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SU ALCANCE Y SIGNIFICACIÓN
Por
M. BELADIEZ ROJO
Profesora titular interina
de Derecho Administrativo
Universidad Complutense de Madrid
I. PLANTEAMIENTO
(1) Calificación, además, que va a ser la misma en Derecho civil que en Derecho ad-
ministrativo. En Derecho civil, porque la nulidad es la consecuencia que, con carácter ge-
neral, el ordenamiento otorga a todo acto contrario a Derecho (art. 6.3); y en el Derecho
administrativo, porque los actos que ni siquiera tienen la apariencia de tales, son actos
que siempre encajarán en alguno de los supuestos que la Ley tipifica como causa de nuli-
dad. Ahora bien, conviene advertir que en ciertos casos sí que van a existir diferencias en-
tre la inexistencia y la nulidad. Así sucede en los supuestos en los que el acto no sólo care-
ce de legitimidad, sino que además es insusceptible de producir cualquier clase de efectos
jurídicos. Cuando esto ocurre —como han señalado GARCÍA DE ENTERRfA y FERNÁNDEZ
RODRÍGUEZ— el particular puede desconocer el referido acto sin necesidad de impugnarlo,
y, de igual modo, la Administración puede eliminarlo asin tener que seguir procedimiento
alguno (véase su Curso de Derecho administrativo, I, 6. ed., pág. 588). Ciertamente, en es-
tos casos, el acto será inexistente, pero no porque sea un supuesto más de invalidez, sino
simplemente porque se trata de un acto que no ha nacido por no reunir las condiciones
mínimas para poder deducir de él ningún tipo de efectos.
(2) Esta es también la opinión de C. CHINCHILLA. Según mantiene esta autora, «no
cabe ya seguir hablando de la inexistencia del acto administrativo como un hipotético tipo
de invalidez que vendría a añadirse a las dos categorías empleadas por la Ley (nulidad ab-
soluta y anulabilidad), y que tendría por objeto la sanción de aquellos actos afectados por
irregularidades groseras y flagrantes que, por su carácter inusual, no están tipificadas en
las normas jurídicas. La sustitución del término "invalidez" por los de "nulidad y anulabi-
lidad" impide hablar de un acto inválido como algo distinto a un acto nulo o anulable, des-
terrando así una categoría —la de acto administrativo inexistente— de difícil conceptuali-
zación y de escasísima virtualidad práctica, como lo demuestra la aplicación que de ello
ha hecho el Tribunal Supremo» («Nulidad y anulabilidad», en La nueva Ley de Régimen
Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, dirigi-
do por J. LEGUINA VILLA y J. SÁNCHEZ MORÓN, Tecnos, 1993). J. J. LAVILLA no cree, sin em-
bargo, que la sustitución de la palabra invalidez por la expresión nulidad y anulabilidad,
responda al deseo del legislador de terciar en la polémica acerca de la inexistencia [véase
«Nulidad y anulabilidad de los actos administrativos», en Administraciones Públicas y ciu-
dadanos (Estudio sistemático de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de
las Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común), coord. B. PENDAS
GARCÍA, Editorial Praxis, Barcelona, 1993, pág. 490].
(3) Un estudio de Derecho comparado sobre esta materia puede encontrarse en
D. GUGGENHEIM, La invatidité des actes juridiques en droit suisse et comparé, París, LGDJ,
1970.
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(4) Sobre esta cuestión véase, por todos, J. A. SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad de pleno
derecho de los actos administrativos. Contribucióna a una teoría déla ineficacia en el Derecho
público, Instituto de Estudios Administrativos, 2. ed., 1977, Madrid.
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(5) Conviene tener en cuenta que no toda infracción del ordenamiento jurídico deter-
mina la invalidez de un acto o negocio. Existen casos en los que la infracción es tan leve
que se considera una mera irregularidad sin fuerza invalidante (véase DIEZ-PICAZO, Funda-
mentos de Derecho civil patrimonial, I, Tecnos, 2' ed., 1983, pág. 297).
(6) Véase DE CASTRO, El negocio jurídico, Cívitas, reimpresión 1991, págs. 497 y ss.
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(9) Véase J. A. SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad..., cit., in totum, y en especial págs. 180
yss.
