Dialnet CapituloIIILaDiversidadDeMiradas 3318227 PDF
Dialnet CapituloIIILaDiversidadDeMiradas 3318227 PDF
Dialnet CapituloIIILaDiversidadDeMiradas 3318227 PDF
LA DIVERSIDAD DE MIRADAS
Más allá de la polifacética labor intelectual de Azara cuyos testimonios escritos ocupan,
aún hoy, un destacado lugar en diversas áreas del conocimiento sudamericano y europeo,
quisiéramos detenernos en su discurso para individualizar cada una de las múltiples posiciones
desde las que este observador infatigable analiza la realidad que lo rodea y la plasma en sus
textos.
El funcionario colonial
39
un imperio” (Pratt, 1997: 23). Esta tradición se inicia con la cartografía náutica, que es la primera
en ejercer el poder de nombrar. Y es precisamente “en el nombrar donde confluyeron el proyecto
geográfico y el religioso, ya que los emisarios reclamaban el mundo bautizando los accidentes
geográficos y los hitos con nombres eurocristianos” (Pratt, 1997: 67).
Félix de Azara es miembro de una burocracia modernizada por la Corona borbónica y
dispuesta a optimizar la reforma y racionalización de las colonias, a la que Vidal denomina
“meritocracia de hombres nuevos” (Vidal, 1985: 151). Como tal, adopta con frecuencia el punto
de vista de tantos funcionarios coloniales que visitaron el Nuevo Continente, en distintos
momentos y con diversos propósitos. Él también examina el mundo americano que lo rodea con
esa “mirada imperial” descrita por Pratt aunque nos inclinamos a creer que esta actitud es más
acusada en los primeros tiempos, cuando no se ha familiarizado aún con el lugar donde se
encuentra ni ha experimentado las numerosas desilusiones que el trato con las autoridades
españolas del virreinato le proporcionaran en no pocas situaciones.
La reflexión me hace ver una corrupción universal, y que ninguna Nación nos
iguala en abandono, despilfarro, poca previsión y ninguna política. Dios nos ha
dado a manos llenas y todo lo desperdiciamos por nuestra bestialidad, y ningún
Patriotismo, ni principio del verdadero honor: Los rarissimos sujetos que piensan
bien están arrinconados; y sin tener fuerzas para resistir la corrupción general son
el objeto de la ira, murmuración y desprecio universal. (Azara, cit. en Mones y
Klappenbach, 1997: 179)
14
Pedro Antonio Cerviño (Pontevedra, 1757 - Buenos Aires, 1816): ingeniero, topógrafo y cartógrafo
español que llegó a Buenos Aires a los 25 años, en su función de ingeniero voluntario del ejército. Integró
la comisión demarcadora de límites entre Portugal y España. A partir de 1783 comenzó sus viajes
científicos, varios de ellos por encargo de Azara. Cuando este último regresó a su país, dejó al cuidado de
Cerviño sus manuscritos, cartas geográficas y otros documentos.
40
aclarar las cosas [porque] ellos miraron las tierras que debían de marcar como inútiles y no
consideraron que la posteridad había de juzgar de sus operaciones” (Azara, cit. en Mones y
Klappenbach, 1997: 179). La ineficiencia y falta de rigurosidad de esos funcionarios contribuye a
dificultar la demarcación actual.
En realidad, la tarea asignada a esta Expedición de Límites culmina también en un fracaso a
pesar de que Azara, en lo que a su partida concierne, despliega todas sus energías para vencer la
atmósfera de inacción que parece neutraliza cada intento de poner en marcha las actividades de
delimitación. Sin embargo, y a pesar de la aparente ausencia de resultados, la demarcación de esa
porción de la América española tiene inesperadas consecuencias: es el punto de partida para el
proceso de “regionalización” sudamericana (Lucena Giraldo, 1998: 217).
En el aspecto científico, el estudio exhaustivo de la región permite acumular una gran
cantidad de material cartográfico, geográfico, botánico, zoológico e histórico, que amplia
considerablemente el conocimiento que de su propio suelo tenían los habitantes. Desde un
enfoque espacial, las grandes regiones marginales y casi desconocidas del imperio se convierten
en espacios de gran valor estratégico, económico y se occidentalizan mediante el poblamiento
(Lucena Giraldo, 1998:219). Desde una perspectiva cultural, se transmiten nuevas imágenes que
proponen la transformación del mundo bárbaro deshabitado en otro civilizado y próspero.
Azara, aunque ignorándolo, participa muy activamente a través de su extraordinario
trabajo en este proceso de reconocimiento, revaloración y redistribución territorial, económico y
cultural que serán las futuras bases de una redefinición identitaria. También, y de manera
indirecta, contribuye a salvaguardar la integridad territorial de las futuras naciones, al dar a
conocer las verdaderas características del territorio y confeccionar los mapas más exactos (y
frecuentemente los primeros) frenando de ese modo la penetración portuguesa.
En este sentido, el primer aporte de Azara es el realizado a Paraguay, al ofrecer al
Cabildo de Asunción, en 1793, el mapa de la región junto a una versión precursora de la
Descripción. Además, su obra es fundamental para el conocimiento de la región del Río de la
Plata, y sus representaciones culturales “fueron recogidas desde el momento mismo de su primera
edición, en francés, por otros viajeros, cronistas y científicos que recorrieron el área y que
apoyándose en Azara, iniciaron el proceso de autorización de sus representaciones” (Marre,
2000).
Evidentemente, Azara ni siquiera vislumbra que su denodada labor tendrá semejantes
consecuencias, en un futuro todavía lejano. Por su parte, trata de beneficiar a su país, cumpliendo
con gran cuidado las tareas que le son encomendadas y resolviendo otros problemas que
descubre. Terminada su labor en Buenos Aires, las autoridades lo destinan a la Banda Oriental,
41
donde debe fundar pueblos en la línea de frontera que separa los dominios españoles y
portugueses con el fin de evitar la infiltración lusitana. Allí se entera de que hay numerosas
familias españolas que, veinte años antes, fueron traídas al Río de la Plata para poblar la costa
patagónica y que el gobierno instaló “transitoriamente” en la zona costera. Azara resuelve poblar
el territorio limítrofe con aquellas familias que se presten voluntariamente al traslado. De esta
manera, logra la instalación definitiva de gran parte de los colonos españoles al mismo tiempo
que exime al Tesoro Público de pagarles una pensión anual.
Félix de Azara, al igual que otros enviados de la Corona, tiene como encargo poner especial
atención en todo lo que incremente la rentabilidad de los territorios coloniales. Por eso va
señalando todas las ventajas e inconvenientes que observa, recurriendo a veces a comparaciones
con Europa. Por ejemplo, explica que en sus viajes recorre vastas extensiones de llanuras donde
constata que “las zonas anegadizas y de lagunas excluyen del cultivo unas extensiones de país
mayores que muchos reinos de Europa” (Azara, Descripción: 18). Señala también que la
horizontalidad del terreno dificulta el desagüe; es causa de que muchos ríos no sean navegables
por su poca profundidad y de que haya “distancias muy grandes sin ríos, ni arroyos, ni fuentes.”
(Azara, Descripción: 18). Explica que estos países llanos “no contienen minerales” (Azara,
Descripción: 24) aunque en “las sierras llamadas de Santa Ana […] en la provincia de Chiquitos
hay probabilidades de que se encontraran minas de oro, y quizás de piedras preciosas, porque
están cerca de las que poseen los portugueses en Matogroso y Cuiabá.” (Azara, Descripción: 25).
Se interesa por la red hidrográfica que irriga el suelo que explora y que puede convertirse
en un importante medio de transporte para la región. Aclara que, como la gran extensión del país
le impide describir todos los ríos que lo recorren, se limita a cartografiar y a informar sobre las
condiciones de navegabilidad de los principales que forman la cuenca del Plata aunque algunos
de los no mencionados “sean iguales y mayores que los más caudalosos de Europa”. (Azara,
Descripción: 27). De entre todos ellos siente una especial atracción por el río Paraná pero señala
que, “a pesar del grandísimo caudal de este río, no puede navegarse en toda su longitud, porque lo
embarazan la violencia de su curso y principalmente sus saltos y arrecifes” (Azara, Descripción:
29).
Constata que, avanzando hacia el norte, se van haciendo más numerosos los bosques con
“muchísimas especies de árboles, todas diferentes de las de Europa” y aunque todavía se ignora
“la aplicación y usos que pueden darse a muchas de aquellas maderas, el tiempo los descubrirá”.
Además, como “las maderas del Paraguay son más compactas, sólidas y vidriosas que las de
Europa” porque se ha comprobado que “una embarcación construida de ellas dura triplicado
tiempo” (Azara, Descripción: 44), él enumera las distintas especies que crecen en esa zona, las
42
características de cada madera y la utilidad a que podrían ser destinadas (Azara, Descripción: 45-
46).
A veces Azara interrumpe su inventario para denunciar la desidia de ciertos organismos
peninsulares que no ponen empeño en cumplir su cometido, explicando que existen también, en
las regiones que él explora, hierbas medicinales, alguna conocidas y otras nuevas, con
propiedades curativas comprobadas. Un ejemplo es el aguaraibai que crece en Misiones. Con sus
hojas hervidas en vino se hace un jarabe que, bebido o aplicado externamente, soluciona los
problemas más variados (heridas, dolores de estómago, de cabeza y de costado, cólicos,
disentería, etc.). Y agrega:
No sólo se limita Azara a considerar los productos que pueden ser explotados en América
sino también los que pueden llevarse a la metrópoli. Uno de ellos es la mandioca que se cultiva
mucho para elaborar pan y otros alimentos. Tratándose de un vegetal que prospera en zonas
cálidas, “convendría probar su cultivo en Mallorca y en las provincias meridionales de España.”
