Introducción A La Literatura Mexicana José Luis Martinez

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Introduccion a la literatura mexicana José Luis Martinez Las tres grandes épocas a primera peculiaridad que se advierte en el conjunto que extensi- vamente llamamos literatura mexicana es el hecho de que no esta L formado por un proceso continuo sino que se encuentra dividido en tres grandes épocas, diferenciadas constitutiva e histéricamente, y que de hecho consideramos a menudo separadas: la literatura indigena o prehis- panica, la literatura colonial y la literatura del México independiente. Cada una de estas épocas tiene sus propias caracteristicas y cierta unidad, aunque también aparecen relacionadas entre si y siguiendo un proceso natural de complejidad y desarrollo crecientes. Las articulaciones de una a otra época ocurrieron, con perturbador paralelismo, en las segundas décadas de ciertos siglos: el fin del México antiguo y el principio de la dominacién espaiiola se registré entre 1517 y 1521; el fin de la Colonia y el principio del México independiente pasé en 1810-1821; y el fin de la dictadura porfirista y el surgimiento del México moderno con la Revolucién mexicana ocurrié en 1910-1921. La encrucijada histérica del siglo XVI Histéricamente, el proceso mexicano puede parecer natural, Con la Con- quista, se formé un nuevo pueblo mestizo que, tras de pasar un periodo formativo, alcanzé su autonomia y mas tarde su madurez, Pero, desde la perspectiva de la expresién literaria, los hechos no parecen ya tan natu- rales y presentan, en cambio, una evidente irregularidad. La expresién literaria tiene como presupuestos indispensables una lengua y una cultura comunes que pertenezcan a un territorio y un pueblo, en lo posible, homogéneos. A este conjunto llamamos tradicin. Al sobrevenir la conquista espafiola, la cultura y la expresién literaria de los pueblos indigenas quedaron segadas. El nuevo pueblo mestizo que fue configurandose debié aprender una nueva lengua y debié forzar su 9 propio paso para insertarse en la culminante tradicién cultural espafiola y europea. Los dos primeros elementos basicos de la expresién literaria -lengua y cultura— tuvieron, pues, que ser cambiados e improvisados con admirable capacidad de aprendizaje y adaptacién- para que sdlo un siglo después del violento vuelco histérico aleanz4ramos ya manifesta- ciones literarias eminentes. Nuestra infancia cultural no pudo consen- tirse titubeos ni obras de rudo primitivismo; nuestra infancia cultural tuvo que nutrirse del Renacimiento: de Fernando de Rojas y Garcilaso, de Erasmo y Vives, de Cervantes y Lope, de Tomas Moro y Vitoria, que los pueblos europeos habian madurado después de siglos de aprendizaje. Acaso por ello, a pesar de que se escribieran en México sonetos al estilo italiano, comedias dentro de la escuela de Lope y Tirso y didlogos a la manera humanista, al mismo tiempo estabamos cruzando una infancia cultural, que a veces se transparenta en obras como el teatro de evange- lizaci6n del siglo XVI, que recurre a técnicas y estilos primitivos, ya en desuso, o como el “corrido” del siglo XIX, que parece un brote tardio del espiritu lejano del romancero. Tardiamente, pues, proseguimos una cultura en cuya formacién no participamos y empleamos una lengua a cuyo desarrollo y a cuyo genio profundo éramos extrafios. Para armarnos una tradicién y afirmarnos en lo que nos era propio, adoptamos y adaptamos, como un trasfondo clAsico y heroico, al pasado indigena; denunciamos como una oscura edad media a los siglos coloniales de formacién, y vinimos a nacer plenamente, como nacién y como pueblo mexicano, con la independencia de 1810. Pero, {cual era nuestro pasado cultural? {Qué pasado, qué tradicién cultural podia reconocer un escritor del siglo XVI, digamos Francisco de Terrazas, y otro del XVII, digamos Sor Juana? Al remontarse a su pasado, épodrian acaso parar en las fechas del descubrimiento y conquista, 0 bien podrian reconocerse absolutos herederos de la tradicién espaiiola o de la indigena? Ruiz de Alarcén fue a Espajia y alla lo sintieron extraiio, y a Sor Juana le rindieron todos los miramientos pero sintiéndola aparte. Y ademds, {cémo podrian ligarse nuestros escritores a la tradicién indige- na, que acaso estaba fatalmente en ellos, pero que ignoraban? Esta dupli- cidad de tradiciones puede registrarse, con cierta precisin, en la poesia de Sor Juana en la cual, junto a las formas, ideas y escuelas peninsu- lares, aparecen de pronto las notas indigenas, como en los graciosos vi- lancicos tradicionales rematados con tocotines indios. Existe, pues, una encrucijada histérica radical, la del encuentro de dos culturas a principios del siglo XVI, que determina una problematica o una bifurcacién de tradiciones para nuestra cultura. Las tres grandes épocas de la literatura mexicana son, en cierta manera, auténomas aunque se 10 encuentren articuladas entre si en diferentes formas. La literatura inde- pendiente no puede explicarse sin el antecedente colonial, de la que es su continuidad evolucionada, y sin el trasfondo indigena, que le da su propio caracter. Pero la literatura indigena, en cambio, no condiciona en absolu- to a la colonial, ya que ha intervenido un elemento extraiio e inesperado: la dominacién del imperio espafiol que arrasé al indigena. La literatura indigena El cuerpo de poemas liricos, épicos y religiosos, de piezas teatrales, de cuentos y adivinanzas, de textos morales, didacticos y filoséficos y de relaciones histéricas, heroicas y mitolégicas que hasta ahora conocemos y Iamamos literatura indigena fue creacién de los pueblos que formaban el complejo cultural de la altiplanicie mexicana, que se expresaba en lengua nahuatl y tenia tres nicleos principales: Tenochtitlan, Tezcoco y Tlaxcala, y del pueblo maya del sureste mexicano y parte del territorio guatemalteco. Esta literatura comenzé por ser oral pues se conservaba en la memoria y con apoyo en ciertos cdices ceremoniales e histéricos. Es obra de autores cuya identidad ignoramos, aunque gracias a las investi- gaciones de Angel Maria Garibay y de Miguel Leén-Portilla se han iden- tificado y estudiado a varios poetas indigenas de nombres