Reflexiones Sobre Machismo y Feminismo
Reflexiones Sobre Machismo y Feminismo
Reflexiones Sobre Machismo y Feminismo
Debería escribir mi tesis de magister. Eso es un hecho, un axioma irrefutable de mi vida presente. Por
ende, hace dos meses me enfrenté a una página en blanco y lo primero que salió fue un punteo de ideas
sobre un tema que no tiene absolutamente nada que ver con mi tesis de magister, porque por la cresta
que es atractivo adentrarse en cosas que no debes hacer. Como era verano, me dije a mi mismo
“disfrútalo” y me engañé disfrazando esta hermosa evitación de un simple “al menos estás soltando la
mano para escribir, eso igual te sirve para tu tesis”. Mentirme a mi mismo me provoca ternura y paz.
¡Larga vida al autoengaño!
Este punteo inicial que menciono surge a partir de varias conversaciones por redes sociales y en
persona. Surge paulatinamente en mi la inquietud por escribir sobre machismo y feminismo desde hace
varios meses. Pensé hacerlo en un formato de apunte para clases que hago en psicología, y anclar esto
con la psicoterapia y cómo esta temática y nuestra postura como terapeutas influye en nuestro actuar.
Sin embargo, a partir de la escritura me di cuenta de que al ser un tema que abarca tanta cotidianeidad,
me parece mucho más interesante sacarlo del plano laboral exclusivamente. Quise tomar una dirección
más directa, de opinión personal, menos citas y más reflexiones, de forma tal de convertir esto en parte
de los diálogos que pueden construir procesos de cambio de puntos de vista. No tiene pretensiones ni
experticie, es un simple escrito que intenta resumir mis pensamientos e ideas respecto a un tema de tan
importante arraigo cultural durante toda nuestra historia como sociedad humana. Y, obviamente, se fue
alargando porque terminarlo implica empezar la tesis.
Quise separar el ensayo en machismo, feminismo y críticas al movimiento, pero no quiero convertirlo
en un escrito histórico o teórico, sino más bien de opinión y reflexión respecto a esto. Por ende los
subtítulos que escogí apuntan a la intención definitiva de esto: una invitación a la reflexión respecto de
un tema que, siendo tan importante en la historia de la humanidad, a veces corre el riesgo de ser
banalizado, mal comprendido o escamoteado por muchos.
Pensemos el machismo
Primero quiero definir bien qué entiendo por machismo. Y no me refiero a una definición docta, que
para eso hay artículos y diccionarios, sino a lo que entiendo como machismo en una conversación con
un hermano, un primo o un amigo. Entiendo machismo desde dos núcleos centrales: cualquier conducta
o dicho que deje entrever la idea a la base de que una persona es una pertenencia de otra sólo por
cuestiones de género; y la percepción de la mujer como “lo otro”, desprovista de subjetividad (esto
último tomando explícitamente el complejo análisis de Simone de Beauvoire respecto al tema).
Sobre el primer núcleo, algunas ideas. Explícitamente digo “persona” y no “hombre”, para evitar que
aparezcan los argumentos típicos de “ah, pero ¿y si una mujer siente que el hombre le pertenece?”…
miremos esto más de cerca: si una mujer considera que el hombre por el sólo hecho de ser hombre le
pertenece como un objeto sobre el cual puede ejercer su voluntad, eso también sería una forma
(extraña) de machismo (aunque el nombre resulta bizarro en esas circunstancias). Pero seamos
sensatos: eso pasa muy poco. La mayor parte del tiempo, es la mujer quien es considerada pertenencia
de un hombre sólo por el hecho de haber nacido mujer, y de ahí nace en parte el nombre.
Es importante recalcar un punto: me refiero a sentirlo pertenencia por el sólo hecho de ser de un sexo
específico. Hay muchas razones por las cuales alguien puede sentir pertenencia a otro, y no todas son
formas de machismo. A veces son temores a la pérdida, otras veces un fenómeno tipo “hijo único
regaloneado”, otras celos declaradamente. Esas formas, si bien molestas y pueden terminar en más
menos las mismas conductas que las otras, no son en estricto rigor machismo. El problema de referirse
a estas formas por separado es que invisibiliza el problema del machismo, por ende desde el feminismo
muchas veces no se hace la diferenciación por razones más bien estrategǵicas sociales. Esto, entiendo,
molesta a muchas personas que terminan asumiendo una actitud negativa ante el feminismo por la sola
razón de que ven que tachan de machista a alguien que ellos perciben como regalón, por ejemplo, o
simplemente cómodo. Mi postura ante esto es entender que claramente no toda conducta de asumir
como pertenencia a otro es machismo, pero ante la duda es mejor tacharlo como tal. ¿Por qué? Porque
fácilmente en una corta interacción con dicha persona se puede aclarar la duda si no es por machismo,
pero asumir que no lo es puede enmascarar una situación grave. Podemos brindar a una persona que
golpea a una mujer una excusa en el lenguaje que lo salve legalmente con un buen abogado del castigo
social pertinente.
Hay algunos autores que definen el machismo como el considerar a la mujer un útero, sólo un cuerpo
destinado a la reproducción. A mi parecer esta distinción está también incluida en el sentido de
pertenencia de ella como objeto, por cuanto parcializar al ser humano a un sólo aspecto lo hace objeto y
que dicho objeto esté destinado a “servirme para mantener mi estirpe”, lo hace de pertenencia. La
forma histórica de mayor dominio por sobre la mujer ha sido el relegarla a la reproducción, el hacerla
responsable de la crianza y sometida a su biología reproductora, como si los embarazos y los niños del
mundo fueran engendrados por ella sola. Algunos dirán “pero la alimentación de los primeros meses” o
“pero si biológicamente son los que sostienen la mantención de la especie”. Más allá de recordar
respecto a la necesidad de ambos sexos en la mantención de la especie, consensuemos que la
dominancia bajo la lógica biológica entonces debiera ser al revés (como ocurre entre los monos resus,
por ejemplo). Sin embargo, al ser el foco el dominio basado en la pertenencia del otro, el rol femenino
en la reproducción se vuelve un estereotipo de género que favorece y mantiene el machismo. La mujer
reducida a una máquina de producir y cuidar niños.
Sobre el segundo núcleo, la mujer siendo despojada de su carácter de sujeto y ella misma renunciando a
su subjetividad, algunas reflexiones. Cuando Simone de Beauvoir escribe “El segundo sexo” genera un
fuerte revuelo a nivel mundial porque deja sumamente claro cómo la existencia de lo que culturalmente
se considera ser mujer implica ser algo para alguien (hermana, hija, esposa, madre), como si la
existencia de lo femenino no fuera en si mismo válida sino un anexo de lo existente, que sería lo
masculino. Fue potente la reacción a nivel mundial y de Beauvoir comenzó a recibir cartas de mujeres
que contaban sus historias o le decían que por fin habían comprendido el porqué de su malestar en sus
vidas. Betty Friedan en 1963 aporta en esta misma dirección con “La mística de la femineidad”.
Menciona que “algo” estaba pasando entre las mujeres norteamericanas (ella lo llamó “el problema que
no tiene nombre”) y se refería a una sensación de vacío al saberse definidas no por lo que se es, sino
por las funciones que se ejercen (esposa, madre, ama de casa). Las mujeres fueron atrapadas por la
“mística de la femineidad” y para romper esta trampa y lograr su propia autonomía, deberían
incorporarse al mundo del trabajo. Nuevamente el sentido de pertenecer a otro por el sólo hecho de ser
mujer es lo que marca el machismo, pero al continuar la lectura de estas autoras vemos que es mucho
más profundo que ello. El sentido de pertenencia implica que a la mujer se le define como “lo otro”, en
oposición a “lo uno” que sería el hombre. El hombre en tanto sujeto es lo que guía en la dirección de la
mujer objeto. Sin embargo, lo que termina por construir a la mujer en tanto objeto y condenarla por
tantos años a esta posición, es su renuncia a la subjetividad. Su renuncia al ser sujeto. El hombre no
puede volver objeto a la mujer sin la renuncia a la condición de sujeto de parte de ella, y es brutal cómo
en la historia de la humanidad se fue dando esta renuncia como un mecanismo de sobrevida de la mujer
al asumir posiciones sociales de menor dominio. El análisis del surgimiento de esto va desde aspectos
socioculturales ligados al dejar de ser nómades, hasta la sobrevaloración de la fuerza como motor
productivo social. Pasar a utilizar herramientas más pesadas para poder lograr mayor eficiencia de
producción fue relegando a la mujer a labores que eran consideradas de menor valor cuando el ser
humano decide asentarse y comienza a crear el sentido de propiedad privada y mercado. No es el foco
de este escrito realizar un análisis acabado de esta historia, para ello sugiero referirse directamente al
libro de Simone de Beauvoire donde en diversos capítulo analiza a fondo estas posturas.
El paralelismo que se utiliza muy seguido entre machismo y esclavitud tiene su arraigo también en
estos dos núcleos, de objeto de pertenencia y renuncia a la subjetividad, por cuanto está a la base la
lógica de que alguien te pertenece, no importa su experiencia personal ligada al pertenecer, y puedo por
ende hacer con esa persona lo que se me plazca. Cuando esa pertenencia se atribuye a la raza, tenemos
racismo; cuando está ligada al género femenino, machismo. Obviamente no podemos reducir todo un
concepto a esta tan breve definición, porque sin duda incluye la lógica de superioridad por sobre el
otro, de organización social en torno a estructuras de poder, de administración de la descendencia, de
distribución de bienes, etc. Religión, política, economía, todo un cúmulo complejo de elementos que
constituyen o se relacionan con el machismo. Pero en aras de llevarlo a lo cotidiano y sacarlo de la
reflexión distante a la experiencia del día a día, quise poner el foco en estos dos núcleos que me
parecen fáciles de observar por ende de interrumpir cuando aparecen.
