William H. Sewell Jr. - Líneas Torcidas
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El libro Una línea torcida de Geoff Eley desafía todo intento de clasificación entre los
géneros historiográficos hoy existentes. Es historia del pensamiento, autobiografía, tratado
teórico y exposición política, sin ser definitivamente ninguno de ellos; participa del tipo de
experimento formal que Eley elogia en el trabajo de Carolyn Steedman, una de sus heroí
nas historiográficas. Con quien parece tener mayor afinidad es con el crítico literario mar
xista británico Raymond Williams, cuyo nombre y ejemplo emergen una y otra vez en mo
mentos cruciales del texto. El hilo argumentativo de Eley y, de hecho, su propia sintaxis
fluyen con la lentitud, complejidad, dialéctica y reflexividad que normalmente se asocian
a Williams. Nunca presto a juzgar y siempre consciente de las múltiples dimensiones de
cada problema; alerta a cualquier implicación teórica, pero reacio a la abstracción; siempre
reflexivo sobre su propia ubicación histórica dentro del complejo argumentativo, pero fir
me y coherente en su visión marxista-humanista de la moral y la política. El libro de Eley
exhibe un realismo y una humildad admirables, vistas las muchas sorpresas y decepciones
que asolaron la experiencia histórica de la "generación de los años sesenta", y también vo
luntad de aprender de esa experiencia y de otras personas cuyos juicios y perspectivas son
diferentes de los suyos.
Uno de los objetivos de Eley es revelar lo que significa ser a la vez intelectualmente
ambiguo y políticamente comprometido como historiador. "Lo que espero", dice, "es que
el registro de una serie de encuentros personales entre la tarea de la narración histórica y el
clima político circundante pueda permitir a otros reconocer sus propias narraciones análo
gas, sean o no convergentes con la mía" (6). Eley deja claro que los problemas de la dedi
cación histórica alcanzan el núcleo del ser emocional del historiador: los capítulos del li
bro, tras el inicial "Convertirse en historiador", llevan títulos que evocan los cambios
experimentados con el tiempo en los sentimientos dominantes de Eley acerca de la historia
y la política: "Optimismo", "Desilusión", "Reflexión" y "Desafío". Eley declara que se
hizo historiador "porque la historia realmente importaba; era necesaria para el cambio"
(ix). Eley ha mantenido esta motivación a lo largo de todos los giros y cambios (una línea
torcida, en sus palabras) experimentados por la política mundial y la historiografía profe
sional en el curso de su carrera. El libro es, entre otras cosas, un testimonio elocuente de la
historia como llamamiento moral; los estudiantes que estén pensando en dedicarse a nues
tra disciplina deberían leerlo y tomarlo muy en serio.
El libro tiene como tema central los dos grandes movimientos historiográficos que
han dado una nueva forma a la profesión desde que Eley comenzara su trabajo como estu
diante en el Balliol College, Oxford, en 1967: el auge de la historia social en las décadas
de 1960 y 1970 y el giro a la historia cultural en el curso de las décadas de 1980 y 1990.
mación de la escritura y la investigación históricas, incluidas las suyas propias, en las cua
tro últimas décadas. Su aparato de notas a pie de página, que compone cerca de la tercera
parte del libro, es un tesoro de referencias y comentarios.
Eley mismo participó en los dos grandes movimientos historiográficos que narra.
Matriculado en la Universidad de Sussex en 1971, formó parte de la generación que nave
gó sobre las aguas crecientes de la historia social. En su reducto inglés, la historia social
tuvo una orientación fundamentalmente marxista, fuertemente influida por E. P. Thomp
son, Eric Hobsbawm, George Rudé, Christopher Hill y otros historiadores marxistas britá
nicos. No obstante, como apunta Eley, las otras grandes escuelas de la historia social -la
escuela francesa de Annales y la historia de las ciencias sociales, de carácter internacional
aunque especialmente arraigada en Estados Unidos- presentaban programas convergentes
en una gran medida. Todas buscaban lo que Charles Tilly expresivamente bautizó como
las "grandes estructuras", los "procesos amplios" y las "comparaciones enormes"; todas
como el que le precede, aunque encuentro que esta proclamación de desafío no encaja del
todo con la actitud nada crítica hacia el estilo dominante en la actualidad de práctica histo
riográfica, eso que comúnmente recibe el nombre de "nueva historia cultural". Creo que
los historiadores de izquierdas pueden ser productivamente desafiantes en el desalentador
clima político de principios del siglo xxi, pero requerirá cierta labor teórica por nuestra
parte. Necesitamos encontrar una forma teóricamente satisfactoria de superar la actual di
visión entre historia social e historia cultural y reconocer hasta qué punto nuestros propios
esfuerzos por replantear el concepto de historia están condicionados por transformaciones
2 Su actitud fue expuesta con claridad en "Is All the World a Text? From Social History
algo ambivalente
to the History of Society Two Decades Later", en Terrence McDonald (ed.), The Historic Turn in the Human
Sciences, Ann Arbor, 1996, pp. 193-243.
