El autor expresa su preocupación por el odio hacia los árboles que existe en Chile. Los árboles son talados y quemados de forma indiscriminada, a pesar de que Chile tiene bosques únicos. Los habitantes y autoridades no valoran la importancia sagrada de los árboles. El autor también critica que se ordena arrancar árboles como si fueran maleza y que es más común ver la tala de árboles que su plantación. Los árboles han sido venerados en todas las culturas pero en Chile son las primeras víctimas de la ignorancia
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El autor expresa su preocupación por el odio hacia los árboles que existe en Chile. Los árboles son talados y quemados de forma indiscriminada, a pesar de que Chile tiene bosques únicos. Los habitantes y autoridades no valoran la importancia sagrada de los árboles. El autor también critica que se ordena arrancar árboles como si fueran maleza y que es más común ver la tala de árboles que su plantación. Los árboles han sido venerados en todas las culturas pero en Chile son las primeras víctimas de la ignorancia
El autor expresa su preocupación por el odio hacia los árboles que existe en Chile. Los árboles son talados y quemados de forma indiscriminada, a pesar de que Chile tiene bosques únicos. Los habitantes y autoridades no valoran la importancia sagrada de los árboles. El autor también critica que se ordena arrancar árboles como si fueran maleza y que es más común ver la tala de árboles que su plantación. Los árboles han sido venerados en todas las culturas pero en Chile son las primeras víctimas de la ignorancia
El autor expresa su preocupación por el odio hacia los árboles que existe en Chile. Los árboles son talados y quemados de forma indiscriminada, a pesar de que Chile tiene bosques únicos. Los habitantes y autoridades no valoran la importancia sagrada de los árboles. El autor también critica que se ordena arrancar árboles como si fueran maleza y que es más común ver la tala de árboles que su plantación. Los árboles han sido venerados en todas las culturas pero en Chile son las primeras víctimas de la ignorancia
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El odio al árbol Por Cristián Warnken
En Chile existe un odio atávico, incomprensible, al árbol. La tala indiscriminada, la quema, el
abandono, la indiferencia de sus habitantes por los árboles no tienen parangón en la Tierra. Qué paradójico: Chile es pródigo en bosques milenarios únicos, de árboles de hoja perenne, y, sin embargo, ni los habitantes ni las autoridades tienen conciencia del valor sagrado de sus quillayes, ñirres, peumos y araucarias. Cerca de mi casa, en la esquina de Américo Vespucio con Francisco de Aguirre, hay una araucaria abandonada entre torres que se alzan sobre las ruinas de las casas. Siempre al pasar junto a ella me detengo, la venero en silencio y al ver su perfil recortándose sobre el cerro Manquehue, pienso que ella fue seguramente la “majestad” de estos parajes. En nuestros campos es frecuente que se les ordene a los peones arrancar árboles que “molestan”, como si fueran maleza o mala hierba. Y abundan los pirómanos que disfrutan provocando todos los veranos incendios con distintos móviles, pero al final alimentados por el odio atávico al árbol. Es más frecuente ver a funcionarios municipales “disfrutando” de la tala de árboles que a funcionarios municipales plantando árboles. Siempre hay una excusa para arrancarlos, nunca una razón para plantarlos. “Los árboles son santuarios. Quienquiera que sepa escucharlos experimenta la verdad”, dijo Herman Hesse. En su reflexión, Hesse apunta a una dimensión hoy olvidada: la de lo sagrado, lo numinoso, lo que no puede ser cuantificado ni medido. El árbol se resiste con todo su ser a ser convertido en mera cifra, en chip, y se yergue, orgulloso de tener las raíces en la tierra profunda y de alzar su copa al cielo. Nosotros debiéramos aprender de ellos la relación con la tierra, con las raíces, con el humus de dónde venimos y también con el cielo. Cada árbol que talas es una escalera al cielo que derribas. El hombre ha venerado al árbol desde siempre, convirtiéndolo en todas las culturas en símbolo axial. Ahí están el Árbol de la Vida, el Árbol del Conocimiento, el Árbol Universal, el Árbol de la Iluminación del budismo. En cualquier villorrio o aldea en los orígenes de la civilización existía una arboleda sagrada, intocable, lugar de peregrinación, de retiro y de sanación. Ni siquiera las tropas invasoras las destruían: podían arrasar las ciudades enemigas, pero jamás sus bosques sagrados. En Chile hacemos lo contrario: lo primero que sacrificamos son nuestros árboles, víctimas propiciatorias y sacrificiales en el altar de nuestra pasmosa ignorancia e insensibilidad. ¿De dónde nos vendrá nuestro desprecio, nuestro “ninguneo” del árbol? Elicura Chihuailaf, poeta mapuche, al referirse al bosque, habla de “la taberna sagrada”. Pero, ¿fue la cultura mapuche una cultura embriagada por la numinosidad de los bosques, o sólo coexistió con ellos? ¿Viene ese desprecio tal vez de los españoles? No sé. Leo “El legado de los árboles” de Fred Hagener, un estudio de los árboles en relación con las religiones comparadas, mitología y arqueología. Ahí se muestra a pueblos como los celtas y germánicos, cuya religiosidad se basaba en las fuerzas de la naturaleza. Lo mismo sucedía con los egipcios y persas. En Chile, país donde la naturaleza, por sus dimensiones y radicalidad, debiera haber generado un arraigado “temor sagrado” y venerante de volcanes, bosques, lagos y mar, más bien ha producido una suerte de “fuga”, un estado de aturdimiento e inconciencia. ¿Quizás como venganza a una naturaleza que muchas veces nos ha lanzado al abismo? Querida Araucaria vecina, majestad venida a menos de este Reino de Chile depredado: sueño con el día en que los niños del futuro vengan otra vez a abrazarte, a buscar tu sombra, a recoger los frutos. Si estás todavía aquí, ¡recíbelos con los brazos abiertos, como una madre a sus hijos pródigos! Defensa del árbol DE NICANOR PARRA
Por qué te entregas a esa piedra Sombra de plata en el verano
Niño de ojos almendrados Y, lo que es más que todo junto, Con el impuro pensamiento Crea los vientos y los pájaros. De derramarla contra el árbol. Piénsalo bien y reconoce Quien no hace nunca daño a nadie Que no hay amigo como el árbol, No se merece tan mal trato. Adonde quiera que te vuelvas Ya sea sauce pensativo Siempre lo encuentras a tu lado, Ya melancólico naranjo Vayas pisando tierra firme Debe ser siempre por el hombre O móvil mar alborotado, Bien distinguido y respetado: Estés meciéndote en la cuna Niño perverso que lo hiera O bien un día agonizando, Hiere a su padre y a su hermano. Más fiel que el vidrio del espejo Yo no comprendo, francamente, Y más sumiso que un esclavo. Cómo es posible que un muchacho Medita un poco lo que haces Tenga este gesto tan indigno Mira que Dios te está mirando, Siendo tan rubio y delicado. Ruega al Señor que te perdone Seguramente que tu madre De tan gravísimo pecado No sabe el cuervo que ha criado, Y nunca más la piedra ingrata Te cree un hombre verdadero, Salga silbando de tu mano. Yo pienso todo lo contrario: Creo que no hay en todo Chile Niño tan malintencionado. ¡Por qué te entregas a esa piedra Como a un puñal envenenado, Tú que comprendes claramente La gran persona que es el árbol! El da la fruta deleitosa Más que la leche, más que el nardo; Leña de oro en el invierno,