conocidos. Uno de ellos, Nezahualcéyotl, rey poeta de Tezcoco, goza de antigua fama. Estas creaciones literarias pudieron llegar a nuestro conocimiento en vir- tud de que, desde las primeras décadas después de la Conquista, fueron registradas en escritura europea y en su propia lengua néhuatl e ilustradas por los cronistas misioneros, fray Bernardino de Sahagtin en primer lugar, por sus informantes indios o por otros naturales celosos de sus tradiciones. Las caracteristicas tematicas de la poesia indigena de la altiplanicie -la creacién mas importante de la literatura prehispdnica-— son los temas heroicos y teogénicos, incitacién al sacrificio del guerrero y la insistente alusién a la muerte y a la vida efimera, que mueven a los poetas a pro- porer el disfrute de la alegria del momento. Sus procedimientos de estilo mas notorios son el empleo de paralelismos o balanceos de vocablos, el difrasismo y la recurrencia de estribillos y ritornelos; un repertorio metaforico de flores, aves de plumajes finos y piedras preciosas, que alu- den por lo general a la sangre y a la muerte en guerra; y en los himnos rituales, cierta esotérica oscuridad que parecia reservar a los iniciados su cabal comprensién. El conocimiento que hoy disfrutamos de la literatura de los pueblos indigenas de México, y singularmente de la literatura en lengua néhuatl, ii ha sido el fruto de un largo esfuerzo. Es una auténtica conquista cultural que ha logrado afiadir un capitulo importante a nuestra historia cultural. Las fuentes originales: las crénicas y los manuscritos y cédices, sdlo reco- gieron el texto indigena, cuya traduccién competente al espaiiol habria de ser obra que est atin por coronarse. Traducidas en parte inicialmente por sabios americanistas al inglés y al alem4n, luego vagamente parafraseadas en nuestra lengua, tuvo razén el escritor italiano Marco Antonio Canini para preguntar, en 1889, a José Maria Vigil, qué habia sido del precioso manuscrito que existia en la Biblioteca Nacional con el nombre de Cantares mexicanos, y para comentar a continuacién que los “literatos americanos ... poco se han cuidado hasta ahora de la literatura de los pueblos indigenas”. Vigil, por entonces director de la Biblioteca, no s6lo rescataria, “entre una multitud de volamenes hacinados’, el precioso manuscrito indigena, sino que escribiria estudios, cuidaria ediciones de obras histéricas y aun intentaria algunas versiones poéticas. Al mismo tiempo, haria votos porque los estudiosos mexicanos no se dejaran arrebatar la primacia en lo que se refiere a su propia historia, ya que el conocimiento de estas obras literarias primitivas es indispensable no sélo por su trascendencia filolégica sino también para la precision de nuestras informaciones histéricas y geogréficas, y en atencién a la belleza misma de los textos. Tras de esta incursién inicial de Vigil, que s6lo sefialaba un camino, ya que estaba limitada por su desconocimiento del néhuatl, vendrian, afios mas tarde las versiones inciertas de Mariano Jacobo Rojas, la recopi- lacién muy valiosa de Rubén M. Campos (La produccién literaria de los aztecas, 1936) y, desde 1940, las traducciones directas y los estudios de Angel Maria Garibay y de Miguel Leén-Portilla, que nos han dado un conocimiento sabio de nuestra principal literatura aborigen. Sin embargo, la tarea no esta atin concluida. De las dos fuentes princi- pales de la poesia ndhuatl, el padre Garibay tradujo completo el manus- crito lamado Romances de los seriores de la Nueva Esparia y, antes que la muerte interrumpiera su labor, tradujo y estudié 118 poemas, esto es, la mayor parte del manuscrito de los Cantares mexicanos. En tanto que en inglés existe ya una traduccién completa, aunque discutible (Cantares mexicanos. Songs of the Aztecs, por John Bierhorst, Stanford, 1985, 2 vols.), en espafiol no tenemos aun una versién completa. El doctor Leén- Portilla trabaja actualmente para Ievar a cabo esta tarea indispensable. Un proceso parelelo ha ocurrido con los importantes textos mayas y quichés, como el Popol Vuh, los Chilam Balam —en primer lugar el de Chumayel—, los Anales de los Xahil y otras relaciones antiguas, cuyo interés es sobre todo histérico y mitolégico y en menor grado literario. 12 Hoy podemos conocer estos textos en versiones eruditas y con buenos estudios criticos. De otros pueblos indigenas, como el tarasco y el zapote- ca, s6lo conocemos imprecisamente textos aislados En ocasiones de extrema complejidad y de una estructura légica aleja- da de la nuestra, pero de extrafia e impresionante poesia, la literatura prehispanica ofrece preciosos datos para reconstruir la visién del mundo, la teogonia, la cosmogonia, las sucesiones dindsticas, y la sensibilidad que poseian los pueblos del México antiguo. Los poetas expresan en ella su pavor ante los dioses, su melancolia por la fugacidad de la vida, sus tradiciones histéricas, sus ideas sobre los hombres y los animales, las fuerzas divinas que gobernaban su existencia, su conocimiento y respeto por la naturaleza, y el temor que desgarré sus almas cuando aparecieron los hombres blancos y barbados. La literatura colonial Fue la literatura colonial expresién del nuevo pueblo indohispano que con el nombre de virreinato de Nueva Espafia se formé en el territorio mexicano sojuzgado por la metrépoli espafiola, a partir de la egada de las huestes de Hernan Cortés en 1519 y hasta 1810 en que el padre Miguel Hidalgo inicié la revolucién de independencia. El desarrollo cultural del virreinato fue acelerado. En 1553 se inicia- ron los cursos en la Universidad, y la primera imprenta del Nuevo Mundo vino a México hacia 1539. Durante los tres siglos coloniales se publicaron 179 impresos en el siglo XVI, 1,228 en el XVII y alrededor de 3,481 en el XVIII. ‘Aprendida répidamente por muchos de los naturales la lengua espaiio- la, su escritura y los rudimentos religiosos y culturales, pronto comienza a desarrollarse una literatura que escriben espaiioles, criollos, mestizos e indigenas. Sus primeras manifestaciones estardn consagradas preferentemente a dar testimonio de las acciones de la conquista y de las caracteristicas cul- turales y naturales de los primitivos mexicanos y de su territorio; a