(Azara, Descripción: 59). También observa que algunas abejas pueden ser trasladadas a grandes
distancias porque se logró traerlas de Tucumán a Buenos Aires, distante 150 leguas. Esta
experiencia hace presumir que varias especies de abejas de América se podrían transportar a
España (Azara, Descripción: 64).
Por último, algunas informaciones que Azara incluye en su texto tienen como objetivo
atraer nuevos pobladores europeos a la región. Por eso afirma, por ejemplo, que “por lo relativo a
la salud, puede tenerse por cierto que no hay en el mundo países más sanos que todos aquellos.”
(Azara, Descripción: 14) o que “Mendoza y San Juan son dos ciudades de la falda de la cordillera
de los Andes en la frontera de Chile, cuyos territorios son tal vez los más abundantes del mundo.”
(Azara, Descripción: 58).
En los ejemplos citados hasta aquí, el discurso de Azara presenta una gran similitud con
otros textos de la época que concentran la atención en la protección del territorio frente a otras
potencias, la explotación de sus riquezas naturales, la adaptabilidad de ciertas especies animales o
vegetales al medio ambiente español, el establecimiento de colonos europeos, etc.
43
Pratt utiliza el término “anticonquista” para identificar “las estrategias de representación
por medio de las cuales los sujetos burgueses europeos tratan de declarar su inocencia en el
mismo momento en que afirman la hegemonía europea” (Pratt, 1997: 27).
Y qué hace nuestro autor, sino aplicar dichas estrategias discursivas, cuando asegura que
esos dominios tienen “el gobierno más suave del mundo” (Azara, cit. en Mones y Klappenbach,
1997: 186) o cuando responsabiliza a las ciudades de “engendrar la corrupción de las costumbres”
porque es precisamente allí donde existe “aquel aborrecimiento que los criollos o españoles
nacidos en América profesan a todo europeo y a su metrópoli [sin valorar ] sus muchas ventajas
sobre los europeos; pues su país les franquea libertad, igualdad, facilidad de ganar dinero de
muchos modos, y aun de comer casi sin trabajo ni costo” (Azara, Descripción: 196). Emplea el
mismo recurso, cuando explica y, peor aún justifica, los regímenes de explotación y servidumbre
a los que eran sometidas las poblaciones autóctonas, como fueron la encomienda, la mita y el
yanaconazgo (Azara, Descripción: 165-167) o cuando, ante la evidente disminución de la
población aborigen, aduce que los primeros padrones registraban un número de “indios
sometidos” menor que el actual, lo que indica que “no los han exterminado la avaricia y crueldad
españolas” (Azara, Descripción: 9); también cuando considera que la convivencia de criollos y
aborígenes con los europeos puede civilizarlos, como se deduce del informe redactado por el
virrey, marqués de Avilés15, en el que explica que Azara, luego de fundar Batoví, está poblando la
futura villa de Esperanza con blancos e “indios libres que pasaron a agregarse, teniendo todos sus
correspondientes suertes de tierras” (González, 1943: LXXII). El virrey agrega que:
[…] siendo nuestros pobladores casi bárbaros, o muy mal habituados, ha tenido por
conveniente el señor Azara, admitir entre ellos algunas familias portuguesas
honradas, laboriosas y de mejores costumbres, para que a su ejemplo o por
emulación se hagan de mejor conducta. (González, 1943: LXXII)
Sin embargo, y aunque estamos explorando su perfil más previsible, encontramos en Azara,
funcionario del imperio, ciertas actitudes que se apartan de las prácticas establecidas hasta
entonces como sucede cuando no duda en recibir en sus poblaciones a los indígenas que quieran
15
Marqués Gabriel de Avilés (Oviedo, 1730 – Valparaíso, 1810): pasó la mayor parte de su vida en
América del Sur, desempeñando cargos militares y administrativos en Perú, Chile y Buenos Aires. Fue
virrey de Buenos Aires desde el 14 de marzo de 1799 hasta el 20 de mayo de 1801 cuando entregó el
mando a su sucesor, Joaquín del Pino, para asumir el cargo de virrey del Perú. El texto al que hacemos
referencia es un documento que contiene la relación que el virrey hizo de su gobierno, fechado el 20 de
mayo de 1801. Este informe, remitido al rey por el marqués de Avilés al término de su mandato, se
conserva en el Real y Supremo Consejo de Indias (Viajes, vol.I, 32-35).
44
habitarlas, cuando designa animales y plantas con sus nombres aborígenes o prefiere las voces
autóctonas a las españolas para referirse a una localidad.
Cómo acabamos de ver en el informe del marqués de Avilés, Azara acoge a los “indios
libres” que quieren habitar el pueblo, dispensándoles el mismo tratamiento que a los demás
colonos y ésta no es una conducta extraordinaria en nuestro colonizador. Encontramos otro
ejemplo en el informe que presentara al virrey al cabo de su misión en la frontera sur de Buenos
Aires en el que, al proponer la ubicación de los pueblos que se construirán en las tierras
conseguidas, insinúa:
Es importante notar que Azara está dispuesto a acoger a los aborígenes que quieran vivir
en las poblaciones habitadas por blancos, sin imponerles vivir en ellas y además, sin condicionar
su aceptación a la conversión religiosa.
La actitud de Azara, en estas circunstancias, es bastante novedosa si tenemos en cuenta
que, por lo que se puede deducir de los capítulos XVI y XVII de la Descripción, los aborígenes y
los miembros de otras castas habitaban en sus propios pueblos (Azara, Descripción: 207-230). En
estos capítulos, dedicados a dar una “breve noticia” sobre los pueblos y parroquias existentes en
los gobiernos de Paraguay y de Buenos Aires, el autor especifica (entre otros datos) quiénes
residen en ellos. Explica, por ejemplo, que en el gobierno de Paraguay, además de las ciudades
principales, hay “treinta y cuatro parroquias de españoles” (Azara, Descripción: 208), que el
pueblo de Ytá “se compone de indios guaraníes” (Azara, Descripción: 209) o que el de Tabapí o
Acaai “se compone de trescientos treinta y ocho mestizos y mulatos libres” (Azara, Descripción:
210), que San Jerónimo “es de indios abipones” y San Francisco Javier de “indios mocobis”,
estos dos últimos, en el “gobierno de Buenos Aires” (Azara, Descripción: 226).
El hecho de que los habitantes de un pueblo pertenezcan todos a la misma etnia o casta se
explica por los procedimientos y motivos que guiaban las fundaciones. Acerca del pueblo de
Emboscada, Azara dice que:
45
O de Caiastá :
Una tropa española que sorprendió una porción de indios charrúas y minuanes,
los expatrió y formó con ellos este pueblo. (Azara, Descripción: 215)
Muchos de estos pueblos eran erigidos por los jesuitas para proteger a los indígenas de las
persecuciones de los portugueses, pero muchos otros eran creados por iniciativa y en beneficio de
los españoles que, de esa manera, obtenían mano de obra casi gratuita. Azara lo señala
refiriéndose a la fundación de Loreto, en esta cita, y lo reitera en numerosas fundaciones:
Otra actitud que establece un contraste entre Azara, capitán de fragata de la marina
española, y otros marinos y funcionarios, reside en su elección de designar a las especies
animales y vegetales, desconocidas para él, con los nombres en lenguas autóctonas. Esta
innovación es una de las causas por las que sus primeros envíos de aves y animales no fueran
valorados en su patria. Aunque también es cierto que, mucho más tarde, su preservación del
lenguaje que se usaba en esa porción del mundo americano, lo convertiría en una referencia
lexicográfica para Paraguay y el Río de la Plata.
En Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos…, presenta cada ejemplar
con un número y su nombre guaraní, agregando, a continuación, otros nombres que lo identifican:
N° 1. Mborebí: Así lo llaman los Guaranís; estos Españoles Gran bestia y los
Portugueses Anta (Azara, Apuntamientos para la historia natural de los
cuadrúpedos: 1).
N° 10. Yaguareté: le llamaban yaguá los Guaranís, pero como aplicasen este
nombre al perro cuando le trajeron los Españoles, se lo mudaron […] llamándole
Yaguareté. Algunos Guaranís le denominan Yaguá-pará (Yaguá manchado); estos
Españoles Tigre; y los Portugueses onza pintada. (Azara, Apuntamientos para la
historia natural de los cuadrúpedos: 91-92)
Algunos de los animales catalogados por Azara han conservado su nombre autóctono,
como en el caso del Yaguareté, mientras que otros fueron rebautizados, como el mborebí, que se
conoce actualmente como tapir, por ser el nombre con que los miembros de la expedición de La
Condamine habían catalogado un ejemplar observado en Brasil (Azara, Apuntamientos para la
historia natural de los cuadrúpedos: 7).
46
En cuanto a las aves, como Azara “les dio los nombres vulgares”, con las que eran
conocidas por “los indígenas y algunos españoles”, posteriormente el ornitólogo Vieillot “las
ordenó y les dio el verdadero nombre científico aplicando la nomenclatura de Linneo” y creando
nuevos géneros en base a las descripciones realizadas por Azara (Pereyra, 1945:13).
