluminada por la fe. La razón y la fe son dos fuentes
distintas de conocimiento, pero no se oponen, sino que se complementan.

La función de la razón en la teología no es, por consiguiente, demostrar las


verdades sobrenaturales de la fe, sino alcanzar una mayor inteligencia de ellas;
para conseguirlo, acudirá a semejanzas con realidades naturales, y estudiará la
conexión de los diversos misterios entre sí y con el fin último del hombre. Aunque
se alcance una cierta explicación de las verdades de la fe, es evidente que esas
verdades seguirán siendo misteriosas para el hombre.

Los errores en la teología frecuentemente surgen del afán por hacer más
comprensible las verdades sobrenaturales. Por ejemplo, podría parecer, desde el
punto de vista exclusivamente natural, más razonable reducir la Eucaristía a un
símbolo a través del cual se da una especial intervención divina, o afirmar que
Jesucristo es una persona humana en la que Dios actuó de un modo único; pero
de ese modo no se hace verdadera teología cristiana, ya que se deforman y
mutilan los datos de la fe y, en último término, se acaba reduciendo la tarea
teológica a una actividad inútil, sin sentido y, sobre todo, falsa.

Mediante el recto ejercicio de la razón iluminada por la fe, la teología realiza las
tareas siguientes:

a) demostrar los preámbulos de la fe, tanto en el aspecto teórico (existencia de


Dios y del alma humana, etc.), como con el histórico (autenticidad de la Sagrada
Escritura, conformidad de la Iglesia con lo instituido por Jesucristo, etc.) y en el
personal (análisis de la fe, sus bases racionales, etc.). Este tipo de tareas es
abordado por la Teología fundamental.

La razón proporciona en esta tarea argumentos que unas veces son demostrativos
y otras veces sólo llegan a mostrar la conformidad de la fe con las exigencias de la
naturaleza humana. Se recurre con estos fines a la filosofía, a la historia y a la
psicología, y de modo más secundario á otras ciencias.

b) estudio sistemático de la Sagrada Escritura, utilizando también los recursos de


las ciencias humanas: es la Exégesis de la Sagrada Escritura.

En este ámbito se utilizan especialmente los conocimientos históricos y filológicos,


aunque siempre se ha de interpretar la Sagrada Escritura según su naturaleza
propia (por tanto, a la luz de la fe), lo cual tiene importantes consecuencias: por
ejemplo, la unidad y la veracidad de los textos -según el género literario de cada
uno de ellos- no es una conclusión, sino un presupuesto.

c) Estudio sistemático de la Tradición: la Patrología es el estudio de la doctrina


que nos han legado los Santos Padres de la Iglesia.

El estudio de la Tradición es un complemento indispensable para la exégesis de la


Sagrada Escritura, ya que las garantías sobre la Escritura y su correcta
interpretación provienen de la Tradición.

d) Estudio de las verdades de la fe, penetrando en su contenido y considerando


las relaciones que existen entre ellas, e iluminando su comprensión mediante
analogías tomadas del ámbito natural: es la Teología dogmática.

Para realizar esas tareas, la teología recurre al ejercicio ordinario de la razón, y


también a las doctrinas filosóficas, ya que éstas permiten profundizar de modo
más riguroso en las verdades estudiadas. Es claro que doctrinas como el
inmanentismo, el existencialismo o el historicismo, ofrecen serios inconvenientes
para su utilización teológica: la teología exige lógicamente unas mínimas bases
filosóficas coherentes con el buen sentido y con la objetividad presupuestos por la
fe, y esas bases no se dan en cualquier filosofía.

e) estudio de las aplicaciones de las verdades reveladas a la vida humana por lo


que se refiere al ámbito moral: es la Teología moral.
La moral sobrenatural se fundamenta en la ética natural, por lo que el mayor o
menor acierto en la ética filosófica repercutirá en el estudio de la teología moral.

f) estudio de diversos ámbitos de la vida de la Iglesia: por ejemplo, la Liturgia, la


Historia de la Iglesia.

En la época moderna, es particularmente necesario el rigor histórico, pues no


faltan planteamientos que pretenden cambiar aspectos importantes de la fe
cristiana apelando a las exigencias de la historia.

g) rechazo de los ataques a la fe, mostrando que se basan en argumentos falsos o


no concluyentes: esta tarea se incluye como parte integrante de las anteriormente
señaladas.

En este ámbito, la razón humana basta no necesita de la fe, pues esos ataques
provienen de bases pretendidamente racionales, y deben examinarse por tanto en
el ámbito de la razón natural.
CAPÍTULO II

FILOSOFIA Y TEOLOGIA

I. LA FUNCIÓN DE LA FILOSOFÍA EN LA TEOLOGÍA

Teniendo en cuenta, por una parte, lo dicho en el capítulo anterior acerca de la


función de la razón en la teología, y por otra, que la filosofía no es sino el
desarrollo sistemático de la capacidad de conocer la realidad mediante la razón
natural, puede concluirse fácilmente que la filosofía tiene una función importante
en la teología, y que esa función es sólo instrumental (puesto que la fuente y la
regla de la teología no es la razón, sino la fe).

Sería equivocado pretender que la teología prescindiera de la filosofía, bajo el


pretexto de que la revelación divina no puede quedar condicionada a
concepciones humanas, como también lo sería hacer depender a la teología de
sistemas filosóficos concretos, pensando que sólo así puede adecuarse a las
necesidades reales de cada época.
Santo Tomás señala claramente que la teología no necesita de la filosofía pues
sus principios las verdades reveladas están por encima de cualquier otra ciencia;
la teología se sirve de la filosofía, y no porque no se baste a sí misma, sino por la
limitación de nuestra inteligencia: para que, mediante lo conocido por la razón
natural, se profundice más fácilmente en las verdades sobrenaturales.

