El Texto Epistolar

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EL TEXTO EPISTOLAR: UN PUNTO DE INTERSECCIÓN ENTRE LOS GÉNEROS

DISCURSIVOS Y LOS GÉNEROS LITERARIOS

Florie Krasniqi

(Universidad de Granada)

[email protected]

Resumen

El artículo estudia el texto epistolar en sus dos dimensiones: como género discursivo y
como género literario, incidiendo en las implicaciones de este carácter bidimensional.
En segundo lugar, proponemos un estudio pragmático de las características del texto
epistolar como género discursivo, en su faceta más social y comunicativa. En segundo
lugar, realizamos una reflexión sobre la transducción del formato textual epistolar a la
literatura, la apropiación del género discursivo por parte de textos literarios, y la
transformación en literatura de cartas no ficcionales, desde un punto de vista teórico-
literario y filosófico, con influencia de la teoría sobre la ficción de los ‘mundos
posibles’. Para terminar realizamos una comparación de los rasgos discursivos y los
literarios en el texto epistolar, apelando a conceptos como la institucionalización, la
comunicación, desde un punto de vista socio-pragmático. Repasamos sus aspectos
sintácticos, pragmáticos y semánticos, tres ejes de la epistolaridad comunes a su
faceta discursiva y literaria. El texto epistolar se encuentra en una intersección entre
los estudios lingüísticos y los estudios literarios, no solo por la inserción de textos,
motivos y formatos epistolares en obras literarias, sino por la influencia común de la
retórica y la cuestión de la ficción y la verosimilitud, ya que se suele asociar los
géneros discursivos escritos en primera persona con la verdad, obviando los valores
ficcionales de la subjetividad a través del ejercicio de la escritura.

Palabras clave: carta; discurso; pragmática; sociocrítica; comparatismo

Abstract:

This article analyzes the epistolary text in its two dimensions: as a discursive genre
and a literary genre, insisting on the implications of this two-dimensional nature.
Firstly, we examine the pragmatics of the features of the epistolary text as a
discursive genre, focusing on the social and communicative aspects. Secondly, we will
consider the transfer of the epistolary text to literature, the introduction of the
discursive genre in literary texts, as well as the transformation of non-fiction letters
into literature, from a theoric, literary, and philosophical point of view, influenced by
the possible-world theory. Thirdly, this article compares the discursive and literary
features of the epistolary text, taking into account concepts such as the
institutionalization and communication from a social and pragmatic point of view.
Finally, we will examine the syntactic, pragmatic and sematic features, which conform
the basis of epistolary texts and belong both to their discursive and literary aspect.
The epistolary text is located at an intersection between linguistics and literature. This
is due not only to the introduction of epistolary texts, topics, and formats within
literary works, but also to the influence of both rhetoric and the duality between
fiction and authenticity, as the discursive genre ―written in the first person― is
usually related to the truth, ignoring the fictional values of subjectivism through
writing.

Keywords: letter; discourse; pragmatics; social criticism; semiotics; comparatism

1. INTRODUCCIÓN: EL TEXTO EPISTOLAR COMO GÉNERO HISTÓRICO

La carta nace como un género del discurso y se convierte en un género


literario. La teoría e historia literarias se ha hecho eco de esta transformación, y del
creciente valor cultural de la carta, tanto de la propiamente ‘epistolar’ como de la
estrictamente documental y comunicativa. Como todo género convencionalmente
definido, aceptado y practicado, se debate entre la norma y la libertad. La norma
mantiene la esencia y la forma del género, delimita los rasgos de su identidad. La
libertad favorece la actualización de la norma mediante la práctica combinatoria de los
elementos lingüísticos a disposición de los miembros de una comunidad cultural
determinada.

La compilación de recurrencias y afinidades con fines clasificatorios no es


suficiente: es necesario tener en cuenta también la fuerza generadora de estas
recurrencias y su capacidad de metamorfosearse, dando lugar a una evolución y/o
creación genérica.

Todorov, explica el nacimiento de un género literario como el proceso por el


cual una sociedad institucionaliza un tipo de discurso escrito que ha destacado por
una unidad de rasgos y cierta recurrencia –teoría también aplicable al género “carta”-
El género epistolar ha pasado desapercibido respecto de los géneros canónicos.
Sin embargo, que su paso por la Historia de la literatura haya sido más discreto no se
explica por una falta de valor funcional o estético, sino porque es una forma literaria
que se encuentra especialmente condicionada por la subjetividad, por las selecciones
de la memoria y las elecciones de la psique. Está tan arraigada en la vida cotidiana
que el escritor de cartas común no se detiene a pensar que está creando un discurso
–y todo discurso, como construcción, tiende a la literatura-.

Como todo género convencionalmente definido, aceptado y practicado, se


debate entre la norma y la libertad. La norma mantiene la esencia y la forma del
género, delimita los rasgos de su identidad. La libertad favorece la actualización de la
norma mediante la práctica combinatoria de los elementos lingüísticos a disposición
de los miembros de una comunidad cultural determinada.