Quien me ayudó también a entender así el machismo de manera muy clara fue José Saramago en su
novela “El evangelio según Jesucristo”. En esta hace una relectura, a partir de la historia de Jesús, de la
cultura occidental desde sus cimientos y mi parte favorita es el capítulo en que describe la relación
entre José y María. Allí se aclara la esencia del machismo, cuando describen a un José que era un “muy
buen hombre” porque cuidaba “muy bien a su mujer”. Le dejaba muchas sobras para que comiera y
comía lo más rápido posible para que ella tomara asiento pronto y no se cansara al estar de pie detrás de
él durante su almuerzo. Procuraba despertarla en la mañana antes de penetrarla. En fin, un gran
hombre. Con una ironía exquisita, Saramago deja muy en claro la noción de posesión y el desdén por el
sentir subjetivo de la mujer: ella es un objeto, de poco valor por cierto. Como José era un buen hombre,
cuidaba a su posesión, en la medida de lo posible.
Para traerlo a una figura más local, pensemos en Juan Herrera, el padre de familia de la serie “Los ‘80”.
Juanito es el ejemplo clásico del machista bueno local, que entiende a su mujer como un objeto de su
pertenencia, pero un objeto preciado, al que cuida y respeta. En mi trabajo me ha tocado mucho
escuchar frases como “me dio permiso para trabajar”, aspecto explícito en la serie cuando Ana López
decide hacer algo por su desarrollo personal y por el bienestar económico familiar. Se aborda muy bien
el tema, porque somos testigos durante esa temporada de cómo él se obliga a vivir un proceso de
crecimiento personal ligado al derrumbe de su masculinidad al quedar sin trabajo y al sentirse
mantenido por ella. Interesante porque hacia la resolución de ese arco argumental, efectivamente
muestran cómo él asume la postura de “dejarla trabajar para que se sienta mejor consigo misma”,
volviendo a regular la autoimagen masculina hacia el arquetipo machista. El machista buenito. Lo que
más me sorprendió de esta serie es que el personaje de Juan está tan bien hecho que efectivamente
cuando hay una crisis de pareja, Juan violenta a Ana en un arranque de ira.
Digo que está bien hecho el personaje al llegar a la violencia, y acá me detengo un poco, porque si hay
un argumento que me parece peligroso es el de separar la violencia de género del machismo. Por muy
machista buenito que sea Juan, es machista y eso conlleva siempre un peligro en la relación de pareja.
Cuando una persona siente como objeto de pertenencia a otra siempre corre el riesgo de violentarla en
un momento de crisis. No necesitas ser un desgraciado para hacerlo (anque al hacerlo te conviertes
inmediatamente en uno, por cierto). Piensen en las veces que se han descargado con un computador
porque el internet está lento, lanzado a la basura una planta porque la consideraste fea o deshechable o
gritado a un perro porque llegaste enojado. Es común y frecuente tratar mal en ciertos momentos a
nuestros objetos de pertenencia al no atribuirles conciencia y subjetividad, por ende si queremos parar
la violencia de género es importante partir por no entender a la mujer como un objeto de pertenencia y
aceptarla en tanto sujeto.
Muchas personas dicen “a mi lo que me molesta del feminismo es que condena sólo la violencia contra
la mujer y yo estoy en contra de toda violencia”... llamaré a esto “discurso relativista” y no estoy para
nada de acuerdo con dicho argumento. Primero, porque el feminismo no está solamente “en contra de
la violencia contra la mujer”, es harto más que eso y ya vamos a volver más adelante a ese punto
cuando pensemos el feminismo en la segunda parte de este escrito. Segundo, porque cuando ya es
reconocido un derecho de los de allá, los que faltan son los de acá. Me explico. Nadie cuestiona que es
delito golpear a una persona. Sigue ocurriendo y seguirá ocuriendo siempre, pero si viene cualquier
persona y golpea a otra, se condena, se denuncia, se actúa, se defiende, etc. ¿Por qué cuando estos
golpes son a parejas mujeres (y a hijos, por cierto) sigue pasando que hay dudas al respecto? Dudas
tipo “algo habrá hecho” o comentarios del tipo “bueno, son problemas de pareja” son lamentablemente
aún muy prevalentes socialmente. Construir un discurso anti violencia sin distinción invisibiliza un
fenómeno específico dentro de dicha violencia. Sería el equivalente a haber dicho en su época “lo que
no me gusta de los abolicionistas es que se centran mucho en los negro, yo estoy en contra de todo tipo
de esclavitud”… claro, una frase, al igual que la que inica este párrafo, irrefutable en alguna medida,
aunque ridícula al escuchar. Muchas veces sin quererlo, este tipo de argumento participa justamente de
enturbiar una realidad que se está queriendo cambiar. Lo “tibio” y poco claro en general no provoca
movimiento. Hay muchos ejemplos de tibieza en el lenguaje que disfrazan de “punto de vista” algo que
en realidad es un trabajo de marketing, un intento de vender algo para que popular y socialmente se
oculte lo que ocurre y se mantenga así el status quo (hablar de conflicto Palestina/Israel en vez de
ocupación, hablar de integración en vez de inclusión en necesidades educativas especiales, hablar de
inclusión en vez de interculturalidad cuando nos referimos a la migración, etc.).
Si miramos más de cerca la relativización del discurso, es curioso, porque en la mayoría de los
ejemplos en que ocurre esto de relativizar algo, hay instituciones o grupos políticos interesados en
mantener justamente el status quo. Con el machismo es difícil encontrar esto. Hace años atrás, las
distintas iglesias sin duda tenían intereses económicos y de mantención de estructuras de poder ligados
al machismo, pero la verdad es que me cuesta desde mis lecturas traer ese argumento al presente sin
caer en una teoría conspirativa extraña. Al parecer, la mantención de este discruso surge desde ningún
grupo o lugar en particular y al mismo tiempo desde todos. Por eso es que surge la explicación
abstracta de “el patriarcado”, conceptualización que no me gusta del todo. Profundicemos un poco en
esto, para no dejar en el aire “un gusto” por un concepto y explicar a qué me refiero con “explicación
abstracta” (total, la idea es seguir pateando la tesis, así que tiempo tengo).
El patriarcado se refiere a un fenómeno social, esto es de interacción entre personas e instituciones, que
se caracteriza por asimetrías de poder ligadas al género. Ha sido estudiado desde distintos puntos de
vista: sociológico, político, económico, psicológico, artístico, etc. Sin embargo, en la actualidad, se ha
caído en la “cosificación” del concepto, aludiendo al patriarcado como si fuera un “algo” y no un
fenómeno en curso, que más encima asume un carácter determinista, es decir, que puede definir cómo
se comportan los individuos. Esta forma de acercarse al concepto es la que me perturba y me parece
peligrosa, porque dota inevitablemente de intención a una forma de organización emergente que no
queda tan claro que la tenga, al mismo tiempo que polariza hacia un enemigo que no tiene cara, y eso
es peligroso porque sabemos que ante lo borroso ocurren fenómenos grupales raros, desde proyectar
enemigos donde no los hay hasta seguir ciegamente al que grita más fuerte.
Esta distinción pareciera ser una búsqueda desesperada de un enemigo común, de una figura en contra
la cual luchar que le dé sentido a la espantosa vivencia que han tenido muchas mujeres durante la
historia. Abusos, maltratos, injusticias. Y cuando buscas un culpable, no lo encuentras porque somos
todos y no es nadie. Pero pasar a distinciones cosificadoras de fenómenos sociales en curso me parece
peligroso si consideramos el resultado final esperado. Si queremos acercarnos a una sociedad más
feminista, esto es, más igualitaria en esencia y derechos, en equidad y paridad, enfocarnos en derrocar
una idea de “patriarca” es seguir girando en torno a lo anterior. La única forma de derrocar algo es
sometiéndolo por la fuerza, y personalmente no estoy dispuesto a andar golpeando (denostando,
agrediendo simbólicamente, controlando, censurando, etc.) gente por ser machista. Me parece un
contrasentido absoluto. Todo un tema, porque resulta difícil agrupar gente sin un enemigo en común.
Pero inventar (y quiero usar esa palabra a drede) un “algo” para poder tener al malo que causa esto, es
justamente una forma de trabajar para “el enemigo”. Me explico: al luchar contra el patriarcado de
alguna manera estamos exculpando a las personas que llevan a cabo las conductas machistas. “No es
mi responsabilidad como individuo de tomar decisiones sobre cómo me acerco a un otro en mi vida
adulta, es responsabilidad del patriarcado”. Para mi, la idea de patriarcado es tan poco movilizadora
como la idea de Dios, y la idea es, entiendo, moverse de donde estamos para llegar a otro espacio, a
otro campo cultural y no mantener una lógica conservadora, externalizadora de las responsabilidades.