Se advierte cómo esta perspectiva supera los dos inconvenientes señalados. De


hecho, la iglesia no se vincula a sistemas filosóficos concretos, pero utiliza
concepciones filosóficas coherentes con la fe.

Al estudiar la naturaleza de la filosofía, se señaló la continuidad que debe existir


entre el conocimiento natural espontaneo y el conocimiento filosófico. La filosofía
supone el conocimiento espontaneo y debe perfeccionarlo: lleva a cabo esta tarea
precisando nociones confusas, examinando explícitamente y de modo sistemático
cuestiones que lo requieren, estudiando los fundamentos de los diversos tipos de
conocimientos, desarrollando una labor crítica respecto a posibles elementos
falsos de la mentalidad generalmente admitida. Este planteamiento correcto de la
filosofía viene facilitado al creyente por la fe, ya que ésta le señala claramente las
verdades que la razón natural puede alcanzar respecto al sentido de la existencia
humana, y por tanto facilita que la filosofía se sitúe en continuidad con el recto
ejercicio espontáneo de la razón.

Hay que señalar que, si bien la fe indica la verdad de algunos conocimientos


accesibles a la razón, ésta sólo se satisface por sí misma mediante la evidencia: la
fe no le ahorra ningún esfuerzo para llegar a aquellos conocimientos. Se trata de
dos órdenes distintos respecto al modo de llegar a la verdad.

Por consiguiente, como la razón es instrumento de la teología, también lo es la


filosofía, ya que ésta desarrolla sistemáticamente las posibilidades de la razón
natural. Puede decirse que la filosofía es instrumento necesario para la teología,
puesto que el desarrollo científico de la fe no es posible sin el de la razón natural.
De hecho, es fácil comprobar que los desarrollos teológicos utilizan el
pensamiento filosófico.
Ya hemos considerado en qué sentido hay que entender la necesidad de la
filosofía para la teología se trata de una necesidad instrumental, que es además
diferente según qué partes de la teología se consideren.

2. LA FILOSOFÍA CRISTIANA

Históricamente, la teología se ha hecho partiendo de la fe y utilizando la filosofía


como instrumento. Los padres crearon, con la ayuda de la fe, un instrumento
filosófico en armonía con ella, que se ha llamado la filosofía cristiana. Esta filosofía
tiene en cuenta los dogmas cristianos, pero utiliza en su desarrollo argumentos
elaborados por la razón: no es teología, pero facilita su desarrollo. A lo largo de los
siglos, se ha enriquecido con nuevas aportaciones alcanzando de modo general
su punto culminante con Santo Tomás de Aquino.

- La expresión filosofía cristiana ha dado lugar a polémicas en las que han


intervenido muchos autores.

E. Gilson protagonista principal dice al respecto: Yo recordaría ante todo


simplemente que al principio la expresión filosofía cristiana más que un sentido
histórico. Significaba el inmenso esfuerzo de especulación filosófica integrado por
los Padres y por los Escolásticos a su obra de teólogos. Esta contribución existe,
es importante, no se puede escribir la historia de la filosofía sin tenerla en cuenta.

En definitiva, el problema real que se plantea es: ¿hasta qué punto puede llamarse
verdadera filosofía un pensamiento que cuenta, desde el principio, con la
aceptación por la fe de soluciones a muchos problemas filosóficos importantes? O
bien ¿es posible filosofar sin dejar de lado la fe?

Una respuesta convincente se encuentra examinando la obra de Santo Tomás de


Aquino, máximo representante de la filosofía cristiana. Es evidente que su interés
central por la teología no le impide afrontar las cuestiones filosóficas con todo
rigor. Tanto en sus obras filosóficas como en las reflexiones filosóficas incluidas en
sus obras teológicas, los razonamientos se apoyan exclusivamente en argumentos
estrictamente racionales. Sin duda, la certeza de la fe le sirve de apoyo en las
cuestiones básicas de la filosofía: pero se trata de un estímulo que instiga al
pensamiento en su trabajo intelectual, nunca de una detención del pensamiento
racional. Si consigue una gran armonía entre la filosofía y la teología, no es a
costa de ceder en el rigor filosófico sino atendiendo a la verdad.

Es fácil comprobar que las cosas son así. Puede servir, como simple muestra,
constatar los razonamientos de Santo Tomás acerca de la existencia de la
finalidad en la naturaleza, importante tema filosófico acuciante en nuestra época,
que Santo Tomás relaciona explícitamente con una de sus pruebas de la
existencia de Dios El filósofo pagano Aristóteles había tratado este tema con
profundidad. Santo Tomás profundiza rigurosamente en los argumentos de
Aristóteles y utiliza su conclusión para argumentar en favor de la existencia de un
Dios providente. No hay nada en todo este proceso que no sea estrictamente
racional. Y lo mismo sucede respecto a los demás problemas de la filosofía: los
planteamientos y soluciones de Santo Tomás engloban en su doctrina sobre el
acto de ser se encuentran en perfecta continuidad con la teología tanto natural
como sobrenatural-, pero responden siempre a argumentos racionales y pueden
ser valorados y aceptados por cualquier persona independientemente de su
postura ante la fe cristiana.

Por tanto, lo que se llama filosofía cristiana es verdadera filosofía en sentido


estricto. El título de cristiana responde a una inspiración y continuidad que no
interfieren con su carácter netamente racional.