Al escribir, Azara es consciente de estar representando un mundo desconocido para sus
lectores europeos (e incluso para los de otras regiones del continente). Por eso, y como lo señala
la lingüista Ursula Kühl de Mones, no usa directamente las voces americanas, sino que, “con una
conciencia lingüística aguda, las explica y define” antes de emplearlas en su texto (Kühl de
Mones, 1997: 61). Según ella, Azara se vale de tres procedimientos diferentes, para explicar las
palabras desconocidas:
- utiliza el verbo “ser” para introducir una definición descriptiva:
Bolas: “[…] son tres piedras redondas como el puño, forradas separadamente con
piel de vaca o caballo, y unidas las tres a un punto o centro común por cordones
de piel gruesos como el dedo, y largos cinco palmos. Toman con la mano la una,
que es algo menor, y haciendo girar las dos restantes sobre la cabeza hasta tomar
violencia, despiden las tres, [...] y matan del golpe o se enredan en las piernas,
cuello o cuerpo del hombre o animal sin permitirle escape ni defensa” (Azara,
Descripción: 118).
- recurre a un sinónimo:
- o emplea formas metalingüísticas como “llaman”, “se llama”, “se da el nombre”, “usan el
nombre”, etc.:
Toldo: “[…] por allá llaman toldo a la casa o habitación del indio silvestre” (Azara,
Descripción: 105).
Como ha observado Ursula Kühl, Azara también registra distintas variantes para designar
una misma realidad, no contentándose únicamente con el término español (1997: 62-63). Estas
variantes pueden ser regionales:
47
Indios pampas: “Así llaman los españoles a esta nación porque vive errante en las
Pampas o grandes llanuras entre los treinta y seis y treinta y nueve grados de
latitud, pero los conquistadores del país los llamaron querandís. Ellos mismos se
llaman puelches, y aun de otros modos, porque cada trozo de su nación lleva su
nombre” (Azara, Descripción: 113).
Quiyá: “los Españoles la llaman Nutria; pero no lo es, ni de su familia” (Azara, cit.
en Kühl de Mones, 1997: 63).
Sucede, a veces, que ni siquiera los habitantes del lugar tienen un nombre apropiado para
designar lo que Azara quiere describir (Kühl de Mones, 1997: 63). Sólo entonces él lo bautiza con
el nombre que considera adecuado:
Por la meticulosidad y didactismo con que este autor recupera y explica el vocabulario
rioplatense, “Azara con su Descripción, ha sido incluido por la Real Academia Española en el
Catálogo de los escritores que pueden servir de autoridad en el uso de los vocablos y de las frases
de la lengua castellana” (Granada, cit. en Mones y Klappenbach, 1997: 64)
Otro ejemplo de la perspectiva poco convencional de Azara que se traduce en su uso de la
lengua está en que siempre que alude a la población fundada por él en la frontera norte de la
Banda Oriental, la llama “Batoví”, aunque sabemos que la bautizó como San Gabriel de Batoví
porque el virrey firmó el decreto un 18 de mayo, fecha en que la Iglesia conmemora al arcángel
Gabriel (Azara, Memoria: 1-25). En lugar del nombre eurocristiano, él prefiere utilizar la voz
guaraní.
Como podemos constatar en las situaciones antes descritas, Azara no parece estar guiado
por la aspiración de nombrar para tomar posesión en nombre de la Corona, utilizando ese medio
como una fuente de poder, sino más bien por la de conservar todo (incluso la lengua) lo más
intacto posible, limitando su intervención a lo estrictamente necesario.
48
El naturalista aficionado
Mary Louise Pratt considera que, en la primera mitad del siglo XVIII, tienen lugar ciertos
hechos que producen un cambio trascendente en la concepción que Europa tenía de sí misma y
de sus relaciones con el resto del mundo. El primero de ellos es la publicación de Sistema
Naturae (en 1735) de Carl Linneo, en el que el naturalista sueco propone un sistema de
clasificación que permitía categorizar todos los vegetales del planeta, aún los que eran
desconocidos para la ciencia de la época. El segundo es la organización, también en 1735, de la
primera expedición científica europea, un emprendimiento conjunto que pretendía determinar la
forma exacta de la Tierra (Pratt, 1997: 38).
La importancia de la expedición de La Condamine, ya que de ella se trata, reside en el
hecho de haber dado a conocer “otras partes del mundo” al imaginario europeo (Pratt, 1997:43)
originando una nueva “conciencia planetaria” (Pratt, 1997: 61). A partir de este viaje, las
expediciones adoptarán “una nueva orientación hacia la exploración y documentación de las
tierras interiores continentales” en contraste con las expediciones marítimas, que durante
trescientos años exploraran únicamente las costas del mundo (Pratt, 1997: 51). Además, y a partir
de ese momento, la historia natural será el modelo discursivo por excelencia utilizado para
construir y vehiculizar un paradigma de significación globalizado (Pratt, 1997:52), introduciendo
un cambio trascendente tanto en los viajes como en la literatura que de ellos emana. A partir de
ese momento, el interés por la recolección, denominación e inventario de nuevas especies así
como el reconocimiento de los ejemplares ya conocidos, formará parte de todas las expediciones,
ocupará a todos los viajeros y será incluida en todos los relatos de viajes.
El interés y sistematización en el ordenamiento de especies naturales que se generaliza en
estos momentos, no excluye la larga tradición hispana de inventario de la naturaleza que se inicia
con Cristóbal Colón y su construcción de América como cornucopia paradisíaca. El
descubrimiento de las Indias genera, desde el comienzo, una enorme cantidad de documentos de
todo tipo (cartas, órdenes, provisiones, cédulas, relaciones, etc.) relacionados con el hallazgo,
administración y control de las nuevas tierras, entre los que se elaboraron instrucciones (práctica
común en la Europa del siglo XVI) “que indicaban, a navegantes y descubridores, los aspectos
esenciales en que debían fijarse cuando realizaban sus viajes” (Álvarez Peláez, 1993: 144). El
sistema de instrucciones, cuestionarios y memorias adquiere mayor automatización y complejidad
con el transcurso del tiempo (Álvarez Peláez, 1993: 145), ya que continúa siendo una técnica
documental muy utilizada en los siglos siguientes, para organizar las informaciones que se
49
querían obtener, cualquiera fuese el campo de conocimiento: religioso, político, social o relativo a
la historia natural (Álvarez Peláez, 1993: 146).
Como hemos visto, la expedición de Azara no es ajena a esta realidad. Sus miembros, a
pesar de estar asignados a una misión militar y diplomática muy importante tienen, entre sus
instrucciones, la de contribuir al conocimiento de la historia natural del virreinato. Encontramos
la explicación de dichas órdenes en los principios científicos de la Ilustración y el Despotismo
Ilustrado que sustentaban la instrucción y la actividad burocrática basándose en “la convicción de
que las leyes para la buena administración de la sociedad estaban en el libro sagrado de la
naturaleza y ellas se obtienen mediante la observación directa de sus procesos, no de la lógica
deductiva de los libros autoritarios del escolasticismo” (Vidal, 1985: 151).
El cúmulo de datos obtenidos como resultado de las actividades de observación del
medio natural requiere de métodos que permitan su ordenamiento. El sistema de Linneo es sólo
uno de los “esquemas de clasificación totalizadores que se fundieron a mediados del siglo XVIII
para formar la disciplina llamada ‘historia natural’” (Pratt, 1997: 58). Casi al mismo tiempo que
la versión de Linneo, surgen la Histoire naturelle de Buffon, que empezó a aparecer en 1749, o la
Familles des plantes publicada por Adanson16, en 1763. Aunque estos escritores proponían
sistemas que diferían del formulado por Linneo en aspectos fundamentales, todos contribuyeron
al “proyecto totalizador de clasificación que distingue a este período” (Pratt, 1997: 58).
Félix de Azara, “demuestra participar del espíritu ilustrado del siglo, ansioso por
racionalizar su entorno mediante la observación empírica” (Ocampos Caballero, 1999: 121).
Dado el nivel alcanzado por los trabajos de Azara, es importante observar las circunstancias bajo
las cuales estos fueron realizados.
Debiendo superar sus escasos conocimientos en ciencias naturales, recorrer kilómetros
de selvas y esteros, ríos, sierras y llanuras, enfrentar peligros y dificultades de todo orden, pero
guiado por una gran perspicacia y un incomparable poder de observación, logra reunir el corpus
de conocimientos más completos sobre la flora y fauna de la región, especialmente sobre los
mamíferos y las aves.
No caben dudas de la soledad y aislamiento experimentados por nuestro naturalista
circunstancial, especialmente en los años paraguayos, en los que efectúa su tarea taxonómica, a
pesar de la oposición de Glick & Quinlan a este argumento (1975). Prueba de ello es que recibe
16
Michel Adanson (Aix-en-Provence, 1727 - París, 1806): en 1748, este naturalista francés emprende un
viaje a Senegal del que regresa con una inmensa colección de animales y plantas que le permiten publicar,
en 1757, su Histoire naturelle du Sénégal. En 1763 publica Familles de plantes que propone una nueva
nomenclatura y un método de clasificación que él considera “natural”, en contraposición a los “artificiales”
de Linneo, Tournefort o John Ray.
50
su única fuente bibliográfica casi 15 años después de su llegada al Río de la Plata. Entre tanto, el
Padre Pedro Blas Noseda, sacerdote de la antigua misión jesuítica San Ignacio Guazú, fue su
interlocutor casi exclusivo y gran colaborador en materia de aves y cuadrúpedos, aunque no fue él
quien infundió a Azara el interés por los pájaros, como afirman Glick & Quinlan (1975:71), sino
Azara quien, animado por el interés que Noseda demostraba, le enseña su método de examen y
clasificación de aves (no antes de 1788), basándose en el cual el sacerdote describe 70 pájaros de
los cuales sólo 10 eran nuevos para Azara. Nuestro autor utiliza las descripciones hechas por
Noseda de estos 10 pájaros y de otras 5 aves que conocía pero no había descrito aún (Beddall,
1983: 230).