redactar vocabularios y gramdticas de las lenguas indigenas, catecismos, confesionarios, textos escolares, es decir obras que auxiliaran el proceso de evangelizacion y de educacién. Pronto aparecerd la poesia, dedicada a exaltar con aliento épico los hechos de la conquista, a descubrir las bellezas y la grandeza del pafs o a expresar liricamente la intimidad del poeta. La extensa historiografia acerca de México en los siglos XVI y XVII com- prende las primeras noticias acerca del pais, las historias generales de 13 Indias, las cronicas de la conquista, las historias religiosas 0 monasticas, Jas de contenido etnohistérico, las historias naturales y las de la vida civil, asi como las relaciones indigenas o de inspiracién indigena y los eédices pre y poshispanicos. De ellas, las mas interesantes como expre- sién literaria son las que refieren los hechos de la conquista y las que describen la vida colonial. Los conquistadores cronistas -Herndn Cortés, Bernal Diaz del Castillo, Andrés de Tapia— querian dejar constancia de la magnitud de su hazafia, de las penalidades que padecieron para sobrevivir en tierras desconocidas, fiados sdlo en su audacia, en la superioridad de sus armas y en su pasmosa capacidad de adaptacion y de resistencia, de su temor ante la pequeiez del ejército espafol frente a los millares de soldados indios que los atacaban y de su terror ante la amenaza de ser capturados vivos y sacrificados en las pirdmides y, al mismo tiempo, de cémo, guia- dos por Cortés, lograron sojuzgar a pueblos poderosos con una cultura avanzada. Sus narraciones estan Ienas de admiracién por la organi- zacién politica y social de los pueblos indios del altiplano, que habian cons- truido grandes ciudades, con refinamientos e instituciones desconocidas para los espafioles; que tenian sistemas de escritura, de numeracién yde cronologia, de los que dan constancia los libros pintados llamados cédices; que poseian riquezas en oro y piedras preciosas, admirablemente labradas, y que disponian de ejércitos bien organizados, abastecidos y valerosos, pero que sélo contaban con armas primitivas. Las crénicas de los vencidos —Relacién de Tlatelolco, libro xi de la Historia general de Sahagin y relacién “De la venida de los espafole: de Fernando de Alva Ixtlilxéchitl~ por su parte, dejaron constancia de los funestos presagios que les anunciaban el fin de su mundo y de la profecia que los hacia esperar el retorno de Quetzalcéatl, el sacerdote civilizador que habia prometido volver; de la aparicién en las costas del Golfo de grandes navios con hombres blancos y barbados, vestidos de hierro, con armas terribles y animales para ellos desconocidos, caballos y perros feroces; del terror que sufrié Moctezuma y de sus vacilaciones frente a los intrusos; de la primera Iegada pacifica de los espanoles a México- Tenochtitl4n; de la matanza del Templo Mayor y de la rebelién indigena en la que ocurrié la muerte de Moctezuma; de la expulsién violenta de los espafioles en la Noche Triste y del largo y doloroso asedio final de la gran ciudad, en el que fueron derrotados y sometidos. Los cronistas religiosos dejaron testimonio de sus éxitos y sus tropiezos en la realizacién de la conquista espiritual de los indios; se empefiaron en la preparacién de vocabularios y graméticas de las lenguas indigenas, que hicieron posible la comunicacién y la evangelizacién; y varios de ellos, 14 sobre todo los frailes Andrés de Olmos, Toribio de Motolinia, Bernardino de Sahagun, Diego Duran, Gerénimo de Mendieta, Juan de Torquemada, Diego Mufioz Camargo, Gerénimo de Alcala y Diego de Landa, describiran las caracteristicas etnohistéricas de los pueblos indigenas, sus costumbres y tradiciones, sus ritos y sus dioses, y los sistemas de su escritura, numerologia, cronologia y cémputos astronémicos. Y los inconformes, como fray Bartolomé de las Casas en primer lugar, denunciaraén la con- quista como una violencia criminal y exigiran la restitucién de cuanto se hubiera tomado por fuerza a los indios. La poesia novohispana va siguiendo con algtin retraso los pasos de la espafiola, y tiene también un renacentismo italianizante, un barroco y un neoclasico. De la metrépoli a la colonia y viceversa viajan poetas y escritores que trasmiten novedades. Francisco de Terrazas, hijo del con- quistador homénimo y primer poeta nacido en México, intenta un poema épico, Nuevo Mundo y conquista, y escribe finos sonetos petrarquistas (‘Dejad las hebras de oro”...). Y Bernardo de Balbuena culmina su abun- dante obra con la Grandeza mexicana que elogia, con suntuosidad pre- barroca, las bellezas de la ciudad de México a principios del siglo XVIII. Para avivar la devocién, exaltar a los nuevos gobernantes o dignata- rios eclesidsticos y estimular la creacién poética, las instituciones colo- niales, siguiendo los usos de la metrépoli, organizaban durante los siglos XVII y XVIII certamenes poéticos con temas fijados o bien arcos triunfales cuyas inscripciones se encargaban a poetas famosos. Dos muestras de estas formas literarias son el arco en honor del virrey conde de la Laguna, llamado Neptuno alegérico (1680), que fue escrito por Sor Juana; y el Triunfo parténico (1682 y 1683), certamen convocado por la Universidad, en honor de la Inmaculada Concepcién, que fue elaborado por Carlos de Sigiienza y Géngora. Los poetas premiados en los concursos © los que recibian el encargo de los arcos, recibian premios valiosos. En el centro de este periodo cultural, la profusa poesia novohispana alcanza una culminacién memorable no sélo de la época sino de toda nuestra literatura y aun de la espafiola, en la sensibilidad refinada, el genio verbal y la valentia intelectual de una mujer de excepcin: Sor Juana Inés de la Cruz, En su extensa obra poética sobresalen los gra- ciosos villancicos, los emocionantes poemas de amor y un ambicioso poema de extremada elaboracién metaférica y rigor filoséfico, el Primero suefio. Y en prosa, se destaca un documento autobiogréfico, la Respuesta a Sor Filotea, conmovedora defensa de su condicién de mujer y de su vocacién por el saber. ‘Apenas iniciada la vida colonial, la Corona se preocupé por dejar bien claro qué libros podian leer y escribir y cudles no los stibditos indianos. 