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(10) Esta regla no tuvo este sentido originariamente. Con ella lo que se quería preci-
sar era simplemente que en los casos en los que el vicio del acto determinase la nulidad de
pleno derecho, el pretor podía privarle de eficacia en la fase in iure, sin necesidad de acu-
dir a la segunda fase del proceso romano que era donde intervenía el juez privado (fase
apud iudicium). Con lo cual, es cierto que en un principio la nulidad no tenía que ser de-
clarada judicialmente, pero ello no significa que tuviera una eficacia ipso iure, sino, sim-
plemente, que en los actos tan gravemente viciados era el pretor el encargado de privarle
de eficacia denegando toda protección jurídica a aquel que esgrimiese títulos nulos de ple-
no derecho. Véase, por todos, J. A. SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad..., cit., pág. 93.
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(14) Véase L. DIEZ-PICAZO, Fundamentos de Derecho civil patrimonial, Tecnos, 6." ed.,
1983, pág. 314.
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el resto de los actos que aun siendo inválidos no han incurrido en in-
fracciones tan graves (15). Con lo cual, esta concepción de la nulidad
y de la anulabilidad parece encajar con la tradicional noción de la
nulidad como sanción del ordenamiento contra los actos que incu-
rren en los vicios más graves o, lo que es lo mismo, afectan al orden
público (16).
La peculiaridad que presenta el Derecho administrativo respecto
del Derecho civil es que el legislador parte de reconocer que sólo las
infracciones más graves son las que vulneran el orden público; lo
que supone admitir que en la mayoría de los casos se puede actuar
de modo contrario a Derecho sin que por ello se perjudique al propio
sistema.
Este carácter restrictivo de los supuestos de nulidad es perfecta-
mente lógico en el ámbito del Derecho administrativo. Por una par-
te, se da la circunstancia de que en este sector del ordenamiento los
sujetos jurídicos se encuentran, no sólo positivamente vinculados a
la legalidad, sino que además de emitir su voluntad del modo que la
ley establezca, han de formarla según disponen las normas de proce-
dimiento. En el Derecho administrativo, las prescripciones jurídicas
no intervienen sólo como límite negativo, estableciendo aquellas re-
glas imprescindibles para el funcionamiento de las instituciones,
sino que se disciplina todo el actuar de la Administración.
Este es el resultado que se deriva de configurar todo el sistema de
atribución de potestades en torno al principio de legalidad y de suje-
tar el proceso de formación de voluntad de los entes públicos al cau-
ce procedimental exigido por la Ley. Por ello, y teniendo en cuenta,
además, que la finalidad de muchas de estas normas va a ser, funda-
mentalmente, constituir una garantía del acierto y legalidad de la re-
solución que se adopte (esta mayor presencia del Derecho es, sin
duda, un contrapeso necesario a los privilegios de la Administra-
ción), la vulneración de las mismas afectará raramente a lo que en
un momento dado se considera las bases mismas del sistema, esto
es, al orden público.
Por otra parte, se da la circunstancia de que el ámbito de intere-
ses sobre los que inciden el Derecho administrativo es mucho mayor
(15) Sin perjuicio de que la lista que nos ofrece el legislador no sea exhaustiva. Como
ha puesto de relieve la doctrina, en la regulación legal no se incluyen los vicios que afectan
al elemento causal, lo que no se acaba de comprender, pues, en muchos casos, la desvia-
ción de poder puede constituir una gravísima infracción del ordenamiento jurídico (véase
GARCÍA DE ENTERRIA y FERNANDEZ RODRÍGUEZ, Curso..., I, cit., pág. 606, y C. CHINCHILLA, Nu-
lidad..., cit., pág. 205).
(16) En contra de la consideración de la nulidad como una sanción jurídica se ha
pronunciado Julio B. J. MAIER, La función normativa de la nulidad, Editorial Depalma,
Buenos Aires, 1980, en especial págs. 229 y ss.
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(17) Recuérdese que existen ilegalidades que el propio ordenamiento considera me-
ras irregularidades sin fuerza invalidante (art. 63.2 y 3 de la LAP).
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(18) Véase Carmen CHINCHILLA MARIN, La tutela cautelar en ¡a nueva justicia adminis-
trativa, Cívitas, 1991, pág. 166; Lluís CASES PALLARES, La adopción de las medidas cautelares
motivada en la nulidad de pleno derecho del acto administrativo, «REDA», núm. 76, pág.
661, en especial 670 y ss.; I. LÓPEZ CÁRCAMO, Análisis de la novísima doctrina sobre la tutela
cautelar en el ámbito contencioso-administrativo, «Revista Vasca de Administración Públi-
ca», enero-abril 1993, págs. 118, 119 y 132.
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(19) Todas estas cuestiones han sido estudiadas con mucho más detenimiento en mi
libro Validez y eficacia de los actos administrativos, Marcial Pons, 1994.
