Cartas y Vida de San Antonio Abad

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CARTAS Y VIDA

DE SAN ANTONIO ABAD


(Vida escrita por san Atansio de Alejandría)
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ÍNDICE

CARTAS DE SAN ANTONIO ABAD . . . . . . . . . . . . . . . . 7

CARTA PRIMERA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

CARTA SEGUNDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18

CARTA TERCERA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

CARTA CUARTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

CARTA QUINTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

CARTA QUINTA BIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48

CARTA SEXTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52

CARTA SÉPTIMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

CARTA A TEODORO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

VIDA DE SAN ANTONIO ABAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

Atanasio, obispo, a los hermanos en el extranjero


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

Nacimiento y juventud de Antonio . . . . . . . . . . . . 62

La vocación de Antonio y sus primeros pasos en la vida


monástica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Primeros combates con los demonios . . . . . . . . . . 66


4

Antonio aumenta su austeridad . . . . . . . . . . . . . . . 69

Antonio se recluye en los sepulcros más las luchas con


los demonios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71

Antonio busca el desierto y habita en Pispir . . . . 74

Antonio abandona su soledad y se convierte en padre


espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

Conferencia de Antonio a los monjes sobre el discerni-


miento de espíritus y exhortación a la virtud
(16-43) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78

Perseverancia y vigilancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

Objeto de la virtud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

Artificios de los demonios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84

Impotencia de los demonios . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89

Falsas predicciones del futuro . . . . . . . . . . . . . . . . 92

Discernimiento de los espíritus . . . . . . . . . . . . . . . 95

Antonio narra sus experiencias con los demonios


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

Virtud monástica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

Antonio va Alejandría bajo la persecución del empera-


dor Maximino (311) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105

El diario martirio de la vida monacal . . . . . . . . . . 106

Huida a la montaña interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107


5

De nuevo los demonios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110

Antonio visita a los hermanos a lo largo del Nilo


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111

Los hermanos visitan a Antonio . . . . . . . . . . . . . . . 113

Milagros en el desierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

Visiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120

Devoción de Antonio a los ministros de la Iglesia


ecuanimidad de su carácter . . . . . . . . . . . . 123

Por lealtad a la fe, Antonio interviene en la lucha


antiarriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124

La verdadera sabiduría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126

Los emperadores escriben a Antonio . . . . . . . . . 133

Antonio predice los estragos de la herejía arriana


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134

Antonio, taumaturgo de dios y medico de almas


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136

Muerte de Antonio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
6
CARTAS DE SAN ANTONIO ABAD

CARTA PRIMERA

Saludo a vuestra caridad en el Señor.

Hermanos, juzgo que hay tres clases de personas entre


aquellas a quienes llama el amor de Dios, hombres o mujeres.

Primer tipo de vocación

Algunos son llamados por la ley del amor depositada en su


naturaleza y por la bondad original que forma parte de ésta
en su primer estado y su primera creación. Cuando oyen la
palabra de Dios no hay ninguna vacilación; la siguen pronta-
mente. Así ocurrió con Abraham, el Patriarca. Dios vio que
sabía amarlo, no a consecuencia de una enseñanza humana,
sino siguiendo la ley natural inscrita en él, según la cual Él
mismo lo había modelado al principio1. Y revelándose a él le
dijo: "Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que

1
Enseñanza repetida sin cesar en las Cartas: el estado original de gracia
es natural al hombre, y a este estado deben conducir de nuevo la llamada
de Dios y es esfuerzo del hombre.
8

Yo te mostraré" (Gn 12,1). Sin vacilar, se fue impulsado por


su vocación. Esto es un ejemplo para los principiantes: si
sufren y buscan el temor de Dios en la paciencia y la
tranquilidad2 reciben en herencia una conducta gloriosa
porque son apremiados a seguir el amor del Señor.

Segundo tipo de vocación

Algunos oyen la Ley escrita, que da testimonio acerca de los


sufrimientos y suplicios preparados para los impíos y de las
promesas reservadas a quienes dan fruto en el temor de
Dios3 . Estos testimonios despiertan en ellos el pensamiento
y el deseo de obedecer a su vocación. David lo atestigua
diciendo: "La ley del Señor es perfecta y es descanso del
alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante",
etc. (Sal 18,8). Así como en otros muchos pasajes que no
tenemos intención de citar.

Tercer tipo de vocación

Algunos, cuando aún están en los comienzos, tienen el


corazón duro y permanecen en las obras de pecado. Pero
Dios, que es todo misericordia, trae sobre ellos pruebas

2
Única alusión en estas Cartas a la hesyquía, la quietud necesaria para que
se desarrolle en el alma el don de Dios.

3
En la vocación del mismo Antonio fue decisiva la escucha de la Palabra
de Dios (la Ley escrita).
9

para corregirlos hasta que se desanimen y, conmovidos,


vuelvan a Él. En adelante lo conocen y su corazón se convier-
te. También ellos obtienen el don de una conducta gloriosa
como los que pertenecen a las dos categorías anteriores.

Estas son las tres formas de comenzar en la conversión,


antes de llegar en ella a la gracia y la vocación de hijos de
Dios.

Los hay que comienzan con todas sus fuerzas, dispuestos a


despreciar todas las tribulaciones, a resistir y mantenerse
en todos los combates que les aguardan y a triunfar en ellos.
Creo que el Espíritu se adelanta a ellos para hacerles el
combate ligero, y dulce la obra de su conversión. Les
muestra los caminos de la ascesis, corporal e interior, cómo
convertirse y permanecer en Dios, su Creador, que hace
perfectas sus obras4 . Les enseña cómo hacer violencia, a la
vez, al alma y al cuerpo para que ambos se purifiquen y
juntos reciban la herencia. Primero se purifica el cuerpo por
los ayunos y vigilias prolongadas; y después el corazón
mediante la vigilancia y la oración, así como por toda prácti-
ca que debilita el cuerpo y corta los deseos de la carne.

El Espíritu de conversión viene en ayuda del monje. Él es


quien lo pone a prueba por miedo a que el adversario no le
haga desandar el camino. El Espíritu-director abre ensegui-
da los ojos del alma para que también ella, junto con el

4
Doble ascesis, exterior e interior, del cuerpo y del corazón, que se
encuentran unidas inseparablemente desde los comienzos del monaquismo.
10

cuerpo, se convierta y se purifique. Entonces el corazón,


desde el interior, discierne cuáles son las necesidades del
cuerpo y del alma. Porque el Espíritu instruye al corazón y se
hace guía de los trabajos ascéticos para purificar por la
gracia todas las necesidades del cuerpo y del alma. El
Espíritu es quien discierne los frutos de la carne, sobreaña-
didos a cada miembro del cuerpo desde la perturbación
original5 . Es también el Espíritu quien, según la palabra de
Pablo, conduce los miembros del cuerpo a su rectitud
primera: "Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre" (1
Co 9,27); rectitud que fue la del tiempo en que el espíritu de
Satán no tenía parte alguna en ellos y el cuerpo se hallaba
bajo la atracción del corazón, instruido, a su vez, por el
Espíritu. El Espíritu es, en fin, quien purifica el corazón del
alimento, de la bebida, del sueño y, como ya he dicho, de
toda moción e incluso de toda actividad o imaginación sexual,
gracias al discernimiento llevado a cabo por un alma pura6 .

Yo señalaría tres clases de mociones violentas7 :

5
Lo que nosotros llamamos concupiscencia. Según la concepción de los
antiguos es ajena al hombre y le fue sobreañadida.

6
Esta purificación del corazón se dirige a todo cuanto influye indebida-
mente en él, a partir de la pesadez no natural del cuerpo en su estado
actual. No es la supresión de todo deseo o necesidad. Hay mociones
naturales en el hombre, que son según Dios.

7
La doctrina de las tres mociones se halla casi literalmente en los
Apotegmas, Antonio 22. Cf. también AMMONAS, Cartas XI,3, que
mencionan tres deseos, que encierran en parte las tres mociones, pero,
11

Primera moción

La primera reside en el cuerpo, está inserta en su naturale-


za, formada al mismo tiempo que él en el primer instante de
su creación. Sin embargo, no puede ser puesta en movimien-
to sin que el alma lo quiera. De ella sólo se sabe esto: que
está en el cuerpo.

Segunda moción

Cuando el hombre come y bebe con exceso sigue una efer-


vescencia de la sangre que fomenta un combate en el cuerpo,
cuyo movimiento natural es puesto en acción por la glotone-
ría. Por eso dice el Apóstol: "No os emborrachéis con vino,
en él está la liviandad" (Ef 5,18). Del mismo modo, el Señor
en el Evangelio prescribe a sus discípulos: "Que vuestros
corazones no se emboten por la comida y bebida" (Lc 21,34)
o las delicias. Más que nadie, quien guarda el celibato debe
repetirse: "Someto mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre"
(1 Co 9,27).

Tercera moción

Proviene de los espíritus malos que nos tientan por envidia


y buscan manchar a quienes se comprometen en el celibato.

invirtiendo su orden.
12

Volvamos, hijos míos queridos, a cuanto se refiere más de


cerca a estas tres clases de mociones. Quien permanece en
la rectitud, persevera en el testimonio que el Espíritu da en
lo más íntimo de su corazón y permanece vigilante, se
purifica de esta triple enfermedad en su cuerpo y en su
alma. Pero si no tiene en cuenta estas tres mociones, de las
que da testimonio el Espíritu Santo, los espíritus malos
invaden su corazón y siembran las pasiones8 en el movimien-
to natural del cuerpo. Lo turban y entablan con él un duro
combate. El alma, enferma, se agota y se pregunta de dónde
le vendrá el auxilio, hasta que se serene, se someta de nuevo
al mandamiento del Espíritu y cure. Así aprende que sólo
puede hallar su reposo en Dios, y que permanecer en Él es su
paz.

Esto, queridos, para indicaros cómo el cuerpo y el alma han


de ir unidos en la obra de conversión y purificación.

El corazón

Si el corazón sale vencedor del combate, ora en el Espíritu


y aleja del cuerpo las pasiones del alma que proceden de la
propia voluntad. El Espíritu, que viene a dar testimonio de
sus propios mandamientos, se convierte en el amigo de su
corazón y le ayuda a guardarlos. Le enseña cómo curar las
heridas del alma, cómo discernir, una tras otra, las pasiones

8
Las pasiones proceden en este caso del diablo, que se aprovecha de
nuestra inadvertencia. Alteran un movimiento o una moción que son
naturales al cuerpo. movimiento natural.
13

naturalmente insertas en los miembros, de la cabeza a los


pies, y también las que, procedentes del exterior, han sido
mezcladas al cuerpo por la voluntad propia.

La mirada

Así es como el Espíritu conducirá la mirada a la rectitud y


pureza, y la retirará de cuanto le es extraño.

El oído

Él inclinará el oído sólo a palabras decorosas; y el oído, no


cediendo al deseo de oír hablar de caída y debilidades
humanas, pondrá su gozo en conocer el bien y la perseveran-
cia de cada uno, y la gracia dada a las criaturas; cosas de las
que estando enfermo, se había desinteresado hasta enton-
ces.

La lengua

El Espíritu enseñará a la lengua a purificarse porque ella es


la que puso al alma gravemente enferma. Por medio de la
lengua expresa el alma la enfermedad que padece; incluso la
atribuye a la lengua, pues ésta es su órgano. En efecto, por
la lengua le han sido infligidas graves enfermedades y
heridas; por la lengua ha sido herida. Lo atestigua el apóstol
Santiago cuando dice: "Si alguien pretende conocer a Dios
y no frena su lengua se engaña en su corazón, su culto es
14

vano" (St 1,26). En otro lugar afirma: "La lengua es un


miembro pequeño, pero mancha todo el cuerpo" (3,5).

Cuando el corazón está, pues, fortificado con el poder que


recibe del Espíritu, él mismo queda primero purificado,
santificado, enderezado, y las palabras que confía a la
lengua están exentas del deseo de agradar, así como de toda
voluntad propia. En él se cumple lo que dice Salomón: "Mis
palabras son de Dios; no hay en ellas dureza o perversión"
(Pr 8,8) y "la lengua del justo cura las heridas" (Pr 12,18).

Las manos

Viene después la curación de las manos, que en otro tiempo


se movían de forma desordenada, a gusto de la voluntad
propia. El Espíritu dará al corazón la pureza que conviene en
el ejercicio de la limosna y la oración. Así se cumplirla
palabra: "El alzar de mis manos es como una ofrenda de la
tarde" (Sal 140,2), y esta otra: "Las manos de los poderosos
distribuyen riquezas" (Pr 10,4).

El vientre

Después de las manos el Espíritu purifica el vientre en


cuanto a comida y bebida. David decía sobre esto: "Con el de
ojos engreídos y corazón arrogante no comeré" (Sal 100,5).
Pero si el deseo y la gula en cuestión de comida y bebida
15

toman preponderancia, y las voluntades propias9 que lo


trabajan lo hacen insaciable, a todo esto vendrá a añadirse
todavía la actividad del diablo. Al contrario, el Espíritu se
hace cargo de quienes buscan una cantidad conforme a la
pureza, y les señala una cantidad suficiente para sostener
su cuerpo sin conocer el atractivo de la concupiscencia.
Entonces se realiza en ellos la palabra de S. Pablo: "Ya
comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para
gloria de Dios" (1 Co 10,31).

Si los órganos genitales producen pensamientos de fornica-


ción, el corazón, instruido por el Espíritu, discierne la triple
moción de que he hablado antes. Gracias al Espíritu que le
ayuda y fortifica, hélo aquí dueño de esas mociones. Las
apaga con la fuerza del Espíritu, que da la paz al cuerpo
entero, e interrumpe su curso. Como dijo Pablo: "Mortificad
vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasio-
nes y malos deseos" (Col 3,5).

Los pies

A continuación, el Espíritu se entrega a la purificación de los


pies, que antes no caminaban en la rectitud y perfección de
Dios. Pero una vez colocados bajo el impulso del Espíritu,
éste realiza su purificación y los hace caminar según su
voluntad. Avanzan en la práctica de las buenas obras. Todo

9
En plural, como aparece habitualmente en los textos antiguos. Se trata
de la variedad de deseos inmoderados que, después del pecado, han roto
la unidad y simplicidad del hombre.
16

el cuerpo es así transformado, renovado, entregado al poder


del Espíritu. Ese cuerpo, totalmente purificado, a mi modo
de ver ya ha recibido una parte del cuerpo espiritual que
deberíamos recibir en el momento de la resurrección de los
justos10 .

He hablado de las enfermedades del alma que se han


infiltrado en los miembros naturales del cuerpo; las que lo
hacen tambalearse y lo ponen en movimiento. Porque el alma
sirve de lugar de paso a los espíritus malos que actúan en el
cuerpo por medio de ella. He indicado también la existencia
de otras pasiones que no vienen del cuerpo y que ahora
tenemos que enumerar: a esas pasiones pertenecen los
pensamientos de orgullo, la jactancia, la envidia, el odio, la
cólera, el desprecio, la relajación y todas sus consecuencias.

Si alguien se entrega a Dios de todo corazón, Dios tiene


piedad de él y le concede el Espíritu de conversión. Este
Espíritu da testimonio ante él de cada uno de sus pecados
para que ya no vuelva a caer en ellos. A continuación le
revela los adversarios que se levantan ante él y le impiden
librarse de ellos, luchando vigorosamente con él para que no
persevere en su conversión. Si a pesar de todo conserva el
ánimo y obedece al Espíritu, que le exhorta a convertirse, el

10
Texto muy fuerte. MACARIO habla del Paráclito "que hace alianza con
la santidad del cuerpo". AMMONAS, habla de un cuerpo viviente, que
viene de arriba (Cartas I,1).
17

Creador se apresurará a tener piedad del trabajo11 de su


conversión. Y viendo las aflicciones que impone a su cuerpo:
oración incesante, ayunos, súplicas, estudio de la Palabra de
Dios, alejamiento del mal, huida del mundo y de sus obras,
humildad y pobreza de corazón, lágrimas y perseverancia en
la vida monástica, -viendo, digo- su trabajo y su paciencia, el
Dios de misericordia tendrá piedad de él y lo salvará.

11
En la Carta de MACARIO aparece frecuentemente Dios que se muestra
solícito ante el trabajo del monje tentado. Cf. también, en la Bita Antonia
10, la respuesta de Jesús: "estaba aquí, Antonio, y esperaba para ver tu
combate".
18

CARTA SEGUNDA

Hermanos muy queridos y venerados: Antonio os saluda en


el Señor. Sabemos que Dios no ha visitado a sus criaturas
sólo una vez. Desde los orígenes del mundo, todos aquellos
que han hallado en la Ley de la Alianza el camino hacia su
Creador, han estado acompañados por su bondad, su gracia
y su Espíritu. En cuanto a los seres espirituales a quienes
esta Ley causó la muerte, tanto la del alma como la de los
sentidos de su corazón, se hicieron incapaces de ejercitar
su inteligencia según el estado de la creación original y,
totalmente privados de razón, han sido esclavizados por la
criatura en vez de servir al Creador.

Pero, en su gran bondad, Dios nos ha visitado por la Ley de


la Alianza. En efecto, nuestra naturaleza permanecía
inmortal. Y quienes han recibido la gracia y han sido fortale-
cidos por la Ley de la Alianza, a quienes ha iluminado la
enseñanza del Espíritu Santo y se les ha dado el espíritu de
filiación, han podido adorar a su Creador como es debido. De
ellos dijo el apóstol Pablo: "Si no se han beneficiado plena-
mente de la promesa que les fue hecha, es por causa
nuestra" (Hb 11,13.39).

En su amor incansable, el Creador de todas las cosas


deseaba, no obstante, visitarnos en nuestras enfermedades
y nuestra disipación: suscitó a Moisés, el Legislador, que nos
dio la Ley escrita y echó los fundamentos de la Casa de
19

verdad, la Iglesia Católica. Ella ha llevado a cabo la unión de


todos, según el designio divino de conducirnos a nuestra
condición primera12 .

Moisés emprendió su construcción, pero no la acabó; la dejó


y se fue. Vino la asamblea de los Profetas suscitados por el
Espíritu de Dios. También ellos continuaron la construcción
sobre los cimientos de Moisés, sin poder acabarla. Así la
dejaron y se fueron. Cada uno, revestido del Espíritu,
constató que la llaga era incurable y que ninguna criatura
podía curarla, excepto el Hijo Único, fiel imagen del Padre,
de Aquel que creó a esta imagen los seres dotados de
inteligencia. Él, el Salvador, es un médico prudente. Ellos lo
sabían. Se reunieron, pues, y presentaron a Dios una oración
unánime por los miembros de esta familia de la cual forma-
mos parte: "¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay médico?
¿por qué no sube uno de ellos para curar a la hija de mi
pueblo?" (Jr 8,22). "Nosotros hemos cuidado a Babilonia,
pero no ha sanado. Dejémosla y marchemos cada cual a su
tierra" (Jr 51,9).

Entonces Dios, desbordante de amor, vino a nosotros


diciendo por boca de sus santos: "Hijo de hombre, prepárate
lo necesario para una cautividad" (Ez 12,3). Y Él, la imagen
de Dios (2 Co 4,4), no pensó en arrebatar el rango que lo
igualaba a Dios; al contrario, se anonadó y, tomando la
condición de esclavo, se hizo obediente hasta la muerte y
muerte de cruz. Así Dios le dio el Nombre sobre todo

12
Unión con Dios y comunión entre los hombres van a la par en el estado
original de nuestra naturaleza. También en la salvación recuperada.
20

nombre, de suerte que al nombre de Jesucristo toda rodilla


se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos y, en
adelante, toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para
gloria de Dios Padre (Fil 2,6-11). Ahora, muy queridos
hermanos, se ha realizado entre nosotros esta palabra:
"Para salvarnos, el amor del Padre no perdonó a su Hijo
Único, sino que lo entregó por nuestra salvación, a causa de
nuestros pecados" (Rm 8,32). "Él ha sido herido por nues-
tras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el
castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido
curados" (Is 53,5). Su Verbo omnipotente nos ha reunido de
todos los países, de un extremo a otro de la tierra y del
universo, resucitando nuestras almas, perdonando nuestros
pecados, enseñándonos que somos miembros unos de otros.

Os suplico, hermanos, por el Nombre de nuestro Señor


Jesucristo: penetraos bien de esta maravillosa Economía de
la Salvación: Se ha hecho semejante a nosotros en todo,
excepto en el pecado (Hb 4,15). Todo ser dotado de inteli-
gencia espiritual -por quien ha venido el Señor- debe tomar
conciencia de su naturaleza propia, es decir, le es preciso
conocerse a sí mismo y llevar a cabo el discernimiento del
mal y del bien, si quiere encontrar la liberación cuando venga
el Señor. Llevan ya el nombre de servidores de Dios, que han
logrado su liberación por esta Economía de Salvación. Pero
ahí no está el término supremo. Este no es sino la justicia de
la hora presente13 , el camino hacia la adopción filial.

13
Posible eco de una antigua doctrina que distinguía entre los cristianos
justos y perfectos. Pero en S. Antonio los perfectos se llaman más bien
21

Jesús, nuestro Salvador, sabiendo bien que ellos habían


recibido el Espíritu de filiación, y que lo conocían gracias a
la enseñanza del Espíritu Santo, les decía: "Ya no os llamaré
siervos, sino hermanos y amigos, porque os he dado a
conocer y os he enseñado cuanto me ha enseñado mi Padre"
(Jn 15,15). Su espíritu se enardeció - en adelante se cono-
cían con su naturaleza espiritual y gritaron: "Hasta ahora te
conocíamos en tu cuerpo, pero ahora ya no es así" (2 Co
5,16). Recibieron el Espíritu que hizo de ellos hijos adoptivos
y proclamaron: "El Espíritu que hemos recibido ya no es un
espíritu que hace esclavo y conduce a la tierra, sino un
Espíritu de adopción por el cual gritamos ¡Abba, Padre!" (Rm
8,15). Señor, ahora lo sabemos: nos has dado el poder ser
hijos y herederos de Dios, coherederos de Cristo (Rm 8,17).

Pero sabed bien esto, hermanos queridísimos: el que haya


descuidado su progreso espiritual y no haya consagrado
todas sus fuerzas a esta obra, debe saber bien que la venida
del Señor será para él día de su condenación. El Señor es
para unos olor de muerte para muerte, y para otros, olor de
vida para vida (2 Co 2,16). Así es para ruina y resurrección
de un gran número en Israel y para ser signo de contradic-
ción (Lc 2,34).

Os suplico, queridísimos, por el Nombre de Jesucristo, no


descuidéis la obra de vuestra salvación. Que cada uno de
vosotros rasgue, no su vestido, sino su corazón (Jl 2,13).
Que no llevemos en vano este vestido exterior preparándo-
nos así una condenación. En verdad, está próximo el tiempo

"los que han recibido el Espíritu de filiación".


22

en que aparezcan a plena luz las obras de cada uno.

Sería preciso volver sobre otros muchos puntos de detalle,


pero está escrito: "Da consejos al sabio y se hará más sabio"
(Pr 9,9)14 . Os saludo a todos en el Señor, del más pequeño al
mayor (Hch 8,10), y que el Dios de la paz sea, queridos
hermanos, vuestro guardián. Amén.

14
Desde ahora casi todas las cartas terminan con esta cita. Era como una
fórmula de cortesía, en uso en el desierto de Egipto.
23

CARTA TERCERA

Antonio a sus queridos hijos.

Sois hijos de Israel por nacimiento, y en vosotros saludo


esta naturaleza espiritual. ¿Por qué nombraros con vuestros
nombres terrestres y efímeros si sois hijos de Israel?
Hijos: mi amor hacia vosotros no es de la tierra; es amor
espiritual, según Dios.

No me canso de orar a mi Dios día y noche por vosotros: que


os sea dado el tomar plena conciencia de la gracia que os ha
hecho. No es la primera vez que Dios visita a sus criaturas;
las conduce desde los orígenes del mundo y mantiene en vela
a todas las generaciones mediante los acontecimientos de su
gracia.

Hijos, no nos cansemos de gritar a Dios día y noche. Haced


violencia a la ternura de Dios. Desde el cielo os enviará a
Aquel cuya enseñanza os dará a conocer lo que os es bueno.

Hijos, habitamos en la muerte. Nuestra morada es la celda


de un prisionero. Los lazos de la muerte nos tienen encade-
nados.

No deis sueño a vuestros ojos ni reposo a vuestros párpados


(Sal 131,4). Ofreceos a Dios como víctimas puras y fijad en
Él vuestra mirada pues, según dice el apóstol, nadie puede
contemplar a Dios si no es puro (Hb 12,14).
24

Sí, hijos muy queridos en el Señor, que esto os quede muy


claro: no olvidéis la práctica del bien. Esto es tranquilidad
para los santos, fuente de alegría para los ángeles en el
servicio que llevan a cabo con vosotros15 , alegría para el
mismo Jesús cuando venga. Pues hasta ese día no han estado
tranquilos respecto a nosotros. Y también para mí, hombre
débil, que aún estoy en esta morada de barro, seréis la
alegría de mi alma.

Hijos, es seguro que nuestra enfermedad y humillación


causan dolor a los santos y les son motivo de llantos y
gemidos que ofrecen por nosotros ante el Creador del
universo. Por eso la cólera de Dios va contra nuestras obras
malas. Pero nuestro progreso en la santidad provoca la
alegría en la asamblea de los santos y los mueve a orar
mucho ante nuestro Creador en el colmo de la dicha y el
gozo. Él también obtiene gran alegría por nuestras obras y
por el testimonio que los santos le dan de ellas, y nos
concede dones aún más importantes.

Pero sabedlo: Dios ama para siempre a sus criaturas que,


inmortales por esencia, no desaparecen con el cuerpo16 . Esta
naturaleza espiritual es la que Él ha visto precipitarse en el
abismo y allí encontrar la muerte perfecta y total. La Ley de

15
Cf. AMMONAS, Cartas II, 1. Dios se regocija con sus ángeles por causa
del monje que progresa. Doctrina repetida incansablemente por Antonio:
IV,3.8.10; V bis; VI,3.