3 Las referencias se indican con 95
respecto a la edición inglesa. Esta afirmación se repite en la página 201.
4
Stephan Thernstrom, Poverty and Progress: Social Mobility in a Nineteenth-Century City, Cambridge,
1964; Charles Tilly, The Vendée, Cambridge, 1964.
5
Que estos instrumentos eran realmente valiosos quedó demostrado por varios jóvenes estadounidenses es
96 tudiosos de la historia del trabajo francesa, entre ellos Robert Bezucha, The Lyon Uprising of 1834: Social and
mo,7 pero durante los últimos años de la década de 1970 y en la década siguiente comencé
lentamente a cambiar de actitud. Conocer a los economistas marxistas David Gordon,
Political Conflict in the Early July Monarchy, Cambridge, 1974 y Joan W. Scott, The Glassworkers of Carmaux:
French Craftsmen and Political Action in a Nineteenth-Century City, Cambridge, 1974. Mi tesis sobre la clase
obrera en Marsella en el siglo XIX no fue publicada nunca, pero si el lector tiene interés en conocer más sobre mi
trabajo en este campo véase William H. Sewell, Jr., "The Working Class of Marseille under the Second Repu
blic: Social Structure and Political Behavior", en Peter N. Stearns y Daniel J. Walkowitz (eds.), Workers in the
Industrial Revolution: Recent Studies of Labor in the United States and Europe, New Brunswick, 1974, pp. 75
115, y "Social Change and the Rise of Working-Class Politics in Nineteenth Century Marseille", Past and Pres
ent, 65 (1974), pp. 75-109.
6 Work and Revolution in France: The Language of Labor from the Old Regime to 1848, Cambridge, 1980
[Trabajo y revolución en Francia, Tauros, Madrid, 1991] fue el principal producto de esta etapa de mi evolu
ción historiográfica. Sus argumentos diseccionaban los temas marxistas predominantes en la historia del trabajo
en esta época. El socialismo francés, afirmaba, fue el resultado no meramente de la revolución industrial o si
quiera de la "proletarización", sino también de una lucha política y cultural que creó una nueva cultura política
de clase trabajadora entre 1830 y 1848 injertando las solidaridades gremiales del antiguo régimen en las formas
lingüísticas y políticas de la Revolución francesa.
7
Siempre había admirado el trabajo de Ε. P. Thompson y Eric Hobsbawm, aunque los consideraba casos
aislados no representativos. 97
Berlín, que fue vista por muchos analistas como el final definitivo del marxismo, me pare
cía que liberaba a Marx del grotesco régimen totalitario que falsamente había proclamado
ser la encarnación de sus ideas. Así pues, durante el tiempo que trabajamos en tándem en
Prácticamente la única aseveración general que Eley hace sobre el surgimiento inicial
de la historia social es que "la política radical de los años sesenta fue inseparable del deve
nir historiográfico. El avance hacia la historia social era impensable sin el sentimiento de
factibilidad política que tan atrayente resultaba a finales de la década de 1960" (59). Los
movimientos políticos radicales resumidos y etiquetados metonimicamente como "1968"
tuvieron, como es bien conocido, un carácter internacional y este radicalismo cuasi global
disparó ciertamente la imaginación de muchos historiadores sociales. En mi opinión, sin
embargo, 1968 se entiende mejor como vertebrador de un movimiento historiográfico que
ya se había puesto en marcha con anterioridad. Cuando llegué a Berkeley en 1962 muchos
estudiantes de posgrado, yo incluido, estábamos ya planeando trabajar en el campo de la
historia social; cuando llegó 1968 estábamos ya totalmente inmersos en nuestras tesis.