Si se realiza una revisión diacrónica, puede observarse cómo la carta es una de


las primeras manifestaciones de documento escrito –aunque pasó por la expresión
oral como sucedió también en los orígenes de los géneros canónicos-: la urgencia de
su creación nace por supuesto de necesidades socio-comunicativas muy concretas.

La existencia de la carta en la Antigüedad europea, e incluso antes en otras


civilizaciones –como por ejemplo la china-, es tan palpable y está tan extendida que el
personaje de Mercurio en la mitología griega parece, en proporción, meramente
anecdótico; o, desde otro punto de vista, es la materialización simbólica –valga la
paradoja- de una realidad que sutil pero ineludiblemente invadía tempranamente las
relaciones sociales.

El recorrido cronológico de la práctica de la epistolaridad conduce a un


traumático siglo XX, cuyas catástrofes, procedentes del definitivo fracaso del
Humanismo renacentista, llevaron a una revolución de las formas y de los estilos, así
como de la temática y motivos elegidos, a menudo tomados conscientemente de
pasados literarios recientes; la carta, no obstante, se mantiene en sus parámetros
originales, al menos en aquellos que fueron fijados cuando se la consideró
conscientemente como objeto textual. Sin embargo, podría decirse que de alguna
manera la carta del siglo XX, plurifuncional, variada, convulsa, recoge la experiencia
del ser humano emergente de las revoluciones técnicas de fin de siglo y superviviente
de dos conflictos mundiales, y al mismo tiempo reescribe las señales emitidas por la
producción literaria.
Señales de desaliento y de esperanza, y también indicios claros de la necesidad
comunicativa de una sociedad que no en vano, y no de forma casual, evolucionaba
hacia la sociedad de las telecomunicaciones que hoy en día conocemos.

Por otro lado, gran parte de la literatura del siglo pasado se construye sobre la
idea de la parodia, del pastiche o simplemente de la reescritura paradójica. En este
último caso, el texto literario trata de poner del revés una realidad, un texto, un
personaje: un signo, en definitiva. El texto epistolar, aunque seleccione retazos de
distintas realidades y textos –como un espejo frente al cerebro hiper-estimulado del
sujeto del siglo XX- no pretende ironizar o desmontar la realidad; tampoco se trata de
mímesis aristotélica, sino de una forma textual que tiene la buena fortuna de
mostrarse capaz de contener la psicología de un sujeto y las coordenadas de la
sociedad en la que se inserta: ciertamente, de forma fragmentada.

2. LA CARTA COMO GÉNERO DEL DISCURSO

La naturaleza particular de la carta como género invita a un estudio pragmático,


justificado por su vertiente discursiva. La carta puede ser estudiada como género
literario y discursivo, sin necesidad de deformar el objeto para adaptarlo a las
distintas metodologías de acercamiento analítico. A continuación propondremos un
pequeño análisis pragmático-discursivo del texto carta.

El texto epistolar es un acto de habla, aunque situado en coordenadas


especiales, como la no simultaneidad del estímulo y la respuesta en la situación
comunicativa concreta, y la presencia de los interlocutores, de distintos contextos, lo
que complica los procesos hermenéuticos. En un texto epistolar son habituales los
actos asertivos y expositivos, directivos, donde el emisor de la carta trata de imprimir
en su mensaje un fuerte valor ilocutivo; y expresivos, donde el emisor de la carta
señala la dimensión relacional con su destinatario mediante el énfasis léxico,
sintáctico y sobre todo pragmático. La carta como acto de habla, tenga o no
pretensiones literarias, puede mantener el equilibrio apropiado entre lo constatativo y
lo preformativo.

Por otro lado, la carta obedece siempre a un principio de cooperación, y un


pacto de emisión/lectura: puede verse afectada por la falacia descriptiva, pero no
menos el texto propiamente literario; además, tanto en uno como en el otro, puede
tratarse de una estrategia discursiva. El escritor de una carta sigue un guión
previamente establecido por convenciones socioculturales, constituyéndose la
secuencia tópica de la siguiente manera: localización espacio-temporal, interpelación
al lector, puesta en situación relacional y personal, exposición de hechos, preguntas,
reflexiones, manifestación de las emociones; finalmente, despedida formal, saludo, y
posdata para ideas que no han surgido en el tiempo de redacción del cuerpo de la
carta.