3. FILOSOFÍA Y FORMULACIONES DOGMÁTICAS

Por otra parte, el Magisterio de la Iglesia ha utilizado términos filosóficos en las


formulaciones dogmáticas. Esto no significa que el Magisterio haga depender los
dogmas de los conceptos tal como se encuentran en las grandes síntesis
filosóficas, pues entonces subordinaría la fe a un modo de pensar humano
siempre limitado. El Magisterio, en sus formulaciones doctrinales, utiliza términos
filosóficos que vienen a ser una continuación más exacta del recto conocimiento
espontaneo: por ejemplo, esto sucede al emplear los términos persona y
naturaleza referidos a los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, o
el de substancio referido a la Eucaristía, para definir la transubstanciación. De este
modo, el Magisterio pretende exponer claramente el sentido de las verdades de la
fe y defenderla frente a los errores; así se explica que no es posible abandonar el
uso de esos términos sin el riesgo de incurrir de nuevo en los errores que hicieron
necesario su uso.

Refiriéndose a los conceptos de la doctrina católica, Pío XII enseña: Nadie ignora
que los términos empleados, así en la enseñanza de la teología como por el
mismo Magisterio de la Iglesia, para expresar tales conceptos, pueden ser
perfeccionados y precisados... También es evidente que la iglesia no puede
ligarse a ningún efímero sistema filosófico pero las nociones y los términos que los
doctores católicos, con general aprobación, han ido reuniendo... se fundan,
realmente, en principios y nociones deducidas del verdadero conocimiento de las
cosas creadas; deducción realizada a la luz de la verdad revelada. Por eso no es
de admirar que algunas de estas de estas nociones hayan sido no sólo empleadas
sino también aprobadas por los concilios ecuménicos, de tal suerte que no es lícito
apartarse de ellas.

El problema real de que se trata es la salvaguarda del contenido de la fe cristiana.


Cabe siempre una mayor profundización y una mejor expresión de ese contenido,
pero salvando siempre su verdad: el auténtico progreso nunca puede negar o diluir
lo que se encuentra ya en las formulaciones de la fe utilizadas por el Magisterio de
la Iglesia.

Escribe Pablo VI: La norma de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de
siglos, no sin la ayuda del Espíritu Santo ha establecido, confirmándola con la
autoridad de los Concilios, debe ser escrupulosamente observada... Puesto que
esas fórmulas, como las demás de que la Iglesia se sirve para proponer los
dogmas de la fe, expresan conceptos que no están ligados a una determinada
forma de cultura, ni a una determinada fase de progreso científico, ni a una u otra
escuela teológica, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la
realidad en la universal y necesaria experiencia y lo expresan con adecuadas y
determinadas palabras tomadas del lenguaje popular o del lenguaje culto. Por eso
resultan acomodadas a los hombres de todo tiempo y lugar.

Los errores teológicos se deben frecuentemente al uso de una filosofa errónea.


Por eso, el uso correcto de la filosofía permite en muchos casos señalar las raíces
de esos errores y superar los planteamientos defectuosos, y sirve para discernir la
verdad y el error en teología más que la simple abundancia de datos: una persona
que posea amplios conocimientos acerca de la vida e historia de la iglesia, por
ejemplo, puede equivocarse fácilmente en teología si no posee una sólida
preparación filosófica, ya que con cierta facilidad encuadrará e interpretará los
datos dentro de modos de pensar demasiado parciales y sujetos al influjo de
modas intelectuales o prácticas del momento.

4. LA FILOSOFÍA, INSTRUMENTO DE LA TEOLOGÍA

Sin embargo, debe subrayarse que la Filosofía es utilizada por la teología sólo
como instrumento, ya que la norma de la teología es siempre la fe. Si esto no se
tiene en cuenta, podrá rebajarse la fe al nivel de los conocimientos que el hombre
puede adquirir mediante la razón natural. Además, fácilmente se correría el peligro
de aceptar doctrinas erróneas bajo el pretexto de que vienen exigidas por falsos
planteamientos filosóficos.

Al afirmar que la filosofía es instrumento de la teología no se niega la autonomía


de la filosofía en su propio orden, ni se dice que sólo sea instrumento de la
teología. La, filosofía, por otra parte, no sólo no es rebajada, sino que queda
ennoblecida por su utilización en la teología, que es la sabiduría suprema del
hombre.

Cabe, por tanto, una doble manera de estudiar la filosofía. Por una parte, puede
estudiarse principalmente en función de su interés propio y, por otra, en función de
su utilidad como instrumento de la teología. Evidentemente, estos dos enfoques
no son opuestos, e incluso pueden darse unidos. Pero quien estudie la filosofía
principalmente por un interés doctrinal teológico no necesitará dedicarse a muchos
temas que, en cambio, serán útiles e incluso indispensables para quien cultive la
filosofía sólo por su interés propio o con una dedicación profesional. Esto no
significa en modo alguno que la filosofía cultivada superficialmente baste como
instrumento de la teología: significa solamente que quien esté primariamente
interesado en el aspecto doctrinal puede prescindir de cuestiones que tienen poca
o ninguna relación con ese aspecto.