16
El Espíritu Santo enviado al hombre después de sus trabajos: esta
concepción constituye la trama de la Carta de MACARIO. Cf. AMMONAS,
Cartas VIII.
25

la Alianza perdió su fuerza pero Dios, en su bondad, visitó


a su criatura por Moisés. Moisés, que puso los cimientos de
la Casa de verdad, quiso curar esta profunda herida y
conducirnos a la comunión original. No lo logró, y se fue.
Tras él vino la asamblea de los Profetas: se pusieron a
construir sobre estos cimientos sin llegar a curar la profun-
da herida de los miembros de la familia humana; y recono-
cieron su impotencia. A su vez, la asamblea de los santos se
reunió y su oración se elevó hacia el Creador: "¿No hay
bálsamo en Galaad? ¿No hay médico? ¿por qué no suben a
curar a la hija de mi pueblo?" (Jr 8,22). "Nosotros hemos
cuidado a Babilonia y no ha curado ¡Dejémosla y vayámonos
de aquí!" (Jr 28,9). Esta súplica que dirigían los santos a la
bondad del Padre acerca de su Hijo Único -pues ninguna
criatura es capaz de curar la profunda herida del hombre;
sólo Él podía hacerlo viniendo a nosotros-, impresionó al
Padre y dijo: "Hijo del hombre, prepárate lo necesario para
una cautividad" (Ez 12,3) y acepta tomar esta misión sobre
ti. El Padre no ha perdonado a su Hijo Único para lograr la
salvación de todos nosotros, lo ha entregado por nuestros
pecados (Rm 8,32). "Él ha sido herido por nuestras rebel-
días, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados"
(Is 53,5). Nos ha reunido de un extremo al otro del univer-
so, ha resucitado nuestro espíritu de la tierra y nos ha
enseñado que somos miembros unos de otros.

Cuidad, hijos, que no se cumpla en nosotros la palabra de


Pablo: que tengamos "solamente la apariencia exterior de la
obra de Dios, negando su poder" (Tito 1,16). ¡Que cada uno
26

desgarre su corazón! (Jl 2,13). Que corran las lágrimas ante


Dios y que todos digan: "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien
que me ha hecho?" (Sal 115,12). Hijos, temo también que se
nos aplique esta palabra: "¿Qué se gana con mi muerte si un
día he de convertirme en podredumbre?" (Sal 29,10).

Creedme, me dirijo a vosotros como a hombres sensatos (1


Co 10,15). Comprended lo que os digo y declaro: si cada uno
de vosotros no llega a odiar cuanto pertenece al orden de
los bienes terrestres y a renunciar a ello de todo corazón,
lo mismo que a cuantas actividades dependen de ellos, si
después no llega a elevar las manos de su corazón al cielo,
hacia el Padre de todos, no hay salvación para él. Pero si
hacéis lo que acabo de decir, Dios tendrá piedad de vosotros
por el trabajo que os tomáis. Os enviar un fuego invisible
que consumirá vuestras impurezas y devolverá a vuestro
espíritu su pureza original. El Espíritu Santo habitará en
nosotros. Jesús estará junto a nosotros y podremos adorar
a Dios como es debido. Mientras queramos vivir en paz con
las cosas del mundo seremos enemigos de Dios, de sus
ángeles y de sus santos.

Os conjuro desde ahora, queridos míos, en nombre de


nuestro Señor Jesucristo, para que no descuidéis vuestra
salvación, y que esta vida tan corta no os sea causa de
desdicha para la vida eterna; que el cuidado concedido a un
cuerpo perecedero no oculte el Reino de la inefable luz; que
el país donde sufrís vuestro destierro no os haga perder, en
el día del juicio, el trono angélico que os está destinado. Sí,
hijos, mi corazón se sorprende y mi alma se espanta: nos
hundimos en el agua, estamos metidos en el placer como
27

gentes ebrias de vino nuevo porque nos dejamos distraer


por nuestros deseos, dejamos reinar en nosotros la voluntad
propia y rechazamos dirigir nuestra mirada al cielo para
buscar la gloria celeste y la obra de los santos y marchar en
adelante tras sus huellas. Ahora, comprendámoslo: santos
del cielo, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, querubi-
nes, serafines, sol, luna, estrellas, patriarcas, profetas,
apóstoles, el mismo diablo o Satán, los espíritus del mal o el
soberano de los aires, en suma, todos, y los hombres y
mujeres, pertenecen desde el día de su creación a un solo y
mismo universo, en el cual, sólo deja de estar contenida la
perfecta, bienaventurada Trinidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.

La mala conducta de algunas de sus criaturas ha obligado a


Dios a darles el nombre en relación con sus obras. Pero dará
una mayor gloria a las que más hayan progresado.
28

CARTA CUARTA

Antonio a todos sus hermanos de la región de Arsinoé17 y sus


alrededores, a cuantos se encuentran con ellos, salud en el
Señor.

A todos vosotros, que os preparáis para acercaros al Señor,


os saludo en Él, hermanos muy queridos, pequeños y grandes,
hombres y mujeres18 santos hijos de Israel según vuestra
naturaleza espiritual. ¡Qué grande es, hijos míos, la dicha y
la gracia concedida a vuestra generación! Por Aquel que os
ha visitado, es muy conveniente que no cedáis a la fatiga del
combate hasta la hora en que podáis ofreceros a Dios como
víctimas puras; pureza sin la cual no hay herencia en el cielo.
Sí, queridos hijos, es muy importante que os interroguéis
acerca de la naturaleza espiritual, en que ya no hay hombre
ni mujer, sino solamente la esencia inmortal que tiene
comienzo y no tendrá fin. Es indispensable conocer la razón
de su caída hasta este punto de abyección y vergüenza;
nadie se ha librado de ella. Es preciso porque esta naturale-
za siendo inmortal por esencia, no participará de la disolu-

17
Única carta cuyos destinatarios pueden ser localizados. Y también única
referencia geográfica que ya conocía S. Jerónimo. Esto basta para probar
que hemos encontrado el mismo corpus de Cartas. Arsinoé está situada en
el camino que lleva a una comunidad de hermanos.

18
Parece que el autor no se dirige sólo a monjes.
29

ción de los cuerpos.

He aquí por qué, ante esta herida incurable y gravísima,


Dios, por su clemencia, visitó a sus criaturas. Por su bondad,
les dio la ley en el tiempo oportuno y, para entregársela,
dispuso el ministerio de Moisés. Para ellos echó Moisés los
cimientos de la Casa de verdad, con intención de curar esta
profunda herida. Pero no le fue posible terminar su cons-
trucción. Se reunió toda la asamblea de los santos y reclamó
de la bondad del Padre un Salvador que viniera a salvarnos
a todos, pues nuestro Sacerdote soberano, eminente y fiel
es el único médico capaz de curar nuestra profunda herida19 .
Por voluntad del Padre se privó de su gloria: siendo Dios,
tomó la forma de esclavo (Fil 2,6-7) y se entregó por
nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos
trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is
53,5).

Querría por tanto que estéis bien convencidos, queridos


hijos míos en el Señor, de que por nuestra locura se ha
vestido de la locura; por nuestra debilidad se ha vestido de
la debilidad; por nuestra indigencia se ha vestido de la
indigencia; por la muerte, que ha partir de entonces era
nuestra, se ha vestido de mortalidad y por nosotros ha
sufrido tanto.

En verdad, queridos en el Señor, no deis sueño a vuestros

19
Importancia de la comunión eclesial a través de los siglos y más allá de
los dos Testamentos.
30

ojos ni reposo a vuestros párpados (Sal 131,4) sino suplicad,


violentad la bondad de Dios hasta que se incline a socorrer-
nos y podamos prepararnos a consolar a Jesús cuando venga,
y a dar su eficacia al ministerio de los santos, que suplen
nuestra presente indigencia terrena, y determinarlos a
ayudarnos con todo su poder en el día de nuestra tribula-
ción; porque ese día se gozarán juntos el que siembra y el
que siega.

Quiero que sepáis, hijos, la gran pena que siento por voso-
tros cuando veo la profunda ruina que a todos nos amenaza
y considero esta solicitud de los santos para con nosotros y
los gemidos y oraciones que por nosotros elevan constante-
mente hacia Dios, su Creador. No ignoran lo que nos ha
hecho el diablo y los funestos proyectos que maquina junto
con sus secuaces. Están constantemente preocupados por
llevarnos a la perdición. El infierno será un día su herencia,
y quieren aumentar el número de los condenados. Sí, queridí-
simos en el Señor, hablo a prudentes (1 Co 10,15). Conoced
con exactitud la Economía de la salvación que el Creador ha
previsto para nosotros. Se nos manifiesta tanto por la
acción secreta como por la proclamación pública de su
Palabra. Nos llaman criaturas racionales y nos comportamos
irracionalmente ya que ignoramos las múltiples maquinacio-
nes del diablo. Su envidia hacia nosotros data del día en que
se dio cuenta que intentábamos tomar conciencia de nuestra
abyección y buscar los medios para huir de las obras malas
de que él es cómplice. Así rechazamos obedecer a sus malos
consejos, sembrados en nosotros, y, en gran parte, nos
hemos burlado de sus asechanzas. El demonio no ignora que
31

el Creador nos ha perdonado, que Él es su muerte y que ha


preparado la gehena como término de su rechazo.

Quiero que sepáis, hijos, que no ceso de rogar a Dios por


vosotros día y noche: que abra los ojos de vuestro corazón
para que percibáis los múltiples maleficios secretos lanza-
dos sobre nosotros cada día, en todo tiempo. Hago votos
para que Dios os dé un corazón clarividente y un espíritu de
discernimiento, a fin de que os presentéis ante Él como una
víctima pura, sin mancha.

Sí, hijos, los demonios no dejan de manifestar su envidia


hacia nosotros: designios malos, persecuciones solapadas,
sutilezas malévolas, acciones depravadas; nos sugieren
pensamientos de blasfemia; siembran infidelidades cotidia-
nas en nuestros corazones; compartimos la ceguera de su
propio corazón, sus ansiedades; hay además los desánimos
cotidianos del nuestro, irritabilidad por todo, maldiciéndo-
nos unos a otros, justificando nuestras propias acciones y
condenando las de los demás. Son ellos quienes siembran
estos pensamientos en nuestro corazón. Ellos quienes,
cuando estamos solos nos inclinan a juzgar al prójimo,
incluso si está lejos. Ellos quienes introducen en nuestro
corazón el desprecio, hijo del orgullo. Ellos quienes nos
comunican esa dureza de corazón, ese desprecio mutuo, ese
desabrimiento recíproco, la frialdad en la palabra, las quejas
perpetuas, la constante inclinación a acusar a los demás y
nunca a sí mismo. Decimos: es el prójimo la causa de nues-
tras penas; y, bajo apariencias sencillas, lo denigramos
cuando sólo en nosotros, en nuestra casa, es donde se
encuentra el ladrón. De ahí las disputas y divisiones entre
32

nosotros, las riñas sin más objeto que hacer prevalecer


nuestra opinión y darnos públicamente la razón. Son también
ellos quienes nos hacen solícitos para llevar a cabo un
esfuerzo que nos supera y, antes de tiempo, nos quitan las
ganas de lo que nos convendría y nos sería muy provechoso.

Así nos hacen reír a la hora de llorar, y llorar en el momento


de reír. En resumen: buscan obstinadamente desviarnos del
recto camino utilizando otros muchos engaños para dominar-
nos. Pero esto basta de momento. Cuando nuestro corazón
está saturado de cuanto acabo de decir y de ello hacemos
nuestro pasto y subsistencia, Dios, tras larga indulgencia
para con nuestra perversidad, vendrá por fin a visitarnos.
Nos arrebatará el peso de este cuerpo. Para vergüenza
nuestra, el mal que hasta este momento hayamos hecho se
revelará en nuestro cuerpo, entregado al tormento, pero que
un día revestiremos de nuevo por la bondad de Dios20 . Así
nuestra situación final será peor que la primera (Lc 11,26).
No ceséis, pues, de implorar la bondad del Padre para que su
ayuda nos acompañe y nos muestre el mejor camino.

Con toda verdad os digo, hijos míos, la envoltura de nuestra


morada presente es perdición para nosotros, casa donde
reina la guerra. En verdad os digo, hijos míos, quien se haya
deleitado en sus propios deseos y sometido a sus propios

20
Texto oscuro que parece aludir a un tormento de los cuerpos que tendrá
lugar antes de su glorificación definitiva.
33

pensamientos21, quien haya acogido de todo corazón esta


semilla y buscado en ella su gozo, puesta en ella la esperanza
de su corazón como si fuera un misterio grande y excelente,
y se haya servido para justificar una vez más su conducta,
su alma, como el aire estará habitada por los espíritus del
mal. Le será consejera funesta y hará de su cuerpo la copa
de sus secretas abyecciones. Sobre este hombre tienen los
demonios pleno poder, porque no ha querido poner a plena
luz su ignominia.

¿Ignoraréis la variedad de sus trampas? Si no es así, ¡qué


fácil es conocerlas y preservaros de ellas! Pero por más que
mires no podrás percibir materialmente el pecado, la
iniquidad que maquinan contra ti, pues ellos mismos no son
visibles materialmente. Comprendedlo bien: nosotros les
servimos de cuerpo cuando nuestra alma acoge su malicia. En
efecto, por ese cuerpo, que es nuestro, es por donde el alma
introduce en sí a los demonios. Así pues, hijos, cuidémonos
de dejarlos pasar. De otro modo la cólera divina pesará
sobre nosotros y vendrán a su nueva casa para reírse de
nosotros, seguros de la eminencia de nuestra pérdida. No
despreciéis mis palabras porque los demonios saben que
nuestra vida depende de estos intercambios entre nosotros.
Pues, ¿quién ha visto alguna vez a Dios? ¿quién ha encontra-
do en Él el gozo? ¿quién lo ha retenido junto a sí a fin de que
le ayude en su peligrosa condición? Y, ¿quién ha visto jamás
al diablo hacernos guerra, alejarnos del bien, atacarnos,

21
Deseo y pensamiento, lo mismo que voluntad, son nociones equivalentes.
Designan lo que en nosotros tiene parte con el pecado y nos inclina a él.
34

estar físicamente aquí o allí, lo cual nos permitiría temerle


y escapar de él? Es que se mantienen ocultos a nuestros
ojos22 . Son nuestras acciones las que manifiestan su
presencia.

Porque todos, en cuanto existen forman una sola y única


naturaleza espiritual: por haberse separado de Dios han
visto aparecer entre sí tales diferencias como consecuencia
de sus distintas actividades. Por la misma razón les han sido
dados tantos nombres distintos, según su particular activi-
dad. Así unos han sido llamados arcángeles, otros tronos o
dominaciones, principados, potestades, querubines. Les
fueron atribuidos estos nombres por su docilidad a la
voluntad de su Creador.

En cuanto a los otros, por su mal comportamiento se les


llamó mentirosos, Satán, así como otros demonios fueron
llamados espíritus malos e impuros, espíritu de error,
príncipes de este mundo y otras numerosas especies que hay
entre ellos.

También entre los hombres que les resistieron a despecho


del duro peso de este cuerpo, algunos recibieron el nombre
de patriarcas, otros de profetas, de reyes, sacerdotes,
jueces, apóstoles, y tantos otros nombres escogidos
semejantes a estos, según su comportamiento santo. Estos
diversos nombres les fueron atribuidos sin distinción de
hombre o mujer, según la diversa naturaleza de sus obras:

22
Importancia del diálogo espiritual, destinado a hacer visibles a los dos
antagonistas invisibles por esencia: Dios y el diablo.
35

porque todos tienen el mismo origen.

Quien peca contra el prójimo, peca contra sí mismo; quien lo


engaña, se engaña; y quien le hace bien, se lo hace a sí
mismo. Por el contrario, ¿quién engañará a Dios? ¿quién le
dañará? ¿o quién le prestará un servicio? O incluso ¿quién le
dará una bendición que juzgue necesaria? ¿Quién podrá
jamás glorificar al Altísimo según su dignidad, exaltarlo
según su medida?

Vestidos aún con el peso de este cuerpo despertemos a Dios


en nosotros mismos respondiendo a su llamada, entreguémo-
nos a la muerte para la salvación de nuestra alma y de todos.
Así manifestaremos el origen de la misericordia de que
somos objeto. No nos dejemos llevar del egoísmo si no
queremos participar de la caída del demonio.

Quien se conoce a sí mismo conoce también a las demás


criaturas que Dios ha creado de la nada, como está escrito:
Él, que ha creado todo de la nada (Sab 1,14). Lo que los
libros santos quieren decir con esto se refiere a la esencia
espiritual, velada por la corrupción de nuestro cuerpo; que
no existiendo desde un principio, un día se nos quitará.
Quien sabe amarse a sí mismo ama también a los demás23 .

23
La naturaleza espiritual, que poseemos a imagen del Hijo, constituye el
lazo de unión entre Dios y el hombre, y también de los hombres entre sí.
Por eso interesa conocer esta naturaleza para que el esfuerzo espiritual
sea de buena ley. Por eso también es necesario reconocer la divinidad de
Jesús, a través de quien estamos unidos, al mismo tiempo, a Dios y a los
demás hombres. Esta afirmación es la clave de toda la doctrina de S.
Antonio.
36

Queridos hijos, os suplico que os améis unos a otros sin


cansancio ni hastío. Tomad el cuerpo de que estáis revesti-
dos, haced de él un altar, poned sobre él vuestros pensa-
mientos y, ante los ojos del Señor, abandonad todo designio
malo, levantad hacia Dios las manos de vuestro corazón (Sal
133,2) -es lo que hace el Espíritu cuando obra- y rogadle que
os conceda ese hermoso fuego invisible que descenderá
desde el cielo sobre vosotros y consumirá el altar y sus
ofrendas. Que los sacerdotes de Baal, el enemigo y sus
malas obras, cojan miedo y huyan ante vosotros como ante
el profeta Elías (1 R 18,38-40). Entonces, por encima de las
aguas veréis como las huellas de un hombre que os traerá la
lluvia espiritual, la consolación del Espíritu Paráclito24 .

Mis queridos hijos en el Señor, auténticos hijos de Israel,


¿qué necesidad tengo de invocar la bendición sobre vuestros
nombres mortales, y de mencionarlos, si son efímeros? Ya
sabéis que mi amor por vosotros no se dirige a vuestro ser
mortal; es un amor espiritual, según Dios. Estoy convencido
de esto: es grande vuestra dicha, que consiste en haber
tomado conciencia de vuestra miseria y haber afirmado en
vosotros esta esencia invisible que no pasa como el cuerpo.
Pienso así porque esta dicha os ha sido concedida ya desde
ahora.

Estad bien convencidos de que vuestro comienzo y adelan-

24
Este párrafo contiene una definición descriptiva de la oración, una de
las más antiguas en la tradición monástica. Ya menciona el abandono de
todo pensamiento, del sacrificio espiritual, del fuego y del consuelo del
Espíritu.
37

tamiento en la obra de Dios no son tarea humana sino


intervención del poder divino que no cesa de asistiros.
Tomad siempre a pecho el ofreceros como víctima a Dios
(Rm 12,1) y acoged con fervor la fuerza que os ayuda.
Consolareis a Cristo Jesús en su Venida, y a toda la asam-
blea de los santos. Y también a mí, pobre hombre, que sigo
retenido dentro de este cuerpo de barro, en medio de las
tinieblas.

Si os insisto y si quiero daros esta alegría es porque todos


somos criaturas de la misma invisible esencia, que tuvo
comienzo pero no tendrá fin. Quien se conoce verdadera-
mente no tendrá duda alguna acerca de su esencia inmortal.

Quiero, pues, que tengáis un claro conocimiento de ello:


Jesucristo nuestro Señor es el Verbo auténtico del Padre,
a partir del cual fueron creadas todas las naturalezas
espirituales, a imagen de la Imagen que es Él, ya que Él es la
cabeza de toda la creación y del cuerpo que es la Iglesia.

Así pues, somos miembros unos de otros, y somos el cuerpo


de Cristo (1 Co 12,27). La cabeza no puede decir a los pies:
no os necesito; y si sufre un miembro todo el cuerpo se
resiente y sufre (1 Co 12,21-26).

Por tanto un miembro separado del cuerpo, sin unión con la


cabeza, que busca el placer en las pasiones corporales, está
herido, por lo que hemos dicho, con una herida incurable, ha
perdido de vista tanto su principio como su fin.

He aquí por qué el Padre de la creación tuvo piedad de esta


herida que nos dañaba: ninguna criatura podía curarla, sólo
38

podía hacerlo la bondad del Padre. Envió, pues, a su Hijo


Único el cual, viéndonos esclavos, tomó sobre sí la forma de
esclavo (Fil 2,7). Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos
trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados (Is
53,5). Después nos ha reunido de todos los países para
hacer que nuestro corazón resucite de la tierra y para
enseñarnos que todos somos una sola y misma esencia,
miembros unos de otros25 . Amémonos pues, profundamente
unos a otros: en efecto, quien ama a su prójimo amará a
Dios, y quien ama a Dios se ama a sí mismo.

Tened también esto muy presente, queridos hijos míos en el


Señor, santos hijos de Israel por vuestro nacimiento. Estad
siempre dispuestos a acercaros al Señor para ofreceros a
Dios como víctimas puras, con esta pureza que nadie puede
heredar si no la practica desde aquí abajo. ¿Acaso ignoráis,
queridos hijos, los funestos designios que sin cesar alimenta
contra la verdad el enemigo de la virtud? Estad, pues,
vigilantes, queridos hijos, no deis sueño a vuestros ojos ni
reposo a vuestros párpados (Sal 131,4), sino gritad día y
noche a vuestro Creador para que venga de lo alto el socorro
que protegerá vuestro corazón y vuestros pensamientos y
los establecerá en Cristo.

25
Comparando con los lugares paralelos aparece claramente que en
Antonio, la doctrina de la única esencia espiritual sólo puede comprender-
se plenamente a la luz del Cuerpo Místico de Cristo. Es clara la alusión al
cuerpo y a los miembros. Si hay resabios de gnosticismo, es fundamental-
mente cristológico.
39

En verdad, hijos, ocurre que habitamos la misma casa del


ladrón y en ella estamos encadenados por los lazos de la
muerte.

Sí, os lo digo, este estado de negligencia, de caída, de


exclusión de la santidad, no sólo causa nuestra perdición
sino también el sufrimiento de los ángeles y santos de
Cristo, pues aún no les hemos dado nunca motivo de paz. Sí,
hijos, es verdad que este estado de caída en que estamos
les causa tristeza y que, al contrario, nuestra salvación y
nuestra entrada en la gloria les proporcionarán gozo y
alegría.

Sabedlo: desde el día en que se puso en marcha la bondad


del Padre no cesa de ayudarnos, hoy como ayer, a escapar de
esta muerte que hemos merecido. Porque hemos sido
creados libres, y los demonios nos acechan incesantemente.
De ahí la palabra de la Escritura: "El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege" (Sal 33,8).

Ahora, hijos, quiero que sepáis que desde que Él vino en


ayuda nuestra hasta hoy, quienes se excluyen de la vida
santa para seguir sus malos instintos son contados entre los
hijos del diablo. Quienes lo son, lo saben bien. Por eso se
preocupan tanto de que cada uno de nosotros haga su
voluntad propia. Saben que si el diablo cayó del cielo fue por
su orgullo; por eso atacan primero al que se eleva a un grado
de eminente santidad, pues tienen habilidad para manejar
el orgullo y la vanidad que se encuentran entre nosotros. No
olvidan que gracias a esta arma nos separaron de Dios en
otro tiempo.
40

Sabiendo también que el amor al prójimo es semejante al


amor a Dios, los enemigos de la santidad arrojan en nuestro
corazón una semilla de división y desean que entre nosotros
se eleven sentimientos de odio profundo que ya no nos
permita dirigir la palabra al prójimo, ni siquiera a distancia.

Y quiero que también sepáis, hijos, que hay algunos, y su


número es grande, que se han tomado muchas fatigas
durante toda su vida y que, por falta de discernimiento, lo
han perdido todo. Sí, hijos, no os sorprendáis si por negli-
gencia o por falta de discernimiento en vuestras acciones
caéis peligrosamente, como pienso, hasta poneros al nivel del
diablo por haber pensado con demasiada facilidad que
gozabais de la amistad divina y si, en vez de la luz que
esperabais, os alcanzan las tinieblas. Por eso Jesús tuvo
tanto interés en que, ceñidos con una toalla lavéis los pies a
vuestros inferiores (Jn 13,4-5). Si Él mismo nos dio ejemplo
es para enseñarnos a no perder de vista nuestro primer
origen. Porque el orgullo está en el origen del primer
desorden, es lo primero que se vio aparecer. Por eso os es
imposible poseer el Reino de Dios a menos que grabéis en
vuestro corazón, en vuestro espíritu, en vuestra alma y
hasta en vuestro cuerpo, una profunda humildad.

Puedo decir, hijos míos en el Señor, que noche y día ruego a


mi Creador, por el Espíritu recibido en herencia, que abra
los ojos de vuestro corazón para que comprendáis el amor
que os tengo. Que se abran también los oídos de vuestro
corazón para que toméis conciencia de vuestra miseria. Que
quien tome conciencia de su vergüenza se ponga inmediata-
mente en busca de la gloria a que está llamado; que quien
41

comprenda su muerte espiritual encuentre enseguida el


gusto de la vida eterna.

Me dirijo a prudentes (1 Co 10,15). De verdad, hijos, temo


que durante el camino pueda atormentaros el hambre en un
lugar en que hubierais debido hallar abundancia. He deseado
ir junto a vosotros y veros con mis propios ojos, pero
esperaré más bien el día, ya próximo, en que podremos
encontrarnos juntos, cuando hayan pasado los sufrimientos,
tristezas y gemidos, y la alegría sea nuestra corona (Is
35,10; Ap 21,4). Quería deciros algo más pero, como dice el
proverbio: "Da consejos al sabio y se hará más sabio" (Pr
9,9).

Queridos hijos: os saludo a todos y a cada uno.


42

CARTA QUINTA

Hijos, reconoced la liberalidad de nuestro Señor Jesucristo:


de rico que era, se ha hecho pobre por nosotros, a fin de
enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). Su esclavitud nos
ha devuelto la libertad, su debilidad nos ha dado la fuerza,
su locura nos ha enseñado la sabiduría.

Pero esto no es todo: quiere también, por su muerte,


procurarnos la resurrección. Tenemos razón para elevar la
voz y decir: "Incluso si conocimos a Cristo según la carne,
ahora ya no es así: porque en Cristo hay una creación nueva"
(2 Co 5, 16-17).