Paralelamente, pasando de las teorías austinianas a la Poética Cognitiva de


Petöfi, es necesario poner en práctica la teoría según la que las ciencias cognitivas son
susceptibles de convertirse en el eje de los estudios literarios. No importan tanto los
textos como los procesos de producción y recepción, los procedimientos cognitivos, y
por tanto, desde esta perspectiva, la carta y la poesía, o la carta y la novela, quedan a
la misma altura. Los Estudios del discurso también favorecen la consideración de la
carta y el texto literario en un mismo plano: su análisis propone el estudio tanto del
discurso hablado como del escrito, como usos de la lengua e interacción comunicativa.
De este modo, el texto literario es un acto de habla, una situación comunicativa, un
discurso, del mismo modo que lo es la carta, aunque algunos elementos no son
propios del texto literario, como los elementos retóricos que constituyen los actos de
cortesía verbal. Indudablemente, el fenómeno social de la cortesía se convierte en un
fenómeno textual, discursivo y pragmático, y por tanto se encuentra en el centro de
los estudios pragmáticos. En primer lugar, la carta se reviste de cortesía por varias
razones: en primer lugar, al tratarse de una comunicación a distancia, la cortesía es el
vehículo adecuado para que el mensaje llegue a su destinatario no solo física sino
también intelectual o emocionalmente, para que al menos uno de los participantes
alcance sus objetivos y para que la comunicación epistolar no sea interrumpida y así
perviva (como le sucede al teatro con la escena y el instante, solo una
correspondencia más o menos activa es susceptible de constituir un verdadero
epistolario). En segundo lugar, la carta se encuentra tan fuertemente fijada por
normas convencionales de cortesía que, precisamente, su institucionalización se debe
a esta fijación de la estructura ligada a la funcionalidad social. La cortesía no es por
tanto un elemento periférico de la carta, sino uno de sus bastiones: un código que
rige cada uno de los elementos de la estructura –también existe una cortesía textual,
respecto del respeto de la puntuación, de la coherencia, etcétera- y del cuerpo,
aunque sea incluso para violentarla, en algunos casos.

En cualquier caso, la carta se distancia de otros géneros del discurso como el


diálogo o la conversación, debido a factores tales como la economía lingüística, la
gestualidad icónica, el lenguaje corporal, con toda evidencia, y se acerca de los
géneros literarios por contenidos retóricos y giros del lenguaje que presentan un
contenido manipulado por un trabajo textual.

La carta comparte con el diálogo, con la conversación, con el discurso hablado,


ciertas unidades del discurso repetido y muchos usos. Si en la conversación y el
diálogo estas unidades son una serie de locuciones, apoyos, estrategias fáticas y
deícticas, etcétera, la carta contiene además una serie de parámetros fijos cuyas
variables son, las coordenadas temporales convencionales para la fecha en todas sus
variantes posibles (aunque en castellano suele ser día-mes-año, frente a otros
formatos como el inglés, mes-día-año). Algunos autores añaden algunas precisiones,
como la hora, la temperatura o el estado de ánimo. Otro elemento es la geografía
(una región, una país, una ciudad, según la correspondencia de la que se trate) para
todos, y cualquier espacio imaginado, como la Arcadia, para algunos autores de
cartas. (No importa tanto el lugar como la mención de un lugar/espacio para cumplir
con las obligaciones estructurales de la carta). Finalmente, una serie de formalidades
convencionales para el encabezamiento y el saludo, desde estimado x, apreciado x,
distinguido x, querido x, con o sin tratamiento (señor/a etcétera), hasta “muy señor
mío/nuestro”, etcétera.

El cuerpo del texto epistolar suele contener alguna referencia a la carta o a


cartas anteriores enviadas y recibidas, y suele decirse que como mínimo se agradece
al destinatario, que se le indica el motivo de la carta, que se realiza una puesta en
situación del contexto físico –“Estoy sentado en la mesa de la ventana, la lluvia…”- en
el caso de cartas personales, y que termina por una conclusión. Sin embargo las
cartas postales reales están lejos de cumplir todas y cada uno de estos ideales.
Sucede precisamente en las cartas literaturizadas y/o ficcionales, en su afán de
parecer reales (lo que constituye una de las paradojas de las transducciones
textuales). Algunos tratados han establecido incluso los espacios que debe haber
entre cada parte, según lo cual el cuerpo, por ejemplo, debe estar a dos espacios del
encabezamiento. No siempre se respeta este protocolo.

La despedida también se sitúa protocolariamente a dos espacios del cuerpo. Se


utilizan fórmulas de cierre como “Atentamente”, “sinceramente”, “respetuosamente”,
“cordialmente”, “saludos cordiales”, “saludo a usted atentamente”, “con mis mejores
deseos/recuerdos”, “reciba un cordial/atento saludo”, “con afecto”, “se despide de
usted atentamente”, “quedando a su disposición” (suele el emisor de la carta ponerse
a disposición del receptor, de forma tácita o directa, con el fin de prolongar la
existencia de una comunicación epistolar) y un largo etcétera. La elección de la
despedida depende por supuesto del grado de formalidad de la carta concreta.

En castellano, se omiten desde hace mucho tiempo los largos y ostentosos


saludos y despedidas, que sin embargo se mantienen imperturbables en otros
idiomas, póngase el caso del francés, lengua de la diplomacia, que tiene un amplio
catálogo de encabezamientos del que extraemos los ejemplos siguientes: “Veuillez
croire, Monsieur/ Madame/ Messieurs, à l'expression de mes salutations distinguées”,
“Veuillez croire, Madame/ Monsieur à l'expression de mes sentiments distingués”, “Je
vous prie d'accepter, Madame/ Monsieur, mes salutations les plus cordiale”, etcétera.