Aunque no sean exactas, pueden encontrarse analogías ilustrativas. Por ejemplo,


el físico utiliza las matemáticas como instrumento, sin que por ello niegue su
autonomía; esa utilización hace aún más importantes a las matemáticas; y el físico
no necesita de ordinario examinar los problemas con el tecnicismo propio del
matemático, lo cual no significa que le baste un conocimiento superficial de las
matemáticas o que pueda utilizarlas a su arbitrio, sino simplemente que muchos
requisitos de las demostraciones puramente matemáticas no tienen aplicación
para los problemas de la física.
CAPÍTULO III

LA FILOSOFIA EN EL CRISTIANISMO

l. LA FILOSOFIA EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO

En los primeros siglos de la historia de la Iglesia, se comenzó a hacer teología con


el doble fin de defender la fe frente a los dos peligros que la amenazaban: los
ataques de los paganos y las herejías que surgían dentro de la iglesia. El
instrumento utilizado era la filosofía clásica: se admite todo cuanto de verdadero
se encuentra en las filosofías antiguas, para defender lo humanamente razonable
de la fe cristiana ante los paganos, y para expresar las verdades de la fe de modo
que se evitaran interpretaciones heréticas.

Los apologistas defendieron al cristianismo frente a los ataques de los paganos,


dirigiendo en ocasiones sus escritos al mismo emperador romano. Destaca entre
ellos San Justino, quien se convirtió al cristianismo después de buscar la verdad
en las más variadas filosofías de la antigüedad. En las apologías se subraya
lógicamente cuanto puede conocerse mediante la razón.
En Alejandría, centro cultural importante en la antigüedad, tuvo gran influencia el
también converso Clemente de Alejandría, quien unió las tareas de la filosofía y la
teología; y, después de él, Orígenes.

Aunque desde los primeros tiempos la iglesia se enfrenté a las herejías (como el
gnosticismo) cuando acabaron las persecuciones contra los cristiano (el año 313)
comienza una época en la que los santos Padres y los Concilios se ven en la
necesidad de precisar las formulaciones doctrinales tanto por un lógico esfuerzo
de profundización como por las dificultades planteadas por nuevas herejías.

Los cristianos tenían plena conciencia de la superioridad de la doctrina revelada


sobre cualquier hallazgo de la razón humana: la Revelación subraya verdades
desconocidas u olvidadas en la filosofía pagana y otras que aparecían de modo
fragmentario añadiendo a las verdades filosóficas los elementos estrictamente
sobrenaturales. El cristianismo enseña claramente el carácter personal de Dios, el
hecho de la creación, la espiritualidad e inmortalidad del alma, la libertad humana,
la existencia del pecado, la verdadera moral: todo esto supone, incluso en el plano
natural, un avance respecto a las filosofías paganas.

En el cristianismo se utilizó la filosofía clásica corregida a la luz de la fe, ya que,


junto a verdades naturales parciales esa filosofía contenía errores doctrinales y
prácticos que juzgaban una actitud general de reserva. Las herejías eran fruto,
muchas veces, del uso acrítico de filosofías total o parcialmente erróneas en el
estudio de la doctrina revelada.

Así se fue elaborando, lenta y fatigosamente un cuerpo de verdades naturales,


que constituía una filosofía cristiana tanto como por su origen como por su fin, ya
que se inspiraba fundamentalmente en las verdades reveladas y buscaba
defenderlas utilizando para ello argumentos de la razón y cuanto de verdadero se
encontraba en las filosofías antiguas. En esta elaboración ocupa un lugar
especialmente destacado San Agustín.

El itinerario que condujo a San Agustín hasta su conversión se relaciona con


diversos planteamientos filosóficos, especialmente de influencia platónica. En sus
numerosos escritos, San Agustín trata sobre todo tipo de cuestiones filosóficas y
teológicas. Por el vigor de su pensamiento y la riqueza de su espiritualidad, será el
gran maestro de la teología posterior.

2. LA SÍNTESIS MEDIEVAL

A lo largo de la Edad Media se va desarrollando y sistematizando la teología


cristiana junto con la filosofía. El punto culminante es la original síntesis de Santo
Tomás de Aquino, en la cual se da una profunda armonía entre la razón y la fe.

En el desarrollo de ese proceso, cabe señalar la importancia de autores como


Escoto Erígena, San Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo, Alejandro de Hales,
San Alberto Magno y San Buenaventura; de la escuela de Chartres y la de Oxford;
de la fundación de las Universidades; y de la filosofía de los judíos y los árabes,
que sirvieron también como transmisores de la antigua filosofía griega.

Santo Tomás consiguió una doctrina filosófica profunda y coherente, en la que se


encuentran asimilados los elementos válidos de las filosofías anteriores
(platonismo, aristotelismo, filosofía árabe, tradición filosófica cristiana), y la utilizó
para profundizar en la doctrina católica, en plena conformidad con la Sagrada
Escritura y la Tradición (utilizando ambas muy abundantemente) y con el
Magisterio de la Iglesia. El valor permanente de su obra se explica en parte, por su
gran apertura la verdad' que le permitió incluir una síntesis armónica los logros de
muchos siglos del pensamiento filosófico y teológico.

Las obras de Santo Tomás abarcan dos grandes grupos:

a) Comentarios (42 en total): .a libros del Antiguo y Nuevo Testamentos a obras


diversas como los libros de las Sentencias» de Pedro Lombardo, y a 12 obras de
Aristóteles;
b) Obras personales (88 en total): la Suma teológica y la suma contra gentiles las
cuestiones disputadas y las cuestiones quodlibetales, conferencias y sermones, y
opúsculos teológicos filosóficos.

La filosofía de Santo Tomás se encuentra: en los comentarios a filósofos


(especialmente a Aristóteles en algunas de las cuestiones sobre temas filosóficos;
en los opúsculos filosóficos; y de modo parcial a lo largo de sus obras teológicas.