Más que ver el radicalismo político de finales de los años sesenta como un antecedente ne
cesario para la "aparición de la historia social", creo que deben buscarse raíces sociales
más profundas en esta aparición y en los ubicuos movimientos radicales de esos años. Ela
borar una argumentación pormenorizada que justifique estas palabras me llevaría mucho
más espacio del que aquí dispongo, pero creo que el optimismo epistemológico de la his
toria social -su fe en la posibilidad de reconstruir una historia de la totalidad social- fue
posible en gran medida por la forma específica de la evolución capitalista que caracterizó
a la gran expansión del capitalismo en todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. El
capitalismo llamado "fordista" o centralizado, con su pacto fundamental entre las grandes
8 A estos
efectos, definiría nuestra generación, grosso modo, como la comprendida por los nacidos entre
finales de la década de 1930 y principios de la de 1950. Desconozco en gran medida el trabajo historiográfico
de otras zonas del mundo y, por tanto, no puedo saber si este mismo patrón se aplica a los historiadores, por
ejemplo, de África, Asia oriental, Latinoamérica u Oriente Medio. 99
to, por estudiantes universitarios. Como Daniel Bell ha señalado en The Coming of Post
Industrial Society, el tipo de capitalismo que se desarrolló después de las dos grandes
guerras, en los años de bonanza económica en los países ricos, fue haciéndose progresiva
mente más dependiente de la producción y la gestión del conocimiento.10 Para ello hizo
falta una fuerza de trabajo mejor cualificada, lo que supuso una gran expansión de los sis
temas universitarios en todas las democracias avanzadas. A finales de la década de 1950 y
durante la de 1960 los universitarios representaban por primera vez una proporción mucho
mayor que el resto de miembros del grupo poblacional de su edad. En general, tenían ga
rantizados buenos puestos de trabajo al término de sus estudios, tenían confianza en el fu
turo, vivían de forma independiente sin responsabilidades de adultos y podían disfrutar de
recursos culturales baratos y de nuevas y eficaces técnicas contraceptivas. Si bien los uni
versitarios fueron claros beneficiarios del boom fordista, las universidades también les
proporcionaron un espacio social y recursos intelectuales para el desarrollo de una cultura
política crítica y la experimentación con nuevos estilos de vida. El entorno estudiantil
combinaba el optimismo que generaba la prosperidad, que parecía permanente, de la recu
peración económica de la época con una actitud enormemente crítica hacia la forma de ca
pitalismo que, de hecho, propiciaba esa prosperidad. El discurso de los estudiantes radica
les y su modo de vida fueron muy específicamente antifordistas, mostrando una especial
hostilidad hacia la burocracia, la conformidad mercantilista y la cultura de masas. Es razo
nable pensar que los movimientos estudiantiles de los años sesenta estuvieron profunda
mente arraigados en las contradicciones del capitalismo fordista, que, al mismo tiempo,
dependía de sus promesas de prosperidad infinita y apuntaba insistente a su propia trascen
dencia hacia una forma de vida menos alienante que su propia abundancia material hacía
ver como posible. En pocas palabras, podremos comprender mejor el surgimiento de la
historia social o de los movimientos radicales de la década de 1960 -en ambos casos fenó
menos claramente transnacionales- si relacionamos ambos fenómenos con las característi
cas y la dinámica del capitalismo global en su época.
Creo que la descripción que hace Eley del giro cultural adolece del mismo tipo de
problema que su descripción del surgimiento de la historia social. Nuevamente su expli
cación aúna historia intelectual y política a través de una narrativa personal, sin contener
demasiada reflexión sobre el entorno macrosocial en el que se dieron los cambios histo
riográficos. A lo largo de su descripción Eley menciona dos aspectos del entorno sociopo
litico de finales de la década de 1970 y la década de 1980 que erosionaron los modelos ex
plicativos de la historia social. Por una parte, "el concepto de clase estaba perdiendo
9 Puede consultarse un
argumento similar acerca de la sociología en las décadas de 1950 y 1960 en George
Steinmetz, "Scientific Authority and the Transition to Post-Fordism: The Plausibility of Positivism in Ameri
can Sociology since 1945", en Steinmetz (ed.), The Politics of Method in the Human Sciences: Positivism
and Its Epistemological Others, Durham, 2005, pp. 275-323.