Os digo con verdad, queridos hijos en el Señor, que, si


tuviera que detallar los mensajes de salvación que nos da,
tendría mucho que decir; pero aún no ha llegado la hora. De
momento me basta con saludaros, queridos hijos míos en el
Señor, hijos de Israel, nacidos santos según vuestra
naturaleza espiritual. A vosotros, que habéis deseado
acercaros a vuestro Creador, os conviene buscar la salvación
de vuestras almas en la Ley de la Alianza. Es verdad que, a
consecuencia de nuestros innumerables pecados, de nues-
tras funestas rebeldías, de nuestras pasiones sensuales, se
ha enfriado la Ley de la Promesa y se han embotado las
facultades de nuestras almas. Por la muerte en que estamos
precipitados se nos ha hecho imposible tener cuidado de
nuestro verdadero título de gloria: nuestra naturaleza
espiritual. Por eso se lee en las divinas Escrituras: "Como en
Adán todos los hombres morimos, en Cristo todos somos
43

vivificados" (1 Co 15,22).

Ahora es Él la vida de toda inteligencia espiritual entre las


criaturas hechas a imagen de la Imagen que es Él mismo,
pues es la auténtica inteligencia del Padre y su Imagen
inmutable. Por el contrario, las criaturas hechas a su imagen
tienen una naturaleza mudable. De ahí la desgracia que nos
hirió, en la que todos hallamos la muerte y que nos hizo
perder nuestra condición primera de naturaleza espiritual.
Por esta misma razón, dejada nuestra primera naturaleza,
adquirimos una morada de tinieblas en que por todas partes
reina la guerra.

Nosotros mismos hemos dado testimonio de ello: no tenía-


mos la menor noción de virtud. Pero Dios, nuestro Padre,
contemplando nuestra debilidad, nuestra incapacidad para
revestir nuestra verdadera naturaleza, quiso, por su
bondad, visitar a sus criaturas mediante el ministerio de los
santos.

Os suplico a todos en el Señor, queridos hijos, que os


penetréis bien de cuanto os escribo porque mi amor hacia
vosotros no se dirige sólo a vuestros cuerpos sino que es
caridad espiritual, según Dios.

Volved vuestra alma hacia vuestro Creador y rasgad vuestro


corazón en vez de vuestro vestido (Jl 2,13). Preguntaos qué
podríamos devolver al Señor por todas sus gracias. Él se
acuerda siempre de nosotros por su gran bondad, por su
indecible amor. Y aquí mismo, en la presente morada de
nuestra miseria, no nos ha dado lo que merecían nuestros
pecados. Su bondad es tan grande que ha querido que el
44

mismo sol se ponga a nuestro servicio en esta casa de


tinieblas, y también la luna y las estrellas para apoyo físico
de un ser al que su propia debilidad condenaría a perecer.
Sin hablar de sus otros poderes, ocultos, pero también a
disposición nuestra sin que podamos verlos con los ojos
corporales.

Así pues, ¿qué le devolveremos el día del juicio?; o, si


preferís, ¿qué beneficio podemos imaginar que ya no nos
haya concedido? Los Patriarcas, ¿no han sufrido por noso-
tros? ¿No nos han enseñado los Sacerdotes? ¿Acaso no
combatían por nosotros los Jueces y Reyes? ¿No mataron a
los Profetas por nosotros? Los Apóstoles, ¿no sufrieron
persecución por nosotros? Y el Hijo predilecto, ¿no murió
por nosotros?

Por nuestra parte dispongámonos ahora a ir hacia nuestro


Creador por el camino de la pureza. Porque viendo que los
santos, o más bien todas sus criaturas, no conseguían curar
la profunda herida de sus propios miembros26 , y conociendo
la imperfección de su espíritu, Él, el Padre de las criaturas,
les manifestó su misericordia y, por su gran amor, no
perdonó a su Hijo Único, al cual entregó por nuestros
pecados para salvación de todos (Rm 8,32). "Él ha sido
herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardena-
les hemos sido curados" (Is 53,5). Así su Verbo omnipotente
nos ha reunido de todos los países para llevar a cabo la

26
Es decir, de sus hermanos, miembros del mismo cuerpo. Otra vez la
insistencia en el carácter social, tanto de la caída como de la salvación.
45

restauración de nuestro espíritu caído y enseñarnos que


somos miembros unos de otros.

Así, ya que hemos vuelto a nuestro Creador, conviene que


todos ejercitemos nuestra inteligencia y nuestro espíritu
para conocer exactamente la naturaleza propia del bien y
para saber discernir el mal, para conocer bien la Economía
establecida por la venida de Jesús a este mundo, el cual se
ha hecho semejante a nosotros en todo excepto en el
pecado (Hb 4,15).

Es verdad que a consecuencia de nuestra gran malicia, del


desorden de nuestra vida, de las pesadas consecuencias de
nuestra inestabilidad, la venida de Jesús fue para algunos un
escándalo, para otros un beneficio (cf. 1 Co 1,23), para
algunos sabiduría y poder, para otros también resurrección
y vida. Pero estad convencidos: su venida fue el juicio del
mundo entero. Está escrito: "He aquí que vienen días
-oráculo del Señor- en que todos me conocerán, pequeños y
grandes, y no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo
'conoced a Yahvé‘" (Jr 31,33-34) porque seré yo quien hará
resonar mi Nombre hasta los confines de la tierra. Toda
boca se cerrará y el mundo entero quedará bajo la soberanía
de Dios (Rm 3,19). No conocían a Dios, no le daban gloria
como a su Creador (Rm 1,21), a consecuencia de su locura
que les impedía comprender su sabiduría. Y cada uno de
nosotros se abandonaba a sus voluntades propias para
cometer el mal y hacerse esclavo de él. Por eso también se
despojó Jesús de su gloria tomando condición de siervo (Fil
2,7) a fin de que su esclavitud fuera nuestra libertad.
Entregados a la locura habíamos conocido toda clase de
46

males; Él se revistió con esta locura para que, hecha suya,


fuera nuestra sabiduría. Habíamos caído en la miseria y la
miseria nos había arrebatado toda fuerza; Él abrazó la
pobreza para colmarnos por ella de ciencia e inteligencia. Y
esto no fue todo: nuestra debilidad la hizo suya y su debili-
dad fue nuestra fuerza. Por su Padre quiso obedecer en
todo hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2,8), para que
ella fuera nuestra resurrección y su dueño, el diablo, fuera
aniquilado. Si esta liberación que nos ha traído su venida a
este mundo llega a hacerse verdaderamente nuestra, nos
hará un día discípulos de Jesús, por quien entraremos en la
herencia divina.

A decir verdad, queridos hijos en el Señor, es grande mi


inquietud y mi espíritu está turbado y agitado. Hemos
tomado el hábito y llevamos el nombre de santos, título de
gloria entre los incrédulos, pero temo que se cumpla en
nosotros la palabra de Pablo: "Profesan seguir a Dios, mas
con sus obras niegan su poder" (Tito 1,16; Rm 2,20).

El amor que os tengo me hace suplicar a Dios que os lleve a


reflexionar sobre la vida que lleváis y a considerar como
herencia vuestra lo invisible. Sin duda, hijos míos, esto no
supera nuestra naturaleza sino que, normalmente, la corona,
incluso si debemos utilizar nuestras fuerzas en la búsqueda
de Dios. Porque buscar a Dios, o servirle, sigue siendo
siempre para el hombre una búsqueda natural. El pecado de
que somos culpables es lo que está fuera y más allá de las
condiciones normales de nuestra naturaleza.

Hijos queridísimos en el Señor, a vosotros, que habéis


47

querido estar dispuestos a ofreceros a Dios como víctimas


puras, no os hemos ocultado nada de cuanto puede seros útil.
Atestiguamos, más bien, lo que nosotros mismos hemos visto
(Jn 3,11) porque los enemigos de la santidad piensan ince-
santemente en atacar a quienes de verdad la desean. Estad
convencidos: el hombre carnal persigue siempre al espiritual
(Ga 4,29), y quien quiere vivir piadosamente la vida de Cristo
sufrirá persecución (2 Tim 2,12).

Por este mismo motivo, Jesús dirigía a sus apóstoles estas


palabras confortadoras: "en este mundo tendréis muchas
tribulaciones, pero no temáis: Yo he vencido al mundo" (Jn
16,33). Él sabía que a los apóstoles les esperan en este
mundo inquietudes y pruebas. Pero su paciencia vencerá el
poder del enemigo, es decir, la idolatría. Les enseñaba
también: "No temáis al mundo, sus males no tienen compara-
ción con la gloria que os espera" (Rm 8,18). "Si han persegui-
do a los profetas antes que a vosotros, también a vosotros
os perseguirán; si a Mí me han odiado, también a vosotros os
odiarán" (Jn 15,20); pero no temáis porque vuestra paciencia
vencerá el poder del enemigo.

Entrar en los detalles del tema sería preparar un largo


discurso, y está escrito: "da consejos al sabio y se hará más
sabio" (Pr 9,9). Pocas palabras bastan para consolarnos.
Cuando el espíritu las ha aprendido ya no necesita de las
palabras, con frecuencia de doble sentido, de nuestra boca.

Pido por la salvación de todos vosotros, queridos hijos en el


Señor. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con
todos vosotros (2 Co 13,13). Amén.
48

CARTA QUINTA BIS

Es grande mi alegría a causa de vosotros, hijos queridísimos,


amados del Señor, verdaderos hijos de Israel, santos según
vuestra naturaleza espiritual.

Lo primero que importa al hombre dotado de razón es


conocerse a sí mismo; después conocer cuanto viene de Dios
y todas las gracias que de Él recibe incesantemente. Que
sepa también que cuanto es pecado y merece reproche
queda fuera de su naturaleza espiritual.

Nuestro Creador se dio cuenta de que cuanto estaba así


fuera de nuestra naturaleza procedía del libre albedrío, y
que también la muerte procede de él. Sus entrañas se
conmovieron por nosotros. En su bondad, quiso conducirnos
de nuevo a nuestro estado original, que jamás debió desapa-
recer. No se perdonó a sí mismo sino que visitó a sus
criaturas para salvarlas a todas. Porque se entregó por
nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos
trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is
53,5). Por su Verbo omnipotente nos ha reunido de todas las
regiones, de un extremo al otro del universo, enseñándonos
que éramos miembros unos de otros. Por esto, si el hombre
dotado de razón quiere ser absuelto cuando venga el Señor,
le es preciso examinarse y preguntarse qué podría devolver
a Dios por todos los bienes que de Él ha recibido.
49

También yo, el más miserable de todos, que estoy escribien-


do esta carta despierto de mi sueño de muerte, he pasado
la mayor parte de los días que me fueron concedidos en la
tierra preguntándome, con lágrimas y gemidos, qué podría
devolver al Señor por todo lo que me ha dado. Verdadera-
mente no hemos carecido de nada en cuanto Él ha emprendi-
do en favor de nuestra miseria. Nos ha dado ángeles como
servidores; ha ordenado a sus propios profetas que nos
instruyan con sus oráculos; ha mandado a sus apóstoles
evangelizarnos. Más aún: ha pedido a su Hijo Único que tome
la condición de esclavo por nuestra causa.

Muy queridos míos en el Señor, a vosotros, coherederos de


los santos, os suplico despertéis en vuestros corazones el
temor de Dios. Os es preciso saber claramente que Juan, el
Precursor, bautizó para remisión de los pecados por causa
nuestra a fin de que después seamos santificados por el
Espíritu en el bautismo de Cristo. Preparémonos, pues
santamente y purifiquemos nuestro espíritu para estar
puros y dispuestos a recibir el bautismo de Jesús y a
ofrecernos como víctimas agradables a Dios. El Espíritu
Consolador recibido en el bautismo nos conduce de nuevo a
nuestro estado original. Nos hace entrar en nuestra here-
dad y aplicar de nuevo el oído a su enseñanza. Porque
cuantos han sido bautizados en Cristo han sido revestidos
de Cristo. Ya no hay hombre o mujer, esclavo o libre (Ga
3,27). En el mismo momento en que, recibiendo su santa
herencia, acogen la enseñanza del Espíritu Santo, les fallan
sus recursos corporales: fallan la voz y la lengua y adoran al
50

Padre como es debido, en espíritu y en verdad (Jn 4,23)27 .

Sabed también esto, queridos hermanos: no hay que esperar


el juicio futuro cuando venga Jesús. Porque su primer
Adviento ya ha traído el juicio para todos. Y sabed también
que los justos y los santos, revestidos del Espíritu, oran sin
cesar por nosotros para que sepamos someternos humilde-
mente a Dios, a fin de recuperar nuestra gloria primera y
tomar de nuevo el vestido que habíamos rechazado, el que
corresponde a nuestra naturaleza espiritual.

Con frecuencia también, a quienes han sido revestidos del


Espíritu se dirige una voz procedente del Padre y les dice:
"Consolad, consolad a mi pueblo, dice el Señor; sacerdotes,
hablad al corazón de Jerusalén" (Is 40,1-2). Porque Dios
viene siempre a visitar a sus criaturas y a dar prueba de su
bondad para con ellas28 .

27
Este párrafo resume la evolución de la vida espiritual según S. Antonio:
paso del bautismo para remisión de los pecados al bautismo en el Espíritu
Santo y Consolador, que hace capaz de escuchar su enseñanza, de
ofrecerse como víctima agradable a Dios y adorar al Padre en espíritu y
en verdad. En este estado tiende a desaparecer toda oración exterior o
vocal. Terminología bíblica que se ordena a una experiencia espiritual muy
concreta.

28
Cf. Apotegmas POIMEN 87: "Preguntó un hermano al Abad Poimen: ¿es
bueno interceder? El anciano le contestó: el Abad Antonio dijo: he aquí
que sale una voz de junto al Señor que dice: ‘Consolad a mi pueblo, dice el
Señor, consolad a mi pueblo’". El contexto de la Carta V bis aclara el
sentido oscuro del apotegma tomado aisladamente. Se trata de la
respuesta de Dios a los santos que interceden por nosotros y por la cual
les anuncia que ha sido escuchada su oración. Es, pues, positiva la
51

En verdad os digo, queridos hijos: está lejos de agotarse


esta palabra de salvación y libertad por la que hemos sido
librados (Ga 5,1). Está escrito: "Da consejos al sabio y se
hará más sabio" (Pr 9,9).

Que el Dios de la paz os conceda la gracia y el espíritu de


discernimiento para permitiros comprender bien cuanto os
he escrito: son mandamientos del Señor. Y que el Dios de
toda gracia os guarde en el camino de la santidad en el
Señor hasta vuestro último suspiro. Ruego por la salvación
de todos vosotros, queridos hijos en el Señor. Que la gracia
de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros (2 Co
13,13). Amén.

respuesta de Poimen a su interlocutor: ya que Dios escucha la oración,


según atestigua S. Antonio, ésta es buena.
52

CARTA SEXTA

El hombre dotado de razón que se prepara a la liberación


que le traerá la Venida del Señor, debe conocer lo que es,
según su naturaleza espiritual. Porque si se conoce, conoce
igualmente la Economía de la salvación llevada a cabo por el
Creador y cuanto Él hace por sus criaturas.

Queridos hijos en el Señor, que sois como mis propios


miembros y coherederos de los santos, os suplico por el
Nombre de Jesucristo que obréis de tal modo que Dios os
dé el espíritu de ciencia para discernir y comprender que el
gran amor que os tengo no es caridad natural, sino espiri-
tual, según Dios. ¿Tendré necesidad de escribir vuestros
nombres terrestres, que son efímeros? El que sabe su
verdadero nombre también conocerá su sentido. He aquí por
qué Jacob, en su combate nocturno con el ángel, no cambió
de nombre en toda la noche. Pero al llegar el día, recibió el
de Israel, que significa: "Espíritu-que-ve-a-Dios" (Gn
32,24-28)29 .

29
La insistencia de Antonio sobre el verdadero nombre espiritual de sus
corresponsales, en oposición a su nombre terrestre, ¿hay que relacionarla
con la antigua costumbre de los monjes de recibir otro nombre al
comienzo de su vida monástica, a ejemplo de Jacob, que acaba de ser
citado? La costumbre está atestiguada por AMMONAS (Cartas IX, en la
única versión siríaca), con idéntica alusión a los ejemplos del Antiguo
Testamento. Ammonas la justifica así: "Ya que habéis crecido en Dios,
debe cambiarse el nombre de vuestro progreso en Él".
53

Creo que jamás habéis dudado que los enemigos de la


santidad piensan sin cesar en alguna mala jugada contra la
verdad. Por eso Dios no ha venido una sola vez a visitar a sus
criaturas. Desde el comienzo, la Ley de la Alianza puso a
muchos en camino hacia el Creador. Les enseñó a adorar a
Dios como es debido. Pero la amplitud del mal, el peso del
cuerpo, las malas pasiones, hicieron impotente la Ley de la
Alianza e imperfectos los sentidos interiores. Imposible
recobrar el estado de la primera creación. El alma, aunque
inmortal y no sometida a la corrupción como el cuerpo, no
llegó a liberarse por su propia justicia. He aquí por qué Dios,
en su bondad, le hizo conocer, mediante la Ley escrita, el
modo de adorar al Padre.

No olvidéis esto: Dios es uno. Igualmente toda naturaleza


espiritual está fundada en la unidad. Donde no reina la
unidad y la armonía, se prepara la guerra.

Constató el Creador que la llaga se estaba envenenando y


que era preciso recurrir a un médico: Jesús, que ya había
creado a los hombres, vino a curarlo. Sin embargo, envió
precursores delante de Él. No vacilamos en afirmar que
Moisés, por quien se dio la Ley, fue uno de esos profetas, y
que el Espíritu que caminaba con él fue también el apoyo de
toda la asamblea de los santos. Pero todos, en su oración,
llamaban al Hijo Único de Dios.

Juan es también de esos profetas. Por eso está escrito: "La


Ley y los profetas llegan hasta Juan" ( Lc 16,16), y "El Reino
de los cielos padece violencia y sólo los violentos lo arreba-
tan" (Mt 11,12). Quienes habían sido revestidos del Espíritu
54

comprendieron que nadie entre las criaturas podía curar


esta profunda herida, sino la bondad del Padre: el Hijo
Único enviado para salvar al mundo. Él es el gran médico que
puede curarnos de esta profunda herida. Así pues, rogaron
a Dios y a su bondad.

El Padre no perdonó a su Hijo Único para salvarnos a todos;


lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32). "Él ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales
hemos sido curados" (Is 53,5). Por su Verbo omnipotente
nos reunió de todos los países, de un extremo a otro de la
tierra. Ha resucitado nuestro corazón de la tierra para
enseñarnos que somos miembros unos de otros.

Os pido, queridos hijos en el Señor, que consideréis este


escrito como un mandamiento del Señor30 . Es muy importan-
te, en efecto, comprender bien el estado que Jesús abrazó
por nosotros: "Se hizo semejante en todo a nosotros,
excepto en el pecado" (Hb 4,15). A nosotros toca ahora
trabajar por nuestra liberación, gracias a su Venida. Que su
locura sea nuestra sabiduría, su pobreza nuestra riqueza, su
debilidad nuestra fuerza. Que obre en nosotros su resu-
rrección y derrote al que detentaba las llaves de la muerte.
Entonces dejaremos de invocar a Jesús de forma demasiado
exterior y material. Pues la Venida de Jesús nos invita a un
servicio más alto en el día en que quedarán destruidas
nuestras iniquidades. Entonces no dirá: "Ya no os llamo

30
Antonio no duda en subrayar así la autoridad de su palabra de padre
espiritual.
55

siervos, sino hermanos" (Jn 15,1). Una vez, pues, que ha sido
dado el espíritu de filiación adoptiva a los apóstoles, el
Espíritu Santo les enseña cómo adorar al Padre en verdad31.

En cuanto a mí, pobre y maldito de Cristo, la edad a que he


llegado me ha traído gozo y gemido de lágrimas. Porque
muchos de nuestra generación han vestido el hábito de la
obra de Dios sin conocer su poder (2 Tim 3,5). Me alegran
quienes se han dispuesto y están preparados a su liberación,
gracias a la Venida de Jesús. Pero otros, que pretenden
llevar su existencia en el Nombre de Jesús y, de hecho,
siguen su propia voluntad tanto en sus sentimientos como en
sus actos, me hacen llorar. Aquellos a quienes el tiempo les
parece siempre largo, que se han dejado desanimar, que han
rechazado el hábito de la obra de Dios para colocarse a nivel
de los animales, me hacen derramar muchas lágrimas. Es,
pues, preciso que sepáis que estos serán severamente
condenados cuando venga Jesús. Pero vosotros, queridos
hijos en el Señor, comprended bien lo que sois para aprove-
char vuestro tiempo, y preparaos a ofreceros como víctima
agradable a Dios.

Sí, es verdad, queridos hijos en el Señor, os escribo esto


como a quienes pueden comprender (1 Co 10,15) porque sois
capaces de tener incluso un conocimiento justo de vuestro
estado. Y ya sabéis que quien se conoce a sí mismo conoce a

31
En este contexto, "adorar al Padre (en espíritu y) en verdad", expresión
frecuente en las Cartas, debe comprenderse en el sentido de un paso de
la oración exterior a una oración más interior. Este paso es consecuencia
del don del Espíritu.
56

Dios y la Economía de la salvación que prepara para sus


criaturas.

Y sabed también que no es un amor puramente natural el que


os tengo, sino un amor espiritual, según Dios, ese Dios que
encuentra su gloria en la asamblea de los santos (Sal 78,8).
Preparaos, pues, porque aún tenemos intercesores que
rueguen a Dios para que ponga en nuestro corazón ese fuego
derramado en la tierra por Jesús ( Lc 12,49). Así ejercita-
réis vuestro corazón y vuestros sentidos para discernir el
bien del mal, la derecha de la izquierda, lo sólido de cuanto
no lo es.

Sabía Jesús que la materia de que está hecho este mundo


está en manos del diablo. Llamando a sus discípulos les dijo
"No acumuléis tesoros sobre la tierra, no os inquietéis por
el mañana, cada día tiene su afán" (Mt 6,19.34). Sí, queridos
hijos, cuando los vientos se calman el piloto se distrae; pero
si se alza un viento violento y contrario, muestra su compe-
tencia. A vosotros toca reconocer el tiempo al que hemos
llegado.

Estas palabras de salvación requerirían una explicación más


detallada, pero basta dar un poco al sabio para que se haga
más sabio (Pr 9,9).

Queridos hijos, os saludo a todos, del menor al mayor (Hch


8,10). Amén.
57

CARTA SÉPTIMA

Antonio os saluda, queridos hermanos en el Señor: el gozo


sea con vosotros.

No me cansaré de recordaros, miembros de la Iglesia


católica. Sabedlo: el amor que os tengo no es puramente
natural, sino espiritual y según Dios. Porque en nosotros el
amor simplemente natural es débil, inconstante, incesante-
mente abatido por vientos mudables.

Los que temen al Señor y guardan sus mandamientos son sus


servidores. Tal servicio aún no es la perfección, pero es la
justicia que, poco a poco, nos conduce al Espíritu de filiación.
He aquí por qué los profetas, los apóstoles, las asambleas de
los santos, los escogidos por Dios y a quienes se confió la
predicación apostólica, todos por la bondad de Dios Padre,
estaban unidos en Jesucristo. El apóstol Pablo dice, efecti-
vamente: "Pablo, prisionero de Jesucristo, elegido para ser
apóstol" (Rm 1,1; Ef 3,1). Que la Ley escrita os sea, pues,
una ayuda en vuestro santo servicio hasta el día en que os
sea dado dominar las pasiones y adquirir la perfección en el
santo ejercicio de la virtud, gracias al don que también
recibieron los apóstoles32 .

32
En este pasaje el don ulterior del Espíritu Santo se relaciona más
particularmente con la gracia de los apóstoles, íntimamente unidos a
Jesús con vistas a la predicación del mensaje.
58

Cuando estemos a punto de recibir esta gracia nos dirá


Jesús: "ya no os llamaré siervos sino amigos y hermanos
porque os he dado a conocer cuanto me ha enseñado el
Padre" (Jn 15,1). En efecto, quienes se han acercado a la
gracia han recibido de ella la enseñanza del Espíritu Santo,
y han conocido su naturaleza espiritual. Ahora bien, este
conocimiento de ellos mismos les hace gritar y decir: "No
hemos recibido un espíritu de servidumbre para vivir en el
temor, sino el espíritu de adopción filial, que hace gritar
¡Abba!: ¡Padre!" (Rm 8,15) para que reconozcan el don de
Dios. Porque somos herederos de Dios y coherederos de los
santos (Rm 8,17).

Hermanos queridos, llamados a compartir la herencia de los


santos, ahora estáis cerca de todas las virtudes. Todas os
pertenecen, si no os cayereis en la vida carnal sino que
permaneciereis trasparentes ante Dios.

Ahora bien, el Espíritu de Dios no entra en relación con un


alma entregada al mal, no establecer su morada en un cuerpo
herido por el pecado. Es un poder santo, que sortea las
asechanzas del mal (Sb 1,4-5).

Queridos hijos, escribo a personas capaces de comprender-


me, capaces de conocerse a sí mismas. Ahora bien, quien se
conoce, conoce a Dios; y quien lo conoce debe adorarlo como
merece.

Sí, queridos hijos en el Señor, conoceos a vosotros mismos


porque quienes se conocen, conocen el tiempo en que viven
y, conociéndolo, pueden mantenerse, sin dejarse impresionar
por las doctrinas que corren.
59

Respecto a Arrio, aparecido en Alejandría para decir cosas


contrarias a nuestra fe acerca del Hijo Único de Dios,
atribuyendo tiempo a Aquel que está fuera del tiempo33 ,
límite a quien, al contrario de las criaturas, no tiene límite
y movimiento a un Ser inmutable, sólo diré esto: si el
hombre ofende al hombre, los hombres rogarán a Dios por
él; pero si ofende a Dios ¿quienes rogarán por él? (cf. 1 Sam
2,25). Este hombre ha querido hacer demasiado por sus
propias fuerzas y el mal que así ha contraído no tiene
remedio. Si hubiera tenido el conocimiento propio de que
hablo, su lengua no hubiera dicho lo que ignora. Tras lo que
ha ocurrido, está claro que no se conocía a sí mismo.

33
San Atanasio describe con términos semejantes el testimonio dado por
San Antonio acerca de la doctrina de Arrio: "Es impío decir que hubo un
tiempo en que Él no era". La ausencia de cambio en el Verbo aparece
también en el discurso de Antonio a los filósofos.
60

CARTA A TEODORO

Antonio a Teodoro, su hijo querido: gozo en el Señor. Sabía


que el Señor no haría nada sin revelar su sentido a sus
servidores, los profetas. No me parecía, pues, necesario
indicarte lo que el Señor me ha revelado hace ya tiempo.
Pero acabo de ver a tus hermanos, con Teófilo y Copres, y
Dios me ordena escribirte lo siguiente:

Muchos de los que adoran a Cristo en verdad, y esto no


puede decirse que en todo el mundo, han caído en el pecado
después de su bautismo. Pero han llorado y se han arrepenti-
do, y Dios ha acogido sus lágrimas y su arrepentimiento.
Hasta el día en que te envío esta carta ha borrado los
pecados de quienes así se han portado. Léela a tus hermanos
para que se alegren al escucharla.