Y ya, imaginemos que existe el patriarcado y que explica estas conductas, nos ponemos estructuralistas
y lo entendemos como una estructura social determinista, ¿no se dispara en la mente de todos la idea de
matriarcado en contraste? Y recordemos lo que dice Simone de Beauvoir nuevamente en su obra
esencial del feminismo: el ser humano ordena el mundo en opuestos, los unos contra los otros, y los
otros son siempre enemigos y objetos. Si la persona no se siente “matriarcalista” lo definirá como “los
otros” y de vuelta a darle un argumento discursivo a muchas personas que hablan de igualitarismo o
tonteras como esas que invisibilizan el problema del machismo.
Lo que llamamos patriarcado son costumbres, prácticas conductuales y discursivas, que mantienen y
favorecen la percepción de un otro como objeto desprovisto de subjetividad y de pertenencia con el fin
de mantener una relación de poder y dominio hacia la mujer. Eso es el patriarcado, y el feminismo lo
que hace es visibilizar todas estas prácticas para que seamos concientes de estas costumbres y podamos
reemplazarlas por otras. Ya profundizaré en esto en la segunda parte del escrito.
Sigamos pensando el machismo ahora desde el foco en la cotidianeidad machista, lo que hoy llaman
“micromachismos” (un mal nombre porque le baja el perfil a las prácticas cotidianas). Pierre Bourdieu,
sociólogo francés, plantea que estas prácticas conductuales y discrusivas que justifican prácticas
interpersonales machistas, son hábitos. Llamemos a esto “machismo encarnado”, recurriendo al
concepto de “carne” de otro gran autor francés como es Michel Foucault (hombre por cierto, por lo
visto me debo la lectura de más mujeres filósofas y sociólogas). Con esto me refiero a un hábito
adquirido desde la interacción cultural hacia el individuo, una forma de llevar al cuerpo los
aprendizajes y predisponentes tácitos de la cultura en la que crecemos. Esto ocurre en las interacciones
tempranas, en la elección de ropas, en los roles dentro del hogar, en la valoración positiva de conductas
de niños y niñas, en los nombres que ponen a los estantes en las librerías (en la librería antártica tienen
un estante con el título “Maternidad y Familia”), en la cantidad de veces que tomamos atención
inconsciente a hombres y mujeres porque calzan o no calzan con nuestras ideas sobre lo que debe hacer
o no hacer un hombre o una mujer. Profesores haciendo más preguntas a niños que a niñas en
matemática, madres pidiendo a hijas que hagan sus camas mientras los hijos están sentados viendo
televisión, niños jugando en las calles mientras niñas van de camino a comprar pan, risas por la
suciedad del niño y espanto por la de la niña. Prácticas que no se cuestionan, que no implican un
discurso específico si quiera, pero que son el reflejo de la encarnación de prácticas machistas que
mantienen estas construcciones sociales que luego las predisponen.
Con esta nueva idea sobre el machismo encarnado, quiero volver brevemente al tema de la violencia y
este discurso de “estoy contra toda violencia, no sólo la violencia contra la mujer”. Pareciera ser esta
una práctica discursiva que surge desde un cierto campo cultural que, como todo sistema, dispone de
elementos para poder mantenerse. Esto lo vuelve muy desgraciado porque no tenemos un enemigo
identificable como mencionaba antes; sin embargo, al mismo tiempo lo vuelve hermoso porque para
poder cambiarlo tenemos que ir cambiando cada uno y conversar sobre ese cambio con el de al lado.
Bonito. Gabriel Salazar, historiador chileno, plantea que así han surgido los cambios sociales a lo largo
de nuestra historia, desde la interacción local y vecinal, no desde los grandes movimientos mediáticos.
Me gusta creer que así saldremos del machismo hacia una sociedad feminista, en la que obviamente
cuando lleguemos a eso, no será ni necesario referirnos a ella como “feminista”.
Otro tema relevante que quiero destacar en estas reflexiones sobre machismo, es un aspecto que se
conecta con el sentido de identidad individual ligado a estas prácticas. Las situaciones de violencia que
le ocurren a la mujer por el hecho de haber nacido mujer no son comparables con las situaciones que le
ocurren al hombre en base a las elecciones que realiza como hombre. Un clásico ejemplo de argumento
odioso acá es “en las guerras mueren muchos más hombres”. A estos argumentos les llamo
“irguimintis” porque me dan un poco de rabia y en mi mente sólo suge la burla como forma de no
gritar. Profundicemos en esto, porque consensuemos que no es fácil ser hombre en un mundo machista,
pero lo cierto es que es brutalmente menos difícil que ser mujer.
Para un hombre, salirse del machismo es fácil. Basta con aprender a mandar a la mierda a la gente que
lo va a presionar a ser “machito”. De verdad que no es tan difícil. Para una mujer, salirse del machismo
es muy difícil porque está arraigado en su autoimagen de manera negativa mientras que positiva en el
hombre. Me explico: un hombre que crece por distintas razones viendo y escuchando ideas que
confirman el hecho de que él es valioso por el sólo hecho de ser hombre, se siente presionado a calzar
con una imagen positiva. Eso puede ser devastador y agotador, disociarse de emociones porque “no son
de hombre” y cosas así. Pero a la larga, asumir conciencia de este fenómeno te pone de frente a una
sensación de calma. Cuando empieza uno a decirse a si mismo “puedo tener pena y no pasa nada”,
“puedo fracasar y no es tan terrible” encuentras calma y habitualmente consuelo de parte de otros (de
otras, casi siempre). Una mujer en cambio crece viendo y escuchando las mismas ideas pero
enfocándose en sus aspectos negativos, con poca posibilidad de cambio y con un foco atencional
fuertemente ligado a la autoimagen corporal. Como es un objeto de pertenencia, tiene que cumplir con
estándares estéticos (y estáticos) para ser “linda para otros”. Esto lleva a que desde muy pequeñas las
mujeres criadas en estas prácticas cotidianas, sesguen su percepción hacia lo corporal. Salirse del
discurso implica ser fea (no sólo físicamente, claro está) y no querible a los ojos del campo de
significados del que se quiere salir. Y nadie quiere ser feo y no querible. En resumen, si el hombre deja
prácticas machistas, es lindo; si lo hace la mujer, horrible. Eso es parte de lo que está intentando
cambiar el feminiso actual, la llamada tercera ola, con parcial éxito a mi parecer. De esto, reflexiones
más adelante también.
Un breve apartado a lo estático de la belleza exigida a la mujer. Las cosa son lindas o feas. No se
mueven, son estáticas. A lo más, funcionan en relación a su contexto, es decir, son más lindas acá que
allá, y cambiamos el cuadro de lugar porque se relaciona mejor con su entorno. Esa misma lógica se
aplica a la belleza femenina, lo que lleva a que eres fea o bonita casi de manera estructural. Cuando una
mujer se siente fea, hace esfuerzos por cambiar aspectos también estáticos: ropa, peso, tamaño con los
tacos, pelo, etc. Sin embargo, la percepción de belleza según varios estudios está mucho más ligada en
el ser humano a los esquemas de relación temprano y al movimiento. Es decir, no importa un carajo la
supuesta fealdad o belleza “propia” del otro porque la percepción de belleza depende de quien la
percibe y probablemente se perciba como más bello algo en función de como se mueve y no de
aspectos estáticos. Sobre belleza y fealdad podríamos escribir mucho, en la medida que hoy en día se
vueve un tema en si mismo incluso más allá del género, por cuanto ha ocurrido que los estándares de
exigencia de belleza estática se aplican totalmente al hombre hoy día. Cuando me afeito no me veo para
nada parecido a Cristiano Ronaldo afeitándose en el comercial y es triste seguir el instagram de Jason
Momoa con deseo homosexual, envidia, vergüenza y frustración al mismo tiempo. Pero en honor a
terminar esto pronto para retomar la tesis, lo dejaré hasta acá como tema. La intención de esto es sólo
recordar que se ha utilizado la belleza estática como costumbre de sometimiento y dominio a la mujer
para que estemos atentos a no hacerlo.
Otro aspecto en el que no me quiero detener mucho es en los discursos que a mi gusto no son más que
repeticiones sin reflexión de algo que se escuchó por ahí. Muchas veces, en la misma línea del
relativismo discursivo y de los “irguimintis”, se dan argumentos muy malos. Malos bajo un criterio
simple: carecen de lógica que los sostengan y mal utilizan la evidencia que declaman. Uno de esos
argumentos que más me molestan es “son muchos más hombres los que mueren por homicidio en el
mundo que mujeres”. Encuentro absurdo que para argumentar en un diálogo respecto a delitos
cometidos por considerar a una persona pertenencia por su género, saques a colación otros delitos que
también existen y que también son terribles. Me parece francamente ridículo mostrarlo como
argumento en contra del feminismo. O esa persona lo hace por molestar o no está pensando mucho. Lo
siento igual que cuando uno dice “que triste el atentado que ocurrió en Francia” y responden “ah, pero
¿cómo en Siria mueren niños todo el tiempo?”. ¿Pensarán que uno dirá “oh, tienes razón, ahora me da
gusto que maten niños en Francia, malditos desgraciados que aprendan lo que es morir como en Siria”?
O aplicado al tema en cuestión “tienes razón, matemos mujeres para que se equipare la cancha, es el
colmo que sean más lo hombres muertos en el mundo”... Molesto y no da para mayor análisis.