Evidentemente, Azara desea sistematizar sus observaciones siguiendo un método
reconocido por los círculos científicos europeos. Prueban su intención el interés por consultar la
obra del conde de Buffon y la posterior reestructuración de sus textos en base al método utilizado
por el reconocido naturalista francés; el haber aceptado la oferta de Antonio de Pineda, naturalista
principal de la expedición Malaspina, para completar su obra zoológica usando la nomenclatura
binomial de Linneo (lo que no llega a concretarse) o, mucho más tarde, el comparar sus animales
con los expuestos en los museos europeos para confirmar sus juicios.
La carencia de una estructura científica donde apoyar sus investigaciones naturalistas no
le impide recopilar unos conocimientos empíricos que atraviesan las fronteras de la Ilustración
constituyéndose en fuente insoslayable para los científicos europeos del siglo XIX entre los que
destacan D’Orbigny17, Darwin18 y Burmeister19, entre muchos otros.
Álvarez López ha observado que, mientras Darwin cita repetidamente a Azara en su Viaje
de un naturalista alrededor del Mundo, alude a él con mucha menor frecuencia en El origen de
las especies y hasta “parece ignorar u omitir deliberadamente las coincidencias de éste con sus
puntos de vista fundamentales” (1935: 78). Aunque, como señala este autor, Darwin pretenda, a
veces, que la influencia de las ideas de Azara en sus reflexiones sobre las especies pase
inadvertida, no es menos cierto que suele introducir sus referencias a nuestro autor con frases
elogiosas como: “To these observations I may add, on the high authority of Azara […]” (Darwin,
17
Alcide Charles Victor Marie Dessalines D’Orbigny (Couëron, 1802 – Pierrefitte-sur-Seine, 1857):
naturalista y viajero francés, célebre por su obra Voyage dans l’Amérique méridionale, en nueve volúmenes
y por sus trabajos sobre paleontología.
18
Charles Robert Darwin (Shrewsbury, 1802 – Down, 1889): destacado naturalista y viajero inglés que
sentó las bases de la moderna teoría evolutiva, al plantear el concepto de que todas las formas de vida se
han desarrollado a través de un lento proceso de selección natural.
19
Karl Hermann Konrad Burmeister (Stralsund, 1807 – Buenos Aires, 1892): reconocido científico y
viajero alemán, discípulo de Humboldt, que realizó importantes investigaciones sobre zoología,
paleontología y geología, tanto en Europa como en América. En 1850 visita Brasil y entre 1856 y 1860
recorre Argentina, Uruguay y Chile para establecerse finalmente en Argentina y aceptar el cargo de director
del Museo de Buenos Aires.
51
cit. en Mones y Klappenbach: 38 / Marre, 2000); también “Azara […] is generally esteemed as an
accurate observer” o “Still less can I doubt the account given by Azara of its general habits of
life […]” (Darwin, cit. en Mones y Klappenbach: 38).20
Por su parte, tanto Burmeister como Alcide D’Orbigny recurren frecuentemente a la
autoridad de Azara para reforzar sus enunciados, confiados en la veracidad del naturalista
aragonés. D’Orbigny da prueba de la significación y la exactitud de la obra de Azara, diciendo:
20
“A estas observaciones debo añadir, sobre la base de la alta autoridad de Azara […]”, también “Azara es
por todos estimado como un agudo observador […]” o “Menos aún puedo dudar de la información dada
por Azara sobre sus hábitos generales de vida […]”.
52
[…] si la creación que concierne a la zoología hubiera sido instantánea y de una
sola pareja de cada especie, ¿quién hubiera podido proveer y alimentar a las que
no viven más que a expensas de otras? Se hubieran muerto de hambre o hubieran
exterminado a las que les sirven de alimento. (Azara, Viajes, Vol. I: 221)
La misma ideología sostiene que las especies se han mantenido inalterables desde su
origen. Sin embargo, Azara no está totalmente de acuerdo con un modelo biológico fijista que no
puede explicar la existencia de “variaciones” de color, forma, dimensión y otras características
que le han generado no pocas dudas en el momento de determinar a qué especie pertenecía el
ejemplar estudiado. Él interpreta que la “creación sucesiva” es un proceso continuo, gracias al
cual, “la Naturaleza produce todos los días nuevos tipos de especies ya conocidas” (Azara, Viajes,
Vol. I: 135).
Esta actividad constante de la Naturaleza “explicaría la aparición y multiplicación
anormal de ciertas especies, conectando directamente con ese mundo casi mágico conformado
por la generación espontánea” (Galera Gómez, 1990: 23), rechazada por algunos ilustrados y
adoptada por otros, como en el caso de Buffon. Azara, siguiendo a este último, “hace responsable
a la creación diaria de aconteceres tan diversos y diferentes como el nacimiento de especimenes
vegetales parásitos en formaciones arbóreas nuevas, las modificaciones faunísticas y florales
promovidas por la invasión humana, el brote de plagas y la propia generación espontánea”
(Galera Gómez, 1990: 23).
Nuestro autor, al explicar el origen de las especies combinando sus conceptos de
“creación sucesiva con la multiplicidad de tipos o parejas en cada especie”, en base a lo que “la
existencia local de los insectos, de las aves y de los cuadrúpedos parecen indicar” (Azara, Viajes,
Vol I: 222), esboza una “teoría controvertida que intenta explicar el génesis de la vida uniendo el
dogma religioso junto a unos hechos empíricos a los que, como buen ilustrado, no está dispuesto
a renunciar” (Galera Gómez, 1990: 23). La teoría azariana, aunque con evidentes errores,
significa un importante avance sobre el modelo creacionista que no permitía explicar las
alteraciones que se producían en la naturaleza. Su deseo de conciliar ciencia y religión le impide
avanzar hacia los mecanismos de selección natural y evolucionismo pero, al hacer públicas las
53
constataciones que surgen de su trabajo de terreno, y que contradicen las teorías vigentes,
contribuye a “[…] destruir errores, despertar la atención de los sabios y excitarlos a esclarecer la
verdad […]” (Azara, Viajes, Vol. I: 159), motivaciones que él ha identificado, en otras
circunstancias, como motores de su labor botánica y zoológica.
Regresando a Mary Louise Pratt, ella señala que “con el establecimiento del proyecto
global de clasificación, la observación y catalogación de la naturaleza se tornó narrable” (Pratt,
1997: 58). Además, junto a la posibilidad de utilizar la naturaleza como trama argumental, se
afianza el modelo discursivo cuya fuerza ideológica ha perdurado hasta hoy: una narrativa de
“anticonquista”, a la que nos hemos referido con anterioridad, y en la que “el naturalista
naturaliza la presencia y la autoridad globales de la Europa burguesa” (Pratt, 1997: 58).
Para algunos autores, es el método de trabajo que aplica la historia natural el que
contribuye a afianzar el proyecto imperialista de Europa. Ésta no se contenta con describir el
planeta tal como lo ve porque considera que las distintas especies que lo habitan han sido
colocadas en el mundo de manera anárquica. Michel Foucault cree que, justamente, la historia
natural tiene su origen en la necesidad de ordenar una naturaleza que se presenta ante nuestros
ojo, “à la fois déchiqueté […] et brouillé, puisque l’espace réel, géographique et terrestre, où nous
nous trouvons, nous montre les êtres enchevêtrés les uns avec les autres, dans un ordre qui, par
rapport à la grande nappe des taxinomies, n’est rien de plus que hasard, désordre ou perturbation”
(2002 : 161)
Por eso, los sistemas clasificatorios del siglo XVIII emprenden la tarea de redistribuir a
todas las especies del planeta, sacándolas de su enmarañado hábitat para colocarlas “en un sitio
adecuado dentro del sistema (el orden: libro, colección o jardín) con su nuevo nombre europeo,
secular y escrito” (Pratt, 1997: 64). Y aunque la historia natural no pueda considerarse
expresamente transformadora porque no se propone cambiarle nada al mundo, Pratt afirma que
“el acto de nombrar de la historia natural es más directamente transformador [que el de la
literatura de viajes y exploración], porque saca a todas las cosas del mundo y las reorganiza
dentro de una nueva formación de pensamiento cuyo valor radica, precisamente, en ser diferente
del caótico original. Aquí el nombrar, el representar y el reclamar son una sola cosa; el acto de
nombrar produce la realidad del orden” (Pratt, 1997: 67-68).
54
mismo tiempo, de dejar constancia de la posición geográfica que ocupan, del medio ambiente en
que se desarrollan, y de sus costumbres e interacciones, en el caso de los animales.
A veces indica la ubicación geográfica de un tipo de vegetación diciendo, por ejemplo,
que:
Todos los bosques que hay desde el Río de la Plata hasta Misiones, están en las
orillas de los ríos y arroyos, donde la población los va exterminando; pero en las
citadas Misiones y en seguida hacia el Norte del Paraguay, se encuentran ya
bosques muy grandes con árboles muy diferentes de los citados; y no solo en los
arroyos y ríos sino también en lomas y serrezuelas. (Azara, Descripción: 43)
[…] los cedros del monte grande entre los 29 y 30 grados de latitud, aunque
criados en tierras alomadas, no tienen la fortaleza y duración que los cedros del
Paraguay. (Azara, Descripción: 44)
Cuando describe a los animales, agrega informaciones sobre sus costumbres. En esta cita,
nos informa que:
55
El antropólogo
No sólo la flora y la fauna de estas tierras tan poco exploradas por los europeos cautivan
la atención de Azara. Llevado por su espíritu investigador y por una particular curiosidad sobre el
tema, Azara comienza a tomar notas, en su diario de viajes, sobre los habitantes autóctonos del
Río de la Plata. Las mismas irán adquiriendo importancia y volumen hasta convertirse en un
aporte sin precedentes a la antropología y etnología de la región.