Saluda a los hermanos. También te saludan los hermanos de


aquí. Pido para que obres bien en el Señor.

Algunas citas se han tomado de:


www.mercaba.org/Desierto/cartas_de_san_antonio_del_desier.htm
VIDA DE SAN ANTONIO ABAD

por San Atanasio de Alejandría

Atanasio, obispo, a los hermanos en el extranjero

Excelente es la rivalidad en la que ustedes han entrado con


los monjes de Egipto, decididos como están a igualarlos o
incluso a sobrepasarlo en su práctica de la vida ascética. De
hecho ya hay celdas monacales en su tierra y el nombre de
monje se ha establecido por sí mismo. Este propósito de
ustedes es, en verdad, digno de alabanza, ¡y logren sus
oraciones que Dios lo cumpla!

Ustedes me pidieron un relato sobre la vida de san Antonio:


quisieran saber como llegó a la vida ascética, que fue antes
de ello, como fue su muerte, y si lo que se dice de él es
verdad. Piensan modelar sus vida según el celo de su vida.
Me alegro mucho de aceptar su petición, pues también saco
yo provecho y ayuda del solo del solo recuerdo de Antonio,
y presiento que también ustedes, después de haber oído su
historia, no sólo van a admirar al hombre, sino que querrán
emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente,
para los monjes la vida de Antonio es modelo ideal de vida
ascética.
62

Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros


de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído
muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando
hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les
cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los
recuerdos que tengo de él. Ustedes, por su parte, no dejen
de preguntar a todos los viajeros que lleguen desde acá. Así,
tal vez, con lo que cada uno cuente de lo que sepa, se tendrá
un relato que aproximadamente le haga justicia.

Bien, cuando recibí su carta quise mandar a buscar a algunos


monjes, en especial los que estuvieron unidos con él más
estrechamente. Así yo habría aprendido detalles adicionales
y podría haber enviado un relato completo. Por el tiempo de
navegación ya pasó y el hombre del correo se está poniendo
impaciente. Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo
ya sé –porque lo vi con frecuencia–, y lo que pude aprender
del que fue su compañero por un largo período y vertía agua
de sus manos. Del comienzo al fin he considerado escrupulo-
samente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque
lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos
a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca
suficiente.

Nacimiento y juventud de Antonio

Antonio fue egipcio de nacimiento. Sus padres eran de buen


linaje y acomodados. Como eran cristianos, también el mismo
creció. Como niño vivió con sus padres, no conociendo sino su
familia y su casa; cuando creció y se hizo muchacho y avanzó
63

en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar la compañía


de otros niños, su único deseo era, como dice la Escritura
acerca de Jacob (Gn 25,27), llevar una simple vida de hogar.
Por su puesto iba a la iglesia con sus padres, y ahí no
mostraba el desinterés de un niño ni el desprecio de los
jóvenes por tales cosas. Al contrario, obedeciendo a sus
padres, ponía atención a las lecturas y guardaba cuidadosa-
mente en su corazón el provecho que extraía de ellas.
Además, sin abusar de las fáciles condiciones en que vivía
como niño, nunca importunó a sus padres pidiendo una
comida rica o caprichosa, ni tenía placer alguno en cosas
semejantes. Estaba satisfecho con lo que se le ponía delante
y no pedía más.

La vocación de Antonio y sus primeros pasos en la vida


monástica

Después de la muerte de sus padres quedó solo con una


única hermana, mucho mas joven. Tenía entonces unos
dieciocho o veinte años, y tomó cuidado de la casa y de su
hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus
padres, iba, como de costumbre, de camino hacia la iglesia.
Mientras caminaba, iba meditando y reflexionaba como los
apóstoles lo dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt 4,20;
19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la
gente vendía lo que tenía y lo ponía a los pies de los apósto-
les para su distribución entre los necesitados; y que grande
es la esperanza prometida en los cielos a los que obran así
(Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la iglesia.
64

Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el pasaje, y


se escuchó el pasaje en el que el Señor dice al joven rico: Si
quieres ser perfecto, vende lo que tienes y d selo a los
pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro en el cielo
(Mt 19,21). Como si Dios le hubiese puesto el recuerdo de los
santos y como si la lectura hubiera sido dirigida especial-
mente a él, Antonio salió inmediatamente de la iglesia y dio
la propiedad que tenía de sus antepasados: 80 hectáreas,
tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su
hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo
demás, los bienes muebles que poseía, y entregó a los pobres
la considerable suma recibida, dejando sólo un poco para su
hermana.

Pero de nuevo, entró en la iglesia, escuchó aquella palabra


del Señor en el Evangelio: No se preocupen por el mañana
(Mt 6,34). No pudo soportar mayor espera, sino que fue y
distribuyó a los pobres también esto último. Colocó a su
hermana donde vírgenes conocidas y de confianza, entregán-
dosela para que fuese educada. Entonces él mismo dedico
todo su tiempo a la vida ascética, atento a sí mismo, cerca
de su propia casa. No existían aún tantas celdas monacales
en Egipto, y ningún monje conocía siquiera el lejano desierto.
Todo el que quería enfrentarse consigo mismo sirviendo a
Cristo, practicaba la vida ascética solo, no lejos de su aldea.
Por aquel tiempo había en la aldea vecina un anciano que
desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad.
Cuando Antonio lo vio, "tuvo celo por el bien" (Gl 4,18), y se
estableció inmediatamente en la vecindad de la ciudad.
Desde entonces, cuando oía que en alguna parte había un
65

alma que se esforzaba, se iba, como sabia abeja, a buscarla


y no volvía sin haberla visto; sólo después de haberla
recibido, por decirlo así, provisiones para su jornada de
virtud, regresaba.

Ahí, pues, pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su


determinación de no volver mas a la casa de sus padres ni de
pensar en sus parientes, sino de dedicar todas sus inclina-
ciones y energías a la práctica continua de la vida ascética.
Hacía trabajo manual, pues había oído que "el que no quiera
trabajar, que tampoco tiene derecho a comer" (2 Ts 3,10).
De sus entradas guardaba algo para su mantención y el resto
lo daba a los pobres. Oraba constantemente, habiendo
aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar
(Lc 18,1; 21,36; 1 Ts 5,17). Además estaba tan atento a la
lectura de la Escritura, que nada se le escapaba: retenía
todo, y así su memoria le serví en lugar de libros.

Así vivía Antonio y era amado por todos. El, a su vez, se


sometía con toda sinceridad a los hombres piadosos que
visitaba, y se esforzaba en aprender aquello en que cada uno
lo aventajaba en celo y práctica ascética. Observaba la
bondad de uno, la seriedad de otro en la oración; estudiaba
la apacible quietud de uno y la afabilidad de otro; fijaba su
atención en las vigilias observadas por uno y en los estudios
de otros; admiraba a uno por su paciencia, y a otro por
ayunar y dormir en el suelo; miraba la humildad de uno y la
abstinencia paciente de otro; y en unos y otros notaba
especialmente la devoción a Cristo y el amor que se tenían
mutuamente.
66

Habiéndose así saciado, volvía a su propio lugar de vida


ascética. Entonces hacía suyo lo obtenido de cada uno y
dedicaba todas sus energías a realizar en sí mismo las
virtudes de todos. No tenía disputas con nadie de su edad,
pero tampoco quería ser inferior a ellos en lo mejor; y aún
esto lo hacía de tal modo que nadie se sentía ofendido, sino
que todos se alegraban por él. Y así todos los aldeanos y los
monjes con quienes estaba unido, vieron que clase de
hombre era y lo llamaban "el amigo de Dios" amándolo como
hijo o hermano.

Primeros combates con los demonios

Pero el demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal


resolución en un hombre joven, sino que se puso a emplear
sus viejas tácticas contra él. Primero trató de hacerlo
desertar de la vida ascética recordándole su propiedad, el
cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor
al dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la
mesa y de todas las cosas agradables de la vida. Finalmente
le hizo presente la austeridad de todo lo que va junto con
esta virtud, despertó en su mente toda una nube de argu-
mentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.

El enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la


determinación de Antonio, y que más bien era él que estaba
siendo vencido por la firmeza del hombre, derrotado por su
sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su
confianza en las armas que están "en los músculos de su
vientre" (Job 40,16). Jactándose de ellas, pues son su
67

artimaña preferida contra los jóvenes, atacó al joven


molestándolo de noche y hostigándolo de día, de tal modo
que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de
la lucha que se libraba entre los dos. El enemigo quería
sugerirle pensamientos sucios, pero el los disipaba con sus
oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio,
sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus
oraciones y su ayuno. El perverso demonio entonces se
atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar por ella en
todas sus formas posibles durante la noche, sólo para
engañar a Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo,
reflexionó sobre la nobleza del alma creada por El, y sobre
la espiritualidad, y así apagó el carbón ardiente de la
tentación. Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el encanto
seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y
apesadumbrado, mantuvo sus propósitos con la amenaza del
fuego y del tormento de los gusanos ( Js 16,21; Sir 7,19; Is
66,24; Mc 9,48). Sosteniendo esto en alto como escudo,
pasó a través de todo sin ser doblegado.

Toda esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En


verdad, él, que había pensado ser como Dios, hizo el loco
ante la resistencia de un hombre. El, que en su engreimiento
desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un
hombre de carne en su carne. Verdaderamente el Señor
trabajaba con este hombre, El que por nosotros tomó carne
y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así, todos los
que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia
de Dios conmigo (1 Co 15,10).

Finalmente, cuando el dragón no pudo conquistar a Antonio


68

tampoco por estos últimos medios sino que se vio arrojado


de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la Escritu-
ra (Mc 9,17), cambio su persona, por decirlo así. Tal como es
en su corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y
como inclinándose ante él, ya no lo acosó más con pensamien-
tos –pues el impostor había sido echado fuera–, sino que
usando voz humana dijo: "A muchos he engañado y a muchos
he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus
esfuerzos como lo hice con tantos otros, me he demostrado
demasiado débil".

¿Quién eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.

El otro se apresuró a replicar con voz gimiente: Soy el


amante de la fornicación. Mi misión es acechar a la juventud
y seducirla; me llaman el espíritu de la fornicación. ¡A
cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de
sus sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con
mis lisonjas! Yo soy aquel por cuya causa el profeta reprocha
a los caídos: Ustedes fueron engañados por el espíritu de la
fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los hice caer. Yo soy
el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por
C,],LD". Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor
contra él, dijo: Entonces eres enteramente despreciable;
eres negro en tu alma y tan débil como un niño. En adelante
ya no me causas ninguna preocupación, porque el señor esta
conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal
117,7).

Oyendo esto, el negro desapareció inmediatamente, inclinán-


dose a tales palabras y temiendo acercarse al hombre.
69

Antonio aumenta su austeridad

Esta fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio;


más bien, digamos que este singular éxito de Antonio fue el
del Salvador, que condenó el pecado en la carne, a fin de que
la justificación de la ley se cumpliera en nosotros, que
vivimos no según la carne sino según el espíritu (Rm 8,3-4).
Pero Antonio no se descuidó ni se creyó garantido por sí
mismo por el hecho de que el demonio hubiera sido echado
a sus pies; tampoco el enemigo, aunque vencido en el comba-
te, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas
alrededor, como un león (1 P 5,8), buscando una ocasión en
su contra. Pero Antonio habiendo aprendido en las Escritu-
ras que los engaños del maligno son diversos (Ef 6,11),
practicó seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta que
aun si no se podía seducir su corazón con el placer del
cuerpo, trataría ciertamente de engañarlo por algún otro
método, porque el amor del demonio es el pecado. Resolvió
por eso, acostumbrarse a un modo mas austero de vida.
Mortificó su cuerpo más y más, y lo puso bajo la sujeción, no
fuera que habiendo vencido en una ocasión, perdiera en otra
(1 Co 9,27). Muchos se maravillaron de sus austeridades,
pero él mismo las soportaba con facilidad. El celo que había
penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por
la costumbre segunda naturaleza, de modo que aun la menor
inspiración recibida de otros lo hacía responder con gran
entusiasmo. Por ejemplo, observaba las vigilias nocturnas
con tal determinación que a menudo pasaba toda la noche sin
dormir, y eso no sólo una sino muchas veces, para admiración
de todos. Así también comía una sola vez al día, después de
70

la caída del sol; a veces cada dos días, y con frecuencia


tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación consistía
en pan y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos
mencionar carne o vino, porque tales cosas tampoco se
encuentran entre los demás ascetas. Se contentaba con
dormir sobre una estera, aunque lo hacía regularmente
sobre el suelo desnudo.

Despreciaba el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que


los jóvenes debían practicar la vida ascética con seriedad y
no andar buscando cosas que ablandan el cuerpo; debían mas
bien acostumbrarse a trabajar duro, tomando en cuenta las
palabras del apóstol: Cuando mas débil soy, mas fuerte me
siento (2 Co 12,10). Decía que las energías del alma aumentan
cuanto más débiles son los deseos del cuerpo.

Estaba además absolutamente convencido de lo siguiente:


pensaba que apreciaría su progreso en la virtud y su conse-
cuente apartamiento del mundo no por el tiempo pasado en
ello sino por su apego y dedicación. Conforme a esto, no se
preocupaba del paso del tiempo sino que cada día a día, como
si recién estuviera comenzando la vida ascética, hacía los
mayores esfuerzos hacia la perfección. Gustaba repetirse
a si mismo las palabras de san Pablo: Olvidarme de lo que
queda atrás y esforzarme por lo que está delante (Flp 3,13),
recordando también la voz del profeta Elías: Vive el Señor,
en cuya presencia estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observa-
ba que al decir este día, no estaba contando el tiempo que
había pasado, sino que, como comenzando de nuevo, traba-
jando duro cada día para hacer de sí mismo alguien que
pudiera aparecer delante de Dios: puro de corazón y
71

dispuesto a seguir Su voluntad. Y acostumbraba a decir que


la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser para el
asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre
la propia vida.

Antonio se recluye en los sepulcros más las luchas con los


demonios

Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse


a los sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea.
Pidió a uno de sus familiares que le llevaran pan a largos
intervalos. Entró entonces en una de las tumbas, el mencio-
nado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro solo.
Esto era más de lo que el enemigo podía soportar, pues en
verdad temía que ahora fuera a llenar también el desierto
con la vida ascética. Así llegó una noche con un gran número
de demonios y lo azotó tan implacablemente que quedó
tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el
dolor era tan fuerte que los golpes no podían haber sido
infligidos por ningún hombre como para causar semejante
tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no
abandona a los que esperan en El, su pariente llegó al día
siguiente trayéndole pan. Cuando abrió la puerta y lo vio
tirado en el suelo como muerto, lo levantó y lo llevó hasta la
Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus parientes
y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio
como para velar su cadáver. Pero hacia la medianoche
Antonio recobró el conocimiento y despertó. Cuando vio que
todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba despierto, le
72

hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara


y lo llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie.

El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como


antes y de nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos
estaba demasiado débil como para mantenerse en pie;
entonces oraba tendido en el suelo. Terminada su oración,
gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he acobardado con
tus golpes, y aunque mas me des, nada me separar del amor
a Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a cantar: "Si un
ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla" (Sal
26,3).

Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero


el que odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de
todos los golpes todavía tuviera valor de volver, llamó a sus
perros, y arrebatado de rabia dijo: "Ustedes ven que no
hemos podido detener a este tipo con el espíritu de forni-
cación ni con los golpes; al contrario llega a desafiarnos.
Vamos a proceder con él de otro modo".

La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa


noche, por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía
sacudido por un terremoto. Era como si los demonios se
abrieran paso por las cuatro paredes del recinto, reventan-
do a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De
repente todo el lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas
de leones, osos, leopardos, toros, serpientes, áspides,
escorpiones y lobos; cada uno se movía según el ejemplar que
había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el
toro ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se
73

retorcía sin alcanzarlo completamente; el lobo lo acometía


de frente; y el griterío armado simultáneamente por todas
estas apariciones era espantoso, y la furia que mostraba era
feroz.

Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el


dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su
espíritu vigilante. Gemía es verdad, por el dolor que ator-
mentaba su cuerpo, pero su mente era dueña de la situación,
y, como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder
sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes;
pero el Señor les quitó su fuerza, y por eso están tratando
de hacerme perder el juicio con su número; es señal de su
debilidad que tengan que imitar a las bestias". De nuevo tuvo
la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han
recibido el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al
ataque!. Y si nada pueden, ¿para qué forzarse tanto sin
ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para
nosotros y muro de salvación". Así, después de haber
intentado muchas argucias, rechinaron su dientes contra él,
porque eran ellos los que se estaban volviendo locos y no él.
De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino
que vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como
si el techo se abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los
demonios se habían ido de repente, el dolor de su cuerpo
cesó y el edificio estaba restaurado como antes. Antonio,
habiendo notado que la ayuda había llegado, respiró más
libremente y se sintió aliviado en sus dolores. Y preguntó a
la visión: "¿Dónde estaba tú? ¿Por qué no apareciste al
comienzo para detener mis dolores?"
74

Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero esperaba


verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte,
seré siempre tu ayuda y te haré famoso en todas partes."

Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que


sintió su cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel
tiempo unos treinta y cinco años edad.

Antonio busca el desierto y habita en Pispir

Al día siguiente se fue, inspirado por un celo aún mayor por


el servicio de Dios. Fue al encuentro del anciano ya antes
mencionado (3-5) y le rogó que se fuera a vivir con él en el
desierto. El otro declinó la invitación a causa de su edad y
porque tal modo de vivir no era todavía costumbre. Entonces
se fue solo a vivir a la montaña. ¡Pero ahí estaba de nuevo el
enemigo!. Viendo su seriedad y queriendo frustarla, proyec-
tó la imagen ilusoria de un disco de plata sobre el camino.
Pero Antonio, penetrando en el ardid del que odia el bien, se
detuvo y, desenmascaró al demonio en él, diciendo: " ¿Un
disco en el desierto? ¿De dónde sale esto?. Esta no es una
carretera frecuentada, y no hay huellas de que haya pasado
gente por este camino. Es de gran tamaño y no puede
haberse caído inadvertidamente. En verdad, aunque se
hubiera perdido, el dueño habría vuelto y lo habría buscado,
y seguramente lo habría encontrado porque es una región
desierta. Esto es engaño del demonio. ¡No vas a frustrar mi
resolución con estas cosas, demonio! ¡Tu dinero perezca
junto contigo!" (Hch 8,20). Y al decir esto Antonio, el disco
desapareció como humo.
75

Luego, mientras caminaba, vio de nuevo, no ya otra ilusión,


sino oro verdadero, desparramado a lo largo del camino.
Pues bien, ya sea que al mismo enemigo le llamó la atención,
o si fue un buen espíritu el que atrajo al luchador y le
demostró al demonio de que no se preocupabas ni siquiera de
las riquezas auténticas, él mismo no lo indicó, y por eso no
sabemos nada sino que era realmente oro lo que allí había. En
cuanto a Antonio, quedó sorprendido por la cantidad que
había, pero atravesó por él, como si hubiera sido fuego y
siguió su camino sin volverse atrás. Al contrario, se puso a
correr tan rápido que al poco rato perdió de vista el lugar y
quedó oculto de él.

Así, afirmándose más y más en su propósito, se apresuro


hacia la montaña. En la parte distante del río encontró un
fortín desierto que con el correr del tiempo estaba plagado
de reptiles. Allí se estableció para vivir. Los reptiles como
si alguien los hubiera echado, se fueron de repente. Bloqueó
la entrada, después de enterrar pan para seis meses –así lo
hacen los tebanos y a menudo los panes se mantienen
frescos por todo un año–, y teniendo agua a mano, desapare-
ció como en un santuario. Quedó allí solo, no saliendo nunca
y no viendo pasar a nadie. Por mucho tiempo perseveró en
esta práctica ascética; solo dos veces al año recibía pan, que
lo dejaba caer por el techo.

Sus amigos que venían a verlo, pasaban a menudo días y


noches fuera, puesto que no quería dejarlos entrar. Oían que
sonaba como una multitud frenética, haciendo ruidos,
armando tumulto, gimiendo lastimeramente y chillando:
"¡Ándate de nuestro dominio! ¿Que tienes que hacer en el
76

desierto? Tú no puedes soportar nuestra persecución". Al


principio los que estaban afuera creían que había hombres
peleando con él y que habrían entrado por medio de escale-
ras, pero cuando atisbaron por un hoyo y no vieron a nadie,
se dieron cuenta que eran los demonios los que estaban en
el asunto, y, llenos de miedo, llamaron a Antonio. El estaba
más inquieto por ellos que por los demonios. Acercándose a
la puerta les aconsejó que se fueran y no tuvieran miedo.
Les dijo: "Sólo contra los miedosos los demonios conjuran
fantasmas. Ustedes ahora hagan la señal de la cruz y
vuélvanse a su casa sin temor, y déjenlos que se enloquezcan
ellos mismos".

Entonces se fueron, fortalecidos con la señal de la cruz,


mientras él se quedaba sin sufrir ningún daño de los demo-
nios. Pero tampoco se fastidiaba de la contienda, porque la
ayuda que recibía de lo alto por medio de visiones y la
debilidad de sus enemigos, le daban gran alivio en sus
penalidades y ánimo para un mayor entusiasmo. Sus amigos
venían una y otra vez esperando, por supuesto, encontrarlo
muerto, pero lo escuchaban cantar: "Se levanta Dios y se
dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo
odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se
derrite las cera ante el fuego, así perecen los impíos ante
Dios" (Sal 67,2). Y también: "Todos los pueblos me rodea-
ban, en el nombre del Señor los rechacé" (Sal 117,10).
77

Antonio abandona su soledad y se convierte en padre


espiritual

Así pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética,


no saliendo nunca y siendo raramente visto por otros.
Después de esto, como había muchos que ansiaban y aspira-
ban imitar su santa vida, y algunos de sus amigos vinieron y
forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de
un santuario, como un iniciado en los sagrados misterios y
lleno del Espíritu de Dios. Fue la primera vez que se mostró
fuera del fortín a los que vinieron hacia él. Cuando lo vieron,
estaban asombrados al comprobar que su cuerpo guardaba
su antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de
ejercicio ni macilento por sus ayunos y luchas con los
demonios: era el mismo hombre que habían conocido antes
de su retiro.

El estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido


por la aflicción, ni disipado por la alegría, ni penetrado por
la diversión o el desaliento. No se desconcertó cuando vio la
multitud ni se enorgulleció al ver a tantos que lo recibían. Se
tenía completamente bajo control, como hombre guiado por
la razón y con gran equilibrio de carácter. Por él sanó a
muchos de los presentes que tenían enfermedades corpora-
les y liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también
a Antonio el encanto en el hablar; y así confortó a muchos en
sus penas y reconcilió a otros que se peleaban. Exhortó a
todos a no preferir nada en este mundo al amor de Cristo.
Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los bienes
venideros y la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no
perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros
78

(Rm 8,32), indujo a muchos a abrazar la vida monástica. Y


así aparecieron celdas monacales en la montaña y el desierto
se pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscri-
bían para ser ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23).

Una vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé –la


ocasión fue para una visita a los hermanos–; el canal estaba
lleno de cocodrilos. Simplemente oró, se metió con todo sus
compañeros, y pasó al otro lado sin ser tocado. De vuelta a
su celda, se aplicó con todo celo a sus santos y vigorosos
ejercicios. Por medio de constantes conferencias encendía
el ardor de los que ya eran monjes e incitaba a muchos otros
al amor de la vida ascética; y pronto, en la medida en que su
mensaje arrastraba a hombres a través de él, el número de
celdas monacales se multiplicaba y para todos era como un
padre y guía.

Conferencia de Antonio a los monjes sobre el discerni-


miento de espíritus y exhortación a la virtud (16-43)

Un día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron


una conferencia. El les habló en lengua copta como sigue:
"Las Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción.
Sin embargo, es bueno para nosotros alentarnos unos a
otros en la fe y usar de la palabra para estimularnos. Sean,
por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y
díganselo, tal como yo, siendo el mas antiguo, comparto con
ustedes mi conocimiento y mi experiencia.

Para comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no


79

renunciar a lo que hemos comenzado, para no perder el nimo,


para no decir: "Hemos pasado demasiado tiempo en esta vida
ascética". No, comenzando de nuevo cada día, aumentemos
nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy breve compa-
rada con el tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro
tiempo es nada comparada con la vida eterna. En el mundo,
todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor por
algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede
comprarse con muy poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva
setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte
son fatiga inútil" (Sal 89,10). Si, pues, todos vivimos ochenta
años o incluso cien, en la práctica de la vida ascética, no
vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en
vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro
esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en
la tierra sino lo que se nos ha prometido en el cielo. Más,
aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a
recibirlo incorruptible (1 Co 15,42).

Así, hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos


afanándonos mucho tiempo o que estamos haciendo algo
grande. Pues los sufrimientos de la vida presente no pueden
compararse con la gloria separada que nos ser revelada (Rm
8,18). No miremos hacia a través, hacia el mundo, que hemos
renunciado a grandes cosas. Pues incluso todo el mundo, y no
creamos que es muy trivial comparado con el cielo. Aunque
fuéramos dueños de toda la tierra y renunciaremos a toda
la tierra, nada sería comparado con el reino de los cielos. Tal
como una persona despreciaría una moneda de cobre para
ganar cien monedas de oro, así es que el dueño de la tierra
80

y renuncia a ella, da realmente poco y recibe cien veces más


(Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la tierra equivale el valor
del cielo, ciertamente el que entrega una poca tierra no
debe jactarse ni apenarse; lo que abandona es prácticamen-
te nada, aunque sea un hogar o una suma considerable de
dinero de lo que se separa.