Para cerrar este apartado sobre el machismo quiero decir algo que será polémico: no estoy en contra de
“hacer objeto” a nadie. Me explico, antes que me lancen piedras. El ser humano cuando se relaciona
con otro no lo hace de una sola forma en todo momento. Lo que llamamos “percepción del otro”, que
no es más que una construcción que hacemos del otro, está fuertemente ligada a nuestro ser individuos
en un momento puntual, en estrecha relación con nuestro cuerpo y nuestro contexto epecífico. Es decir,
no puedo “hacer objeto” a otra persona, sino “percibirla como objeto” en ciertos momentos. Y a mi me
encanta que mi pareja me perciba como objeto en ciertos momentos. No podría tener sexo con ella si
no fuera objeto para ella en ese momento. Es distinto eso a percibirlo como objeto de pertenencia por
ser de un género específico y eso es lo que quiero destacar. Quizás es una distinción sutil, pero creo
importante.
Y vamos un poco más allá en esta parte polémica. Ir por la calle y mirar a alguien porque le deseas, me
parece natural y en ese momento estás percibiendo al otro netamente como objeto, como carne, como
cuerpo al que se desea incluso poseer. Y el sexo consentido es un permiso que le damos al otro y el otro
nos da para que juguemos a que por un momento mi cuerpo es del otro y el del otro, mío. Es falso, es
un juego, es imposible poseer al otro y lo sabemos y eso hace de la sexualidad un juego genial y
divertido. Obviamente, asumir que porque deseas poseerlo, lo posees, es ridículo. De hecho, pensar que
porque lo deseas poseer es “poseible” es lo que caracteriza al machismo.
Tema central son los límites en torno a esto. Aquí es donde, hilando muy fino, hay más polémica en
conversaciones y debates. ¿Mirar a una mujer en la calle es ya un acto machista? Delicada respuesta.
Mirarla lascivamente, sin duda. Decirle piropos sin conocer a la persona, sin saber si le va a gustar o
molestar, si se va a asustar o asquear, sin duda también. Pero el mirar con deseo, de forma discreta e
intentando que esa persona no se dé cuenta ¿es también un acto machista? Si miramos esto de cerca y
consideramos el hacer objeto a la mujer siempre como machismo, si. Pero como decía recién, no
considero que percibir a alguien como objeto sea siempre machismo, mientras sea consensuado. Al no
conocer a alguien, al ser alguien de la calle, es imposible que sea consensuado explícitamente por ende
ese acto está sujeto a la interpretación que cada quien hace de las señales no verbales en un contexto
específico (es distinto acercarse a alguien con un piropo en la calle o en una disco). Sin duda, esas
señales son fácilmente mal interpretables y pueden molestar. Si miro discretamente a una chica en la
calle que al descubrirme mirándola se molesta, es totalmente válida dicha molestia. Cuestionar su enojo
sería caer en prácticas machistas, porque estamos en ese momento tácitamente asumiendo que si fue mi
objeto de deseo no puede molestarse porque “es mía” y no tiene o no me importa su subjetividad. La
reacción del hombre ante la molestia de la mujer observada podría ayudar a definir si dicha práctica es
machista. En un local me tocó ver a dos hombres que sacaron a bailar a dos chicas, acercándose con un
piropo para que aceptaran. Ambas dijeron con mucha cortesía “no gracias” y siguieron bailando juntas.
Uno de los chicos dijo “ah, lelas” con cara de ira y desprecio, ante lo cual el otro lo empujó molesto, les
pidió disculpa a las chicas y se fue enojado con su amigo. A mi parecer, ambos se acercaron a ellas
como objetos de deseo, en un contexto donde es esperable hacerlo, a piropear y sacar a bailar, pero sólo
uno de ellos cayó en prácticas machistas. Las praćticas evidentemente machistas, desde la mirada
lasciva hacia la dirección del abuso, son incuestionables. Y los que las defienden lo único que hacen es
proveer de justificaciones discursivas a los abusadores que se escudarán en los mismos argumentos que
están dando los que defienden las miradas lascivas. Pero si no hay un intento de traspaso de límites, no
hay sexo. Y la sexualidad libre de la mujer es un espacio que ha costado mucho ganarle a las iglesias
durante siglos como para tomar el feminismo y convertirlo en una excusa para el regreso a una moral
conservadora. Si logramos una sociedad feminista, no habrá problema en que te importunen porque al
manifestar tu incomodidad, el otro respetará tu subjetividad y se irá. Eso es lo que buscamos.
Quise cerrar este apartado con esta parte un tanto polémica respecto a los límites del observar, porque
es la parte que más me ha costado conversar con mujeres feministas que son muy estudiadas y que
funcionan como referente para mi en este tema. Entiendo por qué, ya que de alguna manera al definir el
límite en la discresión dejo entrever una especie de disculpa al voyeurista, al degenerado silencioso,
digámoslo en buen chileno, al pajero. Y puede ser. Creo que esto tiene que ver con mi relación de
pareja actual, donde la pornografía la disfruto con ella, en donde el mirar con deseo compartido a
hombres y mujeres en la calle es un juego de pareja, en donde los juegos de roles en la vida sexual son
aspectos entretenidos y fundamentales para nuestra relación. Perderme de eso por entenderlo como
machismo, me hace dejar de lado un espacio de mi vida que disfruto mucho. Le he dado vueltas a esto
y no logro salirme de mi como para saber si mi reflexión en este punto está marcado sólo por mi vida o
si la lógica de donde marco el límite es válida en si misma. Creo que no es posible hacerlo a decir
verdad, por lo que decidí dar rienda suelta a la reducción de la disonancia cognitiva: yo no me
considero machista, esto lo hago, por ende esto no es machista. Espero no ser condenado por ello y
seguiré pensándolo y leyendo para poder definirlo mejor.
Pensemos en feminismo
Si bien el feminismo está fuertemente ligado al machismo recientemente revisado, quise redactarlo en
dos apartados porque mi idea es contribuir a la toma de conciencia de las prácticas machistas. Así,
aplicando la lógica que usamos para dejar una muletilla, lo primero es darme cuenta qué es lo que hago,
pienso y digo en automático, para luego pensar en cómo lo reemplazo por otra cosa. El feminismo a lo
largo de su historia nos provee de prácticas para lograr este reemplazo.
Una aclaración inicial de mi postura: considero el feminismo como un movimiento sociopolítico, muy
heterogéneo por cierto. Hay otras definiciones y otras perspectivas, pero me gusta no perder de vista el
sentido social y político. Social, porque alude a fenómenos que ocurren en la interacción entre los seres
humanos y político porque se refiere a cómo nos organizamos como sociedad. De este movimiento
sociopolítico se han generado teorías, estudios, ciencia, arte, cultura en general que podríamos llamar
feminismo también. Pero tengamos en mente que siempre detrás de dichas miradas está la
responsabilidad sociopolítica que define el origen del movimiento. Quiero aclarar esto porque en cada
una de esas aplicaciones del feminismo, por llamarles de alguna manera, se puede perder fácilmente la
esencia que está detrás y no estaría mal que así fuera porque pertenecen a otro dominio humano. Me
explico: cuando hacemos ciencia, el interés es la construcción de conocimientos desde ciertos métodos
de aproximación a las experiencias o a los fenómenos estudiados; cuando hacemos arte, el interés está
puesto en la finalidad estética, comunicativa y perturbadora de un otro desde una subjetividad
expresada en una obra. Esto implica que muchas veces los resultados de los estudios o las obras
publicadas bajo la lógica feminista no necesariamente van a estar directamente alineadas con el
feminismo como movimiento sociopolítico. Por un lado, porque es tan heterogéneo que hay disputas
internas y contradicciones, pero también porque censurar y preformatear el arte y la ciencia atenta
contra la esencia de dichas disciplinas. Hoy en día se cae a ratos en querer censurar obras porque son
machistas o porque no cumplen con los estándares actuales construidos por las agrupaciones
feministas. Yo no estoy de acuerdo con ningún tipo de censura, y profundizaré sobre ello en el último
apartado, que llamé “críticas al movimiento feminista”, porque creo que hacer eso debilita el
movimiento sociopolítico en vez de fortalecerlo.
Habiendo aclarado esta postura, me gustaría mencionar lo que considero esencial en el feminismo. Así
como el machismo tiene para mi dos núcleos, me gustaría centrarme en tres núcleos del feminismo:
mujer y hombre son seres humanos y, como tales, los derechos deben ser igualitarios para ambos sexos,
respetando la diversidad y libertad individuales. La primera parte puede sonar ridícula. Obvio que todos
somos seres humanos. Pero tristemente no resulta tan obvio en las prácticas machistas habituales. Al
tratar a la mujer como objeto desprovisto de subjetividad se le saca justamente del “ser humano”. Es
más, se le saca del “ser”. La segunda parte es necesaria, porque muchas personas pueden reconocer a la
mujer como un ser humano, pero distinto. Y al reconocer a otro como distinto, muchos consideran que
por el sólo hecho de observar diferencias deben tener menos derechos. La tercera parte resulta esencial
para evitar el imponer una forma específica de ser mujer, que no sería más que otra manera de
machismo solapado.
El feminismo busca, en definitiva, igualdad de derechos basándose en la idea de que somos todos seres
humanos diversos. Para lograr esta búsqueda, el feminismo ha pasado por muchas fases, con intentos
que difieren entre si en efectividad, radicalidad, racionalidad, apoyo masivo, etc. Revisemos
brevemente algunos aspectos de la historia para poder pensar en cómo hoy día podemos tomar esta
historia y ayudarnos a partir de ella a alcanzar esta igualdad.
