Solo de Lo Perdido
Solo de Lo Perdido
Solo de Lo Perdido
llamaría siempre.
cielo legendario y sin estrellas que es como la cúpula que cubre el gran nudo
cada noche de Tres Cantos los rastros de Madrid, esa especie de ceniza que se
traen a veces los trenes desde Atocha, un hollín mágico que durante unas
horas se queda adherido a las fachadas y a las hojas de los árboles y que no se
sabe bien qué es pero que tiene que ver con esas tabernas a las que entraba el
viejo y muchachas rubias que corren para no perder el autobús que ya arranca
y patatas bravas y Elena y un extravío por todas partes, una fiebre, ciegos
vendiendo el cupón, taxis aterrados, Carlos apoyado en una barra de zinc con
estaba claro que ella pasaba acompañada la mayor parte de los días. Por el
que veía en mí a un ser completamente plano y anodino, nada que ver con las
tormentas del otro Carlos, dolorosas a veces, puede ser, pero que se traían
que roza casi la estrella más hiriente de las noches. Parecían amarse
Empecé a hacer cosas extrañas en mí. Recorría las tabernas que quedaban
toreros muertos. Busqué ser permeable a los desgarros que viajan en el viento
y se confunden a veces con esos gritos que nacen en las cloacas por
conductos del aire acondicionado, y que nadie oye porque pasa un autobús o
una ráfaga de música, pero que están allí, como latidos de una bestia, ruidos
dos, Elena, todo eso escucho, y pido otro vaso, y dejo mis monedas en un