Propias de la carta en su faceta como género discursivo, son otras unidades


fraseológicas de argumentación, intensificación y atenuación, que en literatura se
pronuncian de manera menos coloquial, y menos fática. Tras la despedida y firma, los
textos periféricos tales como la posdata, son de carácter y extensión variables,
tomando prestado recursos retóricos y temáticos de otros géneros discursivos, en
función de las necesidades comunicativas del epistológrafo.

La carta se diferencia tajantemente de los discursos paralelos diálogo y


conversación, respecto de los suprasegmentos tonales, tonemas, que no pueden
aparecer materialmente en la carta. Sin embargo, sí existen en la mente del escritor
de la carta y en el instante de su redacción, y pueden ser intuidas en la lectura por el
receptor –por el contexto, su experiencia y competencia lectora, su conocimiento del
emisor en ciertas ocasiones- aunque también pueden ser interpretadas erróneamente,
o ignoradas, debido a su no presencia física, llevando a malas interpretaciones de las
palabras del cuerpo de la carta –e incluso de sus elementos satélite- y en
consecuencia de la intención del emisor. Para evitar estas inconveniencias, la carta
trata de suplir sus carencias fónicas mediante el uso cuidadoso de los signos gráficos
de puntuación, con el fin de manifestar las relaciones y límites entre enunciados, sus
conexiones, su continuidad, y la expresividad de sus propósitos (no en vano, la
modernidad dio nacimiento al emoticono ante la desprotección de los enunciados
expuestos a canales comunicativos escritos, como el chat o el email). Algunas
palabras hacen las veces de realce fónico. También existen elementos de realce de las
personas involucradas en el proceso de comunicación epistolar concreto, por ejemplo
está extendido el uso de adverbios de realce del emisor (“personalmente”, “a mi
juicio”…), o expresiones que denotan específicamente certeza, deseo, emoción,
valoración, evidencia, etcétera. Lo mismo sucede con los conectores, cuyas funciones
aditivas y consecutivas, dan coherencia al texto y mayor dinamismo y vitalidad, al
igual que con la ayuda de los rematizadores, anafóricos, etcétera.

Los enunciados de una carta pueden contener tanta fuerza elocutiva y


perlocutiva como un texto oral. Cada comunidad lingüística construye sus textos
discursivos orales y escritos según una serie de parámetros espacio-temporales y el
rol y función de cada participante, así como la intención del mensaje y el contexto
sociocultural en que se inserta un escritor de cartas particular, y su receptor.

2.1. La estrategia comunicativa de la carta. Aproximación a las implicaciones


psicológicas de la carta sobre la categoría de ‘sujeto’

Además del sujeto gramatical, patente en el texto epistolar como en ningún


otro género y generalmente en primera persona –en cualquier caso, el relato en
primera persona es marco fundamental de relatos paralelos en tercera-, existe un
sujeto psicológico que en este caso se identifica con el narrador y el autor, aunque el
componente subjetivizador de toda redacción tiene un gran peso, y no se puede
hablar de verdad y realidad, al igual que en un texto propia o tradicionalmente
literario. Este yo psicológico viene solapado por el auténtico yo social que está detrás
de todo el entramado textual.

Está claro que en el caso de la carta el peso pragmático del yo productor del
texto es considerable. Sin embargo, este yo se posiciona ante un tú, ante otro que no
es cualquier interlocutor sino un sujeto (un subjetivo) a quien ha elegido para un
intercambio comunicativo por escrito. La distancia no es la única causa que incita la
existencia de una correspondencia, el inicio y la conservación de un epistolario. Cada
emisor es susceptible de tener varios conocidos viviendo en la distancia, y no por ello
establece una conexión epistolar con todos ellos. Se trata más bien de una selección,
en gran medida subjetiva, antropológica, social, interrelacional. Es patente que si la
carta muestra el rostro de un yo, aquel yo se mira en el espejo de un tú, y se produce
no un monólogo narcisista –a pesar de los componentes persuasivos y subjetivos-
sino una comunicación que evoluciona en dos sentidos.

De este modo, la carta corriente es un discurso con la particularidad de ser un


discurso escrito. Todo texto tiene una unidad estructural (cohesión) y una unidad de
significado (coherencia), y el texto carta en particular pone en juego estos dos ejes
sobre tres sujetos: el emisor, el lector destinado o destinatario y el lector de cartas,
que intercepta su mensaje por razones crítico-literarias y/o históricas (se deduce que
en el mundo literario hay dos clases de escritores de cartas: la de aquellos que son
conscientes de que su texto epistolar sería leído por un público más amplio, y los que
no pensaron en ello, al vivir sin la notoriedad que les sería otorgada póstumamente o
al tomar medidas para que su correspondencia no llegara de manera póstuma a
terceras manos –medidas en muchas ocasiones infructuosas-). Este circuito doble
formado por los referentes, los cohesivos –anafóricos, catafóricos, deícticos…-, marcas
personales, elipsis, significados literales y figurados, se sostiene a su vez sobre un
triple contexto: el del emisor, el del receptor y el común a ambos, que es el personal,
y también el contexto histórico, que viene a ser un telón de fondo nada despreciable.