"Debemos además tener en cuenta que si no dejamos estas


cosas por el amor a la virtud, después tendremos que
abandonarlas de todos modos y a menudo también, como nos
recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8; 6,2), a personas a las
que no hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué no
hacer de la necesidad virtud y entregarlas de modo que
podamos heredar un reino por añadidura? Por eso, ninguno
de nosotros tenga ni siquiera el deseo de poseer riquezas.
¿De qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con
nosotros? ¿Por qué no poseer mas bien aquellas cosas que
podamos llevar con nosotros: prudencia, justicia, templanza,
fortaleza, entendimiento, caridad, amor a los pobres, fe en
Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las poseamos,
hallaremos que ellas van delante de nosotros, preparándonos
la bienvenida en la tierra de los mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)

Perseverancia y vigilancia

"Con estos pensamientos cada uno debe convencerse que no


hay que descuidarse sino considerar que se es servidor del
Señor y atado al servicio de su Maestro. Pero un sirviente
no se va atrever a decir: "Ya que trabajé ayer, no voy a
trabajar hoy". Tampoco se va a poner a calcular el tiempo
81

que se ya ha servido y a descansar durante los día que le


quedan por delante; no, día tras día, como está escrito en el
Evangelio (Lc 12,35-38; 17,7-10; Mt 24,45), muestra la
misma buena voluntad para que pueda agradar a su patrón y
no causar ninguna molestia. Perseveremos, pues, en la
práctica diaria de la vida ascética, sabiendo de que si somos
negligentes un solo día, El no nos va a perdonar en conside-
ración al tiempo anterior, sino que se va a enojar con
nosotros por nuestro descuido. Así lo hemos escuchado en
Ezequiel (Ez 18,24.26; 33,12ss); lo mismo Judas, que en una
sola noche destruyó el trabajo de todo su pasado.

Por eso, hijos, perseveremos en la práctica del ascetismo y


no nos desalentemos. También tenemos en esto al Señor que
nos ayuda, según la Escritura: "Dios coopera para el bien"
(Rm 8,28) con todo el que elige el bien. Y en cuanto a que no
debemos descuidarnos, es bueno meditar lo que dice el
apóstol: "muero cada día" (1 Co 15,31). Realmente si nosotros
también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a
morir, no pecaríamos. En cuanto a la cita, su sentido es este:
Cuando nos despertamos cada día, deberíamos pensar que no
vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo, cuando nos vamos
a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar.
Nuestra vida es insegura por naturaleza y nos es medida
diariamente por Providencia. Si con esta disposición vivimos
nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no codiciare-
mos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos
tesoros en la tierra; sino que como quien cada día espera
morirse, seremos pobres y perdonaremos todo a todos.
Desear mujeres u otros placeres sucios, tampoco tendremos
82

semejantes deseos sino que le volveremos las espaldas como


a algo transitorio combatiendo siempre y teniendo ante
nuestros ojos el día del juicio. El mayor temor a juicio y el
desasosiego por los tormentos, disipan invariablemente la
fascinación del placer y fortalecen el nimo vacilante.

Objeto de la virtud

"Ahora que hemos hecho un comienzo y estamos en la senda


de la virtud, alarguemos nuestros pasos aún más para
alcanzar lo que tenemos delante (Flp 3,13). No miremos
atrás, como hizo la mujer de Lot (Gn 19,26), porque sobre-
todo el Señor ha dicho: "Nadie que pone la mano en el arado
y mira hacia atrás, es apto para el reino de los cielos" (Lc
9,62). Y este mirar hacia atrás no es otra cosa sino arrepen-
tirse de lo comenzado y acordarse de nuevo de lo mundano.

Cuando oigan hablar de la virtud, no se asusten ni la traten


como palabra extraña. Realmente no está lejos de nosotros
ni su lugar está fuera de nosotros; no, ella está dentro de
nosotros, y su cumplimiento es fácil camino y cruzan el mar
para estudiar las letras; pero nosotros no tenemos necesi-
dad de ponernos en camino por el reino de los cielos ni de
cruzar el mar para alcanzar la virtud. El Señor nos lo dijo de
antemano: "El reino de los cielos está dentro de nosotros y
brota de nosotros". La virtud existe cuando el alma se
mantiene en su estado natural. Es mantenida en su estado
natural cuando queda cuando vino al ser. Y vino al ser limpia
y perfectamente íntegra (Ecl 7,30). Por eso Josué, el hijo
de Nun, exhortó al pueblo con estas palabras: "Mantengan
83

íntegro sus corazones ante el Señor, el Dios de Israel" (Jos


24,26); y Juan: "Enderecen sus caminos" (Mt 3,3). El alma es
derecha cuando la mente se mantiene en el estado en que
fue creada. Pero cuando se desvía y se pervierte de su
condición natural, eso se llama vicio del alma.

La tarea no es difícil: si quedamos como fuimos creados,


estamos en estado de virtud, pero si entregamos nuestra
mente a cosas bajas, somos considerados perversos. Si este
trabajo tuviese que ser realizado desde fuera, sería en
verdad difícil; pero dado que está dentro de nosotros,
cuidémonos de pensamientos sucios. Y habiendo recibido el
alma como algo confiado a nosotros, guardémosla para el
Señor, para que el pueda reconocer su obra como la misma
que hizo.

"Luchemos, pues, para que la ira no sea nuestro dueño ni la


concupiscencia nos esclavice. Pues está escrito 'que la ira
del hombre no hace lo que agrada a Dios'( St 1,20). Y la
concupiscencia ' cuando ha concebido, da a luz el pecado; y
de este pecado, cuando esta desarrollado, nace la muerte
(St 1,15). Viviendo esta vida, mantengámonos cuidadosamen-
te en guardia y, como está escrito, guardemos nuestro
corazón con toda vigilancia (Pr 4,23). Tenemos enemigos
poderosos y fuertes: son los demonios malvados; y contra
ellos 'es nuestra lucha', como dice el apóstol, 'no contra
gente de carne y hueso, sino contra las fuerzas espirituales
de maldad en las regiones celestiales, es decir, los que
tienen mando, autoridad y dominio en este mundo oscuro'
(Ef 6,12). Grande es su número en el aire a nuestro alrede-
dor, y no están lejos de nosotros. Pero la diferencia entre
84

ellos es considerable. Nos llevaría mucho tiempo dar una


explicación de su naturaleza y distinciones, tal disquisición
es para otros más competentes que yo; lo único urgente y
necesario para nosotros ahora es conocer sólo sus villanías
contra nosotros.

Artificios de los demonios

En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no


fueron creados como demonios, tal como entendemos este
término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos
fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría
celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por
una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y,
envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada
para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al
lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha
oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del
Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser
capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de
ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han
de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y
maquinaciones numerosas. Bien sabían el santo apóstol y sus
discípulos cuando decían: conocemos muy bien su mañas (2
Co 2,11). Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias,
deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo,
habiendo hecho en parte esta experiencia, les hablo a
ustedes como a mis hijos.

"Cuando ellos ven que los cristianos en general, pero en


85

particular los monjes, trabajan con cuidado y hacen progre-


sos, primero los asaltan y los tientan colocándoles continua-
mente obstáculos en el camino (Sal 139,6). Estos obstáculos
son los malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de
sus asechanzas, pues se las desbarata pronto con la oración,
el ayuno y la confianza en el Señor. Sin embargo, aunque
desbaratados, no cesan sino que vuelven ataque con toda
maldad y astucia. Cuando no pueden engañar el corazón con
placeres abiertamente impuros, cambian su táctica y van de
nuevo al ataque. Entonces urden y fingen apariciones para
espantar el corazón, transformándose e imitando mujeres,
bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de
guerreros. Pero ni aún así deben aplastarnos el miedo a
semejantes fantasmas, ya que no son nada sino pura vanidad,
especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz.

En verdad, son atrevidos y extraordinariamente desvergon-


zados. Si en este punto también se los derrota, avanzan una
vez más con nueva estrategia. Pretender profetizar y
predecir futuros acontecimientos. Aparecen mas altos que
el techo, fornidos y corpulentos. Su propósito es, si es
posible, arrebatar con tales apariciones a los que no han
podido engañar con pensamientos. Y si hallan que aún el alma
permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza
hacen intervenir a su jefe.

Este aparece a menudo de esta manera como, por ejemplo,


se lo reveló el Señor a Job: "Sus ojos son como los párpados
del alba. De su boca salen antorchas encendidas, chispas de
fuego saltan fuera. De sus narices sale humo, como de olla
o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de
86

su boca sale llama" (Jb 41,18-21). Cuando el jefe de los


demonios aparece de esta manera, el bribón trata de
aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar bravucón, tal
como fue desenmascarado por el Señor cuando dijo a Job:
'Tiene toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina
se burla; hace hervir como una olla el mar profundo, y lo
revuelve como una olla de ungüento' (Jb 41,29.31); también
dice el profeta: 'Dijo el enemigo: los perseguiré y alcanzaré'
(Ex 15,9); y en otra parte:' Y halló mi mano como nido las
riquezas de los pueblos, y como se recogen los huevos
abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra' (Is 10,14)

Esta es, en resumen, la jactancia de la que alardean, estas


son las peroratas que hacen para engañar al que teme a Dios.
Con toda confianza no necesitamos temer sus apariciones ni
poner atención a sus palabras. Es sólo un embustero y no hay
verdad en nada en lo que dice. Cuando habla semejantes
tonterías y lo hace con tanta jactancia, no se da cuenta de
como es arrastrado con un garfio como dragón por el
Salvador (Jb 41,1-2), con un cabestro como animal de carga,
con sus narices con anillo como esclavo fugitivo, y con sus
labios atravesados por una abrazadera de hierro. Ha sido,
pues, atrapado como gorrión para nuestra diversión. Tal él
como sus compañeros fueron tratados así para ser pisotea-
dos como escorpiones y culebras (Lc 10,19) por nosotros los
cristianos; y prueba de ello es el hecho de que seguimos
existiendo a pesar de él. En verdad, noten que él, que
prometió que iba a secar el mar y apoderarse de todo el
mundo, no puede impedir nuestras practicas ascéticas ni que
yo hable contra él. Por eso, no demos atención a lo que pueda
87

decir, porque es un mentiroso redomado, ni temamos sus


apariciones, porque también son mentiras. Ciertamente no
es verdadera luz la que aparece en ellos, más bien es mero
comienzo y parecido del fuego preparados para ellos
mismos; y con lo mismo que serán quemados tratan aterrori-
zar a los hombres. Aparecen, es verdad, pero desaparecen
de nuevo en el momento, sin dañar a ningún creyente,
mientras se llevan consigo esa apariencia del fuego que los
espera. Por eso, no hay ninguna razón para tenerles miedo,
pues por la gracia de Cristo todas sus tácticas terminan en
nada.

"Pero son traicioneros y están preparados para soportar


cualquier cambio o transformación. A menudo, por ejemplo,
pretenden cantar salmos, sin aparecer, y citan textos de la
Escrituras. También algunas veces, cuando estamos leyendo,
repiten como eco lo que hemos leído. Cuando vamos a dormir,
nos despiertan para orar, y esto lo hacen continuamente,
dejándonos dormir apenas. Otra veces se disfrazan de
monjes y simulan piadosas conversaciones, teniendo como
meta engañar con su apariencia y arrastran entonces a sus
víctimas adonde quieren. Pero no debemos prestarle
atención, aunque nos despierten para orar, aunque nos
aconsejen no comer del todo, aunque pretendan acusarnos
de cosas que antes aprobaban. Hacen esto no por amor a la
piedad o a la verdad, sino para inducir al inocente a la
desesperación, presentar la vida ascética como sin valor y
hacer que los hombres tomen fastidio por la vida solitaria
como algo tosco y demasiado pesado, y hacer caer a los que
llevan tal vida.
88

Por eso profeta enviado por el Señor a tales infelices con


estos términos: ¡Ay del que da de beber a prójimo un mal
trago! (Hab 2,15). Tales argumentos son desastrosos par el
camino que conduce a la virtud. Nuestro Señor mismo,
aunque incluso los demonios hablaban la verdad –pues decían
verdaderamente: Tú eres el Hijo de Dios (Lc 4,41)–, sin
embargo los hizo callar y les prohibió hablar. No quiso que
desparramaran su propia maldad junto con la verdad, y
tampoco deseaba que nosotros les hiciéramos caso aunque
aparentemente hablaban la verdad. Por eso, pues, es
inconveniente que nosotros, que poseemos las Escrituras y
la libertad del Salvador, seamos enseñados por el demonio,
por él, que no quedó en su puesto (Judas 6), sino que
constantemente ha cambiado de parecer. Por eso también
les prohibe usar citas de la Escritura al decir: Dios dice al
pecador ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en
tu boca mi Alianza? (Sal 49,19). Ciertamente ellos hacen de
todo: hablan, gritan, engañan, confunden, y todo para
engañar al simple. Arman también tremendos estrépitos,
lanzan risas tontas y silbidos. Si nadie les hace caso, lloran
y se lamentan como derrotados.

"El Señor, por eso, porque es Dios, hizo callar a los demo-
nios. En cuanto a nosotros, hemos aprendido nuestras
lecciones de los santos, hacemos como ellos hicieron e
imitamos su valor. Pues cuando ellos veían tales cosas,
acostumbraban a decir: Cuando el pecador se levantó contra
mí, guardé silencio resignado, no hablé con ligereza (Sal
38,2); y en otra parte: Pero yo como un sordo no oigo, como
un mudo no abro la boca; soy como uno que no oye (Sal
89

37,14). Así también nosotros no los escuchemos, mirándolos


como extraño, no prestándole atención, aunque nos despier-
ten para la oración o nos hablen de ayunos. Sigamos atentos
más bien a la práctica de la vida ascética como es nuestro
propósito, y no nos dejemos engañar por los que practican la
traición en todo lo que hacen. No debemos tenerles miedo
aunque aparezcan para atacarnos y amenazarnos con la
muerte. En realidad, son débiles y no pueden hacer más que
amenazar.

Impotencia de los demonios

Bien, hasta ahora he hablado de este tema sólo al pasar.


Pero ahora no debo dejarlo de tratar con mayores detalles;
recordarles esto puede redundar sólo en su mayor seguri-
dad.

Desde que el Señor habitó con nosotros, el enemigo cayó y


sus poderes declinaron. Por eso no puede nada; Sin embargo,
aunque han caído, no puede quedarse quieto sino que como
tirano que no puede hacer otra cosa, se va en amenazas,
aunque ellas sean puras palabras. Cada uno acuérdese de
esto y podrá despreciar a los demonios. Se estuvieran
confiados a cuerpos como los nuestros, deberíamos decir
entonces: A la gente que se esconde, no la vamos a encon-
trar; pero si los encontramos, los vamos a dañar. Y en este
caso podríamos escapar de ellos escondiéndonos y trancando
las puertas. Pero éste no es el caso, y pueden entrar a pesar
de estar trancadas la puertas; vemos que están presentes
en todas partes en el aire, ellos y su jefe, el demonio, y
90

sabemos que su voluntad es mala y que están inclinados a


dañar, y que como dice el Salvador, el demonio ha sido
homicida desde el principio (Jn 8,44); entonces si a pesar de
todo vivimos, y vivimos nuestra vidas desafiándolo, es claro
que no tiene ningún poder. Como ustedes ven, el lugar no les
impide su conspiración; tampoco nos ven amables hacia ellos
como para que nos perdonen, ni son tampoco amantes del
bien como para cambiar sus caminos. No, al contrario, ellos
son malos y nada hay que deseen más ansiosamente que
hacer daño a los amantes de la virtud y a los adoradores de
Dios. Por la simple razón de que son impotentes para hacer
algo, nada hacen excepto amenazar. Si pudieran, estén
ustedes seguros de que no esperarían sino que realizarían
sus fuertes deseos: el mal, y eso contra nosotros. Noten,
por ejemplo, como ahora estamos reunidos aquí hablando
contra ellos, y ellos saben además que en la medida en que
hacemos progresos, ellos se debilitan. En verdad, si estuvie-
ra en su poder, no dejarían vivo a ningún cristiano, porque el
servicio de Dios es abominación para el pecador (Sir 1,25).
Puesto que no pueden nada, se hacen daño a sí mismos, ya
que no pueden llevar a cabo sus amenazas.

Además, esto otro debería ser tomado en cuenta para


acabar con el miedo a ellos: si tuvieran algún poder, no
vendrían en manada, ni recurrirían a apariciones, ni usarían
el artificio de transformarse. Bastaría que viniera uno solo
e hiciera lo que fuera capaz de hacer o a lo que tuviera
inclinación. Lo más importante de todo es que el que tiene
realmente poder no se esfuerza en matar con fantasmas ni
trata de aterrorizar con hordas sino que sin más trámites
91

usa su poder como quiere. Pero actualmente los demonios,


impotentes como son, hacen piruetas como si estuvieran
sobre un escenario, cambiando sus formas en espantajos
infantiles, con manadas ilusorias y muecas, con todo lo cual
su debilidad se hace todavía más despreciable. Estemos
seguros: El ángel verdadero enviado por el Señor contra los
asirios no tuvo necesidad de múltiples, ni de ilusiones
visibles, ni de soplidos resonantes, ni de sonajeras; no, él
ejerció su poder tranquilamente y de una vez mató a ciento
ochenta y cinco mil de ellos (2 R 19,35). Pero los demonios
impotentes criaturas como son, tratan de aterrorizar, ¡y eso
con mero fantasmas!

Si alguien al examinar la vida de Job, dijera: ¿Por qué,


entonces, siguió el demonio haciendo cosas contra él? Lo
despojó de sus posesiones, mató a sus hijos y lo hirió con
graves úlceras (Job 1,13ss; 2,7), que esa persona se dé
cuenta de que no se trata de que el demonio tuviera poder
para hacer eso, sino que Dios el entregó a Job para que lo
tentara (Job 1,12). Por su puesto no tenía poder para
hacerlo; lo pidió y actuó sólo después de haberlo recibido.
Aquí tenemos otra razón para despreciar al enemigo, pues
aunque tal era su deseo, no fue capaz de vencer a un hombre
justo. Si el poder hubiera sido suyo, no hubiera necesitado
pedirlo, y el hecho de que lo pidiera no una sino dos, muestra
su debilidad y incapacidad. No es extraño de que no tuviera
poder contra Job, cuando le fue imposible destruir ni
siquiera sus ganados a menos de que Dios accediera a ello.
Pero no tiene poder ni siquiera contra los cerdos, como está
escrito en el Evangelio: Y los espíritus malos rogaron al
92

Señor: déjanos entrar en esos cerdos, mucho menos sobre


los hombres hechos a imagen de Dios.

Por eso, se debe temer sólo a Dios y despreciar esos seres,


sin tenerles miedo en absoluto. Y cuanto mas se dediquen a
tales cosas, tanto más dediquémonos nosotros a la vida
ascética para contraatacarlos, pues una vida recta y la fe en
Dios son una gran arma contra ellos. Temen a los ascetas por
su ayuno, sus vigilias, sus oraciones, su mansedumbre,
tranquilidad, desprecio del dinero, falta de presunción,
humildad, amor a los pobres, limosnas, ausencias de ira, y,
más que todo para que nadie los pisotee, su lealtad a Cristo.
Esta el la razón por lo que hacen todo para que nadie los
pisotee. Conocen la gracia dada por el Salvador a los creyen-
tes cuando dice: "Miren: yo les he dado poder para pisotear
serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo (Lc
10,19).

Falsas predicciones del futuro

"Asimismo, si pretenden predecir el futuro, no les hagan


caso. A veces, por ejemplo, nos comunican días antes la
visita de hermanos, y efectivamente llegan. Pero no es que
se preocupen de sus oyentes que hacen esto, sino para
inducirlos a colocar su confianza en ellos, y así, cuando los
tienen bien a mano poder destruirlos. No los escuchemos
sino que echémoslo fuera, pues no lo necesitamos. ¿Qué de
prodigioso hay en ellos, que tienen cuerpos mas sutiles que
los hombres, viendo que alguien se pone de camino, se le
adelanten y anuncien su llegada? Una persona de a caballo
93

podría también adelantarse a uno a pie y dar la misma


información. Así, pues, tampoco en esto hay que asombrarse
de ellos. No tienen ningún conocimiento previo de lo que
todavía no ha sucedido, sino que sólo Dios conoce todas las
cosas antes de que sean (Dn 13,42). En este punto son como
ladrones que corren delante y anuncian lo que vieron. En
este mismo momento, ¡a cuántos ya les habrán comunicado
lo que estamos haciendo, como estamos aquí discutiendo
sobre ellos, antes de que ninguno de nosotros pueda levan-
tarse e informar de lo mismo! Pero hasta un niño veloz haría
correr lo mismo, adelantándose a una persona más lenta. Les
voy a aclarar con un ejemplo lo que quiero decir. Si alguien
quiere ponerse en viaje desde la Tebaida o de cualquier otro
lugar, antes de que efectivamente parta no saben si van a
salir o no; pero en cuanto lo ven caminar, se adelantan y
anuncian su llegada de antemano. Y así sucede que después
de algunos días, llega. Pero a veces, sin embargo, el viajero
se vuelve, y el informe es falso.

También a veces hablan tonterías con respecto al agua del


Río. Por ejemplo, viendo lluvias en las regiones de Etiopía y
sabiendo que las avenidas del Río tienen su origen, se
adelantan y lo anunciantes de que el agua alcance Egipto. Los
hombres también podrían hacerlo, si pudieran correr tan
rápido como ellos. Y tal como el atalaya de David (2 S 18,24),
subiéndose a una altura, logró un vistazo del que llegaba
antes del que estaba debajo, y echando a correr le informó
antes que los demás, no lo que aún no había pasado, sino lo
que estaba por suceder en el acto, así también los demonios
se apresuran a anunciar cosas a otros con el solo fin de
94

engañarlos. En verdad, si entre tanto la Providencia tuviera


una disposición especial en cuanto al agua o a los viajeros, y
esto es perfectamente posible, entonces se vería que el
informe de los demonios es mentira, y quedarían engañados
los que pusieron su confianza en ellos.

Así surgieron los oráculos griegos y así fue descarriado el


pueblo de la antigüedad por los demonios. Con esto hay que
decir también cuanto engaño fue preparado para el futuro,
pero el Señor vino para suprimir los demonios y su villanía.
No conocen nada fuera de sí mismos, pero ven otros tienen
conocimientos y entonces, como ladrones, se apoderan de él
y lo desfiguran. Practican más la conjetura que la profecía.
Por eso, aunque a veces parezcan estar en la verdad, nadie
debería maravillarse. En realidad, también los médicos, cuya
experiencia en enfermedades les viene de haber observado
la misma dolencia en diferentes personas, hacen a menudo
conjeturas sobre la base de su práctica y predicen lo que va
a pasar. También los pilotos y campesinos, observando las
condiciones del tiempo, por su experiencia pronostican si va
a ver temporal o buen tiempo. A nadie se le ocurriría decir
que profetizan por inspiración divina, sino por la experiencia
que da la práctica. En consecuencia, si también los demonios
adivinan algunas de estas mismas cosas y las dicen, no por
eso ustedes tienen que asombrarse ni hacerles caso en
absoluto. ¿De que les sirve a los oyentes saber días antes
los que va a pasar? ¿O qué afán en saber tales cosas, aún
suponiendo que tal conocimiento resulte verdad? Seguro que
no es ése el elemento fundamental de la virtud ni tampoco
prueba de nuestro progreso. Pues nadie es juzgado por lo
95

que no sabe, y nadie es llamado bienaventurado por lo que ha


aprendido y sabe; y el juicio que nos espera a cada uno es si
hemos guardado la fe y observado fielmente los mandamien-
tos.

"De ahí de que no sea propio nuestro darle importancia a


estas cosas ni afanarnos en la vida ascética con el fin de
saber el futuro, sino para agradar a Dios viviendo bien.
Deberíamos orar, no para saber el futuro, ni deberíamos
pedir esto como recompensa por la práctica ascética, sino
que el fin de nuestra oración ha de ser lo que el Señor sea
nuestro compañero para lograr la victoria sobre el demonio.
Pero si algún día llegamos a conocer el futuro, mantengamos
pura nuestra mente. Tengo la absoluta confianza de que si
el alma es pura íntegramente y está en su estado natural,
alcanza la claridad de visión y ve más y más lejos que los
demonios. A ellos el Señor les revela las cosas. Tal era el
alma de Eliseo que vio lo que pasó que Giezi (2 R 5,26), y
contempló los ejércitos que estaban cerca (2 R 6,17).

Discernimiento de los espíritus

"Ahora, pues, cuando se les aparezcan de noche y quieran


contarles el futuro o les digan: Somos los ángeles, ignórenlo
porque están mintiendo. Si alaban su práctica de la vida
ascética o los llaman santos, no los escuchen ni tengan nada
que ver ellos. Hagan mas bien la señal de la Cruz sobre
ustedes, sobre su morada y oración, y los verán desapare-
cer. Son cobardes y le tienen terror mortal a la señal de la
Cruz de nuestro Señor, desde que en la Cruz el Señor los
96

despojó e hizo escarmiento con ellos (Col 2,15). Pero si


insisten con mas desvergüenza todavía, bailando en torno y
cambiando su apariencia, no les teman ni se acobarden ni les
presten atención como si fueran buenos; es totalmente
posible distinguir entre el bien y el mal cuando Dios lo
garantiza. Una visión de los santos no es turbulenta, pues no
contendrá ni gritar , y nadie oirá su voz por las calles (Mt
12,19; Is 42,2). Tal visión llega tan tranquila y suave que de
inmediato hay alegría, gozo y valor en el alma. Con ellos está
nuestro Señor, que es nuestra alegría, y el poder de Dios
Padre. Y los pensamientos del alma permanecen sin molestia
ni oleaje, de modo que en su propia brillante transparencia
posible contemplar la aparición. Un anhelo de las cosas
divinas y de la vida futura se posesiona del alma, y su deseo
es unirse totalmente a ellos y poder partir con ellos. Pero si
algunos, por ser humanos, tienen miedo ante la visión de los
buenos, entonces los que aparecen expulsan el temor por el
amor, como lo hizo Gabriel con Zacarías (Lc 1,13), y el ángel
que apreció a las mujeres en el santo sepulcro (Mt 28,5), y
el ángel que habló a los pastores: No teman (Lc 2,10). Temor
en estos casos, no es cobardía del alma sino conciencia de la
presencia de seres superiores. Tal es, pues, la visión de los
santos.

Por otra parte, el ataque y la aparición de los malos están


llenos de confusión, acompañados de ruidos, bramidos y
alaridos; bien podría ser el tumulto de muchachos groseros
o salteadores. Esto al comienzo ocasiona terror en el alma,
disturbios y confusión de pensamientos, desaliento, odio de
la vida ascética, tedio, tristeza, recuerdo de los parientes,
97

miedo de la muerte; luego viene el deseo del mal, el despre-


cio de la virtud y un completo cambio de carácter. Por eso,
si ustedes tienen una visión y sienten miedo, pero si el miedo
se lo quitan inmediatamente y en su lugar les viene una
inefable alegría y contento, valor, recuperación de la fuerza
y de la calma de pensamiento y de todo lo demás que he
mencionado, y valentía de corazón y amor de Dios, entonces
alégrense y oren; su gozo y la tranquilidad de su alma dan
prueba de la santidad de Aquel que está presente. Así
Abraham, viendo al Señor, se alegró (Jn 8,56), y Juan,
oyendo la voz de María, la Madre de Dios, saltó de gozo (Lc
1,41). Pero si tienen visiones que los sorprenden y confunden
y al tumulto por doquier y apariciones terrenas y amenazas
de muerte y todo lo demás que mencioné, entonces sepan
que la visita es del malo.