15 No sélo existia la prohibicién general para los libros contrarios a la fe o peligrosos para la accién evangelizadora sino que aun se prohibio expre- samente que se trajesen, vendiesen o imprimiesen “libros profanos y fa- bulosos” o que traten de “historias fingidas”, porque se los consideraba “mal ejercicio para los indios y cosa que no es bien que se ocupen ni lean”. Por supuesto, a pesar de estas disposiciones, se introdujeron en las colo- nias espafiolas, por lo menos desde el siglo XVII, novelas de caballeria, novelas picarescas y La Celestina, y aun se escribieron algunas obras de cardcter vagamente novelesco en los dos tiltimos siglos coloniales. E] teatro, en cambio, que no se reparé en que también suele estar hecho de “historias fingidas”, acaso porque se le reconocié como un recur- so valioso para las tareas de evangelizacién, alcanzé pronto un desarrollo apreciable. A fines del siglo xvI Hernan Gonzélez de Eslava compuso y represent6 con éxito Coloquios espirituales y sacramentales de temas biblicos, costumbristas 0 poéticos. A principios del siglo XVII se represen- tan en Madrid, con éxito, las comedias de un “indiano”, Juan Ruiz de Alarcén, que afiaden una nota propia y original al floreciente teatro de la metr6poli. Y a principios del siglo XVIII se representan en el palacio vi- rreinal y en el Coliseo de México las piezas de Eusebio Vela que tratan, algunas de ellas, temas de historia local. Ademés de autores literarios, nuestros tres siglos coloniales tuvieron hombres de estudio de mérito: a fines del siglo Xvi, el doctor Juan de CArdenas, escribié un libro encantador, Ileno de observaciones perspi- caces, Problemas y secretos maravillosos de las Indias. En el siglo XVt flo- recié Carlos de Sigiienza y Géngora, historiador, matematico, poeta y cos- mégrafo, amigo de Sor Juana, y a quien Menéndez Pelayo llamé “varén de los mas ilustres que ha producido México”. Y en el siglo XvilI desta- canse Francisco Javier Clavijero, jesuita que en el destierro italiano de Bolonia escribié la Historia antigua de México, la primera obra dedicada exclusivamente al estudio del México antiguo; José Antonio Alzate, sabio Periodista cientifico, y Juan José de Eguiara y Eguren, iniciador de las recopilaciones de nuestra bibliografia con su Bibliotheca mexicana. Lo mismo en las crénicas que en las obras descriptivas, en la poesia que en el teatro, en los trabajos eruditos que en los humanisticos, la lite- ratura de los tres siglos coloniales no sélo es un rapido aprendizaje y una ambiciosa emulacién de la cultura espafola, sino también un proceso de progresivo desprendimiento y autonomia, alentado sobre todo por la afir- macién del patriotismo criollo. Cada vez van siendo mds frecuentes y dominantes las notas distintivas, ora porque las circunstancias exigian obras cuya practica a veces no coincidia con las que se encontraban en boga en la metrépoli; ora por la aparicién de temas y rasgos de estilo que 16 eran sélo propios de un nuevo pueblo, ora por el genio de escritores sobre- salientes y ora, en fin, por las abundantes peculiaridades lingiisticas, por lo general bajo la forma de palabras indigenas espaiiolizadas, que fueron dando un cardcter propio a lo que se escribia en Nueva Espaiia. Asi va surgiendo en nuestro medioevo colonial, un hibridismo cultural hispanoindio y asi va configuréndose lo que, al advenir la independencia, ser4 nuestra expresi6n literaria, mestiza, propia y original de México. La literatura del México independiente. El siglo XIX En comparacién con las etapas anteriores, la expresién literaria del México independiente es mucho mas compleja y variada, por lo que habi- tualmente se fracciona su estudio en varios periodos: independencia, elaboracién de la Repiiblica, nacionalismo, modernismo, para el siglo XIX; y para nuestro siglo, Revolucién, vanguardismo y época contemporanea. El lapso de 1810 a 1889, que comprende a las tres primeras subdivi- siones del siglo XIX, se caracterizar4 por la turbulenta elaboracién y biisqueda de formas politicas y sociales, por las invasiones extranjeras y el afianzamiento final de los gobiernos liberales. La literatura, en este lapso, serd principalmente expresién e instru- mento politico. Esto no le impide tener ya una vida orgdnica en la que no falta ninguno de los elementos caracteristicos de los esquemas europeos: generaciones literarias, corrientes, tendencias y ciclos genéricos. Las ten- dencias seguirdn en curso paralelo al de los paises europeos. El horizonte cultural lentamente ira enriqueciéndose con nuevas influencias y fermen- tos: franceses, italianos, ingleses, alemanes, estadounidenses e his- panoamericanos, ademas de los espafioles tradicionales. Y con sus esti- mulos, incorporados a la expresi6n propia, la literatura mexicana va evolucionando hacia su autonomia, Podria parecer, de primera intencién, que un periodo como el que va de la iniciacién de la independencia en 1810 al establecimiento del gobierno de Porfirio Diaz, hacia 1880, en que se practicaron todas las formas de revoluciones, en que el pais sufrié dos invasiones extranjeras y la muti- lacién del territorio nacional y en que tanto se ahondaron las pugnas ideolégicas que, a partir de mediados del siglo, se fijaron en las irreconci- liables actitudes de liberales y conservadores, podria parecer, decia, que afios como estos hubieran interrumpido 0 menguado la expresién lite- raria, que gustamos de imaginar mas floreciente en la paz que en medio de la violencia. Sin embargo, a pesar de que la literatura de estos afios no haya alcanzado expresiones de valor universal, es preciso reconocer que fue de intensa actividad y vitalidad, que estuvo animada por doctrinas 17 estéticas y culturales y que, gracias al esfuerzo de sus escritores, pudo alcanzarse la madurez y la originalidad, a partir de las ultimas décadas del siglo xix. Algunas personalidades sefieras dominan a su tiempo la bullente grey: José Joaquin Fernandez de Lizardi, Ignacio Ramirez e Ignacio Manuel Altamirano, maestros que dan el tono y acaudillan las empresas civicas 0 culturales. La literatura tuvo que ser en estos afios un ejercicio ruinoso e incierto pues todo quedaba fiado a las luces y