Alabando su tarea antropológica, el reconocido naturalista y viajero alemán, Karl
Burmeister señala que “la description la plus détaillée des nations indiennes qui habitent la
République Argentine et le Paraguay, se trouve dans le Voyage de Félix Azara […] et surtout
dans son Historia del Paraguay [se refiere a la Descripción]” (Burmeister, cit. en Mones y
Klappenbach, 1997 :59-60).
Por su parte, Alcide D’Orbigny, otro importante naturalista y viajero francés, que a
principios del siglo XIX, recorre las tierras del que fuera el Virreinato del Río de la Plata, destaca
la escasez de informaciones disponibles sobre el cono sur, declarando que “…tout le reste de ce
vaste continent [Amérique du Sud] et surtout les parties australes, restait presque entièrement
inconnus sous ce rapport; car Azara, le seul auteur qui en eût parlé comme observateur, n’a décrit
que les naturels du Paraguay ou du voisinage de cette contrée… ” (D’Orbigny, cit. en Mones y
Klappenbach, 1997 :60).
56
lenguaje, etc.) aparecen, casi sistemáticamente, en todas sus descripciones y otros, más difíciles
de comprobar, son incluidos con más irregularidad.
En el capítulo XI, escribe consideraciones generales sobre los indígenas que viven
libremente y conservan sus costumbres ancestrales, muchas de las cuales explica detalladamente.
Señala que todas las naciones que describe estaban a la llegada de los españoles, y aún lo están,
“compuestas de individuos que vivían de la caza, de la pesca y de la agricultura, y ninguna
llevaba vida pastoril porque los cuadrúpedos y aves domésticas les eran del todo desconocidos”
(Azara, Viajes, vol II: 91). A continuación, establece un vínculo entre los medios de subsistencia
y las características y comportamientos de los individuos, al decir que las naciones cazadoras eran
las de “mayor estatura” y “bellas proporciones” además de “las más errantes, holgazanas, fuertes,
soberbias e indómitas”; las pescadoras eran un poco “menos errantes” y “algo más bajas pero
también guerreras, fuertes, indómitas, y más ágiles, astutas y pérfidas “, siendo las agricultoras
“las menos andariegas, las más bondadosas y pacíficas. Entre estas últimas –agrega– hay algunas
de buena estatura, pero también otras que son las más bajas, feas y en todo las más pusilánimes y
despreciables” (Azara, Descripción: 161).
Si consideramos que para el pensamiento ilustrado, “la sociedad se concibe como
superación de la barbarie primitiva de los atrasados grupos de cazadores y pescadores que vivían
en comunión con la naturaleza” porque la evolución del hombre consiste en un ascenso continuo
que lo separa del orden primitivo aumentando, a la vez, su dominio sobre el mundo físico
(Urteaga, 1987: 29), el último comentario de Azara resulta desorientador y más aún teniendo en
cuenta que no constituye un episodio aislado. Recurrentemente, Azara elogia a las naciones cuyos
hombres se ocupan únicamente de la caza y las actividades bélicas, poniendo continuamente a
prueba su coraje al enfrentar peligros y animales feroces, en detrimento de aquellas en las que los
hombres viven pacíficamente, dedicados a la agricultura o la cría de algún tipo de ganado.
Dispuesto a encarar el segmento antropológico de su trabajo tan metódicamente como
el resto del mismo, clasifica los distintos grupos étnicos, a los que denomina “naciones”, teniendo
en cuenta su ubicación, características y costumbres. Define su concepto puntualizando que
llamará “nación a cualquiera congregación de indios que tengan el mismo espíritu, formas y
costumbres, con idioma propio…” (Azara, Descripción: 100), sin tener el cuenta el número de
individuos que la constituyan “porque esto no es carácter nacional”. Aclara que para asegurarse
de “la diversidad de idiomas y de naciones” se valió de “indios y de españoles que entendían las
lenguas albaya, payaguá y otras, o que habían tratado con muchas naciones” (Azara,
Descripción: 100).
57
Justifica su interés por conocer a los aborígenes y su determinación de preservar y
transmitir ese conocimiento, aclarando :
Se propone aportar informaciones tanto sobre aquellas naciones existentes como sobre las
que no llegó a conocer y así lo indica en el capítulo X:
He vivido largas temporadas con algunas de aquellas naciones y con otras menos:
aun hablaré […] de algunas que no he visto, valiéndome de las mejores noticias
que pude procurarme. De modo que me he propuesto hacer saber el número y la
situación de casi todas las naciones que hay y ha habido en aquel país… (Azara,
Descripción: 99)
Toma esta decisión al comprobar que las relaciones “hechas por los conquistadores,
multiplican el número de naciones y de indios, con la idea de dar esplendor a sus hazañas“ y que
los historiadores, por su parte, han reproducido estos errores omitiendo, además, “describir
aquellas naciones” (Azara, Descripción: 99).
En general, Azara representa a los autóctonos, en lo que a la constitución física se refiere,
de manera positiva, y especialmente a aquellos de sexo masculino. En su opinión, “todos los
indios silvestres son muy robustos, gozan de salud perfecta y no padecen enfermedad particular”
(Azara, Descripción: 148). El aspecto físico de los individuos es una de las características más
importantes, que aparece en la descripción de cada grupo y se centra, sobre todo, en la talla y
proporciones corporales, el color de la piel (y a veces de los ojos), el pelo (cabello, barba, etc.) y
los órganos sexuales (Alfageme Ortells et al., 1987: 80-81). Azara nos presenta una de sus etnias
diciendo:
21
Nuestras citas hacen, generalmente, alusión a los charrúas porque es uno de los grupos más
detalladamente descritos por el autor y uno de los que él toma como referencia para evitar las repeticiones
innecesarias al describir otros grupos.
58
participando poco de lo rojo. Las facciones de la cara, varoniles y regulares; pero
la nariz poco chata y estrecha entre los ojos. Estos, algo pequeños, muy
relucientes, negros, nunca de otro color, ni bien abiertos. La vista y el oído
doblemente perspicaces que los de los españoles. Los dientes nunca les duelen ni
se les caen naturalmente […], y siempre son blancos y bien puestos. […]. No
tienen barbas […]. Su cabello es muy tupido, largo, lacio, grueso, negro, jamás
de otro color, ni crespo, ni se les cae: solo encanece a medias en edad muy
avanzada. La mano y pie algo pequeños y más bien formados que los nuestros.
(Azara, Descripción: 104)
59
Descripción: 126). Sugiere incluso que “vendría bien hacer aquí un cotejo de las naciones de
Méjico y el Perú con la guaraní, las cuales, aunque muy diferentes en idioma y en civilización, se
han de parecer en otras cosas” porque han reaccionado del mismo modo frente al avasallamiento
de los conquistadores (Azara, Descripción: 126).
Por otra parte, señala Azara, las cualidades combativas no hacen de los charrúas seres
despiadados. Subraya el trato compasivo que dispensan a sus prisioneros, diciendo que cuando
atacan a un grupo de españoles, “se arrojan como rayos, matando irremisiblemente cuanto
encuentran, menos a las mujeres y a los muchachos menores de como doce años” (Azara,
Descripción: 103). El que captura mujeres o niños “los lleva a su toldo o choza, y los agrega a su
familia, para que le sirvan, dándoles de comer hasta que se casan. Entonces si es mujer se va con
su marido, y si es varón forma familia y casa aparte, quedando tan libre e independiente como si
fuese charrúa, y es reputado por tal” (Azara, Descripción: 103). Agrega que “a esto alude Rui
Díaz, lib. I, cap. 3, diciendo que son humanos con los cautivos” (Azara, Descripción: 103).
Azara presenta otro ejemplo de la naturaleza compasiva de estos pueblos al referirse a un
tipo de esclavitud que los albayas ejercen sobre los guanas y que comenta así:
En Viajes por la América Meridional cierra su comentario con una dura crítica dirigida a
Europa: “Es cierto que los albayas quieren mucho a todos sus esclavos; jamás les mandan de
modo imperioso, nunca les riñen, ni los castigan, ni los venden […] ¡Qué contraste con el trato
que los europeos dan a los africanos!” (Azara, Viajes, vol. II: 59-60).
No titubea en asumir la defensa de los indígenas desvirtuando los relatos fantasiosos y las
críticas de algunos historiadores, señalando que “la mayor parte de las relaciones e historias”
aseguran que “casi todas las citadas naciones eran antropófagas y que en la guerra usaban flechas
envenenadas”, afirmación totalmente falsa porque ninguno de esos grupos “come hoy carne
humana, ni conoce tal veneno, ni conserva tradición de uno ni otro” a pesar de que “en nada han
alterado sus otras costumbres antiguas” (Azara, Descripción: 99). Respalda sus afirmaciones
diciendo que “Los Charrúas mataron a Juan Díaz de Solís, primer descubridor del Río de la Plata,
sin comerle como dice equivocadamente Lozano […]” (Azara, Descripción: 100). Tampoco es
60
cierto, según él, lo que escribe Martín del Barco Centenera, en su canto 10, acerca de que
“desollaban la cara a los enemigos muertos, y que por cada uno se daban una cuchillada” (Azara,
Descripción: 103).