"Tengan también esta otra señal: si el alma sigue con miedo,


el enemigo está presente. Los demonios no quitan el miedo
que producen, como lo hizo el gran arcángel Gabriel con
María y Zacarías, y el se le apareció a las mujeres en el
sepulcro. Los demonios, al contrario, cuando ven que los
hombres tienen miedo, aumentan sus fantasmagorías, para
aterrorizarlos aún más, luego bajan y los engañan diciéndo-
les: Póstrense y adórennos (Mt 4,9). Así engañaron a los
griegos, pues entre ellos los había, tomados falsamente por
dioses. Pero nuestro Señor no permitió que fuéramos
engañados por el demonio, cuando una vez le reprochó que
intentara utilizar sus alucinaciones con El: Apártate,
Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y
al el sólo lo servirás (Mt 4,10). Por eso, despreciemos más y
98

más al autor del mal, pues lo que dijo nuestro Señor fue por
nosotros: cuando los demonios oyen tales palabras, son
expulsados por el Señor que con estas palabras los repren-
dió.

"No debemos jactarnos de echar fuera a los demonios ni


darnos aires por curaciones realizadas; no debemos honrar
sólo al que expulsa demonios y despreciar al que no lo hace.
Que cada uno observe atentamente la vida ascética de otro,
entonces que la imite y emule, o que la corrija. Pues hacer
milagros no es asunto nuestro. Eso está reservado sólo para
nuestro Salvador. El, por otra parte, dijo a los discípulos:
Alégrense, no porque los demonios se les sometan, sino
porque sus nombres están escritos en el cielo (Lc 10,20). Y
el hecho de que nuestros nombres estén escrito en el cielo
es testimonio para nuestra virtud, pero en cuanto a expulsar
demonios, eso es don del Salvador que él concede. Por eso,
a los que se jactaban no de su virtud sino de sus milagros y
decían: ¿Señor, no hemos expulsado demonios en tu nombre
y no hemos obrado milagros también en tu nombre? (Mt
7,22). El respondió: En verdad, les digo que no los conozco
(Mt 7,23), pues el Señor no conoce el camino de los impíos
(Sal 1,6). En resumen, se debe orar, como he dicho, por el
don de discernimiento de espíritus, a fin de que, como esta
escrito, no creamos a cada espíritu.

Antonio narra sus experiencias con los demonios

En realidad, ahora querría detenerme y no decir nada más


que viniera de mí mismo, ya que basta con lo que se ha dicho.
99

Pero para que ustedes no piensen que simplemente digo


estas cosas por hablar, sino para que puedan convencerse de
que lo hago por verdadera experiencia, por eso quiero
contarles lo que he visto en cuanto a las prácticas de los
demonios. Tal vez me llamen tonto, pero el Señor que está
escuchando sabe que mi conciencia es limpia y que no es por
mí mismo sino por ustedes para alentarlos que digo todo
esto.

¡Cuántas veces me llamaron bendito, mientras yo los malde-


cía en el nombre del Señor! ¡Cuántas veces hacían prediccio-
nes acerca del agua del Río! Y yo les decía: ¿Y qué tienen que
ver ustedes con esto?. Una vez llegaron con amenazas y me
rodearon como soldados armados hasta los dientes. En otra
ocasión llenaron la casa con caballos y bestias y reptiles,
pero yo canté el salmo: "Unos confían en sus carros, otros
en su caballería, pero nosotros confiamos en el nombre del
Señor Dios nuestro" (Sal 19,8), y a esta oración fueron
rechazados por el Señor. Otra vez, en la obscuridad llegaron
con una luz fatua diciendo: 'Hemos venido a traerte luz,
Antonio'. Pero cerré mis ojos, oré, y de un golpe se apago la
luz de los impíos. Pocos meses después llegaron cantando
salmos y citando las Escrituras. 'Pero yo fui como un sordo
que no oye' (Sal 37,14). Una vez sacudieron la celda de un
lado para otro, pero yo oré, permaneciendo inconmovible en
mi mente. Entonces volvieron haciendo un ruido continuo,
dando golpes, silbando y haciendo cabriolas. Pero yo me puse
a orar y a cantar salmos, y entonces comenzaron a gritar y
a lamentarse como si estuvieran completamente agotados,
y yo alabé al Señor que redujo a nada su descaro e insensa-
100

tez y les dio una lección.

Una vez se me apareció en visión un demonio realmente


enorme, que tuvo la desfachatez de decir: 'Soy el Poder de
Dios', y 'Soy la Providencia'. ' ¿Por favor qué deseas que te
otorgue?'. Entonces yo le soplé mi aliento, invocando el
nombre de Cristo, e hice empeño por golpearlo. Parece que
tuve éxito, porque al instante, grande como era, desapareció
él, y todos sus compañeros junto con él, al nombre de Cristo.
Otra vez que yo estaba ayunando, se llegó a mí el taimado
acarreando panes ilusorios. Se puso a darme consejos:
"¡Come y déjate de tus privaciones! También tú eres hombre
y estás punto de enfermarte". Pero yo, notando su superche-
ría, me levanté a orar y no pudo aguantarlo. Desapareció
como humo a través de la puerta.

¡Cuántas veces me mostró en el desierto una visión de oro


que yo podía tocar y buscar! Pero me le opuse cantando un
salmo y se disolvió. Me golpeó a menudo, y yo decía: "Nada
podrá separarme del amor de Cristo" (Rm 8,35), y entonces
¡ellos se golpeaban unos a otros! Pero no fui yo quien detuvo
y paralizó sus esfuerzos, sino el Señor que dijo: "Vi a
Satanás cayendo del cielo como un relámpago" (Lc 10,18)

Hijitos míos acuérdense de lo que dijo el apóstol: "Me


apliqué esto a mí mismo" (1 Co 4,6), y aprenderán a no
descorazonarse en su vida ascética y a no temer las ilusio-
nes del demonio y sus compañeros.

"Ya que me ha hecho loco entrando en todas sus cosas,


escuchen también lo que sigue, para que pueda servirles
para su seguridad; créanme, no miento. Una vez escuché un
101

golpe en la puerta de mi celda, salí afuera y vi una figura


enormemente y alta. Cuando le pregunté: ¿Quién eres?, me
contestó: 'Soy Satanás'. ¿Qué estás haciendo aquí? El
respondió: ¿Qué falta me encuentran los monjes y los demás
cristianos sin ninguna razón? ¿Por qué me echan a cada
rato?. Bien, ¿por qué los molestas?, le dije.

El contestó: No soy yo quien los molesta, sino que sus


molestias tienen su origen en ellos mismos, porque yo me he
debilitado. ¿No han leído acaso; El enemigo ha sido desarma-
do, arrasaste sus ciudades? (Sal 9,7). Ahora no tengo lugar,
armas, ni ciudad. En todas partes hay cristianos y hasta el
desierto está lleno de monjes. Que se dediquen a sus
propios asuntos y no me maldigan sin causa.

Entonces me maravillé ante la gracia del Señor y le dije:


Aunque eres siempre mentiroso y nunca hablas la verdad, sin
embargo esta vez has dicho la verdad, por más que te
desagrade hacerlo. Ves tú, Cristo con su venida te hizo
impotente, te derribó, te despojó. El oyendo el nombre del
Salvador e incapaz de soportar el calor que esto causaba, se
desvaneció. Por eso, si incluso el mismo demonio confiesa
que no tienen poder, deberíamos despreciarlo totalmente. El
malo y sus sabuesos tienen, es verdad, todo un acopio de
bellaquerías, pero nosotros, sabiendo su debilidad, podemos
despreciarlos. No nos entreguemos, pues, ni desalentemos,
ni dejemos que haya cobardía en nuestra alma ni causemos
miedo a nosotros mismos pensando: ¡Ojalá que no venga el
demonio y me haga caer! ¡Ojalá que no venga y me lleve para
arriba o para abajo, o aparezca de repente y me saque de
mis casillas! No deberíamos tener en absoluto semejantes
102

pensamientos ni afligirnos como si fuéramos a perecer. Mas


bien tengamos valor y alegrémonos siempre como hombres
que están siendo salvados. Pensemos que el Señor está con
nosotros, El que ahuyentó los malos espíritus y les quitó su
poder.

Meditemos siempre sobre esto y recordemos que mientras


el Señor esté con nosotros, nuestros enemigos no nos harán
daño. Pues cuando vienen, actúan tal como nos encuentran,
y en el estado del alma en que nos encuentren, de ese modo
presentan sus ilusiones. Si nos ven llenos de miedo y de
pánico, inmediatamente toman posesión como bandoleros que
encuentran la plaza desguarnecida; todo lo que pensemos de
nosotros mismos, lo aprovecharán con interés redoblado. Si
nos ven con temerosos y acobardados, van a aumentar
nuestro miedo lo más que puedan en forma de imaginaciones
y amenazas, y así la pobre alma es atormentada para el
futuro. Pero si nos encuentran alegrándonos con el Señor,
meditando en los bienes que han de venir y contemplando las
cosa que son del Señor; considerando que todo está en sus
manos y que el demonio no tiene poder sobre un cristiano;
que, de hecho, no tiene poder sobre nadie absolutamente,
entonces, viendo al alma salvaguardada con tales pensamien-
tos, se avergüenzan y se vuelven. Así, cuando el enemigo vio
a Job fortificado, se retiró de él, mientras que encontrando
a Judas desprovisto de toda defensa, lo tomó prisionero.

Por eso, si queremos despreciar al enemigo, mantengamos


siempre nuestro pensamiento en las cosas del Señor y que
nuestra alma se goce con la esperanza (Rm 12,12). Veremos
entonces cómo los engaños del demonio se desvanecen como
103

humo, y los veremos huir en lugar de perseguirnos. Ellos son,


como dije, abyectos, cobardes, siempre recelosos del fuego
preparados para ellos (Mt 25,41).

"Observen también esto con respecto a la intrepidez que


deben tener en su presencia. Cada vez que venga una
aparición, no se derrumben inmediatamente llenos de
cobarde miedo, sino que, sea lo que sea, pregunten primero
con corazón resuelto: ¿Quién eres tú y de dónde vienes?. Si
es una visión buena, los va a tranquilizar y a cambiar su
miedo en alegría. Sin embargo, si tiene que ver con el
demonio, va a desvanecerse al instante viendo el decidido
ánimo de ustedes, ya que la simple pregunta, ¿quién eres y
de dónde vienes?, es la señal de tranquilidad. Así lo aprendió
el hijo de Nun (Jos 5,13s), y el enemigo no se libró de ser
descubierto cuando Daniel lo interrogó (Dn, 13-59).

Virtud monástica

Mientras Antonio discurría sobre estos asuntos con ellos,


todos se regocijaban. Aumentaba en algunos la virtud, en
otros desaparecía la negligencia, y en otros la vanagloria era
reprimida. Todos prestaban consejos sobre los ardides del
enemigo, y se admiraban de la gracia dada a Antonio por el
Señor para discernir los espíritus.

Así sus solitarias celdas en las colinas eran como las tiendas
llenas de coros divinos, cantando salmos, estudiando,
ayunando, orando, gozando con la esperanza de la vida
futura, trabajando para dar limosnas y preservando el amor
104

y la armonía entre sí. Y en realidad, era como ver un país


aparte, una tierra de piedad y justicia. No había malhecho-
res ni víctimas del mal ni acusaciones del recaudador de
impuestos, sino una multitud de ascetas, todos con un solo
propósito: la virtud. Así, al ver estas celdas solitarias y la
admirable alineación de los monjes, no se podía menos que
elevar la voz y decir: "¡Qué hermosas son las tiendas, oh
Jacob! ¡Tus habitaciones, oh Israel! Como arroyos están
extendidas, como huertos junto al río, como tiendas planta-
das por el Señor, como cedros junto a las aguas" (Núm
24,5).

Antonio volvió como de costumbre a su propia celda e


intensificó sus prácticas ascéticas. Día tras día suspiraba en
la meditación de las moradas celestiales (Jn 14,12), con todo
anhelo por ellas, viendo la breve existencia del hombre. Al
pensamiento de la naturaleza espiritual del alma, se aver-
gonzaba cuando debía aprestarse a comer o dormir o a
ejecutar las otras necesidades corporales. A menudo,
cuando iba a compartir su alimento con otros monjes, le
sobrevenía el pensamiento del alimento espiritual y rogando
que le perdonaran, se alejaba de ellos, como si le diera
vergüenza de que otros lo vieran comiendo. Comía, por su
puesto, porque su cuerpo lo necesitaba, y frecuentemente
lo hacía también con los hermanos, turbado a causa de ellos,
pero hablándoles por la ayuda que sus palabras significaban
para ellos. Acostumbraba a decir que se debía dar todo su
tiempo al alma más bien que al cuerpo. Ciertamente, puesto
que la necesidad lo exige, algo de tiempo tiene que darse al
cuerpo, pero en general deberíamos dar nuestra primera
105

atención al alma y buscar su progreso. Ella no debería ser


arrastrada hacia abajo por los placeres del cuerpo, sino que
el cuerpo debe ser puesto bajo sujeción del alma. Esto,
decía, es lo que el Salvador expresó: "No se preocupen por
la vida, por lo que van a comer o beber, ni estén inquietos
ansiosamente; la gente del mundo busca todas esas cosas.
Pero su Padre sabe que ustedes necesitan todo esto.
Busquen primero su Reino y todo esto se les dar dado por
añadidura" (Lc 12,22.29-31; Mt 6,31-33)

Antonio va Alejandría bajo la persecución del emperador


Maximino (311)

Después de esto, la persecución de Maximino, que irrumpió


en esa época, se abatió sobre la Iglesia. Cuando los santos
mártires fueron llevados a Alejandría, él también dejó su
celda y los siguió, diciendo: "vayamos también nosotros a
tomar parte en el combate si somos llamados, o a ver a los
combatientes". Tenía el gran deseo de sufrir el martirio,
pero como no quería entregarse a sí mismo, servía a los
confesores de la fe en las minas y en las prisiones. Se
afanaba en el tribunal, estimulando el celo de los mártires
cuando los llamaban, y recibiéndolos y escoltándolos cuando
iban a su martirio, quedando junto a ellos hasta que expira-
ban. Por eso el juez, viendo su intrepidez y la de sus compa-
ñeros y su celo en estas cosas, dio orden de que ningún
monje apareciera en el tribunal o estuviera en la ciudad.
Todos los demás pensaron conveniente esconderse ese día,
pero Antonio se preocupó tan poco de ello que lavó sus ropas
106

y al día siguiente se colocó al frente de todos, en un lugar


prominente, a vista y presencia del prefecto. Mientras
todos se admiraban y el prefecto mismo lo veía al acercarse
con todos los funcionarios, el estaba ahí de pie, sin miedo,
mostrando el espíritu anhelante característico de nosotros
los cristianos. Como lo expresé antes, oraba para que
también él pudiera ser martirizado, y por eso se apenaba
por no haberlo sido.

Pero el Señor cuidaba de él para nuestro bien y para el bien


de otros, a fin de que pudiera se maestro de la vida ascética
que él mismo había aprendido en las Escrituras. De hecho,
muchos, sólo con ver su actitud, se convirtieron en celosos
seguidores de su modo de vida. De nuevo, por eso, continuó
con su costumbre, de ir al servicio de los confesores de la
fe y, como si estuviera encadenado con ellos (Hb 13,3), se
agotó en su afán por ellos.

El diario martirio de la vida monacal

Cuando finalmente la persecución cesó y el obispo Pedro, de


santa memoria, hubo sufrido el martirio, se fue y volvió a su
celda solitaria, y ahí fue mártir cotidiano en su conciencia,
luchando siempre las batallas de la fe. Practicó una vida
ascética llena de celo y más intensa. Ayunaba continuamen-
te, su vestidura era de pelo la interior y de cuero la exte-
rior, y la conservó hasta el día de su muerte. Nunca bañó su
cuerpo para lavarse, ni tampoco lavó sus pies ni se permitió
meterlos en el agua sin necesidad. Nadie vio su cuerpo
desnudo hasta que murió y fue sepultado.
107

Vuelto a la soledad, determinó un período de tiempo durante


el cual no saldría ni recibiría a nadie. Entonces un oficial
militar, un cierto Martiniano, llegó a importunar a Antonio:
tenía una hija a la molestaba el demonio. Como persistía ante
él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios
por su hija, Antonio no quiso salir sino que, usando una
mirilla le dijo: "Hombre ¿por qué haces todo ese ruido
conmigo?. Soy un hombre tal como tú. Si crees en Cristo a
quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se
te conceder ". Ese hombre se fue y creyendo e invocando a
Cristo, y su hija fue librada del demonio. Muchas otras
cosas hizo también el Señor a través de él, según la palabra:
"Pidan y se les dará" (Lc 11,9). Muchísima gente que sufría,
dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería
abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera
oración.

Huida a la montaña interior

Cuando se vio acosado por muchos e impedido de retirarse


como eran su propósito y su deseo, e inquieto por lo que el
Señor estaba obrando a través de él, pues podía transfor-
marse en presunción, o alguien podía estimarlos más de lo
que convenía, reflexionó y se fue hacia la Alta Tebaida, a un
pueblo en el que era desconocido. Recibió pan de los herma-
nos y se sentó a la orilla del río, esperando ver un barco que
pasara en el que pudiera embarcarse y partir. Mientras
estaba así aguardando, se oyó una voz desde arriba: "Anto-
nio, ¿a dónde vas y porque?".
108

No se desorientó sino que, habiendo escuchado a menudo


tales llamadas, contestó: "Ya que las multitudes no me
permiten estar solo, quiero irme a la Alta Tebaida, porque
son muchas las molestias a las que estoy sujeto aquí, y sobre
todo porque me piden cosas más allá de mi poder". "Si subes
a la Tebaida", dijo la voz, "o si, como también pensaste,
bajas a la Bucolia, tendrás más, sí, el doble más de molestias
que soportar. Pero si realmente quieres estar contigo
mismo, entonces vete al desierto interior".

Pero, dijo Antonio, ¿quién me mostrará el camino?. Yo no lo


conozco. De repente le llamaron la atención unos sarracenos
que estaban por tomar aquella ruta. Acercándose, Antonio
les pidió ir con ellos al desierto. Ellos le dieron la bienvenida
como por orden de la Providencia. Y viajó con ellos tres días
y tres noches y llegó a una montaña muy alta. Al pie de la
montaña había agua, clara como el cristal, dulce y muy
fresca. Extendiéndose desde allí había una llanura y unos
cuantos datileros.

Antonio, como inspirado por Dios, quedó encantado por el


lugar, porque esto fue lo que quiso decir Quien habló con el
a la orilla del Río. Comenzó por conseguir algunos panes de
sus compañeros de viaje y se quedo sólo en la montaña, sin
ninguna compañía. En adelante, miró este lugar como si
hubiera encontrado su propio hogar. En cuanto a los sarra-
cenos, notando el entusiasmo de Antonio, hicieron del lugar
un punto de sus travesías, y estaban contentos de llevarle
pan. También los datileros le daban un pequeño y frugal
cambio de dieta. M s tarde, los hermanos, se las ingeniaron
para mandarle pan. Antonio, sin embargo, viendo que el pan
109

les causaba molestias porque tenían que aumentar el trabajo


que ya soportaban, y queriendo mostrar consideración a los
monjes en esto, reflexionó sobre el asunto y pidió a algunos
de sus visitantes que les trajeran un azadón y un hacha y
algo de grano.

Cuando se lo trajeron, se fue al terreno cerca de la monta-


ña, y encontrando un pedazo adecuado, con abundante
provisión de agua de la vertiente, lo cultivo y sembró. Así lo
hizo cada año y les suministraba su pan. Estaba feliz de que
con eso no tenía que molestar a nadie, y con todo trataba de
no ser carga para otros. Pero más tarde, viendo que de
nuevo llegaba gente a verlo, comenzó también a cultivar
algunas hortalizas, a fin de que sus visitantes tuvieran algo
más para restaurar sus fuerzas después del viaje tan
cansado y pesado.

Al comienzo, los animales del desierto que venían a beber


agua le dañaban los sembrados de la huerta. Entonces
atrapó a uno de los animales, lo retuvo suavemente y les dijo
a todos: " ¿Por qué me hacen perjuicio si yo no les haga nada
a ninguno de ustedes? ¡Váyanse, y en el nombre del Señor no
se acerquen otra vez a estas cosas!". Y desde ese entonces,
como atemorizados por sus órdenes, no se acercaron al
lugar.

De nuevo los demonios

Así estuvo sólo en la Montaña Interior, dando su tiempo a la


oración y a la práctica de la vida ascética. Pero los hermanos
110

que fueron en su busca, le rogaron que les permitiera llegar


cada mes y llevarle aceitunas, legumbres y aceite, puesto
que ya ahora era anciano.

De sus visitantes hemos sabido cuantos combates tuvo que


soportar mientras vivió ahí, "no contra carne y sangre",
como está escrito (Ef 6,12), sino en lucha con los demonios.
Pues también allí oyeron tumultos y muchas voces y clamor
como de armas. De noche vieron la montaña llenarse de vida
con bestia salvajes. Lo vieron también peleando como
también con enemigos visibles, y orando contra ellos. A uno
que lo visitó, le habló palabras de aliento mientras el mismo
se mantenía firme en la contienda, de rodillas y orando al
Señor. Era realmente notable que, sólo como estaba en ese
despoblado, nunca desmayase frente a los ataques de los
demonios, ni tampoco con todos los animales y reptiles que
había, tuviese miedo de su ferocidad. Como está en la
escritura, él realmente "confiaba en el Señor como el monte
Sión (Sal 124,l), con nimo inquebrantable e intrépido. Así los
demonios más bien huían de él, y los animales salvajes
hicieron la paz con él, como está escrito (Job 5,23)

El malo puso estrecha guardia sobre Antonio y rechinó sus


dientes contra él, como dice David en el salmo (Sal 34,16),
pero Antonio fue animado por el Salvador, quedando sin ser
dañado por esa villanía y sutil estrategia. Le envió bestias
salvajes mientras estaba en sus vigilias nocturnas, y en
plena noches todas las hienas del desierto salieron de sus
guaridas y lo rodearon. Teniéndolo en medio, abrían sus
fauces y amenazaban morderlo. Pero él, conociendo bien las
mañas del enemigo, les dijo: "Si han recibido poder para
111

hacer esto contra mí, estoy dispuesto a ser devorado; pero


si han sido enviadas por los demonios, váyanse inmediata-
mente porque soy servidor de Cristo". En cuanto Antonio
dijo esto, huyeron como azotados por el látigo de esa
palabra.

Pocos días después, mientras estaba trabajando –porque el


trabajo formaba parte de su propósito–, alguien llegó a la
puerta y tiró la cuerda con que trabajaba (estaba haciendo
canastos, que daba a sus visitantes en cambio por lo que le
traían). Se levantó y vio a un monstruo que parecía hombre
hasta los muslos, pero con piernas y pies de asno. Antonio
hizo simplemente la señal de la cruz y dijo: "Soy servidor de
Cristo. Si has sido enviado contra mí aquí estoy". Pero el
monstruo con sus demonios huyó tan rápido, que su misma
rapidez lo hizo caer y murió. La muerte del monstruo vino a
significar el fracaso de los demonios: hicieron cuanto
pudieron porque se fuera del desierto y no pudieron.

Antonio visita a los hermanos a lo largo del Nilo

Una vez los monjes le pidieron que regresara donde ellos y


pasara algún tiempo visitándolos a ellos y sus establecimien-
tos. Hizo el viaje con los monjes que vinieron a su encuentro.
Un camello había cargado con pan y agua, ya que en todo ese
desierto no hay agua, y la única agua potable estaba en la
montaña de donde habían salido y en donde estaba su celda.
Yendo de camino se acabó el agua, y estaban todos en
peligro cuando el calor es mas intenso. Anduvieron buscando
y volvieron sin encontrar agua. Ahora estaban demasiado
112

débiles para poder caminar siquiera. Se echaron al suelo y


dejaron que el camello se fuera, entregándose a la desespe-
ración.

Entonces el anciano, viendo el peligro en que todos estaban,


se llenó de aflicción. Suspirando profundamente, se apartó
un poco de ellos. Entonces se arrodilló, extendió sus manos
y oró. Y de repente el Señor hizo brotar una fuente donde
estaba orando, de modo que todos pudieron beber y refres-
carse. Llenaron sus odres y se pusieron a buscar el camello
hasta que lo encontraron, sucedió que el cordel se había
enredado en una piedra y había quedado sujeto. Lo llevaron
a abrevar y, cargándolo con los odres, concluyeron su viaje
sin más deterioros ni accidentes.

Cuando llegó a las celdas exteriores, todos le dieron una


cordial bienvenida, mirándolo como a un padre. El, por su
parte, como trayéndoles provisiones de su montaña, los
entretenía con su narraciones y les comunicaba su experien-
cia práctica. Y de nuevo hubo alegría en las montañas y
anhelos de progreso, y el consuelo que viene de una fe común
(Rm 1,12). También se alegró de contemplar el celo de los
monjes y al ver a su hermana que había envejecido en su vida
de virginidad, siendo ella misma guía espiritual de otras
vírgenes.

Los hermanos visitan a Antonio

Después de algunos días volvió a su montaña. Desde entonces


muchos fueron a visitarlo, entre ellos muchos llenos de
113

aflicción, que arriesgaban el viaje hasta él. Para todos los


monjes que llegaban donde él, tenía siempre el mismo
consejo: poner su confianza el Señor y amarlo, guardarse a
sí mismo de los malos pensamientos y de los placeres de la
carne, y no ser seducido por el estómago lleno, como está
escrito en los Proverbios (Prov 24,15). Debían huir de la
vanagloria y orar continuamente; cantar salmos antes y
después del sueño; guardar en el corazón los mandamientos
impuestos en las Escrituras y recordar los hechos de los
santos, de modo que el alma, al recordar los mandamientos,
pueda inflamarse ante el ejemplo de su celo. Les aconsejaba
sobre todo recordar siempre la palabra del apóstol: "Que el
sol no se ponga sobre tu ira" (Ef 4,26), y a considerar estas
palabras como dichas de todos los mandamientos: el sol no
debe ponerse no sólo sobre la ira sino sobre ningún otro
pecado.