al esfuerzo propios. No existian atin estudios académicos accesibles ni institutos ni empresas edi- toriales, pero los escritores se arreglaron para suplir tantas deficiencias, se ensefian e ilustran unos a otros, viven de las profesiones liberales, de modestos empleos piblicos, del magisterio y aun del comercio. Para pu- blicar sus libros, si no han encontrado un protector generoso, el siglo ha descubierto la benemérita institucién del folletin, en la parte inferior de las paginas de los periédicos, que sin muchos escrapulos, dara vida a cen- tenares de libros. El tono y el espiritu de la época es el romanticismo que encuentra un campo propicio en el afan libertario de aquellos hombres y en su apasio- nada bisqueda de soluciones politicas y de mejoramiento social. Nuestro romanticismo literario se manifestaré principalmente por tres caminos: la literatura nativista o de exaltacién de la propia tierra e historia y de lo nacional, la politica y la sentimental. Desde los afos de lucha por la independencia, nuestro valiente Pensador Mexicano inicia la corriente de literatura liberal, nacionalista y popular, que va a cruzar todo el siglo XIX y continuaré aun en nuestro siglo. Aquel interés por la vida de nuestro pueblo, por su lengua, por sus costumbres y por sus desdichas; aquella defensa de la justicia social y aquel profundo amor por lo nativo que percibe el lector de las novelas, los periédicos y los folletos de Fernandez de Lizardi, van a irse puliendo y afinando con el paso del tiempo o a acentuar en ocasiones las notas pin- torescas o folkléricas, van a complicarse con doctrinas sociales, van a con- vertirse a menudo en armas de partido o en argumentaciones doctrina- rias, pero no perderdn la direccién esencial que marcé la obra del autor de El Periquillo Sarniento, En el curso de esta tendencia, durante el siglo XIX, se encuentra la poesia popular y festiva y los “cuadros de costum- bres” de Guillermo Prieto; el generoso y encantador fresco de la vida rural que es la novela de Luis G. Inclan; los esbozos de la “comedia humana” mexicana que nos atraen en las novelas de Manuel Payno y de José Tomas de Cuéllar; el pensamiento, las ficciones y la poesia de Ignacio Manuel Altamirano y tantas obras en las que hay una expresién del color y de los dramas nativos 18 Las mentes més licidas de los escritores que inician su madurez al triunfo de la independencia, se consagran a las reflexiones polfticas y a la historia. Dos pensadores tan bien dotados como José Maria Luis Mora y Lucas Alamén, y junto a ellos, aunque con menor rango, fray Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Zavala, Juan Bautista Morales y José Maria Gutiérrez de Estrada, movidos por la confusién de los tiempos en que vivian, y ya fuera desde los bandos liberales o conservadores y aun impe- rialistas, se consagran a la tarea de encontrar un camino viable para el pais y de analizar la realidad social. En los escritos de la generacién si- guiente, como los de Ignacio Ramirez y Francisco Zarco, las cuestiones politicas ya comienzan a relacionarse con las culturales. Y ambos intere- ses encuentran su equilibrio y mutuo apoyo en los textos de la generacién que logra ver pacificada y restaurada la Reptiblica, y singularmente en Jos de Ignacio Manuel Altamirano y de Justo Sierra, al final del siglo, para quienes la cultura es ya el instrumento civilizador por excelencia Todo el periodo sera, ademas, de buenos historiadores. Casi todos los ensayistas politicos antes mencionados, escribieron historia, Y junto a ellos deben recordarse las obras de Carlos Maria de Bustamante, José Fernando Ramirez, Joaquin Garcia Icazbalceta y Manuel Orozco y Berra. La literatura sentimental parece el reverso desilusionado de la exaltacién nacionalista y de la pasion partidista. La moda de la época le consiente al hombre ser o aparecer mas vulnerable y mds dafiado por los infortunios, y es de buen tono ser desgraciado y decirlo. Unos lamentan sencillamente sus desdichas, otros suefian o inventan evasiones —hacia el pasado, hacia el futuro o hacia su propia aniquilacién— y otros se revuel- ven airados contra una sociedad despiadada y lanzan su reto a la tierra y al cielo. La pasién amorosa, causa de muchas de estas desgracias, va sufriendo a lo largo de estos afios una transformacién. De los inocentes y vagos idilios neoclasicos de principios de siglo, pronto se llega a la pasion desnuda y al erotismo que, luego de una ola de ironia y satira, alcanzaré las afinaciones sensuales del modernismo. Junto a estos temas y tendencias dominantes existen otros de cauces menos,profundos pero sin los cuales estaria incompleta la imagen de este periodo. Los asuntos histéricos tienen por campo propio la novela, aunque existan también obras poéticas y dramdticas de tal indole. El siglo XIX novela practicamente toda la historia de México, desde la Con- quista hasta sus propios dias, con una peculiar interpretacién de cada una de las épocas. La historia prehispdnica y de la Conquista, sobre todo la figura de Cuauhtémoc, seré vista por la literatura historica como un pasado clasico y heroico; mientras que la historia colonial se pintaré acentuando los tintes sombrios e insistiendo en los aspectos negativos, 19 como los crimenes de la Inquisicién, adecuados para fijarnos la imagen fatal e injusta de aquellos tres siglos como de una oscura Edad Media. De acuerdo con esta tendencia en la interpretacién histdrica, la literatura que se refiere a los acontecimientos inmediatos presupone siempre una visién politica, aunque, hecho curioso, apenas existen novelas histéricas conservadoras. El modernismo: 1889-1910 Un nuevo periodo cultural se inicia hacia 1889 cuando surge una ge- neracién que impone un cambio radical de tono y de ideas estéticas. Mientras que los cambios anteriores habian sido consecuencia de acon- tecimientos nacionales y respondian a nuevas necesidades politicas y sociales, este nuevo cambio es sélo cultural. El modernismo ciertamente est condicionado por circunstancias externas, la paz porfiriana, pero deja a un lado los imperativos sociales para sdlo buscar una expresién libre, exclusiva del artista y que, en cierta manera, se aparta de la sociedad de su