La filosofía de Santo Tomás representa una síntesis profunda de valor


permanente, Por el uso correcto de elementos filosóficos que corresponden al
recto desarrollo de la razón natural y por coherencia con la doctrina católica.
Evidentemente admite complementos y desarrollos, y no puede entenderse que
resuelva todos los problemas que se han planteado posteriormente; y, en algunos
temas especialmente ligados al estado de la ciencia de su tiempo hay aspectos
superados. Pero proporciona una visión válida de los problemas filosóficos
fundamentales y, por lo que se refiere a sus principios y conclusiones básicos,
puede afirmarse en conjunto su validez perenne.

Es lógico, por tanto, que la doctrina de Santo Tomás haya sido ampliamente
utilizada por el Magisterio de la Iglesia, y que ese Magisterio la haya recomendado
expresa y reiteradamente hasta la actualidad, considerándola como guía segura e
imprescindible para los estudios filosóficos y teológicos.

En los últimos 100 años, pueden subrayarse los siguientes documentos:

- León XIII, encíclica Aeterni Patris (4-VIII-1879): exhorta vivamente a seguir la


doctrina tomista;

- Pío X, motu proprio Doctoris Angelici (29-VI-1914)

- Código de Derecho Canónico (1917), canon 1366: establece que se siga a Santo
Tomás en los estudios eclesiásticos;

- Pío XI, encíclica Studiorum Ducem (29-VI-1923);

- Pío XII, encíclica Humani generis (12-VII-1950);


- Juan XXIII, alocución Singulari sane (16-IX-1960);

- Pablo VI, epístola Lumen Ecclesiae (20-XI-1974)

- Concilio Vaticano II, decreto Optatam totius, n.o 15 y 16 (y respuesta de la


Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, del 20-XII 1965, sobre el
n. l5); declaración Gravissimum educationis, n. l0;

- Juan Pablo II, alocución en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino


(17-Xl-1979); alocución al VII Congreso Tomístico Internacional (1 3-IX- 1980);

- Código de Derecho Canónico (1983), canon252: los estudios de teología


dogmática se harán teniendo como maestro principalmente a Santo Tomás.

En los documentos del Magisterio de la iglesia, se comentan ampliamente, como


motivos de la recomendación de la doctrina filosófica y teológica de Santo Tomás,
la validez perenne de su metafísica, su capacidad de integrar cuanto haya de
verdadero en otros planteamientos antiguos y modernos, su fidelidad a la doctrina
católica, y su capacidad para salvaguardar la verdad frente al error y para servir de
guía segura para el estudio y la investigación. Al mismo se estimula a estudiar
directamente a Santo Tomás, se subraya que los puntos capitales de su filosofía
son verdades ciertas y no opiniones discutibles, y se señala la necesidad de
afrontar los nuevos problemas de acuerdo con los principios tomistas y con la
apertura a la verdad característica de Santo Tomás

3. EL CRISTIANISMO Y LA FILOSOFÍA MODERNA

El desarrollo de la filosofía occidental en la época moderna está condicionado en


buena parte por corrientes que separan la fe y la razón y que conducen muchas
veces a una oposición entre ambas. Esta disociación, que tiene sus raíces en el
nominalismo medieval, principalmente establece en la teología por obra de Lutero
(quien afirma la naturaleza humana está esencialmente corrompida, lo que le
conduce a un desprecio de la razón), y en la filosofía por obra de Descartes (que
hace depender la verdad de la certeza subjetiva). Una vez rota la armonía entre fe
y razón, aparecen sistemas filosóficos que se radicalizan, conduciendo a los más
variados errores; con lo que se comprueba la necesidad moral de la revelación de
las principales verdades naturales: sin ayuda de la fe, la razón se extravía
fácilmente, y a su vez, una razón extraviada deforma el contenido de la fe.

El Magisterio de la Iglesia ha advertido repetidamente acerca de los errores de


diversos sistemas de pensamientos. Sería equivocado pensar que ello obedece a
una actitud de hostilidad o reserva frente a lo moderno: por el contrario, es
constante en la Iglesia el esfuerzo por discernir lo que en esos sistemas hay de
verdad, separándolo del resto. Pero es patente que esa tarea tropieza
frecuentemente con serias dificultades, ya que no rara vez los errores proceden de
planteamientos equivocados desde su raíz

En el ámbito filosófico, los mencionados errores se manifiestan en posturas


materialistas, cientificistas, pragmatistas y subjetivistas, incompatibles con la fe y
que frecuentemente llevan al ateísmo explícito o implícito. Estos enfoques han
influido en la teología, facilitando posturas en las cuales la fe queda seriamente
dañada (como es el caso del modernismo y del neo-modernismo). Se ha llegado a
generalizar en el ámbito cultural una actitud en la que la razón se utiliza para una
crítica exasperada, que no deja lugar a las verdades fundamentales de la
metafísica, y la fe, desvinculada de toda verdad natural, queda reducida a un puro
sentimiento subjetivo.

Evidentemente, no todo es falso en la filosofía moderna, pero es cierto que los


rasgos señalados influyen poderosamente y de modo negativo en los
planteamientos filosófico-teológicos. El pensamiento de los últimos siglos encierra
aspectos positivos y verdades parciales de gran interés, pero su aprovechamiento
requiere una fuerte dosis de discernimiento.
4. LA CONTINUIDAD DE LA FILOSOFÍA CRISTIANA

La filosofía cristiana se ha seguido desarrollando hasta nuestros días, aunque en


no pocas ocasiones haya sufrido el impacto negativo de las filosofías
incompatibles con la fe. Por este motivo, el Magisterio de la Iglesia, especialmente
a partir de la Encíclica Aeterni Patri de León XIII (1879), ha insistido en la
necesidad de fomentar el estudio de la filosofía tomista, ya que ésta sigue
representando el punto culminante del pensamiento cristiano.