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tos anulables sí. Pero tampoco esta nota diferenciadora resulta acer-
tada. Tanto en el caso de los actos nulos como en los anulables, el
consentimiento del afectado tiene el importante efecto de impedir a
aquel que, expresa o tácitamente, manifestó su conformidad con un
acto administrativo, desconocer esta voluntad e impugnar la deci-
sión consentida. Es claro que si una vez desestimado el recurso ad-
ministrativo se deja pasar el plazo del recurso contencioso-adminis-
trativo, el Tribunal, sin entrar siquiera a conocer si se encuentra ante
un supuesto de nulidad o de anulabilidad, declara la inadmisibilidad
del recurso. Como ha afirmado R. PARADA, «el acto administrativo,
cuando es firme y consentido por el transcurso de los plazos de im-
pugnación o por cualquier otra circunstancia procesal, y, aunque sea
nulo de pleno derecho, aparece revestido de la santidad de la cosa
juzgada propia de las sentencias ya inapelables» (20).
Otro de los criterios que tradicionalmente sirven para diferenciar
la nulidad y la anulabilidad es la legitimación. En este punto, en el
Derecho administrativo va a ocurrir lo mismo que en el Derecho pri-
vado: la condición de interesado se obtiene, no por la calificación ju-
rídica que merezca la invalidez de la que adolezca el acto, sino por la
existencia de un derecho subjetivo o de un interés legítimo que pue-
da versa afectado por la resolución (arts. 31 de la LAP y 28 de la LJ).
Y por lo que se refiere a la legitimación ex offtcio —como también
sucede en Derecho civil, tal y como ya se ha visto—, no es exclusiva
de la nulidad de pleno derecho, sino que forma parte de las faculta-
des del órgano que resuelve el recurso, sea éste administrativo o judi-
cial, cualquiera que sea la calificación jurídica que merezca la invali-
dez del acto (21).
También podría considerarse como un rasgo distintivo de estas
dos categorías, la prohibición de alegar los vicios determinantes de
la invalidez por los causantes de los mismos en el caso de la anulabi-
lidad, pero no, en cambio, cuando se trate de infracciones determi-
no) Véase R. PARADA VÁZQUEZ, Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y
Procedimiento Administrativo Común (Estudios, comentarios y texto de la Ley 30/1992, de
26 de noviembre), Marcial Pons, 1993, pág. 268.
(21) Recordemos que el artículo 113.3 de la LAP dispone que «el órgano que resuelva
el recurso decidirá cuantas cuestiones, tanto de forma como de fondo, plantee el procedi-
miento, hayan sido o no alegadas por los interesados. En este último caso se les oirá pre-
viamente. No obstante, la resolución será congruente con las peticiones formuladas por el
recurrente, sin que en ningún caso pueda agravarse su situación inicial». Y la Ley de la Ju-
risdicción Contenciosa en su articulo 43.2 establece que «si el Tribunal al dictar sentencia,
estimare que la cuestión sometida a su conocimiento pudiera no haber sido apreciada de-
bidamente por las partes, por existir en apariencia otros motivos susceptibles de fundar el
recurso o la oposición, lo someterá a aquélla mediante providencia, advirtiendo que no se
prejuzga el fallo definitivo, los expondrá y concederá a los interesados un plazo común de
tres días para que formulen las alegaciones que estimen oportunas, con suspensión del
plazo para pronunciar el fallo».
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(25) Téngase en cuenta que, como se acaba de señalar en la nota anterior, la LAP
sólo considera revisables de oficio los actos anulables que sean declarativos de derechos.
Por ello, aquellos que no tengan este carácter sólo podrán ser impugnados durante los pla-
zos de recursos establecidos en la Ley: si el acto no agota la vía administrativa el plazo
para interponer el recurso es de un mes (recurso ordinario); y si agota la vía administrati-
va, deberá interponerse el recurso contencioso en el plazo de dos meses o un año, depen-
diendo de si se trata de un acto expreso o presunto.
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(26) Véase J. LEGUINA VILLA, Prólogo a la Ley de Régimen Jurídico de las Administracio-
nes Públicas y Procedimiento Administrativo Común, Tecnos, Madrid, 1993.
(27) Véase C. CHINCHILLA MARIN, Nulidad..., cit., pág. 198.
(28) Véase J. LEGUINA VILLA, Prólogo a la Ley de Régimen Jurídico de las Administracio-
nes Públicas y Procedimiento Administrativo Común, cit.; C. CHINCHILLA MARIN, Nulidad...,
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(30) Véase GARCIA DE ENTERRIA y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Curso..., I, cit., pág. 608.
(31) Véase J. J. LAVILLA RUBIRA, Nulidad..., cit., pág. 507.