Es enteramente necesario que el sol no condene por ningún


pecado de día, ni la luna por ninguna falta o incluso pensa-
miento nocturno. Para asegurarnos de esto, es bueno
escuchar y guardar lo que dice el apóstol: "Júzguense y
pruébense ustedes mismos" (2 Co 13,5). Por eso cada uno
debe hacer diariamente un examen de lo que ha hecho de día
y de noche; si ha pecado, deje de pecar; si no ha pecado, no
se jacte por ello. Persevere mas bien en la practica de lo
bueno y no deje de estar en guardia. No juzgue a su prójimo
ni se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol
Pablo, "Hasta que venga el Señor y saque a luz lo que está
escondido" (1 Co 4,5; Rm 2,16). A menudo no tenemos
conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero
114

el Señor conoce todo. Por eso dejémosle el juicio a El,


compadezcámonos mutuamente y "llevemos los unos las
cargas de los otros" (Ga 6,2). Juzguémonos a nosotros
mismo y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos con
toda seriedad para reparar nuestra deficiencia. Que esta
observación sea nuestra salvaguardia con el pecado: anote-
mos nuestras acciones e impulsos del alma como si tuviéra-
mos que dar un informe a otro; pueden estar seguros que de
pura vergüenza de que esto se sepa, dejaremos de pecar y
de seguir teniendo pensamientos pecaminosos. ¿A quién le
gusta que lo vean pecando? ¿Quién habiendo pecado, no
preferiría mentir, esperando escapar así a que lo descu-
bran? Tal como no quisiéramos abandonarnos al placer a
vista de otros, así también si tuviéramos que escribir
nuestros pensamientos para decírselos a otro, nos guarda-
ríamos muchos de los malos pensamientos, de vergüenza de
que alguien los supiera. Que ese informe escrito sea, pues,
como los ojos de nuestros hermanos ascetas, de modo que
al avergonzarnos al escribir como si nos estuvieran viendo,
jamás nos demos al mal. Moldeándonos de esta manera,
seremos capaces de llevar a nuestro cuerpo a obedecernos
(1 Co 9,27), para agradar al Señor y pisotear las maquinacio-
nes del enemigo.

Milagros en el desierto

Estos eran los consejos a los visitantes. Con los que sufrían
se unía en simpatía y oración, y a menudo y en muchos y
variados casos, el Señor escuchó su oración. Pero nunca se
115

jactó cuando fue escuchado, ni se quejó cuando no lo fue.


Siempre dio gracias al Señor, y animaba a los sufrientes a
tener paciencia y a darse cuenta de que la curación no era
prerrogativa suya ni de nadie, sino sólo de Dios, que la obra
cuando quiere y a quienes El quiere. Los que sufrían se
satisfacían con recibir las palabras del anciano como
curación, pues aprendían a tener paciencia y a soporta el
sufrimiento. Y los que eran sanados, aprendían a dar gracias
no a Antonio sino sólo a Dios.

Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de


Palatium. Tenía una horrible enfermedad: Se mordía conti-
nuamente la lengua y su vista se le iba acortando. Llegó
hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él. Oró
y luego Antonio le dijo a Frontón " Vete, vas a ser sanado".
Pero el insistió y se quedó durante días, mientras Antonio
seguía diciéndole: "No te vas a sanar mientras te quedes
aquí y cuando llegues a Egipto verás en ti el milagro". El
hombre se convenció por fin y se fue, al llegar a la vista de
Egipto desapareció su enfermedad. Sanó según las instruc-
ciones que Antonio había recibido del Señor mientras oraba.

Una niña de Busiris en Trípoli padecía de una enfermedad


terrible y repugnante: una supuración de ojos, nariz y oídos
se transformaba en gusanos cuando caía al suelo. Además su
cuerpo estaba paralizado y sus ojos eran defectuosos. Sus
padres supieron de Antonio por algunos monjes que iban a
verlo, y teniendo fe en el Señor que sanó a la mujer que
padecía hemorragia ( Mt 9,20), les pidieron que pudieran ir
con su hija. Ellos consintieron. Los padres y la niña quedaron
al pie de la montaña con Pafnucio, el confesor y monje. Los
116

demás subieron, y cuando se disponían a hablarle de la niña,


el se les adelantó y les dijo todo sobre el sufrimiento de la
niña y de como había hecho el viaje con ellos. Entonces
cuando le preguntaron si esa gente podía subir, no se los
permitió y sino que dijo: "Vayan y, si no ha muerto, la
encontrar n sana. No es ciertamente mérito mío que ella
halla querido venir donde un infeliz como yo; no, en verdad;
su curación es obra del Salvador que muestra su misericor-
dia en todo lugar a los que lo invocan. En este caso el Señor
ha escuchado su oración, y su amor por los hombres me ha
revelado que curar la enfermedad de la niña donde ella
está". En todo caso el milagro se realizó: cuando bajaron,
encontraron a los padres felices y a la niña en perfecta
salud.

Sucedió que cuando los hermanos estaban en viaje hacia él,


se les acabó el agua durante el viaje; uno murió y el otro
estaba a punto de morir. Ya no tenía fuerzas para andar,
sino que yacía en el suelo esperando también la muerte.
Antonio, sentado en la montaña, llamó a dos monjes que
estaban casualmente sentados allí, y los apremió a apresu-
rarse: "Tomen un jarro de agua y corran abajo por el camino
a Egipto; venían dos, uno acaba de morir y el otro también
morir a menos que ustedes se apuren. Recién me fue
revelado esto en la oración". Los monjes fueron y hallaron a
uno muerto y lo enterraron. Al otro lo hicieron revivir con
agua y lo llevaron hasta el anciano. La distancia era de un día
de viaje. Ahora si alguien pregunta porque no habló antes de
que muriera el otro, su pregunta es injustificada. El decreto
de muerte no pasó por Antonio sino por Dios, que la deter-
117

minó para uno, mientras que revelaba la condición del otro.


En cuanto a Antonio, lo único admirable es que, mientras
estaba en la montaña con su corazón tranquilo, el Señor les
mostró cosas remotas.

En otra ocasión en que estaba sentado en la montaña y


mirando hacia arriba, vio en el aire a alguien llevado hacia lo
alto entre gran regocijo entre otros que le salían al encuen-
tro. Admirándose de tan gran multitud y pensando que
felices eran, oró para saber que era eso. De repente una voz
se dirigió a él diciéndole que era el alma de un monje Ammón
de Nitria, que vivió la vida ascética hasta edad avanzada.
Ahora bien, la distancia entre Nitria a la montaña donde
estaba Antonio, era de trece días de viaje. Los que estaban
con Antonio, viendo al anciano tan extasiado, le preguntaron
que significaba y el les contó que Ammón acababa de morir.

Este era bien conocido, pues venía ahí a menudo y muchos


milagros fueron logrados por su intermedio. El que sigue es
un ejemplo: "Una vez tenía que atravesar el río Licus en la
estación de las crecidas; le pidió a Teodor que se le adelan-
tara para que no se vieran desnudos uno a otro mientras
cruzaban el río a nado. Entonces cuando Teodor se fue, el se
sentía todavía avergonzado por tener que verse desnudo él
mismo. Mientras estaba así desconcertado y reflexionando,
fue de repente transportado a la otra orilla. Teodoro,
también un hombre piadoso, salió del agua, y al ver al otro
lado al que había llegado antes que él y sin haberse mojado
se aferró a sus pies, insistiendo que no lo iba a soltar hasta
que se lo dijera. Notando la determinación de Teodoro,
especialmente, después de lo que le dijo, él insistió a su vez
118

para que no se lo dijera a nadie hasta su muerte, y así le


reveló que fue llevado y depositado en la orilla, que no había
caminado sobre el agua, ya que sólo esto es posible al Señor
y a quienes El se lo permite, como lo hizo en el caso del
apóstol Pedro (Mt 14,29). Teodoro relató esto después de
la muerte de Ammón.

Los monjes a los que Antonio les habló sobre la muerte de


Ammón, se anotaron el día, y cuando, un mes después, los
hermanos volvieron desde Nitria, preguntaron y supieron
que Ammón se había dormido en el mismo día y hora en que
Antonio vio su alma llevada hacia lo alto. Y tanto ellos como
los otros quedaron asombrados ante la pureza del alma de
Antonio, que podía saber de inmediato lo que había pasado
trece días antes y que era capaz de ver el alma llevada hacia
lo alto.

En otra ocasión, el conde Arquelao lo encontró en la montaña


Exterior y le pidió solamente que rezara por Policracia, la
admirable virgen de Laodicea, portadora de Cristo. Sufría
mucho del estómago y del costado a causa de su excesiva
austeridad, y su cuerpo estaba reducido a gran debilidad.
Antonio oró y el conde anotó el día en que hizo oración.
Cuando volvió a Laodicea, encontró sana a la virgen. Pregun-
tando cuando se vio libre de su debilidad, sacó el papel
donde había anotado la hora de la oración. Cuando le contes-
taron, inmediatamente mostró su anotación en el papel, y
todos se asombraron al reconocer que el Señor la había
sanado de su dolencia en el mismo momento en que Antonio
estaba orando e invocando la bondad del Salvador en su
ayuda.
119

En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su


venida, días y a veces un mes antes, indicando la razón de su
visita. Algunos venían sólo a verlo, otros a causa de sus
enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y
nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera
tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que había recibido
ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra y
visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta
razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos
escucha a nosotros, que sólo somos hombres, a fin de
conocerlo lo mejor que podamos.

En otra ocasión había bajado de nuevo para visitar las celdas


exteriores. Cuando fue invitado a subir a un barco y orar
con los monjes, sólo él percibió un olor horrible y sumamente
penetrante. La tribulación dijo que había pescado y alimento
salado a bordo y que el olor venía de eso, pero él insistió que
el olor era diferente. Mientras estaba hablando, un joven
que tenía un demonio y había subido a bordo poco antes
como polizón, de repente soltó un chillido. Reprendido en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, el demonio se fue y el
hombre volvió a la normalidad; todos entonces se dieron
cuenta de que el hedor venía del demonio.

Otra vez un hombre de rango fue donde él, poseído de un


demonio. En este caso el demonio era tan terrible que el
poseso no estaba consciente de que iba hacia Antonio.
Incluso llegaba a devorar sus propios excrementos. El
hombre que lo llevó donde Antonio le rogó que orara por él.
Sintiendo compasión por el joven, Antonio oró y pasó con él
toda la noche. Hacia el amanecer el joven de repente se
120

lanzó sobre Antonio y le dio un empujón. Sus compañeros se


enojaron ante eso, pero Antonio dijo: "No se enojen con el
joven, porque no es él el responsable sino el demonio que
está en él. Al ser increpado y mandado irse a lugares
desiertos, se volvió furioso e hizo esto. Den gracias al
Señor, porque el atacarme de este modo es una señal de la
partida del demonio". Y en cuanto Antonio dijo esto, el joven
volvió a la normalidad. Vuelto en sí se dio cuenta donde
estaba, abrazó al anciano y dio gracias a Dios.

Visiones

Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes,


que los monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas
semejantes que él obró. Y ellas, sin embargo, no parecen tan
maravillosas como otras aún más maravillosas. Un a vez, por
ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar
antes de comer, se sintió transportado en espíritu y,
extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallara fuera de sí
mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires. Enton-
ces vio también otros seres terribles y abominables en el
aire, que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron
resistencia, los otros preguntaron con qué pretexto quería
evadir su responsabilidad ante ellos. Y cuando comenzaron
ellos mismos a tomarles cuentas desde su nacimiento,
intervinieron los guías de Antonio: "Todo lo que date desde
su nacimiento, el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas
desde cuando comenzó a ser monje y se consagró a Dios.
Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como
121

no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso.


Inmediatamente se vio así mismo acercándose –a lo menos,
así le pareció– y juntándose consigo mismo, y así volvió
Antonio a la realidad.

Entonces, olvidándose de comer, pasó todo el resto del día


y toda la noche suspirando y orando. Estaba asombrado de
ver contra cuantos enemigos debemos luchar y qué trabajos
tiene uno para poder abrirse paso por los aires. Recordó que
esto es lo que dice el apóstol: "De acuerdo al príncipe de las
potencias del aire" (Ef 2,2). Ahí está precisamente el poder
del enemigo, que pelea y trata de detener a los que intentan
pasar. Por eso el mismo apóstol da también su especial
advertencia: "Tomen la armadura de Dios que los haga
capases de resistir en el día malo" (Ef 6,13), y "no teniendo
nada malo que decir de nosotros el enemigo, pueda ser
dejado en vergüenza" (Tt 2,8). Y los que hemos aprendido
esto, recordemos lo que el mismo apóstol dice: "No sé si fue
llevado con cuerpo o sin él, Dios lo sabe" (2 Co 2,12). Pero
Pablo fue llevado al tercer cielo y escuchó "palabras inefa-
bles" (2 Co 12,2.4), y volvió, mientras que Antonio se vio a sí
mismo entrando en los aires y luchando hasta que quedó
libre.

En otra ocasión tuvo este favor de Dios. Cuando solo en la


montaña y reflexionando, no podía encontrar alguna solución,
la Providencia se la revelaba en respuesta a su oración; el
santo varón era, con palabras de la Escritura, "Enseñado por
Dios" (Is 54,13; Jn 6,45; 1 Ts 4,9). Así favorecido, tuvo una
vez una discusión con unos visitantes sobre la vida del alma
y qué lugar tendría después de la vida. A la noche siguiente
122

le llegó un llamado desde lo alto: "¡Antonio, sal fuera y


mira!". El salió, pues distinguía los llamados que debía
escuchar, y mirando hacia lo alto vio una enorme figura,
espantosa y repugnante, de pie, que alcanzaba las nubes, y
además vio ciertos seres que subían como con alas. La
primera figura extendía sus manos, y algunos de los seres
eran detenidos por ella, mientras otros volaban sobre ella y,
habiéndola sobrepasado, seguían ascendiendo sin mayor
molestia. Contra ella el monstruo hacía rechinar sus dientes,
pero se alegraba por los otros que habían caído. En ese
momento una voz se dirigió a Antonio: "¡Comprende la
visión!" (Dn 9,23). Se abrió su entendimiento (Lc 24,45) y se
dio cuenta que ese era el paso de las almas y de que el
monstruo que allí estaba era el enemigo, en envidioso de los
creyentes. Sujetaba a los que le correspondían y no los
dejaba pasar, pero a los que no había podido dominar, tenía
que dejarlo pasar fuera de su alcance.

Habiéndolo visto esto y tomándolo como advertencia, luchó


aún más para adelantar cada día lo que le esperaba.

No tenía ninguna inclinación a hablar a cerca de estas cosas


a la gente. Pero cuando había pasado largo tiempo en oración
y estado absorto en toda esa maravilla, y sus compañeros
insistían y lo importunaban para que hablara, estaba forzado
a hacerlo. Como padre no podía guardar un secreto ante sus
hijos. Sentía que su propia conciencia era limpia y que
contarles esto podría servirles de ayuda. Conocerían el buen
fruto de la vida ascética, y que a menudo las visiones son
concedidas como compensación por las privaciones.
123

Devoción de Antonio a los ministros de la Iglesia ecuani-


midad de su carácter

Era paciente por disposición y humilde de corazón. Siendo


hombre de tanta fama, mostraba, sin embargo, el más
profundo respeto a los ministros de la Iglesia, y exigía que
a todo clérigo se le diera más honor que a él. No se avergon-
zaba de inclinar su cabeza ante obispos y sacerdotes.
Incluso si algún di cono llegaba donde él a pedirle ayuda,
conversaba con él lo que fuera provechoso, pero cuando
llegaba la oración le pedía que presidiera, no teniendo
vergüenza de aprender. De hecho, a menudo planteó cuestio-
nes inquiriendo los puntos de vista de sus compañeros, y si
sacaba provecho de lo que el otro decía, se lo agradecía.

Su rostro tenía un encanto grande e indescriptible. Y el


Salvador le había dado este don por añadidura: si se hallaba
presente en una reunión de monjes y alguno a quien no
conocía deseaba verlo, ese tal en cuanto llegaba pasaba por
alto a los demás, como atraído por sus ojos. No era ni su
estatura ni su figura las que lo hacían destacar sobre los
demás, sino su carácter sosegado y la pureza de su alma. Ella
era imperturbable y así su apariencia externa era tranquila.
El gozo de su alma se transparentaba en la alegría de su
rostro, y por la forma de expresión de su cuerpo se sabía y
se conocía la estabilidad de su alma, como lo dice la Escritu-
ra: "Un corazón contento alegra el rostro, uno triste
deprime el espíritu" (Pr 15,13). También Jacob observó que
Labán estaba tramando algo contra él y dijo a sus mujeres:
"Veo que el padre de ustedes no me mira con buenos ojos"
(Gn 31,5). También Samuel reconoció a David porque tenía
124

los ojos que irradiaban alegría y dientes blancos como la


leche (1 S 16,12; Gn 49,12). Así también era reconocido
Antonio: nunca estaba agitado, pues su alma estaba en paz,
nunca estaba triste, porque había alegría en su alma.

Por lealtad a la fe, Antonio interviene en la lucha


antiarriana

En asuntos de fe, su devoción era sumamente admirable. Por


ejemplo, nunca tuvo nada que hacer con los cismáticos
melecianos, sabedor desde el comienzo de su maldad y
apostasía. Tampoco tuvo ningún trato amistoso con los
maniqueos ni con otros herejes, a excepción únicamente de
las amonestaciones que les hacía para que volvieran a la
verdadera fe. Pensaba y enseñaba que amistad y asociación
con ellos perjudicaban y arruinaban su alma. También
detestaba la herejía de los arrianos, y exhortaba a todos a
no acercárseles ni a compartir su perversa creencia. Una
vez, cuando uno de esos impíos arrianos llegaron donde él,
los interrogó detalladamente; y al darse cuenta de su impía
fe, los echó de la montaña, diciendo que sus palabras era
peores que veneno de serpientes.

Cuando en una ocasión los arrianos esparcieron la mentira de


que compartía sus mismas opiniones, demostró que estaba
enojado e irritado contra ellos. Respondiendo al llamado de
los obispos y de todos los hermanos, bajó de la montaña y
entrando en Alejandría denunció a los arrianos. Decía que su
herejías era la peor de todas y precursora del anticristo.
Enseñaba al pueblo que el Hijo de Dios no es una creatura ni
125

vino al ser "de la no existencia", sino que "El es la eterna


Palabra y Sabiduría de la substancia del Padre. Por eso es
impío decir: 'hubo un tiempo en que no existía', pues la
Palabra fue siempre coexistente con el Padre. Por eso, no se
metan para nada con estos arrianos sumamente impíos;
simplemente, 'no hay comunidad entre luz y tinieblas' (2 Co
6,14). Ustedes deben recordar que son cristianos temerosos
de Dios, pero ellos, al decir que el Hijo y la Palabra de Dios
Padre es una creatura, no se diferencian de los paganos 'que
adoran la creatura en lugar del Dios creador' (Rm 1,25).
Estén seguros de que toda la creación está irritada contra
ellos, porque cuentan entre las cosas creadas al Creador y
Señor de todo, por quien todas las cosas fueron creadas"
(Col 1,16).

Todo el pueblo se alegraba al escuchar a semejante hombre


anatemizar la herejía que luchaba contra Cristo. Toda la
ciudad corría para ver a Antonio. También los paganos e
incluso los mal llamados sacerdotes, iban a la Iglesia
diciéndose: "Vamos a ver al varón de Dios", pues así lo
llamaban todos. Además, también allí el Señor obró por su
intermedio expulsiones de demonios y curaciones de enfer-
medades mentales. Muchos paganos querían tocar al anciano,
confiando en que serían auxiliados, y en verdad hubo tantas
conversiones en eso pocos días como no se las había visto en
todo un año. Algunos pensaron que la multitud lo molestaba
y por eso trataron de alejar a todos de él, pero él, sin
incomodarse, dijo: "Toda esta gente no es más numerosa que
los demonios contra los que tenemos que luchar en la
montaña".
126

Cuando se iba y lo estábamos despidiendo, al llegar a la


puerta una mujer detrás de nosotros le gritaba: "¡Espera
varón de Dios mi hija está siendo atormentada terriblemen-
te por un demonio! ¡Espera, por favor, o me voy a morir
corriendo!". El anciano la escuchó, le rogamos que se detu-
viera y el accedió con gusto. Cuando la mujer se acercó, su
hija era arrojada al suelo. Antonio oró, e invocó sobre ella el
nombre de Cristo; la muchacha se levantó sana y el espíritu
impuro la dejó. La madre alabó a Dios y todos dieron gracias.
y él también contento partió a la Montaña, a su propio hogar.

La verdadera sabiduría

Tenía también un grado muy alto de sabiduría práctica. Lo


admirable era que, aunque no tuvo educación formal, poseía
ingenio y comprensión despiertos. Un ejemplo: Una vez
llegaron donde él dos filósofos griegos, pensando que podían
divertirse con Antonio. Cuando él, que por ese entonces vivía
en la Montaña Exterior, catalogó a los hombres por su
apariencia, salió donde ellos y les dijo por medio de un
intérprete: " ¿Por qué filósofos, se dieron tanta molestia en
venir donde un hombre loco?. Cuando ellos le contestaron
que no era loco sino muy sabio, él les dijo: "Si ustedes
vinieron donde un loco, su molestia no tiene sentido; pero si
piensan que soy sabio, entonces háganse lo que yo soy,
porque hay que imitar lo bueno. En verdad, si yo hubiera ido
donde ustedes, los habría imitado; a la inversa, ahora que
ustedes vinieron donde mí, conviértanse en lo que soy: yo
soy cristiano". Ellos se fueron, admirados de él, vieron que
127

los demonios temían a Antonio.

También otros de la misma clase fueron a su encuentro en


la Montaña Exterior y pensaron que podían burlarse de él
porque no tenía educación. Antonio les dijo: "Bien, que dicen
ustedes: ¿qué es primero, el sentido o la letra? ¿Y cuál es el
origen de cuál?: ¿El sentido de la letra o la letra del senti-
do?. Cuando ellos expresaron que el sentido es primero y
origen de la letra, Antonio dijo: "Por eso quien tiene una
mente sana no necesita las letras. Esto asombró a ellos y a
los circunstantes. Se fueron admirados de ver tal sabiduría
en un hombre iletrado. Porque no tenía las maneras groseras
de quien a vivido y envejecido en la montaña, sino que era un
hombre de gracia y cortesía. Su hablar estaba sosegado con
la sabiduría divina (Col 4,6), de modo que nadie le tenía mala
voluntad, sino que todos se alegraban de haber ido en su
busca.

Y por cierto, después de éstos vinieron otros todavía. Eran


de aquellos que de entre los paganos tienen reputación de
sabios. Le pidieron que planteara una controversia sobre
nuestra fe en Cristo. Cuando trataban de argüir con sofis-
mas a partir de la predicación de la divina Cruz con el fin de
burlarse, Antonio guardó silencio por un momento y,
compadeciéndose primero de su ignorancia, dijo luego a
través de un intérprete que hacía una excelente traducción
de sus palabras: "Qué es mejor: ¿confesar la Cruz o atribuir
adulterio o pederastias a sus mal llamados dioses? Pues
mantener lo que mantenemos es signo de espíritu viril y
denota desprecio de la muerte, mientras que lo que ustedes
pretenden habla sólo de sus pasiones desenfrenadas. Otra
128

vez, qué es mejor: ¿decir que la Palabra de Dios inmutable


quedó la misma al tomar el cuerpo humano para la salvación
y bien de la humanidad, de modo que al compartir el naci-
miento humano pudo hacer a los hombres partícipes de la
naturaleza divina y espiritual (2 P 1,4), o colocar lo divino en
un mismo nivel que los seres insensibles y adorar por eso a
bestias y reptiles e imágenes de hombres?. Precisamente
eso son los objetos adorados por sus hombres sabios. ¿Con
qué derecho vienen a rebajarnos porque afirmamos que
Cristo pereció como hombre, siendo que ustedes hacen
provenir el alma del cielo, diciendo que se extravió y cayó
desde la bóveda del cielo al cuerpo? ¡Y ojal que fuera sólo el
cuerpo humano, y que no se cambiara o migrara en el de
bestia y serpientes!. Nuestra fe declara que Cristo vino para
la salvación de las almas, pero ustedes erróneamente
teorizan acerca de un alma increada. Creemos en el poder de
la Providencia y en su amor por los hombres y que esa venida
por tanto no era imposible para Dios; pero ustedes llamando
al alma imagen de la Inteligencia, le impulsan caídas y
fabrican mitos sobre su posibilidad de cambios. Como
consecuencia, hacen a la inteligencia misma mutable a causa
del alma. Porque en cuanto era imagen debe ser aquello a
cuya imagen es. Pero si ustedes piensan semejantes cosas
acerca de la Inteligencia, recuerden que blasfeman del
Padre de la Inteligencia.

"Y referente a la Cruz, qué dicen ustedes que es mejor:


¿soportar la cruz, cuando hombres malvados echan mano de
la traición, y no vacilar ante la muerte de ninguna manera o
forma, o fabricar fábulas sobre las andananzas de Isis u
129

Osiris, las conspiraciones de Tifón, la expulsión de Cronos,


con sus hijos devorados y parricidios?. Sí, ¡aquí tenemos su
sabiduría!

¿Y por qué mientras se ríen de la Cruz, no se maravillan de


la Resurrección? Porque los mismos que nos trasmitieron un
suceso, escribieron también sobre el otro. ¿O por qué
mientras se acuerdan de la Cruz, no tiene nada que decir
sobre los muertos devueltos a la vida, los ciegos que recupe-
raron la vista, los paralíticos que fueron sanados y los
leprosos que fueron limpiados, el caminar sobre el mar, y los
demás signos y milagros que muestran a Cristo no como
hombre sino como Dios? En todo caso me parece que
ustedes se engañan así mismos y que no tienen ninguna
familiaridad real con nuestras Escrituras. Pero léanlas y
vean que cuanto Cristo hizo prueba que era Dios que habita-
ba con nosotros para la salvación de los hombres.