Breve ordenamiento histórico
No es la intención una revisión exhaustiva de la historia (porque tengo que retomar la tesis en algún
momento), sino más bien nutrirnos de autores que ya hicieron estos ordenamientos para guiar la
conversación escrita que aquí propongo de manera más sistemática.
La división más común en la historia del feminismo es hablar del movimiento separado en “olas”. Sin
embargo, esta división cambia si es hecha en estados unidos o en europa, por cuanto para los gringos,
lindos egocéntricos ellos, la historia del feminismo parte con ellos y las sufragistas, dejando fuera una
serie de autores muy anteriores a dicho movimiento. Partamos con una visión más completa mejor.
La historia del feminismo para muchos parte con Poullain de la Barre, que en 1673 publica
(anónimamente) “Acerca de la igualdad de los dos sexos, discurso físico y moral donde se ve la
importancia de deshacerse de los prejuicios”. Un hombre marca el inicio oficial, lo que da un poco de
risa/pena/vergüenza por cierto, aunque antes que él hubo una serie de intentos y escritos que
visibilizaron las injusticias cometidas contra la mujer escritos por mujeres. Se puede rastrear hasta
Hipatia de Alejandría esto, pero como feminismo propiamente tal la mayoría de los autores concuerdan
en este Francés como el inicio, por la sistematización explícita que realiza en este escrito. Tuvo varias
consecuencias sociales en su época y alguna que otra contestación, y tristemente Poullain de la Barre
tuvo que desdecirse levemente en otros escritos o suavizar su postura por temor a las repercusiones.
No mucho tiempo después viene la revolución francesa, que se constituye como una curiosa época en
tanto feminiso, por cuanto hay varios documentos que muestran cómo las mujeres organizadas
resultaron ser centrales para derrocar la monarquía e instalar la sociedad democrática, pero fueron
descartadas luego del movimiento y relegadas de vuelta a las labores que eran consideradas propias de
la mujer (crianza, cocina, la cama, etc.). Olympe de Gouges en 1791 hace la “declaración de los
derechos de la mujer y la ciudadana” en respuesta a “los derechos del hombre y del ciudadano” creados
tras la revolución francesa. Un hermoso texto que deja entrever cómo sin importar el sistema
sociopolítico imperante, cuando el hábito cultural patriarcal y machista está instalado, las personas que
en dicho sistema se acostumbran a estas prácticas tienden a defenderlas. Curioso que el inicio del
feminismo se marque en Francia, que grandes feministas a lo largo de la historia son de Francia y que
haya sido dicho país justamente uno de los últimos dos países de europa en aceptar el derecho a voto de
la mujer.
Flora Tristán, hija de peruano y francesa, escribe reflexiones entre sus muchas obras que podrían
configurar una especie de feminismo socialista y obrero. Particularmente en “La unión obrera” (1843)
y “La emancipación de la mujer” (1845) deja en evidencia que la realidad de la mujer de clase alta es
muy distinta a la realidad de la mujer obrera, a pesar de compartir ambas un lugar inferior al del
hombre en la sociedad. Marx la toma como referente explícito, y muchos por lo mismo la sacan del
feminismo porque sus escritos apuntan más al socalismo. Lo interesante de esta autora es que es la
primera que pone foco en algo que después se lee en otras que revisan la historia del feminismo: el
movimiento se estancó en una cierta época porque la lucha era llevada por mujeres blancas de clase
alta. Mujeres que de manera descriptiva (aunque suena muy despectivo), Simone de Beauvoire llama
“mujeres parásito”. Eran mujeres que al lograr la igualdad de derechos, se vieron enfrentadas a dejar la
vida de comodidades que implicaba el tener maridos que las mantenían en una posición social de
privilegio. Y no quisieron. Ahora, siendo justos, son ellas mismas quienes hicieron una labor de
alfabetización y educación de mujeres de otras clases sociales, que es la antesala concreta y real de la
igualdad de género. Es imposible la igualdad de género sin acceso a la educación.
Todos estos autores y otros, junto con el movimiento sufragista en Estados Unidos e Inglaterra,
configuran lo que llaman en europa la primera ola del feminismo. La premisa es: como personas, en
esencia iguales, construyamos leyes que nos hagan iguales en derechos. En EEUU se marca recién
como hito de inicio de esta primera ola la convención de seneca falls, en 1848, en Nueva York. 300
activistas y espectadores se reunieron en la primera convención por los derechos de la mujer, que
finaliza en un acta firmada por más de 100 mujeres.
En la misma época, el movimiento sufragista estaba logrando grandes avances en Estados Unidos e
Inglaterra, marcando presencia en 1867 en el parlamento inglés cuando Stuart Mill realizara el primer
alegato en favor del voto de la mujer que jamás se haya pronunciado oficialmente. En esta misma
época aparecen las suffragettes, un grupo mucho más radical que las sufragistas, lideradas por
Emmeline Pankhurst, que irónicamente terminaron por retrasar el derecho a voto en inglaterra por sus
métodos de mayor impacto social. Las sufragistas abogaban por una cercanía paulatina al derecho,
convenciendo al congreso que primero votaran las mujeres solteras solamente (porque la voz de las
casadas estaría representada en los maridos) para acercarse al voto igualitario. Las suffragettes
reaccionan a esta actitud y radicalizaron el movimiento, haciendo quemas de edificios, tomas, y
protestas mucho más intensas. Esto asustó y fortaleció al grupo político más conservador al
victimizarlo, logrando rechazar finalmente la idea de derecho a voto igualitario. Lamentablemente se
recuerda más a las suffragettes por esto que por las causas constructivas que llevaron a cabo, como el
Endell Street Military Hospital que fue un hospital militar creado en mayo de 1915 y dirigido por
médicas y enfermeras suffragettes. “Hechos y no palabras” era el lema de este grupo y se notaba en
este tipo de medidas, así como también en las quemas y manifestaciones más agresivas. La primera ola
es en definitiva una ola de mucho activismo social y político.
Acá quisiera remarcar que esta primera ola es quizás la más fácil de defender explícitamente desde
nuestro presente, pero al mismo tiempo su postulado central es el que de manera más inconsciente
afecta nuestro actuar. Es tan difícil que alguien hoy en día refute de manera explícita la idea de que las
mujeres son seres humanos iguales en derecho, que ya no se habla tanto de esto. Sin embargo, creo que
es la esencia de todo y es el por qué no me gusta dividir en olas el feminismo. A esto me referiré en
extenso en el apartado “críticas al movimiento feminista” más adelante.
Siguiendo con la historia, nos encontramos con que la abolición de la esclavitud resulta clave en dar un
empuje hacia adelante al movimiento, por cuanto lleva al diálogo entre las feministas sufragistas de la
época y las agrupaciones de mujeres negras, demarcando la fuerte diferencia entre ambas. El
movimiento crece hacia una mayor amplitud de derechos. Si bien esto generó roces entre las pioneras
feministas, a la distancia podemos ver cómo fue un primer paso para pasar a las siguientes etapas. La
igualdad de razas no se expande a la igualdad de género, menos aún cuando la primera ni siquiera se
instalaba del todo (ni se termina de instalar hasta nuestros días).
Se logra un cierto cierre cuando se logra el derecho a voto, primero de mujeres mayores de 30 años no
casadas, y luego a voto igualitario. Sin embargo, el descontento persiste por cuanto las igualdades
jurídicas no dieron pie a igualdades de facto. Esto se marca como el inicio ya de la llamada segunda
ola.
Si el foco de la primera ola era la igualdad legal y de reconocimiento de derechos, son las
desigualdades no oficiales pero evidentes en temáticas como la sexualidad, familia, trabajo y derechos
de reproducción, el foco de la segunda ola. Acá podemos referirnos a muchos fenómenos sociales,
como por ejemplo el llamado “techo de cristal” en las carreras laborales de ascenso de mujeres, los
salarios menores ante el mismo trabajo, la duplicación de labores con la incorporación al trabajo, la
violencia contra la mujer, los femicidios y un largo y triste etcétera que hasta nuestros días persiste.
Triste es pensar que estos fenómenos no están del todo superados a 70 años ya y toda una ola después.
Sin embargo, hay avances y la brecha es menor que lo que era en ese período. Me quiero detener en un
fenómeno, que es el de pagar menos por el mismo trabajo. Es curioso, porque atenta incluso contra la
lógica de mercado. Los dueños de empresa estarían felices de pagar menos por el mismo trabajo, lo que
implicaría que debiera estar mucho más lleno el mundo laboral de mujeres, cosa que no ocurre. Acá
creo que ocurre lo mismo que ha ocurrido históricamente en incontables momentos: la lógica indica
una cosa, pero la costumbre de dominio y el sentido de mantención de un sistema que acomoda,
empuja a otra. Cuando recién se incorporaron mujeres al trabajo, hay registro de declaraciones
diversas, en diarios o libros sobre el tema, de jefes que decían que les gustaba contratar mujeres, ojalá
solteras con hijos, porque trabajaban con mucho más ahinco y no alegaban ni se sindicalizaban. La
lógica de dominio y abuso del otro tan propia del sistema capital aplicado de forma brutal y pragmática.