(32) Véase J. J. LAVU.LA RUBIRA, Nulidad..., cit., págs. 511 y ss.
(33) Véase J. A. SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad..., cit., págs. 319 y ss.; E. GARCIA DE EN-
TERRIA y T. R. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Curso..., I, cit., pág. 594; R. PARADA VÁZQUEZ, Régimen
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Otra de las causas que según la Ley determina la nulidad del acto
es que sea constitutivo de infracción penal o se dicte como conse-
cuencia de ésta (36). La ley ha ampliado esta causa de nulidad a
todo ilícito penal sea delito o sea falta (antes sólo se refería a los deli-
tos) (37), precisando que esta causa de nulidad procede, no sólo
cuando el acto administrativo sea constitutivo de una infracción pe-
nal (lo que puede suceder tanto porque el acto constituya en sí mis-
Jurtdico de las Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo Común (Estudio,
comentario y texto de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre), pág. 259; J. J. LAVILLA RUBIRA,
Nulidad y anulabilidad..., cit., pág. 505.
(34) Cfr. C. CHINCHILLA, Nulidad..., cit., pág. 201; SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad...,
cit., págs. 345 y ss.
(35) Este supuesto también podría tratarse de un caso de incompetencia material,
dado el amplio sentido que se le ha atribuido a esta causa de nulidad.
(36) Para un riguroso análisis de los problemas que plantea esta causa de nulidad
(aunque redactada en los términos de la LPA) puede verse SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad
de pleno derecho, cit., págs. 349 y ss.
(37) A los profesores GARCÍA DE ENTERRIA y FERNANDEZ RODRÍGUEZ esta ampliación no
deja de suscitarles reparos. En opinión de estos autores: «La ubicación en el Código Penal
o en la legislación administrativa de conductas constitutivas de faltas merecedoras de san-
ción es, más bien, una cuestión de mera oportunidad o de tradición histórica, incluso aje-
na, en principio, a cualquier consideración de orden sustantivo.» Por ello, a su juicio, «hu-
biera sido preferible mantener la redacción precedente y limitar la nulidad de pleno dere-
cho al acto propiamente delictivo o resultante de un delito en sentido estricto» (véase su
Curso..., I, cit., pág. 596).
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(42) Véase, por todos, J. A. SANTAMARÍA PASTOR, La nulidad..., cit., págs. 361 y ss.
(43) En el apartado noveno de la Exposición de Motivos de la Ley, una vez comenta-
da la nueva regulación del silencio se afirma que «lógicamente, la citada regulación se
complementa con la inclusión posterior» de la causa de nulidad que se está examinando.
(44) Como se recordará, en este punto la jurisprudencia y doctrina se encontraba di-
vidida: por un lado estaba la postura que sostenía que por silencio sólo podía adquirirse
aquello que fuese conforme a Derecho, que es además la que el legislador ha escogido en
algunas leyes sectoriales (véase el art. 242.6 del texto refundido de la Ley sobre el Régimen
del Suelo y Ordenación Urbana de 1992 y el Real Decreto-Ley 1/1986, de 14 de marzo, so-
bre instalación de industrias); y por otro, se sostenía que por silencio podían adquirirse fa-
cultades y derechos aun siendo contrarios a derecho, salvo en el supuesto que la ilegalidad
cometida fuera determinante de la nulidad de pleno derecho (véase A. JIMÉNEZ-BLANCO, en
Derecho administrativo. La jurisprudencia del Tribunal Supremo, dirigida por L. PAREJO y
J. A. SANTAMARÍA, CEURA, 1989, pág. 344; E. GARCIA-TREVIJANO GARNICA, El silencio admi-
nistrativo en el Derecho español, Cívitas, 1990, págs. 173 y ss.).
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(45) C. CHINCHILLA, en cambio, no considera que la LÁP venga a terciar en esta polé-
mica. Según esta autora, la nueva ley no pretende otra cosa que «otorgar un reconoci-
miento formal a un motivo de nulidad que era una derivación necesaria del principio de
legalidad». En su opinión, «los actos presuntos favorables tienen el mismo régimen de nu-
lidad que los expresos diferenciados en dos grados (nulidad radical y anulabilidad) y de-
terminado por la serie de motivos que la ley define en sus artículos 62 y 63» (Nulidad...,
cit., pág. 199).
(46) Esta es también la opinión de R. ENRIOUEZ SANCHO, Comentario sistemático...,
cit., pág. 270, y de F. GARRIDO FALLA, Régimen Jurídico y Procedimiento de las Administra-
ciones Públicas (Un estudio de la Ley 30/1992), Cívitas, 1993, pág. 174.