Otro aspecto de interés al tratar la carta como género discursivo, es la relación


entre emisor-escritor y receptor-lector de la correspondencia. El impacto es mayor
que en el texto literario, sobre todo por el hecho de que los miembros base de la
comunicación epistolar, el emisor y su destinatario, suelen conocerse personalmente,
de modo que en principio no hay misterio ni posibilidad ocultarse ante el otro con
excesivo secretismo, puesto que precisamente la comunicación epistolar construye
relaciones humanas que se apoyan absolutamente en un pacto de mutua confianza en
lo dicho.

Además, en la carta hay un narrador evidentemente implicado, protagonista y


testigo, frente a un receptor de carne y hueso y dotado de competencia lectora, que
ha aceptado el pacto epistolar, que es activo y que realiza una respuesta
hermenéutica simultánea o inmediata al acto de lectura, y que implica la probabilidad
de ofrecer al autor de la carta con otra carta, correspondiéndole en el pacto epistolar.
La literatura epistolar se nutre constantemente de este extraño juego de
retroalimentación.

En cualquier caso, el sujeto epistolar pone en funcionamiento una serie de


recursos pragmáticos.

Siguiendo la Escuela de Ginebra, podría hablarse de la carta como unidad


dialogal, puesto que consta de un marco global donde se encastra el encuentro
comunicativo y presenta continuidad temática y relacional –temas puestos en común,
temáticas abordadas anteriormente, mismos participantes-, es de secuencia
coherente semántica y pragmáticamente (encabezamientos, cuerpo, despedida y
cierre de una carta -para la conversación se habla de apertura, transacción y cierre-),
y constituye un intercambio, es decir, la existencia de dos o más cartas en un discurso
epistolar –una carta esporádica y sin respuesta o con una sola pierde muchas de las
cualidades que una relación pragmática epistolar requiere para constituirse-.

En cuanto a los principios de persuasión y cooperación, el primero se refiere al


pacto según el que el emisor ha de comprometerse a contribuir en la comunicación,
en el diálogo diferido, tal como requiere el intercambio, el contexto, según el
propósito asumido o la dirección de tal intercambio, y por supuesto, según el nexo y
el impulso originales que fomentaron el inicio de una relación epistolar, con
contenidos pertinentes en el contexto de la correspondencia dada.

Para que las estrategias de cooperación funcionen respecto del receptor, es


altamente necesario que el emisor estructure su mensaje desde la coherencia (y
cohesión). La coherencia constituye un armazón invisible pero tan valioso como todas
los recursos retóricos visibles. El principio conversacional de persuasión también es
aplicable en la carta porque el emisor de un mensaje epistolar puede requerir una
reacción por parte de su destinatario, o simplemente convencerle de la necesidad,
validez, interés, de su intercambio, o dicho más sencillamente, conquistar la atención
de otro ser humano, con el fin de lograr mayor intimidad, confidencia, intercambio,
comunicación. Esta es precisamente la finalidad de la carta: producir un determinado
efecto en la mente del oyente, al igual que el escritor posicionándose ante su obra
literaria, utilizando todas las herramientas discursivas y pragmáticas a su alcance.

Finalmente, hay que enfatizar en el hecho de que el aspecto pragmático de la


carta constituye una de sus mayores paradojas, porque cuanto más estrategias
discursivas utiliza el emisor de la carta, más se subjetiviza el contenido de la carta. La
epistolaridad es en realidad, un agente ficcionalizador, que desrealiza, o hiperrealiza,
al sujeto, aunque diga o crea decir la verdad. Es una construcción del yo que se
produce a causa de dos de sus cualidades psicológicas; la memoria; que provoca
omisiones, variaciones, desplazamientos temporales, añadidos, en el texto epistolar,
de manera generalmente inconsciente; la subjetividad: que manipula la memoria, la
forma que el sujeto tiene de recordar y sobre todo de mostrar (decir, escribir) lo
recordado. Esta manipulación también suele producirse de manera inconsciente.