10 Daniel
Bell, The Coming of Post-Industrial Society. A Venture in Social Forecasting, Nueva York, 1973
100 IEl advenimiento de la sociedad postindustrial, Alianza, Madrid, 1991].
11 Los hechos en Estados Unidos fueron las victorias de Ronald en 1980 y 1984. 101
equivalentes Reagan
12 El historiador francés
Jacques Revel creo que estaría de acuerdo. En relación con el final de los años se
tenta y la década de 1980, Revel observó que "las dudas que [...] se extendieron por nuestras sociedades, con
frontadas por formas de crisis que no podían comprender ni, en muchos casos, describir, han contribuido sin
duda a la convicción generalizada de que debía dejarse en suspenso, al menos de momento, el proyecto de una
inteligibilidad total de lo social". Jacques Revel, "Microanalyse et construction du social", en Jacques Revel,
Jeux d'échelles: La micro-analyse à l'expérience, Paris, 1996, p. 18.
13 Acerca de la "acumulación flexible", véase David Harvey, The Condition of Postmodernity: An Enquiry
102 into the Origins of Cultural Change, Oxford, 1989.
Las desigualdades económicas creadas por unas retribuciones cada vez más elevadas para
los directivos frente a la congelación de salarios para el resto de empleados; la erosión
cada vez más evidente de la democracia a manos de una plutocracia y la exaltación sin
ambages del valor del intercambio frente a todas las demás formas de valor han inspirado
una suerte de nostalgia por la historia social, la cual, pese a todos sus fallos, al menos tra
taba de resolver el problema de las transformaciones socioeconómicas a gran escala. Eley,
con su actual actitud de desafío político y su afirmación del valor permanente de la histo
ria social, es un ejemplo destacado. Pudiera ser el precursor de una tendencia historiográfi
ca en ciernes, pero es demasiado pronto todavía para saberlo. 103
elegir entre historia social e historia cultural" (181). Su deseo fundamental, si lo he enten
dido bien, es completamente loable: recuperar el afán de la historia social por abarcar la
totalidad social (capitalista) sin renunciar a los inmensos logros teóricos conseguidos por
el giro cultural. Pero aunque la meta es loable, no encuentro que el capítulo final de Eley
sea muy eficaz señalando el camino que debe seguirse para ello, sobre todo porque, a mi
juicio, no ha encontrado una perspectiva teórica adecuada para la tarea.
rren libres del viejo paradigma de la historia social. Muy cerca ya del final del libro, pos
tula que a finales de la década de 1990 "la nueva historia cultural", actualmente la "forma
de descripción generalmente aceptada" para el mejor trabajo que se está haciendo ahora en
el campo, se había convertido de hecho en "un repertorio ecléctico de enfoques y temas"
cuya frontera con la historia social "se ha difuminado de manera extraordinaria". Aquí
Eley celebra la capacidad de los historiadores más jóvenes de salir del paso y hallar, bajo
la bandera de la nueva historia cultural, formas concretas de combinar temas y aspectos
socialesy culturales evitando, al mismo tiempo, "la defensa programática de una teoría
como autoridad frente a la otra". Elogia la "hibridación" de la "nueva historia de la cultu
ra" porque permite a los historiadores dejar a un lado la teoría y ponerse a trabajar en una
rección totalmente diferente. "Algo de confianza", dice Eley, "debe recuperarse en la posi
bilidad de aprehender la sociedad en su conjunto, de teorizar sobre sus bases de cohesión e
inestabilidad y de analizar sus formas de movimiento" (201-202). En esta frase Eley deja
traslucir, a mi entender, su razón más honda para seguir defendiendo una combinación
de historia social y cultural: su apreciación del concepto de totalidad social, procedente de la
historia social. Por una parte, parece conformarse con que diversos temas y aspectos clara
mente derivados del paradigma de la historia social hoy menospreciado puedan encontrar
su lugar en el bazar amorfo de la nueva historia cultural. Por otra parte, sin embargo, no le
satisface que los historiadores hayan abandonado sus esfuerzos por aprehender la totalidad
social. E incluso entonces se entrevé su desconfianza, como se desprende de su apelación
de que "algo de confianza debe recuperarse en la posibilidad de aprehender la sociedad en
su conjunto". Postula a continuación que "ni el escepticismo sobre la capacidad de persua
sión de las grandes narrativas ni las críticas al pensamiento ilustrado obligan a abandonar
por completo el proyecto de análisis global de la sociedad o de historia de la sociedad"
(202; cursiva del autor). Admite que "en lo que a mí respecta, he seguido pensando en tér
minos de capitalismo, clase, nación, formación social, etc.". En otras palabras, no ha aban
donado por completo sus categorías marxistas. "Sin embargo", añade, "es mucho mayor
mi prudencia e incertidumbre con respecto a qué pueden aportar estos grandes conceptos
teóricos al análisis y la explicación". El párrafo que comenzó apelando a la recuperación
del afán de la historia social por aprehender la totalidad social termina no con una afirma
104 ción de la confianza que dice que debe restablecerse, sino con reflexiones sobre la contin
enmarcada por las grandes narrativas del neoliberalismo y "que demoniza brutalmente el
discurso sobre el bien y el mal en el mundo", sugiere que debemos (es decir, nosotros, los
historiadores de izquierdas) desarrollar metanarrativas propias, "nuevas historias de la so
ciedad" (203). Estoy totalmente de acuerdo con esta conclusión, aunque creo que el desa
fío debe ser algo más que una actitud, y que cualquier intento de escritura de nuevas histo
rias de la sociedad (con los ideales totalizadores que persigue Eley) debe hacer frente a
algunas dificultades teóricas que Eley elude en su libro.