tiempo e inicia con ello la ruptura arte-sociedad. Veinte afios después de la publicacién de El Renacimiento, la revista de Altamirano que habia sido lider del movimiento nacionalista, comen- zaba a agotarse la vigencia de su programa y aparecian los primeros sig- nos de una nueva orientacién estética. El nacionalismo, que habia sido una orientacién salvadora en medio del naufragio, se iba volviendo pin- toresquismo y color local. Por el momento, habia que olvidar los zenzon- tles, guacamayas, chirimoyas, guayabas y manglares Desde 1876, el cubano José Marti, entonces residente en México, y Manuel Gutiérrez Najera, habian comenzado a manifestar en sus versos y en sus crénicas nuevos recursos de estilo y una nueva sensibilidad. Los Versos libres de Mart{ mostraban un retorno a la sencillez y pureza liri- cas y a la autenticidad humana, y los Cuentos frdgiles de Gutiérrez Najera estaban iluminados por una gracia ligera, “sonrisa del alma”. Por otra parte, después del debilitamiento temporal que habia tenido la in- fluencia de la literatura francesa, en los afios inmediatos a 1867, esta afi- cin va a alcanzar su mayor fuerza en las tltimas décadas del siglo. La cultura francesa, y sobre todo la poesia parnasiana y simbolista, se con- siderardn las fuentes por excelencia y el afrancesamiento Negara a ser “galicismo de la mente’. Al mismo tiempo que en México se realizaban estos cambios de orien- tacién, este afan por interesarnos en el mundo entero, algo semejante ocurria en otras ciudades de Hispanoamérica. De Valparaiso llegar4 la primera clarinada que dard plena vigencia al movimiento modernista y 20 lo extendera por el continente. Alli un joven nicaragiiense, Rubén Dario, publica en 1889 una coleccién de poemas y cuentos con un titulo sugesti- vo, Azul..., primera constancia de un lirico y un innovador excepcionales. Y por los mismos afios, en La Habana y en Bogota se difunden las poesias de Julian del Casal y de José Asuncién Silva, sensibles, refina- dos y tragicos. Este primer impulso de los creadores del modernismo va a encontrar su expresién mas activa en la Revista Azul (1894-1896) que animé en México hasta su muerte Gutiérrez Najera. La apertura americana y uni- versal que en ella se realiza es impresionante. Durante los tres afios en que se publica la revista se incluyen colaboraciones de 96 autores his- panoamericanos, seguidores del modernismo, de 16 paises, sin contar a los mexicanos. Dario va a la cabeza con 54 colaboraciones, y le siguen Del Casal y Chocano, con 19 cada uno, y Marti con 13. Los autores franceses traducidos llegan a 69, entre ellos Baudelaire, Barbey D'Aurevilly, Coppée, Gautier, Heredia, Hugo, Leconte de Lisle, Richepin, Sully-Prudhomme y Verlaine, los cuales notoriamente supe- ran en namero a los espafioles que sélo son 32. Y de otras nacionali- dades se traduce también a Heine, Wilde, Ibsen, D'Annunzio, Poe y a los grandes novelistas rusos. En estos aiios de comunicaciones precarias, parece una hazajia esta circulacién que lograron establecer los mo- dernistas para conocerse y leerse entre si y divulgar sus obras en revis- tas tan activas como la Revista Azul. Para los escritores finiseculares de Hispanoamérica, el modernismo fue una toma de posesién del mundo, y al mismo tiempo una toma de conciencia de su tiempo y de su propia realidad americana. Atisbando mas alla del agotado romanticismo espafiol, los creadores del movimiento percibieron que habia surgido en el mundo una vasta ola revolucionaria de renovacién formal y de la sensibilidad, y algo como una intensa basqueda de creaciones estéticas mas radicales y profundas, y decidieron formar parte de ella con su propia expresién. Inconformes con la vulgari- dad del lenguaje literario, encuentran un primer camino en el rigor del parnasianismo francés, y nuevas posibilidades de refinamiento, musicali- dad, sugestién e imaginacién en el simbolismo. Poe, Heine, Whitman y D'Annunzio van a contribuir también. Pero el resultado ultimo de esta sintesis serd de nuevo original: se tratara de grandes individualidades liricas que tienen su propio sello y que participan por afinidad en un movimiento comtin de renovaci6n. Los iniciadores y los creadores del modernismo estan atin bajo el signo roméntico y mueren jévenes. En 1896 s6lo queda Dario para ser, si no el jefe, si el mayor poeta de una nueva constelacién que se multiplica y a la 21 que México dar4 personalidades destacadas: Salvador Diaz Mirén, Manuel José Oth6n, Luis G. Urbina, Amado Nervo, José Juan Tablada y Enrique Gonzélez Martinez. Otra notable publicacién literaria, la Revista Moderna (1898-1911), lle- gard a ser, para el periodo de culminacién del modernismo, lo que habia sido la Revista Azul para el de iniciacién. Su animador y mecenas fue Jests E. Valenzuela, quien tuvo junto a él a Tablada. La Revista Moderna fue también un repertorio antolégico no s6lo del modernismo his- panoamericano sino de las corrientes universales de la época. Durante el primer periodo, 1898-1903, el mas representativo de la revista, aparecen colaboraciones de 207 escritores de 28 nacionalidades, ademas de 68 mexicanos, y por primera vez se incluyen numerosas colaboraciones extranjeras en sus lenguas originales: francés, inglés, italiano, portugués y latin. Fue la primera revista mexicana en la cual pintores, dibujantes ~Julio Ruelas en primer lugar- y misicos colaboraron en el mismo nivel que los escritores. Y con acierto, la revista pronto abandoné el exclusivis- mo de grupo con que se habia iniciado y comenzé a atraer a los novelistas de la tendencia realista naturalista, que eran la otra cara de la literatura de la época: José Lépez Portillo y Rojas, Rafael Delgado, Victoriano Salado Alvarez y Federico Gamboa. Como cada época de nuestras'letras tiene su patriarca, el de esta época es Justo Sierra, poeta, historiador y cronista notable, y creador y orienta- dor de la educacién moderna. Las letras de nuestro siglo Asi como el periodo modernista se apoya en el hecho politico y social del porfiriato, la época contempordnea de nuestra literatura se inicia y se apoya en la realidad de otro acontecimiento hist6rico: la Revolucién mexicana, La revolucién maderista inicial, la posterior sucesién