3. LA CARTA COMO GÉNERO LITERARIO: ENTRE LA FICCIÓN VEROSÍMIL


Y LA VERDAD SUBJETIVA

En consecuencia, hablar de epistolaridad, de textualidad discursiva en primera


persona, no impide hablar de ficción, teniendo en cuenta que la ficción no es una
mentira o una invención sino una construcción o transformación (que en muchas
ocasiones se produce de manera consciente) de realidades percibidas por el sujeto.
Doležel volvió a enunciar la teoría de los mundos posibles atribuida a Leibniz
(que había surgido en el ámbito de la lógica modal de la mano de Kripke), dándole un
cariz menos polémico, y afirmando la existencia de una “[…] permeabilidad de
fronteras entre el mundo ficcional y el actual” (en Garrido, 1997: 16), entre texto y
realidad. El mundo real, la realidad –otro producto de la subjetividad colectiva- no es
un ente invariable sino la suma de las subjetividades –que emanan inevitablemente
de todos los sujetos, influenciados por condiciones psicológicas y experimentales
propias, en confluencia con la subjetividad oficial vendida por la sociedad, cultura o
ideología que invade su contexto- y por lo tanto no es un objeto físico tangible. Se
trata de una ficción colectiva que integra ficciones individuales y variables. Es
evidente que esto no quiere decir que la realidad no exista, sea una mentira o una
invención. Así, la ficcionalización de los hechos por la subjetividad y sus cualidades
(razón, imaginación, memoria, emoción, etcétera) no es algo propio del acto literario,
sino que sucede en todos los ámbitos de la vida, como el epistolar, tanto más
teniendo en cuenta su carácter verbal y escrito (puesto que la palabra es el material
con el que las subjetividades perciben, piensan y reproducen la realidad): según
Doležel, “los mundos ficcionales son fruto de la actividad textual” (en Garrido, 1997:
31).

Por esto, y con las implicaciones psicológicas subyacentes, la carta se sitúa en


una compleja encrucijada, en el límite entre lo fijado y lo espontáneo, entre lo
premeditado y lo expresado.

En definitiva, el texto epistolar es una herramienta de comunicación y de


construcción del tejido social; es, de hecho, un texto social, aunque en principio se
trate de una comunicación dual privada.

No solamente es un tipo de comunicación, sino que es un tipo especial de


comunicación; afirmó en una ocasión Elías Canetti que “Nadie es más solitario que
aquel que nunca ha recibido una carta”. De hecho, el escritor de una carta está
realizando un esfuerzo de naturaleza psicológica –es decir, no solo intelectual o
textual, sino también emocional y/o racional- para transmitir la imagen de sí, las
ideas que ha desarrollado sobre un tema concreto o su posición en una relación
personal, utilizando exclusivamente la herramienta de la palabra. Es decir que se trata
de un proceso de auto-reconstrucción, de selección y ensamblaje, de todo un universo
personal real –diferente es el tipo de carta ficticia (sin destinatario real) que compone
una novela epistolar-.

La carta se constituye como un espacio textual equivalente a un espacio


mental; puede tener consecuencias vitales superiores y en todo caso más frecuentes
que otra clase de texto, como una novela, sobre todo en el marco del destinatario y
del destinador; sin embargo, también fuera de este ámbito la carta adquiere una
profundidad semiológica concretizada en su relación directa –al menos según el pacto
epistolar- con la realidad o con algún fragmento de realidad subjetivizada, con una
experiencia vivida. La carta es una construcción discursiva –y por tanto social- de la
identidad que requiere la confirmación del otro. La carta suscita pues dos reacciones
aparentemente opuestas, pero cuya coexistencia no es paradójica, y se explica por la
diferencia entre el acto de escribir la carta, de leer la respuesta, y el hecho de ser
meramente un lector de cartas ajenas: las implicaciones psicológicas son sin duda
desiguales.

Para terminar, no hay que olvidar que si bien en un primer plano, y en un


primer momento de su existencia, la carta se ve envuelta en implicaciones y
consecuencias de carácter psicológico –y reacciones de la psique individual y/o
influenciadas por el colectivo cultural al que pertenezca el autor de cartas-, en un
segundo momento, se encuentra condicionada por su contexto histórico social –en el
caso de la carta en sí- y sigue una evolución respecto de ese contexto –el fenómeno
epistolar en general-.

La carta ha sufrido un proceso de institucionalización como objeto; ha sufrido


un proceso de codificación y fijación estructural, como género del discurso, sin
ambiciones estéticas, ficcionales o artísticas de ninguna clase; La carta pronto
evolucionó hasta alcanzar objetivos y libertades temáticas que han llegado hasta
nuestros días. En Egipto, 2500 años a.C., ya se enviaban mensajes y hace 4000 años,
la correspondencia personal, escrita en papel de arroz, era habitual en China. Poco a
poco se institucionalizó un sistema postal organizado, que se aplicó en Europa a
través de la figura del emperador Augusto. El sistema de sellado postal, sin embargo,
es más tardío: nace en 1839, en Gran Bretaña.

En cuanto a la carta creada con fines y sobre objetos estrictamente ficcionales,


comienza en la Edad Media: la literatura, el ensayo y novela epistolar, desde el
Proceso de cartas de amores de Juan de Segura y la Carta atenagórica de Sor Juana
Inés de la Cruz hasta Les liasons dangeureuses de Choderlos de Laclos, Las cuitas del
joven Werther de Goethe, Pobres gentes de Dostoievski, La estafeta romántica de
Galdós, etcétera.