Sin embargo, cuando esas mujeres tuvieron la posibilidad de escalar en posiciones y cuando el mundo
laboral se vio “invadido” por mujeres y empezó a lograr una cierta equiparidad, comenzaron las
campañas sociales y culturales respecto al abandono de hogar y las implicancias que eso tiene para la
crianza. Nuevamente regresa con fuerza el paradigma de dominio último y definitivo: la mujer es la
responsable de la reproducción y la crianza. Es más, sobre las diferencias salariales he escuchado “es
mentira que se les paga menos, lo que pasa es que por el embarazo salen más caras, entonces si
consideramos eso, en realidad les pagamos lo mismo”. Quien lo dice piensa que el argumento
económico equipara o indica que no hay machismo ni sexismo, sino simple matemática, cuando se
carga, ahora incluso en términos de costo, la responsablidad del embarazo y la crianza de los niños a la
mujer. Espero lleguemos al punto en que todos ganen igual por trabajos equivalentes y los gastos de
parto y crianza se distribuyan de forma homogénea entre hombres y mujeres, como sí ocurre en
algunos países del norte de europa. Para mi es una premisa ética el que la reproducción y todos los
niños son responsabilidad social de todos los seres humanos, no sólo de la mujer o de aquellos que
deciden tener hijos.
Retomemos la historia. Temporalmente se sitúa la segunda ola desde principios de los 50 hasta finales
de los 80, marcando como un hito de inicio la aparición del libro “El segundo sexo” de Simone de
Beauvoire, ya mencionado. Si bien lo escribió en 1948, es en 1953 que se traduce al inglés y se
masifica. Algunos hitos importantes de esta segunda ola que pueden identificarse como logros o
avances en el movimiento feminista: en la década de los 60 se aprueban los anticonceptivos con el
impacto que esto genera en la decisión sobre la reproducción; se funda NOW (National Organization
for Women) en 1966, una organización pro derechos civiles de la mujer con Betty Friedan a la cabeza;
se logran ilegalizar una serie de aspectos ligados al género en el lugar de trabajo y otros ámbitos (leyes
contra el acoso laboral, por ejemplo); se expande el feminismo como movimiento sociopolítico y se
desarrollan teorías y estudios científicos propiamente feministas.
Más cerca del presente, es Rebecca Walker quien le pone el nombre a la tercera ola. Como hito de
inicio, cuando Ana Hill denuncia por acoso sexual (sin buenos resultados) a Clarence Thomas,
nominado para el tribunal de EEUU, Walker escribe un artículo donde dice “no soy posfeminista, soy
la tercera ola”. También fueron importantes un poco antes las llamadas “guerras feministas por el
sexo”, que marcan el fin de la segunda ola, donde feministas anti pornografía debaten con grupos del
positivismo sexual feminista. Básicamente, al incorporar la sexualidad de manera central en el debate,
se pasa de un único modelo de mujer a múltiples modelos, influidos o determinados por aspectos
sociales, étnicos, religiosos, de nacionalidad, biológicos, históricos, etc. Un reflejo más del paso de
modernismo al posmodernismo. Los ‘90 son los ‘90 para todos.
El foco de la primera ola es el reconocimiento en tanto humanas; de la segunda ola, la igualdad de
derechos; de la tercera ola, la diversidad de modelos. Sin embargo, me quiero detener un poco en la
tercera ola. Al ser tan amplia como movimiento posmoderno, genera un poco de confusión en su foco
central. Un grupo dentro de este movimiento, orientado por teorías de corte construccionistas (que
consideran que el significado que se le da a la experiencia humana ocurre en el lenguaje, en el
discurso), ha centrado su atención fuertemente en las palabras que se usan y realizan análisis sobre el
sexismo en el lenguaje. Plantean algo que ya planteaban las feministas de la segunda ola, que el
lenguaje es muy machista, centrando la atención en cambios lingüísticos cotidianos como las
terminaciones de las palabras (“todes” o “amigues”). Esto muy de la mano de movimientos LGBT para
quienes resulta efectivamente esencial dicho cambio por razones identitarias. Esto último es lo que
genera más polémica, porque para varias personas es un tema menor y da lo mismo como hables, y
creen que no por decir “todos” o “amigos” se fomenta el dominio hacia la mujer. Profundicemos un
poco en este aspecto.
Si bien el análisis de que el lenguaje ha ayudado a la mantención de las costumbres de tipo machistas
es bastante acertado a mi parecer, creo que hay personas que mal entienden esto y ponen todo su
énfasis en estos detalles discursivos mencionados en el párrafo anterior. La letra final de una palabra es
un detalle que si bien es reflejo de que el sistema de lenguaje (al menos el castellano y el francés según
lo que he leído) surge en un sistema machista que considera que el hombre es lo genérico y la mujer es
“lo demás”, no influye mayormente en el objetivo final del movimiento feminista, sino más bien
funciona como un indicador de avances. Va a ir cambiando de manera paulatina, es lo que ocurre con el
lenguaje, es dinámico. Incorporaron a la Real Academia “toballa”, como no van a terminar
incorporando “todes” o “miembra”. Aunque hay que decir que particularmente la RAE está muy
retrasada en esto, de momento que el 90% de sus miembros son hombres y todavía el diccionario no ha
corregido barbaridades como la definición de “huérfano” como “la persona a quien se le han muerto el
padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”. O “gozar” como “conocer carnalmente a
una mujer”.
Personalmente uso el femenino en las profesiones y oficios (el único que no me gusta es “presidenta”
porque lo encuentro una vuelta atrás, ya que la palabra “presidente” está hermosamente más allá del
género al terminar en “e”), siempre uso “seres humanos” o “personas” y me refiero a “todas” cuando
hay mayoría de mujeres. Sin embargo, lo encuentro menos relevante de momento, porque como dice
Salvador Gutierrez, un lingüista español, “la lengua es el organismo más democrático que existe en el
mundo”, por ende, ya va a evolucionar hacia algo menos machista, en conjunto con la sociedad cuando
esta cambie. Y esto último es el foco: cuando la sociedad cambie, cambiará el lenguaje y no al revés a
mi parecer. Ese es el error que creo cometen los análisis construccionistas, que piensan que por cambiar
el discurso cambia la experiencia de base. Nos podemos llenar de tipos machistas que se acostumbren a
“hablar en feminez”. Es más, damos herramientas para enmascarar prácticas machistas con esto que
pueden llevar aún más a invisibilizar el fenómeno que se quiere develar.
Pero ojo, no quiero decir con esto que el discurso no importa, sino que el detalle de la letra final es la
que creo no debiera causar tanto revuelo. Sí encuentro muy importante el cómo se mantienen
estereotipos de género con el lenguaje y el cómo le llamamos a problemas y fenómenos ligados al
machismo, por cuanto, como bien dicen Kimberlé Crenshaw en su trabajo sobre interseccionalidad y
Betty Friedan en “La mística de la feminidad”, el problema hay que nombrarlo o no se incentiva a la
búsqueda de una solución.
“Es niñita”, “hijo de puta” y diversidad enorme de expresiones son ejemplos de cómo se promueven o
mantienen esterotipos a partir del lenguaje. Y no hay que olvidar que el discurso y el lenguaje utilizado
influyen directamente en tomas de decisiones prácticas para poder llevar a cabo la igualdad de
derechos. A nivel judicial, por ejemplo, los juicios se ganan por decisiones subjetivas de personas que
las toman basándose en ciertos estándares. El discurso con el que nos acerquemos influye o predispone.
Pasar de “violencia doméstica” a “violencia intrafamiliar” resultó fundamental porque el primero
dejaba entrever un algo “que se arregla en casa”. Claro, si alguien no es machista, no pesca ese discurso
y a la experiencia, llamémosle como le llamemos, la va a seguir valorando como algo negativo que hay
que erradicar. Pero si el juez que está ahí no está en esa línea o no tiene esa claridad, utilizará la
justificación en el lenguaje, como se sabe ha ocurrido y sigue ocurriendo. Al no cambiar el discurso le
estamos dando argumentos a muchas personas, enmascarando el real problema y quitando fuerza a una
igualdad de derechos que todos hoy día reconocen que debiéramos tener pero que a la hora de hacer
algo por conseguirla la mayoría no hace mucho. El lenguaje es una herramienta que emerge con fines
prácticos de coordinación entre los seres humanos, por ende resulta esencial para poder bajar a la vida
cotidiana los cambios en los derechos ya ganados.
Pero nos fuimos hacia un análisis bien específico de la tercera ola, quizás uno de los más “de moda” en
redes sociales. Y creo que la fuerza del movimiento actual radica en otros aspectos: la fuerte presencia
en contra del acoso callejero, el foco en el machismo cotidiano (como decíamos el mal llamado
micromachismo) y la enorme diversificación de la mujer que pone el énfasis en su sentido de libertad.
Hablemos un poco de cada uno de estos aspectos.
El énfasis en contra del acoso callejero empodera y permite el autocuidado al educar socialmente en
torno al hecho. Ha permitido hablar en colegios, redes sociales y televisión respecto a qué hacer y qué
no hacer ante estas circunstancias, siendo mujer víctima de la situación, o mujer u hombre testigos de la
misma. Al mismo tiempo, permite saber cómo educar a niños, adolescentes y jóvenes en general para
que no normalicen las conductas de acoso callejero como “algo propio de los hombres”.