de gue- rras civiles y los gobiernos regidos por una doctrina fundada en los méviles de aquellas luchas, han creado y condicionado el tono de la vida mexicana, cuando menos hasta mediados del siglo. La era de paz civil, de estabilizacién institucional y de progreso mate- rial se inicia hacia 1930. Y en las ltimas décadas, las tensiones politicas y sociales y la crisis econémica afectaron al pais. Todas ellas se reflejaron en las letras pero no interrumpieron su curso. Los hechos politicos han dejado, pues, de tener sobre el escritor aque- la rigurosa dominacién que existia en el siglo XIX. Si recordamos algunas de las tendencias y polémicas que han ocurrido en las letras del siglo, advertiremos que la mayor parte son de indole cultural. Por ejemplo, el 22 universalismo del Ateneo, el antimodernismo formal de Gonzalez Martinez, el debate entre arte revolucionario y arte puro de los treinta, 0 el que oponia la literatura comprometida a la literatura independiente, en los cincuenta. Sin embargo, estas tendencias o debates implican una posicién ideolégica. Aun el colonialismo de alrededor de 1920 y el des- cubrimiento sentimental de la provincia presuponian una actitud escapista frente a la violencia revolucionaria. Aquella funcién predominante que tuvieron los escritores literarios en el periodismo del siglo XIX va a modificarse radicalmente en nuestro siglo. Los periédicos actuales estan redactados, en su parte principal informati- va, por periodistas profesionales, mientras que los literatos y los pen- sadores s6lo participan en las paginas de opinién o editoriales. El periédi- co se ha convertido, en México y en el mundo, en un medio informativo, ideolégico y publicitario. Y junto a él han surgido otros medios de comu- nicacién como el cine, la radio, la television y las historietas ilustradas cuya 6rbita de influencia crece cada vez mas. A pesar de que la gran masa ha quedado en poder de estas creaciones modernas de la informacién y la diversién, la cultura literaria ha creado sus propios recursos: los suplementos, las revistas y las casas editoriales de tipo académico y literario. Su desarrollo ha sido considerable aunque no tenga la magnitud de la difusién alcanzada por los “medios”. Los suplementos literarios semanales han sido importantes como érganos de difusién y de critica. Sus mejores realizaciones fueron las que dirigid Fernando Benitez: Revista de Cultura, de El Nacional (1947- 1948); México en la Cultura, de Novedades (1949-1961), con notables di- sefios de Miguel Prieto y Vicente Rojo; La Cultura en México, de Siempre! (1962-1971); Sdbado, de Unomdsuno (1977-1985), y La Jornada Semanal de La Jornada (1987-1989). José Emilio Pacheco y Carlos Monsivais fueron colaboradores eficaces y continuadores de la tarea de Benitez. A estos suplementos, que continan publicandose, se han sumado: Diorama de la Cultura, de Excélsior (1958-1982), que dirigié Hugo Latorre Cabal; La Letra y la Imagen, de El Universal (1979-1981), que dirigié Eduardo Lizalde; El Semanario de Novedades (1982- ), que dirige José de la Colina; El Buho, de Excélsior (1984-1999), que dirigié René Avilés Fabila y ahora Lisandro Otero, y El Angel, de Reforma (1993-) cuya coordinado- ra es Rosa Maria Villarreal. Las revistas de este siglo, como las del XIX, han sido la respiracién inmediata, fresca de la literatura. De vida breve o larga, se han sucedido sin interrupcién y son numerosas. Elijo catorce de ellas como las mAs re- presentativas: México Moderno (1922-1923), Contempordneos (1928-1931), Abside (1937-1979), Letras de México (1937-1947), Taller (1938-1941), El 23 Hijo Prédigo (1943-1946), Universidad de México (a partir de 1953), Revista Mexicana de Literatura (1955-1965), La Gaceta del FCE (Nueva 6poca, 1971-), Vuelta (1976-1998), Nexos (1978-) Casa del Tiempo (1980-) que dirigié Carlos Montemayor y Bernardo Ruiz, Literatura Mexicana (1990-) que dirigié Margit Frenk y luego Luis Mario Schneider, y Biblioteca de México (1991-) que dirigié Jaime Garcia Terrés y continud Eduardo Lizalde. En las primeras décadas del siglo sélo existian editoriales ocasionales de la literatura; la mas constante fue Ediciones Botas que edité las obras de Vasconcelos y las novelas de la Revolucién. El Fondo de Cultura Econémica (1934) es la primera editorial estable que paga regalias, cuida las letras mexicanas y reedita las obras de sus autores. Otras editoras que merecen reconocimiento por su labor cultural persistente son la Universidad Nacional y sus institutos, el Colegio de México, la Editorial Porrtia, Siglo xxI, Joaquin Mortiz, Era y la Direccién General de Publicaciones de la SEP, y CONACULTA. Superando el autodidactismo que las circunstancias imponjan en el siglo XIX, hoy tienen una funcién cada vez mAs activa las instituciones culturales: universidades, institutos, academias, colegios, centros de investigacién, seminarios y talleres de redaccién, sobre todo el taller de la SOGEM y el Centro Mexicano de Escritores. Todos ellos contribuyen a la formacién cultural del escritor que recibe una disciplina organica para facilitar su adiestramiento y amplian sus perspectivas intelectuales. Otra superacién, la del aislacionismo en que viviamos y del provincia- nismo, ha exigido una larga lucha. Esta se inicié desde los afios del mo- dernismo y sdlo llegé a cierto triunfo alrededor de 1960. La tendencia nacionalista y revolucionaria, que se mantuvo desde 1930 hasta 1945, aproximadamente, fue interpretada por algunos como incompatible con una sana circulacién universal. Al mismo tiempo otros escritores querian ignorar las modestas o ricas tradiciones nacionales para sdlo atender los pasos del arte nuevo universal. Olvidados estos extremos, la literatura y la cultura mexicana comenzaron a probarse en el ancho mundo. Este lento ajuste a la respiracién universal parece haber seguido una evolucién paralela a la que ocurrié con la conquista de los lectores. Hacia 1955 se inicié el interés de editoriales extranjeras por nuestra literatura, coincidente con la aparicién de libros mexicanos, principalmente novelas, que alcanzaron éxitos editoriales. Y esta nueva conciencia de que lo que se escribe puede ser leido con profusién, no sélo en el pais sino