El estudio del tomismo sufrió una decadencia en los siglos XVII y XVIII, aunque
también en esa época se encuentran autores que lo continúan. En la segunda
mitad del siglo XIX se da un renacimiento tomista, en el que cabe destacar al
italiano Sanseverino (en Nápoles), la revista la Civittá cattolica» fundada por el
jesuita padre Curci y en Roma el cardenal Zigliara. En Éspaña fue grande el
influjo del dominico cardenal Ceferino González y en Alemania el del jesuita
Joseph Kleutgen también influyó en la preparación en la encíclica Aeterni Patris.

La encíclica de León XIII significó un fuerte impulso para el tomismo, y de ahí


arranca un amplio movimiento que se ha llamado «neotomismo» o neo-
escolástico. Destacan en él: al comienzo, el cardenal Mercier, fundador de la
escuela de Lovaina; y figuras muy diversas como Louis de Raeymaeker,
Francesco Olgiati, Cornelio Fabro, Reginald Garrigou-Lagrangé, Martín
Grabmann, Josef Pieper, Antonin-Dalmace Sertillanges, Régis Jolivet, y dos
autores que han influido poderosamente hasta la actualidad: los francesei Jacques
Maritain y Etienne Gilson.
CAPITULO IV

EL CRISTIANO ANTE LA FILOSOFIA

I. LA FE Y EL TRABAJO FILOSOFICO

Como la filosofía trata de verdades que se pueden conocer por la razón, y en la


Revelación se contienen algunas de esas verdades, es evidente que la fe tiene
consecuencias importantes en el cristiano que hace filosofía. En concreto: a) Dios
ha revelado las verdades naturales más altas (su existencia y atributos, la
inmortalidad del alma, la ley natural, etc.), para que las pudiesen conocer todos los
hombres, con firmeza, con facilidad y sin mezcla de error. Por tanto, el cristiano
conoce estas verdades por la fe. Esto le impide equivocarse acerca de ellas, y le
ayuda para alcanzarlas con el ejercicio de la razón.

En este sentido, el cristiano se encuentra en situación ventajosa, ya que, mediante


la fe, sabe más (las verdades sobrenaturales) y mejor (por la certeza acerca de las
verdades naturales). Desde luego, no tiene por ello ninguna ventaja respecto a
conocimientos específicos de las ciencias, que no se relacionen con las verdades
reveladas. La fe está a favor de la razón, porque la completa sin obligarla
renunciar a lo que le es propio.

b) Al hacer filosofía, no debe dejarse en suspenso ese conocimiento de verdades


naturales que se tiene por la fe, ni prescindir de él. La fe sana la inteligencia
oscurecida por el pecado, permitiéndole su recto ejercicio espontáneo y filosófico.
Además, se evita la presunción que es fuente de errores, y se hace imposible una
equivocada actitud que tiende a problematizar todo de modo indefinido.

No hay peligro de que resulte una filosofía espuria, ya que sólo podrá afirmarse
en el plano filosófico lo que se consiga fundamentar racionalmente.

c) La ayuda de la fe no suprime el desarrollo natural de la inteligencia ni el


esfuerzo de la razón para alcanzar las verdades más altas.

La fe es un estímulo que exige más a la razón, puesto que le plantea metas más
altas sin ahorrarle el esfuerzo lógico para alcanzarlas. Si es luz que orienta, lo
hace señalando objetivos que requieren una consideración más rigurosa y atenta
de los pasos de la razón. Por tanto, es lo contrario de una paralización de la
actividad racional.

d) El cristiano juzga las doctrinas filosóficas a la luz de la fe, y luego, con la


filosofía, puede señalar las raíces de los posibles errores que se den en esas
doctrinas.

Como en los casos antes mencionados, el examen de tales doctrinas en el ámbito


de la razón natural requiere un absoluto rigor filosófico.

e) Los filósofos anteriores al cristianismo se equivocaron en puntos centrales,


necesarios para dirigir la vida humana hacia su último fin; esto hace ver que la
revelación de las verdades naturales más altas era moralmente necesaria, aunque
de por sí no fuera imprescindible. Luego, los filósofos que se han apartado de la fe
ya conocida, han caído en errores todavía mayores, lo cual se explica por el hecho
de que el pecado de apostasía lleva a consecuencias más graves que la simple
ignorancia.
No es difícil advertir que no pocos planteamientos incompatibles con la fe tienen
un carácter seudoreligioso, pues intentan sustituir las verdades religiosas por
ideologías insuficientemente fundamentadas que proporcionan una concepción
global de los problemas humanos, absolutizando aspectos parciales de la realidad
o de la experiencia humana.

f) La fe pone al hombre en relación con las realidades espirituales que se estudian


en la metafísica, con lo que facilita a la razón el conocimiento de esas realidades.

g) Análogamente a lo que sucede con la fe, también para el recto conocimiento


filosófico son necesarias unas disposiciones adecuadas, ya que el hombre es libre
en el ejercicio de su inteligencia. La actitud que la fe lleva consigo facilita esas
disposiciones: por ejemplo, evita que el hombre se considere como medida de la
realidad y caiga en errores de tipo subjetivista.