Es posible observar, incluso, que “su acercamiento a los indios no está exento de afecto”
(Alfageme Ortells et al., 1987: 85-86), como se aprecia en sus comentarios a propósito de la casi
extinción de los guaicurús, causado por la “costumbre bárbara adoptada por sus mujeres que se
hacían abortar y sólo conservaban a su último hijo” (Azara, Viajes, vol. II: 78). Su aflicción es
evidente cuando exclama: “¡Qué lástima ver exterminarse así, por sí mismas, las naciones de
mayor talla, las más fuertes, mejor proporcionadas y más bellas que haya en el mundo! Lo más
doloroso es que yo no veo posibilidad de poner remedio…” (Azara, Viajes, vol. II: 78).
Aunque el estudio de los habitantes del cono sur americano constituye un importante
legado de la obra azariana, las interpretaciones del autor le han merecido ciertas críticas. Algunos
autores piensan, como lo manifiesta Andrés Galera Gómez, que “el indígena es para Azara un
hombre cercano a las formas animales con las que convive” (Galera Gómez, 1990: 25). Galera
Gómez respalda sus palabras con una cita extraída del capítulo XI de Viajes, en la que Azara
explica extensamente el debate sobre los orígenes del hombre americano y desarrolla diversas
teorías que intentaban aclararlo. Expresa que los primeros españoles no creían que el hombre
americano tuviera el mismo origen que el europeo, sino que se trataba más bien de una especie
intermedia entre el hombre y el animal que, aunque semejante físicamente, no poseía la
inteligencia ni comprensión suficientes para entender y practicar la religión (Azara, Viajes, vol.
II: 98). Azara continúa diciendo que, seguramente, los que “tomaron a los indios como simples
animales” debieron compararlos con éstos y encontrarlos semejantes:
61
Aún aceptando que Azara encuentre similitudes entre los animales y el hombre
americano, esto no significa necesariamente una expresión de desprecio por su degradación. No
olvidemos que, aunque estima y añora el mundo civilizado, también reconoce que tiene sus
desventajas como lo demuestra al explicar que, debido al reducido número de individuos que
constituyen sus naciones, estas “no han padecido las alteraciones que engendra la muchedumbre
en todas las sociedades” (Azara, Descripción: 161). En realidad, la representación azariana del
hombre sudamericano, más que emparentar al autóctono con los animales nos hace pensar que
Azara describe al indígena mediante una construcción tópica que afianza la imagen de la
humanidad americana como representante de una nueva Edad de Oro en la que el hombre vive en
plena armonía con la naturaleza y recuerda vivamente los textos de Colón o de Pedro Mártir de
Anglería (Gómez Moriana, 1990: 61).
Para Azara, todas las características y hábitos mencionados sirven también para distinguir
al indígena del hombre europeo, del que el nativo difiere además:
62
famoso conde de Buffon y la mayoría de los naturalistas creían que para probar la identidad de
una especie basta que de la unión de un macho y una hembra nazcan individuos fecundos”
(Azara, Viajes, vol. II: 104).
Para eliminar dudas sobre los prejuicios raciales que este obstinado aragonés pudiera
alimentar, baste agregar que Azara, extrapolando sus reflexiones sobre las variaciones de color en
los animales a la antropología, se aventura a desafiar la pretendida supremacía de la raza blanca,
introduciendo la posibilidad de que “originariamente la pigmentación del hombre fue de color
negro, a partir de la cual la causa albina22 habría dado lugar a la aparición de descendientes
blancos, rojos, amarillos y trigueños” (Galera Gómez, 1990: 33). Su experiencia en la
observación de pájaros y mamíferos demuestra “que estas mutaciones parecen más frecuentes, y
por consiguiente más naturales que las del blanco y rojo en negro. Se corrobora lo mismo
sabiendo que los hombres negros son más robustos y vigorosos que los blancos, indicando con
esto que son de raza no degenerada” (Azara, cit. en Galera Gómez, 1990: 33) y, por eso mismo, la
más cercana a la creación.
Aunque con frecuencia intente minimizar las acciones censurables de los conquistadores,
esto no significa que apruebe su proceder inhumano con los pobladores de América, sino
únicamente que procura evitarles críticas. Según él, las naciones de indios
[…] son tan indomables, como que ni los heroicos conquistadores pudieron
sujetarlas ni adelantar nada con ellas, ni creo posible que nadie lo consiga por
otro medio que el de buen trato y comercio, hasta que mezcladas con nosotros,
adopten insensiblemente nuestras costumbres, lengua y religión. La fuerza podrá
a la larga exterminarlas, mas no domarlas ni persuadirlas. (Azara, Descripción:
172)
22
Azara, en total discrepancia con Buffon, niega que la causa de las variaciones de color se deba a
influencias climáticas afirmando, en cambio, que “es mucho más sencillo, probable y natural que de dos
individuos comunes nazca uno de otro color que se perpetúe; pues esto es cosa que se ve acaecer en
muchos y diversos climas, y en el mismo de diversos modos”. Para él, la causa de este cambio es una
alteración fisiológica accidental y pasajera, vinculada a la madre, a la que denomina albina (Azara, cit. en
Galera Gómez). Esta no altera las formas ni las proporciones; tampoco disminuye la fecundidad (Azara,
Viajes, vol. I: 224).
63
otros grupos, y se mezclaron con ellos “de modo que casi todos pasan hoy por tales” (Azara,
Descripción: 110-111).
No opone objeciones a la unión entre las diferentes razas que habitan el territorio,
opinando que “no solo las especies se mejoran con las mezclas, sino también que la europea es
más inalterable que la india [y otras], pues a la larga desaparece esta y prevalece con ventajas
aquella” (Azara, Descripción: 192). Así, por ejemplo, los mestizos “son muy astutos, sagaces,
activos, de luces más claras, de mayor estatura, de formas más elegantes, y aun más blancos, no
solo que los criollos o hijos de español y española en América, sino también que los españoles de
Europa”, en tanto que los mulatos son “la gente más ágil, activa, robusta, vigorosa, de mayor
talento, viveza y travesura” (Azara, Descripción: 193).
Concepción Alfageme Ortells compara las observaciones de Azara y las que aparecen en
las Noticias americanas. Entretenimientos físico-históricos, de Antonio de Ulloa, publicada en
Madrid, en 1792, concluyendo que, mientras los datos coinciden de manera sorprendente, existe
una total divergencia de opiniones entre ambos autores. Mientras que Azara abunda en
comentarios admirativos respecto a los indios y se muestra respetuoso de sus costumbres, aunque
a veces lamente aquellas que encuentra más crueles, Ulloa comenta los mismos hechos con
palabras más ofensivas (borrachos, traidores, irracionales), dejando translucir una constante
desconfianza hacia el indio (Alfageme Ortells et al., 1987: 94). Una conclusión similar resultaría
de cotejar los textos de Azara con los de otros autores como, por ejemplo, El lazarillo de ciegos
caminantes, de Alonso Carrió de la Vandera, cuyo retrato de los indígenas es totalmente negativo
sea cual fuere el aspecto considerado.
64
Félix de Azara es un viajero ilustrado que, al llegar a Sudamérica, se encuentra confrontado
a extensiones nunca vistas y a una naturaleza exuberante y plena de vigor. Es cierto que en varias
ocasiones se lamenta de su soledad en esos inmensos desiertos donde no tiene nadie con quien
intercambiar impresiones o conocimientos, pero son más numerosas las veces en que, a través de
sus escritos, se lo descubre impresionado por las manifestaciones de una naturaleza sin par. En el
capítulo IV de la Descripción, cuando habla de los principales ríos, advierte:
En su opinión, tampoco existe punto de comparación en América del Norte porque luego
de confrontar datos sobre altura, caudal, pendiente, etc. de las cataratas del río Niágara en
textos de diferentes autores, concluye diciendo que posiblemente ellas superen en ciertos
aspectos a algunas cascadas que él visitó “pero nada es comparable a lo magnífico de la del
Paraná” (Azara, Descripción: 32), a la que “llaman Salto de Canendiyu por un cacique que
encontraron allí los primeros españoles, y Salto de Guairá por la inmediación a la provincia de
este nombre. […] Es un espantoso despeñadero de agua digno de que le describiesen Virgilio y
Homero”, ubicado en el río Paraná, “que tiene allí mucho fondo y 4900 varas de Castilla de
anchura medida […] y que seguramente contiene más agua que muchos juntos de los mayores
de Europa” (Azara, Descripción: 30). A continuación, Azara describe la cascada de esta
manera:
65
Estas líneas hablan por sí solas de la emoción y el asombro que suscita en el viajero la
imponente catarata de Canendiyú o salto del Guairá. La visión de un espectáculo tan
impresionante inunda su espíritu de sensaciones dispares que infunden mayor expresividad a su
escritura, convirtiendo su habitual estilo sencillo y directo en un lenguaje enriquecido
estéticamente. Aún así, existen notables diferencias entre la sensibilidad que más tarde mostrará
Alexander von Humboldt ante el paisaje y la prosa de Félix de Azara, henchida de términos que
realzan, sobre todo, el poder extraordinario de los fenómenos naturales.