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(52) Ejemplos muy parecidos nos ofrecen los profesores GARCIA DE ENTERRIA y
FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ cuando explican en qué supuestos resulta de aplicación esta causa
de nulidad (véase su Curso..., I, cit., pág. 605).
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resulta innecesaria en cuanto que una ley puede siempre ser modifi-
cada por otra ley, sistemáticamente resulta aconsejable, al contem-
plarse desde la propia ley la posibilidad —como por lo demás viene
siendo habitual en nuestro derecho— de que existan supuestos de
nulidad consagrados en leyes especiales.
V. CONSIDERACIONES FINALES
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sar de ello, los viejos dogmas, movidos por la inercia de los años, se
superponen al régimen jurídico que define el derecho vigente crean-
do una distorsionada teoría de la invalidez.
Esta falta de apoyo de la teoría de las nulidades en la realidad,
unida al hecho de que siempre trata de demostrar su vigencia actual
en su pretendido carácter histórico, pudiera hacernos pensar que
nos encontramos en presencia de uno de lo que se viene llamando
mitos jurídicos.
La existencia de mitos en el Derecho es algo perfectamente cono-
cido (53). Sin embargo, no siempre se habla de ellos en el mismo
sentido. Desde luego, siempre que se acude a este concepto es para
designar un fenómeno que presenta como incuestionable ideas que
carecen de todo apoyo en la realidad, y que, a pesar de ello, son
aceptadas pacíficamente por la comunidad jurídica. Pero partiendo
de esta idea común, en unos casos se habla de mitos jurídicos para
referirse a conceptos imaginarios que sirven para dar respuesta a
aquello qué la realidad no es capaz de explicar (54), y en otros, para
aludir a instituciones que en la actualidad carecen de razón de ser,
pero que a pesar de ello se mantienen vivas en la conciencia jurídica
debido a la fuerte carga histórica que se encuentra tras de ellas (55).
Carga histórica que —como V. FAIREN ha señalado— suele carecer de
(53) Sobre los mismos puede verse SANTI ROMANO, «Mitología giuridica», en Fram-
menú di un dizionario giuridico, Giuffré-editore, Milán, 1953; V. FAIREN GUILLEN, Proceso,
procedimiento y mito jurídico, en «Revista de Derecho Privado», T. XXXV, pág. 382;
E. GARCIA DE ENTERRIA, «El dogma de la reversión de las concesiones», en Dos estudios so-
bre la usucapión en Derecho administrativo, Tecnos, 1974, págs. 121 y ss.; H. DÉROCHE, Les
mythes administratifs, Presses Universitaires de France, 1966, en especial págs. 7 a 28.
(54) SANTI ROMANO («Mitología giuridica», cit., pág. 127) los define como «universa-
les fantásticos» que nacen de la necesidad de entender aquello que no se entiende y de ex-
presarlo con imágenes, al no poder ser expresado con términos propios. Estos mitos a los
que alude ROMANO difícilmente plantearán problemas, porque nunca tratan de demostrar o
hacer creer la veracidad de sus postulados. Si algo les caracteriza es porque no esconden su
componente imaginario (piénsese, por ejemplo, en el llamado «estado de naturaleza»
como estado en el que se encuentra el hombre cuando no existe ningún tipo de ordena-
miento jurídico, o en el tan conocido «contrato social» al que aquél se encuentra indefecti-
blemente unido, por señalar algunos de los mitos aludidos por el autor citado). De ahí que
SANTI ROMANO concluya su trabajo sobre mitología jurídica poniendo de relieve lo que el
Derecho debe a este tipo de mitos, pues han servido, y sirven, no sólo para conocer la rea-
lidad, sino también para crearla. Así ha ocurrido, por ejemplo, con los derechos funda-
mentales: de la mítica concepción de los derechos innatos se ha pasado a un catálogo de
derechos y libertades, no sólo reconocidos, sino además garantizados en todos los países
democráticos; o, por citar otro de los ejemplos aludidos por el profesor italiano, la sobera-
nía popular es un mito si un gobernante trata de justificar sus poderes absolutos en una
imaginaria delegación popular de tales potestades, pero, obviamente, deja de serlo, en los
casos en los que el ejercicio del poder tiene una legitimación democrática.
(55) Precisamente a estos mitos se refiere E. GARCIA DE ENTERRIA en «El dogma de la
reversión en las concesiones», en Dos estudios sobre la usucapión en Derecho administrati-
vo, Tecnos, 1974, pág. 21, y los define como los residuos históricos que pueden sorpren-
derse enquistados en las relaciones actuales como restos singulares de concepciones que
en su generalidad fueron arrumbadas definitivamente.
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