Las relaciones entre la libertad y el pensamiento muy estrechas, cuando se trata


de cuestiones que afectan al sentido de la vida humana, explican la posibilidad de
muchos errores filosóficos. La fe lleva al hombre a centrar toda la realidad en Dios,
único Ser absoluto: así, libera de las absolutizaciones parciales y falsas de teorías
que, respondiendo a una visión subjetiva e interesada de la realidad, se presentan
sobre pretendidas bases objetivas que no son reales o sólo lo son en Parte.

En definitiva, el estado de la naturaleza humana redimida pero debilitada en la


inteligencia y en la voluntad por el pecado original y los pecados personales-
explica que la fe preste un importante servicio a la razón en sus tareas propias, y
que la ausencia de la fe facilite el error también en el plano natural. La fe ayuda a
la razón en el conocimiento de las principales verdades naturales, sin que le evite
el necesario esfuerzo si se quiere llegar a ellas por la vía racional.

2. LA FILOSOFÍA Y LA VIDA CRISTIANA

Por otra parte, el estudio de la filosofía contribuye a la coherencia de la vida


cristiana:
a) Como la filosofía sirve de instrumento a la teología, su estudio capacita para
conocer mejor la doctrina cristiana.

b) La fe y la teología deben iluminar los conocimientos y aplicaciones de las


ciencias particulares, y esto es realizado mejor si se hace a través de la filosofía,
que es la sabiduría más alta del orden natural.

En las ciencias naturales, esa relación se da sobre todo en algunos presupuestos


y en la interpretación de los resultados (por ejemplo, reflexiones sobre el método
científico y la verdad, o consideraciones sobre el ser del universo material).

En las ciencias humanas, se da en un grado mayor, ya que en la idea que se


tenga acerca del hombre influyen decisivamente reflexiones filosóficas (que, por
tanto, condicionan muchos enfoques de la historia, la sociología, la psicología,
etc.).

c) La filosofía debe ser una ayuda para la fe. No puede haber disociación ni
oposición entre el pensamiento filosófico y la fe del cristiano. Para esto, es muy
conveniente el conocimiento de la filosofía cristiana.

Hay un peligro evidente, cuando faltan suficientes conocimientos filosóficos, de


pensar que no hay ninguna relación entre la fe y determinadas ideologías que
realmente son incompatibles con ellas y que se presentan con apariencia
científicas (teorías freudianas, marxistas, agnósticas o cientificistas por ejemplo).
En esos casos, el cristiano tiene una concepción equivocada tanto de la fe como
de los conocimientos naturales; aunque pueda vivir su fe con sinceridad, esas
confusiones necesariamente tendrán efectos negativos y llevará a incoherencias.

d) La catequesis y, en general, toda la exposición de la doctrina cristiana, viene


acompañada necesariamente por nociones filosóficas a distintos niveles. También
en este campo, por tanto, ayuda mucho el conocimiento de la filosofía cristiana, ya
que facilita la comprensión doctrina y permite apreciar el valor del patrimonio
cultural cristiano, adquirido con el esfuerzo de muchas generaciones y destinado a
progresar en continuidad con las verdades ya alcanzadas. Además contribuye a
ver la importancia de la precisión terminológica en la exposición de la doctrina
católica.

Este aspecto es importante para superar falsas oposiciones entre lo «doctrinal y lo


vital. La profundidad filosófica no aleja de los problemas prácticos; por el contrario,
ayuda a discernir su verdadero sentido y cómo han de enfocarse. La
superficialidad es causa de que no se relacione la vida con las verdades
doctrinales que le dan sentido: entonces aparecen problemas cuya solución es
prácticamente imposible, pues no están bien planteados.

3. EL MAGISTERIO ECLESIASTICO Y LA FILOSOFIA

Entre las diversas enseñanzas y disposiciones del Magisterio de la Iglesia sobre la


filosofía, pueden destacarse las siguientes:

a) es importante subordinar la razón a la fe y la filosofía a la teología. Es continua


la insistencia del Magisterio acerca de este punto capital, y se comprende
advirtiendo que muchos errores teológicos provienen de no tenerlo en cuenta.
Además, la fe es una norma superior que nunca contradice a las verdades
alcanzadas mediante la razón: la fe no limita ni fuerza a la razón, sino que la eleva
a un nivel más alto.

Aunque !a fe esté por encima de la razón, ninguna verdadera disensión puede


jamás darse entre ellas, pues el mismo Dios que revela los misterios e infunde la
fe puso en el alma humana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo
ni la verdad contradecir jamás a la verdad. La apariencia de contradicción se
origina o de que los dogmas de la fe no han sido entendidos y expuestos según la
mente de la Iglesia, o de que opiniones ficticias se toman como verdades
racionales. Por tanto, definimos que es absolutamente falsa toda aserción
contraria a la verdad iluminada de la fe (V Concilio de Letrán).

Mientras Aristóteles y otros filósofos con las debidas rectificaciones y


adaptaciones podían y pueden aceptarse en virtud del valor universal de sus
principios, su, respeto a la realidad objetiva y su reconocimiento de un Dios
distinto del mundo, no puede decirse lo mismo de las filosofías y teorías
científicas, cuyos principios fundamentales sean incompatibles con la fe religiosa,
ya por apoyarse en el monismo, ya por negar la trascendencia, ya por su
subjetivismo o su agnosticismo. Desgraciadamente hay muchas doctrinas y
sistemas modernos radicalmente irreconciliables con la fe y la teología cristianas.

b) el Magisterio recomienda estudiar y enseñar la filosofía y la teología de Santo


Tomás. Las disposiciones en este sentido siguen vigentes. No se niega con esto la
importancia de otras formulaciones ni la legítima libertad en las cuestiones
opinables, ni la existencia de nuevos problemas que requieren ulteriores
desarrollos doctrinales.