Lamentablemente, las predicciones de Azara sobre la transformación del medio natural
por parte del hombre se han hecho realidad y aquel “salto prodigioso” que lo hiciera expresarse
con tanta elocuencia ha sido reemplazado, a finales de la década del setenta, por la represa de
Itaipú (Ocampos Caballero, 1999: 163).
En el ámbito de la zoología, ciertos animales llamaron poderosamente la atención de
nuestro perseverante observador. Uno de ellos es un vigoroso mamífero, el yaguareté, que Azara
considera “la fiera más formidable de América” (Azara, Apuntamientos para la historia natural
de los cuadrúpedos: 108). De ese felino nos dice que:
Es imposible de domesticar y acaso sea más fuerte y feroz que el león, porque no
sólo mata a todo animal, sea el que sea, sino que además tiene bastante fuerza
para arrastrar un caballo y un toro entero hasta el bosque donde lo quiere devorar,
y también atraviesa a nado cargado con su presa un gran río, como yo lo he visto.
(Azara, Viajes, vol. I: 166)
Para evitar malentendidos y que su interés en destacar el vigor del animal lo haga ver
como sanguinario, puntualiza que el yaguareté “no mata más que cuando tiene hambre, y
satisfecho su apetito deja pasar sin tocarla a cualquier especie de animal” (Azara, Viajes, vol. I:
166). Argumenta también, para rebatir las afirmaciones de otros naturalistas europeos, que el
felino “no huye, según dice Buffon, por noticias, de un tizon; pues saca la carne del asador, y
estos días se llevó un hombre de entre muchos, que despiertos y hablando, rodeaban una grande
fogata. Ni basta un perro, según dicen Herrera y Mafee para cazarlo, ni cien perros juntos le
matarían…” (Azara, Apuntamientos para la historia natural de los cuadrúpedos: 108).
66
incluir en su valoración elementos o cualidades no comprendidas dentro de su estructurada
posición oficial.
La defensa de América
Como se puede comprobar en los pasajes que acabamos de citar y en muchos otros
diseminados en toda su obra, Azara se erige frecuentemente en defensor del continente
americano, de sus habitantes y de las especies biológicas originarias del amplio territorio
reconocido en sus expediciones. Adopta esta actitud, en respuesta a una corriente crítica, surgida
en el siglo XVIII, que propugna la inferioridad de América, en conformidad con las
interpretaciones de Buffon y Cornelius de Pauw23, que desencadena lo que Gerbi ha denominado
“la disputa del Nuevo Mundo”. La tesis, “fundada en estrictas consideraciones naturalistas,
atribuía al clima y a la desusada humedad del mundo americano una serie de consecuencias
degenerativas” (Goic, 1988: 475) que hacían que todos los seres vivos del Nuevo Continente
fueran inferiores a los europeos y, además, sufrieran un proceso de decadencia. Se pretendía que
las condiciones atmosféricas, al ejercer su influencia sobre los seres humanos, hacían de los
indios seres “intelectualmente inferiores y físicamente degenerados” y de los criollos “herederos
degradados de sus progenitores españoles” (Goic, 1988: 475).
Buffon, al comparar los mamíferos del Antiguo y del Nuevo Mundo, adjudica gran
importancia al tamaño de los mismos. En efecto, el que una especie alcance dimensiones
considerables le confiere ventajas que favorecen la supervivencia, otorgándole mayor vigor y
resistencia a los factores ambientales nocivos. El naturalista francés, en su Histoire naturelle
(1749-1788), hace hincapié en la inferioridad de las especies americanas, resaltando la ausencia
de grandes mamíferos en el subcontinente. Más tarde, en Les époques de la Terre (1779), se
retracta, argumentando que América era un mundo aún joven e inmaduro en el que las especies
no habían tenido el tiempo suficiente para evolucionar (Vergara, 2001). En franca discrepancia
con su ilustre contemporáneo, Azara asume enérgicamente la defensa de sus especies
sudamericanas, diciendo:
23
Cornelius de Pauw (1739, Amsterdam - 1799, Xantem): escritor y filósofo holandés cuyas obras
suscitaron controversias en el siglo XVIII, por la novedad y atrevimiento de las ideas que proponía. De
Pauw expone sus teorías acerca del continente americano en Recherches philosophiques sur les Américains
o Mémoires intéressants pour servir à l’histoire de l’espèce humaine acompañada por una Dissertation sur
l’Amérique & les Américains (Berlín, 1768-1769) y en Défense de Recherches philosophiques sur les
Américains (1770).
67
Parece que algunas personas creen que el continente americano no sólo
disminuye el tamaño de los animales, sino que además es incapaz de producirlos
de la talla de los del antiguo mundo. En cuanto a mí, observo que mi jaguareté es
el más fuerte de toda la familia de los gatos y que no cede a ningún otro por el
tamaño; que mis tres primeros ciervos [el guazú-puco, el guazú-ti y el guazú-
pitá] no ceden ni a los ciervos ni a los corzos de Europa; ni el aguará-guazú al
lobo ni al chacal, ni el aguarachay a la zorra, ni el tapití al conejo, ni los ratones
a los de España. Si los monos que describo no se aproximan a los africanos ni los
curés al jabalí, en cambio mis hurones exceden a los de África, así como las
martas y las fuinas. La nutria no es inferior a la de Europa, ni la vizcacha a la
marmota, ni los tatuejos a los pangolines, ni el toro de Montevideo al de
Salamanca. (Azara, Viajes, vol. I: 216)
También las aves, a las que dedicó sus primeros esfuerzos de naturalista aficionado,
necesitan del alegato de Azara frente a las opiniones de Buffon, quien consideraba que en
América no había pájaros cantores. Azara, autor de la primera obra ornitológica de la región,
responde que “si se eligiese un coro de cantores del viejo continente y se comparara con otro de
igual número de aquí tal vez se disputaría la victoria” (Azara, cit. en Pereyra, 1945: 12).
En su defensa global de América, no olvida asumir también la del hombre sudamericano,
al que describe en términos que contrastan abiertamente con los conceptos de contemporáneos
europeos, como De Pauw. Para Azara, “los charrúas, los pampas, los patagones, los aucás, los
guaicurús, los lenguas, los mocobís, los mbayás, etc., […] son las naciones de más alta talla, las
más fuertes, las más poderosas y más indomables que haya en el mundo….” (Azara, Viajes,
vol.II: 97).
68
El ecologista “avant la lettre”
A lo largo del siglo XVIII ya podemos detectar, de manera incipiente, la idea de que las
actividades del hombre modifican la faz de la Tierra. El incesante aumento de las superficies de
cultivo, la progresiva deforestación de los bosques y la introducción de nuevas técnicas de pesca
para incrementar el número de capturas ilustran claramente la capacidad del hombre para explotar
la naturaleza y modelar su entorno (Urteaga, 1987: 189).
Los datos recogidos por agrónomos y naturalistas abren paso a la evidencia de que el
hombre es un agente geográfico de primer orden, idea que aunque pueda parecernos hoy de gran
simplicidad introducía, en esa época, “dos significativas modificaciones en las creencias
tradicionales sobre el mundo físico”: primero, que la Tierra estuviera sometida a cambios en lugar
de permanecer fija y estática como pretendía la tradición; segundo, que los responsables de tales
cambios, no fuesen sólo los fenómenos físicos o atmosféricos, sino también la sociedad (Urteaga,
1987: 189).
Ambas creencias fueron aceptadas sin mayores reticencias dado que las concepciones
dinámicas eran la culminación lógica de las sucesivas modificaciones incorporadas a la teoría de
la Tierra desde la época renacentista y la idea del ser humano como agente geográfico se
incorpora a la literatura ilustrada bajo la convicción optimista de que “el hombre ‘recrea’ la tierra,
domeñando con su trabajo las resistencias de la naturaleza a rendirle sus frutos y aumentando
incesantemente la producción de todo tipo de bienes” (Urteaga, 1987: 189).
Esta expresión, la más característica y mejor conocida de la “fe en el progreso” del Siglo
de las Luces, tuvo su correlato pesimista en la voz de un reducido grupo de ilustrados españoles
que creyeron ver en dicho accionar el riesgo de que la sociedad humana pudiera causar efectos
indeseables en la naturaleza. A esto se reduce, poco más o menos, el núcleo de ideas
conservacionistas de la centuria ilustrada: la conciencia de que los frutos de la naturaleza podían
ser limitados y que era necesario realizar una explotación controlada, especialmente de los
recursos forestales y pesqueros (Urteaga, 1987: 190). Pese a la existencia de hechos que hubieran
permitido abonar las razones conservacionistas, el exiguo número y aislamiento de las voces, la
discontinuidad de las ideas y la fragilidad de sus conceptos impidió la articulación de argumentos
que pudieran enfrentar con éxito la pervivencia del antropocentrismo, tanto en su versión
teológica, que considera que la Tierra ha sido creada al servicio del hombre, como en la versión
profana que provee la Ilustración y se apoya en el mito de la infinitud de los recursos naturales
adoptada por el pensamiento económico setentista. Por otra parte, el carácter descriptivo y
69
taxonómico de la historia natural “era poco apto para explicar el funcionamiento de sistemas
naturales complejos y detectar el impacto de la acción humana sobre ellos” (Urteaga, 1987: 191).
Mientras esto sucede en España, Azara se encuentra alejado de los vaivenes intelectuales
de la península, internándose en un continente agreste y desbordante de las más diversas
manifestaciones de vida, donde la protección de los recursos naturales es un concepto exento de
significación tanto para los nativos como para la burocracia española claramente instruida en
observar la naturaleza en términos de rentabilidad económica.