En la actualidad, nuevas formas de comunicación se han yuxtapuesto –e incluso


han sustituido, en algunos contextos- la comunicación epistolar; con algunas
variaciones estructurales, ciertas diferencias en el ritmo y la extensión, pero con la
misma finalidad y libertad comunicativa, el email y la mensajería instantánea –así
como la comunicación, a larga distancia, por voz, no textual- generan una nueva
forma de comunicarse y también una nueva epistolaridad pero siempre en el límite
entre el género discursivo y el género literario.

4. DIMENSIONES INTERCONECTADAS: LA CARTA COMO GÉNERO DEL


DISCURSO Y COMO GÉNERO LITERARIO

Podemos concluir que la construcción de un género literario o de otra clase, se


basa en la constatación institucional de una serie de afinidades (y diferencias).
Procedamos entonces a desmenuzar qué elementos y afinidades textuales convierte la
carta en un género, y de que clase o clases.

Podemos aplicar en primer lugar el clásico esquema de Jakobson, que explica la


relación directa de un emisor o destinador con un receptor o destinatario. Esta
relación se manifiesta en un mensaje, que se encuentra definido por un contexto, es
transmitido a través de un canal y encriptado convencionalmente por medio de un
código. Aplicado a la carta como género, el esquema jakobsoniano revela que el
género epistolar nace de una reciprocidad relacional entre un emisor, destinador, y un
receptor, el destinatario. La propia carta constituye un mensaje que, de hecho, no es
solamente su cuerpo sino también su razón de ser, su alma textual (comunicar o
transmitir un mensaje en su acepción más literal, en la distancia). El contexto implica
en el caso de la carta el histórico, el espacio-temporal y el contexto íntimo o al menos
particular que generalmente comparten ambas partes del proceso comunicativo (en
ocasiones las cartas se presentan in media res para un lector ajeno y no avisado). El
canal es la carta, cuyo formato material es determinante.

En el texto epistolar, cambia ligeramente el mecanismo de las funciones. La


función expresiva se enfatiza en el ochenta por cierto de cartas, al tratarse de una
comunicación que se dirige a un lector concreto y cómplice del discurso del emisor –
un acuerdo tácito se establece entre ellos, de lectura y empatía, o al menos de lectura
y correspondencia (aunque se trate de cartas de ataque y defensa). La función poética
del mensaje depende del tipo de carta (de su temática, por ejemplo, si es una carta
de amor o de pésame incluso la función poética prevalecerá sobre una carta
meramente informativa, o de viajes) y sobre todo del emisor. El contexto, como ya
hemos mencionado, es fundamental para la carta; es una categoría amplia que abarca
el contexto espacio-temporal y el figural en su estructura (fecha, lugar, firma:
cuando, donde y quien). El código suele ser primario sin la forzosa adyuntura de un
código modelizante secundario (al igual que la función poética, depende del tipo de
carta y de su emisor). La función conativa es tan probable como la expresiva y la
referencial (diría que estas tres funciones constituyen el eje de la carta).

El clásico esquema establecido por Jakobson es útil para un primer


acercamiento, pero insuficiente y quizás abstracto para el análisis del género, y del
género carta en particular, sobre todo en el proceso mismo de su construcción. Es
necesario añadir un punto de vista sociocrítico y pragmático.

Desde un punto de vista sintáctico, en sentido estructural, la carta mantiene


una estructura concreta que se ha ido forjando en el tiempo por necesidades
prácticas: fecha y lugar, encabezamiento con expresión de cortesía y mención del
destinatario, cuerpo de la carta más o menos caótico, despedida, firma, posdata. La
carta es el género por excelencia puesto que una vez adquiridas ha mantenido sus
cualidades formales durante más tiempo (es llamativo su caso teniendo en cuanta que
la genericidad implica no solo constancia, sino también transformación) hasta tal
punto que su estructura formal representa su identidad desde tiempos inmemoriales.

Desde un punto de vista semántico, la carta incluye toda temática posible e


imaginable en el cuerpo sostenido por esta estructura. Un género suele tener
preferencia por alguna clase -o lista- de temas. Sin embargo, la carta como género se
caracteriza precisamente por la flexibilidad del espacio que acoge su contenido. Puede
decirse que la carta tiene un valor semántico por sí mismo, puesto que significa la
comunicación por excelencia, al poner por escrito el dialogismo oral. Al tiempo que lo
fija con la escritura, lo moldea convirtiéndolo poco a poco en un texto más elaborado.

Finalmente, la dimensión pragmática domina el ámbito de la carta, en primer


lugar por la ya mencionada conexión con la comunicación oral, en segundo lugar por
lo concreto de sus participantes: no se trata aquí de un autor desconocido y de un
lector potencial, sino de un conocido/compañero/familiar/amante que se dirige a un
destinatario concreto y precisamente con el fin de comunicarse con él en esos
términos y con nadie más. La pragmática de la carta es paralela a la pragmática de la
conversación: el discurso epistolar es un acto de habla. Por supuesto en el caso de
que un lector anónimo más o menos especializado lea las cartas publicadas de un
autor consagrado, canónico o de suficiente interés para el actual mundo editorial, se
produce un cambio de coordenadas, pero solo para el lector, porque la carta original
sigue existiendo en función del destinatario al que se dirigía en el momento de su
composición.