Los puntos más importantes de la filosofía de Santo Tomás no deben ser


considerados como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son como los
fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo natural y de lo divino. Si
se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se seguirá necesariamente que
quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera podrán captar el significado de
las palabras con las que el Magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados
por Dios. Por esto quisimos advertir a quienes se dedican a enseñar la filosofía y
la sagrada teología, que si se apartan de las huellas de Santo Tomás,
principalmente en cuestiones de metafísica, no será sin graves daños.

También el Concilio Vaticano II ha recomendado a Santo Tomás, dos veces, a las


escuelas católicas. En efecto, al tratar de la formación sacerdotal, afirmó: Para
explicar de la forma más completa posible los misterios de la salvación, aprendan
los alumnos a profundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la
especulación, bajo el magisterio de Santo Tomás (decreto Optatam totius, n. l6). El
mismo Concilio Ecuménico, en la Declaración sobre la Educación Cristiana,
exhorta a las escuelas de grado superior a procurar que, estudiando con esmero
las nuevas investigaciones del progreso contemporáneo, se perciba con mayor
profundidad cómo la fe y la razón tienden a la misma verdad', y afirma acto
seguido que a este fin es necesario seguir los pasos de los Doctores de la Iglesia,
especialmente de Santo Tomás (cfr. declaración Gravissimum educationis, n. l0)...
No hay fidelidad verdadera y fecunda, si no se aceptan los principios de Santo
Tomás, recibiéndolos como de sus manos.

c) el Magisterio ha señalado claramente los errores de diversos planteamientos


filosóficos incompatibles con la fe y también ha puesto en guardia frente a otros
planteamientos que llevan a errores doctrinales si se desarrollan de modo
coherente. Por ejemplo, ha rechazado doctrinas como de inmanentismo, el
idealismo, el materialismo y el pragmatismo, advirtiendo que los intentos de
conciliar doctrinas de ese tipo con la doctrina católica conducen a errores de
graves consecuencias.

Pío XII se refería a quienes desprecian la filosofía perenne mientras ensalzan


otras, antiguas o modernas, orientales u occidentales, de tal modo que parecen
insinuar que cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole si fuere menester
algunas correcciones o complementos, puede conciliarse con el dogma católico.
Pero ningún católico puede dudar de cuán falso sea todo eso, principalmente
cuando se trata de sistemas como el Inmanentismo, el idealismo, el Materialismo,
ya sea histórico, ya dialéctico, o también el existencialismo, tanto si defiende el
ateísmo como si impugna el valor del raciocinio en el campo de la metafísica.

El Concilio Vaticano II expone positivamente la doctrina católica acerca del


hombre, desarrollando explícitamente numerosas verdades afirmadas por la
filosofía perenne: por ejemplo, la composición de cuerpo y alma, la espiritualidad e
inmortalidad del alma, la dignidad del hombre como superior al universo material,
la capacidad humana para alcanzar la realidad con certeza mediante su
inteligencia, la ley natural inscrita en la conciencia, la libertad y la necesidad de
vencer las pasiones para actuar según la dignidad humanara. Al mismo tiempo,
examina diversas doctrinas opuestas a la verdad como el comunismo y el
cientificismo afirmando que la Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede
dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado,
esas perniciosas doctrinas y conductas que son contrarias a la razón y a la
experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza). Por
último, señala que estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de
la cultura contemporánea, ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer
los valores positivos de ésta.

Evidentemente, todo católico ha de aplicar cuidadosamente estas disposiciones


del Magisterio en las tareas de formación doctrinal, de enseñanza y de
investigación: son una premisa indispensable para obtener frutos positivos.
Numerosas confusiones doctrinales y prácticas, sobre las cuales ha llamado la
atención el Magisterio de la Iglesia anteriormente y en la época actual, provienen
del menosprecio de esas disposiciones. Por el contrario, su aceptación y puesta
en práctica constituyen una garantía firme de rectitud doctrinal y moral, y de que el
católico pueda aportar su contribución al recto enfoque y solución de muchos
problemas humanos.

El Magisterio actual ha puesto repetidamente de manifiesto la necesidad de un


nuevo humanismo fundamentado sobre una visión integral del hombre, capaz de
superar las inevitables consecuencias negativas de las corrientes de pensamiento
funcionalistas y pragmatistas. Para ello, el hombre cuenta sobre todo con la ayuda
de la fe sobrenatural. Pero no pocos aspectos de ese humanismo son asequibles
a la razón natural, y su fundamento racional es precisamente tarea de la filosofía.
Las enseñanzas y disposiciones del Magisterio de la Iglesia sobre la filosofía
tienden a un objetivo claro: servir al hombre en su búsqueda de la verdad y del
sentido de su vida, iluminando sus caminos con la luz que Dios mismo ha
depositado en la Iglesia.

Juan Pablo II ha afirmado que hoy más que nunca es necesario, ante todo,
sembrar la buena semilla de la verdad metafísica. En efecto, las confusiones
teológicas y las crisis morales generalmente tienen como causa una crisis
filosófica. La filosofía tiene una función social de enorme importancia, pues a
través de ella pasa el camino del hombre hacia su fin. De ahí procede el interés de
la Iglesia por asegurar la rectitud de la filosofía.

También podría gustarte