Una vez más descubrimos en Azara un comportamiento singular cuando manifiesta un
especial interés en la conservación del medio ambiente. Sus continuos desplazamientos le
permiten apreciar la abundancia y variedad de riquezas naturales de las tierras que transita al
mismo tiempo que le brindan la posibilidad de observar notables diferencias entre las tierras
vírgenes y las que ya han sido ocupadas por el hombre. Es probable que su sensibilización frente
a ciertos fenómenos, como el de la deforestación, sea anterior a su contacto con la naturaleza del
Nuevo Continente y haya nacido en su patria en donde, poco antes de iniciar su aventura
americana, había sido nombrado miembro de la Sociedad Económica Aragonesa, pero no
disponemos de ningún dato que apoye esta presunción. De todos modos, y aún tomando en
consideración que su preocupación conservacionista hubiese germinado en España, la reflexión
que Azara desarrolla en torno a la naturaleza americana sobrepasa el débil y efímero discurso
español sobre la conservación de ciertos recursos explotables (acallados por la crisis científica y
cultural de principios del siglo XIX y el reforzamiento de las tesis progresistas con la euforia
tecnológica del nuevo siglo). Su inquietud por analizar las relaciones de los seres vivos entre sí y
con su entorno o las interacciones entre los grupos humanos y su ambiente, tanto físico como
social, así como el imperioso deseo de asegurar la defensa y protección de la naturaleza y del
medio ambiente enlazan su reflexión con el discurso ecologista actual, aunque tengamos
conciencia de que la ecología, como disciplina científica, aparecería mucho tiempo después.
Azara se da cuenta de que el hombre, sin llegar al extremo de extinguir una especie, puede
modificar la naturaleza de muchas y diversas maneras, que no únicamente el hombre sino
también los animales pueden convertirse en agentes transformadores del medio ambiente, que
existe un equilibrio natural en cuya conservación cada uno de los seres vivos tiene un papel
fundamental, etc.
En sus textos explica que, como consecuencia del relieve y el clima, la vegetación se
distribuye de manera irregular, constatándose que, mientras en el norte hay abundancia de
bosques que abrigan una gran diversidad de árboles, desde el Río de la Plata hasta el Estrecho de
Magallanes sólo se encuentran “en raros parajes de la campaña, algunas listas o manchas de
70
algarrobos y espinillos claros” (Azara, Descripción: 43). La escasez de leña hace que se corten
los árboles que pueblan las orillas de los arroyos tributarios del Río de la Plata, los que crecen en
las islas o a orillas de los río Paraná y Uruguay para quemar (sobre todo en los hornos de
ladrillos), teniendo que recurrir a las maderas del Paraguay y las misiones jesuíticas para construir
“edificios, carretas y embarcaciones” (Azara, Descripción: 43).
Nuestro conservacionista se inquieta porque “la población va exterminando los bosques”
(Azara, Descripción: 43) con la tala excesiva de árboles o como consecuencia de incendios
provocados. Ya en su primer viaje, desde Santa Fe a Asunción, observa los bosques de algarrobos
que bordean el río, destruidos en parte, y escribe en su diario: “Donde viven hombres, ni árboles,
plantas ni animales quedan” (Azara, Viajes inéditos: 32).
Hace notar que la presencia humana transforma también la vegetación de los campos sin
bosques, de diversas maneras. Según él, el establecimiento del hombre favorece la proliferación
de malezas, por lo que afirma: “He observado mil veces, que en cualquiera desierto donde el
hombre se establezca, nacen al año, alrededor de su choza, malvas, ortigas, abrojos comunes y
otras varias plantas que no había visto a treinta leguas en contorno” (Azara, Descripción: 42).
Y lo mismo ocurre en los caminos que el ser humano frecuenta o en los huertos que
cultiva. Pero no sólo el hombre degrada la naturaleza. Azara repara también en que el ganado
produce transformaciones en los campos, lo que es fácilmente comprobable, “porque en las
estancias o dehesas pobladas algunos años de ganados mayores y de pastores, se exterminan
aquellos pastos altos y los pajonales, y nace la grama común y un abrojo achaparrado de hoja
muy menuda. El ganado lanar abrevia el exterminio de toda planta elevada, y fomenta la grama”
(Azara, Descripción: 42).
En el espacio dedicado a los indios pampas, Azara hace un resumen que pone en
evidencia las interacciones de los hombres, extranjeros y autóctonos, y su influencia sobre las
costumbres y el medio ambiente. Cuenta que, en un principio, los pampas disputaron “con
admirable constancia y valor el terreno a los fundadores de Buenos Aires”, pero luego de la
segunda fundación de la ciudad, se retiraron hacia el sur, a vivir de la caza . “Poco después se
multiplicaron y extendieron mucho los caballos silvestres” y los pampas comenzaron a
alimentarse con ellos. Las vacas, que los indios no comían, no tardaron en reproducirse y
extenderse en un amplio territorio. Los indios chilenos, persiguiendo el ganado, trabaron amistad
con los pampas que ya tenían muchos y buenos caballos. Juntos se dedicaron al comercio,
imitados por los españoles de las ciudades de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, quienes
“hicieron muchos destrozos en los mismos ganados vacunos, para vender sus pieles y sebo. […]
Así se exterminaron las vacas silvestres” y los indios comenzaron a asolar las estancias españolas
71
para obtener más reses. “No se limitaban a robar, sino que quemaban las casas campestres y
mataban a los varones adultos”, llevándose a las mujeres y a los niños. “Esta situación obligó a la
ciudad de Buenos Aires a […] cubrir su frontera con once fuertes guarnecidos de artillería y de
setecientos veteranos de caballería, sin contar las milicias” (Azara, Descripción: 114-115). Como
acabamos de ver, la llegada de los españoles al Río de la Plata, y su introducción de ganado
equino y vacuno, produce una serie de cambios que se encadenan hasta transformar
significativamente el hábitat y las costumbres de los moradores de la pampa.
El concepto de progreso se halla profundamente anclado en el ideario de la Ilustración y
para quienes lo encarnan la naturaleza es vista como un obstáculo a la expansión productiva de la
sociedad. Urteaga observa que “en la cultura española, esta visión progresista de la naturaleza
tiene una formulación paradigmática en la obra de pensadores tan importantes como Jovellanos o
el Conde de Cabarrús” (Urteaga, 1987: 29-30).
Félix de Azara podría ser el más acérrimo opositor de la naturaleza, y muy
justificadamente, luego de verse confrontado a diario, durante tantos años, a los contratiempos
que le procura un universo salvaje muchas veces jamás hollado por el hombre y forzado a medir
sus fuerzas con animales feroces, insectos o fenómenos naturales. No obstante, se erige en un
invalorable defensor y en el mayor promotor de su conocimiento.
Una de las grandes inquietudes de Azara radica en preservar la biodiversidad, aunque no
fuera ésta, por supuesto, la palabra que él utilizara para identificar sus deseos de salvaguardar el
patrimonio natural y, tal vez ni siquiera se apercibiera de que, en su afán de proteger hasta los
más pequeños signos de vida americana, estaba dando origen a una preocupación que habría de
desarrollarse mucho más tarde. En el capítulo V de la Descripción…, habla de la costumbre de
quemar los pastos:
Cuando las plantas están ya duras y sequizas, las pegan fuego para que retoñen y
las coman tiernas los ganados; pero sin duda perecen así las plantas más
delicadas y se queman las semillas disminuyendo las especies. Solo se detienen
estas quemazones en los arroyos y caminos […]. Como las orillas de los bosques
son siempre muy cerradas y verdes, también detienen el fuego; pero quedan
chamuscadas para arder en el incendio siguiente. (Azara, Descripción: 42)
72
mantener el frágil equilibrio natural conservando todas las especies por pequeñas o débiles que
estas sean.
Aunque el estudio de los pueblos autóctonos corresponde a la antropología (que ya fue
abordada), quisiéramos incluir algunas consideraciones sobre ellos en esta sección no por
considerarlos parte de la naturaleza sino porque los habitantes originarios del continente también
formaban parte de ese mundo americano primigenio que Azara deseaba conservar lo más intacto
posible. La prueba está en que suele afirmar, como lo hace en este caso, en sus “reflexiones sobre
los indios silvestres”, que “aquellas naciones conservan por tradición y sin alteración sus vestidos
y todas sus costumbres, con tal tenacidad, que a lo menos no las han mudado poco ni mucho en
los tres últimos siglos, aun los que han nacido y vivido cincuenta años en la misma capital del
Paraguay con los españoles” (Azara, Descripción: 161-162).
Aseveraciones que refutará a renglón seguido diciendo que “al tiempo de la conquista,
eran estas [naciones silvestres] mucho menos errantes que hoy porque no tenían caballos ni
facilidad de transportar sus armas, casas y muebles” (Azara, Descripción: 162).
Esta aspiración suya se contrapone al proyecto sociocultural establecido a nivel
gubernamental y, por lo tanto, a su posición de funcionario de la Corona. Las últimas décadas del
siglo XVIII están marcadas por un cambio en el discurso y la política de España con respecto a la
población indígena americana, pasándose de un modelo de segregación a otro donde se
promovían ideas y políticas de asimilación que incentivaban “la adquisición de hábitos y valores
culturales españoles” (Wilde, 2003: 4-5). La oposición entre sus propias convicciones y los
planes gubernamentales provocan la fluctuación del discurso azariano desde su deseo de
preservación hacia los intentos de asimilación pacífica que aconseja, e incluso, pone en práctica
en los proyectos colonizadores desplegados en el marco de sus misiones oficiales.
73