Ya mencioné al final del primer apartado mi postura frente al importunar, y para que no haya confusión
al respecto, lo explicito de nuevo: el acoso callejero no es lo mismo que importunar en contextos
protegidos de consenso tácito. Acoso callejero es una forma de amenaza, es una manera de asustar para
sentirse poderoso, dominante, grande, importante, deseable, dueño. Es un reflejo muy directo del
machismo. Que incomode no es el tema. El tema es que amedrenta, asusta, amenaza. Es sumamente
violento y brutalmente prevalente. Desde hace unas semanas he preguntado a muchas mujeres, casi
todas a las que conozco, si han sido acosadas en la calle, y hasta ahora el 100% ha descrito situaciones
que configuran acoso callejero, desde dichos y piropos (las menos) hasta agarrones de trasero y pechos
(la gran mayoría). Un abrumador, absoluto y total 100% de las mujeres que conozco han sido acosadas
en la calle de alguna manera. Brutal. Y ojo, la mayoría fueron acosos vividos durante la adolescencia y
a manos de hombres mayores. Un machismo que enmascara una actitud abiertamente pedófila
(“adolescentófila” diría, si existiera esa palabra, que me parece éticamente igual de repudiable, me
perturba que se relativice tanto el abuso al adolescente en Chile).
Este acoso callejero es tan fuerte, que aunque sea cotidiano lo saco de lo que llamé “machismo
cotidiano” para poder destacarlo con más intensidad. El machismo cotidiano es un tema a mi parecer
introducido con otro nombre por Pierre Bourdieu por allá en la década de los ‘70. Curioso porque en
esa época su análisis sobre el machismo generó polémica con grupos feministas, básicamente porque
criticó las estrategias que usaban por resultar poco efectivas de momento que se centraban en
educación explícita y no consideraban la construcción de hábitos tácitos como el tema central. Él les
llamaba neomachismos que terminaban en “violencia suave”, que resultaba ser tanto o más dañina en
tanto menos visible. La estrategia de red social utilizada hoy día por el movimiento permite apuntar
directamente a las normas de convivencia en escenarios cotidianos y esta forma de aproximación a mi
parecer puede llegar a tener gran impacto. Corregirse en estas conductas de machismo cotidiano hace
aparecer de manera irrefutable en la mente del hombre la subjetividad de la mujer, y con eso da inicio
al proceso de “desmachificación” que se está buscando. La simpleza de aprender a sentarse con las
piernas cerradas en la locomoción pública, la no distinción entre señorita y señora, aprender a evitar el
“yo lo hago, que tú no sabes” ligado a prejucios de género, llamar a todos por el apellido o el nombre
sin distinción de género, son pequeños cambios que mejoran la convivencia y no cuestan gran trabajo.
Pero por sobre todo, son sugerencias o reglas de convivencia que implican que la persona se pregunte
sobre cómo se siente el otro con mi conducta.
Y sobre la diversificación de los tipos de mujer, me gustaría plantearlo como el foco central de esta
llamada tercera ola. Es un foco ligado directamente a la libertad. La libertad de ser quien te de la gana,
incluido un estereotipo machista de género. Si, porque si algo se ha ganado es el derecho de querer ser
tanto astronauta como princesa. Esa casi dictatorial indicación de tener que rechazar los estereotipos
masculinos o ser considerada traidora a la causa, atenta a mi parecer directamente con el fin del
machismo. Dicho en simple, si las mujeres han tenido que calzar toda la vida con estereotipos
diseñados para mantenerlas como “lo otro” en una posición de dominadas ¿Cómo vamos a ayudar a la
liberación si no las dejamos escoger el rosado si le gusta, la maternidad abnegada si libremente lo
decide o la femme fatal como imagen si se le antoja? Hay cabida para distintos modelos de mujer, pero
no para que estos modelos sean impuestos por un otro. Sin duda, lo que ha tendido a pasar es la
diversificación más allá de estos estereotipos mencionados, y las princesas se vuelven más parecidas a
la princesa Leia y a Moulan, las femme fatal son fuertemente intelectuales y profesionales exitosas en
las películas, y florecen las superheroínas que rescatan por sobre la mujer rescatada. Pero lo lindo de
este foco está en la libertad de poder escoger. Y eso es lo que más han repetido en escritos y en
declaraciones las personas ligadas a la tercera ola.
Cerrando ya la reflexión acerca de las olas (escribí eso y la tesis atacó mi mente con violencia casi
denunciable), quisiera destacar algo que pienso luego de este ejercicio de análisis. El feminismo a lo
largo de su historia no declara enemigos. El feminismo, la corriente tanto socio política como teórica,
no se opone a alguien sino a un fenómeno sociocultural que, al ocurrir en la interacción repetitiva entre
las personas, se vuelve hábito. A diferencia de los negros que se oponían a esclavistas y judíos que se
oponían a nazis, el feminismo no tiene un enemigo, no declara enemigos. No son “los hombres” los
enemigos, como dicen muchas personas por ahí en algo que me parece una visión sumamente absurda
del feminismo (a pesar de que puedan haber mujeres que efectivamente vean en el hombre un enemigo,
eso no es feminismo sino probablemente algún tipo de dificultad de dicha persona basada en su historia
para poder lidiar con figuras masculinas). Y ya mencioné que la idea de darle existencia a un fenómeno
cultural como “el patriarcado” termina jugando en contra de la causa feminista. Por ende, no hay
enemigo. Hay una causa. Hay una meta. Hay aprendizajes.
Entonces, me gustaría cerrar con la respuesta a la pregunta ¿qué es finalmente esta causa feminista de
la que tanto se habla? Un intento de respuesta: la causa feminista busca visibilizar fenómenos que son
costumbre, proponer nuevas prácticas y lograr volver costumbre dichas nuevas prácticas. Hay
fenómenos individuales, de micro interacción con otros, de repetida manifestación social, amplios a
través de las distintas culturas (machismo) e históricos sociopolíticos (patriarcado). Estos fenómenos
influyen en las conductas de personas inmersas en contextos en que ocurren, más aún si se está en un
contexto cultural en que dichos fenómenos se configuran como una organización emergente que le da
identidad al sistema (como lo puede ser un país dominado por una iglesia específica o una postura
sociopolítica puntual sin discidencia). El interés del feminismo es hacer visible estos fenómenos, de
manera persistente e insistente, hasta que se instalen nuevos hábitos. El feminismo es una herramienta
para lograr conciencia y a través de dicha conciencia lograr una mejor comprensión del otro y control
de nuestra propia conducta hacia los otros. El principal hábito para mi es el de entender, sentir y actuar
en consecuencia con la idea esencial que está detrás: todo ser humano es un sujeto idéntico en
derechos. De ahí comienza todo.
Críticas al movimiento feminista
Una amiga me dijo el otro día “me carga cuando alguien dice ‘apoyo el feminismo, pero...’ ”, lo que me
hizo repensar este apartado porque no quiero que suena de esa forma, como si fuera todo el escrito una
especie de falso feminismo sólo como una excusa para dejar entrever al final la real postura. Para nada
es eso y espero lograr escribir de forma tal que se entienda. Intenta ser más una crítica en el sentido
Kantiano, de buscar los límites del movimiento, y no una crítica en tanto juicio negativo (del tipo “es
malo que...”). Por otra parte, no me refiero a una crítica al feminismo en tanto movimiento pleno,
tampoco al feminismo en tanto teorías específicas, tampoco a una u otra ola del mismo. Lo que quiero
es mencionar y reflexionar respecto a mi desacuerdo con algunas prácticas que han surgido desde
algunas líneas del movimiento con las que no concuerdo por razones que pasaré a explicar. Como
durante todo el escrito, no tengo la pretensión de decir “la verdad” sobre cómo debiera llevarse el
movimiento ni nada parecido, sólo manifestar mi opinión y ver si eso genera conversación y debate.
El primer aspecto con el que quisiera discrepar es con cualquier formato de censura al arte o la ciencia
por machista, en la medida que no le hace bien al movimiento feminista (las manifestaciones
delictuales del machismo, claro está, si debieran ser sujetas a censuras, juicio, castigo judicial, castigo
social, etc.). La tarea es hacer visible el machismo, generar diálogo y conversación al respecto, pero no
censurar desde alguna posición de poder o desde alguna lógica de presión social. La idea es que la
reflexión al respecto sea tan potente, que se termine por autocensurar quien emite conductas públicas y
obras de arte de tipo machista, porque ahí está la fuerza del movimiento: convencer. El machismo no
tiene ningún sentido más que el de mantener una posición de dominio, si como individuo asumes
conciencia de él, o te vuelves explícitamente un desgraciado que quiere dominar a las mujeres o
empiezas a repensar tus actos. Esta reflexión surge después de leer la noticia de museos censurando
obras de arte antiguas porque favorecían estereotipos de género. En un inicio, pensé que era por generar
conversación y debate, y me pareció genial. Pero luego leyendo entrevistas me pareció que no, que
habían personas en posiciones de poder que sencillamente removieron obras de arte porque podían
hacerlo.
Peor aún el fenómeno cuando lo que se censura es la opinión de alguien, ya sea una opinión machista o
una opinión feminista pero que no va en la línea con las publicaciones más prevalentes de hoy en día.
Un ejemplo de esto es el manifiesto “La otra voz”, redactado por Sarah Chiche (escritora, psicóloga
clínica, psicoanalista), Catherine Millet (crítica de arte, escritora), Catherine Robbe-Grillet (actriz,
escritora), Peggy Sastre (autora, periodista, traductora) y Abnousse Shalmani (escritora, periodista), y
firmado por 95 otras personas ligadas al arte y filosofía. No se censuró, pero si hubo quienes criticaron
que tuviera tribuna el manifiesto, que es como declamar que ojalá lo hubiesen censurado.