El texto epistolar también es un acto de habla y por ello será de utilidad aplicar
al formato carta la teoría de los actos de habla de Austin, en el seno de la pragmática.
El primer paso de la teoría austiniana consiste en denunciar lo que denomina
ilusión descriptiva: el lenguaje común es alógico y fracasa por tanto en su tan
ponderada pretensión descriptiva (y fidedigna). Todas estas reflexiones y el carácter
anti-descriptivo del lenguaje le llevan a establecer dos nuevas categorías para definir
el enunciado:

-Constatativo: describen un estado.

-Performativo: conducen a alguna clase de acción/reacción,

con el objetivo de detener la hegemonía de la frase afirmativa.

El hombre acepta y sigue una serie de convenciones en acontecimientos como


una boda, un testamento, una inauguración, y sucede lo mismo en la
redacción/recepción de una carta, que al ser un acto de habla es un acto social.

Dichas convenciones requieren determinadas condiciones:

-Lingüísticas

La carta depende, como otros actos sociales, de una serie de fórmulas que han
de ser utilizadas y colocadas en el lugar correspondiente, es decir, desveladas en el
momento correcto. Quizás no parezca tan significativo en la redacción de una carta
como en la de un documento legal, pero en realidad si recibiésemos una carta sin
encabezamiento, fecha ni firma, no nos parecería una carta sino una nota, un
planfleto, un documento que en cualquier caso nos sorprendería y quizás inquietara
también.

-Sociológicas

Los locutores de la acción comunicativa deben estar determinados y son


investidos por un estatus que les hace partícipes del acto comunicativo concreto.

-Psicológicas

La carta también responde a un pacto autor-lector.

Se trata de un contrato, sin embargo, Austin especifica que hay que tener en
cuenta que el hecho de no por formar parte de una convención y de una estructura
convencional, un texto-acto de habla será más verdadero o falso, más sincero o
menos. Lo importante es que las palabras estén enmarcadas en el marco
convencional y admitidas socialmente en el acto de habla. Lo mismo sucede con la
carta, donde la dimensión intencional es fundamental pero no determina su
legitimidad como tal.
Significar algo implica establecer una relación comunicativa con una intención
determinada. El acto de habla, como la carta, tiene convenciones lingüísticas,
contexto, implicaciones convencionales y también propiamente conversacionales.
Todo ello se rige por un principio de cooperación. Así, la carta, como acto de habla
susceptible de contener o provocar la función comunicativa fática, conativa, etc.,
abarca ambas modalidades, de contener un acto elocutivo y perlocutivo.

Para terminar, si la Pragmática nos ha permitido definir este objeto de estudio,


la carta, como un acto de habla, la Semiótica nos hace hablar del género y de la carta
como signos. El método semiótico se ocupa principalmente del estudio de la conducta
de estos signos, apoyándose en la creencia de la existencia de una Semiosis o proceso
por el que los signos existen, se construyen o manifiestan. En el proceso de Semiosis
hay que considerar la relación entre el estímulo, la reacción, el objeto que los suscita,
las condiciones. El estímulo viene dado por el signo, la reacción por los intérpretes, la
reacción por el interpretante, el objeto se presenta con las significaciones que se le
adhieren, y las condiciones evidentemente son el contexto. Encontramos en la
semiótica una manera de reformular la estructura de la carta, según la que la carta
física sería el signo (signo es el texto en un análisis donde lo estudiamos
independientemente de su formato, pero en este caso nos centramos en el objeto
carta en sí mismo). Ya se mencionó el carácter determinante del contexto o
condiciones del formato carta, en cuanto al interpretante, es la reacción del
intérprete, por lo tanto, la función conativa aplicada al receptor o destinatario y el
efecto retroalimentativo y de pactada reciprocidad del proceso comunicativo o acto de
habla carta. El género carta ha recibido la acogida, en el sistema de signos que
constituyen los géneros del discurso, de una conducta preferencial positiva, por parte
de la institución, que le ha atribuido valores formales y propiamente semióticos de
manera constante, fijando su hibridación como género discursivo y género literario
simultáneamente.

5. BIBLIOGRAFÍA

Doležel, L. (1999). Heterocósmica : ficción y mundos posibles. Madrid: Arco Libros.

Escavy Zamora, R. (2008). Pragmática y subjetividad lingüística. Murcia: Servicio de


publicaciones de la Universidad de Murcia.

Garrido Domínguez, A. (1997). Teorías de la ficción literaria. Madrid: Arco Libros.


Lakoff, G. (2001). Metáforas de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra.
Todorov, T. (1988). El origen de los géneros. Teoría de los géneros literarios. Madrid:
Arco Libros, Madrid (pp. 31-48).

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