Pero háblennos también ustedes sobre sus propias enseñan-


zas. Aunque ¿que pueden decir de las cosas insensibles sino
insensateces y barbaridades?. Pero si, como oigo, quieren
decir que entre ustedes tales cosas se hablan en sentido
figurado, y así convierten el rapto de Coré en alegoría de la
tierra; la cojera de Hefestos, del sol; a Hera, del aire; a
Apolo, del sol; a Artemisa, de la luna; y a Poseidón, del mar:
aún así no adoran ustedes a Dios mismo, sino que sirven a la
creatura en lugar del Dios que creó todo. Pues si ustedes
han compuesto tales historias porque la creación es hermo-
sa, no debían haber ido mas allá de admirarla, y no hacer
dioses de las creaturas para no dar a las cosas hechas el
honor del Hacedor. En ese caso, ya sería tiempo que dieran
130

el honor al debido arquitecto, a la casa construidas por él,


o el honor debido al general, a los soldados. Ahora, ¿qué
tienen que decir a todo esto? Así sabremos si la Cruz tiene
algo que sirva para burlase de ella".

Ellos estaban desconcertados y le daban vueltas al asunto


de una y otra forma. Antonio sonrió y dijo, de nuevo a través
de un intérprete: "Sólo con ver las cosas ya se tiene la
prueba de todo lo que he dicho. Pero dado que ustedes, por
supuesto, confían absolutamente en las demostraciones, y es
éste un arte en que ustedes son maestros, y ya que nos
exigen no adorar a Dios sin argumentos demostrativos,
díganme esto primero. ¿Cómo se origina el conocimiento
preciso de las cosas, en especial el conociendo de Dios? ¿Es
por una demostración verbal o por un acto de fe? Y qué
viene primero: ¿el acto de fe o la demostración verbal?".
Cuando replicaron que el acto de fe precede y que esto
constituye un conocimiento exacto, Antonio, dijo: "¡Bien
respondido! La fe surge de la disposición del alma, mientras
la dialéctica vine de la habilidad de los que la idean. De
acuerdo a esto, los que poseen una fe activa no necesitan
argumentos de palabras, y probablemente los encuentran
incluso superfluos. Pues lo que aprendemos por la fe, tratan
ustedes de construirlo con argumentaciones, y a menudo ni
siquiera pueden expresar lo que nosotros percibimos. La
conclusión es que una fe activa es mejor y más fuerte que
sus argumentos sofistas.

"Los cristianos, por eso, poseemos el misterio, no basándo-


nos en la razón de la sabiduría griega (1 Co 1,17), sino
fundado en el poder de una fe que Dios nos ha garantido por
131

medio de Jesucristo. Por lo que hace a la verdad de la


explicación dada, noten como nosotros, iletrados, creemos
en Dios, reconociendo su Providencia a partir de sus obras.
Y en cuanto a que nuestra fe es algo efectivo, noten que nos
apoyamos en nuestra fe en Cristo, mientras que ustedes lo
hacen basados en disputas o palabras sofísticas; sus ídolos
fantasmas están pasando de moda, pero nuestra fe se
difunde en todas partes. Ustedes con todos sus silogismos
y sofisma no convierten a nadie del cristianismo al paganis-
mo, pero nosotros, enseñando la fe en Cristo, estamos
despojando a sus dioses del miedo que inspiraban, de modo
que todos reconocen a Cristo como Dios e Hijo de Dios.
Ustedes en toda su elegante retórica, no impiden la enseñan-
za de Cristo, pero nosotros, con sólo mencionar el nombre
de Cristo crucificado, expulsamos a los demonios que
ustedes veneran como dioses. Donde aparece el signo de la
Cruz, allí la magia y la hechicería son impotentes y sin
efecto.

"En verdad, dígannos, ¿dónde quedaron sus oráculos?


¿Dónde los encantamientos de los egipcios? ¿Dónde sus
ilusiones y fantasmas de los magos? ¿Cuándo terminaron
estas cosas y perdieron su significado? ¿No fue acaso
cuando llegó la Cruz de Cristo? Por eso, es ella la que
merece desprecio y no mas bien lo que ella ha echado abajo,
demostrando su impotencia? También es notable el echo de
que la religión de ustedes jamás fue perseguida; al contrario
en todas partes goza de honor entre los hombres. Pero los
seguidores de Cristo son perseguidos, y sin embargo es
nuestra causa la que florece y prevalece, no la suya. Su
132

religión, con toda la tranquilidad y protección que goza, está


muriéndose, mientras la fe y enseñanza de Cristo, despre-
ciadas por ustedes a menudo perseguidas por los gobernan-
tes, han llenado el mundo. ¿En qué tiempo resplandeció tan
brillantemente el conocimiento de Dios? ¿O en qué tiempo
aparecieron la continencia y la virtud de la virginidad? ¿O
cuándo fue despreciada la muerte como cuando llegó la Cruz
de Cristo? Y nadie duda de esto al ver a los mártires que
desprecian la muerte por causa de Cristo, o al ver a las
vírgenes de la Iglesia que por causa de Cristo guardan sus
cuerpos puros y sin mancilla.

"Estas pruebas bastan para demostrar que la fe en Cristo es


la única religión verdadera. Pero aquí están ustedes, los que
buscan conclusiones basadas en el razonamiento , ustedes
que no tienen fe. Nosotros no buscamos pruebas, tal como
dice nuestro maestro, con palabras persuasivas de sabiduría
humana (1 Co 2,4), sino que persuadimos a los hombres por
la fe, fe que precede tangiblemente todo razonamiento
basado en argumentos. Vean, aquí hay algunos que son
atormentados por los demonios". Estos eran gente que
habían venido a verlo y que sufrían a causa de los demonios;
haciéndolos adelantarse, dijo: "O bien, sánenlos con sus
silogismos, o cualquier magia que deseen, invocando a sus
ídolos; o bien, si no pueden, dejen de luchar contra nosotros
y vean el poder de la Cruz de Cristo". Después de decir esto,
invocó a Cristo e hizo sobre los enfermos la señal de la Cruz,
repitiendo la acción por segunda y tercera vez. De inmediato
las personas se levantaron completamente sanas, vueltas a
su mente y dando gracias al Señor. Los mal llamados
133

filósofos estaban asombrados y realmente atónitos por la


sagacidad del hombre y por el milagro realizado. Pero
Antonio les dijo: " ¿Por qué se maravillan de esto? No somos
nosotros sino Cristo quien hace esto a través de los que
creen en El. Crean ustedes también y verán que no es
palabrería la que tenemos, sino fe que por la caridad obrada
por Cristo (Ga 5,6); si ustedes también hacen suyo esto, no
necesitarán ya andar buscando argumentos de la razón, sino
que hallarán que la fe en Cristo es suficiente". Así habló
Antonio. Cuando partieron, lo admiraron, lo abrazaron y
reconocieron que los había ayudado.

Los emperadores escriben a Antonio

La fama de Antonio llegó hasta los emperadores. Cuando


Constantino Augusto y sus hijos Constancio Augusto y
Constante Augusto, oyeron están cosas, le escribían como a
un padre, rogándole que les contestara. El, sin embargo, no
dio mucha importancia a los documentos ni se alegró por las
cartas; siguió siendo el mismo que antes de que le escribiera
el emperador. Cuando le llevaron los documentos, llamó a los
monjes y dijo: "No deben sorprenderse si un emperador nos
escribe, porque es hombre; deberían sorprenderse de que
Dios haya escrito la ley para la humanidad y nos haya
hablado por medio de su propio Hijo". En verdad, ni quería
recibir cartas, diciendo que no sabía qué contestar. Pero los
monjes le persuadieron haciéndole presente que los empera-
dores eran cristianos y que se ofenderían al ser ignorados;
entonces accedió a que se las leyeran. Y contestó, recomen-
134

dándoles que dieran culto a Cristo y dándoles el saludable


consejo de no apreciar demasiado las cosas de este mundo
sino más bien recordar el juicio venidero, y saber que sólo
Cristo es el Rey verdadero y eterno. Les rogaba que fueran
humanos y que hicieran caso de la justicia y de los pobres.
Y ellos estuvieron felices de recibir la respuesta. Por eso
era amado por todos, y todos deseaban tenerlo como padre.

Antonio predice los estragos de la herejía arriana

Dando tal razón de sí mismo y contestando así a los que lo


buscaban, volvió a la Montaña Interior. Continuó observando
sus antiguas prácticas ascéticas, y a menudo, cuando estaba
sentado o caminando con visitantes, se quedaba mudo, como
está escrito en el libro de Daniel (Dn 4,16 LXX). Después de
un tiempo, retomaba lo que había estado diciendo a los
hermanos que estaban con él, y los presentes se daban
cuenta de que había tenido una visión. Pues a menudo cuando
estaba en la montaña veía cosas que sucedían en Egipto,
como se las confesó al obispo Serapión, cuando este se
encontraba en la Montaña Interior y vio a Antonio en trance
de visión.

En una ocasión, por ejemplo, mientras estaba sentado


trabajando, tomó la apariencia de alguien que está en
éxtasis, y se lamentaba continuamente por lo que veía.
Después de algún tiempo volvió en sí, lamentándose y
temblando, y se puso a orar postrado, quedando largo tiempo
en esa posición. Y cuando se incorporó, el anciano estaba
llorando. Entonces los que estaban con él se agitaron y
135

alarmaron muchísimo, y lee preguntaron que pasaba; lo


urgieron por tanto tiempo que lo obligaron a hablar. Suspi-
rando profundamente, dijo: "Oh, hijos míos, sería mejor
morir antes de que sucedieran estas cosas de la visión".
Cuando ellos le hicieron más preguntas, dijo entre l grimas:
"La ira de Dios está a punto de golpear a la Iglesia, y ella
está a punto de ser entregada a hombres que son como
bestias insensibles. Pues vi la mesa de la casa del Señor y
había mulas en torno rodeándolas por todas partes y dando
coces con sus cascos a todo lo que había dentro, tal como el
coceo de una manada briosa que galopaba desenfrenada.
Ustedes oyeron cómo me lamentaba; es que escuché una voz
que decía: "Mi altar será profanado".

Así habló el anciano. Y dos años después llegó el asalto de


los arrianos y el saqueo de las Iglesias, cuando se apodera-
ron a la fuerza de los vasos y los hicieron llevar por los
paganos; cuando también forzaron a los paganos de sus
tiendas para ir a sus reuniones y en su presencia hicieron lo
que se les antojó sobre la sagrada mesa. Entonces todos nos
dimos cuenta de que el coceo de mulas predicho por Antonio
era lo que los arrianos están haciendo como bestias brutas.

Cuando tuvo esta visión, consoló a sus compañeros: "No se


descorazonen, hijos míos, aunque el Señor ha estado
enojado, nos restablecer después. Y la Iglesia se recobrar
rápidamente la belleza que le es propia y resplandecer con
su esplendor acostumbrado. Verán a los perseguidos
restablecido y a la irreligión retirándose de nuevo a sus
propias guaridas, y a la verdadera fe afirmándose en todas
partes con completa libertad. Pero tengan cuidado de no
136

dejarse manchar con los arrianos. Toda su enseñanza no es


de los Apóstoles sino de los demonios y de su padre, el
diablo. Es estéril e irracional, y le falta inteligencia, tal
como les falta el entendimiento a las mulas.

Antonio, taumaturgo de dios y medico de almas

Tal es la historia de Antonio. No deberíamos ser escépticos


porque sea a través de un hombre que han sucedido estos
grandes milagros. Pues es la promesa del Salvador: "Si
tienen fe aunque sea como un grano de mostaza, le dirán a
ese monte: ¡Muévete de aquí!, y se mover ; nada les ser
imposible" (Mt 17,20). Y también: "En verdad, les digo: Todo
lo que le pidan al Padre en mi nombre, El se los dar ... Pidan
y recibirán" (Jn 16,23 ss.). El es quien dice a sus discípulos
y a todos los que creen en El: "Sanen a los enfermos..., echen
fuera a los demonios; gratis lo recibieron, gratis tienen que
darlo" (Mt 8,10).

Antonio, pues, sanaba no dando órdenes sino orando e


invocando el nombre de Cristo, de modo de que para todo
era claro que no era él quien actuaba sino el Señor quien
mostraba su amor por los hombres sanando a los que su-
frían, por intermedio de Antonio. Antonio se ocupaba sólo de
la oración y de la práctica de la ascesis, por esta razón
llevaba su vida montañesa, feliz en la contemplación de las
cosas divinas, y apenado de que tantos lo perturbaban y lo
forzaban a salir a la Montaña Exterior.

Los jueces, por ejemplo, le rogaban que bajara de la monta-


137

ña, ya que para ellos era imposible ir para allá a causa del
séquito de gente envueltas en pleito. Le pidieron que fuera
a ellos para que pudieran verlo. El trató de librarse del viaje
y les rogó que lo excusaran de hacerlo. Ellos insistieron, sin
embargo, incluso le mandaron procesados con escoltas de
soldados, para que en consideración a ellos se decidiera a
bajar. Bajo tal presión, y viéndolos lamentarse, fue a la
Montaña Exterior. De nuevo la molestia que se tomó no fue
en vano, pues ayudo a muchos y su llegada fue verdadero
beneficio. Ayudó a los jueces aconsejándoles que dieran a la
justicia precedencia a todo lo demás, que temieran a Dios y
que recordaran que "serían juzgados con la medida con que
juzgaran" (Mt 7,12). Pero amaba su vida montañesa por
encima de todo.

Una vez importunado por personas que necesitaban su ayuda


y solicitado por el comandante militar que envió mensajeros
a pedirle que bajara, fue y habló algunas palabras acerca de
la salvación y a favor de los que lo necesitaban, y luego se
dio prisa para irse. Cuando el duque, como lo llaman, le rogó
que se quedara, le contestó que no podía pasar más tiempo
con ellos, y los satisfizo con esta hermosa comparación: "Tal
como un pez muere cuando está un tiempo en tierra seca, así
también los monjes se pierden cuando holgazanean y pasan
mucho tiempo entre ustedes. Por eso tenemos que volver a
la montaña, como el pez al agua. De otro modo, si nos
entretenemos podemos perder de vista la vida interior. El
comandante al escucharle esto y muchas otras cosas más,
dijo admirado que era verdaderamente siervo de Dios, pues,
¿de dónde podía un hombre ordinario tener una inteligencia
138

tan extraordinaria si no fuera amado por Dios?

Había una vez un comandante –Balacio era su nombre–, que


era como los partidario de los execrables arrianos perseguía
duramente a los cristianos. En su barbarie llegaba a azotar
a las vírgenes y desnudar y azotar a los monjes. Entonces
Antonio le envió una carta diciéndole lo siguiente: "Veo que
el juicio de Dios se te acerca; deja, pues, de perseguir a los
cristianos para que no te sorprenda el juicio; ahora está a
punto de caer sobre ti". Pero Balacio se echó a reír, tiró la
carta al suelo y la escupió, maltrató a los mensajeros y les
ordenó que llevaran este mensaje a Antonio: "Veo que estás
muy preocupados por los monjes, vendré también por ti". No
habían pasado cinco días cuando el juicio de Dios cayó sobre
él. Balacio y Nestorio, prefecto de Egipto, habían salido a la
primera estación fuera de Alejandría, llamada Chereu;
ambos iban a caballo. Los caballos pertenecían a Balacio y
eran los más mansos que tenía. No habían llegado todavía al
lugar, cuando los caballos, como acostumbraban a hacerlo,
comenzaron a retozar uno contra otro, y de repente el más
manso de los dos, que cabalgaba Nestorio, mordió a Balacio,
lo echó abajo y lo atacó. Le rasgó el muslo tan malamente
con sus dientes, que tuvieron que llevarlo de vuelta a la
ciudad, donde murió después de tres días. Todos se admira-
ron de que lo dicho por Antonio se cumpliera tan rápidamen-
te.

Así dio escarmiento a los duros. Pero en cuanto a los demás


que acudían a él, sus íntimas y cordiales conversaciones con
ellos lo hacían olvidar sus litigios y hacían considerar felices
a los que abandonaban la vida del mundo. De tal modo
139

luchaba por la causa de los agraviados que se podía pensar


qué el mismo y no los otros era la parte agraviada. Además
tenía tal don para ayudar a todos, que muchos militares y
hombres de gran influjo abandonaban su vida agravosa y se
hacían monjes. Era como si Dios hubiera dado un médico a
Egipto. ¿Quién acudió a él con dolor sin volver con alegría?
¿Quién llegó llorando por sus muertos y no echó fuera
inmediatamente su duelo? ¿Hubo alguno que llegara con ira
y no la transformara en amistad? ¿Que pobre o arruinado
fue donde él, y al verlo y oírlo no despreció la riqueza y se
sintió consolado en su pobreza? ¿Qué monje negligente no
ganó nuevo fervor al visitarlo? ¿Qué joven, llegando a la
montaña y viendo a Antonio, no renunció tempranamente al
placer y comenzó a amar la castidad? ¿Quién se le acercó
atormentado por un demonio y no fue librado? ¿Quién llegó
con un alma torturada y no encontró la paz del corazón?

Era algo único en la práctica ascética de Antonio que


tuviera, como establecí antes, el don de discernimientos de
espíritus. Reconocía sus movimientos y sabía muy bien en que
dirección llevaba cada uno de ellos su esfuerzo y ataque. No
sólo que él mismo fue no fue engañado por ellos, sino que,
alentando a otros que eran hostigados en sus pensamientos,
les enseñó como resguardarse de sus designios, describien-
do la debilidad y ardides de espíritus que practicaban la
posesión. Así cada uno se marchaba como ungido por él y
lleno de confianza para la lucha contra los designios del
diablo y sus demonios.

¡Y cuántas jóvenes que tenían pretendientes pero vieron a


Antonio sólo de lejos, quedaron vírgenes por Cristo! La
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gente llegaba donde él también de tierras extrañas, y


también ellos recibían ayuda como los demás, retornando
como enviados en un camino por un padre. Y en verdad, y
ahora que ya partió, todos, como huérfanos que han perdido
a su padre, se consuelan y conforman sólo con su recuerdo,
guardando al mismo tiempo con cariño sus palabras de
admonición y consejo.

Muerte de Antonio

Este es el lugar para que les cuente y ustedes oigan, ya que


están deseosos de ello, como fue el fin de su vida, pues en
esto fue modelo digno de imitar.

Según su costumbre, visitaba a los monjes en la Montaña


Exterior. Recibiendo una premonición de su muerte de parte
de la Providencia, habló a los hermanos: "Esta es la última
visita que les hago y me admiraría si nos volvemos a ver en
esta vida. Ya es tiempo de que muera, pues tengo casi ciento
cinco años". Al oír esto, se pusieron a llorar, abrasando y
besando al anciano. Pero él, como si estuviera por partir de
una ciudad extranjera a la suya propia, charlaba gozosamen-
te. Los exhortaba a "no relajarse en sus esfuerzos ni a
desalentarse en las práctica de la vida ascética, sino a vivir,
como si tuvieran que morir cada día, y, como dije antes, a
trabajar duro para guardar el alma limpia de pensamientos
impuros, y a imitar a los pensamientos santos. No se acer-
quen a los cismáticos melecianos, pues ya conocen su ense-
ñanza perversa e impía. No se metan para nada con los
arrianos, pues su irreligión es clara para todos. Y si ven que
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los jueces los apoyan, no se dejen confundir: esto se acabar


, es un fenómeno que es mortal y destinado a su fin en corto
tiempo. Por eso, manténganse limpios de todo esto y obser-
ven la tradición de los Padres, y sobre todo, la fe ortodoxa
en nuestro Señor Jesucristo, como lo aprendieron de las
Escrituras y yo tan a menudo se los recordé".

Cuando los hermanos lo instaron a quedarse con ellos y morir


allí, se rehusó a ello por muchas razones, según dijo, aunque
sin indicar ninguna. Pero especialmente era por esto: los
egipcios tienen la costumbre de honrar con ritos funerarios
y envolver con sudarios de lino los cuerpos de los santos y
particularmente el de los santo mártires; pero no los
entierran sino que los colocan sobre divanes y los guardan en
sus casas, pensando honrar al difunto de esta manera.
Antonio a menudo pidió a los obispos que dieran instruccio-
nes al pueblo sobre este asunto. Asimismo avergonzó a los
laicos y reprobó a las mujeres, diciendo que "eso no era
correcto ni reverente en absoluto. Los cuerpos de los
patriarcas y los profetas se guardan en las tumbas hasta
estos días; y el cuerpo del Señor fue depositado en una
tumba y pusieron una piedra sobre él (Mt 27,60), hasta que
resucitó al tercer día". Al plantear así las cosas, demostraba
que cometía error el que no daba sepultura a los cuerpos de
los difuntos, por santos que fueran. Y en verdad, ¿qué hay
más grande o más santo que el cuerpo del Señor? Como
resultado, muchos que lo escucharon comenzaron desde
entonces a sepultar a sus muertos, dieron gracias al Señor
por la buena enseñanza recibida.

Sabiendo esto, Antonio tuvo miedo de que pudieran hacer lo


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mismo con su propio cuerpo. Por eso, despidiéndose de los


monjes de la Montaña Exterior, se apresuró hacia la Monta-
ña Interior, donde acostumbraba a vivir. Después de pocos
meses cayó enfermo. Llamó ó a los que lo acompañaban
–había dos que llevaban la vida ascética desde hacía quince
años y se preocupaban de él a causa de su avanzada edad–,
y les dijo: "Me voy por el camino de mis padres, como dice la
Escritura (1 R 2,2; Js 23,14), pues me veo llamado por el
Señor. En cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan
tabla rasa de la vida ascética que han practicado tanto
tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como si
estuvieran recién comenzando. Ya conocen a los demonios y
sus designios, conocen también su furia y también su
incapacidad. Así, pues, no los teman; dejen mas bien que
Cristo sea el aliento de su vida y pongan su confianza en El.
Vivan como si cada día tuvieran que morir, poniendo su
atención en ustedes mismos y recordando todo lo que me
han escuchado. No tengan ninguna comunión con los cismáti-
cos y absolutamente nada con los herejes arrianos. Saben
como yo mismo me cuidé de ellos a causa de su pertinaz
herejía en contra de Cristo. Muestren ansia de mostrar su
lealtad primero al Señor y luego a sus santos, para que
después de su muerte los reciban en las moradas eternas
(Lc 16,9), como a mis amigos familiares. Grábense este
pensamiento, téngalo como propósito. Si ustedes tienen
realmente preocupación por mí y me consideran su padre, no
permitan que nadie lleve mi cuerpo a Egipto, no sea que me
vayan a guardar en sus casas. Esta fue mi razón para venir
acá, a la montaña. Saben como siempre avergoncé a los que
hacen eso y los intimé a dejar tal costumbre. Por eso,
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háganme ustedes mismos los funerales y sepulten mi cuerpo


en tierra, y respeten de tal modo lo que les he dicho, que
nadie sino sólo ustedes sepa el lugar. En la resurrección de
los muertos, el Salvador me lo devolver incorruptible.
Distribuyan mi ropa. Al obispo Atanasio denle la túnica y el
manto donde yazgo, que él mismo me lo dio pero que se ha
gastado en mi poder; al obispo Serapión denle la otra túnica,
y ustedes pueden quedarse con la camisa de pelo. Y ahora,
hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va, y no esta más con
ustedes".

Después de decir esto y de que ellos lo hubieron besado,


estiró sus pies; su rostro estaba transfigurado de alegría y
sus ojos brillaban de regocijo como si viera a amigos que
vinieran a su encuentro, y así falleció y fue a reunirse con
sus padres. Ellos entonces, siguiendo las órdenes que les
había dado, prepararon y envolvieron el cuerpo y lo enterra-
ron ahí en la tierra. Y hasta el día de hoy, nadie, salvo esos
dos, sabe donde está sepultado. En cuanto a los que recibie-
ran las túnicas y el manto usado por el bienaventurado
Antonio, cada uno guarda su regalo como un gran tesoro.
Mirarlos es ver a Antonio y ponérselos es como revestirse
de sus exhortaciones con alegría.

Este fue el fin de la vida de Antonio en el cuerpo, como


antes tuvimos el comienzo de la vida ascética. Y aunque este
sea un pobre relato comparado con la virtud del hombre,
recíbanlo, sin embargo, y reflexionen en que caso de hombre
fue Antonio, el varón de Dios. Desde su juventud hasta una
edad avanzada conservó una devoción inalterable a la vida
ascética. Nunca tomó la ancianidad como excusa para ceder
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al deseo de la alimentación abundante, ni cambió su forma


de vestir por la debilidad de su cuerpo, ni tampoco lavó sus
pies con agua. Y, sin embargo, su salud se mantuvo totalmen-
te sin perjuicio. Por ejemplo, incluso sus ojos eran perfecta-
mente normales, de modo que su vista era excelente; no
había perdido un solo diente; sólo se le habían gastado las
encías por la gran edad del anciano. Mantuvo las manos y los
pies sanos, y en total aparecía con mejores colores y más
fuerte que los que usan una dieta diversificada, baños y
variedad de vestidos.

El hecho de que llegó a ser famoso en todas partes, de que


encontró admiración universal y de que su pérdida fue
sentida aún por gente que nunca lo vio, subraya su virtud y
el amor que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por sus
escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra
cosa, sino sólo por su servicio a Dios.

Y nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo expli-


car, en efecto, que este hombre, que vivió escondido en la
montaña, fuera conocido en España y Galia, en Roma y
Africa, sino por Dios, que en todas partes hace conocidos a
los suyos, que, más aún, había dicho esto en los comienzos?.
Pues aunque hagan sus obras en secreto y deseen permane-
cer en la oscuridad, el Señor los muestra públicamente como
lámparas a todo los hombres (Mt 5,16), y así, los que oyen
hablar de ellos, pueden darse cuenta de que los mandamien-
tos llevan a la perfección, y entonces cobran valor por la
senda que conduce a la virtud.
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Epílogo

Ahora, pues, lean a los demás hermanos, para que también


ellos aprendan cómo debe ser la vida de los monjes, y se
convenzan de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo
glorifica a los que lo glorifican. El no sólo conduce al Reino
de los Cielos a quienes lo sirven hasta el fin, sino que, aunque
se escondan y hagan lo posible por vivir fuera del mundo,
hace que en todas partes se lo conozca y se hable de ellos,
por su propia santidad y por la ayuda que dan a otros. Si la
ocasión se les presenta, léanlo también a los paganos, para
que al menos de este modo puedan aprender que nuestro
Señor Jesucristo es Dios e Hijo de Dios, y que los cristianos
que lo sirven fielmente y mantienen su fe ortodoxa en El,
demuestran que los demonios, considerados dioses por los
paganos, no son tales, sino que, más aún, los pisotean y
ahuyentan por lo que son: engañadores y corruptores de
hombres.

Por nuestro Señor Jesucristo, a quien la gloria por los siglos.


Amén.

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