En este escrito las autoras plantean el “derecho a incomodar” en contrapartida a movimientos
feministas que castigan fuertemente cualquier tipo de cercanía a la mujer con intenciones sexuales sin
su consentimiento. Plantean que se corre el riesgo de volver a una moral sexual conservadora y que la
mujer ha ganado mucho terreno en sentirse libre sexualmente como para tener que dar pie atrás en ello.
En lo personal sólo discrepo con su crítica al movimiento #metoo (a lo que me referiré más adelante),
pero más allá de estar o no de acuerdo con su postura, llama la atención la fuerte reacción de rechazo
que tuvo dicho escrito, siendo que de fondo prevalece la misma premisa del movimiento que la critica:
igualdad fáctica entre hombres y mujeres. Claro, la diferencia radica en el límite que se marca entre
libertad sexual e igualdad de derechos. Recomiendo su lectura para armarse una opinión personal al
respecto, pero a mi parecer este tipo de disputas enreda al mundo que las sigue y polariza en torno a un
conflicto (relativamente falso como conflicto porque están mucho más de acuerdo que en desacuerdo).
Censurar y frenar discrepancia es ponerse conservador (en el sentido de querer conservar algo tal y
como está, en este caso el movimiento feminista). Y para un movimiento que busca cambio y mantener
una reflexión constante respecto a temáticas de larga tradición conservadora, volverse internamente
conservador me parece peligroso.
Como mencionaba, este escrito entra en una polémica con la campaña #metoo, una invitación a la
denuncia del acoso en al ámbito laboral que se amplía finalmente al acoso en general hacia las mujeres.
Parte con las denuncias en Hollywood contra Harvey Weinstein y genera una verdadera cascada de
aperturas de situaciones espantosas de abuso y acoso sexual en la industria del entretenimiento en
Estados Unidos. Desde abuso de la posción de poder para que mujeres obtuvieran trabajo y fama, hasta
amedrentamientos directos como masturbarse frente a una chica del staff. El escrito entra en polémica
porque refiere estar al tanto de situaciones en que se ha utilizado la campaña #metoo para mentir como
forma de venganza a alguien por despecho o por envidias profesionales. No quiero dudar de que
efectivamente ocurra eso, seguro que como fenómeno existe. Pero anular la campaña por esta razón,
me parece peligroso. No encontré que existiera el dato de denuncias falsas con el hashtag #metoo, debe
ser muy difícil de confirmar como cifra, pero siguiendo la lógica de las denuncias en estas temáticas,
generalmente son muy bajas las falsas (en Chile al menos, las denuncias falsas por abuso sexual
corresponden a un porcentaje menor al 0,1%). La mayoría de las mujeres por vergüenza, temor al
estigma o resguardo a la privacidad, no cuentan que han sido abusadas. Seguro hay un porcentaje de
mujeres que mentirá, y si se descubre que es mentira debiera ser denunciada y judicial y socialmente
condenada. Pero no son tantos los costos de la campaña, como sí los beneficios de esta. Con esto no
quiero decir que estoy de acuerdo con el linchamiento por redes sociales. Pero creo que el espíritu
original de la campaña es el de abrir el tema, de contar en primera persona “a mi también me pasó”
para fomentar la denuncia legal y al mismo tiempo favorecer la superación personal de estas
situaciones traumáticas.
Un segundo aspecto a criticar es algo teórico-histórico. Creo que separar el feminismo en olas le ha
hecho más daño al movimiento que beneficio. Me explico: al dividirlo en olas, divide en apoyos
también, porque favorece el discurso del tipo “yo apoyo a la primera y la segunda ola, pero no estoy de
acuerdo con la tercera”. Claro, se refiere a que concuerda con la idea de que las mujeres son seres
humanos y que tienen que tener derechos reconocidos legalmente igualitarios. Incluso podrían apoyar
la idea de sueldo igualitario y reducir las prácticas sociales de machismo fáctico que devela la llamada
segunda ola. Pero al rechazar la tercera ola, lo que están diciendo es “no estoy dispuesto a generar
cambios en mi forma de dirigirme a las mujeres en lo cotidiano”, que es en definitiva el foco más
popular de esta tercera ola: discurso, lenguaje, acoso callejero, etc. A mi parecer el machismo sigue
siendo el mismo en ese caso porque está sostenido en prácticas tácitas similares. El machismo y el
patriarcado, como lo he planteado antes, son fenómenos socioculturales ligados a la interacción tácita.
En simple: son hábitos, costumbres que no son puestas bajo la lupa reflexiva. Por ende, aceptar las
premisas de la primera ola pero mantener prácticas cotidianas machistas, no tiene mucho sentido de
cambio real.
Cada ola incluye a la anterior, no la trasciende. Por ende, para qué confundir. Hablemos de feminismo
y de cómo es importante identificar las pautas machistas tanto esenciales como manifiestas, tanto
tácitas como explícitas. En todo momento y en todo lugar. Lo más peligroso que puede hacer el
feminismo en el presente es pensar que los temas de fondo manifestados por las primeras dos olas son
ya logros. Los logros son en tanto leyes y también en tanto prácticas sociales. Pero aún los fenómenos
machistas del presente están basados en las premisas de la primera lucha.
Otra crítica es una ya mencionada y elaborada brevemente en el primer apartado, que alude a la crítica
a la utilización de teorías de tipo estructuralistas para explicar o dar forma a fenómenos sociales.
Últimamente varios autores han reificado o cosificado el fenómeno “patriarcado”, volviéndolo una
estructura determinista que explica demasiado. Considera que dicha estructura determina las acciones y
al hacer ello, el discurso del movimiento feminista comenzó a tener derivaciones que banalizaron la
discusión. Se llenó de memes culpando el patriarcado y aparece el término que más detesto del
machismo, que es “feminazi”. Que no se mal interprete mi postura, no considero que sea culpa de la
sobreutilización de una visión estructuralista de parte del movimiento la imbecilidad de los que usan el
término “feminazi”. El término en si mismo no tiene sentido, homologar una postura radical de un
movimiento sociopolítico con una postura política asociada inevitablemente a un holocausto es
soberanamente ridículo, pero se favorece la utilización de dichos en esa dirección cuando ante
cualquier conducta machista se grita alto y fuerte “¡patriarcado!”. Se cae en un diálogo de sordos que
nuevamente no favorece en nada la visibilización de las pautas machistas tácitas que gobiernan nuestro
actuar.
Por otro lado, me pongo en los zapatos de quienes no han reflexionado sobre estos temas y se acercan
por primera vez. ¿Cómo puedo entender que algo que no veo, que no escucho, que no huelo ni siento es
el culpable (“el”, porque se personifica incluso) de mis conductas? Como no se entiende, aparece otro
discurso que detesto del tipo "las feministas odian a los hombres". Claro, porque es dificil entender
que el patriarcado es un fenómeno complejo de organización sociocutlural que emerge de la interacción
de ciertas costumbres y hábitos, y que como organización sociocultural emergente aumenta la
probabilidad de aparición de las mismas costumbres y los mismos hábitos que la generan en primer
lugar. El mismo fenómeno ocurre ante otros acercamientos estructuralistas a fenómenos humanos. “Esa
persona es depresiva” y dejaste de mirar a la persona y sus vivencias. “Esto ocurre por el patriarcado” y
dejaste de mirar el fenómeno de interacción.
Reflexiones al cierre
Ha sido un interesante ejercicio escribir estas ideas y ordenar pensamientos, pero sin duda lo más
interesante de todo ha sido lo leído para realizarlo (pensaron que iba a decir “retrasar la tesis”… bueno,
también). El artículo de Poullain de la Barre, la declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana
de Olympe de Gouges, “El segundo sexo” de Simone de Beauvoire y “La mística de la femineidad” de
Betty Friedan, de todo lo leído, son los que atesoro con más admiración. Mientras más leía durante este
período para escribir estas breves reflexiones, más me inhibía de continuar con el escrito por dos
razones: por un lado, hay tanto escrito de una brillantez tal que pensaba “para qué jugar a esto, mejor
difundir lo que ya está”; por otro lado, “no lo terminaré nunca, porque el tema es inagotable y mientras
más leo más que pensar tengo al respecto”. Finalmente, decidí cerrar el escrito y dejar hasta acá este
ejercicio, para no perder de vista el foco inicial: favorecer conversaciones (y obviamente, retomar la
tesis).
Espero, si alguien lee esto, sirva para que reflexione sobre cómo el machismo emerge en un sistema
que se orienta a la mantención de costumbres que facilitan la dominación y desprecio de la mujer en
tanto objeto de pertenencia desprovista de subjetividad. Y que esta reflexión lo lleve a preguntarse
siempre como será el mundo subjetivo de la persona que tengo al frente. Con eso, la posibilidad de
vivir en una sociedad que me guste un poco más estaría mucho más cerca. Más cerca como lo está
ahora mi tesis. Tengo como pena de haber terminado esto, porque siento que este punto final, que estoy
concientemente retrasando con este relleno de cierre, marca el punta pié inicial de una actitud adulta de
afrontamiento de mi tesis. Espero poder abordar el tema del suicidio (por cierto, no les había contado
que comunicación suicida es el tema de mi tesis) sin perder de vista todo lo aprendido durante este
escrito, porque el sufrimiento humano tiene siempre aspectos comunes y estoy confiado en que
comprender un poco mejor el sufrimiento histórico de la mujer me acercará a una mirada más plena de
la subjetividad detrás de quien comienza a desear quitarse la vida.