Son dos, a mi juicio, los problemas teóricos fundamentales. En primer lugar, es nece
sario encontrar en términos teóricos alguna manera de combinar, en el mismo terreno epis
temológico, el materialismo de la "historia social" y el idealismo de la "historia cultural".
En un libro publicado recientemente he ofrecido mi propio intento de reconceptualización
teórica. Parto de la negación de que todas las relaciones sociales se puedan reducir a len
guaje, aunque argumento que, debido a que todas las relaciones sociales tienen un conteni
do significativo, pueden comprenderse por medio de una versión modificada o ampliada
del modelo lingüístico. Trato de demostrar que todo el espectro de comportamientos hu
manos -por ejemplo, actividades como el trabajo, el sexo, la cocina, la especulación con
divisas o el baloncesto- puede entenderse constructivamente como constituido por una red
de "prácticas semióticas". Expongo asimismo que, si las implicaciones de este enfoque se
siguieran correctamente, encontraríamos que las prácticas semióticas interconectadas se
acumulan en lo que denomino "entornos construidos", un tejido social y físico, con exis
tencia material y ubicación espacial, que permanece pero que también es transformado por
los flujos continuos de práctica semiótica. Este marco teórico podrá o no resultar promete
dor, pero explícitamente va más allá de una mera actitud de desafío para tratar de fundir
historia social y cultural en un proyecto historiográfico unificado y conceptualmente cohe
rente.15
La segunda tarea teórica que es necesario emprender es la reformulación del proble
ma de la totalidad social. Las impactantes y a menudo brutales transformaciones de las re
laciones sociales capitalistas desde la década de 1970 me han ayudado a convencerme de
quiere un compromiso con el marxismo ya que, en mi opinión, son los adeptos a esta tra
dición los que han reflexionado más profunda y productivamente sobre el capitalismo. Mis
propias predilecciones dentro del debate marxista difieren, creo, de las de Eley. De sus co
mentarios acerca del marxismo en Una línea torcida infiero que, para él, la clase es la ca
tegoría fundamental del análisis marxista. Yo haría más hincapié en la acumulación sin fin
de capital como el fenómeno constituyente de la crucial dinámica subyacente del capitalis
mo, siendo las categorías de clase y lucha de clases más bien un contexto y el resultado de
la dinámica de la acumulación. En las teorías marxistas que tienen por eje el capital, la
acumulación interminable de capital produce configuraciones históricas del poder político,
las relaciones espaciales, las luchas de clases, las formas intelectuales, la tecnología y los
por sus propias contradicciones y son sustituidas por nuevas configuraciones.16 Tal como
yo lo veo, estas reconfiguraciones del capitalismo son procesos tanto culturales como ma
16 El
lector encontrará tres perspectivas históricas muy diferentes sobre la acumulación continua de capital
en David Harvey, The Limits to Capital, Oxford, 1982 [Los límites del capitalismo y la teoría marxista, FCE,
México, 1990]; Giovanni Arrighi, The Long Twentieth Century: Money, Power, and the Origins of Our Times,
Londres, 1994 [El largo siglo xx, Akal, Madrid, 1999]; y Moishe Postone, Time, Labor, and Social Domination:
A Reinterpretation of Marx's Critical Theory, Cambridge, 1993, y "Contemporary Historical Transformations:
106 Beyond Post-Industrial Theory and Neo-Marxism", Current Perspectives in Social Theory, 19 (1999), pp. 3-53.