en pueblos remo- tos, ha dado seguridad, responsabilidad y cierta soltura a las nuevas letras. El Premio Nacional de Ciencias y Artes se creé en 1946 y actual- mente tiene seis ramas en las especialidades de lingiiistica y literatura, 24 bellas artes, historia, ciencias sociales y filosofia, ciencias fisico- matematicas y naturales, tecnologia y disefio, y artes y tradiciones po- pulares. En los afios siguientes se fueron creando otros premios y con- cursos y en la actualidad forman una tupida red en la que practica- mente se estimulan todas las especialidades existentes, y en toda la extensién del pais. He aqui un resumen de estos estimulos: 10 bienales, 13 concursos, 4 premios y 2 salones, en artes visuales; 17 concursos y un Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, en artesanias y cul- tura popular; 2 concursos y 7 premios, en danza; 13 premios y un Programa de Estimulos a la Carrera Docente y de Investigacién en disci- plinas varias; 29 concursos, 3 juegos florales, 19 premios, apoyo a revis- tas independientes, becas de traduccién literaria y para escritores en lenguas indigenas y un buzén penitenciario, en literatura; Bienal de Video, Bienal Latinoamericana de Radio, Concurso de Critica Cinematografica, Festival de Video Erético, La Paradoja Erética, Muestra Latinoamericana de Video y Programas para Television y Sistema Nacional para la Produccién de Programas de Televisién Cultural, en medios audiovisuales; Fideicomiso para la Cultura México- Estados Unidos y apoyos y becas de 11 fondos estatales o regionales, becas para ejecutantes y para jévenes creadores, Concurso de Proyectos Culturales Fronterizos, Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales, Programa de Intercambio de Residencia Artistica México-Estados Unidos-Canada y el Sistema Nacional de Creadores de Arte con su seccién de creadores eméritos, en multidiscipli narios; 5 concursos, un premio de composicién y otro para jévenes intér- pretes de misica sinfonica, en misica; y tres concursos, una muestra estatal y un premio de dramaturgia para nifios, en teatro. Algunos de los premios, como los del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo y el Premio Octavio Paz de Poesia y Ensayo, son sustanciosos: 100 mil délares. Y las becas vitalicias para los creadores eméritos —los que recibieron premios nacionales de letras y artes- y las temporales para los creadores de arte significan un apoyo y un estimulo reales para la vida cultural. Ademas, los escritores y artistas mexicanos suelen recibir premios de otros paises, y los extranjeros radicados en México participan de los premios, concursos y becas nacionales. En 1990 Octavio Paz recibié el Premio Nobel de Literatura. Gracias a todo este proceso de madurez cultural, la posicidn social del escritor ha mejorado. Ain suele ser un fruto extrafio a su sociedad y a su tiempo. Pero ha logrado crear refugios propios, puede subsistir y puede expresarse. 25 La mujer ha fortalecido su posicién igualitaria y muchos nombres femeninos deben considerarse en los panoramas més rigurosos. En 1941, el grupo de la revista Rueca inicié la participacién decidida de la mujer en las letras. Posteriormente, incluso ha habido algun momento en que las mujeres han sido las escritoras sobresalientes. Recientemente, jévenes novelistas y cronistas han escrito una literatura facil y atractiva que ha tenido enorme éxito nacional ¢ internacional. La apreciacién panordmica de nuestra literatura contempordnea nos lleva facilmente a la conviccién de que, en conjunto, es la mas valiosa de nuestra historia literaria. La naturaleza de nuestra evolucién deparé, a las etapas anteriores, la misién de formar e integrar la patria material y espiritual cuyos frutos hoy comenzamos a disfrutar. Para concluir, propongo la siguiente secuencia de las etapas mas noto- rias de las letras mexicanas de nuestro siglo y de los escritores relevantes en cada una de ellas. Ateneo de la Juventud: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Julio Torri, Pedro Henriquez Ureiia. Colonialismo: Artemio de Valle-Arizpe, Alfonso Cravioto, Francisco Monterde, Genaro Estrada. Tres poetas: José Juan Tablada, Enrique Gonzalez Martinez, Ramén Lépez Velarde. Los Contempordneos: Carlos Pellicer, José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Jorge Cuesta, Gilberto Owen. Novela de la Revolucién: Mariano Azuela, Martin Luis Guzman, Rafael F. Mufioz, Mauricio Magdaleno, José Rubén Romero. Novelas de José Revueltas, Indigenismo: Antonio Mediz Bolio, Ermilo Abreu Gomez, Andrés Henestrosa. Novelas de Agustin Yéfiez. Ensayos y estudios: Manuel Toussaint, Samuel Ramos, Antonio Castro Leal, Daniel Cosio Villegas, Jesis Silva Herzog, Edmundo O’Gorman; Justino Fernandez, Luis Cardoza y Aragén, Fernando Benitez, Antonio Gémez Robledo, Leopoldo Zea, Gastén Garcia Canta. Espafioles en el destierro: Enrique Diez Canedo, José Moreno Villa, José Gaos, Max Aub, Agustin Millares Carlo. Poesia y ensayo de Octavio Paz. Teatro: Celestino Gorostiza, Rodolfo Usigli, Salvador Novo, Rafael Solana, Luis G. Basurto, Emilio Carballido, Sergio Magafia, Héctor Azar, Vicente Leftero y Hugo Argiielles. Tres narradores: Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes. 26 Poesia, de Taller a nuestros dias: Efrain Huerta, Ali Chumacero, Rosario Castellanos, Rubén Bonifaz Nufio, Jaime Garcia Terrés, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, Marco Antonio Montes de Oca, Homero Aridjis, Eduardo Lizalde, David Huerta, Verénica Volkow, Elsa Cross, Tedi Lépez Mills. Nueva narrativa: Elena Garro, Juan Garcia Ponce, Salvador Elizondo, Ricardo Garibay, Eraclio Zepeda, Augusto Monterroso, Jorge Ibarguengoitia, Sergio Galindo, Gustavo Sdinz, José Agustin, Sergio Pitol, Fernando del Paso, Héctor Aguilar Camin, Carlos Montemayor, Angeles Mastretta, Carmen Boullosa, Laura Esquivel, Jorge Volpi. Nuevos ensayos y crénicas: Antonio Alatorre, Alfonso Rangel Guerra, Carlos Monsivais, José Emilio Pacheco, Ramén Xirau, Emmanuel Carballo, Gabriel Zaid, José Joaquin Blanco, Elena Poniatowska, Alberto Ruy Sanchez, Christopher Dominguez, Guillermo Sheridan, Guadalupe Loaeza, Adolfo Castaiién. 27

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